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Miranda, Iradier - Las Mujeres que lo Tenemos Todo (CV+OCR)

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LAS MUJERES QUE LO TENEMOS

TODO

lRADlER MIRANDA

ÉPICA

COLECCiÓN EL CUENTO NUEVO

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© Manuel Iradier Miranda Avilés, 2009

© Editorial Épica,2009Portada: Mujer sentada con vestido azul, Amedeo Modigliani,1918.Av. Río Magdalena 101-10Colonia San ÁngelDelegación Álvaro ObregónMéxico D. F.CPOIOOO(0155) 56162769www.epicavirtual.comhttp://editorialepica.blogspot.com/ISBN: 978-607-00-0784-2Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirectadel contenido de la presente obra, sin contar previamente con laautorización por escrito del autor, en términos de la Ley Federaldel Derecho de Autor y, en su caso, de los tratados internacionalesaplicables.

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Todas las mañanas, todas.

Todas las mañanas cuando abrimos los ojos gozamos de un parde segundos antes de despertar por completo, un par de segundosque separan nuestros sueños de la bienvenida al mundo real. Eneste limbo caben cientos de pensamientos serenos y placenterosque se desvanecen cuando acude a nuestra mente el primer pen­samiento que provoca sobresalto, el primer pensamiento sobrelas aguijoneantes ocupaciones del día. Es tarde para el trabajo.El desayuno de los niños que se van al colegio. El pago de la hi­poteca que vence esta semana. El examen de matemáticas de finde curso. Las facturas de los clientes no enviadas ayer a tiempo.La operación de mi madre programada para esa tarde. El plomeroque vendrá a reparar la tubería. Las maletas no hechas para lasvacaciones. El tráfico. Las deudas. El trabajo. La casa. Los ni­ños. El marido. El jardín. El perro. En fin, nuestros dos segundosde tranquilidad se ven desplazados en el mismo instante en quesurgen por todas las ocupaciones y preocupaciones que caben enun día, son olvidados porque tenemos que solucionar ahí mismo,antes de salir de la cama, todas nuestras tareas y deberes. ¿Peroacaso son estas ocupaciones más importantes e inevitables quenuestros sueños y deseos reales? ¿Serán tan de vital importancia

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como creemos que son? y, si no es así, ¿por qué la regla no esinversa y gastamos dos segundos al inicio de nuestro día pararesolver quehaceres y el resto del tiempo para concentramos enlo que nuestra alma y nuestro espíritu anhela?

Dejamos la cama, y comienza la carrera para ser el vencedordel tiempo que nunca alcanza para nada, comienza la carrera porsolucionar nuestros problemas en un desesperado e inútil intentode resolver el conflicto de lo que haremos con el resto de nuestrasvidas en una sola tarde.

Muchos, muchos de nosotros nos detenemos un minuto al díaa pensar en esos placenteros pensamientos que se albergan ennuestra mente en aquellos dos segundos en que nos encontramosen ese limbo entre sueño y realidad, reflexionamos sobre nues­tros deseos reales y pedimos que algo cambie el día que vivimos,deseamos que algo ocurra aunque sea pequeño y de un golpe mo­difique nuestra existencia; algo, cualquier cosa. Es este genuinoy auténtico deseo de modificar nuestro tiempo, nuestras existen­cias, lo que nos orilla a comprar billetes de lotería, cambiar detrabajo, planear vacaciones, iniciar estudios, familias, comprarun bolso. Cualquier cosa que nos desvíe aunque sea un poco, quenos desvíe un centímetro de la rutina, la cual en muchas ocasio­nes nos atrapa y nos asfixia, aun cuando se nos presenta con elperfecto disfraz de obligaciones y responsabilidades.

Buscamos algo que nos lleve un poco más allá de los paráme­tros de la normalidad, miramos películas y nos asalta un deseo ouna añoranza de transformamos en el protagonista, vivir tan in­tensamente como vive en dos horas el actor; escuchamos nuestrascanciones favoritas una y otra vez a manera de sedante de nuestrocreciente e ínconsciente vacío.

Si dispusiéramos de algo, una mínima visión, una mínima am­bición, un nuevo interés, nos encontraríamos más tranquilos y sa­tisfechos. Sentimos en el pecho una inexplicable necesidad por seralguien diferente, vivir una vida intensa y diferente, de vivir aven­turas, correr riesgos, conocer personas, tener intensos y pasionalesromances, conocer otros lugares, otras comidas, de ver amanecery ver el ocaso en la orilla de la playa. Si tan sólo se nos presentara

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una oportunidad, un golpe de suerte, tendríamos la ocasión de ir unpoco más allá de los límites de nuestro diario vivir.

Aceptamos la realidad de nuestro mundo tal como se nos pre­senta y en pocas ocasiones, o nulas, nos cuestionamos la exactanaturaleza del mundo en el que vivimos, algunas ocasiones crea­do y sostenido por nosotros mismos. Nos adaptamos, llenamosel molde que nos toca vivir y en él transcurrimos. Aceptamosnuestra posición en la familia, en el trabajo, en nuestro hogar, ennuestra relación de pareja, en la sociedad, en el país y el mismopaís acepta su situación respecto del mundo. Encajamos comopieza en el rompecabezas y vivimos el papel que nos ha tocadointerpretar en la película de las diferentes existencias que con­viven y se perpetúan simultáneamente. No es que esta interpre­tación sea un acto voluntario, es un reflejo al que respondemosy reconocemos, y al ser tan conocido por nosotros nos negamosa abandonar, tenemos absolutamente dominado nuestro guión ynuestras escenas trágicas o alegres y pocas veces nos atrevemos asalirnos de las líneas escritas con anticipación para nosotros.

Muchas, muchas veces nos sentimos más pequeños de lo queen realidad somos, nos miramos minúsculos comparados con loque en realidad podemos ofrecer. Prestamos atención a voces queno son nuestras, escuchamos palabras guiándonos y diciéndonosqué dirección debemos tomar, cuál es el camino a elegir, cuál esel camino correcto. Escuchamos voces que están más perdidas oequivocadas en sus brújulas que nosotros mismos, aun cuando ennuestro fuero interno deseamos acallar todas esas voces de unasola vez y mirar detenidamente hacia dentro, prestando atenciónúnicamente a nuestra intuición e inconsciencia.

Sin embargo existe un selecto puñado de personas que se re­sisten a aceptar que todo debe transcurrir en una sola direccióny consiguen alejarse del sendero trazado lo suficiente para visua­lizar que aquello a lo que habían estado sujetos tantos años noera tan importante ni era tan difícil o dramático dejarlo atrás, sealejan lo suficiente para enterarse de que no desean vivir de esamanera y que son dueños de sus propias acciones aunque a suscompañeros de viaje les resulte una locura.

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Todas las mañanas todas, cuando despertamos guardamos enel pecho la secreta esperanza, la pequeña ilusión de que al tocarla cama otra vez por la noche todo sea diferente, que ocurra algoque nos modifique, que se atraviese algo que nos cambie, que porfin nos libere de las cadenas de la rutina y la monotonía ...

Ésta es la historia de tres mujeres que como tantos de nosotrosse encuentran atrapadas en su preexistencia y que descubrieronen un momento ordinario y cotidiano de su vida que no podíanmás y que necesitaban el papel de director de la puesta en escenade su propia existencia pues no querían seguirse conformandocon un papel secundario.

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Apoyando las manos contra el barandal negro del balcón desu casa, Beatriz miraba en la distancia a las personas caminandoen la calle, los miraba sin ninguna atención sobre nadie en parti­cular, su mente estaba completamente ausente pensando en quéprepararía para la cena de esa tarde. Hacía un rato ya que se habíaacercado a respirar un poco de aire, aun cuando el sopor del calorde aquella tarde era agobiante. "Pollo, cenaremos pollo", con­cluyó. Beatriz solía acercarse al balcón casi involuntariamenteen todas las ocasiones en que necesitaba concentrarse en algo,fuera esto de importancia o totalmente intrascendente; unas vecesapoyaba, como en esta ocasión, las manos sobre el barandal y seasía a él con fuerza, otras se sentaba en una silla de color plata deacero inoxidable puesta junto a una mesa del mismo color y ma­terial, las cuales habían sido colocadas por ella allí diez años atráscuando llegó a aquel piso recién casada; otras ocasiones sólo semantenía de pie apoyada contra la pared en el quicio de la puerta,definitivamente aquél era su lugar favorito en la casa.

La silla y la mesa habían sido comprados por ella cuando erasoltera en su último año de universidad dado que en casa de suspadres tenía un balcón muy parecido a aquel pero mucho másamplio, con una vista a un pequeño jardín; en aquel balcón justocomo hacía ahora salía a tomar fresco de la noche, salía a leer, es­tudiar y observar a la gente caminando por aquel jardín; sentadaen esa silla pensaba en lo que haría al día siguiente, imaginabasu futuro, se imaginaba a sí misma y pensaba cómo sería en diez,veinte o treinta años, era su escondite preferido también.

En las tardes lluviosas de verano cuando se asomaba a esebalcón, era invadida violentamente por la sensación de que sedesplegaban alas de su espalda, por la sensación de poder salircorriendo y hacer todo lo que quisiera, la invadía una sensaciónde poder, la invadía una sensación de libertad, una sensación quele susurraba al oído que todo es posible, que alcanzaría cualquiermeta, que llegaría lejos, que conocería el mundo y sus secretos,

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que viajaría en globo, en tren y en barco; la sacudía la idea decambiar la vida de otros y así transformar la propia, su corazón seaceleraba cuando pensaba en los amantes y amores que cn aquelcamino encontraría, los que le harían el amor bajo un árbol, losque le escribirían cartas, los que amaría y los que dejaría libres,los que nunca olvidaría y aquellos por los cuales lloraría con elcorazón destrozado.

Cuando se casó, llevó a su nuevo hogar aquella mesa y síllacon la firme convicción de que todo lo que soñaba pasaría de unmomento a otro y que en su nuevo balcón, aunque con una vistamenos inspíradora, tendría nuevas tardes de encanto; seguramen­te cra por aquella nostalgia que ahora, cada vez quc necesitabareflexionar sobre algo, se asomaba al balcón, aun cuando ella nose enteraba de este comportamiento.

Había decidido preparar pollo para la cena de ese día, como unainocente acción por luchar contra los kilos de más que no habíalogrado derrotar en los veinticuatro meses anteriores, desde elnacimiento de su hija más pequeña; había intentado por muchosmedios deshacerse del sobrepeso que ganó durante el embarazosin ningún resultado, después de un año lleno de sacrificios sinrespuesta renunció a la idea de recuperar su figura en secreto,incluso para ella misma; sin embargo todos los lunes despertabacon la desesperada determinación de que aquella sería la semanaen la cual podría apegarse a una dieta y una rutina de ejercicio,convicción que antes de la media tarde había desaparecido por lapunzante prisa de atender a sus hijas, su casa, su matrimonio yhasta su cabello.

Se sentía triste con cierta frecuencia cada vez que se duchabay no aceptaba la idea de que aquél era su nuevo cuerpo, ignora­ba el espejo cn medida de lo posible por ser un juez inflexibleque le recordaba que su redonda figura en nada correspondía conlas delgadas líneas que lucía menos de tres años atrás. Yaun­que constantemente repetía hacia sus adentros que ahora era unamadre de dos niñas y que esto era suficiente justificación de lanueva condición de su cuerpo, en la profundidad de su mentese reprochaba de una manera severa semejante descuido. ¿Cómo

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habría de sentirse una mujer bonita o deseada con aquella figura?Se martirizaba mentalmente por horas cuando sucumbía a la ten­tación de comer un pastel, un helado o bebía una gaseosa. Estemartirio autoprovocado comenzaba desde el primer bocado y laculpabilidad se le adhería como cadenas hasta que daba un bo­cado a un nuevo alimento prohibido, entonces era momento decambiar de reproche.

Beatriz se mortificaba mucho con el peso y por eso decidió pre­parar pollo que no tenía grasa y que además le gustaba. Ahí, sujetadel barandal del balcón, de repente escuchó un llanto, levantó sú­bitamente la cabeza que miraba hacia la calle y despertó, de golpe,de su pequeño conflicto sobre quéprepararía para la cena; el llantoprovenía de la habitación de la pequeña de dos años, quien habíadespertado. Se apresuró a acercarse a la habitación de la niña. Lalevantó de la cuna suavemente y la abrazó con genuina ternura.

-Mamá está aquí, mi vida, mamá está aquí -Ie dijo a la pequeña.

-¿Se despertó la bebé? -preguntó la pequeñaAna, la hija mayorde Beatriz que estaba jugando en el salón desde hacía una hora.

-Sí, mi amor -contestó-. \éngan vamos a damos prisa que seestá haciendo tarde y hay muchas cosas que hacer ---<lijo a lasniñas.

