28
ENSAYO “MINDFULNESS Y DESARROLLO DE HABILIDADES CLÍNICAS” Anahí Julio Mallea 1

Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

ENSAYO

“MINDFULNESS Y DESARROLLO DE

HABILIDADES CLÍNICAS”

Anahí Julio Mallea

1

Page 2: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

Primera sesión. Erika consulta por la muerte de su padre.

-Yo: “¿Por qué decidió pedir ayuda? ¿Qué la motiva a venir?”

-Erika: “Quiero dejar de sentir este dolor…”

Al recordar cuando surgió mi interés por la meditación el primer recuerdo que

aparece es un momento en que alguien me contó que Buda había mostrado un camino

para dejar de sufrir. Me llamó la atención, pero no quería conocer nada de Buda, pues

mis prejuicios me decían que eso estaba relacionado con algo religioso y no estaba

dispuesta a indagar más allá. Tiempo después otra persona me insistió en que Buda no

había sido más que un ser humano, un ser humano como cualquier otro que quiso

compartir su experiencia con los demás. Entonces le presté más atención, leí algunos

textos y me interesé por aprender a meditar. Ese fue el comienzo. Igual que Erika yo

quería dejar de sufrir. Entre tantas cosas que me estaban sucediendo también había

perdido a mi padre recientemente. De modo que mi interés por la meditación surgió

como un intento de explorar que ocurría con una suerte de fe, creyendo que algo bueno

podía surgir de eso.

Luego seguí un proceso psicoterapéutico y al concluirlo, pese a los cambios o

“avances” que tuve, sentía que gran parte de mi neurosis estaba intacta. Aún anhelaba

dejar de sufrir por algunos patrones habituales, anhelaba conseguir que el ruido

incesante de mi mente se detuviera y esperaba que la meditación me ayudara en eso.

Estaba sin duda aferrada a una expectativa que muy de a poco fui soltando

simplemente por el hecho que mi cháchara mental no se detenía pese a la práctica. Sin

embargo con el tiempo fui observando que paulatinamente mi relación con mis

pensamientos era otra y que podía volver al momento presente con más ligereza. Me

sentí más tranquila, pues no me tomaba tan en serio las cosas que pensaba y sentía

que al estar más conectada con el momento presente podía disfrutar más. Esto me

motivó a continuar con la práctica y me motivó a compartir mi experiencia con otros.

Pensé: “Si me ha servido a mí le puede servir a los demás”.

Surge así mi interés por mindfulness y por conocer un atisbo de sus posibles

aplicaciones clínicas. A poco andar me he dado cuenta que mi experiencia con la

práctica formal es la que genera un cambio en mi manera de relacionarme con otros.

2

Page 3: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

Lo que más ha llamado mi atención es sentir que la palabra aceptación cobra una

nitidez que antes no había tenido para mí. Me doy cuenta que el dolor de Erika no es

distinto al mío y que al igual que ella yo he rechazado muchas veces mis emociones.

Gracias a la práctica he visto que he sido capaz de permanecer con mi sufrimiento.

Esto me ha ayudado a poder permanecer con el sufrimiento de otros y con ello entregar

cierta confianza y seguridad de que se puede sentir lo que se está sintiendo, que se

puede permanecer con lo que está pasando sin rechazarlo. Siento que mi práctica

profesional y mi relación con los demás ha cambiado en varios aspectos y que ninguno

de ellos habría sido posible sin haber tenido primero la experiencia del cojín. Solo

después de haber vivido la experiencia en carne propia pude comprenderla y llevarla a

mi vida cotidiana, a mi relación con los otros.

Si estuviese hoy frente a Erika le diría: “No puedo ayudarla a dejar de sufrir,

usted siente pena y está bien. Llore, yo la puedo acompañar”. En vez de esto en ese

momento recuerdo haberle dicho algo así como: “Trataré de hacer lo posible porque

usted se sienta mejor, este es un proceso lento”. La vi muy triste y demandándome

alivio. Desde la perspectiva psiquiátrica pensé en aliviar rápidamente algunos

síntomas. Quería darle la esperanza que su sufrimiento se iba a acabar, tal como ella

lo deseaba. En mi afán por responder a su demanda estaba implícita la idea: “Como no

voy a ser capaz de ayudarla, ella confía en eso”. No quería fallarle a Erika. No quería

ser una mala profesional. La práctica también me ha ayudado a reconocer ciertos

temores y cómo defiendo ciertas definiciones de mi misma. Ha ayudado a observarme.

Gracias a esto he podido relacionarme de otra manera con “otras” Erika.

En este camino de auto observación ha sido incómodo ver aquello que

considero desagradable de mí. Estar media hora sentada en un cojín sin hacer nada y

observando la cantidad de ideas que transcurren por mi mente ha sido a veces una

verdadera tortura. Durante la práctica he deseado en muchas ocasiones ver el reloj

para verificar cuanto tiempo queda con un deseo profundo de salir arrancando del

cojín. Entonces me pregunto: ¿Por qué mantenerme en una actividad donde sufro? Al

principio los dolores de espalda y las piernas con parestesias eran insoportables. Y

como si lo corporal fuera poco tengo que enfrentarme al sufrimiento emocional.

Observar mis pensamientos llenos de autocrítica, recordar las cosas que me han hecho

sentir mal durante el día y sentir la ansiedad que me genera la cantidad de cosas que

3

Page 4: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

me faltan por hacer… todo esto es puro sufrimiento. Ante esta pregunta lo primero que

surge como respuesta es: “Yo sufro también fuera del cojín constantemente, la

diferencia es que no me detengo a mirar ese sufrimiento”. La misma cháchara mental

me acompaña a lo largo de todo el día, pero moviéndome y entreteniéndome en una

que otra cosa consigo anestesiar un poco la molestia de ese ruido. Muchas veces creo

que no está, pero está, solo que no lo veo. Funciona como si tuviera una vida propia e

independiente, me critica, me dice cómo debo hacer las cosas, me entrega imágenes,

recuerdos, planifica, etc. Entonces cuando me siento en el cojín puedo darme la

oportunidad de detenerme y mirar con curiosidad el contenido de mi mente, un

contenido que en la vida cotidiana parece apenas una música de fondo. Esta actitud

curiosa tiene que ver con mi interés por escuchar esta música, por conocer que pasa en

mi mente, después de todo es eso lo que provoca mi sufrimiento. Con la práctica

entreno mi capacidad de permanecer con todo eso en vez de huir como lo hago en mi

vida cotidiana. ¿Cuántas veces prefiero hacer algo entretenido o distraerme con alguna

actividad en vez de mirar mi pena, mi rabia o mi soledad?

Y luego surge la pregunta ¿Con esto vivo día a día? Surge la sorpresa. Surge la

sensación de estar conociéndome un poco más a través de la práctica. A veces durante

mis actividades cotidianas aparecen algunos de estos mismos pensamientos que

aparecieron en el cojín una y otra vez. De a poco se van convirtiendo en algo mucho

más familiar. Caminando por la calle, por ejemplo, me he sorprendido exclamando en

mi mente: “Ah! ¡De nuevo este pensamiento!” Y me doy cuenta que de a poco dejo de

identificarme con eso que pienso, comienzo a verlo como a un otro, con cierta

distancia, comienza a tomar menos peso y yo empiezo a sentirme más liviana. Surge en

mí la sensación que lo que pienso no es la realidad, sino tan solo eso: “pensamientos”.

