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revista de ciencias sociales, segunda época Nº 30, primavera de 2016, pp. 85-109 85 Introducción En las primeras décadas del siglo XXI la sociedad argentina atravesó procesos de efervescencia que motorizaron una extensa producción en las ciencias sociales. Las acciones desencadenadas antes, durante y después de la crisis social, política y económica de 2001, lejos de extinguirse en el ciclo político siguiente –el kirchnerismo–, habilita- ron nuevas movilizaciones y, con ellas, novedosas controversias que contaron con la participación de actores y científicos sociales. Entre esos debates se destacó la pregunta por la militancia, en tanto forma de compromiso transversal a diversas esferas de la praxis. Desde la antropología, la sociología y ciencia política local se construyeron líneas de indagación sobre este fenómeno que, sin ser novedoso –la resistencia peronista en los cincuenta y la re- sistencia al neoliberalismo en los noventa pueden tomarse como ejemplos–, adquiere en la década de 2000 nuevos ribetes, de cara a su trascendencia mediática pero, fundamentalmente, por su no- toria incidencia en la vida pública argentina. Con esta inquietud como horizonte, el trabajo de Pérez y Nata- lucci (2010) analiza las relaciones entre el contexto político del nue- Marcos Andrés Carbonelli y Verónica Giménez Béliveau Vidas militantes: trayectorias, saberes y éticas en el Movimiento Misioneros de Francisco

Marcos Andrés Carbonelli y Verónica Giménez … · que modela el espacio donde se despliega. Los estudios de Frederic (2009), ... a lugares céntricos: durante 2015 se realizaron

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revista de ciencias sociales, segunda épocaNº 30, primavera de 2016, pp. 85-10985

Introducción

En las primeras décadas del siglo xxi la sociedad argentina atravesó procesos de efervescencia que motorizaron una extensa producción en las ciencias sociales. Las acciones desencadenadas antes, durante y después de la crisis social, política y económica de 2001, lejos de extinguirse en el ciclo político siguiente –el kirchnerismo–, habilita-ron nuevas movilizaciones y, con ellas, novedosas controversias que contaron con la participación de actores y científicos sociales.

Entre esos debates se destacó la pregunta por la militancia, en tanto forma de compromiso transversal a diversas esferas de la praxis. Desde la antropología, la sociología y ciencia política local se construyeron líneas de indagación sobre este fenómeno que, sin ser novedoso –la resistencia peronista en los cincuenta y la re-sistencia al neoliberalismo en los noventa pueden tomarse como ejemplos–, adquiere en la década de 2000 nuevos ribetes, de cara a su trascendencia mediática pero, fundamentalmente, por su no-toria incidencia en la vida pública argentina.

Con esta inquietud como horizonte, el trabajo de Pérez y Nata-lucci (2010) analiza las relaciones entre el contexto político del nue-

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Vidas militantes: trayectorias, saberes y éticas en el Movimiento Misioneros de Francisco

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vo milenio y las experiencias de los militantes, puntualizando en la gramática política que animaba a los grupos kirchneristas, esto es, la reglas que estructuraban en tiempo y espacio las interaccio-nes de los militantes entre sí y con su entorno político (Natalucci, 2012, p. 19). En esta línea, los estudios de Schuttenberg (2015) y Rocca Rivarola (2015), centrados en diversas militancias kirchne-ristas, analizaron las articulaciones existentes entre los líderes, sus interpelaciones y las expectativas de las bases del proyecto político.

Desde la antropología, diversos trabajos centraron su foco analítico en el hacer militante, es decir, en el tipo de actividades que estas agencias desplegaban, dónde y cómo lo hacían. Vázquez (2014) subrayó la noción de “militar la gestión” como un signo de época que enuncia la transformación de la militancia en una praxis que modela el espacio donde se despliega. Los estudios de Frederic (2009), Vommaro y Quirós (2011) y Ferraudi Curto (2009 y 2014) abordaron las distinciones y los puntos de conexión entre las no-ciones de trabajo político y social. Desde un enfoque situado en la “política vivida”, Quirós (2011) se pregunta por los motivos subje-tivos que llevan a las personas a involucrarse en proyectos políticos, más allá de los planteos dicotómicos e idealizados de la resistencia o el clientelismo.

Cabe destacar que los estudios circunscriptos a la militancia política no agotan los abordajes sobre formas de inscripción en proyectos y promesas colectivas. Otros campos, como la sociología de la religión, también abordaron itinerarios biográficos distin-guibles como vidas militantes, stricto sensu. Siguiendo la hipóte-sis central de Mallimaci (2015), según la cual tempranamente el catolicismo pensó su modus vivendi en la modernidad de manera integral –se es católico para toda la vida, en todo tiempo y lugar, y de forma particularmente expresiva en los ambientes “seculares”–, varios trabajos apelaron a la noción de militancia para referirse a opciones religiosas intensamente comprometidas con valores y proyectos institucionales. Catoggio (2016) caracteriza como “mi-litantes” las opciones de vida de clérigos y religiosos que resignifi-caron su persecución durante la última dictadura militar en clave de ofrenda y conducta ejemplar. Idéntica caracterización reciben las subjetividades que vertebran en la actualidad diversas formas del comunitarismo católico, estudiadas por Giménez Béliveau (2016). La existencia de pasajes entre compromisos políticos y re-ligiosos fue advertida por los trabajos de Cucchetti (2010) y Dona-tello (2010), en sus análisis sobre grupos como Guardia de Hierro y Montoneros, respectivamente. Inclusive los estudios de Semán (2007), Mosqueira (2010) y Carbonelli (2015) muestran cómo los anudamientos entre militancias políticas y religiosas exceden los

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contornos del catolicismo y se adentran en el mundo evangélico, de la mano de la preocupación por la formación de jóvenes y las mediaciones que establece el trabajo social.

En el presente artículo, nos proponemos reflexionar sobre las trayectorias y actividades militantes del Movimiento Misioneros de Francisco (mmf). En el primer apartado presentaremos al mmf a partir de su génesis, en el segundo seguiremos las trayectorias de sus dirigentes, en el tercero abordaremos los recorridos típi-cos de los cuadros medios y de sus bases, para pensar las con-vergencias entre los espacios religiosos y políticos. En el cuarto apartado pensaremos la figura de los militantes a partir de cuatro ejes: los saberes, la corporalidad, la ética y la mística. Considera-mos que estas entradas nos permiten comprender la militancia como actividad social.

