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La Apuesta Kinley MacGregor 2º De los Señores de Avalon “La Apuesta” hace parte de la nueva serie de Kinley Macgregor, Los Señores de Avalon (comenzando en el 2006 con La Espada Oscura) - Una Artúrica fantasía alternativa de proporciones épicas. En los días después de la batalla de Camlann, Arturo fue llevado a la isla de Avalon. Los objetos sagrados de Camelot que le dieron su poder, han sido esparcidos para protegerlos del mal. La Mesa Redonda se encuentra fragmentada. Los chicos buenos se han retirado a Avalon para servir a su derrocado Rey y al Penmerlin sobreviviente que ha tomado el mando después de que el Merlín de Arturo desapareciera misteriosamente. La malvada Morgen le Fey ha tomado el control de Camelot y ha colocado a un nuevo Pendragon en el trono. Los antiguos caballeros de la Mesa Redonda son ahora Los Señores de Avalon y harán lo que sea necesario para detener al Pendragon de que tenga éxito. LA APUESTA Había sido un largo y frío… Milenio. Thomas se detuvo mientras terminaba de escribir esas palabras. En realidad no había pasado tanto tiempo. ¿O si? Frunciendo el ceño, miró el calendario en su PDA, aquella que le había traído Merlín desde lo que el futuro hombre llamaba el siglo veintiuno y dio un suave silbido. Genial. No había sido tanto tiempo aunque viviese en una tierra donde éste no tenía importancia alguna. Tan sólo se sentía como tal y por eso dejó la palabra en el papel. Sonaba mejor que decir unos cuantos siglos - y había aprendido que eso era lo que significaba escribir. La verdad era importante, pero no tanto como mantener a tu audiencia entretenida. Las noticias aburrían a la gente, pero las historias…

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La Apuesta Kinley MacGregor 2º De los Señores de Avalon

“La Apuesta” hace parte de la nueva serie de Kinley Macgregor, Los Señores de Avalon (comenzando en el 2006 con La Espada Oscura) - Una Artúrica fantasía alternativa de proporciones épicas. En los días después de la batalla de Camlann, Arturo fue llevado a la isla de Avalon. Los objetos sagrados de Camelot que le dieron su poder, han sido esparcidos para protegerlos del mal. La Mesa Redonda se encuentra fragmentada. Los chicos buenos se han retirado a Avalon para servir a su derrocado Rey y al Penmerlin sobreviviente que ha tomado el mando después de que el Merlín de Arturo desapareciera misteriosamente. La malvada Morgen le Fey ha tomado el control de Camelot y ha colocado a un nuevo Pendragon en el trono. Los antiguos caballeros de la Mesa Redonda son ahora Los Señores de Avalon y harán lo que sea necesario para detener al Pendragon de que tenga éxito.

LA APUESTA

Había sido un largo y frío…

Milenio.

Thomas se detuvo mientras terminaba de escribir esas palabras. En realidad no había pasado tanto tiempo. ¿O si? Frunciendo el ceño, miró el calendario en su PDA, aquella que le había traído Merlín desde lo que el futuro hombre llamaba el siglo veintiuno y dio un suave silbido.

Genial. No había sido tanto tiempo aunque viviese en una tierra donde éste no tenía importancia alguna. Tan sólo se sentía como tal y por eso dejó la palabra en el papel. Sonaba mejor que decir unos cuantos siglos - y había aprendido que eso era lo que significaba escribir. La verdad era importante, pero no tanto como mantener a tu audiencia entretenida. Las noticias aburrían a la gente, pero las historias…

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Ahí era donde estaba el dinero. Al menos para las personas que no eran como él. Aquí no había dinero, ni mucho de otras cosas.

Pero estaba divagando. Milenio o no, había sido demasiado largo desde que fuese libre por última vez.

Aquel que hace pactos con el demonio lo paga con la eternidad. A su pobre y destrozada madre le había encantado ese dicho. Que pena que él hubiera sido tan malo escuchando… pero entonces ahí estaba el problema con la “conversación”. Varias veces, aunque te detuvieras a respirar, no estabas prestándole atención a la otra persona y tan solo te dedicabas a planear tu próxima respuesta. Claro, y es que él había sido un joven presuntuoso.

Además, ¿que vieja bruja sabía sobre el mundo en realidad? Solía pensar. Era Sir Thomas Malory. Sir Thomas Malory… No podemos olvidarnos del Sir. Eso es muy importante.

