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 Mayer, The Furies: Violence and terror in the French and Russian Revolutions, Introducción y Cap. 3 Una de las tesis principales de la obra de Ma yer es ue no ha y revolución sin violencia ni terror, sin !uerra interna y e"terna, sin iconoclastia o con#ictos reli!iosos, sin colisión entre ciudad y ca$po. Las “furias” de la revolución se alimentan primariamente de la inevitable y esperable resistencia de las fuerzas e ideas que se le oponen, tanto en el ámbito doméstico como externo. Esta polarización se vuelve feroz una vez que la revolución, enfrentada con dica resistencia, promete y amenaza concretar una radical refundación de la pol!tica y de la sociedad. Este problema de la fundac ión o de la refundac ión a int eresado dur ante si" los a los teóric os, nin"uno de los cuales su"irió siquiera la posibilidad teórica o istórica de que dic o renacer radical pud ier a pr odu cir se sin un est allido excepcional de violencia y sin una temporaria reversión a una fase de barbarie. #l repensar el rol de la violencia y la revolución, ten"o en mente no sólo las “furias” inerentes a la noci ón de “nueva fundac n” sino tamb n la importancia que la violencia colectiva posee desde tiempos inmemoriales. Esta circunstancia siniestra e irrebatible, desa%&a el e"tendido presupuesto ue a'r$a ue la violencia es un %enó$eno al $enos tan raro co$o la revolución. La "uerra internacional, la "uerra civil son componentes de una revolución. La violencia que acompa$a a un proceso revolucionario alcanza su extremo pr ecisamente por ue la revolu ción i$plica tanto una !uerra civil co$o una !uerra internacional. La revolución sur"e y se alimenta del colapso de la soberan!a centralizada e indi vi sa de un es ta do , y de su di so luci ón en vari os centros de po der competitivo. %urante las &evoluciones francesa y rusa, cada uno de dicos centros recurrió eventualmente a la violencia, en un esfuerzo por reclamar o ase"urar en su favor el monopolio del uso le"!timo de la coerción, en el nivel nacional, re"ional o local. El esperable espiral de violencia se vio ampli'cado por el simultáneo colapso de los sistemas (udicial y le"al, lo que abrió una breca para el retorno de la ven"anza reprimida, particularmente en zonas de "uerra civil o terror desatados. (s otro postulado del autor ue la revolución y la contrarrevolución e"i!en ser concebidas y e"a$inadas una en %unción de la otra )recordar lo que plantea *uret sobre la violencia revolucionaria+ para él no se asocia necesaria y directamente con la contrarrevolución. La -ontrarrevolución fue un fenómeno real y tan"ible. o se trató de un fantasma, de un complot inventado por los revolucionarios para potenciar su ideolo"! a y re rica maniqueas para (usti'car el terror revolucionario. )%ivisión “ami"o/enemi"o” se"0n a de'nición de -arl 1c mitt. La contra rrevolución es tan comple(a, plástica y facciosa como la revolución. Existe una comple(a contrarrevolución

Mayer- Violencia y Terror en la Revolucion Francesa y Rusa

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Resumen de introduccion y capitulo 3

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Mayer, The Furies: Violence and terror in the French and Russian Revolutions, Introduccin y Cap. 3 Una de las tesis principales de la obra de Mayer es que no hay revolucin sin violencia ni terror, sin guerra interna y externa, sin iconoclastia o conflictos religiosos, sin colisin entre ciudad y campo. Las furias de la revolucin se alimentan primariamente de la inevitable y esperable resistencia de las fuerzas e ideas que se le oponen, tanto en el mbito domstico como externo. Esta polarizacin se vuelve feroz una vez que la revolucin, enfrentada con dicha resistencia, promete y amenaza concretar una radical refundacin de la poltica y de la sociedad. Este problema de la fundacin o de la refundacin ha interesado durante siglos a los tericos, ninguno de los cuales sugiri siquiera la posibilidad terica o histrica de que dicho renacer radical pudiera producirse sin un estallido excepcional de violencia y sin una temporaria reversin a una fase de barbarie. Al repensar el rol de la violencia y la revolucin, tengo en mente no slo las furias inherentes a la nocin de nueva fundacin sino tambin la importancia que la violencia colectiva posee desde tiempos inmemoriales. Esta circunstancia siniestra e irrebatible, desafa el extendido presupuesto que afirma que la violencia es un fenmeno al menos tan raro como la revolucin. La guerra internacional, la guerra civil son componentes de una revolucin. La violencia que acompaa a un proceso revolucionario alcanza su extremo precisamente porque la revolucin implica tanto una guerra civil como una guerra internacional. La revolucin surge y se alimenta del colapso de la soberana centralizada e indivisa de un estado, y de su disolucin en varios centros de poder competitivo. Durante las Revoluciones francesa y rusa, cada uno de dichos centros recurri eventualmente a la violencia, en un esfuerzo por reclamar o asegurar en su favor el monopolio del uso legtimo de la coercin, en el nivel nacional, regional o local. El esperable espiral de violencia se vio amplificado por el simultneo colapso de los sistemas judicial y legal, lo que abri una brecha para el retorno de la venganza reprimida, particularmente en zonas de guerra civil o terror desatados.

