Manhattan Pulp Matías Candeira

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    MANHATTAN PULP

    Matas Candeira

    Me llamo Otto Octavius, tengo cincuenta y tresprimaveras y mido un metro noventa de estatura (con mistentculos de metal, algo ms; es verdad que impongo). Esohe dicho. Me llamo Otto Octavius, y mis amigos y misenemigos me llaman el Dr. Octopus, porque como quien dice,a los ciudadanos de Amrica les gusta mucho clasificar y as

    llenan la marea negra de sus vidas. Ms tarde hablar de Peter,el retrasado mental que me llam as por primera vez. Ottoantes del accidente de fisin, y Octopus despus. Supongoque me llamo de alguna manera, pero no como ellos dicen, nocomo ellos querran. Hoy es catorce de noviembre. Es micumpleaos. Esta maana he desayunado a solas en el ltimopiso de mi laboratorio. Mis tentculos estaban de psimohumor y, mientras buscaba algo en la nevera industrial, unyogur o un poco de gelatina (all dentro tambin guardomuestras de algunas aberrantes criaturas), ellos han empezadoa hablarme con esos chillidos grimosos. Son bestias enjauladas

    en una sentina, mi cuerpo. Un coro antiguo que plae bajouna tormenta invernal. Finalmente, he encontrado una velaazul detrs de una de mis complicadas mquinas, la hecolocado sobre un trozo hmedo de pan y he apagado la luz.

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    Y ese gesto, mirar cmo arda el pequeo fuego en laoscuridad de las inmensas estancias, tena algo de tristeza.

    Muchas felicidades, querido Otto.Has de salir a la calle y elegir vctimas, huecos, destrucciones

    posibles.Tienes que darle a esta ciudad lo suyo.

    Esta ciudad es como una amante consentida, hay que atarla a la cama.Piensa en ello, Otto.

    Nosotros somos t y sabemos lo que te conviene.

    Me enfundo en mi gabardina dos tallas ms grande,cubro a las bestias con ella, abro la esclusa principal, la que daal mundo, intento respirar profundamente, miro estos cielosblancos y atmicos, rascacielos que son tronos donde sesientan los dioses. He decidido que pasear sobre micumpleaos. Sobre este da. Pasear igual que si fuera unltimo viaje, observando esta ciudad como si no hubierapisado antes ningn otro sitio. Es mi cumpleaos. Quiero

    volver a mirarlo todo. Antes de salir, telefoneo a Jim Boydesde una cabina, pero nadie responde. Eso me entristece unpoco, porque necesito decirle que es mi da, que he cumplidocincuenta y tres, cincuenta y tres!, que vayamos a divertirnosun rato. l seguro que me contestar algo tan suyo. Pobresmortales, creis que no moriris y os compris tartas paraenmascarar el dolor. Pero supongo que estas manas se llevanmejor entre iguales. Digamos que Jim Boy es el nico amigo

    verdadero que poseo. Solo tiene ocho aos, pero habla, doyfe, como un profesor de fsica que por las noches suea conhacer sacrificios con doncellas vrgenes. l dice que supequeo cuerpo, huesudo, propenso a las ms comunesenfermedades infantiles, alberga en realidad el ncleo delUniverso, agujeros negros de conciencia en una espesainmensidad. Me ha contado que, cerca de la granja donde

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    naci, aprendi a escuchar esa voz cuando estuvo a punto demorir en aquella laguna siniestra. O debera decir, ms bien,cuando su padre intent ahogarlo al cumplir los seis aos.Ah, bajo el agua txica, esa voz vino a m la verdad es quese estaba bastante a gusto escuchndola. Jim Boy sueledecirme que, aunque ms tarde convenci a su padre para quemetiera la cabeza en el horno (Sabes? Us mi mirada msespecial, la de sumo sacerdote), no le guarda rencor.

