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Capítulo 7 En Lucas 7 se vuelve a relatar la sanación del siervo del centurión, con muy llamativas diferencias de la forma en que él la recibió en Mateo. Se nos dice aquí que el centurión, cuando oyó hablar de Jesús, envió a Él unos ancianos de los Judíos. El hombre que no entiende el designio del evangelio, y solamente ha oído que Lucas escribió especialmente para los Gentiles, se ve impedido de inmediato por esto. Él objeta la hipótesis de que este hecho es irreconciliable con un sentido Gentil, y está, por el contrario, más bien a favor de un propósito Judío, a lo menos aquí; dado que en Mateo ustedes no encuentran nada acerca de la embajada de los ancianos Judíos, mientras está aquí en Lucas. Su conclusión es que un evangelio es tan Judío o Gentil como el otro, y que la noción de un designio especial es infundada. Todo esto le puede parecer plausible a un lector superficial; pero a decir verdad, el doble hecho, cuando es debidamente expuesto, confirma de manera notable el diferente alcance de los evangelios, en lugar de neutralizarlo; dado que el centurión en Lucas fue llevado, siendo ambos Gentiles, a honrar a los Judíos en el lugar especial que Dios los ha situado. Él, por tanto, asigna, en esta embajada, un valor a los Judíos. Nosotros tenemos el preciso contraste de esto en Romanos 11, donde se advierte a los Gentiles contra la altanería y la presunción. Si ciertas ramas fueron desgajadas fue a causa de la incredulidad Judía, no hay duda; pero los Gentiles tenían que entender que ellos permanecían en la bondad de Dios, no cayendo en un mal similar y peor, pues de otra manera ellos también tendrían que ser cortados. Esta fue una muy saludable amonestación del apóstol de la incircuncisión a los santos en la gran ciudad capital del mundo Gentil. El centurión Gentil muestra aquí tanto su fe como su humildad al manifestar el lugar que el pueblo de Dios tenía a sus ojos. Él no habló de manera arrogante acerca de mirar sólo a Dios. Permitan que yo diga, hermanos, que este es un principio de un valor no menor, y en más de un sentido. Existe a menudo

Lucas Part 8

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Capítulo 7  En Lucas 7 se vuelve a relatar la sanación del siervo del centurión, con muy llamativas diferencias de la forma en que él la recibió en Mateo. Se nos dice aquí que el centurión, cuando oyó hablar de Jesús, envió a Él unos ancianos de los Judíos. El hombre que no entiende el designio del evangelio, y solamente ha oído que Lucas escribió especialmente para los Gentiles, se ve impedido de inmediato por esto. Él objeta la hipótesis de que este hecho es irreconciliable con un sentido Gentil, y está, por el contrario, más bien a favor de un propósito Judío, a lo menos aquí; dado que en Mateo ustedes no encuentran nada acerca de la embajada de los ancianos Judíos, mientras está aquí en Lucas. Su conclusión es que un evangelio es tan Judío o Gentil como el otro, y que la noción de un designio especial es infundada. Todo esto le puede parecer plausible a un lector superficial; pero a decir verdad, el doble hecho, cuando es debidamente expuesto, confirma de manera notable el diferente alcance de los evangelios, en lugar de neutralizarlo; dado que el centurión en Lucas fue llevado, siendo ambos Gentiles, a honrar a los Judíos en el lugar especial que Dios los ha situado. Él, por tanto, asigna, en esta embajada, un valor a los Judíos. Nosotros tenemos el preciso contraste de esto en Romanos 11, donde se advierte a los Gentiles contra la altanería y la presunción. Si ciertas ramas fueron desgajadas fue a causa de la incredulidad Judía, no hay duda; pero los Gentiles tenían que entender que ellos permanecían en la bondad de Dios, no cayendo en un mal similar y peor, pues de otra manera ellos también tendrían que ser cortados. Esta fue una muy saludable amonestación del apóstol de la incircuncisión a los santos en la gran ciudad capital del mundo Gentil. El centurión Gentil muestra aquí tanto su fe como su humildad al manifestar el lugar que el pueblo de Dios tenía a sus ojos. Él no habló de manera arrogante acerca de mirar sólo a Dios. Permitan que yo diga, hermanos, que este es un principio de un valor no menor, y en más de un sentido. Existe a menudo una buena dosis de incredulidad — no abierta, obviamente, sino subrepticia — la cual se disfraza a sí misma bajo la profesión de dependencia de Dios superior y única, y se jacta en voz alta acerca de dejar a cualquier y a todo hombre fuera de consideración. Yo tampoco niego que existen, y debieran existir, casos donde sólo Dios debe actuar, convencer, o satisfacer. Pero el otro aspecto también es cierto; y esto es precisamente lo que nosotros vemos en el caso del centurión. No hubo ninguna panacea orgullosa en cuanto a tener que ver solamente con Dios, y no con el hombre. Por el contrario, él muestra, mediante su actitud de recurrir a usar a los ancianos Judíos, cuán verdaderamente él reverenciaba los modos de obrar y la voluntad de Dios. Porque Dios tenía un pueblo, y el Gentil reconocía al pueblo como siendo de Su elección, pese a la