El Movimiento Misioneros de Francisco, entre kirchnerismo y papismo

En este trabajo nos interesa discutir el concepto de militancia a partir del caso del mmf. En 2013, tras el nombramiento de Jorge Bergoglio, exarzobispo de Buenos Aires, como sumo pontífice de la Iglesia católica, un grupo de dirigentes de distintas provenien-cias, encabezados por Emilio Pérsico, entonces subsecretario de Agricultura Familiar del gobierno de Cristina Fernández de Kir-chner, se reunieron para formar el mmf. Inspirado en el mensaje y las acciones del primer papa latinoamericano, el Movimiento tiene como principal objetivo incentivar y sostener la religiosidad popu-lar católica en barrios periféricos de la Argentina, retomando los ejes de la teología de la cultura. Esta corriente, desarrollada por el sacerdote Rafael Tello, coloca al pueblo como sujeto centro de sus prácticas. La espiritualidad mariana tiene un lugar preeminen-te: se rescata la conexión religiosa de la comunidad y se valoran las iniciativas de piedad colectiva aun si estas se distancian de las prácticas institucionales (Ameigeiras, 2012). Las actividades públi-cas de los Misioneros se inspiran en ese acervo ubicado en el cruce entre la experiencia colectiva de los sectores populares y las prácti-cas del catolicismo tradicional. Dos grandes momentos colectivos determinan el año de los Misioneros: la peregrinación a pie a Lu-ján el Día de la Virgen, el 8 de diciembre, y la celebración de San Cayetano, el popular santo del pan y del trabajo, el 7 de agosto. En esos momentos, los Misioneros se juntan, organizan caminatas y manifestaciones, llevan sus vírgenes y sus carteles que identifican a los grupos y a las capillas. Los distintos grupos territoriales reali-

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zan también misiones en sus barrios: caminatas con la virgen, visi-tas de las imágenes religiosas a las casas y misiones excepcionales a lugares céntricos: durante 2015 se realizaron varias misiones a la estación de Constitución (ciudad de Buenos Aires), los viernes por la tarde, y una misión a la plaza de Moreno (provincia de Buenos Aires). En estas actividades, que son concebidas como momen-tos de acercamiento a las personas y de evangelización, el padre Eduardo Farrell, sacerdote de Misioneros, y diáconos de su diócesis bendicen a los transeúntes, vestidos con sus albas blancas, mien-tras los militantes reparten botellitas de agua bendita y estampitas del papa Francisco.

El hecho distintivo de Misioneros, lo que los vuelve especiales entre otros grupos católicos y políticos, responde a una idea surgi-da en el momento mismo de su génesis. El relato que circula entre los militantes cuenta que Emilio Pérsico y Patricia Cubría fueron al Vaticano con el objetivo de hablar con el papa y bautizar a su hijo: allí pensaron el proyecto de fundar capillas, y según los presentes Francisco dijo “andá, y hacé capillas”.1 Nace así la organización de base del mmf, su anclaje territorial y el hito que le permite desa-rrollar políticas sociales y de evangelización. Las capillas deberán instalarse en espacios vacíos de otras institucionalidades –es de-cir, donde ni la Iglesia ni el Estado llegan–, en barrios de reciente construcción y asentamientos populares. Fundadas al margen de la estructura formal de la Iglesia, las capillas son emprendimien-tos autónomos de la jerarquía eclesial. Apuntan a combinar en su hacer cotidiano prácticas religiosas católicas (bautismos, rezos del rosario, responsos, casamientos) con actividades vinculadas al de-venir político-social del barrio (Plan de Finalización de Estudios Secundarios y asambleas para tratar las problemáticas de vivienda e inseguridad y el procedimiento para la toma de tierras).

Los fundadores: las huellas del seminario católico

El mmf se define como un movimiento: tanto su estructura orga-nizacional como su dinámica de trabajo se caracterizan por bajos niveles de institucionalización. Una red de sociabilidades políticas, sindicales y religiosas marcan el origen y los primeros años del mo-vimiento (Carbonelli y Giménez Béliveau, 2015); de esa red surgen, también, los dirigentes que trazan los caminos a seguir.

Los liderazgos estuvieron claros desde el principio. El movimien-to surge por iniciativa de Emilio Pérsico, dirigente del Movimiento Evita. En 2013 fue él quien llevó la idea a Francisco, consiguió su

1 Patricia Cubría, entrevista personal, Buenos Aires, 15 de junio de 2015.

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venia y armó el proyecto de las capillas. Dos figuras fundamenta-les lo acompañaron: el sacerdote Eduardo Farrell, de la diócesis de Moreno, y Enrique Palmeyro. Los tres dirigentes, provenientes de espacios sociales distintos pero con cruces frecuentes, tienen una activa presencia en el mmf. Asisten a las reuniones, acompañan a los cuadros medios y esencialmente aseguran las articulaciones hacia fuera del grupo, con las instituciones políticas y con la Iglesia. Los dirigentes distribuyen sus tareas en el mmf según sus trayectorias y anclajes institucionales: Emilio Pérsico es quien tuvo la idea y creó el primer proyecto, y obtuvo el beneplácito del papa. A través del Movimiento Evita también aporta los recursos humanos y econó-micos y los contactos políticos. Enrique Palmeyro, administrador estatal y laico activo en la arquidiócesis de Buenos Aires, es quien asegura los contactos fluidos con Francisco, a través de viajes fre-cuentes a Roma, y provee un encuadre de formación teológica y po-lítica. El padre Farrell, sacerdote de largo trabajo en la pastoral de los sectores populares, garantiza la formación teológica y el acom-pañamiento pastoral. Veamos sus trayectorias.

Emilio Pérsico es el fundador, el líder carismático que recibió el mandato de Francisco. Es quien articula los espacios políticos y católicos en el surgimiento de Misioneros: seguido por los mili-tantes de base del Evita y con relaciones en el Estado, logra que el mmf empiece a caminar. La trayectoria de Emilio Pérsico atraviesa momentos clave de la historia argentina, y está marcada por la in-tersección entre religión y política: “La relación de la fe, de la Igle-sia, respecto de todos esos compañeros, de toda esa generación de compañeros era muy fuerte”.2 Hijo de profesionales católicos, nació en la ciudad de La Plata y a los 14 años comenzó a militar en una or-ganización territorial cercana al catolicismo liberacionista (Giorgi, 2014, p. 235) y luego en las organizaciones juveniles peronistas de su ciudad. La militancia política, primero en la Unión de Estudian-tes Secundarios, luego en Montoneros, no lo alejaron de su adscrip-ción religiosa: Emilio entró en el Seminario Mayor de La Plata con la intención de transformarse en sacerdote. La militancia política y la carrera católica se alimentaban mutuamente, articuladas en algu-nos puntos centrales: el pueblo, la fe, el servicio a los pobres, el sacri-ficio. Según cuentan quienes lo conocen, “Emilio quería ser cura, y hacer el Seminario, para ser el mejor militante del barrio, entendés, había una ligazón muy fuerte ahí”.3 Cuando en septiembre de 1974 Montoneros pasó a la clandestinidad, Pérsico dejó el Seminario y si-guió ligado a la organización político-militar, que abandonó luego de participar en la Contraofensiva en 1980 (Giorgi, 2014, p. 236).

Durante los años ochenta y noventa, Emilio Pérsico militó y dirigió distintas agrupaciones en el marco del peronismo. En

2 Ibid.3 Ibid.

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clara oposición a las políticas neoliberales del entonces presi-dente Carlos Menem, fundó junto con otras organizaciones el Movimiento Patriótico Revolucionario Quebracho. Durante los años noventa, su militancia se caracterizó por inclinarse cada vez más desde lo político-partidario hacia lo social, y por des-envolverse “en los márgenes de la política institucional” (Giorgi, 2014, p. 237). Sin embargo, a partir de la década de 2000, Pérsico comenzó a cambiar su relación con la política institucional, y su organización, antecedente del Movimiento Social y Territorial Evita, rompió con Quebracho. Relaciones comunes dentro del pe-ronismo lo acercaron a Néstor Kirchner en 2002, y cuando este asumió la presidencia, Emilio Pérsico y el mtd Evita se sumaron al “armado kirchnerista” (Giorgi, 2014, p. 237). De las organizacio-nes kirchneristas, el mtd Evita se caracterizó por trabajar territo-rialmente con sectores populares. Según la propia definición del movimiento, se trata de “defender al más vulnerable, al débil, al último de la fila, al más pobre”.4

Emilio Pérsico ocupó, durante la década de 2000, diversos cargos institucionales: fue vicejefe de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, durante la gobernación de Felipe Solá, luego subsecretario de Comercialización de la Economía Social y más tarde subsecretario de Agricultura Familiar, cargo en el que permaneció hasta el fin del mandato de Cristina Fernández de Kirchner en 2015.

