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Meditacion sobre la Virgen Maria
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Nuestra Señora de la Mediación
La vid es una planta de larga tradición en muchas culturas. María es Nuestra Señora del
vino. El vino, símbolo y manifestación de la sangre de Jesucristo en el misterio
eucarístico. María, su Madre, provocó el primer milagro del Hijo: “Haced lo que Él os
diga”. Y convirtió el agua en vino en las bodas de Caná. Iba invitada en calidad de madre.
Y fue, como se va a las bodas, a pasarlo bien, pero, también a echar una mano.
Hacendosa y solícita, servía las viandas y las jarras de vino. En un momento determinado,
se dio cuenta de que las tinajas cataban vacías, que el vino se acababa. Salió corriendo a
decírselo a su Hijo. Había que evitar a los novios el sonrojo de encontrarse sin vino a
mitad de la fiesta, festejo que aún tenía que continuar, había que seguir divirtiéndose y
alegrándose con los nuevos esposos. Una boda sin vino y sin alegría deja de ser
celebración y festividad.
Se colocó entre su Hijo y los criados, en medio, como mediadora, que ese es su oficio. A
Él le dijo: "No tienen vino". Le pedía con autoridad de madre, con pleno derecho, que
arreglara la situación. Que no falte de nada. En una boda no puede faltar la comida y
menos el vino. Y a ellos les ordenó: “Haced lo que Él os diga”, porque sabía que su Hijo
daría la solución. Ella actúa de perfecta mediadora, presentando a Dios las necesidades
de los hombres y pidiendo a los hombres que escuchen la palabra de Dios -"lo que él
diga"- y que la pongan en práctica, en su obrar: “Haced”.
A María, le debemos este milagro, que puede servir de escándalo para los fariseos y los
beatos, que no sabrán nunca comprenderlo. Hacer seiscientos litros de vino exquisito
para que la fiesta no decayera y siguiera la alegría de las bodas, no es producto de unos
"aguafiestas" como esos, que no quieren entender, sino, por el contrario, atención y
delicadeza de unos “alegrafiestas''. Habrá gente, muy espiritual ella, que hubiera
preferido que el primer milagro del taumaturgo hubiera sido el que propuso el demonio:
tirarse desde el pináculo del templo, rodeado de multitudes en una fiesta solemne y ser
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recogido en los aires por los ángeles del cielo. Un milagro muy espectacular, muy
espiritual, muy angélico. Mientras que el milagro del vino parece demasiado vulgar y
chabacano, excesivamente material y mundano. Ahí, empero, radica la grandeza del
milagro, en que es muy humano. Su Hijo ha venido justamente a eso, a socorrer la
desventura humana, las privaciones, las necesidades, los sufrimientos de los hombres.
El milagro indica también que hay que vivir el gozo en alegría. La Biblia dice que el vino es
alegría de Dios y de los hombres. Bien puede ser considerado como la ambrosía, el néctar
de los dioses. El Hijo de María, en el primer banquete público y social al que asiste, hace a
los anfitriones de la fiesta el mejor regalo de bodas, para que corriera el vino en
abundancia; y, en su postrer banquete, la última cena, nos dejó como sacramento y
presencia suya el vino consagrado. Algo muy especial tendrá el vino, cuando Jesús quiso
consagrarlo. El vino nos ayuda y favorece la práctica de la generosidad y de la alegría. Un
hombre de fe, un cristiano, tiene que ser un hombre generoso, simpático, alegre y
optimista; que lo da todo y lo acata todo como venido de la mano de Dios, ocurra lo que
ocurra. Sabe que todo está inexorable y amorosamente programado por la divina
providencia; que ni siquiera las hojas de los árboles, “ni un pelo de vuestra cabeza”, se
caen sin su consentimiento. Todo lo que ocurra, será, sin duda, lo mejor para el hombre.
Todo lo debemos aceptar con alegría. La vida es breve y se acaba muy pronto. No vale la
pena estar tristes, si sabemos que dentro de muy poco estaremos eternamente alegres,
gozando de una felicidad imperecedera, que nada ni nadie nos podrá arrebatar ya.
