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La verdadera belleza de Marianela de Benito Pérez Galdós
Ana Karina Solís Campos
Marianela de Benito Pérez Galdós, diserta acerca del problema de la belleza, abordado desde los
ámbitos que la constituyen: la interna y la externa; abre la perspectiva al lector para hacer obvio
el peso que tiene una sobre la otra en la sociedades del siglo XIX y, sobretodo, contrastar la
falsedad de quienes aparentemente tienen el privilegio de poseer una belleza completa, tanto de
alma como física, sin dejar de registrar las condiciones socio-económicas de las comunidades
mineras que, aunque sólo aparecen como referencia espacial, tendrá repercusiones en la
cosmovisión de sus habitantes. Apoyados en el sistema teórico semiótico de A.J. Greimas se
intentará abrir un camino de sentido en la obra de Galdós, haciendo hincapié en la configuración
de los participantes del relato y el papel que juegan dentro del mismo.
Es pertinente, ahora, proporcionar un acercamiento teórico al pensamiento greimasiano
pues servirá de cimiento a las propuestas que se desean proyectar más adelante. Algirdas Julien
Greimas, semiótico estructuralista que basa su trabajo intelectual en el discurso narrativo, “busca
poder explicar las leyes y recursos que permiten que el contar algo (mediante un cuento, un mito,
una novela o un film) se constituya en una de las formas más importantes de construir sentido.”
(Dallera , 133) Según Greimas, todo aquello que genera una significación se considera materia
significante, a su vez todas las relaciones establecidas mediante este proceso de significación
responderán al nombre de lógica del sentido. El año de 1966 marca la aparición de Semántica
estructural su primer libro, en el cual manifiesta su teoría sobre el análisis semántico estructural
de los relatos.
Desde el punto de vista greimasiano, el nivel profundo del relato es el que nos permitirá
acceder a la significación que se encierra en él, por lo tanto es absolutamente importante la
necesidad de
“caracterizar las unidades, […] definirlas según los rasgos que poseen y a configurar un inventario de unidades mínimas, [además de] analizar […] el conjunto de relaciones que definen las estructuras inmanentes de la
significación independientemente de qué elementos de significación las manifiesten” (Mier , 53)
Así, el texto, siguiendo el modelo constitucional1 de Greimas, gira en torno a una unidad
mínima de significado que cualquier signo implica, es decir, un sema principal, que se encuentra
en el nivel profundo y del que derivarán las cuestiones que se manejan y que liderarán el
planteamiento con el que se desarrolla el hilo narrativo. En el caso específico de Marianela, la
belleza habrá de preceder a la belleza interior y a la exterior como el sema principal, siendo
aquellos los semas que se subordinan de él.
De esta manera el cuadrado quedaría representado como sigue:
Desde el comienzo de la novela, el narrador deja claro que Marianela no goza de una
belleza apreciable a los ojos humanos:
1 “Llamado también cuadrado semiótico o estructura elemental de significación, es el conjunto articulado de ejes, esquemas y deixis constituidos respectivamente por relaciones entre contrarios, contradictorios e implicaciones” (Mier , 131)
Belleza
S
No- Belleza
-S
Exterior
S2
Florentina
Pablo
Interior
S1
Marianela
No- Interior
-S1
Familia Centeno
Sofía
No exterior
-S2
Teodoro Golfín
Celipín Centeno
Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Éste era delgado, muy pecoso, todo salpicado de manchitas parduscas. Tenía pequeña la frente, picudilla y no falta de gracia la nariz, negros y vividores los ojos: pero comúnmente brillaba en ellos una luz de tristeza. Su cabello dorado oscuro había perdido el hermoso color nativo a causa de la incuria y de su continua exposición al aire, al sol y al polvo. Sus labios apenas se veían de puro chicos, y siempre estaban sonriendo; mas aquella sonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo. La boca de la Nela, estéticamente hablando, era desabrida, fea […] (Pérez Galdós , 32)
Pero Marianela no sufre sólo por su condición física, sino también por su falta de
educación y familia. Se le describe como una persona supersticiosa, sin conocimiento profundo
de la religión y sin tratos cariñosos que formen en ella una personalidad con autoestima. Aun así,
la Nela tiene un alma generosa que le permite acercarse a Pablo, guiarlo en su ceguera, mientras
su belleza interior sale a la luz cuando están juntos, pues “aquella débil criatura, en la cual parecía
que el alma estaba como prensada y constreñida dentro de un cuerpo miserable, se ensanchaba, crecía
maravillosamente al hallarse sola con su amo y amigo. Junto a él tenía espontaneidad, agudeza,
sensibilidad, gracia, donosura, fantasía…” (59)
En contraparte a la hija de María Canela, se presenta Florentina, la prima de Pablo quien
era, según la propia visión de Marianela, “sobresaliente entre todos si se atiende a que es en más
ningún otro recurso artístico la expresión de la divinidad” (128) gracias a su belleza. Florentina
reúne todas las características de lo bello: ojos serenos, armoniosos; cejas delicadas; preciosos
dientes; tez de color rosa tostado; su aspecto es lo primero que atrae, pero en el fondo ella misma
completa el concepto de belleza. Al conocer a Marianela, nace en ella un sentimiento de
condescendencia y se decide a ayudarla, a darle todo lo que necesite para convertirla en alguien
como ella, así pues, su bondad y su alma compasiva perfeccionan su forma física. Es por ello
que Marianela no puede sentir odio por Florentina, a pesar de ser ella la causa de su infelicidad,
de ninguna manera la prima de Pablo ha querido causarle mal, sino por el contrario intenta
ayudarla.