Durante el período en que fue funcionario público, Emilio Pér-sico nunca dejó de ser un dirigente social. Uno de los espacios de trabajo fue el ámbito de la economía social: Pérsico y el Movimiento Evita diagnosticaron que porcentajes importantes de la población activa quedaban fuera de los empleos formales, y se dedicaron en-tonces a ese sector: comenzaron a armar, articulados con diversos dirigentes, una central sindical de la economía popular, la Confe-deración de Trabajadores de la Economía Popular (ctep).

Otro espacio de relaciones que Emilio Pérsico conservó fueron sus lazos con la Iglesia. Siguió en contacto con Bergoglio, a pesar de la distancia entre el gobierno kirchnerista y la Iglesia católica a fines de la década de 2000. Pérsico fue invitado a disertar en una de las Jornadas de la Pastoral Social, organizada por Jorge Bergo-glio en 2012. Cuando la salud del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, comenzó a empeorar definitivamente, Pérsico le pidió a Bergoglio organizar un par de misas por la salud del presidente venezolano, a lo que el entonces cardenal de la ciudad de Buenos Aires accedió. En el Movimiento Evita se desarrollaron regular-mente espacios de formación en los que el catolicismo era pensado como parte inescindible de la identidad del pueblo. Cuando eli-gieron a Jorge Mario Bergoglio, Emilio Pérsico fue a la Catedral: 4 Ibid.

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estaba muy contento, y consideraba que la elección del nuevo papa era una oportunidad para la Argentina y América Latina. De este entusiasmo nace el mmf.

Eduardo Farrell es sacerdote católico desde hace 33 años. Se or-denó en diciembre de 1983 en la diócesis de Morón. El padre Eduar-do proviene de una familia en la que el catolicismo era importante, casi tanto como los estudios: antes de ingresar al seminario, Eduardo siguió una carrera universitaria, y se recibió de ingeniero agrónomo en la Universidad de Buenos Aires. Los cuatro últimos finales los dio estando ya en el seminario. Eduardo es sobrino del sacerdote Gerar-do Farrell, teólogo relacionado con la Teología del Pueblo (Cuda, 2013), que dejó una impronta pastoral importante en la diócesis de Morón. Según Eduardo, su tío tuvo gran influencia en su vocación sacerdotal. Eduardo Farrell reconoce que la fe lo acompañó siempre, aun antes de entrar en el seminario. No participó de adolescente en organizaciones católicas, pero cuando estudiaba agronomía se de-dicó a militar en distintos ámbitos: “Participé como voluntario en un hogar de chicos cuadripléjicos. Y lo hacía movido por la fe. Pero no era una organización cristiana. Lo hacía movido, personalmen-te, por la fe. Luego milité políticamente en la universidad, también en cierto sentido movido por la fe, con una fuerte admiración por Carlos Mugica”.5

El cruce entre lo religioso y lo político siempre fue importante en la vida de Eduardo. Ingresó a la Juventud Peronista motivado por la fe, y aún hoy siente una gran atracción por la militancia, que no puede concretar por su condición de sacerdote. Pero, como él afirma: “Siempre a mí lo político me seduce. Y esto me permite po-nerme en contacto con militantes políticos”. Rescata la experiencia de la agrupación Montoneros de los orígenes, porque tuvieron una fuerte concepción de la fe popular.

Desde que fue ordenado sacerdote, en diciembre de 1983, Eduardo trabajó en parroquias de la diócesis de Morón y Merlo-Moreno. “Yo siempre estuve en parroquias pobres”, nos cuenta. Primero, en una zona cercana a un río contaminado, luego en una barriada alejada de la estación. Hoy es el cura párroco de “la pa-rroquia más pobre de la diócesis”. La parroquia Sagrado Corazón abarca todo Cuartel v y una parte de Cuartel iv. Tiene 16 centros que desarrollan trabajo pastoral, mantienen comedores y jardines maternales.

El trabajo parroquial, siempre en el cruce entre lo social y terri-torial y lo pastoral, es enorme, mucho para un solo cura. Eduardo está muy contento de estar en el barrio, pero siente a menudo que “el desafío es enorme, nunca das abasto… Es un problema físico”. Eduardo trabaja con otro sacerdote, que vive con él y lo ayuda los

5 Eduardo Farrell, entrevista personal, Buenos Aires, 13 de abril de 2015.

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fines de semana, y con un diácono permanente. Y cuenta, por su-puesto, con el trabajo de muchas mujeres, “en lo pastoral y en lo poco que podemos hacer a nivel social”. Para Eduardo, la presencia femenina, que reconoce abrumadoramente mayoritaria, es central: “Si se van las mujeres, yo cierro, cierro literalmente… Sin ellas no existiríamos”.6

La parroquia del Sagrado Corazón está en un barrio popular y populoso del Conurbano profundo, con carencias de todo tipo. Di-ficultades de transporte, servicios educativos y de salud deficientes o directamente inexistentes, problemas de tenencia de la tierra: la feligresía del padre Eduardo enfrenta un cotidiano difícil, en el que los agentes estatales comprometidos son más la excepción que la regla. Cuando aparecen, el padre Eduardo se esfuerza por articular con ellos, como en el caso de la jueza de menores de Moreno, con quien colabora en lo que puede, o de los centros preventivos y de atención al adicto, que acompaña pastoralmente.

El padre Farrell siempre se interesó por el trabajo con los po-bres, y se inscribió en la línea de la pastoral popular. Anclada en la teología del pueblo del padre Tello (Ameigeiras, 2012), la pastoral popular revierte el sentido de la evangelización: el clásico recorri-do “de la parroquia hacia los fieles” se revierte en la idea de hacer al “mismo pobre sujeto de la evangelización”. Esta corriente teórica y pastoral discute con la teología de la liberación, con la que marca una tensión en torno del rol de las vanguardias. Desde la perspec-tiva de la pastoral del pueblo, no se trata de “que los sectores de élite, los ilustrados, den un paso de conversión hacia lo popular, en lo político y en lo religioso”. Se trata más bien, en la línea de los do-cumentos de la Iglesia, Puebla, San Miguel y Aparecida, de rescatar “el núcleo de lo popular, la fe, lo religioso. Lo religioso en cuanto tal. Entonces el fortalecimiento de la religiosidad popular es un he-cho político, en cuanto representa un fortalecimiento de la cultura popular”. Y este proceso, sostiene Eduardo Farrell, “tiene que ser una tarea desde la gente”.7 El padre Eduardo participó en el grupo de los Curas en la Opción por los Pobres. En diciembre de 2015 firmó, junto con otros sacerdotes, una carta a la presidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner en la que el colectivo afirma que “van a seguir luchando por los pobres”, a pesar de que Farrell a ve-ces ve sus discusiones más cercanas a los sectores progresistas que a la “gente del pueblo”.

