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1 Vol. XVII, Nos. 1-24 / 2015 - 2017 / ISSN: 2500-851X (En Línea) Memorias Congreso Colombiano de Historia (CCH) Bogotá, 5-10 de octubre de 2015 XVII CCH La paz en perspectiva histórica

Memorias Congreso Colombiano de Historia (CCH)

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Vol. XVII, Nos. 1-24 / 2015 - 2017 / ISSN: 2500-851X (En Línea)

Memorias Congreso Colombiano

de Historia (CCH)

Bogotá, 5-10 de octubre de 2015

XVII CCHLa paz en perspectiva

histórica

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21. Historia Intelectual y de las Ideas

Memorias. Congreso Colombiano de Historia es editada por la Asociación Colombiana de Historiadores. Es el espacio de las ponencias y conferencias y otros insu-mos presentados por historiadores colombianos e invitados que participan en el Congreso Colombiano de Historia. La publicación se pública bianual-mente y proporciona acceso libre e inmediato en cada edición electrónica. Además, está numerada con el ISSN 2500-851X (En Línea). El contenido está dirigido a profesionales, investigadores, estudiantes de posgrado y académi-cos interesados en el conocimiento histórico. Ni autores, ni lectores tienen cargo alguno por publicar o tener acceso a nuestra publicación. La respon-sabilidad intelectual de los artículos es de los autores.

Ética de publicación

El autor se compromete con las buenas prácticas de citación de autores o fuentes de infor-

mación, y debe mencionar las fuentes o instituciones que financiaron o respaldaron el pro-

ceso de investigación y de publicación de resultados. Asimismo, dar créditos a los auxiliares

de investigación o, en casos de co-autoria, aclarar el modo de participación y contribución

en el texto propuesto; además, adoptar las valoraciones éticas en investigación y publicación

consideradas por Elsevier.

Dirección Memorias. Congreso Colombiano de Historia (En línea)Asociación Colombiana de Historiadores Calle 44 # 14 – 51, Casa UPTCBogotá D. C., ColombiaCorreo electrónico: [email protected]éfono: +57 (1) 2855689 – 3233864717Página oficial: http://asocolhistoria.org.coInternational Standard Serial Number (ISSN) 2500-851X (En línea)

Organización XVII Congreso

Coordinador GeneralDarío Campos

Comité académico Mauricio Archila José Fernando Rubio

Comité logísticaBrenda Escobar José Manuel Gonzalez

Comité de comunicación María Himelda RamírezOlmo Torres

Comité financiero Wilson Pabón

Asistente financiera Laura Daniela Cifuentes

Asistente logísticaLorena González Zuluaga Jessica González Basto

Institución asociada

Academia Colombiana de Historia Juan Camilo Rodríguez Presidente

---------------------------------------------

Editor Asociación Colombiana de Historiadores

Coordinación EditorialRenzo Ramírez Bacca

Comité Editorial ACH Renzo Ramírez Bacca Javier Guerrero BaronWilson Pabón QuinteroMarta Isabel Barrero

Junta Directiva ACH, 2015-2017

Presidente Dr. Renzo Ramírez Bacca, Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín

Vicepresidente Dr. Javier Guerrero Barón, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja

Secretario Dr. (c) Wilson Pabón Quintero, Universidad Autónoma de Colombia, Bogotá

Tesorero Dr. (c) José Manuel González, Universidad Pedagógica de Colombia, Bogotá

Vocales Dra. Margot Andrade, Universidad de Caldas, Manizales

Dr. Álvaro Acevedo, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga

Dra. (c) Martha Barrero, Universidad Surcolombiana, Neiva

Dr. Antonio Echeverri, Universidad del Valle, Calí

Dr. Mauricio Archila, Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá

Fiscal Dr. Helwar Figueroa, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga

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“La Paz en Perspectiva Histórica”Bajo la anterior divisa desde el del 5 al 10 de octubre del presente año realizaremos en Bogotá el XVII

Congreso Colombiano de Historia con la participación de destacados investigadores nacio-nales e internacionales que disertarán sobre el conflicto colombiano y la solución del mismo desde diferentes interpretaciones historiográficas. Es una contribución desde la Historia en la búsqueda de soluciones a los problemas actuales del país, en este caso, el posible fin de más de cincuenta años de conflicto. En el Congreso se presentarán los avances de la investigación histórica en Colombia y su papel en la construcción, análisis, crítica y preservación de la me-moria colectiva nacional.

Una muestra de la superación de las diferencias interpretativas de la historia ha sido el trabajo mancomunado entre la Asociación Colombiana de Historiadores y la Academia Colom-biana de Historia, organizadores del Congreso, otrora atrincherados en diferentes concepcio-nes del pasado y la historia, con mutuas acusaciones y desconocimientos ahora claramente reconciliados en medio de la legítima diferenciación interpretativa del pasado.

El Congreso está compuesto por tres paneles centrales: Memoria, paz y posconflicto, 200 años de la Carta de Jamaica y 30 años de la toma y retoma del Palacio de Justicia; cuenta con varias conferencias centrales, 24 líneas temáticas en las cuales se presentarán los resul-tados de investigaciones históricas recientes o en curso, y por el lanzamiento de libros, entre otros eventos culturales.

El Congreso de Historia es una oportunidad para reflexionar sobre las acciones de noso-tros los colombianos, que a futuro debe ampliarse a otras regiones del mundo desde el pasa-do y que de alguna forma han estructurado este presente exigente de una nueva concepción de vida y sociedad más democrática enmarcada dentro de la paz, el respeto a los derechos humanos y la diferencia.

El resultado de los debates en los paneles así como de las diferentes mesas constituti-vas del congreso puede ser un insumo invaluable para proyectar nuevos aspectos del pasado susceptibles de ser enseñados, pues indudablemente la asignatura de historia debe ser un componente imprescindible en la formación ciudadana de escolares, universitarios y de la sociedad colombiana en su conjunto.

Como ha sido usual en los congresos de historia, siempre se les rinde un reconocimiento a historiadores o historiadoras que han contribuido con sus investigaciones y enseñanzas a fortalecer la historiografía nacional y a incentivar la reflexión y la crítica social. En esta oportu-nidad se hará un homenaje a la profesora de la Universidad de Antioquia María Teresa Uribe, quien ha sido un referente central en los temas relacionados con la configuración del Estado nación en Colombia y la dimensión conflictiva correlativa a ese proceso, poniendo en el centro la perspectiva regional y considerando, desde la mirada interdisciplinaria, tanto problemas del siglo XIX, como del XX y los actuales.

A la luz de Heródoto y Tucídides, fundadores de esta forma de conocer la sociedad hu-mana a través del tiempo, la historia como una forma de pensamiento puede ser liberadora y democrática. Bienvenidas todas las voces y pensamientos a este espacio de reflexión.

Contenido

7 Relatos y discursos de la prensa bogotana (1899-1902)Marisol Carreño MartínezPontificia Universidad Javeriana

25 ¿Democracia sin igualdad? Sobre el pensamiento político de Manuel AncízarMario Alejandro MolanoUniversidad Jorge Tadeo Lozano

37 La ciencia administrativa de Florentino González Juan Manuel DávilaUniversidad Nacional de Colombia

49 Moralistas: de ciencia, religión y filosofía nietzscheana en la regeneración y la hegemonía conservadora (1886-1930) Domenico Di Marco Gómez

75 La Misión de Economía y Humanismo en Colombia: una reconstrucción de su trabajo 1954 -1958 Julián Gómez DelgadoUniversidad de los Andes

97 Contribución a la biografía intelectual de Ignacio Torres Giraldo (1892-1968)Juan Carlos CelisUniversidad Nacional de Colombia

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Marisol Carreño Martínez

Relatos y discursos de la guerra y de la paz en la prensa escrita bogotana durante la Guerra de los Mil Días (1899-1902)

“Aquí la escrupulosa tipografía y el azul de los mares,Aquí la memoria del Tiempo,

Aquí el error y la verdad”Borges

Este trabajo investigativo pretende analizar los relatos y discursos de la prensa escrita del período de 1899 a 1902, como fuente de difusión de los hechos y las ideologías para comprender las tensiones existentes entre los dos poderes hegemónicos −político y religioso− deseosos de orientar la opinión pública a su favor.

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Considerando el alto grado de politización de la prensa finisecular, fraccionada en tendencias moderadas y radicales frente a la guerra, se busca caracterizar la narración de los relatos y argumentos presentados en torno a la Guerra de los Mil Días y la formación de opinión pública en una democracia debilitada, en condiciones de desigualdad para la pren-sa de oposición debido a los fuertes controles estatales que existían desde el periodo de la Regeneración (1878-1898).

La prensa como fuente informativa ayuda a identificar representaciones sociales, ima-ginarios colectivos, relatos e ideologías presentes en la sociedad en un periodo histórico, los cuales dependen de la diversidad de categorías del objeto de estudio: prensa oficial, semio-ficial conservadora, liberal y satírica, que representaban distintas facciones de los partidos políticos: Conservadores Nacionalistas e Históricos, Liberales Radicales y Pacifistas. En esas publicaciones de tan variadas tendencias se reconocen los géneros periodísticos como la noticia, la crónica, el editorial, el suelto y el artículo de opinión; estos vehicularon los deba-tes políticos, las pugnas y fricciones durante la contienda del 17 de octubre de 1899, hasta 21 de noviembre de 1902.

La mayoría de estudios sobre la Guerra de los Mil Días están basados en memorias y testimonios, relatos de ficción o están enfocados desde la perspectiva de los estudios cultu-rales. Esta guerra constituyó un acontecimiento, como lo describen Gonzálo Sánchez y Mario Aguilera en su libro Memorias de un país en guerra (2001) donde los intelectuales abandona-ron sus libros para enlistarse en los ejércitos; las mujeres modificaron sus roles y la estructura de la sociedad colombiana se fragmentó. Pero no se encontraron estudios que analizaran la prensa como instrumento ideológico tendiente a crear estados de opinión favorables o desfavorables frente a la guerra; asimismo, son escasos temas sobre estrategias discursivas y narrativas, y la riqueza de imaginarios y representaciones que movilizaban en torno a las ideas de nación, patria y soberanía, medulares en el debate público de la prensa.

Sin embargo, frente a la coyuntura del proceso de paz con la Farc que se adelanta ac-tualmente en la Habana, esta investigación puede ser aleccionadora al mirar un siglo atrás cómo se gestó la última guerra civil del siglo XIX. Además, sirve para entender los riesgos de la polarización de la opinión, fenómeno que se repite a la vuelta del siglo XXI, cuando el público lector es solo un espectador frente al bombardeo de material mediático que se le presenta. De igual manera, esta investigación abre una brecha con el pasado y recupera un debate que se dio en la prensa escrita sobre la guerra para entender qué tanto contribuyo esta al debate deliberativo, a hacer memoria del diario acontecer para así despertar la con-ciencia histórica, que muchos tienen dormida, lo que no les permite ver que los hechos de violencia se repiten cíclicamente.

Esta investigación identificó los públicos a los que se dirigían los periódicos, según su estatus social (intelectuales, políticos, clérigos, funcionarios públicos y los ciudadanos letrados con acceso a la prensa), y en este sentido hará un aporte a la historia del periodis-mo colombiano del periodo finisecular, que no ha indagado en esa particular “comunidad

imaginada”, extrapolando el concepto de B. Anderson al ideario de nación que representa un periódico. “Imaginada” en tanto los lectores de esos impresos de escasa difusión no se conocen con el equipo editorial que escribe el periódico, pero comulgan con los ideales de-fendidos por el medio (Benedict, 1991, p. 56).

Ante la escasez de investigaciones que aborden la prensa colombiana como objeto de estudio y no únicamente como fuente primaria para abordajes de todo tipo, compete al investigador explorar caminos teóricos y metodológicos y construir categorías de análi-sis poco abordadas en el periodo histórico, a través del análisis discursivo que nos lleve a la descripción de la opinión pública, nuclear en esta pesquisa. Si a ello se suma el abordaje de la prensa satírica, que alcanzó su esplendor a finales del siglo XIX con periodistas de afilada pluma para la crítica política como: Clímaco Soto Borda, Jesús del Corral Botero, Max Grillo entre otros, pero que empezó a languidecer con el nuevo siglo.

Además de considerar como objeto de estudio la prensa bogotana, apenas citada so-meramente por historiadores, como la mayoría de investigaciones se basan en periódicos de los departamentos más comprometidos en la contienda, se escogió Bogotá por ser la ciudad donde se moldeó la cultura regeneracionista, que sirvió de prototipo a las demás ciudades del país. Además, por ser el epicentro de la vida política, donde se tomaron las decisiones cruciales sobre la continuación y el cese del fuego.

Esto nos lleva a proponer como hipótesis de trabajo que la prensa del periodo de es-tudio era un campo de batalla cuyas tribunas de opinión, cual trincheras, exaltaban los áni-mos para la guerra o promovían la paz. En los discursos y relatos publicados en la prensa es posible reconocer el juego de intereses ideológicos y partidistas de la época y así esclarecer el papel que tuvo la censura política y religiosa en la configuración de la opinión pública.

Se publicaban editoriales, sueltos, noticias, crónicas, libelos, diatribas, entrevistas, te-legramas, edictos y decretos, que dan pistas para establecer la línea editorial. En ese juego de intereses ideológicos y partidistas es posible identificar las tendencias de la opinión pú-blica orientada desde los periódicos más representativos de la época, cuando todos los re-cursos eran válidos para fomentar el patriotismo y cuando estaba vigente la censura política y eclesiástica.

Igualmente, en esos espacios editoriales se va modelando el ethos (en sentido aristo-télico) de la publicación: ideología, creencias, principios morales que recogen sus preocu-paciones esenciales por la libertad de imprenta y de opinión, dadas las restricciones legales. Los periodistas de oposición tenían que acudir a todo tipo de estrategias discursivas y na-rrativas para burlar la censura o arriesgarse a las sanciones, multas, decomiso de la imprenta, cárcel o expatriación.

La investigación analizó las líneas editoriales de los periódicos más representativos de la época en relación con la Guerra de los Mil Días y los relatos que contextualizaban el hecho histórico, con personajes, acciones y escenarios para comprender las tensiones del poder político, religioso y social. En este estudio se abordan los periódicos como bastiones de los

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proyectos y de las ideas políticas de cada partido para mover sentimientos de pertenencia y de identidad entre sus seguidores.

Para la selección de la muestra se consultaron las colecciones de la Biblioteca Luis Ángel Arango donde permiten la consulta de los periódicos en físico; inicialmente se revi-saron los periódicos existentes que abarcaron el periodo de estudio que fueran de Bogotá, muchos de los cuales fueron descartados porque no respondían a las categorías de análisis planteadas por tener escasez de artículos sobre la Guerra de los Mil Días –como el periódi-co El Comercio, dirigido por Enrique Olaya Herrera, que solo tenía un artículo–, porque las colecciones estaban incompletas o mutiladas. Al tiempo que se adelantaba este trabajo, la biblioteca comenzó el proceso de digitalización y mantenimiento de la prensa del siglo XIX, lo que retrasó el acopio de las piezas para el estudio. Finalmente, la muestra quedó reducida a 13 periódicos, y el corpus de la investigación a 351 piezas, las cuales fueron digitalizadas en su totalidad para hacer más fácil el análisis retórico y para extraer los argumentos a favor y en contra de la guerra en su desarrollo cronológico.

Además, se presentan los perfiles de los periodistas que se destacaron en cada pu-blicación bogotana, empezando por los directores, con el objetivo de identificar sus tesis y posturas ideológicas. Se determinó de qué manera sus artículos y relatos sobre la guerra con-tribuyeron a orientar o a desorientar a la opinión pública como lo fueron Salvador Camacho Roldán, Ramón González Valencia, Carlos Martínez Silva, Carlos Holguín, José Manuel Ma-rroquín, Carlos Arturo Torres, José Camacho Carrizosa, Gerardo Arrubla, Rufino José Cuervo, Rafael Uribe Uribe, Clímaco Soto Borda, Jesús del Corral, Alfredo Borda, Juan Ignacio Gálvez.

Las categorías analíticas en esta investigación son: opinión pública, libertad de prensa/censura y representaciones sociales e imaginarios.

Comenzaremos con una definición de la opinión pública desde su evolución y dis-tintos autores. La historia de la opinión pública va de la mano con la llegada de la imprenta y la prensa (Ortega, 2012, p. 15). Desde los años de la Independencia, Antonio Nariño fue quien mejor entendió la naturaleza cambiante de la opinión pública y su nuevo papel en la construcción de la vida política (Ortega, 2012, p. 83) convirtiéndose en el termómetro de la situación política; igualmente, Habermas concibe la opinión como un debate público donde se delibera sobre las críticas y propuestas de diferentes personas, grupos y clases sociales, es la “opinión de todos, (mejor del pueblo activo, del público participante) sobre los asuntos que a todos afectan” (Ruiz, 1997, p. 39)

En Colombia, la opinión pública tiene sus orígenes en la Nueva Granada cuando los pe-riódicos se convierten en el escenario privilegiado donde se debaten los diversos sistemas de gobierno y los intereses regionales. Como consecuencia, los debates desbordan los periódicos surgiendo repentinamente otros géneros como los catecismos políticos y los volantes burlescos entre otros. Señales inequívocas de la intensidad de los enfrentamientos y del gradual rebasa-miento de las “contiendas ruidosas que todos los días se ofrecen, no solo en los estratos, sino hasta en las calles o plazas” (La Bagatela núm. 1:14-VII-1811:3) (Ortega, 2012, p. 81).

Pero es el Argos Americano (Cartagena, 1810) el periódico que logra fijar la opinión pú-blica a través de su programa político donde difunde ideas sobre el despotismo, la anarquía y el terror, abriendo un espacio público que sería utilizado como consenso de las categorías fundantes del cuerpo político (Ortega, 2012, p. 88). Habermas lo nombra el “deber ser” de la opinión pública, la cual debe situarse en torno a una concepción crítica no solo receptora, sino ante todo emisora del sentir real de la sociedad (1962, p. 29).

Con Habermas (1981) podemos tener en cuenta dos puntos de partida de la opinión pública que nos servirá en la investigación como son los mecanismos de poder y la influen-cia política, puesto que él asocia la dinámica de lo simbólico con la competencia comunica-tiva desde la cual se desenvuelven la opinión, el consenso, la voluntad común y las acciones frente a los conflictos de la sociedad. El autor plantea una vinculación fuerte con el poder y los procesos políticos y la opinión pública como el medio para legitimar el Estado. La opi-nión pública puede significar o una instancia crítica frente al ejercicio del poder político o social o una instancia receptiva de personas, instituciones, bienes de consumo y programas.

Como aporte de esta investigación se busca explorar el manejo del concepto de opinión pública en la prensa escrita y en la voz de los autores estudiados. En el prólogo de Idola Fori (1910), F. García Calderón subraya la condena que hace Carlos Arturo Torres de la opinión pública.

“Atacar a la opinión pública, ser antidemocrático en nuestras repúblicas, es auda-cia intelectual imperdonable. La opinión es la ‘pasión colectiva, el general extravío’, dice Torres. Debemos temer más de ‘la sorda hostilidad de la opinión dominante, la tácita reprobación de las mayorías, la abrumadora adversidad del medio’ que de un gobierno, por despótico que sea. Es una ilusión democrática el creer que ‘muchos pueden interpretar una idea política, defender un sentimiento y com-prender los intereses públicos mejor que unos pocos’. El héroe popular es in-consciente, primitivo, brutal: él es exponente de la barbarie” (Torres, 1944, p. 11).

Todo esto nos lleva a diferenciar la prensa de contenido conservador y liberal, y las sub-divisiones que se dan dentro de cada partido, que pudieron haber servido como estrategia de política partidista para manipular la opinión pública frente a un hecho tan relevante en la historia como lo fue la Guerra de los Mil Días.

La segunda categoría, libertad de prensa/censura, oscila según la línea política del periódico analizado, si es oficialista o de oposición. Esta categoría reflejó la clase de relatos y discursos que se publicaban sobre la guerra y sobre la paz en medio de las restricciones oficiales, y por la vía indirecta de la sátira.

Es necesario hacer un análisis de cada una de las leyes y decretos en contra de la li-bertad de prensa. Según la Constitución de 1886, los periódicos eran instrumentos de mo-ralidad y cultura, dado que cumplían una alta y delicada misión; o podían ser elementos de corrupción y barbarie por lo que deberían estar sujetos a sistemática represión.

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Jorge Orlando Melo en su artículo “La libertad de prensa en Colombia: su pasado y sus perspectivas actuales” sostiene que a finales del siglo XIX la prensa presentaba una marcada distinción de acuerdo con las instituciones políticas de la época; muchos de los periódicos eran fundados por intelectuales que representaban una corriente política, con la cual le da-ban un tono y una intencionalidad a sus escritos (Melo, 2012).

La Carta Constitucional de Núñez y de Caro, en el artículo 42, ponía límites imprecisos a la libertad de prensa y contemplaba unas disposiciones transitorias (que se volvieron perma-nentes) como el artículo K, que facultaba al gobierno para prevenir y reprimir los abusos de la prensa mientras no se expidiera la ley de imprenta. De acuerdo con las facultades del artículo transitorio, el gobierno expidió el decreto 635 de 1886 que establecía los juicios de impren-ta y la responsabilidad del director o impresor sobre todo lo que se publicara (Vallejo, 2006).

Amparado en el mismo artículo K, el gobierno expidió el decreto 315, con el cual auto-rizó a los ministros y a los gobernantes para que incluyeran a su voluntad rectificaciones en sus periódicos. Pero la norma más estricta en términos de censura sería la célebre “Ley de los caballos” (como la bautizó Fidel Cano), Ley 61 de 1888, bajo la cual se suspendieron y multa-ron periódicos cerraron o destruyeron imprentas, encarcelaron o desterraron a periodistas y escritores públicos; otros decretos que Miguel Antonio Caro (1909) impuso fueron: el decreto número 151 sobre imprenta, que presentaba las sanciones a las publicaciones subversivas que dañaban o alarmaban a la sociedad, y las publicaciones ofensivas que vulneraban los derechos individuales. El decreto número 286 de 1889 establece responsabilidades penales a los que voceen por las calles periódicos prohibidos; el decreto número 910 de 1889 sobre prensa anuncia las sanciones que podrán ser impuestas por el ministro de gobierno.

En la prensa confluyen dos procesos: el de conformación de la esfera pública la cual se “forma por la conversación de personas privadas, en espacios públicos, sobre diversos con-ceptos públicos, que pueden ayudar a formar una opinión pública” (Habermas, 2009) y el de formación de la opinión pública, lo cual nos lleva a una configuración separada del Estado, que juzga en nombre de la razón y debate libremente los principios que deben regir el orden social. Esta configuración de la opinión pública pasa entonces por la línea editorial, marcada en la época por los partidos hegemónicos, los cuales medían sus fuerzas por el número de órganos periodísticos que controlaba. (Uribe, 1985)

Todo esto se ve reflejado en los estilos narrativos y discursivos. La línea editorial se acomodaba a los cambios en la estructura empresarial o a las alianzas políticas de los due-ños. Entenderemos por editoriales los discursos que definen la línea política, los principios ideológicos y la postura del medio sobre los temas de coyuntura, y en particular sobre la guerra. En los prospectos editoriales o primera declaración del periódico a sus lectores se fijaban esos ideales y temas que abanderaría el impreso.

La categorización de la prensa objeto de estudio nos brinda un acercamiento necesario a las diferentes tendencias de pensamiento político, que lleva a los medios a autodenominar-se oficiales, semioficiales y satíricos. Vallejo reconoce que al entrar al siglo XX la prensa deja

a un lado el corte doctrinal que traía del siglo XIX para comenzar a inyectar en sus relatos y discursos un criterio independiente, en donde se comienzan a refinar los géneros como la noticia, la crónica, el panfleto, el suelto y la semblanza adaptando así el periódico a las ne-cesidades de todos los lectores (Vallejo, 2006).

Los relatos y discursos poseen una categorización de acuerdo con los géneros perio-dísticos de opinión y los géneros narrativos, según la sintética caracterización que hace Jor-ge Orlando Melo donde la noticia, informa; la crónica, conmueve; el reportaje, entiende; la entrevista, conversa; la fotografía, mira; la columna, discute; la caricatura es la licencia inte-ligente para camuflar la denuncia entre la risa (Melo, 2012), que buscaremos en la muestra seleccionada y nos darán un cuadro descriptivo de la prensa del periodo de estudio.

Por último, las representaciones sociales e imaginarios permitirán establecer esos marcos de interpretación que ayudan a configurar la opinión pública sobre el acontecer po-lítico y bélico. Esta categoría se ubica entre lo simbólico y lo real convergiendo en la estruc-tura social de la realidad. Nace con el libro de Serge Moscovici El psicoanálisis, su imagen y su público (1961) sobre el origen de los conocimientos en la vida cotidiana. Allí señala que las representaciones son colectivas en la medida en que están encaminadas a la comunidad donde se comparten homogéneamente (Moscovici, 1979). El autor plantea que estas repre-sentaciones sociales son construcciones simbólicas de sentido común que se obtienen en la interacción social y proporcionan una interpretación del mundo cifrada en códigos cul-turales que transmiten sentido de identidad. Las representaciones a su vez proveen marcos de interpretación con los cuales se interpreta la realidad.

Los imaginarios sociales y la compleja red de representaciones implícitas en ellos, ha-cen parte del sistema simbólico que produce toda colectividad para significarse a sí misma. La imaginación social y la representación colectiva, al tiempo que designa una identidad cultural modelando las maneras colectivas de pensar, de creer y de imaginar, carga de signifi-cados y sentidos la acción común de los individuos regulando y controlando de esta manera sus mentalidades, sus actitudes y sus comportamientos en el interior de todos y cada uno de los aspectos y factores de la vida social, sean estos de tipo cultural, religioso, económico o político (Bravo et al., 2006, p. 84).

En el corazón mismo del imaginario social se encuentra el problema del poder legítimo o de las representaciones fundadoras de legitimidad. Toda sociedad debe inventar e imaginar la legitimidad que le otorga al poder. Dicho de otro modo, todo poder debe necesariamente enfrentar su dispositivo y controlarlo reclamando una legitimidad; el poder debe imponerse no sólo como poderío sino también como legítimo. Las instituciones sociales, y en especial las instituciones políticas, participan así del universo simbólico que las rodea y conforman los marcos de su funcionamiento. La legitimidad del poder es una mercancía particularmen-te escasa al ser el objeto de conflictos y de luchas. El poder establecido protege su legitimi-dad contra los que la atacan, aunque solo sea para ponerla en tela de juicio (Baczko, 1991).

Moscovici (citado por León, 2002: 369), define las representaciones sociales como:

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...sistemas cognitivos con una lógica y lenguaje propios (...) No representan simples opiniones, imágenes o actitudes en relación a algún objeto, sino teorías y áreas de conocimiento para el descubrimiento y organización de la realidad (...) Sistema de valores, ideas y prácticas con una doble función; primero, establecer un orden que le permita a los individuos orientarse en un mundo material y social y domi-narlo; y segundo, permitir la comunicación entre los miembros de una comunidad al proveerlos con un código para el intercambio social y para nombrar y clasifi-car sin ambigüedades aspectos de su mundo y de su historia individual y grupal.

En opinión de este psicólogo social, las representaciones sociales no son solo produc-tos mentales sino que son construcciones simbólicas que se crean y recrean en el curso de las interacciones sociales; no tienen un carácter estático ni determinan inexorablemente las representaciones individuales. Son definidas como maneras específicas de entender y de comunicar la realidad e influyen a la vez que son determinadas por las personas a través de sus interacciones. Equivalen, en la sociedad, a los mitos y sistemas de creencias de las socie-dades tradicionales; puede, incluso, afirmarse que son la versión contemporánea del sentido común. Estas formas de pensar y crear la realidad social están constituidas por elementos de carácter simbólico, ya que no son solo formas de adquirir y reproducir el conocimiento, sino que tienen la capacidad de dotar de sentido a la realidad. Su finalidad es la de transformar lo desconocido en algo familiar. Este principio de carácter motivacional tiene, en opinión de Moscovici, un carácter universal (Moscovici, 2008)

Este concepto de representaciones sociales resulta muy rentable para analizar a los protagonistas de la guerra de los Mil Días cuando se fraguaron los mitos de los héroes y los antihéroes, según el bando que los observara. El General Rafael Uribe era visto por sus copar-tidarios liberales como un valiente caudillo, un estratega militar que sabría llevar a su ejército a la victoria y que disponía los ánimos del combate desde sus publicaciones periódicas, así se construyó el mito del caudillo. Pero para los adversarios políticos era un militar errático, un orador y periodista peligroso, que llevaba a sus tropas y a su partido a la derrota. Héroe o villano, dependiendo del punto de vista del autor que interpreta la empatía y el nivel de identificación de su público lector con el personaje.

En esta investigación trabaja la categoría de representaciones sociales e imaginarios de la guerra de la paz principalmente desde las metáfora, tropo que sintetiza y presenta los hechos a través del lenguaje figurativo en la prensa (Arruda, 2007).

Muy relacionado con las representaciones sociales e imaginarios que vehiculizan las metáforas es el estudio de Darío Acevedo Carmona sobre la caricatura de prensa. En su libro sobre los caudillos colombianos en la primera mitad del siglo XX, afirma sobre el poder del género de la opinión en trazos: “Más allá de ser vista en el simple papel de reflejo y de regis-tro humorístico mordaz, la caricatura puede sernos útil para el estudio de las representacio-nes o imaginarios políticos, es decir, de las visiones, percepciones, creencias e ideas con las

que se forjaba la identidad propia y la imagen del adversario. Los símbolos, los signos, las imágenes, las metáforas, las analogías y las parodias dibujadas en las viñetas, no son pro-ductos neutros e indiferentes frente a lo que ocurría; eran parte integral de esos imaginarios políticos en tanto consignan una mirada, una forma de ver las cosas y los hechos, no solo del diario y de su propietario, sino del partido al que estaban adscritos con el caricaturista” (Acevedo Carmona, 2009, p. 11).

Siguiendo a María Teresa Uribe, se hará un trabajo hermenéutico a partir del corpus de textos periodísticos para identificar desde los usos del lenguaje –en particular de las me-táforas asociadas a la guerra y el repertorio de tropos y figuras retóricas–, y los estados de opinión que ayudó a conformar la prensa bogotana en el periodo de estudio.

La hermenéutica intenta descifrar el significado detrás de las palabras, y las pa-labras se usan como armas y municiones en una coyuntura bélica. Y es la prensa escrita la que se constituye como un objeto de conocimiento en sí mismo, muy ligado con las formas de comunicación y de expresión, con las representaciones simbólicas, los discursos, los lenguajes, las metáforas, las imágenes y ese com-plejo mundo de los signos por medio de los cuales las mujeres y los hombres reafirman su condición humana (Uribe, 2010).

Para el análisis discursivo que se aplicará a las piezas de opinión partiré de la Teoría de la Argumentación de Chaïm Perelman (1997), la cual permitirá establecer las características de los discursos, sus estrategias legítimas e ilegítimas y los recursos retóricos más utilizados en el campo de batalla y en el campo semántico. Perelman, redescubridor de la retórica aris-totélica, ayuda a desmontar el discurso político de la prensa y a identificar las líneas de razo-namiento sobre la guerra y la paz. Se reconocerán en las piezas de opinión los encuadres o marcos de interpretación de los hechos, el tono y los dispositivos retóricos que coadyuvan a la doble apelación a la emoción y a la razón, como los epítetos para dirigirse a los amigos y a los enemigos; asimismo, se identificarán las falacias o argumentos engañosos que al ale-jarse de la verdad terminan por deformar la opinión pública y por crear climas de zozobra y de pérdida de institucionalidad tan propios de los países en guerra.

A sabiendas de que la mayoría de los periodistas influyentes de la época eran también protagonistas de la escena política y defendían idearios pacifistas o belicistas con un estilo particular —ethos retórico— para movilizar pasiones —pathos— y apelar o no a la razón —logos—entenderemos la prensa como “un objeto de conocimiento en sí mismo, muy ligado con las formas de comunicación y de expresión, con las representaciones simbólicas, los dis-cursos, los lenguajes, las metáforas, las imágenes y ese complejo mundo de los signos por medio de los cuales las mujeres y los hombres reafirman su condición humana” (Uribe, 2010).

Por lo tanto, se estudiarán las principales figuras que en muchos casos estuvieron en el frente y al frente de los periódicos analizados o que fueron colaboradores asiduos: el

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general Rafael Uribe Uribe en El Autonomista; Carlos Arturo Torres en El Nuevo Tiempo; José Camacho Carrizosa en La Crónica; Juan Zuleta en El Orden Público; Jesús del Corral en El Cirirí, Carlos Martínez Silva en el Correo Nacional; Salvador Camacho Roldán en El Relator y José Mosquera en La Lucha.

Para tener una visión más amplia de su pensamiento político –circunscrito al tema y al periodo de estudio– se acudirá a sus obras completas publicadas, a antologías, compila-ciones de artículos, memorias y correspondencia.

A partir del corpus de estudio, constituido por trece periódicos –entre conservadores y liberales de distintas facciones y satíricos–, se identificará el perfil editorial de cada perió-dico recogiendo sus editoriales y columnas relacionadas con los temas afines a la guerra y la paz. Se incluirán las publicaciones y los autores con los cuales polemiza (siguiendo en esta metodología a María Teresa Uribe en su catálogo de la prensa del siglo XIX). Ese será el pri-mer capítulo de la investigación, complementado con el contexto histórico. Ya que la prensa es la piedra angular para el diseño de la investigación socio-histórica y política, este recurso documental debe ir precedido de una indización previa de los archivos y de la clasificación analítica (Uribe, 2010).

Para cada uno de los periódicos analizados se construyó una base de datos en la que se utilizan descriptores de la pieza y otros propios del análisis argumentativo, como: nombre de la publicación, fecha, autor, género periodístico, tema(s), estrategias de escritura (ya sean narrati-vas o argumentativas) y dispositivos retóricos (con especial atención a la metáfora y a la ironía).

