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Medicina en la Antigua Grecia De Wikipedia, la enciclopedia libre Saltar a: navegación , búsqueda Probablemente inspirada en la medicina egipcia , la medicina en la Antigua Grecia se considera que se remonta a la época homérica , aunque verdaderamente no se desarrolló hasta el siglo V a. C. con Hipócrates . Médico tratando un paciente. Aríbalo de figuras rojas del Pintor de la Clínica, h. 480 -470 a. C. , Museo del Louvre .

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Medicina en la Antigua GreciaDe Wikipedia, la enciclopedia libreSaltar a: navegación, búsqueda

Probablemente inspirada en la medicina egipcia, la medicina en la Antigua Grecia se considera que se remonta a la época homérica, aunque verdaderamente no se desarrolló hasta el siglo V   a.   C. con Hipócrates.

Médico tratando un paciente. Aríbalo de figuras rojas del Pintor de la Clínica, h. 480-470   a.   C. , Museo del Louvre.

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Aquiles vendado a Patroclo. Kílix de figuras rojas del Pintor de Sosias, h. 500   a.   C. , Altes Museum (F 2278).

La Ilíada cita como médicos a los guerreros aqueos Macaón y Podalirio,1 dos hijos de Asclepio, dios de la medicina, así como al dios Peán, médico de los dioses. El primero se encargó, sobre todo, de curar a Menelao,2 herido por una flecha. Comenzó por examinar (griego antiguo ἰδεῖν/ideĩn, literalmente «ver») al enfermo y después de retirar la flecha, desvistió al herido, succionó la sangre de la herida y le aplicó medicamentos(φάρμακα/phármaka); los cuales no se precisan, excepto que le fueron ofrecidos por el centauro Quirón a Asclepio, quien se los entregó a Macaón.

La medicina era ya reconocida como un arte en parte: «Un médico, por sí mismo, vale como muchos hombres»,3 declara Idomeneo a propósito de Macaón, fórmula que se convertiría en proverbial.4 La Ilíada, que concede más importancia a Macaón que a Podalirio. Los comentaristas antiguos5 sugirieron que Homero veía a Macaón como un cirujano y a su hermano como un simple médico: su nombre provendría de (μάχαιρα/mákhaira), «cuchillo». El propio dios Peán curó a Hades, herido por una flecha disparada por Heracles: esparció medicamentos (pharmaka) sobre la herida, especificando que eran analgésicos.6

La Odisea menciona a médicos de profesión: el porquero Eumeo dice de la figura del médico (ἰατήρ/iatếr, literalmente «el que cura») que forma parte de los «artesanos que rinden servicio a todos»,7 a semejanza del techador o del aedo y del adivino. En otro lugar,8 el poeta rinde homenaje a la ciencia médica de los egipcios, a los que califica «hijos de Peán».

Índice [ocultar] 

1 Medicina y religión 2 Medicina científica

o 2.1 Aristóteles o 2.2 El aporte hipocrático

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2.2.1 Observación y razonamiento 2.2.2 Un marco teórico 2.2.3 Una deontología

o 2.3 La medicina helenística o 2.4 Galeno o 2.5 Posteridad de la medicina griega

3 Profesiones médicas o 3.1 Médicos

3.1.1 Médicos 3.1.2 Formación 3.1.3 Médicos públicos

o 3.2 Otras profesiones de la salud 4 Véase también 5 Notas 6 Referencias

o 6.1 Bibliografía complementaria o 6.2 Enlaces externos

Medicina y religión[editar]

Piedra preciosa mágica de jaspe rojo con Heracles y la inscripción «Vaya, bilis, la divinidad te persigue », Cabinet des médailles, Biblioteca Nacional de Francia.

Muchos griegos basaban las prácticas de curación en las prácticas mágicas o religiosas. De manera general, los cultos curativos, por sus características, estaban situados en las afueras de las ciudades y se desarrollaron tardíamente.9 Asclepio era en un principio venerado en Trikka, en Tesalia, después en pleno campo en Epidauro. En Corinto como en Atenas, Delos o Cos, el dios se instaló a distancia de las aglomeraciones. Era necesaria una

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excursión para visitar el santuario. Otra característica de los santuarios era que a menudo estaban junto a una fuente o un río, cuyas aguas poseían virtudes medicinales.

La mayor parte del tiempo, el dios sanador actuaba mediante «incubación»: era el caso de Asclepio en Epiaduro, o en Atenas, o de Anfiarao en Oropo y en Tebas. El ritual comenzaba para el enfermo con un baño de purificación, seguido de un sacrificio relativamente modesto y accesible a todos. En Epidauro, el paciente debía entonar un peán en honor de Apolo y de Asclepio. A continuación, el peregrino se dormía bajo el pórtico sagrado (ἄϐατον/ábaton); al menos en Oropo, Pérgamo y Epidauro, cada sexo poseía su propio pórtico.10 Los más afortunados se beneficiaban durante el sueño de la aparición del dios: les curaba tocando la parte enferma del cuerpo. El dios podía también contentarse con dictar al paciente una lista de medicamentos que se apresurará a conseguir una vez despertado.

Las estelas descubiertas en Epidauro, especie de exvotos, muestran que Asclepio curaba todo tipo de enfermedades: trataba las úlceras y sanaba la enfermedad de la piedra, incluso devolvía la vista a los ciegos. Habría sido mucho más», comenta Diógenes Laercio al hilo de otra divinidad sanadora, «si ellas hubieran sido ofrecidas por aquellos que no habían salido ilesos».11 Indudablemente, los pacientes no curados atribuían el fracaso al carácter insondable de la voluntad del dios.

Relieve votivo dedicado a Asclepio e Higía en agradecimiento por la curación de una pierna, h. 100-200, Museo Británico.

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El tratamiento no era gratuito: en Oropo, el santuario exigía una ἐπαρχή/eparkhế o contribución por la consulta a todos los visitantes que deseaban ser curados. Una vez pagada –una dracma beocia a principios del siglo IV   a.   C. , recibía una lámina de plomo con la inscripción: «santuario de Anfiarao – salud»,12 que le servía de ticket de entrada. Un neócoro (sacristán) vigilaba a los pacientes para que no se colaran.13

Algunas «ordenanzas» dictadas por el dios se han conservado y permiten comprender mejor las curaciones atestiguadas en los exvotos. En primer lugar, hay que destacar que en el ritual se mezclaba hábilmente la sugestión y la puesta en escena. Después, el dios ordenaba remedios simples (cataplasmas, tisanas) y prodigaba consejos de higiene: necesidad de hacer ejercicio físico (deporte y paseos), regulación del régimen alimenticio. Por último, el aspecto religioso en sí está generalmente acompañado de una verdadera cura termal, comprendiendo baños y fricciones.14 En Oropo, de la que no nos ha llegado ningún testimonio de curación, los instrumentales médicos descubiertos testimonian la práctica de la cirugía.15

Las enfermedades mentales eran también curadas mediante prácticas catárquicas. Así, el coro del Hipólito de Eurípides,16 distingue tres tipos de «extravíos». Uno era del tipo «pánico» (asociado a Pan), otro de tipo «lunático» (asociado a Hécate, diosa lunar), y el último estaba asociado a Cibeles y a los Coribantes. Hipócrates retomó este tipo de consideraciones, con un esfuerzo suplementario de tipología, en Sobre la enfermedad sagrada.17 La cura consistía generalmente en una danza ritual al son de la música frigia.

No era el ritual el que se adaptaba a la patología, sino a la inversa: si el enfermo reaccionaba a los rituales de un dios, era porque su mal había sido enviado por tal dios. En ausencia de reacción, se pasaba al siguiente dios. Aristófanes, en Las avispas, ilustra la indiferencia de los griegos a la naturaleza del tratamiento:18 lo importante era que fuese eficaz. El joven Bdelicleón intenta tratar sucesivamente a su padre con una cura hipocrática (baños y purga), tratamiento mediante hipnosis por los Coribantes, y por último una noche en el Asclepeion de Epidauro. Según Isidoro de Sevilla, después de que Asclepio murió fulminado por un rayo, la medicina estuvo prohibida hasta que la retomó Hipócrates.19

Medicina científica[editar]La primera escuela de medicina abrió sus puertas en la ciudad de Cnido en el año 700   a.   C. Alcmeón de Crotona, autor del primer tratado de anatomía, trabajó en esta escuela, y aquí tuvo su origen la práctica de la observación de los pacientes. Hipócrates estableció su propia escuela de medicina en Cos.20 A pesar de su conocido respeto por la medicina egipcia, las tentativas para discernir cualquier influencia de Egipto sobre la práctica griega en este estadio precoz de la historia no llega a un resultado de manera concluyente, por la falta de fuentes y de la dificultad para comprender la antigua terminología médica. No obstante, está claro, que los griegos tomaron prestado de los egipcios las sustancias de su farmacopea, y la influencia fue más pronunciada después del establecimiento de una escuela de medicina en Alejandría.21

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La medicina griega, aunque era pragmática y estaba fundada en la observación no escapaba a los presupuestos ideológicos de las doctrinas de la época, y sobre todo a teoría aristotélica de los cuatro elementos, que inspiraría la teoría hipocrática de los humores, que constituiría el marco doctrinario de su escuela.

Aristóteles[editar]

Frontispicio de una versión de 1644 de la edición extendida e ilustrada de la De historia plantarum (c. 1200), que fue escrita en torno al año 200 a. C.

Aristóteles, el filósofo de la Antigua Grecia, ha sido el pensador más influyente del mundo europeo desde la antigüedad clásica hasta la Edad Media. Aunque el punto de partida de su trabajo sobre la filosofía natural sea puramente especulativo, sus últimos escritos sobre biología muestran un gran interés por el empirismo, la causalidad en la biología y la diversidad de la vida.22 Aristóteles no hizo experimentaciones, argumentando que los hechos observados mostraban su verdadera naturaleza en su ambiente natural, en lugar de una reconstrucción artificial. Mientras que en el campo de la física y la química, esta hipótesis se ha convertido en gran medida obsoleta, no es el caso de la zoología y etología, donde las obras de Aristóteles conservan un interés real.23 Hizo incontables observaciones en la naturaleza, especialmente los hábitos y características de las plantas y animales de su entorno, dedicando un considerable atención a su clasificación. En total, Aristóteles clasificó 540 especies animales y diseccionó al menos 50.

Aristóteles creía que un gran diseño guiaba todos los procesos naturales.24 Esta visión teleológica le dio la causa de las razones para interpretar los datos observados como una expresión de una concepción formal, por ejemplo, sugiriendo que en la naturaleza no hay ningún animal que lleve a la vez cuernos y colmillos porque no tendría ninguna utilidad, y que la naturaleza en general, dio a sus criaturas facultades limitadas a lo estrictamente necesario. Del mismo modo, Aristóteles creía que las criaturas se organizaron en una escala

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de perfección creciente, partiendo de las plantas para alcanzar su máxima con el hombre: la scala Naturae o «la gran cadena de los seres vivos».25

En su opinión, el nivel de perfección de una criatura se reflejaba en su apariencia, pero no estaba predeterminado por ésta. Otro aspecto de su biología dividía las almas en tres grupos: un alma vegetativa, responsable de la reproducción y del crecimiento, un alma sensible, responsable de la movilidad y de las sensaciones, y un alma racional, capaz de pensar y reflexionar. Atribuyó la primera sólo a las plantas, las dos primeras a los animales y las tres a los humanos.26 Contrariamente a los filósofos anteriores, como los egipcios, puso el alma racional en el corazón, en lugar de en el cerebro.27 A señalar la distinción que hace Aristóteles entre sensación y pensamiento, que por lo general iba en contra de las ideas de los filósofos anteriores, con la excepción de Alcmeón de Crotona.28 Teofrasto, el sucesor de Aristóteles en el Liceo, escribió una serie de libros sobre botánica – la Historia plantarum- que fueron hasta la Edad Media, la contribución a la botánica más importante de la antigüedad. Muchos nombres inventados por Teofrasto todavía se utilizan en los tiempos modernos, tales como carpos para las frutos y pericarpion para la envoltura de los granos. En lugar de concentrarse en las causas formales, como hizo Aristóteles, Teofrasto sugirió un sistema mecanicista, estableciendo analogías entre los procesos naturales y artificiales basados en el concepto de causa eficiente de Aristóteles. Teofrasto también reconoció el papel del sexo en la reproducción de algunas plantas superiores, aunque este último descubrimiento se ha perdido en épocas posteriores.29 Los conceptos biológicos o teleológicos de Aristóteles y de Teofrasto, y el énfasis puesto por ellos en un conjunto de axiomas y no en la observación empírica, han tenido un impacto que no podemos ignorar en la medicina hipocrática, y después en la medicina occidental.

El aporte hipocrático[editar]

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Hipócrates.

El desarrollo científico de la medicina griega es tradicionalmente atribuido a Hipócrates de Cos, médico del siglo V a. C. Se le relacione con un conjunto de tratados, el Corpus hipocrático, aunque probablemente ninguno de ellos fue escrito por él. Abarcando variados temas como la ginecología o la cirugía, se difundieron desde fines del siglo V a. C. hasta el periodo helenístico: generalmente, se estima, que se trata de una biblioteca de una escuela de medicina.

El Corpus hipocrático contiene los principales textos médicos de esta escuela. Aunque se creyó inicialmente que había sido escrito por el propio Hipócrates, hoy en día, muchos investigadores creen que estos textos fueron escritos por una serie de autores durante varios decenios. Como es imposible determinar qué textos han sido escritos por el propio Hipócrates, es difícil saber cuáles son las doctrinas originales de Hipócrates.

La existencia del Juramento Hipocrático implica que esta medicina hipocrática fue practicada por un grupo de médicos unidos (al menos entre ellos) por un estricto código ético. Los estudiantes normalmente pagan una cuota para su formación (se establecieron excepciones para la fijación del importe) y entraban en una relación casi familiar con su maestro. Esta formación comprendía algunos cursos teóricos y, sin duda, una experiencia práctica como profesor adjunto, ya que el juramento estableció el principio de que el estudiante estuviera en contacto con los pacientes. El juramento también imponía límites a lo que el médico podía o no podía hacer («incluso si me lo piden, no prescribiré un medicamento mortal») y da una visión general de la existencia sorprendente de otra categoría de profesionales especialistas, tal vez los cirujanos («dejaré efectuar esta operación a los profesionales, especialistas en este arte»).30

Las enseñanzas que se desprendes del Corpus Hipocrático aportaron tres innovaciones perdurables en la medicina occidental.

Observación y razonamiento[editar]

Hipócrates dando la bienvenida a un habitante de Cos, al dios Asclepio, mosaico del siglo II o III, museo de Cos.

