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Un día me encontré con unos conocidos, jóvenes con proble-mas de alcoholismo o desinte-gración familiar. Era de mañana, estaban bebiendo licor, algunos se sorprendieron al verme lle-gar, otros comenzaron a bro-mear, hubo quien se escondió y entre la plática me hicieron una pregunta: «Padre, ¿nos iremos
al cielo?» Les dije: «Dios quiere que ustedes sean santos». Si-guió otra interrogante: «¿Cómo se llega a ser santo?». Sin pen-sar y con rapidez, les dije: «De-jen el alcohol, no digan maldi-ciones, no sean mentirosos y ayuden a los necesitados». Ellos contestaron: «Ya estuvo que no la libramos». Insistí diciéndoles
que sí pueden, «porque tene-mos un Dios que es Padre, es amor y es misericordioso; por el bautismo todos fuimos con-sagrados para ser como Cristo. Somos de Jesucristo y por eso podemos ser santos. Cristo nos perdona, nos libera del pecado, nos da nueva vida y nos invita a seguirlo y a vivir la santidad. Lo
En la exhortación apostólica Christus vivit (CV) el papa Francisco dedica el últi-mo capítulo al llamado. Nos recuerda que todos tenemos una vocación y debe-mos crecer en ella para la gloria de Dios. Es la disposición a la santidad, que ya
desde el Concilio Vaticano II se nos dice: «todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos dones y tan poderosos medios de salva-ción, son llamados por el Señor, cada uno por su camino a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Señor» (249).
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Por: P. José Luis MEJÍA, mccj
Llamados a la santidad
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«Si sonríeny hacen sonreír
a los demás,ya es buena señal, porque la alegría
está vinculadacon la santidad»
primero que tenemos que hacer es convertirnos, dejar el pecado, pedir perdón al Señor. Dios nos quiere libres y nosotros también queremos serlo». Fue bonito es-tar con ellos, después uno me contó sus problemas, tristezas y la razón de su vicio: la falta de amor.
A partir de esta experiencia me atrevo a escribir sobre la santidad. Dios nos llama a serlo;
no santos de estampita (como dice el papa Francisco), no con cuello torcido (nos decía Com-boni), sino normales, a los que les gusta el futbol, que piden perdón, que se acercan a Jesús y se dejan contagiar por Él.
¿Cómo saber si vivimoseste llamado?
Si buscan a un santo, miren su rosto y vean su sonrisa. Si
quieren medirla en ustedes, revisen si están contentos con ustedes mismos, con los demás y con la vida; si sonríen y ha-cen sonreír a los demás, ya es buena señal, porque la alegría está vinculada con la santidad (dice el papa Francisco). Si se dan cuenta que no son felices, no viven alegres o no sonríen, acérquense al señor Jesús y ahí encontrarán la felicidad.
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4,8.16.18). Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom 8,31). Esta es la fuente de la paz y la alegría que se expresa en las acti-tudes de un santo.
Con el testimonio de santidad nosotros damos gloria a Dios. Es decir, manifestamos la presen-cia amorosa y misericordiosa del Padre. En este mundo acelerado, voluble, agresivo, debemos testimoniar la paciencia y la constancia en el bien. Jesús, como con los discípulos de Emaús, se hace presente y camina con nosotros.
Con frecuencia oímos decir que los grandes santos fueron pecadores; sí, pecadores reconci-liados, porque una vez que conocieron el amor de Dios se quedaron en Él y fueron fieles. Dios nos lleva a amar a nuestros hermanos, a no abando-narlos en los malos momentos, a no desanimar-nos por los sacrificios que eso implica.
El santo es capaz de vivir con alegría y sen-tido del humor. Sin perder el realismo ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanza-dor. Ser cristiano es «gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14,17), porque al amor le sigue necesa-riamente la alegría, pues todo amante se goza en la unión con el amado. De ahí que la conse-cuencia de la caridad es el gozo (cf Gaudete et exultate 122).
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El Señor nos ha fortalecido con muchos do-nes y medios de salvación como la oración, los sacramentos de la eucaristía y reconciliación, las obras de caridad y ayudas a los necesitados, en-fermos, etcétera. Estos dones llenan de gracia y misericordia de Dios, y ayudan a vivir la santidad. Si nos encerramos en nosotros mismos de for-ma egoísta, nos hundimos en nuestros fracasos y decepciones; si buscamos la alegría y el amor en el placer sexual, los vicios o las cosas mundanas sólo encontraremos prisiones oscuras que nos llevarán a la tristeza, ansiedad, violencia, desor-den personal y desintegración familiar.
Hoy, nuestra cultura vive inmersa en la tec-nología, conectados en las redes sociales, pero desconectados de Dios. Por eso muchos se vuel-ven egoístas y buscan una vida cómoda que no exige sacrificios, o se cae en el consumismo y se pierde el valor de la persona. Muchos, en medio de esta realidad, viven una falsa espiritualidad, sin Cristo y sin Dios. Por eso surge el mercado de religiones o grupos religiosos que se hacen la competencia, todos ofreciendo felicidad y sa-tisfacción en vida, pero no la gracia y la santidad que da el Señor.
En el amor de DiosDios es amor y la alegría del cristiano está
en saber que Él nos ama. El que permanece en Dios, está en Él. El amor echa fuera el te-mor, pues hay miedo donde hay castigo (cf 1Jn
«El santo es capaz de vivir con alegría»
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«Jesús, como conlos discípulos de Emaús,
se hace presentey camina con nosotros»
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