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Núm. 01 | Ejemplar gratuito
Paco Ignacio Taibo II en Capítulo I • Carmen Boullosa escribe para Los Suicidas • Entrevista a Daniel Sada María Aura en Caras vemos, escritores no sabemos Pastiche: homenaje a Roberto Bolaño
“El nombre les queda”, dijo el es-
pañol rubio como de metro
ochenta, sonrisa amable, “lan-
zar una revista literaria en México, a inicios
de 2009, es un suicidio; comercial, por lo
menos”. Ni hablar. Los proyectos suicidas,
ésos que apuestan a la posibilidad remota
en contra del sentido común de mercado no
nacen de la pasión ni del sueño de gloria, sino
de una necesidad más primaria. Su objetivo
es la ejecución del proyecto, no el producto
terminado. Eso es Los Suicidas. En este pri-
mer número, les tenemos invitados de lujo,
Carmen Boullosa que estará colaborando con
nosotros en este y los números siguientes.
Paco Ignacio Taibo II que nos pasó el primer
capítulo de su nueva novela de piratas. Des-
pués de décadas, revive el mítico Sandokán y
sus tigres de Malasia, quienes bajo el control
de Taibo son más anti-imperialistas que nunca.
Tenemos una entrevista con Daniel Sada,
premio Herralde de novela 2008, donde des-
cubriremos quién es detrás de los párrafos y
su postura frente al suicidio. Nos vamos de
viaje por los submundos de las filias sexuales
y una de sus prácticas más controversiales.
Visitamos al chileno Bolaño en un texto ho-
menaje a sus detectives salvajes, y también
revisaremos algunas de las manías de los es-
critores contemporáneos.
Sean ustedes bienvenidos a Los Suicidas.
Sirva esta editorial de invitación a todos
los interesados en ver nuestro proceso de
caída. Búscanos cada tres meses.
Suicidarse es gratis. Los Suicidas también.
L o s S u i c i d a s | 1
| E D I T O R I A L |
2 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 3
EDITORIAL
Director editorialCésar Augusto Tejeda Argüelles
Coordinador editorialHernán Ganesh Sarquís de la Torre
Consejo editorialElías Chávez
Alejandro García AbreuEunice Mier y de la Barrera
Rubén Rojo Aura
Correctora de estiloEunice Mier y de la Barrera
Colaboradores
Carmen BoullosaAlvaro García
Alejandro García AbreuDora Márquez
ImaiEunice Hernández
Eunice Mier y de la BarreraElman Trevizo Higuera
Iván Vilchis Ibarra
ARTE Y DISEÑO
Arte y diseño editorial
Biutiful, [email protected]
Asesoría de arteCarla Qua
FotografíaMariana Guevara Mariana Sevilla
María Alicia TejedaIván Vilchis Ibarra
Ilustraciones
Carla QuaMarylen Alatriste
ImaiMiguel Ángel Loredo
Ferruco
Ilustración de portadaPablo Caballero
COMERCIALIZACÓN Y PUBLICIDAD
Roberto Sánchez.T. 5272 6088
ÍNDICE
LOS SUICIDAS®, Publicación trimestral, 6 de Abril del 2009. Editor
Responsable: Hernán Ganesh Sarquís de la Torre. Director General:
César Augusto Tejeda Argüelles. Número de Certificado de Reserva
otorgado por el Instituto Nacional de Derecho de Autor: 04 – 2008 -
121613482500 Certificado de Licitud de Título número: en trámite
Certificado de Licitud de Contenido número: en trámite LOS SUICIDAS
es una publicación de Editorial Patas Arriba S. de R.L. de C.V. con domicilio
en Amatlán # 104 colonia Condesa. C.P. 06170 México D.F. Tel. 1054 6832
E-Mail: [email protected] Imprime: Ediciones Del Lirio
con domicilio en Azucenas número 10 Col. San Juan Xalpa Delegación
Iztapalapa C.P. 09850, México D.F. Teléfono 5613 4257. Distribuido por:
Editorial Patas Arriba S. de R.L. de C.V. con domicilio en Amatlán # 104
colonia Condesa. C.P. 06170 México D.F. Tel. 1054 6832
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01 Editorial
Manías y Caprichos ¿Qué tienen en común los perros y algunas conejitas de Play Boy? Por Elman Trevizo Higuera
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Mitología reciclableEl Ícaro contemporáneo Por Eunice Hernández
Cine MishimaPor Iván Vilchis Ibarra
Sexocracia HipoxifiliaPor Dora Márquez
El chaperón
Odradek Optimismo exacerbado Por Alejandro García Abreu
Duty Free
In Memoriam Por Monserrat Varela Mejía
Carmen Boullosa El más bien siempre de Daniel Sada
Libros Como una mordidaen la entrepiernaPor Alvaro García
Dossier
Pregúntale al Doctor Strangelove Yerno Infeliz Por H.G. Sarquís
Entrevista Paco Ignacio Taibo II Por César Tejeda
Caras vemos, escritores no sabemos ¡Estoy viva! Por María Aura
La valquiria
El escritor y un suicida. Daniel Sada Por Eunice Mier y de la Barrera
Pastiche Mezcal Los Suicidas Por César Tejeda
Capítulo I
Por Paco Ignacio Taibo II
Un suicidio de Cecilio Babosa Por Imai
lossuicidas
Visitawww.
.com.mx
4 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 5
¿Qué tienen en común algunos escritores y las
conejitas de Play Boy?
No es nuevo hablar de la gran afición de Sergio
Pitol por los perros. Esto lo saben bien los ami-
gos de este conocido escritor que han recibido
llamadas telefónicas a horas inusuales preguntándoles
¿no quieres un perro? Ya no tengo espacio para uno más
en mi casa.
El amor que les tiene no sólo se nota en su convi-
vencia diaria, sino también en su escritura, pues no se ha
aguantado las ganas de hacer ensayos sobre los canes, por
ejemplo el prólogo que escribió para la novela de Virgina
Woolf, Flush, la cual trata sobre las aventuras de un cocker-
spaniel que en un principio vive en una modesta finca para
repentinamente mudarse a la mansión de una poetisa.
También, en 1997 Pitol publicó un ensayo sobre relatos pro-
tagonizados por perros, mencionando a Berganza y Cipión
de Cervantes, Sharik de Bulganov, Kashtanka de Chejov,
Niké de Tibor Dery, entre otros canes que han ocupado el
lugar de honor en alguna historia, aunque muchos de ellos
son perros callejeros con un gran sufrimiento; pero curio-
samente ese sufrimiento, más que canino, es humano.
Aunque cabe preguntarse cómo es un sufrimiento canino.
Sólo ellos lo sabrán.
El escritor veracruzano recuerda en ese ensayo, la re-
lación que han tenido muchos escritores con los perros. Tal
es el caso de Bauschan con Thomas Mann, y Tulip con J. R.
Ackerley; ambos autores escribieron testimonios de la vida
con sus mascotas, argumentando que gracias a los perros
lograron la verdadera unidad con el universo.
Por Elman Trevizo Higuera
No sólo Salma Hayek, Paris Hilton, Belinda y las conejitas de Play Boy tienen como
mascotas a perros de diferentes razas que siempre traen consigo o los presumen con
euforia desmedida apenas alguien va a visitarlas a sus lujosas residencias. También
algunos escritores tienen a los perros como fieles compañeros y hasta se fotografían
con ellos. Si pensaron que sólo los mininos ocupaban un lugar especial en la vida de los
literatos, he aquí un ejemplo de lo contrario.
Pero, dime, Orfeo, ¿no se os ocurrirá alguna vez a los perros creeros hombres,
así como ha habido hombres que se han creído perros?
Miguel de Unamuno
| M A N Í A S Y C A P R I C H O S | | M A N Í A S Y C A P R I C H O S |
Esto lo saben bien los amigos de este conocido escritor que han recibido llamadas telefónicas a horas inusuales preguntándoles ¿no quieres un perro? Ya no tengo espacio para uno más en mi casa.
Ilust
raci
ón: M
igue
l Á.L
ored
o
6 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 7
la puerta, Bellatin da media vuelta y se retira indignado,
platicando con su rechazado compañero.
A lo largo de la literatura han existido innumerables
escritores que profesan cariño a estos seres considerados
los mejores amigos del hombre, aunque escritores como
Monsiváis y Elena Garro digan que los gatos tienen más
derecho de ocupar este puesto.
Franz Kafka es uno de esos autores que atenuaron su
soledad teniendo varios perros a su lado. Pero no solamente
Al parecer, Pitol comparte esta opinión, pues al pla-
ticar de su vida cotidiana en diversas entrevistas dice
que vive en una casa y un jardín que cuesta un dineral
mantenerlos; no se aburre nunca, pasa temporadas en
soledad y cerca de la naturaleza; pero de lo único que no
podría prescindir es de sus perros.
Quienes se han acercado a las entrevistas de este
autor, ganador del Premio Cervantes en el 2005, segu-
ramente encontraron los nombres de sus fieles compa-
ñeros, Homero, Diana y Sacho. Todos ellos tan dispares
en personalidad y sufrimiento, que al referirse Pitol a ellos,
pareciera que habla de tres seres humanos que lo extrañan
cuando sale de viaje y lo reciben con alegría y “pillerías” a
su regreso en la casa de Xalapa.
Por ese amor que les tiene a los perros, mantiene un
constante apoyo a asociaciones que se dedican a su adop-
ción. Como muestra: el 27 de enero de 2007 se trasladaron
a los habitantes del albergue canino de Amigos de los Ani-
males de Xalapa a su nuevo hogar en el Centro Veterinario
y de Convivencia “Sergio Pitol” en Palo Gacho.
Casi al término del siglo anterior, el fotógrafo Roge-
lio Cuellar realizó una sesión de fotografías al autor de
El viaje en su casa de campo de un pueblo español; en
una de ellas, el escritor aparece con Sacho, un collie bar-
budo que lo acompaña a todas partes viajando miles de
kilómetros, convirtiéndose en un perro peregrino, igual
que su amo. En su libro El arte de la fuga, Pitol relata un
extraño sueño protagonizado por Sacho.
Así como Sergio Pitol, hay escritores mexicanos
como Mario Bellatin y Xavier Velasco que no dejan a sol y
sombra a sus cuadrúpedos, y cuando tienen oportunidad,
miran a la lente de una cámara sonriendo y abrazando a
sus peludos camaradas. Se rumora – no es oficial – que
muchas veces Bellatin ha llegado a eventos con un perro
galgo que lo acompaña a todos lados, como es común
en muchos lugares públicos, le han prohibido la entrada
con el animal. Después de discutir con el encargado de
| M A N Í A S Y C A P R I C H O S || M A N Í A S Y C A P R I C H O S |
…hay escritores mexicanos como Mario
Bellatin y Xavier Velasco que no dejan a sol y sombra
a sus cuadrúpedos, y cuando tienen oportunidad, miran
a la lente de una cámara sonriendo y abrazando a sus
peludos camaradas
como compañía pueden servir los canes,
también sirven para detectar droga, en-
contrar a personas perdidas, para salvar
vidas; y quizá con el tiempo sirvan para
detectar los malos libros escritos por sus
amos. Serían de gran ayuda para saber
qué libro puede publicarse y cuál requiere
encajonarse por un buen tiempo.
Ahora sí, cuando nos pregunten, ¿qué
tienen en común las conejitas de Play Boy
y algunos escritores?, diremos sin titubear,
el gusto por los perros y las pasarelas.
8 | L o s S u i c i d a s
COÍC
Hay quienes necesitan instructivo incluso para volar. Otros a pesar
de seguir minuciosamente cada paso, nunca logran despegarse
del suelo, y unos cuantos, reciben el instructivo de manera gratuita,
lo miran con curiosidad, lo cuestionan, lo transgreden y vuelan hacia lo
alto para luego caer despavoridos, deslumbrados por el sol; éstos son los
ÍCAROS contemporáneos.
Confieso ser una de ellos: he volado por los cielos de mí misma, por la
bóveda celeste que contiene a la realidad, y en muchas ocasiones, a pesar
del equilibro del vuelo, el vértigo me ha invitado a soltar las alas y dejarme
caer. Caer por la noche, caer por el día, caer por las ilusiones, por los sueños,
pero al fin y al cabo, caer.
Quizá el vértigo, ese exquisito o nauseabundo mareo es la caracte-
rística principal de todo ÍCARO, antiguo y moderno. Pero no es cualquier
“Vete por la sombrita porque los bombones se derriten con el sol.”
