MeMorias - ELADIO RODRIGUEZ OTEROeladiorodriguezotero.com/pdf/ERO_Presentacion.pdfMEMORIAS DE LA PRESENTACIÓN DE LAS OBRAS COMPLETAS DE os editores de las Obras Completas de Eladio

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Eladio RodRíguEz otERoObras Completas

MeMorias de la Presentación

de las obras CompletasTeatro de la Universidad

Central de Bayamón1 de julio de 2008

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Memorias de la Presentación de las Obras Completas de Eladio Rodríguez Otero, 2008 ©

Editores: Sucesores de Eladio Rodríguez Otero ©Directores: Josefina Marxuach de la Cuétara Vda. de Rodríguez Otero Eladio Rodríguez Marxuach

Dirección postal:Rodríguez MarxuachApartado 16636San Juan, Puerto Rico 00908-6636

Correo electrónico: [email protected]ágina web: eladiorodriguezotero.com

Revisión de textos: Dr. José Francisco Cadilla Bernal

Composición fotográfica de la portada, fotografías de la mascarilla y mano: Josefina Rodríguez Marxuach

Reservados todos los derechos. La reproducción parcial o total queda rigurosamente prohibida por cualquier medio o procedimiento. Quedan autorizadas citas breves siempre que se reconozca al autor y la obra. Cualquier otro uso requiere el consentimiento por escrito de los Autores y/o Editores.

Rodríguez Otero, Eladio Eladio Rodríguez Otero, Obras Completas

1. Puerto Rico – Ateneo Puertorriqueño, Cultura, Historia, Idioma, Iglesia Católica, Independencia, Moral, Nacionalismo, Obispos católicos, Patriotas, Política, Próceres, Religión. 2. Estados Unidos-Colonialismo, Política Exterior. 3. Colonialismo-Estados Unidos, Puerto Rico. 4. Imperialismo-Estados Unidos

Impreso en Puerto RicoPor: Centro Copias Equs, Inc.

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Semblanza del autor y análisis de la contribución e importancia de sus escritos a la vida espiritual, religiosa,

cultural, social y política de Puerto Rico. Mensajes que delinean sendas vitales para

el futuro de nuestra Nación.

MEMORIAS DE LA PRESENTACIÓN DE LAS OBRAS COMPLETAS DE

os editores de las Obras Completas de Eladio Rodríguez Otero

hemos querido conservar, en estas Memorias, el recuerdo

de la Presentación de estas Obras Completas, realizada en el

Teatro de la Universidad Central de Bayamón, de los Padres

Dominicos, el martes 1 de julio de 2008 a las 7:30 pm.

Forman parte de este memorial los discursos pronunciados

esa noche por Eladio Rodríguez Marxuach, Fray Mario A. Ro-

dríguez León, OP, y SER monseñor Roberto Octavio González

Nieves, OFM, Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto

Rico. Además, se han ilustrado estas Memorias con fotografías

de la distinguida concurrencia de invitados y se ha incluido

copia del vídeo que recoge lo acontecido en esa importante

noche para la Iglesia y la Nación puertorriqueña.

ELADIO RODRÍGUEZ OTERO

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Mascarilla y vaciado de la mano de Eladio Rodríguez Otero, por el escultor Tomás Batista.

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Eladio Rodríguez Otero(1919-1977)

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“...lo que diferencia y hace que

Eladio Rodríguez Otero tenga unas

características propias, únicas, en el

horizonte puertorriqueño, en nuestra

historia, es el hecho de que defendió

nuestra libertad patria, nuestro idioma,

y nuestra cultura, sosteniendo siempre,

todos y cada uno de sus ideales, con

sólidos fundamentos católicos”.

Eladio Rodríguez Marxuach

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Excelencias Reverendísimas, miembros de la comunidad universitaria, distinguidos invitados, familiares, y amigos

todos que nos honran con su presencia; muy buenas noches.

Hace 31 años, a los pocos días del fallecimiento de mi querido padre, el distinguido catedrático don José Fe-

rrer Canales escribió un panegírico en el que expresó: “Duele ver caer en plena juventud, vigor y entusiasmo [a los 57 años] a un ciudadano consagrado a una causa en la que cree. Duele que no hayamos podido leer los libros que nos había prome-tido”.1 Y fue en ese preciso momento, al leer esas líneas, que cristalizó en mi espíritu la firme y decidida determinación de llevar a cabo la publicación de estas Obras Completas.

Primer discurso de la noche

1 Tomo de Idioma, pág. xx, Eladio Rodríguez Otero ,Obras Completas.

Palabras de Eladio Rodríguez Marxuach en la Presentación de las Obras Completas

de Eladio Rodríguez Otero

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Cuando se vive junto a una persona de excepcional valía, que luchó incansablemente en pos de la Verdad, que tuvo, como sus grandes amores, a Dios, a su Patria y a su familia, siente uno la obligación moral de no permitir que su legado quede en el olvido. No por razones de gloria, pues según reza el di-cho: “breve es la gloria de este mundo”. Y la justicia de Dios: infalible. Pero hay una Patria, una juventud puertorriqueña, que necesita luz, que necesita fanales con los que alumbrar su camino. Y es por esa juventud que he realizado esta Obra. Con la ayuda; de Dios Todopoderoso, de mi querida madre, y de muchas otras queridas personas que han colaborado genero-samente con esta causa, permitiéndonos llevar la misma, hoy, a feliz término.

Al acercarse el momento de la presentación resurgió en mí la natural pregunta: ¿en dónde presentar la Obra? Estamos aquí porque esta universidad está vinculada al Centro de Estudios de los Dominicos del Caribe y, por tanto, es un lugar donde se conjuga el esfuerzo de ambas instituciones por cultivar, entre otros menesteres, dos cosas muy importantes: nuestra cultura religiosa y nuestra cultura puertorriqueña. Se trata de una universidad que se nutre de la savia dominica, ejemplari-zada en el padre Martín J. Berntsen, OP, quien fuese maestro de maestros. Sus enseñanzas fueron fuente de sabiduría para distinguidas figuras de nuestro país, entre éstos: Beascoechea Lota, Cibes Viadé, Yamil Galib, Gutiérrez del Arroyo, Margot Arce, Corretjer, Toro Nazario, Cadilla Bernal, Albizu Campos, y Eladio Rodríguez Otero.

Esta noche hemos querido compartirla invitando, entre otras personas, a dos distinguidos miembros de esa nueva genera-ción de obispos puertorriqueños quienes, además de ser fieles custodios de la integridad de la fe, de las buenas costumbres, y de los tesoros espirituales de la Iglesia, han demostrado ser pastores que defienden con firmeza los valores culturales cons-

Presentación de las obras CompletasPresentación de las obras Completas

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titutivos de nuestra Nación, valores que son fundamento de nuestro legado espiritual e identidad. Me refiero a sus Exce-lencias Reverendísimas monseñor Roberto Octavio González Nieves y monseñor Rubén Antonio González Medina. Quiero, por tanto, aprovechar esta ocasión para agradecer públicamente al señor Arzobispo la publicación de su generosa y providencial Carta Pastoral, denominada: Patria, nación e identidad: don indivisi-ble del amor de Dios. Carta Pastoral que queda ya en nuestra historia y en nuestro porvenir como estrella polar, como luminosa estrella de esa Iglesia que peregrina en tierras borincanas. Nuestra Na-ción estará siempre en deuda con el señor Arzobispo por esta va-liente y patriótica Carta, la cual ha infundido aliento y esperanza en nuestros corazones, como católicos y como puertorriqueños.

