Mario Vargas Llosa. Prólogo a Dublineses

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  • 7/22/2019 Mario Vargas Llosa. Prlogo a Dublineses.

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    Mario Vargas Llosa:

    Dublineses - El Dubln de Joyce

    La buena literatura impregna a ciertas ciudades

    y las recubre con una ptina de mitologa y deimgenes ms resistente al paso de los aos quesu arquitectura y su historia. Cuando conoc Dubln,a mediados de los sesenta, me sent traicionado:esa ciudad alegre y simptica, de gentesexuberantes que me atajaban en medio de la callepara preguntarme de dnde vena y me invitaban atomar cerveza, no se pareca mucho a la de loslibros de Joyce. Un amigo se resign a servirme degua tras los pasos de Leopold Bloom, en esasveinticuatro horas prolijas del Ulises; seconservaban los nombres de las calles, muchos

    locales y direcciones, y, sin embargo, aquello notena la densidad, la sordidez ni la metafsicagrisura del Dubln de la novela. Haban sidoalguna vez, ambas, la misma ciudad? En verdad,no lo fueron nunca. Porque Joyce, aunque tuvo lamana flaubertiana de la documentacin y (l, que

    era la falta de escrpulos personificada en todo lo que no fuera escribir) llev elescrpulo descriptor de su ciudad a extremos tan puntillosos como averiguar porcartas, desde Trieste y Zurich, qu flores y qu rboles eran aquellos que, en aquellaprecisa esquina..., no describi la ciudad de sus ficciones: la invent. Y lo hizo contanto arte y fuerza persuasiva que esa ciudad de fantasa, nostalgia, rencor y (sobretodo) de palabras que es la suya acaba por tener, en la memoria de sus lectores, unavigencia que supera en dramatismo y color a la antiqusima urbe de carne y hueso de piedra y arcilla, ms bien que le sirvi de modelo.

    Dublineses es el primer estadio de esa duplicacin. La abrumadora importanciade Ulises y de Finnegans Wake, experimentos literarios que revolucionaron lanarrativa moderna, hace olvidar a veces que aquel libro de cuentos, de hechura mstradicional y tributario, en apariencia al menos, de un realismo naturalista que ya parala fecha en que fue publicado (1914) era algo arcaico, no es un libro menor, deaprendizaje, sino la primera obra maestra que Joyce escribi. Se trata de un libroorgnico, no de una recopilacin. Ledo de corrido, cada historia se complementa yenriquece con las otras y, al final, el lector tiene la visin de una sociedad compacta ala que ha explorado en sus recovecos sociales, en la psicologa de sus gentes, en sus

    ritos, prejuicios, entusiasmos y discordias y hasta en sus fondos impdicos.Joyce escribi el primer cuento del libro, Las hermanas, a los veintids aos, en1904, para ganar una libra esterlina, a pedido de un amigo editor, George Russell, quelo public en el diario dublins Irish Homestead. Casi inmediatamente concibi elproyecto de una serie de relatos que titulara Dubliners, para, segn comunic a unamigo en julio de ese ao, traicionar el alma de esa hemipleja o parlisis a la quemuchos consideran una ciudad. La traicin sera ms sutil y trascendente de lo que lpudo sospechar cuando escribi esas lneas; ella no consistira en agredir odesprestigiar a la ciudad en la que haba nacido, sino ms bien, en trasladarla delmundo objetivo, perecedero y circunstancial de la historia al mundo ficticio, intemporaly subjetivo de las grandes creaciones artsticas. En septiembre y diciembre de ese aoaparecieron en el mismo peridico Eveline y Despus de la carrera. Los otros

    relatos, con excepcin del ltimo, Los muertos, fueron escritos en Trieste, de mayoa octubre de 1905, mientras Joyce malviva dando clases de ingls en la Escuela

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    Berlitz, prestndose plata de medio mundo para poder mantener a Nora y al recinnacido hijo de ambos, Giorgio, y para costearse las espordicas borracheras quesolan ponerlo en estado literalmente comatoso.

    La distancia haba limado para entonces en algo la aspereza de sus sentimientosjuveniles contra Dubln y aadido a sus recuerdos una nostalgia que, aunque muycontenida y disuelta, comparece de tanto en tanto en las historias de Dublineses comouna irisacin del paisaje o una suave msica de fondo para los dilogos. En esapoca, ya haba decidido que Dubln fuera el protagonista del libro. En sus cartas deesos das se sorprende de que una ciudad que ha sido una capital por mil aos, quees la segunda ciudad del Imperio Britnico, que es casi tres veces ms grande queVenecia, no haya sido revelada al mundo por ningn artista (carta a su hermanoStanislaus el 24 de septiembre de 1905). En la misma carta seala que la estructuradel libro corresponder al desarrollo de una vida: historias de niez, de adolescencia,de madurez y, finalmente, historias de la vida pblica o colectiva.

