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ManoVuelta: Palabra mestiza utilizada para nombrar la reciprocidad en las comunidades indígenas. Forma parte de la filosofía mesoamericana sobre el trabajo como medio de comunicación, medio de vida. Encuentra sus equivalentes en palabras como: tequio, guelaguetza, gozona y fajina.

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

RECTOR

Manuel Pérez Rocha

COORDINACIÓN ACADÉMICA

Miguel Breceda Lapeyre

COORDINACIÓN DE PROYECTOS DE ENLACE COMUNITARIO

Iván Gomezcésar

REVISTA MANOVUELTADIRECTOR: Iván GomezcésarEDICIÓN: Elsa FujigakiCONSEJO EDITORIAL: Ernesto AréchigaIván AzuaraVerónica BriseñoRosina CondeEduardo MoschesJosé Luis GutiérrezTeresa RomeroGuiomar Rovira

CONSEJO DE COLABORACIÓN

Armando Bartra (Instituto Maya)Catharine Good (ENAH)Jorge Legorreta (Metrópolis)Andrés Medina (IIA-UNAM)Genovevo Pérez Espinosa (Xochimilco)María Ana Portal (UAM-I)Agustín Rojas Vargas (Culhuacán)Samantha Ruiz Hernández (Tláhuac)José del Val (MNMPU-UNAM)Teodoro Villegas (Sogem) MESA DE REDACCIÓN: Jordán Gabriel Treviño

DISEÑO: Marco Kim

MANOVUELTA: Palabra mestiza utilizada para nombrar la reciprocidad en las comunidades indígenas. Forma parte de la filosofía mesoamericana sobre el trabajo como medio de comunicación, medio de vida. Encuentra sus equivalentes en palabras como: tequio, guelaguetza, gozona y fajina.

MANOVUELTARevista para las comunidades es editada y publicada tres veces al año por la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO, División del Norte núm. 906, Col. Narvarte Poniente, Delegación Benito Juárez, C. P. 03020, México, D.F.

COORDINACIÓN DE PROYECTOS DE ENLACE COMUNITARIO, San Lorenzo núm. 290, Col. Del Valle, Delegación Benito Juáreztel. 5488 6661 exts. 5252, 5253 y 5254

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Reportaje:La Guelaguetza: la recuperación del espíritu en la ciudadJordán Gabriel Treviño 3

Presencia Indígena: Migración Indígena en Iztapalapa Pedro González Gómez 14

CrónicaCinco Close-ups de la lucha libre Magali Tercero 23

Las comunidades: La Asunción Aculco: el pueblo Jaime Ramírez Campos 32

El pueblo de Aculco tras el paso del tiempo mantiene viva la fiesta patronal Asunción de MaríaGabriela Pérez Peralta 34

Itacate:Si te dijera, MiguelTeresa Dey 39

TetzahuitlSantos de la Cruz Hernández 43

Archivo Histórico del AguaJorge A. Andrade Galindo 46

A pie, de fotoIván Gomezcésar Tercera de forros

En portada:Fotografía de Iván Gomezcésar

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VUELTARevista de la UACM para las comunidades

Iztapalapa año 2 núm. 5 2006

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3MANOVUELTA

La Guelaguetza: la recuperación del espíritu en la ciudad

Jordán Gabriel Treviño

Reportaje

En las calles y avenidas desbordadas de las Ciudad de México, el contacto humano se limita a los pitidos impacientes. Y si no te-nemos auto, de vez en cuando platicamos a gusto con algún taxista a quien jamás volve-remos a ver. Nos subimos al metro, y nues-tra mirada divaga ausente, mientras tenemos cuidado de esquivar cruces con miradas de otros—quienes también se empeñan en au-sentar su presencia. De esta manera, la ciu-dad más poblada que el mundo ha producido, quizá reúna al mayor número de solitarios, solitarios que sólo se acompañan con pitidos y miradas resbalantes. Pero sin duda esta visión no es el todo de la Ciudad de México. Tiene que haber más que viajeros enjaulados en el tráfico, más que familias que cenan tras muros en colo-nias privadas. La Guelaguetza que se lleva a cabo aquí en el Distrito Federal en el mes de julio nos brinda una muestra de algo que quizás hemos descuidado en las grandes ciu-dades y centros urbanos: el espíritu comuni-tario de la reciprocidad. La Guelaguetza tiene sus raíces en las co-munidades indígenas de Oaxaca, y se cele-bra como fiesta institucionalizada todos los años desde 1932 en la capital de ese estado. Fo

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La Guelaguetza llega al Distrito Federal con los migrantes oaxaqueños, que dejan atrás su tierra pero no sus costumbres o sus valo-res, en busca de empleo y oportunidad. Sin duda esta migración no ha ocurrido repenti-namente, sin embargo, la Guelaguetza cele-brada cada mes de julio empieza en la ciudad de México en el año 2000—producto de un largo fortalecimiento de redes y comunida-des oaxaqueñas. Sin embargo, dos crecien-tes conflictos sociales han perturbado la ce-lebración de la Guelaguetza tanto en el lugar de su primera institución en 1932, la ciudad de Oaxaca, como en el Distrito Federal. En Oaxaca el enfrentamiento entre el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y el gobierno estatal han hecho probable la cancelación de las fiestas. A sólo diez días del inicio de los festejos en Oaxaca, los hoteles permanecían al 20% de su capacidad, lo que es muy por debajo del 95% acostumbrado para las fiestas de julio. Como afirma Javier Pérez Cavaría en La Jor-nada, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y de Alimentos Condimentados, las protestas magisteriales “han impactado en forma preocupante, pues inclusive las propias empresas de turismo recomiendan no visitar la entidad. Lo que pierde Oaxaca con este desprestigio es incal-culable.” Por otra parte, Enrique Rueda Pa-checo, secretario general de la sección 22 del SNTE, explica que el movimiento no apoya la fiesta, porque ésta “representa un derroche de recursos económicos que sólo beneficia a los grandes empresarios de hoteles, restau-rantes y agencias de viajes, y no al pueblo”. La Guelaguetza en el Distrito Federal no se critica por representar un “derroche de re-

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cursos económicos que sólo beneficia a los grandes empresarios.” Sin embargo, su ini-cio planeado para el sábado y domingo 15 y 16 de julio en el centro capitalino se per-turba por la marcha de simpatizantes de An-drés Manuel López Obrador en la contienda política. El domingo vio a más de un millón de personas llegar al centro histórico (SSP), cantando “voto por voto, casilla por casilla,” algo que no permite que las fiestas se lleven a cabo en el centro histórico y en su tradi-cional mes de julio. Además, quizá sea algo simbólico que la fiesta de la reciprocidad y de la comunidad no se celebre sino hasta que la contienda se haya acabado y las divisio-nes sociales hayan sanado. Por esa razón se pospone la Guelaguetza para el mes de oc-tubre, con fechas tentativas del 21 al 29 de este mes. La Guelaguetza así con mayúscula, se refiere a la fiesta folklórica ya instituciona-lizada en la ciudad de Oaxaca, y se celebra los dos lunes siguientes al 16 de julio. Pero guelaguetza no sólo se refiere a una fiesta anual, sino también a un elemento importan-te de la vida comunitaria y del modo de vida agrícola. La palabra viene de la lengua zapo-teca y se refiere a participar cooperando, es decir, a la reciprocidad. La gran Guelaguetza ya famosa toma su nombre de las prácticas de reciprocidad que son parte esencial de la fiesta: el compartimiento de tradiciones y costumbres, la buena fe de sus participantes, y sus ofrendas de comida. Como aclara el maestro Lázaro González Domínguez—migrante zapoteca y Secreta-rio General de la Alianza de Pueblos y Orga-nizaciones Oaxaqueñas por la Guelaguetza y la Diversidad Cultural—la fiesta de hoy es

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producto de una unión de las diferentes et-nias y culturas prehispánicas de Oaxaca, y la cultura católica proveniente de España. A pesar de que esta fiesta se ha secularizado y folclorizado, tiene sus raíces más profun-das en la fiesta de la fertilidad de los pue-blos agrícolas. La Guelaguetza consiste en el agradecimiento religioso de la comunidad agrícola a los dioses, cuya bendición año con año vuelve a permitir una cosecha abundan-te, y en consecuencia vuelve a darle vida a la comunidad. Aquí se sitúan las comunida-des en un mundo recíproco donde la vida se sostiene a base de una entrega mutua entre dioses y pueblo. Afirma el maestro González que el pueblo “comía del producto de toda una convivencia, un ágape común.” Asimismo, la reciprocidad es la base fun-damental de la vida y de la actitud comuni-taria. Pero la guelaguetza va más allá de la reciprocidad como una simple forma de in-tercambio de bienes. Se refiere a una ofrenda de amor, un intercambio no por motivos de codicia, sino por amor a la comunidad. Aun-que la Guelaguetza es una fiesta propia de Oaxaca, muchos pueblos agrícolas expresan una visión del mundo parecida. Una compa-ración evidente es el día de acción de gracias celebrado en los Estados Unidos, fiesta ya comercializada, pero que también proviene de pueblos indígenas en agradecimiento por la vida y la cosecha. En sus orígenes comunitarios, podemos entender la Guelaguetza como una ofrenda de amor a los dioses por un lado, y un inter-cambio comunitario formativo del gozo de la comunidad—amor que une y fortalece a la comunidad en si misma. El Maestro Láza-ro González resalta tres elementos religiosos

La Guelaguetza tiene sus raíces en

las comunidades indígenas de Oaxaca

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de la Guelaguetza en las comunidades: la guerra, la fertilidad, y finalmente la palabra. Esta triada se honra a través de sus dioses particulares, a los que se rinde ofrenda. El primer elemento de esta triada es Hui-tzilopochtli, dios de la guerra. Es honrado por haber permitido la conquista de un te-rritorio para acoger y alimentar a la comu-nidad. La guerra es sin duda nómada, huella de un pasado sin hogar. La guerra permite asentar la comunidad, y esto da lugar a los frutos de la tierra, principalmente el maíz. Por eso se rinde ofrenda a los dioses de la fertilidad, dioses agrícolas ya sedentarios. Se honra a Tláloc, dios de la lluvia que ali-menta y hace que la tierra florezca. Entre los dioses fértiles, también se rinde ofrenda a Centéotl y Xilomen, la diosa del maíz y el dios de la agricultura, para pedir y agradecer una abundancia en la cosecha. Centéotl por tradición es la diosa más importante de esta celebración, ya que su fertilidad posibilita la ofrenda de amor. Finalmente también se reconoce a Quetzalcóatl, quien es asociado con la palabra y la sabiduría—dios que per-mite que la comunidad se hable a sí misma y pueda reflexionar. En los pueblos de Oaxaca, todavía se ce-lebra la Guelaguetza año con año más en el sentido de las fiesta de la fertilidad, que en la del folclor de la ciudad de Oaxaca. Aquí en las comunidades, se organiza la fiesta por medio de las famosas mayordomías—sis-tema de cargos por el cual se le otorga la responsabilidad de aportar la comida y la organización principal a una persona. Sin embargo, comenta Lázaro González, “todos ponen para las fiestas.”

