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Mi otro prójimo Por: FERNANDO VALLEJO Durante la segunda mitad del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX, Maupertuis, Lamarck y Erasmus Darwin empezaron a hablar de lo que hoy conocemos como la teoría de la evolución: que todos los seres vivos, sin excluir al hombre, están emparentados por provenir de antepasados comunes, y en última instancia de un solo antepasado común, la primera célula que dio origen a toda la vida que ha existido y existe hoy sobre la Tierra. En 1859 Charles Darwin (nieto de Erasmus) publicó El origen de las especies para tratar de explicar cómo se origina una especie de otra, el fenómeno de la "especiación", que es un aspecto de la evolución pero no toda la evolución, y postuló para ello el

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Mi otro prójimo Por: FERNANDO VALLEJO Durante la segunda mitad del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX, Maupertuis, Lamarck y Erasmus Darwin empezaron a hablar de lo que hoy conocemos como la teoría de la evolución: que todos los seres vivos, sin excluir al hombre, están emparentados por provenir de antepasados comunes, y en última instancia de un solo antepasado común, la primera célula que dio origen a toda la vida que ha existido y existe hoy sobre la Tierra. En 1859 Charles Darwin (nieto de Erasmus) publicó El origen de las especies para tratar de explicar cómo se origina una especie de otra, el fenómeno de la "especiación", que es un aspecto de la evolución pero no toda la evolución, y postuló para ello el

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mecanismo de "la selección natural" o "supervivencia del más apto", el cual a mi modo de ver no pasa de ser una perogrullada o tautología, una explicación que no explica nada, como Dios, ni más ni menos, con quien tratamos de explicar lo que no entendemos, aunque sin lograr entenderlo a Él. Pero en fin, repleto de datos de botánica y zoología, El origen de las especies daba la impresión de ser un libro muy científico y su aparición marcó el triunfo de la teoría entera de la evolución, que es lo que aquí me importa. Y es que la evolución biológica es una realidad manifiesta. Compárese usted con un perro y verá: usted y él tienen dos ojos, dos oídos, una nariz con dos orificios nasales, boca u hocico con dos hileras de dientes, un sistema circulatorio con venas y arterias y

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sangre roja con hemoglobina, pulmones para respirar, un sistema digestivo que procesa los alimentos y los excreta, etc., etc. Y sobre todo, que es lo que cuenta para la tesis que voy a sostener aquí, un sistema nervioso con el que usted y el perro sienten el dolor, el hambre, la sed, la angustia, la alegría, el miedo... Un sistema nervioso, que es el que produce el alma. Y dejando al perro, compare ahora a su mujer con la hembra del chimpancé y verá que los ciclos reproductivos de ambas son casi iguales y que usted está casado con una casi igual, una semisimia parlante que produce óvulos, tiene menstruación mensual, es fecundada en el coito a través de una vagina y pare después de varios meses de gestación por el mismo orificio por el que la inseminaron. Y ponga a una simia y a su mujer a

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agarrar sendas piedras a ver. Míreles las manos. ¿No se le hacen muy eficaces, muy expresivas, muy parecidas por no decir que iguales? Y míreles las caras, la expresión de las caras. Y por si le quedan dudas, tenga presente lo que nos enseñan la citología y la biología molecular respecto al cariotipo y el genoma: el chimpancé, el gorila y el orangután, o sea los grandes simios, tienen 24 cromosomas; el hombre, tiene 23, pero resulta que uno de los cromosomas nuestros está partido en dos en ellos; los restantes cromosomas son iguales. En cuanto al genoma (o sea el conjunto de los genes que están en los mencionados cromosomas y que determinan quiénes somos, si fulanito de tal o zutanito, si perro o gato), el del hombre y los del gorila y el orangután coinciden en el 98 por

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ciento, y el del hombre y el del chimpancé en el 99 por ciento. Así nos lo dice la última de las grandes ciencias biológicas, la biología molecular, la de Watson y Crick, la de Avrey, Kornberg, Spiegelman, etc., etc. ¡Carajo! Si no estamos emparentados con los simios, los perros, los gatos, las vacas y las ratas y demás mamíferos (por no ir más allá de la clase Mammalia y ampliar nuestro parentesco al fílum de los vertebrados) tampoco entonces lo están los padres con los hijos, los hermanos con los hermanos, los primos con los primos... Cinco mil años contados desde el comienzo de la Historia, o diez mil contados desde el comienzo de la agricultura y la ganadería, o cuatro millones contados desde que en forma de australopiteco bajó del

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árbol, le tomó al hombre descubrir y aceptar que en esencia es un simple animal, una especie más entre los millones de especies que pueblan la Tierra. Para mediados del siglo XX ya a ningún científico le quedaban dudas de que esto es así. El "creacionismo", como se llamó la teoría opuesta a la de la evolución y que sostiene que Dios creó todas las especies inmutables tal como aparecen en el presente y que unas no provienen de las otras, hoy no es más que un feo engaño del pasado. ¿Y por qué se tardó tanto el hombre en descubrir verdad tan obvia? Por creído, por alzado, por pendejo. Por lo mismo que de 1225 a 1274 produjo a Tomás de Aquino, monje obtuso que creía que las moscas nacían por generación espontánea de la carne en descomposición, y que el Padre, el Hijo y el Espíritu

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Santo formaban una Santísima Trinidad única e indivisible. Y por lo mismo que en abril pasado, un cónclave mafioso y amañado de 115 travestis tomistas y purpurados eligió un nuevo Papa dizque inspirados por el Espíritu Santo. Y si el Espíritu Santo los inspiraba, ¿por qué no lo eligieron entonces en una sola votación y por decisión unánime, y a la luz del sol y no a puerta cerrada? Ah, por eso. Porque la nuestra es una especie cretina y Colombia igual: habiéndosenos esfumado el efímero sueño papal pues no nos dio la medida nuestro don Darío Castrillón Hoyos, hoy sólo nos queda soñar con el mundial de fútbol. Y que lo vamos a ganar es indudable pues tenemos el alma concentrada en las patas. Yo que nací en el cristianismo (y en su versión católica que es

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especialmente infame) he aprendido por mi cuenta, y a contracorriente de esa monstruosidad que se disfraza de religión, a querer a los animales y a respetarlos y a no comérmelos y a sentir su dolor, que hago mío. El inmenso dolor, por ejemplo, que me produce leer en El Espectador, en un artículo reciente de Lisandro Duque titulado "El sueño americano de los pollos", que hoy en día en Estados Unidos se sacrifican para consumo humano nueve mil millones de esos pobres animales que se crían hacinándolos hasta la asfixia, cortándoles los picos con tijeras sin anestesia ni analgésicos para que no se hieran unos con otros en sus estrechas jaulas, y sin ver jamás la luz del sol, bajo una luz artificial permanente, de modo que no paren de comer y engordar y crecer todo el tiempo y estén listos

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para ser sacrificados a los dos meses. O el dolor que me causa encontrarme, en el penúltimo número de esta revista, el reportaje de Gonzalo Mallarino "Un día en la perrera", sobre los 35 mil perros callejeros masacrados durante el último año por el Centro de Zoonosis de Bogotá, cuyo alcalde Lucho Garzón es un hombre tan bueno que para sacrificarse por nosotros aspira a la Presidencia. Y en aras de tan noble fin, puesto que los perros no pueden votar por él los elimina, en tanto a los niños pobres bogotanos les da desayunitos a lo padre García Herreros, tomando muy bien todas las precauciones para que la prensa lo fotografíe a diestra y siniestra y los padres de los niños no se olviden de él el día de las elecciones. ¡Demagogo! ¡Cabrón!

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¿Y quién en Colombia ha dicho una palabra ante el horror de esos perros asesinados? Nadie. Nadie ha levantado su voz, todo el mundo calla. Y a quienes hacemos algo por los pobres animales nos lo reprochan como un delito: "¿Y por qué mejor no recoge niños abandonados?", le increpan a uno. Como si quien nos lo reprocha hubiera recogido en su vida uno solo. ¡Qué degradación moral la de Colombia! ¡Qué país más asesino, de hombres y animales! ¡Qué roña de la humanidad es esta mala raza de esta mala patria que salió a su mala madre, España la de los toros, la que despeña cabras en las fiestas populares para diversión de la chusma católica que engulle hostias, que asesina y come como endemoniada animales y los excreta después para contaminar los ríos y

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los mares. La del reyezuelo Juan Carlos, el zángano, el mantenido, el Borbón tarado, el cobarde que va a Rumania a matar osos a mansalva, digno sucesor de Fernando VII, su antepasado, a quien la España cerril de hace 200 años le gritaba "¡Vivan las cadenas!" ¿Pero qué piedad podemos esperar por los animales si Cristo, el paradigma de Occidente, el modelo de lo que debe ser el hombre, ni los vio? Tenía ojos para ver y no los vio, oídos para oír y no los oyó, un alma para sentir y no los sintió. No le dio su almita estrecha para entender que los animales eran como él y que sufrían como él y para hacer suyo su dolor. En vano buscaremos una sola palabra suya de amor por ellos en los evangelios. No la hay. Creía que Satanás podía meterse en el cuerpo de una culebra o de un

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cerdo, de donde pretendía expulsarlo. ¡Cómo puede caber un ser malvado en el cuerpo de unos seres inocentes! Si en algún cuerpo estuvo metido Satanás en su tiempo fue en el suyo, o mejor dicho en su alma, en su alma de hombre, y de hombre rabioso y loco. Cristo no fue más que un profeta loco de esos que producía por cargas, hace dos mil años, Israel. Y dos mil años después, tonsurados y fanáticos nos lo quieren seguir haciendo pasar por el dechado de todas las virtudes, el mejor de los hombres. Ningún hombre ha habido más dañino que este que quiso borrar la ley del talión consagrando la impunidad en este mundo, así como ningún animal de la creación entera ha habido más dañino y malo que el hombre. Y sin embargo de todas las especies animales de la creación, nosotros

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somos los únicos que podemos experimentar el dolor moral, el dolor por el prójimo, que llega a veces a ser tan intenso, tan destructivo, tan terrible como para acabar con toda esperanza. ¿Pero qué se podía esperar de uno que nació en la religión judía, en ese fanatismo perverso que era capaz de sacrificar a un cordero -un humilde animal inocente que siente las cuchilladas y el terror como lo podemos sentir nosotros- en el altar de Dios, que no existe? Dios es una entelequia estúpida, un engendro malvado de la mente humana por fuera de la cual no tiene existencia propia. El cordero en cambio la tiene. Y sangre. Y un sistema nervioso con el que siente el dolor. Y un alma como la nuestra, y si no, entonces tampoco tenemos alma nosotros. El alma es un

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epifenómeno del cerebro, la luz del foco. ¡Ay Tomás de Aquino, dominico malvado y barrigón, la que sí no tuvo alma fue tu madre que en mala hora te parió! Como no ha tenido alma tampoco nunca tu infame Iglesia. ¿Y Mahoma? ¿Es que acaso vio a los animales esta bestia bípeda lujuriosa que además de la viuda rica con que se casó para explotarla tuvo 14 concubinas y que propagó su religión haciendo milagros pero con la espada, bañando la tierra en sangre? Tampoco los vio. A las mezquitas no entran los perros ni los perros cristianos. Mahoma les impide el paso. Pues bien, a las religiones de este rufián sanguinario y de ese profeta loco de Israel, esto es al mahometismo y al cristianismo, pertenece hoy en día más de la mitad del género humano: tres mil

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setecientos millones que son musulmanes o cristianos, y que como los judíos que los produjeron, irrespetan a los animales y no les conceden la verdad innegable de que también tienen alma, la capacidad de pensar y de sufrir. Si la tenemos nosotros también la tienen ellos. Lo que sí no creo es que sea inmortal: ni la suya ni la nuestra. El alma es un producto fugaz y perecedero del cerebro, una pesadilla de la materia. Paisanos: somos como perros, como gatos, como vacas, como ratas... Hasta tenemos sus mismas enfermedades. Las ratas, por ejemplo, nos contagian la peste, pero nosotros a su vez se la contagiamos a ellas. ¡Pobres ratas! Y a los perros les da diabetes, como a nosotros, y sobre todo si les sacamos el páncreas para

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experimentar y ver si sí les da. ¡Pobres perros! Y les da cáncer, como a nosotros. Y envejecen, como nosotros. Y se mueren, como nosotros. ¿A qué entonces tanta soberbia de esta especie del Homo sapiens excretora, mentirosa y mala? Y perecedera y vanidosa y protagónica y tartufa como Wojtyla, en vida pavo real inflado de desplegada cola policroma y difunto ahora gracias a Satanás o a Dios o a quien sea, y a quien en estos mismísimos instantes en que escribo se lo están comiendo de a poquito, muerto, en el pudridero de los papas, los gusanos. ¡Pobres gusanos! Hoy se están envenenando en la oscuridad de Dios con semejante malvado mis hermanos gusanos. Somos una especie más entre millones y millones de especies

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animales, y las diferencias entre nosotros y los restantes mamíferos son insignificantes. A diferencia de los animales hemos desarrollado el lenguaje hablado, el de las palabras, el cual nos da la capacidad exclusivamente humana de mentir. Nos designamos como el Homo sapiens u hombre sabio pero no, somos el Homo mendax, el hombre mentiroso, la mentira es nuestra esencia. En este mes de junio del año 2005, desde esta altísima columna de moral de la revista SoHo que he levantado sobre viejas en pelota, propongo cambiarla por la compasión. Que pasemos a ser el Homo miséricors, el hombre misericordioso. Misericordioso pero no sólo con los otros hombres como propuso Cristo, quien nada vio, sino también con los restantes animales puesto que en esencia son como

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nosotros. Todos los animales, y no sólo el hombre como propuso Cristo, son nuestro prójimo. Y lo son en la medida de su dolor. Todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro prójimo. Los Evangelios son cuatro: el de Mateo, el de Marcos, el de Lucas y el de Juan. Si en vez de decir "los Evangelios" a secas, decimos "los santos Evangelios", entonces sus autores son: san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan. Y como al español últimamente le ha dado, para sumárselo a su anglización rabiosa, por el vicio nefando de la mayusculitis como si fuera alemán, entonces sus cuatro autores son: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan. Yo, que no paso de un antioqueño carrieludo, les diría simplemente don Mateo, don Marcos, don Lucas y

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don Juan. "Doctores" no porque ya sabemos que en Colombia "doctor" es cualquier h.p. (o si prefieren, H.P. con mayúscula) y de insultar no se trata. Se trata de comprender: de ver claro en lo confuso y de sacar agua limpia de un pantano. Porque pantanosos son los cuatro Evangelios, a mí que no me vengan con cuentos. Marcos y Lucas no conocieron a Cristo, y casi todo lo que cuentan de él lo tomaron de Mateo, que fue el que escribió primero y que sí lo conoció, como también lo conoció Juan, el discípulo amado y autor del último Evangelio. Mateo escribió su Evangelio en arameo, que era lo que hablaban en la comarca de Galilea, pero de inmediato fue traducido al griego, la lengua en que escribieron los otros tres. Marcos y

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Juan eran judíos y también de Galilea, y hablaban por lo tanto arameo (Lucas no, no era judío, era gentil y de Antioquía en Siria). ¿Cómo le hicieron entonces para escribir sus evangelios en griego, que yo en años y años de estudios empeñosos no logro ni medio leer? Ah, yo no sé. Lo aprenderían por ciencia infusa del Espíritu Santo: del Paráclito, que también así se le dice a la palomita blanca que bajó sobre los apóstoles en lenguas de fuego para infundirles todas las lenguas, y que salvó al presidente Uribe de los paramilitares, según nuestro Primer Mandatario le contó recientemente a Patricia Janiot en CNN. Ah no, perdón, fue de las Farc de las que lo salvó, que eran los que lo querían matar pero a quienes él les perdonará sus crímenes decretándoles impunidad absoluta y

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volviendo la otra mejilla como Cristo porque no es vengativo sino todo lo contrario, un hombre bueno cuya sexualidad sólo se expresa con el gustico de contar votos: cada mil quinientos eyacula. Y a propósito de este santo varón bendecido por el Paráclito, ¿qué fue lo que pasó la otra noche en La Carolina, en la oscuridad de sus montañas y de las conciencias? Ah, yo no sé, infórmense en Semana, que allá sabrán. Pregunten por los Doce Apóstoles, así, con mayúsculas, capitaneados por Santiago el Mayor. Pero volviendo a los Evangelios, ¿qué decía que se me olvidó? Ah sí, que san Mateo escribió su Evangelio en arameo pero que de inmediato lo tradujeron al griego. ¿Quién lo tradujo? No se sabe. ¿Y dónde está el original arameo? Se perdió. ¿Y la

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traducción original griega? También. ¿Y cómo sabemos que el Evangelio de San Mateo que conocemos hoy y que leen los curas en misa (antes en latín y hoy en lengua vernácula) no es un fraude del viento, un invento de los siglos transcurridos, casi veinte? Ah, yo no sé, Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que saben responderlo. Lo que sí sé, porque salta a los ojos en una lectura atenta, es que los evangelistas se contradicen. O sea, el viento tramposo y fraudulento que ha tenido veinte siglos para ponerlos de acuerdo se ha limitado a soplar como en un caracol vacío. Un ejemplo. Cuando crucifican a Cristo le ponen a lado y lado, en sendas cruces, a dos ladrones, de los cuales hablan los cuatro evangelistas. Juan apenas si los nombra ("en el Gólgota donde lo

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crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y en el centro Jesús"). Mateo dice lo mismo ("También crucificaron con él a dos ladrones: uno a la derecha y otro a la izquierda), pero luego agrega que los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, más los que pasaban cerca a la cruz, injuriaban a Cristo y se burlaban de él diciéndole que si era tan el Hijo de Dios y tan el Rey de Israel, que se bajara de donde lo habían colgado, y "de la misma manera, también lo insultaban los ladrones que habían sido crucificados con él". Y lo mismo cuenta Marcos: que lo crucificaron con "dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda", y que los príncipes de los sacerdotes y los escribas y los que pasaban lo injuriaban y se burlaban de él, para terminar el pasaje diciendo: "Incluso

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los que estaban crucificados con él le insultaban". Pero Lucas, después de contar que lo crucificaron con dos ladrones, "uno a la derecha y otro a la izquierda", y que todo el mundo se burlaba de él y lo injuriaba, termina el episodio de una forma muy distinta: "Uno de los ladrones crucificados le injuriaba diciendo: «¿No eres pues Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le reprochaba a su colega: «¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, aquí estamos merecidamente pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho, pero éste no hizo mal alguno». Y luego le dijo a Jesús: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino». A lo cual le respondió Jesús: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en

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el paraíso»". ¿Entonces qué, en qué quedamos? ¿Los dos ladrones lo insultaban, o sólo uno? Mateo y Marcos dicen que ambos, pero Lucas dice que sólo uno. ¿A quién le creemos? ¿A aquéllos, o a éste? A mí el asunto del buen ladrón me tendría sin cuidado si la Iglesia no sostuviera la "canonicidad" de los cuatro Evangelios, esto es, que al igual que los 23 libros restantes del Nuevo Testamento y todos los del Antiguo, los cuatro Evangelios fueron inspirados por Dios. "Un libro es canónico cuando habiendo sido escrito bajo la inspiración divina es reconocido y propuesto como tal por la Iglesia. La Iglesia no define como canónico ningún libro que no sea inspirado", palabras de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra inspiradas si no por Dios por lo menos por monseñor José

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María Escrivá de Balaguer, fundador y dueño del Opus Dei, un negocito del carajo. ¡Carajo, qué son todos estos cuentos! ¿No se podía poner el Espíritu Santo de acuerdo consigo mismo al dictarles a los cuatro evangelistas cuatro versiones concordantes en vez de ponerlos a contradecirse en este asunto de los dos ladrones? Señor presidente Uribe: hago una pausa aquí para preguntarle cómo supo que fue el Espíritu Santo el que lo salvó de las Farc y no el Padre o el Hijo. ¿Tiene usted forma de distinguirlos? ¿De decirnos cuál de las Tres Personas Distintas de la Santísima Trinidad es cuál, separándola de las otras? Le dijo usted a Patricia Janiot que el Espíritu Santo fue su salvador. ¿Cómo lo reconoció, cómo lo supo?