En sus días el Sir significaba que era una persona con un lugar en la sociedad. Un hombre con perspectivas. Un hombre con ni puta idea (A Thom le gustaba el vernáculo que Percival le había enseñado de otros siglos. Había cierto color en la futura fraseología… pero ahora, volvamos a lo que él había estado pensando).

La vida había comenzado demasiado fácil para él. Había nacido en una familia adinerada. Una buena familia… Buena, accidentalmente era una palabra de cinco letras. Mira y verás, en verdad lo es. Significaba agradable, placentera, cortés.

Aburrida.

Como cualquier joven digno de sí mismo, había escapado tan lejos como había podido de lo ‘bueno’. Lo bueno era para el débil (otra palabra de cinco letras). Era para un torpe imbécil (¿ves como todas las cosas viles se remontan a palabras de cinco letras? (Hasta ‘viles’ tiene cinco letras}).

Y Thomas era todo menos un imbécil. O así lo había pensado.

Hasta que la conoció. (Por favor inserten aquí un pie de página donde se diga que en francés, la doleur, que significa dolor, es femenino). Había una razón para eso. Las mujeres, no el dinero, eran la razón de todas aquellas cosas malvadas (era un truco de su género que ‘mujeres’ fuera una palabra de siete letras y no cinco, pero entonces, mujer si tiene cinco letras. Esto fue hecho para confundirnos, para que nosotros los hombres no nos diéramos cuenta de que tan corruptas y prejuiciosas son).

Pero de vuelta a la historia. Las mujeres eran la razón de todo lo malvado. Sin duda alguna. O como mínimo, la perdición de cualquier buen hombre.

Y Thom debería saberlo. Le había estado yendo bastante bien hasta aquel fatídico día cuando ella se le apareció. Como una visión del cielo, había cruzado

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la calle llevando puesto un vestido azul. O tal vez era verde. Demonios, después de tantos siglos había podido ser café. El color no había importado en el momento puesto que a decir verdad la había estado imaginando desnuda en su mente.

Y había aprendido una lección bastante importante. Nunca imagines a una mujer desnuda cuando ésta era capaz de leerte la mente… Por lo menos no, a no ser que te gustara el masoquismo.

A Thom no le gustaba. Pero entonces, dado su aprieto actual, tal vez lo era.

Tan sólo un verdadero masoquista se atrevería a cruzar la calle para encontrarse y enamorarse de Merlín.

Thom se detuvo en su escritura. –Ahora, buen lector, antes de que me creas extraño. Dejadme explicar. Como verás, Merlín, en la Inglaterra antigua no era un nombre si no un título y aquel que tuviese ese titulo podía ser tanto hombre como mujer. Y mi Merlín era un hermoso ángel rubio que tan sólo era un poco menos que indulgente. ¿Cómo lo sé? Mira el primer párrafo donde hablo sobre un milenio de encarcelamiento… ponle más o ponle menos siglos, aún no suena tan impresionante como milenio.

Thom se sintió un poco mejor después de dar ese discurso. Aunque no mucho. ¿Como podría cualquier hombre sentirse mejor mientras se encontraba atascado en un hoyo?

Pues era cierto. La furia del infierno no se compara con la ira de una mujer.

-Ahí te llevará tomarte unas cervezas con tus compañeros.

Bueno, en su caso era un barril de cerveza. Pero eso sería adelantarnos en la historia.

Suspirándose a si mismo, Thom metió su pluma en la tinta y volvió a su pergamino. Era verdad, tenía otras formas de escribir cosas, pero ya que todo comenzó con tinta y papel, quería que esta diatriba fuera capturada de la misma forma. Después de todo, esta era su versión de la historia. O mucho más simple, esta era la verdad del caso. Mientras otros especulaban, él sabía la verdad.

Y no, la verdad no lo liberaría. Tan solo Merlín podía hacerlo y bueno, esa era una historia totalmente diferente a esta.

Esta historia comenzó con un pobre hombre embobado viendo a su Afrodita al otro lado de la calle. Ella se había detenido en su caminar y tenía una expresión que la hacía ver como si hubiera perdido algo.

A mi, él había pensado. Me has perdido a mí y estoy justo aquí.

