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MARÍA ELVIRA BONILLA 20 SEP 2015 - 9:00 PM El apóstol de La Habana vieja Uno de los grandes atractivos que Cuba va a poder explotar aún mas y que ha sido fuente de ingresos para la golpeada economía es La Habana vieja. Por: María Elvira Bonilla Un área dos veces el tamaño de la ciudad amurallada de Cartagena, de gran belleza arquitectónica en construcciones que van desde la colonia hasta los años 30 y que resumen la opulencia y la historia de esa isla. La revolución dejó congelada ese casco a merced del rebusque de quienes la habitaron, mayoritariamente “guajiros”, gente llegada del campo que se benefició de la reforma urbana, una de las primer promesas de Fidel Castro techo para todos, que cumplió a cabalidad desde los primeros años del triunfo socialista. Nadie mejor que Leonardo Padura y su personaje, el detective Conde, para describir en sus novelas policiacas esos bajos fondos en los que se ha tejido para asegurar la supervivencia, creatividad, recursividad, ilegalidad y el pillaje, imposibles de controlar por los burócratas del Estado, pero que están allí vivos, conviviendo con el trozo de ciudad bellamente restaurada. Restaurada y salvada de la debacle gracias a un hombre: Eusebio Leal, reconocido como el historiador de la ciudad. En los edificios renovados convertidos en hoteles de lujo, almacenes, restaurantes y algunas residencias, aparece siempre la placa del historiador como la autoridad máxima de la ciudad. Gracias al valor y su firmeza, La Habana vieja no terminó aplastada por los buldózeres soviéticos, convertida en una gran explanada para levantar bloques homogéneos para proyectos de vivienda de interés social. Imbuidos del estilo pragmático y autoritario de un stalinismo repintado de retórica antiburguesa fortalecida con la chequera

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MARÍA ELVIRA BONILLA 20 SEP 2015 - 9:00 PM

El apóstol de La Habana vieja

Uno de los grandes atractivos que Cuba va a poder explotar aún mas y que ha sido fuente de ingresos para la golpeada economía es La Habana vieja.

Por: María Elvira Bonilla

Un área dos veces el tamaño de la ciudad amurallada de Cartagena, de gran belleza arquitectónica en construcciones que van desde la colonia hasta los años 30 y que resumen la opulencia y la historia de esa isla. La revolución dejó congelada ese casco a merced del rebusque de quienes la habitaron, mayoritariamente “guajiros”, gente llegada del campo que se benefició de la reforma urbana, una de las primer promesas de Fidel Castro —techo para todos—, que cumplió a cabalidad desde los primeros años del triunfo socialista. Nadie mejor que Leonardo Padura y su personaje, el detective Conde, para describir en sus novelas policiacas esos bajos fondos en los que se ha tejido para asegurar la supervivencia, creatividad, recursividad, ilegalidad y el pillaje, imposibles de controlar por los burócratas del Estado, pero que están allí vivos, conviviendo con el trozo de ciudad bellamente restaurada.

Restaurada y salvada de la debacle gracias a un hombre: Eusebio Leal, reconocido como el historiador de la ciudad. En los edificios renovados convertidos en hoteles de lujo, almacenes, restaurantes y algunas residencias, aparece siempre la placa del historiador como la autoridad máxima de la ciudad. Gracias al valor y su firmeza, La Habana vieja no terminó aplastada por los buldózeres soviéticos, convertida en una gran explanada para levantar bloques homogéneos para proyectos de vivienda de interés social.

Imbuidos del estilo pragmático y autoritario de un stalinismo repintado de retórica antiburguesa fortalecida con la chequera

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rusa, empezó a hacer carrera entre la cúpula de gobierno la idea de demoler aquellos viejos edificios deteriorados por el tiempo y la falta de recursos para mantenerlos para armar una ciudadela inspirada en la nefasta arquitectura de la URSS. La decisión estaba casi tomada cuando, en uno de los solemnes consejos de Gobierno presididos por el imbatible Fidel Castro, un pequeño hombre, menudo y discreto, pidió la palabra. Con la sencillez y la sabiduría de los visionarios y la fuerza de su convicción se atrevió a contradecir al comandante. Le advirtió que estaba a punto de cometerse un irreparable error. La sala se silenció mientras el frágil Eusebio Leal se fue creciendo en argumentos para defender no sólo la urgencia de preservar La Habana vieja, sino su restauración. Fue un acto heroico con unas repercusiones indescifrables.

Leal convenció a Castro d que le autorizara un millón de dólares para iniciar el esfuerzo titánico que el historiador denominó la “epopeya salvadora”. Como un verdadero apóstol inició su campaña evangelizadora a contracorriente de los políticos pragmáticos urgidos de resultados inmediatos que desestimaban un empeño que a la postre se convirtió en una fuente fundamental de divisas después de los duros años del Período Especial, cuando todo en Cuba fue penumbra. Leal escaló su sueño a la Unesco, que en 1982 declaró el centro histórico de La Habana patrimonio de la humanidad, con lo cual quedó blindado de cualquier delirio desarrollista.

Con el aval político, el plan de recuperacion conjugó arquitectura con un ambicioso programa social que reubicó los primeros 100.000 habitantes que malvivían en unos espacios antiguos convertidos en inquilinatos. Con la recuperación de la tercera parte de La Habana vieja, la tarea está lejos de haberse concluido, pero desde ya Eusebio Leal se prepara para defender su obra de la embestida turística norteamericana, ya no como un apóstol, sino como un gladiador.