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vida
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Luis Alberto Spinetta: su luz brillará por siempre
Luis Alberto Spinetta murió este miércoles 8 de febrero a los 62 años. Un repaso por su música,
sus bandas y su paso por Córdoba. Videos.
Por Germán Arrascaeta 09/02/2012 10:38
Con la muerte de Luis Alberto Spinetta se extingue un microcosmos único de música y poesía,
cuya luz, sin embargo, seguirá brillando por siempre. Quedan los discos, claro, pero también una
actitud intransigente frente al negocio, la pauperización del arte y la banalización cultural. Porque
Spinetta siempre peleó, con discreción pero con firmeza, contra las convenciones a las que un
músico debía someterse.
Esas convicciones también tiñeron su partida: ahí donde cualquier celebridad hubiera puesto un
agente de prensa para informar sobre su estado de salud, Luis eligió batallar contra su mal lejos de
todo bullicio. En silencio, al margen de todo. Del mismo modo en el que pergeñaba sus discos.
Si bien empezó como cancionista psicodélico al frente de Almendra a fines de la década de 1960,
la carrera de Spinetta siempre desafío sus propios estándares y esgrimió un lirismo generado a
partir de la expansión de la percepción. Por caso, su primer gran éxito, Muchacha ojos de papel,
recicló el surrealismo de André Breton en el afán de buscarle una vuelta al imperio de la música
beat. Desde entonces, toda expresión “spinetteana” se ajustó a ese desajuste sensorial. Y
entonces, en su obra las serpientes viajan por la sal, los duraznos sangran, los atolones se
sublevan, los paquidermos se galvanizan, la canción llega hasta al fin, el sorgo alcanza dimensión
bursátil, un tren se convierte en la “fucking Gioconda”.
En suma, Luis Alberto Spinetta sostuvo en el tiempo, y ante cualquier circunstancia, el
mandamiento “la imaginación al poder”. Otro detalle del lirismo de Spinetta está en la
omnipresencia de las musas. En muchas de sus canciones hay un “ella” al que se le debe
cierta redención o simplemente se convierte en objeto de un amor inextinguible. Es así desde El
blues de Cris, de Pescado Rabioso, hasta el más reciente Perdido en ti.
Ese tácito femenino se enfocó en los últimos tiempos en la madre tierra. Lean lo que le dijo
Spinetta al periodista Santiago Ramos en 2009: “En general son productos de mi imaginación, pero
como siempre es lindo cantarle a la mujer, hay que encontrarle otro nombre. Por ejemplo, en mi
nuevo disco, que no sé si se va a llamar Espuma mística (finalmente se editó como Pan y ese
quedó como el nombre de un tema), hay un tema titulado Proserpina, que es nombre de mujer
también. Pero no se trata de una novia imaginaria. Proserpina es la diosa de la fertilidad en la
tierra, la que nos provee las cosas tan impresionantes que podemos producir en nuestro suelo”.
Y así como en pleno ejercicio surrealista unió el término “prosperidad” con Argentina para obtener
Proserpina, casi al cierre de la década pasada, en los primeros ‘80, aludió a la desaparición de
Maribel como un sueño en el que, al partir, se encuentra una brisa enorme de libertad.
Toda la vida tiene música
Spinetta había nacido un 23 de enero de 1950, en una familia de clase media del barrio porteño de
Belgrano. Su padre era un cantor de tangos aficionado y acaso haya sido su influencia el
disparador de su amor por la música.
Almendra fue el grupo que armó con compañeros de secundaria (Emilio del Guercio) y amigos del
barrio (Edelmiro Molinari y Rodolfo García). Pescado Rabioso, un intento por alinearse al rock
furibundo de Hendrix para el que usó la base de un Pappo’s Blues (Black Amaya y David Lebón)
que ya había allanado el asunto de los vúmetros a mil. Invisible fue un trío fascinante, que llevó el
ideal de fusión a un nivel cósmico. Para entonces, también usó una base de Pappo (Pomo y Machi
Rufino).
Luego vino Spinetta Jade, un experimento jazz rock con varios discos editados con el que trabajó
con varios pianistas-tecladistas (Juan Del Barrio, Leo Sujatovich, el fallecido Diego Rapoport) y
bajistas con groove (Beto Satragni, Frank Ojstersek, el cordobés César Franov, Paul Dourge).