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¿Por la apariencia? ¿Por la voz? ¿Por el olor? ¿A qué olía? ¿A azahar, o a tabaco rancio? Propongo que la Universidad de Lovaina le dé a Su Excelencia el Doctorado Honoris Causa en Teología y que lo firme el Papa Ratzinger. ¡Hosanna, colombianos, de Primer Mandatario tenemos un teólogo, Colombia está salvada! Como el cuentecito ese de los dos ladrones, entre contradicciones, ridiculeces, turbiedades, infamias, atropellos, absurdos y mentiras, en los Evangelios tengo contados como mil quinientos que he ido anotando en cuadernos para sacárselos en cara a la Iglesia cuando acepten mi desafío a discutir ante los niños de Colombia sus embustes por televisión. Aquí les va un atropello mezclado con una infamia: el

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episodio del endemoniado y la piara de cerdos. Lo cuentan tres de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos y Lucas. Que al llegar Cristo a la región de los gadarenos y los gerasenos vino a su encuentro un endemoniado (Mateo dice que dos) pidiéndole que no se metiera con él, que lo dejara tranquilo con sus demonios adentro. Pero Jesús, que actuaba como Nazarín el de la novela de Galdós y la película de Buñuel que donde ponía la mano metía la pata, resolvió sacarle los demonios y hacerlos entrar en una piara de cerdos que por allí pacían. Y dicho y hecho. "Entonces toda la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua", dice Mateo. Y Marcos: "Y saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y con gran ímpetu la piara, alrededor de dos

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mil, corrió por la pendiente hacia el mar, donde se iban ahogando". Y Lucas: "Salieron los demonios del hombre y entraron en los cerdos; y la piara se lanzó con ímpetu por un precipicio al lago y se ahogó". ¡Dos mil! ¿Se imaginan? Ése fue el dañito que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad les hizo a los porqueros. Supongamos que le haya hecho un bien al endemoniado sacándole los demonios, ¿pero a los porqueros? ¿Les pagó acaso a los porqueros los dos mil puercos que les hizo caer al lago o al mar? ¡Qué se los iba a pagar! Mateo concluye el episodio así: "Los porqueros huyeron y al llegar a la ciudad contaron todo, en particular lo de los endemoniados. Ante esto toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y al verle le rogaron que se alejara de su región". Y con similares palabras

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concluyen el episodio Marcos y Lucas. ¿Y saben qué comentan al respecto, en nota de pie de página de su edición de los Evangelios, José María Escrivá de Balaguer y sus secuaces de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra? Esto: "Contrasta la distinta actitud ante Jesucristo: los gerasenos piden a Jesús que se aleje de la ciudad; el que fue librado del demonio quiere quedarse junto a Jesús y seguirle. Los habitantes de Gerasa han tenido cerca al Señor, han podido ver sus poderes divinos, pero se han cerrado sobre sí mismos pensando sólo en el perjuicio material que constituyó la pérdida de los cerdos; no se dan cuenta de la obra admirable que ha hecho Jesús". ¡Imbéciles! A ver si los Uribes aceptan que Cristoloco, por sacarles los demonios de

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adentro a Tirofijo, les eche por un despeñadero sus toros de lidia de La Carolina. Y a propósito, Uribe, de marranos y toros de lidia y demás animalitos hermanos míos de cuatro patas: ¿ya echaste a la mataperros Londoño del Instituto de Bienestar Familiar, o sigue impune? Impune como está impune el mataperros Lucho Garzón, que electrocuta 35 mil perros callejeros al año en su Centro de Zoonosis. Te va a llover, Uribe, te va a llover. Cristo es un loco arbitrario y rabioso. ¿Qué es la parábola de los obreros de la viña, que cuenta Mateo, si no la consagración de la arbitrariedad? Un amo sale a contratar obreros para su viña, a denario por día. A unos los contrata al amanecer, a otros a la hora tercia, a otros a la hora sexta, a otros a la hora nona y

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a otros a la hora undécima. A la caída de la tarde llama a su administrador y le ordena: "Llama a los obreros y dales el jornal, empezando por los últimos hasta llegar a los primeros". Y así procede, a todos les paga un denario, a los que trabajaron el día entero bajo el calor y a los que sólo trabajaron una hora, y no sólo eso sino que les paga primero a los que llegaron de últimos. Y cuando los que trabajaron el día entero se lo reprochan, a uno de ellos le contesta: "Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conviniste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero dar a este último lo mismo que a ti, ¿no puedo yo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos serán los primeros y los

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primeros serán los últimos". Les evito la explicación entera de los secuaces del Opus Dei por descarada y estúpida. Concluye así: "A primera vista, la protesta de los jornaleros de primera hora parece justa. Y lo parece porque no entienden que poder trabajar en la viña del Señor es un don divino". Va fan culo, que trabaje su madre en ella, en la viña del Señor, que yo me siento a rascarme las pelotas. Ésta es la parábola de la arbitrariedad y la injusticia. ¡Por las barbas de Castro, por la calva de Lenin, por la tumba de Marx! ¡Viva la revolución matacuras! En cuanto al rabioso, sirva para retratarlo la expulsión de los mercaderes del templo. "Y entrando en el templo comenzó a expulsar a los que vendían y a los que

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compraban y derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. «Escrito está que mi casa será llamada casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones»" (Marcos, 11, 15-19). Y yo pregunto: ¿Si no quería que los cambistas y los vendedores de palomas trabajaran en el templo, por qué no los hizo ricos? ¿No dizque era pues el Hijo del Padre, y su padre el Todopoderoso? Lo que pasa es que según mandato del Éxodo (23,15) los judíos no se podían presentar en el templo con las manos vacías sino que tenían que traer siempre una víctima para el sacrificio. Así que para facilitarles a los que venían de lejos el cumplimiento de este mandato infame se había montado en el atrio del templo una especie de feria de ganado, un mercado de

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venta de animales para el sacrificio. Infame la religión judía que no respetaba a los animales, e infame la religión cristiana que nació de ella. ¿Cómo se puede sacrificar a un cordero, que siente y sufre como nosotros, en el altar de Dios, que no existe? ¿Y que si existe es el Todopoderoso que no necesita de la sangre de un pobre animal inocente? ¡Judíos cabrones! ¡Cristianos cabrones! ¡Maricas! ¡Pirobos! En cuanto a las palomas que vendían los mercaderes del templo, ¿no estaría entre ellas el Espíritu Santo, el Paráclito? ¿El que salvó a Uribe de las acechanzas de las Farc? Y ojo a no leer "paralítico" ni ir a pensar que el Paráclito es el que lo tiene todo el tiempo parado. No. Ésos son los lectores de SoHo. ¡Ah

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con estas viejas en pelota que salen aquí crucificadas, en un vía crucis más doloroso que el que padeció Cristo! ¡En qué estado nos mantienen! Tan perturbadoras ellas, tan capaces de parir, desde sus entrañas tenebrosas, los muchachos más hermosos...

-

¡¡Ganamos! El bobo Mockus, 1; el asnito

Serpa, 12; Santa Claus, 22; el

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presidente, ¡62! A las seis de la tarde

de este domingo histórico en que

hicimos patria, con la prontitud con que

les ganamos la guerra a las Farc ya

teníamos los datos: incontrovertibles

como la Corte Constitucional y limpios

como las conciencias del Congreso.

Jornada de orden en que triunfó

Colombia o, mejor dicho, Antioquia,

pues Colombia es Antioquia. O al

revés, Antioquia es Colombia. Cosa

que no nos entienden a los paisas los

huilenses, los tolimenses, los

santandereanos, los chocoanos... O

mejor dicho los chocoanos sí, pues el

Chocó es a Antioquia lo que Colombia

es a los Estados Unidos: nuestro patio

trasero adonde sacamos a mear al

perro.

¡Ah, qué domingo! Y su culminación: el

gran hombre tras el triunfo llorando por

el papá. A mí también se me salían las

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lágrimas. Nunca me había sentido tan

orgulloso de mi patria chica, Antioquia

la grande. Antioquia con sus cafetales,

sus platanales, sus ríos, sus montañas,

su cartel de Medellín, sus paramilitares,

sus sicarios... Y nuestro Primer

Mandatario y nuestro Pablo Escobar

que han puesto a esta tierrita amada en

el mapa, en el mundial. En vida, creo

que nuestros dos más grandes

hombres se conocieron. Ah, no, miento:

a los que debió de haber conocido él

fue a los Ochoa: don Fabio, Fabito y el

gordo, amiguísimos de su papá, o sea,

del papá de nuestro Primer Mandatario,

que era el que era amigo de ellos y les

acolitaba sus rejoneos. O sea el hijo,

no el papá. Ah no, al revés: el papá, no

el hijo. El hijo no tenía nada que ver

con el rejoneo, él estaba estudiando.

En la Plaza de Toros de la Macarena

dieron una corrida memorable en favor

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de la Fundación "Medellín Sin

Tugurios" de Pablo, a la que asistió

Santofimio Botero. Que no hay que

confundir con el pintor de gordas, que

es otro Botero, el papá de un Ministro

de Defensa muy honesto que tuvimos.

Sí, de defensa, pero de su patrimonio

familiar que él quería aumentar.

¡Pendejo yo que me perdí esa corrida

por andar en Nueva York limpiando

inodoros para mandar remesas para

comprar conciencias para salvar a

Colombia y amarrar reelecciones y

hacer patria un domingo. ¡Qué importa!

Si es por Colombia, ¡qué importa! No

fui a la corrida y ya. Otras habrá. Les

salió tan bonita, tan bien organizadita,

como unas reelecciones... ¡Claro, con

la ayuda del papá!

¡Cómo no voy a entender que tras el

triunfo, el Primer Mandatario llore por el

papá! Yo también lloraría. ¡Y que le

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pida al Espíritu Santo por él! Yo

también le pediría. ¡Y que le mande a

decir misa en Santa Teresita por su

eterno descanso! Yo también se la

mandaría. ¡Y que vaya a esa misa! Yo

también iría. ¡Que si qué! ¡Cuántas

veces no fui a esa iglesita de mi barrio

de Laureles a conseguir bellezas. Del

sexo fuerte, ¿eh? No esas viejas en

pelota tan escandalosas de esa revista

pornográfica que se llama ¿cómo?

SoHo, con una hache mayúscula en la

mitad. ¿Y por qué mayúscula y por qué

en la mitad? Por joder. También el río

Cauca tiene una "u" en medio. De esa

"u" se alimentaban los caimanes,

cuando había. ¿Y cómo era que se

llamaba ese señor del retrato que era

como yo, el que no envejecía?

Empieza por "d" o por "g". Ah sí,

¡Dorian Gay! ¡Qué memoria la mía! Me

acuerdo de todo: de los papás, de los

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hijos, de los amigos de los papás, de

las corridas, de los organizadores de

las corridas, de Santofimio Botero el

asesor de Pablo, instalado en la

contrabarrera. Y el papá del Presidente

y el Presidente y los Ochoa. Ah, no, el

Presidente no, creo que él no fue, él

estaba estudiando. Antioquia hermosa

con tus caballos de paso, tus plazas de

toros particulares en tus fincas

particulares como La Loma y La

Carolina, aquella con la plaza de toros,

ésta con ganadería de toros de lidia;

una de los unos, otra de los otros; tus

ochuvas, tus Ochoas, polvo blanco,

hostia blanca, rejoneo...

¡Qué bueno que le mandó a decir su

misa en Santa Teresita! Las bellezas

que me saqué de ese templo con el

permiso del Espíritu Santo! Divinos. De

tenis, jeans ajustados, delicatessen, de

la high. Como para que se le hiciera

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agua la boca al padre Marcial Maciel a

quien hoy persigue el papa Ratzinger

porque era amigo de Wojtyla, al que le

tiene envidia. ¡Malagradecido! ¿Quién

fue el que te puso ahí, inquisidor, nazi,

impostor? Y ahora no lo querés

canonizar dizque por protector de

maricas. Es porque le tenés envidia.

Decís que sí querés, pero no. ¡Qué vas

a querer! Más falsito éste...

Y bueno, no más tristezas, limpiate

esos mocos, culicagado llorón, secate

esas lágrimas y despertá, envirilá que

la cosa se está poniendo verraca. Las

Farc con las que no acabaste:

alebrestados. El Tirofijo que no

mataste: alebrestado. El desempleo:

aumentando. La pobreza: aumentando.

La coca: aumentando. ¡Y el rejoneo!

¡Qué va a pensar Bush del rejoneo! Y

ahí viene el zambo Chávez con sus

huestes. Oíme lo que te voy a decir,

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prestá atención, culicagado

voluntarioso, terco: armate con lo que

te estamos mandando de afuera. Total,

ya no tenés que comprar más

Congresos. Gastá bien lo poco que

hay. Por todo lo que te ayudé a amarrar

tu reelección desde estas páginas no te

voy a pedir nada: ni un ministerio, ni

una embajada, ni un iPod. Eso sí, lo

que sí te voy a pedir, pero no para mí

sino para Colombia, es una cosa:

armate que ahí viene ese zambo

alzado. Le pedís a tu amigo Bush lo

siguiente, anotá: tanques,

ametralladoras, aviones de combate,

papel higiénico, inodoros portátiles,

sándwiches... Y ante todo (no se te

vaya a olvidar), unos buenos torpedos

rompeculos para hundirles el

acorazado que le compraron a España

y recuperar lo que nos pertenece por

continuidad geográfica, derecho propio

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y laudo arbitral del Espíritu Santo: el

mal llamado Golfo de Maracaibo que lo

que en justicia debe ser es Mar de

Colombia. Y si no podés con la tarea,

culicagado llorón, inútil, trotón, te me

volvés a estudiar a la escuela o te me

vas a la finca a echar azadón con los

peones. En cuanto a Mockus, Serpa y

Papá Noel, no me gusta que andés

abusando de esos pelados. Respetalos

¿eh?, que te me estás poniendo muy

alzado. Y no más misas. No me

mandés a decir más misas, que se

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pierden. Yo ya estoy en el cielo.

El politiquero y el primate Por: POR FERNANDO VALLEJO Va, viene, sube, baja, corre, trota, pide, abraza... Declara por televisión, amenaza. Amenaza pero siempre no, no amenaza. Aloja guerrilleros en el Tequendama (tiende la mano). Arma Mesa Internacional de Donantes en Europa (extiende la mano). Desmoviliza paramilitares mientras

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el DAS les borra los antecedentes de sus bases de datos (vuelve a tender la mano). Compra policías en Caracas. Arma tremendo impasse internacional. Monta en Cartagena nueva Mesa Internacional de Donantes (vuelve a extender la mano). Laberintitis a nivel del mar que le acaba de desequilibrar el cerebro. Viaje a Venezuela a pedir perdón. Y sígale y sígale y sígale sin parar. Y siempre, siempre, siempre, a donde suba, a donde baje, a donde vaya, la jauría de la prensa detrás de él, como perros detrás de una perra en celo. ¡Ah con este Uribe, las vergüenzas que me hacés pasar! Te veo en México en la televisión y se me cae la cara de vergüenza. Vergüenza ajena, vergüenza de patria. Esa vocecita, esa figurita, esa pedigüeñería, esa bellaquería, esas chambonadas, esas metidas de pata... ¡Y ese tonito marica de cura que nos encomienda a Dios! "Mi Dios quiera que se salve y se mejore", dice cuando le preguntan por el técnico del Once Caldas abaleado y desconectado por la mujer de un policía que lo atracó. ¡Ay, "mi Dios", como si Dios fuera suyo y le hiciera tanto

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caso! Mi Dios, Uribe, anda muy ocupado en Asia armando tsunamis para ocuparse de vos. No-tie-ne-tiem-po. Por qué en vez de jeringar tanto a ese Viejo con tu invocadera y de andar de arriba para abajo como perro de tres güevas, pidiendo y pidiendo y pidiendo que ni que fueras el padre García Herreros, ¿no te ponés a trabajar y acabás con el crimen y la impunidad antes de que acaben con nosotros? Esta impunidad tan cabrona de los atracadores, los secuestradores, los congresistas, los concejales, los paracos, los faracos, los sicarios, hasta de misiá hijueputa. En Cartagena te vi muy realista diciéndole "Majestad" a Juan Carlos de Borbón (el gran pichador y cazador de osos). Seguile diciendo en adelante "Majestad" a la impunidad porque ella es la reina de Colombia. Vos no sos más que su lacayo. Su lacayo mayor, como lo es Pérez Roque de Castro, y Rangel de Chávez. ¿Sí sabés de quiénes te hablo? De Fidel, al que le escribiste una carta "desde tu computador", según informó la prensa. Y de Hugo, tu homólogo, el demagogo, tu espejo, al que has condecorado con el

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poncho de Tirofijo y el sombrero paisa. Después de lo de Granda, y para amansar a esa fiera que nos quiere comer, te recomiendo que le des la Orden de los Convivir en su categoría Mancuso a ver si así se calma. ¡Con que siempre sí fuiste a Venezuela a hacerle su pajita al orangután! Hermanos de la hermana República Bolivariana de Venezuela: a ese pitecanthropus erectus que tienen allá ustedes de estrella protagónica, suminístrenle una jaula con columpio y barra para que haga sus maromas en pelota, de suerte que, alzando las patas y mostrando el culo a lo Mockus (nuestro inefable Mockus), ventile al aire el pirulín. ¿Cómo estuvo el asunto de Granda? A ver, analicémoslo, vos y yo aquí entre nos, Uribe, sin nadie oyendo y con cabeza fría y la distancia que nos da el tiempo, Cronos, que lo aclara todo y lo embrolla todo. Secretamente lo mandaste secuestrar. Pero porque secretamente Chávez te lo tenía allá. Él nos lo quitó, vos se lo quitaste. Hiciste bien. Te trajiste lo que era nuestro, un colombiano, como se quiere

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traer México de Alemania el penacho de Moctezuma. Pero qué bueno que no se te ocurrió traerte también de paso de Venezuela el millón de colombianos que viven allá despatriados para alojarlos en el Tequendama. ¡Ah con este Uribe tan astutico! En pleno siglo XXI y representándonos con tu doble venezolano la pieza de Calderón de la Barca A secreto agravio, secreta venganza, como si lo de ustedes fuera un drama de honor de esos del teatro clásico español. Y no, Uribe. La política o politiquería es un arte, el de la bellaquería, en el cual eres maestro, pero nada tiene que ver con el honor. Un ejemplo. ¿Para qué nombrás embajador en Ecuador al hijo del jefe del partido conservador, si no es para asegurarte los votos de esa colectividad arrodillada, en bancarrota, el día de tu reelección? Porque no me vas a decir ahora que ponés en ese puesto a ese muchacho para que te compre a la policía ecuatoriana y te mande hasta nuestra frontera Sur a tus Trinidades Granda que anden de vacaciones por allá. "Hay muy buenas recompensas -dice Santicos, tu Rangelito-. Muy cuantiosas".

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¡Ah! Con que ya al soborno se le llama "recompensa". ¡Cómo cambian los tiempos y cómo cambia el idioma! ¿Y quién manipula y le da voz a ese muñeco de ventrílocuo? Bellaquería uribista para bellaquería chavista, las dos son una. Aprovechándose de un momento de popularidad, el golpista que invoca a Bolívar cambió la constitución de Venezuela para poderse reelegir y seguir en el candelero dándoselas de demócrata. Y aquí igual. Aprovechándose de un momento de popularidad el demagogo que invoca a Dios pretende cambiar la constitución de Colombia para lo mismo. Granujas del mismo palo y la misma cepa: ¿dónde están Bolívar y Dios? Hoy Bolívar no es más que polvo de una ambición. Y Dios, un Viejo dañino que desencadena tsunamis. Pero volvamos a Granda y revivamos en presente histórico el asunto de su repatriación. Tras unos días de rumiar la cosa y la compra de los policías venezolanos, entrando en furia como lora a la que le tocaron la cola (como si sólo él

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tuviera el derecho de comprar a los susodichos con lo que le entra por PDVSA), Chávez le exige a Uribe disculpas públicas por lo que considera una violación a su soberanía, y Uribe, el mandatario de la mano dura, corre a escribirle con dedos ágiles una carta a Castro desde su computador en la que, pidiéndoselo pero sin pedírselo, queriendo pero siempre no, le ruega que intervenga y le aplaque a la fiera. Y el barbudo interviene y la fiera por unos días se aplaca. Ah, pero eso sí, porque le dieron las disculpas que exigía. El comunicado de la Presidencia de Colombia, que expresa textualmente "su mayor disposición para revisar los hechos que son de conocimiento público a fin de que si han resultado inconvenientes ante el examen de la República Bolivariana de Venezuela, no se repitan", no puede ser más claro. ¿Qué es esto si no una rectificación, las disculpas públicas exigidas? Más claro no canta un gallo. O sea que si Tirofijo se va de vacaciones a la isla Margarita o a conocer a Caracas (o Romaña o Raúl Reyes o el Mono Jojoy o cualquiera de los

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miembros del Honorable Secretariado de las Farc), ¿Uribe no tiene derecho a comprar a la policía venezolana para repatriarlo? ¡Y yo que le oí a Chávez por televisión jurar por su madre en Colombia que no alcahuetearía más a este movimiento libertario (nos liberó de Íngrid) y que jamás habría guerra con su hermana mayor bolivariana! ¿Y para qué entonces acaba de comprarle a Rusia 40 helicópteros artillados, 50 cazabombarderos y 100 mil fusiles, y de encargarle a España unas fragatas y a Brasil más aviones? ¿Para atacar a las Guayanas? ¿O a su compadre Lula? ¿O a los tiburones del golfo de Maracaibo que por contigüidad territorial con la Guajira y laudo arbitral del Todopoderoso ("mi Dios" de Uribe), es obviamente colombiano? ¡Ah, qué bellaquito este Chávez! Ante la Asamblea Legislativa venezolana (el equivalente al Congreso colombiano que preside Mancuso), cargado de medallas y ceñida al pecho la banda tricolor (que es igual a la nuestra), y siempre atrás de él su fiel Rangel, su sombra que le sigue, su huelepedos, rugió, rabió, ladró, nos peló

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los dientes. ¡Ah qué distinto te vi en los noticieros de la televisión cuando el efímero golpe de estado que te dio el doctor Carmona aplicándote tu misma medicina, la que le quisiste hacer tragar a Carlos Andrés con tu fallido cuartelazo! Acobardado, con el rabo entre las patas, así te vi esa noche en televisión. Es que el perdonavidas, el bravucón, el golpista, en el fondo no es más que un cobarde. Lo que procedía en ese momento era fusilarlo, pero Carmona no se atrevió y las consecuencias de su desacierto las pagarán Venezuela y Colombia por años. Y volviendo a Castro, he aquí lo que comentó Chávez ante los periodistas en Caracas tras las disculpas de la Cancillería colombiana: "Debo decir que hubo en América Latina muchos amigos preocupados enviando delegaciones... Uribe llamó a Fidel, le pidió cooperación. Fidel me llama, mandó a Felipe Pérez, el canciller, hablamos varias horas en Caracas". ¿Para qué, tras de llamar a cuanto mandatario latinoamericano pudo localizar por teléfono para que le ayudaran a salir

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del atolladero, le escribía Uribe a Castro "desde su computador" como lo señaló la prensa colombiana? Para que una vez más el barbudo de Cuba, el carcelero, el déspota, el eterno instigador de las Farc y el ser más ruin que ha parido América fuera el árbitro de nuestros destinos. Como con Gavirita, pues. O con Pastranita. Como con todas estas mariquitas bellacas. ¿Y el embajador norteamericano ante el gobierno de Bogotá qué? ¡El papelón que hizo el pobre al apurarse a apoyar al traidor Uribe! Gringos ingenuos, no cuenten con este cobardón cuando China se les meta en América a través de Venezuela, no se hagan ilusiones porque no hay madera para tallar el santo. El de la mano dura... ¡Demagogos cabrones que se creen los protagonistas de la Historia y que nosotros somos sus comparsas! Dizque Bolívar y Dios... Con su par de espantajos me limpio el trasero..

