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ABSIDE: UN EJEMPLO DE INSCRIPCION Y DE DILATACION DE LA CONCIENCIA NACIONAL POR LA CULTURA Louis Panabiére Universidad de Perpignan/IEM/ El Colegio de Michoacán “Es necesario que el verdadero mexica- no, en la hora trascendental que vivimos, tenga una visión integral de la naturale- za del sentimiento patriótico. El patrio- tismo no es el fondo sina la dilatación del propio amor a sí mismo, que en su grado cero, como ha dicho algún escritor, se llama egoísmo. Viene después el pri- mer grado, que es el amor a la familia. El segundo lo constituye el amor al país natal. El tercero el amor regional o re- gionalismo. El cuarto el amor a la nación o patriotismo. Y sigue extendiéndose en la preferencia a la raza, hasta llegar en su límite máximo al amor a la huma- nidad”. E. San Martín, Abside, N? 3, 1938. En momentos de mutación social, ideológica y cultu- ral, resulta difícil atar los cabos sueltos de las corrientes formadoras de la conciencia nacional, dar con los agentes de la constitución de un imaginario colectivo, consenso ideológico de la identidad. En el siglo XIX los pensado- res románticos inventaron las naciones1 y forjaron las ins- cripciones de pertenencia a una tierra, a una lengua, a una cultura. Luego los Estados tomaron el relevo, se en- cargaron de convencer y desplazaron el lugar inicial de las palabras y de los mitos fundadores. Los intelectuales, creadores de dimensiones simbólicas, no por eso renun- ciaron a su posible papel funcional y las repetidas inter-

Louis Universidad de Perpignan/IEM/ El Colegio de … · 2014-02-27 · tonces había recibido se habían revelado, a la luz de acon tecimientos como las crisis mundiales, las guerras,

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ABSIDE: UN EJEMPLO DE INSCRIPCION Y DE DILATACION DE LA CONCIENCIA NACIONAL POR LA CULTURA

Louis Panabiére Universidad de Perpignan/IEM/

El Colegio de Michoacán

“Es necesario que el verdadero mexica­no, en la hora trascendental que vivimos, tenga una visión integral de la naturale­za del sentimiento patriótico. El patrio­tismo no es el fondo sina la dilatación del propio amor a sí mismo, que en su grado cero, como ha dicho algún escritor, se llama egoísmo. Viene después el pri­mer grado, que es el amor a la familia. El segundo lo constituye el amor al país natal. El tercero el amor regional o re­gionalismo. El cuarto el amor a la nacióno patriotismo. Y sigue extendiéndose en la preferencia a la raza, hasta llegar en su límite máximo al amor a la huma­nidad”.

E. San Martín, Abside, N? 3, 1938.

En momentos de mutación social, ideológica y cultu­ral, resulta difícil atar los cabos sueltos de las corrientes formadoras de la conciencia nacional, dar con los agentes de la constitución de un imaginario colectivo, consenso ideológico de la identidad. En el siglo XIX los pensado­res románticos inventaron las naciones1 y forjaron las ins­cripciones de pertenencia a una tierra, a una lengua, a una cultura. Luego los Estados tomaron el relevo, se en­cargaron de convencer y desplazaron el lugar inicial de las palabras y de los mitos fundadores. Los intelectuales, creadores de dimensiones simbólicas, no por eso renun­ciaron a su posible papel funcional y las repetidas inter­

venciones de los “hombres de cultura”, en casos en que las instituciones les imponían sus modelos, son muestra de la persistente voluntad de no regresar a la torre de mar­fil de un altivo alejamiento de la “cosa pública'. El saber, con nuestro siglo, entró en competencia con el poder y el “Consejero del Príncipe’ tuvo que escoger entre ser cóm­plice o rival. Contra el político, empresario ideológico, el intelectual humanista quiere ubicarse oponiendo a la tec­nocracia cultural la cultura como creación a partir de un legado, del cual se siente legítimo y autorizado deposita­rio.

Para no dejarse instituir, para seguir siendo, según la reciente tradición, los instituyentes de un simbolismo constituyente, sobreponiendo a la constitución legal la constitución de un imaginario colectivo, los intelectuales creadores de esta simbología, escritores y artistas, han te­nido que situarse, encontrar un nuevo lugar, paralelo, de surgimiento de las palabras y mitos creadores. Como la Universidad no funcionaba ya como tal lugar,2 la revis­ta cultural vino a representarlo, sobre todo entre los años 1920 y 1950, antes de que los medios masivos de comu­nicación vinieran a tomar el relevo (en forma más dis­cutible que no cabe comentar aquí).

Las revistas culturales tuvieron en la primera mitad del presente siglo una importancia considerable y, a pesar de su relativamente reducida difusión, fueron, a nuestro parecer, semillas que dejaron mucho fruto para el que quiera comprender la moderna función del saber.

Estas revistas culturales, en la mayoría de los casos, no existieron para defender una doctrina o para poner en tela de juicio procedimientos literarios ni artísticos, tam­poco para “revisar” una forma de expresión. En cambio, a través de la cultura literaria, definen una línea ideoló­gica, un imaginario colectivo, una conciencia nacional o una identidad. En ellas se expresa más una forma de sa­ber frente al poder que la preocupación por una expresión

creadora. Su lugar es el de la interferencia entre lo ins­tituyeme y lo instituido en los problemas más amplios del conocimiento en la polis. Aunque pretenden casi todas explícitamente que ‘no quieren hacer política y por cier­to porque lo pregonan, su fin es ante todo político, en el sentido estricto de la palabra:

¿Qué significa hacer una revista, leer una revista?

¿A qué exigencias corresponden aquellas empresas

discretas en medio del tráfago de la información co­tidiana y semanal? Antes de ser instrumentos de información o de discusión, las revistas son para los

intelectuales una posibilidad de organizarse y de to­mar conciencia de su función. Sus vicisitudes son etapas de la reflexión de los intelectuales sobre sí mismos, sobre su trabajo, sobre su lugar en la socie­dad. Guando la intdligentsia debe reexaminar su posición (a principios del siglo después del caso Drey- fus, el desarrollo del movimiento obrero, la separa­ción de la Iglesia y del Estado o en los años treintas) nacen revistas importantes. Esto explica el que, si bien las revistas pueden depender de instituciones (partidos o capillas), las más originales hayan naci­do al margen y hasta en contra de las principales instituciones 3.