Dicho popular
Por Eunice Hernández
El | M I T O L O G Í A R E C I C L A B L E |
CONTEM PORÁNEO
ÍCARO
Ilust
raci
ón: C
arla
Qua
vértigo, es una excitación que se produce al final del vuelo
y que está cosido al deseo incandescente de trascender, al
apetito feroz de llegar más alto, de querer más, aún sa-
biendo que esto producirá el catastrófico descenso.
Por lo general, el término caer tiene una connotación
negativa, pero cualquiera que haya saltado del bungee, ra-
peleado o que se haya deslizado en una avalancha, conoce
las delicias del sucumbir, del inmenso éxtasis de bajar. Por
ello, diría yo, que el ÍCARO contemporáneo por excelencia
es el Extreme-sport man.
Ya sea en su versión urbana o eco-turista, el Extreme-
sport man (o girl) se deleita con vivir en el límite, en la del-
gada línea de la imprudencia y la estupidez, y la pasión glo-
rificada del deporte, de la adrenalina corriendo por todos
los espacios de su cuerpo.
Otros más delicados, como los artistas, también con-
forman este célebre grupo de los ÍCAROS contemporáneos,
pues qué sensación más vertiginosa que la de exponerse
a la crítica y a la descapitalización económica con el úni-
co objeto de crear algo nuevo, hermosamente perfecto, y
a veces, hermosamente inútil; qué comportamiento más
propio de un ÍCARO que desprender el vuelo por la vida con
maletas, con libros, con estudios y con esa tranquilidad de
un Boeing 776 para aventarse por la salida de emergencia
justo antes de la cortesía de bebidas nacionales, solamen-
te por la impetuosa necesidad de echarse un chapuzón en
el agujero de la creación.
No obstante, ni el vértigo, ni la voracidad son los úni-
cos rasgos del ÍCARO contemporáneo, así que para enten-
der a este arquetipo moderno, hay que mirar su decisión
primera de por qué volar.
En el mito griego, ÍCARO y su padre DÉDALO, son en-
cerrados en el laberinto que paradójicamente el mismo
DÉDALO construyó por mandato del rey Minos para ence-
| M I T O L O G Í A R E C I C L A B L E |
rrar a su hijo, el temible Minotauro. Y
como en toda buena historia, Minos
ha desterrado a ÍCARO y a su padre
a esta peligrosa prisión por culpa de
una mujer: Ariadna. Mas no os con-
fundáis, ni ÍCARO, muchacho imberbe
todavía, ni DÉDALO, alma caritativa y
bonachona cual profesor de la UNAM,
están enamorados de Ariadna, sino
que DÉDALO siguiendo su impulso
filantrópico de poner la ciencia al ser-
vicio de la humanidad, decide darle
a Ariadna el ovillo mágico con el que
Teseo, su enamorado, podrá regresar
del laberinto después de matar a su
hermano, el grotesco Minotauro.
Conclusión: los mitos griegos sí
dan de qué hablar, pero más allá del es-
cándalo acostumbrado y de las perver-
sas relaciones familiares entre dioses,
héroes y simples mortales, nótese que
DÉDALO e ÍCARO se encuentran en la
situación en la que están por la tiranía,
por la represión de un violento Minos,
y la única forma posible de escapar, es
volar… elevarse sobre la fortaleza de
piedra, sobre la isla que encierra al la-
berinto y sobre el mar custodiado por
los navíos del rey Minos hasta llegar a
la libertad.
Una vez más, Dédalo hace uso de
su ingenio y construye lo nunca ima-
ginado: un instrumento para volar…
“Hijo- le dice a ícaro- vuela con prudencia
y guarda siempre en los aires una distancia conveniente. Si te
elevas demasiado hacia el sol, su calor fundirá la cera de tus
alas; si vuelas demasiado bajo, la humedad del mar, las hará
en extremo pesadas para tus débiles fuerzas. Evita uno y otro
extremo y sígueme sin cesar”.1
Ahí está: la solución entregada, el instructivo claro para vo-
lar, tan sólo con una mínima restricción que obviamente ÍCARO
no puede evitar. Así, comienza el vuelo temeroso, siguiendo el
consejo del padre; pero una vez en los aires, sintiendo en su
cuerpo el cosquilleo del viento y el encanto de flotar, se eleva
como un rayo solar.
La imprudencia, la arrogancia, lo inevitable: las alas de
ÍCARO como el eco de una sentencia se derriten como bom-
bones por culpa del sol. ÍCARO tan obediente como un yuppie
en su nave recién estampada en los carriles del segundo piso
del periférico, tan soberbio como cualquier hijo moderno mi-
nutos antes de la famosa y casi siempre verídica frase del te
lo dije, del ay, mi hijito.
Caer, estallar y en el mejor de los casos, rebotar pueden
ser los infortunios de volar sin manuales didácticos y sin
paracaídas, pero en el desciframiento de los mitos siem-
pre hay elementos que brillan como la imagen de cualquier
ÍCARO planeando libremente por los cielos, o el transeúnte,
que sentado desde el parque, confirma la paradoja nietzs-
chesiana que dice que “cuanto más nos elevamos, más pe-
queños parecemos a quienes no saben volar”.
| M I T O L O G Í A R E C I C L A B L E |
1 0 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 1 1
1 HUMBERT, Mitología griega y romana, España,
Editorial Gustavo Gili, p. 178
1 2 | L o s S u i c i d a s
| S E C C I Ó N |
¿Cuáles son los medios de ex-
presión que utiliza el hombre
para transmitir su ideología
de vida? Algunos pensarían que la literatu-
ra, la música, la pintura o cualquiera de las
bellas artes; pero cuando un hombre utiliza
el fin de su vida como medio de expresión
es preciso mencionar a Yukio Mishima.
Autor de novelas como Música, Confe-
siones de una máscara y Nieve de Primave-
ra, Mishima se diferenció desde pequeño
de los demás niños por su condición en-
fermiza. Cuando alcanzó una edad adulta
comenzó a entrenarse, física y mental-
mente, para dejar atrás su pasado de fra-
gilidad y poder así llegar a la plenitud.
Mishima convirtió sus ideales políticos
en una doctrina, formó y entrenó a su pro-
pio ejército, y finalmente, escribió el final de
su vida en un acto suicida. Es irónico que su
última herramienta literaria fuera la espada
de un samurai y su propia sangre.
Era de esperarse que la vida de este per-
sonaje fuera plasmada en el negativo de una
película por otro artista con la sensibilidad
y visión del propio Mishima. Paul Schrader,
guionista de importantes obras cinemato-
gráficas como Taxi Driver y La última ten-
tación de Cristo, escribe y dirige la cinta que
narra la vida y muerte de Yukio Mishima. En
su obra, Schrader explora cuatro capítulos
de la vida de su personaje: “La belleza” (una
introspección de su etapa infantil donde es
criado por su abuela y marcado por la muerte
de su mentora); “El Arte” (donde Mishima evoluciona como
escritor de numerosas novelas y obras de teatro, y obtiene
conciencia de la importancia de la belleza física como parte de
la ética); “La acción” (nos muestra su etapa como líder público
y de su ejército. Los ideales políticos arraigados en la mente
de este personaje tienen eco en la cabeza de jóvenes dispues-
tos a dejar la vida misma por un Japón puro y sin capitalismo);
y “La armonía de la pluma y la espada” (la última expresión
artística e ideológica de Yukio Mishima).
Estéticamente, Mishima es una combinación de un
ambiente excitante lleno de color y escenas filmadas en
blanco y negro. Es importante mencionar que la colabora-
ción de John Bailey (fotógrafo), Eiko Ishioka (diseñador de
producción), Phillip Glass (compositor) y el equipo de pro-
ducción formado por los legendarios Francis Ford Coppola
y George Lucas, es una parte fundamental en la realiza-
ción de esta cinta. Extractos de la obra de Mishima son
representados en secuencias llenas de escenografía colo-
rida que recuerdan al teatro Kabuki y nos transportan a un
mundo complejo, pero a la vez hermoso. La actuación de
Ken Ogata explora las partes más sensibles del escritor y
nos muestra una cara más simpática del personaje, des-
de su oculta homosexualidad hasta su disciplinado papel
como general de un ejército, Ogata interpreta a Mishima
con una sutileza magnífica que nos hace reflexionar, más
que juzgar, a un hombre dispuesto a llevar sus ideales has-
ta las últimas consecuencias. El acto mismo de entregar la
vida como un medio de expresión es algo para reflexionar y
honrar a cualquiera que esté dispuesto a hacerlo:
“…en el instante en que la espada desgarró su carne,
el disco luminoso del sol se levantó detrás de sus párpa-
dos y explotó, iluminando el cielo por un instante”.
“Una vida en cuatro capítulos” de Paul Schrader.
Por Iván Vilchis Ibarra
| C I N E |
1 2 | L o s S u i c i d a s
Mishima | Dirección: Paul Schrader, Guión: Paul Schrader, Fotografía:
John Bailey, Nacionalidad: USA, JAP, Duración: 120 minutos, Género:
Biográfica, Año: 1985.
MISMISHIMA:
Si en la guerra como el amor todo se vale… ¿por qué en el sexo no?
Tan sólo imaginar que somos susceptibles
a que alguien nos robe el aliento ha dejado
de ser una somera y pueril idealización ro-
mántica de la inquietante presencia del amante
para transformarse en la asimilación rotunda y
profunda de la unión entre la vida y la muerte,
coexistente ante el desborde del placer, porque
¿no es una pausada muerte el lento abandono de
la respiración?, ¿no es el deshilado hálito provo-
cado por el gozo una fusión entre nuestro éxtasis
y nuestra extinción?
El bloqueo de la respiración causada por la
estampa del amante ha sido durante varios años
una expresión coloquial adjudicada principalmen-
te a una naturaleza sosa, pero paralelamente hay
quienes, sin llenarse de palabras, la han conver-
tido en un acto concreto, certero y provocado,
generando lo que hoy conocemos como hipoxifi-
Dejaré todo mi aliento entre tus manos.Diario del otro yo
Hipoxifilia lia, o asfixia erótica, ese placer devenido tras un
decremento de la captación de oxígeno, de la pa-
reja o la propia, a través de la obstrucción de las
vías respiratorias.
En una básica conceptualización del hecho,
no sobrarán las categorizaciones de la asfixia
erótica como una perversión -una desviación del
acto o instinto sexual- o una parafilia, es decir,
una constante presente que dirige el máximo
placer sexual a algo más allá de la penetración.
Como quiera considerarse, la hipoxifilia pone de
manifiesto mucho más.
Esta practica se incluye en las denominadas
BDSM (Bondage, Dominación, Sado-masoquismo),
que traen tras de sí un extenso discurso reflexivo de
sus practicantes para definir sus motivos de ser.
Quienes la realizan, ya sea solos o acom-
pañados, atan alrededor del cuello cintas, lazos,
Por Dora Márquez
| S E X O C R A C I A |
1 4 | L o s S u i c i d a s
Foto
graf
ías:
Mar
iana
Sev
illa
Mod
elo:
Nat
alia
Cam
ila H
erná
ndez
1 6 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 1 7
Psicológicamente, los motivos y placeres va-
rían de un practicante a otro, por lo que es imposible
generalizarlos. Creo, simplemente que el placer
de los hipoxifílicos, como el resto de los placeres
sexuales, se encuentra en una unión constante
con la fantasía e imaginación, traspasando por
mucho la cópula convencional o aquella destina-
da para fecundar, y quizá, metafísicamente ha-
blando, el gozo máximo se crea en la divergencia
de vida y muerte que se encuentra durante el
orgasmo y que coloca a la fusión sexual como
un espacio donde los límites desaparecen y se
encuentra ese camino de morir y renacer.
Sin embargo, sean cuales sean los motivos,
no hay que perder de vista que esta práctica,
como otras tantas, claramente pone en riesgo la
vida. Un mal cálculo de fuerza, tiempo e incluso
de interpretación, puede transformar la experien-
cia placentera en un hecho mortal. Determinar la
muerte por asfixia erótica, sobretodo la auto as-
fixia, es muy complejo, dado que las circunstan-
cias se asemejan a una escena de suicidio. Para
ello, deben tomarse en cuenta tanto los objetos
que rodean la escena como la postura del cuerpo
y aspectos psicológicos de las víctimas.