La propuesta de sumarse a mmf le llegó a través del secretario general de la ctep, el “Gringo” Castro, que es de Cuartel v, el barrio de la parroquia del padre Eduardo. La propuesta le interesó ense-guida: a Eduardo siempre le gustó la política, y el catolicismo es su trabajo de todos los días. El mmf le gusta porque “es una tarea

6 Ibid. 7 Ibid.

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misionera”, que forma parte de la Iglesia, y que a la vez “tiene algo que ver con el peronismo, con lo latinoamericano, con el naciona-lismo revolucionario, llámenlo como quieran, todo lo que atraviese a Chávez, Evo, Correa, Néstor”. La vinculación del padre Eduardo con el mmf no es formal; de hecho, nos dice, “no tiene personalidad jurídica, ni nada”. Él considera que su tarea es el acompañamiento y la formación: “Mi tarea formativa es transmitir la misericordia de Dios. Nada más”.8 Pero en Misioneros todos lo consideran una figura indispensable, una suerte de capellán.

Enrique Palmeyro está casado y tiene tres hijos. Pero hace tiem-po, como Emilio Pérsico, como Eduardo Farrell, Enrique quiso ser sacerdote. Mientras cursaba el tercer año de Ingeniería en el Ins-tituto Tecnológico de Buenos Aires, a los 22 años, decidió entrar en el seminario de Devoto, en 1982. Su vocación no había nacido en ámbitos parroquiales –“yo no era católico de parroquia”, nos cuenta–, sino en los espacios relacionados con el servicio social –“visitas a hospitales, esas cosas”–.9 En el seminario, Enrique pasó cinco años. Tenía vocación, le gustaba el sacerdocio, pero nunca se resignó a no tener una familia. Esta fue la razón principal que lo hizo dejar el seminario, pero nunca se alejó de la religión. Siguió estudiando teología y se recibió de profesor en la Universidad Ca-tólica Argentina, al tiempo que estudiaba psicopedagogía en el Consejo Superior de Educación Católica. Le gustaba el trabajo en educación, especialmente con chicos discapacitados. Se recibió y empezó a trabajar en instituciones educativas; el entonces sacer-dote Guillermo Karcher, que lo conocía del seminario de Devoto, lo contactó para que asegurara la dirección de una escuela parro-quial de Floresta. Ese fue su primer trabajo y luego siguieron otros cargos en escuelas parroquiales. En ese momento se enteró de que se abría un concurso en el Cuerpo de Administradores Guberna-mentales, que se dedica a proporcionar asistencia técnica y profe-sional a organizaciones del ámbito estatal y privado. Para formar parte del Cuerpo, es necesario ganar un concurso, que habilita a una formación de dos años, después de la cual se abre la posibi-lidad de trabajar en distintos organismos. Enrique cumplió los dos años de estudios y comenzó a trabajar como administrador gubernamental. Además, dedicaba algunas horas de su tiempo a asesorar escuelas parroquiales en las que había trabajado antes. Desde 1996, Enrique fue funcionario en distintos organismos: en la Comisión Nacional Asesora para la Integración de las Personas con Discapacidad, en la Defensoría del Pueblo de la Nación, en la Secretaría de Culto de la Nación, en programas de planeamiento educativo de la ciudad de Buenos Aires y en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial.

8 Ibid.9 Enrique Palmeyro, entrevista personal, Buenos Aires, 10 de diciembre de 2015.

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Al mismo tiempo que desarrollaba su carrera profesional en el ámbito educativo y de la administración estatal, Enrique profun-dizaba sus relaciones con la Iglesia. Su expertise en el ámbito edu-cativo lo llevó a asesorar a la Arquidiócesis de Buenos Aires en lo relativo a escuelas parroquiales, y desde 2002 dirigió una iniciativa del cardenal Bergoglio, las Escuelas Hermanas, en la que escuelas de Buenos Aires se asociaban con escuelas de otras localidades con mayores necesidades. Luego, el arzobispo le propuso que ocupa-ra el puesto de director general de Educación de Gestión Privada. Según el currículum público de Enrique Palmeyro, “el organismo regula el funcionamiento del subsistema de educación gestiona-da por iglesias, comunidades y entidades privadas de distinto tipo abarcando unos 320.000 alumnos, aproximadamente la mitad de los alumnos de la ciudad”. Enrique ocupó ese cargo, en la inter-sección entre los espacios políticos y los espacios religiosos, desde 2007 hasta 2010, trabajando para “darle un sentido público a la administración de las escuelas privadas”. Enrique dice que siempre tuvo “inquietud por lo público, pero nunca enganché un ámbito de participación política partidaria”.10

Su trabajo en la gestión educativa de la ciudad de Buenos Ai-res fue estrechando el vínculo con el arzobispo Bergoglio. Cuando Enrique dejó el cargo, le resultó difícil volver a la administración nacional: “Yo soy filokirchnerista, y había estado trabajando en la ciudad, sabían que no era pro, pero… Encima amigo de Bergo-glio…”.11 En ese momento, el arzobispo le sugiere que se vincule al naciente armado de los trabajadores de la economía popular, que por entonces estaban formalizando la construcción de la ctep. Enrique entra como administrador gubernamental para brindar asistencia técnica desde el Ministerio de Desarrollo Social. En diciembre de 2010, conoció allí a Emilio Pérsico. Cuando a Jorge Bergoglio lo eligen papa, Emilio le plantea a Enrique que quiere saludar a Bergoglio, y que el papa bautice a su hijo. Enrique es uno de los que arman el vínculo, y Pérsico viaja a Roma. En esa reunión fundadora de Misioneros, el papa “le bautiza al hijo a Emilio, y le propone esto de hacer capillas en todos lados. Y el papa le dice, bueno, hacelas. ¿Y si los obispos me dicen algo? Y bueno, vos de-ciles que si es en lugares donde no hay capillas y son villas, lugares bien pobres, vos deciles que yo te autoricé”.

En ese momento Enrique no trabajaba aún con Pérsico de ma-nera directa, aunque tenía vínculo con él a través de compañeros de trabajo del Movimiento Evita. Enrique dice que al principio mucho no veía el futuro de Misioneros. Pero justo estaba haciendo un posgrado de teología popular, que abordaba el pensamiento de Rafael Tello, y todo empezó a resonar. Enrique conoció a Eduar-

10 Enrique Palmeyro, entrevis-ta personal, Buenos Aires, 26 de septiembre de 2015. 11 Enrique Palmeyro, entrevis-ta personal, Buenos Aires, 10 de diciembre de 2015.

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do Farrell a través del “Gringo” Castro, líder de la ctep, y le llevó una carta a Francisco que el padre Farrell escribió cuando cumplió treinta años como sacerdote. La carta, abierta, hablaba de la fe del pueblo y de la fe vivida. Enrique se convenció de que el Espíritu Santo actuaba en el Movimiento, y se convirtió en uno de los pila-res del mmf.

Los tres dirigentes fundadores de Misioneros garantizan distin-tos aspectos de la conducción. Si Pérsico es un actor político, que le da al mmf un anclaje territorial y vínculos “hacia adentro” –con el Estado, con otros espacios militantes–, Palmeyro es el actor glo-bal, el que le proporciona lazos “hacia afuera”, y quien garantiza la llegada de Francisco. El padre Farrell se hace cargo de la pastoral, de darle contenido propiamente religioso al Movimiento, y es el responsable de la formación. Además, asegura el contacto con lo sagrado. Mientras los dos primeros aparecen en momentos excep-cionales, quizás por las demandas que sus otras actividades les in-quieren –Pérsico en el Ministerio en las primeras épocas del mmf, como dirigente político y social luego; Palmeyro con las Scholas Occurrentes–, Farrell está casi siempre, siguiendo el cotidiano del Movimiento: va a las reuniones mensuales y está presente en las misiones aunque no sean en su diócesis.

