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Mandar y obedecer; en Aristóteles y Sartre. Aristóteles nos presenta, en su libro Política, una definición de ciudadano y una definición de ciudad, a saber: Llamaremos, pues, ciudadano al que tiene el derecho de participar en el poder deliberativo o judicial de la ciudad; y llamaremos ciudad, hablando en general, al cuerpo de ciudadanos capaz de llevar una existencia autosuficiente. 1 Para llegar a esta definición Aristóteles hace una distinción entre lo que es el poder político que se ejerce en la ciudad, y el poder que se ejerce en la familia. En la explicación que nos proporciona Aristóteles para justificar su distinción, y con ello su definición de ciudad y ciudadano, se encuentra intrínsecamente su esencialismo. Vayamos, pues, a la explicación sobre lo que es el poder político que se ejerce en la ciudad y el poder que se ejerce en la familia; para ir dilucidando el esencialismo aristotélico. En primer lugar, tenemos que el hombre y la mujer no sólo se han unido por necesidad natural para la reproducción, sino que también se han unido por la necesidad natural de seguridad. La necesidad natural de seguridad provoca la dinámica del mandar y obedecer, dicho de otro modo, es natural que en la familia alguien mande y otro obedezca por razones de seguridad. El poder que se ejerce en la familia es de tipo monárquico. El poder que se ejerce en la ciudad es diferente al de la familia. En la ciudad la dinámica es distinta; el ciudadano que integra la ciudad debe saber mandar pero también obedecer. Para Aristóteles, aquellas civilizaciones que presentaban reyes, los cuales se

Mandar y Obedecer en Aristoteles y Sartre

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Mandar y obedecer; en Aristóteles y Sartre.

Aristóteles nos presenta, en su libro Política, una definición de ciudadano y una definición de ciudad, a saber:

Llamaremos, pues, ciudadano al que tiene el derecho de participar en el poder deliberativo o judicial de la ciudad; y llamaremos ciudad, hablando en general, al cuerpo de ciudadanos capaz de llevar una existencia autosuficiente.1

Para llegar a esta definición Aristóteles hace una distinción entre lo que es el poder político que se ejerce en la ciudad, y el poder que se ejerce en la familia. En la explicación que nos proporciona Aristóteles para justificar su distinción, y con ello su definición de ciudad y ciudadano, se encuentra intrínsecamente su esencialismo. Vayamos, pues, a la explicación sobre lo que es el poder político que se ejerce en la ciudad y el poder que se ejerce en la familia; para ir dilucidando el esencialismo aristotélico.

En primer lugar, tenemos que el hombre y la mujer no sólo se han unido por necesidad natural para la reproducción, sino que también se han unido por la necesidad natural de seguridad. La necesidad natural de seguridad provoca la dinámica del mandar y obedecer, dicho de otro modo, es natural que en la familia alguien mande y otro obedezca por razones de seguridad. El poder que se ejerce en la familia es de tipo monárquico.

El poder que se ejerce en la ciudad es diferente al de la familia. En la ciudad la dinámica es distinta; el ciudadano que integra la ciudad debe saber mandar pero también obedecer. Para Aristóteles, aquellas civilizaciones que presentaban reyes, los cuales se dedican a mandar a sus súbditos y, estos últimos, se limitan a obedecer los mandatos de su rey, las consideraba bárbaras. Los bárbaros por naturaleza no podían tener una ciudad porque sólo se limitaban a la estructura familiar.

Para Aristóteles la naturaleza del hombre libre consiste en mandar a su mujer, a sus hijos y a sus esclavos, y, la naturaleza de su mujer, de sus hijos y sus esclavos consiste en obedecerle; esto en cuanto a la familia. En cuanto a la ciudad, la naturaleza del ciudadano consiste en saber mandar y obedecer, para poder así crear decretos y participar en la aplicación de los decretos creados por los otros. En ambos casos, en la familia y en la ciudad, tenemos que la naturaleza es la medida, en otras palabras, la naturaleza de cada cosa es precisamente su fin.

1 Aristóteles, Política, México, Porrua, 1989, p. 198.

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Tenemos entonces que la naturaleza de cada cosa, su esencia, es su finalidad, su existencia. Si la esencia determina la existencia, ¿Podría darse el caso de que en la esencia no exista la posibilidad de la virtud?, Es decir, ¿Puede haber hombres que por naturaleza no puedan ser virtuosos?

