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Apuchetac0720067.ferozo.com/sala_lectura/adelantos/Apucheta_barro.pdf · María Laura Isaia Nicolás Doffo Pablo Castro Leguizamón Ramiro García Celeste Galiano Fabián Trovatto

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ApuchetaCrónicas del barro

Juan José López PuccioAmanda Poliéster

Mirta PujolMaría Laura Isaia

Nicolás Doffo Pablo Castro Leguizamón

Ramiro GarcíaCeleste GalianoFabián Trovatto

Pilar Almagro PazAdolfo Villatte

Luciano GalimbertiPatricio Magnano

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© 2010 · Homo Sapiens EdicionesSarmiento 825 (S2000CMM) Rosario | Santa Fe | ArgentinaTelefax: 54 341 4406892 | 4253852E-mail: [email protected]ágina web: www.homosapiens.com.ar

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723Prohibida su reproducción total o parcial

ISBN N° 978-950-808-630-3

Foto de solapa: Edgardo JuárezCorrección de estilo: Patricia Labastié

Diseño editorial: Adrián F. Gastelú

Esta tirada de 500 libros se terminó de imprimir en diciembre de 2010en ART de Daniel Pesce y David Beresi SH. | San Lorenzo 3255Tel. 0341 4391478 | 2000 Rosario | Santa Fe | Argentina

Apucheta: Crónicas del barro / Juan José López Puccio… [et.al.].- 1a ed. - Rosario : Homo Sapiens Ediciones, 2010. 120 p. ; 22x15 cm. - (Ciudad y orilla / Marcelo E. Scalona)

ISBN 978-950-808-630-3

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. López Puccio, Juan JoséCDD A863

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PRÓLOGO

Apucheta —crónicas del barro— es una novela colectiva escritapor el grupo Viernes (13) de mi taller literario. El trabajo surgiócomo consigna práctica en 2008 mientras estudiábamos elgénero novela. Se hizo un concurso de ideas originales entrelos 13 miembros del grupo y se eligió la de Juan José LópezPuccio, que escribió el primer capítulo; sucesivamente, losdemás, en un orden azaroso dispuesto por sorteo. La consignaconsistió en escribir cada capítulo en una semana, con la únicainformación previa del capítulo anterior y absoluta libertad deestilo, recursos o temática, aunque también con la clara respon-sabilidad de integrar un proyecto colectivo. Otra consigna erala obligación de experimentar durante la escritura los distintosestilos y recursos de la novelística universal que íbamos dando,desde clásicos a contemporáneos, defendiendo además cadaautor su propio estilo o voz literaria. En cada encuentro sehacían críticas, sugerencias y debates que fueron la mejorherramienta pedagógica. Una vez concluida Apucheta seencargó el primer emprolijamiento del magma a uno de losescritores del grupo, Nicolás Doffo, y después de eso, una finacorrección de estilo de la traductora Patricia Labastié, queajustó cuestiones formales y semánticas, aunque respetandoespecialmente la multiplicidad y diversidad de estilos.

Desde la experiencia de El Paragüas Misterioso (BuenosAires, 1904, Payró, Ingenieros, etc.), la novela colectiva ha

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tenido muy pocas realizaciones en Argentina y ninguna enRosario que haya llegado a editarse. Sabemos lo esquivos queson en nuestro país los proyectos colectivos, empezando por laNación. Eso mismo convierte a Apucheta en una experienciatan rara como exquisita: la de construir un destino completode alguien (personaje) a lo largo de una historia común(relato), manteniendo los ejes básicos de la novela (unidadhistórica, unidad subjetiva, mismo argumento y estructura),pero hacerlo a partir de la dialógica y multipilicidad de 13autores simultáneos y sucesivos. La mayor riqueza técnica esver cómo se transforma y enriquece la idea de uno, construidapor todos, casi como una metáfora de lo que es la literatura, ungran palimpsesto donde todos escribimos “encima” de quien lohizo antes.