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En primer lugar, Hipócrates descarta las consideraciones religiosas. Así, el autor de Sobre la enfermedad sagrada se compromete a mostrar que la epilepsia, llamada entonces «enfermedad sagrada», no era «más divina o más sagrada que cualquier otra enfermedad».31

Su prueba era simple: la enfermedad no ataca más que a los «flemáticos» (cf. abajo la teoría sobre los humores) y, si la enfermedad era realmente una vista divina, todo el mundo era susceptible de tenerla. «Todas las enfermedades son divinas y todas son humanas», concluye el autor.32 Si el tratado Sobre el régimen reconoce al importancia de los sueños, es porque los considera —en parte— como los síntomas relacionados con el estado fisiológico del paciente, si tiene pesadillas repetidas ocasiones, esto puede indicar un trastorno mental. Sin embargo, el corpus hipocrático no es totalmente exento de consideraciones irracionales: en el mismo tratado, el autor considera que el sueño es la manifestación simbólica de un diagnóstico que el alma, durante el sueño, deposita en el cuerpo que habita. Así se conjuga la oniromancia con la medicina.33

La medicina hipocrática se basa, en general, en la observación y el razonamiento. Epidemias comprende una serie de observaciones cotidianas efectuadas por el médico a su paciente: comienza por describir con precisión los síntomas observados día tras día el sobre el estado general (calma, agitación) en vigilia y durante el sueño. Su examen también se centra en el estado de la lengua, la orina y las heces. Se hace un esfuerzo de racionalización: se diferencia la fiebre continua, la fiebre cotidiana, el paludismo, siguiendo el ritmo observado en los accesos de fiebre.34

Un marco teórico[editar]

En segundo lugar, la enseñanza de Hipócrates intenta dar un marco teórico. El más conocido es la Teoría de los cuatro humores (bilis amarilla, bilis negra,, o melancolía, flema o linfa y sangre), cuyo desequilibrio causa la enfermedad física y también el problema psíquico. Obra de Polibio, yerno y discípulo de Hipócrates, esta teoría será extendida después por Galeno. Se sabe que otros atribuyen la causa de la enfermedad a los desequilibrios entre el calor y el frío, lo seco y lo húmedo el cuerpo; se citan también otros humores, sangre, bilis, agua y flema, por ejemplo.35 Sin embargo, otros autores como los de Sobre la medicina antigua o Sobre la naturaleza del hombre pone en guardia contra toda tentación de simplificación excesiva: para ellos, el médico debe, sobre todo, actuar y reflexionar de forma empírica.36

Además de la búsqueda de las causas principales de la enfermedad, los médicos hipocráticos se interesaban por los problemas de carácter teórico, como el crecimiento biológico (¿como la alimentación contribuye en el crecimiento del cuerpo?) y la reproducción (¿cómo el semen pude dar nacimiento a un ser completo?). En un nivel más práctico, estudiaban el funcionamiento del cuerpo humano, haciendo progresar considerablemente a la anatomía. Para ello, se fundaba sobre todo en los conocimientos clínicos: así, el conocimiento de los huesos y tendones se basaba probablemente en el estudio de los esguinces y otras luxaciones. Los médicos recurrían también, en aquella época, a la disección, pero la práctica era muy marginal.

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El Juramento Hipocrático en un manuscrito bizantino del siglo XII, Biblioteca Vaticana.

Una deontología[editar]

Por último, la enseñanza hipocrática descansa en verdadera deontología médica, expresada en los tratados Sobre la medicina antigua, Sobre la honestidad, Sobre el médico, los Preceptos y sobre todo en el célebre Juramento Hipocrático, que comienza así:

«Juro por Apolo, médico, por Esculapio, por Higía y Panacea, por todos los dioses y todas las diosas, poniéndoles por testigos, que cumplir de acuerdo con mis fuerzas y mi capacidad, el juramento y el siguiente compromiso. (…)

Dirigiré el régimen de los enfermos en su propio beneficio, de acuerdo con mis fuerzas y mi juicio, y me abstendré de todo mal y de toda injusticia. No daré veneno a nadie, aunque se me solicite, y no tomaré la iniciativa en tal sugerencia; del mismo modo, no voy a dar a cualquier mujer un pesario abortivo. Basaré mi vida y ejerceré mi arte en la inocencia y la pureza…»

Los médicos hipocráticos tratar a todos los pacientes, tanto a las personas libres como a los esclavos,37 tanto los ricos como los pobres,38 tanto los hombres como las mujeres,39 los ciudadanos como los extranjeros.40 «Donde está el amor por los hombres, está también el amor por el arte», declara uno de los aforismos de Hipócrates.41

La medicina helenística[editar]

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Erasístrates comprende por qué Antíoco está enfermoCuadro de Jacques-Louis David, 1774.

Después de Teofrasto, el Liceo no produjo ninguna obra original. Aunque el interés en las ideas de Aristóteles se mantuvo intacto, por lo general se les aceptó a ciegas y se mantuvieron inamovibles.42 En el periodo helenístico, bajo la Dinastía Ptolemaica, la biología progresó de nuevo. Alejandría se convirtió en la capital de la medicina. Los primeros maestros en medicina de este período fueron Herófilo de Calcedonia y Erasístrato de Ceos. Su principal innovación fue la introducción de la práctica de la disección, llegando así al encuentro de prácticas religiosas que prohibían la apertura del cuerpo. En su tratado Sobre las disecciones, Herófilo describe el cerebro y lo identifica, contra la opinión de Aristóteles, como el centro de la inteligencia y del sistema nervioso, que cumple su papel en la motricidad y en las sensaciones. Distingue los principales ventrículos y describe el calamus scriptorius (parte inferior de la fosa romboidea), las «concatenaciones coroideas» (las meninges) y el seno venoso, que en su honor se llamará torcular Herophili). Trazó la cartografía de las venas y de los nervios y de su trayecto en el cuerpo. Herófilo se interesó igualmente por la anatomía del ojo y del corazón. Hizo la distinción entre las venas y las arterias, haciendo notar que estas últimas presentan una pulsación, mientras que las primeras no. Lo descubrió mediante una experiencia que consistía en seccionar ciertas arterias y venas del cuello de cerdos hasta la parada del flujo.43 En el mismo sentido, desarrolló una técnica de diagnóstico que utilizaba la distinción entre diferentes tipos de pulso.44

Erasístrato estableció una relación entre la complejidad incrementada de la superficie del cerebro humano en relación con el de otros animales y su inteligencia superior. En ocasiones realizó experimentos para completar su investigación y llegó a pesar varias veces un pájaro enjaulado, señalando la pérdida de peso entre los períodos de alimentación. Continuando con la labor de su maestro sobre la respiración, afirmó que el sistema de los vaso sanguíneos del cuerpo humano era controlado por el vacío, tomando muestras sanguíneas de diferentes lugares del cuerpo. Según loa fisiología de Erasístrato, el aire penetra en el organismo, es conducido a continuación por los pulmones hacia el corazón, donde es transformado en espíritu vital, y después es bombeado por las arterias por todo el cuerpo. Una parte de este espíritu vital alcanza al cerebro, donde es transformado en espíritu animal, que a continuación es distribuido por los nervios.45

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Para obtener más información sobre la anatomía interna, Herófilo y Erasístrato practicaron la vivisección. Según el testimonio del médico romano Celso,46 examinando la conformación de los órganos de criminales aún vivos, puestos a su disposición por el rey.47 La ciencia anatómica quedó a pesar de todo limitada debido a que parece que Herófilo sostenía que los nervios ópticos son huecos.

Galeno[editar]

Fresco medieval que representa a Galeno e Hipócrates, Anagni.

Nacido en Pérgamo en 131, Galeno estudió medicina en Esmirna, Corinto y Alejandría. Durante cuatro o cinco años, ejerció con gladiadores y adquirió una experiencia práctica sobre los traumatismos profundos. Después de una breve estancia en Roma, adquirió tal reputación que fue nombrado por Marco Aurelio y Lucio Vero cirujano del ejército. Se convirtió, después, en médico personal del emperador Cómodo y gozó del favor imperial hasta el fin de su carrera.

La tradición atribuye a Galeno un gran número de tratados, de los que solo unos pocos han sobrevivido. A través de éstos, demuestra un sólido conocimiento de los trabajos de sus predecesores (Hipócrates, Herófilo, Erasístrato, Asclepíades de Bitinia), y también de Platón y de Aristóteles. En Que el mejor médico es también filósofo, señala la necesidad para el médico de tener una sólida formación de lógica y de biología teórica. También se alzó contra la codicia de sus colegas, cuya vocación médica estaba motivada por el afán de lucro.

Sus disecciones de animales prolongaron su saber en anatomía, guiado por una teleología influenciado por Platón. Su tesis sobre la circulación sanguínea gozaría de autoridad durante mucho tiempo. Para él, la sangre se forma en el hígado tras la digestión de los alimentos. Las arterias contienen sangre y no aire como pensaba Erasístrato. La sangre

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arterial, cargada de espíritus vitales, sufre un movimiento rítmico que corresponde al pulso. Galeno completó la teoría de los humores de Hipócrates. Privilegió el cerebro y no el corazón.

Posteridad de la medicina griega[editar]

A través del contacto prolongado con la cultura griega, y la conquista de Grecia, los romanos adoptaron un gran número de ideas de los griegos sobre medicina. Las reacciones del antiguo Imperio romano con la medicina griega iban del entusiasmo a la hostilidad, pero finalmente adoptaron una actitud favorable con la medicina hipocrática.48

Esta aceptación condujo a la propagación de las teorías médicas griegas en todo el Imperio romano y en una gran parte de Occidente. Después de la caída del Imperio, sin embargo, el apoyo oficial de la Iglesia católica a las enseñanzas de Galeno, propició una única doctrina médica políticamente aceptable hasta el Renacimiento. Este apoyo fue una de las principales razones del enorme impacto de sus enseñanzas, a pesar de su valor a veces cuestionable. Por ejemplo, la teoría de la sangría se popularizó hasta el siglo XIX, a pesar de su total ineficacia y del riesgo extremo que hacía correr al paciente: numerosas personas, incluido, quizá George Washington, murieron como resultado de este tratamiento. La medicina era muy importante en la cultura griega, porque un modo de vida sano era considerado como un ideal prioritario.

Las obras de los grandes médicos griegos han podido, en gran parte, ser preservadas gracias a Oribasio de Pérgamo, médico griego del siglo IV que reunió en su monumental síntesis, Colección médica, los textos médicos griegos más importantes.

Aunque algunos precursores del atomismo de la Antigüedad, tales como Lucrecio contestaran el punto de vista teleológico de las ideas de Aristóteles sobre la vida, la teleología (y después del surgimiento del cristianismo, la teleología natural) permanecerá en el pensamiento biológico hasta los siglos XVII y XIX. De ahí las palabras de Ernst Mayr: «nada ha sido descubierto que sea una verdadera consecuencia de la biología desde Lucrecio y Galeno hasta el Renacimiento».49 Las ideas de Aristóteles sobre las historia natural y la medicina han perdurado, pero han sido admitidas ciegamente.50

Profesiones médicas[editar]

Médicos[editar]

Médicos[editar]

Los tratados que componen el Corpus Hipocrático no estaban redactados para lo que llamaríamos un médico. Aristóteles reconoce tres categorías de personas habilitadas para hablar de medicina: el práctico facultativo (griego antiguo δημιουργός/dêmiourgós), el profesor de medicina o médico erudito (ἀρχιτεκτονικός/arkhitektonikós) y el hombre cultivado que ha estudiado medicina en sus estudios generales.51 Los sofistas pretendían poder enseñar, entre otras disciplinas, la medicina. Sin embargo, surge una distinción en el

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Corpus Hipocrático, de una parte, entre el médico y el profano (Sobre la medicina antigua), y de otra parte, entre el médico y el charlatán (Sobre la enfermedad sagrada).

El título de médico no era objeto de ningún control: no importaba quién podía establecerse como tal.52 La demostración de su talento podía pasar por una disputa oratoria con un colega,53 pero el mejor medio para hacerse con una clientela pasaba por la práctica cotidiana. Los griegos ignoraban el coloquio singular: el médico no estaba jamás solo con el paciente, ya fuera en la consulta o en la visita; intervenían personas del entorno y eventuales curiosos.54 Llegaba incluso a que un colega se inmiscuyera para proporcionar un diagnóstico diferente: « un enfermo parece desahuciado está con el médico que le atiende y otras personas; surge un segundo médico que declara que el enfermo no sucumbirá, pero que perderá la vida».55 Un mal médico no estaba sometido a ninguna sanción más que una pérdida de la reputación.52

Formación[editar]

Sello de piedra para marcar los kollyria, modelo inscrito en latín comparable a los sello griegos, siglo I-III, Museo Británico.

La formación de los médicos se llevaba acaba la mayoría de las veces mediante el aprendizaje. Las disciplinas alcanzaban el arte del diagnóstico y del pronóstico junto a su maestro, igual que las actuaciones médicas: sangrías, enemas, colocación de ventosas en las intervenciones quirúrgicas como la trepanación. Otros optan por un plan de estudios más teórico: viajaban a través del Mediterráneo, asistían a diferentes escuelas de medicina. Aquellos que completaban sus estudios a través del estudio de las prácticas mágicas no eran infrecuentes. En el siglo I, el médico Tesalo, después de aprender la medicina dialéctica, fue a Diospolis (Tebas) para aprender las virtudes de las plantas. Este aprendizaje pasaba por la astrología y por una consulta a Asclepio, por mediación de un sacerdote egipcio.56

Como era el caso de muchos oficios en la antigua Grecia, la medicina era un asunto de familia. Hipócrates era hijo, nieto, padre y abuelo de médicos,57 pertenecían a esta familia los Asclepiadas en la cual, según Galeno «los niños aprendían de sus padres, desde la infancia, a disecar, a leer y a escribir58 El Juramento Hipocrático exigía al médico transmitir sus conocimientos a su hijo e inversamente, se consideraba normal para el hijo de un médico elegir la profesión de su padre.59 Si los médicos eran a menudo hombre libres, llegó

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a haber esclavos que aprendían medicina, o con su maestro médico, o mediante solicitud de su maestro que deseaba beneficiar a un médico privado.

Contrariamente a Egipto,60 de Grecia no se sabe que el médico de cabecera, ni la cirugía ni la ginecología fueran especialidades.61 Las escuelas de Cos y de Cnido han dejado respectivamente tratados de estas dos disciplinas. Se conoce la existencia de otalmólogos, que curaban a base de (griego antiguo κολλὐρια/kollúria, es decir emplastos sólidos, moldeados en forma de bastoncillos. Existían también dentistas, capaces de empastar los dientes careados. Los ejércitos tenían médicos militares.,62 especializados en el cuidado de los heridos. También había especialistas en medicina deportiva.

Médicos públicos[editar]

Decreto del rey Idalión en favor del médico Onasilos y de sus hermanos, con lo honorarios por los cuidados dispensados a los heridos después del asedio de la ciudad por los medos (478-470   a.   C. ), Cabinet des médailles.

