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ScrdeM 93 Palabras clave: maternidad divina, maternidad espiritual, María. Resumen: la Virgen María ha sido siempre considerada en la piedad de los cristianos como Madre de todos los hombres, verdad que ha alcanzado solemne reconocimiento con el Concilio Vaticano II. Mientras que en la devoción popular la maternidad espiritual se vivió desde muy pronto, en cambio, entre los teólogos se abrió paso más lentamente. Por ello se estudia la doctrina sobre la maternidad espiritual de María mediante los siguientes pasos: primero, la razón de la Maternidad espiritual, que se halla en su Maternidad divina en cuanto que Cristo, su Hijo, es Cabeza de la humanidad y, en consecuencia, María es Madre de los hombres; además, María es también Madre nuestra por haber padecido con Cristo. Después, se considera a María como Madre espiritual por sus virtudes. Y se concluye con algunas consideraciones sobre la naturaleza esta Maternidad espiritual y su ejercicio por parte de María. THE DIVINE MATERNITY OF MARY, THE CAUSE OF HER SPIRITUAL MATERNITY KEY WORDS: divine maternity, spiritual maternity, Virgin Mary. SUMMARY: the Virgin Mary has always been viewed by Christian piety as being the mother of all men. This truth received solemn recognition in Vatican II. While this spiritual maternity was lived from very early times, the theologians were much slower to recognise it. Because of this, it is customary to study the doctrine of the spiritual maternity of Mary in the following sequence: First, the cause of the spiritual maternity, which is to be found in her divine maternity in as much as Christ, her Son, is the head of the human race. Accordingly, Mary is the mother of all mankind. Moreover, Mary is also our mother for having having suffered with Christ. One then goes on to consider Mary as our spiritual mother because of her virtues. Finally, consideration is given to the nature of this spiritual maternity and the way it is exercised by Mary. MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

Maternidad divina de María, razón de su maternidad espiritual · ScrdeM 93 Palabras clave: maternidad divina, maternidad espiritual, María. Resumen: la Virgen María ha sido siempre

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Palabras clave: maternidad divina, maternidad espiritual, María.

Resumen: la Virgen María ha sido siempre considerada en la piedad de los cristianos como Madre de todos los hombres, verdad que ha alcanzado solemne reconocimiento con el Concilio Vaticano II. Mientras que en la devoción popular la maternidad espiritual se vivió desde muy pronto, en cambio, entre los teólogos se abrió paso más lentamente. Por ello se estudia la doctrina sobre la maternidad espiritual de María mediante los siguientes pasos: primero, la razón de la Maternidad espiritual, que se halla en su Maternidad divina en cuanto que Cristo, su Hijo, es Cabeza de la humanidad y, en consecuencia, María es Madre de los hombres; además, María es también Madre nuestra por haber padecido con Cristo. Después, se considera a María como Madre espiritual por sus virtudes. Y se concluye con algunas consideraciones sobre la naturaleza esta Maternidad espiritual y su ejercicio por parte de María.

THE DIVINE MATERNITY OF MARY, THE CAUSE OF HER SPIRITUAL MATERNITY

KEY WORDS: divine maternity, spiritual maternity, Virgin Mary.

SUMMARY: the Virgin Mary has always been viewed by Christian piety as being the

mother of all men. This truth received solemn recognition in Vatican II. While this

spiritual maternity was lived from very early times, the theologians were much slower

to recognise it. Because of this, it is customary to study the doctrine of the spiritual

maternity of Mary in the following sequence: First, the cause of the spiritual maternity,

which is to be found in her divine maternity in as much as Christ, her Son, is the head

of the human race. Accordingly, Mary is the mother of all mankind. Moreover, Mary

is also our mother for having having suffered with Christ. One then goes on to consider

Mary as our spiritual mother because of her virtues. Finally, consideration is given to

the nature of this spiritual maternity and the way it is exercised by Mary.

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A modo de introducción

No hay nada más antiguo en la doctrina católica que el llamar a la Santísima Virgen María madre de los hombres. Dicho título resalta una prerrogativa especial de la Santísima Virgen en el orden sobrenatural, según la cual, la vida espiritual de la gracia santificante es comunicada por la Santísima Virgen a todos los hombres, mediante una acción maternal.

Esta consoladora verdad de la Maternidad espiritual de María se ha vivido siempre en la Iglesia. Pero han sido necesarios veinte siglos para que alcanzara el solemne reconocimiento de un Concilio ecuménico. Pues ésta ha sido una de las enseñanzas que el Concilio Vaticano II nos ha legado sobre la Santísima Virgen. ¿Qué ha ocurrido durante todo este tiempo? Se ha vivido la Maternidad espiritual de María, pero no ha sido con clara conciencia vivida, ni explícitamente reconocida. En esta verdad que nos ocupa, como en otras verdades del cristianismo, ha existido un proceso de progresiva comprensión y de una formulación muy lenta.

Este proceso de maduración no lo ha vivido la Iglesia por el influjo de un agente externo, sino en virtud de los mismos datos de la Revelación y de la fuerza incontenible de los hechos bajo la acción del Espíritu Santo: porque María interviene, como Madre de un Dios Redentor, en la Encarnación, en la Presentación, en Caná, en el Calvario; y, por supuesto, con todas las acciones que requería la vida oculta del Señor.

Se hace preciso distinguir en esta evolución, de una parte, la vivencia del común de los fieles y las manifestaciones de piedad mariana, y, de otra, la atención de los teólogos al título de María Madre nuestra. La Maternidad espiritual de María, acogida fervientemente en el ámbito piadoso y pastoral, tardó más tiempo en abrirse cauce entre los teólogos. El iter teológico ha sido un poco lento y tortuoso, porque cuando se pasó de considerar los privilegios personales a reflexionar sobre los de carácter social y soteriológico de la Santísima Virgen, en vez de centrarse en la vía mejor para su esclarecimiento, que es la Maternidad espiritual de María, se entretuvieron los estudios, más bien, en el tratamiento de la Mediación y la Corredención mariana.

Sin embargo, siempre hubo atisbos de esta realidad maternal de María. En los primeros siglos, la contraposición espontánea y muy primitiva de Eva con María, réplica del paralelismo paulino Cristo Nuevo Adán, trató

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de poner de manifiesto que igual que Eva es madre de todos los vivientes y causante de su ruina, así María era la causa de su restauración y, con ello, la madre de la nueva humanidad restaurada. Aunque contamos con intuiciones como la de san Ireneo1, san Epifanio2, san Agustín3, entre otros, aducidos por el Vaticano II4, habrá que esperar hasta la Edad Media para que autores como san Alberto Magno5, san Buenaventura6 y el autor del famoso Mariale apliquen a la Santísima Virgen el dulce nombre de Madre. Santo Tomás no usa este título en sus escritos doctrinales, pero sí en sus plegarias donde la llama “Madre única” y “Madre de todos los creyentes”7.

De intento he querido reservar para el final de estas breves pinceladas sobre la tradición dogmática, arraigada en el alma de los cristianos, un texto de Orígenes, singular tanto por el fondo de su contenido, como por su antigüedad:

“Flor de las Escrituras, escribe, son los Evangelios; y de los Evangelios, el de Juan, cuyo significado y arcanos misterios no pueden penetrar sino aquéllos que como el discípulo amado hayan descansado su cabeza sobre el pecho de Jesús y hayan recibido por Madre a María. Por tanto, deberá ser como otro Juan quien como él ha de ser designado por Jesús para ocupar su lugar o venir a ser otro Jesús. Porque no habiendo tenido María otro hijo que Jesús, cuando el Maestro divino dice a su Madre, señalando a Juan: ‘He aquí a tu hijo’, y no dice: ‘Éste es también hijo tuyo’, es como si dijese: He aquí el Jesús de quien eres Madre; porque todo el que es del número de los perfectos

1. San Ireneo, Adv. haer. III, 22,4: PG 7,559; A. Harvey, 2, 123: “obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano”.

2. San Epifanio, Haer. 78,18: PG 42, 728 CD-729 AB; comparando a María con Eva, llama a María “Madre de los vivientes”.

3. San Agustín, De virginitate 6: PL 40,399. María es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que “son miembros de aquella cabeza”. Afirma también que “la muerte vino por Eva; por María, la vida”, cfr. Sermo 51,2,3: PL 38,335; Sermo 332,2: PL 38,1.108.

4. Lumen Gentium nn. 53 y 56.5. Entre otros lugares se pueden citar: In Lucam 11,27, ed. Borgnet, 23 p. 172; In Lucam, 1,34,

ibidem, p. 121.6. De Septem donis, coll. 6,20: Opera V,487 a; Sermo 26, In Nativitatem Christi: Opera IX, 125 a. 7. En la súplica de ayuda para bien morir, santo Tomás pide a la Santísima Virgen: “Oro etiam,

ut in fine vitae meae, tu Mater unica, caeli porta et peccatorum advocata, etc...”; y en la oración Ad Beatissimam Virginem Mariam, la llama “Mater omnium credentium”, en Piae

Preces, en Opuscula Theologica, vol. 2, Marietti, Taurini-Romae 1954, p. 286.

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no vive ya su vida natural, sino que Cristo vive en él. Ahora bien, porque Cristo vive en él, se dice a María (señalando a todos los que viven de Cristo, ‘He aquí a Jesús, tu Hijo’)”8.

En armonía con el sentir general de la Iglesia, los Papas de los últimos tiempos han puesto de relieve esta Maternidad espiritual de la Virgen. Ya Benedicto XIV, en septiembre de 1748, escribía que “la Iglesia católica, enseñada por el magisterio del Espíritu Santo, ha procurado honrarla con innumerables obsequios, como a Madre de su Señor y Redentor y como a Reina de cielos y tierra. Se ha desvivido (la Iglesia) para amarla con afecto de piedad filial, como a Madre propia amantísima, recibida como tal de los labios de su Esposo moribundo...”9. Expresión, recogida por el Vaticano II10, que tendrá eco sucesivo en Papas posteriores como Pío VIII11, León XIII12, Pío X, Pío XI y Pío XII, entre otros.

San Pío X expone la razón teológica más fundamental de la Maternidad espiritual, y que luego repetirán tanto Pío XII, como Juan XXIII. Éstas son sus palabras:

“...También, en el casto seno de la Virgen, donde Jesús tomó carne mortal, adquirió un cuerpo espiritual, formado por todos aquellos que debían creer

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Nacimiento. Autor: Botticelli. Galería Nacional de Londres.

8. Orígenes, Prefatio in Evangelium Ioannis: PG 14,31, testimonio en el que el Maestro Alejandrino señala la importancia de la vida de la gracia para ser en realidad hijo de María.