Dejó a las pequeñas en el salón y se dispuso a iniciar sus labo­res. Beatriz se encontraba en la cocina preparando la cena con eltelevisor encendido, el cual prendía por costumbre y a manerade compañía cada vez que preparaba la comida o fregaba lostrastos. La bebé y la pequeña Ana estaban en el salón delante deotro televisor viendo su película favorita, la que miraban una yotra vez sin señal de hartazgo. "Quién fuera niño para no abu­rrirse con las mismas cosas mil veces", pensó Beatriz. Admira­ba la capacidad de sus hijas, y en general de todos los niños, deabsorberse en una sola actividad sin queja y al mismo tiempoencontrarse maravillados en su tarea.

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Estaba en la cocina totalmente concentrada en la preparación dela cena cuando llamó su atención la entrevista que pasaban en latele, dejó su quehacer por unos instantes, secó sus manos con unatoalla y prestó oído atento a lo que se decía. Era un programa dechismes de los muchos que inundan la televisión todas las tardes,nunca les prestaba atención pero en esta ocasión entrevistaban auna joven actriz sobre su nueva puesta en escena y el tema cap­turó su mente.

-Háblanos de este nuevo trabajo tuyo -inquiría la presentadora.

-Con mucho gusto -respondió la joven actriz-o Se trata de unaobra totalmente nueva, escrita pensando en la vida que llevamosa diario las mujeres, me muero de nervios pues es la primera vezque me enfrento al público, sin la protección de una lente. En elteatro no se admiten errores, todo debe salir bíen en el instante,así que es mi prueba de fuego en el mundo real.

-Háblanos un poco de la trama, para irnos emocionando -sugí­rió la presentadora.

-Sí, es la historia de una mujer que rebasa los treinta y cincoaños. Una mujer que es muy respetada en su círculo de amigospor tener una familia maravillosa, por tener un marido y un hogarperfectos, es feliz, o al menos ella cree serlo, pero una tarde cono­ce un hombre que le arrebata la tranquilidad, después de muchasmeditaciones y mucho sufrimiento interno toma una decisión quecambia su vida, ella ama a su familia y a su marido, pero aquelhombre la hace pensar en una acción que jamás se habría plan­teado. Fugarse con él. Esa es la médula de la historia -concluyóla actriz.

-¿y lo hace? -pregunta la presentadora.

-Tramposa, tienen que ir al teatro para saber cómo finaliza---<lijo entre risas la actriz.

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Beatriz apagó el televisor y reanudó su labor con la cena. "Papi,papi", escuchó la voz de Ana desde la cocina. Era su marido lle­gando de trabajar. Se acercó al salón para saludarlo.

-Huele a pollo, ¿no me digas que cenaremos pollo otra vezBeatriz?, cenamos pollo tres veces por semana, ¿no tienes imagi­nación para preparar algo diferente?, lo menos que esperas des­pués de diez horas de estar sentado trabajando, es llegar a tu casay tener una buena comida ---dijo con tono exasperado su marido.

-Ya sabes, es por mi dieta, pero mañana prepararé pasta -dijoBeatriz.

-¡Ah!, sí, tu dieta -rnusitó entre dientes su marido con una son­risa burlona, se quító el sacó y se puso a mirar fútbol en la tele­visión.

La cena y la primera parte de la noche transcurrieron con la tran­quilidad de siempre, el marido se fue a la habitación mientras ellaarropaba a las niñas y las dormía; regresó a la cocina, fregó lostrastos y se dirigió a la habitación, su esposo se encontraba yadormido. Se adentró en el cuarto de baño y mientras se cepillabalos dientes recordó la entrevista que había mirado esa tarde. Laentrevista a la joven actriz que titubante resumía la obra en la queparticipaba como la historia de una mujer que tiene una aventura apesar de vivir en un matrimonio sólido, al menos aparentemente.

Caviló una y otra vez sobre las palabras de la actriz y reflexio­nó "¿De verdad una mujer cualquiera, sin proponérselo puedearriesgarse sin conciencia alguna en una aventura tan repentina?¿Acaso una mujer es capaz de materializar acciones que ni siquie­ra se habría permitido pensar en sus cabales?" Ese pensamientole desbordaba la cabeza, le costaba incluso seguir imaginándolo.La verdad es que no era un pensamiento nuevo en su cabeza,hacía meses que se sentía desesperada y aburrida dentro de supropia existencia; hacía años que sentía una creciente necesidadpor hacer algo nuevo; hacía años que buscaba algo que hacer para

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ser algo más que una ama de casa; había intentado con esfuerzosinútiles muchas cosas como clases de pintura o gimnasia, peroapenas conseguía asistir a una o dos sesiones pues sus quehaceresdel hogar se lo impedían. Después de renunciar en alguna clasenueva inmediatamente se avocaba a buscar una nueva actividadmás cerca de casa o que fuera por las mañanas con la idea de quesería más fácil asistir y ser constante, buscaba clases de yoga,idiomas, etc., sin apegarse con éxito a ninguna, pagaba hasta unsemestre por adelantado con la idea de que al menos al pensar enla pérdida de dinero se forzaría en encontrar tiempo para asistir,pero al final siempre dejaba todo pues era justamente el tiempo.Él nunca le rendía.

Su último intento había sido una inscripción a la universidaden línea en un diplomado de Estrategia de \éntas; se lo habíarecomendado la madre de una compañera de colegio de Ana; laidea le emocionó porque era una oportunidad de hacer algo des­de casa. Hizo el contrato de la línea de Internet y se inscribió lamisma tarde de la instalación. Las primeras semanas todas las no­ches, cuando ya estaban dormidos todos, se dedicó con alegría ypasión a realizar las lecturas propuestas por los asesores, resolvíavelozmente los cuestionarios y enviaba antes que los demás lostrabajos solicitados.

Durante dos semanas apenas encontraba un espacio libre en eldía, como la siesta de las niñas, encendía la computadora y repa­saba sus clases, obtuvo excelentes notas y se sentía satisfecha porel esfuerzo realizado y el éxito cosechado, se sentía productiva.En la cuarta semana el moderador principal del curso en líneaanunció vía electrónica que los alumnos se reunirían los viernespor la tarde en la sede fisica de la universidad para resolver du­das y auxiliarlos en su aprendizaje. El primer viernes de reuniónpidió a su marido que cuidara de las niñas, él accedió sin queja,sin embargo en la mañana de ese día, Alejandra, la pequeña quecn ese entonces tenía un año despertó eon fiebre y Beatriz no seatrevió a dejarla eon su marido, quien a pesar de estar dispuestoa cuidar de ella, se mostraba torpe y saltaba a la vista que no te­nía idea de qué haeer eon un bebé eon fiebre. El siguiente lunes

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cuando leyó los mensajes en el foro común, todos hablaban de lobueno que había sido reunirse personalmente aunque sólo fuerauna vez por semana. "Es una oportunidad excelente de aprendery conocer nuevas personas, fue enriquecedor conocer a gente tandiferente e interesante", escribía una alumna del curso en línea.Cuando leyó aquello Beatriz descubrió que eso era lo que real­mente necesitaba, conocer nuevas personas, platicar con alguiendiferente, aunque no fueran personas interesantes, se desanimó yantes de darse cuenta ya había dejado de lado la idea del curso.

Frente al espejo cepillándose los dientes continuó pensando.¿Puede una mujer arriesgarse en una aventura sin pensar en lasconsecuencias? ¿De verdad es posible? Beatriz se tomó unos mi­nutos para reflexionar un poco más sobre ello porque desde unpar de meses atrás sentía aquel cosquilleo en el estómago másfuerte que nunca, sentía una emoción que aparecía de la naday se le instalaba en el pecho con forma de taquicardia, era unaemoción creciente pero no del todo nueva, ella la conocía y laconocía bien, sólo que se le había olvidado por un tiempo, eraesa sensación que le exigía desplegar las alas de su espalda, laque periódicamente sentía en el balcón de la casa de sus padres.Desplegar las alas y usarlas. Necesitaba algo nuevo, necesitabaun poco de emoción, necesitaba sentirse más útil y productiva, deverdad necesitaba sacudirse esa inundante sensación de aburri­miento y desesperación.

Salió del cuarto de baño y se metió en la cama lo más sigilosa­mente que pudo para no despertar a su marido. No lo logró.

-Buenas noches mi vida, descansa, te amo -le dijo él.

-Yo también te amo -respondió.

Ya metida en la cama se quedó dormida pensando en sus hijaspidiéndole que pusiera en la televisión su película favorita otravez, una y otra vez. Pensó en su inocente solicitud y en la mágicavoluntad de los niños de hacer cien veces las mismas cosas, mis­ma voluntad de la que ella carecía pues estaba totalmente cansada

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de ver su vida mil veces repetida, todos los días una y otra vezsiendo lo mismo, mil días seguidos haciendo todo igual. De sobraconocía cómo acababa la película al final del día, de sobra sabíaque no existirían sorpresas y que el día siguiente todo correríaigual.

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III

Unas gotas de orina fue lo que sintió en las bragas de repente,unas gotas de orina que sintió húmedas y tibias tan pronto esca­paron, sintió una ola de calor invadiéndole el cuerpo en sólo unsegundo, era una ira repentina que le llenaba, una furia por lavergüenza de aquel descuido, aun cuando absolutamente nadie sehabía enterado; sintió la sangre agolpada en su cabeza y rápida­mente pensó que seguro estaba sonrojada.

Estaba desayunando con un par de amigas que hacía tiempono veía, antiguas colegas del trabajo, compañeras a las que notenía en ninguna estima, es más una de ellas siempre le habíadesagradado; había aceptado aquella invitación a desayunar pordos razones muy tontas, la primera era que sencillamente no te­nía nada importante que hacer en esa mañana; la segunda, quenunca desperdiciaba la oportunidad de hablar de su hermosa yextraordinaria vida, la cual en los últimos meses era más bienmonótona y vacía, dolorosa y llena de sinsabores, estresante ycon una sensación de soledad que la atacaba, una sensación taninmensa como el océano, hacía tiempo que su vida se había tor­nado insufrible y cargaba una pesada losa sobre la espalda sola yen secreto; aunque ella prefería hacer pensar al resto del mundoque su vida por fin se había tornado tranquila y podía disfrutar delas comodidades por las que tanto trabajó.

El autoengaño y la sonrisa perfecta y permanente eran meca­nismos de defensa que Laura había desarrollado magistralmentehacía ya treinta años cuando comenzó a trabajar y ser madre defamilia; sin embargo era como una niña comiendo dulces delantede otro crío que no puede comerlos cuando presumía sus éxitosy veía la cara de envidia que todos los demás ponían por sus lo­gros, una cara disfrazada con una pequeña sonrisa sarcástica, quea pesar de los esfuerzos por ocultar de sus escuchas se percibíainmediatamente la envidia que hacia ella sentían, se percibía y sepercibía fuertemente.

Sentada en aquel restaurante y con la recién escapada orina co­rriendo lentamente por su pierna se hizo consciente en un segun-

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do que usaba bragas blancas y, además para colmo de su desgra­cia tenía puesta una falda blanca de lino en la cuál si no se dabaprisa aparecería una mancha por la orina y todos inmediatamentedescubrirían su accidente. Lo último que podía permitir, lo últimoque deseaba, era que al ser descubierta la voz corriera y algunode esos típicos buenos samaritanos con mucho tiempo libre y másinteresados en las vidas, y sobre todo en desgracias ajenas, leaconsejara o la consolara diciendo que eso es de lo más normalcon el paso de los años y, que en las mujeres era un evento muypropio y casi obligado. Aquella idea la aturdía de sólo imaginarque por una tontería como aquella saliera a la luz otro secretodigno de importancia y que celosamente guardaba para sí. Poreso mismo lo que más le preocupaba era que alguno de estos en­trometidos le aconsejará acudir al médico para buscar ayuda, quese ofreciera voluntariamente a acompañarla a la clínica, no poruna disposición y voluntad real de ayuda sino por mero cotilleo.Así en el restaurante pensó rápidamente en una solución discretaantes de que alguien advirtiera siquiera lo sonrojado de su rostro;discreta y con cada movimiento calculado tiró un poco de vinosobre su saco.

-Oh, por el amor de Dios, te has manchado, pero de verdad quehas estado distraída toda la mañana Laura -Jijo María, una de lascompañeras de almuerzo.

-Te digo mujer que no te ves nada bien, insisto en que necesi­tas reposar unos días tirada en la arena y disfrutando del sol, esepálido tuyo no se mira nada saludable, cuídate mujer, que si no tecuidas tú, ¿quién? -añadió Teresa, la otra compañera.

-No pasa nada, fue un descuido, pero ahora mismo voy al ser­vicio y quedará como nuevo en segundos, ha sido culpa suya porhacerme distraer pensando en que necesito pasar días en la pla­ya para tomar color, ¡las culpo directamente! -sentenció Lauraapuntado con el dedo índice a sus dos acompañantes, al tiempoque esbozaba una sonrisa nerviosa en el rostro.