Guillermo Sheridan ha señalado acerca de esto en México que “cada revista es un nuevo camino en la ciu­dad y a veces en lo que está fuera de ella. . . sólo en ellas se consigue un espacio capaz de inquietar a los represen­tantes del Poder real y a los representantes oficiales de la literatura, la revista literaria es el mejor antídoto contra la oficialización de las letras”4, y, añadimos nosotros, con­tra la oficialización del pensamiento. Después de haber intentado poner a la sociedad en fórmulas, los intelectua­les se percatan de que pueden contribuir a producirla, a definir los fines sociales, a establecer las relaciones con el legado cultural.

Este fenómeno se da más particularmente entre los años 30 y 40 del presente siglo. En esa época se expresó de manera más aguda la voluntad de ciertos intelectuales de situarse en lo social de modo activo y autónomo. Los valores cristianos y humanistas que la generación de en­tonces había recibido se habían revelado, a la luz de acon­tecimientos como las crisis mundiales, las guerras, las re­voluciones, frágiles e inoperantes. Se trataba entonces de desecharlas para hacerlas vivir, “de sacarlas de la inútil se­renidad, de los claustros conventuales o universitarios, pa­ra injertarlos en la historia”5.

México viene a ser un ejemplo muy significativo de esta situación. En tiempos de la llamada “institucionali- zación de la revolución”, el Estado, bajo la batuta de Vas­concelos --“Alfabeto, pan y jabón”—, se erigió en empre­sario ideológico a través de la cultura, y su primera preo­cupación fue “forjar patria”, por medio de la cultura y la ideología. En vez de codificar la herencia cultural, la ins­titución la construye y el proyecto surgido de la Revolu­ción quiere atar a los intelectuales a los intereses de la Re­volución Cultural: “El nacionalismo cultural (noción opuesta a la cultura nacional) es siempre una función pu­blicitaria del Estado” 6. En el discurso de fundación del P.N.R., en 1930, Luis de León anuncia: “Queremos reu­nir el trabajador del campo y de la ciudad, de las clases medias y submedias e intelectuales de buena fe”7, invitan­do al intelectual a convertirse en órgano de transmisión de los dictámenes estatales. El intelectual reacciona. Des­terrado del lugar de la palabra y de los mitos fundadores, va a crearse un lugar simétrico en el cual se afirma como instituyente simbólico y no como instituido. Este lugar va a ser la revista, y Contemporáneos, Examen y muchas otras son prueba manifiesta de esa intención. Para ellos la "crisis de la civilización” es la de un mundo abando­nado por los más excelsos valores y urge tratar de cambiar las relaciones: “Primacía de lo espiritual debe significar

no el replegar sobre un esencial’ separado, desencarnado, sino la toma de conciencia del desorden, el renunciar al bienestar y a la evasión, la fuerza de decisión y la lucidez que resultan de una convicción” 8. El humanismo se ha empobrecido al contacto con las preocupaciones económi­cas y urge salvarlo.

Entre las numerosas revistas que emprenden esta ta­rea en el México de los años 1930, Abside es, no cabe du­da, una de las más reveladoras de esa tentativa de resca­tar los valores humanistas, actualizándolos e injertándolos en la sociedad a modo de motores, de agentes dinámicos en vez de lujos decorativos. Por su situación geográfica, ideológica y cultural Abside es el paradigma perfecto (lo bueno y lo menos saludable) del papel y la función de las revistas culturales. Ninguno como ella estaba más “en las afueras, al margen de los ejes esenciales del poder. En el momento en que se comenzó a editar, los que se propu­sieron contribuir por medio de ella a la elaboración cul­tural de un país en gestación, hacer surgir la cultura del pensamiento nacional, estaban situados —a diferentes ni­veles— en las antípodas del proyecto cultural del Estado.

Desde un punto de vista geográfico, primero. En los tiempos en que se estaba exaltando la realidad mexi­cana en términos de nación para unificar a todo el país, borrando étnias y nacionalismos separatistas, el grupo que fundó la revista, en tomo a Gabriel Méndez Planearte, te­nía, a pesar de editarse en Fresnos 193, México, D.F., un origen provinciano: Michoacán, y giraba en torno a dos ciudades: Morelia y Zamora. Si hacemos el recuento de todos los artículos que ensalzan el “sabor de la tierruca”, la gran mayoría muestran un localismo evidente, como lo veremos más adelante.

En el aspecto histórico, también, las raíces y las fuen­tes de los fundadores de la revista se oponen a las que la institución quería rehabilitar y hacer sentir. El Esta­do prefería hacer olvidar el tributo histórico a la “Madre

Patria”, mientras que el grupo de Abside estaba profunda­mente marcado por la historia colonial. Y eso no se pro­ducía por una elección ideológica sino más bien por el hecho de que la región de origen, y más particularmente las ciudades (Zamora, Morelia), había sido marcada más que otros puntos de la república por la influencia espa­ñola y las realizaciones coloniales.

En el campo de la cultura, y por las mismas razones, en el momento en que la cultura oficial prefería borrar lo hispánico para revalorizar lo pre-colombino, estos intelec­tuales ostentaban una afición, para ellos tradicional, a las fuentes greco-latinas que habían mantenido su educación y que no podían olvidar de un día para otro.

En el campo, en fin, de la propia ideología y de la visión del mundo y de la sociedad, en el momento en que el Estado se inspiraba en el marxismo, en que la “educa­ción socialista” y el dogma del materialismo dialéctico es­taban de moda, los intelectuales de Abside, con el padre Gabriel Méndez Planearte, movidos por el profundo senti­miento religioso que animaba su región, en todas las capas sociales, trataban de reflexionar sobre la posible aplicación de este sentimiento a la nueva realidad social en el proce­so problemático de la civilización contemporánea.