    Me decido a entrar en una hamburguesera deAlderney a almorzar. Nadie parece saber quin soy, as tieneque seguir. Pido una hamburguesa con queso y el bote demayonesa ms grande que tengan. Cuando termino de comer,algunos clientes bajan la mirada, se cambian de mesa y sealancon preocupacin al responsable, de uniforme. Es cierto quepuede resultarles extrao verme as, agitando el bote condecisin y echndome un buen chorro en la pechera del traje.El encargado, de raza china, me pide amablemente que me

    vaya. Pero echarme la mayonesa por encima cumple mispropsitos contra la tristeza, porque mi siguiente parada es latintorera Sears. All est ella, como todos los das de lasemana y del ao. Atajar el aburrimiento, la bomba alojadaen mi cumpleaos nmero cincuenta y tres, mirndola. Mirara Anna, la dependienta; su melena pelirroja y su hoyuelo en lamejilla y sus tirabuzones y su respiracin acompasada, de relojde cuco, cuando usa la plancha de vapor. Le sealar lamancha de mayonesa del traje, seorita, podra usted? Nome imagino nada mejor que descubrirla al otro lado de uncristal, verla plisarse el uniforme, apuntar los pedidos yasegurarse de que cada dueo recupere su prenda. Perocuando entro all, el mostrador est vaco. Espero unosminutos. Anna no sale de la parte de atrs del local, y sinembargo creo escuchar un tarareo mugriento entre lassecadoras de la trastienda. Estoy seguro de que es el himno

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    americano. No s si estoy preparado para dos decepcionesseguidas, una ciudad vaca por completo donde nadie meespera. Nadie, salvo las propias estancias en las que vivo.

    El encargado sale de la parte de atrs mascando unchicle. Esa idiota no ha venido hoy, pero puede dejar su trajesi quiere. Amigo mo, veo que se ha manchado con mayonesa.Las manchas de mayonesa son muy peligrosas. Una malquitada puede arruinar bodas y bautizos.

    Aprieto los puos y le digo que no hable as de Anna yme marcho antes de que pase algo de lo que l puedaarrepentirse. A los tentculos les gustara probar cuntoaguanta sin aire un cuerpo humano.

    Ests triste, Otto? Oh, perdedor nuestro, deja de afligirte.No te apetece hacer un poco el animal?

    Escucha, te debes a lo que no quieres ni deseas.

    Recorro hasta el final el callejn Innsmouth, que noha mejorado nada desde la ltima vez: sigue lleno de basura yratas que les muerden los pies a los mendigos. Llamo a unapuerta pintada de blanco. Es un stano que pareceabandonado desde hace tiempo. Despus de un giro de llave,un negro de dos metros abre la puerta, observa primero elcallejn y me estrecha con su mano un tentculo. Ya meconoce. Por eso, guarda una distancia prudencial. Preguntopor Jim Boy y l me responde que, seguramente, est con sunueva madre. Me tenso. Necesito a Jim Boy. No me ayudanada el hecho de que alguna desconocida pueda haberloadoptado y alimentado. En los ltimos tiempos se haaficionado a ensuciar su uniforme de colegial, colocarseestratgicamente en alguna populosa calle del centro deManhattan y esperar que una mujer de buen corazn, uncorazn de oro, se lo lleve a su casa de buen grado. Jim Boyes experto en parecer un infante con alguna clase de

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    enfermedad terminal, una criatura sola en este sucio mundoque morir muy pronto de fro y hambre. Llora, gimotea, pidea gritos un vaso de leche caliente. Muchas mujeres pican.

    De reojo, veo que ah dentro, encadenado a unatubera, un hombre lagarto se retuerce de dolor cuando dosmorenos le clavan un atizador al rojo vivo en el costado. Esextrao: huele mucho a humedad negra, y a su lado hay dosenormes caimanes abiertos en canal. El negro se mueve haciala izquierda y dejo de ver al hombre lagarto, aunque oigo susrugidos, y los de los dos morenos amenazndole con cosaspeores si no les revela una frmula qumica. Sabes cundo

    volver Boy?. l me contesta que eso depende. Si el hijoverdadero de esa seora no es un dbil mental, pueden pasardas hasta que Jim Boy controle a la familia, se convierta en su

    vstago favorito y haga que encadenen al hijo verdadero en elarmario de las escobas, con un gato como nica comida, igualque hizo su padre con l. De pronto, oigo un estrpito,seguido del rugido transparente del hombre lagarto. Haconseguido arrancar una de las cadenas de la pared. Aunqueme marcho antes de que los mate a todos.