Lázaro González enfatiza también el ca-riz religioso de la Guelaguetza en las comu-nidades indígenas y afirma que este año se propone dar algo de este sentido religioso a la Guelaguetza en la ciudad de México. Y pese a que la concepción original de las fiestas provenga de una religiosidad agrícola con los tres elementos ya mencionados, se debe señalar el sincretismo que ha habido entre elementos prehispánicos y católicos. Por eso mismo “las danzas son distintas,” aunque “en el fondo hay continuidad.” Uno de los momentos en los cuales se unieron las dos culturas, fue el nacimiento de la fiesta a la Virgen del Carmen ahora co-nocida como los Lunes del Cerro. Los Lunes del Cerro se llevan a cabo en lo que llamaban los zapotecas “Daninayaloani,” que quiere decir Cerro Bella Vista. En su cima había una guarnición azteca, y a sus faldas estaba el asentamiento indígena “Huaxyacac”, precur-sor de la actual ciudad de Oaxaca. En la anti-güedad el Cerro Bella Vista servía de centro de fiestas donde cada julio se le dedicaban los festejos a Centéotl para propiciar una co-secha abundante. Había danzas y ofrendas, y por consecuencia la Guelaguetza, como ofrenda de amor, tenía un rol importante en las fiestas. La celebración culminaba con el sacrificio de una doncella a Centéotl, joven elegida como la encarnación de esta diosa en las fiestas. Aquí se daba la ofrenda máxima, la de un ser viviente. Al llegar los padres carmelitas alrededor de 1521, aprovechan el lugar y la fecha de las fiestas indígenas para promover la reli-gión católica. Construyen su convento en este mismo cerro, llamándolo el Cerro del

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Fortín. Los padres institucionalizan las fies-tas a la Virgen del Carmen los dos lunes si-guientes al 16 de Julio, y así aprovechan las festividades a Centéotl, y la antigua diosa es reemplazada por la Virgen del Carmen. Así comienza la aculturación católica que va transformando la antigua fiesta agrícola en una fiesta católica, al menos en la superficie. La antigua serpiente tarasca que se usaba por los indígenas como símbolo de la fertilidad se prohíbe, ya que representa el mal en la concepción católica. En su lugar se intro-ducen los monigotes, muñecos gigantes de papel o de tela. También se introducen las marmotas, grandes faroles esféricos que re-presentan escenas bíblicas. A través de las transformaciones por las que pasa el país, la Guelaguetza termina por secularizándose como una fiesta de ín-dole folklórica. Esta Guelaguetza moderna se institucionaliza en 1932, cuando para la celebración del cuarto centenario de la ciu-dad de Oaxaca, se formaliza la fiesta de los Lunes del Cerro. Aquí, partícipes de etnias de las ocho regiones de Oaxaca llegan a la capital del estado a exponer y ofrendar su riqueza cultural. En esto se transforma sin duda la fiesta. La Guelaguetza recibe el rol de puente entre las comunidades indígenas con sus tradiciones agrícolas, y el centro ur-bano, centro del poder institucional. En esta transformación pierden las ofrendas algo de su significado religioso, y se vuelven ejem-plo de la pluralidad en el gran centro urbano. En este contexto urbano, los antiguos dioses se quedan al margen—se vuelven símbolos del folclor, más que autoridades divinas. Y de cierta manera, los nuevos encargados de

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procurar la abundancia son los gober-nantes del estado. A pesar de la transformación a una fiesta folklórica, ésta recupera y logra exponer muchos de los elementos an-teriormente excluidos por el sincretis-mo y la aculturación. En Oaxaca en la actualidad, por ejemplo, se vuelve a escoger una representante de Centéo-tl, joven dama que se selecciona por su conocimiento cultural en lugar de por su belleza o buen atavío. Afortu-nadamente para la escogida, ya no ter-mina sacrificada como en antaño. Además, se incluyen en las festivi-dades algunas obras que dramatizan elementos de la cultura oaxaqueña y su transformación a través de la historia. Las dos obras principales son el “Bani Stui Gulal,” y la Leyenda de la Prin-cesa Donají. “Bani Stui Gulal” quiere decir la repetición de la antigüedad, y expone cómo se han ido transforman-do las fiestas de los Lunes del Cerro a través de las diferentes épocas. La Leyenda de la Princesa Donají narra el cuento del arquetipo de la mujer oaxaqueña—bella princesa zapoteca que se sacrifica por su pueblo y termi-na degollada por los españoles. Pero quizá lo más conocido de la Guela-guetza en su celebración actual es la Calenda famosa en donde desfilan los representantes de las ocho regiones de Oaxaca. En la Calenda se exponen los atuendos, la música, los bailables de las variadas etnias de los Valles Cen-trales, la Sierra Norte, la Cañada, Pa-

paloapam, del Istmo, la Costa, la Sierra Sur y la región Mixteca.

La Guelaguetza en la ciudad de Mexico

La Guelaguetza se organiza en el Distrito Federal desde el año 2000 por comunidades oaxaqueñas en diáspora. Cabe aclarar que aquí nos referimos a la gran Guelaguetza, re-

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cordando la institución comenzada en el año 1932 en la ciudad de Oaxaca. Asimismo, cada organización de oaxaqueños organiza en el transcurso del año sus propias guela-guetzas. Y sin duda, estas fiestas exponen lo que sustenta a las comunidades oaxaqueñas en la Ciudad de México, su carácter de reci-procidad. En otras palabras, la guelaguetza se vive en la comunidad, y no sólo en las fiestas. Este año la Guelaguetza se pospone al mes de octubre. Los ocho días comienzan el 21 con una ceremonia a los dioses, para darle un poco del sentido original a la celebración. Sin embargo, también se hace la famosa Ca-lenda folclórica, partiendo de Tacuba con Eje Central hacia el Zócalo. Se presentan los bailables, así como las danzas tradicionales en los atavíos de costumbre. Ya habiendo empezado la semana, se expone y ofrece la cultura oaxaqueña región por región—expli-cando los atuendos, los bailables, la música, y además ofreciendo una muestra gastronó-mica y artesanal. A la par, se hace un ciclo de conferencias en la Casa de la Primera Imprenta en la calle Moneda, a una escasa cuadra del Zócalo. El año 2006 además coincide con el bicentena-rio del nacimiento de Benito Juárez, distin-guido oaxaqueño y zapoteca. Y por tal moti-vo, el ciclo de conferencias finaliza con una mesa el viernes, donde se discutirá sobre el Benemérito de las Américas, su vida y su re-lación con los pueblos indígenas. Todo esto nos lleva a confirmar las palabras del Maestro Lázaro González, quien explica: “Para noso-tros la Guelaguetza es un concepto integral: Si no hay comida, no hay Guelaguetza; si no hay artesanía, no hay Guelaguetza; si no hay

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pensamiento, reflexión del pensamiento in-dígena, tampoco hay Guelaguetza.” Entre los propósitos de la Guelaguetza en la ciudad de México están la difusión de la cultura y el folclor de Oaxaca. Sin embargo, nadie puede acusar que la fiesta esté motiva-da por razones monetarias. Aquí en el Distri-to Federal, la fiesta no es el evento turístico y económico que se ha convertido en la ciudad de Oaxaca. Son las organizaciones oaxaque-ñas en la ciudad las que unen fuerzas y jun-tan recursos para ofrecernos la Guelaguetza, y ofreciéndola, reviven un poco de su espí-ritu—no sólo para mostrárnoslo, sino prin-cipalmente para preservar la identidad entre los oaxaqueños que aquí radican. Éste es el motivo principal de su cele-bración en la ciudad de México, como lo anuncia el ingeniero Luis Armando Aguilar Hernández, Secretario General en el 2004 de la Alianza de Pueblos y Organizaciones Oaxaqueñas por la Guelaguetza y la Diver-sidad Cultural en la Décima Tercera Sesión Ordinaria del Consejo de Consulta y Parti-cipación Indígena del Distrito Federal. El ingeniero dice que la Guelaguetza es un pro-yecto que “ha nacido de las bases del pueblo, fue convocado por las mismas bases, por los mismos pueblos, en donde veíamos la ne-cesidad de expresar nuestra cultura, nuestra identidad indígena por medio de la danza, de la música, de las conferencias, artesanía y gastronomía.” A diferencia de la Guelaguetza de Oaxa-ca, enfatiza el ingeniero Aguilar que en la capital “para todo este evento, ningún miem-bro, ningún bailarín, ningún danzante, nin-gún músico recibió alguna aportación econó-mica, todo lo estamos haciendo por nuestra

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pudo asistir el líder de “una de las organiza-ciones fuertes indígenas de Ecuador” Marco Murillo. Él escribió una reseña en la revis-ta Quito, revista que se difunde en América Latina, Europa, Estados Unidos, y el Caribe. Comenta el maestro Lázaro que espera que la Guelaguetza siga permitiendo a las comu-nidades formar y fortalecer lazos tanto entre oaxaqueños del Distrito Federal, como entre otros habitantes de la ciudad, y pueblos soli-darios en las Américas. La Guelaguetza también puede ser un vínculo entre los migrantes indígenas y los pueblos originarios de la ciudad de Méxi-co, como recalcó el señor Genovevo en la Sesión del Consejo de Consulta y Participa-ción Indígena del Distrito Federal, en agosto del 2004. Aquí Genovevo dice: “ojalá estos compañeros que presentaron la Guelaguetza aquí en el Zócalo, pudiesen acercarse a los pueblos originarios.” Menciona que en los pueblos originarios está la disposición de cooperar para traer la Guelaguetza “porque también la Guelaguetza es nuestra identi-dad.” Y esto se entiende en el sentido que tanto migrantes como integrantes de pueblos originarios comparten experiencias herma-nas de la vida comunitaria y la reciprocidad en un cuenca urbana que por mucho tiempo ha propiciado la pérdida y disolución de la

identidad cultural.” El maestro González aclara que “los que vamos a bailar, somos de aquí. Cuesta mucho traer nuestra gente. Lo que interesa es conservar nuestra identi-dad aquí. La gente allá, esos tienen, viven la identidad.” Sin embargo, la exitosa organización de la Guelaguetza es un proceso que no sólo surge del entusiasmo de las bases oaxaque-ñas en la ciudad de México, también recibe apoyo de parte de diversas organizaciones. En la Guelaguetza del 2004, menciona el in-geniero Aguilar, se recibió apoyo de parte de la Secretaría de Cultura, la Secretaría de Seguridad Pública, la Secretaría de Salud y Secretaría de Desarrollo Social. Además, la UAM-Xochimilco aportó el diseño y la im-presión de 6,000 carteles, y Seguridad Públi-ca desvió el tránsito para asegurar las calles en la procesión de la Calenda. El Metro dio audio-difusión a un spot de publicidad. Ade-más, Atención a Indígenas consiguió entre-vistas en Radio Bienestar, y Radio Chapul-tepec que sirvieron para una mayor difusión del evento. En cuanto a la participación que recibe la Guelaguetza, el maestro González comenta que en el 2005 hubo 900 participantes, entre “entre niños, jóvenes, adultos y mayores.” Además hubo “siete bandas de música, 11 grupos de danza, cuatro trovadores, 10 con-ferencistas, así como 30 personas de la or-ganización para el seguimiento, planeación, ejecución y evaluación del proyecto.” La asistencia llegó a 40 mil personas durante toda la semana. Inclusive tuvo asistencia internacional, ya que se invitó a gente de Bolivia, Guatemala y Ecuador. Por moti-vos de visa, dice el maestro González, sólo

...la guelaguetza se vive en la

comunidad, y no sólo en las fiestas.

