12
Dossier: Los otros intelectuales: curas, maestros, intelectuales de pueblo, periodistas y autodidactas Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 17, 2013, pp. 169-180 Ana Teresa Martínez conicet / Universidad Nacional de Santiago del Estero Intelectuales de provincia: entre lo local y lo periférico P.B. Il y a un bon usage du malentendu. R.D. C’est là tout le jeu et l’enjeu culturels. 1 Poco tiempo después de la publicación del ya clásico La gran matanza de gatos, de Robert Darnton, Bourdieu invitó a este autor a un de- bate que sumaba también a Roger Chartier, para realizar una “libre confrontación cientí- fica” en torno al libro, a fin de publicarla des- pués, concretando así una modalidad de “re- seña” que evitara “los efectos de imposición un tanto terroristas” que acompañan a ese género académico. 2 En ese debate, luego de pasar por asperezas y malentendidos vincula- dos a la diversidad de tradiciones culturales de los participantes, que se materializaban en críticas y defensas de diverso tipo de la “his- toria de las mentalidades” a la francesa, en- frentadas a la propuesta de una “historia an- tropológica”, la discusión se fue volviendo cooperativa y confluyendo hacia los proble- mas de la unidad cultural y la diferenciación social. El problema era a la vez disciplinar, metodológico y epistemológico, y se plan- 1 “Dialogue à propos de l’histoire culturelle”, debate en- tre Robert Darnton, Roger Chartier y Pierre Bourdieu a raíz de la publicación del libro del primero, La gran ma- tanza de gatos, publicado en Actes de la recherche en sciences sociales, vol. 59, septiembre de 1985, pp 86-93. 2 Ibid. teaba evidentemente en la época, sobre el trasfondo del estructuralismo. Considerar la cultura “como un sistema simbólico”, se de- cía, no es suficiente si no se plantea la rela- ción de ese sistema con el mundo social que lo produce. Esto significaba, sin embargo, algo mucho más complejo que el movimiento de ida y retorno reiterado del texto al con- texto y de este a aquel: el sistema simbólico es producto de un sistema de producción, en que el carácter diferenciado de los agentes, no sólo en sus posiciones recíprocas, sino en su grado de especialización y en su pertenen- cia o no a un espacio diferencial, relativa- mente autónomo, de producción, constituyen datos que no pueden evitarse. De ser así, “La gran matanza de gatos” no debía ser leída en el mismo registro epistemológico y metodo- lógico que otros capítulos del libro, referidos a la Enciclopedia o a Rousseau. Más allá de su intención exitosa de rehabilitar la comple- jidad simbólica del mundo de los imprenteros y de sus gatos “buenos para pensar”, Darnton acordaba con Bourdieu que las relaciones en- tre los productos culturales (siempre comple- jos) y los mundos sociales en que se produ- cen se plantean diferencialmente, y que es precisamente esta diferencia lo que interesa aprehender en cada caso. Las prácticas y los productos culturales no se vincularían así con un sistema simbólico correspondiente al con-

MARTINEZ- Intelectuales de Provincia - 2013

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Sociología de la cultura

Citation preview

  • Dossier: Los otros intelectuales: curas, maestros, intelectuales de pueblo, periodistas y autodidactas

    Prismas, Revista de historia intelectual, N 17, 2013, pp. 169-180

    Ana Teresa Martnez

    conicet / Universidad Nacional de Santiago del Estero

    Intelectuales de provincia:entre lo local y lo perifrico

    P.B. Il y a un bon usage du malentendu.R.D. Cest l tout le jeu et lenjeu culturels.1

    Poco tiempo despus de la publicacin del ya clsico La gran matanza de gatos, de Robert Darnton, Bourdieu invit a este autor a un de-bate que sumaba tambin a Roger Chartier, para realizar una libre confrontacin cient-fica en torno al libro, a fin de publicarla des-pus, concretando as una modalidad de re-sea que evitara los efectos de imposicin un tanto terroristas que acompaan a ese gnero acadmico.2 En ese debate, luego de pasar por asperezas y malentendidos vincula-dos a la diversidad de tradiciones culturales de los participantes, que se materializaban en crticas y defensas de diverso tipo de la his-toria de las mentalidades a la francesa, en-frentadas a la propuesta de una historia an-tropolgica, la discusin se fue volviendo cooperativa y confluyendo hacia los proble-mas de la unidad cultural y la diferenciacin social. El problema era a la vez disciplinar, metodolgico y epistemolgico, y se plan-

    1 Dialogue propos de lhistoire culturelle, debate en-

    tre Robert Darnton, Roger Chartier y Pierre Bourdieu a raz de la publicacin del libro del primero, La gran ma-tanza de gatos, publicado en Actes de la recherche en sciences sociales, vol. 59, septiembre de 1985, pp 86-93.2 Ibid.

    teaba evidentemente en la poca, sobre el trasfondo del estructuralismo. Considerar la cultura como un sistema simblico, se de-ca, no es suficiente si no se plantea la rela-cin de ese sistema con el mundo social que lo produce. Esto significaba, sin embargo, algo mucho ms complejo que el movimiento de ida y retorno reiterado del texto al con-texto y de este a aquel: el sistema simblico es producto de un sistema de produccin, en que el carcter diferenciado de los agentes, no slo en sus posiciones recprocas, sino en su grado de especializacin y en su pertenen-cia o no a un espacio diferencial, relativa-mente autnomo, de produccin, constituyen datos que no pueden evitarse. De ser as, La gran matanza de gatos no deba ser leda en el mismo registro epistemolgico y metodo-lgico que otros captulos del libro, referidos a la Enciclopedia o a Rousseau. Ms all de su intencin exitosa de rehabilitar la comple-jidad simblica del mundo de los imprenteros y de sus gatos buenos para pensar, Darnton acordaba con Bourdieu que las relaciones en-tre los productos culturales (siempre comple-jos) y los mundos sociales en que se produ-cen se plantean diferencialmente, y que es precisamente esta diferencia lo que interesa aprehender en cada caso. Las prcticas y los productos culturales no se vincularan as con un sistema simblico correspondiente al con-

