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Las migraciones del siglo XXI A cien años de la muerte del Beato Juan Bautista Scalabrini, la emigración se ha convertido en un fenómeno planetario que involucra a todos los países del mundo en la partida, en el tránsito y en la llegada. A escala global, son cerca de 214 millones las personas que viven fuera de su propio país de origen. Entre ellos están incluidos 15,2 millones de refugiados y 983’000 solicitantes de asilo. A este movimiento internacional se añade la cifra de 27,1 millones de desplazados, obligados a huir de una región a otra del propio país, y el incalculable número de los migrantes internos que se mueven sobre todo de las áreas rurales hacia las periferias de las inmensas megalópolis. La emigración cuenta con muchas cifras, estadísticas que se subsiguen, pero sobre todo está hecha de rostros, historias, expectativas...y de muchos “porqués” que remiten a los dramas actuales de la humanidad. En la era de la globalización, la economía tiende cada vez más a atravesar los límites de un solo país: las fuerzas económicas, libres de todo vínculo puesto por las políticas de los estados nacionales, actúan autónomamente. El orden económico global actual no deja entrever mayor justicia, democracia, redistribución de los bienes. Al difundirse en todo el mundo de una cultura única uniformadora, que pone como centro el provecho y la ley del mercado, corresponde el afirmarse de nuevas ideologías totalitaristas, que se alimentan con los fundamentalismos religiosos y por el repliegue fanático en las propias raíces étnicas. El impulso actual y creciente para emigrar tiene pues como causa el aumento de la desigualdad social y económica entre el Norte y el Sur del mundo, la falta de perspectivas en el ámbito de la formación y del trabajo para muchos jóvenes, las catástrofes naturales y ecológicas, el desequilibrio demográfico entre los varios continentes, las guerras, la persecución política, étnica y religiosa, el terrorismo y la violación de los derechos del hombre. No menos fuertes de los factores de expulsión son los de la atracción que despiertan en muchos el deseo de partir: la difusión a través de los medios de comunicación del modelo de la sociedad del bienestar occidental, el llamado de los connacionales ya emigrados, el reclutamiento de las organizaciones de tráfico humano. Contemporáneamente, la competición internacional en vista de la asunción de técnicos y profesionales de elevado nivel da lugar a las migraciones calificadas que empobrecen a los países de partida del personal necesario al progreso económico y social. La humanidad aparece dividida en dos categorías: las nuevas elites supranacionales de los viajeros, que pueden llegar a todos los lugares sin preocuparse de las fronteras o de los límites, y la mayoría de las personas que, si se mueven, lo hacen para sobrevivir, arriesgando su vida para pasar los confines, o permanecen ancladas a un territorio, quizás dentro de lugares delimitados como los campos de prófugos. En efecto, la libertad de movimiento que hoy vale para los bienes financieros, los productos y los servicios, en cambio no es reconocida universalmente a las personas. En todas partes en el mundo la inseguridad genera en las poblaciones locales el temor hacia los migrantes y hace que los gobiernos emanen leyes cada vez más restrictivas para con ellos. Como consecuencia, se asiste al aumento del número de los clandestinos (2,54 millones por año). La inmigración irregular es un fenómeno que se ha vuelto estructural en todas las áreas

Migraciones y Scalabrini

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Las Migraciones del Siglo XXI

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Las migraciones del siglo XXI 

A cien años de la muerte del Beato Juan Bautista Scalabrini, la emigración se ha convertido en un fenómeno planetario que involucra a todos los países del mundo en la partida, en el tránsito y en la llegada. 

A escala global, son cerca de 214 millones las personas que viven fuera de su propio país de origen. Entre ellos están incluidos 15,2 millones de refugiados y 983’000 solicitantes de asilo. 

A  este  movimiento  internacional  se  añade  la  cifra  de  27,1  millones  de  desplazados, obligados a huir de una región a otra del propio país, y el  incalculable número de  los migrantes internos  que  se mueven  sobre  todo  de  las  áreas  rurales  hacia  las  periferias  de  las  inmensas megalópolis. La emigración cuenta con muchas cifras, estadísticas que se subsiguen, pero sobre todo  está  hecha  de  rostros,  historias,  expectativas...y  de muchos  “porqués”  que  remiten  a  los dramas actuales de la humanidad. En la era de la globalización, la economía tiende cada vez más a atravesar los límites de un solo país: las fuerzas económicas, libres de todo vínculo puesto por las políticas de los estados nacionales, actúan autónomamente. El orden económico global actual no deja entrever mayor  justicia, democracia,  redistribución de  los bienes. Al difundirse en  todo  el mundo  de  una  cultura  única  uniformadora,  que  pone  como  centro  el  provecho  y  la  ley  del mercado, corresponde el afirmarse de nuevas  ideologías  totalitaristas, que se alimentan con  los fundamentalismos religiosos y por el repliegue fanático en las propias raíces étnicas. 

