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Mandala Yo no sabía que no tenerte podía ser dulce como nombrarte para que vengas aunque no vengas Juan Gelman, poco se sabe Abandonamos el acto y uno al otro. Me hace bien; esta purga, cada vez más frecuente y necesaria, que nos cura -puntualmente-. De lo que quema desde adentro. Sin saber dónde empieza y acaba, su forma, y la veracidad de su existencia, sin saber qué trata. Solo, avanza en cada uno y priva, cada vez más, cada vez, de todo. Acaba con uno, con ambos. Siempre va al mismo paso que uno; que los relojes inventados por el hombre. Comienzas a vestirte, y sólo te observo. La forma en cómo tomas tu ropa, cómo te la colocas de nuevo como diciéndome algo. La constante de nuestro encuentro va cambiando, pero, nuevamente, es la casualidad, nuestra unión tan plena, por cierto tiempo y en condiciones siempre parecidas. Una casualidad forzada. Porque nos buscábamos desde siempre, y yo, sabía dónde podría encontrarte. Tan predecible, tú, tan niña. No le veo coherencia ya, pero te busco. La ciudad, las calles, se convierten en un mapa que lleva a tu boca. Me acerco, te rodeo la cintura, y se encuentran los cíclopes. Cerramos los ojos, con el húmedo tacto que nos queda entre las bocas intento leerte, tus movimientos, tu ritmo, tu vida. Cómo no estarlo contigo, fundidos en uno, nos volvemos toda la habitación, y lo demás deja de ser. En el momento, en el

Mandala

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relato basado en la obra Rayuela

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Page 1: Mandala

Mandala Yo no sabía que

no tenerte podía ser dulce como

nombrarte para que vengas aunque

no vengas

Juan Gelman, poco se sabe

Abandonamos el acto y uno al otro.

Me hace bien; esta purga, cada vez más frecuente y necesaria, que nos cura -puntualmente-. De lo que quema desde adentro. Sin saber dónde empieza y acaba, su forma, y la veracidad de su existencia, sin saber qué trata.

Solo, avanza en cada uno y priva, cada vez más, cada vez, de todo. Acaba con uno, con ambos. Siempre va al mismo paso que uno; que los relojes inventados por el hombre.

Comienzas a vestirte, y sólo te observo. La forma en cómo tomas tu ropa, cómo te la colocas de nuevo como diciéndome algo.

La constante de nuestro encuentro va cambiando, pero, nuevamente, es la casualidad, nuestra unión tan plena, por cierto tiempo y en condiciones siempre parecidas. Una casualidad forzada. Porque nos buscábamos desde siempre, y yo, sabía dónde podría encontrarte. Tan predecible, tú, tan niña. No le veo coherencia ya, pero te busco. La ciudad, las calles, se convierten en un mapa que lleva a tu boca.

Me acerco, te rodeo la cintura, y se encuentran los cíclopes. Cerramos los ojos, con el húmedo tacto que nos queda entre las bocas intento leerte, tus movimientos, tu ritmo, tu vida.

Cómo no estarlo contigo, fundidos en uno, nos volvemos toda la habitación, y lo demás deja de ser. En el momento, en el calor tan ambos, fusión más que sincronizada, cómo no quererte, aunque sea unos segundos.

Estoy consciente de lo que no es, ni nuca pretendimos que lo fuera.

Pero me encuentro siempre en búsqueda de conciliar el sol con el rocío, de unificar todos mis pensamientos de manera coherente. Estoy en búsqueda de ti aunque no lo piense.

Tomas tu camino y yo el mío, te pierdo de vista y nos perdemos.

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Mandala, nombre que alude a los símbolos circulares del hinduismo y del budismo que representan los universos interno (microcosmos) y externo (macrocosmos) y se utilizan en meditación para alcanzar la unidad con el ser, justamente la búsqueda de Horacio Oliveira, protagonista de la novela. Sin embargo, al autor le sonaba pretencioso titularla así, por lo que decidió finalmente llamarla Rayuela, en referencia al juego infantil. El objetivo de dicho juego es alcanzar el cielo, es decir el noveno cuadro, por medio de saltos en un pie. De ese modo, el cielo de la rayuela se constituye en el símbolo de esa quimera autoimpuesta de Oliveira de buscar siempre algo que no sabe qué es.

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