La muerte de Michael Hutchence en 1997,
fue registrada oficialmente como suicidio aun-
que se sospecha que murió mientras realizaba
una auto asfixia erótica. En 2004, el miembro de
la extrema derecha británica Kristian Etchelles
fue encontrado bajo circunstancias similares; así
mismo, los informes forenses de Estados Unidos
registran muertes por asfixia erótica entre 500 y
mil personas.1
El bloqueo de la respiración provoca conges-
tión del sistema nervioso cerebral, estancamiento
de la sangre, por ello la presencia de pigmenta-
ciones moradas o azules en la piel, trastornos
visuales, fijeza en la mirada, zumbidos en los
oídos y desmayos, convulsiones que inician en
el rostro y continúan en las extremidades, vela-
ción de esfínteres y finalmente, la muerte. Así
mismo, puede originarse una parálisis cardíaca
por la falta de ventilación pulmonar al obstruir la
laringe o a consecuencia de un ataque de pánico,
así como los efectos colaterales de disfagia, ron-
quera, dificultad permanente para respirar, am-
nesia o trastornos mentales y emocionales. De
ahí, que los mismos miembros de la comunidad
BDSM marquen pautas para reducir los riegos en
sus prácticas. Comentan que deben ser actos SSC
(safe-sane-consensual) es decir, seguros a través
de la información, el uso de objetos de fácil ma-
nipulación y de materiales flexibles (como goma
o plásticos suaves) y la diferenciación constante
entre la fantasía y la realidad; sanos al practi-
carse sin consumir drogas o bebidas que dislo-
quen la percepción y los movimientos y bajo la
consideración constante de la experiencia de los
practicantes para asumir el nivel de intensidad, y
por último deben ser prácticas consensuadas, es
decir, realizarse posteriormente al acuerdo de la
forma, intensidad y señales de alto para terminar
en el momento en cualquiera de sus practicantes
no desee continuar.
La próxima vez que sientas que alguien te roba
el aliento, piensa en tu imaginación sexual respon-
sable, que sin duda será tu mejor aliada…Al final,
cada quién decide, porque esto es una Sexocracia.
1 http://www.elmundo.es/papel/hemeroteca/1994/02/10/
mundo/554475.html
| S E X O C R A C I A | | S E X O C R A C I A |
cinturones o cuerdas con nudos que puedan ma-
nipularse a voluntad, también pueden introducir
objetos a la boca para dificultar aún más la res-
piración, así como cubrir la cabeza con bolsas o
capuchas, los más extremos llegan a ingerir sus-
tancias que disminuyen la captación de oxígeno.
Científicamente, el placer físico se origina
porque la escasa oxigenación del cerebro, deno-
minada asfixia eufórica simple y parcial, envuel-
ve a la persona en un estado muy parecido a una
semi-alucinación; además, provoca la contrac-
ción de la musculatura de las vesículas semina-
les lo cual origina una erección y el vaciamiento
del esperma.
Existen rumores que durante el siglo XV esta
práctica fue utilizada como un remedio contra la
disfunción eréctil y la impotencia, tras observar
que víctimas sentenciadas a la horca, presentaban
erección y/o eyaculación durante el ahorcamiento
e inclusive, después de la muerte.
El bloqueo de la respiración causada por
la estampa del amante ha sido durante varios
años una expresión coloquial adjudicada
principalmente a una naturaleza sosa,
pero paralelamente hay quienes, sin llenarse
de palabras, la han convertido en un acto
concreto, certero y provocado, generando lo que hoy conocemos
como hipoxifilia...
Yo entiendo que la posibilidad de matarse constituye una
válvula de seguridad. Teniéndola, el hombre no tiene dere-
cho a decir que la vida es insoportable.
| E L C H A P E R Ó N |
Chuck PalahniukDoug Stanhope
Charles Caleb Colton
Kurt Vonnegut, Jr
El suicidio es un derecho humano fundamen-
tal, esto no significa que sea moralmente
deseable. Sólo significa que la sociedad no
tiene el derecho moral de interferir.
When you’ve got nowhere
to turn, turn on the gas.
Cesare Pavese
A mis editores: A vosotros, que os habéis enriquecido con mi
piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi-
miseria o aún peor, sólo os pido que en compensación por las
ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de
mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma.
Nueve hombres de cada
diez son suicidas.
El único problema filosófico verdaderamente serio es el
suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la res-
puesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas.
Todo lo demás -si tiene o no el mundo tres dimensiones,
si la mente tiene nueve o doce categorías- viene después.
Ésos son juegos; aquello se debe contestar primero. Entre las miserias de nues-
tra vida en la tierra, el sui-
cidio constituye el más
preciado don que Dios ha
concedido al hombre.
1 2
4
5
911
10
12
86
7
3
Tienes una opción. Vivir o mo-
rir. Cada suspiro es una opción.
Cada minuto es una opción.
Ser o no ser.
La vida es como una película, si ya te echaste
la mitad y cada segundo fue malo, probable-
mente no va a mejorar al final. Nadie puede
culparte por salirte del cine antes.
El suicidio a veces nace de la cobardía,
pero no siempre; la cobardía a veces lo
previene, ya que hay tantos de los que
viven por miedo a morir como de los
que mueren por miedo a vivir.Thomas Szasz
El suicidio es muchas veces
el punto final a una carrera
artística.
A nadie le faltan buenas
razones para suicidarse.
Truman Capote
Emilio Salgari
1 8 | L o s S u i c i d a s
Benjamín Franklin
Plinio el viejo
Albert Camus
Tolstoi
2 0 | L o s S u i c i d a s
| S E C C I Ó N |
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| S E C C I Ó N |
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| O D R A D E K || O D R A D E K |
“que es el mozo alegre,aunque su alegría paga mil pensiones a la melarquía”
Góngora
Por Alejandro García Abreu
exacerbadoOptimismo
Constan autores que prefiguran su suicidio
en su obra, que lo anuncian y anticipan. En
el extremo opuesto se encuentran aque-
llos que destilan bienestar y holgura, cuyos tex-
tos refutan el acto final.
Resulta paradójico: el inventor del optimis-
mo se suicidó. Dale Carnegie nació en 1888 en
Maryville, Missouri, donde creció en una granja.
En su juventud, trabajó en el campo y a la vez
realizó sus estudios en el State Teacher’s Colle-
ge en Warrensburg. Posteriormente, vendió cur-
sos de correspondencia a hacendados; luego se
convirtió en exitoso vendedor de tocino, jabón
y manteca de la empresa Armour & Company, y
así consiguió salir de la pobreza que había sufri-
do durante largo tiempo. Su primer libro, publi-
cado en 1936, fue Cómo ganar amigos e influir en
la gente, y se ha convertido en uno de los libros
más vendidos de la historia y ha sido traducido
a decenas de idiomas. El primer matrimonio de
Carnegie acabó en divorcio en 1931. En 1944 se
casó con Dorothy Price Vanderpool, también di-
vorciada. Tuvo dos hijas, Rosemary, de su prime-
ra esposa, y Donna Dale, de la segunda.
Dale Breckenridge Carnegey cambió su
nombre con la intención de “satisfacer las nece-
sidades de sus clientes” y obtener mayores ga-
nancias. Manipuló ortográficamente su apellido
materno para que coincidiera con el del empre-
sario Andrew Carnegie —fundador de la Carnegie
Steel Company, del Carnegie Hall y la segunda
persona más rica de la historia, después de Ro-
ckefeller—, cuando éste era signo de respeto y
reconocimiento. Dale Carnegie, autor también
de cursos para aprender a relacionarse, conseguir
amigos y alcanzar el éxito en la vida, es el padre
Ilust
raci
ón: C
arla
Qua
L o s S u i c i d a s | 2 32 2 | L o s S u i c i d a s
incuestionable del género de libros de autoayuda
y su biografía podría coincidir con la descripción
de algunos personajes minúsculos de Kafka.
Una de sus trilladas frases fue: “si tenemos
pensamientos felices, seremos felices. Si tenemos
pensamientos tristes, nos sentiremos tristes”.
Carnegie fue diagnosticado con la enfermedad de
Hodgkin —un tipo de linfoma maligno— a princi-
pios de la década de los cincuenta. Tras proscribir
al suicidio en sus libros, devastado por el padeci-
miento y temiendo el peor desenlace, Carnegie se
quitó la vida el primero de noviembre de 1955, en
su casa. El paciente adelantó su muerte; hubiera
cumplido sesenta y siete años el veinticuatro del
mismo mes.
Su obituario, publicado por The New York Ti-
mes el dos de noviembre de 1955, negó el suicidio,
convirtiéndolo inmediatamente en tabú. Sus he-
rederas y los fundadores del Curso Dale Carnegie
—un programa de autoayuda basado en un plan
de estudios estandarizado, dirigido a todo tipo de
público (principalmente a empresarios) e imparti-
do por instructores en muchas partes del mundo—
negaron la versión de que el autor había levantado
la mano sobre sí mismo. La razón es obvia: si los
lectores y los asistentes de los cursos supieran que
su gurú se quitó la vida, la empresa Carnegie —una
asociación exageradamente redituable— se hundi-
ría inevitablemente. Investigaciones subsecuen-
tes y diversas fuentes “ilegítimas” han rebatido
infinidad de veces la versión “oficial”, sin conseguir
la atención de los millones de seguidores.
La industria editorial de la autoayuda ha ex-
perimentado un incremento en los últimos años.
Pretende acercarse a “lo nuevo”, pero no conoce
nada nuevo, pues sólo repite lo que el sentido co-
mún dicta. En una ocasión un editor honesto res-
pondió a la pregunta de por qué hay tantos libros
de autoayuda: “Hay tantos porque ninguno fun-
ciona. Si los libros de autoayuda sirvieran se habría
escrito sólo uno”. Los optimistas aseguran que los
buenos momentos son frecuentes y duraderos, y
los malos, eventuales y sin importancia. Creen que
siempre tienen el control de la situación y que son
capaces de solucionar cualquier adversidad repen-
tina. Pero el optimismo exacerbado —un asidero
alucinógeno— no cura el cáncer, no salva la vida. Y
en sus últimos días lo supo muy bien Carnegie, un
charlatán a fin de cuentas. Tras su muerte volunta-
ria, su obra se convierte en un gesto de afectación
hilarante, porque resulta contradicha e interrum-
pida. Desde entonces, el optimista por excelencia
ha figurado como un caso raro y extravagante en
múltiples libros sobre autores y personajes suici-
das. Esos volúmenes, lejos de tratar las dimensio-
nes literarias e históricas del acto o de escudriñar
las circunstancias de aquellos que exploraron la úl-
tima frontera, trivializan la huida de la propia vida.
Por ello, un amigo sugirió en una ocasión que los
libros sobre el suicidio deberían estar en los ana-
queles de autoayuda de las librerías.
Dale Carnegie, autor también de cursos para aprender
a relacionarse, conseguir amigos y alcanzar el éxito en la vida,
es el padre incuestionable del género de libros de autoayuda y su
biografía podría coincidir con la descripción de algunos personajes
minúsculos de Kafka
| O D R A D E K || O D R A D E K |
Datos curiososSuicidas en México.
Que nomás en 2007 se registraron
4,394Que de ésos, nomás 773
fueron mujeres, de las cuales 530 decidieron
DATOS• Que entre los 3,620 hombres suici-
das, el método más popular, usado
por 2,797 de ellos, fue también el es-
trangulamiento; el disparo de arma
de fuego, en un distante segundo
lugar, con 486 usuarios satisfechos.
Y sólo 7 prefirieron el salto de altura
como su boleto de salida.
• Que la Redacción de Los Suicidas
deduce que los “otros” métodos
desconocidos de suicidio podrían
ser los siguientes:
- Muerte por sobredosis de spots po-
sitivos en los canales de Televisa.
- Muerte por ingesta de datos in-
comprensibles emitidos por la Se-
cretaria de Hacienda.
- Muerte por compasión al leer el úl-
timo aumento al salario mínimo.
-Muerte por aburrimiento al inten-
tar procesar el último discurso del
primer mandatario.
• Muerte por asfixia al no poder pa-
rar de reír con las proyecciones de
crecimiento para el 2009 del Banco
de México.
• Que si usted contempla el suicidio le
recomendamos saltar de un lugar ele-
vado, por aquello de la originalidad.
• Que Los Suicidas no promueve el
suicidio como respuesta a nada,
nomás como respuesta a todo.
Que el INEGI engloba a 72 hombres y mujeres suicidas bajo el misterioso método de “otro”.
/
d
-Que las pastillas son mucho más populares entre las mujeres que entre los caballeros: 37 de 773 se quitaron la vida con ellas; entre los hombres la proporción fue 17 de 3,620.
eusar el método de ahorcamiento
o estrangulamiento. Sólo 4 lo lograron saltando de un
lugar elevado.