9. Bula áurea “Gloriosae Dominae”, Marín, Documentos Marianos, p. 131, Bullarium 2,428. 10. Lumen Gentium, n. 53.11. Pío VIII, en su Breve “Praesentíssimum” (30-III-1830): “... Ella es Madre nuestra, Madre de

piedad y de gracia, Madre de misericordia, a quien Cristo, al morir en la Cruz nos entregó”, Marín, p. 157.

12. León XIII, en su Encíclica “Quamquam pluries” (15-VIII-1889): “La Virgen Santísima, como es Madre de Jesucristo también lo es de todos los cristianos, como que los engendró en el monte Calvario”, Marín, p. 235.En su Encíclica “Octobri mense” (22-IX-1881): “Tal nos la dio Dios, que le infundió sentimientos puramente maternales que no respiran sino amor y perdón...”, Marín, p. 245. En la “Iucunda semper” (8-IX-1894) afirma: “De pie junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre, penetrada hacia nosotros de un amor inmenso, que la hacía ser Madre de todos nosotros, ofreciendo Ella misma a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su alma, atravesada por una espada de dolor”, Marín, p. 288.

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en Él; y se puede decir que, teniendo a Jesús en su seno, María llevaba en él también a todos aquéllos para quienes la vida del Salvador encerraba la vida. Por tanto, todos los que estamos unidos a Cristo... debemos decirnos originarios del seno de la Virgen de donde salimos un día a semejanza de un cuerpo unido a su cabeza. Por esto somos llamados, en un sentido espiritual y místico, hijos de María, y Ella, por su parte, nuestra Madre común. Madre espiritual, sí, pero madre realmente de los miembros de Cristo, que somos nosotros”13.

Como san Pío X, Pío XI enseñará la Maternidad espiritual de María no

sólo en la Encarnación14; también al pie de la Cruz15. También Pío XII enseñará la Maternidad espiritual de María en ambos momentos16.

En el discurso de clausura de la 3ª sesión del Concilio Vaticano II, Pablo VI dijo: “Se trata de un título que no es nuevo para la piedad de los cristianos; antes bien, con este nombre de Madre y con preferencia a cualquier

13. Marín, Documentos marianos, pp. 369-370.14. Encíclica “Lux veritatis” (25-XII-1931) en la que enseña que “En el oficio de la Maternidad

de María hay también otra cosa que juzgamos se debe recordar y que encierra, ciertamente mayor dulzura y suavidad. Y es que, habiendo María dado a luz al redentor del género humano, es también Madre benignísima de todos nosotros, a quienes Cristo Nuestro señor quiso tener por hermanos”, Marín, p. 482.

15. Pío XI, en su Epist. Apostolica “Explorata res est” (2-II-1923) afirma: “No puede sucumbir eternamente aquel a quien asistiere la Santísima Virgen, principalmente en el crítico momento de la Muerte. Y esta sentencia de los doctores de la Iglesia, de acuerdo con el sentir del pueblo cristiano, apóyase en que la Virgen dolorosa participó con Jesucristo en la obra de la redención y, constituida Madre de todos los hombres que le fueron encomendados

por el testamento de la divina caridad, los abrazó como a su hijo y los defiende con todo el amor”, Marín, p. 434. En la Encíclica “Quas primas” (11-XII-1925) dice: “(Las festivas solemnidades) recabaron que el pueblo cristiano amase con más ardor a la Madre que le había sido legada como testamento por el Redentor”, Marín, p. 445. Y en la “Rerum

Ecclesiae” (28-II-1926) enseñará que “María, la cual habiendo recibido en el Calvario a todos los

hombres en su regazo maternal...”, Marín, p. 445.A su vez, en la Epist. “Saeculum mox” (25-XII-1930) afirma que “Siendo todos los hombres, según el testimonio de Jesús moribundo, hijos de la Madre de Dios Virgen”, Marín, p. 452.Y finalmente, en la Septimo abeunte (16-VII-1933): “La designación de María Virgen, al pie de

la Cruz de su Hijo, para ser Madre de todos los hombres”, Marín, p. 489.16. Pío XII, en su gran Encíclica Mystici corporis (29-VI-1943), dirá: “...Prodigó (María) al

cuerpo místico de Cristo,... el mismo materno cuidado y la misma intensa caridad con que calentó y amamantó en la cuna al tierno Niño Jesús. Ella, pues, Madre amantísima de todos los

miembros de Cristo”, Marín, pp. 462-463 y p. 562 para la Maternidad al pie de la Cruz. Del mismo Papa tenemos documentos, semejantes al que acabamos de transmitir, precisamente con motivo del Año Mariano (1954), cfr.: AAS, 46 (1954) 484. 494, 655. 660-664.

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otro la Iglesia entera acostumbra a dirigirse a María. En verdad pertenece a la esencia genuina de la devoción a María, encontrando su justificación en la dignidad misma de la Madre del Verbo Encarnado”17.

El Concilio Vaticano II, por su parte, primer Concilio que ofrece en su enseñanza un cuerpo doctrinal completo sobre la Santísima Virgen, nos ofrece el siguiente texto sobre la Maternidad espiritual de María:

“...Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el Templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia”18.

Pensamos que se puede afirmar que si Éfeso fue el Concilio de la Maternidad divina de María, el Vaticano II ha sido el Concilio de su Maternidad espiritual.

Finalmente, en el Catecismo de la Iglesia Católica aparece la Santísima Virgen, en el designio de la Trinidad, como Madre unida a la Persona y a la Obra de su hijo en la adquisición y en la dispensación de la vida divina sobrenatural19. Se subraya, así, la Maternidad espiritual de María y la devoción a Ella se ofrece como actitud de los hijos que encuentran en la Santísima Virgen a la Madre que es modelo, Señora, refugio, consuelo e intercesora.

17. Pablo VI, Discurso clausura, ses. 3ª Vaticano II.

18. Lumen gentium, n. 61. El Concilio Vaticano II testimonia, no sólo en este lugar, sino en otros muchos (cfr. nn. 53, 58, 60, 62, 63, 65, 67 y 69), la Maternidad espiritual de María.

19. En relación con la Maternidad espiritual, el Nuevo Catecismo, en la parte I, al exponer el Símbolo, afirma que “en María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre” (n. 723), “manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen” (n. 724). “Por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres” (n. 725). Al tratar de la Iglesia, vuelve el Catecismo a mostrar las vinculaciones de María con el Pueblo de Dios sobre todo presentándola como Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Al explicar esta realidad, logro doctrinal del Vaticano II, dedica el Nuevo Catecismo toda una sección (nn. 963-970) culminando con la presentación de tal Madre como digna de veneración por parte de sus hijos (cfr. n. 971).En la parte II, la perspectiva desde la cual es mencionada la Virgen no es primariamente la de la Maternidad divina, sino la de la espiritual: María como Madre de la gracia y, unida y subordinada a Cristo, como fuente de todos los bienes espirituales de la Iglesia y como elemento primordial de la comunión de los santos (cfr. nn. 1.171, 1.655, 1.370 y 1.477). Para una ampliación de este tema, cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, La Santísima Virgen en el Catecismo Romano y en el Nuevo

Catecismo de la Iglesia Católica, “Estudios Marianos” 58 (1994), pp. 213-228.

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Así pues, nuestro trabajo intenta desarrollar la consoladora doctrina sobre la Maternidad espiritual de María y consta lógicamente de las siguientes partes: I- Razón de la Maternidad espiritual: 1- María, Madre nuestra engendrando a Cristo. 2- Cristo Cabeza, María Madre de los hombres. 3- María, Madre nuestra padeciendo con Cristo. II- María, Madre espiritual por sus virtudes. III- Naturaleza de la Maternidad espiritual. IV- Tiempos de la Maternidad espiritual. V- Ejercicio de la Maternidad espiritual por parte de María. VI- A modo de conclusión.

I. Razón de la Maternidad espiritual

Los teólogos no han coincidido siempre cuando han tratado de precisar el alcance de la noción de Maternidad espiritual. La causa podría ser que la Maternidad, además del significado propio, tiene otros fundamentados en lazos jurídicos o morales que, de algún modo, convienen y son atribuidos a María.

Una mujer merece el nombre de madre por cuatro títulos diferentes: por

generación, por adopción, por donación y por federación, afirmaron.

Por generación, si concibe en su seno y da a luz un hijo a quien comunica su vida; por adopción, gracias a la cual, en virtud de un acto solemne, se acoge y considera como hijo a quien físicamente no lo es; por donación, si el padre natural le hace entrega de su hijo, traspasándole los oficios y derechos de madre; por federación, es madre una mujer respecto de la persona extraña que con vínculo indisoluble se une y se hace una cosa con el hijo natural20.

La atribución a santa María de la Maternidad de generación, o propiamente dicha, mediante la cual se comunica la vida, implica grandes inconvenientes para algunos21. La maternidad de adopción, de federación y de donación tienen una relación meramente extrínseca, sin que la vida de los hijos dependa intrínseca y propiamente de la madre. María, en cambio, tiene una causalidad propia y verdadera en la generación divina de los hombres.

20. N. García, Títulos y grandezas de María, Madrid 1940, p. 81.21. N. García, op. cit., p. 81.

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Nosotros pensamos que sólo la mujer que engendra a la vida es verdadera madre, y, por consiguiente, que sólo la maternidad por generación es verdadera maternidad. Según santo Tomás, madre propiamente, en lo humano, es la mujer que engendra a la vida humana22. Por tanto, la maternidad importa la generación de una naturaleza o vida específicamente semejante a la de la madre23. De este modo, María, en el orden sobrenatural, es la mujer que nos engendra a la vida divina o sobrenatural. Por consiguiente, su Maternidad espiritual importará la comunicación generativa de la naturaleza divina participada, específicamente semejante a la suya.

En efecto, es la gracia la que verifica esta generación divina de las almas. Pero a esta comunicación regeneradora de la gracia, que es de Dios, como causa principal deificante, de la Humanidad Santísima de Cristo como causa

instrumental física cristianizadora, está asociada María con una causalidad

verdaderamente eficiente, aunque subordinada a las anteriores. Por esta asociación de María a la comunicación regenerativa de la gracia, Ella nos reengendra en Cristo y nos comunica la vida de hijos de Dios, quedando constituida en Madre sobrenatural de los hombres.

Por tanto, si María es verdadera y propiamente Madre nuestra en el orden divino, Ella debe comunicarnos la vida que nos hace hijos de Dios en el momento preciso en el que se nos da esa vida. Y precisamente, esa acción vital de María debe ser en la línea generativa. De otra suerte, María no sería propiamente Madre nuestra.

No se puede admitir que en la Maternidad espiritual de María no quede a salvo la comunicación de vida propia y como la suya, elemento esencial en la maternidad de generación. Acaso se piense así, porque se opine que la gracia no es de María, y ésa es la vida que nos comunica. Sin embargo, la gracia se posee vitalmente y es vida de quien la posee y con toda propiedad debe llamarse suya24. La gracia, por consiguiente, de María es vida divina

22. Sto. Tomás, 3, q. 35, a. 4 c: “ex hoc autem dicitur aliqua mulier alicuius mater, quo eum concepit

et genuit”.