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Se levantó cuidadosamente para que nadie supiera la verdaderarazón por la que debía ausentarse, aunque tenía la horrible sensa­ción de que todos lo sabían y que todas las miradas estaban sobreella, mesurada como siempre había sido, caminó hacia el cuartode baño, entró al retrete, bajó su falda, las bragas y no pudo evitarque las lágrimas remplazaran la ira que había sentido minutosatrás, ahora sentía dolor, mucho dolor, no comprendía por quéle estaba pasando esto a ella, no era la primera vez, hacía ya dosmeses que una incontinencia la encontraba en el momento menosoportuno, apenas la semana pasada un buen chorro se le escurriópor la entrepierna, pero a diferencia de esta ocasión estaba encasa y nadie supo nada.

¿Por qué?, por qué le estaba pasando algo tan terrible a ella,¿por qué de repente todo se había transformado en una horriblepesadilla que apenas comprendía? ¿Por qué?, esa era la preguntaque se le encajaba en las sienes como los espolones se encajan enlos caballos para que vayan más a prisa, dos meses atrás le habíandiagnosticado cáncer de mama, no podía creerlo cuando se ente­ró, estaba sola y no daba crédito a lo que escuchaba, había ido arealizarse la mastografia como un mero método de prevención.

Cuando se lo comunicaron, se maldijo y odio a sí misma porhabérsela saltado el año anterior; había faltado a la cita médicapor un almuerzo con la familia de su difunto marido, [un almuer­zo!, ¡un almuerzo con personas con quienes no le gustaba pasarel tiempo!, había aceptado ir por temor a que pensaran que eraantipática o que pensasen que no sentía ningún vínculo por la quehubiera sido la familia del hombre con quien pasó la vida másde treinta años, esa fue la razón por la que aceptó esa mañanaalmorzar con su familia política, que ya ni eso eran de ella; poresa estúpida razón se saltó la mastografía; por quedar bien conpersonas con quienes no le interesaba quedar siquiera. Despuésvinieron meses llenos de compromisos, bodas, bautizos, cenas,cocteles, exposiciones en museos, bailes y por supuesto desayu­nos con colegas, los meses simplemente transcurrieron hasta quecayó en cuenta de que hacía tiempo no se realizaba un chequeo desalud correcto, entonces acudió a realizarse los exámenes comu-

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nes para mujeres, los exámenes comunes para mujeres mayores ytodo fue bien excepto uno, la mastografia.

Tenía un tumor en el seno izquierdo bastante desarrollado, eraaltamente probable dada la edad y los antecedentes familiaresque fuera cáncer. Cuando se lo dijo el médico, Laura perdió lacabeza por unos segundos, gritó al medico que era un idiota y unincompetente, que necesitaba una segunda opinión, que aquellono era posible. Minutos después presa de un tipo de autocompa­sión preguntó al doctor cuál era el procedimiento a seguir. Éstejunto a una enfermera le explicó lo más dulce y calurosamenteque pudo que sería un largo proceso además de doloroso, quedebía estar preparada.

-No debió venir sola señora -le dijo el medico-, se le solicitóexplicitamente que no acudiera sola por los resultados.

-Nadie podía acompañarme --contestó con ojos cristalinos-,todos los que conozco están demasiado ocupados -concluyó ba­jando la mirada al suelo.

Preparada, ¿preparada? ¿Cómo jodidos te preparas para el cán­cer?, ¿cómo se le pide a un ser humano que se prepare para unevento así? ¿Preparada? Pero si no eran vacaciones o un partidode tenis. ¿Dónde te preparas? ¿En la iglesia? ¿En el reclinatorio?¿Cómo? Sí, en esos momentos parecía estar más enojada y que­jumbrosa con Dios que en todos los anteriores, y lo más jodido esque después de sesenta años de quejas con él, era la primera vezque de verdad había motivos. ¿Dónde te preparas? ¿En el mis­mo hospital?, ¿apoyándose en personas con la enfermedad másavanzada, con personas que le deprimían pues se imaginaba a símisma en su futura condición, personas a las que a menudo seles escuchaba decir que nada más esperaban su momento final?¿Dónde se preparaba? Y más dificil e importante porque al finalde las cuentas el lugar era lo de menos ¿cómo se preparaba?

A lo largo de su vida siempre, aunque nerviosa, había estadopreparada para todo y había salido victoriosa. Superó un abor-

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to involuntario de su primer embarazo a los veintiocho que des­trozó su corazón, el parto de sus dos hijos años después cuandocreía que no podría concebir de nuevo, las enfermedades y losproblemas de crianza de los hijos; el trabajo, su jefe gritando,amenazando con despedirla. Estuvo preparada para cuidar de sushijos, asistir a la oficina y atender al marido con un brazo roto.Había salido triunfante de problemas de dinero cuando el mari­do se quedó sin trabajo y tuvieron que apretar por meses. Laurasiempre se sentía prevenida para afrontar cualquier reto, inclusocuando su marido enfermó y murió diez años atrás. Sin embargoaunque la muerte de su marido fue el evento más doloroso de suvida, perder la propia le asustaba más. En su vida como madrey ama de casa pudo con todo, con todo. Laura estaba preparadapara todo, pequeño o grande, siempre resolvía todo. Durante se­senta años había sido el apoyo de todos hasta cuando ella mismase desplomaba por dentro. Cuando sus hijos tenían problemasella los resolvía, sus hermanas, sus amigos, todo mundo acudía aella. Laura en sesenta años de vida había estado siempre en guar­dia, todos los días, todos lo días con la guardia arriba y ahora labajaba pues por vez primera no pudo prevenir el knock out que elenemigo le daba.

¿Cómo demonios se prepara un ser humano al ver que su vidapuede verse concluida de un momento a otro? Que pese a quesiempre hemos escuchado que nadie tiene la vida asegurada,nunca imaginamos que seremos presa de puntos suspensivos ennuestra existencia, esperando vivir o resignándonos a pensar queacabará nuestro tiempo, como en reloj de arena que cae grano porgrano al fondo indicando cómo escasea lentamente y que cuandocaiga el último se habrá agotado, que si bien sigue corriendo yaunque sea despacio al final sin forma de detenerlo está conta­do. Laura se sentía superada por el temor de tener cáncer, sentíamucho miedo, lo peor es que cuando pensaba en prepararse nopensaba en la enfermedad en sí, imaginaba mejor dicho en que seperdería de muchas cosas al morir.

Le quedaban tantas cosas por hacer, tantas cosas por decir, tan­tas por mirar, y ahora se le solicitaba explícitamente prepararse,

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no precisamente contra el cáncer, sino prepararse para afrontarla posibilidad de que todas esas cosas no serían hechas, no se­rian vistas, y no serían dichas. Precisamente en este punto, conel tiempo contado, Laura advertía que lo habia perdido. Habíaperdido el tiempo.

Se detuvo a pensar en qué había gastado el tiempo en losúltimos años. ¿Qué había hecho de importante? ¿Qué habíahecho que recordara como un momento inolvidable en los úl­timos veinte años? ¿Cuántas personas nuevas habia conocido?¿Cuántos viajes había hecho? Si bien era cierto que tenía her­mosos recuerdos de navidades junto a sus hijos y sus nietos,cumpleaños, bodas e innumerables fiestas llenas de risas y bai­les rebosantes de sonrisas. También era absolutamente ciertoque en esos mismos eventos sólo se recordaba platicando consus cuñadas, hermanas y parientes sobre esas mismas fiestaspero veinte años atrás cuando no eran los nietos los bautizadossino los hijos, platicaban de lojóvenes que eran en aquel enton­ces y siempre remataban con la frase: "¿cómo pasa el tiempode rápido, no?"

Pues sí el tiempo pasaba rápido y sin perdonar a nadie en sutranscurso. No dejaba de pensar en que moriría pronto con o sincáncer, tenía sesenta años y no había advertido que seguro le que­daba poco tiempo.

Hizo un breve repaso de las últimas décadas, un inventario desu vida. Encontró muchas tardes preocupada por las cuentas; porel pago del recibo telefónico, el gas, la electricidad, las colegia­turas de los hijos, la comida del mes, las compras de zapatos,de ropa, de enseres domésticos, de regalos para familiares, etc.Descubrió que nunca le habían cortado el teléfono ni la luz ni elgas. Resultado: tiempo perdido. Siguió con el repaso y se encon­tró limpiando la casa, lavando los baños, lavando y planchandola ropa, paseando al perro, se vio a sí misma cocinando todos losdías para su familia, para la familia de su marido en navidades,para las fiestas, para los amigos de sus hijos, se vio haciendo lascamas, fregando los pisos y fregando los trastos. Resultado: dolorde espalda en el invierno.

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Continuando con su resumen se encontró cuidando de sus hijostreinta años hasta que se casaron y después se encontró cuidandoa sus nietos. Se encontró a ratos feliz y a ratos deprimida. Se en­contró llorando por la muerte de su amado marido. Se encontrómirando televisión y leyendo un libro de vez en cuando por lastardes. Pero lo que aparecia más constantemente en aquel inven­tario eran preocupaciones

No pudo evitar preguntarse si había, de alguna forma, soma­tizado en enfermedad todo lo que a lo largo de su vida se habíaangustiado sin una razón real, y ahora como recompensa a susmuchas horas, días y años de preocupaciones obtenía un terri­ble mal anidado en su pecho y creciente tal como aumentabansus preocupaciones por naderías. Un mal que crecía en su pecho,aquél en el que en tantas ocasiones había recargado sus manospor aflicciones, que en su mayoría fueron imaginarias.

Cargaba ahora dentro de su pecho en forma fisica y palpabletoneladas de molestias transformadas en unos gramos de célulasdestructivas. "Menuda y jodida recompensa", pensó entre lágri­mas que se asomaban en los ojos.

Una semana después fue intervenida quirúrgicamente para reti­rar el tumor, asistió sola, no informó a nadie, mucho menos a sushijos, no veía por qué alarmar a medio mundo o hacerlos pasarlo mismo que ella estaba pasando, sería un sufrimiento vano. Laoperación duraría solamente dos horas y esa misma noche estaríaen casa. Ingresó al quirófano nerviosa, asustada; la anestesia fuelocal por lo que estaba alerta de todo durante la intervención, esesufrimiento era peor todavía que las pesadillas mentales que ha­bia vivido los días anteriores, supo que todo estaba mal con solover el rostro del médico, tenía mala cara y movía la cabeza conun movimiento de no reprimido, pero Laura se enteró. Se enteró.Seguro tenía cáncer.

Laura aceptó la idea de su enfermedad apenas abandonabael hospital seis horas después, tenía que recoger los resultadosdos días después pero no era necesario, estaba consciente que sucuerpo estaba siendo atacado por aquella terrible enfermedad. Sesentía mareada por la impresión, totalmente debilitada, se sentia

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incapaz de dar un paso más. En la puerta del hospital llamó a untaxi, pidió la llevara a casa y una vez allí, en un piso vacío, sedesplomó en el sofá del salón y lloró, lloró por horas y horas, sequedó dormida en el sofá presa inevitablemente del cansancio delas emociones vividas, despertó y continuó llorando, continuó llo­rando toda la noche. No podía creer que esto le sucediera a ella.

En el cuarto de baño del restaurante limpiando la orina que sehabía escapado apenas cinco minutos antes, pensó en que no po­dría seguir así, que todo lo malo se había agolpado en su vida enun segundo, siguió reprochándose el hecho de haberse saltadohace un año su cita medica y se reprochó haber seleccionado unafalda blanca para aquel desayuno, debió pensar que sería más no­table si su incontinencia se presentaba; tuvo que ahogar el llantorápidamente cuando escuchó que alguien entraba al servicio portemor a ser descubierta con lágrimas, apretó fuertemente en elpuño el papel que había tomado y soltó todas sus emociones conaquel ejercicio. Lavó su rostro muy, muy de prisa y se puso ruboren un instante, salió del servicio, regresó a la mesa y se sentó sintitubeos ni movimientos torpes.

Cuando salía del cuarto de baño pensó en lo que acaba de de­cirle Teresa, "cuídate mujer, que si no te cuidas tú, ¿quién?", lasupuesta amiga que no le agradaba completamente, tenía razóndespués de todo, aunque sólo lo hubiera dicho como un juego.

-Ustedes dos me deben un saco muy costoso por hacerme pen­sar en ir a la playa, espero estén conscientes de ello y me regalenuno nuevo en mi próximo cumpleaños --dijo. Las tres rieron porel comentario.

Laura reía de nervios y de dolor,era una pequeña cortina de humoque aplicaba para disimular el peso que sostenía en su espalda; ha­bía en un segundo desarrollado un nuevo mecanismo de defensaque se sumaba a sus ya practicados autoengaño y sonrisa perfecta,sólo que en esta ocasión no era un mecanismo para luchar contra lapresión del trabajo, o de las angustias de la casa, era un mecanismopara luchar contra sus miedos más escondidos y secretos.