En otras palabras, si, como lo hemos visto, las revistas culturales son la posibilidad de discrepancia frente a los im­perativos y a los dictámenes gubernamentales, Abside re­presentaba el punto más opuesto a la ideología oficial y podemos decir que la trayectoria de sus valores tomaba el camino inverso al proyecto institucional. Por eso no po­dían entenderlo, y E. San Martín escribió desde los prime­ros números: “La inversión de estas gradaciones (cf. frase citada en exergo del presente artículo) que implica el doc- trinarismo colectivista es anti-nautral, y por ello está conde­nado de antemano al más grande de los fracasos. O sea, a la anarquía y al odio universal” 9. Esta declaración no proviene de una oposición sistemática, sino más bien del

in

sincero parecer, enraizado en una cultura, de que la ins­titución estaba errando el camino y que la función del hombre de cultura era corregir el proyecto descarriado, y no, como se pudiera creer, “reaccionar” ciegamente para frenar el dinamismo cultural de un nacionalismo nacien­te, de una conciencia nacional en proceso de remodela­ción.

Esta ideología disidente no se puede discutir simple­mente en términos de la reacción de una élite ansiosa de preservar a toda costa sus derechos. Es cierto que los fun­dadores de Abside pertenecían a una clase social determi­nada y que su religión sirvió a la opresión de los regíme­nes precedentes. Pero habría que matizar los juicios in­tempestivos, sin quitarles lo que tienen de cierto. Es in­negable que los valores que defendían habían sido los de una sociedad que tenía que cambiar, pero es innegable también que estos hombres eran la emanación indiscuti­ble de una tendencia de la sociedad civil, sea el hecho criticable o no. Este grupo no representaba una vaga ideología propuesta por individuos aislados, sino que eran el reflejo y los portavoces de una realidad social —que no se podía descartar de buenas a primeras— y había que te­nerlas en cuenta para la elaboración equilibrada del hom­bre nuevo. Este no podía surgir de la nada, y aún menos de modelos ajenos a su historia y cultura tradicionales.

Además, sobre todo en la primera época de la revis­ta, hay que apuntar que los editores de Abside, al afirmar y defender su ideología, no la enarbolan como un arma de combate, no hacen de ella una verdadera aposición. Trataremos más adelante de precisarlo, pero debemos re­conocer desde ahora que su proyecto no era preservar una cultura para conservarla, sino más bien preservar para en­riquecer, para injertar sus conocimientos y visión del mun­do a la constitución del hombre nuevo que necesitaba la nueva civilización. En los primeros años de la revista, se nota su rechazo al rectorismo, una apertura hacia los

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problemas de su tiempo, en una palabra, un afán de di­namismo en una sociedad en evolución, tomando en cuen­ta sus problemas y poniéndolos en tela de juicio. En su­ma, se nota una conciencia que sabe interrogar, sin ideas preconcebidas y prejuicios. Al contrario, la gran mayoría de los que escribían parecía tener una conciencia muy cla­ra de su función de contrapeso, de elemento esencial en el movimiento dialéctico en la marcha de la cultura.

En eso radica el punto más importante de la revista en sus inicios: el de representar no un freno sino un con­trol, una revisión enriquecedora. Pero para que esta ac­titud resulte eficiente, es necesario que sea la expresión de un momento preciso en el proceso de mutación. Las re­vistas culturales que han sido eficaces en el curso de la his­toria de las ideas, en México y en cualquier otro lugar, han sido las que corrigieron un rumbo extremista en un momento dado y que luego han desaparecido sin estorbar el movimiento histórico. Recuérdese Ulises, Contempo­ráneos, Examen y muchas otras, para no citar más que las de la misma época. Cuando una revista dura mucho más allá de su impacto inicial, entonces pierde su fun­ción esencial de ‘revisión” y se vuelve cenáculo, círculo cerrado de intelectuales que se encierran para defender, y entonces sí conservar, una ideología paralela, sin puntos de interferencia con el proyecto general. La función “ac­tiva” del intelectual disidente de los primeros tiempos, el papel de desacuerdo positivo, analizador y “revisor” del impulso inicial, se diluye en espíritu de capilla y se vuel­ve otra institución, sin posibilidad de dialéctica, de diná­mica. Los valores tradicionales a los que estaba aferra­do el intelectual, hasta para operar su reconversión, se vuel­ven baluarte que hay que defender a toda costa, y se pro­duce una ruptura de verdadera comunicación. El intelec­tual ya no es activo, productor de conciencia nacional, sino que se retrae en una ideología que se verifica para prote­gerse, que se repliega sobre sí mismo y se esclerotiza, vol­

viéndose a veces irrisorio defensor de las causas perdidas, otra vez soñador. Sería tal vez demasiado tajante afirmar que éste fue el caso de Abside. Pero, como nos resulta más significativo para nuestro asunto los tiempos de crea­ción y de afirmación inicial de una revista, trataremos de analizar sobre todo esa época, en Abside, para después des­tacar lo que nos parece característico de una progresiva dilución.

Nuestro objetivo será ver, a través del caso de Abside, los rasgos esenciales paradigmáticos que estimamos positi­vos y luego inoperantes de las revistas culturales, lugar de expresión de una categoría de intelectuales en un momen­to determinado.

Los autores e intelectuales que idearon la revista y participaron en su elaboración tienen en común —la ma­yoría— la pertenencia geográfica a un lugar determinado —Michoacán— y más precisamente, lo que importa mu­cho para el medio cultural en que se educaron, las ciuda­des de Zamora y Morelia. Los hermanos Méndez Plan­earte, Alfredo Maillefert v otros, a pesar de residir en la capital o estar conectados con los medios intelectuales del D.F., tenían unas raíces socio-culturales que no se pueden pasar por alto. A ellos se juntaron por afinidades cultu­rales los que tenían una misma ideología, sobre todo en el campo de la religión v de la filosofía: Alfonso Junco, Octaviano Valdés, el nadre Angel María Garibay. Pero, si b:’en los principales redactores de Abside procedían de un mismo tronco socio-cultural, es preciso subrayar que las diferencias de temperamento se hacen sentir notablemen­te en sus artículos y en las relaciones de fuerza en la orien­tación de la revista. Unos fueron más intransigentes que otros, otros fueron más abiertos a los problemas nacionales e internacionales y más sensibles a las expresiones de una sociedad. Lo anterior es característico de las revistas en general: los intelectuales pertenecientes a una misma cla­se sociocultural, afines a una misma ideología, pueden os­