Contestada la interrogante de por qué estamos realizando esta Presentación en esta Institución, planteo otra pregunta, pre-gunta verdaderamente fundamental, que trataré de resumir en el breve tiempo del cual dispongo. ¿Cuál es la esencia de la Obra que estamos presentando esta noche? Y he aquí que decimos: la visión católica de Eladio Rodríguez Otero en todos, absolutamente todos, sus planteamientos. Única por el tesón, la ortodoxia, la inclaudicabilidad, pero, sobre todo, por la valentía con la cual defendiese —si bien elegante y cortésmente— tajantemente sus ideales, los cuales siempre fundamentó en sólidos principios católicos. Porque una cosa es ser católico en el ámbito privado-familiar, y expresar preferencias personales aun públicamente y otra el estar dispuesto, como figura públi-ca, a luchar y arriesgarse dando la cara por la Iglesia. Que creía en la libertad para su Patria, y en la independencia de su país, es de público conocimiento. Pero aún ese ideal lo supeditaba a su visión católica. En uno de sus escritos nos decía: “Yo digo… que si para obtener la independencia fuese condición indis-pensable la legalización del crimen del aborto, como católico resueltamente rechazaría una independencia que degradase a mi país y lo hundiese en el más abyecto caos moral. La inde-

Eladio Rodríguez otero Eladio Rodríguez otero

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pendencia no es un fin en sí mismo. Es un medio, y sólo un medio, para ensanchar los caminos del Hombre hacia su más completa realización física y espiritual”.2

Sin restarle importancia a la función que desempeñan los par-tidos políticos, los que estudien su Obra se percatarán de que el escenario del autor no fue el de la política partidista. No obstante, se lanzó al ruedo de la cosa pública, con sus escritos en la prensa del país, y con sus discursos, ponencias y ensayos, en las múltiples actividades culturales de las cuales participaba.

Como católico tuvo que navegar, contra-corriente, lo que impli-có el combatir, vehementemente, las ideologías materialistas y totalitaristas imperantes, fuesen del capitalismo o del comunis-mo. Como puertorriqueño, combatió la indignidad del siste-ma colonial, el suicidio cultural que representa el anexionismo, y la posibilidad de una independencia contraria a los principios de la Ley Moral Natural. Y no escapaban fácilmente a la mirada penetrante de su pluma; los gobernantes, los eclesiásticos, y los personajes del diario vivir, fuesen éstos, de la más baja o de la más alta jerarquía, a quienes interpelaba, o encomiaba, según las circunstancias. Señalándoles, por ejemplo, en numerosas ocasiones, a los hombres de gobierno la grave responsabilidad que tenían sobre sus hombros, cuando permitían e implemen-taban prácticas laicistas y neomaltusianas.

Como firme creyente, y defensor durante toda su vida, como señalé anteriormente, de la independencia para su país, Ro-dríguez Otero estuvo siempre dispuesto a dialogar y colaborar con aquellos partidarios y creyentes de una verdadera asocia-ción política entre las dos naciones, siempre que se fundamen-tara en la genuina soberanía de ambos Pueblos. Solución que, demás está decir, requeriría el sincero interés, y una inteligen-te cooperación, por parte de los Estados Unidos, cuestión de

2 Tomo de Religión y Moral, pág. 100.


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–sin actitudes acomplejadas y mezquinas– poder encontrarle una solución al atolladero histórico en el cual se enfrascaron los estadounidenses al tratar de conquistar a un Pueblo here-dero, por sangre e historia, de una epopeya de reconquista que duró 800 años.

Como independentista favorecía la formación de un partido fundamentado en la democracia y en los valores del Cristia-nismo, así como la creación de un Frente, con la más amplia y abarcadora apertura ideológica, capaz de aglutinar a todas las fuerzas puertorriqueñistas deseosas de hacer valer nuestro derecho a la soberanía.

Pero volvemos a señalar que lo que diferencia y hace que Eladio Rodríguez Otero tenga unas características propias, únicas, en el horizonte puertorriqueño, en nuestra historia, es el hecho de que defendió, nuestra libertad patria, nuestro idioma, y nuestra cultura, sosteniendo siempre, todos y cada uno de sus ideales, con sólidos fundamentos católicos. Aspiraba, por tanto, a que los puertorriqueños nos desarrollásemos sobre las raíces históricas y culturales que nos dieron vida, y que nutrieron nuestro espíritu.

De sus muchas luchas y batallas cabe mencionar, en este Centro de Estudios de la Orden de Predicadores, aquella, que lideró has-ta por fin lograr el nombramiento de una jerarquía católica puer-torriqueña como derecho natural de todos los puertorriqueños. Escuchemos lo que nos dice el líder socialista, e independentis-ta, don Rubén Berríos Martínez sobre lo anterior: “…recogió la bandera de De Diego y dio la lucha por nuestro lenguaje, que es nuestra alma, y por la puertorriqueñización de nuestra religión al lograr, casi solo, el nombramiento de una jerarquía criolla, hecho que tiene enormes proyecciones psicológicas de gran raigambre patriótica. Ya quisieran los más preclaros de nuestros hijos tener dos coronas como las anteriores”.3 Termina la cita.

3 Tomo de Idioma, pág. xxii.


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Señoras y señores, pero hoy, al cabo de 31 años luego de su muerte, acaecida a tan temprana edad, cabe preguntarnos, ¿de qué sirve la visión de Rodríguez Otero en nuestros días? ¿Sirve? ¿Sirve de algo?

Aquéllos que estudien su Obra se percatarán de que la misma tendrá relevancia en la medida en que precisamente ayude a ser-vir a la Iglesia y a nuestra Patria. A esa Patria y a esa Iglesia que lu-chan en estos tiempos. Tiempos que el sabio e ilustre historiador Hilaire Belloc denominó: “el nuevo paganismo”. Un paganismo, según nos explica, devastador, porque contrario al paganismo anterior a la Revelación, que buscaba la Luz abriéndose camino desde las sombras, este nuevo y actual paganismo, constituye el rechazo a la Luz, a la Revelación.

Ante esta realidad histórica es importante, no obstante, que no desfallezcamos, que no perdamos los ánimos. Escuchemos lo que nos dice Rodríguez Otero: “Mientras la Iglesia combatía a Rousseau, y más tarde al Liberalismo, sus enemigos la llama-ban intolerante, atrasada, reaccionaria. Pero como ‘la Historia es el pensamiento de Dios, escrito en el tiempo’ –al decir de Meinville– el error no podrá perdurar, perecerá, irremedia-blemente. Mientras tanto, la voz de la Iglesia se perpetúa, con vigoroso acento, a través de la Historia”.4

Y, por otro lado, en la lucha por nuestra afirmación nacional, acechada continuamente, como lo ejemplariza recientemente el evento de las primarias presidenciales, en el cual políticos, desco-nociendo nuestra forma de ser, nuestros poetas, nuestra historia, nuestra alma, osan compararnos, increíblemente, con un lugar llamado “New Mexico”, también nos sirven de guía las palabras y el penetrante verbo de Eladio Rodríguez Otero, escuchemos:

Desde mediados del siglo XIX los hechos políticos, sociales y culturales dan testimonio de algo que ha quedado plenamente



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comprobado desde 1898 en adelante: que Puerto Rico no era entonces, ni es ahora, un simple conglomerado humano. Por el contrario, esos hechos confirman que somos una nación con una férrea voluntad de subsistir y de proyectarse como tal a tra-vés de la Historia.5 ¿Una nación?, muchos preguntarán. Sí, una nación. Con sus seis letras. Y, con toda la carga, toda la fuerza, y toda la voluntad de ser, que encierra ese concepto.6