En la dinámica organizacional de Misioneros de Francisco con-viven dos lógicas. Una, claramente vertical, de arriba hacia abajo: las propuestas de Pérsico, Palmeyro y Farrell bajan al núcleo ope-rativo, y de allí se traducen en acciones concretas, que incluyen a los representantes de las capillas. Las misiones, el viaje a Paraguay (Carbonelli y Giménez Béliveau, 2016), la peregrinación a Luján, responden a esta lógica. Pero hay una segunda dinámica, horizon-tal, que es la que estructura la cotidianeidad político-religiosa de las capillas y que resulta bastante independiente de lo que decide mmf como institución. En el siguiente apartado, nos concentrare-mos en las trayectorias típicas que se mueven en esta dinámica más horizontal, la de los cuadros medios y los militantes.

Militantes de base y cuadros organizativos: trayectorias múltiples entre política y catolicismo

En tanto proyecto colectivo de largo aliento, con propuestas de tra-bajo territorializadas y que requieren una gran inversión de tiempo y de energía, además de la cúpula fundante y dirigente, Misione-ros de Francisco cuenta con un número importante de militan-tes, que son quienes protagonizan las actividades, tanto aquellas

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que se configuran como excepcionales y masivas (peregrinacio-nes, festividades e inauguraciones), como las que se inscriben en la cotidianeidad de las dinámicas barriales y, en particular, de las capillas, que, como tuvimos oportunidad de mencionar, representan el máximo proyecto del mmf, ya que sintetizan y ma-terializan la idea de impulsar y andamiar la religiosidad de los sectores populares, sin desconectar esta propuesta de raigambre religiosa de las realidades socioeconómicas de dichos sectores, sus luchas y demandas.

Como señala oportunamente Segato (2007), en términos meto-dológicos resulta medular distinguir en cualquier organización las expectativas, acciones y representaciones de los sectores dirigen-tes de las propias de los cuadros medios y bases militantes. Así, en nuestro trabajo de campo recortamos analíticamente una serie de trayectorias militantes que escenifican distintas maneras de “lle-gar” a Misioneros de Francisco, de “engancharse” con su propuesta y de conjugar elementos, saberes y experiencias biográficas con ac-tividades organizacionales.

Ramiro es uno de los misioneros más jóvenes y, al mismo tiem-po, uno de los líderes más visibles en las segundas líneas del Movi-miento. Se destacó desde el principio por su compromiso y por su resolución, y luego por su carisma para hablar en público, comuni-car actividades, contagiar energías, armar cantitos y motivar. Estas cualidades le valieron la progresiva confianza del núcleo dirigente, que le fue dando responsabilidades en actividades vinculadas a la motivación y formación de otros misioneros. En nuestro análisis etnográfico de las actividades llevadas a cabo por el Movimiento, desde su fundación y primeros pasos –abril de 2014–, constatamos un crecimiento notorio de su figura. Dicho crecimiento se ancla en un reconocimiento colectivo, de parte de los máximos respon-sables pero también de sus pares, de sus dotes como animador y acompañador. Estas competencias, cualidades y saberes fueron adquiridas en su formación dentro del catolicismo parroquial en su niñez y adolescencia, fomentado por una familia católica con compromiso institucional marcado.

Ramiro participó de diferentes grupos, como los Scouts, hasta que el ingreso a la universidad y al mercado laboral lo llevaron a suspender estas actividades y enfocarse en los requerimientos de una carrera profesional exitosa:

Que por un momento me la comí, yo pensaba que ese era el mo-delo a seguir. Me iba de mi casa a las 8 y volvía a las 11. Trabajaba todo el día en el banco, ganaba mucha plata y luego me iba a la universidad. No me cuestionaba nada. Pero cuando terminé la

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facu empecé a vivir solo, a tomar mis decisiones. Había cumpli-do con todo el mandato familiar, social, con todo lo que querían. Dije: “Ahora quiero hacer mi vida”. Y ahora, en esta línea, trabajo para construir un mundo mejor. Vivo con ese objetivo.12

“Trabajar por un mundo mejor” en la historia de Ramiro significó un cambio abrupto en su estilo de vida, fenómeno mediado por una pérdida familiar y un retorno a sus raíces católicas, pero esta vez con un fuerte sentido o sensibilidad social. En un principio, ayudó a formar una cooperativa en la Villa Zabaleta en tándem con la pastoral parroquial del lugar. Más tarde, coordinó un empren-dimiento en la diócesis de Quilmes que apoyaba la construcción de viviendas por los mismos propietarios. En el plano personal, renunció a las comodidades y el confort que le proporcionaba su puesto como ejecutivo bancario y se abocó a la docencia en el nivel secundario, porque era un ámbito donde podía poner en práctica su vocación por brindar herramientas para la superación y el em-poderamiento colectivo.

Por la familia que vengo y la formación que tengo, yo sé que a mí no me va a faltar nada en la vida. O sea, puedo conseguir el labu-ro que quiera. Pero bueno, yo creo que mi misión en la vida es otra. Las personas que lograron trascender la muerte son aquellas que lograron cambiar el mundo. Mis ídolos, empezando por Je-sús, Martin Luther King, Gandhi, Mandela… Evita… Por mil años después de la muerte de Jesús, la gente se sigue acordando quién fue Jesús y sigue repitiendo lo que era Jesús. Lo mismo pasó con Perón, lo mismo pasó con Evita. O con los diferentes líderes de la humanidad. Los que cambiaron la historia de la humanidad. Bue-no, listo, trabajemos para cambiar el mundo, porque así vamos a trascender.13

La noción de trascendencia posee una fuerte connotación religio-sa: sintetiza la propuesta de relegar las opciones materiales de la vida y la comodidad –porque son opciones banales, que no dejan huella en otros– para preferir acciones que, si bien implican un sa-crificio y un renunciamiento personal, constituyen un legado para las generaciones posteriores a partir de una conducta ejemplar que deja marcas en la historia. En la lista de personajes trascendentes de Ramiro, líderes religiosos se mezclan con líderes políticos, en un juego de equivalencias donde la vocación y la postergación indivi-dual por causas colectivas trazan comunes denominadores.

Este mismo propósito de “trascender”, de construir un legado, explica la llegada de Ramiro a Misioneros:

12 Ramiro, entrevista perso-nal, Buenos Aires, 15 de junio de 2015.13 Ibid.

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[Me trajo] el llamado de Francisco, el llamado de una iglesia nue-va. Y me parece que lo que se está haciendo nuevo acá es como que se está organizando en los barrios, políticamente… viendo la po-lítica como la búsqueda del bien común. Y creo que eso fue lo que vino a ser Jesús, que es el primer militante. Cómo nos organizamos para alcanzar el bien común de nuestro barrio, el bien común de nuestra comunidad… Con las capillas, el desafío que tenemos es la construcción de la mística: ¿para qué somos Misioneros? ¿Qué es ser un Misionero? ¿Qué queremos hacer como movimiento?14

Aunque nunca militó políticamente, Ramiro encontró en la pro-puesta de Misioneros una manera de politizar y volver más plena su práctica católica, en un doble movimiento articulado y solo escin-dible analíticamente. Más plena porque desde su punto de vista el mensaje de Francisco interpretado por mmf encarna la posibilidad de superar un catolicismo juzgado como individualista y espiritua-lizante, y alcanzar una forma de creer más comprometida, situada en las coordenadas de la preocupación comunitaria. Politizar, por-que de forma especular las prácticas militantes son aquellas que permiten alcanzar la trascendencia buscada en términos religiosos. Prácticas militantes que se traslucen en palabra como “lucha”, “re-sistencia”, “organizarse”, “militar”, que vuelven sustantiva la idea de desplazar el proyecto de iglesia de las zonas de confort de las sacris-tías a las calles, al barrio, a la demanda de derechos, a la moviliza-ción: todos espacios públicos y, por defecto, políticos.