  • 170 Prismas, N 17, 2013

    junto de la sociedad, sino cada vez con mun-dos diferentes donde se refractan las signifi-caciones y se deslizan los significados entre espacios de sentidos prcticos diversos. Si los obreros se divierten recordando la masacre de gatos delante de sus patrones, es porque preci-samente concluyen Bourdieu y Darnton al final del debate hay usos sociales diferencia-dos de sistemas simblicos parcialmente com-partidos y parcialmente sujetos al malenten-dido, que desarrollan toda clase de complejos juegos estratgicos que se vuelven posibles aprovechando precisamente esa franja de am-bigedad. Al llegar a este punto, Bourdieu ha-bla del buen uso del malentendido y Darn-ton se entusiasma: he aqu todo el juego y lo que est en juego en la cultura.3

    Los estudios de sociologa de la cultura y de historia intelectual se han centrado particu-larmente en el anlisis de campos culturales centrales y de productores culturales que han alcanzado consagracin y reconocimiento al menos nacional. Este enfoque ha dejado fuera a intelectuales y espacios sociales considera-dos locales por su condicin perifrica, que han incidido en la construccin de esos cam-pos desde una posicin marginal y que han desempeado roles significativos en la repro-duccin, la circulacin y la apropiacin cultu-ral. En este trabajo proponemos una serie de reflexiones conceptuales que intentan avanzar en la produccin de instrumentos tericos para romper con las circunscripciones nacio-nales que organizan el anlisis del espacio social de la cultura repitiendo en el anlisis el mismo esquema de dominacin que lo confi-gura. Analizamos as el concepto de lo lo-cal y la condicin pueblerina y de provincia-na, en sus caractersticas generales de posicin y de especificidad. Del debate entre Bourdieu, Darnton y Chartier retendremos la

    3 La traduccin de todas las referencias literales al debate

    es ma.

    conclusin sobre el buen uso del malenten-dido al movernos entre mundos diferencia-dos, a fin de adentrarnos con ella en los pro-blemas tericos y a la vez epistemolgicos y metodolgicos que nos plantea tanto el estu-dio de esto que llamamos figuras mediado-ras, como el de los intelectuales de pueblo y de provincia, que son tambin en buena medida lo primero. Desde esta perspectiva, parece haber algo en comn a reflexionar en todos los casos.

    Distinciones conceptuales

    De Gramsci o Mannheim a Bourdieu, pasando por Raymond Williams y Foucault, la cons-truccin de instrumentos tericos para descri-bir adecuadamente el espacio y los agentes de la produccin cultural se ha detenido reitera-damente en la definicin y la posicin del in-telectual dentro de la sociedad, en su rela-cin con el Estado y las clases dominantes.

    Recordaremos aqu rpidamente dos posi-ciones tpicamente diferentes aunque no con-tradictorias. Raymond Williams, en su obra de sntesis terica, publicada en 1981, opta explcitamente por hablar de productores culturales y no de intelectuales a fin de abarcar en una misma categora la ms amplia gama posible de agentes que intervienen en los procesos de elaboracin, circulacin y apropiacin cultural. La opcin se vincula con su preocupacin por precisar conceptos que vienen siendo utilizados con sentidos dis-pares en un campo de estudios en pleno pro-ceso de conformacin, gracias a la convergen-cia de estudios literarios, lingstica, historia de la cultura, sociologa emprica america na de la cultura contempornea e historia de las men-talidades de cuo francs. En este contexto, busca definir un programa de sociologa de la cultura que no se superponga a otras discipli-nas convergentes y, abarcando el conjunto de los problemas, aporte una especificidad desde

  • Prismas, N 17, 2013 171

    el enfoque sociolgico.4 Cuidadoso de la di-mensin histrica insoslayable de su pro-grama, y sabindose a la vez en dilogo con el empirismo de buena parte de la sociologa americana, el libro est atravesado de recau-dos contra el teoricismo y la preocupacin de no trasponer ingenuamente casos particulares en conclusiones generales. Productores cul-turales, dice, es un trmino abstracto pero deliberadamente neutral. Y le permite dejar de lado la conceptualizacin que ya Mann-heim y Gramsci haban utilizado cada uno en el contexto de problemticas diferentes para denominar un cierto tipo de productores, sin lograr superar las ambigedades surgidas de intentar precisar esa clase en un contexto ms amplio de problemas que los de la socio-loga del conocimiento de Mannheim o las preguntas sobre el lugar poltico de estos pro-ductores en la lucha de clases. Buscando una definicin terica ms eficaz que la clsica de la antropologa cultural, la sistematizacin terica de Williams converge hacia una defi-nicin de cultura como sistema significante realizado, analizable en sus prcticas mani-fiestas. Especificando as disciplinarmente su construccin terica de objeto, el concepto de productor cultural resulta efectivamente adecuado para abarcar los amplios tipos de casos que le interesa analizar.