Los géneros se clasifican en dos grandes grupos: de opinión o argumentativos (edito-rial, columna, suelto) e informativos o narrativos (relación de hechos, crónicas, semblanzas, telegramas, entrevistas, noticias, despachos de guerra oficiales y epístolas).

Primero se eligieron las publicaciones de la muestra que corresponden al periodo en-marcado en la Guerra de los Mil días 1899 a 1902 en Santa Fe de Bogotá: El Cirirí (Liberal Radi-cal), El Autonomista (Liberal Radical), El Carnaval (Liberal Radical), La Crónica (Liberal Pacifista), El Nuevo Tiempo (Liberal Pacifista), El Carnaval (Liberal Belicista), La Reintegración (Liberal Radical), Monserrate (Liberal Radical), El Colombiano (Conservador Nacionalista), El Orden Público (Con-servador Nacionalista), El Telegrama (Conservador), La Opinión (Conservador Histórico), Correo Nacional (Conservador Histórico), El Heraldo (Conservador Histórico) y La Lucha (Conservador Nacionalista). Cabe aclarar que antes de hacer esta selección hubo descarte de numerosos periódicos que aunque correspondían al periodo histórico circularon por muy breve tiempo o sus colecciones están demasiado incompletas en las hemerotecas. También se buscó que hubiera cierto equilibrio en la muestra entre conservadores y liberales; y, desafortunadamen-te, no se incluyeron publicaciones satíricas por la pobreza de las colecciones existentes, con lo que el género de la caricatura perdió relevancia en el periodo de la Guerra de los Mil Días.

Luego se realizó una búsqueda de los artículos que hablaran de la guerra y posterior-mente se clasificaron según el género en las 351 piezas (194 de prensa conservadora y 157 de la liberal). Entre los géneros discursivos está el editorial, que presenta una postura del

respectivo periódico frente al suceso que se está planteando y la columna de opinión, que presenta la postura del autor frente al tema; y los géneros narrativos como la noticia, que presenta el registro de los acontecimientos y narraciones con vivas imágenes; la crónica, que es el relato del acontecimiento con estilo subjetivo; la entrevista como resultado del diálogo con un personaje que da a conocer sus opiniones y el telegrama, que ofrece un registro de los acontecimientos de manera condensada y con lenguaje escueto. Dado el acontecimien-to bélico también se introdujo el género epistolar con tono autobiográfico y los despachos de guerra con cronología

En los distintos géneros, los textos ofrecen las posturas de cada periódico sobre el evento bélico: si adhiere a la perspectiva del gobierno o la rechaza; si legitima a sus jefes po-líticos y deslegitima a los adversarios, y mediante qué estrategias. También se identificará la propaganda de la guerra, que como lo enuncia el político pacifista inglés Arthur Ponsonby en su obra “La falsedad en tiempo de guerra: Las mentiras de la propaganda de la Primera Guerra Mundial”, (1928) existe un decálogo de la propaganda de la guerra para enseñar a mentir no solo a los enemigos sino al pueblo, justificando sus acciones. Aunque la Guerra de los Mil Días fue anterior a la formulación de este concepto, sus principios cobraron vida en cada uno de los textos analizados, como se verá más adelante:

“Nosotros no queremos la guerra”.“El enemigo es el único responsable de la guerra”.“El enemigo es un ser execrable”.“Pretendemos nobles fines”.“El enemigo comete atrocidades voluntariamente. Lo nuestro son errores involuntarios”.“El enemigo utiliza armas no autorizadas”.“Nosotros sufrimos pocas pérdidas. Las del enemigo son enormes”.“Los artistas e intelectuales apoyan nuestra causa”.“Nuestra causa tiene un carácter sagrado, divino, o sublime”.“Los que ponen en duda la propaganda de guerra son unos traidores”.

De la misma manera se identifican los asuntos o temas principales de debate sobre los cuales gira la pieza informativa o de opinión, los que se han dividido en: polémicas entre pe-riódicos por noticias que pueden ser controversiales, según la opinión que tengan de la guerra; censura, cuando se trata de informaciones de periódicos sancionados y cerrados o personas que fueron encarcelados o desterradas por sus artículos periodísticos; elecciones de cada uno de los partidos y sus dirigentes frente a los ideales bélicos o pacifistas; crisis económica, le-yes de prensa decretos y obligaciones impuestas por el presidente a la prensa; reclutamiento forzado para ampliar el bloque de lucha en cada uno de los bandos de los partidos políticos.

Se tiene en cuenta también quiénes son los protagonistas de la información como fuentes o sujetos: los partidos políticos (conservadores divididos en nacionalistas e históricos) y los liberales (en pacifistas y belicistas) y sus respectivos ejércitos; los intelectuales, la Iglesia,

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los países vecinos que ayudaron al ejército revolucionario y la sociedad civil. Se identificarán los sujetos como fuentes de información teniendo en cuenta que quien aparece en la noti-cia es mencionado de manera neutra (sin calificativos) positiva (con epítetos y calificativos explícitos de apoyo a su discurso a sus acciones), negativa (calificativos críticos respeto a su representatividad desde su discurso o acciones). Los elogios y ataques a los prohombres de los partidos, en su mayoría generales y políticos, son la constante en estos escritos.

En el nivel simbólico del lenguaje, se identifican tropos y figuras retóricas. La retórica distingue entre las figuras de dicción y figuras de pensamiento, que afectan el plano del con-tenido y le dan fuerza a la argumentación. Se tendrán en cuenta especialmente la metáfora, que identifica un término real por una imagen; el término real puede aparecer expresado o no (en la metáfora se encuentra ausente el término del significado directo porque hay una trasposición de sentido); la comparación o símil cuando dos elementos se comparan para presentar uno de ellos con más fuerza semántica; juegos de palabras que utilizan un mismo significante para dos significados; la paradoja con enunciados que se contraponen semán-ticamente, de manera irreconciliable; la ironía que busca decir una cosa por querer decir otra; los adjetivos calificativos y los epítetos con carga peyorativa o elogiosa; las hipérboles o exageraciones para distorsionar la realidad con intención irónica o cómica. Los dichos que ofrecen marcas de representación de automática comprensión para los lectores, las alusiones tan propias del autor, las preguntas retóricas con su manera de fijar una idea en general se observa las estrategias discursivas para legitimar a los amigos y deslegitimar a los enemigos y en algunos casos, para ridiculizar.

El propósito es revelar hasta qué punto y de qué modo los escritos proponen un deba-te mediático sobre la guerra de los Mil Días, los aspectos cruciales sobre la ley de prensa en los cuales se enmarcó la censura y la posición belicista o pacifista de los protagonistas de la escena política. Por último, al identificar los dispositivos retóricos mediante los cuales estos artículos movilizaron las emociones de los lectores se conocerá la resonancia que tuvieron estos discursos y relatos sobre la última gran guerra del siglo XIX y la primera del siglo XX en la prensa bogotana y sobre todo, si estos periódicos de la capital contribuyeron a orientar a la opinión pública y dejaron una memoria fidedigna de los acontecimientos.

La prensa conservadora demostró un cubrimiento informativo más completo y cerca-no a los cánones de la prensa moderna en este periodo de la Guerra de los Mil Días, que la liberal, que estuvo más maltratada y sometida a la censura de los gobiernos de la Regenera-ción, y por lo tanto, llegó a la guerra con pocos pertrechos periodístico, y solo pudo circular los primeros o últimos meses de la contienda.

Mientras el conservatismo de las dos facciones, sobre todo el histórico con Carlos Mar-tínez Silva frente a El Correo Nacional, estaba representado por una prensa fuerte, moderna, que se nutría de servicios de cable y que tenía el flujo oficial de los telegramas, para mantener informado al público en tiempos más reales. Por tal razón, contrasta el carácter informativo de la prensa conservadora con el carácter doctrinario de la prensa liberal, que se basó más

en géneros de opinión como el editorial, y sobre todo, en los despachos y cartas de los ge-nerales que abanderaban el ejército revolucionario, como Rafael Uribe Uribe, poco objetivos a la hora de narrar las batallas, que ganaban aun cuando perdieran.

La prensa nacionalista, por su parte, se distinguió por el despliegue informativo de las batallas, pero no podría erigirse en paradigma de objetividad toda vez que sus relatos y discursos obedecían a los mandatos divinos y de Miguel Antonio Caro, supremo artífice de los destinos del país.

No se podría concluir, entonces, que la prensa bogotana analizada contribuyó a orien-tar a la opinión pública y dejó una memoria fidedigna de los acontecimientos, porque los periódicos se limitaron a ofrecer una selección informativa a conveniencia y versiones ses-gadas de los hechos, que generaban adhesión o rechazo a la guerra. Todas son versiones interesadas sobre las que los historiadores deben guardar sospechas.

Habría que destacar, eso sí, la pluma fina de muchos generales, que demostraron su condición de escritores públicos. Se tenía idea de Rafael Uribe Uribe, pero en este rastreo surgieron otros autores de los dos bandos, como Ramón González Valencia, que publica en El Colombiano. Asimismo, uno de los géneros dominantes en esta muestra fue el epistolar, de gran fuerza por su carácter testimonial, que cultivaban con maestría autores como el citado general Uribe Uribe, quien desde antes de estallar la guerra enviaba cartas desde la prisión, adonde lo mandó el periódico opositor, La Crónica.

También vemos que el concepto de opinión pública está muy ligado a la ideología, y en esa medida es maleable porque los partidos presumen que esa opinión pública adhiere, sin razonamiento propio, a los preceptos que sus líderes invocan. Los conservadores nacionalistas equiparan el concepto de opinión pública a “conciencia pública”, influenciados por la Iglesia; tie-nen el imaginario de una opinión pública dócil y devota, que no ejerce presión, que acompaña al Gobierno y a las instituciones. En la prensa oficialista, la narración y estilo de escritura denotan las normas de decoro condenando a la opinión pública a la desinformación, todo por el afán de imponer un discurso nacionalista, arropado en conceptos como Patria, Nación, Soberanía.

En cambio, el concepto de opinión pública para los liberales es más cercano al de las repúblicas modernas, que la ven como una instancia ciudadana vigilante del poder; claro que en un país que no gozaba de libertad de prensa como ocurrió en el periodo de la Re-generación, difícilmente se podía garantizar una opinión bien informada capaz de ejercer presión ante los gobernantes. Así que el concepto se quedaba en utopía.

De todas formas, cuando la prensa de la época aludía a esa masa informe que se lla-ma opinión pública, en realidad estaba pensando en una minoría culta, que podía comprar el periódico y tenía el suficiente nivel intelectual para entrar en el pacto de lectura, cuando reinaba el analfabetismo. Esa prensa elitista –tanto liberal como conservadora– se revela cla-ramente en el uso de referentes y alusiones cultas, ajenas al lector común, y por más que los escritores combinen el lenguaje refinado con los dichos y expresiones populares, no son me-dios de fácil acceso al pueblo. Ni siquiera la prensa satírica le podría llegar a un lector común.

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En las líneas editoriales de la prensa conservadora se evidencia la estrecha relación del poder político con la Iglesia. Los generales, como Próspero Pinzón, vencedor en Palonegro, agradecen  a Dios que le concedió la victoria a su ejército para defender la República Cristia-na, y en general, casi todos los textos invocan el poder divino y remarcan que Dios mediante están arrasando al enemigo. Valga recordar que Miguel Antonio Caro adoptó como lema de pensamiento el salmo bíblico, “El que no está conmigo está contra mí”, y este mismo lema lo adoptaron los periódicos de la época: el que no estaba con el gobierno estaba contra el partido, contra la paz y contra la patria, con evidente manipulación emocional del discurso. 

Uno de los propósitos de esta investigación era tratar de entender cómo desde los periódicos se narró el fin de la Guerra de los Mil Días, la última del siglo XIX y primera del XX, cómo se sentaron a dialogar los enemigos y se firmó el armisticio, y qué ofrecimientos de in-dulto recibió el partido liberal derrotado para entender mejor, con 110 años de diferencia, el proceso de paz que está desarrollando hoy en La Habana, donde los medios dan sus propias versiones de los avances y preparan a la opinión pública para el posconflicto, según sus inte-reses políticos. Resulta curioso anotar que en esa guerra fue decisivo el apoyo de Venezuela a los revolucionarios liberales, y la frontera con Colombia se convirtió en uno de los puntos principales de acopio de armamento y provisiones. Hoy en día, esa frontera es considerada uno de los lugares más peligrosos del mundo por la presencia de actores armados, pero las relaciones diplomáticas entre vecinos no son las mejores. 

Como fenómenos del lenguaje, llama la atención las transformaciones metafóricas de los términos. A partir de 1901, cuando se han conformado las cuadrillas o guerrillas liberales, cambia la manera de nombrar al enemigo y ahora resulta que los liberales del ejército revo-lucionario eran más dignos y caballerosos para sus contrincantes del ejército nacionalista que esas cuadrillas de maleantes. Es también curioso que el concepto de república y repu-blicanismo de los conservadores, sea tan ajeno al de los liberales, heredado de la Revolución Francesa. Conciben una República Cristiana, no libertina. En tal sentido, también relacionan a los jefes conservadores con jefes cristianos y a los liberales como viles herejes; a los soldados como cruzados. A liberales corresponden al imaginario de zarrapastrosos.

Entre las dificultades, podría decir que el encuentro con un lenguaje muy estilizado propio del periodo decimonónico, con un léxico rico, además de las alusiones cultas, que obli-gaban a tener un bagaje muy amplio, creó barreras a la hora del análisis, pero luego, a medida que me familiarizaba con ese lenguaje y esa época, comencé a disfrutar de la pirotecnia verbal.

Las siguientes características resumen los rasgos del discurso analizado: • Manejo de un lenguaje verbal sesgado.• Utilización de tropos y figuras retóricas para representar los acontecimientos y a

los actores de la contienda, como metáforas, símiles, alusiones, epítetos, ironías, dichos o expresiones populares que logran inmediata identificación del lector.

• Adscripción adjetiva o atribuciones a los actores de la guerra mediante adjetivos y epítetos.

• Narración de alta apelación emocional, sobre todo cuando el narrador es arte y parte de la guerra, como son los generales.

• El ocultamiento de la evidencia como estrategia para manipular los hechos. Fue curioso ver cómo los discursos y relatos de la guerra narrados por la prensa bogo-

tana desde la capital eran en algunos casos muy débiles para la magnitud del suceso, mien-tras en Santander y otras provincias se mataban, aquí se trenzaban en batallas verbales y en guerras de rumores. Se sabe que los liberales habían decidido ir a la guerra desde febrero, pero desde las tribunas periodísticas, tanto la prensa oficial como la de oposición negó la confrontación hasta que les estalló en las narices.

El hecho de ver la guerra narrada desde la fuente primaria, sentir el contacto con el periódico en físico es menos abstracto que lo se escribe de la guerra, logrando despertar la imaginación y la emoción de ver la historia desde mas cerca, desde el lugar de los sucesos por decirlo de alguna manera, del contenido histórico al sentir el momento histórico.

Si bien Álvaro Ponce Muriel, en su libro De clérigos y generales, creyó dar fe con sus historias de cómo en el pasado fue posible sobreponerse a los fanatismos y a los odios para abrirles camino a la paz y la concordia entre los colombianos; tras revisar estos textos vemos que aunque llamaran a la paz, la mayoría de autores, conservadores y liberales, no depu-sieron sus armas verbales. Los conservadores no cedían en su intolerancia ni intransigencia frente a quienes cuestionaran sus dogmas; y los liberales no olvidaban las afrentas de los adversarios políticos, que en los últimos veinte años los habían acosado, silenciado y hasta excomulgado. De tal manera que los discursos, por bien encaminados que parecieran a la paz, seguían cargados de munición.

Si la paz se firmó en el buque Wisconsin no fue por el sano debate de las ideas, sino porque el ejército liberal estaba diezmado, peligraba Panamá, y el país había tocado fondo. No porque los periódicos hubieran creado ese clima de diálogo.

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Mario Alejandro Molano Vega1

¿Democracia sin igualdad? Sobre el pensamiento político de Manuel Ancízar

Entusiasta de los discursos filosóficos del liberalismo moderado francés de Victor Cousin (1792-1867) y sus discípulos, Manuel Ancízar participa de un pensamiento político que presenta posiciones ambivalentes con respecto al concepto de democracia. Estas ambivalencias pue-den constatarse fácilmente al examinar las editoriales que Ancízar publicó en el periódico El Neogranadino entre 1848 y 1849. De una parte, este concepto se refiere a un régimen o un sistema político moderno mediante el cual la sociedad se organiza en función de principios como la igualdad, la libertad y la soberanía nacional. Pero de otra parte, la democracia se re-presenta como una fuerza histórica irresistible y potencialmente abrupta o violenta, pues implica la peligrosa irrupción de las masas populares en la vida política y la amenaza de di-solución del orden social. La voz democracia agrupa simultáneamente los registros opuestos de sistema y revolución, designa al mismo tiempo un orden social deseable y una peligrosa fuerza revolucionaria que debía ser controlada.

1 Docente asociado, Universidad Jorge Tadeo Lozano. Candidato a Doctor en Filosofía, Universidad Nacional de

Colombia. [email protected]

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debe ser visto como un proyecto de reinterpretación del legado filosófico y político de la Ilustración que se originó en Francia durante la primera mitad del siglo XIX y fue introdu-cido en Latinoamérica hacia finales de la década de 1830, a través de intelectuales como Félix Varela y los hermanos Zacarías del Valle en Cuba, Andrés Bello, en Chile, Fermín Toro y el propio Ancízar en Venezuela y la Nueva Granada. La reinterpretación del eclecticismo intenta contener los cuestionamientos sensualistas y materialistas, de Condillac y Destut de Tracy, contra toda verdad metafísica; y así mismo intenta relativizar el principio de la igualdad como fundamento político, tal y como había sido asentado por Jean-Jacques Rousseau en el Contrato social y en los dos conocidos Discursos de 1750 y 1755. Desde esta perspectiva, el eclecticismo se ofrece como sistema de reivindicación del espiritualismo y del ejercicio de la autoridad desde las élites, contra las herencias radicales de la Ilustración.

En segundo lugar, Loaiza señala oportunamente la correlación entre las doctrinas del discurso filosófico del eclecticismo y su aplicación política. Apoyándose en Pierre Ronsanva-llon y en Francois-Xavier Guerra, muestra con claridad cómo las tesis del eclecticismo ape-lan a la razón como principio universal que regula no solo el entendimiento, sino también el comportamiento humano, de manera que resulta justificada una visión científica de los procesos sociales e históricos. Una tal visión resultaba a todas luces conveniente para los in-tereses de las élites políticas de la posindependencia, así como había resultado conveniente para sus gestores en Francia al servir de “soporte de la Restauración”: “Para quienes estaban próximos a asumir la dirección de las jóvenes sociedades de la posindependencia, era ur-gente adoptar una concepción filosófica que legitimara su existencia y su preponderancia política” (Loaiza Cano 80).

Sin embargo, habría que complementar estos dos aspectos centrales del vínculo de Ancízar con el eclecticismo francés con dos consideraciones adicionales. La primera de ellas consiste en que el discurso filosófico del eclecticismo supone un fuerte componente de la filosofía de la historia que quizás no ha sido suficientemente contemplado. Ancízar se iden-tifica plenamente con la filosofía del eclecticismo en su escrito titulado Lecciones de psicolo-jía y moral () y es cierto que allí repite el esquema de “comenzar por un examen histórico de las escuelas filosóficas” (Loaiza Cano 80). Pero este tipo de examen histórico no se limita a un esquema retórico. Antes bien, la filosofía de la historia juega un rol preponderante en el discurso filosófico del eclecticismo toda vez que complementa el análisis antropológico del

“alma humana”. Victor Cousin se encargó de dejar clara esta cuestión en su Cours de l’histoire de la philosophie (1828-1829), una de las fuentes básicas del eclecticismo. En este curso po-demos observar que el análisis de la naturaleza humana permite encontrar los principios fun-damentales que serán desplegados luego necesaria y gradualmente en el proceso histórico civilizatorio. De esta manera, el análisis de la naturaleza humana permite anticipar y dirigir los procesos históricos. A la inversa, la comprensión histórica de los procesos sociales consis-tiría en una confirmación ulterior y decisiva de aquellos principios esenciales de la naturaleza humana que deben guiar los procesos de desarrollo. Así lo afirma Cousin en la siguiente cita:

El concepto de democracia presenta así un campo semántico atravesado de tensiones que el pensamiento político del liberalismo moderado, en el que Manuel Ancízar se inscri-be, intentaba conjurar. En el centro de la problemática se situaba el concepto de igualdad, pues de este concepto emanaba buena parte de la potencia política de la democracia: la capacidad de activar políticamente a cada vez más sujetos y de producir impugnaciones in-cluso violentas contra el Estado; pero la igualdad también representaba en gran medida el fundamento sobre el cual debía levantarse el sistema democrático que intelectuales como Ancízar buscaban construir. De este modo, la encrucijada del liberalismo moderado parece-ría consistir en lo siguiente: mantener la fuerza vinculante del concepto de igualdad como fuente de legitimidad del sistema político democrático y simultáneamente controlar su im-pacto crítico sobre las estructuras sociales de mando y obediencia. Sólo de esta manera po-día lograrse en Colombia, entonces República de la Nueva Granada, lo que ya ha señalado con exactitud el historiador Gilberto Loaiza Cano: una élite que se otorgaba a sí misma “las facultades reguladoras sobre el resto de la sociedad” y un papel “constructor y dominante en las nacientes repúblicas” (Loaiza Cano 85). Pero, vale la pena preguntarse, ¿cuál ha sido el costo de esta formulación elitista de la democracia en los procesos de construcción de nuestro país?, ¿acaso el pensamiento político de este liberalismo moderado que Ancízar re-presenta, ha diluido excesivamente el concepto de igualdad como principio apenas formal de legitimación del sistema democrático?, ¿es posible que el concepto de democracia haya sufrido un profundo recorte al formularlo como sistema de gobierno?

En esta ponencia nos proponemos analizar críticamente el pensamiento político de Manuel Ancízar a la luz de estas tensiones conceptuales en torno a la democracia y la igual-dad. Para dar cuenta de esta temática, en primer lugar, nos detendremos a examinar algunos aspectos de la relación de Ancízar con los discursos filosóficos franceses del eclecticismo. En segundo lugar, analizaremos fuentes textuales que permitan observar la posición de Ancízar sobre los conceptos de democracia e igualdad. A lo largo de la ponencia se intentará sostener la hipótesis de que el Estado colombiano ha sido construido desde modelos de pensamien-to político que han limitado fuertemente el concepto de democracia y han naturalizado la desigualdad social. Para finalizar la intervención se propondrán algunas reflexiones críticas sobre esta tradición política (de la cual muchas veces ha derivado el ejercicio de la violencia) y la necesidad de superarla en función de construir una sociedad que tolere el debate y abra espacios para el desacuerdo.

1. Ancízar y el eclecticismo francés

La relación de Manuel Ancízar con el discurso del eclecticismo francés, representado ante todo por Victor Cousin, ya ha sido expuesta en parte por Loaiza Cano (67-85). Allí se encuentran seña-lados varios aspectos calve de esta relación. En primer lugar, resulta claro que el eclecticismo

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Cuanto hay en la naturaleza humana, pasa pues al movimiento de la civiliza-ción: (…) cuanto es fundamental en la naturaleza humana; pues la virtud de la historia consiste en desviar lo que no sea necesario, esencial y fundamental. Le pertenece solamente cuanto es digno de subsistir y de dejar tras de sí una cier-ta memoria. (…) Nada permanece sino lo necesario. Y la historia solo se ocupa de lo que dura, de lo que durando se organiza, se desarrolla alcanza existencia histórica. Así como la naturaleza humana es la materia de la historia, la historia, por decirlo así, es el juez de la naturaleza humana, y el análisis histórico es la contraprueba decisiva del análisis psicológico. (Cousin 34)

La tesis básica que debemos retener consiste pues en que los elementos constitutivos del alma humana, a saber, lo verdadero, lo bello, lo bueno y la existencia de un ser supremo, generarán el desarrollo histórico, a la vez necesario y progresivo, de la ciencia y la técnica, las artes, la moral, la política y la religión. La historia se concibe como el despliegue necesa-rio, si bien procesual, de una naturaleza humana fija, determinada por elementos esencia-les que actúan como gérmenes. Esta misma tesis es asumida por Ancízar en sus Lecciones de psicolojía y moral desde el comienzo, al considerar que el valor de su obra debía medirse justamente en términos de “los mayores beneficios que más propenda a vigorizar nuestros principios políticos, i los dogmas cristianos que de nuevo van tomando posesión del mundo”.

Desde el marco de la filosofía de la historia y su narración teleológica de los procesos sociales, el eclecticismo podrá explicar la irrupción de la modernidad, particularmente de la democracia como sistema político moderno, a través de distintos episodios revolucionarios. Así lo hace Ancízar, por ejemplo, en algunos de sus editoriales en el diario el Neogranadino al trazar una retrospectiva histórico-filosófica de la democracia. Pero el discurso del eclecti-cismo también se propondrá gobernar este proceso revolucionario ideando y justificando sistemas de control social ajustados a las nuevas realidades. Particularmente se desarrollará la idea de la soberanía de la razón y del gobierno de los mejores, como elementos que res-tringen la participación política de las clases populares (Vermeren 21-48).

La segunda consideración que quisiéramos hacer tiene que ver justamente con el pro-blema de la originalidad y la funcionalidad del discurso filosófico del eclecticismo. Apelando a categorías usadas por Antonio Gramsci, Loaiza Cano ubica a Manuel Ancízar en la posición de los “administradores y divulgadores de saberes creados por otros”, la posición más baja en la cadena de la actividad intelectual. “El propio Ancízar se adelantó a reconocer su papel subordi-nado en las notas introductorias del libro [Lecciones de psicología y moral]” (Loaiza Cano 78). Sin embargo, quizás los esquemas categoriales de original/copia, propio/ajeno, no logren captar la complejidad que encierran los procesos de circulación, apropiación y uso de los conceptos y teo-rías por medio de los cuales los actores sociales interpretan y actúan sobre sus propias circuns-tancias históricas. Para Elías Palti “únicamente la consideración de la dimensión pragmática de los discursos permite comprender los mismos como eventos (actos de habla) singulares” (Palti).

Desde esta perspectiva, el problema de la investigación en historia intelectual consis-tiría en comprender la forma en que circulan los marcos de comprensión del mundo y son empleados efectivamente por diferentes actores sociales en contextos que pueden ser muy diversos. Para un sector amplio de intelectuales franceses de la primera mitad del siglo XIX era claro que su papel consistía en consolidar una monarquía constitucional que pudiera afianzar el control del Estado sobre la sociedad (y así poner fin a las revoluciones), si bien debía aceptar una nueva realidad social producida por la Revolución de 1789. A este sector pertenecían los denominados Doctrinarios: Franois Guizot (1787-1874), Pierre Royer-Collard (1763-1845) y Charles de Rémusat (1797-1875); pero es en el seno de este grupo que se de-sarrolla también el eclecticismo francés de Victor Cousin, Jean Phillip Damiron y Theodore Jouffroy. En cambio, el discurso del eclecticismo parece desempeñar un papel distinto en Latinoamérica, donde se encuentra vinculado a la consolidación de las repúblicas en la po-sindependencia. En Cuba, por ejemplo, el padre Félix Varela, uno de los introductores del eclecticismo en Latinoamérica, participó en las cortes españolas de 1820-1823 donde defen-dió el reconocimiento constitucional de los derechos civiles y promovió la construcción y el reconocimiento de gobiernos autónomos en las provincias de ultramar. Aunque inicialmente no participó de un movimiento independentista a favor de Cuba, terminó por adoptar esa posición tras el retorno del absolutismo a España con Fernando VII. A pesar de defender la libertad de los esclavos, Varela se mostraba cauteloso con semejante proyecto pues podía engendrar desórdenes que pusieran en riesgo un orden social basado en la explotación de la caña (Fernández Viciedo).2

Para François-Xavier Guerra, las ideas de los doctrinarios franceses, donde podemos incluir también las del eclecticismo, permitieron enfrentar el problema de la construcción de las repúblicas a las élites intelectuales y políticas hispanoamericanas. “A diferencia de Francia, en la América hispánica no se trata tanto de “administrar una sociedad posrevolucionaria”, como de poner fin al proceso de disgregación iniciado por la revolución, con el fin de “salvar la sociedad”, de construir la nación y de llevar a cabo la verdadera revolución con la crea-ción del pueblo moderno” (Guerra 372). Relativizando la idea de la soberanía popular como

2 Fernández Viciedo caracteriza de la siguiente manera la figura de Félix Varela: “En el marco de la Cuba de

inicios del siglo XIX, el sacerdote habanero constituyó el más señalado representante de la Escuela del

Derecho Natural Racionalista y, aunque no asumió totalmente las raíces más profundas del individualismo

liberal, su obra filosófica supuso un profundo intento por rescatar al individuo en su esencia racional y moral

del universalismo existente dentro del mundo criollo, heredado de la escolástica y cultivado en tierra de

esclavos. En sus trabajos alcanzó a formular una concepción de la libertad individual que no dependía – en

principio- de la modificación del status político de la Isla, sino de la modernización de la situación jurídica

de los individuos frente al Estado y a la sociedad, por medio de la reforma del conjunto de las relaciones

existentes” (Fernández Viciedo).

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fundamento del poder político y planteando en su lugar la de la soberanía de la razón y el gobierno de los hombres ilustrados buscaban “hacer coincidir al pueblo teórico de la sobe-ranía con el pueblo real de la política” y “privaban de una referencia legal a las posibles ten-tativas de movilización popular por parte de facciones de las élites o por un caudillo” (Guerra 372). Pero precisamente este ejercicio implica una cierta deriva del concepto de democracia y particularmente de su relación con el concepto de igualdad.

2. Democracia e igualdad

Para analizar la forma en que Ancízar concibe el concepto de democracia y su correlato esencial de la igualdad, es indispensable pues que partamos de la filosofía del eclecticismo como marco de comprensión. En esta filosofía se combina un análisis antropológico de la natu-raleza humana (psicología), con una visión teleológica de la historia (filosofía de la historia). Esta combinación permite interpretar el proceso histórico de la modernidad política como el resultado de una necesidad inexorable de progreso, dadas las características espirituales del ser humano. En la editorial de El Neogranadino titulada significativamente “profesión de fe”, Ancízar esboza una historia de la modernidad que plantea explícitamente este axioma normativo de la historia: “Las revoluciones políticas no son acontecimientos casuales: son medios concedidos al género humano para satisfacer sus necesidades de progreso y de ci-vilización” (Ancízar, Editoriales del Neogranadino 21)

Nada puede oponerse a la marcha progresiva del género humano, la cual adquiere verdadero estatus providencial, pues el eclecticismo desborda en la idea de un ser supremo que no sólo ha generado la naturaleza humana, sino que ha diseñado también la marcha de la historia. Llevado por esta confianza en la “Providencia divina”, Ancízar llega incluso a afirmaciones temerarias sobre los conflictos partidistas: “¿Qué importan algunas víctimas, si nuestra sociedad se perfecciona, si la América progresa, si la causa del género de los hombres gana terreno, si el reinado de la justicia se realiza?” (Ancízar, Editoriales del Neogranadino 30).

La democracia es entendida desde esta perspectiva como el proceso inexorable de revoluciones mediante el cual el ser humano ha construido un nuevo mundo. El recorrido histórico que traza Ancízar se remonta a la revolución religiosa de Lutero que posteriormente

“debía producir revoluciones políticas, porque era imposible que conquistado el ejercicio de la libertad de examen en materia de religión no se pidiese muy luego la misma libertad en materia de gobierno” (Ancízar 22). Los grandes hitos que demarcan este proceso incluyen la Revolución inglesa, la Revolución norteamericana de independencia, la Revolución Fran-cesa y finalmente las revoluciones de independencia hispanoamericana tras la invasión de Napoleón a España. Ancízar se reconoce así como un demócrata, esto es, como un heredero y entusiasta del proceso histórico irreversible mediante el cual la sociedad avanza gradual-mente hacia mayores condiciones de igualdad. En este sentido Ancízar defendió políticas

contra el monopolio de la tierra y se inclinó por el estímulo del comercio, la industria y la producción agraria, la educación y los derechos civiles.

Sin embargo, Ancízar tomaba una posición diferente cuando analizaba el principio de la igualdad como fundamento del orden político en sus Lecciones de psicología y moral. Allí podía aceptar que el principio de la “igualdad esencial” de los seres humanos constituía fun-damento principal de la organización política,3 pero se apresuraba a relativizarlo mediante la noción de “desigualdad relativa”:

A donde quiera que volvamos los ojos, veremos esta escala de desigualdad re-lativa, perpetuada desde la familia en sus relaciones de individuo a individuo, hasta la gran comunidad humana en las relaciones de nación a nacion: la espe-riencia i la razon nos convencen de que si los hombres son iguales en cuanto a su naturaleza, son relativamente desiguales en cuanto al lugar que ocupan en sociedad, por las prerogativas anexas al mérito, i porque no todos son igualmen-te fuertes en el ejercicio de sus facultades. (Ancízar, Lecciones de psicolojía 304)

Más radicalmente aún, en los manuscritos dedicados a la temática de la moral que completarían sus Lecciones de psicolojía, Ancízar hace las siguientes aseveraciones que por su importancia bien valen la pena ser citadas en extenso:

No existe la igualdad absoluta entre los hombres i si existiera sería una verda-dera desgracia para el género humano haciéndose difíciles si no imposibles las sociedades numerosas. La igualdad no puede predicarse sino de (causalidades), porque en el resto de las cosas no hai más que similitud, según vemos eln los hombres, que son semejantes pero desiguales naturalmente hablando. Si se dice que son iguales en facultades y naturaleza, que lo son en el destino final que les espera i en ciertos deberes y derechos anexos al carácter de hombre, aceptamos de buen grado el principio de la igualdad así esplicado, porque ya no se habla de una igualdad absoluta sino relativa, que es lo que entendemos

´por semejanza. Pero si con aquella frase quiere indicarse identidad de relacio-nes, de fines sociales, de poder y mérito, entonces desechamos esta doctrina como absurda e imposible. Absurda, porque estableciendo una esacta paridad de derecho en todos los asociados para ser remunerados sin diferencia alguna, quedaría destruido el principio altamente social de las recompensas señaladas para las grandes virtudes, negándose al propio tiempo la capacidad que tienen

3 “Las relaciones fundamentales de hombre a hombre, respecto del alma, —sostiene Ancízar— son las de

igualdad esencial i semejanza relativa, por la identidad de su naturaleza” (1851, pág. 303).