Algunos médicos eran pagados por la polis (ciudad). Un médico reputado del siglo V a. C., Democedes de Crotona;63 hizo carrera primero en Egina, después en Atenas y en Samos, antes de ser capturado por los persas y entrar al servicio del rey Darío I, al que curo de una afección en el pie. En el relato de este episodio de la vida del Gran Rey, Heródoto afirma, por primera vez en la literatura griega, la superioridad del medicina griega sobre la medicina egipcia. En Egina, Democedes ganó un talento al año, desde el segundo año, en Atenas por, cien minas. Une placa de bronce de la época (véase la ilustración) muestra que un tal Onasilos y sus hermanos fueron contratados por Idalión de Chipre para ser médicos públicos.

El Gorgias describe el procedimiento de selección practicado en Atenas: correspondía a la Ekklesía (Asamblea del pueblo ateniense) examinar los títulos de los candidatos y seleccionar al más capaz.64 Los aspirantes debían aludir a su formación y citar a su maestro,65 y presentar los casos de enfermos que habían curado.66 El sofista Gorgias señala que un buen orador es más probable que gane a un compañero más competente, pero menos locuaz.64

El médico contratado proporcionar un local para las consultas. Los medicamentos recetados eran reembolsados por el Estado a través de un impuesto especial, el ἰατρικόν/iatrikón. De manera general, no obstante, se trataba menos de proporcionar un sistema de cuidados gratuitos, a semejanza de las Seguridades sociales modernas, que de disponer de un médico competente siempre a mano, en las ciudades donde el estado de salud es a menudo precario

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(cf. la «peste de Atenas» de 430&-429   a.   C. ), la actividad sísmica a menudo presente y donde los conflictos armados eran frecuentes.

Las inscripciones en honor de los médicos públicos nos permiten saber qué cualidades que se esperan de este profesional. Una estela de Samos datada en 201-  a.   C. 67 alquila a Diodoro, hijo de Dioscórides, para estar, durante un seísmo, «compartido por todo el mundo para llevar ayuda a todos» y «anteponer la seguridad común a la fatiga y los gastos».

Otras profesiones de la salud[editar]

Comadrona asistiendo a una parturienta, figurilla de terracota griega de Chipre, principios del siglo V a. C., Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

Los remedios griegos eran elaborados a partir de especias y de plantas, el farmacéutico (φαρμακοπώλης/pharmakopốlês) ocupaba un lugar importante en el sistema de cuidados, incluso si el médico preparaba sus propios remedios. El farmacéutico preparaba los medicamentos prescritos por el médico, pero también remedios vendidos directamente. En Las Tesmoforias (v. 504), Aristófanes describe al marido de una mujer a punto parir, corriendo «por las tiendas para comprar específicos para acelerar el parto».

Otra profesión importante era la de comadrona. Aunque existían mujeres médicos, las parteras y las enfermeras eran muy numerosas. Fainarate, la madre de Sócrates, era comadrona,68 y Sócrates retoma el parto como metáfora de su arte, la mayéutica.

Los pedotribas eran los responsables de la enseñanza deportiva en el seno del gimnasio. Aprendían el trabajo con frecuencia, eran a la vez dietistas, masajistas y kinesioterapeutas: debían encargarse de los esguinces, luxaciones, tendinitis y otros traumatismos corrientes

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en la práctica del deporte. Algunos recurrían a la propia medicina: Heródico de Selimbria, repetidamente mencionado por Platón.69

Véase también[editar] Constantino el Africano Galeno Hipócrates Historia de la medicina Historia de la medicina general en España Medicina en el Antiguo Egipto Oribasio de Pérgamo Tratados hipocráticos

Notas[editar]1. Volver arriba ↑ Homero, Ilíada XI.8332. Volver arriba ↑ Ilíada IV.188-2193. Volver arriba ↑ Ilíada XI.5144. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 235. Volver arriba ↑ Escolios exégéticos del verso 193 citados por G. S. Kirk (éd.), The Iliad: a

Commentary, vol. I: Chants I-IV, Cambridge University Press, Cambridge, 1985.ISBN 0-521-28171-7. Véase también la Iliupersis, frag. I Davies, nota a los versos IV.193-194. Cf. Iliupersis]], frag. I Davies.

6. Volver arriba ↑ «ὀδυνήφατα/ odynếphata», Ilíada V.400-4017. Volver arriba ↑ Homero, Odisea XVII.383-3858. Volver arriba ↑ Odisea IV.231-2329. Volver arriba ↑ André y Baslez, p. 22-2310. Volver arriba ↑ Brigitte Le Guen-Pollet, La Vie religieuse dans le monde grec du Ve au IIIe

siècle, Presses Universitaires du Mirail, 1991, nº 40, p. 13211. Volver arriba ↑ Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más

ilustres VI.59 Citado por Eric Robertson Dodds, Les Grecs et l'irrationnel, Flammarion, coll. «Champs», París, 1977 (1re édition 1959), ISBN 978-2-08-081028-6, p. 118

12. Volver arriba ↑ Le Guen-Pollet, op. cit., nº 76, p. 207.13. Volver arriba ↑ Definición de neócoro en el Diccionario universal francés-español, español-

francés, tomo III, de Ramón Joaquín Domínguez, Madrid, 1846, p. 23614. Volver arriba ↑ André et Baslez, op. cit., p. 267-28115. Volver arriba ↑ Le Guen-Pollet, op. cit., nº 40, p. 13216. Volver arriba ↑ Eurípides, Hipólito 141-15017. Volver arriba ↑ Sobre la enfermedad sagrada I, 6, 360.1318. Volver arriba ↑ Las avispas v. 118-12419. Volver arriba ↑ Isidoro de Sevilla, Etimologías lib. IV, cap. 320. Volver arriba ↑ Atlas of Anatomy, ed. Giunti Editorial Group, Taj Books LTD 2002, p. 921. Volver arriba ↑ Heinrich Von Staden, Herophilus: The Art of Medicine in Early Alexandria

(Cambridge: Cambridge University Press, 1989), pp. 1-26

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22. Volver arriba ↑ Mason, A History of the Sciences p. 4123. Volver arriba ↑ Annas, Classical Greek Philosophy pp 24724. Volver arriba ↑ Mayr, The Growth of Biological Thought, pp. 84-90, 135; Mason, A History

of the Sciences, pp. 41-4425. Volver arriba ↑ Mayr, The Growth of Biological Thought, pp. 201-202; véase también,

Lovejoy, The Great Chain of Being26. Volver arriba ↑ Aristóteles, De Anima ii.327. Volver arriba ↑ Mason, A History of the Sciences p. 4528. Volver arriba ↑ Guthrie, A History of Greek Philosophy Vol. 1 p. 34829. Volver arriba ↑ Mayr, The Growth of Biological Thought, pp. 90-91; Mason, A History of

the Sciences, p. 4630. Volver arriba ↑ Owsei Temkin, "What Does the Hippocratic Oath Say?," en "On Second

Thought" and Other Essays in the History of Medicine (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2002), pp. 21-28

31. Volver arriba ↑ Citado por LLoyd (1999a), p. 69.32. Volver arriba ↑ Sobre la enfermedad sagrada, c.18.33. Volver arriba ↑ Dodds, op. cit., pp. 124-125 y 136.34. Volver arriba ↑ Sobre la naturaleza del hombre, c.15. Epidemias I proporciona una

clasificación más compleja.35. Volver arriba ↑ Sobre la generación, c.3 y Sobre las enfermedades IV, c. 3236. Volver arriba ↑ Sobre la medicina antigua, c.I37. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 160-16638. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 167-170.39. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 172-177.40. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 177-17941. Volver arriba ↑ Preceptos, 6.42. Volver arriba ↑ Annas, Classical Greek Philosophy pp. 25243. Volver arriba ↑ Mason, A History of the Sciences p. 5644. Volver arriba ↑ Barnes, Hellenistic Philosophy and Science p. 38345. Volver arriba ↑ Mason, A History of the ciences, p. 5746. Volver arriba ↑ Sobre la medicina, introducción, § 23 y sigs.47. Volver arriba ↑ Barnes, Hellenistic Philosophy and Science, pp. 383-38448. Volver arriba ↑ von Staden, "Liminal Perils: Early Roman Receptions of Greek Medicine,"

en Tradition, Transmission, Transformation, ed. F. Jamil Ragep and Sally P. Ragep with Steven Livesey (Leiden: Brill, 1996), pp. 369-418.

49. Volver arriba ↑ Mayr, The Growth of Biological Thought, pp. 90-94; cita de la página 9150. Volver arriba ↑ Annas, Classical Greek Philosophy, p. 25251. Volver arriba ↑ Política iii.11.1152. ↑ Saltar a: a b Jouanna, p. 11353. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 10954. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 11055. Volver arriba ↑ Prorrética II c I. Citado por Jouanna, p. 595, nota 856. Volver arriba ↑ Catalogum Astrologorum Græcorum, VIII, 3, p. 113 y sigs. Citado por

André Bernand, Sorciers grecs, Hachette, coll. «Pluriel», 1991, p. 26757. Volver arriba ↑ Pomeroy, pp. 144-14558. Volver arriba ↑ Operaciones anatómicas; citado por Jouanna, p. 3359. Volver arriba ↑ Platón, Leyes 720b60. Volver arriba ↑ Heródoto,Historia ii.8461. Volver arriba ↑ Jouanna, p. 8762. Volver arriba ↑ Jenofonte, Anábasis ii.4.3063. Volver arriba ↑ Heródoto, op. cit. iii.129-133

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64. ↑ Saltar a: a b Platón, Gorgias 455b65. Volver arriba ↑ Jenofonte, Recuerdos de Sócrates iv.2.566. Volver arriba ↑ Platón, Gorgias 514d67. Volver arriba ↑ Samos, Inv. J 1 + J 278. Jean Pouilloux, Choix d'inscriptions grecques,

Belles Lettres, 2003 1re édition 1960), p. 64, numéro14 = Christian Habicht, Athenische Mitteilungen, 72 (1957), p. 233, número}64.

68. Volver arriba ↑ Teeteto 149a69. Volver arriba ↑ Por ejemplo La República iii.406 a–b o Protágoras, 316 e.

Referencias[editar] Jean-Marie André et Françoise Baslez, Voyager dans l'Antiquité, Fayard, Paris,

1993, ISBN 2-213-03097-9. (en francés) Geoffrey E. R. Lloyd:

o 1999a: Les Débuts de la science grecque, de Thalès à Aristote, La Découverte, coll. «Textes à l'appui», 1999 1re édition 1973). ISBN 2-7071-1943-1. (en francés)

o 1999b: La Science grecque après Aristote, La Découverte, coll. «Textes à l'appui», 1999 (1re édition 1974). ISBN 2-7071-1951-2. (en francés)

Jacques Jouanna, Hippocrate, Fayard, Paris, 1992. ISBN 2-213-02861-3. (en francés)

Sarah B. Pomeroy, Families in Classical and Hellenistic Greece. Representations and Realities, Oxford University Press, Oxford, 1997. ISBN 0-19-815260-4, pp. 143-147. (en inglés)

Bibliografía complementaria[editar]

Louis Bourgey, Observation et expérience chez les médecins de la collection hippocratique, Vrin, coll. «Bibliothèque d’Histoire de la Philosophi», Paris, 2005 1re

édition 1953). ISBN 2-7116-0083-1. Jean Lombard, Platon et la médecine, le corps affaibli et l'âme attristée,

L'Harmattan, 1999. (en francés) Jean Lombard, Aristote et la médecine, le fait et la cause, L'Harmattan, 2004. (en

francés) Annas, Julia Classical Greek Philosophy. In Boardman, John; Griffin, Jasper;

Murray, Oswyn (ed.) The Oxford History of the Classical World. Oxford University Press: New York, 1986. ISBN 0-19-872112-9 (en inglés)

Barnes, Jonathan Hellenistic Philosophy and Science. In Boardman, John; Griffin, Jasper; Murray, Oswyn (ed.) The Oxford History of the Classical World. Oxford University Press: New York, 1986. ISBN 0-19-872112-9. (en inglés)

Louis Cohn-Haft, The Public Physicians of Ancient Greece, Northampton, Massachusetts, 1956. (en inglés)

Guthrie, W. K. C. A History of Greek Philosophy. Volume I: The earlier Presocratics and the Pythagoreans. Cambridge University Press: New York, 1962. ISBN 0-521-29420-7

W. H. S. Jones, Philosophy and Medicine in Ancient Greece, Johns Hopkins Press, Baltimore, 1946. (en inglés)

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(Lennox, James (15 de febrero de 2006). «Aristotle's Biology». Stanford Encyclopedia of Philosophy (en inglés). Consultado el 26 de agosto de 2010.

James Longrigg, Greek Rational Medicine: Philosophy and Medicine from Alcmæon to the Alexandrians, Routledge, 1993. (en inglés)

(en inglés) Lovejoy, Arthur O. The Great Chain of Being: A Study of the History of an Idea. Harvard University Press, 1936. Reprinted by Harper & Row, ISBN 0-674-36150-4, 2005 paperback: ISBN 0-674-36153-9. (en inglés)

Mason, Stephen F. A History of the Sciences. Collier Books: New York, 1956. Mayr, Ernst . The Growth of Biological Thought: Diversity, Evolution, and

Inheritance. The Belknap Press of Harvard University Press: Cambridge, Massachusetts, 1982. ISBN 0-674-36445-7. (en inglés)

Enlaces externos[editar]

Esta obra deriva de la traducción de Médecine en Grèce antique de Wikipedia en francés, concretamente de esta versión, publicada por sus editores bajo la Licencia de documentación libre de GNU y la Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.

(en inglés) Greek Medicine by the History of Medicine Division of the National Library of Medicine.

(en francés) Site sur la médecine dans l'Antiquité.

https://es.wikipedia.org/wiki/Medicina_en_la_Antigua_Grecia

LOS MEDICOS EN GRECIA ANTIGUA SINTESIS LA MEDICINA HELENICAInicio » Historia Antigua » Los Medicos en Grecia Antigua Sintesis La Medicina Helenica

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LA MEDICINA EN GRECIA (SIGLOS IX A I A.C.)INTRODUCCIÓN

LA CIVILIZACIÓN griega se extiende desde los siglos XI o X a.C., hasta el siglo a. C., o sea un total de aproximadamente 10 siglos o 1 000 años. Lo que se conoce como la cultura griega antigua ocupa la primera mitad de ese lapso, mientras que la cultura griega clásica se desarrolló en la segunda mitad, a partir del siglo Va.C. (el llamado siglo de Pericles), y hasta el siglo I a.C.

Durante la época antigua el pueblo griego integró su identidad étnica y social a partir de grupos aqueos, jonios, dorios y orientales, incluyendo fenicios y otros habitantes de las costas del Mediterráneo. Durante ese prolongado lapso los griegos recibieron múltiples y profundas influencias de culturas más antiguas, como las mesopotámicas (asiria, caldea, babilónica y persa), las de Medio Oriente (siria, israelí) y las africanas (libia, egipcia).