    Diferente es la preocupacin de Pierre Bour- dieu, quien inscripto en la tradicin durkhei-miana, epistemolgicamente despreocupado de las especificaciones disciplinares, trabaja en la propuesta de una economa de las prcticas so-ciales, que al mismo tiempo sea cuidadosa de la historicidad de los objetos sin renunciar a sostener hiptesis que puedan replicarse como esquemas de anlisis comparativo, subordina-dos a sus condiciones de aplicacin caso por caso. Su preocupacin por la sociologa de los

    4 Raymond Williams, Sociologa de la cultura, Barce-

    lona, Paids, 1994 [1981].

    intelectuales se incluye as en otro tipo de pro-yecto, donde el anlisis de la divisin del tra-bajo social lo conduce a formular una teora del mundo social como espacio de indefinidas posiciones diferenciales posibles, analizables caso por caso, pero dotado por hiptesis de ciertas homologas estructurales entre espacios diferenciados de posiciones comparables entre s. Al mismo tiempo, esta nocin de campo se articula en su propuesta con una teora de la accin social donde la dimensin pre-reflexiva en trminos de disposiciones refiere no slo a experiencias de clase y de trayectoria, sino tambin de profesin, es decir, de modalida-des de incorporacin de las determinaciones sociales, los saberes, los vnculos, la percep-cin y la apreciacin de lo que est en juego en el espacio social del que se forma parte. Es esta idea general del mundo social como espa-cio cualitativo y discontinuo de diferencias la que hace interesante su idea de intelectual que no excluye la nocin amplia de productor cul-tural, sino que la especifica. Para Bourdieu un intelectual es un agente que desde una po-sicin relativa en un espacio social relativa-mente autnomo de produccin cultural, ha-ciendo valer el peso de ese capital simblico especfico, interviene en otros campos, como el de la poltica o las luchas sociales. Como siempre ocurre en las ciencias sociales, hay un modelo implcito, que es el Zola del Affaire Dreyfus, no por casualidad en la generacin siguiente a la de la autonomizacin del campo literario en Francia, como Bourdieu muestra en Las reglas del arte.

    Pero aqu reflexionamos sobre los otros intelectuales y sobre los intelectuales de pro-vincia y los intelectuales de pueblo. Y esto nos pone frente a la necesidad de prestar aten-cin a toda una variedad de condiciones, posi-ciones y modos de operar que no responden, al menos mecnicamente, al perfil de intelectual que venimos de desplegar, aunque s caben per-fectamente en la figura amplia del productor cultural. Decimos que esta vez nos interesan

  • 172 Prismas, N 17, 2013

    los otros, los que no se han desenvuelto en un campo relativamente autnomo donde apo-yarse y acumular capital especfico para trans-ferir a las luchas polticas, sociales y cultura-les; o, si lo han hecho, se encuentran ubicados como productores en zonas demasiado margi-nales de esos campos como para poder contar con un capital de visibilidad que hacer valer en espacios centrales de poder. Sin embargo, los casos estudiados nos muestran que estos agen-tes han intervenido de distintos modos, apo-yndose en saberes adquiridos y validados por otros caminos o en lugares sociales habilitantes de otras maneras para la produccin cultural. Es el estudio de estos entramados de relaciones caso por caso lo que nos permite interiorizar-nos en mundos culturales y sociales complejos, que no entran en categoras genricas y que nos devuelven a la variedad y la especificidad de la inevitable historicidad del objeto en las ciencias sociales. Sin embargo, recorrida la diversidad y la riqueza de los casos, necesitamos organizar-los y conceptualizar para poder ir ms all de la deixis indefinidamente reiterada. Porque ade-ms, si algo hemos aprendido de Bourdieu y de Williams, es que hasta que no logramos cono-cer el conjunto de las relaciones que despliegan efectos en un espacio social (o en una forma-cin) no hemos aprendido nada sobre ninguno de sus elementos parciales. Y esto ya no es es-tructuralismo, sino el abc de la construccin de un objeto sociolgico.

    Categoras y divisiones

    A los efectos del anlisis, podramos diferen-ciar, para comenzar, tres tipos de casos que se definen recprocamente: los que podramos llamar intelectuales de provincia, los intelec-tuales de pueblo y la categora ms amplia de quienes cumplen un rol central no tanto en la produccin como en la instalacin de sentidos en una determinada sociedad, como los curas o los maestros.

    Antes de entrar en cada categora, es funda-mental recordar las condiciones epistemolgi-cas de la construccin de este tipo de series. No debemos olvidar que se trata de una escala de diferencias no homognea, ni en los crite-rios definitorios ni en los rasgos pertinentes seleccionados. Y sin embargo, con esta im-perfeccin que nos pone lejos de la interpre-tacin realista de las categoras, configuran bajo ciertos criterios una escala, con solapa-mientos y pequeos hiatos, constituidos en parte precisamente por la diversidad de puntos de vista diferenciadores que ponemos en juego. Concretamente: un intelectual de provincia est en su espacio en una posicin homloga a la de un intelectual de la capital, aunque subor-dinada si lo miramos respecto de aquel y de la relacin de un espacio con otro. La cuestin sigue siendo cmo definir esa posicin y acla-rar de qu se trata esa subordinacin. Pero un intelectual de pueblo tiene una posicin hom-loga al de provincia, en una escala menor. Ha-br que analizar respecto de qu es pertinente considerar la escala. A su vez, la categora ms amplia, que podemos llamar desde cierto punto de vista los reproductores culturales, apare-cen en el mbito de la cultura en un lugar su-bordinado respecto de los que llamamos tpi-camente intelectuales, y sin embargo no podemos decir que ningn agente concreto, histrico, emprico, sea solamente un produc-tor o solamente un reproductor de bienes sim-blicos. No hay produccin a partir de nada, ni reproduccin que no realice recortes, interpre-tacin, produccin. Qu era el Menocchio de Ginzburg? Un productor subordinado?, un extemporneo intelectual de pueblo?, o un re-productor creativo de sus lecturas? Yo dira que las tres cosas a la vez, segn el punto de vista desde el que lo miremos.