Es otro postulado del autor que la revolucin y la contrarrevolucin exigen ser concebidas y examinadas una en funcin de la otra (recordar lo que plantea Furet sobre la violencia revolucionaria para l no se asocia necesaria y directamente con la contrarrevolucin). La Contrarrevolucin fue un fenmeno real y tangible. No se trat de un fantasma, de un complot inventado por los revolucionarios para potenciar su ideologa y retrica maniqueas para justificar el terror revolucionario. (Divisin amigo-enemigo segn a definicin de Carl Schmitt). La contrarrevolucin es tan compleja, plstica y facciosa como la revolucin. Existe una compleja contrarrevolucin desde arriba y una espontnea anti-revolucin desde abajo particularmente las distintas formas de resistencia campesina, que fueron el epicentro de las guerras civiles de las revoluciones francesa y rusa-. La contra-revolucin y la anti-revolucin nunca lograron conectarse, con el resultado de que la fortuna de las fuerzas contrarrevolucionarias pas a depender mucho de la ayuda exterior y de la intervencin militar promovida por los emigrados. El autor habla de que esta contrarrevolucin tena un pensamiento propio anti-ilustrado, y que ese pensamiento tambin estaba destinado a durar durante mucho tiempo (para l, tiene su cuota de culpa en influir el pensamiento de la Alemania nazi).Otra premisa del autor es que el conflicto religioso fue una fuerza revolucionaria significativa. En sociedades con casi el 85% de poblacin rural, campesina y analfabeta, la Iglesia y la religin eran fenmenos omnipresentes. La unidad orgnica entre lo poltico y lo sagrado estaba intacta en la cspide del estado. Los reformistas y revolucionarios desdearon el mundo de los campesinos al que pretendan liberar de las sombras de la ignorancia y la supersticin alimentadas por el clero. No puede existir una transformacin poltica y civil de la sociedad sin una transformacin de la relacin Iglesia-Estado y sin una marcada relativizacin del control que las religiones organizadas tienen sobre las esferas de la vida social y cultural. Sobre todo en Francia (recordar que este hombre lo que afirma lo hace tanto para Francia como para Rusia), los sacerdotes rurales jugaron un rol considerable en la resistencia campesina a la revolucin. An cuando ambas revoluciones dominaron a la Iglesias oficiales, tambin lanzaron religiones alternativas como parte de la estrategia de santificacin de sus nuevos fundamentos. Estas cuasi-religiones desarrollaron sus propios dogmas y su propia catequesis, al igual que sus propios sacerdotes, rituales, lugares sagrados y mrtires. El libro de Mayer enfatizar que, presionados por circunstancia inesperadas y confusas, los lderes potenciales de las revoluciones Francesa y Rusa no tuvieron otra alternativa que tomar decisiones graves y peligrosas sin el beneficio de una ciencia del futuro. A partir de 1789 y 1917 el desorden domstico e internacional adquiri tal magnitud que a los dirigentes revolucionarios les result imposible controlar y canalizar el proceso de cambio siguiendo rumbos ideolgicos preconcebidos (para m esto es ms claro en la revolucin rusa que en la francesa, donde no veo un componente ideolgico revolucionario tan claro antes del estallido: la revolucin francesa, para m, no estaba planeada, como s la rusa). Para el autor, el concepto de ideologa es un poco vago. Los actores revolucionarios recurrieron a la ideologa para legitimar y justiciar polticas propias o para criticar e invalidar el accionar de sus