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  1 Mamire el último niño Víctor Carvajal Ilustraciones de Eduardo Osorio

Mamire el último niño

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Mamire, el ltimo nioVctor Carvajal

Ilustraciones de Eduardo Osorio

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EL VALLE DE AROMA

Quisiera que volvieran los aos de mi infancia para vivir alegre y sin preocupacin...

As suele cantar doa Mercedes Ocsa, una de las abuelas centenarias de Mamire, el ltimo nio del valle de Aroma. Manir vive entre ancianos que suspiran por el luminoso pasado y miran con temor el futuro porque slo un milagro puede salvar la vida en el pequeo valle, que no figura en atlas ni mapas. En medio del desierto, el Aroma yace enterrado, casi, entre cerros parduzcos y secos. Es un corredor estrecho que bordea unas diez leguas el curso del ro, y baja de la cordillera nieve a la mar salada, a travs del corazn ardiente de un territorio arisco, despoblado y solitario. El valle es el nico corredor verde en cientos de kilmetros a la redonda. En Aroma se alza un casero cruzado por dos calles que nacen del cerro arriba y terminan cerro abajo junto al esmirriado ro. En la plazoleta del pueblo estn la capilla, la escuelita, el mercado y la alcalda, edificios todos de piedra cal, adobones y pajabrava. Unos pocos rboles se suman a los frutales que se alzan en los patios interiores de las moradas, blancas todas como la misma sal del desierto. En sus buenos tiempos Aroma fue prspero, rico en frutas, hortalizas y verduras que crecan en abundancia. Lo obtenido entonces satisfaca las demandas de la poblacin del valle y tambin las de los poblados vecinos. Famosos fueron los mercados que cada semana se hacan en pueblos aledaos y adonde acudan los lugareos a intercambiar productos y mercancas. En aquel entonces la vida no slo era prspera y abundante. Los arominos vivan en perfecta armona, tal como Dios lo dispuso, en sus casas de un piso levantadas en medio del escaso verde de

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los empinados cerros que sorprenden la mirada con el cambiar constante de su colorido. Las familias Huarache, Soto, Panire, Gamboa, Choque. Lucai, Caipa, Ocsa, Cevallos, Perea Contreras vieron crecer con satisfaccin a sus hijos. Los enviaron a la nica escuela del pueblo y al tener edad para merecerlo, los hicieron novios y los casaron sin dilacin para que la vida en el valle prosperara. La vida en plena pampa es silenciosa, aiisca y solitaria los hombres son parcos y cautelosos. Los nios, sin embargo, cuando los haba en abundancia, se manifestaban a grandes voces, risas y gritos bajo el invariable sosiego de las montaas. Ahora, en cambio, es el viento la nica compaa de Mamire. Ytambin el rumor del ro, el que con su borboteo, tenue y amistoso, parece risa de aguas en cada choque contra las piedras; esa alegra recibe al nio que por ah cruza cada tarde, cuando el pastoreo lo lleva hasta los cerros. 1al vez por ello los lugares preferidos de Mamire para sus juegos son las dos riberas del ro.

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2 LOS PRIMEROS EN MARCHARSE Cuentan los ancianos que hace ya muchsimos aos la modernidad se trag la vida mansa del pueblo. Por el valle se intern un da la interminable hilera de afuerinos, apertrechados de herramientas, arracimados en mquinas blindadas que con motores amenazantes remecieron hasta las rocas del paraje. Aquellos hombres levantaron a su paso tina polvareda que ocult el sol por varios das consecutivos. Entre los vecinos del valle corri en aquel entonces el rumor de que la prosperidad, cual reina y squito, era la que llegaba. Pero esos hombres empujando el futuro sobre las brechas polvorientas no acudieron precisamente para quedarse. Apenas se detuvieron un instante a saciar la sed de las mquinas, para continuar enseguida su viaje al interior del desierto, dejndose tragar por la ms estrecha de tas pedregosas gargantas. Atravesaron montaas, dejando seales profundas en la arena endurecida; por ellas deban seguir ruta los vehculos venideros, sin que extraviaran curso y camino en aquel ocano de roquerios, montculos y quebradas. Con el tiempo ese mismo camino se lite llevando a los hombres jvenes de Aroma. Los atrajeron las promesas de riqueza que ofreci la extraccin salitrera en pleno corazn de la pampa. El joven yacimiento necesitaba brazos vigorosos y resistentes, aclimatados al quemante sol del da y al helado aire de las noches. Los arominos que se marcharon del valle aprendieron rpidamente a conocer el valor del dinero. Con idntica celeridad, comenzaron a menospreciar labores que no lo eran . En el pasado qued la vieja y sabia costumbre de ser generosos bien dispuestos para regalar a los dems el tiempo libre de cada cual. En aquel entonces, en lugar de preguntarse: Qu gano yo con esto?, pensaban: Qu bien puedo hacerle a los dems? cada vez que ofrecan su tiempo sobrante. Tambin en el

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recuerdo qued aquella vida anterior cuando d comercio se haca con trueque y permuta. Eran los tiempos de antao. Las salitreras se alzaron cual ciudades esplendorosas creando su propia moneda de compra y de cambio. Tan florecientes eran, que slo un loco habra podido pensar que en pocos aos seran restos y escombros. En los hogares sin varones del Aroma, las madres ocuparon el lugar dejado por los maridos. Y los hijos, despus de la escuela y de las labores del campo, secundaron en la casa a las mujeres en aquellos trabajos que antao solan hacer los hombres. Por ello, fue habitual ver en Aroma a nios detrs de mulos cargando lea, arreando chivos de monte, soportando pesados atados de hierbas sobre el esqueleto de sus hombros. Por esos tiempos, los nios asistan a la escuela tres o cuatro aos a lo ms. Pocos llegaban al sexto ao de educacin obligatoria. En menos que canta un gallo, aquellos mocosos tambin emigraron hacia el interior del desierto por la nica senda que les hizo seguir calcados los pasos de sus padres, ilusionados con alcanzar la fortuna que bondadosamente pareca repartir esa tierra sobrada de sales y minerales. La explotacin del salitre cre un puertojunto al mar. Cercano a la playa desierta, sobre el roquedo inhabitado surgi una ciudad que llam con sus cantos de opulencia a los hombres deseosos de obtener el mayor de los provechos de la fuerza joven de sus brazos. El yacimiento creci en decenios, hasta que los alemanes, en menos tiempo, inventaron salitre de laboratorio y con l llenaron los mercados mundiales. El mundo dej de comprar salitre natural y entonces las oficinas de la pampa iniciaron su decadencia hasta su total extincin. As, quedaron convertidas en verdaderos pueblos fantasmas. Sin embargo, la ciudad y el puerto corrieron una suerte distinta creciendo con el paso del tiempo. Hacia all continuaron emigrando los habitantes de los pequeos

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pueblos del desierto. El valle de Aroma qued justo a medio camino, entre la ciudad nueva y las runas de la oficina salitrera. Achicase el valle de Aroma poco a poco. Se puso enjuto, como tina espiga verduzca.Varias generaciones pasaron hasta que el valle, a finales de este siglo XX, qued habitado slo por ancianos que viven de la poca siembra del maz, del ajo y de la papa; viven sembrando recuerdos, sintiendo ansias de elevar al monte sus voces, entonando antiguas tonadas que evocan un pasado brillante. Pero hay que ser justo. Los ancianos tambin se alegran al observar cada maana, feliz camino a la escuela; al ltimo nio del valle: Mamire, el nieto de todos los abuelos. Sus padres forman el ms reciente de los matrimonios y se comenta que por ser los ltimos, muy pronto emprendern la marcha definitiva. Pero mientras aquello no ocurra, cada anciano del valle se siente abuelo de Mamire. Fueron ellos quienes le ensearon, a su debido tiempo y por turno, mucho de lo que el nio sabe. De la abuela Ocsa, aprendi el canto. De doa Gregoria. obtuvo las tradiciones de fmilia, los secretos del riego; los misterios del valle los aprendi de la autoridad del pueblo, el abuelo Panire; los del rebao y su pastoreo los aprendi observando cada movimiento del viejo Caipa. El humor sereno lo hered del abuelo Cevallos, que siempre est de risas, y la seriedad de la vida, de la abuela Perea. A cazar liebres le ense el abuelo Contreras. La abuela Huarache fue la primera en mostrarle los colores de las montaas. Los nombres de las estrellas se los ense el abuelo Gamboa, aficionado a las sorpresas del cielo. De cada abuelo Mamire obtuvo parte de la sabidura del valle y cada uno de ellos vio en el nio de Aroma al ms apreciado de sus nietos.

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3 UN DOMINGO A LA HORA DEL T Aquel domingo era da de descanso en la casa de Mamire. A la hora del t, las doas de Aroma se reunieron con Gregoria, porque a ella le corresponda las onces de esa semana. Entre galletas de chuo, mermelada de damasco, dulce de membrillo y el infaltable t negro de las cinco, las abuelas comentaron el tema que ms las preocupaba. Qu montn de viejos quedar en este valle cuando se vaya mi nieto! dijo doa Gregoria, al cabo de un rato. Qu esperanza habr de que los jvenes vuelvan algn da? se lament Lastenia Huarache. Es cierto que los viejos nos esforzamos demasiado por entenderlos. Y sin darnos cuenta los empujamos a que nos abandonen para siempre coment Elcira. Perdemos la tradicin agreg doa Benita. No hemos sabido mantener nuestra historia en el corazn de estos hijos. Porque slo con el corazn echa races el hombre. Cierto es que vienen a visitarnos para la fiesta del da cuatro, la Navidad y el fin de ao, pero... Pero, cmo los obligamos a quedarse. si hay otros lugares que los atraen tanto? coment con resignacin la abuela Ocsa. Tendramos que retenerlos con razones que no puedan rechazar reflexion Gregoria. Ofrecerles un buen encanto, porque as como as, no se van a quedar. Y que vengan nios para que el maestro no se vaya murmur, Mamire. Tambin el maestro quiere dejarnos? se inquietaron las abuelas. Este nieto es su nice alumno medit Lastenia. Despus de tener el aula llena de pupilos... Qu puede hacer el hombre ahora que slo le queda un puro nio?