    Al mismo tiempo, si nos centramos en el rol mediador de algunos agentes centrales de la reproduccin y la circulacin en el campo de la cultura, su lugar en ciertas condi-ciones puede resultar dominante sobre los

  • Prismas, N 17, 2013 173

    productores y los intelectuales, como sucede con el caso de los editores o los curadores de muestras. En realidad, lo que vale la pena para hacer rendir el anlisis es hacer el esfuerzo de moverse entre los diversos puntos de vista y criterios de clasificacin de agentes, que nunca son una sola cosa. Las categoras produc-cin, reproduccin, circulacin, media-cin, recepcin slo son tiles si las pensa-mos como no excluyentes, y la de intelectual, si en el caso tiene valor heurstico para com-prender dinmicas de intercambio entre luga-res diferenciales del espacio social. Moverse con libertad entre los trminos, conscientes de lo que se hace y dice, parece ser la mejor regla metdica al respecto. Recordar que en todos los casos se trata de productores y a la vez de mediadores, sin perder de vista las posi-ciones diferenciales y la diversidad de disposi-ciones, es importante para no olvidar lo que unos y otros tienen en comn.

    Y en general habr que evaluar en cada caso qu aportan estas categorizaciones a la comprensin de los textos y otros productos culturales, a la interpretacin de la produc-cin cultural en general y al conocimiento de la construccin de discursos sociales hegem-nicos, de la instalacin de sentidos en los es-pacios sociales.

    Esta toma de conciencia del carcter idealtpico de los instrumentos conceptua-les no constituye una enunciacin ritual para continuar luego operando como si se tratara de una tipologa realista, sino, por el contra-rio, es una cuestin central que nos invita a organizar el conjunto explorando los bordes, los matices, lo que ocurre en los solapamien-tos, all donde se condensa y se hace mani-fiesta la historicidad de nuestro objeto.

    Intelectuales de provincia e intelectuales de pueblo

    El intelectual de provincia y el de pueblo pare-cen entonces ocupar posiciones homlogas

    cada uno en su espacio, pero hay entre ellos una diferencia en las caractersticas del nudo de rela-ciones en que se insertan. El intelectual de pro-vincia es un capitalino del interior, cuyo espacio aparece circunscripto a una delimitacin pol-tica estatal especfica, y que puede ser en caso de que la haya el centro de una red ms amplia de la que formen parte pueblos y ciudades me-nores. El intelectual de pueblo tiene un espacio de referencia acotado a la poblacin en que vive y a las redes de las que forma parte, en posicin predominantemente perifrica. Todo esto sin ol-vidar que las redes de circulacin pueden cru-zarse, constituir circuitos y regiones de inter-cambio segn lgicas diversas que no siempre se articulan en la forma centro-periferia y que hay que descubrir caso por caso.

    Desde otro punto de vista, la provincia y el pueblo parecen diferenciarse sobre todo en la escala: una capital de provincia constituye ha-bitualmente un centro donde se concentran ms recursos de todo tipo que los de un pue-blo. Sin embargo, ambos comparten sobre todo una cierta densidad del espacio vivido que podramos llamar el locus, aquello que produce lo local. Pero lo que constituye los centros tambin es un cierto locus que, por las condiciones de circulacin de bienes simblicos en el sistema capitalista e indus-trial, adquiere niveles de acumulacin, una es-pecificidad y cierta entidad de centro recono-cido como tal. La imagen parece la de una telaraa mltiple, que hara intil el anlisis de lo que se repite con mayor o menor magnitud segn el caso. Pero como deca Bourdieu del estudio de los barrios pobres de Francia, esto no puede abordarse sin romper con el pensa-miento sustancialista, haciendo un anlisis de las relaciones entre las estructuras del espa-cio social y las estructuras del espacio fsico.5 Como bien sealan Ana Clarisa Agero y

    5 Pierre Bourdieu, La misre du monde, Pars, Seuil,

    1993, p 159.

  • 174 Prismas, N 17, 2013

    Diego Garca, aqu es capital delimitar cul es el contexto pertinente para cada anlisis, y para esto se necesita decidir criterios.6 Lo cuantitativo, en determinadas condiciones, puede tener consecuencias cualitativas impor-tantes. Avanzar en este anlisis, nos parece, requiere dos abordajes simultneos: el de lo local en cuanto locus y el de la periferia en cuanto diferencia pero tambin desigualdad.

    El locus

    El recurso al trmino latino es slo un modo entre otros posibles de aproximarnos a la idea de un espacio cualitativo. El locus (vincu-lado al lochus griego, que curiosamente re-mite a la emboscada) nos refiere a una ampli-tud de sentidos, muchos de los cuales estn an operantes en los usos del trmino lugar en castellano: el sitio en tanto localidad o re-gin; el puesto como punto del espacio asig-nado, por ejemplo para un viga o la posicin de un soldado en la batalla; la ocasin en que una palabra es adecuada o est fuera de lu-gar; el punto en un orden de posiciones, como el lugar de un pasaje en un libro. Tam-bin se encuentran usos vinculados a las cate-gorizaciones del mundo social: la condicin, la clase, el cargo, la dignidad son locus socia-les; otros ms especficos y sugerentes como la designacin del tero, y en construcciones adverbiales el espacio se cruza con la metafo-rizacin del tiempo: ad id locorum: hasta este momento.