Esta sensación me recuerda el momento en que rotulo los pensamientos en el cojín y

se me hace evidente que es la práctica formal la que me ayuda a relacionarme con el

contenido de mi mente de otra manera. Sin duda la meditación es un entrenamiento en

que de tanto etiquetar mis pensamientos finalmente me acostumbro a identificarlos y

a mirarlos con distancia. Entonces veo que me mantengo en la práctica porque pese a

lo molesto que pueda ser enfrentarse con el contenido de mi mente algo pasa que

luego me siento más liviana…

Identificando mis pensamientos más recurrentes voy descubriendo cuales son

4

Page 5: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

mis patrones habituales, como creo que soy, como quiero ser y como me comporto en

relación a estas creencias. Al observar una y otra vez los mismos patrones voy

percibiendo la rigidez de mi identidad y en la vida cotidiana voy viendo como esto

limita mi experiencia. Recuerdo que cuando inicié mi psicoterapia quería conseguir

cambiar ciertos patrones habituales que me hacían sufrir. La práctica no me invita a

cambiar nada, por el contrario, me hace mirar mi estructura y acogerla, al igual que con

todos mis pensamientos. Me quedo ahí, observando. De a poco con la práctica voy

sintiendo que las definiciones que hago de mi misma son tan solo algo que mi mente

ha construido y van perdiendo solidez. Una actitud que con el tiempo ha surgido y que

también me ha ayudado a quitarle peso y seriedad a ciertos pensamientos ha sido el

sentido del humor, a veces ciertos pensamientos se repiten tanto que lo que surge no

es más que una risa. Siento que en mi vida hay sin duda un antes y un después, un

antes “más pesado” y un después “más liviano”.

Erika vivía con su propio caudal de pensamientos que de a poco se fue

desplegando a lo largo de las sesiones: pensamientos reiterativos de auto reproche,

preocupaciones permanentes por cumplir con todo en el hogar, recuerdos del pasado,

etc. Tenía la sensación de sentirse atormentada por ellos. “No puedo dejar de pensar”,

esta es una queja común en muchos pacientes. Nada muy distinto a lo que me pasa a

mí. Hoy trato de acompañarlos a mirar todo este contenido, a tratar de sacar el polvo

bajo la alfombra y permanecer con los pensamientos y las emociones difíciles en vez

de huir. Trato de ir contrastando la realidad con sus pensamientos y de ir abandonando

juntos esta convicción que lo que se piensa es la realidad. Trato de acompañarlos a ver

cuáles son sus experiencias y cuáles son las ideas que surgen después, y de invitarlos

a describir sus experiencias en vez de catalogarlas como buenas o malas. Les trato de

mostrar que si reconocen las cosas como son (sin juicio) y permanecen con ellas, en

vez de huir, luego pueden tomar alguna decisión en relación a lo que está pasando. En

este sentido los invito a “tocar”, a conectarse con la experiencia directa y a partir de

eso explorar que es lo que les nace hacer. Aquí apelo a la sabiduría e intuición que hay

en cada uno de ellos, nadie más que ellos sabe que es mejor hacer frente a cada

situación. Todo esto implica validar la experiencia del otro, algo que no habría podido

hacer con tanta convicción si no hubiese validado primero mi propia experiencia. Al

practicar yo misma todo esto día a día, en el cojín y fuera del cojín, siento que es la

5

Page 6: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

manera más genuina y honesta de estar en el mundo. Una manera en que no me siento

atada al permanente análisis de las situaciones, preguntándome y pensando un sin

número de cuestiones que me mantienen separada de lo que me evoca en primera

instancia la experiencia directa.

Durante la práctica muchas veces ha vuelto a aparecer la tentación de alcanzar

ciertos logros. De a poco he visto que estas tentaciones son parte del camino, las

observo y las suelto. Las abandono pues he evidenciado que no puedo observar el

camino si pienso en la meta. Tener la expectativa de que algo suceda añade tensión a

mi práctica y es en sí misma una manera de no estar en el presente, de no conectarme

con lo que va sucediendo aquí y ahora. Un día me di cuenta que esto se parecía mucho

al montañismo. Practico esta actividad hace tiempo y no porque aspire llegar a la

cumbre, sino simplemente porque me gusta caminar y disfruto con la naturaleza.

Avanzo paso a paso sin importar si voy a llegar a la meta, cada paso es importante, en

cada paso siento la respiración, el latido de mi corazón, en cada paso puedo ver algo

sorprendente en el camino que no podría mirar si voy obsesionada por la cumbre. Hoy

puedo ver que lo que me motiva a continuar con la práctica de meditación ha sido

justamente lo que aparece en el camino. Lo que al principio pudo haber sido la meta

“dejar de sufrir” ha perdido peso. No he dejado de sufrir y probablemente no dejaré de

hacerlo. Hay sufrimientos inevitables, como la muerte de un ser querido, pero con la

práctica he evidenciado que al menos puedo dejar de sumarle más sufrimiento al

sufrimiento. Hay hechos que duelen, pero sufro más con la cantidad de cosas que

pienso en relación a esos hechos. Esto es algo que también trato de trasmitirle a mis

pacientes. Erika por ejemplo sentía mucho dolor por la muerte de su padre, pero

además se sentía muy culpable por un sin número de cosas que no hizo, estas ideas la

hacían sufrir aun mucho más.

Muchas personas me han preguntado por qué practico meditación. Cuando me

he hecho a mí misma esta pregunta no necesito encontrar grandes respuestas, por

decirlo de alguna manera sigo explorando, de tanto en tanto tengo nuevas

experiencias con la práctica que me motivan a continuar. Cuando la pregunta me la

han hecho otras personas me he sorprendido tratando de encontrar en mi mente

argumentos convincentes y formulando explicaciones de peso, como si no quisiera que

se pensara que estoy metida en algo estúpido. Con el tiempo de práctica he observado

6

Page 7: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

con curiosidad este funcionamiento en que de alguna manera me esfuerzo por

demostrar que soy inteligente y que hago bien las cosas. La práctica me ha ayudado a

reconocer esto como uno de mis patrones habituales y me ha ayudado a percibir los

temores que hay detrás de esta imagen que quiero proyectar. Tras observar

innumerables veces los pensamientos relacionados con este patrón he podido sentir el

temor al rechazo. La práctica formal me ha permitido abrir un espacio, que antes

estaba cerrado, para reconocer este temor y sentirlo. He podido sentir este temor una

y otra vez y quedarme con él, mirarlo a la cara. Es como haberlo develado, pues

habitualmente cuando me equivocaba solo sentía rabia y culpa y pensaba que no

querer equivocarme era tan solo un intento de hacer bien las cosas. En mi vida varias

veces relacioné este comportamiento con mi deseo de ser aceptada por los demás,

pero era tan solo una racionalización. Pronto lo olvidaba, después de todo hacer bien

las cosas habitualmente es premiado y elogiado por la sociedad. Desde el colegio no

dejé de recibir premios por ser la mejor alumna y por esto en mi familia recibía el amor

y el reconocimiento de todos. Es curioso que nunca me hubiese detenido a “sentir” mi

temor al rechazo, un temor a partir del cual he tratado toda la vida de ser algo distinto

a lo que soy. De a poco al conectarme con esto he podido dejar de obligarme a ser

perfecta y dejar de reprocharme tanto por mis errores. Me he permitido dejar de

argumentar tanto y validar mi experiencia. Hoy ya no trato de dar explicaciones

“razonables” cuando me preguntan por qué practico meditación. Hoy tampoco trataría

de esforzarme tanto por parecer la psiquiatra perfecta frente a Erika, siento que estoy

menos empaquetada y planifico menos cada cosa que voy a decir en sesión tratando

de hacer “comentarios sanadores”. Voy un poco más desnuda a mi encuentro con el

otro.

En esta costumbre de tratar de ser perfecta suelo ser disciplinada y mantengo

constancia en las actividades que me interesan, no obstante esta característica ha sido

un arma de doble filo. De a poco fui observando que la rigurosidad con que

desarrollaba mi práctica se relacionaba también con “el tener que hacerlo bien” y esta

exigencia iba dando paso al castigo cuando no cumplía con eso. El no hacerlo bien

puede estar relacionado con no meditar un día o dos en la semana y/o no practicar de

manera “correcta” (mala postura en el cojín, volver de inmediato a la respiración sin

etiquetar “pensamiento”, divagar en fantasías por largo rato sin ser capaz de regresar

7

Page 8: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

a la respiración, etc.). El “tener que hacerlo bien” también está relacionado con

aferrarme a una expectativa: “tengo que hacerlo bien para conseguir resultados”. De a

poco pude sentir que por mi autocrítica había mucha tensión y dureza en mi práctica.