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tenemos que esperar hasta que termine el ao para irnos? pregunt a su mujer el padre de Mamire, aprovechando que tocaban el tema. El maestro dice que no es recomendable interrumpir las clases del nio. Y t le haces caso, mujer? Es lo que me dijo. Lo que l no quiere es quedarse sin alumnos, porque tendra que cerrar la escuela. Para l es fcil ganarse el sueldo. Su salario llega sagrado cada mes. Yo, en cambio, si hoy no trabajo maana estoy sin sustento. Eso no es cierto, hijo rompi su silencio doa Gregoria. Sabes muy bien que laborando la huerta nunca te faltar de comer y que tuyo ser finalmente cuanto poseo. Ysi quieres saber mi opinin, creo que mi nieto debe terminar el ao antes de marcharse. El nio, con sus diez aos apenas, escuchaba desde un rincn del comedor de diario. En aquella habitacin se desarrollaba la mayor parte de la vida familiar, alrededor de la cocina, un viejo armatoste de hierro que funcionaba a lea. All herva hoy la tetera para las visitas del domingo. La abuela Gregoria sorbi su t negro en silencio, observando al hijo que no resista las ansias de abandonar el valle. El nio contemplaba a sus padres con los ojos negros, brillantes, a punto de desaparecer bajo el brillo de la incertidumbre. Piensas irte de todos modos, hijo? insisti Gregoria. Despus de la fiesta nos vamos. Por qu tanto apuro? se quej la anciana. Djale al nieto terminar la escuela. El nio mir a su abuela y un relmpago se pos entre sus prpados, un destello de entusiasmo que apenas dur un segundo. Madre protest el hombre. Cantos meses he de esperar

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todava? Mi hijo es el nico alumno de Aroma. Nieto, cerrar tu maestro la escuela? El nio abri de susto an ms el azabache que tena por mirada y neg lenta, tmidamente, con leves movimientos de cabeza. Como sea prosigui el hombre, no puedo pasare! resto de mi vida en este pueblo, cada es ms muerto. Todos los de mi edad se han ido. Yno quiero irme cuando en la ciudad ni trabajo encuentre. Es cierto, hijo. Aqu solamente nos quedamos los viejos. Y para jvenes como t, vivir rodeado de ancianos, es aburrido y fatigoso. Pero, tal vez el nieto quiera quedarse conmigo. Receloso mir el nio a su padre, como si lo que acababa de decir su abuela lo responsabilizara, culpndolo por palabras que l ni siquiera haba pronunciado. Tiene que irse conmigo respondi el padre. Si se queda, tarde o temprano, tendr que venir a buscarlo. Y un hijo debe estar con sus padres. Comprenda, mam, el nio tambin necesita amigos de su edad y aqu no los tiene. Es usted, nuera, la ms interesada en marcharse? insisti doa Gregoria. Yo? balbuce la madre del nio. Es natural que quiera dejarnos despus de la muerte de sus padres. Pero. por qu no ocupan la casa que ellos dejaron? All se sentiran ms cmodos. S, podra ser... replic tmidamente la mujer. Para qu intervino de inmediato el hombre, si nos vamos de aqu? Entonces, vender casa y chacrita, hija? Bueno s, suegrita... Y mir al marido como suplicando que se arrepintiera. Creo que s. Mam, no la culpe. Soy yo el ms interesado en dejar el valle. ;No hay modo de retenerte, hijo? Aqu se muere uno antes de tiempo. Eso no es verdad. Por Dios, me partes el alma con esas

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palabras tan duras! Madre, lo siento, pero es as. Mire, por favor a su alrededor. Qu vida le espera aqu a alguien co- moyo? Ustedes nos entierran vivos, junto con el pueblo murmur la anciana. Pero, qu quiere que haga, madre? protes.t el hijo. No te obligo a quedarte. Por la Santsima Virgen, no podra obligarte. Antes de oscurecer, provisto de una vara larga y seguido por el nico perro de la casa, corri el nio Mamire hasta el cerro violeta, para contemplar el sol que echaba al ro un velo de sombras y las haca subir por la ladera del monte. El perro, a pesar de lo viejo, se acerc impetuoso a los chivos y ovejas que an pastaban en el amarillento verdor crecido entre las piedras. Correte a los animales apindolos junto al nio; luego, se sent a retozar mientras el pequeo pastor vigilaba el rebao. Recostado en la roca, pensaba Mamire lo bien que se sentira con la compaa de otros nios; pero haca un ao ya que no los haba en el valle. Record a Cevallos y a su hermana Carmina. Haban sido sus compaeros y sinti una emocin entraable al evocar la gentil presencia de la nia. A los tres los una entonces la escuela, los juego que el maestro les impona cada da y los deberes domsticos que cada familia delegaba en sus hijos. E] monte, el ro, los sembrados y el ganado siempre eran motivos de encuentro. Haban pasado muchos meses desde entonces; en la soledad de Mamire apareci la esperanza de que al menos durante las fiestas del valle volviera a encontrar a Cevallos y a la amable Carmina. A Mamire no le resultaba extrao que a menudo el maestro se tornara pensativo y nostlgico, cuando desde el pupitre examinaba los bancos vacos de la sala. Como si la mirada del maestro fuese un espejo donde se reflejaran hechos del pasado ms reciente, Mamire contemplaba en esa mirada la ilusin de una sala colmada de alumnos. Record su primer da de clases, a

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los seis aos cumplidos. La sala estaba repleta de nios ese ao... Los primeros en abandonar la escuela fueron Gamboa y Caipa. El padre de Gamboa encontr trab4jo en la ciudad como cargador en el puerto y el padre de Caipa se ocup en un galpn donde horneaban el pan. Mamire jams olvid esta circunstancia: Fbricas para hacer pan!, reflexion, asombrado de que en la ciudad el pan no se hiciera en cada casa, sino en pequeos talleres a donde acudan las personas a comprarlo. Se levant el viento fro de la tarde y Mamire corri con su vara detrs de los animales, reunindolos para hacerlos bajar desde los retazos de sol hasta las robustas sombras que se apoderaban de Aroma cada tarde. Muy pronto sera de noche y el rebao deba estar bien guardado, antes de que la abuela Gregoria se preocupara. Desde la muerte de sus abuelos maternos, el nio se ocupaba tambin de regar la chacra que qued sin cuidados. Esto lo haca en secreto, sin que su padre se enterara; lo haca para satisfacer el deseo de su madre, porque Amelia no quera dejar.morir las tierras de sus padres. Ella no se ocupaba de esa tierra por consideracin al marido. El hombre no quera que su mujer se encariara con esa querencia, dejando de lado las ganas de acompaarlo cuando llegara el momento de marcharse. Mamire ech a correr el agua en la casa desierta. Un hilillo man con tan pocas fuerzas que apenas pareca humedecer la tierra. Sin esperar a que el agua regara el terreno completo, se dirigi con los animales a la casa de Gregoria. Dispona de dos horas para abrir el riego del sembrado de su abuela y acudir a la otra chacra a controlar que todos los canales se llenaran y cerrar despus el paso del agua, cumpliendo un rito cotidiano.

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El lquido retenido salt cristalino, pero a medida que corra por los angostos canales ms color a chocolate tomaba del polvo seco. De cuando en cuando reflejando la luz de la tarde, brillaba como una cabellera de plata. Mamire deposit en la esculida corriente sus botecitos de paja; slo as le duraba la paciencia para esperar que el agua cubriera lo seco. Un ao atrs, Mamire y Cevallos hacan carreritas con barcos de papel, aquellos que el abuelo Cevallos les enseara a construir un da a partir de una simple hoja de cuaderno. Le gustaba competir con Cevallos en aquel entonces; Carmina era el juez imparcial que sentenciaba designando con su fina mano al vencedor. Mamire nunca se entendi muy bien con Cevallos. Ms espigado que Mamire, sola ofenderle con palabras que aludan al origen indgena de su sangre. Pero el consuelo siempre vena de Carmina, que le aguardaba con su dulce compaa,

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apaciguando de una sola mirada la inquietud de Mamire. Carmina pareca comprenderle y en ms de una ocasin le brind ella un gesto de ternura, una palabra de aliento. No seran celos los de Cevallos? La voz de doa Gregoria, llamndolo, lo sac completamente de su ensueo y antes de que la abuela insistiera, regres a cerrar el paso de agua para ahogar el tenue chorro que an brotaba. Saba lo difcil que resultaba obtener el agua y cmo deba cuidarla. Como hueso de santo! deca a menudo doa Gregoria. Siempre reflexionaba el nio en estas palabras. en qu querra decir la abuela con eso. Como hueso de santo., se fue pensando mientras corra a cerrar el paso de agua de la chacra heredada por su madre. Como hueso de santo... Se refera quiz a los difuntos que descansaban en el cementerio de la quebrada? Al regresar donde la abuela, su padre ya no estaba. Como todas las tardes, se haba ido a la casa de Contreras. Pero an estaban all todas las ancianas. Nieto, es la falta de alumnos el problema de tu maestro? pregunt Gregoria apenas vio al nio entrando en el recinto. Bueno, eso tiene arreglo. Y agreg. Te molestara si furamos tus compaeras de curso? Mamire no respondi, tal vez porque no entenda de momento las intenciones de la abuela, tal vez porque no crea que fuera capaz de hacerlo cierto. Quiere, doa, que volvamos a la escuela? exclam Benita. A nuestros aos? se sorprendi Lastenia. ;Qu ocurrencia, Gregoria! agreg Elcira. Saben que no es mala idea? coment la abuela Ocsa despus de un ralo. S, as es insisti Gregoria, porque la escuela no es solamente un lugar para aprender, all tendremos la posibilidad de meditar ms a fondo en el asunto que nos preocupa. Deberamos consultarlo con Francisco Panire