Aristóteles se plantea esta pregunta y concluye que “a cada cual se aplica su virtud”2. El hombre libre que es por naturaleza señor es virtuoso cuando cumple su finalidad de mandar, la mujer es virtuosa si cumple su finalidad de ser sumisa al marido y el esclavo es virtuoso si obedece en todo a su señor. El ciudadano virtuoso, siguiendo esta lógica, es aquel que de hecho ha mandado y ha obedecido:

[…] no se puede mandar bien sin haber antes obedecido. Y por más que sea diferente la virtud correspondiente a una y otra función, el buen ciudadano debe tener el conocimiento y la capacidad tanto de obedecer como de mandar. Esta es pues la virtud del ciudadano: ser entendido en el gobierno de los hombres libres en uno y otro respecto.3

La virtud se ve determinada por la naturaleza, no es una y la misma virtud para todos. La virtud es el resultado de la actualización efectiva de la naturaleza de cada uno.

Un esclavo que se rehusa a obedecer a su señor estaría renegando de su naturaleza. El esclavo no se pertenece a sí mismo, él pertenece a su señor y, sólo por medio de la obediencia a su señor puede desplegar su esencia hacia la virtud. La sublevación del esclavo lo hace no virtuoso. Y, viceversa, si alguien nace hombre libre tienen la posibilidad de mandar, es decir, se es señor y no esclavo, y si se rehusa a mandar estaría en contra de su naturaleza, por consiguiente no podría ser virtuoso. El esclavo necesita del amo y el amo del esclavo para llegar a la virtud:

[…] si el que manda no es temperante y justo, ¿cómo mandará rectamente? Y si no lo es el que obedece, ¿cómo obedecerá rectamente? Si cualquiera de ellos es licencioso o cobarde, no cumplirá los deberes que le incumben. Es pues evidente que ambos deben participar de la virtud (por más que haya dentro de ella las diferencias correspondientes a las que hay entre quienes naturalmente mandan y quienes obedecen).4

El señor, (hombre libre), está por naturaleza facultado para mandar y el esclavo para obedecer, si cualquiera de los dos no cumple con su finalidad no llega a la virtud.

En esta dinámica cabe una pregunta que el propio Aristóteles se plantea, a saber, la de si es justo que el esclavo siempre sea esclavo y se limite a perfeccionarse como tal sin poder aspirar a ser señor.

Para Aristóteles el que el esclavo no pueda ser señor no es en lo absoluto injusto, por el contrario, el que el esclavo sea siempre esclavo le asegura no sólo la subsistencia sino el camino de la virtud, porque el esclavo por naturaleza carece de la facultad de deliberar; por lo tanto, si el esclavo llegase a ser señor no sabría como

2 Aristóteles, op., cit., p. 171.3 Ibidem, p. 201.4 Ibidem, p. 170.

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mandar y, no sólo no podría ser virtuoso sino que perecería. El esclavo sin el señor no es capaz de la autosuficiencia, el esclavo no puede dejar de ser esclavo por razones de seguridad.

Para justificar que el poder que se ejerce en la familia en la relación hombre-mujer, padre-hijos, señor-esclavo, no es injusto, a pesar de que se ejerza por la fuerza, Aristóteles recurre a una comparación con el alma y el cuerpo. Para Aristóteles el alma es la parte del hombre que posee la razón o la facultad de deliberar, y, ésta debe mandar al cuerpo; si el cuerpo se apodera del mando cae en la corrupción y perece. El alma siempre debe tener el mando pues sólo así garantiza la existencia del cuerpo. El cuerpo es para el alma sólo un vehículo o una herramienta, si bien no es lo fundamental para la virtud si es necesario para la existencia y, es en la existencia donde el alma puede alcanzar la virtud. En la familia, sostiene Aristóteles, el hombre libre tiene el papel del alma, sólo él tiene la posibilidad del uso de la razón; el esclavo, la mujer y los hijos tienen el papel del cuerpo. El hombre libre es quien debe mandar para que el cuerpo, (esclavos, mujer e hijos), no caigan en corrupción y puedan llegar a ser virtuosos.

De lo anterior concluyo, que en la época de Aristóteles el hecho de que el hombre libre mandase no se consideraba en lo absoluto injusto. Lo injusto era que este hombre libre, teniendo el uso de la razón, se negase a guiar a quienes no la tenían. La mujer, los hijos y los esclavos tenían la necesidad natural de ser guiados por los mandatos del hombre libre:

El libre manda al esclavo, el macho a la hembra y el varón al niño, aunque de diferente manera; y todos ellos poseen las mismas partes del alma, aunque su posesión sea de diferente manera. El esclavo no tiene en absoluto la facultad deliberativa; la hembra la tiene, pero ineficaz, y el niño la tiene, pero imperfecta. De aquí que quien manda deba poseer en grado de perfección la virtud intelectual (pues su función, considerada absolutamente, es la del arquitecto, y el pensamiento es arquitecto), y cada uno de los demás en el grado que le corresponda.5

La libertad, siguiendo la argumentación aristotélica, consistía en el ejercicio de la naturaleza de cada uno. Esto puede sonar paradójico o contradictorio para nosotros, pero no debemos olvidar la época de Aristóteles; en su tiempo no existía contradicción alguna. Porque si el despliegue de las capacidades dadas por la naturaleza nos permitía llegar a la virtud, es decir, a la finalidad de la existencia, el propio esclavo gozaba de libertad; libertad entendida como la posibilidad de elegir, única y exclusivamente, entre hacer lo mejor posible los mandatos del amo o realizarlos de manera defectuosa. Nótese que el esclavo no es su propio legislador pero se le considera en calidad de decidir entre obedecer de buena o mala gana los mandatos de su señor. El esclavo virtuoso sería el que obedece de buena gana todos los mandatos de su amo sin excepción alguna.