    Me decido a tomar la ruta ms larga. Por loscallejones. Ah, catorce calles siniestras en las que, es casiseguro, algn drogadicto intentar atracarme. Me aburro tantosin Jim Boy que hoy tengo ganas de que alguien me busquelas cosquillas. Atravieso el inmenso espacio de un parking yemerjo hacia la luz de dos pistas de baloncesto. Ando msdespacio, intento disfrutar de la muerte del sol en elhorizonte. S, por un instante, miro el atardecer. En lasltimas semanas el sky line ha llegado a parecerme una paredempapelada de flores naranjas que empieza a desprenderse delCosmos, dejando ver una inmensidad blanquecina al otrolado. Ah, supongo, est esa realidad de algunas historiasdonde hay padres que superan sus problemas con el alcohol,

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    el nio tetrapljico vuelve a andar y la vendedora de floresencuentra a un tipo que le ofrece cario, una casa nueva,cielo, mira, este es el vestido de novia de mi madre. Ahora estuyo!

    No hay ni rastro de un drogadicto en condiciones. Unmsero adicto al crack. Eso estara bien. Alguien a quien letiemble la voz y apenas pueda controlar su cuerpo mientrassostiene la navaja. Por Dios santo, acaso pido mucho? Esque realmente queda alguien para verme aqu? Qu estoyhaciendo?. De pronto me siento bastante deprimido, as queregreso paseando a mi laboratorio de quince plantas. Y siorganizara un incendio en alguna para pasar el tiempo?Desisto. No sera suficiente. Tecleo un cdigo que solo yoconozco en el panel de las compuertas. Lo cierto es que megustara olvidarlo, porque si extraviara los dgitos tendra quellamar a un cerrajero, y esto me proporcionara alguien conquien hablar. Podra ensearle algunas habitaciones dellaboratorio. Negara con la cabeza cuando me pidiera verotras! Y si me preguntara qu es ese ruido, qu son esos ojosde reptil que se mueven al otro lado de las mquinas y lasprobetas, lo echara con cajas destempladas, porque mire,amigo, hay cosas que es mucho mejor no saber.

    Sin embargo, cuando las compuertas se abren (el olordel hogar), veo que no todo est perdido: alguien ha deslizadouna tarjeta de papel por el hueco. Reza: Tintorera Sears,donde tus ropas nacen muy felices. Detrs descubro una letraque me parece femenina y una direccin, y estoy a punto desaltar de alegra como un nio.

    Vaya, Otto, una admiradora.Tienes hilo dental?

    Es ms, realmente tienes algo que ponerte?

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    Arranco el motor del Plymouth. A mi mente viene todoeste camino que tengo por delante, carreteras cubiertas dehierba podrida, agujas de quince centmetros. Salen enmuchas de esas pelculas de guerra que Jim Boy y yo noshemos zampado durante las tardes lluviosas. Hay unatrinchera ptrida y anegada de barro donde un soldado rubioest a punto de desangrarse. Solo entonces, pide algo, unfavor luminoso que anega las cavidades de su mente, lleva estacarta, apaga mi sufrimiento, dile a Sally que est en micorazn. Silban en la oscuridad las balas y los obuses.Normalmente, el soldado que porta ese recado mstico, suamigo, ese que tambin le ha cerrado los ojos bajo la lluvia yha gritado a su maltrecha compaa que el muerto necesita unentierro digno, acaba ligando con su novia (estamos en lafiesta de la recogida de la almendra) y comprndose unagranja en Wichita. All cran varios hijos, o tienen un perropomerano, o bien ambas cosas.

