Mi Familia Al Derecho y Al Reves - Ephraim Kishon

8/15/2019 Mi Familia Al Derecho y Al Reves - Ephraim Kishon

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Una vez en la calle, me derrumdefinitivamente. De mi frente corrmares el sudor y ante mis ojos veíaprimera vez en mi vida centellear puntos rojos diminutos. Hasta entonhabía considerado esto como una imbarata estereotipada, pero en realios diminutos puntos rojos existen

centellean de verdad ante los o

Sobre todo cuando uno se halla sena la puerta de una casa y está llorand

La mejor de todas las esposas p

en mis sienes sus refrescantes manos —No había otra posibilidad. ¿Ce sientes?

—Si Dios me permite sobrev


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esta noche —dije yo—, nos iremovivir a Tel Giborim. Lo mejor será emisma casa en que vive la señPopper.

Media hora más tarde harecobrado ya tanto mis fuerzas pudimos atrevernos a un nuevo intEsta vez salió todo bien. Despuésodo, ya teníamos práctica. Sin h

ruido se abrió la puerta, sin crualguno pasamos por delante del rayuz que salía del gabinete de trabaj

sin ser descubiertos, llegamos hastdormitorio y nos echamos en la cvestidos. Todavía nos quedaban horas.


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Sobre la laguna que a continuase produjo en mi memoria, no pudecir nada, naturalmente.

—¡Ephraím! —como de una ejanía llegó a mi oído la voz de

mujer—. —¡Son las cinco y mediaEphraím, las cinco y media!

Hasta entonces no me di cuentaque me estaba sacudiendo sin cesar

os hombros.La luz del nuevo día me ceg

Hacía tiempo, mucho tiempo, qu

sueño no me había resultado reparador. Sin embargo, desde el pde vista estratégico, estábamos en msituación. ¿Cómo debíamos hacer sa


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a señora Popper de su posicfortificada?

—Espera —dijo la mejor de esposas y desapareció.

De pronto, de la habitación de Rse percibió la voz estridente de un que pega berridos a alta frecuenPoco después, mi mujer volvió junmí.

—¿Le has pellizcado? —le preguRespondió afirmativamente con

gesto desde la puerta entreabiert

ravés de la cual vimos ahora cómfigura corpulenta de la señora Popasaba corriendo por delante nosotros en dirección a Rafi.


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Esto nos dio tiempo para abandoa casa y volver a entrar enseguida

un sonoro y alegre: «¡Buenos días!\1 —¡Vaya una hora de llegar a c

—comentó en tono de reprocheseñora Regine Popper, meciendo encarnosos brazos al pequeño Rafi poco a poco había ido calmándos¿Dónde estuvieron tanto tiempo?

—En una orgía. —Dios mío, estos jóvenes de hoyLa señora Regine Popper movi

cabeza, puso en su camita a Rafi, ahora volvía a dormir pacíficamecobró sus honorarios y salió hacifresca mañana para ver si encont


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algún scherut.


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PEQUEÑA

LIMPIEZA DEPRIMAVERA

A NTES de la fiesta de Passahambién Pessah o también Pascu

Fiesta del Paso, que se celebra pconmemorar nuestra primera salidaEgipto, los judíos ortodoxos limpia

casa desde el sótano hasta el tejado eliminar cualquier resto de levadDado que mi familia y yo

pertenecemos a la clase ortodoxa


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hacemos nada de todo eso. Lo hacemos en casa puede desprendersas páginas siguientes de mi Diario:

DOMINGO. Hoy, durante desayuno, la mejor de todas las espha hablado así:

—Pascua o no, ha llegado

momento de hacer la limpieza primavera. Pero este año no pieponer toda la casa patas arriba.

impieza general no sólo cumuchísimo dinero. Además, poponer en peligro el crecimiento de RPor consiguiente, como que, apart


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odo, somos una familia limpia y nos ocupamos del aseo una vez al con pretextos religiosos, no haremás que quitar bien el polvo y barrearriba abajo. Sólo te pido que comdos escobas nuevas. Las viejas estánservibles.

—Con mucho gusto —respondí corrí a la tienda correspondiente.

adquirí dos magníficas escoartísticamente confeccionadas y me leno de gratitud por la económ

discreción de mi esposa.Cuando volví, encontré nuestra nundada por un murmullante riachu

La mejor de todas las esposas h


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omado la inteligente resolución humedecer un poco el suelo antesquitar el polvo, y para tal fin hcontratado los servicios de asistenta, y luego los de otra que actcomo transportadora de agua.

—En un día habremos terminadodijo la mejor de todas las esposas.

Me alegré de todo corazón, pu

que por razones técnicas, aquella nsólo había para cenar huevos pasapor agua y esto no se conciliaba

bien con el alto nivel de vida a estoy acostumbrado. Por lo demás,a tarde se quitaron también los post

de las ventanas, los cuales cru


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cuando soplaba el viento. El cerradijo que necesitábamos unos gonuevos para las ventanas, porqueviejos estaban doblados, y que yo dr a comprarlos a la ferretería

Fuhrmann, en Jaffa. Como no ppedirle realmente que hiciese él miesta compra, me fui a Jaffa a comos goznes para las ventanas.

LUNES. Hacia el mediodía

vuelto de la ferretería de Fuhrmann27 libras he comprado goznes pventanas auténticamente belFuhrmann me dijo que también los t


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fabricados en Israel por 1,20, perono valían nada. —Los belgas le duroda la vida —me aseguró—. Si t

usted cuidado, pueden durarle inccinco años.

Entretanto, el murmurante riachse había convertido en un torrente.pude entrar por la puerta de la vivieporque el empapelador ha

amontonado las sillas y sillones de a casa en el vestíbulo, los muebles

vestíbulo se encontraban en la coc

os utensilios de la cocina en el cude baño y lo del cuarto de baño eerraza. Entré en la casa saltando po

ventana y fui a caer en un barreño


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contenía cal viva.Mi mujer me dijo: —He pensado que en esta oca

debíamos blanquear también paredes, porque en su estado acofrecen un estado desastroso. Tal cestán, es imposible recibir a nuestroEgon.

Segura de mi aprobación,

presentó al pintor y me encargó queas entendiese con él. Después de to era el dueño de la casa. Quedamo

500 libras, incluidas las puertas.El cerrajero inspeccionó los gozde ventana de Fuhrmann y encontrósólo medían dos pulgadas. ¿Es que y


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sabía que tenían que ser de pulgadas? Me mandó otra vez aferretería.

La mejor de todas las espodurmió con Rafi en la estantería, alde la Encyclopaedia Brittanica. dormí en la cuna. Una horma de zaextraviada me mantuvo despimuchas horas. Para cenar tuvi

huevos revueltos con sal.

MARTES. Fuhrmann me asegque los goznes de ventana medían pulgadas y me mandó a casa. Enardín, me metí en un charco de ba


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recién preparado y tuve que limpiadificultosamente en el vestíbulo, doahora se encontraba el cuarto de bporque en el cuarto de baño se estcambiando los azulejos de las parpor otros de color azul turquesa (ibras). Mi esposa opinaba, y t

razón, que estas pequeñeces tienenarreglarse de una vez por todas.

electricista, al que habíamos llampara que nos solucionara cortocircuito, nos comunicó

debíamos cambiar los interrupt«Bergmann», los contac«Fleischmann» y los segu«Goldfisch» (150 libras). El cerra


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admitió que los goznes de venbelgas medían efectivamente pulgadas, pero pulgadas alemanas. Yenvió de nuevo a la ferretería Fuhrm

Cuando el pintor hubo llegado mitad del techo de la cocina, elevógolpe su precio y nos dio esta cexplicación:

—En las semanas anteriores

Pascua, yo soy siempre algo más cporque todo el mundo dice que no quesperar a Pascua, porque en Pas

odos reflexionan y por esto todo es caro y por ello vienen siempre ya semanas antes de Pascua y por estoen las semanas antes de Pascua


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siempre algo más caro.Además, me pidió una clase espe

de chapas de madera que sólofabrican en Chadera. También me pun barniz muy determinado de antea guerra, dos cajetillas de cigarrill

un sombrero de paja italiano. conjunto de sus ayudantes haascendido entretanto a cuatro y, mien

rabajaban, entonaron un alegre cuarEl problema de dormir se soluci

sin inconvenientes. Cogí todos

vestidos de nuestro gran armario ymetí en la nevera, luego puse tendidarmario vacío en el balcón, boca ar me hundí en un sueño profun


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envuelto en nubes de naftalina. Soñéme había muerto. El cortejo fúnebreencabezado por una delegación artesanos que llevaba una brochaongitud extraordinaria.