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El liliputiense bellaco Por: FERNANDO VALLEJO -¡Con que siempre sí se nos va a reelegir el hombrecito, le dieron permiso! -¿Pero quién? ¿Quién se lo dio? -Ah, yo no sé, compadre, yo de política no sé un carajo. Por ái me dijeron que el Congreso. -¡Ah, con razón! Es que esos mercaderes

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son capaces de vender hasta la cruz de Cristo y la lechita de sus madres. ¿Y cómo le hizo pa convencerlos, los compró? ¡Claro, los compró! Pero no con su plata ganada con el sudor de su frente: con la mía, con la nuestra, con los cuatro mil millones de dólares que le estamos girando a Colombia desde el exterior por año los colombianos de la diáspora, que es con los que se pagan las embajadas, los consulados y demás lechosos puestos diplomáticos que el lactífero repartió entre los familiares y paniaguados de los congresistas que le aprobaron su reforma, la que hoy le permite competir para seguir mamando del presupuesto otros cuatro años. O con qué creen que se pagan, díganme a ver. ¡Con nuestras rameras, carajo! Perdón, con nuestras remesas, con ésas, las de los tres millones de colombianos que vivimos afuera porque la patria del acondroplásico nos echó. Con nuestros dólares ganados uno a uno, gota a gota de sudor y sangre, con ésos los compró. Paisanos, si este culibajito se vuelve a pegar de la teta grande, no lo suelta diái ni misiá Hijueputa, ¿que saben

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quién es? -¡La mamá di uno que vi entrando el otro día a la Cámara! -A cuál de las dos: ¿a la alta, o a la baja? -No sea güevón, hombre, que la única Cámara es la baja. -No, señor, también hay una cámara alta: el Senado. -Ah, si es así, pues entonces sepa que también vi el otro día a otro hijo de doña misiá Hijueputa entrando al Senado. Quitando los de la droga (que son obra del esforzado trabajo de las Farc o del de los paramilitares que nuestro homúnculo hace poco, a la verraca, indultó), ¿cuántos dólares creen que produce Colombia en exportaciones al año? El Perú, cuyo presidente Toledo en ningún momento de su gobierno llegó en las encuestas ni siquiera al diez por ciento de aprobación, el año pasado exportó 18 mil millones de dólares, y ese pobre país, que es una cordillera seca, un yermo hambreado, no tiene ni la mitad de la población de Colombia, que es fértil. Dentro de unos días, antes de entintar el dedo, paisano, averígüese las cifras de exportación de

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Colombia para cualquiera de los cuatro años del gobierno del más grande presidente que hemos tenido en doscientos años y me las compara con las del Perú. Y si no se le cae la cara de la vergüenza, es que usted no tiene. Y si no tiene, entonces sí, vote otra vez por él para que el gran mamón que ya mamó de la Alcaldía de Medellín, la Gobernación de Antioquia y la Presidencia de Colombia siga mamando de ésta otros cuatro años, que según el mejor estilo de su mentor Hugo Chávez se nos multiplicarán por otros cuatro para convertirse en dieciséis. ¡Vote, vote por él para que se siga hastiando la criaturita de leche! Eso sí, le reconozco al homunculito una cosa: que con todo y lo chiquito que es y lo culibajito, él ha sido el único que fue capaz de agarrar a Tirofijo en doscientos años. Conseguido lo cual, ahora se va a seguir con Grannobles, Raúl Reyes y Romaña. Pero claro, apenas lo reelijamos. Entintadores de dedos, votadores, votones, el que compre hoy un carro en Colombia, un televisor, una casetera, sepa que no los está comprando con los dólares que

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produjo el mejor presidente que hemos tenido en doscientos años, sino con los que les mandamos los de la diáspora: nosotros, los verracos, los que alzamos la pata y orinamos billete verde. La otra noche lo vi por televisión en CNN contándole a Patricia Janiot que el Espíritu Santo lo había salvado dos veces de las Farc. ¡Ah paloma cagona! ¿Por qué más bien no nos librás de ése, que hoy por hoy es la gran plaga que tiene Colombia? Él y la clase rapaz que representa, "la clase dirigente". ¿O es que no ves nada desde arriba, paloma güevona? Y después lo volví a ver por CNN pero ahora en la Casa Blanca, dirigiéndose en idioma maicero, montañero a su amo, el mismísimo Bush. -¿Y qué sintió, compadre? -¡Pues orgullo patrio! El hombrecito se empina, aprieta el culito y entona. -¿Y qué dice? -Dice: "Muuuu..." -¡Qué gran hombre! Es el mejor presidente que ha tenido Colombia en doscientos años. -Pero hablemos de nosotros, de usted y yo compadre, de los problemas que nos

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aquejan. ¿Sabe cuál es la última? -No, cuente a ver... -Que me van a meter preso. -¡Pero quién! ¡Y por qué! -No sé, un juez... -¿Hombre o mujer? -No sé, no me acuerdo, con los años ya ando medio debilucho de la memoria. Me manda citatorios por e-mail: que se me presenta el día tal a la hora tal en el sitio tal para que responda por lo que dijo en la revista SoHo. -¿Y qué dije yo en la revista SoHo, señor juez? -Dijo: "¡Viva la revolución matacuras!", lo cual es una instigación al genocidio. -Ah caray, ¿así de grave? ¿Y cuánto da eso de cárcel? -Cinco años. -¿Cinco? ¡Ni puel Putas! Entonces si dije lo que usté dice que dije, retiro lo dicho. Yo no voy a matar a ningún cura, al que voy a matar es al papa. -¿Y él que le respondió, compadre? -Nada, me mandó otro citatorio en otro e-mail: que se me presenta el día tal a la hora tal en el sitio tal para que responda

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por lo que dijo. -¿Y usté qué le contestó? -Le contesté: "Ya voy Toño". -Hizo mal, porque con eso lo único que va a lograr es ganarse la inquina del juez, que le tome tirria y en vez de cinco años de cárcel le recete seis. -¿Usté cree? -¡Claro! Echarse a un juez de enemigo es como tener el cristiano una caranga día y noche picándole el chimbo. Usté lo que ha debido hacer es contestarle: "Mándeme entonces, señor juez, el pasaje de ida y vuelta a Colombia desde México y me aloja en el Tequendama, que es donde el señor presidente alojó tres noches al guerrillero arrepentido de las Farc". -¿De veras? ¿Eso hizo ese minusculino? ¿Tres noches en un hotel de cuatro estrellas por andar asesinando? ¡Ah gran bellaco! Yo no voy a matar a ningún curita porque es a los que más les tengo compasión. Ellos son las primeras víctimas de la Gran Puta de Roma. Pero dejame, juececillo, que agarre al inquisidor Ratzinger, el ex jefe del Santo Oficio, y vas a ver. Vas a

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ver, vas a ver, vas a ver cómo le retuerzo el pescuezo a ese Torquemada. El asunto de SoHo va así: una chica hermosa pero pobre que no tenía ni ropa, para ganarse unos pesitos con qué poderse vestir tuvo que cargar desnuda una pesada cruz, cayendo y parándose, cayendo y parándose como Cristo sin Viagra, y por doce estaciones. Voilà tout. Y eso es todo, por eso nos quieren crucificar como a Cristo: por nuestra bienintencionada obra de caridad de darle de vestir al desnudo. ¡Ah, compadre, qué mal anda el mundo y nuestro pobre país! En Colombia los tres poderes compiten en vileza a ver cuál es el más ruin, y empatan y ganan juntos. ¡Ay, dizque el poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial! Dizque el señor juez, la señora juez, el señor presidente, el Honorable Congreso... -Señorita, ¿está el señor ministro? -No, él está en junta. ¡Con quién se andará juntando el hideputa! Juro por Dios que no existe que no sé ni cómo te llamas, señor juez. Ni siquiera sé si eres hombre o mujer. No quiero ensuciarme con tu nombre el alma. Lo que

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sí te quiero decir desde esta columna libre mal que te pese es que ¿por qué mejor no cogés oficio y te vas a agarrar a Tirofijo, a Raúl Reyes, a Grannobles, a Romaña? ¿O a los miles de paramilitares genocidas que el homúnculo indultó y a los que el DAS les borró el pasado judicial para que no hubiera forma de extraditarlos a los Estados Unidos como traficantes de coca? ¡Con que incitación al genocidio! ¡Ah malnacido, cabrón!

El monstruo del bicefalo

(discurso) hecho por

Fernando Vallejo en

comfama (Medellin)

El presente es el discurso de inauguración del Primer Congreso de Escritores Colombianos, pronunciado el 30 de septiembre de 1998 en el auditorio de Comfama, en Medellín, ante el vicepresidente de la república, Gustavo Bell.

Señor vicepresidente, señora directora de Comfama, amigos escritores:

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Que cada quien hable por sí mismo, en nombre propio, y diga lo que tenga que decir que el hombre nace solo y se muere solo y para eso estamos en Colombia donde por lo menos, en medio de este desastre, somos libres de irnos y volver cuando queramos, y de decir y escribir y opinar lo que queramos, así después nos maten. ¡Y qué importa! Una libertad de semejante magnitud no tiene precio. En uso de esa libertad espléndida que me confiere Colombia, que a nadie calla, me dirijo a ustedes esta noche aprovechando que todavía estoy vivo. ¡Y que se callen los muertos! Con eso de que cualquier vida humana aquí no vale más que unos cuantos pesos, los que cuesta un sicario... ¡Y adivinen quién lo contrató! Esa es la ventaja de vivir en Colombia, de morir en Colombia, que uno se va tranquilo sin saber de dónde vino la bala, si de la derecha o de la izquierda, y así, ignorante el difuntico del causante de

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su muerte, sin resentimientos ni rencores, se queda por los siglos de los siglos en la infinita eternidad de Dios. Pero una cosa por lo menos para mí sí está muy clara, pese a lo turbias que parecen que están aquí las aguas: que hoy por hoy el signo de Colombia es la impunidad, que se le viene a sumar al de la infamia. ¿Cuál infamia? La de siempre, la ignominada, la que todos padecemos pero que nadie señala como si nadie la viera porque fuera invisible, y la que nadie nombra como si no tuviera nombre. Y sin embargo sí lo tiene y sí se ve. Es cuestión de querer nombrarla y verla. Es de ella de la que voy a hablar aquí, y para empezar les diré que tiene la duración de nuestra historia, la historia de Colombia. Ya va para doscientos años que nació esto, un día en que se quebró un florero. ¿Lo quebraron los criollos? ¿Lo quebraron los peninsulares? Unos y otros lo quebraron puesto que eran

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unos mismos: tinterillos de corazón en busca de puesto. Acto seguido les declaramos la guerra de independencia y se la ganamos. ¿Pero independencia de qué? ¿De quién? ¿Por qué? ¿De España? España era eso: los tinterillos, las estampillas, el papel sellado. Pues los tinterillos con sus estampillas y su papel sellado han pesado desde entonces sobre nosotros y se han parrandeado nuestro destino. Nosotros lo hemos permitido, nosotros les hemos dejado hacer, la culpa es nuestra. ¡Cuánta tinta no ha corrido por este país en esos doscientos años en constituciones y plebiscitos, en ordenanzas y decretos y leyes! Casi tanta como sangre. ¿Y para qué? ¿Para estar en donde estamos? Me salto las guerras civiles para llegar de carrera al presente. Me salto las muchas del siglo pasado y la de comienzos de éste, pero no la de mediados de éste porque de esa a mí

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me tocó saber de niño, la guerra no declarada en el campo entre conservadores y liberales, la del machete; un machete de doble filo, por un lado conservador y por el otro liberal, pero solo y único, cortador de cabezas. ¿Y cuándo va a llegar la hora en que las palabras «conservador» y «liberal» se entiendan aquí como lo que son, los nombres de la infamia? ¿Habrá que esperar a los historiadores del año tres mil para que la etiqueta de la infamia se la pongan ellos a quienes se la ganaron? ¿O seremos capaces de ponérsela de una vez nosotros? Y para que no digan que soy un calumniador y que les estoy poniendo a quienes no debo los calificativos que no debo, y que en un congreso de escritores, y justamente el primero que se celebra en Colombia, estoy usando mal las palabras, les voy a recordar unos nombres: El Dovio, Fresno, Irra, Salento, Armero, La Línea, Letras, Icononzo, Supía, Anserma, Cajamarca,

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El Águila, Falan. El genocidio de El Dovio, el genocidio de Fresno, el genocidio de Irra, el genocidio de Salento, el genocidio de Armero, el genocidio de La Línea, el genocidio de Letras, el genocidio de Icononzo, el genocidio de Supía, el genocidio de Anserma, el genocidio de Cajamarca, el genocidio de El Águila, el genocidio de Falan, ¿qué? ¿Nunca ocurrieron? Centenares de campesinos decapitados, extendidos en fila por el suelo con las cabezas asignadas por manos caritativas a los cuerpos a la buena de Dios. ¡Qué! ¿Colombia ya los olvidó? ¿Es que con tanto muerto le entró el mal de la desmemoria y se le borró la historia? A mí no. Pues esos genocidios se cometieron en nombre de los principios irrenunciables del gran partido conservador o de los principios irrenunciables del gran partido liberal, según fuera la filiación de los asesinos y del pueblo de los muertos. Poquito después los dos partidos se pusieron

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de acuerdo, crearon el Frente Nacional y se repartieron los puestos. ¿Y los muertos qué? ¿Y los principios qué? ¿No dizque eran irrenunciables? Si eso no es infamia, entonces yo no sé qué quieren decir aquí las palabras. Y sin embargo seguimos eligiendo para los puestos públicos a quienes se siguen llamando, o se dejan llamar cuando les conviene, conservadores o liberales. O son o no son. Si no son, díganlo y renieguen del nombre. Pero si lo son, carguen con la responsabilidad de lo que es hoy Colombia y con la etiqueta que se merecen de infames. Todo lo regularon, todo lo legislaron, todo lo gravaron. No se movía aquí una hoja de árbol sin que pagara un impuesto o la controlara una ley. Hubo aquí un impuesto de ausentismo para los colombianos que vivíamos afuera, y un impuesto de soltería para los que no teníamos hijos. ¿Ausentismo el de los millones de colombianos que vivíamos

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en los Estados Unidos, en México, en Venezuela, regados por el mundo, donde fuera, porque aquí nos cerraron todas las puertas? ¿Y soltería donde la gente se reproduce como animales y ya no cabemos? Los animales los matamos, los bosques los tumbamos, los ríos los secamos, y los que aún corren los volvimos cloacas. Cuando yo me fui, hace años, muchos años, me llevé en la memoria al Cauca, el río de mi niñez. Se fue conmigo ese río caudaloso, torrentoso, sonándome en el corazón sus queridas aguas. Un día, en uno de mis regresos, lo volví a ver: era una quebrada sucia. Yo no soy vocero de nadie ni hablo por nadie, pero en estos instantes siento como si hablara a nombre de esos millones que se fueron de Colombia sin querer, porque yo también me fui, porque yo soy uno de ellos. Yo nunca me he querido ir. Yo no tengo más patria que ésta. ¡Impuesto de ausentismo como si la ausencia

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forzada fuera una traición! ¡E impuesto de soltería como si casarse para imponer la vida fuera una obligación! ¿No será al revés, crimen lo que creen mérito? Quitar la vida incluso, lo cual va contra el quinto mandamiento, es un delito menor. Imponer la vida es el crimen máximo, así para ese no haya mandamiento que lo prohíba. Aquí todo el mundo se rasga las vestiduras por los treinta mil asesinados de Colombia al año con los que nos hemos convertido, y desde hace mucho, en el país más asesino de la tierra. ¿Y quién levanta su voz por los quinientos mil o un millón de niños que sin haberlo pedido nacen en el país cada año? ¿La Iglesia? ¿La Iglesia que es la que los va a sostener? La Iglesia no sostiene a nadie, ella está para que la sostengan. ¿Y dónde van a vivir? ¿Y qué van a comer? Vivirán en las comunas de Medellín que son una

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delicia, y comerán maná del cielo que les lloverá la Divina Providencia. Ni el partido conservador ni el partido liberal ni la Iglesia, que aquí son los dueños de la voz, han hablado nunca por ellos. Por eso de los dos millones que éramos al comenzar este siglo ya somos cuarenta y no nos toleramos porque no cabemos. Pero estábamos en la proliferación de impuestos. ¡Cómo así que un impuesto de guerra! ¿No se ha venido pues gastando siempre el Ejército una parte enorme del presupuesto nacional? ¿Todo ese dinero qué se hace, qué se hizo, a qué saco roto ha ido a dar? Como el impuesto de guerra lo que nos resultó fue el impuesto de la derrota, ahora estrenamos gobierno con el impuesto de la paz. ¿La paz un impuesto? O sea, como quien dice, que aquí pagamos porque estamos vivos y pagamos porque estamos muertos. Un

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Estado que no es capaz de protegerle la vida a nadie no tiene derecho a cobrar impuestos. Ni de paz ni de guerra ni de nada. Eso es una inmoralidad. Poniendo una tras otra las leyes y constituciones que aquí se han expedido desde el Congreso «admirable», le podemos dar la vuelta a esta galaxia. La más reciente Constitución le cambió el nombre a la capital y se lo volvió al del comienzo, Santafé de Bogotá, que era el que tenía hace ciento ochenta años, cuando lo del florero. Así que aquí avanzamos retrocediendo como el cangrejo. No faltará otro presidente genial que convoque otro Congreso admirable que nos expida otra Constitución admirable que le vuelva a cambiar el nombre a esa ciudad por el que tenía cuando nacimos, el de la simple Bogotá. Ya dirán que es lo más conveniente para el correo. Sigan brillando, genios nuestros de la

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administración y de las leyes, que mientras más brillen ustedes nosotros más nos apagamos. ¡Y el actual Congreso! No éste de esta noche de esta sala sino el otro, el honorable. El espectáculo que nos ha venido dando durante estos últimos años el honorable, ¿no les hace pensar a ustedes, amigos escritores, que estamos usando muy mal el idioma? Yo tenía entendido que «honorable» significaba «gente de bien» y no lo contrario. Entonces una de dos: o la palabra «honorable» pasa en adelante a designar lo opuesto a lo que designaba cuando yo nací y así se lo notificaremos a la Real Academia Española de la Lengua para que tome nota, o se la quitamos al Congreso de Colombia. Yo le propongo a este Primer Congreso de Escritores Colombianos aquí reunidos que al Honorable Congreso de la República de Colombia le quitemos el «honorable»: primero para aligerarlos

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de arandelas; y segundo para que tratemos de salvar aunque sea, en medio de esta catástrofe, el idioma, de suerte que si nos vamos a seguir matando por lo menos nos entendamos y nos podamos decir por qué. En la confusión los linderos de las palabras se nos han borrado y ya estamos en plena torre de Babel. Ya no sabemos dónde está la decencia y dónde la delincuencia. Ya no distinguimos a la víctima del victimario. Se nos enloqueció la semántica. La brecha inmensa que se ha abierto entre los colombianos en estos dos siglos que van corridos desde el florero no es entre ricos y pobres como dicen muchos. Pobres siempre ha habido y siempre habrá, y mientras más se reproduzcan más. La brecha, la brecha injusta, la brecha inmensa es entre gobernantes y gobernados, entre funcionarios y ciudadanos. Aquí no hay servidores públicos. Esos son cuentos. Lo que hay es aprovechadores públicos

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que se reparten y parrandean los puestos. Se los pasan de padres a hijos, de amigos a amigos, de compinches a hermanos: las alcaldías, las gobernaciones, los ministerios, la presidencia. Ellos son los que dicen, ellos son los que hablan, ellos son los que gesticulan; nosotros los que los oímos y los vemos y los padecemos. Ellos son los protagonistas de la Historia; nosotros los comparsas de su gloria. En ellos están puestos los reflectores; nosotros estamos en la sombra. Ellos son los que suben; nosotros los que bajamos. Ellos son los que cobran; nosotros los que pagamos, los que pagamos los impuestos y los platos rotos de su fiesta. Dueños ellos y señores de las primeras planas, nosotros saldremos en la página roja. Ellos van, vienen, funcionan, y mientras más van y vienen y funcionan, con sus patas enormes de elefante ciego más nos atropellan. Nosotros somos los servidores y ellos son los señores.

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Ellos trocaron los papeles. La sirvienta se nos convirtió en la dueña de la casa. Todos los caminos nos los bloquearon, todas las puertas nos las cerraron, en todo se metieron y lo que estaba bien lo dañaron y lo que estaba mal lo empeoraron. Para nada sirven pero en todo están: en la salud, en la economía, en el transporte, en la educación. Hasta convocan congresos de escritores y nos ceden un ratico la palabra. Muchas gracias y aprovechemos y sigamos que el tiempo se nos va a acabar. Y ya piensan gravar a la industria editorial. La van a quebrar. También la van a quebrar. ¿Y quién nos va a editar los libros? Siempre se las arreglan para conciliar los contrarios. Y así son pero no son y están pero no están; quitan para poner y ponen para quitar. Hoy crean un ministerio de cultura, mañana lo quieren quitar, pasado mañana volverlo a poner. Políticos de Colombia, o sea

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burócratas, camarillas del partido conservador y liberal: No más trabas, no más leyes, no más cambios, no más impuestos. No declaren más en los noticieros. Desaparezcan, bórrense, ¡déjennos respirar! Al monstruo bicéfalo liberal-conservador últimamente le salieron otras cabezas: la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico. Y así tenemos hoy pesando sobre Colombia a la hidra de cinco cabezas. Si bien las viejas produjeron a las nuevas y hacen parte de un solo animal, las cabezas no se hablan ni se ven ni se quieren reconocer. Temen verse en el espejo. Aunque a ratos cambian de opinión y sí se miran y se ven y se reconocen y arman híbridos de cabezas. Entonces nos nacen el Frente Nacional y la narcoguerrilla. En estos días dos de las cabezas resolvieron hablarse y reconocerse y andan en diálogos de paz. Por eso el impuesto de la paz. ¿Y el de la guerra entonces qué?

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¿Contra quién era la guerra? ¡Era una guerra entre cabezas! ¡Y yo que de malpensado en México pensé que era contra Venezuela! Para ser equitativo con las cabezas pero sin abusar más de su paciencia, les voy a leer una última paginita. Aquí, en esta tierra mía de Antioquia, en las montañas del municipio de Envigado, el capo de los capos, difunto ya y cuyo nombre todos conocemos, al viceministro de no sé qué de un presidentico reciente y genial (el que con estas avenidas tan amplias que él nos construyó abrió la importación de carros y nos embotelló a Colombia), lo tomó preso y lo arrodilló en su catedral y lo puso a oír misa. Yo estaba aquí y vi el show por televisión, muerto de risa y de vergüenza. Al Estado colombiano mi paisano capo cuando quiso lo compró y cuando quiso lo humilló y cuando quiso lo mató. ¡Descanse en paz el pobre, gran contratador de sicarios!