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indignidad de ellos; y si él quería la bendición para su siervo, haría venir a los ancianos de los Judíos para que ellos pudiesen hablar por él con Jesús. A mí me parece mucho más de la fe, y de la humildad que la fe produce, que si él hubiese ido personalmente y solo. El secreto de su acción fue que él no sólo era un hombre de fe, sino de humildad obrada por la fe; y este es un fruto muy precioso, dondequiera que crece y florece. Ciertamente el buen centurión Gentil envía sus embajadores de Israel, los cuales van y dicen lo que era muy cierto y preciso (sin embargo me cuesta pensar que ello fue lo que el centurión puso alguna vez en boca de ellos). "Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga." (Lucas 7: 5 y 5). Él era un hombre piadoso; y no era ninguna cosa nueva este amor por los Judíos, y la demostración práctica de ello. Se observará, además, que Mateo no tiene ninguna palabra acerca de este hecho; y yo no puedo sino sentir cuán bienaventurada es allí la omisión. Si Mateo hubiese escrito meramente como hombre para los Judíos, ello era exactamente la cosa que él habría ciertamente aferrado; pero el poder inspirador del Espíritu obró, y yo no dudo que la gracia también lo hizo, en Mateo al igual que en Lucas, y nosotros tenemos ahora, por tanto, el fruto evidente en sus relatos. Fue adecuado que el evangelista para los Judíos dejase fuera la poderosa expresión de respeto Gentil por Israel, y se explayara acerca de la advertencia a los orgullosos hijos del reino. Fue igualmente adecuado que Lucas, al escribir para la enseñanza Gentil, nos permitiera ver especialmente el amor y la estima por el amor de Dios que un Gentil piadoso tenía por los Judíos. No hubo aquí burla alguna para el decaído estado de ellos, sino tanta más compasión; si, en efecto, más que compasión, dado que su deseo por la mediación de ellos demostró la realidad de su respeto por la nación escogida. No se trató de un sentimiento nuevo; él los había amado por largo tiempo, y les había edificado una sinagoga en días cuando él no buscaba nada de parte de ellos; y ellos lo recuerdan ahora. La fe de este Gentil fue tal, que el Señor admite que Él no había visto nada semejante en Israel. No sólo Mateo menciona esto — una poderosa amonestación incluso para los creyentes de Israel — sino Lucas también, para estímulo de los Gentiles. Este punto común fue muy digno de ser registrado, y unido a la nueva creación, no a la antigua. ¡Cuán hermosa es la escena en ambos evangelios! De qué manera es aumentada esa hermosura cuando nosotros inspeccionamos más de cerca la sabiduría y la gracia de Dios transparentadas en la presentación de Mateo de la bendición Gentil y la advertencia Judía para los Israelitas; y además, en la presentación de Lucas del respeto por los Judíos, y la ausencia aquí de toda mención a la escisión Judía, ¡la cual podía fácilmente ser pervertida para la autosuficiencia Gentil! 