—Continúa la cita—

Desde las Cabezas de San Juan hasta los Morrillos de Cabo Rojo, atravesando llanos, subiendo colinas y montañas, descendien-do a los valles, palpando las rocas milenarias, y descubriendo en ellas la marca de nuestros aborígenes,… somos una Nación. Desde el Valle de Yabucoa hasta las playas del descubrimiento en la costa occidental, deslumbrados por la riqueza geográfica, por lo fértil de nuestros suelos, por la suave y multicolor Na-turaleza, somos una Nación. Y en el presente, en medio de la angustiosa y no pocas veces incomprendida lucha por afirmar lo nuestro, por hacer valer lo autóctono frente a lo extraño, por abrirle cauce a una agenda puertorriqueña del porvenir, también somos, una Nación. Una nación forjada bajo el signo del Cristianismo y el pendón de España, en la fragua de tres razas, por aquellos que arriesgaron sus vidas en el cruce del océano; por las manos que mil veces cernieron las arenas de los ríos, y abrieron los surcos de la tierra; por los que marcharon al exilio obligados por la pobreza; por los que trabajaron sin tre-gua ni descanso, desde el amanecer hasta el caer de la noche, sin poder borrar las señales del hambre de los rostros de sus hijos; por los que en su cuerpo recibieron la marca infamante del carimbo; por las madres que fueron ejemplo de dulzura y abnegación; por los que con su heroísmo rechazaron las inva-siones extranjeras; por los que ofrendaron vidas y haciendas para suprimir de nuestra patria el régimen colonial; por los que siempre afirmaron el derecho de Puerto Rico a labrar su propio destino.7

5 Tomo de Política, pág. 2016 Tomo de Política, pág. 1907 Tomo de Ateneo, págs. 147-148.


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Quisiera poder seguir leyendo de este discurso, que es real-mente un poema, pero no puedo por razones de tiempo. Baste saber que el 11 de noviembre de 1969, en la Bula “ Internego-tia”, ante la providencial solicitud de Su Excelencia Reveren-dísima, Cardenal Luis Aponte Martínez, entonces Arzobispo de San Juan, y de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña, el Papa Pablo VI, declaró a Nuestra Señora de la Divina Pro-videncia, Patrona Principal de toda la Nación Puertorriqueña. Baste contemplar a Nuestra Patrona mirando al Niño Jesús. Baste ver su mirada protectora para darnos cuenta bajo qué protección tan amorosa se ha puesto a nuestra Nación, y qué formidable amor la resguarda.

Tal vez por eso, poco antes de morir, mi padre, confiado como siempre estuvo en la intercesora Providencia de nuestra Pa-trona Nacional, en discurso pronunciado en uno de los actos del Centenario del Ateneo Puertorriqueño nos dijo: “Estamos, señoras y señores, frente a una situación irreversible. Nada ni nadie podrá torcer la firme decisión de Puerto Rico de no per-mitir su desintegración nacional. Por ello me atrevo asegurar que el país no tomará jamás rumbo constitucional alguno que implique la renuncia o la subordinación de su idioma y cultu-ra al idioma y cultura de ninguna otra nación”.8

Como en ocasiones nos dijese Rodríguez Otero, nuestra na-ción tendrá que tomar, en un futuro cercano, uno de los dos rumbos que se presentan ante su dilema existencial: el de los que afirmamos nuestra nacionalidad, queriendo que florezca hasta el máximo de sus posibilidades, ya sea en la independencia, o en la asociación con soberanía, o el de los que, por desgracia quieren truncar su crecimiento, llegando así ya, algunos, al extremo, ¡de negarla! Escuchémosle: “Cuan-do los hombres de buena voluntad, inspirados por Dios, hagan

8 Tomo de Ateneo, pág. 150.


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posible la solución de nuestro problema colonial; cuando el Congreso de los Estados Unidos, descargando su responsabi-lidad, decida tratarnos de igual a igual reconociendo nuestra personalidad de pueblo y nuestra soberanía; en ese histórico momento, desde nuestra pequeñez geográfica tendremos la grandeza de espíritu de olvidar los agravios y de ofrecer nues-tro sincero afecto, a los que tanto dilataron la hora de nuestra libertad”.9

Roguemos, pues, a Nuestra Señora de la Divina Providencia que, cual especialísima intercesora, nos envíe tanto el espíri-tu unitario como los líderes con los carismas necesarios para que se sigan suscitando los milagros que nos han permitido, y nos permitirán, preservar nuestra identidad, confiando que la presente Obra ayude a los puertorriqueños a caminar por esa ruta en la cual Eladio Rodríguez Otero, ofrendase sus luchas y su vida: La de nuestra afirmación católica y la de nuestra afir-mación nacional.

Y toca ahora, a todos nosotros, asumir prestos los sacrificios que nos exija la Patria, para continuar el esfuerzo de este puertorriqueño que luchó, valientemente, y sin descanso, por aquellos anhelos que constituyeron sus grandes amores: Dios, Patria, y Familia.

Comencemos pues ya, esta misma noche, vigorizados, llenos de entusiasmo, la difusión de esta Obra de este hijo de esta Pa-tria, para que sirva de estímulo, y sea semilla espiritual, de las próximas y futuras generaciones, de todos los puertorrique-ños, que tendrán la ingente tarea de conducir nuestra Nación A la Mayor Gloria de Dios. Muchas gracias.

9 Tomo de Política, pág. 498.


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“Para Rodríguez Otero su arma de acción, armonizada con su auténtico testimonio de vida, fue la palabra escrita y hablada como buen discípulo del insigne educador católico y sabio cubano José de la Luz y Caballero, quien en cierta ocasión expresó: ‘La palabra es más poderosa que el cañón’”.

Fray Mario A. Rodríguez León, OP

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Segundo mensaje de la noche

Palabras del Padre Fray Mario A. Rodríguez León, OP, en la presentación de las

Obras Completas de Eladio Rodríguez Otero

El distinguido filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson (1803-1882) señalaba en su célebre libro Hom-

bres representativos que: “Cuando un hombre ocupa su lugar, es constructivo, fértil, magnético, inunda a las muchedumbres con su voluntad que, desde este modo, se cumple. Así como el río forma sus propias orillas, así también cada idea legítima, forma sus propios canales y encuentra cosechas para alimentarse, insti-tuciones para expresarse, armas para luchar con ellas y discípulos que la siguen”. Fue este perfil humanístico, profundamente ético y religioso: “Constructivo, fértil, magnético”, el que inundó con valor y entrega a quienes supieron escucharle.

Así, fueron la voluntad de carácter, el pensamiento crítico y la nobleza de espíritu lo que caracterizó al distinguido intelec-tual puertorriqueño don Eladio Rodríguez Otero. Nacido en

Segundo discurso de la noche

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Río Piedras, “La Ciudad Universitaria”, el 9 de mayo de 1919, y habiendo realizado estudios de forma sobresaliente comenzan-do con sus cursos primarios en la escuela Nathaniel Hawthorne, de Río Piedras, hasta obtener sus dos Maestrías, una en Derecho y otra en Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, Eladio Rodríguez Otero fue, ante todo, un esforzado intelectual católi-co y un hombre de acendrado patriotismo. Dios y Patria fue el binomio que fundamentó su existencia humana y su razón de ser ante la Historia. Fe y acción marcaron de forma indeleble los surcos que recibieron la semilla germinal de su producción periodística. Rodríguez Otero se impuso duras tareas en su vida y tuvo éxito a pesar de las peripecias y los infortunios que éstas le acarrearon; siempre su fe y acción lo mantuvieron incólume, fiel a sus valores y creencias. Durante los años 1941 y 1942 ocupó la presidencia del Centro Católico de la Universidad de Puerto Rico. En julio 1941 se desempeñó como delegado de los univer-sitarios católicos de Puerto Rico, la República Dominicana, y Hai-tí, ante los Congresos de la Confederación Iberoamericana de Estudiantes Católicos, y de Pax Romana, celebrados en Santa Fe de Bogotá. En 1948, siendo profesor de la Universidad de Puerto Rico, fue expulsado por su defensa de los estudiantes en la famo-sa huelga universitaria de dicho año.