24 | L o s S u i c i d a s
| D O S S I E R |
2 6 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 2 7
|yerno 01
Carta
Mi gordita bella y yo tenemos más de dos meses de no-
vios. La semana pasada, con el pretexto de un cumpleaños,
fui invitado a una comida en la que finalmente conocí a mi
suegra. Sobra decir que los nervios me asaltaron desde la
noche anterior. No pude pegar el ojo pensando en todas
esas conversaciones en las que mi llenita divina me conta-
ba las cosas horribles que su mamá les había hecho a sus
ex novios. Usualmente mi imaginación vuela en estas si-
tuaciones sociales e imagino los peores escenarios posibles.
Como cuando terminé la carrera y no quería ir a la gradua-
ción por miedo al asbesto del salón que rentaron junto a
la plaza de toros. Pero cuando llega la hora de la verdad,
la situación misma nunca es tan horrible. Este caso fue la
excepción. La bruja me odió. Para empezar, se refería a mí
como “el prieto ése” (excepto en una ocasión que me llamó
“el enano ése”) y le fue imposible, o al menos eso dijo, apren-
derse mi nombre. Le aconsejó a mi novia, enfrente de todo
el mundo, que me botara y le hiciera caso a Julianito, “el hijo
de la vecina que siempre te ha echado el ojo”. Mi gorda loca le
dijo que Julianito vendía crack en la secundaria de la colonia
a lo que mamá respondió: “por lo menos él sí sabe vestirse,
tiene un gusto impecable para los zapatos” mientras miraba
mis Crocs naranjas. Julianito, sentado a mi lado, se defendió:
jamás en su vida había hecho negocios en la secundaria. Se
limitaba a los lockers del club deportivo del barrio, donde ven-
día esteroides a los niños nadadores. La suegra agregó: “lo
más importante es que los nietos te salgan bonitos. Con los
genes no se juega. ¿A qué dijiste que te dedicabas, prieto?”
-Soy pintor.
La mesa rompió en carcajadas. Julianito me apretó el
muslo y relamió sus labios, “a mí me encantan los pintores”.
Ya no sé qué hacer doctor. Mi pelota de grasa dice que a
ella no le importa, pero ha cambiado. Está muy distante. Ya
no se lanza por los sidrales. Huele a loción de hombre (cuan-
do regresa del trabajo, no sé por qué). Ayúdeme por favor.
Atte. Yerno infeliz
(Carta resumida)
YERNO INFELIZ:
infeliz|QUERIDO DOCTOR:
Foto
graf
ías:
Mig
uel Á
.Lor
edo
Tu cobardía parece ser el aspecto más fuerte de tu perso-
nalidad. Al menos eso pensé hasta que llegué a la parte
de tu carta donde explicas que eres pintor y el dilema
empezó: ¿Es más idiota que marica o al revés? Espero
te refieras a pintor de brocha gorda porque si te sientes
artista deja que te explique algo: el arte requiere carácter,
bombón. Carácter que no tienes. Un hombre que no sabe
lidiar con su suegra no es un hombre de verdad.
Originalmente mi respuesta terminaba aquí, pero
por presión del equipo editorial, quienes retuvieron mi
cheque hasta que mandara “una respuesta digna de
nuestros lectores”, decidí extenderme un poco y tratar
de ayudarte. Seamos honestos: probablemente eres la
clase de alfeñique que ayudaba a promocionar los pro-
gramas de Charles Atlas. Abre los ojos: las arañas radiac-
tivas no existen, Parker. Tuviste la suerte suficiente (o
le prendiste un chingo de veladoras a tu San Antonio de
cabeza) como para que una mujer (o eso presumo) se
fijara en ti. No lo arruines con exquisiteces. Usualmente
recomendaría plantarle cara a la harpía. Actuar como hom-
bre y decirle “Mi nombre es Ausencio, señora” o como
| D R. S T R A N G E L O V E | | D R. S T R A N G E L O V E |
Por H.G. Sarquís
2 8 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 2 9
01
02
03
CON
SEJO
SNO HAGAS NADA.Escenario A: Tu novia ignora a mamá. Tu novia blan-
de el peso de la culpa sobre tu cabeza por el resto
de su relación imposibilitando que tú la botes. Final-
mente llega hombre nuevo a su vida y te bota.
Escenario B: Llega hombre nuevo a su vida y te bota.
TERMINA CON ELLA.Escenario A: Botas a tu novia y quedas devastado. Te
vas a un table en La Merced. Despiertas en un motel
sin poder recordar el nombre de tu ex. Ni de cómo lle-
gaste ahí. Ni los últimos seis meses de tu vida (no se-
ría una gran pérdida, si me preguntas a mí).
LO QUE HARÍA EL DR. STRANGELOVE (Muerto el perro se acaba la rabia).
Escenario A: I Invita a tu suegra a un almuerzo en casa
de tus padres. “Quiero que conozca a mi mamá, señora”.
Aplica dos (2) gotas de la solución adjunta a esta carta
en el vaso de jugo de tu suegra. Plancha tu traje negro.
Escenario B: Invita a tu suegra a un almuerzo en casa
de tus padres. “Quiero que conozca a mi mamá, se-
ñora”. Aplica dos (2) gotas de la solución adjunta a
esta carta en el vaso de jugo de tu novia. Plánchate
a tu suegra.
Suerte con eso, Da Vinci.
Consejo
Consejo
(Tu favorito)
Consejo (El que no
seguirás por puto)
chingados sea que tus padres, malagradecidos con la
sociedad que les dio cobijo, te nombraron. Ésa seguro
fue una noche de copas (o mezcales en la banqueta de
la vinata de tu barrio, en su caso) que tu madre no po-
drá olvidar jamás. Hemos establecido que eres incapaz
de comportarte como un hombre. He aquí una serie de
consejos que tal vez ayuden a tu triste persona.
| D R. S T R A N G E L O V E | | D R. S T R A N G E L O V E |
Ilust
raci
ón: H
. G. S
arqu
is
3 0 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 3 1
Queríamos que Paco Ignacio Taibo II fuera el pa-
drino de Los Suicidas. Una presunta amiga de él
nos había dicho que para conseguir algo así, te-
níamos que llegar al escritor teniendo entre las manos
una propuesta concreta. Pensamos, ambiciosamente,
que un artículo de opinión histórico de tres cuartillas es-
taría bien. La verdad es que hubiéramos dado casi cual-
quier cosa porque escribiera lo primero que le viniera en
gana; en primera, por humildes; y en segunda, porque
a ese tipo de personas suelen venirle en gana buenas
cosas, y sobre todo si vienen primero.
Conseguimos su correo electrónico pero no tuvimos
ninguna respuesta. Luego, un amigo, que es su vecino,
nos dijo exactamente dónde tocar el timbre para encon-
trarlo. Y así hicimos, sólo que nos dijeron que no estaba,
que dejáramos nuestra propuesta de colaboración en el
buzón; y tampoco obtuvimos respuesta.
¿Por qué Paco Ignacio Taibo II? Porque somos lec-
tores cautivos de Belascoarán Shayne. Además, porque
teníamos confianza en que nos escucharía; tal vez nos
diría que no, luego nos preocuparíamos por eso, pero los
Paco Ignacio Taibo IIEntrevista a
Por César Tejeda
Ilust
raci
ones
: Fer
ruco
| C A P Í T U L O I | | C A P Í T U L O I |
3 2 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 3 3
escritores como él suelen tener interés en
escuchar a los demás. Descartados esta-
ban otros como Villoro, supusimos que
aunque llegáramos a conseguir el teléfo-
no de su casa, nuestra llamada no pasaría
de su mujer.
Con la urgencia de conseguir un padrino
fuimos a tocarle nuevamente. Hernán tuvo
razón, es más seguro importunar a la gente
a la hora de la comida, barriga llena…
Paco Ignacio Taibo II nos abrió la
puerta sin consultar antes nuestras caras.
En efecto, estaba terminando de comer y
nos invitó a que nos sentáramos con él,
“yo que ustedes, diría rápido lo que tienen
que decir”. El problema es que cuando se
está en la mesa de Paco Ignacio Taibo II
a uno le dan más ganas de escuchar. Se
levantó por sus cigarros, Hernán le ofreció
uno de sus Camel pero lo rechazó, “ésos
son para después de fumar”, dijo mien-
tras encendía un Romeo y Julieta.
Expusimos en pocas y nerviosas palabras el proyecto
y lo invitamos a colaborar en él. “No, apenas y tengo tiem-
po para escribir”, dijo. Lo comprendimos de inmediato.
Siempre me he preguntado cómo se puede ser un escritor
prolífero y además… no sé, director de un canal de televi-
sión, por decir algo. “Pero les ofrezco el primer capítulo de
mi próxima novela”. Y eso era muchísimo más de lo que
hubiéramos imaginado y enmudecimos de la impresión,
con el pretexto, claro, de que cualquier agradecimiento se
hubiera quedado corto. “Vengan por él en un mes, pero
háblenme antes para hacer una cita”, dijo aludiendo, segu-
ramente, a nuestra interrupción de aquella tarde.
Esa primera plática con Taibo II fue a mediados de
diciembre y no volvimos a sentarnos en su mesa hasta
finales de febrero. Es sabido por todos, que a los escri-
tores famosos, cansados de dar entrevistas, les es ago-
biante contestar siempre lo mismo, de modo que nos
rompimos la cabeza… para llegar a las mismas pregun-
tas de siempre.
Me asombró la valentía de Hernán cuando preguntó
a boca floja que si seguía en pie aquello de “regalarnos”
el primer capítulo de su próxima novela, “claro”, contes-
tó. Nos dijo que trabajaba en revivir las lecturas favori-
tas de su niñez, esas aventuras de piratas en el sureste
asiático, ¿algo parecido a Sandokán? “No se trata de
algo parecido, es un libro de Sandokán: El retorno de los
tigres de Malasia. Más anti imperialistas que nunca”, y al
decirlo no pudo evitar reír, orgulloso e infantil a la vez,
haciéndonos cómplices de su idea.
Además de eso, trabaja un proyecto de historia narra-
tiva con el objetivo de relatar lo que realmente ocurrió en la
batalla del Álamo, “los héroes gringos dan lástima”.
Una vez terminado el tema del presente literario de
nuestro entrevistado y cambiando radicalmente de mate-
ria, acudimos a nuestras dos preguntas estrella: ¿El suici-
dio ha tenido alguna influencia en su obra? Y, ¿si decidiera
suicidarse, cómo lo haría? Opuesto a lo que pensé, nuestras
preguntas no le provocaron ninguna sorpresa y las contes-
tó con la franqueza y rapidez de siempre. Taibo II es sobre
todo un tipo franco. Nos comentó, con respecto a la primera
pregunta, que tres de sus compañeros del 68, “gente muy
valiosa”, se había suicidado dejando en él una profunda heri-
da, pero que más allá de eso, el suicidio no había tenido nin-
guna influencia en él ni en su obra. A lo segundo contestó,
“pienso que el derecho a morir es sagrado, siempre y cuando
uno no se aviente de la azotea y caiga encima de otros dos;
sin embargo, soy un optimista patológico y los optimistas
patológicos aguantamos hasta el último”.
Luego quisimos saber si frecuentaba la obra de
escritores mexicanos menores de treinta años y nos
contestó que estaba más conectado con la generación
entre los 30 y 40. Hubiéramos querido preguntarle di-
rectamente por qué no lee a menores de treinta o algo
así, pero Hernán decidió llevar la plática a terrenos más
indirectos preguntándole si consideraba que nuestra
generación es más apática que las anteriores, “aunque
ahora se la pasan empujando carritos en el supermerca-
do, ya llegará su momento”.
El tiempo se nos iba acabando, o por lo menos eso
sentíamos ya que la plática iba perdiendo fluidez. Yo podía
evadir la incomodidad “tomando apuntes” en mi laptop
pero Hernán no, así que se le ocurrió preguntar qué era lo
que el escritor tenía pensado hacer para celebrar el bicen-
tenario, “acercarme a la gente, dar conferencias en la calle.
La mejor manera de matar las conmemoraciones son las
estatuas. Hay que hablar de las cosas como pasaron real-
mente. Si vamos a ser castigados por una historia aburrida
hay que recuperar lo que fue: dos guerras civiles que defi-
nieron el rumbo del país.” Y luego el silencio. Paco Ignacio
Taibo II se levantó y caminó hacia su computadora, “si no
tienen más que decir…” y como no quería perderme de su
plática quise saber si no tenía planeado algún Belascoarán.