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identidad en las mareas de la llamada mo-dernidad. A pesar de la distancia de las comunidades oaxaqueñas en diáspora de la realidad agrícola que dio nacimiento a la guelaguetza, la ofren-da de amor encuentra un significado apropia-do y contundente para quienes han dejado su hogar antiguo por el nuevo territorio urbano. El cariz religioso de la celebración original vuelve a entenderse. Regresan Huitzilopo-chtli, Tláloc y Quetzalcóatl. La triada de las fuerzas religiosas sobrepasa a lo folklórico y adquiere una nueva vitalidad en la ciudad de México. La guerra permitió el asentamiento de aquellos que han luchado para establecer-se en la ciudad. La fertilidad de su esfuerzo les ha permitido poner familia y cosechar el sustento. Y finalmente, la palabra les permi-te recordar y revivir las costumbres que nun-

ca dejaron atrás en Oaxaca—las ofrendas de amor que hacen de la vida un proceso sagrado y no meramente económico. Ojalá el fortalecimiento de estas tradicio-nes, la inclusión de los pueblos originarios, de náufragos ciudadanos en la marea de la ciudad, y de pueblos solidarios en el resto del mundo, algún día nos dejen construir lo que el maestro Lázaro llama, “otra forma de vivir la sociedad, donde la cultura sea lo más importante, no el dinero, no la economía. Por eso la Guelaguetza es cultura, pero ahí está todo, la política y economía. Y aunque no tengas recursos, aunque no tengas recursos. Pero ve, porque hay mucho que hacer. No puedes dar dinero, pero puedes hacer esto, puedes hacer algo. Y eso recompensa la falta de dinero.” Participemos todos en esta ofren-da del amor.

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Migración Indígena en Iztapalapa

Pedro González Gómez1

Presencia Indígena

“Queremos vivir en la Ciudad, pero seguir siendo Mixe, Mixteco. Triqui, Nahua, Wirrarica, Chontal o Tzeltal,..”

Antecedentes de la migración de los pueblos indígenas a la Ciudad de México

La década de los cuarenta marcó para los Pueblos Indígenas un cambio que ha sido ventajoso y a la vez difícil. Las condiciones de industrialización de las áreas urbanas, generaron una repentina y fuerte demanda de mano de obra, aunada al abandono del campo, el crecimiento poblacional y las po-líticas del gobierno en el medio rural; todo ello dio lugar a un éxodo de indígenas a dis-tintos puntos de la República Mexicana y al extranjero. Si bien es cierto que la migración siempre ha sido una característica de los pueblos, es también a partir de esos años cuando toma una dimensión distinta en tanto migración campo-ciudad, además de la migración ru-ral-rural. La población rural vio la oportu-nidad de vender su fuerza de trabajo, la-borando como jornaleros en los estados de desarrollo agrícola como Sinaloa, Sonora, Baja California.

La Ciudad de México y su área metro-politana se han convertido en los principa-les centros de atracción de los migrantes indígenas2, debido a su gran concentración de industrias y comercio, así como, por la centralización de los poderes federal y local. Le siguen en importancia Monterrey y Gua-dalajara por motivos similares. Los migrantes indígenas se han sumado a las pocas ofertas que ofrece la ciudad, en-tre las que podemos mencionar: trabajadores (as) domésticos (as), trabajo en la industria de la construcción, y más recientemente, comercio ambulante, vigilancia, subempleo como jardinero, carpintero, artesanos, etc.

1 Miembro del Pueblo Mixe. Migrante a la Ciudad de México desde 1985.2 Migrantes indígenas son aquellas personas que radi-can temporal o permanentemente fuera de su comu-nidad, pero poseen una conciencia de pertenencia e identidad étnica que se refleja en su participación co-munitaria y organizativa en las zonas de atracción.

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En esta nueva vida como migrante, la pertenencia étnica fue un elemento que siguió manifestándose, traducido en la or-ganización comunitaria, sistema de cargos, reconocidos por las comunidades de origen, redes de ayuda mutua, mayordomías, par-ticipación en las comunidades de origen, difusión y práctica de la lengua materna, además de la recreación de la música, la co-munalidad, trabajos manuales (artesanías), gastronomía, que les sirvieron como estra-tegia de sobrevivencia cultural heredados por sus comunidad, padres y sus propios pueblos de origen. En la actualidad los migrantes indíge-nas que viven y trabajan en la Ciudad de México han desarrollado una serie de ex-periencias individuales y colectivas, desde aquellas que tienen que ver con las expe-riencias laborales y educativas hasta los mecanismos de reproducción y continuidad cultural. De esta forma construyen una vida urbana comunitaria de acuerdo a sus nuevas condiciones de vida. En lo individual, incorporan oficios, há-bitos alimenticios, de vestimenta, estrate-gias de sobrevivencia en un ámbito distinto a sus comunidades de origen que muchas veces no compagina con lo aprendido en un espacio comunitario-indígena.

La ubicación geográfica de los indígenas en Iztapalapa

Según un diagnóstico realizado por la Se-cretaría de Salud del Gobierno del Distri-to Federal, en el 2000, los indígenas viven en diferentes colonias, barrios y pueblos

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de la Ciudad de México. En el caso de la demarcación de Iztapalapa, se pueden ubi-car mayoritariamente en los siguientes: San Andrés Tetepilco, San José Aculco, Barrio Santa Bárbara, Barrio San Ignacio, Estrellas del Sur, Fuego Nuevo, Granjas Esmeral-da, Ampliación Veracruzana, Quetzalcoalt norte, Presidente de México, Ixtahuacan, Lomas de Zaragoza, Pueblo Acahualtepec, San Miguel Teotongo, San Francisco Apo-localco, La cañada del potrero, Ampliación Emiliano Zapata, Lomas la estancia, Con-sejo Agrarista, Lomas de San Lorenzo, San José Buenavista, Buena Vista, Lomas Santa Cruz Meyehualco, Jardines de San Loren-

zo Tezonco, José López Portillo, Barrio San Antonio, Pueblo San Lorenzo Tenzonco y otras colonias más.

Los indígenas en números en la demarcación

Se cuenta con distintos datos para una esti-mación de la población indígena en el Distri-to Federal y las zonas conurbadas, el conteo de Población de 1995, reporta un total de 218,739 indígenas3. Las delegaciones que tienen una presencia mayor a 10,000 hablan-tes de lengua indígena, son las siguientes:

DelegacionesIztapalapa

G.A. MaderoCuauhtémoc

TlalpanCoyoacán

Álvaro ObregónXochimilco

Venustiano CarranzaOtras

TOTAL

Número de ocupantes de viviendas particulares donde el jefe (a) de familia o cónyuge

habla alguna lengua indígena61,29429,14315,73715,05714,72013,23912,62410,22246,703

218,739

3 Delegaciones Políticas con mayor Número de ocu-pantes de viviendas particulares donde el jefe (a) de familia o cónyuge habla alguna lengua indígena. Fuente: INEGI-INI. Conteo 1995.4 INEGI, Conteo 1995, INI-IBAI, Área Metropoli-tana, Estimaciones 1995-97.

Mientras que las lenguas4 de mayor presen-cia en el Distrito Federal, son de aquellas regiones indígenas que se ubican en el sur y centro del país. Los datos del Censo del 2000 del INEGI, y a partir de los Indicadores Socioeconómicos de los Pueblos Indígenas del INI, 2000, arro-jan un dato similar con un total de 339,931, distribuidos en las diferentes delegaciones.

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LenguaNahuaOtomí

MixtecoZapotecoMazahuaMazatecoTotonaca

MayaMixe

PurépechaTlapanecoChinanteco

Huasteco (Tenek)OTROSTOTAL

Número de ocupantes de viviendas particulares donde el jefe (a) de familia o cónyuge

habla alguna lengua indígena58,36536,40631,24429,63417,1099,2836,5734,6924,5463,4302,4181,9841,15711,898218,739

EntidadDistrito Federal Población por delegaciónAzcapotzalcoCoyoacán Cuajimalpa de MorelosGustavo A. MaderoIztacalcoIztapalapaMagdalena ContrerasMilpa AltaÁlvaro ObregónTlahuacTlalpanXochimilcoBenito JuárezCuauhtémocMiguel HidalgoVenustiano CarranzaTotal

Población indígenas339,931Población indígena11,96723,6004,49742,o5112,98886,8138,93311,17320,35311,14425,75621,89610,38721,10110,67113,601339,931

Lenguas que hablan

Lenguas que hablan

Nahuatl, Otomí, Mixteco, MazahuaNahuatl, Otomí, Mixteco, MazahuaNahuatl, Otomí, Mixteco, MazahuaNahuatl, Otomí, Mixteco, MazahuaNahuatl, Otomí, Mixteco, MazahuaNahuatl, Otomí, Mixteco, MazahuaNahuatl, Otomí, Mixteco, MazahuaNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, ZapotecoNahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco

Población total8 605, 239Población total

441,008640,423151,2221, 235, 542411,3211773,343222,05096,773687, 020302,790581,781369787360,478516,255352,640462,8068605, 239

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En el cuadro se observa que tiene una va-riación del 36% con respecto al Conteo de 1995, de la población total indígena, y esto es muy importante porque responder a diferen-tes situaciones. En el Censo del 2000, intro-ducen la variable de autoascripción para que las personas se definieran como indígenas, independientemente de que hablen la lengua o participen directamente en la comunidad. También existe una variación de la pobla-ción indígena en Iztapalapa en estos dos cen-sos que corresponde al 30%, ya que existían 61,294 indígenas en 1995, mientras que en el

2000, se reportan 86,813 indígenas, siendo la delegación con mayor presencia indígena. Cabe mencionar que estos datos son con-servadores, ya que las propias comunidades indígenas proyectan más de un millón de indígenas para el Distrito Federal. El censo del 2000 reconoce 1,724 Purépechas, siendo un pueblo indígena con tradición migrato-ria. Los propios purépechas reconocen que viven en la Ciudad de México, alrededor de 120 mil hermanos purépechas, y así, cada pueblo reprueba los números de los censos, que no responden a la existencia real de los indígenas. Es una tarea pendiente que tiene que responder a los mandatos jurídicos in-ternacionales como el Convenio 169, que marca una serie de exigencias para el pleno reconocimiento de los indígenas, pero sobre todo, porque así lo están lo reclamando las propias comunidades5 de migrantes y se re-fleje la existencia real de los pueblos y co-munidades indígenas. Otro elemento que no favorece estos da-tos, es la discriminación que enfrentan los indígenas, no sólo por parte de la sociedad sino también del Estado, que se refleja, mu-chas veces, en la negación de su identidad para confundirse como individuo sin raíces y sin cultura.