23. Sto. Tomás, 1, q. 27, a. 2: “...et sic generatio significat originem alicuius viventis a principio

vivendi coniuncto... Non tamen omne huiusmodi dicitur genitum sed propie quod procedit secundum

rationem similitudinis”.

24. Sto. Tomás, II-II, q. 23, a. 2 ad 2um: “...Deus est vita effective et animae per caritatem, et

corporis per animam: sed formaliter caritas est vita animae, sicut et anima corporis”.

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de María, y es vida propiamente suya. Y esa gracia la posee plenamente, y por eso posee la plenitud de la vida. Así, la gracia no sólo es de María, sino que es la vida de María; vida de infinita e inagotable vitalidad y fecundidad. La vida divina y cristiana que María transmite en esa Maternidad espiritual lleva su impronta vital y su fisonomía virginal. Así se puede afirmar que María no es sólo canal, sino Madre verdadera y propia de la divina gracia.

Los que prefieran ver en María una maternidad adoptiva, en razón de que somos “hijos adoptivos” de Dios25, deben recordar: 1- que si somos hijos adoptivos de Dios, no es porque no seamos realmente hijos, sino porque no lo somos por naturaleza como Cristo, sino por donación o gracia divina26; 2- que nuestra filiación adoptiva divina se verifica por verdadera regeneración27; y 3- que esa Maternidad adoptiva de María sólo se puede admitir si se incluye en ella la Maternidad de regeneración28.

Pero esta asociación, que regenera, de María a Jesús, ¿de dónde le viene a María? ¿Se puede afirmar que es consecuencia del indisoluble vínculo de la Maternidad divina que une a María con su hijo divino? Además, ¿esa finalidad salvadora, que informa su Maternidad divina, no informa también la personalidad entera de María? ¿Podía María estar materialmente asociada como Madre y su vida desligada del intento de la de su Hijo? La condición de madre divina, ¿no habilita suficientemente a María para su cooperación a nuestra vida?

Para algunos, la Madre del Redentor no tenía que ser asociada necesariamente a la obra de la Redención, mereciendo por nosotros y aplicándonos los frutos de la pasión de Jesucristo. Dios quiso honrar a su Madre elevándola también a ser Madre en el espíritu de toda la humanidad redimida, y en esa elevación descubrimos armonías bellísimas; pero, en absoluto, esos y otros oficios de María para con los hombres no pueden deducirse únicamente de la maternidad divina. En consecuencia, tampoco decimos que la divina Maternidad sea clave y principio fundamental de toda

25. Ga 4,5; Rm. 18,15; Ef 1,5.26. Sto. Tomás, 3, q. 23, a. 2: “hoc autem plus habet adoptio divina quam humana, quod Deus

hominem quem adoptat idoneum facit, per gratiae donum”.

27. Jn 1,12; Tt 3,5; cfr. sto. Tomás: “...ita etiam per naturam animae participat, secundum

quamdam similitudinem, naturam divinam, per quamdam regenerationem sive recreationem”.

28. Cfr. sto. Tomás, 3, q. 35, a. 4 c.

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la Mariología. Será clave y principio de las gracias y prerrogativas personales, pero no de las que se refieren a su misión soteriológica29.

El Concilio Vaticano II da dos razones para explicar el porqué María es nuestra Madre en el orden de la gracia, o nuestra Madre espiritual. Una de carácter general, que es la predestinación de María a la Maternidad del Verbo Redentor; otra, inmediata, cuál es la contribución de la Santísima Virgen a la restauración de la vida sobrenatural de los hombres, al ejercer su divina Maternidad: “La bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad cual Madre de Dios junto con la Encarnación del Verbo por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Redentor y, en forma singular la generosa asociada y la humilde esclava del Señor”30.

Así pues, el programa salvador de Dios se resume en el misterio de la Encarnación, en la cual hay esencialmente incluidas dos personas: el Verbo Encarnado y María. Junto a Jesús está su Madre. Ella ha sido predestinada para que el Verbo de Dios naciera y salvara a la humanidad. Por esta razón, Jesús y María son y serán siempre inseparables. María, pues, en la eterna predestinación y en su realización terrena, es la Madre del Redentor.

Aunque Maternidad del Redentor y asociación con el Redentor sean funciones distintas, en la Madre del Redentor son inseparables. Escoger a María para Madre del Redentor, fue escogerla para cooperadora de la Redención. La predestinación de María a la divina Maternidad fue disponer desde la eternidad su vida a los fines de esa Maternidad. Ninguna unión entre Jesús y María como la que establece entre ellos la Maternidad divina puede ser mayor para hacer de la Madre y del Hijo como un solo principio de universal regeneración. De donde se deduce que la Maternidad divina de María es la razón verdadera y profunda de la asociación regeneradora de Jesús y de María, incluyendo, por su misma naturaleza, la unión de María con Cristo en la obra de nuestra divina regeneración. De aquí se sigue que la Maternidad divina implicaría la Maternidad espiritual: María es nuestra Madre, porque es Madre de Dios.

29. N. García, op. cit., p. 39.30. Lumen gentium, n. 61. Esta misma doctrina ya había sido enseñada por Pío IX y por Pío XII.

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En efecto, a la maternidad de la madre reina no sólo se le atribuye el efecto absoluto de la acción maternal, o lo que es lo mismo, la naturaleza humana del hijo, sino también lo que concretamente implica, es decir, la realeza del hijo. A la Maternidad de María, por tanto, hay que atribuirle también no sólo la generación humana del Verbo, sino lo que importa la condición concreta de esa Maternidad y que debía de tener el Verbo-Hombre dependientemente de su Maternidad. El ser Redentor no es inherente en absoluto al Hombre-Dios por serlo, sino por serlo para salvarnos. María, por ser Madre de Jesús, es Madre del redentor, dado que esta propiedad es inseparable de la naturaleza humana de Jesús y efecto de su acción maternal. De esta manera tendríamos que si la maternidad queda especificada por su término, la Maternidad divina de María quedaría especificada por los caracteres de la Humanidad de Cristo, término de su acción maternal. Los caracteres absolutamente inherentes a la Humanidad de Cristo especificarían absolutamente a la Madre. En cambio, lo inherente en

concreto a la Humanidad de Cristo, repercutiría análogamente en la Madre. Porque lo necesario en concreto es necesario como lo necesario en absoluto. Con otras palabras: si el Verbo-Hombre tenía que ser Redentor y no podía serlo sin la Maternidad de María, Ésta sería realmente necesaria para que el Verbo lo fuera, aunque, en absoluto el Verbo-Hombre no tuviera que ser Redentor.

Pensamos que, con toda lógica, se puede afirmar que, María por ser Madre de Dios, es Madre espiritual de los hombres.

1- María, Madre nuestra engendrando a Cristo

La cooperación de María en la restauración de nuestra vida divina se lleva a cabo al dar al divino Redentor la vida humana. El Concilio, en este pasaje31, sólo afirma el hecho. Pero en otros momentos ilustra esta doctrina con la representación de María como Nueva Eva32. Este paralelismo antitético

31. Lumen gentium, n. 61.32. Lumen gentium, nn. 56 y 63. Para la representación de María como Nueva-Eva, cfr.

J. Ibáñez - F. Mendoza, Los aspectos de María-Nueva Eva en Justino e Ireneo, en “Mikael” 23 (1980), 85-95; y Los aspectos de María Nueva-Eva en los autores cristianos primitivos, “Escritos del Vedat”, 12 (1982), 303-323.

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entre Eva y María, de la primera y más venerable tradición patrística, nos presenta a María Madre de la humanidad desde una perspectiva bíblicamente fundamentada. Eva, en la escena del Edén, desobedeciendo a Dios e induciendo a Adán a pecar, fue madre de la humanidad para perdición y muerte. María, en la Anunciación del Ángel, aceptando con obediencia el plan divino de concebir al Verbo divinizador, fue la Madre de la humanidad para la salvación y para la vida.

En efecto, la Maternidad divina eleva a María sobre el orden de todo lo creado y creable y la adentra en el orden hipostático por su causalidad respecto de la unión hipostática, siendo sólo inferior a Dios. Y esta posición

ontológica de María, como Madre de Dios, exige un influjo universal en la

creación, sólo inferior al divino; y este influjo, sólo inferior al divino, por la condición maternal de su causa, debería ser de causalidad maternal en lo posible, comunicativa de la vida divina, respecto de los seres predestinados a participarla de Dios. Para esto María quedaría capacitada por la plenitud de gracia demandada por la Maternidad divina. Y la condición maternal del ser de María condicionaría su actividad maternal33, y esta causalidad respecto del Hijo Divino quedaría condicionada por la capitalidad inherente a la Humanidad del Verbo.

El orden hipostático concreto e histórico tiene las siguientes condiciones concretas: el Hijo de Dios nace de una Mujer para salvar34, para redimir35 y regenerar a los hombres36. La Santísima Virgen consiente en dar la naturaleza humana al Hijo de Dios para que Él sea nuestro Salvador, Redentor y Regenerador. A su Maternidad divina, por consiguiente, debemos nuestra regeneración.

33. A esta posición ontológica de María corresponde una excelencia proporcional de la acción.

Por supuesto, la más universal y la más íntima después de la de Dios. Así se puede inferir de los principios que nos brinda santo Tomás en Suma Teológica 1, q. 103, a. 4, c, en 1, q. 104, a. 2, c y un último texto, si cabe, nos parece más contundente: “Omnes creaturae

ex divina bonitate participant ut bonum quod habent, in alios diffundant: nam de ratione boni est

quod se aliis communicet... Quanto igitur aliqua agentia magis in participatione divinae bonitatis

constituuntur, tanto magis perfecciones suas nituntur in alios transfundere, quamtum possibile est”, en 1, q. 106, a. 4, c.

34. “Vocabis nomen eius Iesum”, Lc 1,31.35. “Ut eos qui sub Lege erant redimeret”, Ga 4,4.36. “Ut adoptionem filiorum reciperemus”, Ga 4,4.

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A. La regeneración requiere la Maternidad divina, siendo la causalidad maternal divina la que verifica la regeneración que nos incorpora en Cristo

Como dice profundamente san Pío X: “la Virgen no concibió sólo al Hijo de Dios para que, recibiendo de Ella naturaleza humana se hiciese hombre, sino también para que, mediante esta naturaleza recibida de Ella, fuese el Salvador de los hombres”37. La Encarnación hace del Verbo hecho hombre y de los hombres un sólo hombre. Como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque sean muchos, son, no obstante un sólo cuerpo, así también Cristo38. Así muchos somos un sólo cuerpo en Cristo39. La unión entre el Verbo-Hombre y los hombres hace de ellos una persona mística traspasando a Cristo la responsabilidad del género humano y al género humano la gracia y los méritos de Cristo40. Y esta incorporación de los hombres a Cristo se realiza en el momento en el que la Vida de la Cabeza se hace vida de los hombres, que son los miembros. Y precisamente por virtud de la unión hipostática, en la Encarnación, la Humanidad de Cristo recibe la plenitud de la gracia y queda constituida en principio universal de vivificación o regeneración41.