Otro aspecto importante es el papel que juega la colectividad. La importancia de la colectividad se nos presenta, en la familia, como la necesidad de que el hombre libre mande a todos los miembros de la familia, para que todos, inclusive él, puedan

5 Ibidem, pp. 170-171.

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actualizar sus potencialidades. En el caso de la ciudad la importancia de la colectividad es todavía mayor.

Tenemos pues que el ciudadano, (hombre libre que manda en su familia), tiene por naturaleza la capacidad de mandar y obedecer y, sólo si manda y obedece llega a la virtud, es decir, cumple su finalidad. El ciudadano como hombre libre sabe mandar desde su familia, pero, ¿Obedecer?. El ciudadano como hombre libre no puede ser mandado por ningún miembro de su familia, porque sería ir en contra de su propia naturaleza, el ciudadano sólo puede ser mandado por otro hombre igualmente racional.

El ciudadano requiere por necesidad que otro ciudadano le ordene. El hecho de que un ciudadano, que es por naturaleza racional, mande a otro ciudadano, que también es por naturaleza racional, no es una degradación o sumisión. La dinámica del mandar y obedecer entre ciudadanos patentiza o hace evidente su calidad de racional que la propia naturaleza les ha dado, porque los ciudadanos no se limitan a mandar sino también a obedecer a quien es igualmente racional. La obediencia, en esta lógica, constata y reitera lo racional que les es propio. De tal suerte, que aquel ciudadano que no manda y obedece a otro ciudadano no puede de ninguna forma manifestarse como ciudadano y, por consiguiente, como racional. La ciudad es, pues, para Aristóteles, anterior al hombre en el sentido de que la ciudad permite la colectividad y, es sólo en colectividad, donde el hombre racional puede encontrar a sus iguales para mandar y obedecer y, con ello, reconocerse como dotado de razón. Por consiguiente, el peor castigo que podía sufrir un ciudadano era el exilio. Ser desterrado de la ciudad es ser condenado a la falta de la dinámica del mandar y obedecer; el ciudadano que es excluido de esta dinámica queda imposibilitado para reconocerse como animal político-racional.

La ciudad es absolutamente indispensable para el ciudadano, ya que es sólo en la colectividad donde puede pasar de la potencia al acto de su naturaleza política-racional, dicho de otro modo, el ciudadano sólo puede ser virtuoso sí y sólo sí se encuentra en la ciudad.

Pasemos ahora al pensamiento sartreano, el cual es opuesto al pensamiento aristotélico. Pues bien, para Jean Paul Sartre el principio fundamental, de donde se desprende toda su filosofía conocida como existencialismo, es: la existencia precede a la esencia.

El principio de Aristóteles de que la naturaleza de cada cosa es precisamente su fin, es invertido por Sartre con su afirmación la existencia precede a la esencia. El intercambio de la esencia por la existencia trae consigo una concepción de ser humano totalmente diferente de la griega.

En primer lugar, tenemos que al ser la existencia anterior a la esencia la naturaleza no nos indica lo que debemos ser, es decir, se rompe el determinismo que imponía la naturaleza y, con ello, se rescata la subjetividad.

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El hombre, para Sartre, existe primero sin ser nada6 y, conforme existe, va construyéndose a sí mismo. El hombre “no es otra cosa que lo que él se hace”7. El hombre es capaz de construir su esencia en su existencia, “el hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia.”8.

El que el hombre exista sin ningún concepto es la primera diferencia con Aristóteles. El hombre ya no nace esclavo o señor por naturaleza, ambos nacen sin concepto alguno. En este sentido, ambos nacen sin nada en su esencia. La segunda diferencia se presenta en el obrar. El esclavo y el señor, para Aristóteles, debían obrar según su naturaleza, obedecer y mandar respectivamente; ahora en Sartre, el hombre se construye a sí mismo en su obrar, el hombre puede, por decirlo así, ser esclavo o señor. El hombre, para Sartre, no puede estar determinado a priori por la naturaleza.

Según Sartre, el hombre tiene en sus acciones la posibilidad de edificarse a sí mismo. El hombre se ve como un proyecto que se vive de manera subjetiva. El hombre deja de ser un proyecto de la naturaleza que debe realizarse al pie de la letra si se quiere ser virtuoso.