    Detengo el coche junto a los corredores y las vallas, en elexterior del matadero abandonado. La nave inmensareverbera con el sonido de mis botas cuando entro all,olisqueo el aire a bestia enjaulada y busco entre las mquinas ylas pasarelas hasta que localizo la sombra del rollizo. Andahacia donde estoy, con las manos metidas en los bolsillos desu bata. Elevo un tentculo a modo de saludo amistoso. Tienelos labios arqueados en una V invertida, y calculo que pesarms de doscientos kilos (de pronto, no s por qu, me entranunas ganas terribles de obligarle a hacer gimnasia). Sabe quehe venido solo. Sin intercambios innecesarios de palabras,rebusca en el bolsillo de su pantaln y saca una jeringuilla dequince centmetros. He visto agujas como esta antes. Tuveque usar una cuando Peter vino a verme una noche detruenos. En la caa afilada y deslumbrante de esta aguja veoreflejada otra derrota; s, el invisible alud de nieve por el que

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    me precipito y una chica ms que se marcha de un portazo.Detestaba a ese tardoadolescente. l fue quien me puso estenombre, Dr. Octopus, y durante algunos aos, ms de los quequerra, me dio bastante la lata intentando desbaratar misplanes. Aquella noche yo estaba retozando en el catre conMarcia, una galerista que haba conocido en uno de esosabsurdos paseos en barco por el Hudson. Ella me haca rercon sus manas y perversiones, y supongo que por aquelentonces esto me pareca suficiente. Habamos encargadounas pizzas. Yo le haba hablado con mucho orgullo delmonstruo lleno de pstulas que estaba criando en la cmarade cristal. Con este animalito planeaba, una tarde sinquehaceres, sembrar el caos en Central Park y as, no s,animar un poco el ambiente. De pronto, en la oscuridad deuno de los corredores, me pareci escuchar un timbre.Recuerdo que le dije a Marcia que no se moviera. Cuando abrlas compuertas, Peter estaba sentado en el suelo de baldosas.Empapado, con el traje de araa saltadora roto y apestando a

    whisky, sus ojos emitan una desesperacin de expresidiario,de trapecista viejo, de ese hombre sin juicio que, delante degrupos de turistas japoneses, acaricia la boca del caimngigante que vive en los Cayos de Florida. Mtame, pidi.No ofrecer resistencia. Consegu detener a mis tentculosantes de que lo agarraran. l continuaba repitiendo que lerematara cuando le obligu a sentarse en una silla y le sugerque aceptara un caf caliente. Al poco, empez a temblar sincontrol. Era una situacin lamentable. Peter me habl, entrefrases confusas, de lo poco que sala ltimamente en lasnoticias, de una mujer anciana a la que le arregl la ducha yque haba matado en un ataque de ira, porque el agua calientesegua sin funcionar. Al parecer, ella haba insistido en darleunas monedas. Algo se haba quebrado dentro de Peter al

    verse en esa posicin: arregladuchas. Por ltimo, hundi lacara entre las manos y mencion a Mary Jane. Dios mo,

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    Mary Jane, deca, y la manera en la que Mary Jane habamuerto es tan horrible que no voy a perder el tiempo endescribirla. Entonces rompi a llorar, se estremeci y lanz unpar de telaraas a la lmpara del techo, de una manerabastante ridcula.

    Vamos, Peter, le dije.Mary Jane! Mary Jane, vuelve!, empez a berrear.Le abofete para que se calmara. Era demasiado tarde:

    Peter Parker se retorca, apenas escuchaba ninguno de misintiles consejos para pasar su luto. O unos pasos a miizquierda. Qu mierda hace l aqu?. Marcia apareci

    vestida con una de mis batas de terciopelo verde y unpicahielos en la mano. Por un segundo, sonri de una maneraque yo nunca haba visto antes. Podemos hacerle pupa?Podemos, Otto?. Antes de que se abalanzara sobre Peter,hice que un tentculo le apresara un pie, la elev por encimade los muebles y volv a colocarla junto a la puerta. Marciaforcejeaba y gritaba que la dejara tranquila. Supongo que yano era esa chica risuea que me gustaba. Jesucristo, qumanera de blandir el picahielos.

    Sabes lo que hizo este cerdo, Otto? Lo sabes?!Escchame bien: una tarde intent deshacerme de mi perroSpark ahogndolo en la baera. Porque bueno, imagnatelo,me daba mucho la lata. Se meaba en mis hijos! Pero cuandoestaba a punto de conseguirlo por fin, esta puta araa, no scmo, me oy.