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En fin, los bandoleros, que por cuestiones de semántica hoy se llaman guerrilleros. ¡Cuánto petróleo no han regado, cuánta sangre no han derramado! ¡Cuánto boleteado, cuánto desplazado, cuánto secuestrado, cuánto asesinado por ellos! Con sus chantajes, con sus cultivos de coca, con sus secuestros, ya tienen dizque de todo: armas modernas, cuentas en Suiza, sofisticados equipos de comunicación. Yo no sé, no los conozco. A mí todavía no me han secuestrado, para quitarme estas regalías enormes que me pagan en Planeta y Alfaguara. Pero lo que sí sé es que también tienen, tienen, tienen «ideólogos». Como el partido comunista de Cuba, vaya, o como tenían antaño aquí el partido liberal y el conservador. ¿Y quiénes serán, qué harán estos señores «ideólogos» del E Ele Ene y de las Farc? Ah yo no sé, no sé qué harán. Serán los que idean los chantajes, los secuestros, y qué tramo

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del oleoducto hay que volar o a qué sicario hay que contratar para que mate a fulanito de tal. ¿Y habrá posibilidad de negociar con estos «ideólogos», o será pura ilusión, espejismo? ¡No, qué va! Sí se puede negociar, por supuesto. ¿Y cómo? Denles puestos. Repártanse con ellos los puestos, según la fórmula ya probada y requeteprobada del Frente Nacional. Por sus «ideologías», sus convicciones, no se preocupen, que son tan sólidas e inconmovibles como los principios del gran partido conservador y liberal. Pero dejemos esto que ya parezco Torquemada y éste es un Congreso de Escritores, y no la quema de brujas de la Santa Inquisición. Amigos escritores: Colombia para la literatura es un país fantástico, no hay otro igual. En medio de su dolor y su tragedia Colombia es alucinante, deslumbrante, única. Por ello existo, por ella soy escritor. Porque Colombia con sus ambiciones, con sus ilusiones, con sus sueños, con sus

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locuras, con sus desmesuras me encendió el alma y me empujó a escribir. Ella prendió en mí la chispa, y cuando me fui, la chispa se vino conmigo encendida y me ha acompañado a todas partes, adonde he ido. Por eso yo no necesito inventar pueblos ficticios, y así pongo siempre en todo lo que escribo, siempre, siempre, siempre: «Bogotá», «Colombia», «Medellín». ¡Cómo no la voy a querer si por ella yo soy yo y no un coco vacío! ¡Qué aburrición nacer en Suiza! ¡Qué bueno que nací aquí!

El gran

diálogo del Quijote Por:

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FERNANDO VALLEJO

A cuatrocientos años de su publicación el Quijote sigue asombrándonos con sus riquezas y complejidades sin que alcancemos a desentrañar todavía su significado profundo. Tres veces lo he leído, en tres épocas muy distintas de mi vida, y las tres con la misma mezcla de asombro y devoción y riéndome a las carcajadas como si alguien me hubiera soltado la cuerda de la risa. Como la primera vez que lo leí era un niño y la última fue hace poco, o sea de viejo, esas carcajadas me dicen que sigo siendo el mismo, tan igual a mí mismo como es igual a sí misma una

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piedra, y que por lo menos en este mundo cambiante y de traidores que me tocó vivir jamás me he traicionado, y así me voy a morir en la impenitencia final, y no como don Quijote renegando de su esencia y abominando de los libros de caballería. Yo no: me moriré maldiciendo al papa, a Cristo, a Moisés, a Mahoma, a la Iglesia católica, a la protestante, a la religión musulmana, y bendiciendo a Nuestro Señor Satanás el Diablo, con quien mantengo en español un diálogo cordial permanente. Y es que aunque ando con pasaporte colombiano por los aeropuertos de este mundo en esencia soy español pues pienso en español, sueño en español, hablo en español, blasfemo en español y me voy a morir en español, en la impenitencia final concebida en palabras españolas, tras de lo cual caeré en picada rumbo a los profundos infiernos como la piedra que les digo a continuar allá en español el diálogo que les digo con el que les

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digo. Mientras tanto, y entrando en materia, ¿qué era lo que le pasaba a don Quijote? Hombre, que se le botó la canica, como a Hitler, como a Castro, como a Wojtyla, y le empezaron a soplar vientos alucinados de grandeza en los aposentos de la cabeza. Y sin embargo don Quijote no fue un ser de carne y hueso: es una ficción literaria de un gentilhombre español que lo llevaba adentro y que ya al final de su desventurada vida de desastres lo logró pasar al papel apresándolo en palabras castellanas, un escritor del Siglo de Oro muy descuidado que no ponía comas, ni puntos y comas, ni dos puntos, ni tildes, ni nada, y que los ocho puntos que puso en su vida los puso mal, donde sobraban o en lugar de comas, pero que tenía el alma grande: Miguel de Cervantes Saavedra, quien en una página ponía mismo y en otra mesmo, en una dozientas y en otra duzientas, y no le importaba. Andrés le

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dijo a don Quijote que el labrador le debía "nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello". Nueve multiplicado por siete da sesenta y tres y no setenta y tres. ¿Quién hizo mal la cuenta? ¿Don Quijote? ¿O Cervantes? ¿O fue una errata? Sabrá el Diablo, mi compadre. Esos embrollos de Cervantes y esas cuentas de don Quijote me recuerdan la máquina de escribir de mi abuelo, en la que escribía sus memoriales, los interminables memoriales de un pleito que arrastró treinta años del juzgado al tribunal y del tribunal a la corte, hasta que se lo falló, por fin, la muerte, pero no en la Corte Suprema de Justicia de Colombia, que está tan en bancarrota como el resto del país, sino en la celestial. Le fallaron en contra. Y pese a lo bueno que fue lo mandaron a los

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infiernos porque vivió esclavo del terrible pecado de la terquedad. De niño, en un ataque de ira, atravesó una pared de bahareque a cabezazos. Era una terquedad ciega y sorda, que no oía razones, y su máquina una Rémington vieja y destartalada, de teclas desajustadas y con las letras sucias, que jamás limpió. "Abuelito -le decía yo-, ¿por qué no limpiás esas letras, que la a parece e y la o parece ene?" "No -decía-, así enredan más". ¡Cómo quieren que ande yo de la cabeza! Y pensar que el nieto de ese señor es el que les va a explicar en seguida el Quijote. Hombre, eso, como diría don Quijote, es "pensar en lo excusado". En fin, a la mano de Dios. "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..." Así empieza nuestro libro sagrado, con el "no quiero" más famoso que haya dicho un español en los mil años bien contados que lleva de existencia España. Y vaya, que es decir, pues

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para empecinados los españoles, que le hubieran podido dar lecciones a mi abuelo. ¿Y por qué no quiere acordarse Cervantes del nombre del lugar de la Mancha? Porque no se le da la gana. No quiere y punto. España no necesita razones. ¡Ah, cómo me gusta ese "no quiero", cómo lo quiero! En él me reconozco y reconforto, yo que sólo he hecho lo que he querido y nunca lo que no he querido. Entro a un bar de Madrid y entre tanto señor que grita y fuma pido a gritos con voz firme, sacando fuerzas de flaqueza: "¡Un whisky, camarero!". "Tómese mejor una caña fría que está haciendo mucho calor", me recomienda el necio. "No quiero ninguna caña, ni fría ni caliente, quiero un whisky, y si no me lo sirve ya, me lo voy a tomar a otro bar, a Andalucía". "Váyase mejor a Ávila de la santa que es más fresca", me contesta el maldito. Entonces, para darle una lección al maldito, tomo un tren de la Renfe y me voy a Andalucía a tomarme

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un whisky en el primer bar que encuentro. Así somos: queremos cuando queremos, y cuando no queremos no queremos. España es una terquedad empecinada. Por eso descubrió a América y la colonizó y la evangelizó y la soliviantó y la independizó y nos la volvió una colcha católica de retazos de paisitos leguleyos. La hazaña le costó su caída de la que apenas ahora, cuatrocientos años después, se está levantando, aunque a costa de sí misma. Hoy España no es más que una mansa oveja en el rebaño de la Unión Europea. ¡Pobre! La compadezco. Lo peor que le puede pasar al que es es dejar de ser. Pero volvamos al "no quiero" a ver si por la punta del hilo desenredamos el ovillo y le descubrimos al Quijote la clave del milagro, su secreto. Parodia de lo que se le atraviese, el Quijote se burla de todo y cuanto toca lo vuelve motivo de irrisión: las novelas de

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caballerías y las pastoriles, el lenguaje jurídico y el eclesiástico, la Santa Hermandad y el Santo Oficio, los escritores italianos y los grecolatinos, la mitología y la historia, los bachilleres y los médicos, los versos y la prosa... Y para terminar pero en primer lugar y ante todo, se burla de sí mismo y del género de la novela de tercera persona a la que aparentemente pertenece y del narrador omnisciente, ese pobre hijo de vecino inflado a más, como Dostoievsky, que pretende que lo sabe todo y lo ve todo y nos repite diálogos enteros como si los hubiera grabado con grabadora y nos cuenta, con palabras claras, cuanto pasa por la confusa cabeza de Raskolnikof como si estuviera metido en ella o dispusiera de un lector de pensamientos, o como si fuera ubicuo y omnisciente como Dios. Y no. No existe el lector de pensamientos, ni Dios tampoco. El Diablo sí, mi compadre, a quien he olido, tocado y visto: olido con estas

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narices, tocado con estos dedos y visto con estos ojos. ¡Al diablo con Dostoievsky, Balzac, Flaubert, Eça de Queiroz, Julio Verne, Cronin, Zola, Blasco Ibáñez y todos, todos, todos los narradores omniscientes de todas las dañinas novelas de tercera persona que tanto mal les han hecho a los zafios llenándoles de humo los aposentos vacíos de sus cabezas! ¡Novelitas de tercera persona a mí, narradorcitos omniscientes! ¡Majaderos, mentecatos, necios! ¿Y el Quijote qué? ¿No es pues también una novela de tercera persona de narrador omnisciente? ¡Pero por Dios! ¡Cómo va a ser una novela de tercera persona una que empieza con "no quiero"! Lo que es es una maravilla. En el Quijote nada es lo que parece: una venta es un castillo, un rebaño es un ejército, unas odres de vino son unas cabezas de gigante, unas mozas del partido o rameras (que con perdón así se llaman) son unas princesas, y

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una novela de tercera persona es de primera. ¡Que si qué! Treinta veces cuando menos en el curso de su libro, en una forma u otra, Cervantes nos va refrendando el "no quiero" del comienzo para que no nos llamemos a engaño y no lo vayamos a confundir con los novelistas del común que vinieran luego, a él que es único, y nos vayamos con la finta (como dicen en México) de que lo que él cuenta fue verdad y ocurrió en la realidad y existió de veras el hidalgo de la Mancha. Y así, en el segundo capítulo, vuelve al asunto del yo: "Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aquel día, y al anochecer su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre", etc. ¿No es esto una obvia tomadura de pelo? ¿Si don Quijote va

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solo, cómo pudieron saber los que escribieron los anales de la Mancha qué le pasó aquel día? Ya en la página anterior nos había dicho: "Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo y diciendo: -¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera?", etc. Pues el sabio es él, Cervantes, que es quien está inventando esos hechos y esos pensamientos, y puesto que el personaje es nuestro, ya que acaba de decir "nuestro flamante caballero", nosotros también los estamos inventando con él. Jamás Dostoievsky, Balzac, Flaubert y demás embaucadores de tercera persona tendrían la generosidad y la amplitud de alma para hacernos coautores de sus libros porque ellos se creen Dios

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Padre y que están metidos hasta en el corazón del átomo. Cervantes no, Cervantes no se cree nadie y está jugando. El yo que está implícito en el "no quiero" del primer capítulo y explícito en el "lo que yo he podido averiguar" del segundo, reaparece en el noveno: "Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles", etc. Y al muchacho que dice le compra los cartapacios, que resultan ser la Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. En adelante Cervantes seguirá alternando entre el yo implícito o explícito que ya conocemos y el Cide Hamete Benengeli que ha inventado para recordarnos que él y el historiador arábigo y don Quijote y todo lo que llena su libro son mera ilusión. ¿Y qué

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es la realidad, pregunto yo, sino mera ilusión? ¿O me van a discutir ahora que Colombia no un sueño de basuco? Las ventas no son ventas y las rameras no son rameras. Las ventas son castillos y las rameras son princesas, y todo es humo que llena los aposentos vacíos de la cabeza. ¿Y si el Quijote no es una novela de tercera persona, qué es entonces, cómo lo podemos describir aunque sea por fuera? Es un diálogo. Un gran diálogo entre don Quijote y Sancho con la intervención ocasional de muchos otros interlocutores, y con Cervantes detrás de ellos de amanuense o escribano, anotando y explicando. Hojeen el libro y verán. Ahí todo el tiempo están hablando, conversando, en pláticas. Y de repente, "estando en estas pláticas", aparece gente por el camino y don Quijote les cierra el paso: "Deteneos, caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué

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es lo que en aquellas andas lleváis". Eso, o cosa parecida, dice siempre, y siempre le contestan que llevan prisa y que no se pueden detener a contestarle tanta pregunta. "Sed más bien criado -replica entonces don Quijote- y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla". ¡Y se le suelta el resorte de la ira! Las escenas de acción del Quijote (don Quijote acometiendo los molinos de viento o las odres de vino o el rebaño de ovejas o liberando a los galeotes), que son las que ilustró Doré, ocupan una veintena de páginas, y el libro tiene mil. De esas mil, otras doscientas las ocupan las novelas incorporadas, ¿y qué es el resto? Son conversaciones, pláticas. Y he aquí la razón de ser de Sancho Panza y la explicación de la primera de las tres salidas de don Quijote, que fue una salida en falso. Don Quijote sale solo y una veintena de páginas después Cervantes lo hace regresar. ¿A qué? ¿Por dinero, unas

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camisas limpias y un escudero que se le olvidaron, según dice? No, lo que se le olvidó fue algo más que el dinero, las camisas y el escudero, se le olvidó el interlocutor, y sin interlocutor no hay Quijote. Eso lo sintió muy bien Cervantes cuando escribía las primeras páginas, que el libro que tenía en el alma era un diálogo y no una simple serie de episodios como los del Lazarillo o del Guzmán de Alfarache, quienes van solos de aventura en aventura, sin interlocutor. Ésta es la diferencia fundamental entre el Quijote y las novelas picarescas. Un escritor de hoy (de los que creen que escriben para la eternidad) borra esas primeras veinte páginas y empieza el libro de nuevo haciendo salir a don Quijote acompañado por Sancho desde el comienzo. Pero un escritor del Siglo de Oro no, y menos Cervantes a quien le daba lo mismo mismo y mesmo. ¡Qué iba a borrar nada! ¡Si ni siquiera releía lo que había escrito! Y cuando

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acabada de salir la primera edición del Quijote sus malquerientes le hicieron ver las inconsecuencias del robo del rucio de Sancho, que aparece y desaparece sin que se sepa por qué, y se vio obligado a escribir, para la primera reimpresión, un pasaje que aclarara el asunto y enmendara el defecto, lo puso mal, en el sitio en que no era, y el remedio resultó peor que la enfermedad. ¡Pero cuál defecto! Estoy hablando con muy desconcertadas razones. El Quijote no tiene defectos: los defectos en él se vuelven cualidades. ¿Cómo va a ser un defecto, por ejemplo, la prosa desmañada de Cervantes, la del escribano que va detrás de don Quijote y Sancho anotando lo que dicen y explicando lo que les pasa? Todo lo que dice don Quijote es maravilloso, todos sus parlamentos y réplicas, largas o cortas, y sus insultos, sus consejos, sus arengas, todo, todo. Si la prosa de Cervantes también lo fuera,

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las palabras de don Quijote serían opacadas por ella o cuando menos contrarrestadas. No es concebible el Quijote narrado en la prosa de Azorín o de Mujica Láinez. Azorín y Mujica Láinez son grandes prosistas, pero no grandes escritores. El gran escritor es Cervantes. Inmenso. Y su instinto literario, certero como pocos, le indicaba que la única forma posible de intervenir él era en una prosa deslucida y torpe, la cual, dicho sea de paso, no le costaba gran trabajo pues no sólo era mal poeta sino mal prosista. Y descuidado y desidioso e ingenuo. ¿No se les hace una ingenuidad que a cada momento nos esté repitiendo que don Quijote está loco y cacareándonos, en una forma u otra, su locura? Un ejemplo: "Esos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase". Otro ejemplo: "Con éstos iba ensartando

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otros disparates". Otro más: "El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped". Otro: "y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua". Me niego a aceptar que Cervantes trate a don Quijote de loco. El loco es él que se hizo dar un arcabuzazo en la mano izquierda en la batalla de Lepanto y le quedó anquilosada. A mí a don Quijote no me lo toca nadie. Ni Cervantes. Don Quijote es el personaje más contundente de la literatura universal, ¿y saben por qué? Porque es el que habla más. Y el que habla más es el que tiene más peso. Para eso le puso Cervantes a su lado a Sancho, para que pudiera hablar y Sancho a su vez le devolviera sus palabras cambiadas, como las cambia el eco. A mí que no me vengan con Hamlet, ni con Raskolnikof, ni con Madame Bovary, ni con el père Goriot. Ésos son alebrijes

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de papel maché de los que hacen en México. O espantajos de paja o alfeñiques de azúcar. Al lado de don Quijote, Hamlet y compañía no llegan ni a la sombra de una sombra. Cierro los ojos y veo a don Quijote con su lanza, su adarga y su baciyelmo. Los vuelvo a cerrar para ver a Hamlet y no lo veo. ¿Cómo será el príncipe de Dinamarca? No sé. Presto entonces atención y oigo a don Quijote: "Pues voto a tal, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llaméis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas". Y oigan esta otra maravilla: "Eso me semeja -respondió el cabrero- a lo que se lee en los libros de caballeros andantes, que hacían todo eso que de este hombre vuestra merced dice, puesto que para mí tengo o que vuestra merced se burla o que este gentilhombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza". Entonces el gentilhombre, que es nadie más y

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nadie menos que don Quijote, le contesta: "Sois un grandísimo bellaco, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió". ¡Eso es hablar, eso es existir, eso es ser! ¡Ay, "to be or not to be, that is the question"! ¡Qué frasecita más mariconcita! ¿Hamlecitos a mí? ¿A mí Hamlecitos, y a tales horas? "¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro!" Ese "luego luego" que dijo don Quijote apremiando al carretero para que le abriera las jaulas de los leones me llega muy al corazón porque aunque ya murió en Colombia todavía lo sigo oyendo en México. Lo que sí no he logrado ver, en cambio, en México, es leones. Vivos, quiero decir, para que me los suelten. Tenía mi abuelo, el de la máquina de las aes y las ees, un amigo de su edad, don Alfonso Mejía, hombre caritativo y bondadoso que se la pasaba citando

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historias edificantes y vidas de santos y rezando novenas. Mayor pulcritud de lenguaje y alma, imposible. Solterón, se había hecho cargo de tres sobrinas quedadas, y vivían enfrente de la finca Santa Anita de mi abuelo, en otra finca, cruzando la carretera. Pues he aquí que un día, como a don Quijote, se le botó la canica. Y el pulcro, el ejemplar, el bien hablado de don Alfonso Mejía el bueno, el de alma limpia, mandó a Dios al diablo y estalló en maldiciones. Una vez lo oí gritándole desde el corredor de su casa a una mujercita humilde embarazada que venía con otra por la carretera: "¿A dónde vas, puta, con esa barriga, quién te preñó? Decí a ver, decí a ver, ¿qué llevás ahí adentro? ¿El hijo patizambo de Satanás? ¡Ramera!". Lo que siempre he dicho, éste es el mejor idioma para esta raza que nunca ha estado muy bien de la cabeza. Me dicen que el alemán tiene pocos insultos. ¡Pobres! ¿Cómo le harían

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para traducir el Quijote? ¿No pierde mucho vertido a esa lengua atildada y filosófica nuestro cervantino hideputa? O planteado de otra manera: ¿se puede desquiciar en alemán el alma humana? La tercera traducción del Quijote fue al alemán pero la primera había sido al inglés, la de Thomas Shelton, de 1612; y la segunda al francés, de 1614 y de Oudin. Oudin el grande, el gramático, a quien admiro y cuya muerte envidio. "Je m'en vais ou je m'en va pour le bien ou pour le mal" se preguntó en su lecho de muerte, y sin alcanzar a resolver este tremendo problema de gramática murió. ¡Qué muerte más hermosa! Así me quiero morir yo, tratando de apresar este idioma rebelde hecho de palabras de viento, y llorando en mi interior por él, por lo que no tiene remedio, por el adefesio en que me lo ha convertido el presidente Fox de México. ¡Pobre lengua española! ¡Haber subido tan alto y haber caído tan bajo y servir hoy

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para rebuznar! En homenaje a César Oudin, primer traductor del Quijote al francés y gramático insigne, y en recuerdo de la Hispanica lingua que un día fue y ya no es, in memoriam, guardemos un minuto de silencio. Antes de Cervantes la novela pretendió siempre que sus ficciones eran verdad y le exigió al lector que las creyera por un acto de fe. Ése fue su gran precepto, la afirmación de su veracidad, así como la tragedia tuvo el suyo, el de la triple unidad de tiempo, espacio y tema. Vino Cervantes e introdujo en el Quijote un nuevo gran principio literario, el principio terrorista del libro que no se toma en serio y cuyo autor honestamente nos dice que lo que nos está contando es invento y no verdad. Lo cual es como negar a Dios en el Vaticano. Por algo pasó Cervantes cinco años cautivo en Argel. De allí volvió graduado de terrorista summa cum laude. Y así el cristiano bañado en musulmán, en el Quijote se

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da a torpedear los cimientos mismos del edificio de la novela, su pretensión de veracidad. Cuatrocientos años después, el polvaderón que levantó todavía no se asienta. ¡Cuáles torres gemelas! Ésas son nubes de antaño disipadas hogaño. Total, la novela no es historia. La novela es invento, falsedad. La historia también, pero con bibliografía. En cuanto a don Quijote, creyente fervoroso en la letra impresa y para quien Amadís de Gaula ha sido tan real como Ruy Díaz de Vivar, las confunde ambas. A él no le cabe en la cabeza que un libro pueda mentir. A mí sí. Para mí todos los libros son mentira: las biografías, las autobiografías, las novelas, las memorias, Suetonio, Tacito, Michelet, Dostoievsky, Flaubert... ¡Ay, dizque "Madame Bovary c'est moi"! ¿Cómo va a ser Flaubert Madame Bovary si él es un hombre y ella una mujer? Michelet miente y Flaubert doblemente miente. Una de

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nuestras grandes ficciones es llamar a nuestra especie Homo sapiens. No. Se debe llamar Homo alalus mendax, hombre que habla mentiroso. La palabra se inventó para mentir, en ella no cabe la verdad. El hombre es un mentiroso nato y la realidad no se puede apresar con palabras, así como un río no se puede agarrar con las manos. El río fluye y se va, y nosotros con él. Libro sobre otros libros, el Quijote no es posible sin la existencia previa de las novelas de caballería. Es literatura sobre la literatura, invento sobre otros inventos, mentira sobre otras mentiras, ficción sobre otras ficciones. Don Quijote sale al camino a imitar a los héroes de los libros de caballería que tan bien conoce, soñando con que un sabio como los que aparecen en ellos algún día escriba uno sobre él narrando sus hazañas. Pues bien, Cervantes el amanuense es el sabio que lo va escribiendo. Sólo que a medida que lo