Pero es María, por su Maternidad divina, la causa inmediata y eficaz de nuestra incorporación y regeneración en Cristo. Nadie pone en tela de juicio que María tenga una causalidad más o menos verdadera, mediata, remota, pues nadie pone en tela de juicio que Ella nos da a Cristo, que es nuestra vida.

Esta incorporación a Cristo se debe a la acción directa de la Maternidad divina, efecto producido en virtud de la acción maternal de María. Por supuesto que la acción maternal de María será una acción subordinada y dependiente del

influjo divino. Y, de este modo, María será Madre de Jesús y de los hombres

37. San Pío X, Enc. “Ad diem illum”, Marín, pp. 369-370.38. 1 Co 12,12.39. Rm. 12,5.40. Suma Teológica 3, q. 19, a. 4: “In Christo non solum fuit gratia sicut in quodam homine singulari

sed sicut in capite totius Ecclesiae, cui omnes uniuntur sicuti capiti membra ex quibus constituitur

mystice una persona”.

41. Suma Teológica 3, q. 7, a. 11, c: “...gratia confertur animae Christi sicut cuidam universali

principio gratificationis in humana natura”.

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en virtud de su propia, personal, verdadera e inmediata prestación maternal. María, al dar al Verbo la naturaleza humana, nos incorpora y engendra eficaz e inmediatamente en Cristo. María es la que incorpora y endosa la humanidad al Verbo. María no sólo representa al género humano, sino que lo contiene con virtualidad de Madre Universal; el Semen Mulieris incluye toda la raza de Adán, toda la raza pecadora, toda la raza caída.

El Verbo podía haberse humanado sin tomar del género humano su naturaleza humana42. Podía, aun en este caso, si Dios lo disponía, redimir al género humano. Pero si la redención tenía que ser por vía de justicia, era preciso que Cristo perteneciese a la raza de Adán pecadora, para que fuese la misma la que expiase la culpa43.

Así pues, Cristo, sólo en cuanto nace de la Virgen, pertenece al género humano. Es, por tanto, la Maternidad de María la que incorpora la Humanidad a Cristo44. Pero dicha Maternidad de María no se limitaba a proporcionar la naturaleza humana al Hijo de Dios, sino también a incorporar a Cristo la humanidad para que fuera regenerada divinamente.

De este modo, “María, por su Maternidad divina engendra al Verbo en la naturaleza humana y a los hombres en Cristo: se constituye a la vez en Madre humana de Dios y Espiritual de los hombres... Su causalidad maternal alcanza a la Cabeza y a los miembros. Todos fuimos realmente concebidos en el seno de María... Madre del Cristo total, por su Maternidad divina”45. Los hombres fuimos tan verdadera y propiamente concebidos en el seno virginal, como en el orden físico lo fue Cristo. Y semejante concepción implica una filiación moral o espiritual de María, verdadera y propiamente Madre en el orden espiritual.

Si la acción maternal de María no fuera eficaz e inmediata, ello se debería a una falta de ordenación de dicha acción maternal a nuestra regeneración, o bien por parte de Dios, o bien por parte de María.

42. Suma Teológica 3, q. 31, a. 4: “Convenientissimum tamen fuit ut de femina carnem acciperet”.

43. Suma Teológica 3, q. 31, a 1: “Et ideo conveniens fuit ut carnem sumeret ex materia ab Adam

derivata, ut ipsa natura per assumptionem curaretur”.

44. Suma Teológica 3, q. 31, a. 7: “Corpus Christi non refertur ad Adam et ad alios Patres nisi

mediante corpore Beatae Virginis, de qua carnem sumpsit”; y en 3, q. 31, a. 6: “Corpus Christi habet

relationem ad Adam et ad alios Patres mediante corpore Matris eius”.

45. M. Llamera, La Maternidad espiritual de María, “Estudios Marianos” 3 (1944), p. 97.

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El plan divino ordenaba la Maternidad divina de María a la capitalidad de Cristo y a nuestra incorporación en Él, pues la predestinación de María está esencialmente predestinada a la de Cristo y la de Cristo requiere la de María. El fin salvador de la Encarnación informa la divina Maternidad.

María, por su parte, aceptó sin condición alguna los planes de Dios y se puso totalmente a disposición del Espíritu Santo, para servir a los designios salvadores de la Encarnación del Verbo.

El P. Bover deduce el intento soteriológico del consentimiento de María46 y llega a afirmar que María no sólo intentó el resultado soteriológico de la Maternidad divina, sino que su deseo de Redención se había adueñado más del Corazón de María que incluso la misma Maternidad divina47.

Vemos pues, que la Maternidad divina de María queda informada por la predestinación divina y por el consentimiento soteriológico de María para la humana regeneración de todos los hombres en Cristo. Y esto, en el caso de María, no sólo como lo que podríamos llamar finis operantis, sino también por el finis operis en cuanto tal. Las realidades Humanidad de Cristo, su Capitalidad, Cuerpo Místico reclaman a la Maternidad de María como causa necesaria. Se puede afirmar que proceden de Ella como efecto necesario. Quedan incluidos en el efecto y en la acción causal de la Maternidad.

Cuando se argumenta que María, por ser Madre de la Cabeza, es Madre de los miembros, se hace con toda lógica y la razón es concluyente pues no puede serlo de la Cabeza sin serlo de los miembros, por ser éstos inseparables de la Misma. Pero entonces, aparentemente existe un problema: se está argumentando desde el plano de una Maternidad de Cristo, que es física, al de una Maternidad de los hombres, que es espiritual. Pero este problema resulta ser sólo aparente, puesto que no se argumenta desde una maternidad física a una espiritual, sino desde la Maternidad divina a la Maternidad física respecto de Cristo y a la Maternidad espiritual respecto de todos los hombres.

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Nacimiento. Autor: Lunetto. Pinacoteca de Brescia (Italia).

46. J. M. Bover, Deiparae Virginis consensus. Corredemptionis ac Mediationis fundamentum,

“Consejo Superior de Investigaciones Científicas”, Madrid 1942, p. 31.47. Idem, op. cit., p. 35.

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No se puede ni siquiera imaginar que la Maternidad divina no tenga la suficiente virtualidad para causar nuestra regeneración en Cristo. La Maternidad de María estaba ordenada por Dios a la generación conjunta de la naturaleza humana de Cristo y de su cuerpo espiritual. La Maternidad divina, si bien vigorizada por la acción omnipotente del Espíritu Santo, puso en actividad toda la vitalidad de María, es decir, su energía física, moral y sobrenatural. Solamente la fecundidad infinita de la Divinidad supera en fuerza y energía la fecundidad de la concepción virginal de María. Por tanto, el Espíritu Santo asocia a su poder divino la Maternidad de María y no sólo para la generación humana de Cristo, sino también para la generación en Cristo de los hombres.

Por supuesto hay que hacer notar que la plenitud de gracia de María,

demandada por su predestinación divina a la maternidad, interviene con toda su virtualidad en la concepción virginal de Cristo y de su Cuerpo místico: con amor inefable respecto del Verbo y con un amor vivificador respecto de los miembros que esa acción maternal le incorpora.

Queremos advertir que esta regeneración de los hombres en la Encarnación es más esencial y virtual que completa. Y esto, precisamente, no por defecto de causalidad de parte de Dios, de Cristo, o de María, sino porque el designio divino la hacía depender del sacrificio del Calvario. En definitiva, la Maternidad espiritual, esencialmente iniciada en la Encarnación, proseguirá su función maternal hasta nuestro pleno alumbramiento en Cristo, que tendrá lugar en el Calvario.

B. La maternidad espiritual de María deriva de la Maternidad divina en cuanto que de ésta deriva la plenitud de gracia

Es parecer y sentencia unánime de los teólogos que María fue llena de gracia y ello debido precisamente a su Maternidad divina. Para que María fuera Madre idónea de Dios, santo Tomás deduce la plenitud de su gracia inicial48; y de la misma Maternidad deduce una segunda plenitud más perfecta49. El Papa

48. Suma Teológica 3, q. 32, a. c: “Beata autem Virgo fuit electa divinitus ut esset Mater Dei. Et ideo

non est dubitandum quod Deus per suam gratiam eam ad hoc idoneam reddit (Lc 1, 30)”.

49. Suma Teológica 3, q. 32, a. 5: “Beata Virgo Maria propinquissima Christo fuit secundum

humanitatem: quia ex ea accepit humanam naturam. Et ideo prae ceteris maiorem debuit a Christo

plenitudinem gratiae obtinere”.

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Pío XI enseñará en el siglo XX que “de este dogma de la Maternidad, como de surtidor de oculto manantial, proceden la gracia singularísima de María y su dignidad suprema después de Dios50.

Así, pues, esta gracia de María no sólo era superior a la de todos los santos juntos, sino que de esta plenitud de gracia podría derivar la de

todos ellos. La razón no puede ser otra que la unión maternal de María con Cristo, principio universal de la gracia, que la hace repercutir en Ella con plenitud y universalidad semejante a la suya. La función maternal de María, por tanto, procede de la plenitud de gracia, único principio de operaciones sobrenaturales51. En efecto, la plenitud de la gracia de María, en virtud de su Maternidad divina, está ordenada a la regeneración universal de los hombres. María, con su vitalidad total, humana y divina, tiene por razón de su existencia la Maternidad divina y con ella la regeneración divina de los hombres.

Para ello se hace preciso no sólo una virtualidad intrínseca de María, sino además una ordenación moral por parte de Dios. Por supuesto que María recibió de Dios esa ordenación intrínseca de maternidad universal de la gracia y no se puede suponer que Dios la privara de su connatural ordenación a su efecto connatural, que es nuestra regeneración. Y Dios no podía ordenar más íntimamente la gracia de María a nuestra regeneración, que haciéndola servir al fin de la Maternidad divina, que es ése.

Así, la semejanza de la gracia de María con la de Cristo, y ésta proveniente de la unión maternal, hace ininteligible la desvinculación de nuestra redención regenerativa. Esta semejanza entre la gracia de María y la gracia de Cristo es tal y tan grande que reproduce los fines y las virtualidades de la gracia de Jesús y hace a María coprincipio de nuestra redención, dependientemente, claro está, de la de Cristo. Así lo expresa magistralmente santo Tomás: “Sed Beata Virgo María, afirma, tantam gratiae obtinuit plenitudinem, ut esset

propinquissima auctori gratiae: ita ut eum qui est plenus omni gratia, in se reciperet,

et eum pariendo, quodammodo gratiam ad omnes derivaret”52. Esta plenitud de gracia de María no es propia de la Santísima Virgen, sino que deriva del hecho

50. Pío XI, en su “Encíclica Lux veritatis” (25-XII-1931), Marín, p. 480.51. Sto. Tomás, Expositio super Salutationem Angelicam: “Magnum est in quolibet Sancto quando haberet

tantum de gratia quod sufficiat ad salutem multorum; sed quando haberet tantum, quod sufficeret ad

salutem omnium hominum de mundo, hoc esset maximum, et hoc est in Christo et in Beata Virgine”.

52. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 1um.

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de ser cercanísima, por su Maternidad, al que es lleno de toda gracia; de la cual en alguna manera deriva también la de todos. El quodammodo derivaret

no puede entenderse como “derivación mediata”, puesto que mediante Cristo deriva la gracia a todos, y, esto no quodammodo, sino omnimode. Éste de “algún modo”, es el de María, o sea el “modo maternal”.

Más aún. Aunque la ordenación de la gracia de María no derivara a los hombres de su Maternidad divina, la Maternidad espiritual de María derivaría de ella “por la plenitud de su gracia”. Y es que si la Maternidad divina de María envuelve la actuación de la gracia de María, la Maternidad divina de María por la plenitud de la gracia envuelve la Maternidad espiritual. Esta plenitud de gracia de María transciende el carácter, individual, es decir, la Santísima Virgen ha recibido la plenitud de gracia, no tanto por su provecho y exaltación particular, cuanto para contribuir con ella a la rehabilitación de la naturaleza humana degradada por el pecado53.

Nuestro razonamiento podría resumirse con estas palabras: María, Madre de Dios, es Madre llena de gracia y, por consiguiente, Madre de la gracia.

C. La Maternidad divina incluye necesariamente la asociación regenerativa de María con Cristo

María, asociada con Cristo en nuestra redención, lo es de manera personal y directa asociada en nuestra regeneración. Es asociada de Cristo por ser Madre suya, luego, por ser madre suya, es Madre nuestra.

María tiene una capacitación subjetiva para esta asociación con Cristo, pues la Maternidad divina de María lleva consigo la plenitud de gracia. Ahora bien, siendo la Maternidad divina y sus fines la razón de ser de María, y siendo la Encarnación y sus fines la razón de ser de la Maternidad, aparece claro que la Maternidad divina une necesariamente a María con los fines de la

Encarnación y que su vida queda asociada a la del Verbo en el intento de regenerar la naturaleza humana caída. Así pues, la predestinación de María, por parte de Dios, a la Maternidad fue ordenar eternamente su vida a los fines de la Maternidad o, lo que es lo mismo, ordenar su vida al fin mismo de la vida de su Hijo Divino.

53. P. Miranda, San Alberto Magno y la mediación universal de la Santísima Virgen, “La Vida Sobrenatural” 24 (1932), pp. 343-344.

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Toda la razón de ser de la existencia de la Virgen es la Redención. Sin Jesús, Ella no hubiese estado en el pensamiento de Dios antes de que el mundo existiese. María, pues, es la asociada al Reparador por el vínculo más profundo de orden humano, como es el que importa la Maternidad54. Ninguna unión tan vital entre María y Cristo como la que realiza entre ellos la Maternidad divina. Y ninguna unión tan eficaz para unirlos en una sola vida y hacer de los dos, es decir, de la Madre y del Hijo, un principio universal de vivificación. Luego si por ser Madre de Cristo es su consorte, y por ser su consorte es nuestra Madre, María es Madre nuestra por ser Madre suya.

Brillantemente y con toda lógica expresa el P. Bover en su obra ya citada, el consorcio redentor entre María y Jesús55. Enseñanza que no hacía más que desarrollar lo que había sido Magisterio de la Iglesia, concretamente de León XIII56 y de Pío XI57.

María es Madre de Cristo y María es Madre de los hombres son dos proposiciones entre las que existe una distinción conceptual. En efecto, la Maternidad espiritual no se ve inmediatamente en la divina por una mera explicación nominal, pero tampoco es imposible verla en ella, pues la incluye en su realidad. Se ve en ella mediatamente, es que ambas maternidades coinciden en la realidad expresada por el término medio: la regeneración de los hombres en Cristo. Esta objetividad, se podría afirmar, que identifica los conceptos. Si bien esta identidad entre ambas maternidades no es una identidad total, la cual no puede exigirse para legitimar una demostración dialéctica. Basta para ello con que la realidad de la conclusión sea, aunque parcialmente, de la realidad del principio.

Este discurso teológico nos ha llevado a demostrar que la Maternidad divina incluye necesariamente la regeneración de los hombres en Cristo.

54. Suma Teológica 3, q. 24, a. 4: “Deus praedestinavit opus Incarnationis in remedium humani

peccati”; en 3, q. 1, a. 3 ad 4um. La obra de la Encarnación incluye a la Santísima Virgen, cuya divina ordenación es la misma de la Encarnación, es decir, el remedio del pecado y la recuperación de la vida divina.

55. J. M. Bover, op. cit., Madrid 1942, p. 339.56. León XIII, en la Encíclica “Supremi Apostolatus”, (1-IX-1883), Marín, p. 208.57. Pío XI, en su Epístola “Auspicatus profecto” (28-I-1933), Marín, p. 487, enseña: “La augusta

Virgen, concebida sin la primitiva mancha, fue escogida Madre de Cristo precisamente pata tomar parte en la redención del linaje humano (ut redimendi generis humani consors efficeretur)”.

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Y esta regeneración constituye la realidad de la Maternidad espiritual. Por consiguiente, ambas se identifican en la realidad expresada por el término medio: regeneración divina.

2. Cristo cabeza, María Madre de los hombres

María y su misión hay que explicarla en relación y dependencia de Jesús, porque Éste es toda la razón de su existencia, de la naturaleza y de la misión de su Madre. Para comprender a María en su plenitud hay que mirarla en Jesús, del cual depende su ser, su esencia, su misión. Cristo es la explicación de María, y María es una aplicación de la verdad de Jesús. Por tanto hay que explicar a María en relación y dependencia de Jesús, determinando las semejanzas y las diferencias entre ellos, esto es, determinando la medida de su analogía.

La formulación básica de la analogía entre María y Jesús puede hacerse de este modo: María es Madre de Dios y de los hombres, porque Cristo es Dios y Cabeza de los hombres; María es pues Madre de Dios y de los hombres según las exigencias de la unión hipostática y la capitalidad de Cristo. La razón de esto es que María es Madre de Dios porque Jesús es Dios, y puesto que la humanidad del Verbo lleva consigo ser Cabeza de los hombres, Ella es Madre de los hombres porque Jesús es Cabeza de ellos.

Por tanto, si la unión hipostática es la razón de ser de la Maternidad divina, quiere decir que María es Madre de Dios porque se da esa unión hipostática. Análogamente, si la capitalidad de Cristo es la razón de ser de la Maternidad espiritual de María, quiere decir que María es Madre espiritual de los hombres porque se da esa capitalidad de Cristo y a ella y a sus exigencias se debe acomodar y servir.

Así pues, las dos condiciones esenciales de María dependen claramente de las dos condiciones esenciales de Cristo: la Maternidad divina de la unión

hipostática y la Maternidad espiritual de la Capitalidad. Se sigue de aquí, en primer lugar, que como la unión hipostática condiciona la Maternidad divina, la Capitalidad de Cristo condiciona la Maternidad espiritual en su existencia, naturaleza y trascendencia, siendo su función peculiar incorporar los hombres a Cristo y regenerarlos en Él, configurándolos a su imagen divina.

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Esta función regenerativa de la Maternidad espiritual de María le es propia por su misma Maternidad divina, de la misma manera que a Cristo le compete la Capitalidad por su misma unión hipostática. Y si la Capitalidad es exigida y elevada a sus propios fines por la unión hipostática, la Maternidad espiritual es exigida por la Maternidad divina y elevada a sus propios fines que son los de la unión hipostática.

De donde, por otra parte, se puede afirmar que la Maternidad espiritual de María es a su Maternidad divina, lo que la Capitalidad de Cristo es a la unión hipostática. La Maternidad espiritual de María depende, por tanto, de su Maternidad divina, como la Capitalidad de Cristo depende de la unión hipostática. Por donde se entiende que así como la Capitalidad de Cristo sirve a los fines de la unión hipostática en relación con la misión salvadora universal de Cristo, así la Maternidad espiritual de María sirve a los fines de su Maternidad divina en orden a esa misión consalvadora universal de María.

Y si la Maternidad divina y la Maternidad espiritual son a María lo que la unión hipostática y la Capitalidad son a Cristo, ello quiere decir que así como la unión hipostática y la Capitalidad lo son y lo explican todo en

Cristo, así también la Maternidad divina y la espiritual lo son y lo explican todo en María. Así como la unión hipostática hace a Cristo Hombre-Dios y Cabeza de los hombres, así la Maternidad divina hace a María Madre de Dios y de los hombres. Por otra parte, así como el ser y la misión de María

se expresan adecuadamente diciendo que es la Madre de Dios y la Madre de los

hombres. Como el carácter salvífico esencial de Cristo es el de ser Cabeza de los hombres58, el carácter salvífico esencial de María es el de Madre de los hombres. Y si la gracia habitual infinita de Cristo, procedente de la unión hipostática, constituye su capitalidad, así la gracia llena de María, exigida por su Maternidad divina y derivada de la infinita gracia de Cristo, constituye su Maternidad espiritual. Y si la gracia de Cristo es y se llama gracia capital, así la gracia de María es y se llama gracia maternal.

58. Es innegable que la Redención requiere en Cristo virtud redentora y solidaridad con los

redimidos. Pues las dos tiene Cristo por su Capitalidad; por ella tiene la plenitud de la gracia y por ella es nuestra su virtualidad redentora, puesto que somos miembros suyos. Podemos afirmar que la Capitalidad hace suya nuestra responsabilidad y nuestro su poder redentor. Las tres funciones principales de la mediación de Cristo: Sacerdocio, Magisterio, Realeza, las ve santo Tomás incluidas en la Capitalidad de Cristo, Suma Teológica, 3, q. 22, a. 1 ad 3um.

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Viniendo a María, hay que reconocer que son muchos los títulos que significan la intervención de la Santísima Virgen en la obra de nuestra salvación. Todos ellos expresan modos más o menos importantes de su actuación salvadora. De todos ellos, el título soteriológico esencial y principal de María es el de su Maternidad espiritual. En efecto, María es Madre espiritual de los hombres para que Cristo sea Cabeza de los mismos. María no sería Madre espiritual si Cristo no fuera Cabeza, y si Cristo tiene que ser nuestra Cabeza, Aquélla no puede no ser nuestra Madre.