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La escena siguiente (Lucas 7: 11 al 17), es peculiar a Lucas. El Señor no sólo sana, sino que, con una gracia y majestad del todo apropiada a Él mismo, introduce la vida para el muerto, pero con una notable consideración por la humana aflicción y el humano afecto.  Él, en Su poder vivificador, no solamente ocasionó que el muerto viviese, sino que Él ve en él, al cual estaban llevando aun entonces a enterrar, al hijo único de la madre viuda; y entonces Él detiene el féretro, dice al muerto que se levante, y lo da a su madre. No se puede concebir ningún esquema que esté más en consonancia con el espíritu y con el objetivo de nuestro evangelio. Tenemos después a los discípulos de Juan presentados para el propósito especial de observar la gran crisis inminente, si acaso no presente.  La conmoción fue tan severa para el sentimiento y la expectativa preexistentes, que incluso parecería que el precursor mismo del Mesías se sintió afectado y apesadumbrado, debido a que el Mesías no usaba su poder a favor de Sí mismo y de sus seguidores — no protegía a toda alma piadosa en la tierra de Israel — no difundía alrededor luz y libertad para Israel por todas partes. Aun así, ¿quién podía negar el carácter de lo que se estaba haciendo? Un Gentil había confesado la supremacía de Jesús sobre todas las cosas: la enfermedad le debe obedecer a Él, ¡estando presente o ausente! Si ello no era el accionar del misericordioso poder de Dios, ¿qué podía ser? Después de todo, Juan el Bautista era un hombre; y, ¿qué explicaciones hay que darle? ¡Qué lección y cuán necesaria en todo tiempo! El Señor Jesús no sólo responde con Su acostumbrada dignidad, sino al mismo tiempo, con la gracia que no podía sino compadecerse del pensamiento inquisidor y titubeante de Su precursor — satisfaciendo también, no hay duda, la incredulidad de los seguidores de Juan; dado que, qué duda cabe acerca de que si había debilidad en Juan, había mucha más en sus discípulos. Acto seguido, el Señor presenta Su propio juicio moral acerca de toda la generación. Al final de esto está Su muy notable ejemplificación de la sabiduría divina conferida por gracia donde uno menos podía buscarla, en contraste con la perversa necedad de los que se consideraban sabios. "Mas la sabiduría es justificada por todos sus hijos" (Lucas 7:35), sin importar quiénes o qué pueden ellos haber sido, tan ciertamente como dicha sabiduría será justificada en la condenación de todos lo que han rechazado el consejo de Dios contra ellos mismos. De hecho, el aspecto malo, así como el bueno, son igualmente sobresalientes en casa de Simón el Fariseo; y el Espíritu Santo llevó a Lucas a proporcionar aquí el comentario más sorprendente posible acerca de la necedad de la justicia propia, y la sabiduría de la fe. Él aduce exactamente un asunto que viene al caso. El valor de la sabiduría del hombre aparece en el Fariseo, tal como la verdadera sabiduría de Dios, la cual desciende de lo alto, aparece donde sólo Su propia gracia la creaba; dado que, ¿qué

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depositaria de esa gracia parecía más remota que una mujer de carácter arruinado y depravado? Sí, en efecto, una pecadora cuyo nombre mismo Dios encubre.Por otra parte, este silencio es, en mi opinión, una evidencia de Su gracia maravillosa. Si ningún fin digno podía ser alcanzado mediante la publicación del nombre de aquella que tenía prácticamente mala fama en esa ciudad desde hacía mucho tiempo, no fue menos digno de Dios el hecho de que él hiciera manifiestas en ella las riquezas de Su gracia. Además, otra cosa: no sólo la gracia es mejor demostrada donde hay más necesidad de ella, sino que su poder transformador aparece para el mayor beneficio en los casos más flagrantes y más perdidos. "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es." (2ª. Corintios 5:17 - LBLA). Esa es la operación de la gracia, una nueva creación, no un mero cambio o el hecho de mejorar el viejo hombre conforme a Cristo, sino una vida del todo verdadera con un carácter absolutamente nuevo. Ello se ve en esta mujer, la cual fue objeto de la gracia. Esta mujer acudió a la casa del Fariseo que había invitado a Jesús — atraída por la gracia del Salvador, y verdaderamente contrita, llena de amor por Su persona, pero no aún con el conocimiento de sus pecados perdonados; dado que esto era lo que ella necesitaba, y lo que Él tenía la intención que ella tuviera y conociera. No se trata de la exhibición de un alma iniciándose en el conocimiento del perdón, sino de los modos de obrar de la gracia conduciendo a un alma a ese perdón. Lo que atrajo su corazón no fue la aceptación del mensaje del evangelio, ni tampoco el conocimiento del privilegio del creyente. Eso era lo que Cristo estaba a punto de presentar; pero lo que la ganó, y la atrajo tan poderosamente incluso a esa casa del Fariseo, fue algo más profundo que cualquier conocimiento de las bendiciones conferidas; fue la gracia de Dios en Cristo mismo. Ella sintió instintivamente que en Él no había más verdaderamente toda esa pureza y amor de Dios mismo, de lo que había de la misericordia que necesitaba para ella misma. El sentimiento predominante en su alma, lo que la absorbía, era que, pese a lo consciente que era acerca de sus pecados, ella estaba segura que se podía entregar a esa gracia ilimitada que ella veía en el Señor Jesús. Por eso que ella no se pudo mantener lejos de la casa donde Él estaba, aunque sabía muy bien que ella era la última persona en la ciudad a la que el amo de dicha casa le daría allí la bienvenida. ¿Qué excusa podía ella dar? No, esa clase de cosas había terminado ahora; ella estaba en la verdad. Entonces, ¿qué asunto tenía ella en casa de Simón? Sí, su asunto era con Jesús, el Señor de gloria por la eternidad, aunque estaba allí; y la supremacía de Su gracia era tan completa sobre su alma, que nada la pudo retener. Sin solicitar el permiso de Simón, sin un Pedro o un Juan que la presentasen, ella va adonde Jesús estaba, trayendo con ella un frasco de alabastro con perfume, "y estando detrás de él a sus