    Enfurecido, enroll uno de mis tentculos en el cuellode Marcia. Hice que se pusiera de rodillas.

    Muestra un poco de respeto, quieres?, orden.Ms tarde, cuando Peter abri los ojos, me vio

    inclinado a su lado con la aguja preparada. Empez amurmurar muy asustado, hasta que consegu entender lo queme deca. Solo te pido que todo el mundo vea mi traje.Quiero salir en las noticias en prime time. Esta sociedad me

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    ha hecho esto, y todos sois culpables. Asent con la cabeza.Me aburra. Antes de que pudiera pestaear, le clav la agujaen el corazn. Sea como dices, Peter Parker. As lo recuerdo:la jeringuilla vaca en mis manos; las protestas infantiles deMarcia, que gritaba que podamos habernos divertido un ratocon l, la sala oscura y helada y el cuerpo sin vida, roto sobresu asiento. Zurc y cos el traje de Peter a conciencia durantela hora siguiente, sintiendo una tristeza desconocida, algo ascomo un recortable en el tablero de mi vida que ya noencajara ms, igual que tantos otros. Cuando termin, Marciay yo volvimos a la cama. No quise mirarle a la cara en todoese rato. Por lo dems debo decir que, despus de la escenadel picahielos, su voz y sus manas haban empezado adesagradarme. Cuando me pregunt dnde estaba el bao, ledije con sequedad que tena que subir en el ascensor a laquinta planta. Eso fue todo. Ni siquiera me entristec aldescubrir que, en el fondo, ella no tena escrpulos nisospechaba lo que ese chico con superpoderes, troceado enlas tres bolsas de basura de la entrada, supona para m. Eltraje recin zurcido de Peter fue enviado a la redaccin delDaily Bugle a la maana siguiente, pero la sangre con la queestaba empapado era la de Marcia Jones, una vez hechas susnecesidades en la planta equivocada y despus de darle lasbuenas noches al monstruo.

    Vaya, pues este sitio no est tan mal.Con un poco de suerte pueden orse los gritos de las vacas.

    Seores, este lugar es una metforaEscuchad con atencin.

    Vaco mi mente. Alzo la aguja, esta aguja limpia haciala luz que se descuelga por las ventanas rotas del matadero; yas hago oscilar el lquido verde, derecha e izquierda, malditoloco, deja esa mano donde est cuando los tentculos se

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    mueven velozmente para arrebatarme la jeringuilla. Pero soyms rpido. Tanteo la zona de piel de mi espina dorsal, me laclavo hasta el fondo entre dos vrtebras y me estremezco, medoblo, dejo que el calmante para caballos anegue la dulcesuperficie de los huesos. Y por fin, la nima brutal por la queellos pueden moverse se apaga. Gracias a Dios caen al sueloen el instante en el que le entrego el sobre al rollizo.

    Mi socio est detrs de esa enorme picadora,apuntndote, dice. Voy a contarlo, de acuerdo?.

    Agazapado ah, bajo una pasarela mecnica donde lasvacas son conducidas a la cuchilla (me las imagino a cada unacon su lazo rojo en la cabeza), llego a percibir el brillo de unpercutor, los dos ojos de alguien que necesita mucho estedinero. Eso, imagino, y tambin apostar por el caballoperdedor en el hipdromo y mentir a sus hijos con la promesade una buena universidad o una beca en el equipo dedeportes. De nuevo, observo las manos del rollizo contandolos billetes. Tarda demasiado.

    Somos dos personas razonables. Yo podra partirteen dos, pero no voy a discutir. Llego tarde a una cita. As quedime si todo est conforme.

    l me mira como si acabara de recordar una partemuy lejana de esa vida que desea y ahora solo viera el caminomalo que ha tomado. Parece estar pensando en otra cosa.