Apucheta es la historia de Jaime S, un personaje manipula-dor, genial, contradictorio, perverso, una especie de anti-héroe que construye su sueño de conquista mediante una sectaque a partir de grupos de artesanos y teorías de autoayuda,congrega y recluta personas que luego serán manipuladas parala explotación económica, sexual y hasta política. Se trata deuna comedia policial negra con fuertes dosis de entreteni-miento, fresco de época y subjetividad. En mi caso, que servíde aliento y coordinación de Apucheta en su origen, y habiendoparticipado de otros proyectos de novela colectiva en Rosarioque no llegaron a terminarse y editar, éste me resulta ejemplary especialmente querido.

Marcelo Scalona

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Para concebir la irrealidad y penetrarse en ella,es preciso tenerla constantemente presente ante elespíritu. El día que se la siente, que se la ve, todose hace irreal, salvo esa irrealidad, que es laúnica que hace la existencia tolerable.

E. M. Cioran, El aciago demiurgo

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CAPÍTULO I

JAIME S.

La primera vez que lo vi, lo escuché decir a modo de saludo:“Seré mi único espectador; de esa manera, no defraudaré anadie”. Esto evidentemente era una mentira: Jaime S. vivía desu público, de quienes lo escuchaban absortos obedeciendosin dudar. De todos modos, en ese momento la contundenciade la frase me impresionó, quizás más por la convicción conque él se expresaba que por lo que realmente decía.

Jaime S. no podía, ni quería, pasar inadvertido. Su granporte, su panza y su acento particular, que no correspondía aninguna parte, le daban un aire singular. Hoy, después de vein-tidós años, sé que para un joven estudiante encarar esa investi-gación era cuanto menos desmesurado. A modo de granrompecabezas sigo intentando armar esa biografía, una obse-sión que desacomodó mis piezas.

Si algo me preguntaba en esa época era cómo un destinopuede torcerse, cómo un hosco estudiante relegado por suscompañeros se había convertido en un carismático líder desecta, arrastrando a quien se le cruzara. En algún momentoJaime S. dio una vuelta campana; algo lo llevó a ese cambiorepentino, súbitamente dueño del misterio de la persuasión,como si hubiera recibido una posta que debía seguir de inme-diato. Fue esa sensación de particularidad, más que las otrasrazones, lo que me impulsó a investigar la secta.

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Claro que esta es una conclusión actual: en ese momentome sobraban las razones académicas y las intenciones filan-trópicas, pero por detrás, auténtica y escurridiza, estaba laverdadera razón. Cómo puede alguien pasar de ser oscuro eintrovertido a poseer un histrionismo que embelesa, a tener lafrase atinada dicha con aparente espontaneidad. En esemomento yo lo consideraba el reflejo de una patología nacio-nal llevada al extremo de lo fantástico.

Me aboqué a estudiar a Jaime noche y día. Llevaba regis-tro de todo: listas de los fieles confirmados, parentesco entreellos, formas de captación, transcripción de testimonios. Miescrito ya superaba largamente lo que podía demandar cual-quier tesina universitaria, y sin embargo yo no considerabaque estuviera ni a mitad de camino.

Mi trabajo, según los tutores de mi tesina, fue perdiendoseriedad, distancia objetiva y neutralidad. En un principio fuiacusado de denostar a Jaime en demasía; después me dijeronque se evidenciaba cierta admiración por el objeto de la inves-tigación. Quizás debí escucharlos; tal vez podría haberevitado los acontecimientos que se dieron después.

Uno de mis profesores de la facultad, quien supo ser unprestigioso teórico de las sectas, corrigió mis textos en variasoportunidades. Una tarde me cruzó en un pasillo de la facul-tad, me tomó del brazo y me dijo al oído: “Oiga, Mariani, nose tome esto tan en serio; también está la vida”. Creo que lodijo tarde: en ese momento eso ya era mi vida.

Quizás me atrajeron también esos indicios de una biogra-fía que escapaba a la normalidad, a la rutina, que yo me empe-ñaba en criticar. Por aquella época yo repetía una frase queme encantaba encajar en casi cualquier conversación: “Esta-mos siempre al borde de hacer algo que suele quedar enproyecto”. En cambio, Jaime era la excepción, pasaba al otrolado, franqueando la barrera de los propósitos lógicos. Y,claro, no se iba solo: arrastraba a cuantos hubiera cerca, atanta gente con sed de absoluto como pudiera conseguir.