Me ayudó mucho a reconocer esto el apoyo de los profesores y de las lecturas. ¿Cómo

trataría a mi mejor amigo si se equivoca? ¿Lo insultaría, lo golpearía? ¿Por qué me

castigo tanto? ¿Acaso no soy amiga de mi misma? Comencé a sentirme mal por tanto

maltrato, me planteé que podía ser más amable conmigo y dejar de castigarme tanto si

un día no alcanzaba a meditar o si me lo pasaba durante todo el tiempo fantaseando

en el cojín. Un día me dije: “En este momento estoy fantaseando en el cojín… eso es

lo que está sucediendo y punto. No hay nada más que agregar, no es bueno ni malo,

simplemente es lo que está sucediendo”. He podido sentir la suavidad de esa

amabilidad y he podido darme cuenta que puedo permitirme no ser perfecta sin que

nada malo ocurra. Por otra parte recuerdo mirar el camino y no la meta. De todos

modos se que la disciplina es importante y encontrar el equilibrio ha sido parte del

camino. En lo personal es muy inusual que me afloje mucho y que deje de meditar por

mucho tiempo, pero estoy más atenta cuando me aprieto demasiado. Recuerdo con

más frecuencia “el camino del medio”, “ni muy tenso, ni muy flojo”. Efectivamente es

como una cuerda que hay que afinar, que como en todo instrumento hay momentos en

que hay que volver a afinar, una y otra vez.

Fuera del cojín me he dado cuenta como nunca de lo mucho que me critico en

forma permanente. Cada error es sancionado, incluso los más insignificantes, si se me

quedó un libro en la casa soy una estúpida y si se me derramó la leche en la mañana

soy torpe. Ni hablar de errores que puedan conllevar consecuencias mayores, ni hablar

de equivocarme con un paciente por ejemplo. Así puedo transformarme de un momento

a otro en una mala profesional, una mala amiga o en una mala persona. La frase

“errar es humano”, que tanto sentido me hace, no alcanza a calarme más

profundamente. Al comienzo fui tomando conciencia de mi autocritica en el cojín, luego

de a poco fue apareciendo una mayor conciencia de esto en el día a día. Y ha sido en la

vida cotidiana donde más peso cobra esta realidad. No puedo creer que me maltrate

tantas veces en un día. Diez, veinte, treinta, etc., pierdo la cuenta. Al darme cuenta de

esto tuve una sensación de incredulidad, de sorpresa. De a poco, con el correr de los

días comenzó a aparecer la pena. Me dio pena maltratarme tanto. ¿Realmente me lo

8

Page 9: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

merezco? ¿De verdad creo que errar es humano? Y luego apareció la rabia: “¡¡Hasta

cuando!!”. Y con la rabia más autocrítica: “¡Soy incapaz de parar de maltratarme!”. Y

con todo esto una sensación de encontrarme sin salida, una sensación de angustia por

encontrarme atrapada, observando nuevamente el asomo de la autoexigencia, de

querer lograr algo a través de la práctica. En esta etapa el apoyo de las lecturas, de la

docente y el compartir las experiencias con mis compañeros que también están

practicando fueron fundamentales. Me di cuenta que estaba una vez más queriendo

conseguir un resultado, que eso me tenía atrapada, que no era necesario cambiar las

cosas, que si me estaba criticando era un hecho que simplemente podía reconocer y

tratarme finalmente con mayor gentileza ¡Jamás imaginé que yo necesitara de tanta

gentileza! Hoy trato de practicarla día a día, trato de ser más amable conmigo cada vez

que me equivoco y en cuanto me sorprendo tratándome mal observo mi autocrítica y no

la juzgo, en vez de enrabiarme trato de reconocerlo y lo observo con curiosidad, como

lo hago en el cojín. Me he contactado más con la sensación de tristeza que esto me

genera. Creo que esto tiene que ver con la autocompasión. Veo en esta pena un gesto

más amoroso y más cálido hacia mí. A veces también ocurre que no me doy cuenta que

me critico o me sorprendo diciéndome a mí misma “es demasiado tarde, ya lo hice”.

Entonces vuelvo a observar sin juicio. Y respiro. Observo y respiro. En este

comportamiento nuevamente evidencio la impronta de la práctica formal.

Me he dado cuenta que en la práctica formal hay ciertos aspectos de la técnica

que me han ayudado a ser más amable conmigo. En algún momento cobró sentido para

mí que el “etiquetar” los pensamientos me ayudara a suspender el juicio. Es evidente

que la palabra “pensamiento” a veces la acompaño con un pesado suspiro insinuando

que estoy cansada de ese pensamiento, o a veces el tono con que rotulo el

pensamiento es duro y pesado insinuando que lo rechazo. Antes no le daba tanta

importancia a esta parte de la técnica, me parecía que era suficiente reconocer que

estaba pensando sin necesidad de tener que etiquetar “pensamiento” a cada rato,

pues me sentía como una maquina etiquetando los múltiples pensamientos que

surgían en mi mente. Hoy lo hago porque he notado que me ayuda a reconocer mi

castigo. Cuando me olvido de etiquetar no me siento mal por no haberlo hecho,

simplemente recuerdo que me ayuda y etiqueto en cuanto puedo sin reprochármelo.

También pongo atención al tono con que rotulo, si lo hago con dureza trato de volver a

9

Page 10: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

rotular con más suavidad.

Detrás del castigo por cometer errores está implícita la idea que debo ser

perfecta, que debo ser buena persona, que debo finalmente ser alguien distinto a

quien soy. Como todo ser humano no soy perfecta y puedo cometer errores, pero me ha

costado aceptarlo. Algo inolvidable en el transcurso del diplomado es el recuerdo de

una hermosa flor que, a modo de ejemplo, fue desarmada por completo. Al ver esto

pude palpar casi en carne propia como uno intenta deformar su propia naturaleza.

“Debo ser mejor de lo que soy”, “Puedo ser mejor persona”, estas son ideas que he

tenido constantemente en mi vida. Siempre he pensado que no está del todo bien como

yo soy o, planteándolo de otra manera, que está derechamente mal. Y no soy muy

distinta a esa flor, me hizo tanto sentido que a ella no le sobrara ni un solo pétalo y

que no le faltara ni un solo color. Yo también soy lo que soy y así tal cual está bien.

Desde que tomé contacto más intensamente con esta idea me he sentido más

relajada, menos tensa. He sentido que puedo equivocarme y los errores que pueda

cometer son solo oportunidades para aprender. He sentido más vívidamente que mi

esfuerzo por ser perfecta también existe porque en algún momento de mi vida fue útil y

necesario, y que desde ahí tampoco se convierte en mi enemigo. Recuerdo que algunas

de estas ideas las tuve incluso durante mi proceso psicoterapéutico, pero nuevamente

eran tan solo racionalizaciones: “¡Claro! Quise ganarme el amor de mis padres siendo

buena alumna” “¡Claro! Ya no es necesario seguir siendo la alumna perfecta, si me

equivoco puedo aprender de mis errores”. Lo que hace la diferencia es que la práctica

me ha permitido sentir, “tocar” cada uno de mis recuerdos y de mis pensamientos,

darme cuenta de mi maltrato cotidiano, no sentirme obligada a cambiar algo de mí,

relajarme. En este proceso ha sido sorprendente ver como de a poco comencé a

sentarme en el cojín con otra actitud, hoy siento cómo en mi postura está implícita una

actitud de dignidad. Cada vez que me siento en el cojín puedo sentir que estoy ahí tal

cual soy y que eso está bien. Esto durante el diplomado lo dijo la docente muchas

veces antes de iniciar la práctica formal, solo tuvo sentido para mí cuando comencé a

sentirlo. Ahí florece la aceptación. Y con la aceptación se abre un espacio más amplio

en que noto que no soy una sola cosa, no soy la persona que hace bien las cosas

siempre, ni tampoco la persona que se equivoca a cada rato, soy una mezcla de ambas.

Puedo permitirme ser distinta, hay una rigidez que se ablanda.