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propuso doa Elcira. Y hacer lo que l nos diga. Las abuelas se quedaron en silencio. Slo se oa el ir y venir de la tazas sobre los platos y los mordiscos que las doas le daban a las galletas de chuo. Hasta que el nio las interrumpi con un pensamiento que lo acosaba. Abuela... Qu son los huesos de santos? Tienen que ver con el cementerio?... La abuela se qued mirndole, sin decidirse a una respuesta. Al cabo de ciertos segundos de duda, reconoci la doa que estos chicos de ahora son muchsimo ms despiertos que los de su tiempo. Qu ocurrencia, nieto! Abuela, le puedo decir una cosa?... Qu cosa, nio? Estuve en la escuela martillando tapas de botellas para hacer un buen ramo de flores a los abuelos del entierro. Y cuando fui a dejarlas, tropec con una tumba casi abierta, donde as. omahan varios huesitos tiernos... Y te asustaste, nieto? No, abuela... El canto de las flores en el viento espanta los miedos. Y qu hiciste? Los cubr con tierra. Los enterr de nuevo. Eso estuvo muy bien... Abuela, es santo todo lo que hay en el cementerio? S, porque est Dios en ellos... Esa noche, el nio pensaba; luchaba con el siteo para quedarse despierto, para darle ms vueltas a los comentarios de las abuelas. Queran de verdad volver a clases? ,Lo hacan para que el maestro no cerrara la escuela? Pens que su padre se lo llevara de todos modos de Aroma. Tal vez, porque la luna suele enviar tristezas, pens Mamire que d irse lejos del valle, las doas estaran muy solas cuando les dieran ganas de ir por fin al cementerio para que Dios santificara sus huesos. Entonces dese

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que ocurriera algo inesperado que lo obligara a quedarse a toda costa en el valle, porque mientras l viviera junto a las abuelas, ellas no sentiran necesidad de abandonar esta tierra. Pens lo mismo de los abuelos, pens en cun triste sera que ellos, uno a uno, se fueran definitivamente al cementerio, a santificar sus huesos, muertos de soledad y de pena. Por fin se durmi, como cada noche, mirando el retazo de cielo asomado al ventanuco de su cuarto. En la vida siempre serena de la regin, basta la sola presencia de las estrellas para tener la mejor de las compaas. Las hay por millares y tan luminosas, que da pena cerrar los ojos para dejar de verlas.

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4 EN CASA DE CONTRERAS En casa de Contreras. Mamire el padre se haba unido al resto de los hombres, entre los cuales ya no haba otro tan joven como l. Los viejos se alegran de que el ltimo hombre joven acuda todava a reunirse con ellos. Aprovechando la esquiva luz del sol que se deshace, que poco o nada demora en ponerse, los viejos suelen sacar al aire de la tarde sus voces. Sentados a la sombra, charlan con calma y disfrutan en paz los bellos tintes con los que hasta hoy pinta a cada cerr del valle la hora del ngelus. All murmuran su pasado, mirando en silencio el presente a travs del cristal de las copas, sin atreverse a pensar en los das venideros. Esa vez, el dueo del recinto sac una vasija de grueso barro, oculta siempre detrs del mesn, y sirvi en vasitos pequeos un cristalino licor dorado, que se bebe a sorbitos, por el ardor que produce en la garganta. Lo que t deberas hacer, Mamire exclam de pronto Perea, es instalar un museo en la primera habitacin de tu casa. En esa que da directo a la calle. ,Un museo?, pens el hombre. Y para qu un museo? De ese modo se mantendra en el recuerdo la historia del valle. Porque se est perdiendo. El anciano no dejaba de tener razn. Pero, quines lo visitaran? La mayora de los que se haban marchado regresaban slo de vez en cuando. Usted quiere respondi Mamire mantener vivos los recuerdos que le dejara a sus nietos? iEso, muchachos exclam el anciano y se ech un sorbo de luego en la garganta. S, eso coment otro de los viejos all reunidos. Uno de

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estos das ya no estarnos ni para contar el cuento... El licor que se echaba al cuerpo le quem el resto de la frase en el borde de los labios. Est re-que-te-re-contra bueno, coment el joven. De dnde lo sac? Ah exclam Contreras, al tiempo que diriga los ojos al techo, es de la ltima cosecha de mis vides junto al riachuelo. Y voy a convidarles slo un trago. El resto lo guardo para los ilustres que vienen a la fiesta de la Cruz de Aroma. Se qued en silencio el viejo admirando la noche que se colaba por la puerta entontada. No piensa hacer ms de este pisquito? Con estos brazos, hijo? Hacen falta fuerzas juveniles para conseguir este licorcito que tiene ms de diez aos de guarda. Los viejos bebieron con deleite y hablaron entusiastas de los que vendran a la fiesta. Era la ocasin para reunirse con los hijos lejanos, con los nietos siempre creciendo, con esas novedades que traan en los bolsos de viaje y en las conversaciones que sonaban tan lejanas. De vuelta a casa el hombre Mamire reflexion en lo conversado con los ancianos. ;Ms de diez aos! En todo ese tiempo aquellas vides no haban sido renovadas, se haba perdido la posibilidad de preparar ese licor de sabor tan bueno. Pero, por qu no pidi ayuda el viejo? Se detuvo bajo las ramas del pimiento centenario que dominaba gran parte de la pequea plaza. A travs del follaje se desprenda la resplandeciente luminosidad de las estrellas. Y qu idea era esa la del museo? Tendra l la voluntad necesaria para ponerse a recolectar objetos con historia? En cierta ocasin, tina de las pocas veces que l haba salido del valle para visitar la ciudad junto al mar, vio algo muy parecido. En el lugar, al que sus habitantes llamaban orgullosamente museo, no haba ms de cuarenta o cincuenta objetos dispersos,

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pertenecientes en su mayora a familias representativas; en l tambin se exhiban algunas reliquias indgenas, que siempre asoman cada vez que se remueve la tierra. Pero, por muy pequeo que fuese el museo, haba que dedicarle mucha energa. Ninguno de los ancianos se ocupara de eso, aunque fuese tina tarea para alguien con los ojos ms vueltos al pasado que a los tiempos venideros. Y ese pensamiento no entraba en la cabeza del hombre Mamire. No estaba dispuesto a renunciar a su partida hacindose cargo de algo que desde ya le pareca tedioso. Rechazar la moderna ciudad por un cuartucho repleto de objetos viejos, conservados como reliquias y que no seran ms que cachureos, le pareci una insensatez, tina necedad, y se molest de que sus viejos desearan para l un destino tan oscuro y limitado. Yo me largo! exclam el hombre. No estoy dispuesto a enterrarme vivo en este pueblo, que aunque me vio nacer, no atrapar mis huesos.

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MAESTRO YALUMNO Al da siguiente, tempranito como de costumbre, Mamire se dirigi a la escuela, En la quietud del patio ya le aguardaba el maestro. Al centro del recinto se alzaba el mstil, el que recientemente alumno y maestro haban pintado de blanco, Junto al mstil, y perfectamente doblada, esperaba la bandera nacional, con los tres colores sobrepuestos, queriendo fundirse ellos con la nica estrella que de sus cinco puntas enseaba slo una. Como primer da de la semana, el maestro pas a continuacin la cuerda del mstil por las argollas, preparando la bandera para que Mamire la izara. Ambos entonaron el Himno Nacional, mientras el emblema tricolor se desplegaba hacia lo alto. Concluda la sencilla ceremonia, el maestro at la cuerda a la base del asta y camin hasta el corredor aguardando que su alumno se formara. Mamire encabez una fila de alumnos que slo exista en su mente. Cerr por un instante los ojos y crey percibir a sus espaldas el ajetreo que producan sus compaeros imaginados. Caipa se form a su lado, encabezando la segunda fila. Mmire sola mirar por el rabillo del ojo a su compaero Caipa porque justamente detrs de l se formaba Carmina. A continuacin se ubicaba Contreras, siempre inquieto, volvindose continuamente hacia atrs porque alguien golpeaba su espalda. Mamire saba que Gamboa era el autor de esas bromas, y tambin Cevallos que con Gamboa se llevaban por poca diferencia de estatura. El asunto de siempre. Caipa. Ocsa, Huarache, Perea, Choque, Lucai y Mamire eran los ms bajos y los ms espigados demostraban su natural inclinacin a divertirse a costa de los ms pequeos. Buenos das, nios! dijo el maestro. Buenos das, alumno! se corrigi de inmediato, al tiempo que escuch su voz acrecentada por el viento, como si las montaas cercanas fueran altavoces rompiendo el silencio en los rincones del valle.

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Buenos das, seor profesor! Bien! Entremos! orden, Y se dirigi a la sala dando la espalda a las vacias dependencias del recinto: la Direccin, sin uso desde que el ltimo director la cerrara al marcharse de Aroma y otra ms pequea que en su tiempo sirvi de comedor. Al otro lado del patio estaban los baos; dos casuchas de latn, una de varones y otra de nias. All consegua el nio la soledad absoluta. Escapado de la presencia del maestro, que no lo dejaba ni a sol ni a sombra, sola encerrarse en las casetas para escuchar a gusto el silbido del viento, que cuando se alza con fuerza hace sonar las flores de hojalata que los deudos dejan en el cementerio. Le gustaba tambin escuchar los golpecitos del sol sobre la lata, cuando al medioda el calor llega a su punto ms alto. Y all el nio esperaba or algn da el paso de esas mquinas que segn su padre surcan el aire de las ciudades y cuyo ruido apaga la voz del viento. El alumno camin a la sala respetando la fila que imaginaba a sus espaldas repleta de nios, esmerados en mantener un orden perfecto de formacin a los ojos del maestro. El maestro aguard de pie junto al pupitre, dndole tiempo a su alumno para que se ubicara en el primer banco de la segunda fila, a un costado de la sala. Pueden sentarse dijo el maestro y se volvi al pizarrn, anotando la materia de esa primera hora de clases. Mientras en el pizarrn la tiza no cesaba de hacer ese ruidito que a veces destempla los dientes, eJ nio reconoci con preocupacin, que por prestar odos a la conversacin de la noche anterior entre sus padres y las abuelas, no haba preparado sus tiles. Busc el sacapuntas y sinti cmo su corazn golpeaba en el centro del pecho, viendo venir el llamado de atencin del maestro. El profesor se volvi al alumno, en efecto, pero se qued contemplando el vaco que dominaba la sala. Copien esto despus del recreo dijo en seguida.