Es preciso enfatizar el contraste que hay entre estos dos personajes, mientras María no
tiene un nombre real (todos la llaman por nombres distintos (Marianela, María, Mariquilla,
Nela), tampoco familia o educación; Florentina además de crecer con toda clase de privilegios
siendo hija única y educada para ser una señorita de sociedad, es la viva representación de la
visión platónica de la correspondencia entre la belleza interna y externa visible ante todos, en
tanto que Nela sólo es bella ante los ojos ciegos de Pablo, con quien muestra su ser lleno de
bondades:
— ¿Cómo podría suceder que tu bondad, tu inocencia, tu candor, tu gracia, tu imaginación, tu alma celestial y cariñosa, que ha sido capaz de alegrar mis tristes días; cómo podría suceder, cómo, que no estuviese representada en la misma hermosura? … Nela, Nela — añadió, balbuceante y con afán [Pablo] — ¿No es verdad que eres muy bonita?
La Nela calló. (70)
En un primer momento Pablo, resignado a carecer del don de la vista, abre su percepción
a través de los conocimientos filosóficos que llegan a él gracias a las lecturas en voz alta que su
padre le hace; a partir de éstos se forma el Pablo idealista que accede a la belleza interior de
Marianela y le permite apreciarla por lo que está más allá de su apariencia física poco agradable
a los ojos de los demás. Pero su falta de visión no impide a quienes lo rodean advertir su belleza
exterior, pues Pablo es
[…] joven, estatua del más excelso barro humano, suave, derecho, con cabeza inmóvil, los ojos clavados y fijos en sus órbitas, como lentes expuestos en un muestrario. Su cara parecía de marfil, contorneada con exquisita finura; más teniendo su tez la suavidad de la de una doncella, era varonil en gran manera, y que no tuviesen aquella perfección soberana con que fue expresado hace miles de años el pensamiento helénico. Aun sus ojos puramente escultóricos, porque carecían de vista, era hermosísimos, grandes, rasgados. […] carecía tan sólo de la conciencia de su propia belleza, la cual emana de la facultad de conocer la belleza interior.Su edad no pasaba de los veinte años; su cuerpo, sólido y airoso, con admirables proporciones construido, era digno en todo de la sin igual cabeza que sustentaba. (54- 55)
En un segundo punto, situado después de su operación, Pablo se empeña en encontrar la forma
adecuada a la sustancia de belleza que él conoce, aprecia la completa funcionalidad de sus cinco
sentidos al enfocarse en diferenciar lo visiblemente bello de lo que no lo es, reconociendo la
belleza de Florentina como la única que logra llenar su oscuridad en cuanto a la forma se refiere.
El Pablo que solía distinguirse por su particular percepción fundada en la belleza interna queda
en un pasado que se olvida fácilmente: “Ahora me río yo —añadió [Pablo] —de mi ridícula
vanidad de ciego, de mi necio empeño de apreciar sin vista el aspecto de las cosas… Creo que
toda la vida me durará el asombro que me produjo la realidad… “ (184); además, su deseo de
estar con Nela va desapareciendo poco a poco al ser sustituido por la compañía de su prima:
“Hasta la noche no volvió a fijar la atención en un punto de su vida, que parecía alejarse y
disminuir y borrarse, como las naves que en día sereno se pierden en el horizonte. Como quien
recuerda un hecho muy antiguo, dijo: — ¿No ha parecido la Nela?” (186). Pablo Penánguilas ha
abierto los ojos a una belleza exterior que deja a la interior totalmente opacada y en las tinieblas
de su antigua ceguera.