    Ella?.Cuenta, y no hables tanto.Ella merece la pena?, me dice. Arquea entonces esa

    V desagradable que forman sus labios leporinos. No estiempo de ponerse sentimental, aunque le contesto:

    Mira, todas las semanas le llevo mi traje a latintorera. Aunque no est sucio. Da igual. Y sabes qu? Ellase re de m y no me importa un carajo. Yo insisto: Si me lolava entero, seorita, si hace que este traje verde e

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    impresionante brille como un gato, tendr una buenapropina. Eso le digo. Supongo que ya te haces una idea.

    Sigo de buen humor, de muy buen humor dira yo,cuando arranco el coche y me pierdo otra vez en lainterestatal. Esta vez espero que Jim Boy est en su sitio.

    Tengo suerte cuando le telefoneo. Ah, qu placer, el nio hamordido a la luntica de su madre, me anuncia. No sabesqu manera de comer. Despus me felicita. Se mehumedecen los ojos cuando me da muchos nimos para micita de esta noche. Cuelgo, aunque no puedo evitar abrazar lacabina antes de volver al coche. En la ciudad, en mitad de lacalle, las piernas me tiemblan como las de una chica virgen. Alfin, pulso el timbre del edificio nmero cuarenta, en la Quintacon Search.

    Esto no estaba en el plan, Otto.De ninguna manera. Ten mucho, muchsimo

    cuidado.

    Durante un instante, al entrar en la casa de Anna, hesentido un breve cosquilleo en la espina dorsal. Y tambinmucho miedo, fuego blanco, algo parecido a un recuerdo deesa vida que no he tenido. Era un piso pequeo, de alguienque ya no desea cambiar ms de lugar y gusta de decir frasescomo Nos apabamos bien en aquella casa o Aunque eradiminuta, los nios nunca fueron infelices. Haba un gatonegro ovillado sobre el pequeo sof. Me lo ha presentado.Nemo. Se llamaba Nemo. Te apetece una copa de vino?

    Vamos, qutate el gabn, sintete como en casa. Le herespondido que prefiero quedarme con la gabardina puesta, yentonces, ella se ha redo igual que los das que le llevo eltraje. He credo notar que vibraba una meloda misteriosadentro de sus ojos. No pasa nada, Otto, ensamelos. Hacamuchsimo tiempo que una mujer no me quitaba la gabardina

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    ni me ofreca un asiento a su mesa sin pedirme nada a cambio.No s, que matara a alguien o que le enseara los pulmonespodridos de una mquina, eso que est en mi mano conceder.Un piso pequeo. He mirado a mi alrededor, con vrtigo, confiebre humana. Un piso donde poder quedarse, osimplemente regresar. Vino tinto. Dos copas de vino, eltermostato del saln, que ella ha subido para queestuviramos ms cmodos; su mano blanca y sus venasazules forman un rbol hacia el cielo.

    Espero que te guste lo que he preparado.Yo no suelo cocinar, le respondo, tengo mucho

    trabajo con los experimentos.Para un hombre como yo, que a lo largo de mi vida

    calculo que habr matado a ms de trescientas personas; quepuedo caminar diez metros por encima del suelo; que he vistoel corazn de los tomos y las partculas de las que est hechala materia conocida, este asunto de la pasin romntica resultaalgo bastante extrao. Ha ocurrido hace unas horas, perotodava siento cercano a m ese instante de perder el miedopor completo, hablar de las cosas de la infancia y no serexactamente yo (nunca se es cuando uno se examina en losojos de otro) pero tocar este reverso con las manos. Me veoah, en la silla. Cuando Anna sirve la ensalada tengo las manosrgidas sobre las piernas. Dice que me relaje. Solo noto unhormigueo en la mdula espinal; a ellos, que estn lejos de m,pero no lo suficiente. Le sonro. Nos sonremos. Cuntas

    veces has ido a la lavandera con alguna excusa tonta, Otto?.Le respondo que no lo s y que, en realidad, no me apetecesaberlo, porque quiero seguir inventndome excusas. Dosminutos despus ella ha dejado una tarta de cumpleaos sobremis rodillas, y soplo las velas, y no me acuerdo de la ltima

    vez que sopl unas velas en una casa iluminada y caliente.Una vez te dejaste una foto de recin nacido dentro del traje,detrs pona la fecha exacta. Por eso lo s. A m se me