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El alumno aguard con cierta tensin, sin saber corno copiara aquello si contaba con un solo lapiz que escriba. Y si esa punta se quebraba en medio de la copia como sola ocurrir? Ya no alcanzaba a preparar uno de reserva. Por esta vez, entonces, tendra que aprovechar los valiosos minutos del recreo para hacer lo que no haba hecho en la casa. Qu lemos en la ltima clase, nios? carraspe el maestro y sobre la marcha se corrigi. Qu lemos, Mamire? Desde el da en que las ancianas regresaron a la escuela, el padre de Mamire comenz a volver temprano por las noches. Los abuelos hacan comentarios burlones de sus mujeres y al hombre le disgustaba que entre esas abuelas objeto de burla, tambin estuviera su madre. Los ancianos se daban demasiado tiempo para chismosear sobre lo que estaba ocurriendo y el hombre Mamire deseaba ocupar su mente en pensamientos ms

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provechosos. Desde que trabajaba con los muchachos, se le notaba ms entusiasta de nimo y ms confiado de espritu, como un nio en vspera de Reyes.

9 LOS TRES YATIRIS Por entonces comenzaron los preparativos de la gran fiesta del valle. Los primeros en llegar al pueblo fueron los tres yatiris, provenientes del interior de la pampa, desde un lugar cuyas huellas se perdan en el desierto. Su presencia era motivo de gran alegra entre los habitantes de Aroma, porque con ellos regresaban los que se haban marchado. Durante tres das los festejantes ocuparan las pocas alles del poblado, las riberas del ro Aroma y por lo menos una cima de los cerros aledaos. Los ancianos, encabezados por Francisco Panire. salieron a recibir a los yatiris llevndolos a la cantina para saciar la sed de aquellos viajeros resecos y agobiados. El padre de Mamire solicit autorizacin para dejar de trabajar

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ese da e ir a reunirse con aquellos hombres oscuros de ropaje y luminosos de espritu. Enteradas de la noticia, las mujeres de Aroma salieron de sus casas y de tina puerta a la otra fueron comunicando la nueva. Reunidas en la plaza esperaron que los yatiris abandonaran la taberna para saludarlos segn el uso la costumbre. Doa Gregoria envi al nieto a la casa de Contreras para que dijera a los hombres que saben que por la tarde los esperaba a la hora de la cena. El nio entr en la penumbra que dominaba el interior del recinto reservado slo para mayores, sin decidirse a importunar a los hombres que rodeaban una mesa colmada de bebidas. Mamire llam la atencin del padre tironeando Ja punta de su chaqueta. EJ hombre agach la oreja hasta la boca del hijo para or lo que murmuraba. Luego, dijo: Doa Gregoria, mi madre, se sentira muy honrada si ustedes aceptan un convite para esta noche. Los yatiris asintieron gustosos. El nio sali disparado a la intensa luz de la tarde y lleg sin resuelJo a comunicar la respuesta. Mamire estaba emocionado porque saba que la visita de estos hombres era la mejor ocasin para escuchar relatos antiguos. Esa noche, en efecto, el ms viejo de los yatiris cont la leyenda de un hombre al que un da se le apareci un precioso nio. En ese mismo lugar, y sin que se esperara anuncio alguno, se hizo presente la imagen de la Virgen que siempre estuvo en otro sitio. Acudieron los vecinos con la intencin de regresarla a su origen. Pero al da siguiente de nuevo fue encontrada en el Jugar escogido. Cuatro veces la devolvieron y cuatro veces volvi a aparecer en el sitio elegido por el precioso nio. Aqu dijeron entonces aquellos hombres, debemos levantar su templo. As lo hicieron. Dicen que el hombre de la visin vivi largo tiempo acompaado por el precioso infante que lo sigui hasta

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su entierro, cuando el cristiano ya no pudo ms con sus aos. Antes de que los tres yatiris se retiraran, la abuela Gregria les hizo una confesin inesperada. Es una pena les dijo, pero en las festividades slo podr participar en espritu, que es a fin de cuentas, lo ms importante. Pero, por qu, doa? exclamaron ellos. No me hallo bien de nimo y no quisiera exigirle demasiado a mi cuerpo. despus del maltrato que por ms de ocho dcadas le he dado. No se preocupe. Si usted no puede ir a a Santa Cruz, como siempre lo hizo, la Santa Cruz vendr a usted dijo uno de los hombres que saben. Los padres de Mamire no hicieron la menor demostracin ante la sorpresa que les causaban las palabras de la abuela. Pero no pudieron dejar de preocuparse. Aunque hasta entonces no hubieran notado nada extrao en ella, tal vez ocultaba una enfermedad declarada haca tiempo. Madre dijo el hombre Mainire, no se siente bien? As es, hijo respondi la abuela. Y por qu no lo ha dicho? insisti el hombre. No lo s, hijito. Quiere que alguien la vea? Quin? Bueno, la anciana Huarache... Tambin puedo ir a la ciudad y traer un mdico. Los muchachos atrapabrumas ofrecen la camioneta para cualquier necesidad. No es necesario molestarlos por esto. Slo que no podr subir al Aroma para estar junto a la Santa Cruz. Esa noche todos se fueron cabizbajos a la cama. El ltimo nio se durmi pensando en la abuela, al tiempo que evocaba la bella historia que haba escuchado. Con fervor dese una vez ms que algo asombroso ocurriera en el valle, algo que restableciera la salud de Gregoria; y que su padre no insistiera en marcharse, si esto haca tan desdichada a la abuela.

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A la maana siguiente, Mamire fue a ver a su abuela Gregoria. La encontr en pie, sonriente, como en el mejor de sus das. ESe ha ido ya tu padre a sus labores? dijo ella sin la menor afliccin. Ya se fue. Abuela, est bien usted? Lo estoy, nietecito. .No est enferma? No, ni pienso. Y lo que dijo anoche a los hombres que saben, abuela? ;Qu bondad la de ellos! Me ofrecieron la Santa Cruz en la puerta de mi casa! Ves lo que pienso hacer, mi nieto. Abuela, entonces est alentada usted? Puedo secretearme contigo? S, abuela. Me siento mejor que nunca. Esa es la verdad. Abuela... Es que ha mentido? S, lo hice... Pero es por una buena razn. Siempre dice usted que mentir no es correcto. No lo es... Pero las circunstancias lo exigen... Es necesario. Y quiero que as lo entiendas. No debes imitarme en esto. Nunca lo hagas. Por qu lo hace entonces, abuela? Para impedir que te vayas del valle. En Aroma cambiarn las cosas, lo presiento. He conversado con ese muchachito que vino a enfermarse ; me ha dicho que ellos se quedarn mucho tiempo con nosotros. Y vendrn ms personas, en das no muy lejanos. Entonces, me dirs, nietecito... Justo ahora tienes que irte con tu padre? Pero, anda, que te atrasas para la escuela. Usted no viene, abuela? Para los dems esto; muy delicada de salud. No lo olvides. Mamire corri para no llegar tarde a la escuela. Se detuvo un instante en la plaza, porque all los ancianos levantaban un altar para recibir a la cruz que bajara del cerro.

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En la escuela el maestro ya estaba junto a su mesa de trabajo, ocupado en ordenar esos objetos antiguos que l tanto quera y que siempre desenterraba en las cercanas del cementerio. Llegas tarde, Mamire. Disculpe usted, seor... respondi el nio-.-. Me entretuve en la plaza... ;Y doa Gregoria? Amaneci delicada de salud, seor dud Mamire, dud. ,Enferma? S... No s muy bien, seor. ;De cuidado? S... No lo s, seor. Lo extrao es que todas amanecieron con queja. Ya vinieron sus maridos con los justificativos del caso. Bien, esta misma tarde ir a visitar a mis alumnas. Terminadas las clases el nio quiso correr cuanto antes a casa y advertir a la abuela. Con seguridad ira a visitarla no slo el maestro sino todos los abuelos del pueblo. Antes de que Mamire se retirara, el profesor lo retuvo. Tengo que hablar tambin con tu padre dijo a continuacin. Con mi padre? pens el nio y no pudo dejar de preocuparse, an sabiendo que no haba hecho nada tan reprochable llegar atrasado y ser cmplice en la mentira de la abuela como para recibir un castigo: Significaba que el maestro ya lo haba descubierto? Pero no, no se trataba de eso. Despus de la fiesta te irs del valle explic el maestro .No podr seguir ocultando ms la verdadera situacin de la escuela. Pens hacer el informe al trmino del ao escolar, pero tu padre me obliga a redactarlo antes de tiempo. Mamire descubri que el profesor tambin ocultaba tina verdad a sus superiores, lo que equivala a una mentira. De lo contrario, tendra que haber cerrado la escuela por la escasez de alumnos.

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En la ciudad puedo estudiar seis aos ms que en Aroma. As es, Mamire. Y usted, seor... Tambin puede ensear seis aos ms en la ciudad. Mainire... Las cosas no son como te las pintan... Imaginas que en la ciudad todo es distinto y mejor que aqu, cuando a veces es peor. Quiero decir que, no es ni mejor ni peor, slo diferente, s, eso es, muy diferente. Mi pap cree que a usted tambin le gustara... irme? S. Bueno, s... Aunque bien pensado, la labor que realizo en Aroma puede ser ms gratificante que lo que yo podra hacer en la ciudad, comprendes? No. En verdad Mamire no entenda nada. En su cabeza las ideas se agolpaban confusas, sin luz ni salida. Maana no hay clases dijo el maestro. Debernos colaborar con los preparativos de la fiesta. Lo ves, Mamire? Qu cosa, seor? Aqu participamos de las festividades. Todo lo que ocurra en el pueblo nos concierne. En la ciudad la vida es ms agobiante. Aunque te ofrece comodidad y puedes, silo prefieres, ver la vida por televisin. Pero, no te retengo ms. Nos vemos en la Cruz de Aroma. Le digo a mi pap que usted le quiere hablar? Ah! S! Supe que don Francisco le propuso hacer un museo... De eso tambin quisiera hablarle.

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LA FIESTA DE LA CRUZ DE AROMA An dorma Mamire cuando de amanecida los yatiris, sin ms que su propia compaa. fueron al cerro para vestir y engalanar a la Santa Cruz. Algunos ancianos los vieron subir envueltos en la profunda quietud de la maana. El proceso de vestir al madero sera lento. Lleg tu da, Santa Cruz le dijeron ellos casi como en un rezo. El incienso brot de las manos de uno de aquellos hombres que saben. Extendi otro la sbana blanca sobre la tierra, mientras el tercero acostaba la cruz sobre el lecho provisorio y casto. Luego le quitaron la paja reseca que la cubra, dejndola desnuda. Incienso, ms incienso a los pies de la cruz, en el corazn del madero; en abierto respeto, con pudor, procedieron a vestirla con los atuendos de fiesta.