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IV

Alicia estaba sentada desde hacía más de veinte minutos mi­rando su nuevo jarrón circular de vidrio soplado con vivos ver­des menta al fondo y al inicio del mismo, estaba sentada en unsofá blanco el cual había comprado meses atrás en una tiendade descuentos que tan pronto vio por el aparador supo debía te­ner. Había estado buscando el sillón exacto que combinara conel resto de sus muebles por semanas y ese sofá blanco era justolo que necesitaba, cada vez que buscaba un mueble, un vestidoo un collar nuevo Alicia no podía evitar pensar si aquel sillón,vestido o collar era lo que quería que la definiera como perso­na, todo esto lo hacía porque quería asegurarse de que la genteque la veía caminar tuviera una adecuada impresión acerca de loque ella era, admirarían su buen gusto, sabrían que era una mujercon talento, con dinero, con clase, con poder, hermosa y valientey sabrían que era una mujer segura de sí misma; nadie debía tenerduda sobre ello.

Sí, era esa imperante preocupación suya sobre lo que los de­más piensan de ella lo que hacía tan importante encontrar el lugaradecuado para aquel jarrón circular de vidrio soplado con vivosverdes menta al inicio y fin, el que ubicó en la mesita de entra­da a su piso, sobre la cual había un enorme espejo cuadrado enel que se miraba antes de dejar la casa para asegurarse de quesalía impecable. Aquella tarde compró orquídeas blancas con elhaz rojo y las colocó en el jarrón en agua con azúcar, una viejacostumbre que aprendió de su madre, quien decía que las flo­res duraban frescas por más tiempo si las ponías en agua dulce.Compró aquellas flores como un detalle para consentirse. Erauna especie de premio por lo bien hecho. Eran un regalo, unarecompensa adelantada. También era un capricho de ver flores encasa pues hacía ya un tiempo largo que nadie le regalaba flores.En los últimos meses, por no decir en los últimos años, no ha­bía dispuesto de mucho tiempo para citas o mejor dicho no sehabía dado tiempo para ellas.

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Así era Alicia, gastaba una cantidad sorprendente de energía ytiempo buscando soluciones a problemas que no existían, y quesin embargo estaba convencidísíma de que eran elecciones tras­cendentales para su futuro. Gastaba el tiempo pensando en cosascomo la ropa que iba a usar en la junta del viernes con los accio­nistas, pensaba en si llevaría un vestido, o un traje sastre o debíacomprar un nuevo diseflo, porque después de todo era una juntaimportante. Reflexionaba con atención si era correcto tener unaamistad con la chica de la recepción, lo cual podría ser mal vistopor los directivos de la empresa, pero al mismo tiempo le permi­tiría conocer mejor a sus subordinados. Tardaba horas en decidirsi prefería ir al cine o al teatro, porque finalmente el cine siempreestaba de moda y tendría un tema del cual platicar con el resto dela gente en una semana, que por cierto era poca y regularmentehablaban de lo mismo; o ir al teatro, al que nunca nadie iba yesola hacía sentirse un poco más culta e inteligente que el resto delmundo. Gastaba un día entero pensando si comería una ensaladao pollo almendrado en la cena, la ensalada le ayudaría a mantenersu hermosa figura pero tendría hambre toda la noche yeso le mo­lestaba, el pollo era pesado para una cena y de cualquier forma nodormiría por pesadez de estómago.

Así eraAlícia, tomando todo el tiempo decisiones que la moles­taban y no la dejaban dormir, pocas cosas la conformaban, no ledaba tregua a sus pensamientos ni a sus sentimientos en ningúnmomento, ella debía conocer las respuestas adecuadas a todo, deotra forma se sentía expuesta y débil, se sentía demasiado vul­nerable y la debilidad era un lujo que Alicia jamás se permitía.En esa noche después de colocar las flores miró el reloj, eranlas once de la noche. Apagó las luces y se metió en la cama, esanoche no estaba enojada, por el contrario, estaba feliz y nervio­sa, un pequeflo cosquilleo le anidaba en el pecho, se acostó unahora más temprano de lo normal pues queria despertar fresca ydescansada.

Por primera vez en muchas noches no se iba a la cama consensación de molestia, no tenia ninguna decisión inaplazable quetomar y se sentía plena, realizada. Sin embargo tampoco podía

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dormir, ese cosquilleo en el pecho le robaba el sueño, pero noimportaba, no importaba porque al día siguiente, la mañana si­guiente sabía que su vida cambiaría. Sabía sin temor a equivo­carse que comenzarían las veinticuatro horas que modíficaríanen buena medida su existencia, daría un nuevo paso en su vida,un paso gigantesco. Sentía el estómago revuelto, toda la emo­ción que la invadía se depositaba en el estómago lentamente, sesentía incluso mareada; siendo esta sensación cada vez mayortuvo que dejar la cama rápidamente y correr al cuarto de baño,se arrodilló frente al váter y vomitó. Se enjuagó la cara conagua fría. "Cálmate, cálmate que no pasa nada", se dijo y regre­só a la cama intentando serenarse, pensando en su vida en lospróximos meses yen la cantidad de flores que le enviarían comofelicitación en las próximas horas. Se fue quedando dormidapoco a poco.

Con las primeras luces de la mañana despertó, abrió los ojoslentamente, estiró los brazos de par en par en la enormidad de sucama, sonrió y se quedó sentada en la orilla de la cama mirandoel atuendo que había dejado preparado desde la noche anterior,lo dejó en una silla en el dormitorio, era el atuendo que llevaríaa la oficina ese día. Sentada en la orilla de la cama fantaseó porun tiempo en todos los eventos en los que se vería involucra­da en los siguientes días. Era consciente que los trabajos se lemultiplicarían, que cada vez tendría menos tiempo libre, que lasresponsabilidades aumentarían y le encantaba. La idea le en­cantaba. Estaba absorta en los beneficios de la noticia que seríaanunciada en un par de horas. Pensó que haría historia dentrode su campo profesional, pensó en que muchas de sus ilusionesjuveniles se estaban transformando en realidades. Las manosle temblaban un poco pues estaba inundada por el sentimientode ver un sueño emerger como realidad, y no es un evento que seviva todos los días. Detenerse un segundo y darte cuenta de queaquellos lugares, personas y experiencias que un día sentada enun banco escolar dijiste a tus amigos de la escuela que tendrías,son ahora una realidad. Es una sensacíón extraña, es como viviren un constante déja v u.

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Un constante déjá vu porque todo eso ya has vivido mil vecesen la intimidad de tus pensamientos, porque de tanto imaginarloya sabes incluso qué pasará en el siguiente momento.

Embriagada de emoción reflexionó en sus padres, ¿Cuándo lesllamaría? ¿Cómo se los diría? Posiblemente lo mejor sería ir avisitarlos y ver de frente su reacción. Aquel nerviosismo se incre­mentó cuando imaginó a su madre llorando y felicitándola y supadre con rostro de orgullo. Alicia estaba en la orilla de la camatan ensimismada en aquellas ideas que no advirtió que ya estabaretrasada para llegar a la oficina. Corriendo dejó la cama y entróa la ducha. Una vez más la intensidad de la alegría y la sensaciónde mareo le pegaron en el cuerpo en un segundo, se le revolvió elestómago y corrió a vomitar de nuevo.

Dejando la ducha y dejando sus emociones correr con el aguadel váter, Alicia se alistó rápidamente para salir a trabajar. Alser consciente de lo apremiante del tiempo recorría con todaprisa su amplio y hermoso piso, el cual estaba ubicado en unbarrio muy tradicional y sereno, en un plano de la ciudad muycostoso; era consciente de que el precio que pagaba era excesi­vo, sobre todo porque una mujer sola no necesita tanto espacioy lo único que provocaba era incrementar sus quehaceres y suspreocupaciones debido a que algunos meses apenas podía reunirel dinero para el pago del piso, pero era un esfuerzo necesario,en su mente aquellos esfuerzos sólo eran un paso que la acer­caba más y más a transformarse en la mujer que soñaba de símisma.

Alicia era gerente de publicidad de una de las firmas más des­tacadas e importantes de la ciudad, había ingresado como becariacuando aún se encontraba en la universidad y,al terminar, debidoa que destacó sobre sus compañeros se quedó trabajando para lafirma. Era una chica respetada pues sus ideas eran frescas y origi­nales, no tenía miedo de hablar con los clientes, los directores ocolegas del trabajo, cosa que sus jefes veían con buenos ojos; eradisciplinada y dedicada en sus labores y todo el tiempo demos­traba que quería aprender más, preguntaba temas sobre todos losdepartamentos.

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Ofrecía ayuda a colegas en proyectos que no eran los suyossólo por involucrarse y dominar más su profesión; investigaba,proponía, y siempre ofrecía el plus que todas las grandes firmasbuscan en su personal. Además de esto Alicia era bonita, muyhermosa; tenía cabellos rubios largos y lacios, peinaba su dora­da cabellera con pequeñas coletas o peinados altos en todas lasocasiones. Poseía también unos ojos marrones profundos, expre­sivos y grandes que eran enmarcados por una largas y tupidas pes­tafias y unas delgadas y bien delineadas cejas; su nariz era rectay pequeña, hacía un juego perfecto con su boca carnosa con esaforma de corazón que todos quieren tener, sumada a una denta­dura blanca con dientes pequeños y alineados que hacían de susonrisa una arma infalible para desarmar a sus enemigos, sobretodo a los hombres. Sus senos eran firmes y redondos, no erangrandes ni pequeños, eran justo de la dimensión que atraía mira­das sin ser éstas muy evidentes, era delgada y un poco más altaque el promedio de las mujeres, con manos pequeñas y suaves,piernas largas y torneadas, lo que acentuaba su hermosa figura ysus nalgas duras y redondas.

Alicia era la afortunada poseedora de la armonía entre belle­za e inteligencia tan duro de encontrar. Todos estos atributos latransformaron en sólo un par de añosen una de las subgerentes decuentas especiales, el área más añorada por cualquier publicista ya la de más dificil acceso pues sólo los más capacitados alcanzan,y, sólo cuatro años después en la gerente de la misma divisiónmás joven que la firma jamás había tenido.

Aquella era una mañana especial porque el mes anterior elcoordinador general de cuentas especiales, quien era jefe deAli­cia, había tenido su fiesta de retiro, se iba de la firma despuésde veinticinco años de trabajo. Su decisión de separarse de laempresa tomó por sorpresa a todos, sobre todo a Alicia quien vioinmediatamente una oportunidad de escalar un peldaño más ensu carrera profesional, así que en los últimos días llegaba a tra­bajar más contenta, más decidida, más radiante que nunca y conla determinación de cambiar de oficina, decidida a mudarse a laoficina de su antiguo jefe por supuesto.

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En las últimas semanas en la oficina no se había discutido enlos almuerzos ni en las comidas otra cosa que no fuera el nombredel próximo coordinador general de cuentas especiales, se men­cionaban muchos nombres, se discutía quién estaba más prepa­rado, quién tenía más meritos, quién sería un jefe noble y quiénun tirano, el cotilleo estaba en su apogeo como nunca en toda laempresa, era un puesto muy importante y deseado.

Todos los candidatos lucharían por ser el seleccionado, todosen sus cubículos deseaban en secreto ocupar ese puesto y to­dos guardaban dentro de sí la esperanza de que su nombre fuerael triunfador. Fuera de los cubículos los empleados seguían discu­tiendo sobre el nombre del próximo coordinador, nombres iban ynombres venían pero de todos aquellos nombres el más mencio­nado era el de ella, el de Alicia, algunas veces a favor por su in­discutible talento, otras veces en contra por su rápido crecimientoen la empresa, pero aun así su nombre era el más mencionado.

Aquellos días de agosto el calor estaba en el punto más alto detodo el año, y Alicia había seleccionado usar un traje blanco confalda corta y un saco cruzado con botones plateados y zapatillasdel mismo color, un collar de plata del que pendía una figura conforma de luna menguante que hacia parecer más largo su ya altocuello, y un brazalete igual en plata en la muñeca izquierda; ibade prisa pues estaba retrasada para llegar a la oficina y, lo quemenos podía tolerarse era llegar tarde aquella mañana, aquellaera una mañana más que atípica.

Preparada para salir de casa se detuvo unos segundos para verseen el espejo una última vez como era su costumbre, se gustó; seencontraba a sí misma radiante. Había seleccionado ese atuendodetenidamente la semana anterior porque esa mañana en la oficinase haría el anuncio del nuevo coordinador de cuentas especiales;Alicia estaba segura que el puesto sería de ella, ¿de quién más?

Ella era la primera de los gerentes en llegar a trabajar, tambiénera comúnmente la última en dejar la oficina, su equipo se ha­bía anotado muchos éxitos en su historial con su trabajo, el cualalcanzaba ventas muy elevadas; gracias a su campaña para unamultinacional de lácteos la firma había ganado un muy alto reco-

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nacimiento en el mundo de la publicidad. Alicia había consegui­do que su departamento redujera considerablemente sus gastos yhabía elevado en igual proporción sus ingresos, sabía que era unapieza importante en la empresa y sabía que los directores eranconscientes de ello, además todos en la compañía apostaban porella.