10

Page 11: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

A través de la práctica he podido sentir la rigidez de mi ego y la manera como

defiendo las definiciones que tengo de mi misma. He visto con claridad cómo en mi

vida cotidiana me siento ofendida cada vez que alguien piensa de mí algo que no creo

que soy. Hoy a veces detecto que me siento ofendida antes de “lanzarme” en mi

defensa. Al identificarlo siempre me sorprendo: “Oh! ¡Me siento ofendida!”. Me he

dado cuenta que si permanezco un rato con eso en vez de reaccionar de inmediato

muchas veces la respuesta no es una agresión hacia el otro. También ha sido curioso

observar que a medida que he soltado un poco la rigidez de mis patrones habituales

incluso he llegado a sentirme ofendida por aquellas personas que al definirme

rígidamente de cierto modo no reconocen que hoy me pueda comportar de una manera

distinta… “¿¡Es que acaso no están enterados que ya no soy perfecta!?” (anexo 1).

Esto a veces me ha causado risa ya que reconozco que me estoy aferrando a una nueva

identidad. Es como cambiarse de ropa, como si me hubiese acostumbrado a usar

siempre la misma tenida y de un día para otro comienzo a usar una distinta, pero que

también nunca me cambio. Observo que yo hago lo mismo con los demás, los clasifico

convirtiéndolos en seres predecibles. El tomar conciencia de todo esto me ha ayudado

a ampliar un poco más mi mirada, veo que no soy algo sólido y que puedo ir cambiando

mi manera de comportarme de acuerdo a la circunstancia. A veces me esmero por ser

perfecta, cuando preparo mi mochila para una salida de montaña olvidar los guantes

podría ser fatal. Pero otras veces me suelto un poco más, puedo dejar de planificar

rígidamente mis vacaciones a la playa. Trato también de tener una actitud más abierta

con los demás, de no encasillar tanto a las personas y de dejarme sorprender por ellas.

Recuerdo haberme sentido agradecida cuando leí en un texto que los seres

humanos somos básicamente buenos. Acostumbrada a vivir en una sociedad donde el

error es castigado y donde se reciben señales constantes que uno debe cambiar,

encontrarse con esta afirmación es absolutamente sorprendente. He llegado a sentir

que así como la flor es lo que es y yo soy lo que soy, todos los demás son lo que son y

eso está bien. Hay una bondad fundamental en todos. Al ir suspendiendo un poco mi

autocritica ha surgido en mí la capacidad de no criticar tanto a los demás, de disminuir

mis prejuicios, de estar más abierta al mundo. En la relación con mis pacientes esto se

ha reflejado en una mayor aceptación de sus propios procesos, antes juzgaba más

duramente los escasos o nulos avances que tenían algunos, por ejemplo algunas

11

Page 12: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

personas con trastornos de personalidad severos o con adicciones. Pensamientos tan

lapidarios como “este no tiene remedio” o “hasta cuando” ahora si aparecen en mi

mente los veo como visiones “añejas”, hay algo fresco que ha surgido, una actitud más

abierta. Es claro para mí que aunque yo no verbalice estos pensamientos sin duda

tomo una actitud en que voy cerrando el espacio a la posibilidad del cambio, a la

posibilidad que el otro me muestre algo diferente de sí. Ceñirme rígidamente a un

diagnóstico es una manera de encasillar a una persona y favorece que tenga una

actitud prejuiciosa y de poca apertura, trato a la persona como creo que es en vez de

permitirle ser. Me ha pasado que algunos pacientes me han generado sorpresas, han

dicho o hecho cosas que jamás me habría esperado de ellos, lo cual me ha demostrado

lo prejuiciada que estaba.

La práctica ha abierto en mí la posibilidad de permitirme ser otra cosa de lo que estaba

acostumbrada a ser. ¿Por qué no se lo puedo permitir a otras personas? ¿Por qué no

me puedo permitir dejarme sorprender por los demás? Me doy cuenta que puedo dejar

de enjuiciar el error que cometió un paciente y aceptar que eso puede pasar y que

puede aprender algo de la experiencia. Que puedo validar las estrategias con que

enfrenta sus conflictos como parte de los recursos adquiridos en el pasado y ayudarlo

a observar si hoy aun les sirven. Que en definitiva puedo validarlo en vez de tratar de

demoler sus estructuras considerándolas erróneas. En lo personal me he dado cuenta

que desde la aceptación surge una actitud más relajada y más liviana, noto que le

quita peso y seriedad al drama de “lo que soy” y a partir de eso puedo abrir el espacio

para ser otra cosa. Desde la lucha conmigo misma solo hay rigidez y frustración, como

en un principio cuando deseaba a toda costa deshacerme de mis patrones habituales

fuera como fuera. ¿Cómo voy a cambiar si estoy peleando conmigo misma? Toda la

energía está invertida en esa pelea, por lo tanto desde el maltrato es difícil que suceda

y veo que desde la amabilidad y la gentileza se facilita el cambio. Esta experiencia es

la que me muestra que la aceptación puede ayudarle también a otros. Puedo hacer

algo para ayudar a mis pacientes a que sean más cálidos consigo mismos. Cuando se

están criticando trato de mostrárselos, trato también de contrastar lo que piensan de sí

mismos con las experiencias y ayudarlos a darse cuenta que son más de lo que

piensan ser. Pese a que he ido ayudando de otra manera a mis pacientes noto mi

dificultad en transitar por este camino de la aceptación, pero a diferencia de antes he

12

Page 13: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

tomado conciencia de lo importante que es y de tanto en tanto transito.

Cuando recién comencé a practicar tal vez lo que más llamó mi atención fue

que por ejemplo podía disfrutar más un plato de comida, percibir sus sabores, texturas,

aromas y colores. Esa simpleza de la experiencia de comer se trasformaba en algo

sorprendente. Estar en el momento presente me permite percibir lo maravilloso de la

simpleza de las cosas. Desde lo sensorial cada experiencia de mi vida se puede

convertir en algo nuevo y fresco tan solo por el hecho de estar en el momento

presente. De todos modos me doy cuenta que aunque practique todos los días no

tengo garantizado que cada vez que coma voy a estar ahí comiendo, muchas veces

igual puedo divagar y pensar en una que otra cosa. La diferencia es que me voy dando

cuenta con más frecuencia que mi mente está en eso. Hasta hoy mi ruido mental sigue

siendo un rechinar autómata que no para, pero a ratos soy capaz de verlo y de volver al

momento presente poniendo atención a lo que está ocurriendo, a veces a un ruido, a

veces a mi propia respiración, a una sensación corporal, a la mirada de la persona que

tengo al frente o al sabor amargo que apareció en mi comida. Ahora vuelvo, antes me

perdía por ratos interminables sin darme cuenta que estaba perdida. Ahora vuelvo.

Este acto de ser capaz de volver al momento presente una y otra vez es similar a una

danza.

El ser capaz de volver al momento presente en mi vida cotidiana es algo que

surgió gracias a la práctica formal. En un principio sin haberlo intencionado me fue

sucediendo de manera espontánea que, por ejemplo, mientras me encontraba

extraviada en un sin número de ideas de pronto aparecía, como un bloque de piedra

que cae, una honda inspiración… y en fracción de segundos estaba de vuelta. Esto

sigue ocurriendo a veces así y en estas ocasiones me quedo un rato más en mi

respiración, noto que no regreso frenéticamente a mis pensamientos como si hubiese

quedado algo sin resolver. Hay una impronta que deja la práctica formal que hace que

esto sea posible cuando estoy en el bus, caminando, en una reunión, etc. El poner

atención a mi respiración y luego darme cuenta de una manera amplia y panorámica de

dónde estoy, de que sucede alrededor, es algo que se va dando con más regularidad en

13

Page 14: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

el día a día. Este proceso que se dio en un comienzo espontáneamente en algún

momento lo fui intencionando, algo así como un “quiero volver”. Tuve la tendencia a

querer aferrarme a la experiencia de estar plenamente presente y a desear estar

“siempre” en el momento presente. De a poco me di cuenta que nuevamente estaba

intentando manipular la experiencia y deseando que ocurriera algo distinto a lo que

estaba ocurriendo. Hoy observo que la realidad es que me conecto y me desconecto

del momento presente en forma permanente. A veces me involucro a tal grado con los

pensamientos que no tengo conciencia que estoy pensando, la mente funciona como

un caballo desbocado y yo estoy sin saber a dónde me lleva. Muy de a poco he ido

aceptando esta situación como algo que ocurre, que ha ocurrido siempre y he tratado

de acogerla simplemente. Siento que la práctica ha afinado la capacidad de darme

cuenta que estoy pensando y que puedo volver a prestar atención al momento

presente, que este caballo se puede entrenar y que puedo montarlo y conducirlo. Otro

fenómeno muy sutil que me ha ocurrido algunas veces es percibir que “algo” me va a

sacar del momento, habitualmente es un pensamiento recurrente que ya ha pasado por

mi mente varias veces durante el día y que de pronto, encontrándome en el momento

presente, se asoma… Es como si asomara la nariz, no alcanza a desarrollarse, es como

la “presencia del pensamiento”, algo que me dice “ahí viene”. Esto ha sido curioso,

pues ese asomo es suficiente para a veces respirar y volver. Siento que esta sutileza

también se desarrolla gracias a la práctica formal.