El llamado “milagro griego”, o sea el surgimiento casi explosivo en Grecia, durante el siglo V a.C., de una cultura que sentó las bases del

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pensamiento característico de la civilización occidental, debe gran parte de su existencia y de su estructura a las tradiciones, a las experiencias y a las ideas que los pueblos griegos recibieron y adoptaron de sus antecesores y vecinos.

El conocimiento sobre los astros, los principios de la arquitectura, el manejo de la geometría y de las matemáticas, las artes de la navegación y de la guerra, los secretos de la medicina, y muchas otras cosas más, las tomaron los griegos en gran parte de sus contactos con otras culturas y procedieron a cambiarlas y a mejorarlas por medio de su genio incomparable. Pero buena parte del trabajo pionero ya estaba hecho.

LA MEDICINA EN LA GRECIA ANTIGUA

La medicina de la Grecia antigua no era diferente de la primitiva descrita en el capítulo 1. Tenía una sólida base mágico-religiosa, como puede verse en los poemas épicos La Ilíada y La Odisea, que datan de antes del siglo XI a.C.

En ambos relatos los dioses no sólo están siempre presentes sino que conviven con los humanos, compiten con ellos en el amor y pelean con ellos en la guerra y hasta son heridos pero (claro) se curan automáticamente. No así los guerreros mortales, cuyas heridas requieren los tratamientos de la medicina primitiva, aunque ocasionalmente también se benefician de la participación de los dioses.

El dios griego de la medicina era Asclepíades. Según la leyenda, Asclepíades fue hijo de Apolo, quien originalmente era el dios de la medicina, y de Coronis, una virgen bella pero mortal. Un día, Apolo la sorprendió bañándose en el bosque, se enamoró de ella y la conquistó, pero cuando Coronis ya estaba embarazada su padre le exigió que

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cumpliera su palabra de matrimonio con su primo Isquión. La noticia de la próxima boda de Coronis se la llevó a Apolo el cuervo, que en esos tiempos era un pájaro blanco.

Enfurecido, Apolo primero maldijo al cuervo, que desde entonces es negro, y después disparó sus flechas y, con la ayuda de su hermana Artemisa, mató a Coronis junto con toda su familia, sus amigas y su prometido Isquión. Sin embargo, al contemplar el cadáver de su amante, Apolo sintió pena por su hijo aún no nacido y procedió a extraerlo del vientre de su madre muerta por medio de una operación cesárea. Así nació Asclepíades, a quien su padre llevó al monte Pelión, en donde vivía el centauro Quirón, quien era sabio en las artes de la magia antigua, de la música y de la medicina, para que se encargara de su educación.

Asclepíades aprendió todo lo que Quirón sabía y mucho más, y se fue a ejercer sus artes a las ciudades griegas, con tal éxito que su fama como médico se difundió por todos lados. La leyenda señala que con el tiempo Apolo abdicó su papel como dios de la medicina en favor de su hijo Asclepíades, pero que éste fue víctima de hubris y empezó a abusar de sus poderes reviviendo muertos, lo que violaba las leyes del universo. Además, Plutón, el rey del Hades, lo acusó con Zeus de que estaba despoblando su reino, por lo que el rey del Olimpo destruyó a Asclepíades con un rayo.

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  Estatua de Asclepíades, copia romana de un original griego. Museo Capitolino, Roma.

Una parte de la medicina de la Grecia antigua giraba alrededor del culto a Asclepíades. Entre las ruinas griegas que todavía pueden visitarse hoy, algunas de las mejor conservadas y más majestuosas se relacionan con este culto. En Pérgamo, Efeso, en Epidauro, en Delfos, en Atenas y en otros muchos sitios más, existen calzadas, recintos y templos así como estatuas, lápidas y museos enteros que atestiguan la gran importancia de la medicina mágico- religiosa entre los griegos antiguos. Los pacientes acudían a los centros religiosos dedicados al culto de Aslepíades, en donde eran recibidos por médicos sacerdotes que aceptaban las ofrendas y otros obsequios que traían, anticipando su curación o por lo menos alivio para sus males.

En Pérgamo y en otros templos los enfermos dejaban sus ropas y se vestían con túnicas blancas, para pasar al siguiente recinto, que era una especie de hotel, con facilidades para que los pacientes pasaran ahí un tiempo. En Epidauro las paredes estaban decoradas con esculturas y grabados en piedra, en donde se relataban muchas de las curas milagrosas que había realizado el dios; los pacientes aumentaban sus expectativas de recuperar su salud con la ayuda de Asclepíades. Cuando

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les llegaba su turno eran conducidos a la parte más sagrada del templo, el abatón, en donde estaba la estatua del dios, esculpida en mármol y oro. Ahí se hacían las donaciones y los sacrificios, y llegada la noche los enfermos se dormían, sumidos en plegarias a Asclepíades en favor de su salud; en otros Santuarios los enfermos llegaban directamente al recinto sagrado y ahí pasaban la noche.

En este lapso, conocido como incubatio por los romanos, se aparecían Asclepíades y sus colaboradores (sus hermanas divinas, Higiene y Panacea, así como los animales sagrados, el perro y la serpiente) se acercaban al paciente en su sueño y procedían a examinarlo y a darle el tratamiento adecuado para su enfermedad. En los orígenes del culto prevalecían los encantamientos y las curas milagrosas, pero con el tiempo las medidas terapéuticas se hicieron cada vez más naturales: las úlceras cutáneas cerraban cuando las lamía el perro, las fracturas óseas se consolidaban cuando el dios aplicaba férulas y recomendaba reposo, los reumatismos se aliviaban con baños de aguas termales y sulfurosas, y muchos casos de esterilidad femenina se resolvieron favorablemente gracias a los consejos prácticos de Higiene.

En la Grecia antigua, el médico o iatros era un sacerdote del culto al dios Asclepíades, y su actividad profesional se limitaba a vigilar que en los santuarios se recogieran las ofrendas y los donativos de los pacientes, se cumplieran los rituales religiosos prescritos, y quizá a ayudar a algún enfermo incapacitado a sumergirse en el baño recomendado, o a aconsejar a una madre atribulada sobre lo que debía hacerse para controlar las crisis convulsivas de su hijo. Aunque el iatros era el equivalente del brujo o chamán de la medicina primitiva, del asuasirio, del snw egipcio y del tícitl azteca, sus funciones estaban mucho más restringidas que las de sus mencionados colegas, porque él pertenecía a una sociedad mucho más estratificada y a una disciplina profesional mucho más rigurosa.

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En los museos de Éfeso, Pérgamo, Epidauro y Atenas (y en muchos otros museos griegos), y también en el Museo del Louvre, en París, en el Museo Británico, en Londres, en el Museo Alemán, en Munich, en el Museo de San Carlos, en México, y seguramente en muchos otros museos de otros piases del hemisferio occidental, hay hermosas estatuas de Asclepíades, el antiguo dios griego de la medicina, que se conoció comoEsculapio entre los romanos. En mi efigie favorita aparece como un hombre atlético y maduro, con pelo y barba rizados, apenas cubierto por su túnica y recargado en un caduceo en el que se enrosca una gruesa serpiente. Su imagen es claramente primitiva y no hay duda de que pertenece a un mundo ya desaparecido desde hace muchísimo tiempo.

Sin embargo, su influencia en el ejercicio de la medicina duró más de 1 000 años, en vista de que se inició en el mundo antiguo y se prolongó en la Grecia clásica, se mantuvo en la época de Alejandro Magno, siguió durante Imperio romano y con él llegó hasta el Medio Oriente, en donde persistió hasta los principios de la Edad Media, después de la caída del Imperio bizantino y con la conquista de Constantinopla por los árabes. Durante todo este prolongado lapso las ideas médicas mágico-religiosas de los asclepíades y las práctica asociadas con ellas prevalecieron en el mundo occidental, o por lo menos coexistieron con otros conceptos y manejos diferentes de las enfermedades, que fueron surgiendo con el tiempo pero que no tuvieron la misma fuerza para sobrevivir. Uno de ellos fue el sistema médico asociado con el nombre de Hipócrates de Cos, quien vivió a principios del siglo V a.C.

LA MEDICINA EN LA GRECIA CLÁSICA

Platón se refiere a Hipócrates como un médico perteneciente a los seguidores de Asclepíades, y aparte de otras breves referencias por otros autores contemporáneos, eso es todo lo que se sabe de él. Pero aunque su figura es casi legendaria, su nombre se asocia Con uno de los

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descubrimientos más importantes en toda la historia de la medicina: que la enfermedad es un fenómeno natural. Como hemos mencionado, la medicina primitiva se basa en el postulado de que la enfermedad es un castigo divino, o una hechicería, o la posesión del cuerpo del paciente por un espíritu maligno, o la pérdida del alma, o varias otras cosas mas, que tienen todas un elemento común: se trata de fenómenos sobrenaturales. De hecho, ésa es la razón por la que 105 antropólogos la conocen como medicina primitiva. Pues bien, la tradición ha consagradas a Hipócrates como el defensor del concepto de que las enfermedades no tienen origen divino sino que sus causas se encuentran en el ámbito de la naturaleza, como por ejemplo el clima, el aire, la dieta, el sitio geográfico, etc. En el tratado sobre La enfermedad sagrada, o sea la epilepsia, que data del siglo V a.C., el autor dice:

Voy a discutir la enfermedad llamada “sagrada”. En mi opinión, no es más divina o más sagrada que otras enfermedades, sino que tiene una causa natural, y su supuesto origen divino se debe a la inexperiencia de los hombres, y a su asombro ante su carácter peculiar. Mientras siguen

creyendo en su origen divino porque son incapaces de entenderla, realmente rechazan su divinidad al emplear el método sencillo para su

curación que adoptan, que consiste en purificaciones y encantamientos. Pero si va a considerarse divina nada más porque es asombrosa, entonces no habrá una enfermedad sagrada sino muchas, porque demostraré que otras enfermedades no son menos asombrosas y

portentosas, y sin embargo nadie las considera sagradas. 

La postura de la escuela hipocrática, de renunciar a explicaciones sobrenaturales sobre las enfermedades y de buscar sus causas en la naturaleza, no ocurrió en el vacío. Desde un siglo antes algunos filósofos del mundo griego habían empezado a intentar responder preguntas fundamentales sobre la naturaleza sin tomar recurso en los dioses; como precedieron a Sócrates se les conoce en su conjunto como los filósofos presocráticos. Los primeros surgieron en Mileto, un próspero puerto en

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el Egeo (hoy en Turquía), que entonces poseía una población internacional en la que comerciaban e intercambiaban ideas griegos, egipcios, persas, libios y otros habitantes del Mediterráneo. Los filósofos eran hombres libres, estudiosos de la astronomía, la geografía y la navegación, e interesados también en la política. Miraban al mundo que los rodeaba y se preguntaban por su naturaleza, por sus causas y por su esencia. Las respuestas que formulaban eran especulativas pero excluían a la mitología, no aceptaban explicaciones sobrenaturales. El primero de ellos fue Tales, quien predijo el eclipse del año 585 a.C., por lo que sabemos que estaba vivo en el siglo VI a.C. A la pregunta: “¿De qué está formado el Universo?”, Tales respondió: “De agua.”

Era una respuesta basada en su experiencia, pues había estado en Egipto y observado la forma como el ciclo anual del Nilo se asocia con la agricultura y el florecimiento del desierto. Tales asoció el agua con la vida y le pareció que era el elemento que podía dar origen a todo lo demás. Una generación más tarde, Anaximandro contestó a la misma pregunta señalando que el elemento primario no era el agua sino el apeiron, una sustancia más primitiva y no perceptible por nuestros sentidos, lo que daba origen tanto al agua como al aire, al fuego y a la tierra, que son las sustancias que forman el Universo. Otro filósofo contemporáneo, su discípulo Anaxímenes, opinó que la sustancia que forma todas las demás del Universo es el aire, y que lo hace a través de los procesos de condensación y rarefacción.

Había otras muchas teorías para explicar varios fenómenos naturales, como los truenos y los rayos, los temblores, los cometas, el arco iris, etc., varias contradictorias entre sí pero todas coincidiendo en buscar las causas y los mecanismos dentro de la misma naturaleza y sin la participación de los dioses. De modo que cuando los médicos hipocráticos empezaron a rechazar la existencia de enfermedades divinas lo hicieron en un ambiente en donde tales ideas ya no eran extrañas.

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Pero hay otro antecedente histórico del concepto natural de las enfermedades, que probablemente también influyó en la postura opuesta a lo sobrenatural de los médicos hipocráticos. Se trata de una idea originada en Egipto por lo menos 1 000 años antes para explicar algunas enfermedades; los snw imaginaron que en el contenido intestinal se generaba un principio patológico, un agente capaz de pasar al resto del organismo a través de los metu o canales que comunicaban a los distintos aparatos y sistemas entre sí, y de producir trastornos más o menos graves en ellos.

Este principio se conoció como wdhw y quizá representa el primer intento en la historia de la cultura occidental de explicar varios síntomas y hasta ciertas enfermedades sin la ayuda de los dioses o de fuerzas sobrenaturales. Naturalmente, el whdw era totalmente imaginario, pero en este caso la imaginación se mantuvo dentro de lo posible en el mundo de la realidad. La idea del whdw tuvo consecuencias importantes entre lossnw, quienes basaron gran parte de sus medidas profilácticas y terapéuticas en ella: los snw recomendaban a los sujetos sanos que se hicieran 2 o 3 enemas al mes, para evitar la aparición de whdw, y desde luego los enfermos eran sometidos a este tratamiento con mucha mayor frecuencia. El concepto del whdw pasó de Egipto a la Grecia antigua, y sus resonancias influyeron a los médicos hipocráticos.

HIPÓCRATES

Tradicionalmente se considera a Hipócrates de Cos el “padre de la medicina” y se le atribuye la autoría del llamado Juramento hipocrático, de un popular libro sobreAforismas, de cierto número de los textos que forman el Corpus Hipocraticum, así como el hecho de insistir en la observación como base de la práctica clínica, o sea el método hipocrático. Pero la verdad es que se sabe muy poco del Hipócrates histórico, excepto que vivió en el siglo V a.C., que era originario de Cos, que era un médico reconocido y miembro de los asclepíades, que

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tomaba alumnos y les enseñaba el arte de la medicina; todo lo demás que se dice de Hipócrates es leyenda. Desde luego, el Juramento hipocrático es un documento de origen pitagórico, los Aforismas son una colección de consejos y observaciones médicas que se han ido acumulando a lo largo de siglos, y elCorpus Hipocraticum es una colección de cerca de 100 libros sobre medicina que se escribieron en forma anónima durante los siglos V y IV a.C., algunos hasta probablemente después.