Casi podría decir que todos los recuerdos que hoy acaparo,buenos o terribles, de alguna manera se relacionan con él. Enocasiones lo pensé como el diseñador de mi vida: conocí a

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Corina haciendo la investigación. La vi por primera vez en unade las tantas oportunidades en que estuve apostado frente a lapuerta de la casona de calle Piedras. Quizás fue su fragilidad loque provocó que reparara especialmente en ella; tuve unincontenible deseo de protegerla, de evitar que entrara. Estoes todo lo que puedo explicar; de lo que se dio después nopuedo tejer una oración racional. Corina entró a la casona,pero salió en menos de una hora.

Más tarde, después de un encuentro forzadamente casualque no relataré ahora, me contó que era arquitecta y que soloestaba haciendo un encargo para Jaime, o mejor, que preten-día hacerlo, ya que parecía que el cliente era algo particular.Le creí sin dudar, y sentí un gran alivio. Recuerdo que toma-mos un café en el centro, más precisamente en el bar “LaPaz”, y que, saltando todo principio ético, le conté en detalletodo lo que sabía de Jaime. Al enterarme de que solo la uníauna relación comercial con la agrupación, recuerdo que penséalgo muy ingenuo, algo parecido a lo siguiente: “Segura-mente tendré algo simple y bueno con esta mujer”. Recuerdoesa frase porque la escribí por ahí, y porque a la semana ya meparecía muy poco atinada para referirme a la historia queestaba comenzando.

La tarde en “La Paz” es uno de los recuerdos más gastadosque tengo. Ahí ella hizo referencia al pasar a su teoría “del esca-lón”. Ávido de saber la interpelé: “Contame de qué se trata”.Respondió sin dudar: “En la vida, que es como una escalera,todos encontraremos al menos una vez un escalón flojo. Puedeque nos demos cuenta y lo esquivemos o que pisemos sobre ély caigamos sin remedio a la escalera que está justamentedebajo”. Me quedé mirándola, como esperando que conti-nuara; parecía un buen principio para una teoría o para unrelato. Levanté el mentón pidiendo más; hizo un silencio, memiró y dijo: “Eso es todo”, y empezó a reír con ganas.

En ese momento me enamoré de ella, suponiendo queexiste un momento preciso en que se suspende la búsqueda.Corina me pidió que le contara sobre Jaime y la secta.Empecé relatándole tímidamente lo que sabía en términosmuy generales. Después, al ver su mirada de interés, ya no

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pude contenerme. Así, a medida que la noche ganaba prota-gonismo, hablé de él por primera vez frente a alguien que nofuera un docente; me escuché y me di cuenta de que ya era unconocido para mí. Le conté sobre su niñez en La Plata, sobrecómo era hosco de niño, sobre cómo todos lo relegaban y sinembargo él podía armar grupos con otros en su misma condi-ción e imponerse inmediatamente como líder, para despuésejercer algún tipo de influencia sádica sobre ellos.

De repente hacía un salto temporal y le relataba hechosde la actualidad en que explicaba en detalle el funcionamientode la secta y cómo, a mi entender, las prácticas artísticas enbarro, la cerámica y los conocimientos de los pueblos preco-lombinos eran tan solo una excusa para captar gente. Le contécómo atraían personas con favores sexuales, que tenía tododocumentado y que estos relatos provenían de entrevistas congente que conoció a Jaime y trató con él. El hecho de que élcortara estas relaciones facilitó mi trabajo; nadie tuvo ningúnreparo en hablar. Especialmente cuando yo les indicaba que lainformación “podía salvar vidas”, muchas veces el interlocu-tor esperaba como recompensa que yo también le diera deta-lles de Jaime, cosa que jamás hice. Excepto en esta ocasión,con Corina, en que yo era el único que hablaba, desenro-llando un monólogo extenso:

—En unas vacaciones, a los trece años, Jaime viaja al norteformoseño a visitar unos parientes de la mucama de su madre,que estaba en Europa. Esta resultó ser la mejor manera de nodejar solo al niño. Ahí debuta sexualmente con la hermana dela mucama, y conoce a la pareja de esta. Según explica Jaimedespués, esta persona es quien lo introducirá en los conoci-mientos del barro, la cerámica indígena y los secretos de lasculturas precolombinas. Cuando termina el secundario,empieza la carrera de antropología en la Universidad Nacio-nal de La Plata, que abandona al poco tiempo. Consiguetrabajo de empleado en la proveeduría artística “Gauguin” dela misma ciudad. Ahí se relaciona con clientes, generalmenteseñoras; al parecer tiene romances con algunas de ellas. Alausentarse el dueño por un mes, lo deja a cargo del negocio dearte. Al tiempo, Jaime es acusado de robar antiguos elementos

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para la fabricación de vitral, entre ellos, una máquina con lamatricería necesaria para fabricar las varillas de plomo paraunir los vidrios, que el dueño había heredado de su abuelo. Lodespiden sin explicaciones. Estos hechos me los ha referido eldueño en persona.

“En algún momento que no puedo precisar, Jaime haceamistad con Mario Huelich, bibliotecario, separado antes decasarse, según el mismo se describe, misógino según lo descri-ben las mujeres con las que he hablado. Huelich interrumpióla amistad con él hace años y fue quien desinteresadamente mebrindó algunos datos. Si bien fue Huelich quien lo acompañóen sus primeras peripecias, en determinado momento, segúnél afirma, ‘sus valores fueron más fuertes’. Hace unos sieteaños Jaime viajó a Salta, presentándose como filósofo y orga-nizador de varias ONG. Ahí entabló varias relaciones con laclase alta que luego le serían de extrema utilidad.

Me detuve. —¿Te interesan realmente estas cosas? —Sí, sí, es apasionante. La palabra “apasionante” fue suficiente impulso para que

siguiera. —Jaime abre un negocio de proveeduría artística en Salta,

que se caracteriza por ser el único que tiene en abundanciavarillas nuevas para fabricar vitral y pigmentos que ya casi nose consiguen, los que vende a cuentagotas. Esto aliviana enparte su inestable situación económica. Ahí se presenta comoprofesor de arte orientado en cerámica precolombina, filó-sofo y antropólogo especializado en desconocidas creenciasde los pueblos originarios del norte. En la trastienda de suproveeduría abre “Acan-Racu”, primero simple taller de cerá-mica, después devenido en centro de terapia cerámica y cone-xión con la Pachamama. El centro aumenta paulatinamentesu cantidad de amigos, como prefiere llamar a sus acólitos.Conoce a Michel Fruteleff, ciudadano francés que decidecolaborar para que Jaime pueda abrir un centro en BuenosAires, en una casona señorial ubicada en la calle Piedras.

“Jaime enseñaba cerámica de una manera particular: sesituaba detrás de las alumnas y colaboraba con sus manos para

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modelar la pieza; de esa manera, podía respirarles en la nuca yhablarles al oído. Si le parecía conveniente, empezaba con losmasajes. Estos datos los extraje de un juicio reciente queafrontó, del que resultó inocente. Su alumna preferida, VaninaKiss, como la bautiza el maestro en un ritual cerámico, esseñalada como quien realiza los favores sexuales para la secta;se sospecha que se ha acostado con el gobernador de Salta apedido de Jaime, lo que colaboró para que se habilitaran lasparticulares instalaciones de “Apucheta”, en las afueras de unpueblito cercano a la capital de la provincia. No hace muchotiempo, las reuniones empezaron a hacerse sin cerámica; ahoraqueda solo el tacto, rondas, cantos, relajación.

“Me he enterado de la visita de un supuesto chamánwichi, que en realidad era alguien que le debía un favor aJaime porque éste ubicó a su hijo como tractorista en uncampito próximo. Apucheta es el centro neurálgico del movi-miento, un predio de diez hectáreas que le costó a Jaime añosobtener y construir. Después de varias peleas con distintosarquitectos, finalmente él mismo fue quien la diseñó.

Corina se sorprendió al escuchar esto; al parecer, ellaimaginaba la presencia de un arquitecto en la ejecución de esaobra.

—El edificio principal es una construcción circular, ungran cero, geométricamente una corona, un patio en el centroy todas las habitaciones con una gran piel de vidrio hacia elinterior, el gran panóptico del maestro. Allí, la intimidad eraun maleficio del mundo externo, un síntoma del repugnanteindividualismo que imperaba, según él mismo decía. Jaimetrazó el círculo de cincuenta metros con sus propias manos.