La mejor de todas las esposasreveló sumamente lista. Durmió con en la canasta de la ropa blanca ydespertó fresca y lozana. Hue

pasados por agua.

MIÉRCOLES. Fuhrmann mexplicó que, tratándose de goznesventana, no había diferencia alguna epulgadas inglesas y alemanas, y


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despidió. Cuando se lo dije al cerrajse quedó pensativo. Entonces preguntó para qué necesitábamosrealidad los goznes de ventana. Soba respuesta, porque, fuera de eampoco podíamos entrar ya en

vivienda. Durante la noche se presun hombre y quitó el entarimado suelo. Porque desde hacía mu

iempo, el deseo de mi mujer era qusuelo fuese de un tono algo más c(340 libras).

—Sólo queda esto —dijo— yestá.Por este tiempo habían trabajado

dieciséis hombres, incluido yo.


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albañiles que estaban derribandoabique, hacían un ruido ensordecedo

—He hablado con el administraque es una especie de arquitecto —comunicó la mejor de todas las esp— y me ha aconsejado que derribeel tabique que hay entre el cuartoRafi y tu gabinete de trabajo, y endremos entonces por fin

habitación grande para los huéspednos sobrará nuestro actual cuartohuéspedes, porque, en realidad,

enemos necesidad de dos cuartoshuéspedes y de este modo tendría su habitación y tú tendrías tu gabinetrabajo.


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encontraba bien. Dos huevos crudos

JUEVES. Hoy, después de ir aferretería de Fuhrmann, no he vuelcasa. He pasado la noche en un badel parque y por fin he podido desca dormir. Para desayunar, hierba y

poco de agua de la fuente. Estupe

Me siento como si hubiese vueltnacer.

VIERNES. En casa me esperaba ualegre sorpresa. En el lugar donde ase levantaba mi casa, se abría ahor


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profundo foso. Dos arqueóloescarbaban en las ruinas en buscafragmentos interesantes. La mejorodas las esposas, con Rafi en

brazos, se encontraba de pie en el jaquitando el polvo a los restos de la cDos policías mantenían alejados acazadores de recuerdos.

—Yo pensé —dijo la mejor de toas esposas— que podríam

aprovechar la pequeña limpieza primavera para derribarlo todo y lvolverlo a levantar convenientement

—Tienes toda la razón, carísima


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—le respondí—, pero mejor esperar que haya pasado Pascua poentonces todo es mucho más barato.

Una cosa es segura. En toda nuecasa no es posible encontrar ralguno de levadura.


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UN HOTEL

LLENO DEVICIOS

YO había decidido pasar este añovacaciones de verano con mi mu

uestra elección recayó en renombrado hotel del fresco Norte,casa tranquila y modesta, lejos del r

de las grandes ciudades. Allí no haock ni roll . Tampoco se ha de be

whisky puro para ser considerado c

perteneciente al smart set .


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Pedí una conferencia telefónicencargué una habitación para mi mupara mí.

—Muy bien, caballero— la vozconserje no podía ser más servicia¿Van a venir ustedes dos juntos?

—Naturalmente —le respondVaya pregunta más tonta!

Una vez que hubimos llegado los

untos, yo llené la hoja de inscripcon unos caracteres genialmerazados con la pluma. ¿Y qué suc

entonces? Entonces el conserje nos dcada uno una llave. —El caballero tiene el número

a señora el número 203.


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—Un momento —dije yo—. había pedido una habitación doble.

—¿Quieren una habitación comú —Naturalmente. Es mi esposa.Con la seguridad de un hombre

mundo, el portero se acercó a nueequipaje para dar el visto bueno apequeños rótulos que ostentanuestros nombres. En aquel mome

me estremecí. Los rótulos no llevanuestros nombres. Es decir, no todorótulos los llevaban. Mi mujer h

pedido prestadas dos maletas a su m los rótulos de estas maleostentaban, como es fácil comprendenombre de Erna Spitz.


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El portero, sin mirarnos, regrdetrás del pupitre de recepción y entuna llave a mi esposa.

—Aquí tiene la llave de habitación común, señora Kishon —alargando las dos últimas palabrasuna manera inimitable.

—¿Quiere usted…si usted quiz—pude balbucir— desea ver nues

documentos de identidad? —No hace falta. No controla

esas cosas. Es un asunto privado

ustedes. No fue muy agradable, que digamener que desfilar por el vestíbulo

hotel, asombrosamente largo. Pare


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ojos ansiosos nos seguían, boansiosas sonreían sarcásticamente yembargo, con aprobación. De prontolamó la atención el hecho de que

mujercita, la mejor de todas las espose hubiese puesto ahora aquel vestidcolor rojo chillón que tanta sensaprovoca. También sus tacones demasiado altos. Maldición, otra ve

ndividuo gordo y calvo de allá ar(probablemente de la sucursal mportación-exportación) nos seña

con el dedo y susurraba algo al oída atractiva rubiales que se halsentada junto a él en la butaca. ¡asco! Que una chica tan joven no sin


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vergüenza de mostrarse en públicoaquel viejo verde. Como si en todpaís no hubiesen jóvenes agradacomo yo.

—¡Hola, Ephraím!Me vuelvo y veo que el mayor de

hermanos Schleissner, a los que conozco superficialmente, repantigen una silla en un rincón me hace

seña y con un gesto viene a decirme así como «¡Mucho cuidado!» Tieneprecaverse. Ciertamente, mi m

puede dejarse ver, pero, ¿qué signese «mucho cuidado»? ¿Qué es lo que habrá ocurrido?

La cena en el gran comedor fue


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verdadera pesadilla. Mientmodestos, pasábamos por entre mesas, llegaban a nuestros oídos trde conversación de todos los lados: dejado al bebé en casa, con su mujUn poco agradable, pero ya se sabeél… Se alojan en una sola habitaccomo si fuesen… Conozco a su mdesde hace años. Una criat

estupenda. Y ahí le tenéis a él esa…».

Schleissner se levantó rápidam

de su asiento cuando nos acercábamsu mesa y nos presentó a su joacompañante, en cuyo dedo anveíase claramente una alianza. Dijo


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era su hermana. De muy mal guSencillamente de muy mal gusto. Yopresenté a ambos mi mujer. Schleise besó la mano y dejó oír una ris

provocativa comprensión. Luego levó aparte.

—¿En tu casa va bien todo? —preguntó—. ¿Cómo está tu mujer?

—¡Pero si acabas de hablar

ella! —Está bien, está bien.Me cogió del brazo con aire

conspirador y me llevó al bar, dopidió para mí un vodka doble. Me que tenía que librarme de aquenhibiciones pasadas de moda.


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después de todo, ¿qué quiere d«engañar»? Es verano y hace caTodos estamos cansados y tenemnecesidad de recreo. Estas pequeescapadas ayudan al marido fatigasuperar las dificultades creadas poesposa. Todo el mundo lo compreodos lo hacen. También dijo que es

convencido de que mi mujer, en cas

que se enterase, me perdonaría. —¡Pero si yo estoy aquí con

mujer! —insistí en tono quejumbroso

—¿Por qué estás tan avergonzmuchacho? No hay motivo para elloEra inútil. Volví al lado de mi m

él al lado de su «herman


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Lentamente y como a pesar suyo, fudispersándose las bestias masculque entretanto habían tenido sitiadmesa de mi mujer. Con gran asombrmi parte, hube de comprobar que ae agradaba aquel asedio. Se most

de una vivacidad poco natural en een sus ojos había una chispa de ma de picardía. Uno de los homb

según ella me contó luego (pordemás, un hombre de muy buen aspee había pedido lisa y llanamente

«plantase a aquel ridículo enano yrasladase a su habitación». —Naturalmente, yo me he negad

añadió para tranquilizarme—. Ja


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compartiría con él una habitación. Tunas orejas demasiado grandes.

—Y el que estés casada conm¿no quiere decir nada?