El contenido de estos textos es muy variable, algunos son teóricos y muy generales, otros tratan de distintos aspectos especializados de la práctica médica, otros de cirugía, y otros más son series de casos clínicos breves sin conexión alguna entre sí. Como era de esperarse en una colección tan heterogénea, hay distintas teorías para explicar los mismos fenómenos y numerosas contradicciones, no sólo entre distintos libros sino hasta en un mismo texto. Hasta el siglo pasado se creía que varios de ellos (los más antiguos) habían sido escritos por el propio Hipócrates o sus discípulos directos, pero investigaciones más recientes han demostrado que tal creencia es infundada. Lo que elCorpus Hipocraticum sí representa es un resumen del ejercicio entre los griegos de un tipo de medicina, que puede llamarse racional, a partir del siglo V a.C. y hasta el ocaso del helenismo.

Al mismo tiempo que la medicina racional, en la Grecia clásica persistió la práctica de la medicina primitiva o sobrenatural, ejercida por los iatros especializados en los templos de Asclepíades, y al mismo tiempo otra medicina todavía más primitiva, a cargo de magos y charlatanes itinerantes, demiurgos que iban de ciudad en ciudad anunciando sus pócimas maravillosas y prometiendo toda clase de curaciones y milagros. De hecho, algunos de los libros del Corpus Hipocraticum fueron escritos para combatir a los que practicaban esa forma de medicina, ya que en Grecia no había reglamentación alguna del ejercicio profesional. Tampoco había escuelas de medicina, de modo que si un

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joven deseaba hacerse médico buscaba a un miembro distinguido de la profesión que lo aceptara como aprendiz; la regla era que fuera admitido a cambio de una remuneración, con lo que el maestro quedaba obligado a impartirle su ciencia y su arte al alumno durante el tiempo que fuera necesario.

 

 Representación de Hipócrates en un manuscrito bizantino; el libro que sostiene dice:

” La vida es corta, el arte es largo “.

DE LA MAGIA PRIMITIVAA LA MEDICINA MODERNARuy Pérez Tamayo  1997

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Diego Mateo Zapata (1664-1745): un médico en las cárceles de la   Inquisición 15 junio, 2015 De Francisco Doñaen Historia de la MedicinaEtiquetas: Carlos II de España, Diego Mateo Zapata, Inquisición, José de Cabriada, Juan Muñoz y Peralta, Judeoconversos, Medicina del siglo XVII, Novatores, Polémicas médicas, Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla 8 comentarios

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Durante los últimos años del siglo XVII ejercían en nuestro país numerosos y distintos tipos de profesionales sanitarios: médicos universitarios, médicos practicantes, cirujanos latinos, cirujanos-barberos, sangradores y flebotomistas, comadronas, topiqueros… junto a curanderos y charlatanes de diversa condición. Entre los médicos, sólo unos pocos estudiaban en las universidades, y eran los destinados -normalmente- a alcanzar mayor prestigio, a pesar del anquilosado galenismo escolástico que todavía regía su formación universitaria. La mayoría se formaban con la práctica, al lado de un maestro, y lo más que podían aspirar era a que sus conocimientos fueran “revalidados” por el Tribunal del Protomedicato, para lo cual era requisito indispensable “la limpieza de sangre”. Los cirujanos, en su mayor parte, no tenían otra formación que la que les daba la práctica y la experiencia. Lo mismo pasaba con los demás, aunque su nivel social era todavía más bajo. En cuanto a los pacientes: el que podía pagaba su asistencia y el que no tenía que ser atendido en los hospitales, dependientes de la caridad de la Iglesia, en su mayor parte, o del poder real. Para el médico, lo más conveniente, era ser contratado por los más pudientes, los principales del clero o la nobleza, y cuanto más alto estuviera el paciente en la jerarquía mejor, hasta culminar en la Casa Real. Sin embargo, precisamente durante el reinado de Carlos II surge un movimiento renovador que viene a cambiar los modos de entender la medicina. Lo encabezan los que con el tiempo serían llamados novatores, cuyas publicaciones son contestadas por los partidarios de mantener la tradición galénica y aristotélica, dando lugar a airadas polémicas que llegan, a veces, al insulto personal. Proliferan las “tertulias”, donde se expresa libremente fuera de la universidad el nuevo pensamiento científico que nos llegaba de Europa, y que serían la simiente de las futuras Reales Academias de Medicina, las que introducirían en España la mentalidad científica de la Ilustración.

Quería tratar sobre aquella época aunque desarrollar todo lo anterior sin extenderse demasiado no es fácil. En ello estaba, no obstante. ¡La ignorancia es atrevida! Pero surge entonces, entre la documentación que empezaba a abarrotar la mesa de trabajo y el disco duro del ordenador, la figura paradigmática de Diego Mateo Zapata (1664-1745), cuya vida transcurre prácticamente entre el inicio del reinado de Carlos II (1661-1700) y el final del de Felipe V (1683-1746), y cuya obra nos muestra buena parte de las características esenciales de la medicina de la época; en la cual, él mismo, desempeñó a menudo un papel protagonista. La decisión estaba tomada: esta entrada se dedicaría a la vida y obra de Diego Mateo Zapata (en apretado resumen, por supuesto, y prácticamente sólo hasta el cambio de siglo) salpimentándola con una anécdota de carácter sexual, para darle una pizca de morbo al asunto, y aliñándola con un somero relato de sus graves problemas con la Inquisición acusado de “marrano“.

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Zapata nació en Murcia, el 1 de octubre de 1664, en el seno de una familia judeoconversa oriunda de Portugal. Era hijo de Clara Mercado, nacida también en Murcia, y de Francisco Zapata, que ejercía como escribano en esa ciudad y era natural de Alcalá la Real. Siendo muy niño, tuvo que ver como el Santo Oficio apresaba a su abuelo materno. Peor aún, cuando tenía catorce años, en 1678, fueron encarcelados sus padres y su tía Isabel, hermana de su madre. El proceso de su padre fue suspendido, pero Clara e Isabel fueron reconciliadas en un auto público de fe, en 1682, y su madre condenada a cárcel perpetua por judaizante (aunque, al parecer, más tarde fue liberada). Durante aquel tiempo horrible para su familia, el niño Diego Mateo Zapata, vivía en Murcia con otro tío suyo. En cuanto tuvo edad marchó a Valencia, para estudiar Filosofía. Allí estuvo tres años, y era tan pobre que acudía a los conventos a pedir limosna. Decidido a estudiar Medicina se fue a la Universidad de Alcalá, según declararía años más tarde, en uno de sus procesos, por haber oído “…que para los estudiantes pobres había más socorros en aquella ciudad”.(1)

Todo indica que Zapata no logró obtener siquiera el bachiller en Medicina, y no por falta de capacidad sino de recursos económicos. Lo cierto es que, en 1686, con veintidós años, llega a la Corte sin renunciar a ejercer la profesión que había elegido. En Madrid recibe la ayuda del doctor Francisco de la Cruz, de ascendencia judía, como él, y que con él sería detenido en su segundo proceso, en 1725. De la Cruz consiguió que Zapata fuera contratado en el Hospital General, donde obtuvo plaza como practicante de medicina. Para complementar sus ingresos impartía clases de filosofía a los cirujanos del Hospital, con quienes siempre mantuvo excelentes relaciones, a diferencia de lo que solía suceder con otros médicos de la época. Mucho le habrían de servir, para su ejercicio profesional posterior, aquellos años de trabajo en el Hospital, porque -sin duda- la experiencia adquirida le fue más útil que las clases que hubiera podido recibir en esa universidad que tuvo que abandonar.

Pero el joven Zapata quería progresar en aquella jerarquizada sociedad española de finales de siglo XVII. Lo tenía difícil, porque no podía examinarse ante el Tribunal del Protomedicato al no poder demostrar su “limpieza de sangre”, y eso le cerraba el paso a la que era la mayor aspiración de cualquier médico de la Corte, ser médico de la Casa Real. No obstante, se le ocurrieron dos maneras de subir peldaños en el escalafón social: una, mediante un matrimonio ventajoso; otra, ganándose el favor de quienes entonces tenían más poder en la medicina patria. Para lo primero, empezó a cortejar a la hija de don Juan de Escobar y Castro, “contador de su majestad y familiar del Santo Oficio”, a cuya casa acudía asiduamente a comer y cenar. La pareja se prometió, pero la mala fortuna vino a desbaratar los planes de boda de Zapata, en forma de impertinente afección cuya verdadera naturaleza no parece fácil precisar con exactitud. A finales del año 1688, el novio “…padeció una grave enfermedad, la cual terminó por sus partes naturales, fluyendo al escroto. Y viendo [que] se le iban mortificando sus partes, el día mismo de todos los santos se hizo junta de cirujanos en el Hospital General, donde éste asistía, y resolvieron que, para salvar el todo, se amputase alguna parte, y le amputaron el escroto, sin tocar el miembro viril.” Todavía enfermo, Diego Mateo Zapata convenció al capellán del Hospital de que lo desposara con Juana Luisa de Escobar. Mas el fiscal eclesiástico se negó a ratificar el matrimonio, por haberse llevado a cabo sin licencia del párroco. Para mayor complicación, el administrador general de los reales hospitales, don Juan Urbán y Rojas, manifestó públicamente sus dudas sobre si Zapata “era capaz para el uso del matrimonio” después de

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su enfermedad. Pero Zapata no desistió en su empeño e inició pleito ante el juez eclesiástico reclamando la validez de su unión. Como prueba, buscó afanosamente entre los profesionales de la medicina a quienes le pudieran declarar capacitado para consumar su matrimonio, y consiguió que Juan Serrano, “médico de familia de la Reina”, y Arias Silveira, también de origen portugués y converso como él, firmaran esa declaración. Al respecto, hablando sobre Zapata, se sabe que Arias Silveira llegó a afirmar: “es hombre inteligente y práctico, [pero] traénos mareados a los médicos sobre que declaremos que es potente y capaz de casarse no teniendo, como no tiene, miembro viril por tenerlo cortado, se funda para ello en este texto de Galeno […] homo sine membro generare potest.” Sin embargo, ya podía decir Galeno lo que dijese, porque, a pesar de su “autoridad”, no logró Zapata ratificar su casamiento, perdiendo así la posibilidad de emparentar con una familia de prestigioso apellido y, por tanto, uno de los medios más directos de alcanzar el reconocimiento social que tanto anhelaba.(2)

La opción del matrimonio ventajoso fracasó. Pero -como antes se ha dicho- no era esa la única estrategia que nuestro hombre había emprendido en su afán de progresar socialmente. Al mismo tiempo, puso el mayor empeño en agradar a quienes por entonces lideraban la medicina española, con el fin de que se le admitiera a examen ante el Tribunal del Protomedicato.

Sucedió que, en 1687, se publicó en Madrid el libro del valenciano Juan de Cabriada (c.1665-1714) Carta filosofica-medico-chymica. En que se demuestra que de los tiempos y experiencias se han aprendido los mejores remedios contra las enfermedades. Por la nova-antigua Medicina. Como señala Sarrión Mora:

“Por su contenido e influencia, esta obra puede considerarse como la primera exposición completa de las doctrinas y propósitos de quienes se preocupaban por la renovación científica en España. En ella Juan de Cabriada critica duramente la hasta entonces tan ensalzada autoridad de los antiguos, mantiene que es la experiencia el único criterio válido en el estudio de la naturaleza, recoge la teoría de la circulación de la sangre como uno de los más brillantes resultados de aplicar tal criterio y defiende abiertamente la utilización de medicamentos químicos. A raíz de la publicación de la Carta, se iniciaron fuertes polémicas entre los científicos tradicionalistas y los partidarios de la modernidad. El joven Diego Zapata no rehuyó tomar partido en estas controversias; muy ligado al bando tradicionalista, a la sombra del cual esperaba labrar su posición, protagonizó una de las disputas más famosas frente a un partidario de Cabriada, el veronés doctor Gazola.”

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Portada de la obra de Juan de Cabriada Carta Filosófica-Médico-Chymica… (1687)Primera exposición completa de los principios y valores de los novatores

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“José Gazola había llegado a Madrid acompañando al embajador de Venecia y, en 1690, publicó una crítica de la medicina galenista bajo el título Entusiasmos médicos, políticos y

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astronómicos, en la que elogiaba la Carta de Juan de Cabriada. Inmediatamente, Diego Mateo Zapata escribió una dura respuesta […] con el pomposo título Verdadera apología en defensa de la medicina racional philosophica, y devida respuesta a los entusiasmos médicos, que publicó en esta Corte D. Joseph Gazola Veronense. Archisoplón de las Estrellas. En esta obra, Diego Zapata se muestra como el más fervoroso seguidor de las ideas tradicionales y ataca, hasta llegar al insulto, no sólo a Gazola, sino también a Juan de Cabriada, niega la eficacia de los medicamentos químicos y desprecia la teoría de la circulación de la sangre.”(3)

Poco pudieron durar los agasajos y parabienes que recibiera Diego Mateo Zapata de los auténticos instigadores de su folleto. Pardo Tomás, en El médico en la palestra, nos convence de que fueron los profesores de la universidad de Alcalá, con Henríquez de Villacorta -presidente del Real Protomedicato- a la cabeza, los galenistas más recalcitrantes, quienes le persuadieron para que tomara partido contra las nuevas ideas. Y él lo hizo con la esperanza de granjearse la voluntad de tan influyentes personajes, para obtener la licenciatura del Protomedicato.(4)

Una vez más volvían a desvanecerse sus aspiraciones, pero en esta ocasión, como volvería a suceder cerca de treinta y cinco años más tarde, por culpa del que sería el mayor obstáculo para una brillante carrera de Diego Mateo Zapata: su origen converso. El primer proceso se inició, en julio de 1691, cuando fue denunciado ante los inquisidores de Logroño por un estudiante de veinte años, Francisco Gabriel de Valenzuela, durante los interrogatorios a que éste fue sometido mientras era procesado como judaizante junto a otros miembros de su familia. Según Valenzuela, el ya citado Arias Silveira le había dicho que Zapata seguía, como ellos, la ley de Moisés, y que él mismo pudo comprobarlo después participando con ellos en algunos ritos.