Señora y Madre, enséñanos a vivir contentos y alegres. Que todo el mundo viva en
alegría. Como aquellos invitados a las bodas, que, locos de entusiasmo, se pusieron a
aplaudir y a dar vivas al divino taumaturgo, que les había proporcionado aquel vino tan
extraordinario. De esta manera tan festiva dieron gloria a Dios y creyeron que Jesús de
Nazaret era el Mesías, era el Hijo de Dios, que había venido al mundo a remediar las
necesidades de los hombres. Que sepamos estar pendientes de los demás, atentos a sus
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carencias y privaciones; pendientes de llenar sus ánforas vacías del vino de solera de la
felicidad cristiana. Ese vino exquisito que da Jesucristo con su amor grande y extenso, con
su perdón incondicional, con su misericordia infinita.
Ave María, gracias
Gracias, Dios, por haber querido crear una mujer tan buena y tan bella: Ella es tu “Obra
Maestra”. Ella es, también, nuestra madre; ¡gracias!
Dios Te salve, Te saluda Dios y yo quiero agradecer tu “sí”, tu “fiat”, tu “hágase”, tu
“aceptación”, tu compromiso, tu entrega, tu fidelidad.
María, gracias Te doy, con todo mi ser, por todas las gracias que me has conseguido y por
todas las que me seguirás consiguiendo, de nuestro Padre Dios.
Llena eres de gracia y eres, también, Refugio de los Pecadores. Gracias por dejarnos
refugiarnos en tu amor.
El Señor es contigo y nosotros también. Gracias por no rechazarnos ni cansarte de tanta
indignidad, indiferencia y maldad.
Bendita Tú eres, Tú eres bendecida por tu Padre, por tu Esposo, por tu Hijo; también, por
todas las generaciones. Gracias, Dios, por quererla así. Gracias a todos los que la quieren
con toda el alma.
Entre todas la mujeres, Tú, eres a quien he ofrecido mi corazón. Gracias por aceptarlo,
por mimarlo, acariciarlo, limpiarlo y cuidarlo.
Y bendito es el fruto de tu vientre, gracias por darnos a Jesús. Eres Causa de Nuestra
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Alegría. La Alegría con tu sangre, con tu mirada, con tu sonrisa. Queremos que Tu Alegría
también corra por nuestras venas.
Jesús, gracias por pedirle, en la Cruz, que aceptara ser nuestra madre. Gracias por
escuchar siempre lo que Ella te pide. “-Madre, como en Caná, “no tengo vino”, ni piedad,
ni espíritu de penitencia, ni ...”
Santa María, gracias por el don de la fe y por la vocación, gracias por mi familia y por mi
país, gracias por la Iglesia y por el Papa Juan Pablo II, gracias por la Obra y por mi querido
Fundador.
Madre de Dios, gracias por el don de la vida y por la salud, gracias por el pan de cada día,
gracias por los amigos y por tanta gente que quiero. Gracias por ser el canal por donde
me llegan las gracias.
Ruega por nosotros, gracias por tus ruegos, tus plegarias, tus peticiones. Gracias por tu
paciencia, por tu fortaleza, por tu perseverancia, por tu amor.
Pecadores, sí, pero pecadores arrepentidos. Gracias por aceptar nuestra contrición.
Señora, Madre, Reina; ayúdanos a que este dolor se manifieste en buenas obras. ¡Que no
quede en un mero propósito!
Ahora, que todavía tengo tiempo de merecer; ahora que todavía tengo tiempo de
agradecer. Ahora, hoy, ¡ya! ¡Que consiga superar, Madre, las excusas y las cobardías que
me detienen!
En la hora de nuestra muerte, me gustaría que vinieras a buscarme para llevarme al
encuentro con Jesús. Gracias por escuchar mi pedido. Ángel de mi guarda agradecé
conmigo los dones de la Virgen.
Amén.
Así es. Que así sea. Madre mía, mucho me gustaría que, mi vida toda, fuera una ofrenda
de acción de gracias a Vos: mi dueña.
Amén.
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