Por alguna razón no le gustó mi pregun-
ta, tal vez por frecuente o tal vez por estar
fuera de lugar después. El chiste es que
Taibo II emitió su primer y único monosíla-
bo de la tarde, “no”.
Tampoco quiso decirnos quiénes eran
sus escritores de novela policiaca favori-
tos, “siempre que quiero hacer una lista de
cinco terminan siendo cuarenta”. Y pensar
que nosotros apenas vamos llegando a
Dashiel Hammett y Raymond Chandler…
Taibo se sentó en su escritorio para
mandar a mi correo electrónico el primer
capítulo de El retorno de los tigres de Ma-
lasia. Más anti imperialistas que nunca. Se
me ocurrió que Los Suicidas podría publi-
car en cada entrega un capítulo primero y
la sección podría llamarse así. Pero luego
volví a la realidad: para eso haría falta que
todos los escritores fueran Taibo II.
¿Por qué Paco Ignacio Taibo II? Porque
somos lectores cautivos de Belascoarán Shayne. Además,
porque teníamos confianza en que nos escucharía; tal
vez nos diría que no, luego nos preocuparíamos por eso,
pero los escritores como él suelen tener interés en
escuchar a los demás
| C A P Í T U L O I | | C A P Í T U L O I |
L o s S u i c i d a s | 3 5
Los dos hombres salieron de la niebla lentamente, como si re-nacieran; uno de ellos iba casi desnudo, a no ser que se pudiera llamar vestimenta a los restos de la camisa de seda que colgaban escasamente sobre un brazo, a un calzoncillo cubierto de lodo y su calzado, una única bota que lo hacía cojear; el otro sangraba apa-ratosamente de una herida en la frente, a pesar de lo cual estaba fumando un puro.
A causa de su apariencia fantasmal ambos personajes parecían jóvenes aun sin serlo; quizá el brillo de sus ojos, el aura de energía que esparcían en la atmósfera, la sensación de violencia triunfan-te, las risas sueltas y las amplias sonrisas, el flujo de adrenalina que flotaba en torno a ellos, imitara la juventud, y la imitaba airo-sa y convincentemente. Una segunda mirada no podía ocultar las abundantes canas en la cabeza de aquel que tenía la camisa des-trozada y el torso lleno de arañazos, un malayo, y las arrugas pro-fundas en torno a los ojos del hombre del puro, sin duda de origen meridional europeo quien lucía en medio del tizne las manchas en la piel de quien había bebido el sol durante muchos años. Iban armados con hachas de mango corto y revólveres muy singulares, unos Turret de seis tiros de tambor horizontal, muy poco comu-nes en el mundo y particularmente extraños en aquella zona del planeta, porque habían sido construidos especialmente para ellos por el ingeniero y armero J. W. Cochran en Allen, Pennsykvania. Los hombres conversaban animadamente en una mezcla de inglés
Capítulo IEL HORROR
El retorno de los tigres de Malasia. Más anti imperialistas que nunca.
Paco Ignacio Taibo II
| C A P Í T U L O I |
Ilust
raci
ón: M
aryl
en A
latr
iste
L o s S u i c i d a s | 3 73 6 | L o s S u i c i d a s
y malayo, en la que frecuentemente aparecían palabras chinas, portugués de Macao e incluso alguna palabra obscena en el idioma favorito de la procacidad, el francés.
La brisa marina era insuficiente para disipar la niebla y sólo lograba mezclarse con ella llevando hasta los dos hombres, que ca-minaban por un sendero rocoso que ascendía hacia la nada, el olor de la sal. El sonido de una sirena, pareció indicar que el mundo exterior seguía existiendo: dos toques cortos y uno largo.
- Siguen ahí- dijo Yáñez de Gomara, y arrojó el puro hacia el sonido del silbato que surgía de la niebla.
- Son como la suerte, hermanito, nunca nos abandonan- res-pondió Sandokán.
Los dos hombres apresuraron la ascensión siguiendo difícil-mente el caminito marcado entre las rocas, que unos instantes después los llevó hasta una cabaña de palma.
- ¡Serim! - clamó el príncipe malayo al ver que nadie los estaba esperando en el exterior.
- Algo raro está pasando. Nuestros problemas no terminaron allá atrás- dijo Yáñez.
Sandokán repitió la contraseña en voz alta y ante la ausencia de respuesta amartilló la pistola. El portugués dio una patada a la puerta de la cabaña que se desplomó botando sus goznes y entró con su revólver en la mano. El instante en que le tomó habituar los ojos a la escasa luz fue precedido por el descubrimiento del horror. Yá-ñez no era un hombre que se asustara fácilmente; a lo largo de su azarosa vida había visto prácticamente todas las formas del mal, la brutalidad y la barbarie: pero había algo en el interior de aquella pe-queña cabaña alumbrada tan sólo por la tenue luz del amanecer que se filtraba por las hojas de palma entrelazadas que cubrían la única ventana, que lo hizo temblar. Sobre la mesa, junto a restos de una comida sin duda abandonada intempestivamente por sus dueños, yacían tres cadáveres de niñas destripadas, los cuerpos abiertos en
canal y en sus rostros, que mostraban la última imagen del terror, un extraño signo pintado con su propia sangre. El impacto de la es-cena hizo que Yánez retrocediera tropezando con Sandokán.
Yáñez salió a las afueras de la cabaña y respiró profundamente para rehuir el vómito. En ese instante, de la choza surgieron gritos y un disparo de revólver, Yáñez giró para enfrentarse a lo descono-cido agradeciendo inconscientemente que la acción lo sacara de la pesadilla.
- Mira lo que he encontrado. Casi lo mato- dijo Sandokán sur-giendo de la puerta con un enano colgando de su mano por el cin-turón. Era un enano de rasgos africanos más que asiáticos, similar a los pigmeos que alguna vez había podido ver Yáñez en el mercado de Zanzíbar, y proclamaba una docena de idiomas y una docena de idiomas y dialectos y entendían los rudimentos de otras tantas len-guas más, podía comprender. El enano tenía en su rostro pintado en sangre el mismo extraño signo. Parecía un patético juguete roto.
- Esas eran las hijas de Dakao, pero ¿dónde está él? ¿Dónde está su mujer?
- ¡Mierda Puta! ¿Quién puede querer asesinar a tres niñas pe-queñas? ¿Ante qué salvajismo nos encontramos?
- ¿Qué tienen que ver con los que nos emboscaron? ¿Eran los mismos?
- ¿Dónde están los asesinos, pequeño?Y el enano, como si lo hubiera entendido, comenzó a sollozar
señalando hacia el mar.- Vámonos rápido de aquí. Luego tendremos tiempo para inte-
rrogarlo, y si no, llevémoslo a Hong Kong, allí hablan todas las len-guas del planeta, y para engañar a los recaudadores de impuestos, han inventada una nueva.
Sandokán sacó de su fajilla una bengala y encendiéndola la dis-paró hacia la niebla. Casi instantáneamente la sirena de la lancha respondió con dos toques cortos y uno largo.
| C A P Í T U L O I | | C A P Í T U L O I |
3 8 | L o s S u i c i d a s
Me gusta pensar en el origen de la
vida como si fuera un cuento; pensar
que el mundo ya estaba hecho y que
sólo llegaron el hombre y los animales a habi-
tarlo. La idea de que el mundo es un escenario
siempre me parece grata en términos literarios.
Como decía Borges: “Dios puso los huesos y la
paleontología para confundir a los geólogos.”
Me gustar pensar que la vida se creó como
una broma, como si fuera un buen o mal chiste.
No sé si esta realidad sea la mejor de todas, pero
la única realidad es la de Dios; no sé cuál sea,
no sé quién sea Dios o si hay un ser superior, y
es entonces cuando esta realidad me parece
incompleta, quizás tal vez por eso nos guste
crear y rellenarla con arte o incluso con tecnología,
pero no concibo esta vida como un todo, le faltan
demasiadas cosas, me dice Daniel Sada con los
ojos pegados a los míos. Él es así: un escritor
de vista aferrada, un hombre con huevos vaya,
porque pocos son los que sostienen la mirada
sin titubear ante lo dicho, ante lo escrito. No
sigue las reglas, ni en su escritura ni en su vida
personal, será que me acostumbré a jugar solo,
no podía jugar con otros niños porque tenían
reglas. Vivía solo e inventaba mis juegos, se me
fue creando un problema con la autoridad: me
estorbaba. Descubrí la escritura porque ésta no
tenía potestad; el arte tiene esa libertad que no
te da otra profesión, yo invento y así vivo. No
desprecio la compañía, la agradezco mientras no
se me impongan reglas.
Sorbe el café y yo pienso en la soledad, en
la libertad de la tinta, términos que parecen in-
trínsecos al arte de la literatura, ¿hace cuánto
que está solo? ¿Se siente solo? Los escritores son
seres solitarios, de otra manera no podrían crear.
Para ser creador debes estar solo; esa dependencia
hacia los demás no es un rasgo que corresponda
a todo tipo de personas; la gente casi siempre
necesita estar acompañada, yo prefiero asumir la
soledad y después agradecer la compañía.
Por Eunice Mier y de la Barrera.
EL ESCRITOR Y UN SUICIDA.Hoy: Daniel Sada.
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| L A VA L Q U I R I A |
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4 0 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 41
| L A VA L Q U I R I A || L A VA L Q U I R I A |
Se teje en mi memoria la frase, su frase de
Luces Artificiales: “¡Yo lo quiero así, con esa cara
y con ese carácter!” ¿Quién no quiere a Sada? El
que no lo conozca, el que nunca lo haya leído, el
envidioso, presumido o egoísta; las ideas que le
salen son bromas de la vida, escribe porque sí,
porque tiene el entorno adosado al alma y a la
mano, por eso me confirma que no puede escribir
enamorado o herido, escribo por entusiasmo y
gozo, si no hay alegría en mi espíritu me parece
inútil escribir; no escribo porque tenga vacíos
profundos; necesito ver a la literatura como una
fiesta. Como decía Gómez de la Serna, “uno tiene
que escribir como si estuviera en medio de una
guerra”, tu espacio debe ser maravilloso aunque
traspasando las paredes todo sea deplorable;
me gusta que los misterios de la vida, los más
profundos y extraños, me inviten al gozo. El
magma, la esencia para el ser humano no tiene
que ser desgraciada sino gozosa. Por eso, todos
sus libros son sus hijos consentidos, a todas sus
novelas las quiere por igual, de una u otra manera,
siento que en algunas puse más de mí, pero todas
las hice con entrega, amor y disciplina, “Porque
parece mentira”, es una novela de 700 hojas en la
que vertí todo mi espíritu durante mucho tiempo,
pero no es tan diferente a “Una de dos” que es
más pequeña; en todas puse lo mejor de mí, no
puedo tener una preferencia, eso lo dirá el lector,
pero yo como hacedor no tengo favoritas.
El café es una de las manías constantes de
Daniel, desde que lo conozco -un par de años
atrás-, siempre lo recuerdo preparando las semillas
en el agua hirviendo en una cocina que huele
más a familia que a libros; le gusta la armonía,
odia el desorden, lo imprevisto: si me dicen, en
este momento tienes que ir a firmar algo, me
desconcentra mucho; tengo organizada mi vida y lo
incidental me disgusta, me considero sistemático.
No le gusta el olor de aquello que lo marea o le
produce náuseas, ahora que ya no fumo, el cigarro
me es desagradable, no creí que me fuera a pasar,
nunca me creí un fundamentalista antitabaco y
ahora lo soy. Tampoco me gusta la gente neurótica,
trato de huir de todo lo que me cause conflicto. Sus
grandes amigos desde hace mucho tiempo son
los libros, y he tenido otros que a lo largo de la vida
me han traicionado; me considero una persona
de afectos profundos y quien no los tiene, no va
conmigo, me aparto; quiero mucho a la gente y
cuando pienso que no dan todo o que me buscan
por interés, pues ahí ya no doy más. Y he errado
con varias personas, claro, y me he llevado varios
trancazos muy dolorosos, es por eso que cuando
alguien me da todo, lo agradezco infinitamente.
Cree que todos los sentidos son indispensables,
pero si tuviera que vivir sin uno de ellos escogería,
sin duda, el oído, para no escuchar pendejadas.
Los escritores son seres solitarios, de otra manera
no podrían crear. Para ser creador debes estar solo; esa dependencia
hacia los demás no es un rasgo que corresponda a todo tipo de personas; la gente casi siempre
necesita estar acompañada, yo prefiero asumir la soledad y después
agradecer la compañía.