El puesto era suyo, no tenía dudas.

Ensayó un pequeño discurso que llevaba preparando desde cua­tro días antes, un discurso de agradecimiento en el que incluíalecciones de motivación para el personal, un discurso en el quedejaba claro que el trabajo duro era el único camino para llegar ala cima; había ensayado incluso una sonrisa de sorpresa fingiday había imaginado abrazos de felicitación de todos sus compa­ñeros, los cuales recibiría con falsa modestia. Se vio a sí mismarespondiendo a correos electrónicos y tarjetas de felicitación en­viados a su oficina, distribuyó mentalmente dónde colocaría lasflores que le enviarían como regalo, en ese momento bosquejóuna sonrisita al advertir que las primeras flores las había recibi­do de ella misma. Festejos, abrazos y risas. Felicitaciones, pala­bras de apoyo y cenas de celebración. El momento estaba ahí,había llegado. Materializado podía tocarlo.

Caminando de prisa, maquillándose y colocando aretes en susorejas, miraba los muebles de su casa y en su imaginación com­praba nuevos, compraba muebles con el nuevo ingreso del quedispondría, decoraba todo el departamento en sólo unos instantes.Compraría algo para sus padres, sería un triunfo extra.

Ya lista para salir, durante su último vistazo frente al espejo co­locada estratégicamente en la puerta de salida y acomodando loscabellos sueltos del peinado dio un giro y la cadena de su bolsose atoró con las hermosas orquídeas. En un segundo todo se habíatransformado en un caos, el jarrón cayó y se destruyó, cientosde esquirlas de vidrio se habían abalanzado contra las paredes,contra el piso de madera y contra la cara de Alicia, quien apenasalcanzó a cubrir sus ojos con el dorso de la mano; el agua y las

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orquídeas brincaron todas sobre su traje blanco manchando todoel atuendo de polen yagua azucarada. Arruinándolo.

"Maldición -gritó. Todo estaba arruinado, el traje, el piso, eljarrón, las flores, todo-. Maldición, maldición", no paraba de chi­llar Alicia.

Había comprado las flores como un pequeño regalo a sí mismapor su nuevo puesto, pero en aquellos segundos las odiaba total­mente. Regresó corriendo a su habitación para cambiar la ropa,se encontraba en un momento de neurosis, estaba manoteandocontra el aire, se quitaba la falda arruinada con furia. Había espe­rado aquella mañana prácticamente toda su vida, todo debía serperfecto y ahora todo estaba arruinado. Buscó en el closet sin éxi­to un nuevo atuendo dígno de la ocasión, no encontraba nada y eltiempo se le hacía eterno, no encontraba nada decente para usar;gritó, se enrabietó y finalmente escogió un traje negro con faldacorta y blusa blanca. Salió corriendo, brincando los vidrios de larecién ocurrida tragedía y ni siquiera se miró en el espejo antesde salir, llamó un taxi que siguió de frente sin apenas notarla: laira la invadía más y más, y la ¡prisa! La maldita prisa, el avancede las manecillas del reloj se le presentaba más rápido de lo co­mún, y no podia soportar por más tiempo aquella desesperación.Finalmente un taxi se detuvo, le dio instrucciones del destino yremarcó que debía llegar lo más pronto posible, le pagaría el do­ble si hacía un record en recorrer esa distancia. El taxista sonrió ypensó: "Con el tráfico de esta hora, está loca".

Una vez en el taxi comenzó a serenarse poco a poco, se alisólas arrugas del traje y murmuró en voz muy queda: "Tranquila,tranquila, en una hora todo estará bien y estarás riendo, despuésde todo llegar un poco tarde ofrecía la oportunidad involuntariade crear suspenso y hacer más interesantes las cosas"; comenzóa ensayar en la mente su discurso de agradecimiento y la falsasonrisa de sorpresa.

Un día tras otro las cosas transcurrían con ese mismo tono ensu vida, lo que a otras personas no les habría preocupado ni un

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segundo, como romper un jarrón, a Alicia podían dejarla sin dor­mir días, no se permitía errores y le encantaba tener la sensaciónde tener todo bajo control ante los ojos de las personas, de losamigos, de los compa/leros de trabajo, con sus padres, con sushermanos, con los compañeros de clase de pintura, en fin, arrui­nar un traje blanco con manchas de polen no era permisible en sumundo.

Alicia era víctima de una desesperación inevitable, era víctimade sus propias imposiciones y pocas veces era capaz de disfrutarpor entero algo que le gustaba, en ocasiones no se podía concen­trar en las lecturas de sus libros por pensar cuál sería el siguientepaso en su vida, cómo llegaría a ser mejor profesionista, amiga,amante, etc., cómo ahorraría para comprar el vestido más im­presionante, cómo conocer a la gente más fascinante, como seruna mujer exitosa y que nadie dudara que todo su esfuerzo sehabía convertido en éxito; muchas personas consideraban a Ali­cia una mujer obsesionada con el triunfo, incapaz de sentir algo,una mujer vacía y superficial, del tipo que sólo le interesa cómoluce y que compra la mejor ropa para impresionar a los demás,una mujer llena de diplomas y títulos pero profundamente sola, yposiblemente no se equivocaban.

Alicia era todo eso y más. Sin embargo, lo que Alicia realmentehacía era construir murallas alrededor suyo para no ser herida,para no ser atacada, se protegía del dolor, del sufrimiento y deno llegar a ser todo aquello que había soñado de sí misma añosatrás, construía caminos que nadie más podía recorrer hacia ella,hacia su mente, hacia su cuerpo, hacia su corazón, construía todasestas barreras con la esperanza de que nadie llegará a conocerlalo suficiente como para ser indispensable en su existencia y serexpuesta al fracaso o mucho peor, al dolor.

Alicia llegó a su oficina. Entró en el edificio caminando conpaso seguro y una enorme sonrisa dibujada en el rostro, saludócortésmente a la chica en la recepción, quien le regresó el saludocon una amplia sonrisa también. Entró en el ascensor, que ex­trañamente estaba vacío; en el reflejo de los cristales del eleva­dor retocó rápidamente su maquillaje y revisó por última vez su

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atuendo. Estaba lista, estaba preparada para aquella mañana tanesperada, tan largamente planeada; el momento estaba frente aella y era imposible aplazarlo más, se sentía nerviosa, alterada; sucorazón estaba agitado, palpitaba mucho más veloz que de cos­tumbre su estómago estaba revuelto y sus piernas perdían fuerza.¿Cómo no voy a estar nerviosa? Se preguntó. Es el día que he es­perado toda mi vida y ahora estoy viviéndolo, está sucediendo.

El ascensor se detuvo, sonó el timbre y las puertas se abrieron."Todo está bien querida, todo está bien", dijo Alicia suspiró paratomar fuerza. Al abrirse la puertas del ascensor, la luz le dio enlos ojos directamente cegándola por un segundo, se cubrió la caracon el dorso de la mano y cuando la bajo no había nadie delantede ella. Caminó por el pasillo extrañada de la ausencia de todossus compañeros; era evidente que estaban ahí, los bolsos, las ca­zadoras y los portafolios estaban en cada cubículo, en cada ofici­na, pero no se veía a nadie. Caminó lentamente hacia su oficinacon pasos titubeantes, cada vez más extrañada y girando la cabe­za hacía la izquierda y hacía la derecha. Nadie. Nadie estaba.

Cuando dio un giro para entrar a su oficina se dio un golpe defrente con su asistente.

-Buenos días Alicia -le dijo--. La gente está reunida en la salade conferencias, me parece que tu jefe está esperándote -su asis­tente le decía esto mientras jugaba con un anillo entre sus manosy lo estrujaba y lo estrujaba más fuerte. Nerviosa.

-¿TIenen mucho tiempo reunidos? ---<lijo Alicia.

-Poco más de media hora ---<lijo la asistente apretando aún elanillo y con voz entrecortada, con ojos llorosos. La miraba dife­rente, miraba a Alicia de una forma totalmente dístinta. Sujetó aAlicia por la muñeca y le dijo con una tono de voz dulce y hastacompasivo -creo que eres la mejor de todos aquí y es un placertrabajar contigo.

-Gracias, yo creo que tú eres una excelente asistente y paselo que pase seguirás a mi lado, ¿entiendes? No tienes nada por

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qué preocuparte, y ahora vamos a la sala de conferencias que meestán esperando.

Su asistente movió la cabeza asentando con los mismos ojos apunto de reventar en lágrimas.

Caminaron de frente y rápido mientras Alicia pensaba en la es­pera que se había generado y que el retraso tal vez no sería tanpositivo. Llegaron juntas a la sala de conferencias. Alicia suspirófuertemente antes de entrar, apretó los puños para reunir valor, semordió el labio inferior y dibujó una sonrisa.

Entró y todos giraron la cabeza casi al unísono; se hizo unsilencio aplastante y lo poco que se alcanzaba a escuchar eranmurmullos acompañados de miradas dirigidas sobre ella. Avanzólentamente y vio en las mesa botellas de vino medio llenas, copasen las manos de sus compañeros y copas vacías sobre la mesa,servilletas de papel usadas y un pastel de chocolate cortado en elcentro de la mesa, en la pared frontal había colgado un letrero quedecía "Bienvenido". Caminó hacia el fondo de la sala en dondeestaba el director de su división, todos la seguían con la mirada,algunos murmuraban algunas frases, algunos evitaban mirarla ala cara distrayendo los ojos al techo o al suelo, algunos le dirigíansonrisas burlonas sin ningún disimulo, otros sonreían tímidamen­te, con pena. Uno de ellos levantó su copa cuando Alicia pasójunto a él moviendo la cabeza con movimiento de negación. Lle­gó al final de la sala casi sin fuerza, casi sin aliento, el director delárea sonrió cuando la miró y se dirigió a ella diciendo:

-Hola Alicia, quiero presentarte a Daniel Hudson, de la ofici­na en New York, el nuevo coordinador de cuentas especiales, tunuevo jefe.

Mil estacas con forma de hielo se clavaron en su pecho cuandoescuchó aquello, se quedó muda por unos segundos, se paralizó yno articulaba las palabras con entera propiedad.

-Mucho gusto, es un placer conocerle finalmente -dijo usandola sonrisa que originalmente había ensayado, con la diferencia de

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que la sorpresa había sido real-o Estoy segura que trabajaremosjuntos como un gran equipo y que haremos una buena mancuer­na.

-Yo lo espero también así sellorita, pero si no fuera así yo meencargaré de que todo funcione y no haya fallas, me han habladomucho de usted y espero lo mejor de su trabajo ~ijo Daniel Hud­son con un tono áspero y cortante.

-Necesito ir al servicio, me disculpan ~ijoAlicia con extremaamabilidad.

Se dirigió al cuarto de bailo y cuando caminaba entre suscompalleros se encontró con las mismas reacciones. Algunosevadiéndola, algunos apoyándola con una sonrisa, algunos mur­murando y algunos disfrutando del momento por el que pasabaAlicia. Cuando salió de la sala se detuvo contra la puerta unosmomentos para tomar aire y escuchó a dos compalleras diciendo:"¿A dónde va?", decía una. "Pues seguro va al bailo para llorar",y las dos reventaron en carcajadas. Efectivamente Alicia sentiaganas de llorar y no se atrevía, no podía llorar, estaba en estadode inanición, no era enteramente consciente de lo que estaba su­cediendo, o mejor dicho de lo que no estaba sucediendo. Repasólos últimos cinco minutos y miró las copas de su brindis vacías,sus abrazos de felicitación perdidos, sus flores de regalo desvane­cidas. Todo lo que se supone sería parte del día más feliz de losúltimos allos no existía, se había esfumado, no estaba preparadapara ello, se había dedicado a prepararse exclusivamente para lasbuenas noticias no para las malas. La coordinación de sus ideas ysu cuerpo eran prácticamente inexistente.

A pesar de ello no era capaz de llorar, no podía, sólo continuabaapretando los pullos y mordisqueando el labio pero ahora comoseñal de furia, de descontento, sin poder verter lágrimas, todo elsentimiento se alojaba en su estómago que estaba cada vez máspresionado y agitado, se revolvía como nunca antes en su vidaprovocando que Alicia corriera al váter de nuevo para vomitar.

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Todos fueron abandonando poco a poco la sala de conferenciasy se fueron reintegrando a sus actividades diarias. Alicia se reclu­yó en su oficina frente al ordenador pretendiendo estar trabajandopero en realidad su mente estaba completamente absorta en elpensamiento de por qué no le hablan seleccionado a ella, pensan­do en lo incómodo que le resultaba saber que todos en la compa­ñía la veían como vencedora vencida y que ahora en el almuerzoy en la comida las pláticas de sobremesa serían sobre su actitud yque no había conseguido el puesto.