Para Rodríguez Otero su arma de acción, armonizada con su au-téntico testimonio de vida, fue la palabra escrita y hablada como buen discípulo del insigne educador católico y sabio cubano José de la Luz y Caballero quien, en cierta ocasión, expresó: “La pa-labra es más poderosa que el cañón”. Ciertamente, la palabra, la facultad natural de expresar el pensamiento a través de un lenguaje claro, lógico y articulado, fue lo que hizo de Rodríguez Otero uno de los fundadores de la Directiva de la Sociedad Pro Defensa del Idioma en 1962. Sobre ésta, una de sus más nobles vocaciones, en el primer tomo de sus Obras Completas se publi-ca, bajo el título general de Idioma, lo que constituye todo un conjunto de artículos periodísticos, ponencias, discursos, cartas,


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declaraciones, telegramas y entrevistas. El 24 de mayo de 1975, en el artículo “Idioma y Conciencia Nacional”, así lo expresó cla-ramente desde la perspectiva latinoamericana:

Del mismo modo que en la gesta militar de Bolívar no hubie-se podido producirse el triunfo de Ayacucho sin Carabobo y Junín, en esta batalla nuestra de carácter tan eminentemente civil el triunfo del idioma tenía que preceder a todo el proceso político que nos conducirá a la plena consolidación de la patria y la nación puertorriqueña.1

El escritor y dramaturgo René Marqués resumió, por así decir, la valiente postura asumida por Rodríguez Otero: “Atacar el idioma de un Pueblo es atacar, en la raíz misma de su personalidad, su más entrañable expresión espiritual, la esencia misma de su ser. Paso primordial para la destrucción de una cultura, para el ani-quilamiento espiritual de un Pueblo, es el empobrecimiento y, si es posible, la destrucción de su idioma vernáculo”.

Las batallas de Eladio Rodríguez Otero, como las de Don Qui-jote de la Mancha, fueron muchas, pero una a la que se lan-zó como buen caballero andante fue la lucha, con denuedo y gallardía, por lograr que la Santa Sede nombrara obispos puertorriqueños. Desde 1962, con el nombramiento del pres-bítero, natural de Lares, Juan de Dios López de Victoria, como Obispo Auxiliar para la Arquidiócesis de San Juan, hasta 1965, con el nombramiento de monseñor Antulio Parrilla Bonilla, S. J., como Obispo Auxiliar de Caguas, se culminó el proceso a favor de la jerarquía eclesiástica puertorriqueña.

Como miembro y fundador del Comité Permanente Pro-Obispos Puertorriqueños, Rodríguez Otero siempre tuvo como paradigma al primer obispo natural de Puerto Rico: don Juan Alejo de Arizmendi (1760-1814). En el tercer tomo de las Obras Completas, el cual lleva como título “Religión y Moral”, y bajo el sub-tema de “Campaña Pro-Obispos Puertorriqueños”,

1 Tomo Idoma, pág, 21.


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se publica un valioso material epistolar en el cual Rodríguez Otero, a instancias y motivado por el Dr. José M. Lázaro, de-fiende enérgicamente la urgente acción, por parte de la Santa Sede, para que se nombren obispos puertorriqueños. El 8 de agosto de 1962, en un artículo publicado en los principales periódicos del país, indicó que:

Es un evidente anacronismo el que nuestras sedes estén ocu-padas por prelados que no son puertorriqueños. El único obis-po natural del país, Mons. Luis Aponte Martínez, aunque ciñe la mitra, no tiene la jurisdicción ni gobierno sobre ninguna de nuestras diócesis. Y es lógico que nos preguntemos: ¿Has-ta cuándo vamos a permanecer en silencio, sin exigir nuestro derecho de puertorriqueños y de católicos, y gestionar que el mismo se nos reconozca?2

Hemos señalado que las batallas y continuos combates de Eladio Rodríguez Otero se dieron en diversos frentes. Desde su particular visión de mundo una de esas batallas fue en defensa del Ateneo Puertorriqueño, el cual el destacado intelectual y empresario dirigió durante la década de 1967 a 1977, año de su lamentable partida hacia la Eternidad. La lucha ideológica fue ardua y antagónica y todavía, lamentablemente, en ciertos sectores de la intelectualidad puertorriqueña no han cerrado completamente las heridas.3 Los que participaron en los debates que fueron elemento principal en aquella gran crisis que sufrió El Ateneo se enfrentaron a un valiente guerrero fiel a sus convicciones morales, políticas y religiosas que nunca claudicó ni se dejó llevar por la corriente del momento o por la presión de grupos. Fueron, indudablemente, tiempos difíciles, de polarización de grupos ideológicos. Antes de morir, Rodríguez Ote-ro dejó para la posteridad un libro que constituye su testamento intelectual, su título: Función del Ateneo en el proceso histórico de Puer-to Rico; reflexiones sobre un tema vital.

2 Tomo de Religión y Moral, págs. 353-354.3 Nota de los Editores: Véase “En el Centenario del Ateneo”, bajo Discursos, en el tema de Ateneo, de las Obras Completas, pág. 143, y véase también “Final de una Jornada”, bajo Palabras, en el mismo tema de Ateneo, pág. 311, histó-ricos llamamientos a la concordia por Eladio Rodríguez Otero.


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Si por diversas razones no podemos leer inmediatamente los cuatro volúmenes de las Obras Completas de Eladio Rodríguez Ote-ro, considero que no debemos postergar la lectura de este sin-gular libro en el cual el autor traza con elegante estilo y gran erudición el itinerario intelectual de Puerto Rico antes de la fundación de El Ateneo Puertorriqueño y, en particular, desde los años de 1876 al 1976. Cien años de febril lucha patriótica en la defensa de la integridad de la cultura puertorriqueña y de la cultura universal, en su más amplio sentido humanístico.

Podemos discrepar y tener opiniones diversas en diferentes asuntos ante los enfoques, la mentalidad, la visión del mun-do y las nociones religiosas e ideológicas de Rodríguez Otero, pero en lo que no podemos disentir es en la aseveración de que frente a este puertorriqueño estamos cara a cara ante la integridad y la verticalidad de principios que rigieron siempre su conducta como hombre de bien y de inquebrantables idea-les. Así lo expresó el Lcdo. Rubén Berríos Martínez en 1977 a raíz de la prematura muerte de nuestro insigne ateneísta:

Mantuvo... una recia templanza de carácter que indicaba la na-turaleza inquebrantable del ideal. Y... mantuvo su ideal desde sus años de estudiante. De muy pocos puede decirse eso en nuestra patria... Recogió la bandera de De Diego y dio la lucha por nues-tro lenguaje que es nuestra alma y por la puertorriqueñización de nuestra religión al lograr, casi solo, el nombramiento de una jerarquía criolla, hecho que tiene enormes proyecciones sicoló-gicas de gran raigambre patriótica. Ya quisieran los más precla-ros de nuestros hijos tener dos coronas como las anteriores.4

Hoy día, cuando prevalece tanta debilidad de carácter, el aco-modamiento fácil y sibilino, la cultura banal, la mediocridad en los medios de comunicación social y la aguda crisis del colonialismo, la figura de Eladio Rodríguez Otero nos cau-tiva, nos conmueve y nos entusiasma por su transparencia

4 Tomo de Idioma, págs. xxi-xxii.


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vertical y profundo sentido cristiano de la vida. Tenemos que decir con honradez que Eladio Rodríguez Otero fue un hombre de fe católica impertérrita, muy ortodoxo y de pieza única. Puerto Rico necesita hombres y mujeres de fus-te, de ese talante moral, el de un patriota heredero de la fe-cunda tradición nacionalista de Ramón Emeterio Betances, José De Diego, Gilberto Concepción de Gracia y el Maestro Pedro Albizu Campos.