—Sí, claro que sí —dijo mi mureflexionando—. Ya no sé lo que pasa.

Un poco más tarde vino hanosotros el calvo de la sucursal

mportación-exportación y nos pressu maravillosa rubia:

—Permítanme que les presente a

hija —dijo.Yo tenía ganas de darle un puñeen la cara. ¡Su hija! Realmente, desfachatez. No se le parecía en n


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i siquiera era calva. Poco a pocoencontrándolo todo absurdo.

—Permítanme ustedes que presente a mi amiga —dije señalanmi mujer—. La señorita Erna Spitz.

Éste fue el primer paso para subversión fundamental de nuesrelaciones conyugales. Mi mujer camcon asombrosa flexibilidad. Si

delante de la gente, quería cogerlmano o besarla en la mejilla, ellaapartaba diciendo que tenía que v

por su honra. Una vez, durante la cncluso me dio un doloroso golpe emano.

—¿Te has vuelto loco? —murm


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—. ¿Qué va a pensar la gente? olvides que eres un hombre casadohemos dado bastante que hablar.

En esto tenía razón. Por ejemlegó a nuestros oídos que se decía

en una noche de luna llena, habíamos bañado en el mcompletamente desnudos. Según orumores, los dos tomábamos drogas

«hermana» de Schleissner sabía incque nosotros habíamos ido únicamente porque el marido de

acompañante había descubierto nupista en nuestro anterior nido de aen Safed, y habíamos logrado escpor un puro milagro.


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—¿Es verdad esto? —inquirióhermana de Schleissner—. No vocontárselo a nadie.

—No es verdad del todo —expliqué amablemente—. El maridmi amiga estuvo ciertamente en Sapero con la criada. Y el amante dcriada (que, dicho sea de paso, felizmente casado y es padre de

hijos) corrió hacia allá y volviarrebatarle la criada. Entonces marido decidió vengarse en nosotro

no veo fin a esta persecución!La hermana juró de nupermanecer muda como una tumba, pensando, sin duda, contar lo sucedi


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os restantes huéspedes del hotel.Un cuarto de hora más tarde

lamaron a la dirección del hotel, donos propusieron que tomáramos uhabitaciones separadas. Para guardaformas.

Yo no di mi brazo a torcer y dije sólo la muerte nos separaría.

Poco a poco, la situación

haciéndose insostenible, aunque pomotivo distinto del que podía suponMi mujercita, la mejor de todas

esposas, tomó como norma elegirmanjares más caros y pedir champfrancés como bebida de mesa. Encubo de plata con hielo dentro. Pa


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una semana, me salió con desvergonzada petición de pieleoyas. Afirmó que era lo usual en t

casos.Pero el cambio deseado se prod

oportunamente. Una mañana hizoaparición un periodista procedenteHaifa, uno de esos reportenternacionales que conocen a tod

mundo. —¡Vaya rincón más apartado

mundo que habéis escogido! —refun

a las pocas horas de haber llegadunca habría creído que hubieseugar tan aburrido como é

Schleissner viene con su hermana


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vienes con tu mujer, y a ese calvo de lo civil no se le ocurre nada mque traerse a su hija. Es profesorapiano. Dime una cosa, ¿cómo has poaguantar tantos días en este ambiaburguesado?

Al día siguiente abandonamoshotel. Y volvió a haber paz en nuematrimonio.

Sólo de vez en cuando mi mujerme echa en cara que la hubengañado, y ciertamente con ella mis


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EN EL

SUPERMERCADOUNCA se puede saber si un ba

que navega con sus mercancías rumbo a Israel arribará a puerto. Qquede embarrancado en un bancoarena o le impida la llegada un motcualquier otra cosa. Así se explicfrenética histeria de compra que esentre la población de Tel Aviv cuandnauguró el primer supermercado,

nueva señal de nuestras relacio

culturales con el Occidente.


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Por espacio de tres días, mi mujo estuvimos ejercitando una her

reserva. Pero luego se acabó. Toduvimos fuerzas para una última me

de precaución. Para evitar corresuerte de algunos vecinos, que en sola tarde de compras habían quebrdejamos las carteras en casa y en veellas nos llevamos al supermercad

nuestro hijo primogénito, conocidogeneral como «Rafi».

En la entrada reinaba u

aglomeración que era un peligro pavida. Fuimos apretujados y prensacomo… sí, realmente como:

—¡Sardinas! —gritó mi m


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entusiasmada.Y con un salto de pantera digno

verse se lanzó hacia la mesa de vsituada estratégicamente en torno cual peleaban ya con uñas y dienumerosas amas de casa. A base depilas de latas de sardinas que allí hahabría podido organizarse un pequviaje por el mundo. Había sard

francesas, españolas, portuguetalianas, yugoslavas, albane

chipriotas e indígenas. Había sard

en aceite, en salsa de tomate, en salsvino y en yogur.Mi mujer se decidió por sard

noruegas y se quedó además con


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atas de una procedencia insegura. —Aquí todo es baratísimo —dijo —¡Pero si no hemos cogido dine —En mi bolso había casualm

alguna cosilla.Y diciendo esto se apoderó de

de aquellos armatostes con ruedas hacer la compra y puso en él las oatas de sardinas. Sólo por curiosi

sólo para ver lo que realmente añadió una caja con la inscrip«Jarabe de Oro». De pronto palidec

comenzó a temblar: —¡Rafi! ¡Santo cielo! ¿Dónde Rafi?

Rogamos al benévolo lector qu


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magine el pánico de un padre y madre cuyo hijito acababa desaparecer entre los cascos de mpetuosa manada de búfalos. Est

más o menos lo que sentimos entonc —¡Rafi! —gritamos los dos h

desgañitarnos—. ¡Rafael! ¡Hijo! —La sección de juguetes en

segundo bloque a la izquierda —

nformó un experto miembro personal de ventas.

A continuación, un ru

ensordecedor, como de una exploshirió nuestros tímpanos. supermercado retembló hasta cimientos y se inclinó hacia un l


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Suspiramos aliviados. Rafi hamanipulado en una pirámartísticamente levantada de uquinientas conservas de compota yel instinto certero de las criaturascorta edad, había sacado la conscentral de apoyo de la hilera infePara consolar a nuestro pequeñín susto que se había llevado,

compramos algunos dulces, mchocolate suizo, cacao holandés,poco de café en polvo y una bolsa

abaco para pipa. Mientras yo esacumulando todo esto en nuestro carvi que había también en su interiofrasco de perfume, una docena


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ibretas y diez kilos de remolacha. —¡Mujer! —exclamé— ¡Éste n

nuestro carrito! —¿No? Lo mismo da.Tuve que reconocer que e

respuesta era acertada. En conjuntocambio que habíamos hecho no esmal. Además de los objemencionados, nuestro nuevo ca

contenía un número considerablevariedades de queso amablemredondeadas, compota de difere

colores, toallas de baño y una escob —Podemos necesitar todo estoexplicó mi mujer—. La cuestióncómo vamos a pagarlo.


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—¡Qué casualidad! —dije moviendo sorprendido la cabezPrecisamente acabo de encontrar ebolsillo del pantalón los billetesbanco que recientemente andbuscando tanto.

Impulsados por la codicia, seguiadelante, fuimos testigos de una peleres señoras cuyos carritos hab

chocado, y luego tuvimos que buscanuevo a Rafi. Lo encontramos juntoque había sido un puesto de venta

huevos. —¿De quién es este mocoso?resoplaba el vendedor de huevamarillo de rabia y de yema—. ¿Q


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responde de este monstruo?Le dimos la deseada informació

levarnos de allí a nuestro hijo a prisa, compramos todavía alguproductos químicos para fines caservolvimos junto a nuestro carrito, eque entretanto alguien había puestoselección de vinos griegos, una cajazúcar y varias latas de aceite. Para

Rafi estuviese contento, lo sentaencima de la montaña de artículos compramos un caballito japonés, de

de cuya silla introdujimos dos pareindas zapatillas para los papás de R —¡Mira esto! —gimió mi esp

extasiada.