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los individuos de levantarse por los esfuerzos de su espíritu a un sumo grado de perfección, lo cual solo es dado a las almas de temple varonil y enérgico. Im-posible, porque si las relaciones que unen a los hombres entre sí fuesen idénti-cas, no existirían las categorías domésticas que hacen diferenciar los derechos y obligaciones recíprocas de los esposos, de estos para con los hijos, y de los hijos para con los padres. […] - La sociedad política se comprende de estos dos elementos [superiores e inferiores] y las relaciones mantenidas en equilibrio por el ejercicio práctico de la justicia, así en el retiro de la familia como en el seno del Estado, pues en una y otra situación hai fuertes y débiles, superiores e infe-riores, pero de ninguna manera iguales, porque entonces no era posible ni el gobierno de una casa, ni el del Estado.4

Al rechazar la “igualdad absoluta”, ésta se transforma en un principio meramente abs-tracto que se refiere solamente a la identidad de la naturaleza esencial de los seres humanos y a la igualdad legal que de allí se desprende como reconocimiento de derechos y deberes civiles. En cuanto principio de participación política de los ciudadanos que otorga legitimidad al Estado, la igualdad es desplazada como concepto central del “sistema político democráti-co”5. En su lugar se ubicará más bien el principio de las “semejanzas” y las “diferencias relativas”, las cuales, a su vez, se formulan en función de escalas de fuerza, riqueza y educación que son entendidas como productos “naturales” de los procesos de civilización. Con ello, el Estado po-día reposar sobre los espíritus iluminados de los hombres blancos, ilustrados y propietarios.

La distinción entre la democracia como proceso histórico por el cual se construyen condiciones sociales igualitarias y la democracia como sistema político fue precisamente una de las innovaciones conceptuales de los doctrinarios, como afirma el investigador Au-relian Craiutu: “In fact, it was the doctrinaires who referred for the first time to democracy as état social during the Bourbon Restoration, a significant conceptual innovation at that time” (Craiutu). Esta distinción permitió separar el análisis histórico y social de las causas que gene-raron el derrumbe del Antiguo Régimen y produjeron la Gran Revolución en Francia, de los presupuestos de un sistema político radicalmente igualitario que había llevado al periodo

4 Manuel Ancízar, “Lecciones de Moral, 1834. Manuscrito conservado en el Archivo Manuel Ancízar en la

Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.

5 Ancízar se empeña en que el sistema democrático es el único viable en Hispanoamérica con las siguientes

consideraciones: “Emancipadas las antiguas colonias, trataron de constituirse bajo el régimen democrático,

único racional en países ricamente dotados en territorio, pobrísimamente dotados en población, destituídos

de capitales, sin tradiciones feudales ni apellidos de alta nombradía; pero rebosando en preocupaciones muy

arraigadas, en vicios de educación y de raza, que no era dable vencer desde luego, porque no era posible

combatirlos de frente sin incendiar la sociedad”. (Ancízar, Editoriales del Neogranadino 26).

del Terror en 1793 y era asociado con la anarquía, el despotismo y una forma degenerada de gobierno popular (Craiutu). Los doctrinarios franceses en cabeza de Guizot intentaban entender la Revolución como producto de un proceso social que había cambiado la natu-raleza de la sociedad y había puesto fin al Antiguo Régimen como la necesaria superación de épocas pasadas. Pero al mismo tiempo pensaban que había que decantar la herencia re-volucionaria, pues ella se había convertido en una “mezcla de verdad y falsedad, un caos de principios, muchos de los cuales no tenían ya nada que ver con aquellos de de 1789” (John-son 56). En esto coincidía plenamente Victor Cousin, para quien el siglo XVIII no había sido sino una etapa en el desarrollo histórico que debía llevarse adelante durante el siglo XIX. En sus lecciones de historia de la filosofía, de 1828, Cousin argumentaba que si la Antigüedad y la Edad Media estuvieron fascinadas con la idea de lo inifinito, la dividnidad y lo místico; los siglos XVII y XVIII habrían sido dominados por las ideas de lo finito, lo material y lo individual. Pero sólo en el siglo XIX se “llega a la concepción tardía de la relación necesaria entre lo finito y lo infinito” (Cousin 148). Este es en realidad la idea clave de su caracterización del eclecti-cismo como filosofía moderada y tolerante que evita los excesos deformantes de todos los sistemas parciales precedentes para configurar un verdadero sistema total de la filosofía. El significado del eclecticismo como escuela y discurso filosófico dominante en Francia radica justamente allí en este tipo de aspiración totalizante. No se trata sencillamente de una filo-sofía superficial y pretenciosa, ni mucho menos de una mezcla inocua de tradiciones filosó-ficas. Antes bien, el discurso filosófico del eclecticismo constituye el mecanismo conceptual de legitimación de un orden social que se concibe a sí mismo como realización última de la humanidad, en la cual quedarían conjurados los conflictos y las incertidumbres que los pro-cesos revolucionarios de la modernidad habían abierto. En palabras de Patrice Vermeren, “no se trata de destruir la filosofía del siglo XVIII, sino de ponerla en su lugar, como hay que hacer con todo sistema en la historia de la filosofía” (Vermeren 39). Ese lugar era el de la abolición definitiva de la sociedad estamental del pasado y el inicio de una nueva sociedad, pero no era más que un momento necesario y cumplido. Si la democracia radical representaba el momento de ruptura, la monarquía constitucional resultaba ser “el gobierno verdadero de Francia y Europa en el siglo XIX”.

3. ¿Democracia sin igualdad?

Aurelian Craiutu subraya la importancia política de la distinción entre democracia como condición social igualitaria y como régimen político igualitario. Para él, esta distinción implicó un giro benéfico en la política moderna que desplazó el énfasis de la participación política igualitaria como condición de legitimidad del Estado, hacia la construcción de condiciones de equidad, de acuerdo con la nueva naturaleza social. Al menos en Francia este giro habría significado que la construcción de la democracia radicaba en moderarla y purificarla de sus pasiones

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revolucionarias potencialmente destructivas y tiránicas (Craiutu 493). La política se habría convertido así en un asunto mucho más realista y pragmático en la medida en que se situa-ba más cerca del estudio de la sociedad moderna y sus aspiraciones de riqueza, educación y justicia. Abandonaba el afán utópico de realizar principios abstractos de soberanía popular y participación política igualitaria, reemplazándolos por la idea de la soberanía de la razón y de los más capacitados.

Sin duda, el pensamiento político de Manuel Ancízar sigue de cerca este giro. Entien-de por democracia un sistema político que no se compromete con la participación política igualitaria de los ciudadanos, pero sí se propone la progresiva construcción de condiciones sociales equitativas basadas en el acceso a la riqueza, la educación y los derechos civiles. Al parecer se trata de pensar un sistema democrático que rehúsa el principio político de la igualdad, pero que simultáneamente se plantea como meta y criterio de legitimidad, la generación de condiciones sociales equitativas. Esta formulación sólo es posible si la repre-sentación de un progreso hacia condiciones sociales equitativas logra ocupar el lugar de lo político como participación igualitaria de los ciudadanos. Es decir, si tras la distinción entre lo social y lo político, este último término resulta siendo absorbido por el primero. En este sentido, el sistema democrático tal y como Ancízar parece concebirlo en las fuentes que he-mos comentado atrás, representa la búsqueda del desarrollo social sin que éste signifique, al menos en un principio, la participación política igualitaria. Al contrario, el sistema demo-crático que Ancízar parece tener en mente sólo permite la participación política de un sec-tor muy restringido de la sociedad, aquellos considerados superiores por sus capacidades intelectuales y materiales. A cambio, el sistema aspira al desarrollo social de la industria, la educación y la justicia, en medio de un devenir político controlado y relativamente pacífico.

Más allá de otras causas que no pueden descartarse, este tipo de sistema democrático parece haber sido incapaz de organizar las élites del país en una misma perspectiva, como lo atestiguan las múltiples guerras civiles que atravesaron el siglo XIX, encabezadas por cau-dillos y élites regionales. Tampoco parece haber sido capaz de impedir completamente la politización de sectores sociales considerados inferiores, como lo ejemplifica por su parte la revuelta de los artesanos en 1852. Pero es difícil no observar que esta comprensión de la democracia contribuyó a consolidar una representación de lo político como problema de administración y dirección de la sociedad hacia metas que son concebidas, planificadas y ejecutadas desde las élites. Una representación de lo político que relativiza la participación política de los ciudadanos, y más bien estimula las relaciones de dependencia de los actores sociales con respecto a las élites. Pero más peligroso quizás sea que el sistema democrático, como lo concibe Ancízar, impide la intervención de sujetos políticos que no permanezcan dentro de las categorías de los sujetos capacitados y superiores. Menos aún aparece en el horizonte la posibilidad de construir proyectos de desarrollo social diferentes, puesto que no es posible concebir otro desarrollo que aquél necesariamente producido por la marcha progresiva de la civilización y los principios últimos de la naturaleza humana. El concepto

de democracia resulta así fuertemente restringido en su sentido político y resulta capturado por un relato unívoco de la naturaleza humana y el desarrollo social. Dentro de este marco se construyó en buena parte la República que 165 años después aún parece concebir la de-mocracia como administración social.

Bibliografía

Ancízar, Manuel. Editoriales del Neogranadino. Bogotá: Editorial Minerva, 1936.

—. Lecciones de psicolojía. Bogotá: Imprenta del Neo-granadino, 1851.

—. Lecciones de psicolojía y moral. Bogotá: Imprenta del Neogranadino, 1851.

Cousin, Victor. Necesidad de la filosofía. Buenos Aires: Colección Austral, 1947.

Craiutu, Aurelian. «Tocqueville and the political thought of the french doctrinaires (Guizot, Royer-COllard, Rému-

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Fernández Viciedo, Yuri. «El intelectual y el político: Félix Varela y Morales ante el trienio constitucional (1820 –

1823).» Revista Caribeña de Ciencias Sociales (2013).

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Johnson, Douglas. Guizot. Aspects of French History: 1784-1874. Londres: Routledge & Kegan Paul, 1963.

Loaiza Cano, Gilberto. Manuel Ancízar y su época (1811-1882). Biografía de un político hispanoamericano del

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Palti, Elías J. El tiempo de la política. Buenos Aires: Siglo XXI editores, 2007.

Vermeren, Patrice. Victor Cousin. El juego político entre la filosofía y el Estado. Rosario: Homosapiens, 2009.

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Juan Manuel Dávila Dávila6

La ciencia administrativa de Florentino GonzálezEn 1840, Florentino González (Cincelada, 1805 – Buenos Aires, 1875), abogado natural de Cincelada

(vereda cercana al municipio de Charalá en el actual departamento de Santander), publica en Bogotá el primer tratado americano que se conozca sobre el campo de la administración pública (Guerrero, 1994: 20). Titulado Elementos de ciencia administrativa, y publicado en dos tomos (González, 1840a; 1840b) el libro de González ha sido resaltado dentro de la historia intelectual latinoamericana por dos razones fundamentales, en primer lugar por su carácter pionero, puesto que:

La aparición del libro de don Florentino […] representa un suceso de enorme importancia universal para la ciencia de la administración […] 30 años después de que Bonnin fundara los cimientos modernos del estudio científico de la ad-ministración pública, los principados alemanes seguían cultivando a la ciencia de la Policía, como en las viejas épocas del despotismo ilustrado. […] Por su parte, en Francia, Bonnin había sido olvidado y sus aportes a la ciencia de la ad-ministración reemplazados por el derecho administrativo; por consiguiente, los estudiosos contemporáneos de la administración pública francesa, no dejan de lisonjearse de la aparición, en 1845, de los “Estudios administrativos” de A. Vivien, cuyo mérito principal fue rescatar el estudio de la administración pública, con

6 Historiador P.U.J.. Estudiante Doctorado Ciencias Humanas y Sociales CES/UNAL

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En este sentido, el carácter excepcional del texto de González consiste justamente en que logra ocupar un lugar central dentro de una corriente universal de pensamiento. De ahí que el estudio de esta obra y su autor se oriente tanto a rescatarlo del olvido; como a valo-rar su contribución a un pensamiento universal, la disciplina de la administración pública en este caso. Cosa que no ha sucedido con otro texto que sobre la materia se publicó, también en Bogotá, en el año de 1847, los Principios de administración pública (Pinzón, 1847), escrita por el también abogado y estadista de Vélez (en el actual departamento de Santander) Cer-beleón Pinzón (1813-1870), cuya obra no ha merecido sino unas pocas líneas:

Años más tarde, en 1847, el abogado Cerbeleón Pinzón, de inclinación algo con-servadora, escribió otro trabajo sobre administración pública […] Esa ciencia ayudaba a determinar las mejores maneras de nombrar funcionarios públicos, dar órdenes aisladas y dictar reglamentos ejecutivos y resoluciones, vigilar las acciones administrativas, responder a la opinión pública, respetar los derechos individuales, etc., de todo lo cual se ocupaba el texto de Pinzón (Uribe, 1996: 96).

Anotando a renglón seguido, en un esfuerzo por rescatarlas del olvido, la efímera pre-sencia de los textos de González y de Pinzón en la enseñanza de la Ciencia Administrativa en el contexto neogranadino:

En 1849 ya estos textos se encontraban agotados, y una nueva generación de abogados-burócratas, formada en la década de 1840, hubo de improvisar sus propios textos al hacerse cargo de las cátedras de ciencia administrativa y cien-cia constitucional. En efecto […] el joven José María Samper […] A comienzos de la década de 1850 se vio obligado a escribir un corto texto de resumen, pues los de Pinzón y González se encontraban agotados y no fueron reimpresos (Uri-be, 1996: 97).

Sin embargo, dichos textos, a pesar de que no fueron reimpresos, por lo menos la obra sobre administración de González sí continuó formando parte esencial de la enseñanza de la ciencia administrativa hasta bien avanzado el siglo el siglo XIX. Al menos en Bogotá. Prueba de ello lo constituye el programa que sobre la materia compusiera el catedrático de la re-cién fundada Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia José María Quijano Wallis, quien lo recomienda como texto de estudio junto con los trabajos de Bonnin, Bea-juour, Tocqueville, y otro texto escrito por Pinzón en la década de 1830, y vuelto a publicar en edición revisada en la década de 1850, el tratado de Ciencia constitucional (Pinzón 1839; 1852. Quijano, 1873: 29).

El segundo estudio crítico sobre los Elementos de ciencia administrativa además de des-tacar su carácter pionero de la obra de González, busca situarlo en el marco de la discusión

independencia del derecho administrativo. Francia recuperó a la ciencia que ella misma creó, cuatro años después de que don Florentino había publicado sus “Elementos” (Guerrero, 1994: 16-17).

Y, en segundo lugar, por su aportación al pensamiento administrativo universal, a la moderna disciplina de la administración pública:

La ciencia de la administración pública es la disciplina, entre las ciencias sociales de más antigua data en la enseñanza sistemática, pues comenzó a ser imparti-da en Alemania en 1727. […] Asimismo, tiene el mérito de haber configurado el primer perfil profesional en ciencias sociales, por medio de la Profesión en Po-licía, Economía y Cameralística, nombre con el que se organizaron estos cursos. […] Uno de los méritos principales de Florentino González, consiste en haber introducido la ciencia de la administración en nuestro continente, a través de su fundador, Charles-Jean Bonnin. […] Para ambos autores, la ciencia de la adminis-tración es una disciplina encaminada a ofrecer un conocimiento de los principios que rigen a los asuntos de orden público, y a los cuales don Florentino destaca como de índole social. Estos principios, sustentados en el saber científico, son la guía que sirve de brújula a la actividad de las autoridades para hacer realidad el destino y misión de la administración pública: conservar las relaciones entre la sociedad, como un todo, y las personas individuales que la integran. Estas mis-mas nociones se adoptaron en España, poco tiempo después (Guerrero, 1994: 22).

Así, repasando algunas líneas del uno de los dos estudios críticos existentes sobre los Elementos de ciencia administrativa nos damos cuenta que la pretensión del comentarista es buscarle un lugar, insigne por demás, a la obra de González dentro de los antecedentes de una disciplina moderna: la administración pública. A partir de un desarrollo de la discipli-na desde sus orígenes alemanes en las ciencias de la policía, la economía y la cameralística, pasando por su transformación en ciencia administrativa de la mano de Bonnin en la Fran-cia de comienzos del siglo XIX. Ciencia adoptada en el contexto iberoamericano durante la primera mitad del siglo XIX de lo cual quedó como testimonio una abundante producción bibliográfica; para ser adoptada nuevamente por Francia en la década de 1840, y a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX por países que consolidarán una fuerte tradición teórica en este campo: Alemania, Italia y los Estados Unidos (Guerrero, 1994: 13-19). Así pues, la im-portancia de los Elementos de González radica no sólo en su carácter pionero, sino que al discutir directamente las tesis de uno de los fundadores de la disciplina de la administración, Bonnin, le permite superar el carácter marginal y periférico que suele caracterizar la produc-ción intelectual iberoamericana. Protagonismo reforzado además, por el olvido y el rezago en que cayó esta disciplina en países que posteriormente tomarán el liderazgo en su desarrollo.

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adelantada a lo largo de las décadas de 1820 a 1850 con respecto a la forma que debía adop-tar la estructura del Estado colombiano, si este debía ser de orientación centralista o si bien debía adoptar una estructura de corte federalista. Para ello, el autor, además de los Elementos de González, da cuenta de su producción periodística a partir de los artículos que González publicara en el Conductor en los años de 1820 y la Bandera nacional en la década de 1830, así como sus trabajos de cara a la reforma constitucional de 1858, dando cuenta de este modo del giro que dio González de su defensa de un Estado centralista hacia un Estado de corte federalista a lo largo de estos años. Cambios de concepción que obedecieron a las circuns-tancias y necesidades políticas del momento, en este sentido se señala que:

El pensamiento de Florentino González en cuanto a las bondades del federa-lismo pasó por varios estadios, de ser un opositor del mismo en 1827 hasta ser un defensor a ultranza de este sistema a partir de 1838 y precursor del cambio promovido con la Constitución de 1858. Estos cambios encuentran su funda-mento en gran parte por el carácter político de González, quien desde su partido siempre tomó posiciones radicales influenciadas por las tormentas políticas de la época. Si bien es cierto que los cambios de González parecen más reacciones a ciertos líderes del partido opuesto que estaban en el poder, su mérito consis-te en haber fundamentado sus ideas de manera sólida y en haber consolidado propuestas serias y fundamentadas en la reforma de la administración pública y las instituciones administrativas colombianas (Villalba, 2009: 174-175).

En medio de dicha discusión y del giro realizado por González sobre de concepción acerca de la estructura del Estado, su libro sobre la ciencia administrativa constituyó un punto intermedio en la medida que aunque “se acercó en sus estudios al modelo estatal de descentralización administrativa y centralización política […] las vicisitudes políticas de la época lo llevaron posteriormente a optar por defender el sistema federal” (Villalba, 2009: 175). En este sentido señala Villalba:

En el planteamiento que en su libro “Elementos de Ciencia administrativa” hace González, encontramos un medio entre la forma federal y la centralista, lo cual se refleja en su inclinación hacia la búsqueda de la autonomía municipal […] no plantea una forma federal en la cual cada Estado tenga su propia legislatura o funciones judiciales independientes, simplemente hace énfasis en el poder municipal. Si bien en otra época de su vida política llega a ser simpatizante del modelo federal norteamericano, en […] 1840 plantea el fortalecimiento del po-der municipal como base para llegar al cumplimiento de los fines del Estado. La principal virtud de las propuestas de este autor radica en que nunca buscó co-piar o hacer una trasposición de instituciones foráneas a la Nueva Granada, sino

que su constante preocupación fue buscar el modelo que mejor se acomodara a la realidad social y a las necesidades de estos territorios (Villalba, 2009: 169).

Así pues, si bien son poco los trabajos dedicados específicamente a los Elementos de Ciencia administrativa de González, se puede constatar cómo cada uno busca destacar distintos aspectos del mismo, como su contribución pionera a un campo disciplinar, la ad-ministración pública; su lugar en el desarrollo de esta disciplina en la historia colombiana; y su lugar en el debate que se desarrolló en el siglo XIX sobre si el Estado colombiano de-bía adoptar una estructura centralista o federalista. A lo largo de estos trabajos hemos vis-to también como ha ido evolucionando la perspectiva desde donde se ha leído el libro de González, puesto que si en el artículo de Guerrero la pretensión era destacar la importancia de la obra de González como contribución a una historia universal de las ideas, así sea una contribución olvidada, pero que remite a “la problemática particular que la historia de las ideas plantea en la “periferia” de Occidente […] regiones cuyas culturas tienen un carácter

“derivativo” […] más concretamente, cuál es el sentido y el objeto de analizar la obra de pen-sadores que, según se admite, no realizaron ninguna contribución a la historia de las ideas en general; qué tipos de enfoques se requieren para tornar relevante su estudio” (Palti, 2007: 23). Los estudios posteriores buscan inscribir el trabajo de González dentro de la tradición política y jurídica local. Desde este punto de vista, el artículo de Villalba se acerca más a los planteamientos más contemporáneos de lo que debe ser una historia intelectual no como historia de las ideas, sino como historia de los lenguajes políticos, pues “un lenguaje político no es un conjunto de ideas o conceptos, sino un modo característico de producirlos” en este sentido el ejercicio de reconstrucción de un lenguaje político no se limita a “analizar los cam-bios de sentido que sufren las distintas categorías, sino que es necesario penetrar la lógica que las articula, como se recompone el sistema de sus relaciones recíprocas” (Palti, 2007: 17). Asunto que Villalba aborda a través de la discusión entre una estructura estatal de corte cen-tralista o federalista, evitando caer en la trampa de los “modelos ideales” y su diferencia con las “particularidades latinoamericanas” (Palti, 2007: 37-38) al centrarse en la importancia local que para la conformación de la estructura estatal tuvo la discusión política a partir de dos formas de organización que si bien no fueron inventadas localmente su adopción no se hizo sin haber mediado una discusión basada no sólo en las concepciones y la experiencia nor-teamericana y europea, sino en sus posibles efectos sobre la estructura estatal colombiana.

Ahora bien, siguiendo esta la línea de historia intelectual Palti nos muestra un camino sobre el cual avanzar en el estudio de los Elementos de ciencia administrativa de Florentino González, y es el establecer su carácter de evento singular a partir de la dimensión pragmá-tica del lenguaje que atraviesa esta obra. En este sentido, señala Palti:

Sólo a partir de una consideración simultánea de las diversas instancias de lenguaje se pueden establecer relaciones significativas entre los textos y sus

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contextos particulares de enunciación […] y convertir así a la historia intelectual en una verdadera empresa hermenéutica. Si enfocamos nuestro análisis exclusi-vamente en la dimensión referencial de los discursos, no hay modo de trazar las marcas lingüísticas de su contexto de enunciación, puesto que, en efecto, estas no radican en este nivel. De allí que siguiendo, los procedimientos habituales de la historia de las ideas, no pueda hallarse en las “ideas latinoamericanas” ningún rasgo que las particularice e identifique como tales: sólo la consideración de la dimensión pragmática de los discursos permite comprenderlos como eventos (actos del habla) singulares. En definitiva, la búsqueda de las determinaciones contextuales que condicionan los modos de apropiación, circulación y articu-lación de los discursos públicos nos conduce más allá de las historia de “ideas” (Palti, 2007: 295-296).

¿Y cuál es, entonces, ese carácter singular, pragmático, propio del texto de Florentino González? En nuestra opinión, dicho carácter reside en su pretensión de ser un texto a ser utilizado en un curso universitario, orientado específicamente a la formación de los estu-diantes de las facultades de jurisprudencia neogranadinas. En este sentido señala González al comenzar su obra que:

El objeto de mi obra es poner a la juventud en camino para llegar a una orga-nización administrativa más perfecta de la que tenemos. Yo no pretendo dar lecciones a los hombres de Estado, que con serlo y merecer este nombre, no las necesitan: es a la juventud, en quien se fincan las esperanzas de la patria, que se dirigen mis reflexiones (González, 1840a, III).

Una obra que fue producto, no sólo de una experiencia de González como hombre público, sino de su experiencia como docente. Específicamente como catedrático del Cole-gio de San Bartolomé, por aquel entonces parte de la Universidad Central de Bogotá, entre 1833 y 1839. Tal como lo recuerda González en el prefacio:

Hace algunos años que recibí el encargo de dar lecciones de ciencia administra-tiva a los cursantes de jurisprudencia en el colegio de San Bartolomé de Bogo-tá. Yo había estudiado bajo el sistema de enseñanza español, que se conservó después de establecida la República: entonces no se enseñaba aquella ciencia; y mis maestros tampoco la sabían. Me vi precisado a enseñar lo que no había aprendido, y necesitaba hacer un estudio más asiduo que el de los alumnos que recibían mis lecciones. Eché mano de los libros que indica el plan orgánico de la enseñanza, medité sobre nuestras leyes orgánicas de la administración pública; pero todas las nociones que adquirí no llenaban mi objeto; yo no podía enseñar

a mis discípulos el mejor modo de manejar los intereses y negocios sociales, para que cuando ellos fuesen legisladores pudiesen hacer uso de los principios que hubiesen adquirido para mejorar las leyes administrativas. Hallaba en Bonnin una centralización, en que naturalmente quedaban olvidados los intereses de las localidades, y por desgracia encontraba también nuestras leyes calcadas so-bre aquellas doctrinas perniciosas (González, 1840ª: I).

Esta critica a las insuficiencias del los textos de Bonnin (1812a; 1812b; 1812c; 1829; 1834) prescritos por el plan de estudios de 1826, no aparece por primera vez en los Elementos de González, ni es de su preocupación exclusiva. Prueba de ello es un artículo publicado en la Ban-dera nacional a propósito de los certámenes públicos sobre esta misma materia adelantados en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en agosto de 1838, en donde leemos que:

Las proposiciones de ciencia administrativa defendidas por la clase que […] dirige el señor Cañarete, nos han complacido; porque nos parece que ellas son tomadas de nuestra legislación granadina, y no de ese Bonnin, que escribió expresamente para Francia, y de un modo bastante metafísico (Certámenes públicos; 1838: 196).

Sin embargo, pese a los defectos del texto de Bonnin, su carácter “metafísico”, y pese a la tardía puesta en marcha de esta cátedra en el ámbito universitario lo que nunca se puso en duda fue la importancia de la ciencia administrativa para la formación de los estudiantes de jurisprudencia, pues, como explica el historiador Víctor Uribe-Urán:

El plan de 1826 de Santander […] contemplaba […] la introducción del derecho o “ciencia” administrativa, […] Su introducción y su enseñanza desde mediados de los treinta, sugieren que las élites gobernantes no sólo estaban interesadas en la secularización de la sociedad y la educación, la formación de buenos ciu-dadanos mediante la difusión de los ideales constitucionalistas republicanos, la difusión de las doctrinas librecambistas o incluso la formación de buenos abogados litigantes. Estaban más interesadas en formar generaciones de em-pleados públicos: verdaderos “mandarines”, “fiscalistas” o administradores del estado. En esto siguieron ciertamente las prácticas acostumbradas de otros paí-ses. Más importante aún, se basaban en una larga tradición colonial que veía la educación de los abogados como un campo de entrenamiento y una palanca para que tuvieran vidas honorables en el servicio del estado (Uribe; 2008: 260).

Y agrega Uribe, a renglón seguido, que la crítica a Bonnin se apoyaba más que en una cuestión filosófica, en una cuestión práctica. De ahí la urgencia por publicar textos universi-tarios que respondieran a las condiciones locales, el de González, el de Pinzón y un tercero

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del abogado panameño Esteban Febres Cordero (1838), más que a los problemas teóricos y conceptuales fundamentales de la disciplina:

El texto de Bonnin, aunque moderadamente monarquista y tendiente más ha-cia temas políticos que administrativos, constituía sin embargo una mejora con respecto a los manuales administrativos usados por los administradores colo-niales hasta el siglo XVIII. Para 1840, tres abogados habían publicado textos más apropiados para las condiciones locales. […] estos libros locales se convirtieron en textos regulares de estudio. Intentaban desmantelar el estado “patrimonial” colonial e implementar un estado cada vez más “burocrático”, al ofrecer guías prácticas sobre la conducción de una administración pública eficiente en un gobierno republicano tripartita. Sentaban normas en cuanto al nombramiento y rotación de los burócratas y la expedición de reglas. También enfatizaban la necesidad de conceder igual acceso a los cargos públicos, con preferencia para los puestos electivos sobre los designados, en los diferentes niveles administra-tivos. Igualmente promovían la eliminación de privilegios y subsidios y la con-cesión de autonomía administrativa (Uribe; 2008, pp. 261-262).

Y cuyas consecuencias sociales y para el funcionamiento del estado no pueden pasar desapercibidas.

La necesidad de administradores estatales competentes era tan ampliamente sentida que incluso muchas figuras aristocráticas, por lo general opuestas a la proliferación de abogados […] apoyaron la educación de abogados burócratas. Después de todo, la cultura legal y política de la Nueva Granada siempre había aceptado de buena gana a los letrados burócratas. […] Ospina [por ejemplo] envió al Congreso un informe [en donde] elogiaba la enseñanza en “las ‘universi-dades’ del derecho y la práctica administrativos”, y expresaba la esperanza de que

“hombres así educados para la carrera pública estén preparados no solamente para ocupar posiciones judiciales, sino también cargos políticos y municipales”. Después de todo, a Ospina, como a algunos de sus amigos aristocráticos, no les fue fácil librarse de la mentalidad colonial que consideraba la carrera burocrá-tica como el resultado lógico del estudio del derecho. Parece entonces, por lo tanto, que incluso los miembros de la élite de mentalidad conservadora estaban empeñados en educar un buen número de abogados […] para la muy hono-rable y muy “practica” tarea de la administración pública (Uribe, 2008: 265-267).

De ahí que el grueso de los dos volúmenes de los Elementos de ciencia administrativa estuviesen dedicados a tratar de las diferentes dependencias que conforman la estructura

administrativa del Estado neogranadino. Dividido en cuatro libros, el primer libro se dedica a exponer los fundamentos teóricos, los principios, sobre los cuales se funda la ciencia ad-ministrativa. Y que González sintetiza fundamentalmente en tres: los medios pasivos, bási-camente el territorio nacional; los medios activos o los agentes de la administración pública, los funcionarios; y el movimiento administrativo, que remite a las relaciones y jerarquías entre los distintos funcionarios y dependencias que forman el aparato administrativo. Los tres libros restantes se consagran a describir las diferentes dependencias que conforman el aparato administrativo del Estado, así como las funciones y atribuciones de los encargados de cada una de las dependencias, desde el nivel más alto que corresponde a la institución presidencial como representante de la jefatura de Estado, hasta el nivel local representado por las alcaldías municipales, las parroquias y los consejos comunales. Y en donde más allá de discutir la conveniencia de adoptar un régimen central o federal, el tratado se apoya sobre una distinción más fundamental, la distinción entre lo público y lo privado, de ahí que en la definición general sobre el propósito de la administración González diga que:

La ciencia administrativa es el conocimiento de los principios, en virtud de los cuales debe arreglarse la acción de las autoridades a quienes se encargue el manejo de los intereses y negocios sociales, que tengan el carácter de públicos. […] Los intereses y negocios que tienen tal carácter son aquellos que afectan al individuo considerado en el predicamento de miembro de la sociedad política, y relacionados con los demás individuos que forman esta sociedad. Llamamos intereses y negocios individuales y privados aquellos de que puede cuidar el individuo solo guiado por su propia utilidad y por los principios de la moral de-ducidos de esta misma utilidad […] en que el interés guía sin intervención de la autoridad (González, 1840a, I).

Así, la acción de la autoridad, el agente o medio activo de la administración en la concepción de González, estará supeditada a lo público en la medida que corresponden a intereses y negocios sociales que afectan a la comunidad. En este sentido aclara González:

Para que los individuos de una sociedad política puedan hallar en ella el bien-estar y la felicidad, es necesario que todos sus intereses y negocios que tienen relación con el estado social sean bien atendidos, ya tengan ellos conexión con la masa entera de la sociedad, ya se refieran a porciones más o menos conside-rables de ella […] La acción de la autoridad sobre los intereses o negocios pú-blicos o el manejo de ellos, debe arreglarse, pues, por esta variedad; y las leyes administrativas deberán tenerla presente al dar a los funcionarios sus respectivas atribuciones. Cuando los intereses puedan recibir una acción uniforme y gene-ral, puede el legislador dar una disposición directa, que se lleve a efecto de una

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misma manera en todos los puntos del territorio […] pero cuando los intereses por ser varios, no pueden recibir esta acción uniforme, exigen particulares mo-dificaciones en el ejercicio del poder público para que puedan ser manejados con acierto y prudencia: y aún requieren también que autoridades distintas sean las que tienen intervención en ellos (González; 1840a: 2-3).

De ahí la importancia para González de las diferentes instancias del gobierno: nacio-nal, regional y local:

La nación se divide en diferentes secciones, con el objeto de que el gobierno y la administración, tocando con cada una de ellas pueda imprimir el movimien-to y la vida a la sociedad en general. Es, pues, preciso que haya quien sirva para llenar este objeto, en cada una de las expresadas secciones, es decir que el jefe de la administración tenga en cada una un agente que lleve a efecto las órdenes que le comunique, conforme a las reglas o leyes, según las cuales haya de ma-nejarse la cosa pública […] Siendo de diferente importancia las secciones que están sujetas a la acción de estos agentes, según la mayor o menor extensión del territorio, el número de los habitantes y la magnitud de los intereses que les sean peculiares, o que tengan relación con la sociedad en general, también puede ser diferente la extensión de las facultades que se conceden a los agentes […] Así desciende la acción de la autoridad, desde el punto más elevado, des-de el jefe de la nación, hasta el funcionario que en la parroquia o común toca inmediatamente con los habitantes (González; 1840a; 26-27).