Corina me interrumpió nuevamente:—Tenés infinidad de datos. ¿Qué te falta? ¿Por qué

seguís?No supe qué contestar; en lugar de responder, seguí expli-

cando: —En el último juicio, del que tengo la copia completa del

expediente, hay un testimonio de una mujer que cuenta más omenos lo siguiente. Estando triste y sintiéndose desanimada, seconfió al maestro con la siguiente frase: “La violencia en mí es

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la imposibilidad de conectarme con la tristeza”. Al parecer estafrase provocó un estado especial en el maestro, que comenzó atocarle los senos y a besarla. Pero hay más: en otra de misentrevistas, una mujer que logró abandonar la secta me contóque en una oportunidad se encontró a solas con el maestro yeste le dijo: “La violencia en ti es la imposibilidad de conec-tarte con la tristeza”. Después comenzó a manosearla, lo quedemostraría que este hombre, además de pervertido y aprove-chador, es falto de creatividad y necesita plagiar una frase.

Corina sonreía. Por un momento sentí enojo, intuí en esasonrisa cierta simpatía hacia Jaime, y recordé de repente queella lo conocía. Calculo que mi apasionamiento debe habersido interesante para ella; solo me interrumpió un par deveces, como ya relaté. De haberse tratado de otro tema mehabría distraído, quizás incluso me habría inhibido. Me pare-cía demasiado hermosa, y tenía una expresión que me inquie-taba; había algo de promesa en ella. Aunque no me llevabamás de tres años, la intuía más seria, tan distinta de las otrasmujeres con las que yo acostumbraba a estar.

Pocas veces se sostiene una charla tan larga sin que lasmiradas dejen de estar fijas en el otro, sin que lo externoacuda a perturbar. Después le di un valor especial a esto, esaprimera charla, que duró más de cuatro horas y me dejó concierto impulso que me impidió dormir esa noche.

En el furor de mi exposición, en un momento apoyé mimano sobre la de ella, que retiró suavemente mirando parael lado de la ventana. Después dijo: “Soy casada”, frase que—intuyo— le sonó tonta al mismo momento de terminar depronunciarla. Esa noche en la pensión le hablé un buen ratoa mi compañero de cuarto sobre ella, sobre el encuentro,sobre su risa. Martín siempre tenía una frase lista, de inven-ción propia o recordada erróneamente. Cuando le dije queera casada, me interrumpió, se quedó un segundo en silen-cio y después dijo: “La vida suele presentar las cosas buenasen una bandeja perforada”, dio media vuelta, se durmió y deinmediato comenzó a roncar.

La última vez que vi a Jaime fue en Apucheta, acodado enla barra de quebracho bajo la sombra de una parra. Con un

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tinto y la toga blanca que usaba allá, pues en la ciudad compo-nía un aspecto más acorde a lo que llamaba “las inmundasconvenciones sociales”. Esa vez me miró: yo estaba cabizbajopor todo lo que había pasado, él lo percibió y me dijo: “Lavida no es una monja santa, hay que violarla sin dudar”. Loscollares que llevaba me parecían absurdos, bailaban al compásde sus frases, algunos quedaban anclados en la arruga de supanza.

Adentrarme en el mundo de Jaime S. fue mi primer esca-lón roto; conocer a Corina fue el siguiente. Creo que esateoría estaba equivocada. No hubo otra escalera. Yo aún sigocayendo.

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ÍNDICE

Prólogo ............................................................................Capítulo I. Jaime S. .........................................................Capítulo II. Información irrelevante ..............................Capítulo III. Metamorfosis .............................................Capítulo IV. Cacería de cerdos ........................................Capítulo V. La tierra sin mal ...........................................Capítulo VI. Una sunga fucsia ........................................Capítulo VII. Jugo de mangos ........................................Capítulo VIII. El cuenco y la varilla ................................Capítulo IX. Sex dura lex .................................................Capítulo X. Mudanza ......................................................Capítulo XI. Derecho y revés ..........................................Capítulo XII. A veces ni eso ............................................Capítulo XIII. Basural .....................................................Los autores ......................................................................

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