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Eduardo Elías Gómez
307029573
Lovejoy A. “La Cadena del Ser en el pensamiento del siglo XVIII
y el lugar y el papel del hombre en la naturaleza” en Lovejoy, Arthur.
La Gran Cadena del Ser, Icaria. Barcelona, 1983. Pp. 233-266
Antes y durante el momento histórico y paradigmático de la Ilustración, los
alcances del pensamiento racional parecen no haber adolecido de imaginación ni
de perspectiva para apreciar el fenómeno de la vida, para muestra la creación de
un sistema de ordenamiento de todas las criaturas, el cual, si bien alimentado de
imaginarios y valores cristianos, sostuvo sobre sí una explicación entera del lugar
del hombre en la naturaleza por un largo tiempo.
Si bien el texto en ningún momento se refiere a sí mismo, anacrónicamente, como
una revisión de antecedentes ideológicos de la evolución, sí señala las
peculiaridades ideológicas inmediatamente anteriores al siglo diecinueve que
avistaban la idea del hombre y la naturaleza desde ópticas distintas y con motivos
igualmente discrónicos.
Del mismo modo, el texto un tema ya citado en otros textos, el cual todavía se
percibe como signo de los límites aun confusos entre las preguntas y respuestas
científicas y las reflexiones y especulaciones teológicas; el tema de las causas
finales. En torno a ello aparece la figura del ser humano como agente capaz de
observar la naturaleza, trazar una línea de continuidad de ella y preguntarse su
lugar en ella.
Si el texto traza la genealogía de un pensamiento, es precisamente de ese. El
camino que sucede entre, por un lado, la formulación antropocéntrica del
pragmatismo humano como causa final de la naturaleza y, por el otro, la
concepción de igualdad y estatismo, el cual desvincula los intereses humanos de
la existencia de los seres vivos y les otorga a cada uno de ellos un lugar particular
en la cadena del ser que poco tiene que ver con un imaginario teleológico o
antropocéntrico, sino más bien con una armonía (platónica) en el que las formas
representan un orden del cual el ser humano es consciente, agente, vigilante y, en
ocasiones, inconforme.
Ese estrato ideológico carece, sin embargo, de la consciencia de la dimensión
histórica y se excede, en consecuencia, en el estatismo teleológico que le añade
la causa final. Bajo esas luces se vuelve más comprensible la coherencia de las
formulaciones de Darwin.