tentar puntos de vista notablemente diferentes. A pesar de los puntos comunes que los pueden haber reunido, mu­chos son los grupos de intelectuales que pudieran auto-ca- lificarse de 'grupo sin grupo” como lo hicieron los de Contemporáneos, y esto nos puede evitar generalizacio­nes abusivas. En el grupo de Abside, el hecho es eviden­te y se podría demostrar fácilmente, empero nuestro pro­pósito no es hacer un estudio de las distintas personalida­des que hicieron la revista sino más bien esbozaf el per­fil ideológico de la producción cultural que representaron. Sin embargo, por ía índole misma de estas personas y de que una revista sea sobre todo significativa en el impulso de sus inicios, habría que proponer una periodización, por cierto muy personal, que representaría una trayecto­ria significativa: de 1937 a 1939, Abside cumple muy bien con el fin que se propone de corregir una visión de­masiado parcial de una cultura y de una sociedad, opo­niendo a una oficialización demasiado rectorista la reali­dad de los valores existentes. La trayectoria así definida pierde un poco de su valor de protesta constructiva y luego renace con Ja oposición al totalitarismo hitleriano en 1940, en tiempos cíe la guerra mundial. La indignación frente al nazismo hace resurgir con nuevas fuerzas los va­lores humanistas que dieron luz a la revista. Luego, a partir de 1946, ésta se vuelve más sistemática, más reflejo de un círculo intelectual que se encierra en valores más rígidos, esta posición se hace más patente a partir de 1955, como se verá más adelante.

Nuestro fin, más que una historia de Abside, más que la elaboración de un catálogo o índice, es dibujar un perfil, una figura representativa de un hecho cultural. Por eso nos parece necesario empezar nuestro cuadro sin­tético por la declaración de intención que hizo Gabriel Méndez Planearte, al abrirse el primer número, en ene­ro de 1937, para aclarar y valorar el propósito que presi­dió el nacimiento de la revista:

“Conozcámonos. Amemos lo nuestro. Hagamos valer nuestros valores. Suscitémoslos y corroboré­moslos, afirmando nuestra auténtica personalidad. Siempre haciendo nuestro lo universal, para hacer uni­versal lo nuestro: doble y magna función de la Cultura”.

“Pongamos la activa mano en la tarea, con un ful­gor de fe en los ojos y un himno de esperanza en los labios”.

Alto y patriótico y humanísimo programa, gallarda­mente formulado por Alfonso Junco.

Breve en palabras, largo en obras y en frutos. Inspiración y clave de esta revista.

ABSIDE: solidez, altura.

Fulgor solar transfigurado por la policromía de los vitrales.Variedad lineal y cromática que se funde y resuelve en superior armonía.Popa de la nave de piedra — y de espritu— : tien­de la proa y desgarra horizontes; la popa, deja, so­bre el mar estremecido, una estela de luz.Ritmo cordial: dar y recibir: música — interior—

que resuena y se expande; sol — universal— que se

depura y acendra.Abside: vital recogimiento, intimidad contemplativa, serenidad creadora.A la sombra augural de un ábside franciscano —ál­veo materno de nuestra cultura— , germinó la idea. Y empezaron a delinearse temblorosas primero, fir­mes después— , las curvas triunfales. . .A bside.. .“la vida es sueño”, st. Pero también, a veces, “los

sueños son vida”,

Gabriel Méndez Planearte, Abside, No. 1,- Enero 1937.

Los propósitos y los motivos no pueden ser más cla­ramente anunciados. En palabras poéticas y sinceras, se trata de buscar profundamente un conocimiento propio, de definir en toda conciencia un “nosotros” completo, re­señando los valores para valorarlos y darlos a conocer. Ser testigos y defensores de una inscripción en un lugar bien definido y abrir amplia y generosamente las ventanas a la comunicación, dar “solidez y altura”. Es un llamado al sincretismo enriquecedor, una necesidad de demostrar la pluralidad de los aspectos del hombre, del mexicano: plu­ralidad de colores, de tierra, de culturas, pluralidad de la historia y de las letras, de la contemplación y de la acción, de la vida y del sueño. No se trata de defender una frac­ción sino de querer unir las fracciones divididas, las mita­des separadas, para construir el hombre completo y no mutilado que necesita la civilización contemporánea.

Para ver si se cumplieron estos propósitos es nece­sario presentar un programa sintético, y, por supuesto, no exhaustivo pero sí representativo, de las características esen­ciales de la revista, sobre todo en los momentos que nos parecieron más reveladores.

Lo primero que hay que señalar es una virtud pro­pia de la mayoría de las revistas culturales pero que se presenta aquí en un grado sumamente revelador. Se tra­ta de la forma, de la presentación de la revista. Este as­pecto, en nuestra opinión no es un detalle accesorio sino que representa una actitud importante: la búsqueda de la perfección formal, el afán de amenidad visual y de ri­gurosa presentación, el esmero en la tipografía y en el es­tilo son una afirmación de calidad, de seriedad y de vir­tudes expresivas que tienen que oponerse al descabellado desorden de las expresiones apasionadas y muchas veces descuidadas de ciertas expresiones de tipo político. La “solidez” de la forma literaria es una de las condiciones esenciales de la verdadera creación, los cimientos de una obra considerable. Este afán de perfección formal, tanto

en el estilo como en la presentación se nota muy bien en Abside —la mayoría de los artículos son de gran calidad estilística, presentados de una manera amena y despeja­da, fácilmente asequibles a partir de un sumario inicial completo y claro. En numerosos casos las notas que acom­pañan los artículos están muy bien colocadas y muestran una gran erudición, permitiendo al lector una fácil am­pliación documental. En las reseñas de libros, fichas bi­bliográficas, perfectamente ordenadas y presentadas, mues­tran un gran conocimiento de las técnicas de la investiga­ción literaria. En fin, las ilustraciones, si se considera la época, son muy acertadas y perfectamente reproducidas. Véase en particular las ilustraciones sobre “México, Egip­to y Mesopotamia”, las reproducciones sobre arte colonial por Angel Zárraga o bien la representación con detalles de la crucifixión por J.C. Orozco. En cuanto a la perfección formal Abside fue, desde un principio, un modelo esmera­dísimo de calidad expresiva.