Para mí el “volver” al momento presente en la relación con otra persona ha sido

especialmente importante. En relación a mis pacientes por ejemplo he podido observar

el “discurso interno” que se genera durante la sesión y que me distrae de lo que está

sucediendo en el momento, discurso que habitualmente tiene que ver con opiniones

acerca de lo que la persona habla, críticas hacia la conducta del paciente, recuerdos

que me evoca la conversación, planificación de la devolución que le voy a dar al

paciente, asuntos que tengo pendientes, etc. He observado que “recuerdo volver” y

vuelvo… Regreso a la sesión, a los ojos del paciente, a su voz, a lo que me dice. He

observado además que cuando no planifico lo que le voy a decir a la persona, y tan

solo presto atención a lo que habla y a lo que ocurre, surge una respuesta muchas

veces misteriosamente más asertiva. Me di cuenta del temor que tenía a dejarme

llevar por este misterio y a no tener el control de lo que iba a suceder. He ido

14

Page 15: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

comprobando que puedo confiar en este proceso, que puedo mantenerme en la

incertidumbre y soltar el control, que puedo entregarme al misterio del momento. La

experiencia me ha ido dando la seguridad de que hacer esto resulta ser más

beneficioso, la relación es mas espontánea y auténtica, se manifiesta una especie de

intuición acerca de qué decir o hacer en la cual uno comienza a confiar más y más.

Esta intuición tiene que ver con la sensibilidad que me conecta al otro, tiene que ver

con cómo me llegan las cosas, como me impresionan y me impactan en un primer

momento, antes de que se eche a andar toda la cadena de pensamientos a través de

los cuales trato de juzgar y de controlar la situación. Por lo tanto la respuesta que le

doy al otro es más genuina y muchas veces más asertiva.

En mi vida cotidiana también ocurre con frecuencia que observo con más

claridad las emociones que me evocan ciertas situaciones. Le doy más espacio a eso

que surge y me detengo a observar la rabia, la pena, el desagrado, etc. Me quedo con

eso un rato. Esto me ha permitido en ocasiones no reaccionar impulsivamente, no

dejarme arrastrar por la emoción. He podido observar que por ejemplo lo que me

molesta de otras personas tiene que ver finalmente más con algo personal que de los

otros. Después de permanecer con mi emoción durante un rato algo ocurre que me he

sorprendido muchas veces respondiendo de una manera inusual, saliéndome un poco

de la reacción habitual. Algo se despierta, una especie de intuición acerca de cuál es la

respuesta más adecuada en ese momento. Por ejemplo frente a la rabia a veces esta

puede diluirse un poco y permitirme responder de una manera más pausada y otras

veces puedo reaccionar más agresivamente porque siento que la situación lo amerita

(anexo 2). En la relación terapéutica esto se podría traducir en no actuar la

contratransferencia, darse el espacio de sentir lo que el paciente me provoca y ver

como eso se relaciona conmigo, con mi historia. Permitirme quedarme un rato con esa

emoción muchas veces también desencadena una respuesta que al paciente le hace

más sentido, a veces esta respuesta puede ser simplemente el silencio y una actitud

de escucha que el otro necesita en vez de tratar de decir algo sensato o “útil” (anexo

3). Noto que esto también se fue desarrollando gracias a la práctica formal, durante la

cual el momento en que “toco” lo que está pasando por mi mente me ha ayudado a

conectarme con la emoción o sensación que me evocan los pensamientos y muchas

veces me ha servido para comprender algo de mí o para transformar algo (anexo 4). En

15

Page 16: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

la práctica formal la técnica cerrada me ha hecho sentir más vulnerable, más abierta a

la experiencia. Al estar con la mirada más cerca de mí me siento más conectada con mi

pecho, con mis emociones, con una sensación de apertura. Me ha sorprendido que a

veces el “tocar” me muestra algo mucho más sutil que una emoción, a veces es una

textura, algo duro o blando, algo frio o cálido, algo expandido o contraído. La

experiencia directa muchas veces es inefable, es previa a todo mi discurso interno y

representa algo mucho más sincero y transparente de mi relación con la experiencia

(anexo 5). Y esta sensación es la que finalmente me traduce algo, me conecta con algo

y me moviliza, es ahí cuando se manifiesta esa capacidad de discriminar qué hacer

frente a una situación. Cuando he practicado esto he notado que hay cierta confianza

en mis recursos y en el momento presente, en esos instantes he sentido que no tengo

miedo de ser como soy, que no necesito disfraces para estar frente al otro.

Un cambio que atribuyo a la práctica es mi manera de relacionarme con los

espacios de silencio y de “ocio”. Antes siempre los rellenaba con alguna actividad,

pues si me quedaba sin hacer algo sentía que perdía el tiempo, creía que siempre

había algo por hacer o algo en que entretenerme. De a poco he dejado de buscar

ansiosamente “cosas que hacer” y he podido permanecer en estos espacios, a veces

disfrutando de cierta paz y otras veces sintiéndome un poco abrumada por la sensación

de aburrimiento. Este aburrimiento me ha contactado con una angustia más

existencial, hay algo que me incomoda, algo inefable que me desespera, que me

asfixia. Es curioso ver cómo lo único que alivia esta sensación es salirme de este

espacio en busca de “algo que hacer”, en busca de algo que “me entretenga” (hacer

deporte, ir al cine, comer algo rico, juntarme con un amigo, etc.). Huyo del aburrimiento

y también de las cosas desagradables. Me pasa que cuando debo cumplir por ejemplo

con alguna “pesada y desagradable” responsabilidad, muchas veces la postergo

buscando algo rico para comer o viendo una divertida serie antes de “enfrentar” ese

asunto. Y así voy viendo cómo busco quedarme con las experiencias gratas y como

rechazo las que no me gustan. Voy viendo como estructuro mi vida en torno al “pasarlo

bien” y como me quejo de mis problemas que quisiera no tener. Nada muy distinto a lo

que le ocurre a muchos de mis pacientes y a todo ser humano. Una vez una tía muy

querida me dijo algo que resonó para siempre en mi mente: “nunca nos sentimos

completos”. Y así lo siento, siempre me falta algo. La práctica me ha ayudado a

16

Page 17: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

contactarme con esta sensación de carencia y a acogerla, de a poco he podido

permanecer con el aburrimiento con más tranquilidad y me he dado cuenta que me ha

permitido cultivar la paciencia.

Como parte de esta tendencia a rellenar siempre mi tiempo con actividades

hace mucho que venía trabajando en exceso y creía que esto no era un problema para

mí. Gracias a la práctica me pude conectar con el cansancio que tenía, observé que

cuando me sentaba en el cojín habitualmente el sueño me vencía y cuando terminaba

la práctica no lo sentía tanto pudiendo continuar con mis actividades. El sucumbir al

sueño cada vez que me sentaba en el cojín anulaba mi práctica, en el fondo no estaba

practicando. Era una clara señal de mi cansancio. Gracias a esto tomé conciencia del

desgaste que implicaba trabajar tanto y tomé la decisión de reducir mi jornada laboral.

Esto también significó un cambio importante en la calidad de la relación con cada uno

de mis pacientes, porque sin duda con el cansancio me desconectaba del momento

presente más fácilmente durante la sesión. Y como consecuencia también pude tener

la oportunidad de relacionarme con estos espacios de aburrimiento que aparecían en

esta vida menos agitada y “vacía de actividades”.