Por otra parte, en el eje neutro, de lado de la no- belleza interior encontramos a la familia
Centeno (excepto por Celipín) quienes viven envueltos en la mediocridad y ambición de la vida
sin esfuerzos excesivos, sin aspiraciones más allá de lo monetario y, sobretodo, sin atisbos de
inteligencia o libre pensar, manteniéndose siempre inmóviles en la misma situación de pobreza
tanto económica como espiritual e intelectual. En “La familia de piedra” se describe a los
Centeno como gente rutinaria, sin deseos de superación y formada para aceptar su condición sin
intentos de mejorarla. La señora Ana mantiene el control de todo en la familia, funge como
administradora de la poca fortuna y se esmera para que sus hijos se mantengan al margen de
cualquier conocimiento que les sugiera emanciparse y dejarla sin ese dinero que tan celosamente
guarda. Para ella es más fácil controlar a su familia si no le es posible pensar o reflexionar su
propia situación: “En sus cortos alcances, la Señana no comprendía aquella aspiración diabólica
(de Celipín) a dejar de ser piedra” (47)
Sofía es otro ejemplo de personaje ubicado en la no- belleza interna. Esposa de Carlos
Golfín y aficionada filántropa, criada y educada para cumplir con su papel como esposa,
aumentando una falsa preocupación por la población vulnerable, Sofía organiza eventos a
beneficio de los pobres (rifas, corridas de toros, etc.) y conoce las estadísticas que resumen en
números las condiciones en las que viven, acuñando una reputación de dama comprometida con
la sociedad en la que vive. Pero en Socartes y aun conociendo bien el estado malsano en el que
se encuentra María, no se muestra afligida, todo lo contrario, no consiente que pueda tener
necesidad alguna o que supiera valorar lo que hacen por ella, aun más allá no le tiene cariño o
compasión:
Atrasadilla está. ¡Qué desgracia!— exclamó Sofía—Y yo me pregunto: ¿para qué permite Dios que tales criaturas vivan?... Y me pregunto también: ¿qué es lo que se puede hacer por ella? Nada, nada más que darle de comer, vestirla… hasta cierto punto… Ya se ve…, rompe todo lo que le ponen encima. Ella no puede trabajar por que se desmaya; ella no tiene fuerzas para nada. Saltando de piedra en piedra, subiéndose a los árboles, jugando y enredando todo el día y cantando como los pájaros, cuanto se le pone encima conviértese pronto en jirones… (93)
Continuando con el eje neutro enfocado ahora en la belleza no-exterior, se sitúan Celipín
Centeno y Teodoro Golfín. En el caso del primero, crecer envuelto en un ambiente decadente
que no le permite acercarse a la superación que tanto desea, despierta en él un deseo progresivo
de dejar Socartes pues desea dejar de ser una piedra, hacerse “un hombre de provecho” (42),
siguiendo el ejemplo de Carlos y Teodoro Golfín, quienes al perseguir una carrera en minería, en
el caso del primero, y una médica, en el del segundo, lograron hacer fortuna y establecerse para
no pasar por las carencias de su vida anterior.