Y de ahí también que se dedique a describir minuciosamente las funciones de todos aquellos encargados de la función administrativa. De arriba hacia abajo. Así, el libro se-gundo de los Elementos estará dedicado a la administración nacional, comenzando por la institución presidencial y las secretarías de Estado: Interior, Relaciones Exteriores, Hacien-da, Guerra y Marina. Pasando luego a ocuparse de la administración provincial o regional, los gobernadores y sus secretarios, pasando por el merino como jefe cantonal, para llegar a los alcaldes, y jefes de las parroquias y las juntas de acción comunal. Así pues, el valor de este tratado elemental no reside únicamente en brindar las nociones generales, y las categorías teóricas de la ciencia administrativa, sino que a lo largo de sus 2 tomos y más de cuatrocientas páginas se ocupe de describir con bastante precisión el organigrama estatal neogranadino al uso en parte final de la década de 1830. De ahí, para terminar, la longevidad de un texto que más allá de las dificultades en su consecución, pues no cono-ció segunda edición, logró mantenerse (o recuperarse) para su uso treinta años después en la Universidad Nacional. Claro indicio del carácter estratégico en la formación no sólo de los estadistas y hombres públicos responsables de las altas esferas del Estado, sino de

abogados y funcionarios de nivel medio e inferior, “los mandarines” o “Huestes del Estado” y que debía obedecer a la nueva racionalidad republicana. En este sentido, “esta asigna-tura fue vital en la formación de burócratas y en la difusión de doctrinas” y que obedeció

“al auge de la nueva racionalidad que trató de impulsarse en el manejo de los asuntos públicos, en gran medida como reacción frente al modelo de administración hispánico” (Gaitán; 2002: 97-98).

Referencias

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cation et de Jurisprudence d’Alexis Eymery.

Bonnin, Charles-Jean-Baptiste (1812c) Principes d’ administration publique. Tome troisieme. Paris: A la Librairie

d’Education et de Jurisprudence d’Alexis Eymery.

Bonnin, Charles-Jean-Baptiste (1829) Abrégé des principes d`administration. Publié d’apres la troisieme édition. Pa-

ris: Amable Costes libraire Éditeur.

Bonnin, Charles-Jean-Baptiste (1834) Compendio de los principios de administración, escritos en francés por C. J. B.

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“Certámenes públicos” (1838), La bandera nacional. Bogotá: ago. 19 de 1838, n. 45. pp. 195-196.

Febres Cordero, Esteban (1838) Ciencia administrativa o principios de administración pública. Extractados de la obra

francesa de Carlos Juan Bonnin, con algunas notas importantes, para uso de la juventud istmeña. Panamá:

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González, Florentino (1840a) Elementos de ciencia administrativa por Florentino González, ciudadano de la Nueva

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González, Florentino (1840b) Elementos de ciencia administrativa por Florentino González, ciudadano de la Nueva

Granada. Comprende el bosquejo de un sistema de administración pública para un Estado republicano. Tomo

II. Bogotá: Imprenta de José A. Cualla.

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Pinzón, Cerbeleón (1839) Tratado de ciencia constitucional, por Cerbeleón Pinzón. Bogotá: Impreso por Nicolás

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Pinzón, Cerbeleón (1847) Principios sobre administración pública, por Cerbeleón Pinzón autor de la ciencia constitu-

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Pinzón, Cerbeleón (1852) Tratado de ciencia constitucional por Cerbeleón Pinzón. Segunda edición revisada por el

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Palti, Elías (2007) El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo XXI.

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Uribe-Urán, Víctor (2008) Vidas honorables. Abogados, familia y política en Colombia 1780-1850. Medellín: Fondo

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Villalba, Juan (2009) “El sistema de administración pública en la Nueva Granada según el pensamiento de Flo-

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Doménico Di Marco Gómez

Moralistas: de ciencia, religión y filosofía nietzscheana en la regeneración y la hegemonía conservadora (1886-1930)

El interés por los temas contenidos en la presente ponencia surgió unos años atrás cuando, revi-sando los escritos de Biófilo Panclasta, encontré en ellos el vínculo del pensamiento de éste con las ideas de Federico Nietzsche. Tales hallazgos, así como la curiosidad misma, se vieron alimentados tras descubrir que el filósofo había sido leído por un puñado más de intelectua-les nacionales (entre los que estaban Baldomero Sanín Cano, José Asunción Silva, Fernando González y Nicolás Gómez Dávila). Lo que entonces me causó particular inquietud no fue, tan sólo, comprobar que el filósofo alemán era conocido en el país, y que su obra tuvo una particular recepción, sino observar que tal reconocimiento y tal influencia se dieron tiempos

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tan tempranos como lo fue el final del siglo XIX. Por compartir arraigados prejuicios sobre la época de la Regeneración y la Hegemonía Conservadora, consideraba que en tales años, tan aparentemente retardatarios, no había sido posible ningún tipo de ejercicio de pensa-miento libre y divergente; así, fue mayor mi sorpresa al corroborar que no sólo habían exis-tido (aún en su supuesta insularidad) espacios de pensamiento alternativo, sino que éstos estaban vinculados a un discurso tan diametral y radicalmente opuesto del que consideraba era el propio del período.

Este trabajo, busca, entonces, poner en tela de juicio lo que se supone es la moral do-minante de la Regeneración, alejándose de la versión unívoca que la equipara absolutamen-te con la moral católica, para producir una nueva definición de la misma que dé cuenta, de manera holística, de las relaciones y tensiones que en ella encarnaron los discursos religiosos y científicos, las posturas liberales y conservadoras. En segundo lugar, se quiere dar cuenta de la apropiación de las ideas de Nietzsche en lo que respecta a la moral; se tratará, de este modo, de mostrar qué tipo de moral se produjo en la obra de Silva, Sanín Cano, Panclasta y González Ochoa, y cómo ésta se presentó como una alternativa a la moral dominante; final-mente se buscará localizar a la moral nietzscheana, que hemos tildado de marginal, dentro del panorama moral dominante, de modo que se logre romper con la idea de su insularidad y nimiedad. Podría decir, adelantándome al texto, que la hipótesis general que guio el trabajo, y que creo fue corroborada, es que la filosofía de Nietzsche fue importante aliciente para la emergencia de una nueva moral que, señalando la efectiva colusión de la ciencia y la religión, del liberalismo y el conservadurismo, en la ética predominante de la época, logró constituir-se como una alternativa a la moral dominante y pervivir, por medio de canales alternativos (como el arte y la literatura), y a pesar de su invisibilización, a través de la historia nacional.

1. De la Moral Dominante, la ciencia y la religión

Cuando se habla de la Regeneración y la Hegemonía Conservadora (1886-1939) se suele hacer én-fasis en la irreconciliable distancia entre los partidos Liberal y Conservador, y entre la Ciencia y la Religión. Del mismo modo, es común encontrar que, cuando se analiza el pensamiento de la época, en lo que se entiende como historia de las ideas, se suele señalar categórica-mente la inexistencia efectiva de un ejercicio filosófico libre y de un desarrollo científico y técnico modernizante, a causa de la aparente hegemonía de la doctrinas católicas (tildadas de retardatarias, oscurantistas e integristas, entre otros). Pensar, no obstante, las relaciones entre los partidos Liberal-Conservador y los sistemas de pensamiento Ciencia-Religión, en el terreno moral, político y de saber, no como dicotomías irreconciliables, ni como diferen-ciaciones vacuas y aparentes, sino en términos de un campo de relación-tensión, nos exige necesariamente entrar a revisar las unidades acríticas que suponen los conceptos de Libe-ral y Conservador. Difícilmente podemos encontrar, en el terreno intelectual y político de la

Colombia de la Regeneración, ejemplos prístinos y radicales de lo que se ha denominado acríticamente como sujetos y pensamientos liberales o conservadores; por el contrario, y más allá de la denominación que éstos se dieran, al analizar el campo del discurso, encontramos que, en la práctica, Liberal y Conservador fueron, estrictamente, polos dentro de un campo epistémico a partir del cual se entablaron relaciones y disputas que configuraron el mapa efectivo de la moral dominante.

En tal medida, un trabajo de análisis histórico-crítico debería mostrarnos que en el discurso de los pensadores y políticos denominados liberales (que hacia finales del siglo XIX asumieron el orden científico-positivista) no se excluye al discurso religioso y tradi-cional, sino que, por el contrario, se hace de él un interlocutor válido y constitutivo de un sistema de verdad común, sobre el cual se producen los aparatos prescriptivos de la moral dominante y oficial .Del mismo modo, un análisis de este orden, tendría señalar que en el discurso conservador de la Colombia regeneracionista se hace uso extensivo de las meto-dologías de la ciencia, con el fin de inscribir a las verdades de la religión en una explicación racional-experimental.

1.1 El liberalismo religioso

“Por segunda vez el ideal cristiano y el ideal revolucionario, aparentes adversarios de todos los tiempos, se ven confundidos en una misma agresión

y vinculados en la esencia íntima de una doctrina común: astros aparecidos en los dos polos del firmamento, giran una y otra vez en órbitas lejanas

y contrapuestas, simbolizan por una centuria los dos términos extremos de una antinomia al parecer irreductible y eterna, hasta que un día en la

incesante revaluación de las ideas nos deslumbra en pleno cenit su misteriosa e imprevista conjunción”. Carlos Arturo Torres, Idola Fori (Torres 84).

La construcción que se hizo del conocimiento por parte de los pensadores positivistas de corte spenceriano, y de buena parte de la intelectualidad liberal regeneracionista (que ya no era utilitarista y anti-católica), lejos de ahondar en la polémica religión-ciencia, apuntó a crear un terreno común entre las epistemologías del catolicismo y de la ciencia racional. Tal re-conciliación fue posible al demostrar, por medio de la deducción lógica, la relatividad del conocimiento científico, cosa que abrió las puertas al campo de lo incognoscible. En su curso de Filosofía Experimental, de 1890, Ignacio V. Espinosa, maestro de la Universidad Externado de la República, señalaba, con respecto a la razón, que “las últimas ideas de la ciencia son inconcebibles; el análisis de ella nos indica que debemos quedarnos en el campo de lo re-lativo, y que si la inteligencia humana, tiene un gran poder en el dominio de la experiencia, es impotente fuera de él” (Espinosa 25). En consecuencia, el conocimiento no relativo, es de-cir, el conocimiento ajeno de la experiencia, permite la enunciación de verdades religiosas;

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Espinosa escribía que “no podemos darle ni quitarle atributos a la primera causa, que ella permanece desconocida y que la existencia de algo, para nosotros desconocido, es la ver-dad que forma el fondo de todas las religiones, verdad descubierta por ellas y sostenida por la ciencia” (Espinosa 11).

Espinosa, quien es maestro en una institución liberal (Externado de la República) y se ocupa de un saber científico (Filosofía Experimental), busca específicamente asignar los lugares del conocimiento científico y religioso (a la ciencia se le otorga el terreno de lo rela-tivo-cognoscible y a la religión el terreno de lo inmutable-incognoscible). En tal medida, al señalar los alcances y los límites de cada uno, el positivismo spenceriano, proclamado por Espinosa, permite tanto reconocer la existencia válida de cada uno de estos terrenos como su relación indisociable. En ese sentido dice Espinosa que “la esencia íntima de las cosas es inconcebible para nosotros; más aún cuando no podemos conocer, en el sentido estricto de la palabra, lo absoluto, hemos visto que su existencia positiva es dato de la conciencia. Este dato es el que sirve de base al acuerdo entre la religión y la ciencia” (Espinosa 39).

La relación entre las verdades de científicas y religiosas se hace aún más pública en las ideas de Rafael Núñez, quien asegura que el deber de la ciencia es conocer, relativa y li-mitadamente, las leyes universales de Dios:

Pero se dice «aunque todo el universo está sometido a cierto orden, y la crea-ción no puede ser obra de la casualidad, no es dado al hombre ni comprender los designios de Dios, ni alterar las leyes de la Naturaleza. En el mundo humano, como en la inmensidad cósmica, todo se liga, los efectos se encadenan a las causas; pero es imposible fijar las leyes de esta concatenación si no se reconoce un Supremo Creador, y si no se parte de la unidad moral en el mundo. Aun en el estudio de las ciencias inorgánicas en que podemos apreciar todo, los prin-cipios varían, y no hay regla que no tenga excepciones». (…) Nosotros agrega-mos que no se trata de alterar las leyes de la naturaleza, sino antes, al contrario, de descubrirlas y acatarlas. No creemos que el hombre pueda jamás conocer por completo el conjunto de los designios de Dios; pero sí una parte de ellos, siquiera diminuta y transitoria (Núñez 398-399).

Igualmente, Carlos Arturo Torres, alumno de Espinosa en el Externado7, va a compartir, años después, las mismas nociones fundamentales de Núñez y de su profesor. En Idola Fori, texto que busca desacreditar argumentativamente los radicalismos tanto racionales como religiosos, Torres nuevamente trata de ubicar los límites del conocimiento científico con el

7 Ver la dedicatoria hecha a sus alumnos por: Espinosa, I. V. (1891), Filosofía experimental. Extracto de las

doctrinas psicológicas de Herbert Spencer, Bogotá: Lleras y compañía.

fin de dar espacio al conocimiento propio de la religión. Al respecto dice que “la razón hu-mana no puede, no podrá jamás afirmar nada de cuanto se encuentra allende los límites de lo relativo” (Torres 57). Torres va más lejos, cuando ve en el descubrimiento del Radio una manifestación revelada, dentro del mundo de la ciencia, de los dogmas religiosos, del “en-sueño candoroso de la edad media”:

[El radio,] esta sustancia enigmática y maravillosa, inagotable manantial de vida y de fuerza, de luz, de calor, de electricidad, de movimiento, en fin, los emite espontáneamente, incesantemente, sin pérdida de peso, sin transformación molecular, sin recibir del medio externo ningún elemento que venga a alimen-tar y a reemplazar el milagro de aquella energía indeficiente, que irradia y vibra sin cansarse jamás; es el ensueño candoroso de la edad media, el movimiento perpetuo hallado por la química moderna (Torres 58).

Como vemos, los límites intransigentes entre el pensamiento Liberal y el pensamien-to Conservador, empiezan a desdibujarse al menos en el plano epistémico. Estrictamente hablando, las distinciones Liberal-Conservador y Ciencia-Religión se transformaron, a partir de una construcción dual de la verdad (cognoscible-incognoscible, mutable-inmutable, re-lativa-absoluta), exclusivamente en ejes de una episteme común, desde la cual emergerían los enunciados propios del terreno moral y político. Esta episteme, lejos de igualar los dis-cursos específicos de liberales y conservadores, los localizó en un plano en el que, si bien compartían la existencia de dos tipos de verdades, se distanciaban sobre lo que cada uno (ya fuera el conocimiento científico o ya fuera el dogma cristiano) sostenía de ellas y sobre el fundamento, fuera experimentación o revelación, que cada uno encontraba para ellas. Es precisamente esta dualidad de la verdad, la que está tras la relación ciencia-religión en el plano moral; desde la perspectiva liberal se trataría, en un acto de reconciliación, de apropiar la moral cristiana, la moral del decálogo, por medio de un ejercicio racional, o, lo que es lo mismo, de justificar científicamente las verdades éticas de la religión. De lo que se trata es de superar lo que Núñez llama el más craso error; el creer en “el antagonismo que algunos suponen entre la religión y la ciencia” (Núñez 538).Tal operación conceptual se configuró a partir de una serie de distinciones que remodelaron el campo epistemológico, distinciones que pueden tabularse de la siguiente manera:

  Ciencia Religión

Objeto de conocimiento Lo cognoscible Lo incognoscible

Tipo de conocimiento Relativo Absoluto

Carácter de la verdad Mutable Inmutable

Sustento de la moral Experiencia Revelación

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Modo de sujeción moral Razón Tradición

Objeto de la política Progreso Orden

De este modo, lo que se presentaba distinto logra reunirse. La diferenciación básica cognoscible-incognoscible, va a asignar un lugar válido para dos tipos verdades distintas pero complementarias; lo éticamente verdadero es, en su totalidad, la agrupación de lo cognosci-ble y lo incognoscible, de las verdades relativas y mutables de la ciencia experimental sobre la moral, así como las verdades reveladas, absolutas e inmutables de la religión, consignadas en el decálogo. La ciencia experimental, al establecer un límite a sus conocimientos (este es el de la experiencia), y reconocer una fundamentación ulterior incognoscible de la existen-cia, abrió la puerta a una fundamentación metafísica de la ética: es precisamente por aquel resquicio, por dónde pudo entrar, y establecerse, con criterios de validez modernos, la moral católica. En consecuencia, el trabajo de la ciencia debió ser el de propugnar por el progreso moral ordenado, por medio de un ejercicio racional, con base en la experiencia, que produjera verdades relativas y locales, y que apuntara, gracias al reconocimiento de una verdad abso-luta, inmutable e incognoscible, a la fundamentación crítica de la tradición ética y religiosa.

El propio Carlos Arturo Torres, al traer a colación las palabras de Paul Bourget, coincide en señalar que el ejercicio científico desapasionado tiende a demostrar, en términos morales, la verdad de la religión.

[Estoy] absolutamente convencido de que la ciencia y sus métodos constituyen la característica misma del espíritu moderno, he comprobado que aplicadas a las cosas de la vida humana (política, ética, pensamientos, formación de las socieda-des, etc., etc.), los métodos de observación llegan a conclusiones exactamente semejantes a las de las enseñanzas tradicionales: la familia como célula social vinculada a la aristocracia, la monarquía hereditaria como gobierno, la moral del Decálogo y del Evangelio. La misma dialéctica que en el orden biológico lleva al doble principio de la evolución (Darwin) y de la constancia (ley de Quintón), llega en los dominios morales a un acuerdo entre la conciencia reflexiva y la costumbre, entre la razón y la tradición (Torres 45).

Como vemos, lejos de un liberalismo radical (opuesto categóricamente a un conser-vadurismo tradicionalista), el pensamiento Liberal de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, concertó, con el pensamiento Conservador, un espacio válido para los discursos científicos y religiosos. Fue precisamente allí donde la moral católica tradicional –revalua-da con argumentos científicos-, defendida vehemente por los conservadores, encontra-ría su lugar de acción. Sólo en esta medida es posible entender discursivamente cómo y por qué, más allá de los intríngulis políticos, a la iglesia se le asignó el papel de educador

moral de la nación, al mismo tiempo que se dio vía libre a la emergencia de saberes de orden propiamente científico.

1.2 El catolicismo científico

“Otra ventaja de la filosofía tomística es lo maravillosamente que concuerda con los adelantos de las ciencias físicas en nuestros días. ¡Cosa admirable! Santo

Tomás no tiene, en materia de conocimientos naturales, sino los incompletos y a menudo absurdos que privaban en el siglo XIII, y sin embargo, sus doctrinas metafísicas (…) concuerdan con las teorías físicas modernas. La famosa y muy

plausible hipótesis de la unidad de las fuerzas viene a dar razón a la doctrina de la materia y la forma, resucitada por eminentes químicos contemporáneos con el nombre de atomismo dinámico; los últimos prodigiosos adelantos de la

filosofía son corolario de la doctrina tomística sobre los sentidos internos y sobre la naturaleza del ánima de los brutos, en mala hora negada por Descartes”.

Rafael María Carrasquilla, Oportunidad del Tomismo, 1889 (Carrasquilla, Obras Completa. Tomo III. Volumen I 453-454)

Con seguridad podemos afirmar que Rafael María Carrasquilla y Miguel Antonio Caro son las dos figuras más prominentes del pensamiento católico y conservador de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Precisamente, por el tamaño y presencia de estas dos figuras, y en franca crítica a sus opiniones, es que se ha calificado al período, no en pocas ocasiones, de retardatario, integrista, ultramontano, etc. Sin duda, en el discurso de estos hombres, encon-tramos una clara filiación con la iglesia católica y una defensa radical tanto de la validez de las verdades teológicas, como de la moral cristiana. Vemos, sin embargo, que lejos de cerrar la puerta al conocimiento científico, su defensa de la doctrina católica reconoció la importan-cia de la ciencia experimental, asignando, como demostramos para el caso del pensamiento Liberal, un lugar válido tanto a la religión, como a la ciencia.

Como vimos, el asunto de la de la moral, con respecto a relación-tensión entre ciencia y religión, inicia con la definición del estatuto de la verdad. En una operación opuesta, pero correlativa, a la de los pensadores liberales (quienes dan espacio a la religión por medio de la noción de lo incognoscible), Rafael María Carrasquilla, justifica la existencia de un conocimiento experimental dentro del terreno de lo natural y lo lógico. Este conocimiento, sin embargo no es el único posible, no es, siquiera, el fin último de la ciencia. Para el clérigo el entendimiento (fun-damento de la verdad) tiene un carácter dual, por un lado es metafísico y, por el otro, es lógico:

La esencia de la verdad, tal como la hemos definido, consta de tres elemen-tos: el ente, el entendimiento, la conformidad entre los dos. Pero, en la verdad

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metafísica, son las cosas las conformes con el entendimiento divino. Eso, prima-riamente y per se; mas secundariamente y per accidens, también es verdad meta-física cierta conformidad de las cosas con el entendimiento humano. Desde que una cosa es verdadera por conformarse con el divino entendimiento, esa cosa es cognoscible, capaz de ser conocida por el hombre. Hay, pues, una conformidad del ente, no con las ideas del entendimiento humano, sino con la capacidad de este último para conocer las cosas.

La esencia de la verdad lógica consta de los mismos elementos que la esencia de la verdad metafísica; pero los términos de la relación están invertidos: ya no es la conformidad del ente con el entendimiento, sino la del entendimiento hu-mano con las cosas (Carrasquilla, Lecciones de Metafísica y Ética 60).

La verdad que Carrasquilla llama lógica puede ser traducida como experimental o cien-tífica: la verdad posible sobre lo natural no parte de una simple impresión sensible, sino de la verificación, en las cosas, de un juicio del entendimiento humano. Lejos de incurrir en un idealismo místico, monseñor Carrasquilla cree que, en lo que refiere al conocimiento físico, las cosas son la medida del entendimiento. Esto se evidencia cuando dice que “nadie niega que el hombre muda de juicios. Hasta el siglo XV se tuvo por verdadero el sistema astronómico de Tolomeo; hoy se le tiene por erróneo. Pero el sol no giraba alrededor de la tierra antes del siglo XV. Las cosas son la medida del entendimiento humano: el sistema de Tolomeo era erró-neo, aunque lo creyeran verdadero” (Carrasquilla, Lecciones de Metafísica y Ética 63). Así, es esta verdad lógica la que es propia, y constituye el objeto de estudio de las ciencias naturales.

Si para el positivismo la dupla cognoscible-incognoscible es la que asigna los alcances y los límites del conocimiento, para el neotomismo de Carrasquilla es el binomio metafísi-co-físico (o lógico). Esta opinión es compartida por el profesor Jaime Jaramillo Uribe, quien enseña que para Monseñor “hay pues dos formas de realidad, la exclusivamente física en que se ocupan las ciencias naturales y la absoluta o metafísica que nos es accesible por medio de la fe. Religión y ciencia se justifican, se complementan y son indispensables para el hom-bre; pero son diferentes y ningún puente puede echarse entre ellas” (Jaramillo Uribe 406).

Estas citas muestran claramente la importancia, diferencia e interrelación del conoci-miento científico y religioso. En primer lugar, y cómo observamos previamente, el primero va ocuparse de la realidad física, y el segundo de la realidad metafísica. En segundo lugar, y de manera particularmente importante, las verdades experimentales van a complementar a las verdades reveladas, en quienes están sustentadas, por cuanto, para Carrasquilla, los objetos dados al entendimiento humano no son otra cosa que expresión del entendimiento divino.

La postura de Miguel Antonio Caro frente a la relación-tensión entre ciencia y religión no difiere sustancialmente de la de Carrasquilla. Caro, equivalentemente, justifica la existen-cia de estos dos saberes a partir de la clara delimitación de sus objetos y alcances. Así mismo,

éste introduce éste un nuevo elemento: el error de la ciencia es extralimitarse en sus nociones y entrar, equivocadamente, al terreno de la religión. Para Caro la ciencia y la religión son dos entidades independientes y, sin embargo, intrínsecamente correlativas y complementarias. Consignamos su opinión in extenso

La religión verdadera y la ciencia verdadera no pueden hallarse en contradic-ción. Cada una tiene su propia esfera. La religión abraza las verdades del orden moral y sobrenatural, las ciencias las del orden físico y natural. Una verdad no puede destruir otra verdad; la contradicción sólo puede ser aparente. Lo que hay es que las verdades puramente científicas no han de irse a buscar en la Bi-blia, ni las verdades morales y religiosas en los libros científicos. Que la tierra gira alrededor del sol: esa es una tesis científica indiferente para la religión, porque ella no contradice ninguna verdad teológica, ni se refiere al perfeccionamiento moral del hombre, ni a la salvación de su alma. Pero lo que no puede admitirse teológicamente es que una tesis puramente científica, aunque esté demostra-da, cuanto más si es dudosa, como lo era el sistema copernicano, se sostenga y profese a título de verdad teológica.

(…) La ciencia por su naturaleza es amante de la verdad, no es sectaria. Es hu-milde, porque mientras más descubre, más claramente advierte –como decía el gran Newton- la inmensidad de lo desconocido y lo inexplorable. Es respetuosa a la Revelación, porque tiene el sentimiento de un más allá y sabe experimen-talmente que lo sobrenatural no está sometido a sus limitados recursos de ex-perimentación. El microscopio y el telescopio no hacen sino acercar los objetos al sentido de la vista, pero no crean un nuevo sentido, distinto de la vista; obran sobre la materia visible, pero no hay instrumento que haga ver lo real invisible, que es el campo del criterio filosófico y del teológico.

Si en una disertación farragosa se cita el nombre de Darwin no faltaran aplau-sos, que no son ciertamente inconscientes y automáticos. Pero no son aplausos arrancados por la elocuencia de un Cicerón, ni por los prodigiosos descubrimien-tos de Edison. Son muestra de la siniestra alegría de espíritus extraviados y no científicos, que acarician el sueño de que de las investigaciones de un “curioso naturalista” pueda resultar demostrada la negación de la dignidad del hombre y el inmenso beneficio de la Redención. Si es el amor a la ciencia el que aplaude ¿por qué no bate palmas también a las profundas investigaciones de un Qua-trefagues, de un Pasteur y tantos otros ilustres antropólogos y naturalistas que han probado que el evolucionismo darwiniano es una hipótesis que no alega en su favor un solo hecho, una sola transformación?...

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(…) La iglesia ha sido protectora nata de las artes, las letras y las ciencias, no porque ellas sean parte de la Revelación, pero sí de la civilización cristiana que la Iglesia trajo al mundo. Ella sólo pide a la ciencia, para las verdades que en-seña, lo que ningún verdadero sabio ha negado a la religión de Cristo: respeto (Caro 1132-1134).

Como lo demuestra su aprecio por Edison y su desprecio de Darwin, para Caro, distin-to de lo que creen quienes lo tildan de absolutamente retardatario, no es la ciencia la que es objeto de censura, sino la extralimitación de la misma; la salida de su órbita y su ingreso en el terreno de la filosofía y la ética. Es esto lo que Caro reprocha al sensualismo y es por esto por lo que Caro justifica la condena a Galileo: “Galileo Galilei (…) siguió las pisadas de Co-pérnico. Su obra Il Saggiatore lleva dedicatoria al papa Urbano VIII, su protector. Empeñóse en sostener el sistema copernicano, libremente enseñado hasta entonces, dando autoridad científica a la Biblia y forma teológica a las teorías científicas (…). Método falso y peligroso (…)” (Caro 1131).

La ciencia, sin embargo, no es absolutamente libre. Ésta tiene dos claros límites, que de ser sobrepasados la desautorizan: en primera instancia, ésta debe circunscribirse exclu-sivamente al terreno de lo físico, para producir verdades naturales. No hacerlo, para Caro y Carrasquilla, le implicaría pretender ser filosofía o teología, lo que es “falso y peligroso”; en segunda instancia, la ciencia debe estar, por cuanto sus objetos, las cosas, son expresión de las ideas del entendimiento divino, subordinada a la teología y a la moral católica. Un dis-curso que no cumpla con este requisito cae en el error del materialismo, y la “ciencia no es ni puede ser materialista” (Caro 461).

Es a partir de este sistema de verdad, que delimita el accionar de la ciencia y la reli-gión, y que valida las verdades de las mismas a partir de su circunscripción a una esfera bien definida, que los Conservadores van a defender, en acuerdo con el liberalismo regeneracio-nista, a la moral cristiana. La ética, desde la perspectiva de Carrasquilla y Caro, y por qué no de Núñez o Torres, está sujeta, ya sea por calidad metafísica o por conveniencia práctica, al discurso religioso: sobre ella, la verdad última debe ser promulgada por la iglesia, en inter-pretación de las escrituras y en adopción de la tradición.

Ahora bien, éste era un acuerdo sobre la misma base epistémica, la distinción entre lo cognoscible y lo incognoscible, lo subjetivo y lo objetivo, lo absoluto y lo relativo. Pero desde distintas orillas epistemológicas y éticas: los liberales para defender la legitimidad y autonomía del mundo material, civil, ciudadano y para fundar sobre él un estado republica-no, democrático y moderno, y los conservadores para legitimar la validez de la religión y la moral católicas, y su derecho a ser la rectora de las conciencias de los colombianos.

Si bien para los liberales tratados la educación moral de la nación es un asunto de vi-tal importancia, ellos no se dedican a producir una fundamentación teórica para la ética. En términos generales, éstos se ocupan de señalar necesidad de procurar un progreso moral

(ligado al progreso civil, económico y político) a partir de la reconciliación política (que per-mita superar el fanatismo y la radicalización), el dominio de la voluntad o “la necesidad de un mayor imperio sobre sí mismo” (Espinosa XVI-XVII) y el reconocimiento del papel central de la religión como regulador moral. Por el contrario, para Caro y Carrasquilla, para quienes la ética es uno de los problemas centrales de la metafísica y la religión, definir y fundamen-tar claramente a la moral es una necesidad central. Recapitulando puede decirse que tanto liberales, como conservadores, dan, hasta cierto punto, pero desde enunciados diferentes, rienda suelta a la iglesia católica en su papel de educador moral de la nación.

Antes de terminar debemos advertir que, por la prominencia política de las figuras analizadas, por su alcance social y pedagógico y, sobre todo, por la evidencia que encontra-mos en la Constitución Política de 1886, lo que llamamos Moral Dominante está íntimamen-te relacionado con la Moral Oficial. A modo de hipótesis diremos que la Moral Oficial de la Colombia de la Regeneración y la Hegemonía conservadora es una expresión de la Moral Dominante. Como vimos a lo largo del capítulo, la moral dominante para fines del siglo XIX y el XX, se construyó a partir de la relación-tensión entre el liberalismo y el catolicismo, entre la ciencia y la religión. Es precisamente esta relación-tensión la que encontramos en la Carta Magna de 1886 cuando nos señala que:

“Artículo 38.- La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación; los Poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial ele-mento del orden social. Se entiende que la Iglesia Católica no es ni será oficial, y conservará su independencia.

Artículo 39.- Nadie será molestado por razón de sus opiniones religiosas, ni com-pelido por las autoridades a profesar creencias ni a observar prácticas contrarias a su conciencia.

Artículo 40.- Es permitido el ejercicio de todos los cultos que no sean contrarios a la moral cristiana ni a las leyes. (…)

Artículo 41.- La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica.

La instrucción primaria costeada con fondos públicos, será gratuita y no obliga-toria” (Constitución Política de Colombia de 1886).

La constitución nos muestra por un lado su carácter liberal, al determinar la libertad de conciencia, la tolerancia de cultos y la no oficialidad de la religión católica; y, por el otro, la clara impronta católica al instituir la pedagogía oficial religiosa y la defensa de la moral

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cristiana como criterio de valor para medir a todos los otros cultos. Es en este sentido que podemos decir, que la moral dominante es en principio, equivalente a la moral oficial; ella asigna lugares válidos, siguiendo la misma, tanto al discurso científico o civil (la organización propia del estado) como al discurso religioso (la educación de la nación colombiana); po-dríamos ir más allá y aventurarnos a decir que la Constitución de 1886, al decretar un estado laico y una nación católica, asigna al binomio estado/nación las relaciones ciencia/religión, mutable/inmutable, relativo/absoluto, etc. Así, la Constitución política admite un elemento de tolerancia civil y jurídica que no está en la moral católica, lo que produce un elemento diferenciador y la aleja de una moral católica radical, acercándola a la moral dual ciencia-re-ligión, a la Moral Dominante.

Diremos, entonces, a modo de recapitulación, que la Moral Dominante de Colombia defines del XIX, oficializada con la constitución de 1886, y principios del XX, es una moral que emerge a partir de la definición epistémica clara del estatuto del saber científico (expe-rimental, cognoscible y relativo) y religioso (metafísico, incognoscible, absoluto); que tiene como objetivo político y práctico la reconciliación entre el liberalismo y conservadurismo; y que, al tiempo que justifica y promueve el conocimiento científico y el pensamiento racional, otorga a la iglesia católica el papel de la definición ética y la educación moral, si bien limita su acción por la libertad de conciencia. Solo en estos términos es posible, tanto desde el discurso moral, como desde el discurso científico, entender la conciliación política de la Regeneración, la interlocución efectiva entre ciencia y religión, y el, aparentemente inexplicable, fenómeno de convivencia de la filosofía experimental con las filosofías tomistas y tradicionalistas.

2. De la otra moral, la moral nietzscheana

La moral dominante, como lo vimos y queremos sugerirlo con su nombre, constituyó el campo de enunciación de los discursos éticos preponderantes; a la luz del poder, y en relación con la oficialidad, la moralidad que hemos identificado como católica-científica dominó lo decible y verificable en términos éticos. Ésta no fue, sin embargo, una cadena constrictora que inhi-biera el crecimiento cualquier discurso ético divergente. Como lo sugerimos previamente esta debe entenderse, tan sólo, como el sistema que designó el carácter de lo verdadero sobre lo moral, y como el referente de interlocución y disputa frente al cual se produjeron otras éticas. Lejos de ser la moral dominante el único discurso ético de la Regeneración y la Hegemonía Conservadora, encontramos que para la época existe al menos un caso de di-vergencia y rivalidad. Esta otra moral, como puede inferirse, al romper con los lineamientos hegemónicos, estuvo condenada a la marginalidad enunciativa e institucional dentro de la lógica de la moral dominante.