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Mamire despert con los bronces de la banda que ingresaba al pueblo por la calle principal, llamando con sus sones a todos los vecinos. La msica, alegre y difana, se oa desde lejos, como si la pampa hubiese abierto de pronto el secreto de sus puertas, invitando a romper el eterno silencio que slo el viento ahuyenta de cuando en cuando. Apur el desayuno. Deseaba salir cuanto antes a la calle para sumarse a la tiesta que comenzaba. Tuvo tiempo, sin embargo, para observar de paso a su abuela, comprobando que estaba con la misma buena disposicin del da anterior. En la calle, el sol se haba despegado de los riscos y arda majestuoso en el cielo profundo. Los msicos caminaban sobre una nube de polvo, como si no tocaran el suelo. Encabezaba el grupo, un tambor y un tringulo; le seguan una caja, una zampoa, una quena, un trombn y una trompeta. Descendan los msicos entre muros de barro y piedra. Un torbellino de perros les sali al encuentro. La rtmica comitiva ingres al amparo de los pimientos, avanzando al encuentro del nio que los esperaba ansioso para montar con ellos en la nube dorada que ira en busca de la cima ms alta. En el cruce de las primeras calles, aguardaba una muchedumbre de ancianos. Entre ellos reconoci a su maestro, luciendo un sobrio traje negro y un esplndido sombrero de pao, desteido en la copa. Con l tambin estaban los tres muchachos de las atrapabrumas, encantados con la festividad que les resultaba una novedad completa. Divis de inmediato a los hijos de los abuelos del pueblo pie llegaban de la ciudad con sus familias. Entre ellos reconoci, como aparecidos de los telones del viejo teatro que una vez pas por el pueblo, a muchos de los que en su tiempo fueron sus amigos y compaeros. Mamire se ruboriz con el descubrimiento, se inquiet en medio de la fiesta, quiso correr al centro de la banda y hacerse polvo en el polvo levantado por los msicos.

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;Mamire! grit uno de aquellos nios. Ocsa! respondi Maniire. Ocsa se apart de sus padres y corri hacia Mamire. Ambos nios se abrazaron, al tiempo que se daban de palmadas suaves en la espalda, imitando el habitual saludo de los adultos. Mamire! Mamire! Eran Cevallos y Contreras que tambin corran al encuentro. Carmina observaba desde lejos, sin apartarse de sus padres. Lo mismo le ocurra a otros nios, que por falta de costumbre, timidez o vergenza, se mantenan a distancia, aguardando el momento propicio, en ausencia de adultos, para correr a los brazos de los antiguos amigos. En la procesin al cerro fue notoria la ausencia de la abuela Gregoria. Tampoco estaban doa Elcira, ni doa Benita, que jams dejaban de asistir a las fiestas del valle. Algo inusual estaba sucediendo, porque tambin faltaron las ancianas Huarache, Soto, Gamboa, Choque, Lucai, Caipa, Ocsa, Cevallos, Perea y Contreras. Por primera vez en Aroma, para la Santa Cruz, las esposas y viudas de los ancianos se quedaban en casa, restando su presencia a los festejos. Entre la gente venida de lejos, Mamire reconoci a los festejantes que nunca dejaban de asistir a los tres das de la Cruz de Aroma. Eran los bailarines, brincadores vestidos con sus atuendos relucientes. Entre los brincadores irrumpieron los reyes y las doncellas, ataviados con telas ms tenues que el viento. Eran los hombres y mujeres diestros de siempre, haciendo despliegue de coloridas plumas repartidas en el ropaje; brincadores que emitan al sol reflejos continuos, en rtmicos movimientos, danzando con el cuerpo cubierto de espejos diminutos y por cientos. De pronto, las calles de Aroma se llenaron no slo de gente venida de otros rincones, sino tambin de vehculos que impedan el paso elegante de las llamas y las vicuas. Los animales estaban adornados de fiesta y andaban libremente por las calles del

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pueblo para que por lo menos una vez al ao no reconocieran amos ni dueos. Reviva una vez ms el pueblo en el valle, recuperaba a sus hijos dispersos. Mamire, en el corazn de la procesin, subi al monte en busca de la Santa Cruz que aguardaba en la cima, andando el camino que se hace desde tiempos muy remotos El tringulo, en el pulso de los festejantes, llevaba el ritmo. Los msicos eran los nicos sin atavios de fiesta, vestidos como de siempre, como de todos los das, deslucidos, con la sencillez y humildad de lo cotidiano. Para no embriagarse en pretensiones>, decan. Con la msica y e) baile, la veneracin naca en cada alma, en cada espritu an vivo. En ese momento, aparecieron ms cruces, provenientes de otros rincones de la pampa, de otros pueblos, tambin en ascenso hacia la Santa Cruz.. All se sucedieron los saludos, uno tras otro, sin que la msica cesara, sin que dejara de acompaar la festividad que slo una vez al ao rene a todos los hijos de Aroma. Cada la noche, los hombres encendieron la gran fogata, cubriendo de oro la platinada luz que descenda de las estrellas. La banda, con sus alegres sones, no descans ni un solo instante, acrecentando el regocijo de las familias abrazadas a las cruces de la bienaventuranza. Mientras aquellos hombres, mujeres, ancianos y nios se reunan alrededor de las llamas, el nio Mamire record la historia oda tantas veces a sus abuelos. Un da fuimos a ver la cruz y la encontramos en el suelo. Ella no quera estar ah. Hubo quienes pensamos que no era su voluntad estar all. Dijimos, la vamos a acercar ms... Entonces, nos fuimos all en grupo y la llevamos hasta la cima de uno de los cerros que cercan el valle. A los pocos das subimos a encenderle velas en ofrenda y la encontramos de nuevo tirada. No dijimos, la Santa (Cruz no quiere este lugar... La Santa Cruz de Aroma quiere otro lugar. Nos reunimos los tres yatiris .

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deliberamos para buscar acuerdo, conviniendo que la misma cruz deba elegir su sitio. As fue como la llevamos por todos los cerros, la fuimos enterrando en cada cima, hasta que ella misma eligi donde quedarse. Y es donde cada ao permanece en espera de su festividad. Al da siguiente, la celebracin prosigui con la Santa (Cruz en procesin por cada rincn del poblado. Mamire y los nios venidos de la ciudad eran los nicos festejantes que parecan haber dormido en algn momento de la noche. Amaneca y la banda tocaba, como si nunca hubiese dejado de sonar. Mamire ocup temprano su lugar en el campanario de la iglesia y se colg de las cuerdas haciendo repicar las tres campanas del templo. Con los yatiris a la cabeza, ms el seor cura y las autoridades locales, la Santa Cruz fue llevada por las calles del pueblo. Mamire dej de repicar y corri calle arriba para llegar a su casa en el preciso momento en que la abuela Gregoria reciba a la Santa Cruz en su puerta. En ese momento, Mamire record que las abuelas haban mudado el nimo una a una despus de esa noche en que l les cont la historia del joven sabio que logr atrapar al viento. En la plaza, entre tanto, los nios de la ciudad se divertan con extraos pasatiempos, juguetes que despertaron la curiosidad de Mamire. Record entonces un juego que algunos nios trajeron para una de las fiestas pasadas. Consista en un bello panorama del pas, con valles, desierto, bosques, cordillera, islas y territorio antrtico, dispuesto en una caja cubierta por un vidrio y no ms grande que un cuaderno extendido. El paisaje enseaba un sinuoso camino por el que cual deba transitar una bolita de acero. En varios de los tramos del trayecto, la esfera encontraba orificios que deban ser sorteados y que proporcionaban puntaje.

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La mayor puntuacin se alcanzaba llegando a la meta sin haber cado en ninguno de los orificios que aguardaban corno trampas en el camino. Al nio Mamire aquello le haba resultado fascinante. Pero los nios de ahora jugaban ensimismados con maquinitas no ms grandes que un paquete de cigarrillos. Aquellos curiosos objetos producan sonidos extraos al pulsar botones de modo constante e incansable. Qu magia posean aquellos juguetes que atrapaban tan intensamente la atencin? Juguetes que impedan levantar la vista para disfrutar de las bellezas del valle? Estos hijos de los hijos del Aroma no se divertan con los festejos tradicionales; tampoco se deleitaban admirando el lugar donde nacieron sus padres. Mamire se acerc a ellos para ver imgenes que le arrebataron el habla: arenales diminutos, figuras en perpetuo movimiento cargadas de piedrecillas fosforescentes y tina msica constante como la de la brisa en las hojas del pimiento y en las llores del cementerio. Pero si aquellos nios tuvieran ojos para el desierto, como alguna vez los tuvieron sus padres, veran lo mismo que Mamire: la sal de la pampa llena de reflejos, las piedras que cambian de forma bajo la noche, la brisa que traslada cristales con sus dedos invisibles, los ojos brillantes de los roedores nocturnos en sus correras de cada luna. Mamire pens que en lugar de pasarse el da con la vista hundida en aquellos cuarzos mgicos, era ms hermoso dirigir la mirada a las estrellas para verlas resplandecer en el vasto firmamento, profundo y sereno.