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Francisco de Goya (1746-1828). “Zapata tu gloria será eterna”Grabado que representa a Diego Mateo Zapata (1664-1745) presoen una celda de la Inquisición en Cuenca

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El 6 de diciembre de 1691 fue apresado Diego Mateo Zapata, aunque nadie más había testificado en su contra, y veinte días después fue trasladado a Cuenca para que lo procesaran los inquisidores de ese tribunal. La primera audiencia tuvo lugar el 5 de enero de 1692. Zapata negó las acusaciones que se le imputaban y elaboró una meticulosa defensa basada en tres puntos:

1. Siempre había seguido fielmente la fe católica y había evitado relacionarse con parientes (incluso su propio padre) y conocidos portugueses (cosa que no era cierta).2. Sólo un testigo deponía en su contra, quien, además, le llamaba “Diego López Zapata” (como le llamaría Goya, cuando pintó su dibujo, y algunos románticos decimonónicos que lo convirtieron en mito como víctima de la cruel y absolutista Inquisición), demostrando con ello que lo conocía muy poco.3. Por último, reconocía que su afán polemista le había llevado a labrarse muchas más enemistades que amistades, y decía:

“…generalmente no traté ni arguí con hombre alguno en la Corte con quien no lo desluciera y ajara de forma que no me malquistara con él y, en adelante, fuera mi enemigo que conmigo no trataba ni comunicaba, también me odiaba respecto que tenía por cosa cierta el que de mi boca no había hombre que supiese philosophía, medicina o theología (por saber yo algunas materias), y esto es público y notorio en la Corte”.(5)

Según Diego Mateo Zapata, fue especialmente odiado por “…los de la Facultad de Medicina por haberles tratado mal en argumentos y haber tomado mucha licencia en censurarlos diciendo, Fulano es un zote, Fulano no sabe lo que se hace; y, si había algunos papeles de la Facultad acerca de alguna enfermedad que ocurría, respondía a ellos y hablaba con mordacidad. Y de aquí presume que alguna persona le haya hecho algún mal.”(6)

Cuando Zapata concreta estas afirmaciones y nombra a quienes él pensaba que podían haber provocado su denuncia, por venganza, podemos comprobar su enfrentamiento con los principales promotores de la modernización de la ciencia en España. Sospechaba, en primer lugar, de Andrés Gámez, quien fue catedrático en las facultades de medicina de las universidades de Granada, Cagliari y Nápoles; y en 1691 era médico de cámara de Carlos II. Gámez siempre se mantuvo al día de los avances científicos de su época y, desde una posición originariamente galenista, fue evolucionando hacia posiciones cada vez más partidarias de las nuevas ideas. Publicó una obra titulada Ocios de un médico filósofo, a la que Zapata, con su desaforada mordacidad, contestó escribiendo A ocios blasfemos desvelos mordaces. Sospechaba de José Gazola, al que llamaba “veronense archisoplón de las estrellas”, con quien mantuvo la agria polémica antes mencionada. Sospechaba, por supuesto, de Juan de Cabriada porque, como él mismo decía “…en mi libro lo pongo de vuelta y media refutándole lo más que escribió en un libro que escribió”. Y sospechaba de Juan Bautista Juanini (nombre castellanizado de Giovanbattista Giovanini (1636-1691), médico milanés que estuvo muchos años al servicio de don Juan José de Austria, y que había publicado varios libros en los que ponía de manifiesto su crítica a los modelos tradicionales de la medicina, su defensa de la iatroquímica y sus modernos planteamientos

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a la hora de abordar las más diversas cuestiones, ya fueran anatómicas, terapéuticas o acerca de la higiene pública. López Piñero, uno de los maestros de nuestra Historia de la Medicina, gran estudioso de la vida y la obra del médico de Juan José de Austria, afirma:

“Juanini contribuyó decisivamente a la renovación científica de la medicina española. Su Discurso [político phísico (1679)] fue el primer libro médico plenamente ‘moderno’ que se publicó en nuestro país. Muchas de las características del movimiento novator, iniciado ocho años después, se encuentran en él esbozadas, aunque no llegó a denunciar el atraso español tan dura y claramente como lo haría en 1687 Juan de Cabriada.”(7)

Ciertamente, Diego Mateo Zapata no acabó demasiado malparado en éste su primer encuentro personal con el Santo Oficio. El juicio fue suspendido y él pudo volver prácticamente impune a sus normales actividades. Regresó a Madrid. Participó activamente en las “tertulias” (también llamadas por algunos “academias”) científicas que, durante aquellos últimos años del siglo XVII proliferaban en la Corte gracias al mecenazgo de diversos nobles. Algunos de esos nobles fueron, también, pacientes suyos. Pero, poco más se sabe con certeza de él hasta que, de modo sorprendente, nos encontramos al antiguo galenista, tradicionalista radical, convertido en uno de los principales activistas del movimiento novator. En 1693, el médico sevillano, del Arahal, Juan Muñoz y Peralta (de familia judeoconversa, como él) funda la “Veneranda Tertulia Hispalense” (primer antecedente de la actual Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla). Zapata se une a la iniciativa de Muñoz Peralta, y se encarga de las gestiones en Madrid para constituir la “Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla“, de la que se le considera como uno de sus socios fundadores. Parece ser que fue Zapata quien se la presentó al rey, para que Carlos II, cinco meses antes de morir, firmara sus “Constituciones” el día 25 de mayo de 1700.

El año siguiente, 1701, ya bajo el reinado de Felipe V, por encargo de la Regia Sociedad hispalense, Diego Mateo Zapata, que se presenta como “Médico de los Eminentísimos Señores Cardenales Portocarrero y Borja”, publicó su Crisis médica, sobre el antimonio, y carta responsoria a la Regia Sociedad Médica de Sevilla, una de sus obras fundamentales, donde aboga -entre otras cosas- por el uso de los medicamentos “químicos”, a los que era contrarios los galenistas. Se puede leer en una edición digitalizada gracias a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Nacía así -podría decirse- un nuevo Diego Mateo Zapata, que se convertiría en adalid del movimiento novator y de la reforma de la enseñanza de la medicina en España. Aún le quedaba mucho por hacer en su larga vida, hasta su fallecimiento en Madrid el año 1745; mucho por publicar y polemizar; y mucho por sufrir. Esto último, sobre todo, en su segundo proceso por la Inquisición (1721-1725), que lo mantuvo en prisión casi cuatro años junto a sus amigos médicos y judeoconversos Juan Muñoz Peralta (que era médico de cámara de Felipe V desde 1700) y Francisco de la Cruz (el que le ayudó proporcionándole trabajo en el Hospital General, recién llegado a Madrid) que ya era mayor y murió en las cárceles del Santo Oficio antes de que concluyera su proceso… Pero esa ya será otra historia. Dejamos ésta aquí, que ya se ha hecho demasiado larga, en un momento trascendental para nuestro país, al poco de morir Carlos II…

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En este blog nos gusta añadir, de vez en cuando, una melodía que acompañe al texto. Esta vez, en homenaje a Diego Mateo Zapata y tantos que, como él, han sufrido persecución por motivos religiosos, lo haremos con una de las piezas más bellas de otro judeoconverso genial, el Adagietto de la Sinfonía número 5 de Gustav Mahler.

NOTAS(1) Para todo lo que refiere a la biografía de Diego Mateo Zapata, mientras no se indique lo contrario, seguiremos a Adelina Sarrión, en: SARRIÓN MORA, A. (2006): Médicos e Inquisición en el siglo XVII. Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha: 58-75. [Disponible en: http://books.google.es/books/about/M%C3%A9dicos_e_inquisici%C3%B3n_en_el_siglo_XVII.html?id=AEOLjBhr_bQC; consultado el 15 de junio de 2015]. De ella tomamos los párrafos entrecomillados.(2) Sobre la afectación genital de Zapata cabe añadir que, algún tiempo después, una criada suya reparó en que cuando se acostaba metía algo bajo la almohada, “era un canoncillo[sic] muy tomado que le pareció de plata y, como había oído decir era defectuoso de naturaleza, discurrió que aquel instrumento servía para orinar”. Por otra parte, los mismos médicos del Santo Oficio, cuando lo examinaron para averiguar si había sido circuncidado, declararon que había muchas cicatrices “y pérdida de mucha carne del miembro, más de la que pide la ceremonia”. (Cf.: Ibidem: 63).(3) Ibidem: 62.(4) V.: PARDO TOMÁS, J. (2004): El médico en la palestra. Diego Mateo Zapata (1664-1745) y la ciencia moderna en España. Salamanca, Junta de Castilla y León: 150-160.(5) SARRIÓN MORA, A. (2006): Op. cit.: 65.(6) Ibidem.(7) LÓPEZ PIÑERO, J. M. (2006): “Juan Bautista Juanini: análisis químico de la contaminación del aire en Madrid (1679).” Rev. Esp. Salud Pública. 80, 2: 204 [Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/pdf/170/17080216.pdf; consultado el 15 de junio de 2015].

BIBLIOGRAFÍACABRIADA, Juan de (1687): Carta filosofica-medico-chemica. En que se demuestra que de los tiempos y experiencias se han aprendido los mejores remedios contra las enfermedades… Madrid, [Lucas Antonio de Bedmar y Baldivia]. [Disponible en: http://hicido.uv.es/Expo_medicina/Renacimiento/texto_cabriada.html; consultado el 15 de junio de 2015].DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio (1963): “El proceso inquisitorial del doctor Diego Mateo Zapata”. Miscelánea de Estudios árabes y hebraicos. 11:81-90.LÓPEZ PIÑERO, José María (1979): Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII. Barcelona, Labor: 392-433.LÓPEZ PIÑERO, José María (2006): “Juan Bautista Juanini: análisis químico de la contaminación del aire en Madrid (1679)”. Rev. Esp. Salud Pública, 80, 2: 201-204. [Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/pdf/170/17080216.pdf; consultado el 15 de junio de 2015].MONTAÑA RAMONET, José María (2009): “Historia”. Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla. [Disponible en: http://www.ramse.es/index.php?option=com_content&view=article&id=45&Itemid=55; consultado el 15 de junio de 2015].PARDO TOMÁS, José (2004): El médico en la palestra. Diego Mateo Zapata (1664-1745)

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y la ciencia moderna en España. Salamanca, Junta de Castilla y León.PARDO TOMÁS, José y MARTÍNEZ VIDAL, Álvar (2005): “Presencias y silencios. Biografías de médicos en el Antiguo Régimen”. Asclepio. 57, 1: 55-66. [Disponible en: http://www.ihmc.uv-csic.es/documentos/publicaciones/d68baf.pdf; consultado el 15 de junio de 2015].PESET LLORCA, Vicente (1960): “El Doctor Zapata (1664-1745) y la renovación de la medicina en España. Apuntes para la historia de un movimiento cultural”. Archivo Iberoamericano de Historia de la Medicina y Antropología Médica. 12: 35-93.RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, Rafael-Ángel (1999): “El tránsito de la medicina antigua a la moderna en España (1687-1727): Los principales protagonistas”. Thémata. Revista de Filosofía. 21: 167-195. [Disponible en: http://institucional.us.es/revistas/themata/21/07%20rodriguez.pdf; consultado el 15 de junio de 2015].VILAR RAMÍREZ, Juan Bautista (1970):  “El Dr. Diego Mateo Zapata (1664-1745). Medicina y judaísmo en la España Moderna”. Murgetana, 34: 5-44. [Disponible en: http://www.regmurcia.com/docs/murgetana/N034/N034_001.pdf; consultado el 15 de junio de 2015].VILAR RAMÍREZ, Juan Bautista (1971): “Zapata y San Nicolás de Murcia”. Murgetana, 37: 47-73. [Disponible en: http://www.regmurcia.com/docs/murgetana/N037/N037_004.pdf; consultado el 15 de junio de 2015].ZAPATA, Diego Mateo (1701): Crisis médica sobre el antimonio y carta responsoria a Regia Sociedad Médica de Sevilla. [Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra/crisis-medica-sobre-el-antimonio-y-carta-responsoria-a-la-regia-sociedad-medica-de-sevilla–0/; consultado el 15 de junio de 2015].ZAPATA, Diego Mateo (1691): Verdadera apología en defensa de la medicina racional philosophica, y devida respuesta a los entusiasmos médicos, que publicó en esta Corte D. Joseph Gazola Veronense. Archisoplón de las Estrellas. Madrid, por Antonio de Zafra. [Disponible en: http://books.google.com/books?id=w-1QTM1_6fUC&printsec=frontcover&dq=inauthor:%22Diego+Mateo+Zapata%22&hl=es&ei=sQa2TrvEDMyT8gOi45DtAQ&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=2&ved=0CDIQ6AEwAQ#v=onepage&q&f=false; consultado el 15 de junio de 2015].https://letamendi.wordpress.com/2015/06/15/

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¿Para qué filósofos?, de Jean-François Revel. Fragmento

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No acostumbran los filósofos a menospreciar su talento. De creerlos a todos  la humanidad sólo comienza verdaderamente a pensar con cada uno de ellos. Se  observa, por otra parte, que aquellas ideas que sirven de temas intelectuales de  nuestra civilización y que la constituyen y forman, no tienen casi nada que ver con  la historia de las filosofías, en el sentido oficial del término. Si se atiende a lo que  un hombre culto de nuestro tiempo, que haya tratado concienzudamente de informarse acerca del conjunto de la filosofía, ha retenido de ésta, se descubre que ha  retenido: 1º De Descartes, la vaga idea de que es menester proceder metódicamente; 2º De Kant, la expresión “imperativo categórico” (que por lo demás aplica invariablemente a los imperativos hipotéticos). Por supuesto, no hablo de las modas: la  “duración” en la época de Proust; hoy, el “compromiso”; los “torbellinos” cartesia  nos y los “animales máquinas” en el tiempo de Las mujeres sabias y de la Epístola a  Madame de la Sabliére, etc… A largo plazo, cuanto menos espacio llena una obra en  el pensamiento de los hombres, más ocupa en las historias de la filosofía y tanto  menos ocupa en éstas cuanto más considerable ha sido el papel que ha desempeña  do. En efecto, al más imperceptible progreso en las ciencias naturales o humanas, a  la más ligera trasformación en las artes, las letras, la política o las costumbres, se  derrumban las teorías de la filosofía con una regularidad que constituye realmente  el único “criterio de verdad” que aquélla ha podido producir.Los filósofos siempre han sido refutados por aquellos a quienes pretendían  superar en rigor y en amplitud. ¿No deberían por eso inquietarse ante el hecho de  que todas las grandes innovaciones filosóficas acaecidas, sobre todo desde hace un  siglo, se deben a economistas, naturalistas, matemáticos, físicos, biólogos o médicos, pero en ningún caso a un filósofo de profesión? Habrá quien responda que la  filosofía no hace descubrimientos, que es reflexión sobre los descubrimientos de los  demás y explicación de su sentido metafísico; que es, según la fórmula de Brunschvicg, “la ciencia de los problemas resueltos”.   Dejemos, por el momento, el examen de  esta concepción, que plantea el problema de la posibilidad misma de una epistemología seria. Pues no solamente no han aportado los filósofos nada comparable,  en el pensamiento moderno, a las innovaciones intelectuales a que me he referido,  sino que, en la mayor parte de los casos, han sido los últimos en comprenderlas, se  haya tratado del evolucionismo, del materialismo histórico, de la matemática no  euclidiana, de la física no newtoniana, del psicoanálisis, etc… No solamente no se  han percatado del alcance filosófico, sino que han necesitado sus buenos cincuenta  años, cuando no un siglo, para adaptarse y aun así malamente.   Si la metafísica es desasimiento del sentido de lo que existe, no consistirá,  por lo tanto, en saltarse lo que existe. La metafísica de Platón, por ejemplo, no es algo aislado. Antes de pasar a la metafísica, Platón fue, ante todo, capaz de hablar de  política, de moral, de arte, de amor, de sofística tan bien por lo menos como el más  inteligente de los no filósofos. La potencia de su metafísica se explica por ser un verdadero desasimiento, y no un sucedáneo, del sentido de la inteligencia y del sentido de la geometría.Claro que invocar a los griegos no es nada nuevo. Pero, ¿quién no los invoca? Hay de todo en los griegos, incluyendo, con Aristóteles, los inicios de la filoso  fía pesada. Pero, en fin, al leer a Platón, o a los estoicos, o a los epicúreos, al recorrer Diógenes Laercio, se tiene la impresión de tratar con filósofos, sin recibir también la impresión de tratar con torpes. Encuéntrase en ellos, para empezar, ese sabor 