    El recorrido por el diccionario de latn per-mite visualizar las dos maneras clsicas de considerar el espacio, una referida al espacio representado, hecha de relaciones entre posi-

    6 Ana Clarisa Agero y Diego Garca (comps.), Intro-

    duccin a Culturas interiores. Crdoba en la geografa nacional e internacional de la cultura, La Plata, Al Mar-gen, 2010.

    ciones que adquieren sentido unas respecto de otras, y otra cualitativa, que nos enva al espa-cio habitado, balizado y experimentado en las prcticas de los sujetos. Espacio geomtrico y espacio antropolgico, dira Merleau-Ponty, el locus remitira a ambos, pero los usos del trmino que presenta el artculo del dicciona-rio precisamente subordinan el primero al se-gundo. El acento est puesto en lo que pode-mos llamar el sentido prctico del espacio. Es en esta segunda lnea donde el espacio se constituye por las prcticas: es la marcha rei-terada la que genera el camino; la aglomera-cin de personas la que produce la ciudad; un tipo de mirada aprendida la que convierte la montaa o el desierto en paisaje; la ocupacin prolongada por generaciones la que hace de un lugar cualquiera un lugar propio, un pago. Estas prcticas significantes dotan al espacio de memorias, le etiquetan la magia de los nom- bres propios que lo balizan, producen lugares diferenciales con retazos de otras prcticas y nombres, bricolando con lugares semnticos dispersos los relatos y los rumores que se le asocian y constituyen la particularidad del lu-gar y la pertenencia, atando a los sujetos a un tiempo y un espacio que les pertenece y al que pertenecen.7

    Se puede vivir en la provincia o en el pue-blo con el deseo y el pensamiento en la capi-tal, pero los pies, el cuerpo, el entraamiento que demarca el lmite y la posibilidad difcil-mente escapen a la provincia o al pueblo, y si escapan efectivamente en algn punto de la trayectoria, lo hacen llevando consigo los ejes estructuradores de la experiencia. Es por esto que analizar lo que constituye la experiencia de provincia y de pueblo puede proveernos no de conocimiento, pero s de hiptesis heursti-cas que nos guen en la bsqueda de indicios. Qu es un intelectual de pueblo o de provin-

    7 Michel de Certeau, Linvention du quotidien. Arts de

    faire, Pars, Gallimard, col. Folio, 1990.

  • Prismas, N 17, 2013 175

    cia? Un intelectual que all naci? Vivi? Por cunto tiempo? Cul es el umbral a cru-zar para volverse nacional? Es Ricardo Rojas un intelectual de provincia? Dej de serlo Canal Feijoo cuando se traslad a Bue-nos Aires?

    La provincia y el pueblo, en tanto locus, espacio cualitativo practicado y convertido en sentido prctico, suponen lmite y posibilidad.

    La condicin pueblerina y de provinciana

    Los lmites cuantitativos (los de la escala) se imponen configurando cualitativamente los espacios culturales y acadmicos. No se trata slo de registrar la situacin de campo inte-lectual reducido cuando existente en el pueblo o la provincia, sino de reflexionar so-bre qu significa.

    Registramos habitualmente las dificultades de profesionalizacin en un medio en que es difcil vivir de una profesin como la literatura, la pintura, incluso la produccin en ciencias humanas y sociales, con pocos puestos univer-sitarios en el caso de que los haya y orienta-dos as los productores a la docencia secunda-ria o el ejercicio de otras profesiones ms lucrativas, con lo que tienen de absorbentes. Tambin solemos registrar la asimetra de los mecanismos de consagracin, que hacen que la misma slo parezca valer plenamente cuando se produce en un centro (Buenos Aires, Pars, Nueva York), donde se confirma cualquier con-sagracin anterior. Pero hay otras dimensiones a considerar que suelen escaprsenos.

    Lo que expondremos a continuacin no pa-rece ser igual para todas las reas de la pro-duccin cultural: cuanto menos importante sea el trabajo colectivo y la confrontacin, menos parece incidir. Es difcil decir que Juan L. Ortiz haya sido un poeta de pueblo, aunque haya vivido en un pueblo como empleado de correos hasta su muerte. En todo caso este de-

    talle incide slo en su posibilidad de consa-gracin, pero no es tan probable que tenga las consecuencias que mencionaremos. En cam-bio, el santiagueo Hiplito Noriega, por ejemplo, slo puede ser visto como un inte-lectual de provincia en el sentido que detalla-mos abajo; o los hermanos Wagner ser consi-derados arquelogos de provincia, aunque hayan nacido en Europa y mantenido vncu-los de amistad con Paul Rivet o correspon-dencia con el Smithsonian Institut.8

    1) Frente a las reglas de la confrontacin cientfica, del intercambio literario, del de-bate artstico, que permite que las obras se en-riquezcan pasando a formar parte de un circuito de aprendizajes, de valoracin y de crtica, la provincia y el pueblo carecen de la masa crtica cotidiana que obliga y habilita el intercambio. Dada la baja diferenciacin de los espacios de socialidad, la produccin en soledad o en el complejo dilogo con los no especialistas tien - de a agotarse y esto es lo importante a rete-ner en meros intercambios de reconocimiento y en las reciprocidades del capital simblico no especfico.