He disfrutado grandemente leyendo en nuestro convento do-minico las Obras Completas de Rodríguez Otero, en particular el segundo tomo que incluye artículos y ensayos sobre el tema de Política. Considero que muchos de esos artículos periodísticos deberían ser publicados nuevamente en la prensa. Sus temas, las interrogantes que plantea, el agudo análisis político con sólidos fundamentos históricos, repito, deben ser publicados y leídos nuevamente a la luz del crucial momento político que vive nuestro país. Las preguntas e interrogantes que Rodríguez Otero plantease, desde la palestra pública, en las décadas de los sesenta y setenta, tienen una gran vigencia y actualidad.

El segundo tomo de sus obras es un tesauro inagotable de forma-ción e información política que amplía nuestro acervo cultural. A través de sus páginas se convierte en el maestro ateneísta, en el orientador de la conciencia nacional de Puerto Rico. Eladio Ro-dríguez Otero cumplió cabalmente su deber moral y patriótico como puertorriqueño. Como presidente de El Ateneo se preocu-pó tenazmente por recuperar la memoria histórica de los hom-bres y mujeres más representativos de la cultura puertorriqueña, latinoamericana e hispánica.

Es con verdadero placer que les invito a participar de esta singular aventura de leer y promover las Obras Completas de este insigne compatriota y hermano en la fe cristiana, porque les aseguro que no quedarán defraudados. Cada tomo de las obras incluye su correspondiente índice. En particular, es de


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gran utilidad para los investigadores el índice analítico que recoge, en forma sucinta, los temas fundamentales de la vasta producción periodística y ensayística.

Esta noche no quiero concluir estas palabras sin dejar de mencio-nar y agradecer a varias personas que, por su esfuerzo y dedica-ción, hicieron posible el que se haya podido editar y publicar esta importante obra. En primer lugar quiero felicitar al arquitecto Eladio Rodríguez Marxuach por su celo y el gran empeño de-mostrado con gran amor y rigor intelectual al publicar las obras escritas por su padre. A mi distinguido maestro y querido profe-sor de Geografía, de la Universidad de Puerto Rico, el Dr. José Francisco Cadilla Bernal, gracias por su sabiduría y valioso tiem-po dedicado a la corrección de estilo de las obras escritas que hoy presentamos. De igual modo expresamos nuestra profunda gra-titud al heraldista y noble humanista Lcdo. Roberto Beascoechea Lota, quien desde el Cielo disfruta con nosotros esta inolvidable noche. A la Presidenta de la Universidad Central de Bayamón, la profesora Nilda Nadal Carreras, gracias por su generosa acogida e interés en que las obras de Rodríguez Otero se presentasen en esta prestigiosa universidad dominica.

Terminamos recordando aquellas palabras que en 1942 la filósofa judía Simone Weil le escribió a un fraile dominico francés: “La inteligencia sólo puede ser guiada por el deseo. Pero para que haya deseo tiene que haber placer y gozo en el trabajo. El gozo de aprender es tan indispensable para el estudio como la respiración para correr”.

En las Obras Completas del Lcdo. Eladio Rodríguez Otero en-contramos placer, gozo y amor por el trabajo realizado. Res-piremos este aire, diáfano y sereno, lleno de esperanza y sabi-duría porque, como bien nos señala Fray Timothy Radcliffe, O.P.: “La Verdad es el aire que respiramos por naturaleza”.

¡Muchas gracias!


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“...Puerto Rico no debe tener miedo a su independencia dentro de lo establecido en el marco de la Doctrina Social de la Iglesia, porque Dios creó a cada ser humano para ser libre y a cada pueblo y nación para la libertad, lo cual es parte del plan divino”.

Mons. Roberto Octavio González Nieves, OFM

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Tercer mensaje de la nocheTercer discurso de la noche

Quisiera comenzar, citando algunas de las palabras pro-nunciadas por don Eladio Rodríguez Otero en 1969

en ocasión en que el Ateneo le rendía un homenaje póstumo a un entrañable amigo suyo y gran patriota, el doctor José M. Lázaro.

Algún día habrá que escribir sobre la vida extraordinaria de este ilustre puertorriqueño que fue inflexible con el error pero suave y blando con el que erraba; que sabía arder en in-dignación frente a la injusticia pero inclinarse con bondad y misericordia ante las flaquezas humanas; que jamás conoció el ocio ni el descanso inútil; que prefirió servir a ser servido; que escogió una vida estoica, dura y sacrificada antes que rendir uno solo de los principios que siempre inspiraron su conducta pública y privada. El Ateneo rompe hoy su profundo silencio

Palabras de monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM, Arzobispo Metropolitano

de San Juan de Puerto Rico, en ocasión de laPresentación de las Obras Completas de

Eladio Rodríguez Otero

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que siguió al dolor de su muerte para ofrecerle este sencillo, pero sentido, homenaje de afecto, gratitud y admiración.1

Hoy, también nosotros pretendemos romper otro silencio, y dar-le un nuevo impulso a la voz de don Eladio Rodríguez Otero, a sus principios, a sus convicciones y a su manera de expresar su cristiandad. Algún día alguien tenía que dar a conocer la vida extraordinaria de este gran puertorriqueño para sacar a la luz la vida ejemplar de este insigne patriota. Ese momento ha llegado con la publicación de las Obras Completas de don Eladio que con-siste en cuatro tomos en los que se toman los temas del Idioma, Política, Religión y Moral y el Ateneo. Esa labor la realizaron sus sucesores, la querida viuda de don Eladio, doña Josefina Marxuach de la Cuétara y su hijo, Eladio Rodríguez Marxuach.

José Ferrer Canales, unos días después de la muerte de don Eladio escribió en el periódico El Mundo lo siguiente:

Duele ver caer en plena juventud, vigor y entusiasmo a un ciu-dadano consagrado a una causa en la que cree. Duele que no hayamos podido leer los libros que nos había prometido.2

Canales estaba consciente de la gran contribución que los es-critos de don Eladio pudieran hacer a la vida social, espiritual, política, religiosa y cultural de nuestro pueblo y por eso le causaba dolor de que la voz, el verbo, la pluma de don Eladio cayeran en la perpetuidad del silencio y de ahí en el olvido.

Al poder tener acceso a las Obras Completas de don Eladio, el dolor del cual nos hablaba Ferrer Canales no solo queda sub-sanado, sino que esta hermosa compilación es eco que nos repite una y otra vez sus expresiones que nos hablan a cada momento porque siguen teniendo, a mi manera de ver las co-sas, más pertinencia en esta coyuntura histórica por la cual estamos atravesando. Ya no debemos tener dolor por no tener

1 Tomo de Ateneo, pág. 193.2 Tomo de Idioma, pág. xx.


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acceso a sus escritos, pues estas compilaciones serán como bálsamos, que con lentitud, van curando las heridas que pu-dieron causar el silencio de las expresiones de Eladio por las pasadas tres décadas.