    El cuento final, el ms ambicioso y el que encarnara mejor aquella idea de la vidapblica de la ciudad, Los muertos, lo escribi algo despus en 1906 paramostrar un aspecto de Dubln que, segn dijo a su hermano Stanislaus, no apareca

    en los otros relatos: su ingenuo insularismo y su hospitalidad, virtud, esta ltima, queno creo exista en otro lugar de Europa (carta del 25 de septiembre de 1906). El relatoes una verdadera proeza pues salimos de sus pginas con la impresin de haberabrazado la vida colectiva de la ciudad y, al mismo tiempo, de haber espiado sussecretos ms ntimos. En sus pginas desfilan entre la abigarrada sociedad que acudeal baile anual de las seoritas Morkan, los grandes temas pblicos el nacionalismo,la poltica, la cultura y tambin los usos y costumbres locales sus bailes, suscomidas, sus vestidos, la retrica de sus discursos y asimismo las afinidades yantipatas que acercan o distancian a las gentes. Pero luego, de manera insensible,esa aglomeracin se va adelgazando hasta reducirse a una sola pareja, GabrielConroy y su mujer Gretta, y el relato termina por infiltrarse en lo ms soterrado de lasemociones y la sensibilidad de Gabriel, desde donde compartimos con l la revelacin

    tan turbadora sobre el amor y la muerte de Michael Furey, un episodio sentimental dela juventud de Gretta. En su perfecto encaje de lo colectivo y lo individual, en eldelicado equilibrio que logra entre lo objetivo y lo subjetivo, Los muertos prefigura yael Ulises.

    Pero pese a toda la destreza narrativa que luce no es Los muertos el mejorcuento del libro. Yo sigo prefiriendo La casa de huspedes y Un triste caso, cuyainigualable maestra los hace dignos de figurar, con algunos textos de Chejov,Maupassant, Poe y Borges entre los ms admirables que ha producido ese gnero tanbreve e intenso como slo puede serlo la poesa que es el cuento.

    En verdad, todos los relatos de Dublineses denotan la sabidura de un artistaconsumado y no al narrador primerizo que era su autor. Algunos, como Despus dela carrera y Arabia, no llegan a ser cuentos, slo estampas o instantneas que

    eternizan, en la hueca frivolidad de unos jvenes adinerados o en el despertar de unadolescente al mundo adulto del amor, a algunos de sus pobladores. Otros, encambio, como La casa de huspedes y Un triste caso, condensan en pocaspginas unas historias que revelan toda la complejidad psicolgica de un mundo, y,principalmente, las frustraciones sentimentales y sexuales de una sociedad que hametabolizado en instituciones y costumbres las restricciones de ndole religiosa ymltiples prejuicios. Sin embargo, aunque la visin de la sociedad que los cuentosde Dublineses ofrecen es seversima a veces sarcstica, a veces irnica, a vecesabiertamente feroz-ste es un aspecto secundario del libro. Sobre lo documental ycrtico, prevalece siempre una intencin artstica. Quiero decir que el realismo deJoyce est ms cerca del de Flaubert que del de Zola. Ezra Pound, que se equivocen muchas cosas, pero que acert siempre en materias estticas, fue uno de losprimeros en advertirlo. Al leer, en 1914, el manuscrito del libro que rodaba desde hacanueve aos de editor en editor sin que alguno se animara a publicarlo, sentenci que

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    aquella prosa era la mejor del momento en la literatura de lengua inglesa slocomparable a la de Conrad y a la de Henry James y que lo ms notable de ella erasu objetividad.