Esta Maternidad espiritual de María se ordena esencialmente a la Capitalidad de Cristo, pudiendo ser considerada como un duplicado de dicha Capitalidad. Y la plenitud de la gracia de María, constitutivo formal de la Maternidad espiritual, es el efecto más grande y más connatural de la gracia capital de Cristo.

Por consiguiente, si la Maternidad espiritual depende de la Capitalidad de Cristo, de ésta participará su principalidad análoga, siendo la Maternidad espiritual, en María, a los demás títulos soteriológicos, lo que la Capitalidad de Cristo es a los demás títulos soteriológicos.

Esta principalidad de la Maternidad espiritual aparece clara si se la compara con los títulos mariológicos más importantes, a saber: mediadora,

corredentora, dispensadora de las gracias, realeza, etc.59.

Por el hecho de que María es Madre espiritual de los hombres, y en tanto que es Madre, debe llamarse Mediadora entre Dios y los hombres, ya que Élla trae a los hombres las cosas de Dios y presenta a Dios las cosas de los hombres. Élla regenera a los hombres para la vida eterna, y presta su consentimiento maternal en representación del género humano. Se puede afirmar que la mediación no tiene actos propios sino que es una modalidad de los actos maternales de la Santísima Virgen, en cuanto que unen a los hombres con Dios.

Si consideramos ahora a María-Corredentora, debemos afirmar que la corredención es un aspecto particular tanto de la maternidad espiritual

59. Hace ya un tercio de siglo, año 1978, que subrayábamos dicha principalidad, sobre los otros títulos mariológicos, en nuestra primera Mariología: Madre-Mediadora, Madre-Corredentora,

Madre-Dispensadora, Madre-Reina, etc., en J. Ibáñez - F. Mendoza, Fe divina y católica,

Magisterio Español, Madrid 1978, pp. 111-112.

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como de la mediación. Si Cristo es Mediador porque junta a los hombres con Dios, como dice santo Tomás: pro hominibus satisfaciendo et interpellando60, lo mismo, aunque de manera análoga, decimos, de la Santísima Virgen y precisamente de su Maternidad espiritual. Propio y característico de esta Maternidad es que María haga ambas cosas (satisfaciendo et interpellando) maternalmente: para engendrar los hombres a la vida divina, ya sea para conseguir la redención, ya sea para aplicarla.

La Maternidad espiritual de María debe conseguir la vida que comunica a los hombres para que dicha vida pueda ser realmente suya; y además tiene que ser (dicha Maternidad) destructora del pecado, porque la destrucción de la muerte debe ser efecto de las causas de la vida61. De la gracia maternal de María procede la eficacia de su corredención, pues de esa gracia proceden el mérito y la satisfacción con que nos corredime. Por tanto, María no es Madre de los hombres por ser Corredentora, sino que María es Corredentora

por ser Madre. Pero se debe aclarar que dicha corredención complementa la Maternidad en cuanto que posibilita la perfecta regeneración de los hombres.

En otras palabras, si Dios nos dio a María para que nos diese la vida, todo queda en Ella subordinado a esto: la corredención será una función parcial de la Maternidad espiritual que es la función total de María. Y así, lo mismo que redención es función de la Capitalidad de Cristo, así la corredención es función de la Maternidad espiritual de María. Y si la Capitalidad de Cristo es anterior a la redención y causa de ella, también la Maternidad espiritual es anterior a la corredención y causa de ella. Pero tanto la función redentora de Cristo como la corredentora de María están subordinadas a la función regenerativa, que tiene razón de efecto acabado, mientras que la redención y corredención tiene razón de efecto incompleto, es decir, de medio.

La corredención, pues, es una función parcial de la Maternidad espiritual, que es la función total de María. Dios nos dio a María para que Ella nos diera la vida, y a esto queda subordinado todo en Ella. Y si la redención es función

60. Suma Teológica 3, q. 26, a. 20.61. Suma Teológica 3, q. 48, a. 1 ad 2um: “Christus a principio suae conceptionis meruit nobis salutem

aeternam; sed ex parte nostra erant impedimenta quaedam, quibus impediebamur consequi effectum

praecedentium meritorum. Unde, ad removenda illa impedimenta, oportuit Christum pati”.

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de la Capitalidad en Cristo, la corredención es función de la Maternidad espiritual de María. Y si la Capitalidad es anterior a la redención y su causa, la Maternidad espiritual es anterior a la corredención y causa de ella.

Si consideramos la precedencia entre Maternidad espiritual y corredención de María, afirmamos que la maternidad o gracia maternal es anterior a la corredención o gracia corredentora. Y esta gracia maternal tiene como connatural la remoción de la culpa que impide y estorba la regeneración de los hombres en Cristo. De esta manera, la corredención será efecto connatural de la gracia maternal, y, por tanto, posterior a ella.

De alguna manera, esta superación de la culpa será anterior a la Maternidad espiritual perfecta de María, y así, la corredención, efecto de la Maternidad espiritual, precede de algún modo a ésta en cuanto a su estado perfecto. Pero María es en la Encarnación cuando queda constituida en Madre de Dios y Madre nuestra, y desde entonces, juntamente con Cristo, supera todas las dificultades para lograr una regeneración perfecta a lo largo de su vida corredentora.

Pero si consideramos la precedencia por parte de los hijos espirituales,

afirmamos que la redención del pecado precede como término a quo a la regeneración, que es el término ad quem, sin pretender deducir de aquí que la gracia maternal no preceda y cause la gracia corredentora62. Pues la gracia maternal precede y causa la corredención, como la gracia divina sobrenatural precede a la liberación del pecado y dispone al hombre para la justificación, aunque la expulsión de la culpa precede a la posesión de la justicia en el alma del justificado63.

En cuanto al título “Dispensadora de las gracias” afirmamos que los mariólogos lo deducen normalmente de la Maternidad espiritual. “¿No es María la Madre de Dios? ¿Ella es, por tanto, también nuestra Madre?”, se

62. En la regneración de los hombres por María, en primer lugar hay que situar la maternidad o gracia maternal; sigue la corredención o disposición del género humano y finalmente la regeneración. Esta es la enseñanza de santo Tomás, Suma Teológica 1-2, q. 112, a. 8 c.

63. Clara es la explicación de santo Tomás para aclarar la cuestión, en Suma Teológica 1-2, q. 112, a. 8 ad 1um: “Agens enim, per forman, quae in eo praexistit, agit ad removendum contrarium; sicut sol

per suam lucem agit ad removendum tenebras: et ideo ex parte solis prius est iluminare quam tenebras

removere; ex parte autem aeris iluminandi prius est purgari a tenebris quam consequi lumen ordine

naturae, licet utrumque sit simul tempore”.

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pregunta san Pío X64. En efecto, la dispensación de la gracia tiene que ser competencia de la Madre de la gracia, y, por consiguiente, la dispensación de la gracia es competencia del oficio materno de María.

Por lo que respecta al título “Reina”, hay que admitir que la Maternidad hace a María-Reina. Porque es Madre de Dios, es la más excelsa de todas las criaturas y todas le están subordinadas; porque es Madre de los hombres, hace suyo el reino de la gracia, del que dispone como Reina a favor de ellos, juntamente con su Hijo. Reina por ser Madre. Todos los hombres, hijos de María sometidos a su realeza.

Pero esta principalidad de la Maternidad espiritual de María sobre los demás títulos mariológicos, que acabamos de considerar por analogía con la Capitalidad de Cristo, queda manifiesta por el paralelismo que la Tradición católica establece entre Adán y Cristo, Eva y María.

La razón de ser de Eva fue la maternidad y para eso fue dada a Adán (Gn 3,20) para ser madre de todos los vivientes. Como madre cooperó a la transmisión de la vida y, después del pecado, cooperó a la transmisión del pecado. Tanto el pecado de Adán como el suyo no nos hubiera sido transmitido sin su cooperación materna. Tenemos, pues: que Eva no solamente fue ocasión de nuestra ruina, sino que también fue causante de ella, aunque con un influjo subordinado a Adán. El concurso de Eva fue manifiestamente doble, puesto que indujo al primer hombre al pecado y lo acompañó en su culpa. Y, finalmente, este concurso de Eva se extiende a todos los descendientes de Adán, a los que pasó el pecado mediante la generación. En resumen, Eva concurrió a la ruina y perdición de todos los hombres como causa directa y universal65.

A la maternidad de Eva se opone esencialmente la Maternidad de María. Dicho de otro modo, a la cooperación de Eva con Adán, mediante la maternidad, para transmitir con la vida el pecado, responde la cooperación de María con Cristo para transmitir, mediante la Maternidad espiritual, la vida de la gracia.

64. Pío X, en su Encíclica “Ad diem illum” (2-II-1904), Marín, pp. 369 y 371.65. Cfr. P. Bover, en Deiparae Virginis consensos, Madrid 1942, p. 314: “Ex fundamentali ista

condicione, ex generationis necesitate, iam statim colligitur necessitas mulieris: mulieris, inquam, quae

esset et conjux Adami et Mater universae ipsius posteritatis. Maternitas itaque est prima ac potissima

ratio cur mulier exsistat: est fundamentalis ac titulus ipsius existentiae ac necessitatis”.

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La antítesis aparece clara. María, consintiendo en la Encarnación, trajo al mundo al autor de la gracia y redentor de los hombres. Por consiguiente, María no sólo fue ocasión, sino causa verdadera de nuestra regeneración. Su concurso eficaz sobresale en toda su asociación con Cristo y en especial en su

consentimiento a la Encarnación por el cual nos trae el Redentor, y, en el sacrificio

que hace de sí misma y de su Hijo inmolándose con Él. Y, por último, este concurso o causalidad de María se extiende a todos los hijos de Dios a quienes llega la gracia mediante una verdadera causalidad de la Santísima Virgen.

En conclusión, a la cooperación de Eva con Adán, por la maternidad, para transmitir con la vida el pecado, responde la cooperación de María con Cristo, transmitiendo mediante la Maternidad espiritual la vida de la gracia66.

3. María, Madre nuestra padeciendo con Cristo

El Vaticano II afirma también que María es Madre nuestra a la hora de la presentación en el Templo y a la hora de la Cruz67. En este lugar concreto, se contenta sólo con afirmarlo. Pero en otros números de este capítulo mariano nos dice más. Así, en el n. 57 de la citada Constitución, había dicho sobre la presentación en el Templo: “y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón, que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones”.

En relación con la participación maternal de María en la Pasión y Muerte

del Hijo afirma también en otro pasaje: “La Santísima Virgen... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz con estas palabras: ‘Mujer, he ahí a tu Hijo’ (Jn 19, 26-27)”68.

66. Cfr. P. Bover, op. cit., p. 314: “Recirculationis principium, ita enumtiandum: Evae conjugi et

matri ejusque conjugali simul ac maternae actioni ex adverso respondet Maria pure Mater ejusque

opera pure materna”.