Al comenzar a leer a Eladio en estas Obras Completas nos topa-mos con los pensamientos de este gran intelectual quien una vez dijera:

Escoger la ruta de los intelectuales —no importa el país en que les haya tocado vivir— es seleccionar un camino duro, áspero y difícil... pero a pesar de todo, para un hombre de alto calibre moral la existencia tiene sus recompensas. La más hermosa de ellas es la del deber cumplido, la cual, en última instancia, es la más grande porque en el cumplimiento del deber está la enorme alegría de haber actuado limpiamente, de no haber traicionado la conciencia.3

Pero el camino duro, áspero y difícil no es para cualquier in-telectual, sino para los verdaderos intelectuales. Pues don Ela-dio nos dice que hay falsos intelectuales y los identifica como aquellos que ponen su inteligencia al servicio de la falsedad y la injusticia. Nos dice que es muy difícil de distinguir a los ver-daderos de los falsos, pero que hay una prueba definitiva que los separa a unos de los otros: sólo salen victoriosos los que sirven al bien y servir al bien es por lo tanto amar.

Don Eladio fue un intelectual que puso su genio al servicio y a la defensa de las causas nobles en las que creyó. Utilizó su pluma para defender, para defenderse, para combatir ideas, pero lo hizo todo con elegancia, con equilibrio, con la caridad cívica que surge de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. De don Eladio se aprende sobre cómo diferir y dialogar con respeto; al leerlo es como estar matriculado en la escuela de la más rica elegancia y nobleza, pues como él muy bien decía:

3 Tomo de Ateneo, pág. 182.


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“hay que crear un equilibrio entre el cerebro y el corazón”, pues la conciencia no sólo depende “de la mente sino que también de las grandes influencias del corazón”.4 Hoy la obra de don Eladio es como un faro que puede alumbrarnos el ca-mino y la dirección de la manera de hacer política y opinión pública en nuestro país.

A lo largo de los escritos de don Eladio recibimos como un catecismo que les enseña a las personas de opinión pública cómo ser agentes de paz. Él catequizó con sus escritos plas-mando en ellos la visión cristiana que nos invita al amor y nos anima a rechazar la violencia. Nos decía: “La violencia es una de las grandes tentaciones del Hombre”, “Nadie tiene el derecho a convertir la violencia en su ideal”, “todo el uso de la fuerza debe ser, en conciencia, rechazada”.5 De hecho, fue tan amante de los procesos pacíficos, que un día tuvo que diferir con su amigo, Mons. Antulio Parrilla, cuando éste aseveró que en Puerto Rico está justificada una revolución armada. Cito:

Ahora bien, según he aplaudido y aplaudo, por razones de principio, como católico y puertorriqueño, la clara y decidida defensa que él ha hecho de las normas de la Iglesia y de los derechos de nuestro Pueblo, en estos momentos me veo igual-mente obligado a manifestar públicamente, también como ca-tólico y puertorriqueño, y por razones de principio, que no comparto la posición asumida por monseñor Parrilla.6

Luego de expresar su disentimiento, concluyó diciendo:

Y nunca olvidemos que, en los reclamos de sus justos derechos, Dios no abandona a los Pueblos que resisten y luchan.7

En sus escritos podemos ver la defensa que hizo Eladio por el Ateneo, por el idioma, por la cultura, por la identidad nacio-

4 Tomo de Religión y Moral, pág. 13.5 Tomo de Religión y Moral, pág. 137.6 Tomo de Religión y Moral, pág. 215.7 Tomo de Religión y Moral, pág. 216.


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nal puertorriqueña. Por factores de tiempo, quisiera resaltar la aportación que hizo don Eladio por la Iglesia, defensa que se puede apreciar a lo largo de su trabajo.

En estos momentos en que la Iglesia en Puerto Rico está próxi-ma a cumplir los quinientos años de su fundación, y que la Arquidiócesis está realizando una serie de esfuerzos para con-memorar estos eventos, la publicación de las Obras Completas, vienen a hacer una gran contribución para resaltar la apor-tación que ha hecho la Iglesia a nuestra vida nacional. Con relación a esto, en uno de sus escritos expresó:

La Iglesia Católica —que tres siglos atrás había sido factor decisivo en la creación de la primera célula de este pueblo, que nutrió su niñez y su infancia, que robusteció su adolescencia— en aquel memorable 16 de agosto de 1809 reconoció, por voz del obispo Arizmendi, su ya forjada personalidad, su propia identidad, diferenciada de la Madre Patria. Y asimismo reconoció no sólo el derecho sino el deber de los puertorriqueños de amarla y defenderla.8

Eladio entendió que su espíritu de patriota estaba ligado a su espiritualidad cristiana católica y que su identidad además de ser puertorriqueña era, ser católico. Por eso fue que defendió de corazón tanto a la Patria, como a la Iglesia que había forja-do a su patria.

Don Eladio, fue un laico que:

• defendióalaIglesiasiendoestudianteuniversitario;

• defendióalaIglesiaporlasdoctrinasfilosóficasdellibe-ralismo que planteaba Rousseau;

• mediantesusescritospromovíaydefendíalosescritospa-pales;

• utilizabadesutiempoparacomentarenlaprensadelasactividades papales como lo fue la visita de Pablo VI ante la ONU en 1965;



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• defendió lapredicadeobisposcomoHelderCámara ycriticó el silencio de los religiosos ante las injusticias y atropellos por parte de los poderosos;

• defendióelderechodelaIglesiaaexpresarseenasuntostocantes a los derechos fundamentales de los seres huma-nos y en defensa de la dignidad humana;

• denunció laprácticadelaborto, laspolíticasde lasdis-tintas administraciones gubernamentales de Puerto Rico y los Estados Unidos referentes a la esterilización y a las prácticas neomaltusianas, señalando que los problemas no se resuelven con métodos y medios indignos;

• luchóparaqueenlaConstitucióndel1952seincluyeranprincipios morales;

• resaltóeljustovalordefrayBartolomédelasCasasydela Iglesia en la defensa de los derechos humanos en los inicios de la colonización en América;

• defendiólaenseñanzareligiosaenlasescuelaspúblicas;• atacólosaspectosmaterialistasdelcapitalismoydelmar-

xismo al crear un estado sin Dios;• entiemposdeeleccionessededicóaorientaraloselec-

tores católicos sobre las posiciones de los candidatos en cuanto a asuntos de moral católica;

• desde 1952 comenzó a gestionar que para las dos diócesis de Puerto Rico se nombraran a obispos puertorriqueños;

• creóen1962enuniónaotrasdestacadísimasfiguraseintelectuales un Comité Pro Obispos Puertorriqueños que se dedicó a escribir al Vaticano, a los delegados apostólicos, a los jefes de estados para dar a conocer el deseo de que en Puerto Rico se nombraran obispos puertorriqueños;

• hizounllamadoen1969sugiriendounsínodoparaesta-blecer un diálogo entre el clero y los laicos para aplicar en Puerto Rico las reformas propugnadas por el Concilio Vaticano Segundo;

• demostró sus conocimientos de los escritos papales loscuales los utilizaba para fundamentar sus expresiones pú-


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blicas tanto a favor de los obreros, como en el asunto del status político, entre otros;

Su hijo, don Eladio Rodríguez Marxuach, en el prólogo a las Obras Completas del Tomo I, indica lo siguiente sobre su padre:

Fue su voz la del profeta que denuncia, pero, a su vez, aquélla que cifra la esperanza en un futuro providencialmente dirigido. Agui-jón para todos los sectores del actual panorama puertorriqueño... finalmente, los que, dignificados con vestiduras eclesiásticas, pien-san que el resto de los mortales no habremos de diferenciar entre la virtud de la Prudencia y la de la Fortaleza.9

Hoy todos los sectores de opinión pública nos debemos sentir interpelados ante la voz de don Eladio que nos invita a reva-luar nuestros principios, nuestras convicciones, nuestra mane-ra de vivir el catolicismo, el cristianismo, de comportarnos en nuestra sociedad. Su aguijón en ocasiones se dirigió a la Igle-sia, no para infligirnos una herida mortal, sino para que nos auto-cuestionemos para ver si estamos actuando a la altura de las expectativas de las esperanzas que se tenían al nombrarse obispos puertorriqueños, especialmente su cuestionamiento sobre la educación católica en lo que tiene que ver con la en-señanza en inglés y los aspectos culturales.