    2) Esta inexistencia o limitacin de los campos de produccin especfica son el pro-ducto y a la vez generan la inespecificidad del capital simblico que se acumula y canjea: la publicacin de un libro que muy pocas perso-nas localmente han ledo o leern genera sin embargo el halo de intelectualidad que marca ms un lugar social que una competencia. Las colecciones de lujo de autores locales que pu-blican instituciones ligadas al poder local, con el mero objeto de ser exhibidas, forman parte de este juego de complacencias. Si hay luga-res donde los ttulos universitarios y los libros

    8 Vase Ana Teresa Martnez, Constanza Taboada y

    Alejandro Auat, Los hermanos Wagner: entre ciencia, mito y poesa. Arqueologa, campo arqueolgico nacio-nal y construccin de identidad en Santiago del Estero. 1920-1940, 2 ed., Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2011.

  • 176 Prismas, N 17, 2013

    publicados tienden a funcionar como ttulos de nobleza o como medallas, es decir como marcadores de una esencia superior, estos son las capitales de provincias y los pueblos.

    3) Lo que hay que tener en cuenta es que la marca del lugar social que aqu se genera es mucho ms indeleble que la del prestigio cien-tfico o artstico (que debe renovarse en el tiem- po) y tiende a generar espacios de poder per-manentes poder de consagracin y poder de admisin al campo, en los que las luchas por los espacios de produccin no se vinculan tanto al capital cientfico o a la calidad y la originalidad de la obra, cuanto al poder pol-tico de generar relaciones y mover influencias una vez adquirido ese lugar social. Las inicia-tivas novedosas tienden as a obturarse antes de nacidas, entre las lgicas de los poderes personales y los prestigios que nadie sabe bien en qu se fundan.

    4) La dureza de las reglas de la industria editorial capitalista, sumada a la dificultad para contactar empresas editoriales comercia-les, confina an hoy con frecuencia a los pro-ductores de provincia y de pueblo a publicar en ediciones universitarias de circulacin n-fima o nula fuera de la localidad, e incluso a las publicaciones de autor, financiadas con los propios recursos o la subvencin obtenida, sin la mediacin de una editorial reconocible. La publicacin de autor se convierte tam-bin en una eleccin cuando se ha escogido la provincia como lugar nico de circulacin, ya que la contraparte que se obtiene es el rol re-ducido o inexistente de los sistemas de eva-luacin, que habilita la circulacin en un mismo plano de obras heterogneas en cali-dad y permite conservar a bajo costo el lugar social del productor cultural y ocasional-mente el de intelectual.

    5) Al mismo tiempo, esta misma dimen-sin reducida, convertida en inespecificidad del capital que circula en el campo, es la que empuja a los intelectuales de provincia y de pueblo a convertirse en reproductores, en ani-

    madores culturales inespecficos, que invier-ten buena parte de sus energas en promover la cultura y el arte con la secreta esperanza de producir a los interlocutores y el espacio de intercambio del que carecen. Un intelectual de provincia y de pueblo ser siempre tam-bin un hombre o una mujer de la cultura, con capacidades polivalentes para la produc-cin y la gestin, as como dispuesto a res-ponder a demandas sobre temas y problemas no siempre de su especialidad.

    La provinciana y lo pueblerino, desde este punto de vista, parecen entonces tener que ver con la escala. Los notables de pro-vincia en las primeras dcadas del siglo xx, que aprovechaban las ambigedades de un ca-pital inespecfico ligado a un apellido ilustre, a las expectativas implcitas sobre una identi-dad social que se vinculaba naturalmente a las letras, a las leyes, al gobierno, como una acti-vidad entre otras, o como profesin-destino, siguen teniendo correlatos en estos bordes de la produccin cientfica en humanidades y ciencias sociales, hoy mucho ms sistemati-zada en un campo nacional con reglas de pro-duccin y evaluacin que se imponen a duras penas en estos espacios marginales.

    En estas condiciones de lo local que pode-mos llamar provinciana y condicin pue-blerina se genera el encierro que lo caracte-riza, se favorece el aislamiento y un temor reactivo, tanto a lo desconocido, como a todo aquello que pueda amenazar poderes simbli-cos constituidos y consolidados, o tambin poderes econmicos y polticos demasiado prximos y demasiado ingerentes en la pro-duccin cultural. Por otra parte, cierto discurso antiacademicista, reactivo a reglas que se con-sidera no se aplican en el lugar, que florece en las provincias y en los pueblos se vincula al rechazo de aquello que nos rechaza.

    Dicho esto, no todas las provincias ni todos los pueblos participan igualmente de estas condi-ciones. Para ponderarlas, vale tener en cuenta:

  • Prismas, N 17, 2013 177

    1) el tamao de las concentraciones urba-nas, con lo que suponen de diversidad y aper-tura a lo nuevo;

    2) la cifra absoluta y el porcentaje de habi-tantes con estudios superiores terminados, con su carga de homogeneidad o desigualdad cultural;

    3) la antigedad y la consolidacin de las instituciones educativas y culturales, as como su diversidad;

    4) las tradiciones culturales que confluyen y caracterizan a cada regin;

    5) la historia de injerencia poltica o auto-noma de las universidades y otros centros de produccin cultural en el lugar en cuestin;

    6) las redes institucionales que desde cen-tros ms formalizados en la regin o en la ca-pital pueden sostener reglas de validacin y favorecer su apropiacin;

    7) las otras redes de intercambios disponi-bles, las que pasan por vnculos familiares, de sociabilidad o afinidades electivas que pue-den generar intercambios transversales y den-sidades regionales con cierta autonoma rela-tiva de los centros.