Es preciso afirmar que, no obstante su apariencia minúscula y fragmentaria, esta otra moral debe entenderse como un acontecimiento discursivo y ético importante, cuando

menos llamativo, por cuanto significó la emergencia de una serie de enunciados, de la mano de un puñado de pensadores, que configuraron un red alternativa real a la moral dominan-te; una red que puede y debe ser localizada al margen de la discusión paradigmática; una red que, a pesar de no constituirse como un real y fuerte rival ético, causó, cuando menos, cierto revuelo y ciertas respuestas antagónicas en la orilla de la moral dominante. A esta otra moral la llamaremos moral nietzscheana y diremos que ella fue enunciada, en mayor o me-nor medida, en las obras de José Asunción Silva, Baldomero Sanín Cano, Biófilo Panclasta y Fernando González Ochoa.

2.1 Moral Nietzscheana Una de las preocupaciones centrales de la obra de Federico Nietzsche fue producir una crítica a la

moral del mundo moderno occidental. Tal trabajo estuvo, necesariamente, al margen, y en contra, de la metafísica y la ciencia, saberes que para el filósofo alemán no eran otra cosa que la expresión y el sustento de la moral existente. Para el teutón, el estado espiritual de la modernidad surge de la insatisfacción frente a la vida. Este estado, buscando superar tal desazón termina por negar absolutamente a la vida misma: la renunciación cristiana y su co-rrelato, la metafísica, ejes centrales de la moral europea, son, para Nietzsche, la sublimación de la incapacidad para enfrentar la vida, con sus constantes dificultades, del débil pueblo semita. En términos generales “la tarea de Nietzsche va a consistir en criticar todos los plan-teamientos filosóficos que, aspirando a un sentido último o finalidad de la existencia, arro-jan una sombra de culpabilidad sobre la vida” (Cano XLIV). El propio Nietzsche deja clara la necesidad de poner en cuestión las verdades morales heredadas cuando dice:

Escuchémosla, esta exigencia nueva: nosotros tenemos necesidad de una crí-tica de los valores morales, y el valor de estos valores debe ser puesto en tela de juicio desde luego; y por esto es toda urgencia conocer las condiciones y los medios que les han dado nacimiento, en el seno de los cuales se han de-sarrollado y deformado (la moral en cuanto consecuencia, síntoma, máscara, tartufería, enfermedad o error, estimulante, traba o veneno), conocimiento tal que no ha habido otro igual hasta el presente, tal que nunca se ha buscado. (F. Nietzsche 97-98)

Tal trabajo crítico, no debe entenderse, y en esto queremos ser enfáticos, como un desdén categórico por la moral. Nietzsche no pretende negar la existencia absoluta de un terreno moral. Si bien ve en la virtud algo móvil, individual e histórico, Nietzsche busca des-truir el espíritu metafísico de modo que una surja una nueva ética libre, ligada a la voluntad y a la aceptación de la vida como valor último.

Si para Nietzsche la deconstrucción y la nueva formulación moral se hace necesaria para alejarse de las “fantasmagorías” de la metafísica y la ciencia, y así vivir una vida real y

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afirmativa, tal ejercicio (destrucción-producción) se hace posible gracias a la variabilidad e insustancialidad de la verdad; lejos de una fundamentación ontológica, la verdad tiene un carácter histórico, ésta es exclusivamente una construcción de la voluntad de los hombres a través del tiempo. Para el filósofo, lo que se dice no tiene una relación directa y expresiva con el objeto que se nombra: las verdades no son otra cosa que la habituación, por fuerza de los años, a unas sentencias arbitrariamente proferidas.

¿Qué es la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomor-fismos, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realza-das, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un uso prolongado, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuel-to gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal (F. Nietzsche 93-94).

Esta construcción de la verdad rompe esencialmente con las versiones promulgadas por los modelos científicos y religiosos. El asunto de lo verdadero ya no va a versar sobre los límites del conocimiento, ni sobre su fundamentación metafísica; ya no se tratará de apre-hender la realidad, ni de explicar su origen o esencia; la verdad como una cosa única y real, a la que se puede acceder en mayor o menor medida, va a desaparecer, para dar paso a las verdades como expresión de la voluntad de los individuos y los pueblos. En tal medida, el propósito de una reflexión sobre el origen, la génesis de lo verdadero no será la justificación y apalancamiento de un corpus de valores (mucho menos de valores religiosos), sino la de-mostración de la falsedad de los existentes con el fin de dar rienda suelta a la producción de una moral nueva y liberada.

En términos generales podría decirse que la versión de la moral de Nietzsche gira sobre tres ejes principales: 1) la negación de la noción verdad como una unidad ontológicamente fundamentada, en pro de una noción de la verdad como un fenómeno múltiple, variable e históricamente constituido; 2) la necesidad de un trabajo crítico, deconstructivo, genealógico, que dé cuenta de la insustancialidad (y por tanto falsedad) de la moral cristiana moderna y de la variabilidad misma de los valores; y 3) la producción de una nueva moral, liberada de la metafísica (y de la ciencia), que tenga como sustento la voluntad del hombre y que pro-penda por un reconocimiento de la vida misma.

Queda claro que, contrariamente a lo que podría esperarse, los esfuerzos de Niet-zsche lo alejan del nihilismo, el pesimismo o una versión negativa de la existencia: para el germano, comprobar que el mundo “degenerado” en que vivimos y que la moralidad cris-tiana, negadora de la fuerza, la vitalidad y voluntad, son solo producto de una falaz cons-trucción histórica, invita a producir libremente todo un nuevo conjunto de valores éticos. Si para el hombre religioso la virtud se encuentra en la sumisión a la revelación y la tradición,

y para el hombre científico se encuentra en la sumisión a la experiencia racionalizada, para el nietzscheano la virtud se produce afirmativa y libremente en uso de la propia voluntad:

“Si Nietzsche ha resultado imprescindible a lo largo del siglo XX, no lo ha sido [tan solo] (…) por haber señalado la inconsistencia de base de los ídolos [y la moral] que regulaban la vida empobrecida de Europa, sino porque junto a esa labor de disolución de lo enfermo y lo sis-temático, impulsó el encanto de una vida entendida como producción activa” (Fuentes Feo 17). Así, y como veremos en el trabajo de los intelectuales nacionales, la filosofía de Nietzs-che, particularmente en su destrucción de los cánones éticos y en la promulgación de una moral íntimamente ligada a la vida, fue el aliciente, para hombres como Silva, Sanín Cano, Panclasta y González, para liberarse de las formas y los valores tradicionales y generar tanto una nueva versión alternativa de la moral y, como un conjunto variado y “moderno” de pro-ductos artísticos y literarios.

2.3 Nietzscheanos

“¿Crees tú, crítico optimista que cantaleteas el místico renacimiento y cantas hosanna en las alturas, que, la ciencia notadora de los Taine y los Wundt, la

impresión religiosa que se desprende de la música de Wagner, de los cuadros de Puvis de Chavannes, de las poesías de Verlaine y la moral que le enseñan en

sus prefacios Paul Bourget y Eduardo Rod, sean cadenas suficientes para sujetar a la fiera cuando oiga el evangelio de Nietzsche?... El puñal de Cesáreo Santo

y el reventar de las bombas de nitroglicerina pueden sugerirte la respuesta”.

José Asunción Silva, De sobremesa (Silva 309).

Decíamos que la moral nietzscheana fue, para un pequeño sector de la intelectualidad colombiana durante la Regeneración y la Hegemonía Conservadora, un importante generador discursivo. Tenemos que señalar ahora, a modo de advertencia, que ésta, si bien fue un incentivo, fue apropiada y reconstruida, y por qué no deformada, por los pensadores citados. En tal medida, el énfasis último de este apartado será enseñar, con todas sus características, la versión de la moral construida por Silva, Sanín Cano, Panclasta y González, a partir de la adopción de ciertos elementos particulares de la obra de Nietzsche. Trataremos, entonces, de demostrar que dos concepciones constitutivas y particulares de la otra moral fueron extensivamente utilizadas por los pensadores nacionales en la creación de su propia moral. Estos elementos son: 1) la negación de la noción verdad como una unidad ontológicamente fundamentada, en pro de una noción de la verdad como un fenómeno múltiple, variable e históricamente constituido; 2) la búsqueda de una nueva moral, liberada de la metafísica (y de la ciencia), que tenga como sustento la voluntad del hombre y que propenda por un robustecimiento

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de la vida misma8. Fueron, desde nuestro punto de vista, estos puntos (y no otros, como la mordaz crítica al cristianismo, la noción del eterno retorno, etc.), los que sirvieron tanto de sustento para la creación, como de elemento vinculante con Federico Nietzsche.

Para Silva, del mismo modo que para Nietzsche, la cuestión de la verdad no es de orden epistemológico. Para ellos la verdad, y su equivalente, las verdades éticas, son pro-blemas de la creatividad, la voluntad y la historia. Este desdén de una verdad única, se hace patente cuando en su novela, De Sobremesa, hace el siguiente reproche: “feliz tú qué sabes cuáles son los deberes de cada cual y cumples los que crees tuyos como los cumples. ¡Deber! ¡Crimen! ¡Virtud! ¡Vicio!... Palabras, como dice Hamlet…” (Silva 171). El poeta va más allá, y citando a Nietzsche afirma que los valores y las verdades que hoy conocemos como ciertas y universales, no son otra cosa que la invención de la voluntad de otros pueblos verificada por la historia. Veamos:

…Es que la humanidad había estado recibiendo como verdades nociones falsas sobre su origen y su destino, y el profundo filósofo [Nietzsche] encontró una pie-dra de toque en qué ensayar las ideas como se ensayan las monedas para saber el oro que contienen. Eso es lo que se llama reavaluar todos los valores. Lo que tu llamas conciencia, eso que te atormenta cuando crees haber cometido una falta, no es más que el instinto de la crueldad que puedes ejercer contra los otros, y que al no ejercerlo, porque la sociedad te lo impide encerrándote en la noción del de-ber, como a un león en una jaula de fierro, te atormentan como atormentarían sus inútiles garras al flavo animal si las hundiera en su propia carne al no poder destro-zar los barrotes rígidos ni la presa deliciosa. Esos mismos deberes en que crees, no son más que la invención con que una raza potente y noble de hombres alegres que reían entre los incendios, los estupros, los asesinatos y los robos, sujetó a las razas débiles de vencidos, de que hizo sus esclavos. Los buenos entre los vencedo-res eran los más crueles, los más brutales, los más duros, y los esclavos inventaron como virtudes las cualidades opuestas a las que veían en sus amos: la continencia, el sacrificio de sí mismo, la piedad por el sufrimiento ajeno (Silva 305-306).

Esta cita nos deja ver cómo para Silva, lector de Nietzsche, la verdad, y en particular la verdad moral, no está formada ni por la revelación, ni por la abstracción de la experien-cia, sino que esta tiene un origen mucho más nebuloso. El poeta muestra claramente que

8 Las nociones de vida o de lo natural son difíciles de conceptualizar dentro del marco del pensamiento

nietzscheano. Nietzsche no define, ni mucho menos los intelectuales colombianos, lo que es la vida en

sí misma, en buena medida porque tal definición daría pie a la generación de un valor único, absoluto y

excluyente (cosa que contraviene su ejercicio genealógico).

los “deberes” no son otra cosa que una invención y que, si de hacer juicios se trata, éstos son particularmente nocivos, como nocivas son las “garras al flavo animal si las hundiera en su propia carne al no poder destrozar los barrotes rígidos ni la presa deliciosa”.

Baldomero Sanín Cano, como crítico literario, llega a conclusiones similares cuando trata de justificar las influencias de corrientes extranjeras en la literatura local y cuando trata de argüir sobre la necesidad de un nuevo panorama estético y literario. Sanín Cano ve una conexión indisociable entre la historia, la verdad, la estética y la ética; para él, los valores (epistemológicos o éticos) no son universales y atemporales, de modo que más que hacer una búsqueda de lo absoluta y eternamente real, se debe hacer una revisión sistemática de la verdad, para que esta varíe apropiadamente con las condiciones históricas:

Las letras no pueden vivir seguidamente de unos mismos valores. Si cambia por causa de la experiencia acumulada, o en razón de hipótesis científicas más o menos plausibles, la manera de entender el universo, de apreciarlo, deben modificarse también las perspectivas morales. Los valores éticos se van alteran-do. Es preciso ir haciendo una revisión de ellos a medida que las ideas cambian. Parte del malestar que se siente hoy por donde quiera, nace de que ciertas con-clusiones de la ciencia se han impuesto brutalmente en la vida, al paso que el código moral de los valores sigue siendo el mismo, el que corresponde a otra visión de mundo y a otra etapa de los conocimientos. Hay necesidad, como dijo el filósofo inmisericorde, de revaluar todos los valores. Prepararnos para tamaña empresa es uno de los oficios que ha de llenar, sin precipitación, el estudio de las literaturas extranjeras (Sanín Cano, De lo exótico 292).

Hay que anotar que, si bien Sanín Cano está haciendo referencia específica a la ciencia, y a cómo ésta ha cambiado la manera de ver el mundo, lo que nos interesa es corroborar que para él la verdad y la ética varían (no progresan) a través de la historia. Es aún más interesante observar que el crítico comparte con Nietzsche, el “filósofo inmisericorde”, la necesidad de reevaluar todos los valores, de transformarlos para abrir la puerta a la creatividad iconoclas-ta del arte. Así mismo, en esta cita encontramos que se genera una estrategia propia para la profusión del ejercicio moral alternativo: la literatura y su renovación estética. Alejándose de la filosofía o la política, al menos de manera explícita, y encontrando un terreno propio, el literario, Sanín Cano se permite generar concepciones divergentes sobre la moral y mante-nerse al margen, cosa que le entrega un espacio de libertad, frente a las disputas dominan-tes. Sin duda alguna para Sanín Cano y también para Silva, la literatura es el vehículo central de transformación ética, pues la renovación de ella a través de los “modernismos”, quienes tienen como valor el “subjetivismo y la originalidad”, es la afirmación final de que “lo que se ha perdido es cabalmente la posibilidad de apelación a principios a principios estables y nor-mas permanentes. [De que] todo está sometido a oscilación” (Jiménez P. y Ordoñez 162-167).

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Un punto particularmente interesante se encuentra al comprobar que la presente emer-gencia del campo moral se dio en sujetos profundamente disímiles y distantes, atravesados por formas de escritura disidentes. Lejos de Baldomero Sanín Cano y de José Asunción Silva, quienes se conocieron y compartieron intereses literarios y filosóficos (entre ellos la lectura de Nietzsche) (Sanín Cano, De mi vida y otras vidas (extractos) 47), la figura de Biófilo Panclasta nos da cuenta de ello. Biófilo Panclasta, cuyo nombre original era Vicente Lizcano, nació en Chiná-cota, Norte de Santander, en 1879, y estuvo ligado, durante toda su vida a las luchas y revueltas socialistas y anarquistas del país. Su historia de vida, que pareciera encarnar la ambivalencia de la verdad por lo fantástica, es del orden de lo legendario: según nos cuenta, viajó por todo el mundo participando en los más variados movimientos y revueltas, haciéndose amigo de in-telectuales y revolucionarios como Gorki, Kropotkin y Lenín (eventos que difícilmente pueden ser comprobados) (Villanueva Martínez). Panclasta, no obstante sus afinidades políticas, dista de ser un modelo de socialista o de anarquista, su construcción de la verdad, la individualidad, así como la argumentación de su vinculación política, lo muestran como un espíritu mucho más cercano al egoísmo y librepensamiento nietzscheano. Esto queda claro cuando nos dice que: “si allí me confundí con los huelguistas para que ellos obtuvieran un mejoramiento de vida no era porque yo fuera huelguista, sino porque por afinidad de situación yo comprendía su causa. (..). Si más allá forme entre los republicanos (españoles se entiende) si en otra, con los socialistas, si aquí con los “anarquistas” no era sino porque al hacerlo obedecía a un imperativo sugestivo como diría Nietzsche” (Villanueva Martínez 25-26).

En lo que respecta al asunto de la verdad, Panclasta coincide con los autores anterior-mente nombrados. Para él lo que se dice, no es otra cosa que la consecuencia del delirio de antropomorfización de los hombres; las verdades y la moral son creadas, y son creadas, para Biófilo erradamente, a imagen y semejanza de los hombres:

Uno de los errores grandes de la humanidad ha sido sin duda el antropomorfis-mo. El hombre, al despertar de la razón, tuvo necesidad de explicarse la vida e inventó a Dios dándole sus formas, ideas, caprichos y demás. Del mismo modo ha seguido obrando o pensando hasta nuestros días. ¿Qué cosa es la moral? La crítica de las acciones humanas según nuestra moralidad psíquica especial. Del mismo modo la crítica no es sino la comparación de gustos. Todo lo queremos ver y adaptar a nuestro yo (Villanueva Martínez 30).

Por eso Panclasta, quien descree de todo y todos, llama a romper con una moral y una verdad que ha sido creada inapropiada y artificiosamente.

Por otro lado, la postura de Fernando González Ochoa pareciera resumir en buena medida las versiones previamente nombradas. Para González Ochoa la verdad, en términos generales, no tiene un carácter o sustento universal o absoluto; ésta es creada, varía, está ligada al individuo y su único argumento de validez es el uso y la historia. Del mismo modo,

la moral opera bajo una lógica similar; la virtud y el vicio lejos de mostrarse claramente en la revelación o en la experiencia, “tuvieron un origen lleno de nebulosidades” (González, Pen-samientos de un viejo 31). Veamos:

“No hay dos personas idénticas, y, por lo tanto, jamás una verdad se presentará a dos por un mismo aspecto. A cada uno lo visitará de manera diferente, desper-tará en él distintos sentimientos, y el camino seguido será también diferente…” (González, Pensamientos de un viejo 16)

“Sí; Lucifer, el que lleva la luz, Luzbel, luz bella, era la mano derecha de Dios, y se convirtió en Belzebuth, en el Diablo, que significa calumniador. Se apartó de Dios todo el mal.

¿Cómo sucedió esto? fue una evolución histórica, como todo en la vida. Los nom-bres del mal son los mismos de los dioses rivales; todo mal se atribuía al dios vecino, y todo bien al propio. Así se fue creando en los pueblos absorbentes la figura del Diablo, mediante una mezcla de caricaturas de los dioses enemigos” (González, Pensamientos de un viejo 31).

Lo bueno y lo malo, para González, como vemos, surgen por medio de una “evolución histórica” que cimienta y equipara lo correcto con lo propio y lo incorrecto con lo ajeno. Es tan significativo el poder de la historia sobre la verdad, que tiene la capacidad, como lo señala Nietzsche, de invertir absolutamente la escala valorativa, de transformar a Luzbel en Belzebuth.

Si la moral nietzscheana se funda en la negación de una verdad única y en el señala-miento de la falsedad de los valores contemporáneos, esta tiene como objetivos, entre otras cosas, la liberación de la voluntad creativa y la aceptación irrestricta, sin los velos de los ídolos y la pesadez de la ley, de la vida. En el poema Psicoterapéutico, José Asunción Silva apunta a lo anterior. Para Silva si se pretende vivir una vida larga y satisfactoria hay que dejar atrás a los “filósofos etéreos” y llevar la vida con todos sus desengaños:

Si quieres vivir muchos años y gozar de salud cabal, ten desde niño desengaños, practica el bien, espera el mal.

Desechando las convenciones de nuestra vida artificial, lleva por regla en tus aficiones esta norma: lo natural!

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De los filósofos etéreos huye la enseñanza teatral, y aplícate buenos cauterios en el chancro sentimental (Silva 130).

El poeta enseña, con una buena dosis de ironía, que hay que dejar atrás la vida artifi-cial, la vida metafísica, la vida idealista, y entregarse a “lo natural·. Podríamos arriesgarnos a decir que, en la versión de Silva, el único valor válido es la vida misma (lo natural). Del poe-ma puede intuirse que propugna por una moral de hombres fuertes; de hombres que no se protegen de la adversidad tras una armadura moral. Solo esta manera de vivir es realmente válida para el poeta, quien busca (en una paradoja con su destino) vivir intensamente, apre-hendiendo todo lo que sea posible de la existencia. Esto nos lo deja claro en su novela De sobremesa. Allí dice:

La vida. ¿Quién sabe lo que es? Las religiones no, puesto que la consideran como un paso para otras regiones; la ciencia no, porque apenas investiga las leyes que la rigen sin descubrir su causa ni su objeto. Tal vez el arte que la copia… tal vez el amor que la crea ¿Tú crees que la mayor parte de los hombres que se mueren han vivido? Pues no lo creas; mira, la mayor parte de los hombres, los unos luchando a cada minuto por satisfacer sus necesidades diarias, los otros encerrados en una profesión, en una especialidad, en una creencia, como en una prisión que tuviera una sola ventana abierta siempre sobre un mismo hori-zonte, la mayor parte de los hombres se mueren sin haberla vivido, sin llevarse de ella más que una impresión confusa de cansancio… ¡Ah! Vivir la vida…eso es lo que quiero, sentir todo lo que se puede sentir, saber todo lo que se puede saber, poder todo lo que se puede…” (Silva 168-169).

Al mismo horizonte apunta Baldomero Sanín Cano. Para éste es perentorio producir, en los tiempos del hombre promedial, sujetos fuertes y libres, que rompan los velos de la religión y la ciencia para reencontrarse con la “realidad”: “Vivimos ahora en el período de las vastas construcciones ideológicas o de la obcecada disección de los fenómenos vitales en pormenores aislados y moribundos. Por ninguna de estas dos vías llegará el hombre a po-nerse de nuevo en contacto con la realidad” (Sanín Cano, Indagaciones e imágenes 103-104).

Si, como se muestra, el asunto de la moral ya no está ligado a la noción de verdad sino a la voluntad, podría decirse que el problema de los valores se transforma en un “jue-go” individual: como la experiencia de vida es un asunto personal, la formulación ética sólo puede hacerla el sujeto. En esta medida lo justo y verdadero se mide, exclusivamente, por la fuerza volitiva del hombre; lo ético no es otra cosa que lo que los hombres fuertes profieren. A esto apunta Fernando González cuando graciosamente dice que un hombre “proclamaba

enérgicamente que la verdadera sabiduría consiste en tener dientes muy blancos. ¡Y triun-fó! La fe que tenía y mostraba en su opinión le hizo triunfar” (González, Pensamientos de un viejo 55-56). Como vemos, las ideas de González buscan fortalecer al individuo y entregarle una ética egoísta que le permita explayar todas sus capacidades y enfrentarse a la vida (a su vida) en toda su potencia.

Podríamos aventurarnos ahora a decir que, en cierta medida, es esta clase de vida (al menos en el papel) la que lleva Biófilo Panclasta. Ya su nombre parece indicarlo: Biófilo, amante de la vida, Panclasta, el que lo destruye todo. Panclasta pretende mostrarse como el hombre absolutamente libre y egoísta. Para él hay que romper con todas las cadenas, de modo que la voluntad pueda entregarse, sin freno alguno, al amor por la vida. No se trata, exclusivamente, de señalar el error en la moral contemporánea (esto es tan sólo el primer paso), se trata de romper cualquier vínculo con cualquier sistema para poder entregarnos prístinamente al gozo individual de la existencia: “yo no soy anarquista le decía yo a Kropot-kin, yo soy yo. Yo no dejo una religión por otra, un partido por otro, un sacrificio por otro. Yo soy un espíritu liberado, egoísta” (Villanueva Martínez 24).

La ruptura de Biófilo Panclasta es el límite final de la nueva moral. El norte-santande-reano encarna, sin duda, todos los valores de la ética nietzscheana: para él la verdad, como noción única, es inexistente; la moral, en su acepción moderna, es falsa y errónea; más aún, cualquier moral que no esté radicada en la voluntad personal no tiene sentido. Para Pan-clasta la única lucha correcta es la lucha del individuo fuerte liberado de todas las cadenas de la metafísica:

Egoísta como soy, creo inútil sacrificarme por nada; me repugna tanto gober-nar como ser gobernado; cada hombre debe ser su camino; ni sigo a nadie ni quiero que nadie me siga. Y si lucho con tesón y heroísmo; si de mi vida he he-cho un reto contra todo lo despótico, vulgar o pequeño, es que en ello estriba la satisfacción de mi alma. Lucho por mí, al defender un derecho ajeno concul-cado, al salvar un condenado al dolor. Al ayudar a alguien no hago otra cosa que satisfacer las necesidades tan imperiosas para mí como el amor mismo. Así yo no tengo escuela, partido, doctrina, secta deber compromisos o nexos con nada ni nadie. Tengo como todo hombre, energías, sentimientos, pasiones. Mi lucha por la libertad, no es sino pasión por la libertad (Villanueva Martínez 25).

Como hemos visto, más allá de las diferencias y distancias entre los intelectuales ocu-pados, más allá de la efectiva incomunicación y ausencia de escuela o movimiento, en ellos comprobamos la emergencia de un campo moral común. A este campo que hemos deno-minado moral nietzscheana, por su cercanía y referencia al trabajo del genealogista, podría-mos definirlo sintéticamente de la siguiente manera: moral que, a partir de la negación de la verdad y los valores morales, y en reconocimiento de su variabilidad e historicidad, busca

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romper con las lógicas éticas de la ciencia y la religión, para liberar al individuo y permitir un ejercicio positivo de creación, que le acerque, irrestrictamente, a la vida en su totalidad.

En lo que respecta a la situación de la moral nietzscheana en Colombia diremos que ésta es, estrictamente hablando, marginal frente la moral dominante. Por marginal entende-mos, literalmente, que se encuentra al margen, que marca el margen. Si bien en un sentido propiamente epistemológico, la versión de Nietzsche se presenta como un claro rival de la moral católica-científica, en el campo epistémico nacional esto no sucede así. Esta otra moral no logró convertirse, por su diferencia estructural, en un interlocutor efectivo en las discu-siones entre la ciencia y la religión, entre los liberales y los conservadores. Si bien existieron algunas críticas a la moral nietzscheana por parte de hombres religiosos y científicos, éstas, a nuestro parecer, no entablaron una disputa profunda sobre el carácter e impacto de ésta otra moral. El pensamiento de Silva, Sanín Cano, Panclasta y González, quienes no se ocu-paron ni del problema del límite del conocimiento, ni de la circunscripción de su moral en un terreno válido, es, para la intelectualidad oficial, solamente una rareza o una curiosidad que no puede tomarse en serio. En un artículo de 1918 titulado Las influencias de Federico Nietszche en las generaciones jóvenes de Antioquia de, un no identificado, Enrique Restrepo (pero de quién se intuye una filiación liberal), vemos que para el autor, el pensamiento de Nietzsche, si bien “intenta y preconiza la modificación de la esencia” (Restrepo 196), tal mo-dificación simplemente no es realizable y se derrumba frente a la existencia:

Hay, por fortuna, la ventaja de que cualquiera interpretación que se haga de él es inaplicable a la realidad actual de nuestra vida. Pues la vida, configurada tal cual está por la evolución progresiva de los siglos, rechazaría con el dulce recha-zo de sus ancestrales modalidades las imposiciones que quisiesen hacérsele en nombre la doctrina nietszcheana o cualesquiera otras doctrinas que pretendie-ran imponérseles. (Restrepo 196)

Vemos así enunciado un punto de quiebre central entre la versión nietzscheana y la versión dominante de la moral; para la segunda, la primera no tiene sentido alguno pues no entra a agregar o a disputar nada (si bien puede llegar a pretenderlo) sobre la esencia de las cosas (por cuanto la existencia misma lo desmiente). La moral nietzscheana es, cuando mucho, una invención ficticia de un filósofo loco, de un hombre que “vino a encallar en los extravíos de la locura, y a tornarse en la sombra de un pobre Hamlet filósofo, que balbuce palabras sin sentido en una noche intelectual oscurísima” (Jeanroy-Félix 79).

Refiriéndose al panorama nacional, Carlos Arturo Torres ve en la filosofía de Nietzsche una respuesta natural al positivismo. Al respecto dice Torres:

Más la supremacía del positivismo ha producido dos reacciones: honda la una y de ya muy apreciable influencia en las modalidades del criterio filosófico en

su aplicación a la literatura y la política; brillante y fascinadora la otra por la apa-rente novedad y audacia de las doctrinas y del real genio de su apóstol, pero que no podría decirse en rigor que haya sido una verdadera actuación filosófi-ca. Estas dos corrientes quedan definidas y caracterizadas con dos nombres de cuyo prestigio está plena la contemporánea literatura de ideas: Guyau y Niet-zsche. Como lo observa con tanta penetración Fouillée, los dos filósofos poetas sacan, de análoga concepción de la vida intensiva, dos conclusiones diametral-mente opuestas. Consideran ambos la vida como una actividad que se encuen-tra en su mayor expansión y en su más alta intensidad su goce más alto, pero que en tanto el teutón dominador ve en la superabundancia vital una potencia de dominación, de agresión y de tiranía, Guyau, en cuyo noble genio parecen culminar las más excelsas cualidades latinas, afirma, por el contrario, que tan superabundancia es un elemento necesario de la simpatía y de la solidaridad humanas” (Torres 157-158).

Si bien Torres observa la efectiva existencia de una ética nietzscheana, considera, equi-vocadamente, que el pensamiento del teutón no se constituyó como una alternativa moral real. Para él sus influencias son necesariamente inicuas y se circunscriben exclusivamente al terreno de la estética. Dice así: “No creemos que los espíritus distinguidos que en Colombia y en el resto de América latina se han llamado nietzscheanos hayan aceptado de los sermones líricos de Zaratustra otra cosa, aparte de las bellezas literarias, que aquellas generalizaciones inofensivas del concepto apolíneo de la vida y la intensidad del vivir, sin llegar jamás seria-mente a la condenación de la justicia y de la piedad, a las dos morales, o mejor, al inmoralis-mo, ni a pensar en el abatimiento y sujeción de la inmensa mayoría de sus conciudadanos convertidos en rebaño de esclavos” (Torres 159).

Curiosamente, al marginar las influencias de Nietzsche al terreno de la estética, Torres, quien no logra abarcar las consecuencias últimas de la renovación literaria, abre el espacio previsto por Sanín Cano en su texto De lo exótico; podría decirse que es por esta rendija por donde logra emerger, en el campo epistémico, la moral nietzscheana: al no presentarse como actores de disputa en términos propiamente filosóficos, y alejarse de las luchas y acuerdos éticos entre liberales y conservadores, entre religión y ciencia, para circunscribirse, al menos como estrategia retórica, al terreno de la estética literaria y artística, los nietzscheanos van a encontrar su lugar en la historia.

Para concluir, puede decirse que, en lo que respecta a la ética, en los enunciados de los nietzscheanos colombianos surge un discurso moral alternativo, divergente y marginal. Alternativo y divergente por cuanto, como hemos demostrado, su otra moral, por su eviden-te distanciamiento teórico y argumentativo, no puede ser vista como un eje más o un punto específico dentro del sistema de la Moral Dominante, sino como un discurso autónomo, si se quiere, como el germen de un sistema ético distinto. Marginal, por cuanto se encuentra y

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marca el margen de la Moral Dominante, circunscribiendo, por medio de una crítica genera-lizada e irrestricta tanto a la institucionalidad religiosa como a los discursos científicos y se-cularizantes, los límites externos propios de dicha moral, así como los elementos internos de la misma (la colusión de ciencia y religión). Justamente en la crítica de los nietzscheanos a las nociones de verdad y ética tanto de liberales como de conservadores, de científicos como de religiosos, de “modernos” como de tradicionalistas, podemos ya observar que la Moral Domi-nante de la época lejos de ser la exclusiva expresión de la doctrina católica está marcada por la reunión de los saberes éticos tanto de la ciencia experimental (y el positivismo), como de la teología cristiana (y el tomismo). Tal divergencia, alternatividad y marginalidad explica, o al menos insinúa, la ruptura de Silva, Sanín Cano, González y Panclasta, y su lucidez teórica y personal, respecto de los mecanismos tradicionales de producción y promoción intelectual. Un sistema tan radicalmente concebido no podía encarnarse en tratados filosóficos, éticos, teológicos o científicos típicos, sino que debía servirse de otras herramientas, como, fueron la literatura, la crítica literaria y la ensayística; esta ruptura fue similar a la realizada por Federico Nietzsche, quien rompería con la academia y con los estilos y formas propios de la filosofía institucional. Puede sugerirse, así mismo, que en este sentido, dichos autores no lograron inscribirse en los cánones de la historia de la filosofía y del pensamiento académico nacional, pues su discurso moral, su disruptiva moral nietzscheana, los llevo por caminos divergentes a los de la institucionalidad académica y a los de la historia intelectual oficial.

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Julián Gómez Delgado9

La Misión de Economía y Humanismo en Colombia: una reconstrucción de su trabajo 1954 -195810

9 Economista de la Universidad de los Andes y Sociólogo de la Universidad Javeriana. Actualmente

se desempeña como investigador independiente. Miembro del Semillero de Pensamiento Social

Latinoamericano (SEPLA). Correo: [email protected]

10 El presente texto es una adecuación de la tesis de pregrado El trabajo de la Misión de Economía y Humanismo en

Colombia 1954 - 1958, presentada por el autor para optar por el título de Sociólogo en la Universidad Javeriana,

sede Bogotá. Marzo de 2015.