Si Ramiro encarna un modelo de participación que desembarca en Misioneros desde una militancia católica sin militancia política –pero que se politiza en sus nuevas funciones y responsabilidades–, el caso de Analía resulta su reverso. También joven, de clase media, ocupa un lugar destacado en el mmf. En su caso, fue la militancia barrial el espacio de formación durante su adolescencia, y no las estructuras católicas. Es más, su pasaje por las instituciones católi-cas tuvo que ver con el cumplimiento de ritos siguiendo tradiciones familiares. Se alejó de la fe, se concentró en una intensa militancia barrial en zona norte dentro de una organización peronista. Su compromiso y aptitudes le valieron la oportunidad de llegar a ser más tarde asesora de una diputada provincial, un paso importante en los términos de una carrera que parte de la militancia de base para llegar a las cercanías de las esferas decisionales de la política.

Fueron sus competencias como militante y como profesional las que la enlazaron con la propuesta del mmf:

Conozco mmf porque yo milito en el Movimiento Evita de San Fernando. Se empieza a escuchar y se empieza a tramitar la cons-14 Ibid.

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trucción de una capilla ahí en San Fernando, entonces bueno, me empiezo a involucrar desde ahí. Más tarde me uno a la parte ope-rativa de Misioneros, no sé, en julio, agosto del año pasado, a par-tir de la necesidad técnica que surgió en mmf de ver cómo se ha-cían las capillas, y como soy maestra mayor de obra, alguien, algún compañero le habrá dicho a Enrique… En la parte del armado de las capillas había como un bache, porque estaban las donaciones, pero era difícil hacer el cálculo de cómo usar los materiales dis-ponibles. Bueno, empecé a colaborar desde ahí. Estaba interesada en el proyecto desde la cuestión social, desde la militancia. Pero la verdad es que nunca había pensado vincularlo desde lo religioso. Vengo de una generación bastante alejada de lo religioso, por ahí sí con una formación eclesiástica, de la comunión, del bautismo y qué sé yo, pero con una adolescencia totalmente desvinculada de eso. Bueno, con mmf me empiezo a encontrar con la cuestión religiosa de vuelta y con todo lo bueno que tiene eso y lo muy pa-recido que tiene a la militancia barrial.15

A pesar de las diferencias ostensibles, el compromiso y la sen-sibilidad social son vectores de aproximación entre lo político y lo religioso en ambas trayectorias. En el caso de Ramiro, fue la preocupación por la cuestión social lo que lo condujo a reto-mar su compromiso católico y politizarlo. En Analía, propició el reencuentro y la revalorización de la cuestión espiritual, divor-ciada del mero cumplimiento ritual y cercana conceptualmente a las prácticas propias de la militancia política. Ante la pregun-ta: “¿Qué ves de parecido entre la militancia política y religio-sa?”, Analía responde:

Y, casi todo. En esto de predicar la palabra y qué sé yo… En verdad es estar sentado con los compañeros, es estar en el barrio, es estar con la gente desde el mismo lugar. Hay como un lenguaje muy, muy parecido y muy fácil en el cual moverse. Te encontrás que en realidad la mayoría de los compañeros con los que estabas tenían una cues-tión religiosa adentro que la tenían como dormida, y que les pasó lo mismo, que con mmf empezaron a reencontrarse con la religión.

En su relato, Analía decodifica las prácticas religiosas, “predicar la palabra”, y las lee en clave política, desde las herramientas propor-cionadas por su propia biografía y los espacios en los que se ha formado y habitualmente circula. Desde allí (re)descubre un códi-go compartido, una manera de “hacer” y de “estar” en los barrios y sectores populares que hermana agencias políticas y religiosas, y que habilita reinscripciones.

15 Analía, entrevista personal, Buenos Aires, 15 de junio de 2015.

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Finalmente, encontramos una tercera variante en nuestro análi-sis de las trayectorias que convergen en el proyecto de Misioneros. A la militancia religiosa previa sin militancia política (Ramiro) y al compromiso partidario sin militancia religiosa (Analía) se agrega un tercer tipo de itinerario biográfico y punto de llegada a la ex-periencia de Misioneros: la de aquellos que durante toda su vida habitaron con igual intensidad espacios políticos y religiosos.

La historia de Carlos grafica esta tercera vía. Nacido en un ho-gar humilde, desde pequeño su madre le inculcó una ferviente religiosidad popular católica. El nivel de intensidad de esta fe lo llevó a ingresar en un seminario franciscano donde estuvo a punto de profesar los votos. Sin embargo, su ingreso definitivo a la vida conventual estaba supeditado al cumplimiento de una promesa. Sus superiores le habían asegurado que su primer destino como sacerdote sería una misión en el monte formoseño, para predicar el Evangelio entre los más pobres e inclusive entre aquellos que nun-ca antes habían sido evangelizados. Cuando los objetivos institu-cionales se modificaron y le comunicaron que su próximo paso de-bía ser un viaje a Roma para formarse en derecho canónico, Carlos abandonó su carrera eclesiástica: “Iba a consagrar los mejores años de mi vida, de mi juventud, estudiando. No era lo que yo quería”.16

Este desencanto lo alejó de las sotanas, pero no del catolicismo como ámbito de realización de sus prácticas religiosas. En los años siguientes se especializó en tareas de catequesis y animación en pa-rroquias. Misiones barriales y peregrinaciones formaron parte de sus emprendimientos habituales, mientras secularizaba sus opcio-nes de vida y formaba una familia.

En el plano laboral, sus experiencias estuvieron ligadas a acti-vidades informales. Fue feriante, mantero y vendedor ambulante. Sufrió persecuciones, robos y la hostilidad de la policía, que, en sus propias palabras, lo marcaba y hostigaba cotidianamente por ser “morocho y pobre”. Este sufrimiento lo inició en la militancia política, a partir de la concientización de la organización entre los trabajadores como elemento clave en la lucha por sus derechos y por el reconocimiento social.

Las organizaciones populares y el peronismo lo ayudaron a ver-balizar sus demandas e inquietudes, al mismo tiempo que lo intro-dujeron en nuevas rutinas. Las tardes y noches en la unidad básica y las reuniones “con los compañeros” se sumaron a las visitas a las casas para rezar con la gente del barrio. Pegatinas en tiempos de elecciones se hicieron lugar entre el tiempo destinado a la organi-zación y una celebración religiosa popular.

Su doble condición de militante político y católico naturaliza-ron su interés por la experiencia naciente de Misioneros de Francis-

16 Carlos, entrevista personal, Tigre (Buenos Aires), 7 de ene-ro de 2016.

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co. En ella encontró la posibilidad de prolongar sus prácticas mixtas, en un ámbito nuevo y vigorizado por la efervescencia que acompañó la elección de un pontífice “argentino y peronista”. También la po-sibilidad de alcanzar un anhelado y postergado reconocimiento, en la medida en que a los ojos de los organizadores condensa la fi-gura del Misionero ejemplar: un hombre habituado a las exigencias de la lucha popular pero dotado al mismo tiempo de un acervo de conocimiento vasto en materia de poner el cuerpo a la difusión de una propuesta religiosa flexible y respetuosa de las creencias y prácticas de los pobres.