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    humedecen los ojos. Por eso me miro los pies, carraspeo,quiz sea mejor que ella no me vea as. Te confieso quecuando vi la fotografa, Otto, imagin que ya tenas lostentculos y los enroscabas en el tobillo de tu madre paraavisarla de que queras ir a la Gran Noria. De pronto perciboque, por debajo de la mesa, Anna se descalza y desliza lapunta de su dedo gordo por la superficie del tentculo, y esms, se detiene en cada uno de los anillos y surcos de metalsin mostrar el ms mnimo asco. Sabes? Hoy he dejado esetrabajo de mierda. Voy a empezar mi vida otra vez. Voy aestudiar. No s qu responderle. Hay una vibracin ptridadentro de m. Los cuatro tentculos se agitan a la vez,dormidos, pero conectados a la presencia de Anna, que serecoge el pelo, con esa dignidad oscura y maravillosa de lasenfermeras, y por fin me dice: Vamos a mi cuarto, Octavius.Por mi mente se abren paso sus voces, an roncas, dormidas,desde un lugar desconocido

    El tomo y la materia.Existe demasiada felicidad aqu.

    Las mujeres se alejan.Tus planes, Otto.

    Hemos hecho el amor. Nos hemos parecido a laspersonas corrientes, a sus ruidos vacos, frases que seamplifican en la penumbra, Anna, abrzame, nuestroscuerpos, y los ojos, y estas vsceras dibujadas por la luz, Otto,Otto, vamos, abrzame ms fuerte. Todo sencillo, pobre,humano. En el espasmo final, con otras mujeres, son mistentculos los que siempre vibran y succionan el corazn deesta situacin ntima. Casi parece que los cuatro se ran defelicidad y yo sea un apndice. Ah, tus tentculos son tu peorparte, Otto, y eso nos provoca algunos de los mejores y msprohibidos orgasmos. Es lo que dicen ciertas mujeres en

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    algunas de nuestras escenas de cama. Camareras, secretariasde oficina, vendedoras de tickets en la Gran Noria. Esta vezha sido un poco distinto. Haca mucho tiempo que, con mispropias manos, no apretaba a alguien para romperle loshuesos y prometer algo que jams cumplir. Ocurre que se meda muy bien despedazar en trozos muy pequeos a unapersona, pero no sostenerla entre mis brazos. La habitacin esun fuego y los tentculos el humo. Yo soy una frutadesconocida, y ellos las races.

    Mira, le digo. Ha empezado a nevar, podraacabarse el mundo.

    Eso querras t, contesta ella. Pero clmate, tusmquinas no te sirven de nada.

    Me ro de un modo estpido. Anna est enrollada enlos tentculos, pero ahora se desovilla y se aproxima concuidado a la ventana, no importa si pisas uno, creo quesiguen dormidos, le susurro cariosamente. Tambin tiemblocomo un cro, y doy gracias por haber sido un cobarde yhaber ido al oscuro matadero de Rivers Hyde, sintiendo

    vergenza de m mismo cuando el rollizo me ha tendido elcalmante para caballos. La prxima vez har que un tentculozarandee a ese bastardo dos metros por encima del suelo.Romper el mobiliario, todas las mquinas. Le cortar undedo y le obligar a cobrarme un precio justo, bajo la promesade sacarle las tripas por la garganta si vuelve a aprovecharse.Har, s, que ese lugar apestoso, donde todava se huele elcorazn de las bestias blancas de camino a la picadora, seconvierta en el reflejo de mi cobarda y de mi victoria secreta.Miro un instante a Anna reflejada en el vidrio. Es como si nofuera una presencia real, sino un fantasma de esa fotografa dela que me ha hablado (por qu no puedo recordarla?), o unmonstruo de las pelculas que Jim Boy y yo vamos a ver en el

    viejo cine. Pero es real. Su cuerpo es real. Los cuatrotentculos se extienden por el suelo de la pequea habitacin

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    hasta sus pies (imborrables, presencias en la oscuridad), yentonces Anna dice que Nueva York es un beb maloliente,pero que nace otra vez cuando nieva.