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Resumen

Se analizará la contratación, el trabajo y la recepción de la Misión de “Economía y Humanismo” en Colombia, liderada por el sacerdote dominico francés Louis-Joseph Lebret (1897-1966). La

“Misión Lebret” llegó a Colombia en diciembre de 1954 y terminó su trabajo en julio de 1956, durante el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). El objetivo fue realizar un informe que incluyera los niveles de vida de la población, el diagnóstico de la situación económica del país, y una descripción de lo que la Misión llamó el “problema educativo”. El informe titulado Estudio sobre las condiciones del desarrollo de Colombia se publicó en 1958, dos años después de que el trabajo fuera completado por el equipo de la Misión. Es muy poco lo que se ha escrito sobre este <<proyecto intelectual>>. Hasta ahora, nada se sabía en los medios colombianos sobre los detalles de la contratación, es decir, ¿por qué llega Lebret a Colombia? Y tampoco se habían explorado las fuentes que iluminan la manera en la que este informe fue recibido inicialmente entre los colombianos, cuando se publica en octubre de 1958. En primer lugar, se revelará la manera en la que el grupo liderado por Lebret llega al país: a partir del vínculo que sostienen unos sacerdotes dominicos franceses con unos intelectuales católicos colombianos agrupados en el Movimiento Testimonio. En segundo lugar, se presentará el “informe Lebret” para dar cuenta de la “trastienda artesanal investi-gativa” de la Misión: enfoque, personal involucrado, método, hallazgos. Esto es importante porque el “informe Lebret” puede definirse como un hito en el análisis sociológico en el país. Finalmente, se explorará cómo es que este trabajo fue inicialmente difundido y recibido en el medio colombiano. La presente ponencia intenta contribuir entonces a algo inexplorado: la introducción del “tercermundismo católico” de Lebret en el país.

Introducción

Economía y Humanismo (EH) fue un centro de estudios fundado por un grupo de católicos fran-ceses en 1941, bajo la dirección del sacerdote dominico Louis Joseph Lebret (1897-1966). Con el subtítulo de “centre d’etude des complexes sociaux”, este grupo de franceses tenía el interés de combinar el perfil de investigadores con el de “militantes comprometidos con problemas prácticos” (Faulhaber, 1954, p. 255). Sin buscar un “cambio radical”, perseguían un mundo “más humano”, en palabras de Faulhaber (1954): “[…] simplemente una organización de la sociedad más racional y más humana” (p. 256).

Aunque sus fundadores fueron un grupo de católicos franceses, y el centro era cer-cano a los principios y seguía las directivas formales de la Iglesia Católica, EH se distanció de los grupos apostólicos comunes, conocidos éstos dentro de la Iglesia con el nombre de

“catolicismo social”. Para Faulhaber (1954), EH fue mucho más allá y se distingue de aquellos grupos porque éste estaba interesado fundamentalmente en una ciencia de la sociedad.

Una característica del centro liderado por Lebret, fue que tuvo una reconocida trayec-toria mundial. Villamizar (2013) cuenta que por lo menos “entre 1941 y 1951 el centro realizó cerca de cien encuestas económicas y sociales en Francia, Alemania, Suiza, Suecia, Holanda y Brasil (Sao Paulo)” (p. 189). Posteriormente, adelantaría trabajos en Colombia, Vietnam, Se-negal, Líbano y Ruanda.

Para Miguel Siguán, Louis-Joseph Lebret fue el animador de este movimiento (Lebret L. J., 1961) y se puede decir que el sacerdote fue la cara visible por la jefatura que tuvo en varias de las investigaciones que realizaron en diferentes países. El interés que tuvo Lebret por los problemas económicos y por sus efectos en la situación de las personas, se consolidó a raíz del trabajo que realizó con pequeños y medianos pescadores en Saint-Malo (1931-1939), a lo largo de la costa norte francesa (Heidt, 2004), después de ordenarse como sacerdote en 1930. Según Heidt (2004), esta experiencia le permitió a Lebret construir el método que le sería característico: observar, documentar, entender las causas de los problemas, realizar un juicio y, finalmente, actuar11.

En Colombia, EH estuvo trabajando entre diciembre de 1954 y julio de 1956, durante el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). El objetivo era realizar un informe que incluyera los niveles de vida de la población, el diagnóstico de la situación económica del país, y una descripción de lo que la Misión llamó el “problema educativo”. El informe ti-tulado Estudio sobre las condiciones del desarrollo de Colombia se publicó en 1958, dos años después de que el trabajo fuera completado por el equipo de la Misión.

El informe fue presentado por el entonces Director Ejecutivo del Comité Nacional de Planeación (CNP), el capitán de fragata Carlos Prieto Silva, al recién posesionado presi-dente del Frente Nacional, Alberto Lleras Camargo (1958-1962), como un insumo para la organización del “nuevo momento” de la República. Prieto Silva calificó el informe como

“la máxima obra realizada por el Comité Nacional de Planeación entre los 289 estudios efectuados a través de su existencia” y agregó que “su contenido es la más fiel radiografía de la situación del país” (L. J. Lebret). Prieto era consciente de que los alcances de las reco-mendaciones podrían sólo ser determinados por la “voluntad política” de quienes “rigen los destinos de la Patria”.

11 Lebret tuvo un papel importante dentro de la Iglesia, pues se involucró en dos eventos bastante relevantes.

En primer lugar, este sacerdote francés participa en la redacción de “Gaudium et spes”, una de las cuatro

constituciones conciliares emanadas del Concilio Vaticano II (aprobado el 7 de diciembre de 1965), la cual

habla de “la Iglesia en el mundo contemporáneo” en un interés por “abrir el diálogo con el mundo”. En

segundo lugar, Lebret fue uno de los que más influyó en la encíclica papal Populorum Progressio (1967, 26 de

marzo), “escrita en el lenguaje y estilo de las ciencias sociales, y no con el lenguaje más familiar de la fe y los

morales” (Heidt, 2004; traducción propia). La encíclica es conocida por proclamar “la necesidad de promover el

desarrollo de los pueblos”.

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El objetivo de este artículo es reconstruir el trabajo de la Misión de EH en Colombia para contribuir a algo inexplorado: la introducción del “tercermundismo católico”12 de Lebret en el país. El trabajo de esta Misión ha pasado sin mayor detalle entre la opinión informada y hasta ahora es poco lo que se conoce sobre su contratación y sobre la “trastienda artesa-nal investigativa”.

La llegada de Lebret a Colombia

El pensamiento de Lebret y el proyecto de EH se distribuyó por el mundo por los misioneros do-minicos franceses (Ramos, 2010). El caso colombiano no fue la excepción, pues es gracias a cuatro dominicos, quienes llegaron a finales de la década de 1940, que se difunde por pri-mera vez el pensamiento de Lebret y el proyecto de EH en este país.

Según Dennis Pelletier (1992) los dominicos que llegaron a Colombia fueron: el padre Juan Bautista Nielly, como provincial; los padres Gabriel Marie Blanchet y Eduardo Perret, de-signados para enseñar en un convento de la capital; y el padre León José Moreau, quien iba a realizar su labor apostólica en Chiquinquirá para las “populations indiennes” (Pelletier, 1992). Broderick (1987) sugiere que estos llamados “promotores de vocaciones” fueron enviados

“con la misión de inyectar nueva vida a sus cofrades colombianos” (p. 41), pues su tradición no era aquí tan fuerte. Por ello es que uno de los Padres franceses califica a Colombia como una provincia a la que ellos fueron enviados a “elevar” (Pelletier, 1992, p. 663; traducción propia).

Tanto el padre Nielly como Moreau habían participado en la resistencia francesa con-tra el nazismo. Luego en Colombia, Nielly revelaría los detalles de su escape como prisio-nero de los nazi, conmoviendo a los asistentes a las charlas que organizaron los dominicos en Bogotá, entre los que se encontraba el joven Camilo Torres y su novia, Teresa Montalvo (Broderick, 1987). Camilo asistió a los círculos de estudio y retiros para jóvenes intelectuales organizados por los franceses y descubrió –en sus palabras- “no un clericalismo fetichista de supersticiones, sino una manifestación racional de las creencias” (Broderick, 1987, p. 42). Además, escribió informes resaltando la labor cultural de la comunidad religiosa por su “cri-terio de amplitud filosófica”. Fue esto lo que cautivó a Camilo: el hecho de que no se hablara tanto de la “salvación de las almas”, sino de “el compromiso (l’engagement) y el testimonio (le témoinage)” (Broderick, 1987). De hecho, fue uno de los dominicos quien le propuso a

12 El francés Dennis Pelletier (1992) le dedica una parte de su investigación sobre Lebret a describir la manera en

la que éste ingresa a Colombia y a otros países de América Latina, como Brasil y Uruguay, con lo que denomina

su “tercermundismo católico”.

Camilo que se vinculara al sacerdocio13. Posteriormente, como sacerdote-sociólogo, Camilo revelaría una clara influencia del dominico Lebret en su trabajo14.

El tono que cautivó a personas como Camilo Torres, expresa que estos dominicos fran-ceses reconocían la importancia de renovar la Iglesia en atención a los cambios en el mun-do tras la Segunda Guerra Mundial. Aquel “espíritu de renovación”15 lo llevaron a la práctica en Colombia con el apoyo y la orientación apostólica que dieron a la Hermandad de Santo Tomás, en cuya “dirección espiritual” estaba uno de los dominicos, Fray Gabriel Marie Blan-chet (Ayala). En la Hermandad se encontraban también algunos “hombres de letras”, o inte-lectuales-católicos colombianos, como el psiquiatra Hernán Vergara Delgado, su hermano y también médico Jorge Vergara, el influyente político conservador José Antonio Montalvo, el periodista chocoano Manuel Mosquera Garcés, el diplomático Daniel Henao Henao, el abogado Emilio Robledo Uribe y el odontólogo Alberto Luque.

Este grupo fundó la revista Testimonio. Una voz de simples católicos, cuyo primer nú-mero apareció en Agosto de 1947 y su último número en Octubre de 1957 (completando 72 números). En la publicación declararon su autonomía frente a los partidos políticos tradi-cionales, a pesar de que algunos eran cercanos al conservadurismo. Así mismo, propusieron que el catolicismo podría arrojar luces para entender los problemas económicos y lo que ellos llamaban “la crisis espiritual”, asociada a los vestigios de la Segunda Guerra Mundial y al recrudecimiento de la violencia en el país. Al respecto, declaraban en el segundo número de la revista lo siguiente:

13 Sin embargo, sus padres se oponen porque no comulgan con la idea de que su hijo perteneciera a la Iglesia

católica, y menos a “una de las comunidades religiosas más oscurantistas”, la dominica de Chiquinquirá; por

eso, y gracias a la intervención de un amigo de la familia, Camilo ingresa al seminario diocesano de Bogotá en

septiembre de 1947 (Broderick, 1987). Allí conoce, entre otros, a Gustavo Pérez Ramírez, con quien iba a vivir

en Lovaina, cuando los dos eran estudiantes de la Universidad Católica (Pérez Ramírez).

14 Camilo es influenciado por Lebret, a quien cita en su tesis para graduarse como Sociólogo en Lovaina, titulada

“Aproximación estadística de la realidad socio-económica de la ciudad de Bogotá” y que presentó en julio de

1959. Se trata de un trabajo pionero en la investigación de la ciudad moderna colombiana (Restrepo, 2002). De

acuerdo con Gustavo Pérez (1996), en el viaje a Bogotá que hace Camilo para recoger información para su tesis,

éste se encuentra con Lebret mientras el sacerdote francés estaba trabajando en un barrio de Bogotá. Lebret

dejaría una “huella en el alma” del colombiano (Pérez Ramírez 127)

15 Aquel interés por renovar el catolicismo, que no es exclusivo de los dominicos, abre la posibilidad a posteriores

eventos como el Concilio Vaticano II entre 1962 y 1965, en cuyos inicios el Papa Juan XXIII hace un llamado a

adaptar la Iglesia católica a los “signos de los tiempos”. En efecto, para Bidegain (1996) el Concilio Ecuménico

Vaticano II “ampliará la visión de la Iglesia a todos los bautizados al desarrollar el concepto de ‘Iglesia pueblo

de Dios’ y comenzar a romper la visión eclesiástica (es decir, la jerarquía y el cuerpo sacerdotal) para adoptar

una visión eclesial (la del conjunto de los bautizados)” (p. 9)

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TESTIMONIO no tiene finalidad política alguna, entendiendo esta palabra en su acepción corriente, nuestra publicación es de carácter apostólico y aspira a realizar una tarea de orden intelectual, a contribuir a ilustrar los problemas ac-tuales con la pura luz de la verdad católica. Queremos ser católicos sin califica-tivo alguno: simples católicos, como reza el subtítulo de esta revista (En Mesa Redonda, “Católicos, nada más que católicos”, Testimonio, Núm. 2, septiembre de 1947, p. 54).

En ese mismo número, los Editores afirmaron que Testimonio no tiene una posición po-lítica particular y que “los que no vean más allá de los programas de partido; los que, a falta de ideas, se confinan en los baluartes oscuros y antiintelectuales de izquierda y derecha no podrán comprendernos” (p. 55). Esta declaración revela una intención de los creyentes por reclamar su autonomía frente a la comunidad política colombiana. Además, estos “hombres de letras” daban cuenta, a través de su proyecto editorial, que los creyentes “encontraban nuevos caminos”, apartados de las redes institucionales y sin entrar al sacerdocio (Arias, 2014).

En 1949, dos años después de creada la revista, los intelectuales-católicos conforma-ron el Movimiento Testimonio, definido como un grupo de “católicos ante todo” e hicieron de la revista el órgano de difusión de su pensamiento. Este grupo implementó el “método celular”, formando grupos de máximo siete personas –con presidente, tesorero y secretario- en distintas ciudades y teniendo como base a su revista dictaron conferencias y propusieron su lectura para apoyar a cada célula (Ramos, 2012) 16. El grupo tuvo con ello influencia en algunas ciudades como Medellín y Manizales, además de Bogotá (Ramos, 2012). Otras dos actividades se desatacan: los Cine-Fórum17, realizados en el Teatro Americano de Bogotá, donde interrogaban a los asistentes y discutían sobre la película vista; y la Sociedad Vecinal de Suba, en la que se llevó un trabajo “con gentes de raigambre campesina” para solucionar sus problemas bajo el ideal cristiano (Ramos, 2012).

Ahora bien, es en la revista Testimonio donde se encuentra el primer texto en Colom-bia dedicado a exponer la naturaleza del grupo de EH, preparando el terreno para su llegada algunos años después al país. En un artículo titulado “Economía y Humanismo”, el dominico francés Moreau expone en el número 15 de Testimonio, correspondiente al mes de Diciembre de 1948, algunos aspectos biográficos de Lebret y ciertos detalles de las ideas y de la meto-dología aplicada por el grupo de EH. Para el año en el que se publica ese artículo, Lebret ya

16 Según Escobar (2008), Testimonio tuvo más de 20 células y la primera “se constituyó en Manizales el 19 de

mayo de 1949, bajo la denominación de ‘Padre Gabriel Marie Blanchet, O.P.’” (p. 130).

17 Uno de los artículos publicados en la revista Testimonio por el dominico francés, Eduardo Perret, trató el tema

del cine. En el número 15 de la revista, de Diciembre de 1948, se encuentra su artículo “El Cine – un problema

de Sinceridad” (p. 20-37).

era un personaje reconocido dentro de la Iglesia, pues el sacerdote francés había recibido una carta de Monseigneur Montini, en nombre del Papa, felicitándolo por su trabajo y reco-nociendo la labor adelantada por EH (Ramos, 2010).

Moreau habla de lo que podríamos clasificar como la tarea doble de EH. Aquella se cons-tituía, primero, por una apuesta por conocer los “hechos sociales”, pues las buenas intenciones no eran suficientes para entender el “carácter apocalíptico de los acontecimientos actuales”. Y, en segundo lugar, por un interés de orientar por el camino “correcto” a los individuos con-forme el ideal cristiano. Esto dejaba notar que el trabajo de EH se trataba, en definitiva, de un sincretismo entre un conocimiento sociológico y un catolicismo social. La perspectiva era la de un humanismo cristiano, el cual al interesarse por el desarrollo social y económico de los países, va a constituirse en una especie de “tecnocracia apostólica”18.

De acuerdo con el Padre Moreau, Lebret sabe muy bien que para contribuir “a la autén-tica ‘humanización’ y a la cristianización del trabajo y de la economía, se necesitan estudios objetivos, encuestas concretas y precisas” (“Economía y Humanismo”, Testimonio, Núm. 15, di-ciembre de 1948, p. 61). Así pues, sólo conociendo las condiciones en las que viven las perso-nas se asegura que se puede garantizar un mejoramiento efectivo de sus condiciones de vida. Por otro lado, Moreau aprecia que se trata no de un mejoramiento de condiciones individua-les, sino también de la vida del prójimo, por lo que afirmaba que “el hombre es un ser social”.

El reconocimiento de que ya no eran suficientes las buenas intenciones y que se nece-sitaba de un conocimiento objetivo, era algo que el grupo alrededor de la revista Testimonio también había señalado. En el editorial de su primer número, bajo el antetítulo de Posiciones, afirmaron que la tarea del cristiano era la de enfrentar los problemas del mundo, “en la certe-za de que pasaron los tiempos en que las dificultades podían ser solucionadas con medidas eventuales” (Posiciones, Testimonio, Núm. 1, agosto de 1947, p. 2).

Bajo ese interés, la revista Testimonio reprodujo en Junio de 1949 un texto que escri-bió Lebret en 1947, después de su primer viaje por Brasil y luego de la visita a Montevideo, Buenos Aires y Chile (Ramos, 2010). Se trata de la segunda referencia que se encuentra de Lebret en Colombia. La justificación que dan los editores de Testimonio para publicar la re-conocida “Carta a los Suramericanos”, es que consideran que “nuestros problemas sociales [son] mucho más importantes que los políticos y que en ellos está jugándose la suerte del catolicismo” (“Carta a los Suramericanos”, Testimonio, Núm. 19, junio de 1949, p. 2). Entre los problemas sociales que el mismo Lebret identifica para todo el subcontinente suramerica-no, se encuentra la alta desigualdad social. El sacerdote francés expresa su desconcierto por

18 El trabajo de Lebret no se puede tachar, por lo último, de “exceso religioso”, pues sus análisis contribuyen

a comprender la sociedad colombiana independientemente de algunos énfasis que hace sobre la

“descristianización” del país, etc. Creemos que su análisis comprehensivo pretende tener datos y factores de

relevancia para alcanzar ciertas conclusiones con suficiente objetividad.

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encontrar en el mismo lugar, junto a una amplia población analfabeta, “‘élites’ que revelan la más vasta y penetrante cultura de las últimas décadas, tanto en literatura como en juris-prudencia, en ciencias y en técnica” (p. 3). Para Lebret, un viajero europeo, incluso experi-mentado en el análisis económico y sociológico, “se encuentra al principio completamente desconcertado frente a las estructuras sociales suramericanas” (p. 2). De tal forma, reconoce que algunas palabras diseñadas para entender la realidad del Occidente europeo, como pro-letariado, burguesía, capitalismo, democracia, “no cubren aquí las mismas realidades que en Europa” (p. 2). Posteriormente, en el informe que escribe para Colombia, se encuentran varias afirmaciones sobre lo insuficiente que resultan ser las categorías con las que se estudian los países industrializados para entender los casos de países “subdesarrollados”.

Ahora bien, los dos artículos publicados por la revista revelan que fue en el seno del grupo Testimonio en donde se comenzó a difundir la importancia del trabajo liderado por Lebret. Así mismo, se encuentra que fue uno de los dominicos franceses el primero en en-cargarse de esta tarea. De hecho, ya para finales de 1940 se encuentra que los dominicos fueron los que invitaron a Lebret por primera vez a Colombia. Pelletier (1992) revela que en una carta del 25 de febrero de 1949, el dominico Eduardo Perret le escribe a Lebret contán-dole que tanto él como el grupo de Testimonio habían llegado a la conclusión de que se ne-cesitaba en Colombia cualquier cosa del tipo de labor realizada por EH y que, con seguridad,

“sin importar la coyuntura política, seremos apoyados por todo el que vive acá” (citado por Pelletier, p. 664).

Posteriormente, la primera invitación formal que se le hace a Lebret para que ven-ga con su equipo a investigar las condiciones de desarrollo de Colombia, proviene del ex director de Testimonio, Manuel Mosquera Garcés. En abril de 1950, Mosquera le escribe al dominico francés como Ministro de Educación (Pelletier, 1992) 19 pero en septiembre de ese mismo año Lebret le responde contándole que ya se había comprometido en realizar una investigación en Sao Paulo, para estudiar las necesidades y posibilidad del desarrollo de di-cha ciudad (Ramos, 2010).

Hasta la llegada del gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) es que se contrata a la Misión de Economía y Humanismo. Esto tiene que ver con las afinidades que te-nía el grupo de Testimonio con el gobierno del General, quien se presentó como un estadista católico, independiente de los partidos políticos tradicionales y con un promisorio proyec-to de pacificación y reconciliación nacional. De hecho, según Escobar (2008), seis abogados miembros de Testimonio participaron en una junta que convocó el cardenal Crisanto Luque, después del golpe militar, “para que conceptuara sobre la situación jurídica de Rojas como jefe de Estado” (Escobar, 2008, p. 138). La conclusión de aquella junta fue que “‘su su autori-dad [debía] ser reconocida y obedecida’” (p. 138).

19 Mosquera Garcés había sido secretario de prensa de Mariano Ospina Pérez (1946-1950).

Adicionalmente, Testimonio saludó el advenimiento de los militares al poder en 1953, atribuyéndoselo a la Divina Providencia: “Nosotros adherimos sin reservas a la apreciación providencialista de ese acontecimiento y vemos en él nada menos que una oportunidad ofrecida por Dios a Colombia para que vuelva a nacer” (Posiciones, “Compromiso con Dios”, Testimonio, Núm. 52, junio de 1953, p. 1). El grupo se mostraba así cercano al régimen mili-tar que, además, había nombrado como Ministro de Educación a uno de sus miembros, el abogado Daniel Henao Henao.

De acuerdo con Pelletier (1992), Lebret se entera del evento “providencial”, según se encuentra en una correspondencia que éste mantiene con el padre Nielly, por lo que el pri-mero visita el país el mismo año en el que Rojas llega a la presidencia. No obstante, el tra-bajo se negocia al año siguiente con Daniel Henao Henao “durante los pocos meses que él es Ministro de Educación” (Pelletier, 1992, p. 665; traducción propia) y con la ayuda de Luis Gómez Grajales –encargado de las finanzas de la revista Testimonio- quien hizo las media-ciones con el gobierno, de acuerdo a la reconstrucción que hace Pelletier (1992) con varias cartas que encuentra.

Sin embargo, por la renuncia del Ministro Henao Henao –reemplazado por Antonio Caycedo Ayerbe-, las oposiciones de algunos miembros del conservadurismo sobre el tra-bajo de Lebret, así como por los desacuerdos con el Ministro de Economía, el sacerdote francés tiene que volver en 1954 a negociar su trabajo directamente con el nuevo Comité Nacional de Planeación (CNP), cuyo nuevo director era Álvaro Ortiz Lozano20, y bajo el am-paro de Rojas Pinilla directamente, quien está de acuerdo con que se coloque a la Misión bajo los auspicios de la Presidencia, según dice Lebret en su diario el 21 de Octubre (citado por Pelletier, 1992, p. 666).

La revista Testimonio número 61 de septiembre y octubre de 1954, en la sección En Mesa Redonda, dedica una nota al trabajo de Lebret con el título “Los Padres Lebret y Birou, O.P., visitan a Colombia” e incluye una foto de Lebret con la siguiente descripción: “El R.P. Jo-seph Lebret, O.P. en una de sus interesantes exposiciones sobre Economía y Humanismo,

20 Ortiz Lozano era cercano al catolicismo. En 1945, hizo parte de un grupo de jóvenes universitarios que

colabora en la formación a obreros, tanto en centros urbanos como en municipios rurales, bajo la dirección

del padre jesuita Vicente Andrade Valderrama y en asocio con la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC).

Posteriormente, en 1956, Ortiz Lozano publicó un texto en homenaje al jesuita español titulado La obra del

padre Campoamor, S. J.. En la introducción al libro, Ortiz (1956) afirma que “el catolicismo es una levadura que

impregna todos los órdenes de la vida: la económica, la social, la intelectual y la artística. No es una solución

parcial de los problemas urgentes y renovados, sino integral” (p. 3). Es probable entonces que el esfuerzo que

realiza Ortiz Lozano como Director del CNP para contratar a la Misión de Economía y Humanismo, un grupo ya

reconocido por su labor científica y apostólica, tenga que ver con que él mismo estaba convencido de que la

Iglesia podía ayudar a resolver los problemas terrenales.

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dentro del ciclo de conferencias desarrolladas por él en el Museo de Arte Colonial de Bogotá” (p. 56; énfasis en el original).

En la reseña, se cuenta que los sacerdotes franceses fueron invitados por la gestión que hizo Daniel Henao Henao, como Ministro de Educación y miembro de Testimonio. Se descri-be que la actividad que han realizado los dos sacerdotes franceses, en los últimos doce años, comprende las encuestas y algunas publicaciones, como parte de su labor apostólica en la

“Asociación ‘Economía y Humanismo’”. Reconocen que la labor adelantada es de utilidad para los intelectuales católicos y para los políticos que deben tomar en cuenta sus sugerencias, y que “se han empeñado en tender el puente entre la técnica y el espíritu, la especulación y la aplicación, lo concreto y lo abstracto” (p. 57).

Testimonio considera que la llegada de Lebret era oportuna y “podríamos decir provi-dencial”, pues era para ellos hora de hacer empalmar los avances de “este progreso que nos abruma, con la ciencia de los valores humanos” (p.57). La reseña que hace la revista revela que Lebret fue recibido “por el Excelentísimo señor Presidente de la República”, que el sacerdote realizó conferencias de carácter general y de temas especializados, recorrió varias regiones, se puso en contacto con algunos políticos y, en general, “propició una sana inquietud sobre estos temas”, evaluándolo como lo que posiblemente sería el comienzo de “una más estable y eficaz colaboración entre Economía y Humanismo y nuestra patria” (p.57). Al final, se prome-te dedicarle un número de la revista al tema de la “Economía Humana”, algo que no ocurre.

El informe Lebret: “ensayo de síntesis”

La Misión de Economía y Humanismo, en cabeza de los padres dominicos Lebret y Alain Birou, O.P., llegó a Colombia en diciembre de 1954. Su trabajo terminó en julio de 1956 y hasta dos años después, en octubre de 1958, se publicó el informe que se dividió en dos tomos, titulado Es-tudio sobre las condiciones del desarrollo de Colombia21. Los problemas para su publicación tuvieron que ver con que el trabajo de la Misión terminó en el año en el que el gobierno militar había perdido legitimidad: la Iglesia le quita el apoyo a Rojas Pinilla, y los líderes de los partidos políticos tradicionales, Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, comienzan a tejer la alianza para diseñar el gobierno de alternación de la presidencia, conocido como Frente Nacional (1958-1972). Así pues, se puede decir que este evento muestra que el tra-

21 El primer tomo es el más conocido pues incluye, en casi medio millar de páginas, la presentación del estudio,

sus análisis y conclusiones. El segundo tomo, de una extensión similar y que se conoce muy poco, presenta

interpretaciones gráficas de los análisis hechos a través de diagramas; cuadros con los resultados de las

encuestas, de resumen sobre el diagnóstico de las “taras” urbanas y rurales, y otros cuadros que muestran la

correlación entre algunos de los datos obtenidos.

bajo de la Misión de Economía y Humanismo está ineludiblemente articulado con la historia política nacional de los años cincuenta.

Más conocido como el “informe Lebret”, por el reconocimiento que tenía el jefe de la Misión, este trabajo tuvo unas dimensiones sin precedente en un estudio socio-lógico sobre Colombia. No sólo se aplicó una encuesta urbana en 13 barrios populares de 11 ciudades y otra encuesta en 45 municipios rurales22, sino que se utilizaron técni-cas modernas de interpretación, las cuales posiblemente sirvieron para afirmar luego la labor profesional del sociólogo en un país que todavía no tenía institucionalizada su enseñanza23.

Por lo anterior, el informe es considerado por Gonzalo Cataño (1999) como una guía para los sociólogos profesionales que se empezaron a educar en el país pocos años después del trabajo de la Misión. En sus palabras, “los sociólogos hallaron su primera afirmación mo-derna en el Estudio sobre las condiciones del desarrollo de Colombia, de 1958, más conocido como Informe Lebret” (Cataño, 1999).

La relevancia de este trabajo es también mencionada por Gabriel Restrepo (2002), quien sobre la Misión afirma que

hizo mucho por demostrar la necesidad de estudios sociológicos, aplicó por primera vez, en gran escala, la encuesta e identificó la labor del sociólogo como la de un investigador que realiza un diagnóstico sobre los problemas sociales, los analiza y llama la atención sobre posibles soluciones racionales (p. 83 – 84).

Una de las características de la Misión es que se trató de un trabajo colectivo. Entre las personas que participan se encuentran tres sacerdotes franceses, Louis-Joseph Lebret

22 Los 45 municipios fueron: Sandoná, Sibundoy, Magangué, Quibdó, Corozal, Condoto, Arauca, Puerto

Limón, Cáceres, Riohacha, Manta, El Cocuy, Valledupar, Patía, Simití, Sogamoso, Barrancabermeja, Puerto

Leguízamo, Montería, San Vicente, Fúquene, Tangua, Paz de Río, Villa Caro, Puebloviejo, Zapatoca (MG),

Pueblo Rico, Duitama, Pensilvania, Espinal, Boca de Monte, Sevilla, San Bernanrdo, Silvia, Polonuevo, Santa

Rosa, Gigante, Circasia, Zapatoca (PB), Florencia, Villavicencio, Anolaima, Fómeque, Fredonia, Palmira. Por su

parte, las ciudades escogidas fueron: Bogotá –barrios Girardot y San Fernando- y Barranquilla -barrio Rebolo

y El Valle- y un “barrio popular” en las otras ciudades: Medellín, Cali, Manizales, Cartagena, Popayán, Pasto,

Buenaventura, Bucaramanga, Cúcuta.

23 Recordemos que los primeros tres departamentos de Sociología en Colombia se fundaron en 1959; dos en

universidades confesionales, la Pontificia Bolivariana de Medellín y la Pontificia Javeriana de Bogotá, y el más

reconocido, en la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, bajo la figura de los “padres fundadores”,

el sacerdote-sociólogo Camilo Torres y el sociólogo barranquillero Orlando Fals Borda.

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(Director General de EH), Alain Birou (sociólogo) y Pierre Etienne Viau (especialista en edu-cación), además de otros miembros del equipo de EH24 y seis colombianos25.

Los colombianos habían asistido a una “sesión de preparación” del equipo de encues-tadores. En la sesión se fue introduciendo a los asistentes a la visión del grupo de EH bajo la advertencia de que se debe situar “los datos tratados en la encuesta en la coyuntura regio-nal y nacional” (L. J. Lebret 378). Adicionalmente, en esta sesión de varios días se estudiaron los cuestionarios26 y se recibieron correcciones sugeridas por los encuestadores y por otras personalidades colombianas que asistieron. Así mismo, se dedicó un seminario en el que los asistentes llenaron de memoria una de las encuestas con la información del municipio rural o barrio que más conozcan, haciendo una especie de “encuesta piloto”.

El entrenamiento al personal colombiano contribuyó a contrarrestar lo que fuera una de las debilidades en las primeras décadas de la planeación en Colombia –años cincuenta y se-senta-, a saber, la ausencia de formación de los colombianos. A juicio de Augusto Cano (1972)

“la falta de este personal ha impedido a los organismos de planeación derivar los beneficios amplios que ofrece el apoyo técnico del exterior en materia tan delicada como la planeación”(p. 36). Por lo mismo, Lebret (1958) señaló que había una urgencia de educar colombianos que pudieran “juzgar lo esencial y dominar la extrema complejidad de sus problemas”(p. 10).

La Misión se interesó por conocer la situación de las carreteras, las comunicaciones, el nivel de cultura (con variables como libros leídos al año, salas de cine…), la competencia

24 Además, aparece el especialista en coyuntura, Raymond Delprat; el especialista financiero, Jean Labasse; el

economista y agrónomo del CNP, Esteban Nagy; George Célestin, miembro de “Economía y Humanismo”,

contratado por el CNP como técnico de planeación. Es importante mencionar que Célestin había llegado a

Colombia después de una visita que hizo a Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia y Perú promocionando el trabajo

de EH después del primer Congreso Internacional de Economía Humana de Sao Paulo realizado en Agosto

de 1954 (Pelletier). Este evento “puede ser considerado como la apertura Sudamericana de Lebret a través del

establecimiento de nuevos contactos y la consagración de una red de economía y humanismo internacional”

(Ramos, 2010, p. 79; traducción propia). No sabemos con certeza si fue en ese evento que el gobierno

Colombiano lo contacta.

25 Los colombianos fueron colaboradores de Birou en las dos encuestas que diseñaron, una para el campo y

otra para la ciudad. Se dividieron en tres sub-equipos (cada uno con un Director): este, oeste y sur. Con ellos,

se buscaba facilitar las actividades en términos de tiempo y de dinero. En el primer grupo participó Héctor

Morales Velandia (Director) y Mario Pardo Rey. En el segundo, Luis A. Sáenz Acero (Director) y José M. Iragorri.

En el tercer grupo, estaba Agustín Amaya Rojas (Director) y Jenaro Aguilar Gómez.

26 Los cuestionarios se diseñaron uno para el campo y otro para la ciudad. Se adaptaron unos formatos que ya

habían sido utilizados por Economía y Humanismo, siguiendo lo que antes ya se había hecho para el Brasil. La

adecuación para el caso colombiano tuvo en cuenta las sugerencias hechas por algunas de las “personalidades

interrogadas” que mencionamos arriba.

de los dirigentes, y lo que califican como “elementos morales”, entre lo que se encuentra la honradez, lealtad, confianza y gusto para el trabajo, posibilita para la Misión “evitar el error de copiar lo que hacen otros países que se encuentran en situación diferente y cuyas posibi-lidades no son las mismas” (Lebret, 1958, p. 51). Así pues, Lebret daba cuenta de la necesidad de entender las particularidades de cada realidad estudiada, tal y como lo había señalado para el caso latinoamericano en la Carta a los Suramericanos, de la que hablamos antes.