La práctica en el cojín es un vivo ejemplo de lo ansiógena que puede ser la

situación de “no hacer nada”, muchas veces he estado sentada preguntándome

“¿cuánto falta?”, sintiéndome muy aburrida, desesperada, queriendo levantarme y huir

rápidamente de esa situación. El compromiso de sentarme por treinta minutos y de

levantarme solo cuando suene la alarma ha ido ayudándome de a poco a permanecer

con ese aburrimiento o con la molestia de observar los pensamientos desagradables

que se cruzan por mi mente. He visto nuevamente como la práctica formal se

manifiesta en mi vida cotidiana, en la cual he frenado un poco mi ansiedad por correr

tras lo placentero y he podido permanecer con lo que no me gusta encontrando en ello

algo muchas veces revelador. No hay por lo tanto nada que sea rechazable en la

experiencia. Se ha ido desarrollando en mí una actitud más abierta y gentil. Incluso las

cosas, eventos o personas que me son indiferentes pueden transformarse en algo que

puedo llegar a acoger si me conecto intencionadamente con esta actitud de “apertura”

(anexo 6). De todos modos la tendencia a aferrarme a ciertas cosas y rechazar otras

siempre existe, nuevamente lo que siento que ocurre con la práctica es que soy capaz

de darme cuenta y esto me permite flexibilizarme, mirar las cosas desde otro ángulo y

17

Page 18: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

acercarme a la experiencia de otra manera. En todo aquello que la práctica me ha

ayudado ocurre siempre lo mismo, la sensación de que hay una especie de danza, un

vaivén entre mi comportamiento habitual y el comportamiento que ha surgido con la

práctica. Existe ahora la posibilidad de relacionarme de otra manera con la

experiencia.

De a poco la práctica me ha ayudado a permanecer con aquello que considero

desagradable y a dejar de resistirme a ciertas experiencias, pero también me ha

ayudado a intentar no aferrarme a aquello que deseo. En la práctica formal el momento

en que suelto la cadena de pensamientos y regreso a la respiración me ha permitido

entrenar el no aferrarme. Muchas veces durante la práctica me he aferrado a

entretenidas fantasías, cuando comencé a practicar podía llegar a estar hasta quince o

veinte minutos engolosinada con estos pensamientos sin ser capaz de volver a la

respiración. Esto es un claro ejemplo de cómo prefiero entretenerme y pasarlo bien, de

cómo me aferro a los buenos momentos. A medida que he ido practicando el “soltar”

he podido regresar al momento presente con más facilidad y en la vida cotidiana en

algunas ocasiones he podido no dejarme arrastrar por el deseo.

La invitación de los textos a relacionarme con la impermanencia es de una

simpleza abrumadora, todo cambia, efectivamente no hay que escarbar más allá. Me

hace mucho sentido que mi sufrimiento y el de los demás tenga que ver con lo mucho

que cuesta aceptar que las cosas cambien. Lo más evidente para mí es mi temor a la

vejez, la enfermedad y la muerte. Efectivamente deseo que nada de esto ocurra, deseo

no “tener que pasar” por todo eso. Siempre he entendido que todos estos procesos son

parte de la vida, pero lo que siento es un profundo rechazo. Es sin duda, por lo tanto,

un rechazo a parte de la vida. Hace algunos años, tras la muerte de una amiga en la

montaña y la de mi padre, que ocurrieron con un mes de diferencia, me contacté con

un pánico tremendo a mi propia muerte, a la vejez y a la enfermedad. Que increíble fue

darme cuenta que antes de estos eventos yo seguía creyendo que esas cosas no me

iban a pasar a mí. Esa es la ignorancia en que vivía. Es evidente que me resisto a que

las cosas sean como son.

En la práctica formal siempre observo la impermanencia, los pensamientos y las

18

Page 19: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

emociones cambian de una manera sorprendente, si aparece un recuerdo triste

enseguida puedo pensar en que tengo que ir a comprar pan y al poco rato llegar a

reirme al recordar alguna situación graciosa del día. Detenerme a observar esta

impermanencia en “carne propia” me ha ayudado a contactarme un poco más con esta

realidad. Contactarme con este continuo cambio a veces me ayuda a darle cabida al

sufrimiento, se por ejemplo que el dolor en algún momento va a pasar y esto puede ser

aliviador. Pero contactarme con la impermanencia solo en los malos momentos suena

casi como una conveniencia. La verdad es que también mis buenos momentos pasarán

y esos son los que justamente me gustaría que se quedaran. Ahí veo mi resistencia al

cambio, mi resistencia a que las cosas sean como son, siempre quiero quedarme con

los buenos momentos y con las cosas que me gustan y rechazo las que no me agradan,

que ojalá se vayan pronto. Pretender manipular las cosas para que sean de una

determinada manera me genera sufrimiento, porque los malos momentos siempre

llegarán y los buenos no los podré retener. No obstante cuando tomo conciencia que

los momentos buenos pasarán he podido disfrutar más de esos momentos. Cada

conversación telefónica con mi querida tía de 85 años puede ser la última y esto hace

que se convierta en un momento valioso y puedo aprovecharlo más. Siento que al

“estar” en el momento presente lo valoro como un momento único e irrepetible y con

esto surge en mí una suerte de gratitud. El tiempo que le dedico a cada uno de mis

pacientes es también un tiempo muy valioso, es el único que tendremos. ¿Cómo no

desear estar ahí realmente con ellos en vez de estar perdida en mis divagaciones?

La impermanencia además es algo que puedo observar en cada proceso

vivencial, Erika sin duda a lo largo de su duelo pasó varias veces por períodos en que

se sentía algo mejor y se frustraba cada vez que volvía a sentirse mal. Cuando la

atendí solía tratar de tranquilizarla diciéndole que lo que estaba viviendo era un

proceso y que algún día se sentiría mejor, no recuerdo haberle insinuado que esa

fluctuación anímica era natural y que aferrarse a esos buenos momentos con la

expectativa que perduraran le iba a traer más frustración y más malestar. Hoy veo otra

manera de abordar estos procesos en mis pacientes.

Al aceptar que las cosas son lo que son siento que tengo una actitud más

abierta y acogedora, veo que no existen problemas sino situaciones y que cualquier

situación es un motivo de aprendizaje, pues por muy adversa que sea me puede

19

Page 20: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

mostrar algo que no estaba viendo hasta ese momento. Creo que comencé a ver “el

lado bueno” de las cosas cuando sentí que me estaban pasando tantas cosas malas

que finalmente tuve una especie de incredulidad: “No puede ser que todo lo que me

pase sea malo”, allí intenté comenzar a ver lo positivo que podía dejarme cada

situación. Esta mirada genera una apertura a la experiencia. Muchas veces trato de

invitar a mis pacientes a ver qué hay de bueno a su alrededor y ayudarlos a salirse de

la queja y del “drama” que les toca vivir.

En la convivencia con mis compañeros de práctica he podido observar que a

todos nos pasa lo mismo, hay experiencias compartidas. Esto lo he sentido también

con otras personas, amigos, familia, compañeros de trabajo, pacientes, etc. El

comprender que hay vivencias que son propias del ser humano me ayuda a salir un

poco de mi cueva y de mi queja personal, en el fondo lo que me sucede a mi no es

nada novedoso. Esto me ha hecho sentir una sensación de fraternidad y me ha

ayudado a tener una actitud más compasiva hacia los demás. Esta experiencia la trato

de compartir también con mis pacientes, a veces decirles que no están solos, que lo

que ellos sienten lo sienten también otras personas es aliviador.

He sentido la compasión como un acercamiento al otro, comprendo que los

demás sufren igual que yo, entonces me conmuevo con lo que al otro le sucede y si

alguien me agrede, por ejemplo, no me quedo atrapada en “sentirme atacada” sino

que me conecto con el malestar del otro. En ese momento puedo sentir que esa

persona lo está pasando muy mal y desde ahí sin duda puedo responderle de otra

manera. Este cambio en mi manera de relacionarme con los demás lo veo como una

forma de compasión y que ha sido posible también porque he podido sentir compasión

hacia mí misma. Nuevamente la experiencia personal es crucial al momento de tratar

de hacer lo mismo con los otros.