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va escribiendo y que va inventando a don Quijote lo va negando, como Pedro a Cristo. Entre líneas Cervantes nos repite todo el tiempo: miren lo que dice y hace este loco que me inventé, ¿no se les hace muy gracioso? Pero no vayan a creer que es verdad. Nada de eso. Yo de desocupado estoy inventando, y ustedes de desocupados me están leyendo. Y así no sólo no me quiero acordar del lugar de la Mancha de donde era mi hidalgo, sino que ni siquiera le pongo un nombre cierto: "Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad". Esto dice en la primera página de la Primera Parte. Diez años más tarde y mil páginas después, al final de la

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Segunda Parte, que es de 1615, y a un paso de acabarse definitivamente el libro y de morir don Quijote y un poco después su autor, Cervantes le hace decir a su héroe moribundo: "Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno". Ah, sí, pero al labrador que lo recogió todo maltrecho al final de la primera salida, en las primeras páginas de la Primera Parte, le hizo decir: "Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el Marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana". En qué quedamos: ¿Quijano o Quijada o Quijana o Quesada? "Yo sé quién soy -le responde don Quijote a su vecino Pedro Alonso- y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia y aun todos los

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nueve de la Fama". Con uno así no se puede razonar. Que se llame como le dé la gana. La Segunda Parte del Quijote, cuyo cuarto centenario celebraremos dentro de 10 años si China y Estados Unidos no vuelan esto, lleva a su plena culminación la idea terrorista del libro en burla. Sabemos que quien se esconde tras el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda, vecino de Tordesillas, se le adelantó a Cervantes en unos meses escribiendo la Segunda Parte que conocemos como el Quijote apócrifo, o sea, el que no ha sido inspirado divinamente, como sí lo fue el auténtico. Porque que Dios le dictó las dos partes del Quijote auténtico a Cervantes, eso sí no tiene vuelta de hoja: es agua clara, aire límpido, cristal puro y transparente. Lo que no sabemos en cambio es para qué le dictó Dios a Cervantes semejante libro. ¿Para dar al traste con la vanidosa ficción novelesca? Pues si así fue, en

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la Segunda Parte Cervantes superó la inspiración que le dio Dios en la Primera. ¿Y saben con la ayuda de quién esta vez? De Avellaneda, nadie menos. Del impostor a quien Cervantes vuelve su instrumento y de cuyo libro apócrifo se apodera para volverlo papilla en el suyo. En Barcelona, poco antes de su encuentro con el Caballero de la Blanca Luna, quien lo derrotará precipitando el final, don Quijote entra a una imprenta (que no las conoce) con gran curiosidad de saber cómo se imprimen los libros, y pregunta una cosa y la otra y la otra hasta que de repente: "Pasó adelante y vio que asimismo estaban corrigiendo otro libro, y preguntando su título le respondieron que se llamaba la Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, vecino de Tordesillas". ¡Pero cómo! ¿No que ya estábamos en la Segunda Parte? ¿Es posible que estemos viviendo y nos estén

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imprimiendo a la vez? ¡Claro, Gutenberg es milagroso! O mejor dicho, Gutenberg en manos de Cervantes, pues un alemán por sí solo no produce milagros. Por lo demás, como el vecino de Tordesillas no es Cervantes sino Avellaneda, entonces el Quijote que están imprimiendo no es el Quijote, ni el hidalgo don Quijote que está en prensa es el hidalgo don Quijote que está viendo imprimir. ¿Y hay forma de distinguirlos? ¡Claro! Avellaneda es un pobre hijo de vecino y Cervantes un genio. ¿Habráse visto mayor disparte que el de Avellaneda cuando hace meter a don Quijote al manicomio de Toledo? Si don Quijote estuviera loco, en casa de ahorcado no se mienta soga. ¡Y decir que don Quijote es de Argamasilla! ¡Qué ocurrencias las de este majadero! Don Quijote es de un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Poco después del episodio de la imprenta viene el encuentro fulgurante

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de don Quijote con el Caballero de la Blanca Luna quien lo derriba y se va sobre él y poniéndole la lanza contra la visera lo conmina a que acepte las condiciones pactadas antes del duelo, a lo que don Quijote, como hablando desde dentro de una tumba y con voz debilitada y enferma, responde: "Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra". Yo no sé si Dulcinea del Toboso fuera, como decía don Quijote, la más hermosa mujer del mundo, pero lo que sí sé es que ésta es la frase más hermosa del Quijote. En ella cabe toda nuestra fe: vencedora o vencida, España es grande. En un mesón del camino, ya de regreso a casa y rumbo a la muerte, ocurre un encuentro asombroso, de esos que sólo se pueden dar en la realidad

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milagrosa que crea la letra impresa: don Quijote se cruza con don Álvaro Tarfe, que es un personaje muy importante del Quijote apócrifo, y lo convence de que el don Quijote que conoció don Álvaro en ese libro es falso, y que el auténtico es el que tiene enfrente. "A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde de este lugar de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta ahora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquél que vuestra merced conoció". ¡Como si él no estuviera, en el momento en que lo dice, en otra Segunda Parte! Todos andamos siempre en una segunda parte, hasta tanto no se nos acabe el libro y nos entierren o nos cremen. Y don Álvaro le responde: "Eso haré yo de muy buena gana, aunque cause admiración ver dos don Quijotes y dos

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Sanchos a un mismo tiempo tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado". ¡Fantástico! Sólo que en su respuesta don Álvaro implícitamente también se está negando a sí mismo. ¿O qué le asegura que en el momento que habla él es el Álvaro Tarfe auténtico? "Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Álvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes". El que no se niegue a sí mismo en el Quijote no existe. Negarse allí es el precio de existir. ¡Qué más da que fuera venta o castillo! Total, ya no hay ventas ni hay castillos. Todo lo borra Cronos. Hoy construye y

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mañana tumba; hoy une y mañana desune. Pero lo que con más saña le gusta destruir al dueño loco de la Historia son los idiomas. Lanza un ventarrón burletero y barre con sus deleznables palabras. Y luego, para rematar, les ventea encima polvo. Leyendo el Quijote por tercera vez, ahora en la edición de las Academias que acaba de aparecer con notas de Francisco Rico, al llegar a la frase "Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros", como hay una llamada numerada en arrieros, bajo los ojos a las notas de pie de página y encuentro la siguiente explicación: "conductores de animales de carga y viaje". Y algo después, en la frase "Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua...", nueva llamada y abajo la explicación de recua: "grupo de mulas". ¡Pero por Dios! ¡Venirme a explicar a mí qué es

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una recua o un arriero! ¿A a mí que nací en Antioquia que vivió por siglos encerrada entre montañas y que si algo supo del mundo exterior fue por los arrieros, que nos traían las novedades y noticias de afuera, y entre los bultos de sus mercancías, sobre los lomos de las mulas de sus recuas, ejemplares del Quijote? Arrieros eran los que nos arriaban el tiempo, remolón y perezoso entonces, y le decían "¡Arre, arre!" para que se moviera. ¡Ay, carambas, mejor lo hubieran dejado quieto! "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor". Ya nadie sabe que el astillero era la percha en donde se colgaban las armas, ni la adarga un escudo ligero, ni el rocín un caballo de trabajo, y Francisco Rico nos lo tiene que explicar en sus notas. Señores, les pronostico que en el 2105, en el quinto centenario

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del gran libro de Cervantes, no habrá celebraciones como éstas. Dentro de cien años, cuando al paso a que vamos el Quijote sean puras notas de pie de página, ya no habrá nada qué celebrar, pues no habrá Quijote. La suprema burla de Cronos será entonces que tengamos que traducir el Quijote al español. ¿Pero es que entonces todavía habrá español? ¡Jua! Permítanme que me ría si a este engendro anglizado de hoy día lo llaman ustedes español. Eso no llega ni a espanglish. Por lo pronto, en tanto se acaba de terminar esto, recordemos a ese hombre de alma grande que nació en Alcalá de Henares, que anduvo por Italia en sus años mozos al servicio del cardenal Acquaviva, que peleó en la batalla de Lepanto donde perdió una mano, que sufrió cautiverio en Argel, que quiso venir a América sin lograrlo, que pagó injustamente cárcel, que vivió entre los dos más grandes fanatismos que haya conocido la Historia -el

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musulmán y el cristiano, sin permitir jamás, sin embargo, que ninguno de ellos le manchara el alma-, que padeció las incertidumbres de la realidad y las miserias de la vida, que nunca odió ni traicionó ni conoció la envidia, que escribió mal teatro, malos versos y mala prosa pero que logró hacer que existiera y hablara, con palabras castellanas, el personaje más deslumbrante y hermoso de la literatura haciéndolo pasar por loco, san Miguel de Cervantes que desde el cielo nos está viendo.

A LAS

MADRECITAS DE

COLOMBIA DE

FERNANDO VALLEJO

Entre hombres, mujeres y del tercer

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sexo, mi mamá tuvo 25 hijos. Hijos y más hijos y más hijos que ella fabricaba en su interior y que después expulsaba por la vagina con la placidez de quien desgrana avemarías de un rosario. Era una máquina vesánica de parir. Por eso hoy somos en Colombia 44 millones. Si yo hubiera seguido su ejemplo y el de mi papá, con los hijos de los hijos de mis hijos, hoy seríamos cien millones y ya habríamos acabado con las últimas tortugas, con las últimas nutrias, con los últimos micos, con los últimos caimanes, y estaríamos en pleno desastre ecológico, que sumado al moral que siempre nos ha caracterizado nos habría hecho del país un infierno. Bueno, otro infierno quiero decir, pues en el infierno estamos. Uno más calientico. Para acomodar cien millones de colombianos se

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necesitan cuando menos cien millones de kilómetros cuadrados y solo tenemos un millón. Varios suizos pueden convivir en una misma cuadra y miles de abejas en una simple colmena; pero los colombianos no, necesitan más espacio: de a kilómetro cuadrado por habitante. Entre colombiano y colombiano hay que dejar por lo bajito un kilómetro de separación o se matan. Son como las ratas de laboratorio que si se hacinan, primero copulan, después paren y finalmente se despedazan a dentelladas. Como yo también soy colombiano entiendo muy bien esto. Yo necesito campo, campo, campo. Respirar. Cuando este que habla nació, Medellín tenía 180 mil habitantes. ¿Hoy cuántos? ¿Dos millones? ¿Tres millones? Decida usted, pero

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por ahí va la cosa. Tres millones de medellinenses embotellados desde que el mariquita manzanillo de Gaviria abrió las importaciones de carros sin haber construido una sola calle y nos embotelló el porvenir. Y en Medellín hoy no solo están congestionadas las calles, las carreteras, los hospitales: está congestionada la mismísima morgue, donde ya no caben los cadáveres. Treinta mesas apenas para un sangriento fin de semana en Medellín en su única morgue no alcanzan y hay que apiñar los cadáveres como bultos de papas. ¿Pero sangriento fin de semana en Medellín no es pleonasmo? Ya ni sé, con el deterioro ambiental y moral se nos deterioró hasta la gramática. ¡Dizque Bogotá la Atenas sudamericana! ¡Dizque éste un país cuidadoso del idioma! ¡Dizque el

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país de Caro y Cuervo! ¡Ja, ja! Permítanme que me ría. Y como no caben los cadáveres en la sala de autopsias de la inefable morgue, entonces los cuelgan de ganchos como reses en un cuarto frigorífico. Todos hombres. Y en pelota. Muy excitante la situación. Yo en tratándose de cadáveres nunca he tenido nada en contra. Lo que me saca de quicio es la paridera. Vivo que desocupa, ¡qué bueno! Uno menos pa comer, uno menos pa excretar, más puro el cielo, menos congestionamiento en las calles y mejoría en el aire que respira cada ciudadano irrepetible e irremplazable, y lo digo pues si bien hoy en el mundo somos 6.400 millones, no hay dos individuos iguales. Iguales sí para comer, fornicar y excretar, mas no para pensar. Y lo que cuenta es el

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pensamiento, ¿o no? Bueno, digo yo. Pero volvamos a mi mamá y a sus 25 vástagos. ¿Qué comían, con qué los alimentaban? Carnívoros como nacimos, y de religión cristiana, comíamos salchichas: salchichas de cerdo o salchichas de res que la abeja reina compraba por cargas en La Llanera, una fábrica de embutidos de unos lituanos, de esos que acogieron los salesianos y que venían huyendo, católicos como eran (vale decir como nosotros), de la Lituania comunista de Stalin. De esos lituanos proviene el simio Mockus, el bobo que se hace el loco, hombre de culo de mandril que toda Colombia conoce pero de buen corazón, pues durante una de sus alcaldías bogotanas, en Engativá, por mano de su secretaria de Salud, Beatriz Londoño (doña concha puta

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de su puta madre, mamona empecinada de la teta pública de la que sigue agarrada), mató a 400 perros. Un estaliniano de pura cepa, un hombre malo, malo de verdad, habría matado mil. ¿Pero por qué les estoy hablando de perros y de compasión y misericordia por unos simples animales a ustedes que en su conjunto nacieron y se educaron como cristianos y hoy no pasan de ser unos degradados morales? Dejemos esto de los animales, no prediquemos en el desierto y volvamos a nuestro tema, la paridera, o dicho en palabras corteses, "el problema de la expansión demográfica": la hoguera que aviva el Papa. O sea éste, Wojtyla, que se niega a morir. Y yo digo: si quiere que haya más niños, que desocupe él porque ya no hay

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espacio para tanto viejo. Que tome pendiente abajo por el camino en bajada que en buena hora tomó la madre Teresa. ¡Tan buena ella! ¡Tan su compinche! ¡Tan promotora del boom natal! Wojtyla, no te resistas que ya vas para el pudridero. Tus días están contados. Te va a enterrar Castro. ¡Ah, mi Medellín de cuando yo nací, tan solito, tan aireado! Sin tanta fábrica ni tanto carro ni tanta rabia. Rabia sí, pero poquita: se mataban dos o tres y pare de contar. Salíamos en un Forcito modelo 46 que lo más que daba eran 20 kilómetros por hora. ¿Pero para qué más, si no había prisa de llegar? ¿Llegar a qué? ¿Al último tope de la carrera, que es la muerte? Mejor sigamos despacito. Curva aquí, curva allá, por una carreterita solitaria. Y a la vera del camino

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pastando las vacas, y buscándose su sustento diario las gallinas. Hoy los pollos se crían en galpones, encerrados en minúsculas jaulas, sin ver la luz del sol: ahí pasan sus miserables existencias para que nos los comamos los cristianos con la bendición del Señor. Madrecitas de Colombia: ¿no les despiertan compasión estos pobres animalitos? A mí se me hace que no porque ustedes no pasan de ser unas lujuriosas sexuales, unas paridoras empecinadas. Bueno, pero puntualicemos lo anterior. La lujuria está bien: el sexo es bueno, despeja la cabeza y alegra el corazón. Con lo que sea: con hombre o mujer, perro o quimera. Pero eso sí, siempre y cuando no esté destinado a la reproducción, en cuyo caso ya sí es pecado. Reproducirse es un crimen, en mi opinión, el crimen

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máximo. Pero no les pido que la compartan, madrecitas de Colombia, porque eso sería pedirle peras al olmo, exigirle al enano cojo que trepe por la pendiente empinada. Y a ustedes, con la altura moral que han alcanzado pastoreadas por la Iglesia y los políticos, educadas como fueron en la religión de los salesianos, les queda la subida muy fundillona, el fin está muy alto. Ustedes son unas minusválidas morales. Entonces, hablando en plata blanca, ¿a qué voy? Voy a que el cura Uribe es un tartufo que invoca el nombre de Dios en público y se refocila con viejas tetonas en privado y ustedes no tienen por qué seguir pariendo. Porque no hay espacio, porque ya no hay agua, porque no hay qué comer. Porque los ríos los volvimos alcantarillas y el mar un resumidero

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de cloacas. Por eso. Porque ya acabamos con el águila real, con el cóndor de los Andes y con el nido de la perra. Porque somos un país de cagamierdas vándalos. -¿Y cómo vamos a tener sexo sin parir, padre Vallejo? Aconséjenos usted. -Muy fácil: con la píldora RU 486 francesa. -¿Y dónde se consigue esa pildorita, en qué farmacia? -Pues en las de Francia, señora, allá. ¿No le acabo de decir que la píldora es francesa? -Ah, padrecito, usté sí es como mamagallista. ¿Y con qué viajo hasta Francia, si no tengo ni pa la lechita de los niños? -Muy fácil, señora, va a ver. Lea lo que sigue abajo. Cuando el zigoto u óvulo fecundado por el espermatozoide empieza a

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formar la mórula, que a simple vista ni se ve pues no llega ni al tamaño de la punta de un alfiler, el flujo menstrual de la mujer se interrumpe y he ahí el momento de parar la cadena de la infamia y la fuente de todo el dolor del mundo. Usted va a la farmacia, señora, y pide así: -Buenos días, señor boticario. Me da por favorcito una cajita de CYTOTEC de 200 microgramos. El CYTOTEC es un remedio para la gastritis, pero entre sus efectos secundarios está el producirles a las mujeres embarazadas el aborto en las primeras semanas de gestación. O mejor dicho, el 'miniaborto', porque 'aborto' no es, no llega a tanto. ¿O me van a decir que expulsar un gusanito o una tenia es un aborto? Si a eso vamos, entonces en cada eyaculación el hombre aborta 800 millones de

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seres humanos, pues esos son los renacuajitos que se van en ese líquido pegajoso y blanco cada vez que explota el volcán: un hombrecito, dos hombrecitos, tres hombrecitos... Y que no me venga este Papa a discutir porque lo desafío a un duelo por televisión: yo solo contra él, y él con todos los teólogos de la Universidad Pontificia Javeriana. ¡Para todos tengo, montoneros! Se toma pues usted, señora, dos pastillas de CYTOTEC con agua, se inserta otras dos en la vagina y listo, santo remedio, ya no va a parir la marrana. No le nacerá a Colombia otro Tirofijo, otro Pablo Escobar, otro Gaviria, otro Samper, otro Pastrana, otro mono Jojoy, otro Raúl Reyes, otro Mancuso, otro Uribe, otro Romaña... -¿Y el padre García Herreros qué?

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-¡Al diablo con los curas limosneros! Piden para dar, pero jamás dan de su bolsillo. ¡Así qué gracia! ¡Gracia la de ese escritor colombiano loco que dio en Venezuela un premio de cien mil dólares para los perros callejeros de Caracas! Cien mil dólares que eran suyos, ganados sudando tinta, y que bien pudo haberse gastado en complacencias personales cual delicatessen, putas o mancebitos en flor. Y una última recomendación, señora: si la primera dosis de dos pastillitas falla y no le produce esa pequeña hemorragia vaginal por la que se irá el demonio, repita la dosis dos días después. Madrecitas de Colombia, por favor, ya no lo sean que somos muchos y no cabemos y el mundo se va a desfondar. Pichen pero no paran, que desde aquí les mando mi

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bendición.

Obituario de Karol

Wojtyla por Fernando

Vallejo

Pasó por esta vida mintiendo y

predicando su mentira. Como el

fundador de su religión inicua, no

tuvo una palabra de amor por los

animales.

Por: FERNANDO VALLEJO

Pasó por esta vida mintiendo y

predicando su mentira. Como el

fundador de su religión inicua, no

tuvo una palabra de amor por los

animales. Ni una sola vez levantó

su voz para defender a las

ballenas que sus congéneres

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matan con arpones, ni a las focas

que exterminan a garrotazos, ni a

las vacas que acuchillan en los

mataderos como acuchillan a los

marranos en las fincas de

Colombia la asesina y la borracha

para celebrar en las navidades la

venida al mundo del Niño Dios.

No le dio el alma para sentir el

dolor de su otro prójimo, el más

humilde y más abandonado. En

un planeta superpoblado, cuyos

ríos son cloacas y cuyo mar se

está muriendo, se opuso al

control natal. Viajó por África

negra devastada por el sida

predicando contra el uso del

condón y a América vino a lo

mismo, arrogándose por todas

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partes el título de defensor de los

que aún no han nacido como si

ellos se lo hubieran dado desde

su nada. ¡A dónde no fue! A

Bosnia, Suiza, Rusia, Guatemala,

México, viajando en jet privado,

recibido por la gentuza del poder

y la chusma novelera, llevando a

todas partes su mascarada

innoble. A Colombia no podía

faltar, el país más católico de la

Tierra. Aquí estuvo, aquí lo vimos,

aquí lo oímos, aquí nos vino el

manirroto a repartir sus

bendiciones. ¿Cuántos nacieron,

a la sombra de su prédica,

después de su visita? Millones.

Millones destinados al horror que

su palabra mentirosa llamó "el

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banquete de la vida". ¿A cuántos

niños colombianos nacidos con

su bendición acogió en el

Vaticano? A cuántos salvó de

acabar como sicarios al servicio

de los paramilitares, el

narcotráfico, la guerrilla? ¿A

cuántos? ¿A cuántos? ¿Y a

cuántos niños africanos con sida?

Sucedía a un papa bondadoso

que reinó pocos días y que murió

en circunstancias extrañas, acaso

asesinado en una conjura

palaciega por la Curia tenebrosa

y con la complicidad de Dios.

Pronto se reveló como el que era,

vástago de la estirpe de los

impíos, la de Pío Nono, Pío

Décimo, Pío Doce y la alimaña

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tonsurada de Pablo Sexto de

almita ponzoñosa. De ellos

heredó los palacios, las obras de

arte, la púrpura, el oro, los

baldaquines, la Guardia Suiza, el

puño firme para gobernar, la

verdad infalible. Manos solícitas

de monjas, curas, obispos y

cardenales lo atendían, lacayos

de mucha o de poca monta. De

cuanto granuja hay con poder se

hizo recibir o los recibió en sus

palacios vaticanos. Para ellos sí

estuvieron siempre abiertas las

puertas de la ciudadela mas no

para los desposeídos de la Tierra

que por él nacieron. Pastor de su

inmensa grey, el rebaño con

garras, se creía dueño de la

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verdad y la conciencia moral del

mundo. A Cuba fue a cohonestar

con su presencia los crímenes del

tirano y a fotografiarse con él. Tal

para cual. Se necesitaban ambos

para legitimar cada quien su

vileza con la del otro. ¿Y los

treinta y cinco años que el

carcelero de Cuba persiguió a su

Iglesia? ¡Se le olvidaron! Por todo

el planeta paseó el espectáculo

de su vanidad de pavorreal,

chapuceando idiomas como si le

quemaran las plumas del trasero

las lenguas de fuego del Espíritu

Santo. En los primeros años de

su pontificado y sus primeros

viajes no bien bajaba del avión se

arrodillaba a lo Pablo VI en la

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pista del aeropuerto a besar el

suelo como conquistador que

toma, con el culo al aire y a los

cuatro vientos mientras suena la

fanfarria, posesión de la tierra. Le

quedaron faltando el genocida de

Saddam Hussein y el hampón de

Libia pero ya los tenía en la mira.