adversarios. En momentos en que la soberana se desvaneca y la hegemona colapsaba, la ideologa foment la solidaridad poltica y social difundiendo mitos. Ac Mayer dice lo que yo pensaba: que en 1788 Francia no conoca ningn designio revolucionario listo y elaborado. El mismo Robespierre afirmaba que la teora del gobierno revolucionario es tan nueva como la Revolucin de la cual ha emanado (1793). Los rusos estaban mejor provistos de una ideologa y de un programa revolucionario. De cualquier manera, no hay que caer en un determinismo ideolgico sino entender cmo el proceso fue reformulando las premisas ideolgicas. Como ya afirm antes, la revolucin y la poltica internacional estn muy interrelacionadas. Ninguna de las dos revoluciones pudo encerrarse en sus pases de origen. Ambas adquirieron resonancia mundial. Y hay que destacar que las dos revoluciones se radicalizaron a raz de la guerra exterior. Al clavar las ideas de 1789 en la punta de sus bayonetas, los ejrcitos napolenicos externalizaron la violencia fundacional de la Revolucin francesa, bajo la forma de una guerra de liberacin. Se sustituy la revolucin permanente por la guerra permanente. Lo que decidi para Mayer la restitucin borbnica fueron los ejrcitos de las potencias europeas en coalicin contra la revolucin primero y contra Napolen despus, que transform la guerra revolucionaria en una guerra por el dominio de Europa.En lo que respecta a la poltica exterior, la diplomacia y la guerra, la trayectoria de la Rev. Francesa y de la Rev. Rusa son muy distintas. El contexto de la Revolucin rusa hizo ms difcil para Europa avanzar con una contrarrevolucin. Y los bolcheviques finalmente se replegaron en Rusia. La rusa sovitica se vio sometida a una cuarentena, y tampoco posea la fuerza militar necesaria para enviar a sus ejrcitos a territorios lejanos. Ser recin durante la Segunda Guerra Mundial que Rusia logre romper con el cordn sanitario. Gracias al aislamiento diplomtico, econmico y financiero que Europa hizo de Rusia, el mundo exterior ayud a crear las precondiciones del socialismo en un solo pas de Stalin.Mayer propone su libro como un estudio comparativo de la violencia y el terror en las revoluciones francesa y rusa. Se encarga de sealar una red de similitudes significativas que explorar y refinar a partir de un anlisis analgico. Segn l, la perspectiva comparativa ayuda a plantear nuevos interrogantes, como el rol de la venganza; sacar a la luz y desafiar presupuestos acadmicos tcitos, como el carcter anmalo y monstruoso de la violencia; identificar singularidades, como la importancia que la Revolucin Francesa tuvo para la rusa. El anlisis comparativo facilita la identificacin de la importancia que los legados y recuerdos histricos tuvieron para el diseo y la dinmica de los respectivos terrores. Una lectura comparativa exige relacionas las semejanzas entre las dinmicas de las dos revoluciones y las diferencias de los ambientes en los cuales de desarrollaron. Una clara diferencia en la situacin de cada pas es resaltada: mientras que la Francia de 1789 era fuerte, prspera, pacfica y el epicentro de la alta cultura europea, la Rusia de 1917 no slo estaba atrasada y en los mrgenes de la civilizacin continental, sino que adems se hallaba atrapada en una guerra que drenaba sus recursos y devoraba todo a su paso. Mayer despus pasa a dar cuenta del soporte terico que utiliz para su trabajo: Maquiavelo y Hobbes, Montaigne y Montesquieu, Burke y Maistre, Tocqueville y Marx, Weber y Schmitt, Arndt y Ricoeur.