5 El uso del termino de la Comunidad, lo utilizo aquí como todo aquello, que hace funcionar un agregado so-cial, tanto de lo material como de lo espiritual, los prin-cipios de organización comunitarios, la identidad ex-presada en una cosmovisión propia, una proyección de futuro conjunto que les permite estar en comunión, inde-pendientemente del espacio geográfico que ocupan.Fo

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Formas de vida comunitaria de los indígenas de la Ciudad de México

Tal vez la característica más importante de los indígenas en la Ciudad de México, sea su presencia comunal. No son meros agregados individuales sino que poseen una estructura compleja de organización, aprendida desde sus comunidades de origen y refuncionaliza-da en la Ciudad, de acuerdo a las necesida-des y posibilidades que ofrece la misma. Efectivamente, la Ciudad se vuelve hos-til y a veces adversa a las prácticas de vida comunitaria de los indígenas. Existen limita-ciones en lo jurídico, social, cultural, admi-nistrativo y político para una vida intercultu-ral, porque las reglas sociales de convivencia están diseñadas monoculturalmente y no re-conocen la diversidad de formas culturales y de autoorganización. Además se ubican en distintos puntos de la ciudad debido a las necesidades de trabajo y de vivienda, lo que limita una vida comunitaria plena por la dispersión que presentan, aunque pese a ello no se autolimitan para fortalecer sus redes familiares, sociales y comunitarias con sus paisanos. A pesar de las adversidades, desde los años cuarenta los indígenas han desarrollado mecanismos para seguir viviendo organiza-dos, seguir perteneciendo a sus comunidades tanto de origen como en las nuevas zonas de asentamiento de la ciudad, y de garantizar a las nuevas generaciones seguir siendo indí-genas. Existen distintas formas de organiza-ción de los indígenas urbanos, desde aquellas que se refieren al parentesco, de vecinos, de organización con alguna figura legal, hasta

Foto: Jorge Lépez V

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las formas de organización compleja comu-nitaria indígena. Así, el nivel básico organizativo, son la redes de migración y de reciprocidad que se forman entre paisanos y familiares para ubi-carse en empleos y viviendas en la ciudad, pero también para formar la unidad básica de reproducción cultural a través de la práctica de sus lenguas, sus gastronomías, sus traba-jos comunitarios, sus artes como la música, la danza, las fiestas que realizan en espacios privados en cada una de las familias. Otros hermanos indígenas se organizan a partir de demandas sociales, por lo que han tenido que registrarse en alguna figura jurídica (asociaciones civiles, cooperativas, sociedades de solidaridad social, etc.) para realizar convenios con las autoridades, ya que los gobiernos no reconocen el derecho público a las comunidades indígenas, éstas no existen como ente jurídico y por tanto en-cuentran trabas para realizar cualquier con-venio con el Estado. Las demandas sociales giran en torno a la vivienda, educación, sa-lud, empleo y derechos culturales. Muchas comunidades de migrantes indí-genas, han refuncionalizado su vida comu-nitaria desde hace cincuenta años, lo que ha provocado la inserción de elementos de práctica comunal en sus organizaciones. Es-tos se refieren a los sistemas de cargos, de fiestas, de vida asamblearia y participación colectiva, improvisando espacios físicos para el desarrollo de sus proyectos, ya que los gobiernos y sus leyes no están diseñados para ofrecer espacios para la vida y trabajo comunal. Muchas comunidades de migrantes, cuen-tan en la actualidad con sus propias casas

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comunitarias donde realizan sus asambleas, cambio de autoridades, escoletas para la for-mación de bandas de música, de danza, así como la enseñanza de la lengua materna. Si bien estas expresiones tienen la caracterís-tica de ser privadas, porque la realizan con sus propios recursos, también es cierto que se han abierto para ofrecerle a la sociedad urbana sus formas de vida y pensamiento como opciones de participación y de visuali-zar una pluriculturalidad que tiene la Ciudad de México. Tal es el caso de la Guelaguetza que presentan diversas comunidades indí-genas urbanas en el Zócalo de la Ciudad de México, cada mes de julio. La presencia indígena en Iztapalapa ha sido significativa, no solamente por los pue-blos originarios que se asentaron desde antes de la conquista, sino debido a la presencia de indígenas provenientes de diferentes re-giones del país. Se han establecido en casi toda la delegación en forma de viviendas particulares y organizaciones que construye-ron casas comunitarias en donde realizan sus reuniones, solfeos, ensayos de danza y con-vivencias con sus miembros. Además de or-ganizar eventos en espacios públicos como exposiciones artesanales y gastronómicas, eventos musicales, así como presentaciones de programas culturales. En la Delegación Iztapalapa se ubican las organizaciones siguientes:

· Movimiento de Artesanos Indígenas Emi-liano Zapata (MAIZ).

· Comunidad de Yatzachi el Alto (Tienen su casa Comunitaria que lograron gracias al esfuerzo de sus miembros).

· Comunidad de Yatzachi el Bajo.

Foto: Jorge Lépez V

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· Comunidad de radicados de Cozoltepec.· Comunidad de Mazahuas de San Andrés

Tetepilco.· Radicados de Mixes de Tlahuitoltepec.· Comunidad de Zoogocho.· Comunidad de Silacayoapan (Tienen un

centro comunitario, que construyeron gra-cias al esfuerzo de todos los integrantes de la comunidad).

· Mixes de Totontepec.

El futuro de la diversidad cultural

No cabe duda que la Ciudad de México, es una de las ciudades con mayor diversidad de pueblos y de culturas (ver cuadro de len-guas), no sólo de la presencia de los pueblos

indígenas, sino de culturas que han llegado de otros países. Corresponde al Distrito Fe-deral y a la Delegación Iztapalapa en par-ticular, realizar cambios jurídicos, sociales y culturales que signifiquen una nueva for-ma de convivencia, basada en el reconoci-miento, intercambio y complementariedad de colectividades pertenecientes a diversas culturas. Pero también se precisa crear nue-vas conductas y actitudes que faciliten el diálogo y respeto, basados en la educación y formación ética de sentimientos y pensa-mientos pluriculturales de sus integrantes. Con la orientación de la convivencia de los residentes de la ciudad y de la Delegación Iztapalapa, se permitirá potenciar y enri-quecer las relaciones sociales y culturales de sus habitantes, para lograr una conviven-cia más armónica y con mayor cohesión.

1. Aguateco2. Amuzgo3. Cakchiquel 4. Cora5. Cucapá 6. Cuicateco 7. Chatino8. Chichimeco Jonaz 9. Chinantecos 10. Chocho 11. Chol 12. Chontal de Oaxaca 13. Chontal de Tabasco 14. Cluj 15. Guarijio 16. Suave 17. Huichol18. Ixcateco19. Ixil

Lenguas indígenas que se hablan en el Distrito Federal20. Jacalteco 21. Kanjobal 22. Kekchí 23. Kikapú 24. Lacandón 25. Mame 26. Matlanzinca 27. Maya 28. Mayo 29. Mazahua 30. Mazateco 31. Mixtecas32. Motozintleco 33. Nahuatal o Mexicano34. Ocuilteco 35. Otomí 36. Pame 37. Pima 38. Popoloca

39. Popoluca 40. Purépecha 41. Quiché 42. Seri43. Tacuate 44. Tarahumara 45. Tepehua 46. Tepehuano 47. Tlapaneco 48. Tojolabal 49. Totonaco50. Trique 51. Tzeltal 52. Tzotzil 53. Yaqui 54. Zapotecos 55. Zoque 56. Otras lenguas de América y del mundo.

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Magali Tercero

Cinco Close-ups de la lucha libre

Crónica

Inclinado sobre la cabeza de su contrincante, el Negro Cuéllar –larga cabellera negra, torso desnudo y calzón blanco– encaja los dientes en la sien izquierda de El Apache, postrado a sus pies. Decenas de pares de ojos hipno-tizados siguen la acción. Las bocas se abren y emiten un grito sordo. Echando la cabelle-ra hacia atrás con un vigoroso movimiento del cuello, el luchador escupe hacia arriba un chorro de sangre que viaja brevemente por lo aires. Aíslo en la mente su figura y me quedo con una imagen: el cuerpo mas-culino en tensión, el pecho arqueado hacia atrás, los brazos extendidos con las palmas en actitud de recibir, las piernas semi flexio-nadas y abiertas, visible el pecho lampiño, el fuerte cuello echado hacia atrás y la ca-bellera ondulante sobre la espalda. El gesto

de este cuerpo es imperioso. “Los luchado-res son como dioses”, dijo alguna vez doña Virginia, la más apasionada de las fieles a la lucha libre, la que tiene en su casa un altar para honrar a sus dioses terrenales: Másca-ra Sagrada, El Hijo del Santo, Los Ángeles Blancos… “¡Ya déjalo pinche greñudo!”, exclama a mi espalda una mujer enfurecida. “Parecen perros. Esas no son luchas, son peleas calleje-ras”, completa a grito pelado otra mujer más joven. Por sexta vez El Negro Cuellar muerde ferozmente a su rival. Por sexta vez echa hacia atrás con cierta gallardía hombros y cabeza, y escupe un abundante chorro de sangre. Pienso en Dante, en el mar helado donde un peca-dor se dedica a roer perennemente el cráneo del que en vida fue su peor enemigo. Un niño

Foto: Jorge Lépez Vela

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canta por lo bajo: “Había un chorrito, se hacía grandote, se hacía chiquito”. Esta sangre es muy rara. Extraña-mente clara y densa. “¿Es pintura?”, pregunta Rocío a mi lado. “Es san-gre”, dice tajante la mujer que antes se desgañitaba. “Bueno…. Un poco es sangre, un poco es pintura”, corri-ge su esposo. “Lo más frecuente son las mordidas y las heridas en la cara”, comenta el doctor Esteban Núñez de Cáceres, médico de planta en la Arena Revolución. Al Pirata Morgan tuvimos que pararle una lucha por una hemo-rragia fortísima que tuvo al estrellarse con un poste. Se hizo una herida que iba del párpado al cráneo y necesitó 22 costuras”. De pronto El Apache sale corriendo hacia el pasillo más próximo a nues-tra fila: lo persiguen dos de los rudos y lo acorralan contra un muro. La mu-jer vuelve a increpar a los luchadores: “¡Ya déjalo pinche greñudo!” “Soy hippie, soy hippie”, contesta el otro con un sonsonete burlón, sacando, re-tador, el pecho. Rocío y yo observa-mos detenidamente los cuerpos de los luchadores que nos quedan más cerca: “¿Ya ves?”, me dice ella después de una revisión minuciosa. “Te dije que Fuerza Guerrera estaba muy bueno, todos los demás están regordetitos”. “Han de comer puro sope”, interviene un muchacho. “Y qué tal las chelas”, dice otro señor. Me sorprende que el luchador cambie tanto visto de este lado de la arena. Es un mortal más, sólo que vestido ridículamente. ¿Pero