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11 EL JUEGO DEL COMPRE YVENDA Mainire nio y Mamire hombre subieron solos hasta la cumbre. Amelia se qued cuidando a doa Gregoria. Pero, en verdad, Amelia no quera estar presente cuando su marido pusiera en venta la propiedad heredada de sus padres en el juego del compre y venda.. Y llegar hasta el Cuzco, segn est planificado agreg la joven. Slo falta el financiamiento complet el tercero de ellos. Entonces recin reaccion el maestro con ms entusiasmo que nunca. !Se imagina? ;Cunta gente visitar estos parajes! Cuntos valles y pueblos como Aroma volvern a quedar comunicados como antao! La vida se hace vida de nuevo. Si yo tuviera la posibilidad de... Pero, de momento usted sabe como estn las cosas... Aquello sobrecogi al nio. Y si convencan a su padre? Abandonara la idea de vivir en la ciudad junto a! mar?. Un nudo amargo apret su garganta. La fiestas de la Santa Cruz culminaban; los que a ellas acudieron se iran muy pronto dejando al valle en la misma soledad de siempre. Usted sabe prosigui el maestro que nos vamos definitivamente, pero le aseguro que me gustara ayudar en el proyecto del museo y creo que podra hacerlo desde donde me encuentre..., si es que usted se queda. A nosotros tambin nos gustara colaborar agreg la joven. Espero estar cerca continu el maestro, lo suficientemente cerca como para poder hacerlo... Espero no tener que alejarme tanto como pan que..., no s si usted me entiende... Es que usted no puede irse ahora, profesor coment la joven, demostrando que estaba al tanto de la situacin del maestro. Maana viajamos a la ciudad y si quiere podemos consultar en la universidad el asunto del museo. Por m respondi el maestro, pueden hacerlo. Y usted qu dice? se volvi al padre de Manure la joven. Vamos a buscar material para cubrir ms lomaje. Tenemos bastante trabajo, pero igual le ayudamos en la creacin del museo.

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El padre de Mamire estaba demasiado aturdido como para responder de inmediato. Aunque segua considerando aquella idea como una loca aspiracin, reconoci que esa gente no hablaba solo por hablar. Y aquello de la carretera, otro sueo, un proyecto ms, esos planes afiebrados que jams se llevan a cabo. Y si fuera cierto alguna vez? Las dudas le acometieron como aves voraces tras el alimento. As, al menos, se lo hizo ver ms tarde a su hijo, culminado el juego del compre y venda, antes de que Mamire se lanzan cerro abajo en desenfrenada carrera hacia la iglesia. Todava quieres conocer la ciudad, hijo? S respondi Mamire, evocando los edificios de la transparencia que se disolvan en el viento. Yel mar? Tambin a su mente corrieron presurosas las nubes de aquella tarde preciosa. Te importara esperar unos meses? No respondi Mamire sin el menor atisbo de desencanto. Me preocupa la salud de tu abuela prosigui el padre de Mamire. A veces me asaba un miedo terrible, un miedo que a veces se cumple...

Cul?

-Que la pampa consigue enloquecer a los que la habitamos. No es eso lo que le ocurre a tu abuela, quizs? Pero a ratos pienso que todo es un engao... La salud de tu abuela, los viejos que se quedan tan solos, el terreno de tu madre, las fantasas de las que tanto se habla en Asoma... No lo s, hijo. Por primera vez tengo dudas de si ser bueno que nos vayamos para siempre del valle. Mamire aprovech de inmediato la posibilidad que su padre le daba de tocar otra vez el terna que hasta entonces se haba mantenido oculto. Puedo regar la chacra de los abuelos? Esas son buenas tierras, hijo. Me alegro que te preocupes de

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ellas. Y sabes? Se me ocurre que podemos hacer algunos cambios. Me encantara preparar un pedazo de terreno para las vides que cultiva Contreras. Dan un pisco que se vendera muy bien en la ciudad. Mamire sinti que su corazn daba un brinco en el pecho y tuvo el impulso de salir corriendo como un animalito en estampida. De triste/a? De incertidumbre? De alegra? Su padre ya no pudo seguirle manifestando sus preocupaciones y dudas. Mamire corra cerro abajo. Feliz, porque por primera vez su padre se mostraba tan comunicativo con l. Dichoso porque pareca cumplirse el deseo de la abuela. Con tristeza, porque su anhelo de ver por fin la ciudad y el mar, quedaba postergado. Indeciso, al no saber si el maestro seguira enseando en la escuelita del valle. En su carrera se detuvo dos o tres veces a verificar si la ciudad de la transparencia an permaneca en el cielo. Slo vio el cosmos azulino emergiendo cargado de luceros. Sobre la encumbrada cima del Aroma crey distinguir apenas la punta del ltimo rascacielos, brillando intensamente entre los cuerpos celestes. Pero aquello dur tan slo un segundo, porque sin de- mora, se desdibuj finalmente en medio del ajetreo de las estrellas, a cada segundo ms intenso. En otro segundo el nio corra de nuevo, del cerro al valle. Sus pies levantaban casquetes del polvo seco y esquivo en el duro terreno de la resquebrajada pendiente. La manta de Mamire aleteaba en el descenso como los impulsos de un pjaro intentando alcanzar el vuelo. En la iglesia encontr al seor cura preparndose para oficiar la misa vespertina. El sacerdote recibi a Mamire con una amplia sonrisa de satisfaccin. Le agradaba contar en Aroma con un monaguillo tan diligente. A los pocos segundos, las tres pequeas campanas del valle repicaban chispeantes, manteniendo el ritmo continuo hasta que

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en Aroma no hubo un solo cristiano que no acudiese a su llamado.

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12 LA ESCUELA LLENA DE NIOS Aquel lunes encontraron cerrada la puerta de la escuela. Los abuelos y Mamire tuvieron que empujar una de las pesadas hojas de madera para ingresar al recinto. El profesor tampoco aguardaba en el patio, como sola hacerlo al inicio de cada jornada. Resueltos se dirigieron a la sala de clases. Aquella puerta, sin embargo, estaba entreabierta; el maestro se hallaba junto a su mesa de trabajo, desalentado y manipulando mecnicamente un enorme candado amarillento. Buenos das, seor saludaron los ancianos en una sola voz,

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apindose bajo el marco de la puerta. Buenos das! respondi sorprendido el maestro. Los ancianos y el nio se dirigieron respetuosamente a los bancos, aguardando la autorizacin de sentarse. El profesor les mir desde el pupitre, abri y cerr nerviosamente el candado varias veces antes de hablar. Mamire... S, profesor? respondi el nio. No te has ido an con tu padre? No tena la intencin de rse despus de las fiestas? prosigui el maestro en tono lastimero. Mi pap se queda en Aroma, seor. Se queda? No quiere dejar sola a la abuela. Tiene mucho trabajo con las pantallas. Y mi mam est contenta atendiendo a los que atrapan brumas. Te quedas hasta fin de ao? S, seor. Qu me dices, alumno! exclam el maestro. Yo pienso cerrar la escuela y marcharme! Cerrarla? exclam Panire. Ahora no puede hacer eso, profesor agreg Contreras. No cuando hemos venido en lugar de nuestras doas. Aprecio la buena disposicin replic el profesor, pero no s hasta donde puedo prolongar este disparate... Tanto ustedes como las doas no son en verdad mis alumnos y como tal tengo slo uno... Cranme que lo siento pero..- estoy desalentado. Escrib un informe a la Sub-Direccin Provincial de Educacin y en l consigno que culminada las fiestas de la Santa Cruz, mi escuela ya no cuenta con el nmero suficiente de alumnos Quisiera poder finalizar el ao como corresponde... No pudo proseguir. Se le quebr la voz como un fino cntaro de vidrio hecho aicos en el borde de una fuente de piedra. Del bolsillo interior del vestn rigurosamente sobrio, sac un pauelo blanco

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y se enjug el par de lgrimas que rodaron inflexibles de sal por las mejillas quemadas al sol y al viento. Creo que no ser necesario que usted enve ese informe respondi Panire. Y dirigi sus ojos al nio Mamire. Nieto, quieres hacer lo que te ped hace un momento? S, abuelo replic el nio y salt como pinchado por una aguja. Permiso, profesor dijo Mamire y sali de prisa. El maestro alcanz a ver las piernecitas del nio sobre el polvoriento entablado de la sala corriendo con la misma vitalidad que lo hacan en el patio detrs del baln reglamentario. Qu intenta hacer, seor Panire? protest el maestro. Ya lo ver usted respondi el anciano. Y se podra haber afirmado que la felicidad se plasmaba en el rostro de la autoridad del pueblo como una tela recin pintada. En ese momento se oyeron voces femeninas y gritos de nios provenientes del patio. Las voces, discretas, se acercaban a tientas; los gritos, intensos y desenfadados, se apoderaron rpidamente del recinto. Cuando el profesor se dispona a dejar su asiento para ver qu ocurra, llamaron a la puerta. Adelante! respondi enrgico. Una mujer, precedida por Mamire, apareci en el umbral y tras ella, dos o tres madres. Los gritos de los nios seguan rebotando en los muros exteriores de la sala, como un baln en perpetuo movimiento. Perdn, seor... balbuce la mujer. Podemos hablar con usted? Hija, hblele con confianza intervino Panire. El seor preceptor es razonable. Le hara usted un lugar a nuestros nios en la escuela?... Lugar es lo que ms sobra, pero... Seor reiter la mujer, no sabemos cunto tiempo ms estaremos en Aroma... Puede ser un par de semanas... Yno queremos que los nios pierdan escuela...

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El maestro enmudeci del todo. Mamire pestaeaba. Ninguno de los ancianos hizo el menor comentario. En el techo del recinto alete de pronto un ave de alas blancas. Los nios gritaban a ms no poder en el patio y uno de ellos entr chillando en la sala, al tiempo que llamaba: Mama, mam! Era ms pequeo que el resto. El maestro le observ con inters y Mamire podra haber jurado que en ese instante preciso, luca ms alegre que preocupado. El maestro sonrea. Don Francisco mir a la mujer y le cerr un ojo con picarda, tal vez, como lo haca en sus tiempos de joven. Segn vemos comentaron satisfechos los ancianos, el profesor no nos necesita. En definitiva, ese lunes fue una prolongacin del domingo, el gran dia de las despedidas. Aquel domingo, los hombres se haban reunido en la plaza antes de partir. Se habran marchado del pueblo como siempre, llevndose a sus mujeres e hijos. Pero las abuelas se mantenan recluidas en casa, aquejadas de lo inexplicable. De nada se lamentaban las doas. Solamente parecan no tener el cuerpo en armona con el alma. Algo que las dejaba demasiado tiempo sin articular palabra, en especial frente a los hijos que sc ausentaban, con la vista clavada en los ventanales abiertos a la complicidad silenciosa de los montes cercanos. Los hombres se fueron dejando a sus esposas en Aroma, molestos y preocupados con esta extraa enfermedad que inesperadamente les complicaba la partida. En casa de Mamire, en cambio, la situacin fue diferente. El nico hijo de Gregoria posterg sus planes. Y Jo que ms maravill a la abuela y a su nuera, fue que el hombre no se angusti ante la partida de los dems. Lo retena aquel quebranto de salud por la que atravesaba la doa. Sin embargo, se le notaba contento: Con los das le haba mejorado el nimo, como el pan que se levanta al calor del horno. Estaba satisfecho con lo que haca en el valle. Le gustaba cada vez ms participar en el

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proyecto atrapabrumas, que ya no consideraba tan loco; se senta agradecido por el agua que obtena sin dificultad del pozo. Le animaba ver tan contenta a su mujer, como rejuvenecida, como cuando eran slo novios, como cuando ella tena a sus padres vivos.