    El juicio no puede ser ms certero. El calificativo vale para el arte de Joyce en suconjunto. Y donde aquella objetividad aparece primero, organizando el mundonarrativo, dando al estilo su coherencia y movimiento especfico, estableciendo unsistema de acercamiento y distancia entre el lector y lo narrado, es en Dublineses.Qu hay que entender por objetividad en arte? Una convencin o apariencia que,en principio, nada presupone sobre el acierto o el fracaso de la obra y que es por lotanto tan admisible como su opuesto: la del arte subjetivo. Un relato es objetivocuando parece proyectarse exclusivamente sobre el mundo exterior, eludiendo laintimidad, o cuando el narrador se invisibiliza y lo narrado aparece a los ojos del lectorcomo un objeto autosuficiente e impersonal, sin nada que lo ate y subordine a algoajeno a s mismo, o cuando ambas tcnicas se combinan en un mismo texto comoocurre en los cuentos de Joyce. La objetividad es una tcnica, o, mejor dicho, el efectoque puede producir una tcnica narrativa, cuando ella es eficaz y ha sido empleada sintorpezas ni deficiencias que la delaten, haciendo sentir al lector que es vctima de una

    manipulacin retrica. Para lograr esta hechicera, Flaubert padeci indeciblemente loscinco aos que le tom escribirMadame Bovary. Joyce, en cambio, que sufri lo suyocon los titnicos trabajos que le demandaron Ulises y Finnegans Wake, escribi estosrelatos ms bien de prisa, con una facilidad que maravilla (y desmoraliza).

    El Dubln de los cuentos se delinea como un mundo soberano, sin ataduras, graciasa la frialdad de la prosa que va dibujando, con precisin matemtica, las callesmacilentas donde juegan sus nios desarrapados y las pensiones de sus srdidosoficinistas, los bares donde se emborrachan y pulsean sus bohemios y los parques ycallejones que sirven de escenario a los amores de paso. Una fauna humanamulticolor y diversa va animando las pginas, en las que, a veces, algunos individuoslos nios, sobre todo hablan en primera persona, contando algn fracaso oexaltacin, y, otras, alguien, que puede ser todos o nadie, relata con voz tan poco

    obstructora, tan discreta, tan soldada a aquellos seres, objetos y situaciones quedescribe, que constantemente nos olvidamos de ella, demasiado absorbidos comoestamos por aquello que cuenta para advertir que nos est siendo contado.

    Es ste un mundo seductor, codiciable? En absoluto; ms bien, srdido, alito demezquindades, estrecheces y represiones, sobre el que la Iglesia ejerce una tutelaminuciosa, intolerable, y donde el nacionalismo, por ms explicable que nos parezcacomo reaccin contra el estatuto semicolonial del pas, origina distorsiones culturales ycierto provincialismo mental en algunas de sus gentes. Pero, para darnos cuenta detodas estas deficiencias, es preciso salir del mundo narrado, hacer un esfuerzo dereflexin crtica. Su fealdad slo aparece despus de la lectura. Pues, mientrasestamos inmersos en su magia, esa sordidez no puede ser ms bella ni sus gentes aun las ms ruines y chatas ms fascinantes. Su atractivo no es de ndole moral, ni

    obedece a consideraciones sociales: es esttico. Y que podamos hacer esta distincines, precisamente, proeza del genio de Joyce, uno de los escassimos autorescontemporneos que ha sido capaz de dotar a la clase media la clase sin herosmopor excelencia de un aura heroica y de una personalidad artstica sobresaliente,siguiendo tambin en esto el ejemplo de Flaubert. Ambos realizaron esta dificilsimahazaa: la dignificacin artstica de la vida mediocre. Por la sensibilidad con que esrecreada y por la astucia con que nos son referidas sus historias, la rutinaria existenciade la pequea burguesa dublinesa cobra en el libro las dimensiones de la riqusimaaventura, de una formidable experiencia humana. El naturalismo de Joyce, adiferencia del de Zola, no es social, no est guiado por otra intencin que la esttica.Ello hizo que Dublineses fuera acusado de cnico por algunos crticos ingleses alaparecer. Acostumbrados a que aquella tcnica realista de escribir historias vinieraaderezada de propsitos reformadores y sentimientos edificantes, se desconcertaronante unas ficciones que pese a su apariencia testimonial e histrica no hacan explcita

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    una condena moral sobre las iniquidades e injusticias que mostraban. A Joyce que,cuando escribi estos cuentos, se llamaba a s mismo un socialista nada de esto leinteresaba, por lo menos cuando se sentaba a escribir: ni informar ni opinar sobre unarealidad dada, sino, ms bien, recrearla, reinventarla, dndole la dignidad de unhermoso objeto, una existencia puramente artstica.