Captulo IIIViolencia

Dado que la violencia ha jugado un rol de enorme importancia en la historia de la humanidad, y de manera particularmente excepcional durante el siglo XX, no deja de sorprendernos que slo en contadas ocasiones dicho fenmeno mereciera la atencin detallada de los especialistas. Este vaco puede atribuirse en parte a la dificultad tica y epistmica que supone conceptualizar y teorizar la violencia sin justificarla, absolverla o condenarla. Conceptualmente (recordar el captulo de Brown sobre Violencia en el estado absolutista), la fuerza y la violencia son construidas como opuestos, aunque las fronteras entre ambas son permanentemente puestas a prueba. La fuerza es concebida como organizada, controlada y limitada, de acuerdo con normas y convenciones legales. La principal representacin simblica de esta violencia autorizada, que es pblica y colectiva, es el cuerpo disciplinado de policas o soldados, entrenados para realizar demostraciones de poder y un uso controlado de la fuerza. Como contraste, la violencia ilegal se percibe ampliamente como un fenmeno frentico, informe y desordenado, cuyos agentes se mueven por impulsos y pasiones indisciplinadas. La violencia no autorizada suele ser imaginada como una horda de campesinos o una turba urbana que se dirige a asesinar, mutilar o masacrar a vctimas indefensas e inocentes. Casi siempre, la ventaja corre por cuenta de la fuerza, que se beneficia con el aura sargada que rodea al Estado. La violencia asume legitimidad y adquiere virtud cuando es ejercida por el estado que la monopoliza y la proyecta como la nica fuerza pura, imparcial y neutral. No existe soberano sin la espada (Maquiavelo, Hobbes). Por otro lado, desde tiempos antiguos, la guerra contra los enemigos externos ha sido juzgada mucho menos severamente que la guerra civil que opone a miembros de la misma comunidad o nacin.Los nuevos comienzos suponen dos clases diferentes de violencia: la violencia de la fundacin, que establece y ancia un neuvo orden de legitimidad; y la violencia de la conservacin, que lo mantiene y lo conserva. En un tiempo de nuevos comienzos, el rango de coercin es empleado para establecer y solidificar un nuevo orden legal o constitucional, que contribuir a transformar la violencia ilegal en fuerza legal. En cualquier caso, desde el momento en que la nueva fundacin que entraa una ruptura radical, se ve afectada por una gran inestabilidad y enfrenta grandes resistencia, Maquiavelo cree que no existe otra alternativa que recurrir a la violencia, aunque si el nuevo Prncipe quiere mantenerse en el poder debe ser, adems de temida, amado. En algunos aspectos, Hobbes sigue conscientemente las huellas de Maquiavelo. Pero si Hobbes vuelve a pensar el problema del nuevo comienzo con ms urgencia an que Maquiavelo, es porque lo hace inmerso en un tiempo en que una execrable guerra civil ha potenciado hasta el extremo los enfrentamientos de tipo religioso. As como Maquiavelo asigna al Prncipe un rol supremo e indispensable durante el ferozmente contestado momento fundacional, Hobbes mira hacia el monarca absoluto, responsable ante Dio, para exigir y establecer un monopolio de poder con escasas preocupaciones por los lmites morales, en un tiempo en que an no existen normal legales. Marx y Engels enfatizan el peso inherente de la violencia en la historia y su rol en las grandes transiciones, particularmente en el venidero salto hacia el socialismo, que supondr una nueva fundacin. Marx y Engels sostiene que la violencia ha sido reconocida y aceptada como el motor de la historia. Para M y E, la violencia debe considerarse como la partera que extrae el nuevo orden de las entraadas de la vieja sociedad. En la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial y en los Estados Unidos despus de la Segunda, la discusin sobre el poder y la violencia sufri de manera significativa la influencia de los escritos de Max Weber, sobre todo a partir de sus tres tipos ideales puros de dominacin o autoridad tradicional, racional-legal y carismtica-. Weber escribe en un momento de gran convulsin: Primera Guerra, Revolucin Rusa, etc. Weber se muestra hostil a los bolcheviques y a los espartaquistas alemanes. Para Weber, el elemento intrnseco a toda forma de asociacin poltica y la ltima ratio que define al Estado Moderno es la fuerza o la violencia, el medio especfico del Estado. Similarmente a Hobbes y Maquiavelo, Weber considera que el Prncipe tambin forja el estado moderno expropiando los