[María a Celipín] — Mira, hijito: el que me ha dado ese dinero andaba por las calles pidiendo limosna cuando era niño, y después…—¡Córcholis! ¡Quién lo habría de decir!... Don Teodoro… ¡Y ahora tiene más dinero!.. Dicen que lo que tiene no lo cargan seis mulas.—Y dormía en las calles, y servía de criado, y no tenía calzones…; en fin, que era más pobre que las ratas. Su hermano don Carlos vivía en una casa de trapo viejo.¡Jesús! ¡Córcholis! ¡Y qué cosas se ven por esas tierras!... Yo también me buscaré una casa de trapo viejo.—Y después tuvo que ser barbero para ganarse la vida y poder estudiar.—Miá tú… yo tengo pensado irme derecho a una barbería… Yo me pinto solo para rapar… ¡Pues soy yo poco listo en gracia de Dios! Desde que yo llegue a Madrid, por un lado rapando y por otro estudiando, he de aprender en dos meses toda la ciencia. Miá tú ahora se me ha ocurrido que debo tirar para médico… Sí, médico, que, echando una mano a este pulso, otra mano al otro, se llena de dinero el bolsillo. (114)
Además, sabe ser agradecido con la ayuda que le proporciona María, se preocupa por ella
e intenta ayudarla llevándosela con él:
—Pero ahora se me está ocurriendo una cosa. ¿Quieres que te la diga? Pues es que tú deberías venir conmigo y, siendo dos, nos
ayudaríamos a ganar y a aprender. Tú también tienes talento, que eso del pesquis a mí no se me escapa, y bien podías llegar a ser señora, como yo caballero. ¡Que me había de reír si te viera tocando el piano como doña Sofía!—¡Qué bobo eres! Yo no sirvo para nada. Si fuera contigo sería un estorbo para ti.—Ahora dicen que van a dar vista a don Pablo, y cuando él tenga vista, nada tienes tú que hacer en Socartes. ¿Qué te parece mi idea?... ¿No respondes? (117)
Acercándonos a Teodoro, es fácil afirmar que este hombre “león negro” (86) no oculta
dentro de sí la bondad y belleza que alberga su interior; inmediatamente se recuerda en sus
tiempo difíciles, mientras estudiaba y trabajaba para sacar adelante a su hermano Carlos, cuando
ve a Marianela y se despierta en él un sincero sentimiento de compasión, aunado a un cariño y un
desesperado deseo por ayudarla que aumenta mientras más la conoce. Reconoce que todos los
habitantes de las minas necesitan educación para reformarse y convertirse en personas que
conozcan la religión, que exalten sus cualidades, y que, sobretodo, vivan con dignidad.
—Estáis viendo delante de vosotros, al pie mismo de vuestras cómodas casas, a una multitud de seres abandonados, faltos de todo lo que es necesario a la niñez, desde los padres hasta los juguetes…; les estáis viendo, sí…, nunca se os ocurre infundirles un poco de dignidad, haciéndoles saber que son seres humanos, dándoles las ideas de que carecen; no se os ocurre ennoblecerles, haciéndoles pasar del bestial trabajo mecánico al trabajo de la inteligencia; os veis viviendo en habitaciones inmundas, mal alimentados, perfeccionándose cada día en su salvaje rusticidad, y no se os ocurre extender un poco hasta ellos las comodidades de que estáis rodeados… ¡Toda la energía la guardáis luego para declamar contra los homicidios, los robos y el suicidio, sin reparar que sostenéis escuela permanente de estos tres crímenes! (95)
Pero muestra particular interés por la Nela, le produce conmoción y se pregunta cómo y por qué
ha logrado sobrevivir de esa manera, lamentando su estado: “¡Pobre criatura, abandonada a tus
sentimientos naturales, sin instrucción ni religión, sin ninguna influencia afectuosa y desinteresas
que te guíe! ¿Qué ideas tienes de Dios, de la otra vida, de morir?” (165)
Así pues, concluyendo, a lo largo de la novela se contrastan personajes que, respecto a su
colocación en el cuadrado semiótico, remarcan al sema principal y sus derivados, configurando
un relato en el que interactúan de manera que sea posible diferenciar la ubicación en la que se
encuentran, facilitando el reconocimiento de estos semas subordinados. La verdadera esencia de
Marianela radica en el concepto de belleza que la sociedad ha adoptado y desarrollado, no sólo
condicionada por la posición socioeconómica, sino también por la supremacía de la apariencia
física sobre lo que es en realidad quien se juzga. La visión representa lo que se expone a primera
vista, lo aparentemente real y lo tangible, aquello que se sostiene sólo a través de lo sensorial; la
ceguera, la observación de lo que supera lo que es percibido por los sentidos, llega a un nivel
más profundo que puede o no corresponder con el exterior sin restarle valor a lo que hay dentro.
El modelo greimasiano ayuda a poner en evidencia los valores que se ponen en juego y mueven
al relato en la dirección adecuada para formar y remarcar el contraste entre la belleza interna y la
externa, pues, en ciertas circunstancias, la verdadera belleza se oculta de la visión simple, no
preparada para atesorarla; mientras que quien la ve aprecia su sustancia, restándole importancia a
su forma.
BibliografíaDallera, Osvaldo. «La teoría semiológica de Greimas.» Zecchetto, Victorino. Seis semiólogos en
busca de lector. Buenos Aires: Ciccus/ La crujía, 1999. 132-164.
Mier, Raymundo. Introducción al análisis de textos. México, D.F.: Terra Nova/ Universidad
Autónoma Metropolitana Xochimilco, 1984.
Pérez Galdós, Benito. Marianela. Santiago de Chile: Andrés Bello, 2005.