13 LAS AULAS DEL VALLE Recin el martes se reiniciaron las clases, como Dios manda. El maestro luca resplandeciente. Se haba puesto su terno de pao y llevaba una corbata que nadie le haba visto antes. Por primera vez, despus de mucho tiempo, contaba con la cantidad suficiente de alumnos para formados en dos filas autnticas; los pequeos adelante, los grandes al final, como se hace en todas la escuelas de la Repblica. Lo que al comienzo fue motivo de inmensa alegra, no dej de ser una complicacin para el maestro. Haba recibido nios de cursos diferentes y tuvo que amoldarse rpidamente a las diferencias de nivel en cada materia. El maestro separ el

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pizarrn en tres partes, distribuyendo all la enseanza, segn la correspondencia con cada curso en particular. Aquel primer da fue complejo. A veces se confunda y pareca incapaz de salir del atolladero. De pronto se volva a los nios con los ojos brillantes de emocin al tiempo que deca: Bien., alumnos! Comenzaremos con la historia de Aroma, porque seguro es que no todos la conocen. En tiempos muy lejanos, los incas usaron este valle como descanso. Un tambo para que en l se refrescara los viajeros y los chasquis, aquellos corredores incansables que portaban los mensajes del Inca. Posteriormente, los espaoles, en su azaroso camino desde Lima, hacia lo que ms tarde sera el Reino de Chile, encontraron ideal transformar el valle de Aroma en posta de auxilio. Aqu se detena el postilln Real, llevando el correo a la Capitana de Santiago. En este valle los hombres de aquellos tiempos hallaron siempre caballos frescos de reserva. Como Aroma tiene forma de falda, la hechura de tina verdadera vasquia, sus habitantes, por extensin de la palabra le llamaron Huasquia, que es el nombre que lleva el cerro aquel que se ve en la direccin que indico con mi mano. En 1752 prosigui el maestro el Virrey del Per orden que se levantara la primera iglesia de Aroma. En esos aos lleg tambin al valle el primer peral, la primera higuera, el primer damasco, rboles frutales que no existan en estos parajes. El resto de la historia de Aroma la conoceremos en terreno anticip vigorosamente el maestro. al da siguiente program salidas a los montes vecinos con los ancianos para que dios tambin ensearan a los nios lo mucho que saben. A partir de entonces, comenzaron a reunirse por las tardes en la plaza para realizar breves expediciones. Los nios, aconsejados por sus abuelos, acompaaban a Mamire en las labores de pastoreo y al caer la tarde, lo seguan hasta los surcos del regado, de tan buen grado y con tal entusiasmo, que sin darse cuenta fueron olvidando aquellos juguetes trados de la ciudad. Al cuarto da de clases los nios seguan a Mamire y a los

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abuelos en todos sus hbitos bajo la atenta mirada del maestro. Los nios vieron reunir el ganado, abrir los pasos de agua, alimentar a los animales corraleros, cazar aves de cerro con un palito y un puado de trigo esparcido alrededor de una jaula improvisada. Sin siquiera notarlo, cada cual se fue haciendo dueo de lo suyo. Se cumpla lo que doa Gregoria no se cansaba de repetir: Que todos somos dueos de la riqueza que puso Dios en e1 universo. Que slo tenemos que reclamar con amor lo que merecemos y que va es nuestro. Pero esos nios no slo se apropiaban de lo suyo, sino que adems asuman las tareas que correspondan a cada tino. Un da el abuelo Caipa subi con ellos al monte. .De quin es este rebao? pregunt el anciano. Creo que es mo dijo uno de los chicos. ;Cmo que creo? insisti Caipa. No estoy muy seguro... quiso responder el nio. Abuelo... Soy tu abuelo Caipa. Y te repito que debes reconocer tu rebao. Porque estos animales son de los abuelos de Aroma, es cierto, pero ustedes son los nietos de este maravilloso valle. Entienden? S, abuelo Caipa replic el mismo chico. Bien prosigui el anciano, ahora les voy a ensear cmo reconocer a sus animales. Vean. Todos tienen tina marca en las orejas. A ver... Estos tienen tres cortecitos con lanas azules. De quin pueden ser? Los chicos no respondieron. A quin pertenecen estos animales, Mamire? insisti el anciano. Mi abuelo Cevallos. Eso! confirm el anciano. Hay aqu algn nieto de Cevallos?

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Yo! dijo Cevallos. Bien prosigui el anciano, este es tu rebao. Aprenders a ser su pastor y dueo. El chico se sonroj de puro contento, porque jams imagin poseer tantos animalitos. A continuacin el anciano Caipa les ense cmo se llamaba a los animales y qu rdenes se les daba a los perros voluntarios en el pastoreo. Esa tarde, el anciano Caipa los hizo caminar mucho, porque fueron reuniendo a cuanto animal pastoreaba suelto, como si a nadie perteneciera. Otro da, cuando ya caa la noche, Mamire los llev a todos a la casa de la abuela Huarache, que los recibi de buen talante aun cuando se declaraba delicada (le salud. Abuela dijo Mamire, mis compaeros quieren conocer los colores de los cerros. La abuela Huarache sali con ellos al exterior de la casa, les fue mostrando cada toma, explicando por qu se coloreaban distinto, segn la hora del da, por el trnsito que haca el sol. Si ven que el cerro toma un tinte rojizo dijo la abuela Huarache, est diciendo que encierra cobre en sus entraas, y ms clarito cuando la roca tiene aureolas verdes y azules. As me lo deca siempre mi finadito marido, muy sabedor de los asuntos mineros. Si ven tonos amarillos en el cerro, tintes dorados y que no se empaa, brinquen de alegra, nios mos, porque all hay oro nativo. Los abuelos, impacientes, esperaban su turno para salir cuanto antes con sus nietos a ensearles aquello que era propio de su dominio. Abuela -dijo Mamire un da a doa Gregoria, mis compaeros quieren saber cmo se eha en tierra el riego. La abuela lo pens un momento. Suspir bien hondo, tan acomodada como estaba en su silla de siempre, haciendo punto con pitilla.

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T sabes, nieto, que no me atrevo a salir de la casa Mir a su nuera, esperando alguna reaccin de ella que confirmara sus palabras, para recomendar finalmente. Pero t mismo podras ensearles. Todos los abuelos ensean lo que saben. Ellos no estn con el nimo delicado respondi doa Gregoria. Esa misma noche la abuela Ocsa no se hizo de rogar para revelar los cantos del valle.

Quisiera que volvieran - los aos de mi infancia pata vivir alegre y sin preocupacin. Quisiera que volvieran esos das tan felices esas lejanas horas que surcan en mi mente. Si todo es quimera y pura fantasa...

El abuelo Choque sali con ellos otro da y les mostr cmo atrapar pajaros con una varilla flexible. Los chicos, fascinados por la emocin que les causaba mantenerse largas horas en silencio, pusieron a prueba su paciencia. No atraparon pjaro alguno, pero el abuelo Choque caz un matacaballos precioso, de larga cola negra. Los nios no pudieron ocultar su asombro cuando el abuelo Choque pregunt si alguien deseaba llevrselo para cocinarlo en la casa. Como todos dijeron que ni por nada se lo comeran, lo dej libre. Al da siguiente salieron temprano al salar ms cercano. Quien guiaba la excursin era el abuelo Perea, quedando el maestro de la escuela como uno ms de la expedicin. El salar, es el terreno ms plano que se pueda encontrar en aquellos alrededores. De da parece una laguna de plata y de noche, el profundo lecho donde dormitan las estrellas. En la regin hay montes de escasa altura, los que el cndor ni siquiera visita, y cuyos faldeos no

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escuchan lluvia por canto ni por llanto. Perea y su comitiva de nios se intern por las quebradas para encontrar lagunas pobladas por bellsimos flamencos de patas largas y delgadas. Los nios admiraron asombrados el precioso plumaje de finos tonos rosados de las pacientes aves. Los flamencos gustan de la quietud de las alturas y suelen estarse tan quietos y semihundidos en el agua que de pronto parecen una parte ms del paisaje. Cmo se sienten? quiso saber el maestro. Cansados respondieron los alumnos. Arrepentidos de haber venido? ;No! gritaron llenos de entusiasmo. Bien, vamos a ver si podemos acariciar uno de esos flamencos. No pudieron. Pero los vieron emprender el vuelo, que es igual que acariciarlos. En el batir de alas hacan llamear su plumaje, semejando nubes nacidas de las entraas de las aguas. Por la noche agreg el maestro, se recogen en esos promontorios de lodo y piedra volcnica. Los flamencos prosigui el abuelo Perea, anidan tambin a la orilla de lagunas como sta. Hacen su nido de barro y las hembras ponen un solo huevo cada tina. Tanto ellas como los machos se turnan para empollarlo. El gran peligro que enfrentan es el acecho del zorro. EJ muy astuto sabe que despus de las marchas nupciales. que es cuando estos pjaros buscan pareja. viene el tiempo de los nidos. Por eso los flamencos cuando ven que el zorro se aproxima, emprenden el vuelo, y hacen seas con las alas, a la vez que emiten un cantito leve que slo ellos escuchan. El zorro es muy bribn, nios, sabe perfectamente que cada maana, con los primeros rayos del sol, y por razones que nadie se explica, tos flamencos se quedan inmviles como si estuvieran tullidos; es el momento que aprovecha el zorro para robar un huevo o para atrapar un polluelo indefenso. Los flamencos han ido aprendiendo. Ahora hacen sus nidos al interior de la laguna, obligando al zorro a entrar en el agua, y