67. Lumen Gentium, n. 61.68. Lumen Gentium, n. 58.

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En efecto, María es Madre espiritual de los hombres en la Encarnación y en el Calvario. Dicho de otro modo: Madre desde la Encarnación para siempre, culminando esta Maternidad en el Calvario; sin que exista contraposición, sino con interdependencia y complementariedad. Si Cristo posee su Capitalidad esencial regenerativa desde la Encarnación, también María, desde la Encarnación y análogamente, posee su Maternidad espiritual. De ahí que tanto la vida de Cristo como la de María, así como sus actuaciones todas, son adquisitivas de la vida divina para los hombres. Y esta redención regeneradora de los hombres, que desde la Encarnación incumbe a Cristo como Cabeza y a María como Madre, tiene su culmen tanto para Cristo como para María en el sacrificio del Calvario.

Se puede afirmar: que el Calvario es la consumación de la ofrenda cristiano-mariana de la Encarnación. Porque, como enseña santo Tomás, Cristo nos mereció la vida eterna desde el primer momento de su concepción; pero como por parte nuestra existían trabas que nos impedían conseguir el efecto de sus méritos, fue conveniente que Cristo padeciera para removerlas69.

II. María, Madre espiritual por sus virtudes

Tanto la Capitalidad de Cristo como la Maternidad espiritual de María tuvieron su consumación en el sacrificio del Calvario. En efecto, tanto la Capitalidad como la Maternidad espiritual son verdaderas en la Encarnación, pero no son completas en ese momento; y esto, porque no lo es la incorporación regenerativa de la humanidad a Cristo. Por supuesto que ello no depende de una insuficiencia o de la Capitalidad o de la Maternidad espiritual, pues ambas son tan suficientes como en el Calvario, sino más bien porque la regeneración total y cabal de la humanidad había de ser sucesiva de entrambas y su consumación la realizarían en el Calvario la Pasión de Cristo y la compasión de su Madre. De este modo, tanto la vida de Cristo como la de

69. Suma Teológica 3, q. 48, a. 1 ad 2um: “Christus a principio suae conceptionis meruit nobis salutem

aeternam: sed ex parte nostra erant impedimenta quaedam, quibus impediebamur consequi effectum

praecedentium meritorum. Unde, ad removenda illa impedimenta, oportuit Christum pati”.

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María (análogamente), así como todas sus actuaciones son salvíficas para los hombres, es decir, acciones mediante las que adquirir la vida divina de la gracia para ellos.

El Vaticano II quiere enseñarnos el valor salvífico de las virtudes de la

Virgen y nos dice que “cooperó en forma toda singular, por la obediencia, por la fe, la esperanza, la caridad encendida, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia”70. Ciertamente, el valor soteriológico con que Cristo nos ganó la reconciliación divina fue el de toda su vida redentora que se consumaba en el sacrificio de la Cruz. Pero el valor soteriológico de todas esas obras y de la obra cumbre de la Cruz es el de las virtudes de la gracia que Cristo ejercita, pues Cristo operó nuestra salvación con las virtudes en que se actúa su gracia, que al ser gracia capital, hace que sean meritorias para todos los hombres.

Análogamente, las virtudes todas de María, pues hay que afirmar lo mismo de María y de su gracia, cooperaban a la vida divina de los hombres, porque eran virtudes de Madre.

III. Naturaleza de la Maternidad espiritual

El Concilio reconoce el hecho de la Maternidad espiritual pero no afirma nada acerca de la naturaleza de la misma. En la mente del Concilio, la Maternidad espiritual de María aparece íntimamente unida a la Maternidad divina y como una dimensión esencial de la obra regenerativa de la Encarnación71. Dicha Maternidad de gracia consiste en una cooperación singular de María con Cristo al nacimiento de los fieles, miembros de Cristo, a la vida de la gracia. La economía cristiana de salvación es de paternidad divina, de hermandad con el Unigénito del Padre, de regeneración divina.

70. Lumen Gentium, nn. 61, 56 y 63.71. La cooperación singular de María con Cristo fue asignada a María como a Madre predestinada del

Hijo de Dios, Lumen Gentium, n. 56. Esta cooperación es una contribución a la regeneración de los hombres en la vida divina de la gracia: “Cooperó en forma del todo singular por la obediencia de la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las

almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia”, n. 61 de la Lumen Gentium.

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La aportación maternal de la mujer que hace posible esa economía dándonos al Regenerador ha de ser cooperación regeneradora. La letra del Concilio permite afirmar que esa actuación materna de María es una actuación de su gracia maternal. Expliquémoslo.

En el Nuevo Testamento aparece claramente que toda misión específica necesita y lleva consigo una gracia divina que capacita para su cumplimiento72. El Angélico hará la aplicación de este principio en los siguientes términos: “Dios da a cada uno la gracia según la misión para la que es elegido. Y porque Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado y elegido para ser hijo de Dios, poderoso para santificar, tuvo como propia suya tal plenitud de gracia, que redundase en todos, según lo que dice san Juan: ‘de su plenitud todos nosotros recibimos’. Mas la Santísima Virgen María tuvo tanta plenitud de gracia que por ella estuviese cercanísima al autor de la gracia, hasta recibir en sí al lleno de gracia y, dándole a luz, comunicara, en cierto modo, la gracia a todos”73.

Es decir, que María recibió una plenitud de gracia, derivada de la de

Cristo, que la capacitaba para cooperar con su Hijo en la regeneración de la humanidad. Esta gracia tenía en Cristo su origen, su plenitud y su finalidad. Una gracia que iba del Hijo a la Madre, como a cooperadora maternal para la divina regeneración de la humanidad.

Detengámonos ahora en el conocimiento de esa gracia de María. Y para ello recurrimos a la analogía con la situación de Cristo. Como ya hemos apuntado, derivada de la unión hipostática, en Cristo se da una

infinita gracia habitual individual, por la cual queda constituido en Cabeza de la Humanidad y que, como principio y forma lo capacita para dar a los hombres la vida divina: es lo que se denomina gracia capital de Cristo, que es al mismo tiempo gracia personal y social. Análogamente en María, exigida por su divina Maternidad y fruto de la infinita gracia de Cristo, se da una gracia llena o plenitud de gracia que constituye formalmente su

Maternidad espiritual. Esta gracia de María, es igualmente individual, para su propia santificación, y social en cuanto que es el principio formal de su influjo maternal en la vivificación divina de los hombres en Cristo.

72. Cfr. 1 Co 12, 4 ss; 3, 5. 10; 2 Co 3, 5-6.73. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 1um.

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Y como la gracia por la que Cristo es cabeza de la humanidad se llama gracia capital, la gracia por la que María es Madre de los hombres se llama gracia maternal.

Por consiguiente, existe un influjo de la Virgen, en la gracia que nos hace hijos de Dios y hermanos de Cristo, y en virtud del cual Ella es verdadera Madre nuestra y nosotros verdaderos hijos suyos; hijos suyos en el orden de la gracia. Por eso puede afirmarse que la gracia o vida sobrenatural es divina por el influjo de Dios, cristiana por el influjo de Cristo y mariana por el influjo de María. Dicho de otro modo: toda comunicación divina procede de Dios como de primer principio, de Cristo como de Cabeza y de María como de Madre. Por tanto, la Maternidad de María es una Maternidad verdadera porque nos comunica la vida que nos reengendra en Cristo. Existe, pues, una impronta vital materna en nuestra vida de hijos de Dios y hermanos de Cristo74.

IV. Etapas de la Maternidad espiritual

El Concilio ha dejado claro el hecho de la Maternidad espiritual de María. A renglón seguido explica las fases en que se ejercita dicha Maternidad y la variedad de títulos maternales con los que le invocamos en la Iglesia75.

Fase dispositiva. Aunque el texto conciliar no hace referencia a ella, señalamos con santo Tomás una primera etapa llamada “quasi dispositiva, mediante la cual se le hacía idónea (a la Santísima Virgen) para ser Madre de Dios”76. Ello incluye la predestinación de María a su doble Maternidad,

en virtud de la cual Ella no fue Madre desde su concepción, pero sí que desde su concepción, Ella existía para serlo. Sus dones naturales y sus gracias sobrenaturales la disponían para ser Madre adecuadamente, con lo que al ir creciendo su cuerpo y su alma, iba, por así decirlo, creciendo su Maternidad.

74. J. Ibáñez - F. Mendoza, María, Madre nuestra espiritual, Ediciones Palabra, Madrid 1994, pp. 21-23.

75. Lumen Gentium, n. 62.76. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 2um: “Prima (perfectio gratiae) quidem quasi dispositiva, per quam

reddebatur idonea ad hoc quod esset Mater Christi: et haec fuit perfectio sanctificationis”.

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Fase constitutiva. La preparación de María para su Maternidad se prolonga hasta la Encarnación. Coincide también aquí esta segunda fase de santificación de María con la Maternidad espiritual, pues la Maternidad espiritual de María se inicia en la Encarnación y le viene a la Santísima Virgen con la Maternidad divina. María fue hecha esencialmente Madre nuestra en el momento mismo en que dio su consentimiento a la generación de Dios-Salvador, pues en virtud de ese consentimiento nos vinieron el autor mismo de la vida y todas las gracias. Como afirma el P. Merkelbach: “Por este inicial consentimiento en la Redención nos concibió verdaderamente y engendró espiritualmente, lo que es título de suyo suficiente para ser llamada Madre nuestra; tanto que, aunque hubiera muerto antes que el Hijo, aún sería con verdad Madre nuestra”77.

En relación con la gracia de esta fase afirma santo Tomás que, “como el calor que proviene de la forma del fuego es mayor que el que dispone para la forma del fuego, así el advenimiento de la forma es superior a la gracia dispositiva”78.

Fase evolutiva. A la concepción sigue la gestación y como tal puede considerarse la vida de María con Cristo, colaborando con Él a nuestra redención desde la Encarnación hasta el Calvario. La simultaneidad de la Maternidad divina y la Maternidad espiritual, iniciada en la Encarnación, se prosiguió ya para siempre, ejerciendo María sus funciones de Madre espiritual con el ejercicio y con los actos mismos con que actuaba como Madre de Dios. Su vida nos pertenecía con derecho de hijos, porque nos la debía como deber de Madre. Era y actuaba como Madre de los hombres, siendo y actuando como Madre de Jesús. La finalidad salvadora informaba toda la vida de la Madre de Jesús y Madre de los hombres. Criando a Jesús, nos iba formando en Él a todos; amándolo, nos amaba; alimentándolo, fortalecía nuestra vida; viviendo para Él, nos vivificaba a nosotros; siendo Madre suya, era Madre nuestra.

Fase completiva. La gestación espiritual de María culminó en el alumbramiento doloroso de la Cruz, con la Pasión de Jesús y la Compasión

77. P. Merkelbach, Mariología, Paris. Desclee 1938, pp. 302-303.78. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 2um: “Secundo autem est perfectio formae, quae est potior: nam et ipse

calor est perfectior qui provenit ex forma ignis, quam ille qui ad formam ignis disponebat”.