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—¡Más!Pescamos un segundo carr

avanzamos hacia la sección «Carnvolatería» y adquirimos varios popatos y corderos, varios embutisalchichas de Frankfurt, lengua ahumpechuga de ganso ahumada, cahumada, pastel de hígado de ternpastel de hígado de ganso, pastel

hígado de bacalao, carpas, camarocangrejos, salmón, un «MosRabenu», un «Alejandro Magno», m

ballena y algo de aceite de hígadobacalao. Poco a poco fueagregándose varias tortillas, pimiecebollas, alcaparras, un pasaje para


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Capri, canela, vainilla, vaselrastornos vasomotores, habas, o

espárragos, bicarbonato, manzanueces, higos, dátiles, discos de lduración, vino, espinacas, melonescarabinero, fresas, frambuegrosellas, avellanas, cocos, cacahumandarinas, mandolinas, almendaceitunas, peras, bombillas (de ses

vatios), un circo de pulgas, un lápiabios, un corsé, neumáticos

recambio, almidón, calorías, vitam

proteínas, un sputnik y algunas ocosillas más. No fue tarea fácil conducir hast

caja nuestro convoy formado por


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carritos, porque la ternera, que yo hatado al último carrito, qucontinuamente volver junto a su maPor fin, dijimos basta, y el cacomenzó, sudando, a hacer la cuentasuponía que correspondería másmenos al déficit del balance comesraelí, pero con gran sorpresa de

parte, no subía mucho más de cuatro

ibras. Lo que más nos impresionó fudestreza con que los vendedoenvolvían nuestros artículos en gra

bolsas de papel marrón. A los pominutos, todo listo. Solamente falRafi.

—¿No han visto ustedes por aqu


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niño muy pequeño?— preguntábama gente que había a nuestro alrededo

Uno de los empaquetadores se rpensativo el cogote.

—Un momento… ¿un chiqurubio?

—Sí. —Aquí lo tienen.El empaquetador abrió una de

grandes bolsas de papel. Dentro deestaba sentado Rafi masticando satisfecho un tubo de pasta dentífrica

—Dispensen ustedes —dijo empaquetador—. Creí que habcomprado al pequeño aquí.

Nos devolvieron por Rafi dos


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setecientas libras y abandonamossupermercado. Fuera estaban esperaa los dos camiones.


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vez en cuando los aullidos de chacales. A veces puede oírse tamel grito quejumbroso de un búho.

Señora Popper : ¡Duerme, RafiliAnda, duérmete!

Rafi : No quiero.Señora Popper : Todos los niñ

buenos ya están durmiendo. Rafi : Tú eres fea.Señora Popper : ¿Te gustaría beb

algo? Rafi : Quiero un mantecado.

Señora Popper : Si te duermes y ebueno, te daré el mantecado. ¿Quique te cuente una hermosa historia cayer?


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Rafi : ¡No! ¡No!Señora Popper : Pero si es u

historia muy bonita. Es la historiaCaperucita Roja y el Lobo feroz.

Rafi : (protestando desesperado) no quiero ninguna Caperucita Roja!quiero ningún Lobo feroz!

Señora Popper (Sujetándole al vque intenta saltar de la cama): ¡As

ahora, a estarse quietecito y a escuel bonito cuento. Érase una vez una que se llamaba Caperucita Roja.

Rafi : ¿Por qué?Señora Popper : Porque siemplevaba en su pequeña cabecita

pequeña caperuza roja.


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Rafi : ¡Mantecado!Señora Popper : Mañana. ¿Y q

hizo la pequeña Caperucita Roja? Fvisitar a su abuela, que vivía en pequeña choza en medio del bosquebosque era inmensamente grandecuando uno entraba en él, ya no volvencontrar la salida. Los árboles lleghasta el cielo. En aquel bosque es

completamente oscuro. Rafi : ¡No quiero escuchar!Señora Popper : Todos los niñ

conocen la historia de Caperucita R¿Qué van a decir los amigos de Rase enteran de que Rafi no conochistoria?


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Rafi : No lo sé.Señora Popper : ¿Lo ves? Caperuc

Roja anduvo a través del bosqueravés del bosque terriblemente gra

del bosque tenebroso. Estcompletamente sola y tenía tanto mique temblaba de los pies a la cabeza

Rafi : Está bien, ahora me duermoSeñora Popper : No deb

nterrumpir a la tía Regine. La pequCaperucita Roja iba caminancompletamente sola, iba camina

completamente sola. Su pequcorazoncito palpitaba hasta saltárdel pecho, y ella no se daba cuentque detrás de un árbol le est


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acechando una gran sombra. EraLobo.

Rafi : ¿Qué lobo? ¿Por qué el loYo no quiero ningún lobo!

Señora Popper : Pero si no es mque un cuento, tontuelo. Y el Lobo tunos ojos tan grandes y unos dienteamarillos (y le enseñó los suyos demostrárselo). ¡Grrrrrr, grrrrr!

Rafi : ¿Cuándo vuelve mamá?Señora Popper : Y el lobo grande

malvado corrió hacia la choza, dond

abuela estaba durmiendo, abrió hacer ruido la puerta, se deslizó hascama y… ñam, ñam, devoró a la abu

Rafi : (lanza un grito, salta de


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cama y trata de huir).Señora Popper : (persiguiendo

niño alrededor de la mesa) ¡RRafael! ¡Vuelve inmediatamente

cama! Si no, no continuaré contándocuento. Ven, precioso, ven… ¿Sabeque hizo la pequeña Caperucita Rcuando vio al Lobo acostado en la cde la abuela? Le preguntó: «Abu

¿por qué tienes unos ojos tan gran¿Y por qué tienes tan grandes las ore¿Y por qué en las manos tienes u

garras tan espantosas?» Y… Rafi (saltando sobre el alféizar dventana y abriéndola): ¡SocoSocorro!


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Señora Popper :(Haciéndolo bajaa fuerza, dándole una palmada erasero y cerrando la ventana): Y

pronto, el Lobo saltó de la cama ñam, ñam…

Rafi : ¡Mamá! ¡Mamá!Señora Popper …: Devoró a

pequeña Caperucita Roja, con picabellos y caperucita, ñam, ñam…

grrrr. Rafi (se arrastra llorando por deb

de la cama y se arrima a la pared).

Señora Popper (tendiéndose en suelo, delante de la cama): Grrr, ñamm, ñamm… Pero de pronto llegío Cazador con su gran escopeta


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pam, pam, mató de un tiro al Lobo fPero la abuela y Caperucita Rsalieron alegremente del vientre malvado Lobo.

Rafi (sacando la cabeza): ¿Ya seacabado?

Señora Popper : Todavía nLlenaron el vientre del malvado Lcon grandes piedras, pied

enormemente grandes, y cataplumarrojaron al arroyo.

Rafi (encima del armario): ¿Ya es

Señora Popper : Ya está, preciomío. Un bonito cuento, ¿verdad? Mamá (acaba de llegar y entra en

habitación): ¡Rafi, baja enseguida! ¿


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sucede, señora Popper?Señora Popper : El niño estaba h

un poco intranquilo. Y pranquilizarle le he contado un cuent

Mamá (acariciando el cabello Rafi, pegajoso por efecto del sudGracias, Señora Popper, ¿qué haríasin usted?


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CONTACTO CON

LENTES—

EPHRAÍM —dijo mi mujer,

mejor de todas las esposas—. Ephr¿estoy guapa?

—Sí —dije yo—. ¿Por qué?Resultó que la mejor de todas

esposas ya hacía tiempo que vocupándose de este problema. Ella snaturalmente, y lo reconoce, que nonada en especial en ella. A pesaresto, sin embargo, dice que en ella

algo especial. Es decir, que lo habr


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no tuviese que llevar gafas. —Una mujer con gafas —dijo—

como una flor estrujada.Esta poética comparación no era

su cosecha. Debió de haber leído majadería en alguna paProbablemente en un anuncio periódico que alababa la más colnvención desde que se inventó la ru

os lentes de contacto. Todo el mucivilizado está lleno de ellos. diminutos lentes de vidrio, de c

milímetros de diámetro como máxque sencillamente se colocan sobrpupila del ojo, y ya está todo arreglLos que te rodean no ven nada y


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sociedad humana no ve nada, perocambio tus ojos lo ven todo. Esmilagro y una redención, especialmpara actrices, jugadores de baloncessolteronas cortas de vista.