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Beatriz despertó un poco más temprano de lo normal la mañanasiguiente de su encuentro con la incertidumbre. La verdad es queno había dormido bien en toda la noche y cuando abrió los ojosdefinitivamente a las cinco de la mañana decidió que lo mejor eralevantarse. Se dirigió a la cocina y preparó café, se sentó en unasilla del desayunador y cogió papel y lápiz, inició una lista de lascosas que debía hacer a lo largo del día; deseaba apretar su agendaa fin de encontrar un espacio para ella, un par de horas para ellamisma, tenía ganas de hacer algo diferente. No sabía qué queriahacer pero si que sabía que por aquella ocasión no le apetecía enlo menos quedarse como siempre encerrada en casa todo el día.Sentada en la cocina y buscando sacar tiempo de donde no hay,pensó de repente: "\by a ir al teatro en la noche, voy a ir a ver laobra". Hizo planes en su mente, dispuso con quién dejaría a lasniñas por la tarde, pensó quién podria cuidarlas y anotó en el pa­pel un horario al que prometió apegarse, hizo un itinerario de loque haría cada hora de esa tarde tal como los horarios escolares.

-Beatriz, Beatriz -escuchó la voz de su marido llamándola desdela habitación. Se levantó de la silla y se acercó al dormitorio.

-Ya es tardisimo, ¿Por qué no me despertaste? ¿Dónde estabas?-inquiría su marido.

-En la cocina -contesté Beatriz.

-Bueno, no importa, ayúdame a vestir que llego tarde a la ofici­na; ¿ya preparaste el desayuno?

-No -respondió Beatriz en seco.

-¡Pero si estabas en la cocina], por eso no te rinde el dia Bea­triz, desperdicias mucho el tiempo.

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-Ahora mismo preparo todo.

-No, no. Ayúdame a vestir, pásame el portafolio, que te digoque ya es tarde, ahora hasta sin desayuno tengo que salir de estacasa -dijo el marido.

Cuando estaba abotonando la camisa de su marido, entró Ana ala habitación todavía medio dormida. "Alejandra ya se despertó yestá llorando". Beatriz salió casi corriendo para ver a la pequeñamientras el esposo seguía gritando desde la recámara.

-¿Dónde está mi corbata?

-Detrás de la puerta -respondió ella desde la habitación de labebé.

Con Alejandra en brazos se dirigió a la cocina para prepararleleche,Ana le seguía diciendo que tenía hambre y que no quería ira la escuela. "TIenes que irAna por favor no empieces."

-¿Dónde está mi corbata? -repetía el marido gritando desde eldormitorio.

-Está colgada en la puerta de atrás del armario como siempre.

-Pero quiero laazul-él insistía-, y no la encuentroven a dármela.

Exasperada gritó desde la cocina:

-Ahí están todas las corbatas Eduardo, todas están ahí, por elamor de Dios búscala.

Apabullada en mareo de llantos de la bebé, Ana quejándose yel marido gritando sintió que no tenía fuerza para dominar todoal mismo tiempo, por primera vez en varios años tuvo la certezade que esa prisa y esa presión eran superiores a su fuerza. No en-

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tendía por qué toda la mecánica matutina se le estaba colando porlas manos, si todo aquel alboroto era su pan nuestro de cada día.Como todas las mujeres poseía la increíble capacidad de hacertres, cuatro o más cosas al mismo tiempo, aquella era una mañanacomún, estaba completamente llena de hábitos y costumbres delas mismas mañanas de agosto, de julio, de enero y de todos losmeses del año. Pero en realidad estaba esforzándose por hacerlomás rápido, su mente se quedó enganchada a la idea de ponerseun vestido bonito y salir por la tarde al teatro. Ya irritada apenasa la primera hora del día, intentó poner orden al pequeño caosque su familia organizaba, sentó a las niñas frente al televisor ydespidió a Eduardo en la puerta con prisa.

"Que tengas un día hermoso. Te amo. y, por favor no cocinespollo para hoy", dijo él besándola en la frente y agitando la manoen señal de adiós

Dispuso todo para comenzar el día, su día. No, en realidad nodispuso nada, todo lo tenía calculado, todo lo tenia sincronizado dehacerlo trescientos días al año igual, poco le fallaba, pues todo selo sabía de memoria y por si acaso la memoria le traicionaba susmanos y piernas estaban tan acostumbrados a lo mismo cada horaque sin que ella se los exigiera, ellas iban voluntariamente a loslugares y a los objetos que todos los días recorrían. Todosu cuerpoy sus pensamientos eran en conjunto como una canción con el mis­mo ritmo y el mismo tono. Un, dos, tres. Un, dos, tres. Se repite elestribillo. Un, dos, tres. Un, dos, tres. Y así toda la canción de undisco que para colmo está rayado y sólo toca esa pieza.

En fin, repasó cómo eran sus días en la cabeza y pensó en su ho­rario escrito en la madrugada para encontrar tiempo e ir al teatro.Ana en el colegio a las ocho, la charla de media hora con las ma­dres de las otras niñas sobre lo rápido que crecen o el intercambiode recetas de cocina, que por cierto nadie daba completas paraque no les robasen tan preciados secretos. El mercado a las nuevepara las compras del día; luego, a las diez el tráfico, con la niñaen la silla en asiento trasero llorando por el calor, por hambre, porejercicio pulmonar y el sofocante calor. La limpieza a las doce;pisos, cuarto de baño, salón y la comida, la comida se comienza

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a las dos. El baño de la bebé a las tres para que después duermala siesta. Ana de regreso del colegio a las cuatro; risas, gritos ytravesuras hasta las siete, discusiones porque no quiere hacer laslabores escolares. La cena a las nueve. Eduardo. Los trastos fre­gados antes de irse a la cama.

Un vestido, un vestido nuevo para ir al teatro. Qué magníficaidea. Se consentiría; se compraría un vestido nuevo, se peinaría,iría sola al teatro, las niñas serían cuidadas por una niñera en latarde, por la noche las cuidaría Eduardo. Disfrutaría la obra, losotros asistentes la verían guapa y valiente por haber ido sola alteatro, le gustó esa idea. Saldría y entraría a un bar a tomar unacopa de vino. Una estupenda idea para darse un capricho, se leaceleró el corazón con el plan.

No fue al mercado, decidió que compraría comida china parala tarde y la cena y así de una vez se ahorraba los disgustos delas filas en el supermercado y el fastidio de cocinar por una tarde,lo mejor era que se saltaba un montón de horas que guardaríapara ella. Llegó corriendo a casa, ordenó todo un poco, limpióvelozmente y sin profundidad, tomó a Alejandra, la colocó en elcochecito y se dirigió a la calle a buscar un vestido nuevo.

"\ámos a ir de compras mi amor, mamá y su bebé van a salirjuntas", le dijo a la niña.

Caminó una larga avenida llena de tiendas empujando el co­checito con la niña, vio vestidos y precios en muchos aparadores,entró en varias tiendas y nada le convencía, siguió buscando pordos horas. Finalmente se detuvo frente al aparador de una tiendaen donde vio un vestido blanco, muy sencillo, de corte largo ycon tirantes, era un vestido idéntico en forma al que usó en suboda civil con Eduardo, se ilusionó y entró a la tienda a probárse­lo. Pidió a la dependienta el modelo y le indicó la talla, se acercóal probador con la niña y se dispuso a probarlo. El vestido leparecía hermoso, le encantaba y cuando comenzó a subirlo por laespalda un millón de recuerdos se le agolparon en la cabeza, unmillón de recuerdos se peleaban por llegar a su mente en primerlugar. Recordó cuando ella y Eduardo eran novios, las mentiraspiadosas que contaba a sus padres cuando llegaba a casa después

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de la hora convenida, las caminatas en el parque, las salidas al cinesin importar cuál era la película, recordó e! primer beso, cuando seacostaron por vez primera, las flores, los abrazos, las largas llama­das telefónicas nocturnas. Recordó cuando se comprometieron, laboda civil. La boda donde colocaba todas sus esperanzas. El dfacuando pensó que comenzaba su vida de verdad, e! dfa que no que­rfa que terminara; la música, los regalos, los invitados. Su futuro,recordó el futuro que nunca llegó, el futuro que con tanto empeño sededicó a soñar y construir en sus tardes de verano, el mismo futuroque en nada se parecfa a su realidad presente y sintió como un baldede agua fria, como un escalofrio la nostalgia de lo no vivido, sintiócómo se cayeron de un martillazo en forma de accidente todos esosrecuerdos que colocó en la memoria de lo que nunca existió.

Suspiró fuertemente, miró a la pequeña Ana y le dijo en vozbaja: "Esto no es por ti, mi amor, ni por tu hermana, yo las amo yno imagino mi vida sin ustedes". Lo dijo propiamente para ella,como justificándose; pidiendo disculpas por sus recientes pensa­mientos, consolándose por recordar lo que nunca tuvo.

Tenía que suceder. El vestido una vez hasta arriba no cerraba.Se lo quitó, salió de! probador y la dependiente le preguntó si es­taba bien todo. "Sí, el vestido es encantador pero necesito una ta­lla más grande." El solo decirlo le dolía. La dependiente tardó unpar de minutos y trajo la nueva talla. Beatriz entró con coraje alprobador de nuevo apretando en la mano el vestido pero al versefrente al espejo perdió todo valor de verse dentro de él de nuevo.Lo hizo. Entró perfecto en el vestido pero el hecho de saber queera una talla más grande de la que ella creía le restaba merito.Salió para verse en los espejos en diferentes ángulos. Con manosy piernas temblorosas se acercó y comenzó a observarse.

Frente a los espejos reflexionó en las palabras de la actriz du­rante la entrevista cuando mencionaba sus nervios por enfrentar­se al público por primera vez. Ella siempre había estado frente alpúblico real, sin ensayos, sin líneas aprendidas de memoria, ojaláhubiera tenido una sola oportunidad de ensayar su vida antes dela presentación, ojalá dispusiera de un lente o una cámara quefiItraran sus errores y pudiera hacer una segunda toma. Imposible.

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Imposible. Seguramente en una segunda oportunidad de hacer lascosas cualquiera las haria mejor. Pero no, no existía tal posibilidad.Sin embargo en algo tenia razón la actriz. En la vida real, en lavida sin apuntadores diciéndote qué hacer, si te equivocas la pagasy el precio puede ser alto. En la vida real no se admiten errores oterminas acariciando recuerdos que nunca existieron. Beatriz habíatenido mil pruebas de fuego frente al público y sólo muy pocashabian salido como esperaba, la mayoría habian sido mucho menosagradables. Actuar en directo no es sencillo, olvidar el guión queescribiste para ti mismo tiene sus consecuencias, como terminar in­terpretando el papel que menos hubieras deseado. Podría terminarocurriendo justo lo que menos querías que pasara. Podría sucederlo que menos necesitabas que sucediera.

Beatriz continuaba mirándose el vestido frente a los espejos,con sus propios ojos como reflectores que amplificaban los de­fectos de cómo lucía y minaban los atributos de su belleza. Seobservaba frente a los espejos de los que tanto huía, se gustabapero no se convencía a sí misma. Además seguía en su cabeza lalucha de todas las memorias por vencer a las demás; luchaban confuerza todos los recuerdos y todas las memorias, todos estaban enbatalla; las vividas, las no vividas, las buscadas, las olvidadas,las que quería recuperar, las que nunca podría recobrar. Estabanlas añoradas y las despreciadas, las locuras y las divertidas. Todascoexistían en ese momento.

Se miró por última vez en todos los ángulos. Se recogió el ca­bello con las manos en alto pensando en el peinado, se lo soltó ylo recogió otra vez.

-Suelto, se ve mejor suelto -dijo un hombre detrás de ella-.Perdón por opinar, pero es verdad, el cabello sobre sus hombrosla hace ver más hermosa.

-Gracias, es muy amable -respondió nerviosa y sonrojada.

Beatriz lo observó rápidamente de arriba hacía abajo, de unsolo ojo.

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El hombre era guapo, muy guapo. Era un hombre maduro decuarenta años aproximadamente, tenia una voz gruesa y varonil,ese tipo de VOZ que tienen los hombres que fuman. Su cabello eracastaiIo, de un c:astafto oscuro en el que asomab8n algunas canas.las canas lo hacían lucir más inten:sante. Su piel era blanca ycon1raStaba con el color del cabello y los ojos. pues los ojos erancafé, café oscuro. Una nariz recta Y una boca carnosa rematabanun rostro maswlino, viril cubierto por una barba castaña en for­ma de perilla. Eraalto, más alto que ella. más alto que su marido.Con espalda ancha y hombros fuertes. se notaba el resultado deun cuerpo ejen:itado. 'tbtia un traje gris. camisa azul y corbataen igual colOl: Su buen gusto Yropa costosa eran evidentes.

-Gracias --n:pitió Y bajó el par de escalones en donde admira­ba el vestido y desde donde lo había admirado a él. Nerviosa ysorprendida resbaló y casi cae. El hombre la sujetó por el brazopara impedir su caída. Sus manos cálidas y fuertes hicieron queBeatriz sintiera una oleada de calor por todo el cuerpo en un se­gundo, su corazón se acelero y sus pechos se irguieron. Lo notó ylos cubrió con el brazo velozmente.