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de su fidelísima Madre. El mismo autor dominico, ya citado, explicará: “pero aún quiso María engendrarnos y ser nuestra Madre más perfecta y completamente. Como Cristo hubiera podido redimirnos con un solo acto, más no nos redimió sino con todos los de su vida en cuanto consumados en su Pasión y Muerte, así María no sólo con el acto, de su inicial consentimiento, sino luego con cuantos cooperó con el Hijo durante su vida mortal y en su misma Pasión y Muerte que consumaron la Redención: de este modo, completamente engendró y perfectamente dio a luz a toda la raza de los hombres redimidos”79.

De donde resulta que el consentimiento de María en la Encarnación es el elemento constitutivo esencial, pero incoativo de la Maternidad espiritual. Su cooperación a la Pasión y Muerte de Cristo es el elemento integral, pero completivo. La continua intervención, con que incesantemente se asocia al Hijo, no es elemento constitutivo, sino mero ejercicio consiguiente de la Maternidad.

Fase dispensadora de la redención individual. La Redención y regeneración, llevada a cabo por Cristo Cabeza y por María Madre, en sí misma es universal, es decir, abarca a todos los hombres. Pero se ha de aplicar a cada uno de ellos. Esta redención divinizadora de Cristo y de María llega a cada hombre mediante una gracia personal de filiación divina. Por tanto, María comunica maternalmente a cada uno de los hombres la vida en Cristo. En cada uno de ellos lleva maternalmente esa vida a crecimiento y perfección con todos los cuidados maternales que le corresponde. No sólo Ella comienza maternalmente nuestra vida, sino que en la suya vivimos hasta que Cristo se forme perfectamente en nosotros y nosotros en Cristo. Cada uno de nosotros somos hijos de María, nuestra vida es vida de la suya. Ella nos amó y nos ama maternalmente80.

El mismo Concilio afirma que esa Maternidad espiritual de María “perdura sin cesar en la economía de la gracia... hasta la consumación perfecta de todos los elegidos”. Ahora bien, esa economía de la gracia incluye la gracia regenerativa inicial y todas las demás gracias que contribuyen a su crecimiento y perfección. Así pues, con dicha afirmación del alcance universal de la Maternidad espiritual de María, el Concilio da a entender la

79. P. Merkelbach, l. cit., ibidem.

80. P. Colomer, La Virgen María, Madrid 1935, pp. 206-207.

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constante intervención de la Virgen en la distribución de las gracias divinas que hacen a los hombres perfectos hijos de Dios.

Con toda lógica se puede afirmar que la distribución universal de las gracias corresponde a María, en cuanto que Élla contribuyó maternalmente a ganarlas. Por otra parte, no puede parecernos excesiva esa dispensación maternal de todas las gracias salvadoras, habida cuenta de que Élla, por voluntad divina nos dio a Cristo, fuente de toda gracia.

Fase gloriosa. La vida de la gracia evoluciona en plenitud y perfección en la vida de la gloria. En efecto, el influjo vivificador de nuestra Madre nos lleva connaturalmente a la bienaventuranza eterna.

María, por su condición de Madre de Dios y de Madre espiritual de los hombres, comparte con Cristo la ejemplaridad universal de los predestinados. Con el mismo decreto divino de su Hijo y con el mismo alcance similar de ejemplaridad y eficiencia respecto de todos los predestinados, fue predestinada María unida y dependiendo de su Hijo. La predestinación a la maternidad universal hace a María concausa ejemplar y eficiente de nuestra predestinación. Nosotros, hijos suyos formados a su imagen: la gracia de María. La gracia de María es origen de nuestra vida de hijos de Dios; su

gloria, por tanto, es ejemplar de nuestra gloria de Dios, ya que la gloria no es otra cosa que la plenitud de gracia en el cielo.

Y esta gloria abarca tanto el alma como el cuerpo, pues la gloria de María se extiende no sólo a su alma, sino también a su cuerpo virginal. Y esta gloria corporal, tanto la de María como la de los demás seres humanos, es redundancia y proporcionada a la gloria del alma. Y, esta vida, resucitada e inmortal de nuestros cuerpos se deberá al influjo e irradiación de la vida imperecedera del cuerpo glorioso de Jesús y del cuerpo glorioso de María. De aquí, finalmente, se deduce que todos los hombres resucitarán por tener una naturaleza humana conforme a la de Jesús y a la de María; pero la resurrección no será gloriosa para todos, dado que la resurrección gloriosa presupone una conformidad con la sobrenaturaleza divina de la gracia y será proporcionada a ella81.

81. Cfr. J. Ibáñez, Maternidad divino-espiritual de María, fundamento de su Asunción en cuerpo y

alma al cielo (II), “Scripta de Maria”, serie II, n. V (2008), 140-141.

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V. Ejercicio de la Maternidad espiritual por parte de María

La Maternidad espiritual de María se ejercita hasta la culminación de la economía de la vida de la gracia, tanto que su gloriosa Asunción al Cielo no representa una interrupción de su oficio salvador. Así lo ha expresado el Vaticano II82. En efecto, la misión salvadora de Cristo Cabeza y de María Madre espiritual no se acaban mientras exista un hombre necesitado de salvación. La Capitalidad de Cristo y la Maternidad espiritual de María quedan incompletas hasta que se consume la vida divina de todos los miembros de Cristo que son, al mismo tiempo, hijos de María. Podemos afirmar que la glorificación anticipada de Cristo, así como la de María Madre, prepara, ayuda y garantiza la de todos los miembros e hijos elegidos; y tal glorificación no será consumada mientras falte uno solo de los que han de completarla. La glorificación de Jesús y de María les ha revestido de todo poder en el Cielo y en la tierra en pro de su misión salvadora, por lo que ese privilegio lo es en beneficio de toda la humanidad.

Por consiguiente, María, glorificada en los cielos, colabora con su Hijo con maternal afecto, a lo largo de los siglos, en la regeneración divina de los hombres, que es ya la única razón divina de la historia: “pues una vez, recibida en los cielos... continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación”83.

El Concilio, como vemos, afirma que María posee una múltiple intercesión. Sólo en dependencia de Dios, que es omnipotente, caben grandes poderes, entre los que el poder de intercesión puede ser el mayor, sobre todo si se tiene en cuenta el valimiento del intercesor ante Dios. El mayor poder intercesor es la mejor oración. Como enseña el Angélico: “como la oración por los demás procede de la caridad... cuanto más perfectos en la caridad son los santos del cielo, tanto más ruegan por los viadores... y cuanto más íntimos son a Dios, tanto más eficaces son sus ruegos”84.

Así pues, Jesucristo es el primer intercesor: “es perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos”85.

82. Lumen Gentium, n. 62.83. Lumen Gentium, n. 62.84. Suma Teológica 2-2, q. 83, a. 11 c.85. Hb 7, 25.

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“Cristo, Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros”86. La Santísima Virgen, por estar perpetuamente asociada a Cristo, es nuestra principal intercesora. Nadie puede comparársele a María en su amor a Dios, en el amor a su Hijo y en el amor a los hermanos de su Hijo, y nadie puede ser comparado con María en intimidad con Dios.

María, pues, es intercesora. Pero, por ser intercesora, lógicamente no es Madre. Por múltiple y poderosa que sea la intercesión maternal de María, su influjo maternal no puede reducirse a ésta en la distribución de las gracias. Si la redujéramos, María sería únicamente la causa moral para que Dios dispensara esas gracias. Por otra parte, con una influencia de causa moral intercesora, nuestra vida de gracia quedaría fuera del ámbito de la acción maternal de María. Y, como hemos visto, la Santísima Virgen influye con su vida de la gracia en la nuestra, Ella es Madre de verdad; es verdaderamente suya nuestra vida de gracia.

De la multitud de títulos, tomados de la Liturgia, de los escritos marianos y de labios del pueblo, con los que es aclamada e invocada María, el Concilio selecciona cuatro: abogada, auxiliadora, ayudadora, mediadora.

Los tres primeros significan distintos modos de actuar maternalmente la Santísima Virgen a favor de sus hijos. Con el título de mediadora no hace más que llamar por su nombre a lo que con otros títulos ha sido enseñanza de todo el documento mariano. Unir a Dios con los hombres es, sin duda, la síntesis de la misión salvadora de María. Ella es unidora con Dios como Madre. Es, pues, Mediadora porque es Madre. Por eso, la Maternidad plena de María, respecto a Cristo y respecto a los hombres, es el título que expresa con propiedad la función salvadora de María.

A modo de conclusión

La Maternidad espiritual de María se ha expresado con diversas fórmulas y entre ellas con la de “Madre de la Iglesia”. Este título se iba imponiendo a medida que, a partir del Vaticano I, se fueron incrementando los estudios

86. Rm 8, 34.

Page 38: Maternidad divina de María, razón de su maternidad espiritual · ScrdeM 93 Palabras clave: maternidad divina, maternidad espiritual, María. Resumen: la Virgen María ha sido siempre

JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ

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sobre la Iglesia. El Vaticano II tenía como tema central precisamente la naturaleza y misión de la Iglesia. De ahí que la Comisión Coordinadora cambiara el título del esquema mariano inicial que era “La Virgen Madre de Dios y de los hombres” por el de “La Virgen Madre de la Iglesia”.

Esto ocurría en enero de 1963. A pesar de una intensa labor de los mariólogos del episcopado español prevaleció cierto ambiente conciliar promovido contra el título87. Pablo VI, sin embargo, se mostró en todo tiempo propiciador del título. El 24 de noviembre de 1964, en el discurso de clausura de la tercera Sesión, llevó a cabo su deseada proclamación de este título.

¿Qué significado entraña el título de “Madre de la Iglesia? El mismo Papa, en el mencionado discurso, resalta la identidad sustancial entre la doctrina enseñada por el Concilio acerca de la Maternidad espiritual de María y la que él consagra y sanciona al reconocer solemnemente a María como Madre de la Iglesia. Todos los mariólogos están de acuerdo con el Papa en señalar esta identidad sustancial entre la doctrina del Concilio y la que se expresa por el título “Madre de la Iglesia”, que es, en palabras del Papa, su “síntesis maravillosa”.

Hemos conectado esencialmente la Maternidad espiritual con la Maternidad divina. De este modo, la Maternidad divino-espiritual resume toda la verdad de María. La Maternidad divina entraña necesariamente la Maternidad espiritual, y ésta toda la misión salvadora de María. Maternidad es la palabra que compendia a María. Ella es “Tota Mater”. La Virgen-Madre.

Javier Ibáñez Ibáñez

Sociedad Mariológica Española

Zaragoza

87. N. García Garcés, Los Mariólogos españoles y el cap. VIII de la Lumen Gentium, “Scripta de Maria” 3 (1980), 525-591.