También, en su artículo “¿Hacia dónde van nuestros Obis-pos?”, publicado en El Mundo del 1970, nos hace trece cues-tionamientos y nos expresa que la Iglesia parece indiferente e insensible ante las dolorosas vicisitudes en que se debate la Patria puertorriqueña. Y nos exhorta a iniciar la partida para implantar realmente la Iglesia en Puerto Rico.10

Amigos y amigas, hermanos y hermanas, compatriotas todos, les exhorto a adquirir las Obras Completas de Eladio para descu-brir o redescubrir su pensamiento tan iluminador.

9 Tomo de Idioma, pág. xxv-xxvi.10 Tomo de Religión y Moral, pág. 340.


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Dijo don Eladio ante la tumba de José de Diego: “De la misma manera que no concebimos el cielo sin ángeles y santos tute-lares, no podemos imaginar una Patria sin héroes, y próceres. Son ellos los grandes forjadores de la conciencia nacional, los creadores de esa comunidad moral e histórica a la cual or-gullosamente pertenecemos”.11 Hoy ante sus Obras Completas, damos gracias a don Eladio Rodríguez Otero, a su querida esposa, a su hijo don Eladio Rodríguez Marxuach y ante sus sucesores, por este legado, que estamos seguros contribuirá a forjar aún más nuestra conciencia nacional y a sentir un sano orgullo de esta nación puertorriqueña a la cual pertenecemos por gesto de amor de la Divina Providencia.

Don Eladio fue un insigne y valiente apóstol de la independen-cia de Puerto Rico. Sobre la independencia de las naciones y los pueblos, El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que fue autorizado por el Siervo de Dios, Juan Pablo II, en abril de 2004, establece que:

El campo de los derechos del hombre se ha extendido a los derechos de los pueblos y de las Naciones,12 pues “lo que es verdad para el hombre lo es también para los pueblos”.13 El Magisterio recuerda que el derecho internacional “se basa so-bre el principio del igual respeto, por parte de los Estados, del derecho a la autodeterminación de cada pueblo y de su libre cooperación en vista del bien común superior de la humani-dad”.14 La paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos, particularmente el derecho a la independencia.15

11 Tomo de Ateneo, pág, 228.12 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33: AAS 80(1988) 557-559; Id., Carta enc. Centesimus annus, 21: AAS 83 (1991) 818-819.13 Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, 8: AAS 82 (1990) 56.14 Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, 8: AAS 82 (1990) 56.15 Cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (9 de enero de 1988), 7-8: AAS 80 (1988) 1139.


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Los derechos de las Naciones no son sino “los ‘derechos hu-manos’ considerados a este específico nivel de la vida comu-nitaria.”16 La Nación tiene “un derecho fundamental a la exis-tencia”; a la “propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve su ‘soberanía’ espiritual”; a “mode-lar su vida según las propias tradiciones, excluyendo, natural-mente, toda violación de los derechos humanos fundamentales y, en particular, la opresión de las minorías”; a “construir el propio futuro proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación adecuada”.17 El orden internacional exige un equilibrio entre particularidad y universalidad, a cuya realiza-ción están llamadas todas las Naciones, para las cuales el pri-mer deber sigue siendo el de vivir en paz, respeto y solidaridad con las demás Naciones. (N. 157)

Por lo tanto, Puerto Rico no debe tener miedo a su independencia dentro de lo establecido en el marco de la Doctrina Social de la Iglesia, porque Dios creó a cada ser humano para ser libre y a cada pueblo y nación para la libertad, lo cual es parte del plan divino. Ante el desenlace de su destino, Puerto Rico se enfrenta a diversas opciones que se deben analizar con mucho detenimiento en un contexto pedagógico de comprensión his-tórica y de apreciación de las características del mundo actual en que la independencia se traduce en interdependencia en un mundo globalizado en que las soberanías se comparten en equidad, precisamente para conservar y desarrollar la digni-dad de los pueblos y las naciones , sus legítimos derechos hu-manos, la riqueza de su vernáculo, que es sagrado y sus raíces culturales y trascendencia espiritual. Por lo tanto, lo que Puer-to Rico debe temer es a perder su particular personalidad, su identidad, su alma y en todos los dones que Dios le ha dado (don de la fe, de la lengua, don de la Iglesia). No debe te-mer a la plenitud de su soberanía porque creemos en un Dios

16 Juan Pablo II, Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre de 1995), 8, Tipografía Vaticana, p. 11.17 Juan Pablo II, Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre de 1995), 8, Tipografía Vaticana, p. 12.


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que es providente, y que el Señor cuida de sus ovejas. Dios no abandonará nunca a Puerto Rico. Él lo creó por amor y lo protegerá con su ternura. Puerto Rico debe encomendarse plenamente a la Divina Providencia, especialmente a la Ma-dre de la Divina Providencia. Obviamente, también contando con nuestro sacrificio y nuestra generosa entrega y el sudor de nuestra frente.

En el oficio divino de ayer se rezó el siguiente responsorio:

Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; nunca jamás perecerán, ni nadie las arreba-tará de mis manos.

Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a reposar.

Nunca jamás perecerán, ni nadie las arrebatará de mis manos.18

Y, esta mañana en el oficio hemos rezado el Salmo 32, que en parte dice así:

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,y el pueblo que Él se escogió como heredad.

El Señor mira desde el cielo,y se fija en todos los hombres;desde su morada observaa todos los habitantes de la tierra:Él modeló cada corazón,y comprende todas sus acciones.

No vence el rey por su gran ejército,no escapa el soldado por su mucha fuerza,nada valen sus caballos para la victoria,ni por su gran ejército se salva.

18 Liturgia de las horas, III, pág. 465.


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Los ojos del Señor están puestos en sus fieles.en los que esperan en su misericordia,para librar sus vidas de la muertey reanimarlos en el tiempo del hambre.

Nosotros esperamos en el Señor:Él es nuestro auxilio y escudo,con Él se alegra nuestro corazón,y en su santo nombre confiamos.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,como lo esperamos de ti.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


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Memoria Fotográfica

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Recuento fotográfico de la presentación de las Obras Completas de Eladio Rodríguez Otero, la cual

contó con la asistencia de familiares, amigos, y destacadas figuras del mundo social,

político, e intelectual del país.(En todas las fotografías subsiguientes se

nombran, a las personas identificadas, de izquierda a derecha)

Don Eladio Rodríguez Marxuach, Editor; Dra. Maritza Ortiz Aponte, Decana de Asuntos Académicos de la UCB; y Fray Mario A. Rodríguez León, OP, Síndico de la UCB, Vicario General de los Dominicos en Puerto Rico (1994-2002).

SER monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM; Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico; a su llegada a la UCB saluda a don Eladio Rodríguez Marxuach.

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Prof. Nilda Nadal Carreras, Presidenta de la UCB; SER monseñor Rubén Antonio González Medina, CMF, Obispo de Caguas y Presidente de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña.

Lcdo. Manuel Rodríguez Orellana, Secretario de Relaciones con América del Norte, del Partido Independentista Puertorriqueño y ex-senador de dicho partido.; Lcdo. José Ortiz Daliot, ex-senador del Partido Popular Democrático; y don Eladio Rodríguez Marxuach.