--{Jracias nuevamente-etinó a decir. El hombre sonrió y descubriósus dientes perfectamente alineados y nacarados. Alejandra. que es­taba en el cochecito lloro. Ella se acercó y la cargó en brazos.

-Perdone, es mi hija -dijo apenada.

-Está bien --respondió él-o Es igual de hermosa que su madre-dijo mientras sacudía el cabello de la niña con la mano-. Yotambién estoy aquí con mi hija, tiene quince años, he venidocon ella a comprar un vestido para su cumpleaños, creo queestaremos aquí por horas mientras se decide, y yo le resulto depoca ayuda.

-Así somos las mujeres, todas tardamos horas en elegir un ves­tido -contestó Beatriz aún nerviosa-o Debo, debo quitarme este

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vestido, con permiso -se dirigió al probador sonriendo y girandola cabeza para verle.

Cuando salió del probador el hombre seguía ahi, se emocionópensando que la esperaba, aunque se mortificó un poco al darsecuenta de que ahora la vería con la ropa ordinaria, la de todos losdías. La dependiente de la tienda se aproximó.

-Muy bien, señora, ¿se lleva el vestido?

-No, no lo llevo -respondió-. Muchas gracias.

-Deberla llevarlo, quien quiera que la espere en casa se llevaríauna agradable sorpresa al verla radiante con ese vestido puesto.

"Es posible, es posible", pensó. Colocó a Alejandra en el co­checito y salió de la tienda sonriendo y mirando a ese misteriosohombre por los espejos sin que él se enterara de nada.

Condujo a casa nerviosa, distraída. Las palabras de aquel hom­bre le habían dejado perpleja. Descubrió que por unos breves ins­tantes se había olvidado de la bebé en la tienda, se había olvidadode Ana y de Eduardo, se había olvidado de todo. Se sintió comoadolescente y se lo reprochó. La noche anterior se había plante­ado esas situaciones, por eso decidió ir al teatro. ¿De verdad unamujer cualquiera, sin proponérselo puede arriesgarse sin concien­cia alguna en una aventura tan repentina? Apenas veinticuatrohoras atrás habría sido incapaz de lanzarse en una aventura, fren­te a aquel hombre, lo consideró. ¿Acaso una mujer es capaz dematerializar acciones que ni siquiera se habría permitido pensaren sus cabales? Pues entre pensar y hacer hay un abismo pero aveces no se mira tan profundo.

Conducía en dirección a casa, era la una de la tarde, el sol esta­ba en lo alto y tenía el tiempo encima. Tenía mucho que hacer yAna volvía a las cuatro, había gastado toda la mañana buscandoel dichoso vestido y no podía perder más tiempo en sueños de co­legiala. "Mañana me organizo mejor y voy al teatro -pensó-, hoy

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ya no tengo tiempo." Las manos del hombre sujetando su brazose le aparecieron como revelación en la mente, volvió a sentir laoleada de calor y entonces recapacitó; tenía un plan. Se había pro­puesto disfrutar una tarde ella sola, se apegaría a él. Dio un giroen la siguiente glorieta y se dirigió al teatro. Compró la entradapara la función de las nueve en la zona preferente, se llevó un pro­grama de la función con los nombres de los actores, los detalles yla sinopsis de la trama. Las alas de la libélula era el nombre de lapuesta en escena. Camino a casa miró por la calle para seleccionarel bar en que bebería la copa de vino que se prometió.

No tengo nada que ponerme reflexionó. Súbitamente recordóque había ido a la tienda con la determinación de salir con unvestido nuevo pero fue tanta su premura por dejar aquel lugar quesalió con las manos vacias. Eran las tres de la tarde, aún habíatiempo y se dirigió a la tienda otra vez. Aparcó y caminó con lapequeña en el cochecito. Beatriz dentro de sí misma sabía que te­nía vestidos en el armario y que cualquiera que usara estaria bien;sabía en su fuero interno que la razón real de entrar a la tienda denuevo era una extraña necesidad por encontrarse con aquel hom­bre una vez más. Una curiosidad de conocer un poquito más deél, una curiosidad por saber si se acercaría a ella de nuevo.

A cada paso que se acercaba a la tienda su pulso se incremen­taba, sentía que iba a explotar, era como una bomba de tiempo endonde la tensión aumenta con cada segundo que el reloj dismi­nuye. Las manos le sudaban y las piernas se le desvanecían ca­rentes de fuerza. Si aquel hombre estaba ahí con su hija tardaríanhoras. Seguro aún se encontraba en la tienda. Entró lentamente,titubeante. Miró a su derredor con un aire de despiste que apenaspodía disimular. Giró hacia los espejos, hacia el mostrador, haciala caja y hacía los probadores, nadie, no había nadie, se habíamarchado. Una decepción se le presentó en forma de un profundoy largo suspiro. Una tristeza la invadió en segundos cuando novio al hombre ahí.

La dependiente de la tienda se acercó y saludó.

-Hola, otra vez, ¿ha decidido llevar el vestido finalmente?

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-Sí, sí lo llevo -dijo Beatriz un poco distraída.

-Perfecto, lo envuelvo ahora mismo señora, es un bonito mode­lo y usted luce hermosa con él puesto -dijo la dependiente aleján­dose para envolver el vestido.

-Disculpe -le dice Beatriz.

-Sl, dígame señora.

Sin atreverse a preguntar ninguna cosa dice a la dependientecon el mismo tono distraído.

-Nada, no es nada señorita.

Llegó a casa a tiempo justo para recibir a Ana del colegio, llamóal restaurante de comida china y solicitó una entrega a casa condos órdenes de todo, una para la comida y otra para la cena. Llamóa la niñera para confirmar la hora a la que llegaría, a las seis enpunto, con lo que tendria una hora para arreglarse y una hora parallegar al teatro. Escribió una nota para Eduardo explicando que unaamiga de la universidad le había llamado por la tarde y que sólo seencontraría en la ciudad por una noche pues por su trabajo viajabaconstantemente, le daba recomendaciones e instrucciones para elcuidado de las niñas y le pedía que no llamara mientras estaba consu amiga. En realidad no quería responder durante la función.

Beatriz no sabía exactamente el porqué de la mentira que de­cía a Eduardo en aquella nota, era mucho más sencillo escribir:"Necesito un poco de aire fresco, salir por la noche y platicar conadultos que no sean madres de otros niños, necesito recordar quehay un mundo fuera de la casa, el mundo en el que estás tú todoslos días, por eso salgo sola esta noche". No sabía la razón de porqué escribía un pequeño cuento pero sabia que la mentira era nece­saria, el interrogatorio a su regreso sobre su encuentro con la amigaseria amplio. ¿Dónde fueron? ¿De qué hablaron? ¿Qué hicierondespués? ¿Por qué tardaste tanto? ¿Y ese vestido? ¿Cuánto te gas-

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taste? ¿Dónde lo compraste? ¿Por qué no hiciste de comer? Queríaleche y no encontré en el frigorífico, ¿por qué no hay? Sería un arn­plio interrogatorio y si decía la verdad sería una eterna entrevista, ala que se sumarían otras preguntas y otras sugerencias tales como:¿Por qué no fuiste conmigo a la obra? No te debes sentir sola, tienesa las niñas. Si quieres el próximo sábado saldremos a cenar todosjuntos y tú y yo podemos salir a bailar. Podríamos haber alquiladoalgunas películas y verlas en casa sin molestamos en salir o podríashaber preparado algo para cenar e invitar a tus padres. No tienesque ir sola a ningún lado, mi vida, le diría Eduardo.

No, no y no; ella quería escuchar otras voces que no fueran lasde su familia por un par de horas, sentirse sola por un momento,pensar un poco en ella y sobre todo sentirse un poco más ellamisma.

Cuando pensaba en todas las preguntas que le haría su maridosi le decía la verdad, recordó unas palabras que su abuela le dijocuando aún era pequeña. "Beatriz -le decía-, cuando una mu­jer se transforma en eso precisamente, en una mujer, con hijosy esposo, su vida se transforma y debe estar atenta a sus nuevasresponsabilidades. Si te dejas distraer por otras cosas u otras ocu­paciones estás en riesgo de ser una mala mujer."

En ese entonces no entendió nada de lo que su abuela le dijopero ahora eran claras, tan claras como la luz del amanecer que terecuerda que es nuevo día. Su abuela creció en otra generación yla entendía pero al final de cuentas lo que realmente quiso decírlees que si una mujer se ocupa un poco más por ella que por sus hi­jos o su marido no es una buena esposa. Recordando las palabrasde su abuela se dio cuenta que las había escuchado también de sumadre y de muchas otras mujeres con otras expresiones, con otrostérminos, pero siempre era la misma idea repetida mil veces.

Suena el timbre de la calle, es la niñera que llegaba veinte mi­nutos antes, Beatriz la recibe sonriente. "Las niñas están en elsalón mirando televisión -le dice-o Yo fregaré los trastos de la co­mida para ayudarte un poco, después me preparo para la noche."Se retira a la cocina y enciende el televisor como de costumbre.Están transmitiendo un documental sobre la vida de las mujeres

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en el Medio Oriente. Escucha atenta sobre los sufrimientos y pa­decimientos que esas mujeres viven, padecimientos reales e in­frahumanos, condenadas a cubrir su cuerpo bajo un sol abrasantepara no despertar deseos en los hombres, sumisas y sin derecho avoz ni voto, sin poder trabajar, destinadas a prostituirse si enviu­dasen pues su ley no les permite ejercer otro oficio, recluidas enharenes toda su vida sin oportunidad de conocer nada más allá dela puerta de su prisión. "Eso sí es una vida dura -recapacita-, yono tengo nada de qué quejarme." Sigue fregando los trastes escu­chando el documental y pensando en las horas que le esperaban,pensando en los días que le esperaban, se distrae y súbitamenteregresa a las horas que precedieron ese día. Pasa por todas sus ac­ciones en la mañana y se detiene en el hombre de la tienda. Lucehermosa, recuerda sus palabras. Se sonroja.

Recuerda la fuerza de sus manos auxiliándola para no caer, elcorazón por tercera vez en un día se acelera, comienza a cavilaren Eduardo y un sentimiento de culpabilidad comienza a alo­jarse en su mente; está casada, no puede pensar en otro hombrey mucho menos sentir excitación por otro hombre que no seaEduardo, el corazón se acelera más rápido pero ahora por te­mor, temor a que alguien pudiera leer su mente y reconociera lanaturaleza exacta de sus pensamientos, que descubriera que sesiente emocionada, unas gotas de sudor aparecen en su frente yse siente tensa, los músculos se le tensan, se le contraen. "No,no está bien", piensa y revienta en su mano el vaso de cristalque está fregando.

Un hilillo de sangre tiñe en segundos el fregadero, escurre porsu mano, se ha dañado, se ha hecho una herida y tiene un trozo decristal incrustado en la piel, se lo arranca con la idea de arrancar­se los sentimientos, las emociones y los pensamientos que vivíahace unos minutos. La sangre comienza a correr con más fuer­za, su sentimiento de culpa comienza a correr con la misma fuer­za. Se enjuaga con el agua del grifo la herida, no puede enjuagarsu culpa con el agua. Coge una toalla de la cocina y aprieta laherida para evitar que la sangre se siga escapando pero sus senti­mientos no los puede reprimir. Grita a la niñera que le ayude. La

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niñeracorre y la mira sangrando, corre por más toallas y le ayuda aatarlas en la parte alta del brazo para detener el flujo de la sangre.

-Pide un taxi -dice Beatriz a la niñera-. Cuida a las niñas porfavor y no le digas nada a mi marido. No le digas nada. Baja lasescaleras y sube al taxi.

En el trayecto al hospital sigue sudando, su corazón está pal­pitando más rápido que nunca antes en su vida y su cabeza estámás hinchada de ideas que en los últimos diez años, Su mentese detiene un momento y le avisa. "Qué suerte que no me habíapuesto el vestido blanco o lo habría arruinado por completo y hu­biera sido dinero tirado a la basura." Rio, ni siquiera en las crisisdejaba de recriminarse.

Por más esfuerzos que realizaba no podía alejar la imagen deaquel soberbio y hermoso hombre deslumbrado y fascinado fren­te a ella, por ella. ¿Tener ese tipo de pensamientos era realmentemalo? Sólo eran eso, pensamientos. ¿Sentir deseos por otro hom­bre era lo peor de mundo? Sólo eran pensamientos. ¿Y si no erael hombre? ¿Y si sólo era la idea de aventura lo que la impulsabaa pensar así? Apenas la noche anterior no pudo dormir pensandoen que quería hacer algo diferente y que se sentía desesperada porun cambio; la idea del teatro, la salida por la noche y la compradel vestido había venido directamente del intento de regalarseuna tarde distinta, de escapar por unas horas de su rutina. Haberconocido aquel hombre era únicamente una consecuencia de suplan escrito en la madrugada.