El interés por las necesidades de la población tuvo un énfasis particular, pues la Mi-sión se propuso entender, principalmente, las condiciones de vida de las “masas populares”. Posteriormente, algunos personajes en Colombia afirmaron que este interés daba cuenta de que el grupo de franceses estaba en función de los intereses del gobierno de Rojas Pini-lla, quien se había posesionado despotricando de la élite dirigente tradicional y quien creó la Secretaría Nacional de Acción Social y Protección Infantil (SENDAS), con el fin de atender a la población “desposeída”, para lo cual fundó centros de bienestar social, tanto en las ciu-dades como en el campo. Para sus críticos, las conclusiones del “informe Lebret” debían, por lo tanto, legitimar el gobierno del General.

El interés por las necesidades de la población respondía al enfoque particular con el que trabajaba el grupo de EH. A pesar de que la Misión Lebret hace parte del auge del renovado in-terés por el desarrollo económico, al que también pertenecen las misiones de los años de 1950 que le antecedieron27, su visión difiere considerablemente. Por tal motivo, aunque Lebret valora la importancia de las otras misiones, dedicó su informe a ampliar sus hallazgos con lo que lla-mó “un enfoque particular”. Así pues, Lebret afirma que el trabajo de su Misión se justifica, con respecto a sus antecedentes, “a causa de la diferencia de métodos empleados” (L. J. Lebret 8).

Para el grupo de EH el desarrollo tenía una doble dimensión, aquella de ser crecimiento económico pero también “elevación” de los niveles de vida, principalmente de las capas po-pulares. Sin embargo, el jefe de la Misión reconoce que se acentúa el interés sobre lo segun-do, “los factores sociológicos”, los cuales “dentro de las nuevas orientaciones de los estudios económicos no pueden separarse del análisis económico propiamente dicho” (Lebret, 1958, p. 8). Así mismo, Lebret (1958) afirma que no se trata de estudiar cualquier tipo de hombre,

“el abstracto, animal razonable … [o] un hombre concreto aislado y solo” (p. 50). Específica-mente, se trataba “del hombre concreto que vive en un medio geográfico, económico y social, en un país, en una familia, en una ciudad, en un sector profesional” (p. 50). Nada más claro de cuan importante era la visión sociológica en este trabajo.

La Misión afirma que Colombia se asomaba a una época en el que “el olfato y la intui-ción” no eran suficientes para “el dominio económico ni en el administrativo o político” (p.

27 Las misiones de mayor importancia son dos, la Misión del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento –

BIRF- (1949-50), dirigida por Lauchlin Currie, y la Misión de la Comisión Económica para América Latina –CEPAL-

(1954-57). Véase Arévalo (1997) y Villamizar (2013)

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190), tal y como lo intuía el grupo Testimonio. Con esto se expresa la importancia que tiene para EH, “conocer para transformar”, como dice Lebret. Para Miguel Siguán, esta concepción utilitaria de la investigación, hizo que hacia 1960 los trabajos adelantados por EH fueran vis-tos “con cierta condescendencia cuando no ignorancia en los círculos más ortodoxos de la sociología científica” (L. J. Lebret 11).

Ahora bien, la Misión hizo una revelación muy importante diciendo que se encuentran “muy raramente grupos, y aun personalidades, que hayan tomado conciencia de los proble-mas colectivos, de su número, de su naturaleza, de sus exigencias” (p. 286)28. En buena parte, consideran que esto se debe a “los egoísmos de corta vista”, calificado como el elemento

“retardador” más difícil de superar para que el desarrollo integral pudiera cumplirse. Estos comportamientos, aclaraban, podían ser “válidos en una sociedad de otras épocas, pero que hoy no están en vigencia” (p. 341).

La recepción del informe Lebret

El diagnóstico de la Misión resultó incómodo para algunos. De hecho, un año después de publi-cado el informe, en 1959, el acercamiento a una estructura social desigual y las críticas a la élite, no fueron aceptadas por personajes como Ferenc Vajta (1959), quien opinó que “su condena de las clases dirigentes de Colombia es igualmente exagerada, falsa y mal conce-bida” y afirmó que su conclusión era una “predicción infantil y demasiado esquemática: el antagonismo social, los ‘fosos’ y ‘abismos’ del lenguaje” (p. 9). Además, concluía que Lebret tenía “su propio socialismo cristiano”.

Por el contrario, el análisis de Lebret fue recibido positivamente por personajes como el socialista Antonio García (1912 – 1982)29. García reconoce en El socialismo como tercera

28 Al respecto, se encuentra lo siguiente en el informe: “Por el mismo hecho de que la aristocracia antigua

reciente sólo tiene muy raramente conciencia de una tarea nacional a favor del bien común, las clases medias

y burguesas en ascensión se colocan también dentro de las mismas perspectivas ambiciosas de ganar más en

lugar de ayudar al pueblo a progresar con ellas. Si pusieran su competencia y su abnegación al servicio de esta

gran causa nacional, estas clases recientes podrían ayudar, mediante un esfuerzo bien concebido, a triunfar de

la miseria y a adquirir gradualmente una prosperidad general” (Lebret, 1958, p. 286).

29 Economista autodidacta, fundador en 1945 del Instituto de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional,

y uno de los pocos intelectuales capaces de discutir temas del saber experto de la economía durante la

época de los cuarentas y cincuenta en el país. García elaboró una teoría sobre el atraso de las naciones

latinoamericanas, a las que entendería a través del concepto de “países débiles”, a partir de los 15 años que

trabajó como asesor en otros países de la región. Este último aspecto explica, en parte, que a Antonio García se

le reconozca más por fuera de su país que adentro.

posición (1956), las posibilidades que desde la Iglesia existen para hablar de la desigualdad. Así resaltó el papel de Lebret

Para hablar de justicia social no hay necesidad de recurrir a Lenin o a Proudhon: puede recordarse a Fray Domingo de Las Casas [sic] o al Padre Lebret. Si se exa-mina honestamente la obra científica de este ilustre fraile dominico, sabríamos en qué consisten y dónde se localizan los principios de descristianización de la sociedad colombiana (p. 25).

Rojas Pinilla también valoró de buena manera la importancia del trabajo encabeza-do por Lebret. De hecho, en su defensa durante el juicio político que le hacía el Senado de la República, en 1960, utiliza el trabajo realizado por Lebret como un hecho que habla de la “buena intención” y como ejemplo de la legitimidad que tuvieron las decisiones bajo su gobierno. Un año después, el General Rojas Pinilla utiliza el informe para darle orientación a la primera plataforma de su partido político, la Alianza Nacional Popular (ANAPO). Dice que el pueblo, cansado de los engaños, se manifestará en las próximas elecciones y demostrará

“que terminó la sucesión monárquica de las sesenta familias que según el padre Lebret vie-nen usufructuando el poder con glotonería desde los inmemoriales tiempos de la Colonia” (citado por Ayala, 2011, p. 399).

Una reflexión de suma importancia sobre el trabajo liderado por Lebret es la que apa-rece en la revista Testimonio en el número 72, de septiembre y octubre de 1957, momento en el que Hernán Vergara era el director. En el editorial de la revista, se escribe un primer comen-tario titulado “La Misión del Padre Lebret”. Allí se demuestra la influencia que ya había tenido Lebret en el Movimiento Testimonio, grupo que estuvo detrás de la contratación de la Misión. El texto no sólo se limitó a reseñar la conferencia, repitiendo los datos que fueron expuestos por Lebret, sino que hizo un análisis de la labor del centro de EH, resaltando su trascenden-cia y destacando el papel de Lebret, no sólo como sacerdote, sino como una “personalidad sacerdotal”, definido como aquel que se entrega a las personas sin esperar nada a cambio.

Aunque Testimonio reconoce que muchos de las observaciones de la Misión tienen que ver con lo que también hicieron las otras misiones, refiriéndose al plan Currie y al informe de la Cepal, la diferencia del trabajo liderado por Lebret se acentúa a su juicio en que había logrado penetrar en sectores de la opinión pública a los que los otros trabajos no habían podido llegar. No obstante, esta afirmación resulta sobrestimar el hecho de que la difusión del trabajo fue muy restringida. Esta misma revista lo evidenciaba. Este artículo era el pri-mero dedicado al trabajo realizado por EH, después de haber mencionado en 1954 algunos detalles de su contratación y en el que publicaron una foto de Lebret sentado dictando una de sus primeras charlas (ver figura 1).

Para Testimonio, la misión que tenía Lebret era la de “despertar la conciencia de las clases dirigentes” (p. 2). Adicionalmente, plantean que la originalidad del enfoque de EH se

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podía ver en la elaboración de diagramas que podían expresar hechos altamente comple-jos. Sin embargo, advierten que “el valor primordial” de la labor realizada estaba en que sus conclusiones son, más allá de los detalles técnicos, un “llamamiento a la misericordia” (p. 2) como respuesta a la injusticia social que el mismo Lebret descifra y revela. Estos llamados eran evaluados como los únicos que podían sacar al país de la pobreza y de la violencia, lo cual demostraba la orientación católica de la revista que era claramente expuesta en el sub-título: “una voz de simples católicos”.

Hay un comentario llamativo sobre la calificación que hacen del informe. A la vez que creen que se distancia de “la grandilocuencia lírica de la demagogia”, afirman que se aleja de “la fría neutralidad” de los técnicos, quienes echan mano de ello para “no comprometerse a favor o en contra de las situaciones que descubren” (p. 3). El mensaje que daba Lebret en su informe de que su enfoque se distanciaba de los economistas que no se acercan a la rea-lidad concreta y de los políticos que suelen esconderse en lo abstracto o novedoso, parece que tiene bastante resonancia en este grupo en el que las ideas de la “economía humana” tal vez tienen más influencia. Además, ven a Lebret y a su equipo como un movimiento abierta-mente comprometido con el cambio de la situación del país, especialmente de aquella que era vivida por las masas populares.

Para Testimonio, Lebret logró ponerle un desafiante reto a lo que llamaron “la tranqui-lidad de conciencia de quienes constituyen las minorías privilegiadas” (p. 3). De manera re-currente, aparece el asunto de la estructura social como uno de los mensajes a los que más atención se le presta, así como a su consecuencia directa: la responsabilidad de los dirigen-tes, señalada por la Misión.

Otro personaje que valoró las conclusiones del informe fue el Teniente Coronel, Alber-to Ruiz Novoa. En noviembre de 1957, hizo un comentario en la revista Economía Colombia-na como Contralor General de la República, cargo que ocupó desde noviembre de 1953 a septiembre de 1958. Esta revista, fundada en mayo de 1954, era una vitrina de opinión para el Contralor, la cual “lo liberaba de la dependencia de la prensa liberal y conservadora” (Vi-llamizar, 2013, p. 207).

Alberto Ruíz Novoa juzgó que el valor de las conclusiones de Lebret no estaba exac-tamente en que dijera cosas nuevas, pues ya otras misiones habían advertido la mayoría de los problemas. Para el Teniente-Contralor, el valor residía en que el autor era un “eminente sociólogo católico” reconocido como una autoridad científica mundial, de modo que no podía ser “tachado de demagogo, ni de comunista, ni de interesado en manera alguna en promover la lucha de clases” (p. 461). De este modo, a las conclusiones se les debía prestar la atención necesaria y advertía, como lo hizo Lebret, que de no cambiar la situación real encontrada se podría terminar en una expresión violenta que exigía “la solución de desigual-dades insoportables” (p. 461).

Las conclusiones del informe, que atacaban la “especulación y el enriquecimiento sin causa” de esa minoría privilegiada, fueron calificadas por Ruíz Novoa como una oportunidad

para “la rehabilitación nacional” (p. 462). De manera positiva, el Contralor valoraba que las observaciones de Lebret señalaran “con franqueza casi ruda los defectos de nuestra estruc-tura económica y social” (p. 463) y que considerara que el fin de todo estudio económico fuera el hombre.

De igual manera, Ruiz Novoa hizo una reflexión bastante interesante. El Contralor afir-ma que “una de las características del pueblo colombiano es su entusiasmo por las palabras y su indiferencia por la acción” (p. 462). Evalúa que cuando en el país se encuentran proble-mas, se les dedica un esfuerzo importante a discutir sus soluciones pero se llega de manera apresurada a improvisadas conclusiones. A su juicio, el esfuerzo del pensamiento parecía agotar “la iniciativa para la acción”. Se dictaban leyes o decretos, pero estas eran letra muer-ta mientras no se llevaran a cabo. Por ello, era indispensable pasar de los diagnósticos -que de manera importante habían ya sugerido las misiones y que Lebret “actualiza”- a la acción.

En ese mismo número de la revista Economía Colombiana, en la sección “la opinión pú-blica”, se encuentra un reportaje titulado “las conclusiones del informe Lebret”, en el que se le hacen dos preguntas a cinco “personas autorizadas en la materia”. La primera pregunta fue so-bre el concepto que tenían de las conclusiones de la Misión Lebret y la segunda pregunta inda-gaba por la manera en la que creían que el estudio podía orientar a los dirigentes colombianos. Entre las personas interrogadas se encontraban dos ex ministros, Hernán Jaramillo Ocampo y Gabriel Betancur Mejía, el primero de Hacienda y el segundo de Educación; el Superintenden-te Nacional de Cooperativas, Diógenes Reyes Posada; el profesor universitario de sociología y economía, José Pinto Rojas y; el secretario de Finanzas de la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC) -grupo sindical de tradición confesional30-, José T. Niño. En el comentario de los editores que presenta las respuestas de los cinco personajes, la revista afirma que las “trascendentales conclusiones” del informe han sido objeto de varios comentarios, lo que da nuevas señales de la importancia que tuvieron esas conferencias dictadas por Lebret.

Sobre lo dicho, todos evaluaron como adecuadas las conclusiones del informe, pues afirmaron estar de acuerdo y coincidieron en los dos problemas centrales señalados por Eco-nomía y Humanismo: la desigual distribución de la riqueza y el problema de lo que Lebret llamó “la inconsciencia de las élites”. Los cinco coincidieron sobre el hecho de que los dirigen-tes tenían una tarea difícil pero necesaria y que era su responsabilidad cumplirla. Esos dos aspectos pueden considerarse como los que tuvieron mayor recepción entre los colombia-nos, pues en todos los registros que se han presentado fueron difundidos y/o comentados.

Específicamente, Hernán Jaramillo Ocampo señaló la importancia del enfoque de Le-bret, en el que combinaba lo racional y lo humano, e insinuó la importancia que tenía para

30 Palacios (2000) cuenta que “la jerarquía católica, que mantenía una posición privilegiada desde los orígenes

de la dictadura, había identificado a la CTC –Confederación de Trabajadores Colombianos-, en la época liberal,

como el macarón en proa del comunismo, y puso todas sus cartas a la UTC” (p. 215).

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el llamado Frente Nacional este informe en la necesidad de diseñar un programa económico y social que reivindique la situación, particularmente la de los trabajadores. José Pinto hizo énfasis en la ausencia de líderes idóneos y califica de “integral” el enfoque de Economía y Humanismo. Como profesor universitario, acentúa la importancia que tenía dicho informe para la investigación colombiana, todavía concentrada en un empirismo, y señalaba la ne-cesidad de una planificación integral para lograr “la racionalización completa en el manejo de los recursos naturales y humanos” (p. 361).

Por su parte, José T. Niño lo califica como el estudio más completo sobre los proble-mas de Colombia y resalta la importancia del papel de una “educación integral”, que eleve la conciencia y el conocimiento de los problemas del país. Así mismo, Diógenes Reyes Posada y Gabriel Betancur Mejía, mencionan el papel central que el informe le prestó a la educación. Betancur Mejía acentúa la necesidad de que los dirigentes saquen tiempo y dediquen parte de éste a estudiar dicho informe. Además, advierte que se deben crear grupos de personas que presenten soluciones y vigilen la ejecución de las recomendación hechas, tales como la tecnificación del Estado y la solución del desequilibro social. Recordemos que Betancur Mejía ya estaba familiarizado con el informe pues lo conoció como Ministro de Educación en 1956.

Es interesante que hay un relativo consenso entre estas cinco personas sobre el infor-me Lebret. Los personajes pertenecen a diferentes sectores, tres funcionarios públicos, un profesor universitario y un secretario sindical, lo que hace pensar que el informe tuvo un po-sitivo recibimiento. No obstante, llama la atención el caso de los dos ex ministros, quienes a pesar de reconocer la importancia que tienen estas conclusiones para la dirigencia colom-biana, no asumen ningún tipo de compromiso ni se sienten aludidos, como si ellos mismos no hicieran parte de la “élite dirigente” a la que Lebret se refiere.

Por último, debemos mencionar un comentario que aparece en septiembre de 1957. El diario El Independiente realiza una reseña sobre las conferencias dictadas por Lebret, en-tre el 22 y 28 de septiembre de 1957, ya que su informe no se había podido publicar por la crisis política en la que se encontraba el régimen de Rojas Pinilla31. El Independiente, que era el nombre con el que el régimen de Rojas Pinilla había dejado reaparecer el periódico El Es-pectador, clausurado junto a El Tiempo en 1955 (Palacios, 2000), publicó este artículo con el título “El informe Lebret: los problemas de Colombia en carne viva” (p. 8). Aquella nota fue escrita por Alberto Mendoza en especial para ese periódico en septiembre 27 de 1957.

En el artículo publicado hay una afirmación de Alberto Mendoza que llama la atención y que tiene un valor sociológico importante: “el [Lebret] propone algo extraño entre nosotros: el predominio de la técnica y el orden sobre la fantasía y la improvisación” (p. 9). Esta declaración

31 La Revista Javeriana también da cuenta de esas conferencias. Se dedica a reseñar una de ellas realizada en

el Auditorio de Acción Cultural Popular (ACPO), el 27 de septiembre de 1957. Véase “Vida Nacional”, Revista

Javeriana, tomo XLVIII, julio-noviembre 1957, pp. 32-33

confirma un análisis que hacía la Misión sobre la sociedad colombiana, aquella de que las de-cisiones eran tomadas más por la intuición u opinión “poco informada” de los dirigentes, que propiamente sustentada en datos reales que hablaran de un ajustado conocimiento sobre la realidad. Pero va más allá: la declaración puede servir para resaltar que aunque lo que men-cionaba la misión sobre la desigualdad en la distribución del ingreso era algo que sorprendía y que capturaba la atención de los colombianos, la sugerencia de que se necesitaba raciona-lizar la actividad humana –en la forma de “planeación”- desconcierta y muestra que ello es algo que probablemente la mayoría de colombianos lo veían como novedad.

Consideraciones finales

Con la reconstrucción que realizamos de la Misión de Economía y Humanismo en Colombia, es claro que dicho caso presenta interesantes desafíos sociológicos para comprender ese periodo de la historia colombiana, insuficientemente estudiado hasta hoy. Entre los temas, se encuentra la relación entre el pensamiento católico y el interés por conocer la sociedad colombiana. Esto tiene implicaciones sobre el vínculo entre el catolicismo y el interés por planear la sociedad, puesto que quienes promovieron la llegada de Lebret, y con ello la planificación, no fueron precisamente los promotores de la laicidad. Podemos concluir con lo anterior que es facti-ble considerar a Economía y Humanismo como una nueva forma de cristianismo social que se emparenta con un grupo en Colombia de intelectuales católicos que también muestran ciertos rasgos de novedad. Creemos que estos últimos no se adecúan stricto sensu al este-reotipo que se tiene de los miembros del catolicismo. Se trataba de un grupo de católicos que son conscientes de las necesidades que hay de conocer el país y que abren camino para que personajes como Camilo Torres contribuyan a renovar la Iglesia Católica en Colombia. En definitiva, se podría poner en duda la afirmación que hace en 1959, el miembro fundador de la revista Mito, Jorge Gaitán Durán, quien dice que en Colombia no existían para la época

“intelectuales católicos” (Gaitán Durán, 1959).Aquí mostramos que el vínculo entre Testimonio y los dominicos franceses se puede

entender como un vector estratégico32 para la llegada de Lebret a Colombia. Principalmen-te, los primeros mantienen contacto –correspondencia- con Lebret, difunden sus ideas y su trabajo, y los segundos hacen posible su contratación por la influencia y participación que tienen en los gobiernos conservadores de 1946 a 1957. La contratación de la Misión

32 Estas palabras son utilizadas por Michael Lowy (1999) para explicar la importancia del vinculo entre la orden

de los predicadores francesa y la brasileña en la constitución de un nuevo campo religioso en Brasil. Véase

Lowy (1999), pág. 186.

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de Economía y Humanismo se logra en 1954, durante el gobierno de Rojas Pinilla, cuando hay un ambiente favorable para la llegada de Lebret y de su grupo por las afinidades que se pueden encontrar entre el gobierno militar, los intelectuales-católicos que impulsaron el trabajo y la Misión de Economía y Humanismo.

La importancia que tiene el trabajo de EH, en cuanto a su contenido, en tanto abre camino en el estudio sobre la estructura social en Colombia, pero también en términos de lo que revela cuando nos acercamos a la manera en la que fue difundido y recibido por la sociedad colombiana, aún no ha sido explorado lo suficientemente. Por lo tanto, parece que todavía se mantiene la expectativa que revela el diario El Tiempo, el 28 de octubre de 1958, cuando dice que por fin sale a la luz pública el informe Lebret. Entonces, como hoy, se pue-de esperar que el informe, junto a los otros trabajos de las misiones no “se queden empol-vándose en los archivos oficiales para ser reeditados como curiosidades bibliográficas en el siglo siguiente” (p. 4).

Más allá de la recepción que tuvieron sus análisis, llama la atención la manera en la que las sugerencias de Lebret sobre la planificación fueron recibidas como sorpresa, este hecho se ubicaba por fuera de lo que estaban acostumbrados los colombianos. Así pues, es posible que este caso de Lebret ayude a revelar un esfuerzo por parte de la sociedad colombiana de hacer el tránsito a una sociedad planificada en un proceso en el que el “ajuste espontáneo” parecía empezar a caer en descrédito33.

Finalmente, podemos concluir que en un momento histórico donde el interés por lo concreto aparece con una presión emergente, el trabajo realizado por Economía y Humanis-mo se trató de un verdadero hito en el análisis sociológico en Colombia.

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Periódico El Tiempo (1958)

Periódico El Independiente (1957)

33 Este proceso es descrito por el sociólogo Karl Mannheim en Diagnóstico de nuestro tiempo (1946) haciendo

referencia a los casos de Alemania, Italia, Rusia, Inglaterra y Francia, así como a los Estados Unidos. Mannheim

(1946) afirma en ese ensayo escrito durante la Segunda Guerra Mundial que “estamos viviendo en una época

de transición del laissez-faire a una sociedad planificada” (p. 9).

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sidad del Rosario.

Juan Carlos Celis Ospina34

Contribución a la biografía intelectual de Ignacio Torres Giraldo (1892-1968)

Del marxismo vivo a la estalinización (1926-1934)

Presentación

Ignacio Torres Giraldo (Filandia/Viejo Caldas 1893-Cali/Valle del Cauca 1968). Esta ponencia es un primer avance de un trabajo de investigación de más largo aliento, que pretende llenar un vacío intencional en la trayectoria de la formación de las izquierdas colombianas, pues los trabajos biográficos acerca del líder político y sindical colombiano Ignacio Torres Giraldo todavía son escasos, carecen de rigurosidad y suelen traer abundantes errores informativos.

34 Profesor asistentes, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá (Departamento de Sociología, Facultad de

Ciencias Humanas). [email protected] y [email protected]

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Su biografía detallada y contextualizada, aún está por escribirse, y su obra literaria completa, por darse a conocer.

Para fortuna de la historia de las izquierdas colombianas y latinoamericanas, la hija de Torres Giraldo guardó el archivo que su padre organizo y atesoró hasta su muerte, y lo donó a la Biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle, que lo ha catalogado y puesto al servicio del público desde el año en curso. También gracias a la desclasificación de los archi-vos de la Komintern, conocemos por gestión e investigación de Klaus Meschkat y José Ma-ría Rojas, los documentos que sobre el Partido Socialista Revolucionario (PSR), del que fuera dirigente Torres Giraldo durante su efímera existencia entre 1926 y 1930, se conservaban en Moscú. En esos materiales se comprende el periodo de 1927 a 1933, es decir el lapso en que se desarrolla el PSR, la coyuntura de fundación del Partido Comunista de Colombia (PCC) en el Congreso del PSR de 1930 y, a partir de lo cual, se inicia el proceso de estalinización de un movimiento que había surgido con una creatividad inusitada inscrita en tradiciones de lu-chas e ideas socialistas y liberal radicales colombianas, con una recepción vibrante y abierta del marxismo y el anarquismo.

La relevancia de Torres radica en su labor de organizador y periodista de la naciente clase obrera colombiana, haberse inscrito en el proceso de “autocrítica” durante la estali-nización y dirigir el PCC entre 1934 y 1939 y expulsado en 1942. Tras lo cual se dedicó a la escritura de textos históricos, sociológicos, politológicos y económicos, entre los cuales bri-llan los 5 tomos de Los inconformes (póstumo), la memoria de la rebeldía popular desde la colonia hasta la década de 1940, además de que avanzó una caracterización de la sociedad colombiana que quedó plasmada en varios libros publicados con gran esfuerzo, así como en otros que quedaron inéditos.

De acuerdo a lo anterior, y a la singularidad de la trayectoria política, así como a la obra de Torres Giraldo, la ponencia se desenvuelve en tres apartados: el primero versa sobre la ubicación del proyecto de biografía intelectual en la perspectiva de la historiografía social de los movimientos de la década de 1920, para luego focalizarnos en un periodo de crisis del personaje, entre 1926 y 1934, y terminar con unas reflexiones sobre la autopercepción inte-lectual de Torres Giraldo y las preguntas y retos de un proyecto de investigación como éste.

I. ¿Por qué realizar una biografía intelectual de Ignacio Torres Giraldo?

La historia de los movimientos sociales y las izquierdas colombianas conoce desde 1980 un proce-so de profesionalización, que aunque no registra el volumen de producción de países como Argentina, Brasil o México, sí ha logrado normalizar la actividad investigativa en esta área. Y para hacer honor a uno de los organizadores de este Congreso, nos viene exigiendo a los investigadores relacionados con dicho campo construir un archivo, o mejor varios archivos,

de los rebeldes en un país consagrado al Sagrado Corazón de Jesús. Al respecto la iniciativa más aglutinadora es la Corporación Colectivo María Cano para la memoria de los movimientos sociales y las izquierdas en Colombia (La MaríaCano), de la cual hago parte como socio; y ha sido allí, desde su constitución en 2009, cuando me he interesado por la figura que ocupa estas páginas.

A mi juicio la faceta más interesante de la historiografía social en mención, la conforma las incursiones, pocas pero de gran calidad, sobre la década de 1920 y en especial la configu-ración del Partido Socialista Revolucionario (PSR) entre 1926 y 1930, como confluencia de los movimientos surgidos por la descomposición de la hacienda y la modernización capitalista, y a la vez de corrientes ideológicas que iban del anarcosindicalismo al leninismo, incluyendo a liberales de izquierda. Y con éste el aún menos estudiado inicio del Partido Comunista de Colombia (PCC), como un proceso de estalinización del PSR.

Para enmarcar lo anterior nos remontamos al año de 1980, cuando se publican dos libros emblemáticos de la profesionalización y de dos ángulos políticos de análisis contra-puestos. Se trata de Anarquismo y anarcosindicalismo en América Latina (Colombia, Brasil, Ar-gentina, México), de Alfredo Gómez Muller, e Historia del Partido Comunista de Colombia (Tomo I), de Medófilo Medina. El primero remarca la importancia de la presencia anarquista en la formación de movimientos campesinos y obreros en Colombia en la década de 1920 y en la misma formación del PSR, mientras que Medina, rescata al PSR en un interesante capítulo sobre los “Antecedentes y condiciones de surgimiento del Partido Comunista”. Aunque no es lugar para contrastar las lecturas de estos dos trabajos, para ese momento no era posible desconocer ese periodo o sesgar su lectura recurriendo exclusivamente a epítetos, y esto en parte porque ya habían sido publicados los cinco tomos de Los Inconformes. Historia de la rebeldía de las masas en Colombia de Torres Giraldo, entre 1972 y 1974, que dedica los tomos tres y cuatro a la tercera década del siglo XX.

Y aunque antes y después de 1980 hay otros trabajos que tocan el tema (Urrutia, 1969; Caicedo, 1971) es en estos libros donde se empiezan a plantear problemas que han abierto el cuaderno de interrogantes que se siguen haciendo, y han animado las exigencias de bus-car nuevas fuentes. En cuanto al campo problemático, Gómez Muller, más allá de resaltar la presencia anarquista en el socialismo y sindicalismo revolucionario, y de caracterizar al diri-gente del PSR, Raúl Eduardo Mahecha, como el más connotado representante de este grupo, incluso recurriendo a Torres Giraldo para apoyar su afirmación (Gómez, 2009: 127), hace un mapeo de algunos de los principales líderes anarcosindicalistas, sus publicaciones y men-talidad, lo que introduce la reflexión sobre la heterogeneidad del movimiento y los valores pluralista que conformaban al PSR.

Por su parte el libro de Medófilo corresponde a la conmemoración número 50 de la fundación del PCC como historiador nombrado oficialmente por esta organización para tal fin. Pero que a diferencia del informe que se publicará veinte años antes, Treinta Años de Lu-cha del Partido Comunista de Colombia, no comienza en 1930 sino que ahonda en la década

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de 1920, mientras que el informe de 1960 dedicaba escasamente ocho páginas a los “Antece-dentes históricos de nuestro partido (1903-1929)”, y al PSR le dedica una página, donde se lee:

El socialismo revolucionario significó, ante todo, una formidable agitación de masas, en la que se destacó la admirable figura de María Cano, primera mujer colombiana que recorrió el país en gira triunfal, exponiendo en ardientes dis-cursos las aspiraciones populares. Pero este gran movimiento careció de orien-tación ideológica consecuente y de organización estructurada sobre nuevas y efectivas bases. Era una confusa mezcla de reivindicaciones socialistas y liberal burguesas, sobre las cuales predominó desde 1928 la tendencia llamada “puts-chista” (de la palabra inglesa Putsch –alzamiento, pronunciamiento), que creía posible realizar su “revolución” mediante acciones puramente conspirativas y golpes de fuerza sorpresivos” (Comisión histórica del Comité Central del Partido Comunista de Colombia, 1960: 14).

Y además de putschistas se los acusaba en ese informe histórico como caudillista, pese a que se les reconoce gran influencia en las masas, de acuerdo al informe de 1929 de la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Ibíd.: 15). Por su parte, Medina quiso profundizar recogiendo nuevos materiales como la publicación de parte de la obra de To-rres Giraldo, un grupo significativo de periódicos socialistas de la época, el mismo archivo del PCC, la prensa tradicional y una historiografía profesional en ciernes. De ahí que sea más generoso con los antecedentes del PCC a los que les dedica 124 páginas de las cuales 54 son para la presentación del PSR.

En consecuencia, Medófilo Medina, sin dejar de lado el lenguaje ortodoxo, diagnos-tica al PSR “de la enfermedad infantil del comunismo” (Medina, 1980: 100), narra con admi-ración la formidable influencia de éste entre obreros, campesinos, indígenas y estudiantes, a la vez que ausculta con ojo leninista la intricada relación que se formó a su interior entre liberales, anarquistas, reformistas, economicistas y revolucionarios, pero reconociendo con tino las tradiciones liberales colombianas que tomaba raíces en su versión de izquierda de los liberales radicales de las décadas de 1860 y 1870, así como del repertorio conspirativo e insurreccional que se formó en diferentes guerras civiles en el siglo XIX hasta la guerra de los mil días en los primeros años del siglo XX. Por lo que, aunque el autor acepta la denomi-nación de putschista, deja entrever su explicación en la historia política nacional, antes que en una actitud execrable o una “enfermedad”, e incluso concluye:

Las tendencias conspirativas asociadas a la influencia del radicalismo liberal fue-ron el factor que incidió más negativamente en el Socialismo y el que lo llevó a una crisis cada vez más profunda. Las desviaciones putschistas no deben, sin embargo, hacer perder de vista los éxitos alcanzados por el PSR en la vinculación

con las grandes masas de trabajadores, su aporte a la creación de organizacio-nes sindicales, su contribución en la lucha antiimperialista (Medina, 1980: 154)

Y reivindica a las figuras del PSR que fueron llamadas a la reconversión estalinista en el proceso de fundación del PCC, pero excluyendo a anarquistas, reformistas, economicistas y liberales:

Las figuras centrales del Socialismo Revolucionario como las de Tomás Uribe Márquez, María Cano, Torres Giraldo, son patrimonio del movimiento obrero co-lombiano y del Partido Comunista. Igualmente están asociadas a las tradiciones revolucionarias del partido los nombres de otros dirigentes del PSR como José Russo, Ángel María Cano, Erasmo Coronel, Jorge del Bosque. Todos ellos además fundadores del PCC (Medina, 1980: 155)

Sin embargo hay que advertir que nunca se conoció un Tomo II de la Historia del PCC35, y Medina se involucrará en una serie de debates internos, que lo llevarán a abandonar el PCC años después, en 1989.

De esa manera se abrirá un periodo, además marcado por versiones heterodoxas de la historiografía marxista sobre Colombia –con autores extranjeros- (Meschkat, 1983; Bergquist, 1988) y la renovación de la historiografía social (Sánchez, 1981; Acevedo, 1985; Cubides, 1987; Bernal y Jaramillo, 1987; Arango, 1991). Pese a lo cual un mejor redimen-sionamiento de la emergencia y experiencia de los obreros en alianza con artesanos, in-dígenas, campesinos e intelectuales en la década de 1920, solo se conoce en 1991 con el libro de Mauricio Archila Neira, Cultura e identidad obrera, Colombia 1910-1945. En el cual, en la perspectiva de Edward Palmer Thompson, estudia la formación de la clase obrera colombiana, indagando por su sociabilidad y cultura, a la vez que cuestiona la imagen de una clase obrera nacional y opta por ver su formación identitaria a partir de procesos regionales. Al tiempo que recurre a nuevas fuentes como entrevistas, el archivo Rengi-fo36, fuentes estadísticas y una amplia variedad de periódicos, revistas y documentos de archivos varios.