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como el fondo fngoso se abre con el peso del animal, ste se hunde y queda atrapado. Antes de que cayera la tarde, iniciaron el camino de regreso para que las sombras heladas de la noche no los sorprendieran en plena pampa. De cuando en cuando se detenan para observar extasiados la hora de los arreboles. Es cuando el sol se pone. cuando todo el paisaje se torna violceo. Es cuando el paso del viento parece murmullo de olas. Los nios alcanzaron a ver las aguas esmeraldas de la laguna y el precioso tinte anaranjado que a esa hora cubre las rocas, las piedras, la arena. Entonces, apuraron el tranco porque deseaban llegar cuanto antes a las casas de los abuelos para acariciar a los perros del patio, las llamas, las ovejas del corral y a las aves del gallinero. ;Qu piensas t, Mamire? le susurr al odo el maestro. De qu, profesor? Crees t que estos nios prefieran cambiar las maravillas de estas tierras con lo que tienen en la ciudad? No s, profesor respondi timidamente Mamire. No las pueden cambiar, alumno! exclam el maestro con total seguridad. Dudo de que en la ciudad encuentren algo de lo que tenemos ac! ;Esa es la pura y santa verdad! Esa noche, se tendieron de espaldas en la mejor de las laderas mientras el abuelo Gamboa enumeraba los astros del cosmos y los invitaba a ponerle nombres a las estrellas que descubran. Mamire, que se saba aquello casi de memoria, se dedic a contemplar el encanto que cada hallazgo produca en Carmina. Y esa noche le pareci a Mamire cun verdad era lo que decan los abuelos: que el cielo de Aroma es el ms hermoso del desierto.

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14 LOS NUEVOS AFUERINOS Un mes ms tarde, lleg al valle un grupo de investigadores. Algunos de ellos provenan de tina universidad extranjera, de un pas tan desrtico como el hogar de Mamire. Los cientficos, como les bautiz el maestro, traan semillas de un arbusto llamado jojoba. Aseguraban que en Aroma crecera muy bien, que de ah a un tiempo no muy lejano, los habitantes del valle no querran plantar otra cosa. Cmo es eso? indag Francisco Panire. La jojoba se usa en la fabricacin de cosmticos respondi uno de los recin llegados. Como usted comprender, si aqu se produce bien, se la puede exportar en grandes cantidades. Quiere usted decir interrumpi Panire, que habra trabajo para mucha gente? Usted lo ha dicho confirm el hombre. Esa s que es una buena noticia! exclam el anciano. Nuevos huspedes llegaban al valle, en tiempos que no eran de fiesta ni celebraciones. Algo extraordinario segua ocurriendo en Aroma. Ms personas que atender, ms labor para la madre de Mamire; quizs ms adelante, si su esposo as lo convena, terminara ella con una posada para hacer an ms grata la estada a los visitantes. Los recin llegados decan que permaneceran all un tiempo muy largo. Por lo menos, hasta que la jojoba se aclimatara y creciera, hasta que en el valle se convencieran de lo bien que se poda regar con el agua obtenida de aquellas pantallas atrapabrumas. Lleg tambin al valle otro grupo de cientficos. Venan a observar el eclipse del 3 de noviembre, el ltimo del siglo. Se

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comentaba en el pueblo que no muy distante de all se iniciara la construccin del centro de observacin de estrellas ms importante del planeta; porque cielos, claros y transparentes, como los de Aroma no los haba en ninguna otra parte del mundo. Pensando en el eclipse, los abuelos comentaban preocupados: Vamos a poner un espejo en un lavatorio con agua dijo el abuelo Ocsa para que en l se mire la luna. Para que no se le ocurra desaparecer. No, Ocsa, el eclipse es de sol aclar el abuelo Choque. Y no me gusta que el sol se est apagando. Se me figura enfermo. Es el tiempo de su debilidad acot el abuelo (:aipa. Leseras, Caipa sentenci Contreras, lo mismo dijiste para el eclipse del 66, recuerdas? Ah, s que me acuerdo dijo Lucai. Vi un destello que pas cerca del sol. La oscuridad total me pill pastoreando en el cerro. Pero lo importante es que despus de la oscuridad, Inti regresa con ms luz que antes, entonces la vida prosigue cornpleta. Lo cierto es que vienen esas personas y harn esos trabajos que dicen. Traern ms de algn progreso? Digo. Pero, por supuesto, chiquillos. Imagnense que construyan ese observatorio... Entonces, se necesitar mucha mano de obra comentaron los ancianos. -.-Claro, Contreras! Imagina. carpinteros, albailes, estucadores, pintores, electricistas... Ahora es cuando debo hacer que mi primo Mximo me visite manifest Gamboa. Es astrnomo autodidacta, como le dicen, i vive en el vallecito Verde, entre el Turbio y el Claro. No ms quiero que vea lo que siempre le dije: que cielos como los de Aroma no se encuentran en ningn otro sitio. Ahora es cuando un museo se hace ms necesario que nunca.

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coment don Francisco. Qu dices, Mamire? No s, no estoy tan seguro... Supe que el preceptor te ofreci su ayuda insisti el abuelo. Bueno, el profesor tiene sus ideas... Hasta quiere ir a la ciudad para conseguir un experto de la universidad... ;Pero, claro que s, Mamire! exclam el anciano. Si lo dice es porque puede hacerlo. No es as, chiquillos? Los ancianos asintieron con la cabeza, corroborando cabalmente las afirmaciones de la autoridad de Aroma. No pas demasiado tiempo antes de que el hombre Mamire, junto con el profesor y los tres atrapabrumas, intentara un domingo la primera excavacin en terrenos aledaos al cementerio. Con ellos iban los amigos de Mamire y, adems, Carmina que quiso acompaarlos apenas supo el motivo de la excursin. En medio del silencio, roto a veces por el suave tintinear de las coronas de latn, hicieron los primeros hallazgos importantes: trozos de cacharros indgenas y puntas de flechas. Mamire y Carmina trabajaron juntos aquella maana, sin hablarse casi, puesto que el uno senta en cada instante la compaa del otro. El maestro, con sus incipientes conocimientos de arqueologa, recomendaba cmo escarbar la tierra y con qu cuidado se deban limpiar los objetos desenterrados. Carmina pona tal minuciosidad en su labor que Mamire se deleitaba observndola. Tenemos tanto que pegar coment Carmina. As es agreg el maestro, hay que recomponer estas piezas que pueden tener un valor incalculable. El museo de Aroma empezaba a hacerse realidad. El hombre Mamire se mostraba cada vez ms afable con el maestro, como si entre ellos naciera una profunda amistad. La misma que creca entre Carmina y Mamire. Una tarde, doa Gregoria no pudo soportar ms su aislamiento. ;A ver, nietecito...! Dgale a sus compaeros que ahora mismo les enseo los secretos del agua.

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Abuela... titube Mamire. Qu ocurre. mi nieto? No hace falta que usted lo haga. Mamire confes que l ya lo haba hecho, que todos ellos estaban regando de tarde las chacras de sus abuelos. Se lo dijo, sabiendo que tal vez con ello la decepcionaba. ;Qu bien, mi nieto! exclam doa Gregoria. En todo caso quiero ver cmo andan las cosas en Aroma. Abuela... prosigui Mamire, si usted se alienta querrn tambin alentarse las abuelas? Creo que ya es tiempo de hacerlo, mi nieto. Mi pap querr irse del valle, entonces? Porque me ve alentada? ;Entonces ser mejor que alarguemos la dolencia, que bien vale el sacrificio, mi nieto! exclam doa Gregoria. Las abuelas nos quedamos en casa todo el tiempo que sea necesario. Pero quisiramos salir de visita de vez en cuando y repetir esa tertulia tan amena que tuvimos contigo. Y despus de un momento, agreg: Recuerdas tu deseo de que yo tejiera una red invisible? Bueno, creo que entre todas lo lograramos, no te parece, nietecito? Mamire dej de pensar en la red invisible que lo detendra a l y a su padre; tambin, poco a poco, dej de pensar en ello doa Gregoria, que fue colmando su alma de alegra porque su hijo se quedaba gustosamente en el valle. Ahora ya no quiero irme se confs un da Mamire. Y pens en el hermoso vuelo de los flamencos y en la maravillosa forma que tomaban los labios de Carmina cuando miraba el cielo de Aroma. Pens en lo divertido que era salir a regar y pastorear en la compaa de sus amigos. Pens en lo diferente que era la escuela ahora. Pens en los abuelos, en el maestro, en su padre y en su madre. Pens en la vida que les animaba el alma. Pens que al pensar de nuevo en la ciudad, la que l se imaginaba, se desvaneca de golpe, como se esfum la ciudad de la transparencia despus del juego del compre y venda. Pens

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que quizs el mar no era tan hermoso como los cielos del valle, las lagunas y el salar. Y pens tambin que algn da viajara a conocerlo. Ya habra tiempo para ello. En todo esto pens felizmente Mamire, hasta entonces, el ltimo nio del valle. NOTA DEL AUTOR El valle de Aroma no aparece en atlas ni mapas. Es un pueblo del norte de Chile habitado slo por ancianos que se niegan a abandonar la tierra en que nacieron. Tal vez por ello. viven ms con la memoria y la fantasa que con la realidad que los circunda. Y esta es la razn por la cual yo, que nac tan lejos del desierto, me interes en escribir la historia de Aroma; porque es lejana. misteriosa existe tan slo en las pginas de este libro. En este valle, donde las flores no abundan, los entierros se acompaan con flores de lata. No se desperdician las tapas de las bebidas ni los envases de alimentos enlatados. Todo sirve para confeccionar coronas que el viento mece s hace cantar en el desierto. Y as corno canta el viento, canta el agua, el bien ms preciado. Decir ro es decir alegra, porque el agua se escucha ms con el alma que con el odo. Decir ro es decir fantasa: Escucho un correr de agua en el fondo de mi patio? El hombre de Aroma vive lentamente, no slo por la altura que adelgaza el aire, sino por los contrastes de calor . fro intensos que soporta a distintas horas de un mismo da; contrastes de cimas y valles, altura y profundidad que lo rodea. Esta es tierra de poesa, de maravilla y de amplitud de espritu. Porque quise transitar por sus caminos luminosos, me sedujo hacer un libro corno el que aqu ofrezco.

Vctor Carvajal

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