En cuanto al contenido, hemos querido destacar la tra­yectoria temática a través de las constantes esenciales de los artículos. Repito: no se trata de un análisis exhausti­vo sino del esbozo de un perfil. Hemos creído discernir, en el conjunto de las realizaciones de los mejores momen­tos de la revista, un proyecto cultural que se expresa según las gradaciones a las que alude E. San Martín en el párra­fo citado. En los dominios que son el espacio territorial, la historia, la cultura (poesía, arte, filosofía) y lo social, Abside demuestra un proceso de “inscripción” y de “dila­tación”. Como base de todo conocimiento está la inscrip­ción firme, afianzada y reconocida en un lugar preciso si­tuado en México, y más concretamente, en la provincia. Un árbol no puede levantarse sin raíces en una tierra. Pe­ro allí no se estanca, y en todos ios campos citados se va ampliando el área de interés y de conocimiento. De la provincia se va a México, de México a América Latina, de América Latina al mundo entero. No hay dicotomía

entre cultura nacional y cultura universal, sino más bien una como dialéctica que hace que se complementen y se relacionen los tipos de culturas. Esta progresiva dilata­ción que se nota en el espacio, también se realiza, como lo pedía en su declaración de intención Gabriel Méndez Planearte, en los campos de la historia, de la cultura y de la sociedad, donde la pluralidad de los momentos como la de las tendencias se examinan y se valoran, tras poner­los en tela de juicio. Los editores parecen en un princi­pio hacer suya la divisa de Montaigne “Nada de lo huma­no me es extraño”, sin que esto signifique descaramien­to o enajenación ni ciega sumisión a ideas extrañas.

En el área del espacio, de la localización territorial, Abside declara y afirma netamente sus orígenes, sin caer en el falso costumbrismo o folklore. En la presentación de un poema de Miguel Lira sobre Tlaxcala, podemos leer: “No queremos hacer folklorismo superficial para con­sumo de turistas “hollywoodianos” sino expresar un hondo y veraz nacionalismo” l0. Y es cierto que raras veces en­contramos la búsqueda de lo pintoresco, del espectáculo o de la imagen adornada. Lo que más resalta de los cua­dros provincianos es el lirismo, entendido como amor a la tierra, lazos afectivos de pertenencia y de comunicación. La provincia es el zócalo de la identidad, que tiene, como en el regionalismo literario español de principios del si­glo: “el saber de la tierruca”. Esta necesidad de mostrar los lazos estrechos que lo atan a uno a la tierra de origen es muy importante porque después no puede haber ver­dadero desprendimiento. Abundan en la revista los cuen­tos sacados de la tradición regional michoacana, relatados por varios autores. Pensamos en particular en los “Cuen­tos de Michoacán” de Méndez Padilla o “Las Muías de Don Celedonio”. En estos cuentos se logra dar un espe­sor de vida a los usos, dichos y carácteres locales, y la tie­rra de Michoacán cobra una realidad reconocida que mues­tra claramente el afán de no descastarse. Hay también

numerosos poemas que nos hacen pasar de la riqueza des­criptiva de las costumbres al ensalzamiento lírico del amor a la tierra. En los textos de Maillefert, como “Laudanza de Michoacán”, en los poemas de Atenógenes Segale y los de Manuel Ponce sobre Morelia, como en el tríptico poético de Francisco Alday “Cupatitzio” o “El Romance de Pátzcuaro” de Concha Urquiza hay un contacto real, emotivo, que trata de dar una significación al terruño y logra hacer sentir la identificación del hombre con su re­gión. Este reconocimiento también se encuentra en cua­dros o descripciones, tales las “Acuarelas de Zamora” de Francisco Valencia Ay ala o en “Dos Cromos Mordíanos” de Maillefert que muestran una verdadera familiarización con el paisaje. En 1940, en un número especial que ce­lebra el cuarto centenario de Zamora abundan los textos y poemas de Gabriel Méndez Planearte, Atenógenes Se­gale, Perfecto Méndez Padilla y de otros que proclaman una indefectible pertenencia, como este ejemplo sacado de Segale:

Ciudad dos veces bella, girón del paraíso, guarida de palomas, espejo de piedad, aunque de tí lejano tenerme el cielo quiso, él me grabó el recuerdo de mi natal ciudad.—Y si mis pobres cantos aún no han resonado para ensalzar tus glorias, ofrenda a tu beldad; nunca te olvido, nunca, que tú eres el dechado de que mi Musa siempre los tintes ha copiado con que bordó mis cantos en mi primera edad. Primero, pues, se reconoce el suelo de donde se par­

te, y la descripción o exaltación lírica son una inscripción. Luego, de allí, se ensancha el sentimiento de pertenencia afectiva al país, a la Nación mexicana. Podemos leer, en el mismo espíritu no de pintoresquismo sino de profesión de fe, textos sobre “El Paisaje Mexicano” en general, de Teodoro Torres, poemas de Francisco Ramírez sobre Oaxa- ca, de Miguel Lira sobre Tlaxcala, una iconografía de Gua-

dalajara por Agustín Yáñez, textos sobre la vida provin­ciana en Zacatecas y Puebla por Mariano Alcocer. Tam­bién, en este ensanchamiento hacia el país entero, se pro­clama la hermandad, la complicidad con los hombres de otras provincias con los que la comunicación se puede establecer ya que son partícipes de sentimientos análogos. Los artículos “Jalapa y sus hombres de letras” o “El após­tol de Tierra Caliente” por Jorge de Salas y Medina y Octavio Valdés son un claro ejemplo de la simpatía y la comprensión a partir de un amor idéntico a la tierra que puede reunir a los hombres.