Al terrorista de Arafat lo recibió en

el Vaticano, cuyas puertas

estuvieron siempre abiertas de

par en par para los detentadores

del poder, de la calaña que

fueran. Cómplice con su silencio

de las escuelas terroristas

coránicas, de los ayatolas

asesinos de Irán y de toda la

ralea musulmana, los cortejaba

con sus falsedades de jesuita y

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sinuosidades de Maquiavelo.

Siervo de los poderosos, se las

daba de paradigma de la

independencia moral. Enfermo de

vanidad, su fatuidad lo movía a

querer ser siempre el centro de la

atención de todos. Nada sabía

pero se creía dueño de la verdad.

Sostenida por los menesterosos

de este mundo la pompa de su

Iglesia limosnera le echaba

incienso y el lobo disfrazado de

cordero lo aspiraba. La

pederastía de sus curas y obispos

de Boston y de Chicago le drenó

las arcas de sus diócesis más

lucrativas y le hizo perder muchas

ovejas de su rebaño

norteamericano, ¡pero qué

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importa, le quedaba México!

Canonizador manirroto con tal de

que lo vieran, devaluó hasta la

santidad. En sus solos años de

pontificado canonizó a más que

sus 264 predecesores juntos en

dos milenios de historia de la

Iglesia. País que le diera

limosnas, país que premiaba con

un santo. Varios centenares de

beatificados le tocaron a México,

mina de oro. Cansado de

bendecir, al final le dio a pedir

perdón, y hasta a Galileo le

tocaron sus lloriqueos porque la

Tierra al final de cuentas siempre

sí resultó girando alrededor del

Sol. A su sucesor le queda la

tarea de pedirles perdón a los

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homosexuales, que le quedaron

faltando. Era homofóbico rabioso.

Babeaba y temblequeaba sin

pudor mientras hacía teatro y

hablaba con voz tartufa. Sigue el

entierro, el show televisivo, la

última mascarada, la farsa

póstuma, convertido el pavorreal

en cadáver protagónico. Sigue el

cónclave, un cónclave amañado

de cardenales títeres a quienes él

nombró y a quienes seguirá

manipulando, por unos días,

desde ultratumba. Sigue el

ascenso al trono del sucesor,

quien continuará su política de

canonizar a lo manirroto y quien,

pasado un tiempo prudente, a su

vez lo canonizará. Entonces la

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santidad se habrá convertido por

derecho propio en sinónimo de la

infamia.

Por el desafuero de

Fernando Vallejo

¡Con que el Congreso aprobó la posibilidad de la reelección inmediata! Que apruebe entonces también la posibilidad del desafuero, de revocarle el mandato al que

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no sirve. Si en contravención a lo establecido durante 184 años que llevamos de historia independiente de que el presidente no se puede reelegir para el siguiente período al suyo a fin de evitar que se nos convierta en un dictador o un tirano, el actual Congreso aprueba la posibilidad de la reelección inmediata de Uribe promovida impúdicamente por él y para beneficiarse él y no en beneficio de su sucesor, quedando reformado así ese principio básico de nuestra democracia que nos protegía del zarpazo de cualquier Chávez, el mismo Congreso que aprueba la reelección está ahora en la obligación moral de aprobar la contrapartida: que podamos limitarle a Uribe la continuidad en la presidencia a mitad de su mandato, por ineptitud o por indignidad. Es una afrenta al país y una inmoralidad que los miembros del Congreso (Cueva de Alí Babá para muchos) aprueben lo uno sin aprobar lo otro. Ya Uribe lleva dos años y lo está haciendo muy mal, se debe ir: por politiquero, por desvergonzado, por impúdico, por mentiroso, por demagogo, por blandengue, por inepto, porque no

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tiene los pantalones bien fajados. Porque Colombia se sigue deshaciendo en sus manos. Porque el desastre que le dejaron de herencia Gaviria, Samper y Pastrana ha ido en aumento con él. Porque el desempleo en Colombia es monstruoso. Porque la impunidad es monstruosa. Porque el campo sigue en ruinas. Porque la industria sigue en ruinas. Porque nos seguimos reproduciendo como animales y atropellando a los animales. Y porque nos hemos convertido en un país mantenido de menesterosos. Mantenido por los que vivimos afuera, los tres millones que nos fuimos porque en nuestra patria se nos cerraron todas las puertas: mantenido por nuestras remesas, de las que a lo mejor está él sacando para pagarse su sueldo y los del Honorable Congreso. ¡Cómo cambian los tiempos y cómo cambian las cosas, y cómo pueden las palabras pasar a significar lo contrario de lo que un día significaron! ¡Honorables estos! ¿Con cuántos puestos los están comprando? ¿Con cuántos, para que los honorables se los repartan entre sus paniaguados? ¿Con cuántas prebendas y beneficios? ¿Con

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cuántas partidas para que repartan en sus feudos? Pues él juega con casi todas las cartas, detentador como es de la mayoría de los puestos públicos y de los contratos. Yo puesto no tengo ni quiero, ni quiero contrato, ni los tengo para repartir, pero sí tengo una carta: mi palabra. Entró en guerra contra la politiquería. ¿Y él qué es? ¿Qué si no un político? ¿Es acaso plomero, físico nuclear, cantante de ópera? No: político, o sea, avorazado ocupante de puestos públicos, que es como se ha entendido siempre esta actividad que tendría que ser noble y desprendida pero que es vil e interesada entre nosotros: la caza de las altas posiciones del Estado para el beneficio personal, para subir el don nadie y figurar, cuando no para robar. Y en prueba de que es político, o sea ocupante de puestos públicos, puestero, el hecho de que antes de hacerse nombrar presidente se había hecho nombrar alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia. No bien lo nombraron presidente y antes de tomar posesión del cargo, salió de gira por Europa a mendigar, a extender la mano, a mostrar lo que era: un limosnero

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internacional. A organizar mesas de donantes para Colombia. Yo lo veía en los noticieros de televisión en México y se me caía la cara de la vergüenza. ¡Con que en eso terminó mi patria! Las limosnas en verdad han sido pocas: uno que otro avión viejo para combatir a las Farc. Lo que sí es mucho son los 4.460 millones de dólares que le hemos mandando este año que termina a Colombia los colombianos de la diáspora, nuestras remesas, según cifras del BID. Con los cuales ya superamos las entradas por café, por petróleo, por flores, por cocaína. Colombia en su tragedia ha entrado ya por la puerta grande de la desvergüenza al club de los países mantenidos: Cuba, El Salvador, Guatemala, México... Mantenidos por los que fueron obligados a irse. Colombia mantenida por los que nos tuvimos que ir porque allí todas las puertas (salvo las de la delincuencia y las de la política, que siempre han estado abiertas para el rufián que quiera entrar) se nos habían cerrado. Mantenida por mis paisanos de Queens, por ejemplo, a quienes he visto en el invierno de Nueva York, cuando a las

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cuatro de la tarde oscurece, izando en la oscuridad de sus destinos banderitas de Colombia y llorando por ella. ¿Y cuándo nos menciona Uribe en sus discursos? Este malagradecido, que le dice al Rey de España "Majestad" porque nos restauró un edificio en Cartagena (¿y para qué hicimos la independencia si no era para no tener que decirle "Majestad" a un zángano cobarde cazador de osos indefensos, pero muy bueno para fornicar con las mujeres del prójimo?), en sus discursos ni nos menciona. Que dizque la economía del país va muy bien. No va muy bien. Va muy mal. La industria está en ruinas y el campo está en ruinas y el desempleo es de dar terror. El dólar desde hace tiempos vale dos mil pesos, pero la estabilidad de la paridad no es obra suya, de ninguna política económica suya acertada. Es obra nuestra, de los de la diáspora, de nuestras remesas. Si no fuera por ellas, hoy en pesos colombianos un dólar valdría dos millones. Y dice el desvergonzado que es el hombre de la mano tendida, pero no: es el hombre de la mano extendida: para pedir. Nuestro primer mandatario es

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nuestro primer limosnero. ¿Será por eso que Colombia se identifica con él? ¿Porque en nuestro hundimiento total, al que nos han empujado él y los de su calaña, la llamada clase dirigente, nos hemos convertido en un país de mendigos? Uno se identifica con el que es como uno. Dice que tiene corazón grande. Sufrirá de cardiomegalia tal vez, porque un corazón bondadoso no tiene. ¿O qué obra de caridad ha hecho? ¿Ha recogido un solo perro o niño abandonado, o le ha dado casita a un desplazado? Y que su mano tendida es también una mano firme. ¡Cuál mano firme! En dos años de gobierno no ha matado ni mil guerrilleros, y son veintidós mil. Le quedan faltando veintiún mil. A ese paso de quinientos bandoleros muertos por año, necesita cuarenta y dos años más de gobierno. Si descontamos dos que le faltan para concluir su primer período, lo vamos a tener que reelegir para otros cuarenta años, o sea por diez períodos constitucionales seguidos. En unos días quedará abierta la puerta de la reelección, váyanse preparando.

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E invoca en sus discursos el nombre de Dios. "¡Que Dios los bendiga!" termina diciéndonos como si fuera cura o Pastranita. Pero Dios no le hace caso y nos manda tremendas inundaciones que dejan un cuarto de millón de damnificados. ¿Será que nuestro primer mandatario cree que también puede comprar a Dios con puestos públicos y contratos, como si fuera un miembro más de la Honorable Cueva?

Dios es un asunto privado, del fuero íntimo de cada quien. Para los no creyentes tanto como para los creyentes, que un político invoque su nombre en sus discursos es un insulto: es la demagogia más descarada. Y con

el nombre de Dios, la demagogia del cardiomegálico de mano firme y extendida alcanza el súmmum. Otras veces reparte pulseritas con los colores de la bandera de Colombia, o condecora al tirano de Venezuela con un poncho o un sombrero paisa que le chanta ante las cámaras de

televisión en su cabeza zamba. Chávez

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le da ejemplo. Chávez con sus triquiñuelas leguleyas se hizo reelegir y hoy Venezuela, antaño un país próspero, está en ruinas. Mañana será una cárcel de rejas cerradas como Cuba.

La guerra contra las Farc la está perdiendo, Tirofijo está jugando con él. Que se desmovilicen los paramilitares, vaya, pues estos asesinos siempre han sido los suyos y arma en mano lo ayudaron a subir. ¿Pero el resto de los bandoleros? Cuando el Estado desapareció del campo, Colombia contrarrestaba a los unos con los otros: a los guerrilleros con los paramilitares, como cuando en tiempos de Gaviria la sociedad inerme contrarrestaba al cartel de Medellín con el cartel de Cali. ¿Y hoy con quién vamos a contrarrestar a Tirofijo? ¿Con el Ejército? ¿Con esta institución eficaz e impoluta? El Ejército de Colombia está más perdido que el hijo de Lindbergh. Ése es un cuerpo acéfalo en plena putrefacción. Y el que no puede con la guerra entró poniendo más impuestos dizque para ganarla. Como Pastranita.

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¿Qué diferencia hay? ¿Que hoy los riquitos pueden ir a sus finquitas? Pero no se alejen mucho de Bogotá, uribitos, porque los agarra Tirofijo para sumárselos a Íngrid. ¡Y la impunidad! La casi totalidad de los delitos cometidos en Colombia sigue quedando impune. ¡Y el desempleo! Que se dé una vuelta por el centro de Medellín, su ciudad, la mía, para que vea. Que vaya al parque de Bolívar y al parque de Berrío para que vea si hay diferencia entre su gobierno y el de Pastrana. Y el crecimiento demográfico imparable, arrasando con todo, con las selvas, con el campo, con los ríos, con la naturaleza entera. Colombia empezó el siglo XX con dos millones y medio de habitantes y lo terminó con cuarenta y cuatro. ¿Cómo quieren que estemos? En Tamésis, Antioquia, el pueblo de mi papá, a los 16 años los muchachos ya son padres y las niñas son madres a los 14. ¿Y qué hacen él y su Iglesia cómplice para parar esta locura? Invocar a Dios. ¡Pendejos! Dios no sirve para un carajo. Ni existe. Y si existe no nos quiere ni ver. Como no sea para mandarnos más agua, ¡y nosotros con el agua al cuello! Y este

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problema del crecimiento irresponsable y desmedido de la población se podría solucionar con una simple pildora, la RU francesa, que detiene el embarazo tomada una vez que el flujo menstrual de la mujer no se presente y cuando el futuro Tirofijo o Uribe no llega ni al tamaño de la punta de un alfiler: el cigoto u óvulo fecundado a simple vista no se ve y carece del sistema nervioso de un simple gusano. ¿Eso es aborto? Llámenlo como quieran. Pero que no se le olvide a la Iglesia que en cada eyaculación se pierden 700 millones de espermatozoides que habrían podido ser otros tantos seres humanos. ¡Recójanlos en frasquitos para que no se pierdan porque esos pobres renacuajitos también son obra de Dios! ¿Y las vacas y los marranos acuchillados en los mataderos de Colombia qué? ¿No sabe el cardiomegálico qué está pasando ahí? ¿Su dolor no le duele? Pero eso sería pedirle peras al olmo tratándose de quien termina sus discursos con el "Que Dios los bendiga" de Pastranita. "Majestad", le decía al cobardón español en Cartagena con la aquiescencia de García Márquez,

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primer lambeculos de tiranos y granujas con poder que hoy tiene América. ¡Ay, Majestad! Hablá como un hombre, marica. Uribe: politiquero, mal tipo, paradigma de tu clase mezquina y rapaz que en contubernio con la Iglesia nos ha hundido en el desastre social y moral que hoy somos, ignorante palurdo de demagogia montañera, desde México te mando mi desprecio.

¿DÓNDE ESTÁ LA FRANJA AMARILLA?

Hace poco tiempo una querida amiga norteamericana me confesó su asombro por la situación de Colombia. "No entiendo -me decía-, con el país que ustedes tienen, con el

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talento de sus gentes, por qué se ve Colombia tan acorralada por la crisis social; por qué vive una situación de violencia creciente tan dramática, por qué hay allí tanta injusticia, tanta inequidad, tanta impunidad- ¿Cuál es la causa de todo eso?" Por un momento me dispuse a intentar una respuesta, pero fueron tantas las cosas que se agolparon en mi que ni siquiera supe como empezar. Sentí que aunque hablara sin interrupción la noche entera, no lograría transmitirle del todo las explicaciones que continuamente me doy a mi mismo, tratando de entender el complejo país al que pertenezco. Por otra parte, entendí que muchas de mis explicaciones no le habrían gustado a mi amiga, o la habrían puesto en conflicto con su propia versión de la realidad. Es frecuente para nosotros oír de labios generosos la deploración de esas desdichas y el asombro ante nuestra incapacidad para resolverlas. El primer asunto es, pues, preguntarse si de verdad la sociedad colombiana vive una situación excepcionalmente trágica, si es tan distinta esta realidad del resto de los países, o al menos de los países del llamado tercer mundo. Mi respuesta es que sí. Colombia es hoy el país con mayor índice de criminalidad en el planeta, y la inseguridad va convirtiendo sus calles en tierra de nadie. Tiene a la mitad de su población en condiciones de extrema pobreza, y presenta al mismo tiempo en su clase dirigente unos niveles de opulencia difíciles de exagerar. Muestra uno de los cuadros de ineficiencia estatal más inquietantes del continente, al lado de buenos índices de crecimiento económico. Muestra fuertes niveles impositivos y altísimos niveles de corrupción en la administración. Muestra unas condiciones asombrosas de impunidad y de parálisis de la justicia y al mismo tiempo una elevada inversión en seguridad, así como altísimos costos para la ciudadanía en el mantenimiento del aparato militar. Muestra las más deplorables condiciones de desamparo para casi todos los ciudadanos, y sin embargo es un país donde no se escuchan quejas, donde prácticamente no existen la

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protesta y la movilización ciudadana: una suerte de dilatado desastre en cine mudo. Esto último es pasmoso. La visible pasividad de la sociedad colombiana alarma a los visitantes. En las recientes huelgas que conmocionaron a Francia pudo verse cómo una sociedad que vive relativamente bien en términos económicos y protegida por un Estado responsable, sabe reaccionar en bloque ante todo lo que la lesione, no se deja pisotear en sus derechos y se resiste a que se menoscaben los privilegios que ha conquistado. Ver a los franceses marchando por las calles, armando barricadas ante un gobierno cuya legitimidad no desconocen, y haciendo temblar a las instituciones, nos confirma que Francia es el país de la Revolución, que ese país es respetable porque tiene orgullo y porque tiene dignidad, porque sabe de lo que es capaz cuando sus gobernantes olvidan que son pagados por el pueblo y que son apenas los representantes de su voluntad. Ante ese ejemplo se hace más incomprensible que una sociedad como la colombiana (donde ni siquiera los sectores fabulosamente ricos pueden sentirse satisfechos, pues el Estado que sostienen ya ni siquiera les garantiza la vida, donde nadie está protegido, donde el Estado no cumple sus más elementales deberes y donde todos los días ocurren cosas indignantes) sea tan incapaz de expresarse, de exigir, de imponer cambios, de colaborar siquiera con su presión o con su cólera a las transformaciones que todos necesitamos. ¿Qué es lo que hace que Colombia sea un país capaz de soportar toda infamia, incapaz de reaccionar y de hacer sentir su presencia, su grandeza? Muchos aventuran la hipótesis de que esa aparente pobreza de espíritu y esa debilidad de carácter se deben a las características biológicas y genéticas de la población: seria, pues, la expresión de una fatalidad ineluctable. Otros sostienen lo mismo con respecto a los índices de criminalidad: revelarían una incurable enfermedad, y harían de nosotros un pobre pueblo sin salvación y sin remedio.

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Pero la verdad es que nuestros índices de violencia y nuestra actual ineptitud política son hechos históricos susceptibles de explicación. Más aún, se diría que las explicaciones son tan evidentes e incluso tan sencillas que se requiere estupidez o malevolencia para aventurar dictámenes fatalistas. Ninguna persona sensata sostendría que por el hecho de haber precipitado en cinco anos la muerte de 50 millones de seres en condiciones de crueldad y de sevicia escandalosas, la sociedad europea revele una patología siniestra e incurable. Ninguna persona sensata sostendría que por el hecho de que la sociedad estadounidense haya sacrificado medio millón de personas en tres años de guerra para impedir su propia Secesión y haya alentado después la Secesión de Panamá para hacerse al canal interoceánico más importante del mundo, de que haya participado en las guerras de Nicaragua, haya arrojado bombas atómicas sobre ciudades japonesas, haya invadido Vietnam, haya apoyado a los peores dictadores del Caribe y de Centroamérica, y haya bombardeado a Bagdad, eso signifique que los norteamericanos padecen de alguna monomanía agresiva irremediable. Los historiadores vendrán en nuestro auxilio para explicamos las precisas condiciones históricas que llevaron a aquellas sociedades y a sus gobiernos a participar en esas realidades escabrosas. Colombia vive momentos dramáticos, pero quien menos le ayuda es quien declara, por impaciencia, por desesperación o por mala fe, que esas circunstancias son definitivas, o que obedecen a causas ingobernables. Más bien yo diría que lo que vivimos es el desencadenamiento de numerosos problemas represados que nuestra sociedad nunca afrontó con valentía y con sensatez; y la historia no permite que las injusticias desaparezcan por el hecho de que no las resolvamos. Cuando una sociedad no es capaz de realizar a tiempo las reformas que el orden social le exige para su continuidad, la historia las resuelve a su manera, a veces con altísimos costos para todos. Y lo

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cierto es que Colombia ha pospuesto demasiado tiempo la reflexión sobre su destino, la definición de su proyecto nacional, la decisión sobre el lugar que quiere ocupar en el ámbito mundial; ha pospuesto demasiado tiempo las reformas que reclamaron, uno tras otro, desde los tiempos de la independencia, los más destacados hijos de la nación. Casi todos ellos fueron sacrificados por la mezquindad y por la codicia, y hoy es larga y melancólica la lista de lúcidos y clarividentes colombianos que soñaron un país grande y justo, un país afirmado en su territorio, respetuoso de su diversidad, comprometido con un proyecto verdaderamente democrático, capaz de ser digno de su riqueza y de su singularidad, y que pagaron con su vida, con su soledad o con su exilio el haber sido fíeles a esos sueños. Si hay algo que nadie ignora es que el país está en muy malas manos. Quienes se dicen representantes de la voluntad nacional son para las grandes mayorías de la población personas indignas de confianza, meros negociantes, vividores que no se identifican con el país y que no buscan su grandeza. Pero ello no es nuevo. Si algo caracterizó a nuestra sociedad desde los tiempos de la Independencia, es que sistemáticamente se frustré aquí la posibilidad de romper con los viejos esquemas coloniales. Colombia siguió postrada en la veneración de modelos culturales ilustres, siguió sintiéndose una provincia marginal de la historia, siguió discriminando a sus indios y a sus negros, avergonzándose de su complejidad racial, de su geografía, de su naturaleza. Esto no fue una mera distracción, fue fruto del bloqueo de quienes nunca estuvieron interesados en que esa labor se realizara. Desde el comienzo hubo quien supo cuáles eran nuestros deberes si queríamos construir una patria medianamente justa e impedir que a la larga Colombia se convirtiera en el increíble nido de injusticias, atrocidades y cinismos que ha llegado a ser. No podríamos decir que fue por falta de perspectiva histórica que no advertimos cuan importante es

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para una sociedad reconocerse en su territorio, explorar su naturaleza, tomar conciencia de su composición social y cultural, y desarrollar un proyecto que, sin confundirlos, agrupe a sus nacionales en unas tareas comunes, en una empresa histórica solidaria. La primera traición a ese sueño nacional la obraron los viejos comerciantes que, preocupados sólo por sus intereses privados, se impusieron en el gobierno de la joven república para bloquear toda posibilidad de una economía independiente, y permitieron que el país siguiera siendo un mero productor de materias primas para la gran industria mundial y un irrestricto consumidor de manufacturas extranjeras. Así como nuestras sociedades coloniales habían provisto a las metrópolis de la riqueza con la cual construyeron sus ciudades fabulosas y desarrollaron su revolución industrial, asi nuestro acceso a la república no impidió que siguiéramos siendo los comparsas serviles de esas economías hegemónicas, y siempre hubo entre nosotros sectores poderosos interesados en que no dejáramos de serio. Ello les rendía

beneficios: siempre hubo una aristocracia parroquial arrogante y simuladora que procuraba vivir como en las metrópolis, disfrutando el orgullo de ser mejores que el resto, de no parecerse a los demás, de no identificarse con el necesario pero deplorado país en que vivían. Nunca he dejado de preguntarme

por qué los que más se lucran del país son los que más se avergüenzan de él, y recuerdo con profunda perplejidad el día en que uno de los hijos de un ex presidente de la república me confesó que la primera canción en español la había oído a los 20 años. AHÍ comprendí en manos de qué clase de gente ha estado por décadas este país. Aquellos príncipes de aldea con vocación de virreyes sólo salían a recorrerlo cuando era necesario recurrir a la infecta muchedumbre para obtener o comprar los votos.