    La refraccin y el malentendido

    Esta dimensin limitante de la provinciana, por otra parte, no es la nica a considerar. En primer lugar, porque no constituye una con-dena para el intelectual de provincia, sino una condicin de vida cotidiana con la cual habr-selas, en un doble sentido: lo que se tiene como posibilidad y aquello contra lo cual se puede trabajar objetiva y subjetivamente.

    Pero tambin porque provinciana es ade-ms un punto de mira y un punto de vista, un lugar que el centro no ve y desde donde el centro no ve. Analizar la produccin de un au-tor extracntrico es tambin descubrir por en-tre medio de su palabra lo invisible para el centro, es decir aquello que se desprende de la particularidad del lugar. La interdiscursividad

    que se asoma en sus enunciados, hecha de de-bates locales, de preocupaciones que suelen quedar en el orden de lo implcito por ya sabi-das, de relecturas selectivas de los grandes temas nacionales, es la que debe ser objeto de anlisis. Se trata de reconstruir en cada caso las condiciones de produccin; reponer al es-critor, cientfico, poeta, msico, en su propio espacio de experiencia cotidiana; reconstruir con quin y contra qu habla, escribe o pinta, no slo en el contexto de intercambios con otros centros y redes, sino en el contexto ms inmediato, que tiene una inminencia inevita-ble. El carcter vanguardista de un grupo como La Brasa en los aos 20 en Santiago del Estero no puede entenderse cabalmente, por ms lazos que haya mantenido Bernardo Ca-nal Feijoo con los intelectuales de Sur, si no es confrontado a las rupturas necesarias para su generacin en la provinciana de su con-texto cotidiano.9

    Aqu el concepto de refraccin de Bour-dieu puede ser particularmente til. l lo em-plea sobre todo para superar la rudimentaria teora del reflejo entre la pertenencia social de clase y la produccin cultural. Si en cada campo de produccin existen cosas en juego especficas, luchas e intercambios particula-res entre agentes con una configuracin de posiciones diferenciales respecto de un tipo especial de capital, en cada campo hay tam-bin un conjunto de creencias comunes (una doxa), unas reglas de juego aceptadas (un no-mos) y una creencia en el juego (illusio) que constituye el suelo comn (collusio) sin el cual el campo de produccin no funcionara. Estas formas de especificacin de la libido social que son cuerpo en el agente y configu-ran sus esquemas (schmes) de percepcin, de

    9 Vase Ana Teresa Martnez, Entre el notable y el inte-

    lectual. Las virtualidades del modelo de campo para analizar una sociedad en transformacin (Santiago del Estero 1920-1930), en Revista Andina, n 37, segundo semestre de 2003, Cusco, cbc.

  • 178 Prismas, N 17, 2013

    apreciacin y de accin son la raz de su orientacin al juego y de su modo de jugarlo. Se interponen as redireccionando, tradu-ciendo, dando forma particular (no haciendo desaparecer) a los intereses, deseos o cual-quier otra pulsin vinculada con la pertenen-cia de clase y la trayectoria, que ya no pueden ser vistas como causalidad directa o va de un solo sentido con respecto al producto cultural o a las tomas de posicin del agente.

    Esta nocin de refraccin entre espacios sociales diferenciados tambin puede ayudar-nos a conceptualizar el modo en que funcio-nan las relaciones entre los espacios sociales de produccin cultural diferenciados ya no slo (y a veces ni siquiera) por las disciplinas que se practican (campo de la pintura, de la literatura, cientfico, etc.), sino por otros cri-terios pertinentes de demarcacin. Decamos hace un rato con Agero y Garca que los con-textos pertinentes en cada caso deben ser dis-cernidos, que no son un datum, y recordba-mos antes con Bourdieu que hay que romper con las divisiones sustancialistas y lograr es-tudiar las relaciones entre los espacios socia-les y la demarcacin del espacio fsico, que es siempre cualitativo espacio humano. Ahora podemos dar un paso ms para aclararnos: no necesariamente hay en cada provincia o en cada pueblo un campo intelectual para estu-diar, pero s hay un espacio social cualitativa-mente diferenciado donde es posible discernir subespacios especficos (hasta donde haya efectos de campo, deca Bourdieu) entre los que se puede delimitar circuitos de circula-cin, de intercambio y de cosas en juego, sin olvidar que todos tienen que ver con un campo general del poder (econmico, poltico y sim-blico) que incide de diversas maneras sobre el conjunto del espacio social y del espacio fsico. En general, cuanto ms reducida la es-cala, la incidencia tiende a ser mayor.

    La diversidad de los espacios sociales, de cada uno de los contextos relevantes, puede ser percibida a travs de la capacidad que evi-

    dencia para refractar, como si se tratara de un medio de densidad ptica diferente, las lneas temticas, las preocupaciones, los estilos, las autoridades que se considera pertinentes. Re-fractar no es ver otra cosa, sino ver diferente. Ubicados en los puntos de friccin entre es-pacios dominantes y dominados, pero investi-dos con frecuencia de buena voluntad cultu-ral hacia las lneas de trabajo, los autores consagrados, los estilos legtimos, los intelec-tuales de provincia y de pueblo pueden emitir en general sin saberlo ni quererlo enuncia-dos bifrontes, que se dirigen a la vez a espa-cios diversos y se mueven entre la voluntad de decir algo que se entienda en el centro y la necesidad de hablar de y en el propio espacio. Descifrar estas capas de significado, bucear el texto y su contexto escriturario en busca de un intertexto no explcito, es tarea de rastreador, de seguir huellas y guiarse por indicios.10

    En tanto posibilidad, lo local supone la densidad de un entramado de relaciones con lgica propia, que debe ser analizado caso por caso, con su historia particular y un modo de particularizar las historias ms amplias que lo incluyen. Es en este punto donde la refraccin nos conduce al buen uso del malentendido.