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cuál es la transformación que ocurre en la escena? Mientras suceden estas cosas el pú-blico ruge apasionado. Dos filas más abajo una ancianita vestida con falda café y saco del mismo color con luna-res blancos, agita el negrísimo chongo Loreal rematado con un moño color sangre. “¡Déjenlo, déjenlo!”, grita sin cesar Esperanza Rodríguez. Se levanta intempestivamente de su asiento y agi-ta el puño amenazante en dirección a la arena. Sorprende su vigor –en contras-te con la fragilidad del cuerpo, la es-coliosis pronunciada de la espalda, así como la apaciguada figura del marido, un hombre setentón de cabello cano y anchos hombros. Bajo a comentarle que la veo muy emocionada con las luchas. “Estoy aquí por prescripción médica –contesta con risas– estaba yo muy enferma de los nervios y mi doc-tor me dijo que viniera aquí para que me desahogara. Él dijo ´vaya a algún lado donde grite, si no puede ir a las lu-chas agarre un cojín en su casa y grite muy fuerte´. Y ahora hago esto todos los domingos”. “¿Y le ha servido?” “Uy, muchísimo”, dice la ancianita. Mi amigo Carlos Roces me ha conta-do, a su vez, una anécdota sobre su hermana: “Cada vez que iba a las lu-chas le cambiaba la personalidad. Ella, que era muy modosita, muy hispana, se ponía a gritar durante el espectácu-lo: “¡Mátalo, mátalo asesino!” Des-pués llegaba a casa y volvía a ser la misma niña adorable que coleccionaba estampitas de la lucha libre”. Algo pa-

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de las amas de casa”, como las llamó alguna vez José Joaquín Blanco escupen toda clase de sabandijas. Con frecuencia se establecen feroces duelos verbales entre ellas y los lu-chadores. Como El Mongol, un luchador de unos 50 años con buena presencia escénica. Es un provocador. Gracioso además. “Jálate los ojos para que te crezcan, pinche perro”, le grita otra dama desde la octava fila. Y él contesta gesticulando, airado. ¿Finge? Todo es fingimiento en la lucha libre. Circo, ma-roma y teatro. Pero igualmente cierto es que todo es real. (Aunque… ¿qué no es teatro en la vida?). “Un 25 por ciento de ficción –dijo un espectador– porque si no… ¿a qué vendríamos?” Cada violencia es anunciada por la víctima con ruidosos golpes en el piso, con gritos y aullidos. Cada vez que alguien logra que el contrario sangre ambos encuen-tran la forma de que la mancha roja se ex-tienda por sus rostros y cuerpos y los tiña espectacularmente. La peste roja. ¿Cómo distinguir entre verdad y simulacro? Los juegos de los niños comienzan en broma y terminan con madrazos de a verdad. “Jue-gos de manos son de villanos”, me dijo un día el condiscípulo más serio de la escuela secundaria. “¿Qué es lo que más te gusta de la lucha libre?”, pregunto a un adolescente de cuerpo esbelto y correoso. Me mira hos-co. Todos sus músculos están en tensión. “¡Que se sangren”, contesta finalmente.

2.

El público está furioso con los jueces. “Oiga señorita, usted que es reportera –me dice el señor que antes explicó lo del “poquito de

recido debe ocurrirle al niño gordo que ten-go al lado. Vestido con camiseta de rayitas, notoriamente más anchas a la altura de la panza, enrojece complacido cada vez que un rudo se encarniza con un técnico. A su lado sus padres sonríen celestialmente. “Venimos porque nuestro hijito se divierte mucho”. El público se agita más. El Apache ca-mina de un lado a otro de la arena señalan-do su propia cabeza. Está pidiendo al juez la revancha contra El Negro Cuéllar. Todo mundo está a favor de representante de los técnicos y en contra del rudo que lo casti-gó. “Es la lucha entre el bien y el mal y la gente va a ver cómo triunfa el primero”, me ha dicho el autor de la obra Máscara contra cabellera, Víctor Hugo Rascón Banda. El Apache quiere una lucha en la que se jue-gue cabellera contra cabellera para que sea rapado el que pierda, pero El Negro Cué-llar se niega al tiempo que recula hacia los vestidores. En esos momentos es un Sansón temeroso. Está claro que no se arriesgará a perder la cabellera. Todos sus gestos indican que ésta es parte de su orgullo viril. Se gana el abucheo general. “Estás muy indio para ser hippie”, le grita a la señora beligerante que hace rato lo trataba de pinche greñudo. La observo y me encuentro con un rostro que podría ser el de la hermana del Negro Cue-llar. Cuando quiero entrevistarla sus anchos labios se despliegan en una agradable son-risa suficiente para olvidar su combatividad de perfecta aficionada a la lucha libre. Las mujeres son mucho más escandalosas que los hombres, los adolescentes y los niños. Algunas muestran sin pudor una enorme violencia interior. ¿Por qué es tan histérica la afición femenina? Las “boquitas de fresa

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sangre el poquito de pintura” – haga una llamada de atención a la Comisión de Lucha Libre. Los jueces que man-dan no conocen ni una finta de lucha, no saben ni qué llave es, no saben nada tocante a la lucha. Estos señores no-más vienen a sentarse para ganar el di-nero. Los asientos del señor juez y del doctor están aquí frente a la arena. Vea hasta dónde está: cuidando el baño de las mujeres”. “Y el doctor se la vive platicando con las damas –interviene su mujer. Así ganan el dinero: senta-dos. Hace un año está arena se llenaba a reventar”. “¡Déjalo Gato! ¡Ya no le ayudes! ¿Y tú qué te traes Fresero?”. Mis ve-cinas echan fuego por los ojos. “Los réferis también son unos tramposos. Siempre favorecen a los rudos. ¿No vio cómo estaban deteniendo al Apa-che para que le pegaran mejor? ¿Y qué tal cuando un técnico está castigando a un rudo? No lo dejan. Vea, vea. Ahori-ta los dos réferis están deteniendo a los dos técnicos para que no defiendan a su compañero de los otros tres”. Nor-malmente los enfrentamientos ocurren entre una tercia de buenos y otra de malos. Cuando los luchadores son más famosos luchan en pareja o individual-mente, de modo que es lógico que los grandes titulares de En esta esquina, la más famosa publicación de la lu-cha libre, cuestionen a los héroes de la arena: “O chiflas o comes pinole Gran Davis”.

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La parafernalia que acompaña a la lucha libre surge de un mundo por completo in-fantil donde todos nos instalamos a nuestras anchas. En varios puntos de la arena se desa-rrolla una misma escena protagonizada por diferentes actores: los enamorados que entre besos y risas simulan hacerse las mismas lla-ves que están viendo en escena. Muy cerca de mi hay dos chicos casi púberes. Ella, de mejillas rojas y cabellos rizados, una au-téntica “carita sonriente”, se sube a la silla y pega de brincos cada vez que los técnicos triunfan. “Yo les voy a los rudos”, dice Juan Carlos. Carmen interviene dándole un coda-zo: “Es que él es bien tramposo”. Siempre me dice que ya les va a ir a los técnicos y no es cierto. “Pero qué tal te dio tu ´kiko´ hace rato, le digo. Yo los vi”. La muchacha enrojece aún más y está a punto de taparse el rostro con el extremo de la falda. Se ríe y vuelve a reirse con la carita toda roja, como ha hecho a lo largo de la tarde. Otra pareja se entretiene con el mismo juego de las llaves. Aunque ella está embarazada logra aplicarle un candado al brazo de su marido. Se intimi-dan muchísimo cuando me acerco.

4

Tres minutos más tarde El Águila se libra de su contrincante. Ahora es él quien se impone sobre los tres rudos. “¡Duro, duro!”, le grita el público cuando logra castigarlos. Sin em-bargo El Gato declara ganadores a los odia-dos rudos. Error. El Águila lo lanza al sue-lo y el público patalea y grita de gusto. Las mentadas de madre contra los rudos se oyen en todos los rincones. “Dale con una silla”,

3.

Tercera lucha de la tarde: El Rocambole ha inmovilizado a El Águila Solitaria con un candado a la cabeza. Hace unos minutos este último hizo una entrada espectacular a la arena, acompañado de un águila man-samente agarrada a su antebrazo izquierdo. “Eso es algo bien bonito de la lucha libre”, me ha dicho Alicia Lozano, una señora de tez morena y cabeza completamente blanca. Ella cuenta cómo El Murciélago se presen-taba con sus respectivos murciélagos. “Se iban volando, todos ellos muy negritos, ha-cia el techo. Era una impresión verlo”. Otro era El Cavernario, que siempre traía su víbo-ra. “¡Un día la partió en dos de una mordida! ¿Usted cree?” Eso fue en la Arena Coliseo, hace muchos años. También aparecía El Bull-dog con su perrote que luego se ponía a la-drar. Y otro más El Médico Asesino con su maletín negro. Esos fueron los que vi luchar en los buenos tiempos, cuando la lucha libre era de a verdad, hace treinta años”, cuenta el esposo de la señora de cabellera blanca. Volteo hacia la arena y veo a tres rudos sorprendentemente elegantes. Llevan más-caras doradas, calzón dorado, mallas amari-llas, tobilleras doradas… Otro es el atuendo de El Águila: calzón plateado, mallas negras, rodilleras plateadas. Jorge Alejandro Men-doza, de 17 años, un joven que quiere ser lu-chador entrena cuatro horas diarias con Ray Mendoza, “porque para eso soy muy bueno, y no para los estudios”, me dice que hay lu-chadores especializados en confeccionar es-tos trajes de fantasía, como Fuerza Guerrera, quien entrena en el gimnasio ubicado atrás del Mercado de Sonora.

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dice un niño. A continuación los técnicos se autodeclaran ganadores. El público aplaude a rabiar. “¡Vendido! ¿Cuánto te pagaron?” “¿Cuánto vales?”, le gritan al réferi. “Esto es el colmo”, exclama Manuel Mendoza, ex boxeador y ex sargento de la policía. “¡Ese trae chacos en las espinillas!”, ex-clama alguien del público refiriéndose al Kung Fu, un luchador con aspecto de rufián. Es una especie de payaso karateca con zapa-tillas de piso y, según una revista de lucha li-bre, “gusta del pugilismo en estilo tailandés, donde se admiten patadas, rodillazos y lo que se pueda”. Esto último hay que tomarlo al pie de la letra: entre las ropas trae escon-didos no sólo los chacos, sino unos boxers que después se colocará en los puños para aplastarle la cara al rival, y unos fierros pun-zantes. “¡Cámara!, exclama una adolescente a mi lado, ya lo va a picar”. Y efectivamente pica al contrincante muy cerca de los tes-tículos. Este Kung Fu es un cerdo. El otro se revuelca en el piso. Después se levanta y comienza a caminar enfurecido señalán-dose los huevos. El público masculino abre los ojos desmesuradamente. “Ora sí te chin-garon, mano”. En cambio algunas mujeres sueltan la carcajada. Pero el Kung Fu es un diablo. Ahora está muy ocupado agrediendo a otro de los buenos en el cuello. Y el juez, como si nada. Esto es indignante. “¡Juez de pacotilla, haz algo!”, le gritan, mientras, cí-nico, el Kung Fu se da una vueltecita. Al-zando los brazos por encima de la cabeza le indica al público que está limpio. “A mi, que me esculquen”, parece decir achicando aún más los ojillos de oriental... “Tiene cara de chino cabrón”, dice un chico de unos tre-

ce años metiéndose a la boca un puñado de charales con limón y chile piquín. Y qué va a estar limpio. Acaba de meterse el fierrito en los pantalones anaranjados de karateca. Y ahí va de nuevo a la arena, dando saltitos con sus zapatillas. “¿No crees que está borracho, mamá? Mira como zizgzaguea”, señala un joven con cara de pocos amigos. Abandono mi lugar, grabadora en ristre, y atravieso el local en busca del juez. Muy cerca de la salida le pregunto: “Oiga, ¿por qué no ha intervenido usted? Ese Kung Fu está haciendo un montón de trampas: ya sacó unos boxers y un fierro”. –Pero ya le quitaron el fierro- replica.–Sí, pero sigue haciendo trampas. ¿Qué su lugar no es allá?- le reclamo.–Es que vine a la taquilla pero ahorita voy a averiguar cómo está la situación y le infor-mo, ¿eh?, responde el juez para acto seguido desaparecer de mi vista.Segundos después me topo con el Jefe de Se-guridad, Francisco Rodríguez, un tipo de as-pecto fuerte y expresión dura. “Yo tengo un hermano luchador –comienza–, que es el Rey David, y me tocó por experiencia que lo agre-dieran. Eso me disgustaba mucho, por eso acepté su puesto. Así podía vigilar. Aquí hay mucha agresión. Mucha gente no sabe lo que es un deporte. Vienen a desahogarse pero ha-ciendo lo que no hacen en su casa. No le pue-do contar exactamente anécdotas. Lo único que le puedo decir es que a veces la agresión del público nos hace ser iguales a nosotros. Y entonces se torna muy peligroso, muy duro. Muchas veces hemos tenido altercados en la calle porque la gente lo tiene identificado a uno. Es como los judiciales: siempre hay qué comer con la vista hacia el frente”.