4 2 | L o s S u i c i d a s
| L A VA L Q U I R I A |
Uno oye mucha tontería... Y entonces dejo fluir las
pavadas y le pregunto si piensa que el gobierno
guarda o esconde archivos extraterrestres, se ríe
pero me contesta serio, a mí los ovnis me caen
gordos, nunca se aparecen en una multitud, me
gustaría que aterrizaran en el partido América-
Chivas para que mucha gente supiera que existen
y no sólo una o dos personas; que aterrizaran en el
Zócalo y no en lugares recónditos en los que toman
fotos que no sabemos si son reales o inventadas;
me niego a creer en los extraterrestres, no creo
que seamos seres exclusivos en el universo, pero
prefiero ignorarlos; si vienen quisiera conocerlos,
convivir con ellos, por qué tienen que aislarse; me
gustaría que me contaran de su vida, quizá son
menos imperfectos que los seres humanos, quizá
escriben mejor literatura que nosotros.
Y ese detalle de humildad me rebota en la
cabeza, ¡acaba de ganar el premio Herralde 2008
de novela!, sin duda una de las mejores noticias
que haya recibido, pero no: la mejor noticia para
mí es estar bien de salud, tener amplificadas todas
mis facultades; estar lleno de vida... ésa sí que es
una noticia deslumbrante. A Sada le interesa que
lo que haga tenga repercusión, pero sin tener que
moverse de su casa, si ser famoso es viajar de acá
para allá, estar dos dias en un lugar y mañana en
otro y descuidar las cosas esenciales de la vida,
prefiero no ser famoso; me importa mi entorno,
mi armonía personal, y si eso se desarticula en
aras de la fama, el poder, el dinero o lo que sea,
entonces no quiero vivir esa vida.
Y en esta vida, con los jóvenes que de pronto
se sienten desencantados por la literatura, por
esta extraña existencia que les ha tocado recibir, el
escritor recomieda que lean algo que no reconozcan
de inmediato, podría hacer un listado infinito de
libros, pero si lees lo que vives no tiene caso leerlo;
una buena manera de iniciarse en la literatura es
leer lo que no identifiques de inmediato, lo que
te deje extrañeza y no corresponda tácitamente
a la vida: la literatura fantástica, los clásicos,
cosas que al mismo tiempo te enriquezcan; no
recomendaría que leyeran lo que reconocen en la
realidad que viven porque para esto no se necesitan
libros, sólo la vida; les aconsejaría una literatura
que los transportara a otros mundos. Y si de dejar
este mundo se tratara, si Daniel Sada pensara
en suicidarse, ¿cuál sería su manera de hacerlo?
Él me ve absorto, abre unos hoyos grandes en
sus pupilas y recuerda lo que dijo Cioran, “el que
piensa en suicidarse es porque cree que mejoraría
las cosas”, y Daniel no cree que mejoraría las
cosas. Yo nunca me suicidaría, no pienso en eso,
no está en mis alcances intelectuales; si existiera
una ocasión muy desesperada podría jugar con
esa idea, y de ser así, quisiera entonces que fuera
algo lo más rápido posible, algo donde no supiera
que se me va la vida, un balazo por ejemplo; si
tomara pastillas sentiría que se me va la vida.
Tampoco creo en la desaparición total, no creo en
la reencarnación, los egipcios tenían la creencia
de que cuando se morían se convertían en una
sombra, y el hecho de tener la posibilidad de ser
una sombra me interesa mucho; no creo que
cuando la gente muere desaparece totalmente;
sólo existe una transformación.
Así pues, me quedo con el olor a café de
Daniel, con su armonía, con sus arcanos ojos y con
la trascendencia de sus letras hechas sombra para
esta vida y todas las que sigan. Un Daniel Sada que
sin duda, no podrá morir, sólo transformarse.
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| D U T Y F R E E || D U T Y F R E E |
Despierto. El corazón me galopa
enfurecidamente. Tomo dos bo-
canadas de aire. Todo es oscu-
ridad. Sentí entre sueños que caía, que
moría. Recorro el lugar con la mirada:
paredes blancas, sábanas blancas. Ten-
go una sonda clavada al brazo izquierdo,
un brazo que no reconozco. Un escalofrío
eriza mi cuerpo. Arranco la sonda de un
tirón y me pongo de pie. Siento un hor-
migueo que me recorre. Voy al baño dan-
do tumbos. Al abrir la puerta miro incré-
dulo la imagen del espejo.
***
Quiero abrir los ojos pero los párpados
me pesan. De pronto recuerdo el espanto.
Fue una pesadilla, pienso. Hay mucha luz
en la habitación. Estoy en el mismo cuarto
blanco, el de mi sueño. Una mujer mayor
– ¿Te olvidaste de mí?– Cada día.
Carlos Azar
MEMORIAMlee una revista sentada en un sillón, a mi
lado. Otra vez traigo esa sonda en el brazo.
Otra vez veo este brazo ajeno, siento mie-
do. La mujer me descubre: se da cuenta de
mi respiración agitada; de mis ojos abiertos.
Mejor los cierro. ¡Doctor! grita emocionada,
luego me toma de la mano. ¿Quién es ella?
Hijito, ¿me escuchas? Su voz se quiebra.
¿Puedes oírme? Sí, intento contestar con
un ronquido. Alguien habla, una mujer ma-
yor. Alguien más, otra mujer. Están muy
cerca de mí. Escucho: El doctor teme por
sus desvanecimientos. ¿No salió normal la
tomografía? Dice que se trata de un daño
interno, mañana vendrá. ¿Y la niña? No tie-
ne caso que lo vea así. Pero ya ha desperta-
do un par de veces, tal vez le ayude verla.
Oigo un zumbido largo. Abro los ojos
fácilmente. Una mujer me está sosteniendo
IN Por Montserrat Varela Mejía
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el brazo, parece una enfermera. ¡Doctor, el
paciente despertó! Un hombre ceñudo se
acerca. ¿Puede oírme? La enfermera trae
un pequeño gafete prendido del pecho:
María. De pronto recuerdo algo. María. El
sonido de ese nombre, un aroma. El doctor
insiste: ¿Señor Fuentes, puede oírme? Mis
ojos se nublan. El zumbido se vuelve cada
vez más fuerte. María, recuerdo. María,
murmuro. Y me aferro a ese nombre que
navega solitario en mi memoria.
Es de noche, estoy conciente. Tal vez
María era esa mujer que escuché hablar
el otro día sentada en el sillón. Pero no,
la voz de María era más dulce. No sé si lo
recuerdo o lo imagino: María olía a lavan-
da, su cabello era castaño, su piel tersa,
su aliento fresco. La amaba. Ella solía
acariciarme el rostro. Sus ojos eran color
miel. Pero no recuerdo su cara. ¿En qué
parte de mi inservible cabeza se escondió
su rostro? Señor Fuentes, me dijo el doc-
tor Fuentes. Un apellido es todo lo que
me describe por el momento. Un apellido
es todo lo que soy. Pero mi consuelo es
saber que amo. ¿Me amará María? El sue-
ño se ha disipado por completo pero esta
vez decido no levantarme. Estoy amarra-
do al suero. Estoy destinado a esta cama
blanca. A este muro blanco. Mi entrepier-
na está mojada. Escurro la mano bajo la
sábana blanca para sentir mi erección.
María ha estado ahí. Yo he estado mu-
chas veces en ella. Recuerdo sus manos
pequeñas y frías, sus labios tersos rozan-
do mi piel. Me quedé dormido anoche. Mi
madre, como he decidido nombrarla, ya
no está en el sillón. Estoy solo. Me sien-
to solo. Pero sé que mientras tenga ese
único recuerdo...Lo sé. Ella me ama. ¡Si
pudiera conocer su rostro! No quiero llorar
mientras me masturbo. No quiero llorar
frente al recuerdo de sus enormes ojos
***
Grito. Mi corazón está galopando a
toda prisa. Tuve un sueño horrible. Que
caía. Quería regresar a la cama pero el
piso desaparecía. La enfermera está to-
mándome el pulso. Tres doctores están
frente a ella. Inyectan a mi sonda algo
que me quema por dentro. El doctor me
hace tomar unas pastillas minúsculas.
¿Se encuentra bien, Sr. Fuentes? Creo
que sí, pero no es cierto. Todavía me
atormenta la pesadilla, el miedo. El sue-
ño por fin me vence.
Gabriel, ¿me escuchas? Soy Mónica,
tu hermana. Era la voz que conversaba
con mi madre aquel día. Abro lentamente
los ojos. No me parece familiar, ni siquiera
un rasgo o un gesto me ayuda a recordar-
la. Ella está llorando, eso me incomoda.
Su llanto me avergüenza, me culpa. Ga-
briel, escúchame. Tienes que reponerte
pronto. Todos te necesitamos. Mañana
va a venir alguien... María, suplico. Sí, ella
va a estar aquí. Pero tienes que reponer-
te. Haz un esfuerzo, por nosotras. Mamá
se fue a descansar. Mañana vendremos
temprano las tres. Me besa la frente. Y
de golpe llega a mí la imagen de María,
toda ella boca besándome la frente. De-
cía que me amaba, le gustaba abrazarme
rodeándome el cuello, luego yo la sujeta-
ba para darle vueltas mientras le devolvía
los besos.
***
Siento como si me taladraran por
dentro. Mi cabeza late. La luz del día me
molesta. Una neblina me baña la mirada.
Estoy confundido. Una sombra se acerca
a mí, besa mi mejilla. Hola, Gabriel, dice
la sombra de mi hermana. Ya está aquí
María. Una sombra más pequeña se
sienta a mi lado, sobre la sábana blan-
ca. Mis ojos se esfuerzan en vano por
enfocar. Esta es mi oportunidad de ver
el rostro de María, de recobrar mi me-
moria, de saber. Extiendo mi brazo. Rozo
una cabellera delgada con mis dedos. ¡Es
María sin duda alguna! Una cabeza se
inclina hacia mi pecho. Huele a lavanda,
pero es demasiado pequeña. Mis ojos se
desorbitan empeñados en ver. Sostengo
el rostro muy cerca del mío. La sombra
se mueve, se quita. Trato desesperada-
mente de encontrar mis labios con los
suyos. El rostro se aclara por un instan-
te. Son los enormes ojos que tanto amo,
los labios tersos. No, ella no puede ser
María. Pero son sus ojos, su olor, su ca-
bello. Yo a María la he besado, he hundi-
do mis labios en su sexo, he acariciado
todo su cuerpo, la he penetrado. Recuer-
do el placer que sentía al estar con ella
y sus ojos ansiosos de mí. ¿Qué digo?
María, con sus pequeñas manos blancas
¡Es una niña! Siento frío. Las manos me
tiemblan. Aparto a la niña de un golpe.
¡Gabriel, que te pasa, es tu hija! Vamos
nena, dejemos descansar a papá.
El único recuerdo que conservo es lo
único que quisiera olvidar. Siento náuseas.
Estoy sudando. ¿Quién soy? Soy Gabriel
Fuentes. Ya no quiero saberlo. No quie-
ro recordar más. Vuelvo a arrancarme la
sonda. Duele. Me lo merezco. Una arcada
llega hasta mi garganta. Me levanto. Abro
la puerta del baño. Observo una imagen
en el espejo que me mira llorando. Le doy
un puñetazo y mi mano sangra. Miro a la
ventana. Un sexto piso, tal vez más. Te lo
debo. Perdóname, María.
Caigo. María olía a lavanda, sus bra-
zos se colgaban de mi cuello, sus ojos
enormes me admiraban, su piel me perte-
necía, su cabello me acariciaba, su rostro,
su rostro, lo recuerdo. María era la madre.
Tan parecidas. María había muerto, pero
prometí recordarla.
Otra vez veo este brazo ajeno, siento miedo. La mujer
me descubre: se da cuenta de mi respiración agitada; de mis ojos
abiertos. Mejor los cierro. ¡Doctor! grita emocionada, luego me toma
de la mano. ¿Quién es ella? Hijito, ¿me escuchas? Su voz se quiebra.
¿Puedes oírme? Sí, intento contestar con un ronquido
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4 8 | L o s S u i c i d a s L o s S u i c i d a s | 4 9
Recibí una llamada de mi primo Rubén,
me preguntaba si yo escribo, si quiero
publicar algo. Ya me lo habían pregunta-
do muchas veces antes, y mi respuesta
era siempre la misma: “mis padres son
escritores, y muy buenos, es mejor que
yo no me meta ahí”. Pero siempre me
quedaba la espinita, ¿y por qué no? Así
que esta vez, cuando mi querido Rubén
me pidió que escribiera algo para el pri-
mer número de esta revista, dije: “¡va, es
tiempo de intentarlo!”