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hacia el que Rousseau, Kierkegaard o Nietzsche se han vuelto tantas veces, con  tanta nostalgia y con el sentimiento de estar como en penitencia en la filosofía moderna. Predomina, por el contrario, en un Leibniz o en un Kant un tono gris, un  ambiente académico, decantado en los libros, incompetente para la vida, que a primera vista revela una muy distinta “actitud existencial”.Es evidente que no se concibe fácilmente a un autor moderno que comience  una importante obra de filosofía declarando, como lo hace Platón al principio de  las Leyes, que va a tratar la cuestión de la utilidad de los banquetes. En realidad, en  el curso de los dos primeros libros de las Leyes, a través de la cuestión de la utilidad  de los banquetes, y por una especie de progreso en espiral, lo que obtiene Platón es  una definición de la virtud. Método indirecto, casi púdico, que, partiendo de una  anécdota, de un encuentro, de un suceso, de una opinión, de un detalle técnico, de  un caso de moral práctica, muestra que todo lo que es real y sentido como tal es  susceptible de un ensanche filosófico y que la filosofía, es ante todo eso. Método  que descubre un trasfondo metafísico tras de cada particularidad de la vida humana e, inversamente, pone como a vibrar el examen de una cuestión general al unísono con todos los aspectos vividos que se relacionan con la existencia. De esa manera, las cosas importantes se desprenden, si ha lugar, de la discusión misma.Dicho de otro modo: en Platón, lo que es previo es tratado como tal y en ello  mismo. Platón no se la pasa excusándose perpetuamente por un ulterior desarrollo. O lo que es mejor, lo que sigue es realmente ulterior, se apoya en análisis previos realmente adquiridos y justificables en sí mismos. Hablar de arte oratorio es,  en primer lugar, hablar del arte oratorio. Luego, se esboza una filosofía del arte  oratorio. Se muestra cómo la cuestión plantea el problema moral por completo y,  luego, el de la justificación final del destino humano, el problema metafísico por  excelencia. De igual manera si se habla del amor o de la ciudad. Y tanto si se habla  del arte oratorio, de la ciudad o del amor, se llega a una misma teoría metafísica,  pero precisamente eso: se llega a ella. De suerte que, incluso si los desarrollos meta  físicos que se extraen de los análisis son discutibles, no comprometen por ello la  verdad de esos primeros análisis. De ahí proviene la fuerza de filosófica sugestión  que poseen los diálogos de Platón, incluso si sugieren una filosofía distinta al platonismo. ¿Por qué, si no, es leído Platón en nuestros días cuando nadie es platónico  a la letra?.De la misma manera, no se le puede negar a Pascal un cierto sentido metafísico de la “finitud” del hombre, un cierto poder, a propósito del aburrimiento, de la  vanidad, de la diversión, para “revelar” evidencias que no son precisamente de orden “óntico”. Luego, Pascal, a partir de tales evidencias, obtiene argumentos para  llegar a una apologética de la religión cristiana. Pero ese “a partir de” es efectiva  mente tal: aun si lo que de allí se obtiene se reputa falso, los análisis en que se funda  no pierden por eso su valor.Podría  hacerse,  por  el  contrario,  todo  un  estudio  del  falso  preámbulo  en  ciertos autores, un examen de esos arreglos que fingen efectuar antes de las conclusiones que pretendidamente sostienen y que son en realidad una amalgama de conocimientos de oídas convertidos en artificiales mensajeros de conclusiones preestablecidas.Tomemos, por ejemplo, el estudio de Heidegger sobre El origen de la obra de  arte.   Heidegger analiza un cuadro de Van Gogh que representa los zapatos de un  campesino. Un zapato, nos dice, es ante todo un instrumento, esto es, un ente que  existe para otros entes y para un Dasein. La “instrumentalidad” remite de ordinario

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a otros instrumentos. Pero este zapato, en virtud de su “Verlässlichkeit”, “revela” el mundo del campesino, nos presenta el paso lento, la tierra feraz, el trabajo  inmutable, la soledad de los campos. Mas, ¡atención!, el poder revelador del cuadro  no tiene nada que ver con que éste sea una copia fotográfica del zapato. Ahí no reside la verdad del arte. De hecho, el zapato ha sido arrancado de su valor puramente  instrumental y realiza la verdad de un mundo. De esta manera, la obra de arte es  una manera de hacer que surja la verdad del Ser, gracias a la creación de una obra,  al acto de poner en obra. La obra es creación en la medida en que es revelación, presencia de verdad. Es verificación; en ella, la verdad se reconoce verdadera. “Sielässt die Wahrheit entspringen”. Es apertura a la verdad, a esa verdad que, a su  vez, es Apertura de lo Abierto, “Offenheit des Offenen”.Luego, vuelve a empezar Heidegger a propósito de un templo griego.Que una sucesión tal de vulgaridades se le haya podido escapar al Pastor  del Ser; que no haya vacilado en descargarnos una serie tan fastidiosa de novatadas  intelectuales; que ose presentarnos como emanado de la pura originalidad de su  reflexión un confuso montón de fórmulas tan manifiestamente de segunda mano,  tan deplorablemente ónticas; una acumulación de lugares comunes que, desde ha  ce cincuenta años, sirven de abrevadero universal a la crítica literaria y a la crítica de arte; que se haya limitado a enganchar, en materia de “origen de la obra de arte”, ese revoltillo de clichés a la locomotora de la retórica heideggeriana; que con  ese tono profético y desdeñoso, sin el cual no puede escribir nada, se hay revolcado  en explicaciones que ningún estudiante de filosofía o de letras que haya leído por  encima la Introducción a la Poética de Valéry o las Voces del Silencio de Malraux se  atreve a utilizar en una disertación, es algo que nos causa la mayor inquietud no  sólo por la filosofía de Heidegger, sino por su cultura.Y es que no es posible poseer un conocimiento filosófico sin conocimientos  simplemente. ¿Cómo creer, por ejemplo, que Descartes o Spinoza puedan descubrir el principio de todas las pasiones humanas cuando sus análisis de determina  das pasiones son más pobres y más falsos que los de la mayoría de los moralistas,  de los dramaturgos y los novelistas de su época? El Tratado de las Pasiones es muy  útil para comprender el sistema de Descartes, pero en modo alguno para comprender las pasiones propiamente, con respecto a las cuales no dice sino trivialidades.  Una vez más, lo que aquí se pone a discusión es la universalidad de la filosofía.  Con el pretexto de que la verdad filosófica es universal, el filósofo se cree también  universal. Se habla del Ser y se hace estética y se echan las bases de una sociología  y se posee también accesoriamente una idea acerca de la estructura del razona  miento matemático y sobre el indeterminismo en microfísica. De esta forma la filosofía ya no es sino una mezcla de consideraciones dudosas, presentadas con el aparente rigor de una sistematización artificial, en base a conocimientos parciales y vagos.Lo más sorprendente es que justo cuando alcanza su más bajo nivel, reivindica la filosofía con más intransigencia su infalibilidad y, según la frase de Leone  Battista Alberti, “todos desunidos y con opiniones diversas, los filósofos están, no  obstante, de acuerdo en algo; en que cada uno de ellos tiene a los demás mortales  por dementes e imbéciles”.En efecto, el verdadero filósofo, convencido de que  existe el espíritu filosófico en sí y de que posee un valor superior en relación a cualquier otra realidad, cree, por consiguiente, según la buena lógica del idealismo objetivo, que basta con emplear el lenguaje filosófico para participar de facto de la  Realidad superior. Por lo tanto, el más bruto de los filósofos es siempre sustancial  mente más inteligente que el

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más inteligente de los no filósofos, y un retrasado  mental filosófico, desde el momento en que, pese a su debilidad, profiere vocablos  filosóficos, es in essentia superior a un retrasado mental vulgar y corriente. Por lo  mismo, un profesor de la Sorbona puede escribir: “Desde Descartes, la ciencia, que  es hipótesis y discurso, parece revelar a los hombres el Ser; y la metafísica, que es  la única que revela el Ser, se les muestra como hipótesis y discurso”. En efecto, dice  el mismo autor, “las verdades filosóficas han salido del hombre integral y de su  reflexión acerca de su relación fundamental con el mundo, relación que no cambia  tan rápidamente como las hipótesis formuladas por las ciencias acerca de la estructura del objeto”.Nada más cómico que esos gañidos y esa eterna petición de principio que  consiste en tomar la intención por el hecho y, so pretexto de que la metafísica debe  ría revelar el Ser, sostener de inmediato que tal cosa hace. Sin hablar de la descripción escandalosamente inexacta que de la naturaleza del progreso científico hace  ese profesor al hablar de “hipótesis que cambian”. Pues hay una diferencia entre  puras hipótesis y teorías revisables pero justificadas. Es, sencillamente, confundir  la sucesión de las hipótesis científicas, tal y como tuvo lugar antes del nacimiento de  la ciencia, con el desarrollo de la ciencia propiamente dicha. Antes del nacimiento  de la ciencia, las teorías sobre la estructura de la materia no eran, en efecto, sino  puras hipótesis que se sucedían arbitrariamente. Pero, por eso precisamente, ¡no  eran teorías científicas, sino teorías filosóficas!.Es notable que tres siglos de epistemología hayan dejado a la Sorbona en un  nivel tan bajo. Pues en la medida en que la filosofía reivindica, también para sí, una  especie de positividad, hay tres dominios a los que se consagran los filósofos antimetafísicos: la epistemología, la psicología y la sociología. De las dos últimas se  escribe incluso, desde hace un siglo, que se han “convertido en ciencias”. Desde  luego que no hay que dejarse impresionar demasiado por tales declaraciones, pues  cuando un filósofo dice que algo se ha “convertido en ciencia”, quiere decir sencillamente que se propone estudiarlo. No por ello es menos cierto que esas tres ramas de la filosofía poseen una orientación intelectual propia y merecen un examen  separado.La epistemología se ha hecho cada vez más importante desde que las gran  des innovaciones de nuestra visión del mundo han corrido a cargo de las ciencias,  naturales y humanas, y no de la filosofía. Al no poder remplazar a la ciencia, el  filósofo quiere explicarla.Resulta en extremo curioso comprobar que, aun en la época en que el nivel  de la ciencia permitía que auténticos filósofos fuesen al mismo tiempo auténticos  sabios, el valor epistemológico de la filosofía permanecía, sin embargo, como extrañamente limitado. Es inobjetable, por ejemplo, que la filosofía de Leibniz se destaca  sobre un trasfondo matemático y, hasta cierto punto físico, sin el cual difícilmente  puede comprenderse. Pero si el cálculo infinitesimal es para él el origen de temas  filosóficos esenciales,   el hecho de que su filosofía sea en gran parte una especulación sobre nociones matemáticas, no la hace por eso más cierta. Es tan precaria como  toda filosofía y, ante sus contemporáneos,  pasa incluso por uno de los más hermosos ejemplos de “metafísica”, en el sentido de lo gratuito y arbitrario. Si Leibniz  hubiera hecho la filosofía del cálculo infinitesimal, habría hecho epistemología, pero hizo su filosofía utilizando nociones sugeridas por el cálculo infinitesimal, nociones que, en el plano metafísico, ya no eran sino metáforas. El curso real de su pensamiento es el inverso del curso aparente. Lo dice él mismo, por lo demás, en un  fragmento autobiográfico donde se refiere a él

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en tercera persona escrito desde el  punto de vista de un personaje que, al parecer, le visita durante su permanencia en  París: “Un día lo sorprendí leyendo libros de controversia. Le expresé mi asombro,  pues me habían hablado de él como de un matemático de profesión por no haberse  dedicado a otra cosa en París. Fue entonces cuando me dijo que mucho se equivocaban, que tenia otras intenciones y que sus meditaciones principales versaban sobre la teología; que se había aplicado a las matemáticas como a la escolástica, es decir, tan sólo por la perfección de su inteligencia y para aprender el arte de inventar  y demostrar”.  A la inversa, y por la misma razón, la filosofía de Leibniz no ha  estimulado al científico en absoluto; muy al contrario, en un punto preciso, el de  las leyes del movimiento, le ha hecho sostener ideas que estaban en contradicción  con los análisis del científico. Por lo mismo, mientras que el Newton científico de  clara: “No construyo hipótesis”, el Newton filósofo elabora una teoría del espacio y  del tiempo como “sensoria” de Dios, tan hipotética como si no fuera de Newton.  De esa forma, el divorcio entre la filosofía y la ciencia se afirma en el seno de una  misma obra y en un mismo hombre. Tenemos científicos filósofos que no por eso  son mejores filósofos y filósofos científicos que no serían más científicos aunque no  fueran filósofos.Pero, objetable de derecho, la epistemología lo es aún más de hecho en nuestros días, en los que un matemático, por ejemplo, no solamente no puede dominar  además la física o la biología, sino ni siquiera el conjunto de las matemáticas. La  epistemología llega a ser, pues, imposible y contradictoria, si al menos se admite  que está excluido el poder penetrar el sentido profundo de una ciencia sin conocer la de primera mano. Claro que no faltan filósofos que disponen de conocimientos  científicos. Pero ¿qué significa esto? ¿A qué nos llevaría el que un filósofo consagra  se años de su vida en estudiar la física o la medicina y se hiciera, como sucede a veces, doctor en Medicina? Pues si bien es cierto que es un esfuerzo meritorio para un  hombre de letras (hasta nueva orden la filosofía es una disciplina literaria) el hacerse  doctor en Medicina, ese título no representa en la Medicina más que un nivel muy  elemental, un punto de partida, que alcanzan miles de estudiantes muy alejados de  estar en condiciones de reflexionar acerca de los fundamentos de su ciencia o de su  arte. Hay, por lo tanto, en esas “dobles culturas”, de las que ciertos filósofos están  tan orgullosos, mucho más de relumbrón que de seriedad. Ello explica que los filósofos sean responsables de tantas ideas falsas que circulan sobre las ciencias, especialmente sobre la relatividad, y escriban libros que irritan o hacen sonreír a los  científicos. La filosofía se adhiere al prejuicio de que puede haber un “punto de  vista” filosófico acerca de cualquier cuestión y distinto a la profundización de las  cuestiones mismas. Quiere ello decir que la verdad de una disciplina puede ser  obtenida por espíritus que no la conocen sino de segunda mano. Ahora bien, todo  indica que el “punto de vista general” es algo que no existe; cuando se llega a los  últimos detalles, como “profesional”, como técnico de una disciplina, se trasforman todas las cuestiones y encuentra su raíz el verdadero “punto de vista general”.Pues la idea de una epistemología filosófica va unida a los principios de la  ciencia, a un estadio del desarrollo científico en el que los descubrimientos puramente experimentales se sucedían en aparente desorden, y en el que las teorías  mismas presentaban un carácter aislado y fragmentario. Pero la epistemología de  hoy es, y no puede ser otra cosa, el desarrollo mismo de las ciencias. Es su mismo  progreso, que pone a prueba los fundamentos de aquellas y su organización y son  los científicos quienes, cuando es necesario, revisan los principios mediante el empleo mismo que de ellos hacen o mediante la formulación de nuevos principios