    Y eso es lo que caracteriza y diferencia al Dubln de Joyce del otro, el pasajero, elreal: ser una sociedad en ebullicin, hirviente de dramas, sueos y problemas, que hasido metamorfoseada en un precioso mural de formas, colores, sabores y msicasrefinadsimas, en una gran sinfona verbal en la que nada desentona, donde la msbreve pausa o nota contribuye a la perfecta armona del conjunto. Las dos ciudades separecen, pero su parecido es un engao sutil y prolongado, pues aunque esas calleslleven los mismos nombres, y tambin los bares, comercios y pensiones, y aunqueRichard Ellmann, en su admirable biografa, haya sido capaz de identificar a casi todoslos modelos reales de los personajes de los cuentos, la distancia entre ambas esinfinita, porque sus esencias son diferentes. La ciudad real carece de aquellaperfeccin que slo la ilusin artstica de la vida nunca la vida puede alcanzar, y,tambin, de esa naturaleza acabada, esfrica, que ese tumulto incesante y vertiginoso

    que es la vida verdadera, la vida hacindose, nunca puede tener. El Dubln de loscuentos ha sido purgado de imperfecciones o fealdades o, lo que es lo mismo, stashan sido trocadas por la varita mgica del estilo en cualidades estticas, mudado enpura forma, en una realidad cuya esencia est hecha de esa impalpable, evanescentemateria que es la palabra; es decir, en algo que es sensacin y asociaciones, fantasay sueo antes que historia y sociologa. Decir, como lo hizo algn crtico, que la ciudadde Dublineses careca de alma es una frmula tolerable, a condicin de que no sevea en ello una censura. El alma de la ciudad donde los mozalbetes de Unencuentro esquivan las acechanzas de un homosexual, donde la empleadita Evelinevacila entre fugarse a Buenos Aires o seguir esclavizada a su padre y donde LittleChandler rumia su melancola de poeta frustrado, est en la superficie, es esaexterioridad sensorial tan elegante que imprime una arbitraria grandeza a las miserias

    de sus apocados personajes. La vida, en esas ficciones, no es la fuerza profunda eimprevisible que anima al mundo real y le confiere su precariedad intensa, su vaivninestable, sino una especie de brillo glacial, de destello inmvil, de que han sidodotados los objetos y los seres por obra de una prestidigitacin verbal. Y nada mejor,para comprobarlo, que detenerse a contemplar, con la calma y la insistencia que exigeuna pintura difcil, aquellas escenas de Dublineses que parecen rendir tributo a unaesttica romntica de paroxismo sentimental y truculencia anecdtica. La sbitadecisin de Eveline, por ejemplo, de no fugarse con su amante, o la paliza que elborrachn de Farrington le inflige en Duplicados a su hijo Tom para desahogar enalguien sus frustraciones, o el llanto de Gabriel Conroy, al final de Los muertos,cuando descubre la pasin juvenil de Michael Furey, el muchacho tuberculoso, porGretta, su mujer. Son episodios que, en cualquier relato romntico, estimularan la

    efusin retrica, la sobrecarga emocional y plaidera. Aqu, la prosa los ha enfriado,infundindoles una categora plstica y privndolos de cualquier indicio deautocompasin y del menor chantaje emocional al lector. Lo que entraan esasescenas de confusin y desvaro ha desaparecido y, por obra de la prosa, se ha vueltoclaro, limpio y exacto. Y es precisamente esa frigidez que envuelve a aquellosepisodios excesivos los que excita la sensibilidad del lector. ste, desafiado por laindiferencia divina del narrador, reacciona, entra emotivamente en la ancdota, y seconmueve.

    Es cierto que Joyce desarroll en Ulises primero y luego en FinnegansWake (aunque, en este ltimo libro, excediendo su audacia experimental hastaextremos ilegibles) a destreza y el talento que haba mostrado antes en Retrato delartista adolescente y en Dublineses, pero los cuentos de su primer intento narrativoexpresan ya lo que esas obras mayores confirmaran caudalosamente: la supremaaptitud de un escritor para, sirvindose de menudos recuerdos de su mundillo natal y

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    de una facilidad lingstica sobresaliente, crear un mundo propio, tan bello como irreal,capaz de persuadirnos de una verdad y una autenticidad que slo son obra de sumalabarismo intelectual, de su fuego de artificio retrico; un mundo que, a travs de lalectura, se aade al nuestro, revelndonos algunas de sus claves, ayudndonos aentenderlo mejor, y, sobre todo, completando nuestras vidas, aadindoles algo queellas por s solas nunca sern ni tendrn.

    Londres, 17 de noviembre de 1987

    En La verdad de las mentiras, ensayos sobre literatura. Madrid, Alfaguara, 2002

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