Las trayectorias típicas de los Misioneros muestran los caminos diversos que confluyeron en una organización que articula catoli-cismo y política bajo la bandera del papa ícono. Esta convergencia se vuelve posible no solo por coincidencias en los niveles ideoló-gico o doctrinal, sino también por una serie de semejanzas entre ambos mundos. Ambos espacios sociales son proselitistas, y bus-can ensanchar sus fronteras comunitarias, animados por una cau-sa que trasciende objetivos individuales, pero en cuya persecución hay realización personal. En ambos mundos hay un intenso trabajo sobre sí mismos: los militantes aprenden a postergarse, a sacrificar el tiempo personal y familiar por la dedicación a la causa, a hablar en público para convencer a otros, a organizar eventos para comu-nicar las ideas. Estas similitudes son las que permiten, por ejemplo, que competencias comunicativas o saberes como la organización de actos se vuelvan cotidianos en el ejercicio de una y otra forma militante. Y que se vuelva posible, entonces, encontrar fáciles pasa-jes entre los dos mundos.

La condición militante: saberes, ética, mística y cuerpo

Las vidas militantes descriptas, mas allá de las jerarquías que las separan, comparten un rasgo: comprenden la militancia como un modus vivendi donde el acento está puesto en el ejercicio, en el “cómo” se milita. Un ejemplo claro de esto es lo que podemos llamar la verbalización del concepto: además de ser un sujeto, de forma contemporánea la militancia se ha transformado en un tipo específico de obrar. Se habla de “militar los barrios”, “militar la ca-lle”, “militar tal o cual causa”.

Consideramos que participar en esta praxis implica una con-dición subjetiva, una forma de vida estructurada en torno a cua-tro notas distintas que definen la condición militante: el dominio de saberes/lenguajes específicos; la participación en códigos

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compartidos; la adscripción a ideales que imprimen un sello distintivo en el obrar; y, finalmente, un uso y una modelización del cuerpo, tanto en sus dimensiones físicas como estéticas. Saberes, ética, mística y corporalidad son los cuatros rasgos que se conju-gan en la condición militante, en permanente relación y solo dis-tinguibles analíticamente.

En materia de saberes, los itinerarios biográficos presentados –especialmente aquellos que ocupan la base o los cuadros medios de la organización– muestran una comunidad de competencias que habilitan acciones conjuntas. Las apreciaciones de Analía, citadas en el apartado anterior, grafican esta sintonía a partir de una teoría nativa sobre el lenguaje y el hacer común que herma-na militancias políticas y religiosas. También constatamos este cúmulo de saberes y lenguajes religioso-políticos –usar las mis-mas palabras para nombrar actividades, como “manifestación”/ “peregrinación”– en nuestras observaciones etnográficas sobre las actividades desplegadas por el movimiento en sus más de dos años de vida: a la hora de organizar eventos, quienes venían de las parroquias y de las unidades básicas demostraban “saber hacer” las mismas cosas: solicitar micros, acondicionar lugares, motivar y organizar a otros compañeros, hablar con la gente, visibilizar íconos, resolver imprevistos. Esta comunidad de saberes es lo que nos permite pensar en una afinidad histórica entre el espacio po-lítico y el religioso, que explica a su vez la transferencia recíproca de cuadros: ambos son espacios de entrenamiento para lo públi-co. Religión y política, parroquia y unidad básica comparten la pretensión de formar personas de manera intensa y prepararlas para publicitar ideas en el espacio público con fines proselitistas, esto es, con la finalidad de ganar más adhesiones a sus proyectos. Buscan ensanchar sus fronteras comunitarias, animados por una causa que trasciende objetivos individuales, pero en cuya persecu-ción se alcanza una realización personal. En ambos mundos hay un trabajo sobre el yo particular: se aprende a postergarse, a sacri-ficar el tiempo propio en pos de los tiempos que implica la causa, a hablar en público para convencer a otros, a organizar eventos para comunicar la doctrina.

La acción militante también se caracteriza por la marca del compromiso: militar no es hacer política o religión de cualquier manera, sino de forma comprometida. La militancia es una acti-vidad reglada. Una serie de pautas de comportamiento estruc-turan la relación entre los compañeros, en un proceso de tipi-ficación y autotipificación que establece las fronteras del ethos militante. Los “compañeros” construyen su otredad: la oligar-quía, los poderosos, los gorilas, el individualismo, el liberalismo

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y el clericalismo. De manera antagónica, los Misioneros asumen solidariamente un compromiso con el proyecto, y con las poster-gaciones y sacrificios que esto conlleva. Nos encontramos frente a un rasgo clave de la ética militante: la primacía de los objetivos colectivos por sobre los personales, “la causa” por sobre el inte-rés individual. En el relato biográfico de Ramiro, estos elementos afloran en su decisión de abandonar las aspiraciones de la vida como profesional y optar por la docencia y los emprendimientos populares. La ética también se trasluce en el tiempo y las ener-gías que los militantes de Misioneros de Francisco invierten en las actividades a las que el grupo los convoca como animadores. Se cristaliza en los largos viajes desde lugares remotos de la Ar-gentina para estar en momentos fuertes del mmf, en la acepta-ción de incomodidades a la hora de comer y de dormir cuando se trata de cumplir metas colectivas, en la observación atenta de las directivas de quienes lideran el Movimiento. Como indica Becker (2009), reglas grupales de este tipo no son ni estáticas ni individuales: se definen y redefinen colectivamente, y mutan en el tiempo: lejos de estar formalizadas en algún documento, se actualizan situacionalmente y constituyen principios de regula-ción a partir de los cuales se juzga la conducta. En otras palabras: es en su conjugación cotidiana donde la ética establece quién es “compañero” y quién deja de serlo.

La dimensión sacrificial que informa la ética militante encuen-tra su condición de posibilidad en ideales, horizontes, ideologías y sueños colectivos. Como han marcado varios trabajos (Auyero, 2004; Frederic, 2004; Quirós, 2011), la inscripción individual en proyectos políticos de largo aliento o simplemente en moviliza-ciones temporales responden a una identificación con principios y causas de dimensiones trascendentes, pero que animan el invo-lucramiento a partir de una realización personal. En el caso ana-lizado, al repertorio de creencias políticas y religiosas traídas del mundo del peronismo y del catolicismo parroquial se suma en las apreciaciones míticas militantes la figura de Francisco, a partir de la recuperación en su pontificado de banderas como “tierra, tra-bajo y techo”:

Si no estuviera Francisco sería difícil. Porque hoy sí que tenemos un referente que está hablando de estas cosas y que no solo está hablando de la parte espiritual o el mensaje eclesiástico de vol-ver al pueblo, sino también la cuestión de empoderar a los que no tienen voz… No por nada está el mensaje “ningún campesino sin tierras, ninguna familia sin vivienda, ningún trabajador sin derechos”. Está muy ligado: lo mismo pregona el peronismo, lo

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mismo pregona el kirchnerismo. Entonces estamos hablando de cosas que se están tocando en muchos ámbitos, muchos ámbi-tos. Hay discursos que vos leés del papa y que son absolutamente peronistas.17

En la recuperación de demandas políticas históricas y de un catoli-cismo en clave popular, Francisco es construido como un referen-te que da sentido a militancias con procedencias diversas y forja identidades intencionadamente mixtas. Los gestos y discursos que siguieron a la asunción de Francisco como pontífice fueron leídos por minorías intensas de ambos mundos como una oportunidad para construir o reelaborar una identidad católico- política, refor-zada por la mística que impregna la llegada de un papa “argentino y peronista”.