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También desde el comienzo, a pesar de que han sido poquísimos los casos de guerras entre naciones en este continente, se generó una tradición de privilegios para el estamento militar, porque los gobiernos, que casi siempre descuidaban la suerte de las muchedumbres humildes, necesitaban brazo fuerte y pulso firme a la hora de conjurar rebeliones. Y ello resulta a su modo razonable, porque cuando se construye un régimen irresponsable y antipopular se hace absolutamente necesaria la fuerza para mantener a cualquier precio un orden o desorden social que el pueblo difícilmente defendería como suyo. ¿Quién ignora aquí que las grandes mayorías de Colombia no tienen nada que agradecerle al Estado tal como está constituido, y que por ello no están tan dispuestas como en otros países a entregarle sus jóvenes? Es triste recordar que durante mucho tiempo las clases privilegiadas, defendidas por el Estado, pagaron para librar a sus hijos del servicio militar que los pobres tenían que cumplir irremediablemente. Y es verdad que los jóvenes deploran tener que ir a un ejército cuya principal función es enfrentarse con su propio pueblo. Todo Estado tiene que demostrar su legitimidad, su desvelo por la gente, para merecer la adhesión y la lealtad de su pueblo, y es un axioma que si el pueblo no es patriótico es porque el Estado no le da buen ejemplo. Grandes esfuerzos históricos intentaron cumplir la tarea imperiosa de afirmarse en una tradición y construir una patria. De los primeros y más valiosos fue la Expedición Botánica, que empezó a revelar al mundo la exuberancia de nuestra flora tropical y que despertó en una generación el sorpresivo orgullo de pertenecer a los inexplorados trópicos de América. Una de las consecuencias de esa expedición fue el movimiento de Independencia, pero la Reconquista frustró la paciente labor de tantos sabios y artistas, y dos siglos después la Expedición Botánica sigue siendo una obra inconclusa. Colombia posee, según es

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fama, la mayor diversidad de pájaros del mundo, pero es tan inconsciente de sus riquezas que el libro más completo sobre las variedades de aves colombianas, Birds of Colombia, no está traducido al español. En la segunda mitad del siglo XIX emprendió sus tareas la Comisión Coreográfica, y sin embargo aún hoy Colombia sigue siendo un país sin un proyecto territorial, sin un plan de desarrollo sensato y propio, sin un censo aprovechado de sus recursos. El Estado, omnipotente a la hora de imponer tributos y de reprimir descontentos, es la impotencia misma a la hora de impedir saqueos, de moderar depredaciones y de proteger el patrimonio. Y ello porque en realidad no es un Estado que represente una voluntad nacional, y que pueda apoyarse en ella para esas grandes decisiones que exigen en nombre de todos poner freno a la codicia de unos cuantos, sino que representa sólo intereses mezquinos y está hecho para defenderlos, a veces, incluso, con ferocidad. Verdad es que grandes poderes extremos estuvieron interesados desde siempre en mantener nuestra economía en condiciones desventajosas, que les permitieran realizar aquí sus negocios en los mejores términos. Para la gran industria mundial fue una prioridad garantizar su provisión de materias primas, y mantener aquí una clase privilegiada en condiciones de consumir productos de importación. Una de las verdades que no sabría explicar con claridad a mi amiga es por qué y de qué manera el gobierno norteamericano apoyó siempre a los partidarios colombianos del libre cambio, que abrían nuestras fronteras a sus productos, e incluso patrocinó siempre a alguno de los bandos en las guerras civiles que desgarraron a Colombia durante el siglo XIX. Ella sentirá la extrafleza de que los colombianos seamos desventurados, pero difícilmente entenderá que no hemos estado solos en la construcción de nuestra penuria, que muchas veces su propio Estado participó en la preparación y el diseño de nuestro caos actual. Cuando se pensaba que el urgente

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canal interoceánico centroamericano pasaría por Nicaragua, los Estados Unidos patrocinaron la aventura de William Waiker y se apresuraron a reconocer su increíble gobierno de mercenarios. Sólo el clamor indignado del continente impidió que Nicaragua se convirtiera, por la vía del zarpazo, en un estado más de la Unión Norteamericana, y obligó a los Estados Unidos a desdecirse de su apresurado reconocimiento diplomático. Pronto se decidió que el canal sería panameño, y Estados Unidos, nuestro solícito hermano mayor continental, que acababa de vivir una guerra gigantesca y terrible para impedir una segregación en su sagrado territorio, financió la segregación de Panamá y obtuvo a cambio la construcción y administración del canal interoceánico por un siglo. Con todo, ¿cómo reprochar a los otros países que defiendan sus intereses y que piensen en primer lugar en sus conveniencias? A eso es a lo que se llama pomposamente el mercado mundial, a un juego de astucias y de rapiñas disfrazadas por un lenguaje almibarado, a veces técnico y pragmático, a veces grandilocuente y cínico. Lo que es digno de reproche es que haya gobiernos nacionales que en ese contexto trabajen para favorecer los intereses de los otros y no los de su propio país. Y desde los primeros tiempos de la república hubo aquí de esos gobiernos, "muy respetados y queridos en el exterior", que le entregaron nuestra economía a los intereses de las grandes potencias y que no permitieron el surgimiento de una industria local, de un mercado interno, y niveles de vida decentes para la población. Siempre el discurso almibarado cifró nuestra felicidad en la capacidad de competir libremente, lo que significaba entregar nuestra economía sin protección y sin escrúpulos a los rigores y las rapacidades del mercado mundial. A ese invento genial se lo ha llamado "apertura económica" desde los tiempos del general Francisco de Paula Santander, miembro y favorecedor de las grandes familias de comerciantes importadores de la sabana.

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Las guerras civiles del siglo XIX derrotaron el pensamiento liberal, el radicalismo y la tradición ilustrada de los sectores democráticos, e impusieron finalmente un régimen aristocrático clerical centralizado cuya Constitución, promulgada en 1886, gobernó al país durante más de cien años. Este régimen convirtió a Colombia en uno de los países más conservadores del continente. A pesar de los esfuerzos liberales de Manuel Murillo Toro, de Tomás Cipriano de Mosquera, de José Hilario López, quien había decretado la libertad de los esclavos en 1854, antes que los Estados Unidos; a pesar de grandes luchas democráticas, la sociedad colombiana se cerró bajo el poder de los terratenientes y del clero; la Iglesia y el Estado se confundieron en una amalgama indiferenciada y nefasta, el índice católico prohibió la lectura libre durante buena parte del siglo, la educación estuvo manejada por la Iglesia, y conquistas elementales de la sociedad liberal como el matrimonio civil y el divorcio, conquistas que poseen todos los países vecinos desde hace más de 60 años, son logros que la sociedad colombiana vino a obtener a fines del siglo XX, mostrándose como uno de los esquemas sociales más cerrados y oscuros de Occidente. Esto dio origen a tremendos cuadros de violencia familiar y de intolerancia social, a un enorme irrespeto por las creencias ajenas, y a la tendencia persistente a considerar toda disidencia y toda rebeldía como un fenómeno religioso. La guerra civil de mediados de siglo, conocida como la Violencia, se configuró como una inmensa guerra religiosa, hecha de fanatismo y de ceguera brutal, y llegó a extremos aberrantes, con la reconocida presencia de la Iglesia como uno de sus principales instigadores. Hacia 1930, al cabo de 50 años, la hegemonía conservadora se vio debilitada por la inconformidad popular, arreciaron las luchas sindicales, hubo conatos de rebelión, y finalmente la escandalosa masacre de las bananeras precipitó el descrédito del régimen conservador. Un sector del liberalismo acaudillado por Alfonso López

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Pumarejo intentó; UB& reforma democrática que favoreciera la industrialización, que molificara el régimen de propiedad sobre la tierra, que modificara las Ilaciones entre el Estado y la Iglesia, y que abriera el camino para la •¿ecuación de la sociedad colombiana a algunas de las tendencias mundiales del siglo. No era, por supuesto, la reforma estructural que el país necesitaba, ni la vasta toma de conciencia de la necesidad de un orden distinto, ni el gran esfuerzo por dignificar a una sociedad malformada por la exclusión y la estratificación social; era una reforma moderada, pero naturalmente desató una inmediata contrarreforma, que trajo violencia antiliberal a los campos y empezó a sembrar el germen de algunos males futuros. El intolerante país feudal se resistía al cambio y su reacción despertó nuevas insatisfacciones. Como respuesta a la violencia antiliberal, el sector popular del liberalismo emprendió una defensa de los campesinos perseguidos, que rápidamente fue configurándose como una enorme rebelión popular bajo la orientación del caudillo Jorge Eliécer Gaitán. Gaitán comprendió muy pronto que Colombia necesitaba con urgencia grandes reformas sociales, y el proyecto nacional siempre postergado se convirtió en su bandera. Pertenecía al partido liberal, pero entendió que el principal enemigo de la sociedad colombiana era ese bipartidismo aristocrático cuyos jefes formaban en realidad un solo partido de dos caras, hecho para saquear el país y beneficiarse de él a espaldas de las mayorías; y en sus discursos avanzó hacia una reformulación de la crisis política como el conflicto entre las mayorías humildes y auténticas, y el mezquino país de los privilegios. Hablando del "país político" y del "país nacional", destacando el modo como los dirigentes gobernaban para una minoría, conquistó un caudal electoral inesperado, y súbitamente la vieja clase dirigente se vio ante un fenómeno de entusiasmo popular desconocido en Colombia.

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La campaña de calumnias y difamaciones desatada por la gran prensa no logró debilitar al movimiento gaitanista, y la vieja casta comprendió que, como el arco del legendario rey nórdico, "Noruega se iba a romper entre sus manos". La clase dirigente, encabezada por los jefes políticos y por los grandes diarios sostenedores del poder, confiaba ya sólo en la ignorancia y la indisciplina de las huestes gaitanistas, el "país de cafres" al que siempre habían despreciado. Fue entonces cuando Gaitán convocó a la Marcha del Silencio, para protestar por la violencia en los campos, y una impresionante multitud gaitanista sobrecogió a Bogotá al marchar y concentrarse de un modo disciplinado y silencioso. Aquel pueblo demostraba que no era una hidra vociferante, que podía ser una fuerza poderosa y tranquila, y esto exasperó a los dueños del pais. A partir de ese momento Gaitán era el jefe de la mayor fuerza popular de nuestra historia y, de acuerdo con el orden democrático, era el seguro Presidente de la República. Llegaría al poder no sólo con un gran respaldo popular sino con una enorme claridad sobre las reformas que requeríamos y sobre el país que Colombia debia llegar a ser para impedir la perdición de millones de seres humanos. Gaitán debió presentir que un modelo de desarrollo deshumanizado seria capaz de sacrificar a los campesinos de Colombia, que eran la mayoría de la población, para favorecer sin atenuantes los designios ciegos de un capitalismo salvaje. Como alcalde de Bogotá había fijado en los sitios públicos el valor oficial de la hora de trabajo, para dar a los trabajadores una idea de su dignidad y de sus derechos. Como ministro de Educación intentó abrirle paso infructuosamente a una reforma educativa radical que respondiera a las necesidades del país que crecía. Aún es posible oír en sus discursos su interés por impedir que una economía de privilegios precipitara a Colombia en la pauperización y el aplastamiento de las gentes más pobres. Sus enemigos comprendieron entonces que la democracia

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llevaría a Gaitán al poder y procedieron a ofrecerle su apoyo a cambio de que él aceptara su asesoría, es decir, compartiera con ellos su triunfo y les permitiera escoltarlo. Gaitán se negó, y arreciaron en su campaña difamatoria. La última ráfaga de aquella oposición rabiosa debió armar la mano fanática o mercenaria que le dio muerte. Y asi comenzó la giganteca contrarrevolución (o antirrevolución, ya que conjuraba algo que aún no se había cumplido) que marcó de un modo trágico el destino de Colombia en los 50 años siguientes. Esta contrarrevolución tuvo tres etapas, cada una de ellas peor que la anterior. La primera fue el asesinato del caudillo, que provocó el incendio de la capital. La segunda fue la Violencia de los años cincuenta, que despobló los campos de Colombia e hizo crecer dramáticamente las ciudades con millones de desplazados arrojados a la miseria. La tercera fue el pacto aristocrático del Frente Nacional, mediante el cual los instigadores de la violencia se beneficiaron de ella y se repartieron el poder durante 20 años, proscribiendo toda oposición, cerrando el camino de acceso a la riqueza para las clases medias emprendedoras, y manteniendo a los pobres en condiciones de extremo desamparo mientras acrecentaban hasta lo obsceno sus propios capitales. El 9 de abril de 1948 fue la fecha más aciaga del siglo para Colombia. No porque en ella, como lo pretenden los viejos poderes, se haya roto la continuidad de nuestro orden social, sino porque ese día se confirmó de un modo dramático. La estructura del movimiento gaitanista, con su sujeción a la figura y el pensamiento del caudillo, permitió la desmembración y la disolución de aquella aventura en la que se cifraba el porvenir del país. Gaitán tenía clara la necesidad de un proyecto nacional donde cupiera el país entero; una nación de blancos y de mestizos, de negros y de inmigrantes que pudiera reconciliarse con el espíritu de los pueblos nativos del territorio, y extraer de esa complejidad una manera singular de estar en el mundo.

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Pero esa claridad lo llevó a enfrentarse ingenuamente, es decir, de un modo valeroso, sincero y desarmado, a esa clase dirigente que se lucraba de la miseria nacional y que despreciaba profundamente todo lo que no cupiera en su mezquina órbita de privilegios. Una casta de mestizos con fortuna que nunca había intentado ser colombiana, ni identificarse con nuestra geografía, con nuestra naturaleza, con nuestra población; que continuamente se avergonzaba, como sigue haciéndolo hoy, de este mundo tan poco parecido al idolatrado mundo europeo. Una élite deplorable que viajaba a Europa y a Norteamérica, no a llevar con orgullo el mensaje de un pueblo dignificado por el respeto y afirmado en su territorio, sino a simular ser europea, y a procurar por los métodos más serviles ser aceptada por un mundo que no ignoraba su condición de rastacueros y su falta de carácter. El discurso de Gaitán merece muchas reflexiones. Es singular que en un país envanecido por la retórica de sus gramáticos y de sus académicos haya sido un hombre de origen humilde quien ennobleció el lenguaje de la política; quien, exhibiendo un gran refinamiento sintáctico y una notable claridad de pensamiento, haya tenido eco en un pueblo pretendidamente ignorante y salvaje. No podemos olvidar que también la gran empresa de renovar la lengua castellana y de convertirla en una lengua americana había sido liderada por un indio nicaragüense, Rubén Darío; y que la gran poesía colombiana de entonces estaba siendo escrita por un hijo de campesinos de Santa Rosa de Osos que práctica mente nunca había estado en la escuela. Ello parece asombroso pero es natural: la lengua, como el sentimiento religioso, es hija de los pueblos; son ellos sus creadores y sus transformadores, y las academias, como los eclesiásticos, no son más que los avaros administradores de un tesoro que no siempre comprenden. Lo que parecía insinuarse en el horizonte del gahanismo era una suerte de revolución nacional, de transformación de la ideología que reinaba por el poder de los partidos en

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el alma del pueblo; y la conformación de una gran franja de opinión capaz de llevar no sólo a Gaitán a la presidencia sino al país a un nuevo comienzo. Lo que parcialmente habían conquistado países como México, cuya identificación consigo mismos, cuyo respeto por las raíces nativas, cuya afirmación en su propio pueblo, en su música, en su gastronomía, en su indumentaria, en sus tradiciones, eran un ejemplo para el desconcertado continente mestizo, y cuya revolución, sin duda llena de errores y de hechos dolorosos y trágicos, había conferido sin embargo un profundo sentimiento de orgullo y de dignidad a sus gentes. Como suele ocurrir con los magnícidios, el asesinato de Gaitán nos ha sido presentado como el crimen solitario de un enajenado o de un fanático. Lo que no podemos ignorar es el clima social y político en que se cumplió el hecho, los sectores visiblemente interesados en la desaparición del líder, y los que se beneficiaban con ella. Si la mano que lo mató fue fanática o fue mercenaria, es algo indiferente: la causa evidente del crimen fue la campaña de difamación realizada contra él por la gran prensa, que lo mostraba como un peligro para la sociedad, como alguien que venía a destruir el país, y que lo caricaturizaba como un salvaje a la cabeza de una banda de caníbales. El crimen produjo en todo el país un espontáneo levantamiento hecho de frustración y de desesperanza, pero incapaz de grandes propósitos y aun de trazarse nobles tareas inmediatas. Entre incendios y rapiña y estragos, el pueblo comprendió que una vez más sus esperanzas habían muerto, y tal vez comprendió también que el poder imperante jamás permitiría una transformación de la sociedad por las vías democráticas y pacificas que Gaitán había escogido. Pero allí comenzó también la segunda fase de esa poderosa contrarrevolución, porque advertidos del peligro de un movimiento popular, los partidos políticos tradicionales se lanzaron a la reconquista de sus huestes y se esforzaron por contrarrestar los efectos del discurso de Gaitán. Para ello radicalizaron su lenguaje partidista, magnificaron una

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maraña de diferencias retóricas entre los dos partidos, y utilizando todos los recursos y todos los medios de influencia, fanatizaron a la ingenua población campesina. Tal vez no se proponían desatar una oleada de violencia, pero el modo criminal e irresponsable como atizaron las hogueras del odio para ganar la fidelidad de sus prosélitos condena para siempre a los jefes de ambos partidos que precipitaron a Colombia en la más siniestra época de su historia. Gentes humildes que se habían conocido toda la vida, que se habían criado juntas, se vieron de pronto conminadas a responder a viejos odios insepultos, y sin saber cómo, sin saber por qué, sin el menor beneficio, se dejaron arrastrar por el increíble poder de la retórica facciosa que los bombardeaba desde las tribunas, desde los pulpitos y desde los grandes medios de comunicación, y la carnicería comenzó. Entre 1945 y 1965 Colombia vivió una verdadera orgía de sangre que marcó desalentadoramente su futuro. Más asombroso aún es que quienes precipitaron al país en ese horror sean los mismos que siguen dirigiéndolo, aquellos cuyo discurso es el único que impera en la sociedad, aquellos que se resisten a entender que si bien se han enriquecido hasta lo indecible, han fracasado ante la historia; que tuvieron el país en sus manos durante más de un siglo y que el resultado de su manera de pensar y de obrar es esto que tenemos ante nosotros: violencia, caos, corrupción, inseguridad, cobardía, miseria y la desdicha de millones de seres humanos. Afortunadamente ya no es necesario agotarse en argumentos para demostrar el fracaso de los dos partidos y de sus élites: basta mostrar el país que tenemos. Alguna vez, con triste ironía, el historiador inglés Eric Hobsbawm escribió que la presencia de hombres armados forma parte natural del paisaje colombiano, como las colinas y los ríos. Es difícil, ciertamente, encontrar épocas de la historia en que nuestros campos no hayan sido escenario de hombres en armas, y el mismo Hobsbawm ha

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dicho que la Violencia colombiana de los años cincuenta representó una de las mayores movilizaciones de civiles armados del hemisferio occidental en el siglo XX- Las huestes de los revolucionarios mexicanos recorrieron su país luchando por la Tierra y la Libertad que les predicaba Emiliano Zapata. Es triste comprobar que los hombres en armas de mediados de siglo en Colombia no luchaban por ninguna reivindicación popular, sino instigados por poderes que siempre los habían despreciado, y cuando empezaron a luchar por algo propio, fue por espíritu de venganza, para cobrarse las injurias que esa misma guerra les habia hecho. El gobierno conservador había politizado la policía, habia soltado la siniestra "chulavita" a hostilizar liberales. Estos a su vez reaccionaron armándose, y empezaron a ver en todo conservador un enemigo. La causa de aquello estaba en el poder y en los predicadores del odio, pero muy pronto cada quien tuvo argumentos propios para proseguir la retaliación. Para las cadenas del rencor basta con comenzar, todo lo demás se dará por su propio impulso. Diez anos después de aquellas primeras hostilidades y agresiones, la Violencia ya se había fabricado sus propios monstruos, y un clima generalizado de terror y de impunidad daba los frutos más demenciales. Los nombres de Chispas, de Desquite, de Tarzán, del Capitán Veneno, de Sangrenegra, todavía nos congelan la sangre, y sólo muy recientemente las sierras eléctricas de Trujillo han venido a igualar las cumbres de horror y de depravación humana que se vivieron entonces en Colombia. Siempre nos dijeron que la Violencia de los años cincuenta fue una violencia entre liberales y conservadores. Eso no es cierto. Fue una violencia entre liberales pobres y conservadores pobres, mientras los ricos y los poderosos de ambos partidos los azuzaban y financiaban su rencor, dando muestras de una irresponsabilidad social infinita. La Violencia no podía ser una iniciativa popular, pues no iba dirigida contra quienes se lucraron siempre del pueblo. Era más bien la antigua historia de los pobres matándose unos