También por nuestro pequeño paíha extendido esta maravilla. «maniquí de Haifa —decía recientemun anuncio —empezó a llevar lente

contacto, y apenas habían transcurres meses, cuando ya era la esp

divorciada de un bien parec

millonario sudamericano».Un invento sensacional. ¡Vivan entes de contacto! ¡Abajo las anticu

e incómodas gafas que interponen


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rígida pared de vidrio entre nosotra belleza de unos ojos femeninos!

—Me he procurado la direcciónun experto de mucha fama —me infomi esposa—. ¿Vienes?

—¿Yo? —Naturalmente. Después de todo

por ti por quien quiero estar guapa.En la sala de espera del experto

mucha fama estaban esperaaproximadamente un millar de pacieLa mayoría de ellos ya esta

familiarizados con el uso de los lede contacto. Algunos de ellos se haacostumbrado tanto, que ni siqupodían decir con seguridad si llev


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entes de contacto o no. Este evidentemente el motivo por el cual a ver al experto de mucha fama.

Un caballero de edad madura esdemostrando en aquel momentofacilidad con que podían aplicarseentes. Los puso encima de la punt

su dedo índice, luego, por favor, fíjustedes, levantó el dedo directam

hacia su pupila, y sin pestañear… ¡A¿Dónde está el lente?

El lente había caído al su

Atención! ¡Cuidado! ¡Por fasilencio! ¡Que nadie se mueva! Nosotros, aprovechando el caos

se había organizado, nos deslizamo


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muy satisfecho del resultado. El esdel clima ocular de mi esposa, seexplicó, era especialmente adecupara los lentes de contacto. Ludemostró con qué facilidad pocolocarse sobre la pupila y con facilidad se los podía quitar de nuevcabo de seis horas.

Un pequeño toque con el dedo

suficiente.La mejor de todas las esposas

mostró dispuesta a hacerse cargo

arriesgado procedimiento.Una semana más tarde, le fuepresentados en un estuche de mugusto los lentes perfectamente labra


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para lo cual tuve que entregar un chde mucho gusto por valor de 300 lib

Aquella misma noche, en el mde una pequeña reunión familiar,mujer inició el proceso de habituacrigurosamente conforme a las reglas que en lo sucesivo quería atene

primer día, 15 minutos; segundo díaminutos; tercer día… ¿tercer día? ¿

ercer día, si se me permite la preguPreguntando más exactamente: ¿segundo día? Y con toda exactitud: ¿

primer día?En suma, una vez que, conforme prescrito, hubo limpiado los dos objmicroscópicamente pequeñ


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mperceptiblemente convexos, pusode los lentes sobre la punta de su demovió el dedo en dirección a la puEl dedo iba acercándose, acercándose, iba aumentando de tamcada vez era mayor, iba crecienalcanzaba terribles dimensiones…

—¡Ephraím, tengo miedo! —gpálida de terror.

—¡Valor, ten valor! —le dranquilizándola y animándola al miiempo—. No debes dejarte ven

Después de todo, he pagado por 300 libras. ¡Inténtalo otra vez!Volvió a intentarlo. Temblan

apretando los dientes, acercó al oj


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dedo con la lentilla, lo acercó más en el primer intento, ya estaba juntobjetivo, y ¡zas! Fue a aterrizar eblanco del ojo.

Transcurrió más o menos media hantes de que la lentilla estuvcolocada correctamente sobre la puPero entonces fue estupendo! Nad

gafas, el ojo conserva su belleza nat

su brillo, su fulgor, es una verdamaravilla. Claro que también hubopequeños efectos secundarios

rastornos. Por ejemplo, los músculoa nuca quedaron temporalmparalizados y la expresión de la constantemente vuelta hacia ar


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resultaba un poco rígida. Pero, de modo, aquella linda persona dignaástima no habría podido ver nada

otro modo, habría tenido que pestaaún con los ojos medio cerrados. Ypestañear hacía mucho daño. Hdaño sólo con intentarlo. Por ntentaba no pestañear. Se quedó

sentada como una caballa congel

nmóvil, apoyada contra el respaldosillón, y las lágrimas corrían de los rígidamente dirigidos hacia el techo

espacio de quince minutos enteEntonces ya no aguantó más y se qas lentillas.

Es decir, se habría quitado


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entillas si las lentillas lo hubiepermitido. Pero no lo permitieDesafiaron a los intentos cada vez desesperados de quitarlas. No movían.

—¡No te estés ahí paramirándome como un estúpido! gimoteó la mejor de todas las esp—. ¡Haz algo! ¡Muévete!

Pude entender muy bien el tonoreproche que había en su voz. Desde todo, estaba sufriendo todo a

dolor por causa mías. Busqué en mi de herramientas un instrumeadecuado con el que pudiese extraepérfidos y diminutos vidrios, vacié


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el contenido de la caja en el suelo, sólo encontré unas tenazas de coxidadas y entretanto hube de continuamente los gritos de dolor dpobre esposa. Finalmente llamé eléfono pidiendo una ambulancia.

—¡Auxilio! —grité dentro aparato—. ¡Un caso urgente! ¡A mujer se le han caído los lentes

contacto en los ojos! ¡De prisa! —¡Imbécil! —me respondió

encargado de las ambulancias grita

ambién—. ¡Vayan ustedes a un ópticHice tal y como me mandabevanté del sillón a la pobre gemebu

me la cargué sobre los hombros, la l


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al automóvil, me dirigí a toda veloca nuestro especialista y la puse delde él.

En cuestión de segundos, conmovimiento apenas perceptible de dedos, quitó las dos lentillas.

—¿Cuánto tiempo han estado, pahí? —preguntó.

—Un cuarto de ho

voluntariamente, un cuarto de hora fuerza.

—No está mal para empezar —

el experto y como regalo de despenos entregó una pequeña bomaspiradora de caucho, parecida a lasse emplean en la cocina para limpia


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ubos de desagüe obturados, pero mumás pequeña. Esta bomba en miniadebía aplicarse, como se nos inddirectamente sobre la lente en miniade modo que se originase un pequvacío, el cual haría que la lentedesprendiese por sí misma. Era sencillo.

Apenas podía creerse los ma

ratos que soporta el ojo humano cuaquiere. Cada mañana, a las nuevmedia en punto, la mejor de todas

esposas vencía su terror pánicocolocaba los dos trozos de vidrio ssus ojos. Después, con pasos cortvacilantes, se encaminaba hacia


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cuarto, con los brazos extendidosbuscando a tientas mi mesa de escri decía:

—¡Adivina si llevo puestas ahas lentillas!

Esto estaba en consonancia conexto del anuncio, según el cual

completamente imposible comprobsimple vista la presencia de las le

de contacto. Esto explicaba tambiépreferencia de que gozaba maravilla óptica.

El resto del tiempo de la prudiaria lo pasaba mi mujer sollozasuavemente, pero continuamente.veces recorría la casa con p


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vacilante, y de sus labios resecos sauna y otra vez estas palabras:

—¡Esto no hay quien lo aguaEsto no hay quien lo aguante!

Sufría, no podía negarse. Tambiéaspecto sufrió por ello. Se volvió,decirlo con una palabaproximadamente acertada, fea. Sus enrojecidos chorreaban por cualq

motivo y el constante llorar perjudiambién los rasgos de su cara. Ade

el tormento era mayor de día en dí

por si fuera poco, correr diariamhacia el óptico para que le quitaraentillas. Porque la pequeña bomb

goma era una birria, y esto se


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enseguida, la primera vez en quemujer la quiso hacer funcionar. El vque se originó conforme a programado, por poco no le chupa eentero.

Jamás olvidaré el día en quepobre criaturita se hallaba temblandpie delante de mí, sollozadesesperadamente.

—La lentilla izquierda se deslizado hacia el ángulo izquierdoojo. ¡Quién sabe ahora dónde andará

Yo consideré seriamente posibilidad de tomar una enfermeraestuviese especializada en quitar lede contacto, pero no se encontr


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ninguna. Tampoco dieron resultnuestras conversaciones sobre posibilidad de una emigración o ddivorcio.