Más cercana en el tiempo está su última experiencia grupal: Los Socios del Desierto, un power trío
con el que logró reinstalarse en la década de 1990. Entre todas esas experiencias, claro, hubo lugar
para una carrera solista sinuosa y alucinada, que tiene cimas compositivos como Artaud (1973),
concebido por las suyas pero editado como de Pescado Rabioso y que fuera proclamado en todas
las encuestas como el mejor disco del rock argentino de todos los tiempos, y
como Kamikaze (1982), una delicia acústica en la que se permitió incluir una zamba, Barro tal vez,
compuesta a sus tiernos 15. La letra de esa canción resume los propósitos estéticos de Luis Alberto
Spinetta: “Si no canto lo que siento, me voy a morir por dentro”.
Córdoba, con shows memorables
A todos sus proyectos los mostró en Córdoba mediante shows memorables, que legaron un
anecdotario frondoso: un show tardío en Atenas, allá por 1986, con equipos prestados por Carlos
la “Mona” Jiménez porque los de Luis se habían quemado junto a un camión que los transportaba,
a la altura de Marcos Juárez. O la reunión de Almendra en La Falda en febrero de 1981, que tuvo a
Luis y al resto deambulando por la ciudad serrana como auténticas estrellas. Sus asociaciones con
Fito Páez en el Chateau Rock de 1987, con la idea de desgranar el doble La la la. Jade en La
Tablada. Los Socios en el Cosquín Rock. Invisible en Juniors. Cada cordobés tendrá su sagrado
momento spinetteano.
Spinetta fue un músico popular pero no masivo. El acceso a su obra exigía de parte del público un
compromiso interpretativo enorme, que dejaba afuera a todo aquel que buscara algo más
asequible. Ahora bien, el que accedía, por la razón que fuera (encantamiento espontáneo,
subyugación poética o ambas cosas después de aceptar la sugerencia de un amigo), se convertía
en incondicional. El carácter insular de su expresión hacía sentir especial a todo aquel que
conseguía atraparla, como parte de una logia cuyo fin último era flashear, abstraerse de todos los
males de este mundo.
Spinetta era el antídoto contra esos males. Pero su poder sigue intacto. Porque hay cosas que la
muerte no puede vencer. Y además, un guerrero no detiene jamás su marcha.
Hombre de luz
Por Pablo Leites
"Nunca hubo en mí semejante intención moralizadora, yo no predico; yo vivo y lo hago con un
convencimiento". Alguna vez, sin querer y a propósito de una pregunta sobre Todas las hojas son
del viento, Luis Alberto Spinetta definió buena parte de su sintética filosofía de vida: sería extraño
encontrar a alguien ética y estéticamente más coherente en la música de este país (Piazzolla tal
vez, Saluzzi, Leguizamón y pocos más).
Como siempre, como nunca, uno de esos convencimientos se revelaba -también- sobre el
escenario en los últimos años, cada vez que aparecía con una remera en la que se leía: "Todos
somos, todos fuimos, todos podemos ser". La tragedia del Colegio Ecos en 2006, ese grupo de
alumnos fallecido trágicamente cuando viajaba de Chaco a Santa Fe por culpa de un conductor de
camión alcoholizado se había convertido en su desvelo. 8 de octubre, compuesta junto a León
Gieco, fue su homenaje, su himno personal y la constancia musical de su última gran lucha:
conseguir que la educación vial sea ley y que conducir a conciencia deje de ser un eslógan.
La otra, la antigua, giró siempre en torno al ambientalismo bien entendido, diciendo lo justo y
haciendo mucho. Como en 2007, cuando subió al mismo escenario que Jaime Torres y el Chango
Spasiuk en un festival en Catamarca. "Me cago en el rock. Pero no en nuestra patria, y en poder
verla antes de morirme como debería ser. No a las ventas ilegítimas de tierras, no a la
contaminación de las minas", fue su arenga esa vez. "Tenemos que conservar hasta el fin la tierra
de aquéllos que nacieron, vivieron y construyeron acá. Ojalá pueda ver algún cambio antes de
irme de este mundo", seguía en su encendida defensa de los pobladores de parajes a punto de ser
rematados en beneficio de una empresa Texana.
Pero volvamos a Todas las hojas... "Cuando digo 'Cuidalo de drogas', estoy diciendo: 'cuídalo de tu
propia droga´, explicó. Detrás de sus dos preocupaciones, lúcido, El Flaco había entendido que
había que cuidar al hombre del hombre. Su legado, inconmensurable y eterno, es ante todo el de
un humanista.