35 El Tomo I abarca hasta 1950.

36 Facilitado en 1989 por la familia del Ministro de Guerra Ignacio Rengifo Borrero, durante la presidencia del

conservador Miguel Abadía Méndez (1926-1930), que contiene una variada documentación decomisada a

los líderes del PSR durante la represión posterior a la huelga de las bananeras (5 y 6 de diciembre de 1928). Y

que fue organizada por José María Rojas durante el desarrollo de la investigación La estrategia insurreccional

socialista y la estrategia de contención del conservatismo doctrinario: la década de los años veinte en Colombia.

Cidse, Universidad del Valle y Bando de la República, 1989.

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Y a partir de allí se abrió un nuevo camino, pese a la pérdida de importancia de los pro-blemas de la historia y la sociología de las clases sociales, pues el libro marcó un hito del cual parten los estudios de los grupos subalternos de esas décadas que se han producido desde entonces. Sobre la apertura de camino se han ido produciendo trabajos como el María Tila Uribe –hija de Tomás Uribe Márquez-, quien publica en 1994 un libro de biografía colectiva del PSR titulado Los años escondidos. Sueños y rebeldías en la década del veinte, seguido por los cuatro tomos de Gente muy rebelde, en 2002, de Renán Vega Cantor, quien con un mayor apoyo de archivo37 que el propio Archila profundiza en distintos aspectos y movimientos sociales que no eran objeto de la investigación de Cultura e identidad obrera. También mere-ce mención la investigación de Luz Ángela Núñez sobre la prensa obrera, que descubre una serie de periódicos que en el esfuerzo de Archila no se habían encontrado y cuyo libro se titula El obrero ilustrado. Prensa obrera y popular en Colombia 1909-1929, publicada en 2006. En la misma dirección pero en la perspectiva de rescatar para la historiografía colombiana los archivos de la Comiter que dormitaban en Moscú, Klaus Meschkat y José María Rojas nos entregan el archivo de la Comiter del PSR, en un libro -con un excelente prólogo- titulado Liquidando el pasado. La izquierda colombiana en los archivos de la Unión Soviética, de 2009. En cuyas páginas se lee el proceso que va desde una gran creatividad para construir y dirigir movimientos sociales hasta la estalinización a que fue sometido el socialismo revoluciona-rio colombiano.

Llegados a este punto es necesario recapitular, diciendo que en los últimos 34 años la historiografía social de los movimientos de la década de 1920, se ha problematizado la ima-gen de esos años con preguntas acerca de la pluralidad ideológica, la especificidad y con-vergencia de movimientos sociales, la creatividad, la mentalidad socialista del momento, la gestación de una opinión pública plebeya, la imbricación con la historia política y regional, la construcción de una cultura obrera y los procesos de estalinización. A pesar de lo cual no hay una consideración de este periodo desde el ángulo de la historia intelectual, y frente a la cual la figura de Torres Giraldo ofrece una adecuada puerta de entrada, puesto que es uno de los líderes que intencionalmente emprendió una labor de escritura no sólo periodística y de política de debate al interior del PSR y el PCC sino también histórica, económica, sociológica, politológica, literaria y autobiográfica que nos permite enfrentar dicha tarea, especialmente cuando estos archivos empezaron a estar abiertos al público, dada la publicación reciente del Inventario general, Fondo documental Ignacio Torres Giraldo realizado por Viviana Arce y Alfonso Rubio para la Biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle, después de que la hija de Torres Giraldo donara los archivos de su padre en 2008 a esta institución. Esto nos

37 Es el caso de los archivos judiciales, donde encontrará no sólo los procesos producto de la represión a

líderes del PSR, sino también los documentos decomisados, entre los que además de papeles internos de la

organización, se hallan periódicos e incluso una lista de periódicos del PSR en diferentes municipios del país.

lleva a emprender una biografía intelectual que para efectos de esta ponencia presentamos en su fase inicial, focalizándonos en una crisis del biografiado para realizar algunas pregun-tas sobre las contradicciones, ambigüedades, discontinuidades desde dicha crisis y, a la vez, buscar que no lo reduzcan a las coacciones de instituciones o a su propia acción y obra, sino que podamos reconstruir los sentidos definidos en la trayectoria vital e intelectual, a la vez que hacer de ella un prisma a través del cual acceder al proceso en que actuó (Dosse, 2011: 400ss). Máxime cuando estamos ante un personaje que tanto en su obra autobiográfica como de historia de los movimientos de la cual fue protagonista, e incluso de la forma en que or-ganizó y escribió notas en su archivo, intencionando una forma de ser recordado.

II. Del marxismo vivo a la estalinización (1926-1934)

Entre los pioneros del socialismo colombiano, Torres Giraldo es de los pocos que desarrolló un relato autobiográfico, facilitándonos situar su trayectoria alrededor de la organización de movimien-tos, cooperativas, la gestión de periódicos y el tejido de los lazos que formarían las primeras organizaciones políticas de izquierda marxista. Por lo que resultó justificado publicar en ex-tenso la síntesis autobiográfica que vio la luz con su libro Síntesis de historia política de Colom-bia38, que escribiera en 1964 y donde se ofrece una versión abreviada -entre los años 1911 y 1929, puesto que en el lapso de su vida que va entre 1930 y 1964 se integran unas cuantas líneas en el texto Ignacio Torres Giraldo: un veterano dirigente obrero (síntesis autobiográfica), que acompaña como prólogo el libro Cincuenta meses en Moscú escrito en 194239 y revisa-do en 1958. De esta manera nos hacemos a un esqueleto cronológico en primera persona.

El 1° de mayo de 1911, asistí, en Pereira, a una reunión de obreros y artesanos, destinada a conmemorar el Día Internacional del Trabajo. Desde entonces em-pecé a participar en actividades obreras. En 1916 fundé –en la misma ciudad de Pereira- y hasta 1917 dirigí el periódico El Martillo. En 1918, en Popayán par-ticipé en la creación del Directorio Socialista del Cauca, y en 1919 a la aparición de su órgano de publicidad, La Ola Roja. En 1919 y 20 escribí y publiqué, bajo seudónimo dos folletos de agitación de ideas: Prosas Libres y Gritos de Rebelión. En 1922 viajé de incógnito a Guayaquil, Ecuador, por insinuación de un grupo cooperativista llamado ‘solidarismo’, con cuyas luces ayudé a organizar algunas

38 Libro que funge como breviario –aunque con algunas ideas nuevas- de los 5 tomos de Los inconformes, escrita

entre 1947 y 1955, y publicada póstumamente entre 1972 y 1974 por una editorial maoísta (Margen izquierdo).

39 Y publicado de forma póstuma por la Editorial de la Universidad del Valle (Cali) en 2005 y 2008.

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cooperativas en 1925, en Cali, y en Medellín una en 1927. En 1923 me radiqué en Cali, y por el término de cuatro años participé en la organización de varios sindi-catos y en la preparación y dirección de diferentes huelgas. En 1925, en colabo-ración con ‘Los Iguales’ –grupo promarxista creado en 1923- fundé el periódico La Humanidad, que dirigí hasta 1928. En 1925 presidí, en Bogotá, el Segundo Congreso Nacional (La CON), de la cual se me eligió Primer Secretario General.

En 1926 –como Secretario de la CON- estuve en Panamá, informándome dis-cretamente de algunos problemas. A raíz de este viaje, y con la ayuda del líder estudiantil cubano, Julio Antonio Mella y del marinero boliviano, José González Arce (José estuvo en Colombia), contribuí a organizar la Sección Colombiana de la Liga Mundial Anti-imperialista, de la cual fui su dirigente. En dicho año de 1926 presidí en Bogotá, el Tercer Congreso Obrero que creó el Partido Socialista Revolucionario, de cuyo secretariado hice parte. En 1927 estuve en la Primera Convención Nacional del PSR, en La Dorada, y recibí el encargo de redactar el proyecto de programa del partido. En este mismo año ayudé a fundar en Mede-llín el periódico Justicia que dirigió María Cano. En 1928 me eligió el IV Congreso de la Internacional Sindical Roja, miembro de su Consejo Ejecutivo, y con tal ca-rácter asistí, en Moscú, al Pleno Ampliado de diciembre de 1929. Este Pleno me incluyó en la Comisión Preparatoria del V Congreso, que se efectuó en 1930. En este año presidí la Conferencia Latinoamericana del Trabajo, reunida en Moscú. En 1931 ingresé al Secretariado Latinoamericano de la Internacional Comunista: Por el tiempo que trabajé en el Secretariado desempeñé, el cargo de Dirigente Político de los estudiantes de habla castellana –españoles-americanos- de la Escuela Internacional Leninista.

En 1934 se me eligió Secretario General del Partido Comunista de Colombia; pues-to que ocupé por término de 5 años. Por un tiempo dirigí el periódico Tierra, órga-no del Comité Central. A partir de 1942, al margen del Partido, he dedicado parte de mi tiempo a escribir, en Medellín, luego en Cali y últimamente en Palmira. Al-gunas de mis obras han sido ya publicadas aparte de muchísimos artículos, que inclusive con seudónimo he publicado en diferentes periódicos y revistas, y tengo, hasta la fecha, 23 volúmenes, casi todos inéditos y de mi especialidad de orador de masas y dirigente de huelgas, he dictado clases: en Moscú, de información so-bre estructuras económicas y sociales de América Latina; en Bogotá, sobre histo-ria del movimiento obrero; en Medellín, de orientación teórica y trabajo práctico sindical. No sobra decir que por la década 1920-1930, estuve siete veces encarce-lado y posteriormente, después del 48 en Medellín y Palmira, sumando un total de aproximadamente dos años en la sombra (Torres, 1964: XIIIs).

De la anterior nota autobiográfica, podemos destacar la necesidad de Torres Giraldo de presentarse ante un público desconocedor de la formación del socialismo y el comunis-mo colombiano y de él como protagonista de esa historia. Por lo mismo no nos podemos dejar encandelillar por la ilusión del confesionario que este tipo de documentos represen-ta para el biógrafo, y aunque esto obliga a recurrir a otros registros (Dosse, 2011: 40), para efectos de este ejercicio nos centraremos en interrogar a algunos cuantos documentos del propio biografiado. Centrándonos en lo que se conoce como el proceso de estalinización del liderazgo socialista en Colombia (Meschkat en Meschkat y Rojas, 2009: 37ss), definido por cuatro características fundamentales: desvalorización de la propia prehistoria, denuncia de las desviaciones, la introducción de una autocrítica ritualizada y la defensa incondicional de la Unión Soviética (Urss).

Al respecto al menos las tres primeras características se pueden leer en un ejercicio de autocrítica de Torres Giraldo, escrito en Berlín y fechado en marzo de 1931, y al cual le colocó el sugestivo de Liquidando el pasado, del cual reproducimos uno de sus más revela-dores pasajes:

Este partido compuesto por varias clases, tenía razonablemente varios modos de pensar: la revolución y el reformismo fueron sus dos principales fisonomías. Pero es preciso subrayar que la fuerza revolucionaria tenía toda la masa. ¿Qué hacemos, entonces los elementos revolucionarios de los cuadros de dirección? Hacer una falsa apreciación de la situación y planear una insurrección! Era un demasiado optimismo que conducía a la sobreestimación de las fuerzas, pero antes que esto, era una ausencia completa de marxismo-leninismo. ¿Qué hace la dirección del movimiento una vez pasa a la preparación de la insurrección? Adoptar una línea política oportunista, dentro de la cual se aplicaba una serie de tácticas absurdas. Con [agregado a mano: objeto de] seguir aliados en todas la “oposiciones” sin partir de ningún caso del análisis de clase de estos aliados. Ajustar los planes de insurrección a las perspectivas de hechos que se habrían de forjar, mezcla jacobina y blanquista de las revoluciones a lo idealista (en Mes-chkat y Rojas, 2009: 619).

A este proceso también fueron llevados otros importantes líderes del PSR, como To-más Uribe Márquez, Ángel María Cano, Julio Buritica, Jorge del Bosque, entre otros, y del cual rehuyó Raúl Eduardo Mahecha, se alejó Manuel Quintín Lame y María Cano rechazó abier-tamente a través de cartas dirigidas al primer secretario general del PCC, donde incluso re-nuncia al cargo de miembro suplente del comité central de dicho partido, tras ser fundado en julio de 1930 en un Congreso del PSR (en Torres, 1980: 134ss).

Ahondando sobre Torres Giraldo a partir de su libro Cincuenta meses en Moscú escrito en 1942 –en donde relata su experiencia durante el primer plan quinquenal que fue entre

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de 1929 a 1934- aborda el tema de la cuarta característica de la estalinización, referida a la defensa incondicional de la Urss, sin ser tan severo como en sus escritos autocríticos ante la Komintern, comienza reconocer la desventaja que eso representa por su escasa apropiación del marxismo-leninismo y la derrota del PSR desde diciembre de 1928, producto del fracaso de la insurrección que tenía como ignición la huelga de las bananeras en Ciénaga-Magda-lena que terminó en una horrenda masacre, constituyéndose en el bautizo de sangre de la clase obrera colombiana, y generando una honda pregunta por el reacomodo, la conversión ante lo imponente de la revolución triunfante, de modernización acelerada que se vivía en la

“república de los trabajadores”, mientras que occidente atravesaba una dura crisis económica. Incluso pareciera que se sintiera aliviado por el estimulante ambiente en que se desenvolvió su experiencia, tal y como lo manifiesta en el siguiente aparte:

Debo advertir, al iniciar esta síntesis de mis experiencias en la Unión Soviética, que no fui a Moscú en condiciones políticamente ventajosas. Es decir, no fui en período de auge de nuestro movimiento de masas que realmente declinó en 1928; no fui a raíz de una batalla victoriosa; no fui después de haber contribuido a clarificar una posición política marxista frente a los problemas colombianos. Llegué a Moscú con el bagaje de mis confusiones teóricas, con mis rudimenta-rias concepciones en materia de estrategia y táctica comunista, con una espesa ignorancia ante el método del análisis creado por Marx y Engels, Lenin y Stalin. Llegué después del fracaso de la zona bananera que significaba al mismo tiem-po el fracaso del socialismo revolucionario. Llegué como un caudillo derrotado. Esta situación, encontraba cierta prevención en algunos elementos que pensa-ron ver en mis actos una explicación de los errores cometidos en Colombia, de-jando de lado el trabajo del análisis de lo que realmente pasaba en el complejo de los problemas nacionales y de clase. Debo decir que no estaba en ánimo de ningún dirigente soviético esta prevención y que por el contrario me sentí muy estimulado por ellos…

A pesar de todo, no salí mal librado en los extensos informes que rendí durante varios años, primero ante el Secretario General de la Internacional Sindical Roja, es decir, ante Lozovsky y sus inmediatos ayudantes y luego ante la Internacional Comunista, o sea ante su jefe inmediato, camarada Munuitsky, y sus secretarios. De paso debo decir aquí que Munuitsky fue quien más me estimuló en Moscú, incluso otorgándome cargos y distinciones que lo [no] habían recaído antes en ningún líder latinoamericano (Torres, 2005: 34s).

Pero antes de continuar el relato cargado de admiración por los avances, por el “progre-so” acelerado de la Urss, hay que advertir que entre las investigaciones sobre los movimientos

de la década del 20, sobre su discurso y mentalidad ya tiene la fuerza de lugar común la confianza ciega en la razón y la ciencia como motores del progreso e instancias neutras de la humanidad (Muller, 2009; Archila, 1991; Vega, 2002 y Núñez, 2006). De manera que la for-mación de Torres Giraldo en la Urss es filtrada por este código cultural en asocio con su expe-riencia colombiana en el periodismo, la organización y la movilización popular. Debido a que en su escrito sobre los meses moscovitas sobresale la relación entre la ideas del marxismo soviético, la vida en las fábricas y las granjas industrializadas, ratificadas emocionalmente por su breve contacto con Stalin, en calidad de espectador en un evento de presentación de resultados del plan quinquenal (Torres, 2005: 98ss), así como la anatemización de los bolcheviques arrinconados por el estalinismo: Kámemef, Zinóviev, Bujarin, Tomski, y sobre todo Trotski (Torres, 2005: 109ss).

Pero como hemos dicho, con las fuentes autobiográficas hay que tener cuidado, y ha de ser objeto de un gran esfuerzo de contrastación de fuentes, incluso entre las mismas del biografiado, como por ejemplo en el caso de su libro Cincuenta años en Moscú, donde afirma que cuando fue expulsado de Colombia, el 21 de agosto de 1929, el trato era que el barco en que lo desterraban lo llevaría a Panamá, de donde él tenía planeado regresar a Colombia a través de Buenaventura, pero el barco terminó desembarcando en Holanda (Torres, 2005: 21). Pero en el Anecdotario (2004: 149 y 159), en un telegrama y en una carta a un compañero del PSR: Carlos Dávila del 21 de agosto y el 1° de septiembre del mismo año, manifiesta su inten-ción de viajar a Europa para ingresar al país de los soviets como víctima del exilio, en tanto no contaba con un documento de respaldo del PSR (Rojas en Meschkat y Rojas, 2009: 63).

Pero en este punto hay que tener cuidado porque cuando Torres Giraldo escribe Los inconformes, entre 1947 y 1954, años después de haber sido expulsado del PCC en 1942, él va a expresar en su obra (en su mayoría inédita en vida) una ambigüedad al exaltar aquellos años 20 pero siempre presionado por la fidelidad al marxismo-leninismo, al estalinismo, y una devoción hacia la Urss mantenida hasta su muerte.

Incluso en su Anecdotario, escrito entre 1957 y 1964, parece olvidar al menos en forma parcial la intencionalidad de la autocritica de 1931, y justifica la escritura de Los inconformes, bajo el subtitulo Mi obra grande, en los siguientes términos:

Siempre había notado la falta que nos hacía a los dirigentes populares un libro de información histórica de acciones de la rebeldía del pueblo, pero un libro escrito con criterio ideológico independiente y propio de los proletarios. Noté mucho más esta falta en 1947, cuando invitado por su rector, doctor Diego Montaña Cuellar, dicté un curso de “historia del movimiento obrero en Colom-bia” en la Universidad Obrera de Bogotá. Y fue entonces cuando pensé que yo podía escribir el libro que nos hacía falta e inmediatamente me di a esta labor sin más tregua que las indispensables que vivir y que termine en 1954 (Torres, 2004: 236s)

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Este punto nos puede servir para recopilar en unas cuantas características, lo que el trabajo historiográfico de los últimos 34 años ha recuperado como un marxismo vivo, que sin los moldes congelados de las recetas de una revolución triunfante y con algunos rudi-mentos adquiridos en la lectura de Marx, Lenin, Trotski, Bakunin, pero también de la realidad nacional, se inventaron mecanismos de comunicación con los inconformes aislados geográ-ficamente, a través de las giras de María Cano (Arango, 2001), unidad del movimiento obrero y el movimiento popular sin hegemonismos obreristas, uniendo a todos los explotados y oprimidos (obreros, artesanos, indígenas, campesinos, pequeños comerciantes, cosecheros, mujeres, estudiantes, intelectuales) (Uribe, 1994: 298s), colocando gran flexibilidad en la or-ganización partidaria, alejada de los rígidos preceptos de la teoría de la organización leninis-ta impuesta desde afuera, y donde la iniciativa urbana se combinaba con la combatividad rural, en el entendido que la estructura orgánica se correspondía a las condiciones de cada territorio (Cilep, 2011). Además en la solidaridad, la generación de una opinión pública y la vocación de unidad en la diversidad ideológica posibilitaron la coordinación de un amplio movimiento subalterno y la legitimación en este del PSR como concreción de un objetivo partidario, el de convertir reivindicaciones economicistas en proyecto de huelga de masas en el horizonte de crear una situación revolucionaria (Meschkat, 1983: 163ss).

Pero esto se echó al olvido y pese a que Torres Giraldo a su regreso al país en 1934 fue nombrado secretario general del PCC, y duró en el cargo hasta 1939, se encontraba ante un partido escuálido, sin iniciativa y buscando amoldarse a los dictados de Moscú y, por lo mis-mo, colocándose de espaldas a la realidad nacional y a la dinámica de la gente rebelde que no cabía en los manuales de marxismo-leninismo. En este trance Torres Giraldo se debatía entre lo creado y aprendido en el PSR, la incuestionable doctrina estalinista y la dinámica política nacional entre el reformismo progresista y la reacción fascistoide. Por lo que ante serias disputas ideológicas en el PCC, solicitó su relevo en la Conferencia Nacional de 1939, y en 1942 fue expulsado, incluso acusándosele de trotskista.

Creo que con esta breves indicaciones, nos podemos preguntar por las consecuencias que en la formación intelectual de Torres Giraldo tuvo la no elaboración de la derrota del PSR y su sustitución por una estalinización que lo va a conducir, de manos de su propio partido, al ostracismo desde el cual trata de reinventarse como “intelectual público”, como marxista independiente, pero fiel a los designios de la Urss.

III. Epílogo para una biografía intelectual

Para cerrar la ponencia, interrogamos la obra de Torres Giraldo después de su abandono de la po-lítica partidaria, en función del tipo de intelectual que se configura. Para lo cual recurrimos en primer lugar a su autoreflexión al respecto, dejando para investigación posterior algunas preguntas.

El primer signo de autoconciencia de que se está conformando como intelectual, lo encontramos en su Anecdotario, cuando bajo el subtitulo ¿Escribir un libro? dice:

¡Y en diálogo! A pesar de que yo empecé a garabatear mis ideas en letras de im-prenta desde 1912; de que había escrito casi continuamente en periódicos obre-ros –sin hablar de mis folletos y aun de ensayos de novelas juveniles que no publi-qué, y de mi libro todavía inédito, Cincuenta meses en Moscú, y de ser colaborador (1944-1945) de Temas, una revista seria, bien hecha, de interés general, editada en Medellín, no me consideraba propiamente un escritor (Torres, 2004: 214).

Y a continuación narra cómo esta proyección se la suscita un concurso para escribir sobre el tema del ahorro en 1945, buscando ganarse unos pesos por esa vía. Con esto hace un preámbulo a la escritura de Los inconformes y confiesa su particular forma de escribir:

Aunque no sea, al decir de los peritos, cosa de remendarse, yo escribo, en lo ge-neral, como hablo, preocupándome sólo por las personas para quienes escribo. Esto, que parece propio de autodidacta, tal vez se refiera al estilo únicamente. Pero yo quiero referirme más a un aspecto técnico o de método que se hizo en mí una modalidad en el trabajo de plasmar las ideas. Yo tomo apuntes en papeli-tos, copio citas y cifras, todo a mano, reviso en lo posible mis archivos y extraigo de ellos lo que pueda servirme según el tema: después clasifico estas cosas por materias y teniendo a la mano un mapa de Colombia y un diccionario popular como el Vastus de Sopena, me siento ante una máquina y escribo, despacio, muy despacio, leyendo cada párrafo, controlando bien la claridad de las ideas, y en general desechando adjetivos decorativos, palabras sobrantes, expresio-nes plebeyas y giros de pedantería. Escribo a renglón cerrado, y luego de leer la cuartilla que termino, tiro al margen correcciones. Y ya está (Torres, 2004: 116).

Adicional a su autodeciframiento en la escritura y reafirmación autodidacta, nuestro hombre de letras se propone ser un “intelectual político” como lo perfila en un artículo in-édito, escrito en 1944, paradójicamente bajo el seudónimo de Camilo Rueda, y titulado El intelectual y el hombre público en Colombia40, en el cual busca deshacer la confusión entre intelectual clásico y el hombre público de su tiempo. Y conceptúa que el intelectual tradi-cionalista es contemplativo, subjetivista y abstracto, anteponiéndole el intelectual definido por “ser instruido, versado en ciencias vivas, en materias propias de la época. Pero sobre

40 Este como otros documentos que citaremos a continuación hacen parte del Fondo documental Ignacio Torres

Giraldo (FDITG), que reposa en la Biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle.

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todo necesita ser realista”… “Naturalmente debe conocer las leyes que rigen la sociedad en que actúa, saber la dirección de las fuerzas que impulsan y de las que frenan y retrotraen el pasado a la escena del momento”… “El hombre público tiene que saber unir la teoría con la práctica y simultáneamente mover las ideas y las cosas”.

Y prosigue, diagnosticando la situación intelectual colombiana, con las siguientes palabras:

Colombia ha tenido y tiene actualmente su equipo brillante de intelectuales clásicos, fonda de poetas, filólogos, oradores, místicos, escritores y “humanis-tas”. Pero no ha tenido y todavía no tiene el equipo de los hombres públicos, de los profesores de la energía, de los virtuosos de la vida social. Si surge y se destaca un exponente del pueblo colombiano, anhelante de llevar la nave de la vida nacional por cauces nuevos, le toca rodearse de simples vividores que aprovechan la cosecha de la opinión para hacerse carrera, para abrirse paso a posiciones privilegiadas y convertirse en comensales de todos los banquetes. En estas condiciones la política deja de ser una ciencia para convertirse en merca-do de apetitos, y el hombre público que se inicia es absorbido por los intereses personales y de grupo.

De esta forma la noción de intelectual torresgiraldista se aísla, firmando con seudóni-mos, rechazando a sus antiguos camaradas como semiletrados y oportunistas y a los socia-listas bastante alejados del ideal del intelectual leninista que es como caracteriza a Gerardo Molina y Diego Luis Córdova:

De los líderes letrados con quienes me tocó alternar en agitación política, Gerar-do Molina y Diego Luis Córdova, ambos de divisa socialista entonces, me fueron siempre amable compañía. Cultos, respetuosos; hombres sin menudos vicios, de correcto estilo personal y ejemplar comportamiento de políticos populares. Sin principios definidos, sin visión histórica concreta, sin pasión por ideas esen-ciales, sin disciplina de clase, y en consecuencia de todo esto sin continuidad ni consecuencia en la acción (Torres, 2004: 195).

Creo que aquí se ve bastante bien la tragedia de la soledad pero a la vez el pathos de la actividad intelectual de nuestro personaje, que completaba su perfil con una necesaria articulación del intelectual a las “masas”, una colocación en un periodo de transición de la humanidad hacia el socialismo, señalado por la Urss, y un programa de investigación ancla-do en las necesidades de caracterización de la revolución colombiana.

En cuanto al lugar de las masas en la actividad intelectual, en la editorial de un pro-yecto de revista frustrada, de 1950 y que llevaría por nombre Masas, se lee: “Vivimos en la

etapa definitiva de las masas. Esto es, cuando ningún cambió de formas y esencias anteriores puede realizarse sin el concurso consciente de las masas”.

Y también al respecto de la comprensión del papel de las masas en la construcción de la historia, en su comentario al Proyecto de Programa del PCC de 1955, crítica la ausencia de

“un análisis subjetivo, ideológico y político de las fuerzas vitales de la revolución… Es, acaso, porque la existencia de esas fuerzas, ideológica, organizacional y políticamente son ahora muy débiles y por consiguiente no pesan –o pesan muy poco- en la vida nacional?”

Y más adelante reclama: “Por qué no se menciona en esta parte del Proyecto del Pro-grama la palabra ‘masas? Siquiera una vez? Habrá que suponer que fueron ellas detrás de los caudillos como cola detrás de la cometa: ‘masas amorfas’ que dijera Gaitán…

“El espíritu teorizante, intelectualista, que satura el proyecto de Programa, es lo que le conduce, en la práctica, a la subestimación de las masas, de su papel en la historia, de su tradición revolucionaria.”

Aquí vale la pena hacer una pequeña digresión, sobre la comprensión del primado de la objetividad sobre el subjetivismo, en la concepción del marxismo soviético de la actividad intelectual, puesto que para Torres Giraldo dicha objetividad radica en atenerse a las leyes de la historia y del método dialéctico, sin embargo al reconstruir la historia de la rebelión de las masas en Colombia recurre a la memoria, sin mediar ninguna justificación en su uti-lización historiográfica. Lo que agrega ambigüedades y contradicciones a la configuración de éste intelectual.

Por lo que respecta a la colocación en un periodo de transición irreversible hacia el socialismo, hay varios documentos en diferentes momentos de su vida que evidencian este planteamiento, sin embargo en un artículo dirigido a la revista Sábado (s.f.), dirigida por el crítico literario Hernando Téllez, y titulada Situación del escritor, donde criticando al escritor francés Thierry Moulnier y al “seudo-filósofo” Jean Paul Sartre, arenga de la siguiente forma:

“Porque lo que realmente está pasando ante los ojos de la humanidad es un período histórico de transición de una vieja a una nueva sociedad. Y las personas que ignoran por principio o niegan por interés un hecho de tanta magnitud, no pueden sino caer en las tinieblas espiri-tuales del más desolado pesimismo”.

Para cerrar este perfil podemos detectar que su programa de investigación va surgien-do de las demandas educativas de las masas, como lo hemos dicho en el caso de Los incon-formes, y de las exigencias programáticas, como puede ser el caso de sus cinco cuestiones colombianas: La cuestión sindical en Colombia, La cuestión industrial en Colombia, La cuestión indígena en Colombia La cuestión campesina en Colombia, La cuestión imperialista en Colombia. Escritas entre 1946 y 1947, las tres primeras publicadas en vida y las dos últimas aún inéditas.

También sobre la relación entre programa político y programa de investigación pode-mos encontrar varios testimonios como el artículo de prensa titulado El primer congreso na-cional del PCC, aparecido el 17 de julio de 1939 en el periódico comunista de Bucaramanga Bandera Roja, en el cual se presenta la siguiente proclama: “Y es bajo este signo de unidad

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que nuestro Partido estudiará las formas y métodos para llegar a la formación de una gran alianza de fuerzas nacionales y sociales progresistas y democráticas, sobre la base de la rea-lidad colombiana, del propio desarrollo de la conciencia popular, de la justa interpretación de los hechos y de una amplia asimilación de la experiencia.”

Cabe concluir recogiendo los interrogantes abiertos en torno al proyecto de biografía intelectual de Ignacio Torres Giraldo, acerca del tratamiento de las fuentes autobiográficas, la relación individuo e historia en el siglo XX, la subjetivación estalinista, el vínculo vida y obra, líder doctrinario y movimientos, en la particularidad de la vida política e intelectual colom-biana, para usar una biografía como calidoscopio de la historia y la memoria.

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OBRA IGNACIO TORRES GIRALDO

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1928; A modo de constancia, 1930; Ideas para una plataforma de orientación y encauce del movi-

miento sindical unificado de Colombia, independiente de los patrones, del Estado y de los partidos

políticos tradicionales, 1931; Les dotroits et les devorirsd´unmembre du parti. De Lenine et Staline,

1931; IX Gobierno y Partidos Políticos, 1931; ¡En vísperas de nuevos grandes combates en la zona

bananera!, 1935; El problema de la descentralización y la posición de los comunistas, 1939; El Pri-

mer congreso Nacional. El partido Comunista Colombiano, 1939; Una constancia ante la dirección

nacional del partido comunista de Colombia, 1940; Las reliquias del liberalismo, 1942;50 meses en

Moscú. Relatos que contestan a todas las preguntas que la gente se hace sobre la Unión Soviética,

1942; Una opinión sobre los problemas del petróleo en Colombia, 1946; La cuestión campesina en

Colombia, 1946; La cuestión indígena en Colombia, 1946; Recuerdos de infancia, 1946; La cuestión

industrial en Colombia. Segunda de las cinco cuestiones colombianas, 1947; La cuestión imperialista

en Colombia, 1947;; Un comentario más sobre la devaluación de la libra esterlina, 1949; A propósito

de los últimos decretos de carácter social expedidos por el gobierno, 1949; Por si usted no lo sabía,

1950; Daniel, 1950; Errores de métodos de trabajo o el mal llamado asunto de la propaganda escrita,

1950; Propósitos, 1950; Cinco comentarios, 1950; Diálogos en la sombra, 1950; Situación del escritor,

1950; Sobre la mujer en la Rusia Soviética: su formación mental, su actitud ante la vida, el amor y

los hijos, 1950; La industria de la cerámica en el Carmen de Viboral (Antioquia), 1950; Misia Rudes-

tina de Pimentón, 1950; Todo es fuego, todo pasa, 1951; Los petróleos colombianos y la soberanía

nacional, 1951;; La reforma agraria en Colombia, 1958; En defensa de la verdad, 1959; Aspectos de

la ciencia colombiana contemporánea, 1961; Un poco de historia, señor presidente; 1961; ¿A dónde

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va la doctrina social de la iglesia católica? Un examen realista de la acción social católica en el mun-

do, 1962; El mayor capitalista del mundo, 1962; Apenas una opinión sobre el proyecto de programa

del partido comunista de Colombia, 1962; Un documento histórico para Documentos Políticos del

CC del Partido Comunista Colombiano, 1963; La causa mundial de la paz y el pontífice Juan XXIII,

1963; Ideas para un replanteamiento del movimiento sindical, 1963; Síntesis de la historia política

de Colombia, 1964; El hombre y el mito, 1965; Contra los dogmas en las ciencias económicas, 1965;

La devaluación monetaria y la deuda externa, 1965; María Cano, 1967; María Cano. Mujer Rebelde;

1968; Nociones de sociología colombiana, 1968; Arañas y moscas,1972; Huelga general en Medellín,

Ediciones Viento del Este, 1976

OBRA (ARTÍCULOS) BAJO SEUDÓNIMO

Como Camilo Rueda

Una cuestión monetaria, 1944, Entorno a la reforma constitucional, 1944; Un ángulo de las cuestiones relaciona-

das con el café, 1944; El trabajo necesita estímulo y perspectiva, 1944; El intelectual y el hombre público

en Colombia, 1944; A propósito de la proyectada colonización del Urabá, 1944; Don Heraclio Uribe Uribe,

fundador de Sevilla (Valle), 1944; Cincuentenario de la ciudad de Sevilla (Valle), 1953.

Como El Conde Henao

Un muerto grande que no estaba en cámara ardiente, 1947, Pueblos de Santander, 1947; El liberalismo en estado

de inocencia, 1947; Un comentario más sobre las declaraciones del Dr. Alfonso López, 1947

Como Iván Ivanovo

El Míster Jeremías, 1950

Como El Profesor Equis

Comentarios sobre cuestiones económicas, 1957; Algunos de los problemas de Santafé de Antioquia, para el

periódico El Colombiano, 1962.

Como El Profesor Nimbus

Ecce Homo. Guillermo León Valencia en tres anécdotas, 1962.