    Pdeme que me quede aqu contigo, Anna, lesusurro.

    Nieve. No escucho a los tentculos. Soy yo. Soy unapersona; ese nio encaramado al Plymouth de su padre con lasonrisa de las fiestas. Estoy vivo. Pienso en asuntos parecidosa estos, y quiero decirlo ahora, porque sucede que despus (enrealidad nunca sabes el momento) las cosas se complican. Lanieve, vista as, bajo una luz que no est en los libros, pareceun pas extraordinario; y Anna sonre y, para cerrar nuestroacuerdo, coge un puado blando de la repisa y se lo bebe. Memira. Me mira cuando me levanto y me sito junto a ella,rodeando su cintura con los brazos, siendo esa persona quenadie cree que puedo ser: un hombre viejo aficionado a losalmanaques, sin laboratorio, sin complicadas mquinas ypartculas de materia flotando en la oscuridad de su vida. Uncompleto imbcil. Ese ciudadano que en cualquier guerra caeel primero bajo la ametralladora del enemigo. Nos besamosotra vez. Hay ocasiones, ahora lo s, en las que miras a losojos de una mujer y es posible que ella admita todas lasexplicaciones, que sepa que el tiempo es algo a extinguir.

    Anna se gira, y la nieve cae intensamente detrs de ella. Mellamo Otto Octavius, esta imagen no la contiene ninguno delos tomos que he visto. Anna sonre, sonre y me parece otrotrozo de nieve, blanco, gigantesco, vivo y tan cerca de m. Escomo si ella hubiera salido del interior de la nevada. Me tocalas mejillas, y hace su pregunta.

    T podras quererme, Octavius?.Bajo la cabeza, aprieto los puos:No. No podra. No es posible.

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    Pero otra vez se me humedecen los ojos, y as meesfuerzo en decrselo, con la desesperanza de los mdicoscuando aseguran que alguien no volver a casa.

    Es imposible, Anna. Lo siento.Repito su nombre porque eso le hace cobrar una

    forma que ya no tiene, Anna, Anna, y oigo a travs de mitorrente de sangre a los tentculos, que saben la verdad, quese han elevado hasta el techo de la habitacin, gruenmetlicamente y se abren como una flor hmeda que atrapauna mosca.

    Anna, Otto. Exacto.No se te ocurra decirle que no. Te conocemos. Eres un

    mentiroso.Hace un rato que estamos despiertos.

    Pero nos ha parecido bien darte este capricho.Despdete. Es un poco tarde.

    Bajo lentamente los peldaos, deseando como nuncaen mi vida que algn vecino abra la mirilla de latn, o que elportero del edificio me sorprenda in fraganti. Pero no veo anadie en mi descenso. No me encuentro con nadie que puedamirarme mal. El gato negro bufa, asoma los ojos verdes desdeel hueco de la puerta y me vigila por ltima vez. Por unmomento me aterra ser incapaz de recordar su nombre. Meapoyo en la barandilla para respirar. Mis tentculos,extendidos en la oscuridad cada vez ms profunda deledificio, cargan con dos pesadas bolsas de basura que goteanrtmicamente sobre la escalera. Bajo, peldao a peldao,rodeado de este silencio, y ya no puedo llamarme como laspersonas, he cruzado una lnea de tiza dibujada a lo largo delhorizonte de esta ciudad, sin regreso posible. Ya no quedanada; ni de ella ni, por supuesto, de ese hombre que sellamaba Otto Octavius y pidi un juego de qumica cuando

  • 7/25/2019 Manhattan Pulp Matas Candeira

    18/18

    cumpli los siete. Es invierno, estoy en Nueva York, un beblleno de pstulas, y esta nieve que cae sobre mi cuerpo y mistentculos quemara vivo a cualquiera. Pienso ahora mismo enque tengo mquinas complicadsimas en mi laboratorio, perono una buena lavadora que saque toda esta sangre.

    Hace una noche estupenda. Helada. Como a nosotros nos gusta.

    Me llamo Dr. Octopus, hoy he cumplido cincuenta ytres primaveras, y estoy saliendo a escondidas de la casa deuna mujer a la que poda haber querido.