Pero Abside, en esta área, no se encierra en los lími- tse regionales o nacionales; en todas partes hay mundo y el amor a la tierra no es encierro nacionalista, motivo de chauvinista incomunicabilidad. Permite al contrario com­prender mejor el espacio entero del hombre y establecer paralelismo enriquecedor y simpatizante. Así, Gabriel Méndez Planearte puede escribir un poema a Venecia, Maillefert puede celebrar en 1938 la hermosura de Mon- tecassino, y Alfredo Taillefert puede expresar su profun­da comprensión de Valera y Pereda cuando celebran su “tierruca”. De la misma manera nos parece muy repre­sentativo el artículo de Maillefert sobre “Francis Jammes y sus relaciones con la tierra caliente” donde vienen a sin­tetizarse, más allá de las fronteras, los sentimientos pare­cidos de pertenencia a un suelo cuyo apego no encierra sino que permite una mejor comprensión del mundo y de los demás.

Este proceso de ampliación a partir de un punto fi­jo, ampliación que no es abandono de este punto sino que lo afirma con más fuerza, lo encontramos también en los artículos dedicados a la historia. La dilatación en el espa­cio se refleja en una dilatación en las capas del tiempo. La historia de la provincia, de Zamora, de Morelia, los artículos de José Herrera Rossi y de Sergio Méndez Arceo sobre la personalidad y la obra de “Tata Vasco”, Don Vas­

co de Quiroga, se abren hacia el pasado mexicano con los temas pre-colombinos evocados por Angel Ma. Garibay y sobre los elementos esenciales de la historia colonial de México, con reflexiones ( “Interpretación jurídico-política de la conquista” por Mario Góngora del Campo) o rela­ciones de historiografía ( “Fray Francisco de Aguilar y la historia de la Conquista de México”).

La visión histórica de lo propio no se aplica sólo al pasado. Se trata también de enfrentarse con los proble­mas de la historia contemporánea, que no se elude, y de expresarse sobre el tiempo vivido: Antonio Gómez Roble­do escribe “la Doctrina Monroe y los Convenios de Bu- careli: un epílogo sobre la expropiación petrolera”; Jesús Torres Moreno publica: “Nuevos puntos de vista sobre el Agrarismo”; Pulido Méndez “Entre Iturbide y Vascon­celos” y David Brambila Irredentos: “El problema del in­dio”. Estas publicaciones, entre otras, indican muy bien el afán de injertarse en la historia contemporánea para participar de su dinamismo y no de volver hacia el pa­sado una mirada nostálgica que sería una vana búsqueda del tiempo perdido. La revista quiere tener una función activa en la elaboración del destino nacional.

Pero, como en el área del paisaje, los intelectuales de Abside no se limitan a la consideración de la historia local o nacional, y los problemas de la historia universal contemporánea les interesan como partícipes de una ma­yor comunicación. Manuel de la Cueva escribe sobre “La comprensión de nuestro momento histórico”; Efraín Gon­zález Luna estudia “Las clases sociales y la lucha de cla­ses” y, sobre todo, en el momento de la guerra mundial en 1940, la revista no se queda indiferente ante la subi­da de los totalitarismos. Gabriel Méndez Planearte, An­tonio Gómez Robledo y Antonio Caso se escandalizan frente al nazismo y sus efectos en Europa. En el núme­ro 3 del año 1942 el editorial proclania su aprobación a la decisión gubernamental de declarar la guerra a los na-

zis. Miguel Estrada Uribe escribe un artículo sobre “El totalitarismo portugués”. Todas estas preocupaciones son fiel reflejo del afán del intelectual humanista por partici­par en el movimiento histórico de una provincia, de una nación, de una civilización, al querer influir con el peso de sus propios valores en las corrientes ideológicas que hacen la historia.

Este movimiento de inscripción y de ampliación se aplica, de una manera más relevante aún, en el campo de la cultura, como es evidente de una revista que hace de la cultura su arma de combate contra la institución que parece dejarse llevar por la “barbarie”. Aquí tam­bién se parte de lo vernacular, de las raíces más profun­das de una expresión auténtica. Parece innegable que el aporte más valioso de Abside a la cultura mexicana fue­ron los trabajos del Padre Garibay sobre la literatura y la filosofía pre-colombinas. Allí se encuentran textos inédi­tos, excelentes traducciones bilingües de poemas aztecas y muy pertinentes disertaciones acerca de “Los poetas az­tecas ante el enigma del más allá”, “El enigma otomí”, “La épica azteca” o “La poesía indígena precortesiana”. Pero la valoración del acervo pre-hispánico no se hace co­mo exaltación propagandista de una cultura que hay que contraponer a otro, oponer. Se hace en el sentido del enriquecimiento que añade sin quitar nada. Por eso tie­ne tanta calidad, porque no la entorpece la necesidad de convencer, sino la de dar a conocer y apreciar.

El conocimiento y el aprecio de la cultura precolom­bina no es un obstáculo al reconocimiento de la herencia hispánica. Para parafrasear un artículo de Alfonso Jun­co “Lo Cortés no quita lo Cuauhtémoc”, podemos decir que “lo Cuauhtémoc no quita lo Cortés”. Los editores de Abside no niegan lo hispánico, lo latino de la cultura mexicana, sino que lo afirman y se convierten en los cam­peones de la hispanidad en el momento en que se tendía a renegar de la “Madre Patria”. Este hispanismo les ha

sido reprochado y, en algunos casos, estos reproches se jus­tifican: quien quiere hacer un contrapeso muchas veces cae en el exceso. Pero, al menos én sus inicios, la Hispa­nidad de Abside se afirma como un reconocimiento de al­go que existe y no como una enajenación elegida: "Hispa­nidad Cultural, no política es la que nosotros profesamos. Hispanidad auténtica y libre de odios raciales, que de nin­guna manera exige, para venerar a Cortés, destruir el mo­numento a Cuauhtémoc, como pedía neciamente, hace po­co, un diario madrileño”, escribe Alfonso Junco en el ar­tículo citado. El hispanismo no debe ser la adhesión in­condicional a la ideología de la España franquista que se apoyaba sobre estos valores para justificar su totalitarismo fascista: “Nosotros somos hispanistas como el que más —y buena prueba de ello es toda nuestra labor durante estos cinco años de Abside —¡pero tenemos bien cerrados los oí­dos a las voces de las sirenas totalitarias que nos invitan a llorar “la muerte del imperio” y a renegar de nuestra in­dependencia, como está hoy de moda en los círculos “de­rechistas”! (^Abside No. 10, 1941). O sea, se consideran no como meramente aborígenes y tampoco meramente es­pañoles sino como una criatura nueva “surgida del abra­zo conyugal de ambas estirpes y culturas en el lecho de América” (Alfonso Junco, Abside, No. 3, 1957). Así que, conjuntamente con lo precortesiano pueden ensalzar los valores hispanos con recopilaciones de poesía colonial (Don Luis Sandoval y Zapata, Don Cayetano de Cabrera y Quin­tero, Fray Alonso de la Veracruz, Juan Ruiz de Álarcón, el padre Alejo Cossío en el siglo XVIII y Sor Juana Inés de la Cruz) como también estudios sobre pintura colonial ( “Los principales pintores de Nueva España” por Romero de Terreros).