Finalmente, en nuestras observaciones etnográficas, también detectamos una corporeidad militante, en el sentido de un uso y una apreciación sobre el propio cuerpo. En su análisis sobre diferentes niveles de compromiso religioso, Setton y Algranti (2009) describieron los efectos que las creencias religiosas im-primen en los cuerpos creyentes, que atraviesan dimensiones vi-tales como la dieta y el cuidado personal. Por su parte, Quirós (2011) ha reparado en el compromiso físico que acompaña el trabajo de los militantes, al acentuar su análisis en las energías y los renunciamientos que asisten sus acciones. Uniendo ambos planteos, sostenemos que las creencias político-religiosas mode-lan una corporeidad militante, en un doble registro. Por un lado, el cuerpo militante es un cuerpo desgastado, producto del tiem-po y las energías consagradas a la causa colectiva. Un cuerpo su-frido, donde las horas sin dormir y las incomodidades producen secuelas. Pero los militantes no se quejan: como ya mencionamos, la ética de la militancia permite conceptualizar todo sufrimiento personal como un sacrificio en pos de un bien mayor. Por otro lado, el cuerpo militante también encarna una dimensión festiva. Los militantes celebran con sus cuerpos y sus sentidos el cumpli-miento de metas y sueños: la edificación de una capilla, un cum-pleaños, una peregrinación, el cumpleaños del Movimiento, son ejemplos de instancias celebradas, donde se danza, canta, come y bebe. Son momentos de júbilo y relajación, y donde, en respuesta a una lógica de don y contra-don, el cuerpo recibe una compen-sación por las privaciones experimentadas, y encuentra momen-tos epifánicos. Si la ética hace de soporte del sacrificio, el goce responde a la dimensión mística, porque lo que se celebra con el cuerpo –en forma de premiación incluso– es haber logrado mate-rializar algunas de las promesas que la utopía anima.17 Ibid.

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Conclusiones: acerca de las dimensiones institucionales de la militancia

En este estudio nos hemos posicionado en un enfoque delibera-damente subjetivista. Para entender la génesis de una experiencia como la de mmf y sus principales acciones, decidimos reconstruir las trayectorias de los líderes y las bases, con énfasis en sus itinera-rios y opciones de vida. Este paso nos condujo a una conceptualiza-ción de la militancia como una condición subjetiva, compuesta por cuatro dimensiones constitutivas: saberes, ética, mística y corpo-ralidad, encarnadas en interacciones puntuales de los misioneros.

Sin embargo, este primer posicionamiento no implica soslayar ni el contexto sociopolítico de esta experiencia ni la gravitación de-cisiva de un marco institucional en las vidas militantes. Misioneros de Francisco encuentra marcos habilitantes en procesos políticos, como el ciclo kirchnerista, y en otros propiamente religiosos, como la novedad que acompañó la elección de Francisco (Carbonelli y Gi-ménez Béliveau, 2015).

Destacamos la experiencia kirchnerista como marco habilitan-te, porque más allá de los enfrentamientos entre las cúpulas de la Iglesia y del gobierno, no obstaculizó las mediaciones político-reli-giosas a nivel territorial y de transferencia de cuadros. Por otro lado y debido a su matriz Estado-céntrica, fue particularmente recepti-va a las iniciativas populares de base. En lo que respecta al catolicis-mo de Francisco, su pontificado se inscribió en un tiempo signado por la excepcionalidad –la renuncia de su antecesor– y desde esa excepcionalidad se amplió la convocatoria a nuevas movilizaciones y experiencias, favoreciendo su lectura como oportunidad identi-taria (Natalucci, 2012) por parte de grupos católicos y peronistas.

El análisis de los recorridos de los Misioneros nos lleva a pensar también las instituciones y su peso en la vida de las personas. Las trayectorias que hemos analizado permiten rastrear y reconstruir sociabilidades y procesos formativos de fuerte impronta institucio-nal. Las vidas militantes son vidas marcadas por las instituciones, en la medida en que la parroquia, el barrio y las unidades básicas representaron y representan espacios vitales en la construcción y reproducción de una subjetividad marcada por un hacer distintivo. En un proceso que toma la forma de una espiral, son los propios militantes los que prolongan la institucionalización de sus accio-nes, porque orientan sus actividades hacia los marcos de sentido de la Iglesia católica y el movimiento peronista.

Esta dimensión institucional de la militancia nos introduce a un debate abierto, tanto en el campo de la politología como en el de la sociología de la religión. En ambos gravitaron paradigmas

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teóricos que ponderaban la desinstitucionalización como uno de los efectos más marcados y estables de la modernidad tardía. Fin de los partidos y creer sin pertenecer (Davie, 2007) fueron las fórmulas que enunciaban la erosión decisiva del peso de las instituciones políticas y religiosas en la vida de los individuos, quienes, por otro lado, asumían mayor capacidad en la toma de decisiones rutinarias.

Sin oponernos a la reflexividad como uno de los criterios rectores de este tiempo, y a sabiendas que los grupos que ana-lizamos representan minorías intensas, consideramos que los hallazgos de nuestra investigación invitan a reflexionar sobre la vitalidad de las instituciones tradicionales. Las biografías y accio-nes reconstruidas analíticamente nos advierten el modo en que espacios institucionales como la Iglesia católica y el peronismo mantienen funciones clave en lo que respecta a la formación de ciertos itinerarios y trayectorias vitales que inclusive han logrado aggionarse, a partir de la conexión explícita de sus propuestas, con las idealizaciones, los anhelos y los perfiles propios del indi-vidualismo moderno.

(Recibido el 16 de junio de 2016.)(Evaluado el 27 de junio de 2016.)

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Autores

Marcos Andrés Carbonelli es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (uba). Se desempeña como investigador asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y como docente en la carrera de Ciencia Política y en la Maestría en Investigación Social de la Facultad de Ciencias Sociales (uba) y en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.Publicaciones recientes:—— (2016), “Los evangélicos y la arena partidaria en la Argentina contemporánea”, Estudios Políticos, Nº

37, pp. 193-219.—— (2015), “Pan y palabras. La inserción evangélica en la gestión pública en Argentina”, Religião & So-

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Verónica Giménez Béliveau es doctora en Sociología en la École des Hautes Études en Sciences Socia-les de París y doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (tesis en cotutela, 2004). Se desempeña como investigadora independiente en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales del Conicet y como profesora en la Facultad de Ciencias Sociales de la uba. Sus áreas de investigación giran en torno de las dinámicas sociales y religiosas del catolicismo.Publicaciones recientes:—— (2016), Católicos militantes. Sujeto, comunidad e institución en Argentina, Buenos Aires, Eudeba.——, F. Mallimaci y J. C. Esquivel (2016), “What do Argentine people believe in? Religion and social

structure in Argentina”, Social Compass, vol. 63, Nº 1, pp. 255-277.—— y S. Montenegro (2010) [2006], La Triple Frontera. Globalización y construcción social del espacio,

Buenos Aires, Miño y Dávila.

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Cómo citar este artículo

Carbonelli, M. A. y V. Giménez Béliveau, “Vidas militantes: trayectorias, sa-beres y éticas en el Movimiento Misioneros de Francisco”, Revista de Cien-cias Sociales, segunda época, año 8, Nº 30, Bernal, Editorial de la Universi-dad Nacional de Quilmes, primavera de 2016, pp. 85-109, edición digital, <http://www.unq.edu.ar/catalogo/391-revista-de-ciencias-sociales-n-30.php>.