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Sin pensar más que en escuchar el sonido de la voz de su amada antes de que comenzara a caminar de nuevo, se había dirigido a ella tan solo para por poco haber muerto bajo las patas de un caballo mientras se apartaba del frente de un carretero. Thom no esquivó la carreta tan hábilmente y en un instante cayó bruscamente al piso.

Empapado, pero aún embobado por el capricho de Cupido, Thom intentó secarse antes de volver a intentar acercarse a ella… esta vez un poco más alerta del tráfico.

No podía respirar. No podía pensar. No podía secar el maldito olor de agua sucia de su ropa. Todo lo que podía hacer era ver a su Calypso esperar (se decía a si mismo) por él para tomarla en sus brazos.

A medida que se le acercó, un millón de pensamientos astutos e instrucciones aparecieron en su mente. La iba a encantar con una ingeniosa conversación. Ella estaría deslumbrada por su listo y elegante discurso (en más formas que una si todo salía acorde al plan).

Y entonces ella lo había mirado. Aquellos brillantes y azules… o tal vez eran verdes… ojos lo habían perforado con curiosidad.

Thom respiró profundamente, abrió su boca para hablar, para cortejarla con su encanto, cuando de repente toda su astucia lo abandonó…

Nada. Su mente estaba en blanco. Despreciable. Irritante.

-Saludos.- Hasta él se encogió mientras esa simple, estúpida palabra había caído de sus labios.

-Saludos, buen señor.-

Su voz había sido clara y suave. Como la voz de un ángel. Estuvo allí de pie un momento, mirándolo expectante mientras su corazón golpeaba, su frente empapada de sudor.

Habla, Thom, habla.

-Lindo día, ¿no?

-Muy lindo.

Si, era un tonto. Uno que ya no aparentaba ni un poco de su seca masculinidad. Queriendo salvar al menos un poco de la dignidad que poseía (que en este momento se encontraba en dígitos negativos), Thom asintió. –Tan solo pensé que se lo diría, hermosa mujer, buen día.

Encogiéndose aún más, comenzó a alejarse de ella tan solo para detenerse mientras notaba algo aún más extraño.

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Ahora, siendo un ser humano bastante racional, lo vio como un pájaro increíblemente grande. Enfrentémoslo, en la Inglaterra del siglo quince, todo mundo hablaba de dragones, pero nunca nadie había pensado alguna vez en cruzarse con uno.

Y aún así, ahí estaba en el cielo. Un gigante… dragón. Eso era lo que era. Grande y negro con ojos rojos bulbosos y escamas brillantes, los había rodeado bloqueando el sol.

Thomas, siendo un cobarde, había querido salir corriendo, pero siendo un hombre lujurioso, rápidamente vio la oportunidad de encantar a su hermosa dama con encantadoras acciones en vez de una débil lengua. ¿Después de todo, que mujer no se moriría por un cazador de dragones?

Esa había sido la idea.

Al menos hasta que el dragón le pateó el trasero. Con un golpe de su talón, el dragón lo había lanzado hacia un edificio. Thom había caído en la calle y cada parte de su cuerpo le había vibrado y dolido.

Era terrible. O así lo había pensado hasta que la mujer había puesto su mano en su frente. En un instante había estado tirado en la calle sobre agua sucia y en el otro se había encontrado acostado en una larga y dorada cama.

-¿Donde estoy?

-Sh,- su ángel dijo. –Haz sido envenenado por el dragón. Quédate quieto y dale tiempo a mi toque para que os cure o si no de seguro morirás.

(Nota a mi mismo. Debí haberme movido como loco, pataleado).

No queriendo morir (por que era estúpido), Thom había hecho tal cual ella le había pedido. Se había quedado quieto, mirando sus perfectos y esculpidos rasgos. Era belleza y gracia.

-¿Tiene usted un nombre, mi señora?

-Merlín.

Ese había sido el último nombre que él le hubiera atribuido a una mujer tan hermosa. –¿Merlín?

-Si, ahora quedaos quieto.

Por primera vez en toda su vida, Thom obedeció. Había cerrado los ojos e inhalado el fresco olor a lilas que emanaba de la cama donde se encontraba. Se preguntó si esta era su cama y luego sobre las cosas que hombres y mujeres pueden hacer en ella... especialmente juntos.

-Deteneos.

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Abrió sus ojos ante el regaño de su Afrodita. -Detener que?

-Esos pensamientos.- Dijo ella bruscamente. -Los escucho todos y me molestan.