poderes administrativos, militares y financieros de las autoridades privadas y autnomas. Todas las aosciaciones polticas y las formaciones comunitarias tienen su origen en la violencia, que es utilizada para la consolidacin y defensa de las mismas. La violencia no es el instrumento normal o nico del estado, pero claramente reulta su instrumento especfico. Weber elaborar as su famosa afirmacin: el estado es aquella comunidad humana que reclama o ejerce (con xito) el monopolio del uso legtimo de la violencia o fuerza fsica dentro de un territorio determinado. En trminos metodolgico, Carl Schmitt fue un alma gemela y un discpulo de Weber, y, como l, uno de los grandes tericos sociales de su tiempo. Pero ambos pertenecan a universos ideolgicos diferentes. Schmitt localiza la fuente y la dinmica de la violencia en las fluctuantes y acaloradas pasiones de la polarizada oposicin amigo-enemigo. Schmitt difumin los lmites entre las esferas de violencia endgena y exgena. Consideraba que el acceso al poder y la consolidacin del nacionalsocialismo era una confirmacin del postulado que haba formulado en 1922, segn el cual es soberano quien toma decisiones en el marco de un estado de emergencia o excepcin, y en el contexto de graves desrdenes sociales y poltico. Soberano es aquel que puede decidir en un contexto excepcional. Al convertir a la guerra en el corazn del problema, Schmitt la concibe como una fusin de los conflictos civil, internacional y revolucionario.Hannah Arendt, siguiendo las lneas de anlisis weberianas, construye una oposicin tpica e ideal entre poder y violencia, aceptando que, aunque fenmenos diferentes, ambos por lo general aparecen juntos. Conceptualiza el poder como la esencia de todo gobierno y, dado que se trata de un fin en s mismo, el poder no requiere justificacin sino legitimidad. La violencia retrocede cuando el poder crece. De manera inversa, cuanto ms grande el quiebre del poder soberano, ms grande ser el alcance de un estado de pura violencia. Sobre todas las cosas, Arendt sostiene que la violencia puede destruir el poder, pero resulta absolutamente incapaz de construirlo. Considera que la violencia slo sirve para objetivos de corto plazo. La violencia, para Arendt, necesita justificacin, en virtud de su carcter instrumental. Para ella, la violencia es el comienzo de algo. Ningn comienzo puede concretarse sin el recurso explcito a la violencia. Paul Ricoeur al igual que Weber, Schmitt y Arendt- considera a la descomposicin del poder (estatal) soberano la coyuntura ms favorable para observar la esencia de la relacin entre poltica y violencia. Observa que la situacin revolucionaria es la encrucijada de dos violencias, una que sale en defensa del orden establecida, y la otra que pretende forzar el acceso al poder de nuevos estratos sociales.

En el marco de un creciente clima de descomposicin poltica, la incidencia cada vez mayor de la violencia en la Francia de 1789 y en la Rusia de 1917, tuvo un carcter esencialmente espontneo y popular. La violencia de la primera hora fue, en palabras de Arendt, la violencia de la revuelta, no de la revolucin. Pero esta violencia de la primera hora no debe ser vista como el embrin inevitable del terror subsiguiente. Las primeras revueltas urbanas y jacqueries campesinas carecan de organizacin e ideologa, y no estaban relacionadas entre s. En la mayora de los principales aspectos, la violencia primigenia se desarroll segn lneas similares en la Rusia de 1917, con la excepcin de que su escala, intensidad y velocidad de propagacin fueron mucho mayores, como tambin fue la descomposicin del poder, la ley y la seguridad. Tanto en 1789 como en 1917 la violencia triunf sobre la fuerza en gran medida gracias a la falta de resolucin y a la debilidad de los soberanos y de muchos de sus consejeros principales. Este estado de violencia fue a la vez causa y efecto del derrumbe del estado de soberana indivisa y de su transformacin en centros de poder mltiples y rivales, acompaado de una radical dislocacin de los sistemas judicial y de seguridad. En consecuencia, los estndares legales positivos para juzgar y circunscribir los actos de violencia poltica cedieron su lugar a criterios morales y ticos. Cada vez con mayor frecuencia ambos bandos justificaron los medios a partir de los fines, tanto en la esfera del discurso como en la esfera de la prctica poltica. Es en esa coyuntura que las fronteras entre violencia y terreno se vuelven difusas, controvertidas y discutidas.