El  impulso  actual  y  creciente  para  emigrar  tiene  pues  como  causa  el  aumento  de  la desigualdad social y económica entre el Norte y el Sur del mundo,  la  falta de perspectivas en el ámbito de la formación y del trabajo para muchos jóvenes, las catástrofes naturales y ecológicas, el  desequilibrio  demográfico  entre  los  varios  continentes,  las  guerras,  la  persecución  política, étnica y religiosa, el terrorismo y la violación de los derechos del hombre. 

No menos  fuertes de  los  factores de expulsión son  los de  la atracción que despiertan en muchos el deseo de partir:  la difusión a través de  los medios de comunicación del modelo de  la sociedad del bienestar occidental, el llamado de los connacionales ya emigrados, el reclutamiento de las organizaciones de tráfico humano. 

Contemporáneamente,  la competición  internacional en vista de  la asunción de técnicos y profesionales de elevado nivel da lugar a las migraciones calificadas que empobrecen a los países de partida del personal necesario al progreso económico y social. La humanidad aparece dividida en dos categorías: las nuevas elites supranacionales de los viajeros, que pueden llegar a todos los lugares sin preocuparse de  las  fronteras o de  los  límites, y  la mayoría de  las personas que, si se mueven,  lo  hacen  para  sobrevivir,  arriesgando  su  vida  para  pasar  los  confines,  o  permanecen ancladas a un  territorio, quizás dentro de  lugares delimitados como  los campos de prófugos. En efecto,  la  libertad de movimiento que hoy  vale para  los bienes  financieros,  los productos  y  los servicios, en cambio no es reconocida universalmente a las personas. 

En  todas  partes  en  el mundo  la  inseguridad  genera  en  las  poblaciones  locales  el  temor hacia  los migrantes  y hace que  los  gobiernos emanen  leyes  cada  vez más  restrictivas para  con ellos. 

Como consecuencia, se asiste al aumento del número de  los clandestinos  (2,5‐4 millones por año). La inmigración irregular es un fenómeno que se ha vuelto estructural en todas las áreas 

del mundo. De ello aprovechan sobre todo las organizaciones internacionales del tráfico humano, en cambio quienes pagan a veces con la propia vida las consecuencias de atravesar ilegalmente las fronteras  son  los migrantes  y  los  refugiados. Aún más  deshumana  es  la  denominada  “trata de personas”,  que  involucra  a  centenares  de miles  de mujeres  y  niños  cada  año,  obligados  a  la prostitución o a trabajos serviles en condiciones de real y verdadera esclavitud. 

También  Juan  Bautista  Scalabrini  vio  los  dramas  de  su  tiempo:  una  época  de  grandes transformaciones entre  la  segunda mitad del  siglo XIX  y el  inicio del  siglo XX. Entonces miles  y miles  de  italianos  y  de  europeos  dejaban  su  país  debido  a  la  pobreza  y  afrontaban  las incertidumbres  y  los  sufrimientos  de  la  emigración.  Juan  Bautista  Scalabrini  habría  podido detenerse en  la compasión ante  tan gran dolor y, sin embargo, se planteó  la pregunta: “¿Cómo actuar?”. Asumió la responsabilidad hacia los migrantes que veía, actuando en su favor a muchos niveles. 

Pero  junto  a  las  intervenciones  concretas,  Juan  Bautista  Scalabrini maduró  una  visión profética que ha dejado como herencia a  toda  la  Iglesia y que hoy  llega  también a nosotros. El intuyó que en el  tormento de  la emigración, con  todos  los problemas y  las dificultades que ella lleva consigo, se esconde una positividad, un germen de futuro. 

Esta visión no nace únicamente de consideraciones históricas y sociológicas. Ante todo, es gracias a la fe en la muerte y resurrección de Cristo que Juan Bautista Scalabrini ve el plan de Dios que  se  realiza  en  la  historia  humana  y  está  convencido  de  que,  precisamente  a  través  del sufrimiento y el desarraigo de los migrantes, a través del encuentro y a veces del enfrentamiento entre las culturas y las mentalidades, se va preparando un mundo nuevo, en el que las personas y los pueblos se descubren entre sí como parte de  la única familia de  la humanidad, en  la cual no reina  la uniformidad, y sin embargo es posible vivir  la comunión entre  las diversidades a  imagen del Dios trinitario. 

El mundo de  la movilidad humana se ha vuelto hoy quizás aún más complejo e  implica a todos: migrantes y autóctonos. La emigración representa un elemento importante de la creciente interdependencia  entre  las  naciones.  Incluso  a  causa  de  los  movimientos  migratorios  resulta evidente que  todos  los hombres  “viajan en un  solo barco”, es decir, viven en un único mundo. Nuestro destino está siempre unido al destino de todos. 

Las intuiciones de Juan Bautista Scalabrini siguen siendo, pues, muy actuales e impulsan a la  Familia  scalabriniana  a  comprometerse  a  favor  de  la  convivencia  constructiva  entre  las diversidades dentro de la sociedad, para una auténtica comunión en la Iglesia y para la promoción de la justicia y de la paz en el mundo.