-¿Te molestan como?

-Soy la Penmerlin y debo permanecer casta. Pensamientos como los vuestros no tienen lugar en mi cabeza.

-No están en su cabeza, mi señora, están en la mía y si vos ofendéis, no deberíais meteros donde no os incumbe.

Ella le regaló una encantadora sonrisa. -Sois valiente, Thom. Quizás debí dejar que la mandrágora os llevara.

-¿Mandrágora?- ¿Como la raíz?

-El dragón,- ella explicó. -Su especie tiene la habilidad de tomar forma de dragón o de humano, por eso su nombre1.

Bueno, pues eso si que explicaba las cosas. Aunque otras se encontraban vagas en su cabeza. -Pero el no estaba tras de mi, estaba tras de vos. ¿Por qué?

-Estaba en busca de un Merlín bastante especial y la mandrágora me detectó. Es por eso que rara vez me aventuro en el mundo del hombre. Cuando uno posee tanta magia como yo, es bastante fácil para que otras bestias mágicas nos encuentren.

Eso tenía sentido. -Son enemigos.

Ella asintió. -El trabaja para Morgen le Fey.

Thom no tenía la audacia de reírse de aquello. –La hermana del Rey Arturo.

Merlín no se rió. –Si, la misma.

La mirada seria en su rostro y el tono de su voz lo habían puesto sobrio. –No estáis bromeando.

-No, las historias de Arturo son reales, pero no son para nada parecidas con las que los juglares dicen. El mundo de Arturo era enorme y sus batalles aún ocurren, no solo en este tiempo, pero en el futuro también.

En ese momento Thom no sabía que lo embriagaba mas. La maravillosa criatura que deseaba tener debajo suyo o la idea de que Camelot en realidad había existido.

Durante el curso de los siguientes días mientras se curaban sus heridas, Thom se había quedado en la isla de fábula, Avalon y había escuchado a Merlín hablar de Camelot y sus caballeros.

1 Mandrágora: En inglés, Mandrake que al separarla: Man: Hombre, Drake: Dragón.

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Pero más que eso, los había visto. Al menos a aquellos que aún vivían. Allí, durante una semana, caminó entre leyendas y estrechó manos de fábulas. Se enteró que Merlín era tan solo una de las de su tipo. Otros como ella habían sido enviados al mundo del hombre para que fuesen escondidos de Morgen quien quería usar a aquellos Merlines y los objetos sagrados que ellos protegían del mal.

En realidad se encontraban en una batalla bastante temerosa. Una en la que no se importaba con el tiempo o el sujeto. Y al final, el destino del mundo caería en las manos del vencedor.

-Deseo ser uno de ustedes,- Thom finalmente le confesó a Merlín en la noche de su octavo día. –Quiero ayudar a salvar el mundo.

Sus ojos se nublaron. –Ese no es tu destino, Thom. Debes volver a tu mundo y ser quien eras.

Ella lo hacía sonar tan simple, pero no era el mismo hombre que había llegado a Avalon. Su estancia aquí lo había cambiado. –¿Como puedo ser como era si ahora sé la verdad?

Ella se alejó de él. –Serás como eras, Thom… Te lo prometo.

Y entonces todo se nubló. Su visión le había fallado hasta que se encontró encerrado en pura oscuridad.

Thom despertó a la mañana siguiente de vuelta en Inglaterra, en su casa… en su cama.

Había intentado desesperadamente volver a Avalon, tan solo para encontrarse con que todos le decían que lo había soñado.

-Habéis estado aquí todo el tiempo.– Le había dicho su ama de llaves.

Pero no le había creído. ¿Como podía hacerlo? Esto no lo había causado una simple enfermedad. Lo sabía.

Era real (otra palabra de cuatro letras que por lo general llevaba a un hombre al desastre).

Eventualmente Thom se convenció de que todos habían tenido razón y todo había sido un sueño. El mundo de los Merlines había existido tan solo en sus sueños. ¿Donde más habría podido ocurrir?

Asi que entonces volvió a sus viejos hábitos. Había apostado, peleado, se había acostado con mujeres, y mas que todo había bebido, bebido, bebido y bebido.

Hasta aquella noche.