El año 2009 es mi año de la suerte, es
el año en que me toca romper todos mis
límites y enfrentar todos mis miedos, es
el primer año de mi vida en que no tengo
padre. Eso tiene que cambiar las cosas. Por
algo en psicoanálisis existe la figura retóri-
ca de matar al padre, alguna importancia
debe tener y algunas buenas consecuen-
cias también. Yo hubiera preferido que mi
proceso no fuera tan literal, que mi padre
no estuviera, literalmente, metido en una
urna y convertido en cenizas. Pero así fue
y ésta soy yo y agradezco lo que me toca
vivir; agradezco las cosas buenas, las bo-
nitas y dulces, pero también las amargas y
las dolorosas y las agrias, como esta muer-
te. Mi padre era el gran Alejandro Aura. Y
¡Estoy Viva!para mí no era todas esas cosas que la
gente veía y admiraba en él, para mí, papá
eran unas manos calientes, una mirada
amorosa y un poco burlona: “sí, mi Mari-
quita, no te preocupes, así es la vida”.
Y aquí tengo que parar un segundo.
Este ejercicio de escribir de pronto se ha
convertido en otro, en recordar a mi pa-
dre, en pensar quién era él para mí. Ése
sí es un reto que cuesta sangre. Pero
para eso estamos aquí, para jugarnos la
sangre en cada cosa que hacemos, ¿no?
Sigo, entonces. Murió hace siete me-
ses y el dolor se empieza a sentir, el Plane-
ta empieza a resentir su ausencia. Y yo. A
todos nos pasa o nos va a pasar, nuestros
padres se tienen que morir, así es la ley de
la naturaleza. Pero nadie nos enseña ni nos
advierte que va a doler, no sabemos cómo
estar en un mundo en el que ya no está esa
persona a quien tanto queremos. Yo no sé
cómo hacerlo y por eso pienso que es bue-
no escribir esto, no sé si los aburra, espero
que sientan conmigo, a fin de cuentas, mi
trabajo (ser actriz) se trata de eso, de hacer
sentir a las personas.
¿Cómo se vive un duelo? ¿Cómo se le
hace para quedarse con las cosas buenas y
no permitir que el dolor nos quite la vida?
| C A R A S V E M O S || C A R A S V E M O S … E S C R I T O R E S N O S A B E M O S |
María Aura (ciudad de México, 1982) empezó a actuar en teatro con su padre, el escritor Alejandro Aura, a los tres años. Su
debut cinematográfico fue en Y tu mamá también. Estudió en el Stella Adler Studio of Acting, en Nueva York. En 2003
regresó a México y desde entonces ha participado en películas como Niñas Mal, Conozca la Cabeza de Juan Pérez, Spam y
Arráncame la Vida. En la pantalla chica interpretó el personaje antagónico de Mariana en Vivir Sin Ti. También la vimos en la
serie de Fox, Tiempo Final, compartiendo créditos con Jesús Ochoa. Este año estrenó la película Amar.
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Por María Aura
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| C A R A S V E M O S … E S C R I T O R E S N O S A B E M O S | | C A R A S V E M O S |
Tengo algunas ideas: para empezar hay que
dejarlo estar, no lo podemos quitar, más
bien hay que aprender a convivir con él.
A ver, me voy a detener tantito y voy
a buscar otro camino, porque siento que
este experimento de escribir se está con-
virtiendo en un texto de autoayuda. ¡No,
por favor! Yo creo que no hace falta bus-
car proverbios que nos digan para dónde
ir, sino abrir los ojos y sentir el Mundo,
ver a nuestro alrededor, leer un poema
de Tomás Segovia y darse cuenta que la
vida no es una batalla, sino un disfrute,
un regalo.
Soñé que Tomás Segovia era cie-
go e infinitamente feliz; caminábamos
juntos, él con su bastón y sus lentes
oscuros y éramos felices. Tomás es tan
feliz en la vida real, tiene alrededor de
ochenta años y sus ojos le brillan con-
forme su cabeza va imaginando cosas,
conforme va recordando cómo hizo él,
con sus manos, toda la tubería de una
casa en el sur de Francia. Mira a su alre-
dedor y disfruta estar aquí. Tomás es el
ejemplo que me queda de un padre, es
esa persona que ha vivido más que tú,
que es sabio y generoso y quiere mos-
trarte cómo es la vida. Le agradezco
que esté en este mundo. Aunque fuera
ciego, espero que nunca lo sea (nomás
está medio sordo), disfrutaría de los
olores de las calles y de las personas, de
la memoria, de los planes a futuro. Eso
quiero aprender, a estar y estar y estar.
Y otra cosa; me he dado cuenta,
PLEXO
Ah sí
Cuidaré que viva intacta
Esta audaz gratitud desprotegida
No me hundiré en la inercia
De pensar que es tan sólo porque salgo
De la turbia desgracia
Por lo que una vez más
Como en aquellas límpidas mañanas de
mi tiempo
Vuelve a estallar en mi plexo el asombro
De despertar al día
y de encontrarme vivo
Bajo la fresca luz de un joven sol jovial
Ah no
No humillaré la maravilla.
Tomás Segovia,
del libro Siempretodavía.
Ediciones Sin Nombre.
últimamente, que la vida está increíble
(qué fresa soné, pero es cierto). Poder
saborear un trago de vino, una mordi-
dita de chocolate, tocarle la mano a la
persona de al lado, cruzar la mirada con
El Bigo, todas estas cosas simples me
tienen extasiada, vivo como en un par-
que de diversiones, no me la puedo creer,
estar es tan delicioso que se me hace
agua la boca cada mañana cuando me
despierto, nada más de pensar que hoy
también me toca estar.
MARÍA AURA EN CITAS
• Jamás contemplaría el suicidio, es
más, quisiera tener ocho o diez vi-
das. Una amiga decía: “saber que
el suicidio está allí, es como ver
que hay una puerta cuando se es
claustrofóbico y saber que tienes
esa opción.”
•¿Best sellers? No hay tiempo para
leer cosas malas.
• Sobre cuál fue el último libro que
no terminé, esa no te la voy a
contestar. Si alguna vez lo hice,
seguramente fue culpa mía. Para
qué escoges un libro que no te va
a gustar.
• Escribo mis sueños como cuentos.
• Mi género favorito es la novela. He
leído todo Milan Kundera. Siem-
pre regalo libros de Kundera.
• Redescubrí la poesía de mi papá
después de su muerte. Dejé de leer
a mi mamá cuando una de sus no-
velas me pegó.
• Estoy leyendo Una novela rusa, de
Emmanuel Carrère.
• El personaje más difícil que he inter-
pretado fue el de “Arráncame la vida”;
el más divertido, el de “Niñas mal”; y
el que más me ha gustado fue el de
un corto llamado “Oblivion” basado
en un cuento de Mario Benedetti.
• En “Amar” me divertí mucho. Inter-
preté a una recién casada. Fue diver-
tido dejar los papeles de chavitas.
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| PA S T I C H E || PA S T I C H E |
César Tejeda, calle Zempoala, colonia Narvarte, cerca de
la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, México
DF, enero de 2066. Ay, muchachos, les dije cuando abrí la
puerta, éstas no son horas de andar tocando. Ellos se me
quedaron viendo así como si yo no les hubiera dicho nada,
y como si tampoco tuvieran ganas de decirme nada a mí.
Andamos buscando un libro, terminó diciendo el más alto
de los dos, le pregunté que si mi departamento tenía cara
de biblioteca y me contestó que no moviendo la cabeza. Pá-
senle nomás, no importa, ya sé que hay mucha gente bus-
cando libros últimamente. En el fondo me daba gusto, no
había recibido visitas en mucho tiempo y creo que mis libros
no las habían recibido nunca. ¿Y cuál es ese libro que an-
dan buscando?, le pregunté al que no había dicho nada para
asegurarme que no era mudo y contestó. Supongo que puse
cara de asustado porque asustado me sentí cuando les dije
que hace mucho tiempo que no sabía nada de ese libro, que
andaba perdido en el norte. Sin decir nada me fui a la cocina
por algo de tomar, elegí una botella de mezcal porque era la
única que estaba llena, ya sabía que la plática iba a ser larga,
Mezcal“La vida no es tan breve como se piensa”.
Roberto Bolaño
·Los Suicidas·
había mucho que decir de esa nove-
la y a esos dos jóvenes se les notaba
que hablaban lento. No habían creído
lo del libro en el norte porque cuando
regresé de la cocina, los vi buscándo-
lo en mis libreros, se notaba que eso
hacían porque no pasaban sus ojos por
encimita como los que sólo ven curio-
seando, iban con los ojos bien pegados
a los lomos. Siéntense, muchachos,
están en su casa, dije, mientras ponía
la botella de mezcal y los vasos en la
mesita de en medio. Había supuesto
que se espantarían antes de tomarlo,
porque ese mezcal sólo se conseguía
en el norte, era una producción limi-
tada que ya nadie conocía y la botella
parecía como de veneno, y encima de
todo, se llamaba mezcal Los Suicidas,
pero no se asustaron nada, al contrario,
Ilust
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se sirvieron como si fuera una garrafa y comenzaron a to-
márselo como si agua. No sé por qué yo había imaginado
que comenzarían por sólo mojarse los labios. ¿No tienen
curiosidad de saber qué es lo que se toman?, pregunté, y
el chaparro me contestó que no porque ya lo había leído
en la botella, el alto sólo quiso saber si era oaxaqueño y
por mí supo que no lo era, que era del norte y el chaparro
insinuó que yo debía tener algo con el norte ya que sólo
me refería a ese lugar y lo interrumpí diciéndole que no era
cierto, que ni lo conocía, que lo único que tenía algo que ver
con el norte allí era el mezcal que bebíamos y en dado caso,
ese libro que andaban buscando. Vino un silencio en el que
yo me sentí muy incómodo pero no quise romperlo porque
las preguntas debían tenerlas ellos. ¿Qué tiene que ver ese
libro con el norte?, me preguntó el más alto y yo le contesté
que ese libro siempre acababa en el norte, no importaba si
se iba de viaje a Israel o a otro lado lejano, siempre acababa
en el norte de México y ahí te dejaba tirado. ¿Cómo un libro
puede dejar tirado a uno en algún sitio?, preguntó el cha-
parro, y yo le dije que no fuera menso, que era un decir, que
era una cosa de la mente y como me notó enojado me pidió
una disculpa, dio un sorbo grande a su vaso, se sirvió más
mezcal Los Suicidas y luego me dijo que de eso él ya no se
acordaba, lo disculpé porque de verdad se lo creí. Se voltea-
ron a ver con cara de que no sabían qué era lo que estaban
haciendo allí conmigo, entonces decidí ponerle punto final
al numerito. Miren, muchachos, les dije fastidiado, ese libro
no está en mis libreros porque lo perdí hace mucho tiempo,
¿pero sí lo leyó?, interrumpió el más alto. Claro que sí, res-
pondí, lo leí como hace sesenta años, y ahora a mis ochenta
y dos me sigo acordando de todo. Les repetí que ese libro
estaba perdido en el norte y que debían dejar de buscarlo
ni siquiera les convenía encontrarlo, ¿por qué?, preguntó;
el chaparro, porque ese libro mata padres, le contesté sin
darle más explicaciones, ya que ese chaparro me hacía eno-
jar, ¿cómo que padres, se refiere a padrecitos de la iglesia?,
preguntó el más alto y yo le contesté que no, que me refería
a progenitores. Entonces les tuve que contar sobre la mal-
dición García Madero. El alto quiso saber si lo que estaba
diciendo era que aquel era un libro maldito y yo tuve que
ser enérgico cuando dije que no, que los malditos éramos
nosotros. Cuando el chaparro pidió que le explicara la mal-
dición aquella se lo conté todo de un jalón, así tuvo que ser:
que el primero de nosotros, nosotros mis amigos, que ha-
bía leído el libro se apellidaba García Pérez y que mientras
estaba leyéndolo supo que su papá se había enfermado de
cáncer de próstata y que había caído muerto a las pocas
semanas, incluso antes de que acabara el libro, pero como
uno no lee algo y lo relaciona a esas cosas se lo recomendó
a otro amigo que se llamaba Ismael, y que justo estaba le-
yéndolo en su cuarto cuando su padre le habló para contarle
que tenía de ese cáncer en el cerebro, pero a Ismael sí le dio
tiempo de acabar el libro antes de que su papá se muriera.