La experiencia de la jornada de meditación es muy enriquecedora pues la

práctica prolongada ayuda a contactarse más con uno mismo. He comprobado que

durante todo ese tiempo en que me miro al espejo puedo llegar a ver algo que no había

visto antes. Me ha ocurrido que tras el continuo transcurrir de pensamientos de pronto

surge un chispazo, se asoma un entendimiento de algo… es como contactarse con

algo que había estado oculto y que misteriosamente se asoma para mostrarse. No

entiendo muy bien por qué ocurre esto y no quiero analizarlo, simplemente ocurre.

20

Page 21: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

Tampoco he buscado que esto suceda, si lo buscara probablemente no llegaría nunca.

Es un darse cuenta que tiene importancia para mi pues me permite comprender algo en

lo que me sentía “trabada”, es como si se desatara un nudo muy tenso. No es extraño

para mí entender que pueda ocurrir un insight después de tanto tiempo de práctica, al

estar cara a cara conmigo misma se termina develando una especie de sabiduría que

todos tenemos (anexo 7).

Fue sorprendente descubrir que el focusing a través de una práctica mucho más

guiada conduce a aquello que naturalmente surge después de un tiempo de práctica de

meditación. Con la práctica de meditación, de a poco y sin proponérmelo, fue

apareciendo en mi un nuevo lenguaje. Al contactarme con la experiencia directa

aparece una primera impresión, una sensación vaga que muchas veces no la puedo

verbalizar. Muchas veces “no hay palabras”, hay sensaciones que después intento

traducir. Y estas sensaciones son las que más claramente me indican algo acerca de la

experiencia y a partir de las cuales puedo saber qué hacer o qué decir, qué no hacer o

qué no decir. La “sensación sentida” es simple, no es conceptual y siento que es lo que

me está permitiendo avanzar con más confianza en cada paso que doy. Sé que lo doy

porque hay “algo” que me está diciendo “muévete hacia allá”. Ese “algo” surge de la

experiencia directa y no del análisis que yo pueda hace de la experiencia. Antes muy

comúnmente dudaba y me cuestionaba: “¿Qué es lo mejor? ¿Lo hago o no?” “¿Estará

bien?” “Pediré consejo”. La práctica me ha mostrado que hay una sabiduría oculta en

mí y en todos los seres. Que cuando me contacto con esa experiencia preconceptual

algo naturalmente se moviliza en mí. Efectivamente, no hay nada que pensar.

Personalmente he comprobado que cuando esto surge en el espacio terapéutico nacen

sin duda reacciones o palabras “no estudiadas” que le hacen mucho más sentido al

paciente.

Parte importante de la práctica en el cojín es tener conciencia de mi cuerpo, del

cómo estoy sentada y cuál es mi postura. Me he dado cuenta que esto influye mucho

en cómo se va desarrollando la práctica. La fluidez de la respiración y el caudal de

pensamientos cambia dependiendo de la postura que tenga. Con el tiempo he

aprendido a corregir con gentileza mi postura y he estado más atenta a mis

sensaciones corporales durante la práctica, estas muchas veces traducen alguna

reacción ante la presencia de un determinado pensamiento (se tensa la espalda, se

21

Page 22: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

aflojan los hombros, se aprietan los dientes, se aprieta la garganta). Me gusta pensar

que cada vez que traigo la mente a la respiración la estoy trayendo a casa, que dejo el

cuerpo quieto en el cojín para traer la mente al cuerpo una y otra vez. La imagen del

cuerpo corriendo detrás de la mente, tras cada deseo que esta manifieste, es muy

gráfica. Estando en el cojín he comprobado la cantidad de veces que he querido

pararme e interrumpir la práctica para hacer una llamada telefónica pendiente o

cambiar de sitio un objeto que quedó fuera de lugar. Me lo puedo pasar el resto del

tiempo de práctica pensando solo en aquello que mi mente quiere hacer con urgencia y

sintiendo como los músculos se tensan para partir corriendo a hacer esa actividad. Es

claro, para aquietar la mente hay que aquietar el cuerpo.

A través de la práctica de tonglen pude ver mi habitual tendencia a rechazar lo

que no me gusta y aferrarme a lo que me gusta. Llama mi atención el intenso miedo

que me genera “inspirar” lo “malo”, lo “no deseado”, el dolor, la enfermedad, la

muerte… Y, en el momento de espirar, el intenso miedo que me genera quedarme sin

lo “bueno”. Noto claramente como este miedo se relaciona con el apego a mí misma.

En un comienzo esta práctica no la conecté con el dejarme tocar por el dolor de otros

(al inspirar) o con la entrega de algo bueno a otros seres (al espirar). Estaba tan

encerrada en mi misma que lo único que me importaba era que yo me iba a quedar con

el “cáncer” y que yo me iba a quedar sin la “luz” que estaba entregando. Al comienzo

mi reacción frente a esta práctica fue de un absoluto rechazo. “No voy a practicar

tonglen. No me atrevo. Me da miedo”. De a poco fui intentando explorar ese miedo y

me encontré con una inmensa pared que me envuelve, que me protege del dolor. Me

encontré con un centro muy vulnerable capaz de conmoverse profundamente. He ido

sintiendo que al dejar este centro sin esas paredes protectoras puedo conmoverme y

permanecer con eso, que cuando dejo que esto ocurra puedo también conectarme más

con los otros y sentir compasión. He intentado de tanto en tanto practicarlo y aunque

no he dejado de sentir miedo he podido salir un poco de mi encierro y mirar más a los

demás. El recordar a otros seres en mis momentos de goce tan solo para desearles que

también puedan disfrutar es un acto de mayor apertura. El recordar que otros seres

están sufriendo tanto o más que yo también me saca de mi pequeño mundo.

La rabia es una emoción que a lo largo de la práctica he observado con interés.

Siento lo desestabilizadora que es, siento como me saca de mi eje, me agita, me hace

22

Page 23: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

detonar, me hace herir. Es una emoción que efectivamente muchas veces es tan

destructiva para mí como para otros, pero que gracias a la práctica también he podido

observar su cualidad constructiva. El permitirme permanecer con ella un rato, con su

energía, antes de reaccionar impulsivamente, ha hecho que en algunas ocasiones

pueda canalizarla de una manera más constructiva, es decir, he podido reaccionar más

asertivamente. Pero también he tenido muchas veces la experiencia de presenciar

cómo se diluye, cómo en ese lapso de tiempo en que me quedo con ella pierde su

fuerza, se extingue su energía. Y es que muchas veces mi rabia no tiene que ver con lo

que está sucediendo afuera sino en cómo y por qué aquello que sucede me afecta,

muchas veces también no quiero que las cosas que suceden sucedan de esa manera y

me enrabio. Cuando la he sentido he vivido esos momentos como una nueva

oportunidad para practicar, para conocerme, para descubrir que hay en ella, que parte

de mí esta puesta allí. Me contacto con esa energía, noto su cualidad y dejo que me

hable. Estoy abandonando la antigua costumbre de llorar o dañar cuando la siento.

Ahora de verdad siento que puedo observarla, mucho más amistosamente, “ven

rabia… no me molesta que estés aquí”.