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a otros con el discurso del patrón en los labios. Una persistente y venenosa fuente de odio fluía de alguna parte y alimentaba la miseria moral del país. Los dirigentes, esos que todavía le dictan por la noche a la opinión pública lo que ésta respondía mañana en las encuestas, simulaban no advertir cuál era la causa, ese desangre generalizado, y sin dejar de predicar el odio al godo y rojo se quejaban del salvajismo del pueblo. La verdad es que bastó Alberto Lleras y Laureano Gómez se abrazaran y pactaran la alianza que la vasta Violencia colombiana dejara de ser un caos generalizo y se redujera a la persecución final de unas bandas de asesinos emparentadas con el poder, y cerró las posibilidades de acceso a la riqueza a las clases medias emprendedoras, persistiendo en la política de negar el crédito y la capitalización a las clases humildes. Finalmente, fue incapaz de garantizar fuentes de trabajo para las multitudes que seguían llegando a los grandes centros urbanos, les cerró a los pobres la posibilidad de acceso a niveles mínimos de vida y condiciones mínimas de dignidad, permitió el crecimiento y la proliferación de cinturones de miseria alrededor de las ciudades, y

persistió en la vieja actitud señorial de no considerar que el Estado tuviera deberes frente a los pobres, de modo que le bastó con estimular campañas privadas de caridad. Nadie

podía advertir entonces que en el auge de campañas como El Minuto de Dios, las granjas de beneficencia y las "telefones", con enorme despliegue y difusión, lo que se ocultaba era la incapacidad o la indiferencia del Estado para cumplir prioritarios deberes sociales, y su creciente hábito de dejar en manos de los particulares no la solución, sino el esfuerzo por mitigar los dramas de la pobreza y del desorden social. Todo lo que somos socialmente desde entonces es fruto del Frente Nacional. Los sectores sensibles lo deploraron en su hora como una gran derrota. Un sector del

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liberalismo, el MRL, lo combatió vigorosamente, lo mismo que el movimiento literario de los Nadaístas. Hay páginas memorables de Gonzalo Arango en las que cuenta que el Nadaismo existió porque había muerto Gaitán, que un movimiento rebelde y excéntrico como el Nadaismo había sido necesario porque se había destruido la esperanza de un pueblo, y que si Gaitán hubiera triunfado los Nadaístas habrían sido jóvenes normales dedicados a construir a su lado un gran país. Pero en su momento los colombianos no advirtieron el terrible mal que representaba para Colombia el pacto s' aristocrático, por el cual se sepultaba de un modo oficial el derecho ^popular a expresarse políticamente. Ahora nos resulta increíble que se atreviera hablar de democracia mientras se prohibía expresamente la Sapiencia de partidos políticos distintos de los oficiales. Mientras se llenaba al país a un bipartidismo que además era puramente aparentemente después desde hacía mucho tiempo las palabras liberal y conservador fin perdido en Colombia todo contenido programático, toda huella BF pensamiento o de una idea, y se habían envilecido hasta ser tan dos maneras hereditarias de odiar a los semejantes. Como ocurre al final de todas las guerras, sobre los campos todavía humeantes de la Violencia se firmó un pacto, y ese pacto que el llamado Frente Nacional, por el cual los dos partidos irreconciliables se convertían en uno solo con dos colores y la misma ideología, y se repartían el poder durante 20 años. En nombre del bipartidismo el pueblo se había hecho la guerra a sí mismo: ahora se sucederían en el poder precisamente los representantes de la vieja clase dirigente que había sido la principal promotora de la violencia. Así se consumó la tercera fase de aquella implacable contrarrevolución. El liberalismo y el conservatismo no tendrían problemas para compartir el poder, y las reformas que Gaitán había prometido podían posponerse hasta el fin del mundo. Después de una guerra y de 300 mil muertos, Colombia debía seguir siendo el país inauténtico, mezquino, antipopular y excluyente que era 20

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años atrás, y la clase dirigente amenazada por el gaitanismo se había salvado. El país que surgía de aquella catástrofe no era sin embargo el mismo. Millones de campesinos expulsados por la Violencia llegaban a las ciudades buscando escapar al terror y a la ruina. Lo que Gaitán había procurado impedir se cumplía ante la indiferencia de los poderosos y la frialdad de los eruditos. Había cambiado el cuadro de la propiedad sobre la tierra, los terratenientes habían pescado en rio revuelto, se habían invertido los índices de población urbana y de población campesina, las ciudades crecían inconteniblemente, Colombia tenía muchos menos propietarios que antes, y un oscuro porvenir de miseria y de desempleo se cernía sobre las nuevas muchedumbres urbanas. En ese panorama el Frente Nacional mostró al país sus innovaciones. Como si el peligro para Colombia no fueran los partidos tradicionales que la habían desangrado, y blandiendo abiertamente la amenaza de un posible retomo de la Violencia que sólo ellos podían provocar, repartió el poder entre liberales y conservadores y prohibió en el marco legal toda oposición política. Confirmó al Estado, previsiblemente, como un instrumentó para garantizar privilegios; sólo permitió la iniciativa económica en el ámbito de las clases, familias y empresas tradicionalmente emparentadas con el poder, y cerró las posibilidades de acceso a la riqueza a las clases medias emprendedoras, persistiendo en la política de negar el crédito y la capitalización a las clases humildes. Finalmente, fue incapaz de garantizar fuentes de trabajo para las multitudes que seguían llegando a los grandes centros urbanos, les cerró a los pobres la posibilidad de acceso a niveles mínimos de vida y condiciones minimas de dignidad, permitió el crecimiento y la proliferación de cinturones de miseria alrededor de las ciudades, y persistió en la vieja actitud señorial de no considerar que el Estado tuviera deberes frente a los pobres, de modo que le bastó con estimular campanas privadas de caridad. Nadie podía

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advertir entonces que en e! auge de campañas como El Minuto de Dios, las granjas de beneficencia y las "telefones"', con enorme despliegue y difusión, lo que se ocultaba era la incapacidad o la indiferencia del Estado para cumplir prioritarios deberes sociales, y su creciente hábito de dejar en manos de los particulares no la solución, sino el esfuerzo por mitigar los dramas de la pobreza y del desorden social. Todo lo que somos socialmente desde entonces es fruto del Frente Nacional. Los sectores sensibles lo deploraron en su hora como una gran derrota. Un sector del liberalismo, el MRL, lo combatió vigorosamente, lo mismo que el movimiento literario de los Nadaístas. Hay páginas memorables de Gonzalo Arango en las que cuenta que el Nadaismo existió porque había muerto Gaitán, que un movimiento rebelde y excéntrico como el Nadaismo había sido necesario porque se había destruido la esperanza de un pueblo, y que si Gaitán hubiera triunfado los Nadaistas habrían sido jóvenes normales dedicados a construir a su lado un gran país. Pero en su momento los colombianos no invirtieron el terrible mal que representaba para Colombia el pacto aristocrático, por el cual se sepultaba de un modo oficial el derecho popular a expresarse políticamente. Ahora nos resulta increíble que se Iludiera hablar de democracia mientras se prohibía expresamente la sentencia de partidos políticos distintos de los oficiales. Mientras se transformaba al país a un bipartidismo que además era puramente aparentes desde hacia mucho tiempo las palabras liberal y conservador «n perdido en Colombia todo contenido programático, toda huella VS pensamiento o de una idea, y se habían envilecido hasta ser tan utos maneras hereditarias de odiar a los semejantes. Después de la revolución cubana, la política hemisférica exigió que los ejércitos de América Latina cambiaran sus prioridades de defensa de las fronteras por lo que llamaron "seguridad interna". Así se institucionalizó uno de los fenómenos más aberrantes del siglo. Cuando

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nuestros países requerían acceder a la democracia real y madurar políticamente, una teoría perversa según la cual los latinoamericanos no estábamos maduros para la democracia, culpablemente apoyada por los gobiernos norteamericanos, permitió que la América Latina viviera una de sus épocas más sombrías. Una progresión de dictaduras militares antipopulares se abrió camino para garantizar en el continente la aplicación de las políticas

económicas y acallar los reclamos de justicia social y el libre ejercicio de la oposición, sin la cual la democracia es inconcebible. Curiosamente, Colombia había vivido el fenómeno de una dictadura militar casi accidental que, impuesta a mediados de los arios cincuenta por una coalición de los partidos tradicionales como una suerte de ensayo de lo que sería el Frente Nacional, se fue desviando de su propósito inicial cuando el dictador, general Gustavo Rojas Pinilla, comprendió que el Estado, hecho para defender determinados privilegios desde siempre, podía servir a otros fines. Allí se dio una curiosa amalgama de obras benéficas para el pueblo y aprovechamiento del poder para beneficio propio que, por supuesto, provocó una rápida reacción de la clase política que había sido la inspiradora de! experimento. No sobra recordar que las principales obras de modernización que emprendió Colombia a mediados de siglo fueron fruto de esa pausa casi involuntaria en la mezquina dominación de las élites, y que en una atmósfera tan enrarecida por el egoísmo de los poderosos ni siquiera el ejército resultó un aliado seguro. A tal punto el general se les salió de las manos, que diez anos después fue el protagonista de una aventura electoral que puso en peligro la dominación bipartidista, y obligó al democrático gobierno del Frente Nacional a modificar a última hora los resultados electorales, con cifras llegadas de remotas provincias. También en tiempos de Gaitán se había dado el fenómeno de que la policía, compuesta por

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gentes del pueblo, terminara volviéndose gaitanista, para desconsuelo de los dueños del poder. Estas experiencias despertaron una gran desconfianza de los poderosos en la iniciativa de sus fuerzas armadas, y con gran inteligencia se procuró que los jefes militares amasaran grandes fortunas, manejaran inmensos presupuestos, tuvieran el control de la ciudadanía y aun de la justicia, y gozaran de excesivos privilegios, pero no se les soltó el timón del Estado ni siquiera en los tiempos en que Colombia era una de las poquísimas barcas con apariencia democrática en un océano de sables. Esos 20 años de Frente Nacional trajeron algunos de los males mayores de la sociedad colombiana actual, males que se sumaron a los muchos que ya arrastrábamos desde los viejos tiempos, para conformar el cuadro de impotencia y de desesperación que ahora tenemos ante los ojos. Como se prohibió toda oposición legal, cosa que sólo puede ocurrir en las dictaduras más cerriles, surgió y se fortaleció la oposición ilegal, la oposición armada, que ha crecido hasta ser dueña de la mitad del país. Durante mucho tiempo los ideólogos del poder explicaron la existencia de las guerrillas como un producto de la infiltración de ideologías foráneas, en particular del movimiento comunista internacional, Lo explicaban así a pesar de saber que en Colombia, como lo ha dicho Hobsbawm, siempre hubo en los campos hombres en armas y es una tradición la práctica de la rebelión focalizada en pequeña escala y el bandidaje rural. Pero muchas de las guerrillas colombianas no fueron en rigor comunistas, o sólo se revistieron de ese ropaje mientras duró el auge mundial de aquella ideología, y en cambio todos hemos podido comprobar que el acallamiento del discurso castrista y la caída abrumadora de la Unión Soviética y la gradual incorporación de la China a la economía de mercado no sólo no precipitaron el fin de la guerrilla colombiana sino que fueron simultáneos con su auge inusitado en nuestro territorio. A pesar de su

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bandidaje y de su falta de participación con la sociedad, la guerrilla no es un caso de policía, no es problema militar sino un problema político y por ello salta a la vista que cuanto más se la combate y cuanto más se invierte dinero en recurrí militares contra ella, más fuerte se hace. ¿Quién ignora que el campo colombiano está arruinado? ¿Que el país no les ofrece ninguna motiva, ningún futuro, a los habitantes del campo? ¿Con qué cara viene a decir este Estado que los campesinos no tienen motivos i rebelarse, cuando hasta los profesionales en Colombia tienen que irse a taxistas, y todo reclamo, por justo que sea, está prohibido en práctica? Prohibamos en Francia los reclamos de la ciudadanía, el hecho a la indignación, y el derecho soberano de los trabajadores franceses a hacer temblar a sus instituciones, y no sólo harán guerrillas sino otra Revolución Cortacabezas, porque en Francia si saben que ser ciudadano es fundamentalmente no dejarse pisotear de nadie, y menos si es uno el que les paga el sueldo. Yo sostengo que es el Estado colombiano imperante, con su ineficiencia y su irrespeto por los reclamos de la ciudadanía, el que fuerza a los campesinos a adherir a esos movimientos armados que no tienen ningún futuro, pero que por lo menos tienen presente. El Frente Nacional cerró además el acceso a la riqueza para las clases medias emprendedoras, y éstas se vieron empujadas por ello hacia actividades ilícitas como el contrabando y el narcotráfico, ya que sí una sociedad niega las posibilidades legales en el marco de la democracia económica, quienes aspiran a la riqueza sólo tienen el camino de la ilegalidad. Cierto rey babilonio, en un relato de Voltaire, consulta desesperado al oráculo porque su hija la princesa se ha fugado con un vagabundo, y el oráculo le responde con estas palabras: "Cuando uno no casa a las muchachas, majestad, las muchachas se casan solas". Fue esto lo que ocurrió en Colombia desde comienzos de los

anos setenta. La vieja ideología señorial había impuesto aquí la absurda lógica de que

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cualquier concesión a los pobres es un escándalo. Para ser rico, la única condición era haber tenido la precaución de serlo desde la cuna, y todo lo demás era pretensión descabellada y ridicula. Ello es aún más extraño si pensamos que nuestra clase dirigente, por una voltereta tramposa, abandonó la vieja teoría medieval de la nobleza de sangre y fingió adoptar los principios de la democracia liberal debidos a la Revolución Francesa. Todo ello era muy bien visto en la letra, pero

que la servidumbre no buscara propasarse, ni intentar escenas bochornosas. Es muy difícil sostener una sociedad señorial, racista, excluyente y mezquina, en la que sobreviven términos como "gente bien", "gente de buena familia" y al mismo tiempo barnizarla con un discurso liberal aureolado por la pretensión de que todos son iguales ante la ley y viven bajo el imperio de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. La gente terminará creyendo que de verdad tiene derechos y hasta puede intentar hacerlos valer. Y ello se agrava si el modelo económico expone a las gentes al discurso de las metrópolis, pues lentamente empezarán a percibir que el modelo que se les predica se parece muy poco al que se les ofrece. Allá al norte estaban los Estados Unidos, con su respeto por el ciudadano, su igualdad de derechos, sus salarios decentes, sus oportunidades de empleo y consumo; y aquí vivíamos en una disparatada sociedad de consumo en la cual hasta las clases medias tenían que pensarlo muchas veces para comprar lo que veían en las vitrinas. Se puede jugar así con la gente, pero no con toda. Tarde o temprano alguien sentirá que le están haciendo trampa en el juego y descubrirá que él también puede hacer trampa. Ya se sabe que la única pedagogía es la pedagogía del ejemplo, y un Estado no puede exigir que se

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respete la ley si él mismo no la respeta. Gobernar en función de unos cuantos privilegiados, saquear el tesoro público, abusar de la autoridad, es violar la ley de manera grave, y puede generar en la conciencia de algunos la sensación de que si los encargados de aplicarla violan la ley, no puede ser tan grave que la violen los particulares. Pero se da además el caso de que el

discurso público de la sociedad industrial, es decir, la publicidad, pregona en todos los tonos posibles que la única condición digna de admiración y de respeto es la riqueza. Los mensajes de autos y perfumes y cigarrillos y tarjetas de crédito exhiben esa refinada vulgaridad como la condición necesaria de todo éxito y de toda felicidad. Y el pobre espectador descubre que le están vendiendo el suplicio de Tántalo; que, ávido por ser rico para obedecer las órdenes melodiosas de los medios y para merecer el respeto de su condición humana, la sociedad no se lo permite porque está organizada para impedir toda promoción, para perpetuar a los ricos en su riqueza y dejar que los pobres se mueran a las puertas de los hospitales. Y descubre además que los únicos en el vasto mundo que parecen tener la obligación de a entrarse ejemplares y virtuosos son los que están condenados a vivir las sentinas, a padecer como buenos pobres los laberintos de la burocracia y los tacones de la ley en la nuca. Realmente no se me hace raro que en una situación como ésa, algún hombre sea victima de pensamientos y empiece a fantasear con fortunas menos virtuoso .pero más posibles Esos conflictos. El caso de la sociedad colombiana en los últimos 50 años es el caso de un Estado criminal que criminalizó al país.

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Porque la consecuencia principal del Frente Nacional es que, abolida toda oposición, toda vigilancia ciudadana, el Estado se convirtió en un nido de corrupciones, en una madriguera de apetitos sin control entre dos partidos cómplices que no admitieron fiscalización alguna. Por un camino muy distinto, curiosamente, México llegó a una situación semejante. Así como allá la existencia de un solo partido, sin oposición posible, fue corrompiendo al Estado hasta convertirlo en un nido de burócratas sin entrañas y de ambiciosos sin escrúpulos, así también nuestra dictadura de un solo partido (con dos cabezas y con dos colores) convirtió al Estado en una eficiente mole de corrupción, continuamente enfrentada consigo misma, a la que ningún presupuesto le alcanza, donde cada pequeño funcionario manipula la ley a su antojo con toda impunidad, y donde una vasta red de compadres y amigos parásita del caos y exprime a todo el que cae en sus manos. Desde las más altas hasta las más bajas esferas el tráfico de influencias es la norma. Ahora bien, ¿puede esta larga enumeración de causas explicar por qué nuestra sociedad es incapaz de reaccionar y de modificar una situación que se ha vuelto intolerable? "Ser maltratado no es un mérito", dijo Bemard Shaw a un visitante que le enumeraba sus males. He referido los precedentes de nuestra situación, pero el propósito de estas páginas es pensar en el porvenir y atrever reflexiones sobre la Nueva República, como la llamaba Gaitán, que estamos en el deber de construir. Una república capaz de superar una larga historia de negligencias y de crímenes, capaz de ofrecer al mundo algo mejor que un recurrente, memorial de agravios. El Proyecto Nacional tantas veces postergado que volver a alzarse, hasta que la cordura y la nobleza de corazón impongan en el mismo escenario donde hoy persisten los negadores del país y los destructores de su esperanza. "Todo recuerdo es triste y .presentimiento es alegre", dijo Novalis. El más inmediato deber Colombia es presentir ese futuro y adueñarse de él

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con pasión y con ficción. Las viejas castas dominantes se han destituido a sí han hecho indignas de respeto y no creo que merezcan un lugar historia. Es hora de que nos preguntemos cuál es nuestro lugar, nuestro papel y nuestro destino. En todo este tiempo se han visto crecer la pasividad ciudadana, la indiferencia y el miedo. Pero en los últimos 50 años también se vieron grandes procesos de iniciativa social, de lucha por los derechos de la comunidad, expresiones orgullosas y dignas. ¿Qué fue del movimiento sindical colombiano? ¿Qué fue de los valerosos reclamos de los campesinos? ¿Qué fue de las movilizaciones de los estudiantes? Estremece pensar que mientras en todo país democrático el derecho al reclamo, la indignación, y la resistencia a la opresión son pilares de la vida social, aquí toda indignación popular es causa de feroces persecuciones. Impedido en la práctica el acceso legal a la riqueza, todo enriquecimiento es ilícito, así como toda resistencia y todo reclamo son automáticamente ilegales. Estamos hablando de tiempos innobles. Una cosa es lanzarse a las calles, como en Francia, sabiendo que el Estado respeta a la población y responde por su legitimidad, sabiendo que si la fuerza oficial fuera utilizada ilegalmente contra el pueblo sería severamente sancionada, y otra salir a las calles a reclamar sabiendo que después de las marchas pacificas, cuando los manifestantes dispersos vuelven solos a sus hogares, hay desapariciones silenciosas y ejecuciones anónimas. Un pueblo incapaz de darle la cara a los males se merece su postración y su angustia. Pero cuando uno se pregunta dónde están los que protestaron, los que se rebelaron, los que exigieron, los que se creyeron con derecho a reclamar un país más justo, más respetuoso, el pensamiento se ensombrece. Los héroes están en los cementerios, nos dice una voz al oído. Y entonces recordamos aquella pieza teatral en la que un personaje exclama: "¡Desgraciado el

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país que no tiene héroes!" y otro le responde: "¡No, desgraciado el país que los necesita!". Colombia ha tenido ya muchos héroes, pero lo triste es que los necesita, porque siendo evidente la injusticia, siendo evidente el monstruoso contraste entre los que tienen mucho y los que no tienen nada, siendo evidente la corrupción y el delito, el increíble exterminio de todo un partido político de oposición, las calles populosas de indigentes que bandas de muchachos ricos salen a asesinar en la noche, siendo evidente el abandono de los campos, la quiebra de las empresas nacionales en nombre de la modernización, siendo evidente que la mitad del país no parece merecer respeto ni futuro, decirlo es ilegal y combatirlo puede ser mortal. Los dueños del poder en Colombia parecen dispuestos a sacrificar lo que sea con tal de conservar sus privilegios. No les tembló la mano para hacer que el viejo país campesino se desgarrara a sí mismo en un conflicto que ellos habrían podido impedir con un poco de conciencia patriótica, de generosidad y de previsión. El surgimiento de las guerrillas comunistas a comienzos de los años sesenta los hizo pensar que cualquier concesión significaría sacrificar sus riquezas, y la guerra a muerte contra la izquierda revolucionaria fue desde entonces la única consigna de los gobiernos y de los orientadores de la opinión pública. La ideología comunista puso a toda una generación de jóvenes a pensar que se trataba de derribar violentamente a las élites para transformar a la sociedad en una dictadura a la manera soviética o cubana, y subordinó los esfuerzos de transformación de la sociedad a la repetición de esas fórmulas con las cuales la sociedad rusa pasó de la autocracia zarista a la dictadura estatista de José Stalin. Ello impidió que nuestro país pudiera seguir el camino que le había trazado sabiamente Gaitán, la búsqueda de un destino propio que consultara su naturaleza, su singularidad, su riqueza de matices y de culturas. Las sectas comunistas se alimentaron aquí de la vieja tradición

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escolástica, parasitaria, dependiente, y también cuando buscaba soluciones a su drama Colombia persistió en el culto dogmático de modelos ilustres y de fórmulas prestadas. Es innegable nuestra pertenencia al orden mental europeo. Un país cuya lengua es hija del latín y del griego; que ha profesado por siglos una religión de origen hebreo, griego y romano; que se ha propuesto el modelo democrático debido a la Revolución Francesa y que se reclama defensor de la Declaración de los Derechos del Hombre; una sociedad que se ha formado instituciones siguiendo el modelo liberal europeo, no puede pretender encontrar soluciones ignorando esa tradición. La democracia sigue siendo para nosotros una promesa y aún necesitamos en Colombia una crítica lúcida, vigorosa, implacable, de las iniquidades del poder imperante, como la que emprendió Voltaire en su día, y una propuesta seria de sensatez, de lógica, de generosidad y de valor civil.