Pero como con todo y uno lee un libro y se le muere un pa-
dre y al otro le pasa lo mismo, uno sigue sin relacionar una
cosa con la otra, entonces mi amigo Ismael me lo prestó a
mí y ya estaba apunto de terminar el libro cuando mi pa-
dre enfermó de cáncer en el estómago y un año después se
murió. Fue hasta entonces que hicimos la relación y siem-
pre que hablábamos del libro lo venerábamos pero también
advertíamos a la gente, y entonces un amigo que se llama-
ba Hernán, como no tenía ya padre no le importó leerlo, pero
a él se le murió el padrino, ya no de cáncer sino de cirrosis, y
cuando él recomendó el libro a su prima, la advirtió de todo,
entonces ella decidió no leerlo, pero un día se lo dejaron en
la escuela así que no le quedo más remedio que hacerlo, lo
bueno, eso creyó ella, era que para entonces ya no le impor-
taba nada porque el padre se había vuelto un cabrón hijo de
puta, pero entonces se le murió la abuela, y la cadena siguió
hasta donde ya no eran conocidos míos, siempre igual. Ya
muy tarde nos dimos cuenta de que nos habíamos matado
a los papás entre nosotros. El más alto me preguntó que
dónde podía conseguir el libro porque
a él no le importaba eso y yo insistí en
que ese libro se había perdido en el
norte, en el desierto de Sonora proba-
blemente, y entonces se desesperó y
me dijo que ése era mi libro y que no
debía ser el único, entonces yo tuve
que ser más preciso, acentuando con
la voz, que yo nunca había dicho que
mi libro se había perdido en el norte,
que yo había dicho que “el libro” se
había perdido en el norte, acentuando
“el libro”, y me dijo que el mío no debía
ser el único y yo le dije otra vez que no
lo era, que no fuera necio y que no es-
tuviera matando padres. Se quedaron
callados, se les veía el enojo y me sentí
mal porque a fin de cuentas sólo eran
dos muchachos buscando un libro y yo
tenía muchos y conocía el que querían,
sólo que no podía decirles más de lo
que había dicho ya. No maten a sus
padres, muchachos, dije. Nuestros pa-
dres ya están muertos, dijo el chaparro
¿o a poco usted cree que sólo su libro
es lo que mata a los papás? Y yo le dije
que no, pero que se me figuraba que
así era porque a fin de cuentas yo sólo
había tenido uno, un padre, y entonces
se rieron y con eso nos reconciliamos.
Seguimos hablando del libro hasta
que se acabó la botella de mezcal Los
Suicidas. Se fueron agradecidos por-
que estaban ebrios y porque, por lo
menos, sabían que ese libro no estaba
en la ciudad.
El alto quiso saber si lo que estaba diciendo
era que aquel era un libro maldito y yo tuve que
ser enérgico cuando dije que no, que los malditos
éramos nosotros
| PA S T I C H E || PA S T I C H E |
Somos de la misma generación. Entramos al
mundo literario en los setentas, cargando
nuestro poemas bajo el brazo, al México que
Roberto Bolaño, otro joven poeta de esos tiempos,
eternizó en Los detectives salvajes.
Daniel Sada apareció en el círculo que rodeaba al
Taller Martín Pescador de Juan Pascoe. Entre otros, es-
taban Verónica Volkow, Francisco Hinojosa, José María
Espinasa, Francisco Segovia, José Luis Rivas, Coral Bra-
cho, Alfonso D’Aquino. Del otro lado del ring estaban los
infrarrealistas, Juan Pascoe había impreso un libro de Ro-
berto Bolaño —su primero—, y otro del gurú de aquel ban-
do, Efraín Huerta. Éramos grupos contrarios, enemigos
casados. Ellos infras, nosotros no teníamos nombre. Ve-
rónica Volkow era amiga de las dos tropas. Trotsky fue el
excipiente de esta receta: el hermano de Juan, Ricardo
Pascoe, y Roberto Bolaño eran trotskistas, y Verónica
Volkow la bisnieta. Juan Pascoe estaba por imprimir un
libro de Octavio Paz (con Thomlinson), el gurú de nuestra
cancha, los sin nombre ganábamos ese match.
Me acuerdo de la primera vez que leí los poemas de
Daniel Sada, y de la primera vez que lo vi. No se vestía
como nosotros, no hablaba como nosotros,
no sobrevivía de la chiripada como noso-
tros, hacía negocios —compraba y vendía—,
parecía gente decente y no, como era nues-
tro caso, un poeta huarachudo, melenudo,
muerto de hambre (aunque anoto que,
como recuerda con precisión Juan Pascoe,
Bolaño siempre traía la ropa planchada,
difería en ese punto de nuestro aspecto).
Hizo falta que nos enseñara sus textos
para que lo reconociéramos como uno de
los nuestros.
Sus poemas eran precisamente distin-
tos. Sada ya tenía su voz, su peculiar sentido
del humor. Era un excéntrico y en esto era
como nosotros. Su excentricidad no era estri-
dente, sino involuntaria, auténtica. Necesa-
ria. Sincera, no impostada.
Tenía ya un oído perfecto, y la combina-
ción que me sigue perturbando: la mezcla de
simpleza con barroquismo, de refinamiento
con materia del vulgo. También había en él
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de Daniel SadaPor Carmen Boullosa
“más bien siempre”
El
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una astucia literaria de la que daba mues-
tras precoces. Citaba de memoria a gran-
des poetas, y siempre tenía un dicho po-
pular a la mano.
Desde ese punto de arranque o comien-
zo brillantes, Sada ha emprendido un camino
personal perseverante y atinado (aquí brazo
a brazo ya no sólo de los poetas de nuestra
generación, sino también de los narradores,
Juan Villoro, y de los que, como él, nos volvi-
mos anfibios, Roberto Bolaño, Fabio Morá-
bito, la Boullosa). De Lampa vida a Albedrío
a Una de dos, a Porque parece mentira la ver-
dad nunca se sabe, Luces artificiales, Ritmo
Delta, La duración de los empeños simples,
fue anexando a su energía inicial sustancia
narrativa. Así llegó a Casi nunca, para mí su
mejor novela.
Casi nunca es de sala de conciertos y
de plaza pública. Su lengua que la crítica
ha calificado de —barroca— está desprovis-
ta de adornos y artificios. No sé si es afor-
tunado llamarlo barroco; si lo es, el suyo
es un barroco austero, de una austeridad
casi cruel. No deja respiro. Tensa cada fra-
se en una suerte de desesperación placen-
tera, erotizada. Sólo aquí, me parece, hay
erotismo en la fría mirada narrativa del
escritor que convierte al (punido, adorado,
mitificado) acto carnal en un —mete-saca.
Esa lengua, pelada, desnuda, musical, es-
pirituosa pero no espiritual, es un caso único.
Con ésta, contra toda lógica, Daniel
Sada, como decía, ha ido imponiendo ve-
locidad a su prosa contemplativa, e in-
cluso auto-contemplativa. Vale decir que
baila el zapateado en cinco centímetros
cuadrados y nunca más de tres de alto, prácticamente
no despega el cuerpo verbal del piso. La suya es len-
gua con-de piruetas y virtuosismos, pero no circense:
tiene el recato del confesionario, y transcurre a me-
dias en el burdel.
Su humor no es festivo sino, por decirle de algún
modo aunque no es el más preciso, fúnebre o de fu-
neraria. No deja burro con cabeza, cubre de la cópula a
la prostituta, a la santa, a la tía celestina post-lúbrica,
a la plaza del pueblo, a la papelería, al billar o al holo-
causto. Arrasa parejo.
Tiene algo de desacralización mecánica, deja al
acto carnal en franco ridículo, al deseo como una bo-
bada. Seca lo que toca: el agrónomo, que debiera crear
plantíos, se vuelve en las manos de Sada un carnicero.
Lo temerario en él no es aventurero sino estático.
Sada rompe barreras pero no porque se las brinque o las
transgreda, sino porque impone sobre éstas un peso. Las
derrumba, y se ríe, dejando al lector en descampado.
El mundo desolado de los personajes de Casi nun-
ca, los miserables comedores de frijoles que se dejan
esclavizar por miedo, la pareja de cacos y su cómplice
que aprovechan el primer gesto de confianza de sus
patrones para desplumarlos, el reencuentro yermo,
muerto, de los viejos amantes, es siempre motivo de
júbilo del narrador que encuentra en esta corte de mi-
serables los motores de vapor de su alegría narrativa.
El periplo de sus fracasos conforma su densidad
traslúcida. Esta densidad, si es densidad, llega a serlo
en un ejercicio contrario al que practica Lezama Lima
—no tiene un origen erótico o sensual, tampoco inte-
lectual—, también contrario al de autores como Krista
Wolf, producto en ese caso de un desgarramiento en
la ética colectiva, vuelto evidente en su prosa. No: su
densidad —si es densidad— es la celebración de la lla-
ga, de la fractura, del desgarramiento, del sinsentido.
Y esto no casi nunca, sino más bien siempre.
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Con múltiples obras en su haber, en-
tre ellas Trainspotting y Acid House,
Irvine Welsh regresa a la prosa cor-
ta con su segundo libro de cuentos. Con-
formado por cuatro relatos breves y una
novella1, If You Liked School, You’ll Love
Work retoma los elementos recurrentes
en la obra de Welsh: el deterioro moral,
la exploración de las pulsiones básicas, el
lenguaje vernáculo plagado de slang, el uso
de drogas, el humor corrosivo; pero también
es un experimento literario sobre el estilo y la
perspectiva narrativa, en donde cada histo-
ria muestra un vasto mosaico de personajes
nunca antes explorados en su obra: inmigran-
tes mexicanos, jovencitas snobs de Chicago,
un director de cine texano y hasta un fracasa-
do jockey escocés.
El libro abre con “Rattle Snakes”, relato
en el que tres estadounidenses tienen un ac-
cidente en el desierto tras consumir yagué.
Después de que uno de ellos sufre una mor-
dedura de serpiente en el pene, dos violentos
inmigrantes mexicanos los confrontan. En
“If You Liked School, You’ll love Work”, relato
que da título a la colección, Michael Baker
—un inglés expatriado dueño de un bar en
una idílica isla española— intenta mante-
ner su vida bajo control asediado por una
ex esposa, dos amantes, su hija e incluso la
mafia. “The DOGS of Lincoln Park” relata la
desaparición de Toto, la mascota de Kendra
Cross, quien es miembro de un grupo elitista
de Chicago. La intriga comienza cuando ella
sospecha de su vecino, un chef coreano. En
“Miss Arizona”, un joven aspirante a director
de cine pretende realizar la biografía de su
difunto héroe cinematográfico mediante
una entrevista con la viuda, Yolanda. Pronto
Como una
mordida en la
entrepierna
…
…
se da cuenta que las intenciones de Yolanda
con él van más allá de una simple sesión de
preguntas y respuestas. Finalmente, “King-
dom of Fife” narra las desventuras de Jason
King, un ex jockey jugador de futbol de mesa
que se enamora de Jenni Cahill, la acaudala-
da hija de un mafioso.
Con osadía, Welsh opta por darle un en-
foque más cosmopolita a su narrativa. Sólo
“Kingdom of Fife” transcurre en su nativa Es-
cocia; los demás relatos en Estados Unidos y
las Islas Canarias. Si bien Welsh es reconocido
por impregnar su literatura con los modismos
y expresiones particulares de distintos gru-
pos sociales del Reino Unido —como el caso
de Trainspotting—, en If You Liked School,
You’ll Love Work parece que esta fórmula no
encaja completamente, ya que no en todas
las historias alcanza la mímesis precisa del
lenguaje para cada personaje, tal como ocu-
rre en “Rattle Snakes” y en “The DOGS of
Lincoln Park”; sólo en territorio familiar Welsh
consigue desarrollar personajes del todo ve-
rosímiles, como el protagonista de “Kingdom
of Fife”. Sin embargo, aquéllos que siguen la
obra del autor encontrarán en esta colección
que su ingenio incisivo se mantiene fresco. Lo
grotesco y lo absurdamente hilarante conver-
ge con lo trágico para transmitir una sensa-
ción de ambivalencia respecto a la temática
propia de cada relato. Es de esperarse que un
libro en donde hay decapitaciones, peleas de
perros, mordidas de serpiente en los genitales
y accidentes vehiculares, dé pie a la reflexión
sobre cuán bajo puede caer el hombre y qué
tan duro puede ser el castigo.
| L I B R O S |
Welsh, Irvine, If You Liked School, You’ll Love Work, W.W.
Norton & Company, Londres, 2007, pp. 391. 1 Breve relato en prosa.
Por Alvaro García