Esta cultura hispánica que no pueden ni quieren ne­gar es la que trajo a México la cultura humanista de la que se sienten auténticos herederos ya que contribuyó profundamente a su formación. Además este humanis­

mo es el que conduce su actitud ideológica en tomo a la moralización del arte y de la política. Pero el cultivo de las letras greco-latinas no es para ellos, hay que recono­cerlo, mera imitación de la cultura europea, es más bien la demostración de que saben reconocer en ella valores universales que puedan contribuir a la formación del hom­bre. Para ellos el recurso a la antigüedad es la posible in­serción en la vida actual, a nivel de los sentidos y no del intelecto, del enriquecimiento por los sentimientos expre­sados por otros. Prueba de ello son los títulos de los artícu­los al respecto que son más una actualización y una viven­cia que un ejercicio de erudito: “El perfume de un verso: Notas sobre el alma griega” (A.M. Garibay), “Hermosura y vitalidad de las lenguas clásicas” (Sara Ma. Rocha), “La poesía viva de Virgilio” y “Virgilio romántico” (A.M. Garibay). Los numerosos estudios y traducciones sobre la poesía de Horacio son otra prueba de una elección sig­nificativa.

La cultura mexicana es, pues, para Abside, una con­fluencia asumida y asimilada de corrientes culturales del pasado nacional y universal. Pero este reconocimiento no les impide abrirse a las corrientes más contemporáneas de la expresión mexicana, de las tentativas más recientes de jóvenes intelectuales creadores de un nuevo imaginario nacional. Abside abrió sus columnas a muchos poetas jó­venes y presentó a los poetas más importantes de las ge­neraciones modernas y contemporáneas. Así, nos permi­te cotejar las producciones actuales con los variados mo­delos de la tradición cultural. Este mosaico puede ser muy provechoso para ponderar los entusiasmos, sentir las rela­tividades y sobre todo mostrar que las culturas de tiempos diferentes no necesariamente se excluyen, sino que pue­den reforzarse mutuamente. La tradición necesita reno­vación, actualización, para no caer en desuso, y la moder­nidad necesita un aval que le pueda dar solidez. En Ab­side podemos seguir el camino de la poesía y del pensa­

miento contemporáneos con la silueta del “Duque Job’ dibujada por Maillefert, “El Arte y Alma de Ñervo” (quien además, habiéndose educado en Zamora, presen­taba muchas afinidades con el redactor), poemas de Luis Urbina, tenemos un panorama del modernismo mexicano, así como poemas de Díaz Mirón, luego está representado el Ateneo de la juven tud, cuyos anhelos humanistas e idea­listas encajaban perfectamente en el proyecto de Abside: textos de Alfonso Reyes y de Vasconcelos, poemas de En­rique González Martínez. Después vienen obras de poe­tas más cercanos, como Jaime Torres Bodet, Manuel Pon- ce y Alfonso Gutiérrez Hermosillo. En el campo de las artes plásticas, las exégesis sobre la obra de José Clemen­te Orozco muestran la preocupación de los redactores por los avances del arte contemporáneo. O sea que la exal­tación y defensa de los valores más tradicionales de la cul­tura no impide el interés, el conocimiento y la presenta­ción elogiosa y comprensiva de las expresiones más nue­vas que se daban en la cultura mexicana.

De allí, según la estructura ya señalada, se ensancha también el panorama, se dilata, hacia la cultura latinoame­ricana en toda su extensión. Artículos sobre Rubén Da­río, poemas de Gabriel García Moreno, ecuatoriano, de Gabriela Mistral, chilena, de Antonio Llano y Porfirio Barba Jacob, colombianos, de Francisco Maldonado, ve­nezolano son la prueba de que, junto con la hispanidad, las teorías del arielismo y el latinoamericanismo vascon- celista se presentaban y defendían como pertenencia a una hermandad racial y espiritual, como una apertura hacia culturas vecinas que podían venir a reunirse para acre­centar el caudal humano del nuevo mundo.

En fin, siguiendo la trayectoria de ampliación del horizonte cultural, Abside se abrió a la reflexión sobre la cultura universal de! mundo contemporáneo, borrando las fronteras limitativas. Se presentaron las letras angloame­ricanas, con obras de Jennie Harris Oliver y de Chester-

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ton, la novelística de Dostoivesky, las poesías de Gau- tier, Leconte de Lisie, Verlaine, Francis Jammes, Char­les du Bos y el pensamiento filosófico europeo, a partir de trabajos de José Gaos sobre fenomenología, de Robles Cossío sobre Kierkegaard, y de un discurso de Valery so­bre Bergson. Se estudiaron las nuevas expresiones tea­trales en las obras de Pirandello. Así que en Abside el mexicano también se podía sentir “contemporáneo de to­dos los hombres” y participar, sin “llegar tarde” según la expresión de Carlos Fuentes “al gran banquete de la Cul- tura .