He intentado describir mi experiencia con la práctica formal y en la vida

cotidiana y de qué manera esto ha influido en mi relación con los otros y en mi práctica

profesional. Quiero subrayar algunas ideas que me parecen relevantes: la simpleza de

las enseñanzas y el valor de la experiencia. Sin experiencia no hay aprendizaje y la

experiencia es personal. “Cuando lo vivo lo comprendo”. La práctica de meditación es

una invitación a relacionarme con mi experiencia y a validarla. ¿Cuántas veces busqué

consejos externos anulando por completo el valor de lo que yo sentía que quería

hacer? ¿Cuántas veces dejé de escucharme por tratar de hacer lo “correcto”? ¿Cuántas

veces analicé una y otra vez una situación en vez de conectarme con lo que sentía? A

través de la práctica ha sido mi experiencia la que me ha hablado. Quisiera destacar

que me he dado cuenta de dos cosas de las cuales no tenía plena conciencia: que no

era gentil conmigo misma y que vivía rechazando muchas de mis experiencias. “Ama al

prójimo como a ti mismo”, en esta cita yo daba por hecho que me amaba y que era

egoísta porque no era capaz de amar a los demás como a mí misma. Ahora me

pregunto: “¿Cómo no voy a dañar a los demás si vivo maltratándome? “Hacerse amigo

de uno mismo” y “Morar en paz” son dos frases que reflejan aceptación. Acogerme y

23

Page 24: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

acoger lo que suceda. Vivir abierta a la experiencia y sin juicios. Todo esto es algo que

día a día intento practicar. Y todo esto es muy simple, no hay grandes sustratos

teóricos. Esto me lleva a pensar cuán alejada estaba de la simpleza, de la simpleza de

tratarme bien, de sentir que yo era como una flor, la simpleza de sentir que a los

demás les pasa lo mismo que a mí, que compartimos los mismos temores frente a los

cuales construimos distintas corazas, la simpleza de la compasión, la simpleza de la

impermanencia, etc. ¿Para qué seguir martirizándome con la tormenta de mis

pensamientos si puedo conectarme con la simpleza del momento? No querer

relacionarme con el momento presente es lo que me trae más sufrimiento… y no hay

otro momento. Me he sentido capaz de permanecer con la experiencia con toda mi

vulnerabilidad, capaz de mirar mis miedos y caminar con ellos. Me he conectado con

todo esto a través de la práctica. Y la práctica no ha sido solo en el cojín, la más

significativa ha sido fuera del cojín, en el día a día, momento a momento. Es ahí donde

he podido ser más amable con los demás y estar más disponible. Estar de otra manera

en el mundo. Lo dije y lo repito, en mi vida hay un antes y un después. La última vez

que me preguntaron por qué practico meditación contesté: “Cambió mi vida y la sigue

cambiando”.

24

Page 25: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

25

Page 26: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

ANEXOS

(1)Una persona que no veía hace muchos años me dijo “tú eres muy cuática”,

refiriéndose a que era extraña y distinta a los demás. Inmediatamente sentí un

aumento de temperatura en mi rostro y un deseo de responderle: “¿Yo? ¿Cuática? ¡No

tienes idea que ha sido de mí en todo este tiempo! ¿Cómo puedes afirmar algo que

desconoces?”. En fracción de segundos percibí mi molestia y mi intención de

reaccionar explosivamente. Me detuve sorprendida a observar esta sensación. Esto dio

tiempo para que la conversación derivara en otras cosas. Mientras tanto iba sintiendo

como, después de la sorpresa que sentí por la intención de defender mi ego, se diluía

de a poco la rabia. El resto de la conversación fue amable y entretenida. Percibí que no

había una actitud agresiva de parte del otro sino que yo me había sentido agredida.

(2)Me dirigía en un taxi a un lugar muy alejado, el conductor se desvió varias veces del

camino argumentando distintas cosas (que había mucha congestión vehicular, que no

conocía bien las calles, etc.). El resultado era que el recorrido estaba saliendo cada vez

más largo y más caro. En el trayecto fui sintiendo más y más rabia, en la garganta

llegué a sentir una bola de fuego, me permití quedarme un rato con la rabia y tocarla.

En algún momento sentí que ese hombre de verdad no sabía lo que hacía y que no

tenía malas intenciones, yo por mi parte no tenía problemas de dinero, no iba a ser un

problema para mí pagarle un poco más. Me comparé con él, sabía que yo tenía mejor

situación económica, él tenía hijos y su vida era más difícil ¿Por qué armar un alboroto

por algo que de verdad no era un problema para mí? Estaba en estas reflexiones

cuando ya me encontraba en mi destino, le pagué al taxista el recorrido que

efectivamente me salió más caro de lo esperado y me despedí amablemente de él

deseándole con todo el corazón un feliz día. Con esta experiencia ejemplifico mi

práctica de “tocar” en la vida cotidiana, que en este caso me permitió no reaccionar

explosivamente, pero además noto que en esta experiencia se fue manifestando mi

compasión por el otro.

(3) Estaba ahí escuchándola… la paciente comenzó a llorar angustiosamente. Le ofrecí

un pañuelo y seguí escuchándola… No hice nada más, solo la escuché durante casi

toda la sesión. Yo también perdí a mi madre, conozco ese dolor. Tenía ganas de decirle

mil cosas, pero me contuve, sentía que eran innecesarias, solo quería decirle algo para

calmar la situación, para calmarla a ella y a mi… me di cuenta que quería tratar de

26

Page 27: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

probarme que era una buena profesional diciendo algo inteligente. Después de tocar su

dolor le dije algo así como: “Está bien que llore, la entiendo, que más puede hacer…”

De vuelta ella me respondió “Gracias doctora por escucharme, en mi casa no me dejan

llorar”.

(4) Me sentía enrabiada con una persona que me recordaba una antigua relación de

pareja, estuve varios días conectada con esta rabia. En mi práctica un día me detuve a

tocar esta emoción y sentí una sensación de “tira y afloja”, como si algo me jalara

fuertemente y luego me soltara fuertemente. Esto era justamente lo que esta persona

hacía y lo que más me tenía enrabiada. Después de sentir esto con esa claridad sentí

que la rabia ya no estaba.

(5)Durante la práctica en el cojín apareció la idea del aburrimiento, del hastío de la

vida, de las rutinas. Toqué eso un rato y sentí en mi pecho un vacío y luego como este

se llenaba y se expandía. La sensación que de inmediato apareció tras esto fue de paz,

de que todo estaba bien así como estaba.

(6)Hace mucho tiempo que me mantenía distante e indiferente frente a la presencia de

una persona, no sabía muy bien por qué pero no llamaba mi atención lo suficiente

como para motivarme a hablarle o acercarme. Un día decidí hacerlo con la firme

intención de ser más receptiva. Para mi sorpresa descubrí que aunque no tuviésemos

cosas en común era una persona agradable y con la que pasé un muy buen rato. Hoy

nos acercamos a conversar cada vez que nos cruzamos.

(7)Estaba en la jornada de meditación y durante gran parte de la mañana

transcurrieron por mi mente una diversidad de pensamientos. En algún momento me

conecté, tras una sucesión de recuerdos relacionados con mi infancia, con la carencia

de afecto. Luego vi la cara de esa niña triste y sola y me conmoví. Nada nuevo, siempre

he tenido esa imagen de mí en la infancia. La meditación continuó, a ratos prestando

atención a la respiración, a ratos dándome cuenta del contenido de mi mente. Mi

mente siguió divagando hasta que se presentaron dos recuerdos en que había una

expresión de cariño muy grande hacia mí por parte de mis padres. Nunca había

recordado estos momentos con tanta energía involucrada. Me sentí colmada de amor.

Toqué un rato y sentí mi pecho inflado y cálido. Tras esto volví a la respiración. Tuve un

impulso casi inmediato a regresar a esa imagen de la niña sola y carente, no la

27

Page 28: Mindfulness y Desarrollo de Habilidades Clínicas.pdf

encontré. Tuve este impulso varias veces durante la meditación, en algún momento la

hallé pero era débil y borrosa, había perdido solidez. Toqué un rato, me quedé ahí en

esa sensación de falta de solidez, como de estar tocando los restos de una muralla

derrumbada. Sentí pena. Estando en el cojín derramé un par de lágrimas. Tras las

lágrimas nuevamente apareció mi pecho henchido y cálido. Luego sentí sorpresa e

incredulidad. No podía creer que había construido de mí esa imagen con tanta carencia

de afecto si me sentía tan llena de amor. Continué meditando y en algún momento

apareció en mi mente la imagen de la mujer fuerte y autosuficiente que rechaza la

ayuda de los demás. Esta imagen se alternó con la débil imagen de la niña carente. La

mujer que no necesita de los demás y la niña que los necesita mucho. Sentí la dureza y

la fragilidad. Seguí meditando, seguí meditando… mi mente se aquietó por mucho

tiempo, de tanto en tanto aparecía uno que otro pensamiento sin mayor significado. En

algún momento un largo silencio ocupó mi mente y luego de golpe una sensación: el

pecho henchido de amor y una mujer más blanda y más receptiva.

28