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5

Queda para el final el plato fuerte de la noche: Donan el cubano (este sí bue-nísimo) vs. El Cien Caras. Ambos son anunciados con un mini espectáculo de luz y sonido. El reflector de luz azul enfocado hacia la pista. La música de La Guerra de las Galaxias a todo vo-lumen. Los niños, sobre todo, están a la expectativa. Sus pequeños rostros re-flejan un mismo asombro, un mismo deleite. En un momento dado alzan los brazos y abren y cierran las manitas en el aire. “Culero, culero”, le gritan al Gran Davis, que esta noche le ha dado una injusta preferencia al Cien Caras. Termina la función con la vic-toria de éste último y todos dejamos la arena inconformes. Por los altavoces se escucha la cumbia de los luchado-res: “El Santo, El Cavernario, Blue Demon y El Bulldog / Y mételes la ´wilbur´, la quebradora y el tirabuzón. ¡Sácalo del ring!” Al día siguiente nos desayunaremos con la noticia de que el Gran Davis murió de un infarto el mismo domingo. Alguien me comenta que durante una semana no se habló de otra cosa en las cantinas de la ciu-dad. “¿Supiste? ¡Murió el Gran Da-vis!”. Pero hoy domingo por la noche Konan es el héroe (aunque vencido). Perseguido por sus fans, apenas pue-de salir de la arena. Observo las masas

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de músculos que saltan por debajo de la piel de su espalda mientras forcejea un poco para librarse de la multitud. Niños, adolescentes y adultos lo si-guen ansiosos hasta el auto. Tocan sus brazos, su espalda, su ropa. “El cuar-to donde vivimos mi mamá y yo –me cuenta Rocío Lozano, de 21 años, está lleno de fotos de todos los luchadores, máscaras, llaveros, novedades que sa-len como los pepsilindros y los boton-citos. Cada ocho días compramos Box y lucha y la leemos toda. Yo tengo dos álbumes, porque me he retratado con casi todos los luchadores y a todos les pido su autógrafo”. “Para las fans Konan es su vida, por eso no lo celo”, me cuenta ya en la calle la novia del héroe: una rubia es-pectacular que conduce un impecable Mustang blanco. Alrededor de Konan hay un enjambre de chamacos. “El pueblo necesita ídolos”, me dijo días antes Víctor Hugo Rascón. “Todos necesitamos ídolos”, dice convencido un hombre de unos sesenta años que cada domingo llega a la Arena Revo-lución acompañado de su madre, con 85 años a cuestas. “¿Qué es lo que más le gusta de la lucha libre, señora?” La anciana señala con un gesto vago a la multitud de niñitos que sigue a Konan. “Esto, esto es lo que más me gusta”, exclama volviendo a tomar del brazo a su hijo.

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La Asunción Aculco: el pueblo

Jaime Ramírez Campos1

Las comunidades

“...por las mañanas poníamos las canastas a orilla de los canales, y para la tarde, ya había acosiles, chinicuiles y charales”...

Con mucha añoranza, vino a la memoria de doña Sabina Rodríguez parte de su infancia en el pueblo de la Asunción Aculco. Peque-ña porción de terreno donde la mayoría de sus habitantes se dedicaron al cultivo en la chinampa y a la pesca. Esto a su vez, traerá

el comercio, mientras que algunos cuantos se dedicarán en darle forma al barro para ser un buen orfebre.

1 Habitante del pueblo de Aculco.

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La florida, La cebolla o El rincón, eran algunos de los nombres de las chinampas en donde se podía contemplar, además, de una bella vista de la naturaleza, el trabajo arduo del hombre aculquense, con su calzón y ca-misa de manta sin poder faltar sombrero y machete que le daba una identidad y que al trabajar en la “pizca” del maíz o al corte del ajo y del jitomate, esperaba, pasado el medio-día, a su mujer con las tortillas, los frijoles, la salsa y un buen pulque para disminuir la sed y el hambre provocada por el faena ardua. En algunas ocasiones era necesario ir en ca-noa hasta el Peñón de los Baños para comprar pato, chichicuilote y cuiles, sobre todo en el tiempo que se escaseaba la lluvia. Cómo sería ver ese tiempo en que por el canal de la Viga, avenida principal de los pueblos mayores Iztapalapa e Iztacalco, cir-culaban las canoas y chalupas transportaban en sus chicuiloteras repletas de verduras, flo-res y pescados. Al preguntar a doña Sabi qué recuerdo le traen las siembras en su pueblo, nos dice: “Mi mamá, María Elena Sánchez,

iba con su mercancía en canoa, pasando por canal de Apatlaco, para cruzar el pueblo de Iztacalco y llegar al canal de la Viga, en don-de estaban las figuras de los Indios Verdes, uno con orejas de perro y otro con orejas de burro, y que ahora están por la Villa”. Sí preguntáramos ahora a los jóvenes en dónde están los Indios Verdes, creo nos responderían que es la última estación del metro de la línea tres, la cuestión es: ¿qué fueron hacer los indios verdes hasta la Vi-lla?, creo que no tiene caso averiguar. Sin embargo, las imágenes monumentales de los Indios Verdes, ahí estaban, custodiando celosamente el Canal de la Viga, como ob-servando la circulación de las canoas para llegar a los astilleros del embarcadero del mercado de Jamaica, es aquí.

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El pueblo de Aculco tras el paso del tiempo mantiene viva la fiesta

patronal Asunción de MaríaGabriela Pérez Peralta1

Las comunidades

Hoy en día encontramos a los pueblos in-mersos dentro de esta gran urbe, entre gran-des avenidas, edificios elaborados con la mas alta tecnología, alto crecimiento pobla-cional, desarrollo en todos los aspectos tanto social, político, económico y cultural; con una gama de tendencias e ideologías, con la rapidez con la que actualmente se vive en esta ciudad y en cualquier otra que avanza con la tecnología y la aplicación de nuevas tendencias. A pesar de esto, la existencia de pueblos en esta gran Ciudad de México se adapta a las adversidades que, por la evolución de la propia ciudad, presentan en su entorno. Así encontramos situado al oriente de la ciudad, Distrito Federal, dentro de la demarcación de la delegación Iztapalapa al pueblo de Aculco, un lugar que se localiza al nores-te de la territorial, colinda al norte con las colonias Nueva Rosita y Picos VI b, al sur con la territorial centro, al oeste con la colo-nia el Sifón y al este con San José Aculco.

Cuenta con las unidades habitacionales Río Churubusco, los Reyes y Predios Churubus-co. Es aquí donde parece como si el tiempo

1 Habitante del pueblo de Aculco.

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no transcurriera entre los habitantes del pue-blo de Aculco, como si las nuevas tenden-cias, ideologías, costumbres no afectaran su entorno. En la actualidad, en este pueblo encontra-mos arraigadas las costumbres que observa-mos en otros pueblos de origen prehispánico y colonial. Ante la urbanización acelerada, el pueblo de Aculco conserva su esencia. Toda-vía atesora sus tradiciones que varios de sus nativos recuerdan con añoranza y nostalgia pues lo bello que antes era su pueblo ahora ya no lo es. Sus fiestas patronales así como la diversidad de celebraciones que tenían a lo largo del año aún persisten a pesar de los cambios que implica estar en el siglo XXI con la modernidad de las ideologías, con el avance tecnológico y científico, la diversi-dad de corrientes políticas y religiosas, ante la adversidad económica, y en todo lo que implica la sociedad en la que vivimos y el grupo en el que nos desenvolvemos. El pueblo de Aculco sigue y continua sus tradiciones, la más importante de ellas es la Fiesta Patronal en Honor a la Santísima Vir-gen de la Asunción, Santa Patrona del Pue-blo y a quien se le festeja el día 15 de Agosto con diferentes actividades y con apoyo de todas las mayordomías y comisiones que se originaron para la organización de las fiesta patronal. La imagen de nuestra señora de la Asunción podemos señalar que es antigua, hecha de madera y se divide en dos partes, la primera, es la base con forma de nubes y ángeles, y que a su vez, puede separarse de la segunda parte; aproximadamente hace dos años se restauró. De una imagen anterior a la actual, cabe destacar su origen. La mayoría de los nativos

no saben con certeza su procedencia, ya que mucho se ha especulado: algunos, como el señor Claudio Peña, nos da como referencia que para cuando sus abuelos ya habían na-cido, la imagen se encontraba en el pueblo, entre: 1700-1800; mientras, el señor Lucas Rodríguez dice que la traían en una canoa del pueblo de Santa María Aztahuacán para restaurarla en México, porque ya se venían las fiestas patronales de aquel lugar, y que al pasar por Aculco, comenzó a llover, así que tuvieron que meter la imagen a la iglesia. Al día siguiente, cuando vinieron por ella, la imagen se puso tan pesada que decidieron dejarla. A ciencia cierta no sabemos la proceden-cia de la imagen ni las circunstancias que la rodearon para que se quedara como pa-trona del pueblo de Aculco, pero lo que sí podemos asegurar es que para la comunidad nuestra señora de la Asunción es su tesoro. En esta celebración aflora la tradición que ha cobrado un matiz diferente, a través, del tiempo. Anteriormente la fiesta patronal comenzaba el día 14 y se le conocía como “vísperas de la fiesta”. Por la tarde, se encon-traba a la virgen “paradita”, no se acostaba, se le ponían manzanas, granadas y peras, en

Ante la urbanización acelerada, el pueblo de Aculco conserva

su esencia

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sus pies; después de cierto tiempo llegaba la familia de apellido Galicia, nativos de la comunidad de la Magdalena Atlazolpa, los cuales le traían el vestido a la virgen para posteriormente cambiarla en lo que llega-

ba la cera escamada que comenzó a traer el señor Lorenzo Saldivar y su esposa, tiempo después las señoras Cruz, Luisa y Julia Ro-dríguez serían las encargadas de comprarla. Cabe señalar que una replica a escala de la virgen de la Asunción es la que pernocta en la casa del mayordomo durante un año. Cer-ca de la hora del día de la fiesta, se le da-ban las mañanitas con un fonógrafo, luego viene la misa de función del día 15, la cual es nombrada de: “tres ministros”, y le decían así porque la celebraban tres sacerdotes, en-tre ellos el padre Juan y Gregorio, además, de celebrarse de espaldas y en latín. Al final de la misa de función o del pueblo se tronaba toda la cohetería, que comenzaba desde un día antes, la música no podía faltar, así que traían sus chirimías. La comida se empezaba a preparar un día antes, comenzaba por matar hasta 100 picho-nes, entre gallinas, pollos, patos y guajolo-tes para preparar un sabroso mole con arroz, acompañados con tamales de garbanza y frí-jol, y por qué no, un buen curado de pulque de tuna o granada. Con el paso de los años, se incluyeron al-gunos juegos que perduran en el recuerdo de los nativos mayores: Nos íbamos a las zanjas largas en Río Churubusco, cuando llegaba la tarde del día 15, se hacía el juego de ‘cabeza del gallo’ o ‘las canoas descabezados de ga-llo’ y consistía en poner un pollo, con un lazo amarrado en la cabeza, mientras que con las canoas pasaban los competidores y lo reven-taban –testimonio de doña Sabina– y él que lograba alcanzarlo, era el ganador. Posterior-mente, con el entubamiento del río la compe-tencia se hacia a caballo –testimonio de doña Julia– o el juego de los ‘encostalados’.