Pero precisamente cuando yo yaa abandonar toda esperanza, literalmen el último instante, fue cuandosituación tomó un buen cariz: las entillas se perdieron. Hasta el día

hoy, no sabemos cómo ni dónDespués de todo, estas lentillas sonpequeñas, tan conmovedoram

diminutas, que desaparenstantáneamente en medio del tráfica gran ciudad, cuando se las

resbalar casualmente desde la ventan


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—Y ahora, ¿qué? —gimió la mde todas las esposas—. Ahora precisamente me había acostumbraellas, se han perdido. ¿Qué voy a ha

—¿De veras quieres saberlo? —pregunté.

Asintió con la cabeza en mediosus lágrimas y volvió a asentir cuanddije:

—Vuelve a ponerte las gafas.Es muy sencillo. El primer

quince minutos, el segundo veinte,

cabo de una semana, ya se acostumbrado a las gafas. Pero, a pde ello, se puede ir de vez en cuanuna fiesta sin gafas y presumir del


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de todo el mundo de lo estupendasson las nuevas lentillas de contactose las ve en absoluto. Si uno no tienmala pata de tropezar con la mesderribarla, todos creerán lo que dise convertirá en un objeto de envgeneral.


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BUSCANDO

RATONES

ERA una noche de viento, una no

desapacible en todos los aspecuando, poco después de las dos dmadrugada, se oyó un ruido sordo venía del armario de la ropa blaTambién mi mujer, la mejor de todaesposas, se despertó sobresaltadescuchó en la oscuridad conteniendaliento.

—Un ratón —susurró

Probablemente del jardín. ¿Qué tene


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que hacer? ¿Qué tenemos que hacer? —De momento, nada —respondí

a seguridad de un marido que cualquier situación posee la necesvisión de las cosas—. Tal desaparezca por propia iniciativa.

Pero no desapareció por proniciativa. Al contrario. La pálida lua mañana nos descubrió los vesti

de su actividad hurgadora y roedsubversiva: los manteles de la mesa mal parados.

—¡El bicho ese! —exclamó mujer sin poder dominar su enojHay que exterminar a ese bicho!

La noche siguiente pusimos man


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el miedo. —¡Qué lindo es! —suspiró la m

de todas las esposas escondiéndemerosa detrás de mi espalda—. M

cómo tiembla el pobrecillo. ¡Nomates! ¡Hazlo volver al jardín!

Acostumbrado a satisfacer pequeños deseos de mi mujercita, ta mano para agarrar al ratoncito po

rabo. El ratoncito desapareció entremantas. Y mientras yo iba sacandomantas, una tras otra, el raton

desapareció entre los manteles, y luentre los pañuelos de bolsillo. Y luentre las servilletas. Y cuando hvaciado todo el cajón de la ropa bla


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el ratoncito estaba debajo del scama.

—¿No ves, ratoncito tonto —decía yo con voz lisonjera—, que queremos tu bien? ¿Que queremos vuelvas al jardín? ¡Pobre ratononto!

Y arrojé tras él la escoba con tomis fuerzas.

Después de fracasar en el tentento, pusimos el sofá-cama en m

de la habitación, pero el ratoncito

hacía rato que estaba debajo deibrería. Gracias a la actcolaboración de mi mujer, sólo tardamedia hora en sacar todos los libro


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os estantes. El perverso roedor prenuestra tarea saltando a un sofdesapareciendo en el acolchado. entonces mi respiración se había vua jadeante.

—¡Pobre de ti, si le haces dañome advirtió la mejor de todas esposas—. ¡Un animalito tan lindo!

—Está bien, está bien —dije

rechinando los dientes mientras volvarreglar la descompuesta libreríPero si logro atrapar a ese bicho

entregaré a un laboratorio pexperimentos en vivo…Hacia las cinco de la mañana,

dejamos caer sobre la cama en un es


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de completo agotamiento mental y fíEl ratoncito estuvo toda la noalimentándose tranquilamente con nterioridades de nuestro sofá.

Un grito estridente me despbruscamente cuando empezaba a claMi mujer señalaba con trémulo dhacia nuestro sofá, en cuyo brazo haparecido un agujero grande com

puño. —¡Esto es demasiado! ¡Ve a bu

enseguida un raticida!

Llamé por teléfono a uno de nuesnstitutos de raticidas más conocides conté la historia de la noche ante

El segundo ingeniero jefe me hizo s


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que su compañía no se encargabacasos individuales, sino que sóloocupaba del exterminio de granfamilias de ratones. Dado que nopareció lógico criar sólo por motivo varias generaciones de ratoen nuestro armario ropero, fui a ferretería cercana a comprar una tram

Mi mujer, que es todo corazón

principio protestó contra aquel «bárnstrumento», pero luego p

convencerla de que la ratonera era

fabricación nacional y que, de tomodos, no funcionaría. Bajo el peseste argumento estuvo incluso dispua proporcionarme un pedacito de cor


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de queso. Colocamos la ratonera erincón oscuro. No podíamos dor

os molestaban demasiado los ruque el roedor producía en el cajón dmesa escritorio.

De pronto, se hizo un silenabsoluto en nuestro dormitorio. mujer abrió los ojos horrorizada, o salté de la cama profiriendo un

grito de triunfo. Inmediatamente desa no fue un grito de triunfo, sino

grito de dolor: la trampa se cerró y

dedo gordo del pie se transformó, asombrosa rapidez, en una especieensalada de carne.

Mi mujer comenzó enseguida


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aplicarme compresas frías y calienaunque sin disimular que se sealiviada. Como luego se vio, hestado todo el tiempo temiendo povida del ratoncito.

—También un ratón —fueron palabras textuales— es una criaturDios y, después de todo, sólo hacque le ordena la Naturaleza que haga

Luego se acercó con cuidado ratonera y convirtió en inofensivosmuelles de acero.

¿Qué era lo que la Naturalezaordenaba al ratón que hiciese? aturaleza lo envió hacia nues

provisiones de arroz que (como de


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por una exclamación matutina deesposa) quedaron totalmente inservi

—¡Envía a arreglar la ratonerachilló mi mujer.

En la tienda de artículos de metadijeron que no había en existeninguna pieza de recambio pratoneras. El dueño del establecimime aconsejó que comprara otra raton

quitarle los muelles y colocarlos eratonera vieja. Seguí su consejo, pusel rincón de la habitación el instrum

mortal convenientemente preparadcomo Hansel y Gretel en el bossombrío, fui marcando el camino del cajón hasta la trampa con trocito


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queso y jamón de plástico.Fue una noche emocionante.

ratoncito se había instalado en la mescritorio como si estuviese enpropia casa e iba devorando manuscritos más importantes. Cuade vez en cuando, hacía una breve ppara descansar, oíamos en medio silencio lleno de tensión el latir

nuestros corazones. Finalmente, mujer ya no pudo más y dijo sollozan

—Si el pobre animalito lleg

perecer en tu trampa asesina, se acodo entre los dos. Lo que ehaciendo es cruel e inhumano.

Sus palabras sonaban como las d


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anciana presidenta de la SocieProtectora de Animales de Askalón.

—Tendría que haber una ley coas ratoneras. Y el lindo bigotito,argo, que tiene el animalito…

—Pero no nos deja dormir —obo—. Se come nuestra ropa blanca y

manuscritos.Mi mujer parecía no haberme o

en absoluto: —Tal vez sea una hembra

murmuró—, tal vez vaya a te

pequeñuelos…El continuo mordisqueo que llegalegremente del cajón de mi mescritorio no permitía concluir


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hubiese un parto inminente.Y, para abreviar: cuando despunt

aurora, al fin nos quedamos dormidcuando despertamos por la mañreinaba un silencio absoluto. Pero erincón de la habitación, allí doestaba la ratonera… allí vimos… eos alambres… algo pequeño…

gris…

—¡Asesino!Esto fue todo cuanto tuvo

decirme mi mujer. Desde entonces

hemos vuelto a hablarnos. Y lo qupeor: sin el ruido del roedor al quehabíamos acostumbrado, no podedormir. Hablando con unos conoci


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mi mujer dejó entrever que esto erusto castigo de mi bestialidad.

Se busca un ratón.