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pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume." (Lucas 7:38). Esto extrajo el razonamiento religioso del corazón de Simón, el cual, al igual que todo otro razonamiento de la mente natural acerca de cosas divinas, es solamente infidelidad. "Dijo para sí: Este, si fuera profeta." ¡Qué vacuo era el Fariseo de apariencia justa! Él había rogado al Señor que entrara allí; pero, ¿cuál era el valor del Señor ante los ojos de Simón? "Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora." (Lucas 7:39). Efectivamente ella era una pecadora. Esto no estaba mal sino eso. La raíz del peor de los males es justamente esa depreciación de Jesús. El propio Simón, en su interior, dudaba que Él fuese incluso un profeta. ¡Oh, cuán poco él pensó que se trataba de Dios mismo en la Persona de aquel humilde hombre, el Hijo del Altísimo! En esto estaba el punto de partida de este error muy fatal. Jesús, sin embargo, demuestra que Él era profeta, sí, en efecto, el Dios de los profetas; y leyendo los pensamientos de su corazón, Él responde su silente pregunta por medio de la parábola de los dos deudores. Yo no me explayaré ahora acerca de lo que es familiar para todos. Es suficiente decir que esta es una escena peculiar a nuestro evangelio. ¿No podría yo preguntar dónde sería posible encontrarla armoniosamente sino aquí? ¡Qué admirable es la elección del Espíritu Santo, exhibida así al mostrar a Jesús conforme a todo lo que hemos visto desde el principio de este evangelio! El Señor declara que los pecados de ella van a ser perdonados; pero es bueno observar que esto fue al final de la entrevista, y no la ocasión de ello. No hay ninguna base para suponer que ella sabía antes que sus pecados eran perdonados. Por el contrario, me parece que la finalidad de la historia se pierde cuando se asume esto. ¡Qué confianza otorga Su gracia a aquel que va directamente a Él! Él habla imperativamente, y garantiza el perdón. Hasta que Jesús lo dijese, habría sido una presunción para cualquier alma en aquel momento, haber actuado sobre la certeza de que sus pecados eran perdonados. Me parece que ese es el objeto explícito de esta historia — una pobre pecadora arrepintiéndose verdaderamente, y atraída por Su gracia, la cual le atrae a Él mismo, y oye de Él Su propia palabra directa, "Tus pecados te son perdonados." (Lucas 7:48). Sus pecados, que eran muchos, fueron perdonados. No hubo ocultamiento alguno, por lo tanto, de la magnitud de su necesidad; porque ella amó mucho. No es que yo daría explicaciones acerca de esto. Su mucho amor era tan verdadero antes así como lo fue después, ella oyó el perdón. Ya había un amor real en su corazón. Ella fue cautivada por la gracia divina en Su persona, la cual  la inspiró por medio de la enseñanza del Espíritu con amor a través de Su amor; pero el efecto de conocer de Sus propios labios que sus pecados fueron perdonados debe haber sido aumentar

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aquel amor. El Señor está aquí ante nosotros como Uno que sondeó minuciosamente el mal corazón de la incredulidad, que apreció, tan verdaderamente como Él la había efectuado, la obra de gracia en el corazón de la creyente, y que expresa públicamente delante de todos, la respuesta de paz con la que Él autoriza a una como ella a marcharse.