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37MANOVUELTA

Afirma doña Sabina: ya por la noche después de la lluvia, ha porque en esos días siempre llueve, se tronaban los cohetes, y se iniciaba la quema de los primeros castillos. Dentro de los primeros encargados del si-glo XX podemos señalar a el papá de Javier Rodríguez y el señor Francisco, quienes en cada momento invitaban al señor Margarito Rodríguez, a que fuera mayordomo, de este modo la comunidad antigua celebraba a la Virgen de la Asunción, pero hay que seña-lar, que a los ocho días de la fiesta, nueva-mente, volvía haber festejo. Asimismo otros encargados fueron Tomás Vicenteño, José Ávila, Enrique Flores, Miguel Rodríguez y Claudio solo por mencionar algunos. Años más adelante, se formarán las primeras co-misiones, en las que uno de los miembros recibirá el nombre de encargado. Algunos de estos, pasarán a la historia de la comunidad, por su empeño en las labores religiosas, so-ciales y políticas del pueblo, y que a pesar de que ya murieron, sus nombres todavía son recordados durante las festividades, como es el caso del señor Guillermo Rodríguez, para unos Don Memo, y para otros “tío Memo”, el cual se caracterizó por organizar las fies-tas de Agosto, a mediados del siglo XX, y se encargó de dar un mayor realce a las ma-ñanitas, además, de ser el iniciador de invi-tar a las señoritas a los ensayos previos para “cantarle bien” a la virgen. Aquí ya se nota un cambio pues la seño-ra Elena Rivas, nos menciona que el 14 de Agosto se bajaba a la virgen por la mañana, y a las siete de la noche se acostaba, ya des-pués llegaban las madrinas, con las manza-nas y se rodeaba a la virgen con este fruto. A las nueve de la noche entregaban el vesti-

do para vestir a la virgen. Tal es el caso que actualmente la lista de espera para donar el vestido a la virgen cubre hasta el año 2010. Instrumentos como el violín y la guitarra, eran tocados por el señor Lucas, Luciano y Guillermo, a los cuales les pusieron el con-junto los “canarios”. De la misma forma el “tío Memo”, se encargaba de adornar el al-tar, con sus ángeles y nubes, ya a las doce de la noche se daban las mañanitas con las señoritas, las cuales, tendrían que estar ves-tidas de blanco. Otras personas nativas del pueblo y que también colaboraban con las festividad eran las encargadas del enflorado que se esmera-ban por entregar “las cuentas claras” y llevar a cabo su ministerio sin ningún lucro, de esta comisión podemos citar a las señoras Juana Rodríguez, Dolores Rodríguez, Margarita Cedillo y Cruz, que a su vez, fue encarga-da de la comisión de la función –Asunción–, y del Rosario, juntamente con la señora Concepción Rodríguez, asimismo otros encargados, por citar, en los últimos vein-te años, desde “tío Memo”, como Rodolfo Rodríguez, José Ávila, Benito Cifuentes y Jaime Ramírez. Dentro de las comisiones que aparecieron tenemos la del castillo, la banda, los toritos, y la portada. Las cuales han tenido algunos cambios internos como

A las nueve de la noche entregaban

el vestido para vestir a la virgen

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38 MANOVUELTA

externos, por ejemplo, en la del castillo po-demos citar al ya fallecido Manuel Arroyo, Juan Alba, Mario y Salvador Rodríguez, se-ñor Juan Castillo y actualmente está al frente el señor Joaquín Zamora. En la comisión de la banda de música, el encargado actual, es el señor Félix Rodríguez, además, por men-cionar a don Pablo Rodríguez, quienes se encargan de recaudar con los habitantes del pueblo. Por lo que respecta a la comisión de los toritos, funge en lo que se conocía como octava, ahora ya se le llama cierre de fiestas patronales, y al parecer los que ini-ciaron esta comisión, fue el señor Francisco López, y su señora esposa Nicolasa Cruz. La octava como se le conocía, corrían; por el medio pueblo, esto es de la calle de Sono-ra hasta eje 5 oriente. El actual encargado es don Lucas Rodríguez y su hijo Alfonso Rodríguez. Finalmente encontramos que al paso del tiempo se ha transformado la fiesta patronal adaptándose a las nuevas variantes que con lleva esta vida actual y moderna, pero conservando siempre la esencia y no dejando que se pierdan estas festividades ni sus tradiciones a pesar de las adversidades que en ocasiones se llegan a presentar, siem-pre con el afán de rescatar sus raíces y que han sido cultivadas generación tras genera-ción y que hoy en día nos hacen participes a todos nosotros, jóvenes, adolescentes y niños. De este modo, la gente nativa como no nativa, “presume”, su mas valioso teso-ro; ya que es este tesoro el que mueve a la comunidad para que se siga oyendo, en los albores de este siglo, el tronar de los fuegos artificiales, así como el vuelo de las esquilas y las campanas que con su sonido anuncian

la apertura de la fiesta, para el pueblo y todas las colonias aledañas, que rodean a Aculco, así como de las competencias, ya no el des-cabezado de gallos, sino torneos de fútbol o de las luchas o el sonido de las bandas de música, en medio de los autos que corren en las vías de Río Churubusco o eje seis sur. En otros casos el cierre total de las avenidas por la algarabía de sus procesiones con sus san-tos, en medio del incienso y los cirios, que al portarlos tanto nativos como habitantes en general, manifiestan a la modernidad de este siglo, que Aculco existe.

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39MANOVUELTA

Si te dijera, MiguelTeresa Dey

Para Omar

Si te dijera, Miguelcuánto te he extrañado...

Rodrigo Solís

Itacate

Cuando las luces del auto iluminaron la en-trada, enmudecí. Es cierto que Fernando me rondaba desde hace tiempo, pero su postura desgarbada, sus silencios largos, su mirada

huidiza detrás de los lentes y el peinado engo-minado de niño de primaria, me estimulaban a bostezar. Esa noche fue distinto, habíamos estado bebiendo en la fiesta. Fernando se me

Foto: Georgina Medina

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40 MANOVUELTA

acercó, se quitó las gafas, me miró directo a los ojos y me besó. Me tomó por sorpresa y acepté. Eran casi las dos de la madrugada. El hombre del motel señaló un garage abierto con su lamparilla de pilas. Cuando el tenue rayo portátil apuntó al número veinticinco, mi estómago dio un vuelco, las manos co-menzaron a sudarme y un ejército completo inició el combate dentro de mi pecho. Fernando estacionó el auto, habló con el vigía y cuando éste se retiró, me ayudó a ba-jar. En ese momento debí haberme negado a salir del coche, pero no lo hice. Algo me impulsaba a seguir adelante. Las paredes co-

lor mostaza, el jacuzzi descolorido, la colcha y las cortinas con dibujo de flores otoñales, me miraban inmutables. No había cambiado el color café-gris de las alfombras, ni el olor a desinfectante de pino. Busqué con la mira-da la quemadura larga de aquella tarde, tres años atrás, cuando entre besos, olvidamos apagar el cigarrillo y resbaló del cenicero. Allí estaba. También estaba él, con sus ojos verde olivo y sus brazos extendidos, allí es-taba él y su olor a tabaco oscuro y alcohol, allí estaba él con el te-deseo pegado a los la-bios y su voz ronca que me sonaba como el recorrido de todas las notas de su guitarra. Un escalofrío me cubrió con cien agujas que punzaron mi silueta para concentrarse en la garganta. Apenas podía tragar saliva. -...que te decidiste -alcancé a escuchar a Fernando -, ven aquí preciosa, ¿quieres que pongamos el jacuzzi? Ya pedí algo más de beber... yo sé que no estás acostumbrada... Me tomó de la mano, yo seguía con la len-gua pegada al paladar. Fernando lo interpre-tó como un síntoma de timidez, me besó los cabellos, la nuca y el cuello, subió hasta mis orejas y comenzó a susurrarme cosas ininte-ligibles, bajito, muy bajito. Yo levantaba los hombros como para oponerle una barrera, hasta que logré articular un débil, no. -¿No te gusta? Dime qué te gusta pre-ciosa... dime y te lo hago, eres tan linda, no quiero romper la magia, guíame preciosa... Preciosa, preciosa, preciosa, pensé altera-da, ¿no se sabrá otro adjetivo? Allí, en el rin-cón, seguía él, él y sus manos callosas y su tarareo constante, él y sus caricias de músi-co. Pero yo había llegado con Fernando y ya no sabía si había accedido a acostarme con

Foto: Augusto López

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él porque quería dormir enconchada en otro cuerpo, darme otra oportunidad o solamente sentir viva la piel. Mi cuerpo tiene necesida-des, aunque me cueste aceptarlo, aunque a ratos me sienta piruja, yo sigo viva, carajo. Pero por qué en este sitio, qué clase de per-versión del destino me había traído precisa-mente a este lugar. -¿No quieres hablar? ¿Qué te pasa? No tengas miedo, no voy a lastimarte, si ya te arrepentiste, nos vamos -repetía Fernando. Debí haberle pedido que me llevara a mi casa, pero no podía articular palabra y él ya había pagado el cuarto, además me parecía un buen dobermann, siempre alerta, atento a mis gestos, a mis estados de ánimo. Bueno como un muro blanco. Me dio pena. Nos conocimos en un concierto, Miguel era su amigo, él mismo nos presentó. ¿Cómo fue que llegamos aquí, si la ca-rretera vieja a Cuernavaca está plagada de moteles? Quería sobreponerme, pero las pa-redes y el espejo me regresaban a sus brazos, a mirar su pecho cubierto por vellos rojizos, a sentir su erección, a escuchar su grito de placer. Yo estaba enamorada de él, gozaba su cercanía, su respiración agitada mientras le besaba el cuello, mientras sentía todo el peso de su cuerpo sobre el mío. Sí, hubiera dado mi vida por él, a pesar de que fui sólo un espejismo, un distractor, un juguete nue-vo que le duró poco. Pero yo estaba aquí con Fernando... -No, perdóname, es que estoy cohibida -respondí casi inaudible, quería hacer el amor, el recuerdo de Miguel me había humedecido. Fernando me besó, comenzó a acariciar-me tierno, revisaba con cuidado cada cua-

drante de mi piel, yo lo dejaba, trataba de concentrarme en los peces que comenzaban a agitárseme en el pubis, por segundos logré olvidar y entré en un estado dulce de langui-dez, me volví parte de mis propias sensacio-nes, cerré los ojos y me dejé llevar. Cuando me penetró, el erizo de la garganta comenzó a disolverse, abrí los ojos con una sonrisa y me quedé petrificada. Quien arremetía sobre mí era Miguel con sus rizos dorados, su mi-rada burlona y su piel rasposa... Recuerdo que quise preguntarle dónde había estado, pero su ir y venir me dominaba, me silen-ciaba con su lengua ávida, Miguel y su ri-