Al considerarse el accionar como la manera para construir la esencia, el hombre puede entonces modificar su esencia según sean las veces que modifique sus acciones, por ejemplo, en la relación obrero-patrón el obrero se comporta de tal manera o acciona de tal forma que su esencia se construye precisamente como obrero, sin embargo, sus acciones pueden cambiar y con ello su esencia. El obrero, en su momento, puede accionar como patrón, es decir, deja de trabajar por un salario y empieza a dar salario por un trabajo, (por nombrar alguna acción de la relación obrero-patrón). De esto podemos concluir que si llamamos a alguien maestro, arquitecto, jefe, obrero, mayordomo, etc., es porque sus acciones lo determinan como tal. El hombre construye su esencia en sus acciones, por lo tanto, podemos decir, que en las acciones de los demás se nos muestra la esencia que pretenden construir.

La libertad, por consiguiente, será entendida de distinta manera que en Aristóteles. La libertad en Aristóteles consistía en aceptar la naturaleza, y, en base a ella, desarrollar las potencialidades al máximo, ya sea en cuanto a esclavo, hombre libre, mujer o ciudadano. En Sartre el hombre está condenado a ser libre, condenado porque se ve obligado a ser su propio legislador, puesto que nace sin ninguna normatividad que le indique el camino a seguir, ni se encuentra bajo la protección de lo que determinó la naturaleza para él o lo que un Dios ordena, sino que él mismo decide lo que hace y que no hace según quiera para su esencia. “El hombre sin ningún apoyo

ni socorro, está condenado a inventar al hombre”9 Por otro lado, el hecho de que el hombre esté condenado a la libertad, es decir, obligado irremediablemente a tomar una decisión en su actuar para constituir su esencia, lo hace ser totalmente responsable de sus actos para con los demás.

6 Entiéndase nada como sin conceptualización7 Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, México, Peña Hermanos, 1998, p. 12. 8

Jean Paul Sartre, op., cit., p. 12.9 Ibidem,. p. 19.

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Por último, tenemos el aspecto de la colectividad. Para Aristóteles la ciudad era anterior al hombre porque en ella se llevaba a cabo la colectividad. Colectividad que permitía al hombre libre reconocerse como animal racional político, fuera de ella era una bestia o un Dios. Sartre, fomenta en cierta forma un individualismo, digo en cierta forma porque sostiene que el hombre es su propio legislador, es quien se determina a sí mismo su esencia en su existencia, sin embargo, necesita de los demás para poder accionar y así edificar su esencia.

El hombre se construye a sí mismo, esto es individualismo, empero, el hombre se construye a sí mismo en su existencia y, la existencia, es constituida por el accionar. El accionar sólo puede darse con relación al otro, la existencia requiere entonces de una colectividad. Aún siendo ermitaño, que sería el completo aislamiento de la colectividad, no se puede dejar de accionar en colectividad, el ermitaño toma la decisión de no pertenecer a la sociedad, por tanto, está teniendo una acción en sociedad, a saber, la de no intervención; en otras palabras, el ermitaño es reconocido como tal por un cierto comportamiento que sólo puede darse si existe una colectividad. El ermitaño no podría ser lo que él quiere ser si no hubiera una colectividad de la cual se aleja.

El punto en que difieren Sartre y Aristóteles, en lo que a la colectividad se refiere, es en ese individualismo que hace al hombre capaz de construir su esencia. En Aristóteles, el ciudadano necesitaba de los demás ciudadanos para poder patentar su esencia con el mandar y obedecer, es decir, el ciudadano necesitaba de la colectividad que la ciudad le proporcionaba para MANIFESTAR su esencia. En Sartre, la colectividad es el medio donde se desarrolla el accionar, accionar que permitirá CONSTRUIR la esencia, pero, cada quien, en esa colectividad, decide como accionar según sea la esencia que pretenda edificarse.

A manera de conclusión, sólo me resta decir que debemos tomar en cuenta que lo que Sartre y Aristóteles nos presentan es la concepción de hombre de una época determinada. Por consiguiente, no debemos descontextualizar a Aristóteles al compararlo con Sartre. Bien podría calificarse de fascista a Aristóteles desde la perspectiva Sartreana, por eso reitero, no debemos olvidarnos de la época en que vivió Aristóteles ni olvidarnos que lo que él nos muestra es la concepción de hombre de su tiempo; concepción que no sólo nos dice como se entendía el hombre a sí mismo sino como se desarrollaba la vida social en la antigüedad.

Bibliografía.

ARISTÓTELES, Política, México, Porrúa, 1989. SARTRE Jean Paul, El existencialismo es un humanismo, México, Peña

Hermanos, 1998.

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