    Al estudiar el orden de la interaccin y bus-cando cmo articularlo a cuestiones sociolgi-cas ms amplias, E. Goffman desarroll una teora para el anlisis de lo que llam los marcos de la experiencia en los que se pro-ducen los intercambios comunicacionales.11 Si hay algo que vuelve a aparecer en esta etapa de su trabajo es la vulnerabilidad y la fragili-dad de los procesos de comunicacin. Los cambios de enfoque, de perspectiva, el pasaje de los primeros a los segundos planos forman parte de la experiencia cotidiana, en el manejo prctico de la interaccin. En Frame Analysis

    10 Carlo Ginsburg, Tentativas, Rosario, Prohistoria,

    2004. 11

    Erwing Goffman, Les cadres de lexperience, Pars, Minuit 1991 [Frame Analisys, 1974].

  • Prismas, N 17, 2013 179

    Goffman estudia los encuadres y las rupturas o deslizamientos de significado que se produ-cen cuando nos equivocamos en el encuadre, cuando no percibimos el marco socialmente instituido por el grupo para la situacin dada, o cuando no percibimos el encuadre que el in-terlocutor presupone: habla en serio? Se trata de una broma, un engao, un accidente? Todos los modos del malentendido pueden ser as analizados como desplazamientos o inade-cuaciones de los marcos de la experiencia pre-supuestos o no percibidos en la interaccin. Pero el malentendido no es slo un obstculo en la comunicacin, tambin hay un buen uso, como lo muestran los chistes, las bromas y muchas transgresiones deliberadas de los en-cuadres legtimos en las protestas sociales que ponen el acento en la transgresin simblica (regar con agua del Riachuelo la Embajada de los Estados Unidos; llevar a la reina del carna-val de Gualeguaych a una cumbre de presi-dentes, etctera).

    El malentendido en aquel sentido no deli-berado puede asimilarse al anacronismo. Pero el que a nosotros nos interesa ahora es sobre todo un malentendido no en el tiempo, sino en el espacio vivido, en el encuadre cotidiano de la comunicacin de un espacio diferente. No por casualidad, el faulty por excelencia para Goffman, es decir, el personaje que suele estar siempre fuera de encuadre y tiene difi-cultades para relacionarse socialmente, es el extranjero.

    Desde esta perspectiva, podramos decir que detrs de muchas lecturas de los intelec-tuales de provincia, de pueblo o de mediado-res culturales que pertenecen simultnea-mente a otro campo que no es el intelectual (curas, periodistas, obreros, etc.) hay una do-sis de malentendido que procede de un error del encuadre de comunicacin, por suponer uno diferente o simplemente desconocer el efectivo desde donde se habla.

    Pero tambin podramos postular que mu-chos buenos usos creativos y estratgicos del

    malentendido se nos escapan en esos actos de escritura ilegtima, extempornea, desubicada del marco presupuesto por los debates y las preocupaciones legtimas del momento.

    La interpretacin esencialista de las pala-bras, que nos hace creer que detrs de los mis-mos trminos hay siempre los mismos signifi-cados, nos hace perder de vista que el uso en la enunciacin es un juego constante de desli-zamientos semnticos vinculados a intertex-tualidades no dichas, pero sobre todo a expe-riencias no enunciadas. Para nadie es hoy novedad que los contextos no son exteriores a los textos; sin embargo, de saberlo a tener los instrumentos para encontrar los indicios, las huellas de lo presente no dicho, sigue siendo un desafo cada vez. La intraducibilidad del humor est all para recordarlo.

    Curas, maestros, dirigentes gremiales que escriben y actan en el espacio pblico no son slo intelectuales, pero en un sentido distinto (o en todo caso redoblado), por causa de la provinciana o del carcter pueblerino, sino porque participan simultneamente de otro campo, que los constituye en lo que son, y donde tienen intereses simblicos simult-neos: el campo religioso, o catlico, o gre-mial, con sus propias problemticas y cosas en juego. No se trabaja de cura o de maestro, se es cura o maestro. Maestros argentinos for-mados en las Escuelas Normales de la pri-mera mitad del siglo xx, o maestros por des-carte profesional formados en los Institutos Terciarios de la Argentina de la dcada de 1990, los ejes articuladores de la experiencia y los encuadres comunicacionales que surgen de ella son inevitables en sus discursos.

    Aqu no se trata de los esquemas de com-prensin en espacios socialmente diferencia-dos, como era el mundo de los artesanos y el de los burgueses, sino de otra diferenciacin que marca los territorios en tanto lo que veni-mos de llamar locus, espacio cualitativo de un sentido prctico diferenciado, relacionado por una parte con las condiciones generales

  • 180 Prismas, N 17, 2013

    del trabajo intelectual y por otra parte con la historia particular de una experiencia. Recu-perar cada vez los encuadres pertinentes del espacio diferencial desde el cual escriben y actan los otros intelectuales tal vez sea

    uno de los desafos a continuar enfrentando, si queremos entender la historia de la cultura de una manera menos pautada en el anlisis por las diferencias que construye la estructura centro-periferia.