Foto: Georgina Medina

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42 MANOVUELTA

sita irónica, Miguel y su amor por Vivaldi, Miguel, Miguel y su palidez, Miguel y su cabeza agrietada, Miguel y la sangre en el parabrisas, Miguel prensado en el auto, Mi-guel con la boca abierta y el hilillo de sangre seca, Miguel, Miguel está muerto... -¡Miguel! -grité mientras me arquea-ba temblorosa como presa de una descarga eléctrica, de terror y de placer. Sentí que me tomaban por los hombros, que me agitaban, que gritaban mi nombre, no quería volver a abrir los ojos, no, no que-ría verlo. No. Le había pedido que se cuidara, que no bebiera tanto, no me escuchó... Yo seguía gritando, lanzaba puñetazos, me estremecía en un llanto convulso. De pronto me abrazó, me apretó contra su cuerpo, me contuvo, yo oía sus latidos, es-cuchaba sus sollozos, sentía su mano en mi nuca, su caricia en mis cabellos y me atreví a mirarlo: era Fernando, que con voz apagada me dijo: -Parece que Miguel sigue entre nosotros, ¿verdad? Vístete, mejor te llevo a tu casa... Fernando estaba pálido, tan encorvado que el mentón se le clavaba en el pecho, buscó a tientas los lentes y ocultó de nuevo sus ojos enrojecidos por el llanto. Me dio la espalda. Con los dientes apretados me dijo que prefería esperarme en el auto. Salió sin volverse a mirarme. No respondí, me levanté al baño, me enfundé en la ropa como pude. No quise cerrar la puerta ni apagar la luz. Yo seguía temblando.Durante el trayecto de regreso no pronunciamos ni una palabra. En medio de aquel silencio aplastante, bajé del carro azotando la portezuela. Fernando

arrancó sin volver la vista. ¿Miedo, culpa, rabia? Sólo sé que esa noche, en el cuarto número veinticinco, Miguel volvió a reírse de la vida, una vez más.

Foto: Augusto López

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Tetzahuitl

Santos de la Cruz Hernández

Itacate

Topilnantzitzihuan,

topilahuitzitzihuan,

topilpipitzitzihuan,

topilcihuachotzitzitzihuan,

ontecaltlahtlachpanilico,

ontecaltzetzelhuilico,

inipan altepetl.

Topiltahtzitzihuan,

topiltlayitzitzihuan,

topilmimitzitzihuan,

topiltlacachotzitzitzihuan.

Tehuantin tioncoyotlacatequichihuaco:

tehuantin tipilxalzazacah,

tehuantin tipilcuahzazacah,

tehuantin tipiltlalzazacah,

tehuantin tipiltepalcazazacah.

Nuestras madres,

nuestras tías,

nuestras hermanas mayores,

nuestras hermanas menores,

han venido a barrer,

ha sacudir las casas ajenas,

en esta ciudad.

Nuestros padres,

nuestros tíos,

nuestros hermanos mayores,

nuestros hermanos menores.

Nosotros hemos venido a hacer trabajo de coyote:

nosotros acarreamos la arena,

nosotros acarreamos la madera,

nosotros acarreamos la tierra,

nosotros acarreamos los escombros.

Foto

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44 MANOVUELTA

Nican zan tipiltecalquehquetzaquiliah,

nican zan tipiltlahpia texochimilla,

nican zan tipiltetlacualchihchihuiliah,

nican zan tipiltetlacualtehtequiliah.

Tehuantin tipilmacehualtzitzin,

tecahcaltzalan tinemih,

teohotipan tinemih,

temahmaco tinemih,

tepeixco tiitztoqueh,

campa ion atl yolli,

cequin calnacazco tiitztoqueh,

cequin tlacohcopichco tiitztoqueh,

inipan altepetl.

Cintohquetl quitl onmopiltlahtlanilico ce

tlaxcaltzin,

quitl onmopiltlahtlanilico ce ome piltomintzin.

¿tionmoahuilizmatico, tionmocuecuechmacaco?,

¿tionmopilcencahcahuaco?,

¿tionmomiquizcahcahuaco?,

nican…

¡Cenca tipilapizmictinemih!

¡ihuan quitl tionpiltezontehtepecuahtohqueh!,

¡nican tipilamictinemih!

¡ihuan quitl tionpilatezcaohonitohqueh!.

Aquí sólo construimos casas ajenas,

aquí sólo cuidamos jardines ajenos,

aquí sólo preparamos comida ajena,

aquí sólo servimos comida ajena.

Nosotros los macehuales,

andamos en calles ajenas,

andamos en caminos ajenos,

andamos en manos ajenas,

vivimos sobre los cerros,

donde no nace ni el agua,

algunos vivimos en las esquinas,

algunos vivimos en los rincones,

en esta ciudad.

El sembrador de maíz, dizque ha venido a pedir

una tortilla,

dizque ha venido a pedir limosna.

¿hemos venido a prostituirnos?

¿hemos venido a abandonarnos?

¿hemos venido a dejarnos morir?

aquí…

¡andamos con mucha hambre!

¡y dizque hemos comido cerros de tezontle!

¡aquí andamos con mucha sed!

¡y dizque hemos bebido un lago!

Foto

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45MANOVUELTA

Tehuantin tipilmacehualtzitzin,

nican tionmocinpohpolohtohqueh,

tionmotlahcuilolmachyopohpolohtohqueh

tionmoicximachyopohpolohtohqueh,

tioncuahtlapolohtohqueh,

tionmopiltlahtolehelcahuilihtohqueh.

Yeica tinontzitzin tinemih,

yeica tinacaztapaltzitzin tinemih,

yeica tiixpitzitzin tinemih,

yeica iyoca tinemih,

yeica topilceltitzitzin tinemih,

inipan altepetl.

¿occepa tipiltlalnonotzazqueh?,

¿occepa tipilanonotzazqueh?,

¿occepa tipiltlenonotzazqueh?,

¿occepa tipilehecanonotzazqueh?,

¿occepa tipilcinnonotzazqueh?,

¿occepa tipiltepenonotzazqueh?,

¿occepa tiquinpilnonotzazqueh topilmihcatzitzihuan?,

¿occepa tipiltonalnonotzazqueh?.

Huelliz inipan ce calli xihuitl,

huelliz inipan ce tochtli xihuitl,

huelliz inipan ce acatl xihuitl,

huelliz inipan ce tecpatl xihuitl,

ihcuac cohcoyotlacah, pinotlacah,

techonhualmachtiliqui,

techonhualnamaquiliqui,

in tlahtoltzin tlein tionmoelcahuilihtohqueh nican.

Nosotros los macehuales,

aquí hemos perdido nuestro maíz,

hemos perdido nuestros símbolos,

hemos perdido nuestras huellas,

hemos perdido nuestra memoria,

hemos perdido nuestro idioma.

Por eso andamos mudos,

por eso andamos sordos,

por eso andamos ciegos,

por eso andamos separados,

por eso andamos solos,

en esta ciudad.

¿hablaremos con la tierra otra vez?

¿hablaremos con el agua otra vez?

¿hablaremos con el fuego otra vez?

¿hablaremos con el viento otra vez?

¿hablaremos con el maíz otra vez?

¿hablaremos con los cerros otra vez?

¿hablaremos con nuestros muertos otra vez?

¿hablaremos con el sol otra vez?

Tal vez en un año casa,

tal vez en un año conejo,

tal vez en un año carrizo,

tal vez en un año pedernal,

cuando vengan los hombres coyote, hombres

extranjeros,

a enseñarnos, a vendernos,

el idioma que aquí hemos olvidado.

Foto: Archivo H

istórico del Agua

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46 MANOVUELTA

Archivo Histórico del Agua

Mtro. Jorge A. Andrade Galindo

El origen del Archivo Histórico del Agua (AHA)

se sitúa en el año de 1994, cuando la Comisión

Nacional de Agua (CNA, hoy en día CONA-

GUA) y el Centro de Investigaciones y Estudios

Superiores en Antropología Social (CIESAS),

signan un convenio de colaboración, con el fin

de rescatar, ordenar y catalogar aquellos ma-

teriales que fueron originados por las diversas

instancias que antecedieron a la CONAGUA,

con el fin de contar con los elementos necesarios

Foto: Archivo H

istórico del Agua

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47MANOVUELTA

para sustentar y apoyar las políticas públicas que

iban desarrollándose en torno al tema del agua.

El AHA se ha conformado, con documenta-

ción de las dependencias gubernamentales que

antecedieron a la CONAGUA, como la Secre-

taría de Fomento, la Secretaría de Agricultura y

Fomento, la Comisión Nacional de Irrigación, la

Secretaría de Recursos Hidráulicos y la Secre-

taría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, lo

cual y por las características de los materiales,

nos permite contar con un arco temporal que ini-

cia en el siglo XVII y finaliza en 1994. Debido a

esto, es importante mencionar que los expedien-

tes con los que cuenta el archivo, no sólo son

documentos en donde está plasmada la larga ex-

periencia gubernamental en el manejo del agua,

sino también, contiene las características de los

distintos tipos de usuarios, sus formas de apro-

vechamiento, su tecnología, sus conflictos, sus

arreglos organizativos y sus reglamentaciones,

así como los antecedentes coloniales a muchas

de las solicitudes, concesiones, refrendo de dere-

chos formas organizativas y conflictivas que han

rodeado el tema hídrico.

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El AHA cuenta con siete fondos documenta-

les que plasman gran parte de la historia social

del agua del país. Tales fondos son:

Aprovechamientos Superficiales, constituido

por 68 775 expedientes

Consultivo Técnico con 11 832 expedientes.

Colección Fotográfica, con 45 101 materiales

gráficos.

Comisión del Río Grijalva, conformado con

13 700 expedientes.

Infraestructura Hidráulica, con 27 664

expedientes.

Aguas Nacionales, conformado con 8 131

expedientes catalogados de 70 000 aproxi-

madamente.

Comisión del Papaloapan, del cual se han ca-

talogado 4 000 expedientes de los 40 000 que

conforman el fondo.

Además, el AHA cuenta con una Biblioteca que

se ha especializado en temas hídricos que tiene a

resguardo más de 13 000 registros bibliográfico

y hemerográficos.

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