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UN BIBERÓN

PARA EL MININO

TODOS tenemos nuestras debilida

Algunos beben, otros han sucumbiddemonio del juego, otros son mujerio ministros de finanzas. Mi mujermejor de todas las esposas, no sólo a los ratones, sino que es también amante de los gatos. Pero los gatosella ama no son productos noblespura raza, de Siam o de Angora, bestezuelas muy corrientes, vulg

ncluso, que merodean por las call


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Y así sucedió también con Pussy . Lhabía descubierto el día anterior enesquina y lo adoptó sin tardanza. Cuo tuvo en casa, puso delante de Pussy

un gran plato con leche azucaradprocedió a contemplar con satisfacmaternal cómo lo iría vaciando coengua.

Pero Pussy no hizo nada de e

Olfateó brevemente la leche y dio mvuelta.

La mamá adoptiva se quedó de

pieza. Si Pussy no tomaba la leche,moriría de hambre. Había que halgo enseguida. ¿Pero qué?

En el curso de la deliberación


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ahora se inició, descubrimos que Pussypertenecía a la grande y feliz familios mamíferos y que, por consiguie

se le podía hacer beber leche de botella.

—Muy buena idea —dije yoDespués de todo, para nuestro seguhijo, Amir, tenemos en casa no menoocho biberones esterilizados y…

—¿Qué dices? ¿Los biberonesnuestro Amirín para un gato? enseguida a la farmacia y compra

biberón para Pussy ! —Tú no puedes pedirme eso. —¿Por qué no? —Porque me da vergüenza.


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—¡Estupendo! ¿Cómo ha de sebiberón?

—El más barato que tenga —dijeA mi alrededor se produjo

silencio de mal agüero. Las persoque había en la tienda (unas cincseis) se apartaron claramente de mí ymiraron con ojos hostiles. «Fijáoipo ése —decían sus miradas—. B

rajeado, con gafas, conduciendo un automóvil, pero para su hijito compbiberón más barato. Es vergonzoso»

También del rostro del boticariohabía esfumado la sonrisa amistosa. —Como usted desee —dijo

ieso—. Yo sólo querría advertirle


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estos biberones baratos se rompen gran facilidad.

—¡No importa! —dije yo—. Vola pegar los trozos.

El farmacéutico se alencogiéndose de hombros y volvió lucon un gran surtido de biberones. productos magníficos de la indubiberonera internacional. Solament

final del surtido, vergonzosamoculto, había un biberón pequeño, ridículo, de color marrón. Reuní t

mis fuerzas y dije: —Deme usted el marrón.El silencio que de nuevo se prod

más fatídico aún que el primero,


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que había recaído mi elección, costaba 35aguroth .

—Mi pequeñín es memperamental —dije yo tartamudea

un poco—. Un verdadero diablRompe todo cuanto va a parar a manos. Sería absurdo comprarlebiberón más caro. Enseguida lo echa perder.

—¿Por qué habría de hacerlo?nquirió el boticario—. Si usted co

mano izquierda le sujeta la cabecita

a nuca… fíjese usted… así… mienusted con la mano derecha le va daa leche, todo va bien. ¿O es qu

parece que no vale la pena hacer


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esfuerzo?Ante mis ojos mentales se

apareció Pussy , envuelto en limppañales, apoyado en mi mano izqui sorbiendo ansiosamente el conte

de la botella. Moví la cabeza pahuyentar la visión.

—Seguramente no sabe usted chay que tratar a un niño pequ

¿verdad? —dijo la gruesa y múltmadre—. Sí, sí, los jóvenes matrimode hoy… Pero, entonces, tendrán ust

al menos una niñera, ¿no? —No… Bueno, es decir… —¡Yo voy a proporcionarle a u

una niñera muy buena! —decidió


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gorda—. La forma como trata ustedbebé puede causarle a éste un trapara toda su vida… Espere… Aengo casualmente el número eléfono…

Y ya estaba mi benefactora eléfono, para contratarme una niñ

Yo miré a mi alrededor, desesperadopuerta de la calle sólo estaba a

distancia de tres metros. Si los hombres rechonchos que evidentemadvirtieron mi mirada, no hubi

bloqueado la salida, yo de un saltohabría plantado en medio de la calme habría perdido en la niebla dagritos. Pero era demasiado tarde.


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—Debería usted estar agradecidesa señora —me recomendó farmacéutico—. Tiene cuatro niñogozan de la mejor salud. Confíe usteella. Ella le proporcionará una niexcelente que curará al pequeño Ade sus estados nerviosos.

Al llegar a este punto debo advque mi segundo hijo, Amir, es el n

más normal de todo el Próximo Ori que no tiene ningún «estado» del

alguien debiera curarle. Sólo me res

a esperanza de que la experta niñerestuviera en casa, al otro extremoeléfono.

La dama gorda que no qu


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nmiscuirse en mis asuntos privadoscomunicó triunfalmente que la señMyriam Kussevitzky, nurse diplomestaba dispuesta a hablar mañconmigo.

—¿Le va bien a las once demañana? —inquirió el monstruo.

—No —respondí yo—. A esa hengo que hacer.

—¿Y a la una? —Tengo lección de esgrima. —¿Su esposa también?

—Mi esposa también. —Entonces, ¿quizá a las dos? —Dormimos la siesta. —¿A las cuatro?


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En sus labios apareció una ligespuma. Las otras personas quehallaban presentes estrecharon su cde acero a mi alrededor. Pareamenazarme la justicia de Lynch.

Del fondo surgió la voz glacialboticario:

—¿De modo que debo envolverlbotella marrón? ¿La más barata?

Me abrí paso hacia él y asentí cocabeza, sin decir una palabMentalmente prometí que si salía de

sano y salvo fundaría un orfelinato gatos abandonados.El farmacéutico hizo un últ

ntento de conversión:


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—Fíjese en este barato cierregoma, arriba de la botella. Es de calan mala, que al poco tiempo de us

se ensancha. El niño podría ahogaque Dios no lo quiera.

—Bueno —repuse con mis últifuerzas—. Entonces haremos otro.

Del cerco que me amenazaba y entonces me envolvía de nuevo,

destacó un sujeto rechoncho, el cuame acercó y me agarró por la solapa chaqueta.

—¿No se da usted cuenta —me ra la cara— que con esos biberonesbaratos no se crían bebés, sino gatos

Aquello era demasiado.


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encontraba al final de mi capacidaresistencia.

—Deme el mejor biberón que te—dije con voz débil al farmacéutico

Abandoné el establecimiento uno de los llamados biberones «SuPyrex» al que acompañaba una texacta del tiempo y de la cantidadcomo una garantía por dos años y

contra incendios, inundaciones erremotos. Precio: 8,50 libras.

—¿Por qué, idiota —me pregunt

mejor de todas las esposas, cuando hdesempaquetado aquella preciosidapor qué tenías que comprar el bibmás caro?


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—Porque un hombre conscientesu responsabilidad debe ahorrar en menos tratándose de sus gatos —respondí.


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LA VOZ DE LA

SANGRE

ES un hecho generalmente cono

que mi mujer y yo tratamos nuesasuntos familiares con suma discrecique a mí jamás se me ocurriría, ejemplo, explotarlos literariameDespués de todo, a nadie punteresarle lo que sucede en nue

casa.Tomemos, por ejemplo, al n

Amir, que en realidad todavía es

bebé, y ciertamente un b


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Amir se puso en pie y permaneciópie. Sobre sus dos piernas.

¿No se lo creen? Bueno, ya sé arde o temprano, todos los ni

aprenden a sostenerse sobre sus pierPero es que Amir se sostenía sobredos piernas sin haberlo aprendnunca, sin anuncio previo o preparac

Serían las cinco de la tarde, cua

del cuarto de los niños se oyó un gcompletamente inesperado, un gritoriunfo. Corrimos allá y, efectivame

el pequeño Amir estaba de pie agara los barrotes de sus andaderas.sostenía sobre sus dos piernasdiferencia de la economía


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exportación del Estado de Isruestro gozo fue inmenso. —¡Estupendo! —exclamamo

Muy bien, Amir! ¡Bravo! ¡Hazlo vez!

Ahora hubo algunas dificultadesniño había escrutado sin ayudamisterio de la puesta en pie asombrosa precocidad, o, en todo c

no demasiado tarde, pero aún dominaba la técnica de volversentarse. Y como que un niño pequ

no puede pasarse de pie todo el dícriaturita dio claras muestras de quería que le ayudásemos a sentarse ayudamos.