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con  vistas a nuevos usos. La filosofía de las matemáticas es el desarrollo mismo de las  matemáticas. De igual manera, en otro terreno, la estética es la reflexión de los artistas sobre su arte, reflexión que consiste en el análisis crítico de antiguas fórmulas  unido a la incorporación de fórmulas nuevas; igual sucede con los trabajos de los  historiadores del arte que piensan, tales como Focillon, Panofsky, o Saxl, por ejemplo. Ahí se encuentra la estética no en los libros de los filósofos. Y la filosofía de la  Historia la constituyen las innovaciones y las ampliaciones hechas al método histórico por los historiadores mismos. Para hacer epistemología los filósofos parten del  principio según el cual los científicos jamás se interrogan acerca de los fundamentos de sus ciencias, lo cual es absolutamente falso. Tal justificación de la epistemología filosófica va unida a un estado del espíritu científico ya ampliamente supera  do y que en modo alguno es inherente a la ciencia en cuanto tal.Aún más: los filósofos sólo siembran (y no puede ser por menos) la confusión en la epistemología, pues tratan a toda costa de concentrar en ella toda una serie de problemas filosóficos tradicionales a los cuales precisamente el desarrollo de  las ciencias y de la vida modernas ha despojado de su razón de ser. Desde el sólo  punto de vista pedagógico, toda la problemática tradicionalmente designada con el  nombre de “teoría del conocimiento” representa una amalgama de conceptos y de  imágenes que es menester eliminar, por completo, de toda reflexión actual sobre las  ciencias.Consideremos, por ejemplo, el sedicente problema de las relaciones del sujeto con el objeto. El mismo arreglo de este apareamiento data de una época en que se  concebía a la naturaleza corno un puro espectáculo para el hombre y en la que, por  otra parte, por la misma razón de su impotencia ante esa naturaleza, el hombre era  concebido, metafísica o religiosamente, como originariamente participante de otro  orden de realidad. En consecuencia, se plantea el problema del contacto entre el orden espiritual y el orden natural, bien sea que el objeto se imponga al sujeto (y aun  así, ¿fielmente logrado?) bien sea que el sujeto “constituya” al objeto. De esta manera, el problema básico de la teoría del conocimiento no puede ser sino el problema de la sensación. Mas, en la actualidad, obramos sobre la naturaleza y el conocimiento científico no guarda en modo alguno una relación de continuidad con el conocimiento cotidiano, por lo cual el problema de la sensación ya no es el punto de  partida de la teoría del conocimiento. La física actual no es, como la del siglo XIX,  un  conocimiento  común  más  preciso;  es  algo  completamente  distinto.A  la  división del mundo material y del mundo espiritual no le corresponde nada. El  hombre  no  es  un  sujeto  frente  a  un  objeto;  que  ese  sujeto  sea  empírico  o  trascendental; que ese objeto sea heterogéneo u homogéneo al espíritu, tal género  de  problemas  ya  no  existe.  Desde  hace  un  siglo,  se  han  producido  en  todos  los  terrenos  aumentos  efectivos  de  conocimiento  que  aniquilan  lisa  y  llanamente  las  viejas  maneras  de  filosofar.  Los  filósofos,  sin  embargo,  pretenden  continuar  sirviéndose,  para  reflexionar  sobre  las  ciencias  y  los  hechos  actuales,  de  tales  conceptos  que  datan  de  una  época  en  la  que  el  conocimiento  no  tenía  relación  alguna con lo que es hoy.Aún más: se aprovechan de la epistemología para deslizar subrepticiamente, en las ciencias que examinan, los productos de sus propias actividades espirituales. ¿Qué pensar, por ejemplo, de un filósofo que, en un libro considerado hoy  como una de las “sumas” epistemológicas más “válidas”,  comienza fríamente por  declarar que

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va a tratar de las ciencias, a saber (enumeración como si tal), las matemáticas, la física… la psicología…? 6  “Es sabido que en 1890, Von Ehrenfels descubrió (sic) la existencia de cualidades 

perceptivas de conjunto; por ejemplo, una melodía traspuesta, con cambio de todas las notas”.  J. PIAGET, Introduction a l’Epistémologie génétique, t. III, pág. 157.   

 

“En uno de los más ingeniosos capítulos de su Psicología, A. Fouillée ha dicho que 

el sentimiento de la familiaridad es consecuencia, en gran parte, de la disminución

del choque interior que constituye la sorpresa”.

BERGSON, Materia y Memoria.    

 El problema del valor de la psicología contemporánea descansa muy exacta  mente en la cuestión siguiente: más allá de las incertidumbres del “sentido psicológico”, de la opinión, de las capacidades individuales de perspicacia, de sensibilidad, de penetración, de análisis de la experiencia cotidiana, etc… que en toda ocasión, en la literatura, las artes, las morales, las religiones, la prudencia de las naciones, proponen explicaciones sicológicas no demostrables, ¿se ha logrado constituir  un método positivo que permita alcanzar de modo seguro un conocimiento psicológico del hombre, superior o igual pero demostrable?Antes de que existiese la psicología se admitía que, para hablar del amor,  era menester la inteligencia, la perspicacia, el talento. Así fue como Montaigne, Pas  cal, La Rochefoucauld o Rousseau hablaron del amor. O bien, si se era filósofo y si  uno se proponía levantar una teoría del amor, era preciso poseer ante todo lo que  tenían Montaigne o Rousseau y a partir de ahí se desarrollaba el intento y se producían los conceptos filosóficos. Así fue como Platón, San Agustín o Kierkegaard  hablaron también del amor.¿Qué sucede desde que existe la psicología? Abro el Tratado de Psicología de  Dumas y veo que Lagache habla allí del amor.Lagache se apoya: a) En una definición del Vocabulario Filosófico de Lalande.  En el curso del camino cita admirativo: b) A Edouard Pichón, quien ha “descubierto” que el amor es a la vez “captativo y oblativo”, es decir, que se quiere a la vez y  en proporciones variables, ser amado y amar; c) A O. Schwarz, a quien se debe la  formulación de la ley según la cual “la intuición amorosa hace entrar al enamorado  en el mundo del amor”; d) Al mismo Lagache: “la pena de amor es una reacción  depresiva con pérdida del objeto”; notemos, por último: e) Que “De Greef y su discípulo J. Tuerlink insisten justamente acerca del papel de la víctima, que no toma  en serio las amenazas de suicidio, sino como un rito”.El problema consiste, pues, en preguntarse por que una idea que en lenguaje normal es una simpleza o una estupidez, se trasforma por virtud de su inserción 

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en la psicología, en un importante descubrimiento que exige el concurso de varios  científicos ayudados por sus discípulos.Sin duda que todo el mundo tiene derecho a tener su opinión sobre el amor.  Por mi parte, encuentro que Shakespeare y Stendhal (a los que Lagache, por lo de  más, saquea bastante torpemente) dicen sobre este tema cosas más interesantes.  Diría incluso, sin querer ofender a nadie, que si la psicología no existiera, Lagache  y Pichon se contarían probablemente entre las últimas personas a quienes se me  ocurriría ir a preguntarles su opinión sobre el amor. Pero, en fin, tienen derecho a  tener sus opiniones; o, por lo menos, tendrían derecho si no las presentasen en forma de constataciones científicas, construidas de acuerdo a un método positivo. Un  físico de mediana inteligencia sabe hoy mucho más de lo que sabía Newton, que  era un genio, porque está respaldado por un cuerpo de conocimientos adquiridos,  independientemente de las cualidades individuales de tal o cual físico. Nada de esto sucede en psicología en donde, frente al genio de Montaigne o de Pascal, se encuentra la inteligencia media de Lagache. Y punto, eso es todo. Resulta, pues, de  todo esto que, acerca del amor, contamos con las opiniones de Dumas, Lalande, La  gache, O. Schwarz, Pichon De Greef y el discípulo de este último, J. Tuerlink.¿Con qué “método” han obtenido esas opiniones? Lagache ha tenido el cuidado de precisar cuál es el método que practica;   se trata de la psicología “clínica”  que consiste en “reconstruir tan fielmente como sea posible las maneras de ser y de  obrar de un ser humano concreto y completo enfrentado a una situación, tratar de  establecer su sentido, estructura y génesis, indicar los conflictos  que lo motivan y  los intentos de resolución de tales conflictos”. ¿Pero qué tiene esto de especial y cómo nos hace progresar ese “método” con respecto a las condiciones que en toda  época han presidido el conocimiento de un ser humano? Decir tales cosas no nos  hacen avanzar nada; lo que necesitamos son medios nuevos para lograrlo. Es ver  dad, prosigue el autor, que la psicología clínica debe ser corregida por la psicología  experimental y psicométrica: “El test es para un clínico no solamente un instrumento de medición y de verificación, sino un reactivo, un revelador”. A su vez, el  espíritu clínico debe “ampliar” al espíritu experimental propenso al aislamiento y  permitir tender así a un “examen global y concreto”.Pero tampoco ahora se nos dice en absoluto en qué consiste tal cosa. El objetivo está claro, en efecto. Pero creer que se le alcance porque se hagan esfuerzos por  definirle, es algo así como un niño que chillara “pii pii” sobre una silla y creyera  avanzar.¿Dónde se encuentra en todo eso la ciencia que debe arrancarnos de las contingencias ordinarias del conocimiento psicológico? Yo no la encuentro ni siquiera  en los tests. No es este el lugar de tratar el muy particular tema de los tests. Baste  con decir que son tan poco científicos como el resto de la psicología, pues un test  no vale en definitiva sino lo que vale quien lo establece, quien lo pasa y quien lo  interpreta. Lo cual nos remite a la precariedad del “sentido psicológico” ordinario.  Los tests más exactos son los que se refieren a aptitudes netamente aislables; dicho  de otro modo: la exactitud de un test será mayor cuanto más impersonal sea el elemento sobre el que opere. En cuanto el test quiere penetrar en “el examen global y  concreto” de la personalidad, se desdibuja cada vez más; en el límite, quien lo manejase ve reducido, en el fondo, a los recursos de su sutileza personal. Cuando un test es preciso no es interesante, y cuando puede ser interesante, deja de ser preciso.

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No quiero decir, desde luego, que no hay nada interesante en las obras de los  psicólogos. Pero un análisis de Sartre, de Politzer o de Freud debe su valor no a la  “psicología como ciencia”, sino al talento de su autor. Conviene recordar aquí que  Freud no debe absolutamente nada a la sicología ni a la filosofía de su tiempo. Sin  embargo, por tener que luchar contra los academicismos coaligados de la medicina, de la psiquiatría, de la psicología y de la filosofía, se creyó obligado a entorpecerse con justificaciones teóricas que concibió, naturalmente, dentro del vocabulario psicológico de su época. ¡Se vio entonces a los sicólogos que, en el intervalo, habían modificado la lista de palabras en uso, revolverse contra Freud para reprocharle el mismo vocabulario que precisamente éste había adoptado como recurso  defensivo, y procedieron a condenar sus “errores teóricos”, olvidando que tales  errores se cometen por culpa de gente como ellos! Tanto si se le traduce en términos de “instancias”, en términos “energéticos” o en formas de “conductas”, de “estructuras” y de “significaciones”, el psicoanálisis depende tan poco de la nueva  psicología como de la antigua. Por el contrario, los sicólogos y los filósofos han  renovado, gracias a los descubrimientos de Freud, sus stocks de temas, en el momento en que se experimentaba mayor necesidad. Hoy, cualquiera borda sobre los  temas psicoanalíticos sus estériles variaciones personales; y, al mismo tiempo que  juzga con severidad la “mitología cosista” del psicoanálisis, se adorna la filosofía  con invenciones reales y precisas, que nada le deben y a las que nada agrega.   Pero Freud, por su parte, ha hecho realmente progresar la psicología, ha añadido realmente algo más radical y más científico a lo que acerca del hombre pudieron decir Séneca o Montaigne. Por eso los sicólogos, en lugar de regañarle y re  prenderle, deberían más bien observar cómo lo ha hecho. En lugar de continuar  imperturbablemente “haciendo psicología” y acomodando a su manera los resulta  dos del psicoanálisis, deberían más bien considerar más atentamente la actitud intelectual de Freud en sus principios, esa actitud es la inversa de la que pasa por ser  la actitud filosófica, pues no deja de tener interés, desde el punto de vista metodológico, el ver cómo Freud, que parte de una noción terapéutica en apariencia muy  limitada, se vio conducido, por la riqueza misma de su descubrimiento —y no por  el proyecto de hacer filosofía— a trasformar, en su principio, la idea que se tenía de  la condición humana.Por lo demás, tampoco es el psicoanálisis una ciencia si se le confiere al término su significado riguroso. No hay, por otra parte, que andar preguntándose de  la mañana a la noche si es o no es una ciencia; con sus errores y sus problemas, es  algo que existe, y eso basta. No se podría decir lo mismo de la psicología, que tiene  de la ciencia una particular concepción. ¿Qué habría que decir, en efecto, de los historiadores, si se limitasen a repetir en sus libros que la historia es el conocimiento  del pasado, la restitución de las series temporales, la división de las constelaciones  de hechos, el enraizamiento de los complejos cronopráxicos en su substrato etiológico y su examen global y concreto, con discusiones sin fin para saber si el concepto de “constelación” es más adecuado que el de “coyuntura” o cualquier otro, y no  escribiesen jamás un solo libro de historia? Por eso puede presentarse la psicología  como la ciencia de las nociones científicas sobre trivialidades tales que harían ruborizar a un periodista y sonreír a cualquiera que se las encontrase en una novela o  una obra de teatro.http://alef.mx/para-que-filosofos-de-jean-francois-revel-fragmento/