Fue una noche (otra palabra que en español era de cinco letras y en francés cuatro. Había algunas veces que los franceses eran en realidad astutos). Thom

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había ido a su taberna favorita que se encontraba llena con sus menos que apropiados amigos. A medida que pasaba la noche y ya estaban más que ebrios, Geoffrey o tal vez había sido Henry o Richard había comenzado una apuesta.

Aquel que contara la mejor historia ganaría una bolsa llena de monedas de oro (ninguna palabra de cuatro letras por aquí).

Nadie sabía en realidad cuantas monedas había en la bolsa pues todos estaban demasiado borrachos como para importarles. Y así, todos comenzaron con sus historias ante un grupo de mujerzuelas que eran el jurado.

Thom, demasiado borracho como para darse cuenta que un hombre se había acercado a su mesa, había acariciado a su moza mientras los otros contaban sus historias antes que él.

-Eso si que estuvo bien e interesante,- había dicho mientras Richard había terminado el recuento de unas de las historias de Chaucer (el hombre si que le faltaba mucho para ser original). –Pero yo, Thomas Malory… Sir Thomas Malory, les puedo ganar a todos ustedes.

-Claro que puedes, Thom.- Geoffrey había dicho con una risa y un eructo. –Siempre piensas que puedes.

-No, no hay nada que pensar… estoy demasiado ebrio para eso. Esto tan sólo debo hacerlo.- Había levantado su copa para que la volvieran a llenar antes de comenzar con su historia. Al principio había pensado en contar una historia de un percance de agricultura que su padre le había contado, pero antes de que pudiera pensarlo mejor (beber usualmente causaba este efecto), se le había salido todo lo del Rey Arturo que Merlín le había contado.

O al menos parte de la historia. Siendo Thom, que le encantaba adornar todas las verdades, se había tomado ciertas libertades. Había cambiado algunas cosas, pero prácticamente se había mantenido en la historia. Después de todo, que daño podría causar? De todas formas lo había soñado y era una historia bastante interesante.

Y la próxima cosa que supo era que había ganado esa apuesta y se había llevado a casa esa bolsa, que al final había descubierto que tan solo contenía dos rocas y un poco de pelusas.

Vaya premio que era.

Luego, antes de ver lo que había sucedido, la gente comenzó a acercársele y a hablar de un libro que había escrito. Thom, no siendo estúpido al dejar que toda esa fama le pasara de largo, les siguió la corriente. Hasta que vio el libro por si mismo. Allí estaba, en hermosa gloria. Su nombre.

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Ningún hombre ha destruido su vida más rápido de lo que lo hizo Thom cuando ese libro salió a la venta.

En un instante había estado en su propia cama y en el otro en una extremadamente pequeña, diminuta, microscópica celda con un ángel demasiado furioso mirándolo ferozmente.

-¿Os conozco?- le preguntó.

Ella lo miró enfurecida. De la nada, el libro apareció. –¿Cómo pudiste hacer ésto?

Ahora, en ese momento, su propio sentido de supervivencia causó que Thom hiciera la pregunta que en todos los siglos había puesto en problemas a todos los hombres del mundo. -¿Hacer que?

Y al igual que innumerables hombres antes que él (y antes que él, ¿no es cierto, hombres?) había aprendido demasiado tarde que debió haber cerrado la boca y quedarse totalmente callado.

-Has desatado nuestro secreto, Thomas. Perdición caerá sobre ti por ello, por que con este libro nos has expuesto a aquellos que nos quieren muertos.

De repente, su sueño volvió a él y recordó cada parte de el. Y más que todo, recordó que no había sido un sueño.

Los Señores de Avalon eran reales… de igual forma que Morgen lo era. Y al igual que Merlín guiaba a los que quedaban de los Caballeros de la Mesa Redonda, Morgen guiaba a su Cercle du Damné. Dos mitades luchando por el mundo.

Pero eso dejó a Thom con tan solo una pregunta. –Si tenías toda esa magia, Merlín, ¿por que no sabías del libro que sería escrito si me regresabas a mi mundo?

Con esas palabras dichas, aprendió que en realidad existía una pregunta peor para hacerle a una mujer aparte de A) su edad, B) su peso y C) ¿Hacer que?

-Por favor, inserten aquí un pie de página donde diga que aquí es la parte en donde me pudro y me quedo en este lugar hasta que Merlín se calme.

Thom miró a su PDA y suspiró. Tiempo podía no significar nada en Avalon, pero significaba todo un infierno para él.