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A Amir le gusta mucho levantaDiríase que está obsesionado por Al menos setenta veces al día, resuesta llamada desde su rincón:

—¡Papá! ¡Papá!Es a mí a quien llama. A mí, a

padre, al que le engendró. Esta iene algo que conmueve profundam

Su madre se ocupa de él c

ninterrumpidamente, lo alimenta oda clase de leche y las más dive

especies de papillas, lo cuida y

atiende con sus mejores energías, el maravilloso y casi atávico instprimitivo del nene percibe con exactitud quién es el amo de la casa


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quién debe confiarse. Por esto, cadaque Amir se pone de pie y no es cde volver a sentarse, grita en la midirección estas palabras:

—¡Papá! ¡Papá!Y papá acude. Papá corre al lad

su hijito. No importa lo que estéhaciendo en aquel momento y en posición me encuentre, vertical

horizontal. Cuando mi hijo me llamdejo todo y me planto a su lado.acuerdo: ello representa un fuerte g

para el amor propio de mi mujer. Inca mí me causa una cierta perplejidaque el niño, aun cuando en cierto senes también de ella, se decida cla


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nequívocamente por su paAfortunadamente, mi mujer es persona inteligente e ilustrada y disimular sus celos. Hace unos díasdio incluso a entender de una maexplícita que no tenía por preocuparme:

—Todo va bien, Ephraím —me dcuando regresaba yo una vez más de

de las ceremonias de asentamiento—cariño de Amir te pertenece. Dresignarme a ello.

Cosas así le hacen realmente biuno.Por otro lado, a uno le gust

ambién dormir de vez en cuando.


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Que el niño se pusiera de durante el día constituía algo naturayudarle a sentarse me causaba gPero cuando me vi obligado, cadacon mayor frecuencia, a correr enauxilio hasta las primeras horas dmañana, un agudo observador hapodido descubrir en mí ciertos indide nerviosismo. Yo necesito dormir

o menos tres horas, de lo contraempiezo a tartamudear. Y ni siquestas tres horas quería concederm

arrapiezo.Aquella inolvidable noche de Bartolomé, yo había tenido abandonar mi lecho treinta veces


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acudir a prestar mis primeros auximientras la mejor de todas las espdormía profunda y apaciblemente, corespiración acompasada y a veces una dulce sonrisa en los labios., cuaen su profundo sueño, llegaba a sus a lejana llamada de «¡Papá!». Yo nomaba a mal esa sonrisa. Despuéodo, mi hijo me había llamado a mí

a ella. A pesar de ello, considerabcierto modo como una injusticia elo, el jefe de la casa, que me ha

matado trabajando durante el uviera que correr sin cesar entrecama y el rincón del bebé mientramadre roncaba tranquilamente a mi l


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Un sordo rencor contra Agerminó en mi interior. En primer lua hace tiempo que debería ha

aprendido a sentarse sin ayuda dedemás, como los otros niños mayoreen segundo lugar, estaba muy feo parte de él el portarse tan mal comadre que se sacrificaba y desvepor tenerle bien atendido. El niño, c

a he dicho, es pelirrojo.Cuando la mejor de todas

esposas volvió a la peluquería a pe

el tiempo, yo senté a Amir sobre rodillas y le hablé lenta amigablemente:

—Amir, no llames siempre «pa


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oscuridad—. Tu hijo ya vuelve a esobre sus dos piernas.

La madre necesitó algún tiempalgunas otras llamadas antes de haccargo de la situación. Pesadamente,no decir de mala gana, se levantambaleándose, borracha de su

volvió al cabo de un rato. Pero no nada y volvió a acostarse, como el

saliendo del semisueño, proyecta voa sumirse en el sueño entero.

—Prepárate, querida —le dije

oído—, porque nuestro hijo valamarte más veces todavía.Y así sucedió.Las semanas siguientes p


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disfrutar de nuevo de un sucompletamente tranquilo desde hiempo, mucho tiempo. Nuestro pequesoro de ojos azules, bajo mi g

había encontrado el camino verdadehabía comprendido perfectamentemportancia de la maternidad.

situación se normalizó. Una madruna madre, así lo quiere la Naturalez

cuando su hijo la llama, ella debe hcaso de la llamada.

En una noche especialmente ben

estableció un impresionante récobedeciendo cuarenta y dos veces lamada del niño.

—Estoy realmente satisfecho de


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Amir haya sabido encontrar al fincamino que lleva hacia ti —le dije mañana, durante el desayuno, cuapor fin logró mantener medio abieos ojos—. ¿No te parece también qu

relación madre-hijo es la única qunatural?

Por desgracia, la única situacnatural tuvo un fin brusco. Serían

cuatro de la mañana, cuando desperté al sentirme rudamesacudido.

—Ephraím —susurró junto a oído la mejor de todas las esposas—hijo te llama.

Al principio no quería creerlo. P


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entonces volvió a resonar en la noch —¡Papá! ¡Papá!Y así quedaron las cosas. Ami

había pasado de nuevo a mí. ¿Tenesto algo que ver con el hecho de por entonces yo tenía casi a diario que hacer en la ciudad, y a menestaba muchas horas fuera de casa?


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¿QUÉ LE

REGALAREMOSA LA JARDINERA

DE INFANCIA?

ESTOY acostado, completamevestido, en mi cama turca. La lámproyecta una viva luz encima decabeza. Y en esta cabeza se entrecrvelozmente las ideas más disparatad

Ante el espejo, en el otro extrema habitación, se halla de pie la mejo


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odas las esposas y se inclina. Siemse inclina cuando quiere exactamente lo que está haciendo. Aprecisamente se está cubriendo la con crema «Bio-placenta», maravilloso producto que, comosabido, sirve para regenerar las célde la piel. Yo no me atrevo a molestDe momento.

A una persona creadora de mi ee llega invariablemente la hora

conocimiento de sí mismo. Desde

semanas, no, desde hace meses, siento acorralado por un terrible dileo puedo resolverlo yo solo. Un p

que va a decidir el resto de mi v


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oyes?La mejor de todas las esposas cu

su cara con una nueva capa de «placenta» y guarda silencio.

—¿Qué me aconsejas? —le pregímidamente, pero con insistenci

Dime la verdad.La consumidora de «Bio-place

se volvió, me miró largamente y sus

—Ephraím —dijo—, tenemos comprar algo para la señorita del jade infancia. La trasladan a Beershe

se marcha al final de la semana. corresponde hacerle un regalo despedida.

Esto, en realidad, no era


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respuesta satisfactoria a lo que yhabía preguntado y que afectaba adestino. Y sobre esto yo no quería da oscuras amadame .

—¿Por qué no escuchas nucuando tengo que hablar contigo de mportante?

—Te he escuchado perfectamentdijo poniendo encima de la capa

«Bio-placenta» una pomada de crojo ladrillo—. Puedo recordar cuna de las palabras que has dicho.

—¿De veras? ¿Qué fue, pues, lodije? —Has dicho: ¿Por qué no

escuchas nunca cuando tengo que ha


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fuerzas una pausa creadora o algo pestilo.

—¿Y bien? —¿Qué te parece una bombonera —¿Cómo? —Es algo que aparenta mucho y

es demasiado caro. ¿No te parece? —Si me parece o no, con ello n

soluciona mi problema, cariño. Si

de escribir durante uno o dos añoquizá tres, ¿en qué me ocuparé enton¿Con qué voy a llenar el va

ntelectual que me va a producir? ¿qué?Ahora las mejillas cubiertas

crema quedaron expuestas a una seri


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igeros golpes de masaje, de cuyo r con un poco de imaginación p

percibirse la frase «jardinera nfancia».

—¿Me escuchas? —volví preguntar.

—No me preguntes continuamene escucho. Naturalmente que te escuo me queda otro remedio. Con lo

que hablas. —Está bien. ¿Y de qué te habl

ahora?

—De la ocupación con un vacíoú quieres llenar intelectualmente.Efectivamente, había retenido c

palabra. Volví a reanudar el hilo.


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avandera y encerrarlo en el bverde… ¿Has oído lo que decía?

—Enterrar el cadáver de avandera en el baúl.

No es tan fácil impresionar amujercita. Ahora se está cepillandopárpados con un diminuto c

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Mi Familia Al Derecho y Al Reves - Ephraim Kishon