Para terminar con la participación de la revista a la difusión cultural, es preciso señalar la sustanciosa parte dedicada a lo que se llama ahora sociología. Aquí tam­bién, partiendo de los problemas concretos de una socie­dad precisa, se ensanchan las reflexiones a una aplicación más general a toda nuestra civilización. Claro que en es­te asnecto, el problema que más atañía a los intelectuales de la revista era el que les tocaba vivir y sentir de más cerca la problemática inserción de la Iglesia y del senti­miento religioso en el mundo contemporáneo. Los nu­merosos artículos de Jacques Maritain y sobre su obra os­tentan al respecto una clara voluntad de actualizar y re­novar las estructuras del pensar y sentir católicos en una sociedad en mutación, de adaptar la fe a un mundo que evoluciona y no puede aceptar los marcos tradicionales. Pero al lado de esta preocupación esencial, y muchas ve ces relacionada con ella, tenemos las preocupaciones cen­trales de nuestro vivir social trastornado por los cambios tecnológicos, las nuevas perspectivas morales y las revolu­ciones políticas. Se debate en Abside sobre el sentido de la democracia, sobre los abusos totalitarios del fascismo y del comunismo, sobre los problemas (ya ecológicos) de la ciudad contemporánea, el valor y los abusos de la cien­cia y de la “superstición científica” (Pedro Gringoire), sobre la condición femenina, el derecho nacional e inter­

nacional, la necesaria reactualización de la educación y particularmente “Un vital problema pedagógico: la edu­cación sexual” (Francisco Ramírez), la influencia del ci­ne (ya audio-visual) sobre la moral, el sentido que tiene ahora la célula familiar. . . y otros puntos que configuran una imagen muy viva y actual de nuestras preocupaciones.

En su arranque inicial, Abside cumplió con creces las funciones que se había dado como objeto; funciones de análisis, necesario para operar como dialéctica frente a una institución que oficializaba muchas veces en un sentido demasiado arbitrario; funciones de equilibrio y de dia­léctica constructiva, constitución necesaria de una cultura formadora y enriquecedora; funciones de intelectual acti­vo que interfiere para avalar lo contemporáneo con la ex­periencia de lo adquirido tradicionalmente.

Pero, como queda dicho también, esta actitud, para ser valedera, debe ser un aporte y no un lastre, un control V no un freno; y para ello, en nuestra opinión, debe ser breve como una señal; y una entrega o una transmisión. La contribución más efectiva de los intelectuales herederos y portadores de un humanismo secular es permitir el des­liz, el paso progresivo de una estructura cultural a otra. Debe ser una especie de correa de transmisión que permi­ta el dinamismo, el progreso sin trauma y sin choque de ciertos valores, estimables, pero a veces desconectados de la realidad social, hacia nuevos valores surgidos de una nueva realidad pero a veces con cabos sueltos y desorien­tadores. En una palabra, en esta perspectiva de “revista”, de examen de una realidad cultural a la luz de una cul­tura adquirida, la función del intelectual es la de agente de cambio constructivo que puede evitar el trastorno des­tructivo. Así que, para ser eficaz, tiene que ser, en su etapa analítica, transitorio, y tiene que adaptarse e integrar­se a los nuevos valores, metamorfosearse con la sociedad para quedarse en lo vivo, única esencia de la cultura, y

rio én la veneración irrisoria a lo pasado. Ser antorchas y no vestales.

Al continuar afirmando ciertos valores, como, según nosotros, hicieron las épocas siguientes de Abside, se corre el peligro de reificarlas o de momificarlas. Las ideas y los hombres que las expresan se esclerotizan. La revista pue­de volverse parcial, defensora en vez de ayudante. Los intelectuales se pueden encerrar en el “círculo literario”, y un círculo no tiene ventanas, no tiene “ábside”. Cuan­do, en nombre de la hispanidad, uno se preocupa de cam­biar la x por la jota (Méjico, oajaca, a partir de 1955), de borrar el aspecto cruel de la Conquista por un aspecto Re­nacentista, de olvidar que España se vuelve un páramo cultural y que hay muchos exiliados que tienen que “trans- terrarse”, la apertura se vuelve parcialidad, las “humanida­des” en vez de ser formadoras son castradoras. Cuando, en nombre de la “moral” en el arte, se condena irremedia­blemente a Gide, Proust, Kafka con motivos que nada tie­nen que ver con el arte, entonces la comprensión se vuelve represión. La “Nave”, de la cual hablaba Gabriel Mén­dez Planearte, ya no “deja una estela de luz” porque se es­tanca; se da, o se quiere dar, pero no se recibe. Y para seguir parafraseando la declaración de intención del núme­ro inicial de Abside, si “a veces los sueños son vida”, tam­bién entonces, los sueños pueden ser sueños.

Con todo, en conclusión, y por todo lo dicho, Abside nos parece el paradigma perfecto de lo que puede ser una revistá cultural, süs virtudes y sus posibles vicios y lagu­nas. Esta revista fue una saludable y necesaria apertura á\ mostrar que se podía definir uno, inscribirse, sin dejar dé enriquecerse, dilatarse, abriéndose a los demás, yendo, sin perderse ni descartarse de la provincia al mundo en gradaciones que son el verdadero camino de la cultura. Mostró que el intelectual püede tener Una función cali­ficadora, complementaria, en la construcción de la socie­dad civil, formando el puente entre generaciones y cono-

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cimientos sucesivos, enlazando el acervo universal con el hombre nuevo, aquí y ahora. Mostró también que existe el peligro de no pasar este puente, de quedarse en un “más acá” en que la intelligentsia ya no es funcional ni operativa sino conservadora de museos en los que pueda y quiera entrar cada día menos gente.

N O T A S

1 P l u m y é n e , Jean Les Nations Romantiques, París: Fayard, 1974.

2 D e b ra y , Régis Le pouvoir intellectuel en France, Paris: Ramsay.1978.

3 T h ib a u t , Paul “A propos des revues” en Esprit, No. 3, 1973; pp.519-520 .

4 Sh e r id a n , Guillermo “Los Contemporáneos antes de Contempo­ráneos”. Sábado de Uno más Uno, México, D .F ., 2 d e agos­to de 1980.

5 T h ib a u t Paul, art. cit., p. 520.6 M o n sivais , Carlos “Notas sobre la cultura mexicana” en Actas del

Congreso de Mexicanistas en Perpignan, México, D .F .: Fon­do de Cultura Económica, 1976.

7 Segovia_, Rafael “El nacionalismo mexicano”, Foro Internacional,El Colegio de México, 1968.

8 T h ib à n t , Paul., a r t . c i t . p . 521 .

9 San M a r t in , E., “El pseudo nacionalismo marxista” en Abside,No. 3, 1938.

10 Abside, N o . 6, j u n i o d e 1937.