Don José M. Toral Muñoz, C. DAE, Síndico de la UCB; don Eladio Rodríguez Marxuach; Fray Mario A. Rodríguez León, OP; Sr. Frederick Kurr III, Jefe de Protocolo del Gobierno de Puerto Rico.

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Fray Rafael González Padró, OP; Fray Carlos Rodríguez Villanueva, OP; Fray Emmanuel Toledo Ramírez, OP.

Dr. Andrés Meléndez Concepción, Decano de Estudios Graduados de la UCB; Dr. José Toral; CPA Ismael Sánchez Miranda, Síndico de la UCB; Padre Félix Struik, OP, editor y redactor de la revista El Piloto (1971-1979) y del periódico El Visitante (1979-1981).

Lcdo. Manuel Rodríguez Orellana; Dr. Gervasio L. García Rodríguez; Dra. María de los Ángeles Castro Arroyo.

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SER monseñor Rubén Antonio González Medina, CMF; Sr. Antonio Molina, Crítico de Arte; Sr. Ridel Fernández, Director de la Galería Ridel.

Sra. Aida Iris Muñiz; don Agustín Echevarría, J.D. , vice-Presidente de Asuntos Académicos de la Universidad Interamericana de Puerto Rico; y Dra. Teresa Tió Fernández, ex-Directora del Instituto de Cultura Puertorriqueña.

Fray Carlos Rodríguez Villanueva, OP; Lcdo. Manuel Rodríguez Orrellana; Dra. María Dolores Luque, Directora del Centro de Investigaciones Históricas de la UPR; Dr. Gervasio L. García Rodríguez; Dra. María de los Ángeles Castro Arroyo; Sra. Nilda Rita Pamias Vda. de Such; Hna. Socorro Juliá, RSCJ, miembro de la Junta de Síndicos de la USC; Sra. Rita María Such Pamias; Sra. María del Carmen Such Pamias.

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Lcdo. Juan Dalmau Ramírez, Comisionado Electoral del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP); Lcdo. Victor García San Inocencio, Representante del PIP; Lcdo. Manuel Rodríguez Orellana; Dr. Edwin Irizarry Mora, candidato a la gobernación por el PIP para las elecciones del 2008.

Lcda. Virgen Enid Rivera; Arq. Félix Román Carrasquillo; Lcdo. Graciany Miranda Marchand, ex-Presidente del Colegio de Abogados.

Hna. Socorro Juliá, RSCJ; Padre Félix Struik, OP.

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Lcdo. Manuel Rodríguez Orellana; SER monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM; Dr. Antonio J. González, miembro fundador del Partido Independentista Puertorriqueño y su candidato a la gobernación en 1968, también fundador y Presidente del Partido Unión Puertorriqueña, su candidato a la gobernación en las elecciones de 1972.

Dr. José Francisco Cadilla Bernal, ex-Miembro de la Junta de Gobierno del Ateneo Puertorriqueño; Sra. Laura Esperanza Albizu Meneses; Sr. Javier Díaz Betancourt; Sra. María Cristina Meneses.

Lcda. Carmen Eva García Cárdenas; Dr. Hamid Galib Frangle, Director Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo Puertorriqueño; Sr. Rigoberto Figueroa; SER monseñor Rubén Antonio González Medina, CMF.

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Don José M. Toral Muñoz, C. DAE, Dra. Maritza Ortiz; Dr. Manuel Alvarado Morales, ex-Decano del Departamento de Humanidades de la UPR; Prof. Nilda Nadal Carreras.

Dr. Hamid Galib Frangle; Lcda. Sila María González Calderón; senadora del Partido Popular Democrático; SER monseñor Rubén Antonio González Medina, CMF.

Padre Tarsicio Gotay Figaredo, O. Carm., Maestro de Ceremonia, ex-Secretario de la Orden Carmelita (Roma).

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Grupo Musical Continuo: Arnaldo Figueroa; violín ; Francisco Figueroa, acordeón; José Torres, percusión; Harry Rosario, bajo; David Betancourt, violín.

Prof. Nilda Nadal Carreras, Presidenta de la UCB.

Vista general del público en el Teatro de la UCB.

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Prof. Isis B. Pagán Peña; Dr. Antonio J. González; Ing. Francisco Martínez Ubarri; Sra. Joanne Marie Rodríguez Veve; Prof. Nilda Nadal Carreras; Fray Mario A. Rodríguez León, OP; SER monseñor Rubén Antonio González Medina, CMF; SER monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM; doña Josefina Marxuach de la Cuétara, viuda de Rodríguez Otero, Editora; doña Joanne Veve de Rodríguez Marxuach; don Eladio Rodríguez Marxuach.

Doña Joanne Veve de Rodríguez Marxuach; don Eladio Rodríguez Marxuach.

El público aplaude a sus Excelencias Reverendísimas monseñor Rubén Antonio González Medina, CMF, y monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM.

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Vista general del público en el Teatro de la UCB.

Prof. Isis B. Pagán Peña; Dr. Antonio J. González; Ing. Francisco Martínez Ubarri; Sra. Joanne Marie Rodríguez Veve.

Dr. J. Emanuel Dufrasne González; Dr. Antonio Fernós López-Cepero.

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Sra. María del Carmen Castro Laboy; Dr. Hermenegildo Ortiz Quiñones; Dr. J. Emanuel Dufrasne González.

(Segunda fila) Dr. Manuel Alvarado Morales; Prof. Esteban Rosim Fachini; Dr. José Francisco Cadilla Bernal; Sra. Laura Esperanza Albizu Meneses; Sr. Juan Agostini.

Fray Marcos Luis Espinel, OP, Vicario General de la Orden Dominica en Puerto Rico; Dr. Ramón A. Pérez López, Síndico de la UCB; Ing. Juan José Sánchez Rivera, Presidente de la Junta de Síndicos de la UCB; Arq. William Martínez Roig.

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Padre Rafael Torres Oliver, CSSR, Misionero Redentorista.

Dra. Ángeles Molina Iturrondo, Decana del Departamento de Educación de la UPR; don Luis González; Lcdo. José Ortiz Daliot; Prof. Pedro Rosario Barbosa.

Srta. Laura Teresa Rodríguez Veve; Srta. María Gabriela Diez Rodríguez; Srta. Nicole Marie Fossas Braegger.

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SER monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM, es felicitado por don Eladio Rodríguez Marxuach.

Fray Mario A. Rodríguez León, OP, felicitando a SER monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM.

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Dr. Antonio J. González felicitando a SER monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM.

Sra. Laura Esperanza Albizu Meneses saludando a don Eladio Rodríguez Marxuach; Ing. Carlos Lázaro León, ex-Presidente del Instituto de Ingenieros Civiles y ex-Miembro de la Junta de Gobierno del Colegio de Ingenieros.

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MEMORIAS DE LA PRESENTACIÓNDE LAS OBRAS COMPLETAS DE

ELADIO RODRÍGUEZ OTERO

TABLA DE CONTENIDO

Palabras de Eladio Rodríguez Marxuach ............................ 7 Palabras de Fray Mario A. Rodríguez León, OP. ................ 17 Palabras de SER monseñor Roberto Octavio González Nieves, OFM, Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico .. 25 Memorias fotográficas .......................................................... 37 Memorias en vídeo (DVD) [Interior de la contraportada]

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Documents

MeMorias - ELADIO RODRIGUEZ OTEROeladiorodriguezotero.com/pdf/ERO_Presentacion.pdfMEMORIAS DE LA PRESENTACIÓN DE LAS OBRAS COMPLETAS DE os editores de las Obras Completas de Eladio