Amaba su vida, amaba a sus hijas sobre todas las cosas, nose atrevía a pensar ni un momento cómo sería su vida sin ellas,eran su única alegría, su felicidad, su vida se consagraba a verlassonreír.Amaba a Eduardo más de lo que él se imaginaba, cuandolo veía caminar del cuarto de baño a la cama en calzoncillos denoche aún le deseaba. Era el hombre de su vida, el padre de sushijas, lo amaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Sin em­bargo, había algo que no encajaba del todo, que no la dejaba sen­tirse enteramente satisfecha, había un hueco en su vida que había

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intentado llenar por muchos medios, con muchas distracciones,un hueco que quiso llenar con amor a su familia y su hogar, peroque estaba presente a pesar de todos sus esfuerzos. No estabasegura si el vacío provenía de una falta de amor a ella misma ouna necesidad de realizarse como persona más allá de su papel demadre y esposa. Quizá eran ambas cosas.

Después de todo es normal que una mujer guste de ser admiraday quiera dejar en los otros una impresión inolvidable. Que sus hi­jos la admiren y después sus nietos, que la respeten y la recuerdencuando no esté. Una mujer quiere sentirse deseada por su maridodespués de cincuenta años de matrimonio, todos los días, quieresuscitar amor y pasión, dejar una impresión indeleble, escucharque le dicen "te amo".

Pero en contra es también absolutamente normal que quiera co­nocer el mundo, no precisamente viajar, conocer el mundo; reír,coleccionar experiencias, vivencias, amigos. ¿Cómo va a ense­ñarles a sus hijos a vivir si ella misma no ha vivido plenamente?¿Cómo habrá de advertirles de lo dificil del mundo si apenas ellaconoce el mundo? Es normal que una mujer quiera crecer, pensar,ganar dinero, ser un ejemplo para sus hijos, ser una mujer adrni­rable, todas esas ambiciones son tan normales como las tradicio­nales aunque mucho menos apreciadas.

Llegó al hospital con el brazo totalmente morado por la pre­sión de las toallas, le atendieron en curaciones y un enfermerole preguntó:

-¿Quiere anestesia para los puntos, es alérgica a algún medica­mento?

-No gracias, no podría estar más anestesiada -contestó en for­ma sarcástica.

-¿Perdón, qué dice? -dijo desconcertado el enfermero.

-Nada, disculpa, quiero decir que no soy alérgica a nada, a casinada.

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Cuatro puntos que bajaban del inicio del pulgar al dorso de lamano fue el resultado de la presión que la atacó cuando fregabalos trastes. Cuatro puntadas que ahora se quedaban ahí a manerade recordatorio, que le decían que tenía que hacer algo por ella yque era urgente.

Cuando llegó a casa, Eduardo había dormido a las niñas, la ni­llera ya se había ido y él estaba vuelto loco de nervios.

-¿Por qué no me llamaste al trabajo?, Beatriz. Hubiera venidocorriendo, me asusté mucho. Dejaste el celular aquí así que notenía dónde llamarte y no dijiste a qué hospital ibas, no sabíadonde buscarte. Me asusté, me preocupé. La niñera me dijo quete cortaste y que mucha sangre escurría por tus manos. ¿Qué tepasó? ¿Cómo te fue?

-Me corté la mano fregando los trastes con un vaso, estaba dis­traída y se me reventó sin que me diera cuenta. La niñera estabaaquí, así que no tenía sentido molestarte en el trabajo, no es nadagrave ya estoy aquí.

-¿y por qué estaba aqui una niñera?

-Mi amiga Carolina de la universidad está en la ciudad y mellamó para cenar juntas. ¿La recuerdas? Sólo iba a estar por estanoche y te iba a dejar una nota. De cualquier forma el plan se

. arruinó y no he ido a ninguna parte, estoy muy cansada y perdísangre, vamos a dormir Eduardo.

-Me alegra saber que estás bien, me diste un gran susto, in­sisto en que debiste llamarme, grave o no, debiste llamarme, ytambién debiste llamarme si pensabas salir, hoy pensaba llegartarde a casa, tengo mucho trabajo. ¿Qué hubiera pasado con lasniñas si yo no hubiera llegado y tú en el hospital o cenando contu amiga?

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-Nada, no hubiera pasado nada, nunca pasa nada Eduardo, va­mos a dormir por favor que estoy muy cansada -dijo con acentode enfado Beatriz.

Eduardo miró a su esposa agotada, débil y con ojeras. Se tran­quilizó y la tomó de la mano para acercarse al dormitorio. Cuan­do vio la venda que cubría la mano de su mujer rio y en formade broma le dijo al oído: "Con la pinta que tienes ahora mismoy esa venda en la muñeca cualquiera diría que intentaste cortartelas venas".

Beatriz calló, no tenia nada que decir. Mejor dicho no queríadecir lo que estaba pensando en ese momento. Se tumbó en lacama y se quedó dormida. La mañana siguiente cuando despertó,Eduardo ya se había alistado para dejar la casa.

-Llamé a la niñera para que te ayude hoy, no podrás hacerlosola -dijo Eduardo-. ¿Qué es ese paquete? -dijo señalando labolsa con el vestido.

-Es un regalo para Carolina, quería darle algo, pero hoy mis­mo lo devuelvo a la tienda. No hay razón para conservarlo -dijoBeatriz ocultando la verdad que de cualquier forma no le intere­saría a su marido, al menos hasta el final de mes que se pagaranlas tarjetas y entonces diera su típica letanía de lo difícil que eraganar el dinero.

-Mi vida -dijo Eduardo-, tú siempre intentando impresionar alos demás, siempre queriendo quedar bien con todo mundo, notienes remedio -la besó en la frente y salió de la habitación.

"Es verdad -se dijo Beatriz-. Yo, sólo yo estoy tratando dequedar bien con los demás todo el tiempo, soy yo la que quierecomplacerlos, nadie me lo exige, yo me lo he dado como auto­imposición,"

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VI

Fue un día terriblemente duro paraAlicia en el trabajo con gen­te pasando por delante de su oficina, girando el rostro y murmu­rando cosas entre ellos. Gente que le sonreía cuando levantabala vista del ordenador y seguían su camino disimuladamente. Undía terriblemente duro con la asistente mirándola desde fueracon rostro de compasión. ¿Compasión? ¿Cuál compasión? Ellano necesitaba nada de eso. No necesitaba que nadie se sintieramal por ella. No necesitaba conmiseración, lástima o indulgenciade ninguno. Con la rabia de que además de personas burlándosede ella, existieran, como su asistente, personas que sentían penapor ella decidió hacer algo para borrar esa imagen que era másdolorosa que el hecho en sí mismo.

Abrió la cuenta de correo electrónico y envió un correo a todoslos colaboradores del área solicitándoles que se presentaran conDaniel Hudson y le ofrecieran todo su apoyo. "Debemos hacertodo lo posible para darle la bienvenida y hacer que sus funcio­nes se desarrollen con la mayor facilidad y profesionalismo posi­bles", escribió. Una vez enviado espió disimuladamente desde ladistancia las reacciones de la gente sorprendidos al leer aquelloy levantándose de sus puestos para seguir comentando el aconte­cimiento del día y las reacciones que crecían como bola de nieveque baja por una montaña.

Terminó el día, Alicia dejó la oficina, era la primera vez en mu­cho tiempo que se retiraba a la hora exacta en que terminaba sutumo, a nadie sorprendía esa decisión de su parte, salvo a ellamisma; tomó un taxi y le dio instrucciones para que la llevara acasa. Justo a medio camino cuando circulaban cerca de un parquele pidió que se detuviera, necesitaba caminar, respirar, despejarsu mente, pero sobre todo quería dilatar la hora de llegar a casa,no quería enfrentarse a la soledad y vacío de su apartamento. Ca­minó a través del parque sin mucha intención, sin mucha volun­tad, los brazos le colgaban y arrastraba los pies, le pesaba todo elcuerpo, tenía la sensación de que caeria desplomada de un mo­mento a otro. Se sentia cansadísima.

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Todo el orden de su mundo se habia movido en una sola ma­ñana y a su mente acudian preguntas que ni siquiera consideróen los años anteriores. ¿Por qué no le habían dado el puesto?Estaba convencida que era la mejor, se había esforzado muchotiempo, muchas horas, muchos años y en un momento decisivohabia perdido su posición. ¿Necesitaban a un hombre en el pues­to por considerarlo más agresivo? No, eso era hasta cierto puntoun absurdo, la compañia no se caracterizaba por entrar en esosjuegos sexistas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿En que habia fallado? Perode pronto como revelación llegó a su cabeza una cuestión aúnmayor. ¿Y ahora qué?

¿y ahora qué? ¿Qué seguia? Tenía treinta y seis años y habíaestado trabajando para la misma compañia por catorce, el trabajose habia transformado en su vida, en su estilo de vida. No teníamuchos amigos reales en el trabajo ni fuera de él. Tenia treinta yseis años y debia pagar una hipoteca por veinte años más, teníaque pagar una hipoteca de una casa que compró para impresio­narse de su capacidad y anotarse un éxito en su historia personal,mejor dicho en su historia económica, pero también para impre­sionar a otros y ciertamente no tenía en su vida a nadie a quienimpresionar.

Tenia treinta y seis años y aún no habia encontrado un hombrecon quien compartir sus logros o éxitos, no habia encontrado unamor de verdad que en esos momentos le sujetara la mano y lemurmurara al oido: "No pasa nada, todo sigue estando bien". Nohabia encontrado alguien que hiciera las cargas menos pesadas;esto debido en gran parte porque su trabajo le había absorbido ensu totalidad y nunca tenía tiempo para citas o romances, no teniatiempo para conocer gente nueva y mucho menos tenia tiempopara conocer hombres nuevos y los pocos que llegaba a conocerpor casualidad se alejaban con prisa al descubrir que ella nuncatenía espacios en su apretada agenda para estar con ellos.

Alicia tenía treinta y seis años, un guardarropa envidiable, unacolección de premios, una oficina más grande de la que imaginó,decenas de pares de zapatos en el armario, montones de fotogra­fías de viajes que realizó por varios sitios, fotograflas en donde

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aparecía sola frente a las construcciones más importantes y másrepresentativas y, sin embargo Alicia se daba cuenta en ese mo­mento de que no tenía nada, dentro de tanta tela fina, dentro detantos accesorios costosos, peinados elaborados y sonrisas torcí­das, Alicia no poseía nada, no poseía a nadie y nadie la poseía aella.

¿Y ahora qué? Tenía treinta y seis años y se despertaba sola y sedormía sola, y no es que esto fuera lo peor del mundo, de hecholo había buscado ella misma, lo había planeado y dispuesto deesa forma, pero en aquella noche no podía evitar replantearse lasrazones de esta decisión. Tenía treinta y seis años y no tenía otroplan fuera de su oficina ni otro tipo de metas, se hahía envuelto ensus pretensiones ciegamente sin advertir que nunca trazó un planalternativo por si acaso, por si acaso algo salía mal.

¿y ahora qué? Tenía treinta y seis años y no conocía muchasformas de vivir la vida y a pesar de tener una imaginación me­teórica para crear campañas publicitarias, carecía de un ápice deinventiva para virar el curso de su existencia. Parecía espontánea.No lo era. Parecía tranquila. No lo era. Parecía feliz. No lo era.Parecía satisfecha. No lo estaba.

¿Y ahora qué? ¿Qué seguía? Tenía treínta y seis años y pasa­rían al menos seis años o más para que surgiera otra oportuni­dad de crecer en la empresa como la que se le había escapadoesa mañana, ¿Y si ésta no se presentaba? Si nunca llegaba a susmetas ¿Qué haría? Parecía que era un poco tarde para iniciar enotra cosa, no precisamente en el campo de la publicidad porquesiempre cabía la posibilidad de cambiar de compañía, parecía unpoco tarde para iniciar una nueva profesión, una nueva empresa,una nueva aventura; y jodidamente también era muy tempranopara renunciar a todo, en términos absolutos estaba en el mejormomento de su vida. No estaba preparada emocional ni sicológi­camente para hacer otras cosas que no fueran su trabajo, Alicia nosabía qué haría con el resto de su vida a partir de ese momento.

Caminó con esa montaña de reflexiones y pensamientos rna­chacándole la cabeza. Caminó por más de dos horas con pasos

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lentos y pisando las hojas secas del suelo que comenzaban a caerde los árboles hasta que se encontró totalmente exhausta y se acer­có a casa. Cuando cruzó la puerta de su apartamento encontró eldesastre de flores, vidrios y suelo pegajoso por el agua con azúcardel jarrón roto en la mañana. Saltándose sus propias reglas pasó delargo por él fingiendo no advertirlo y se fue recto a su habitación.

Se quitó la ropa, la tiró por el suelo y tomó un baño de aguatibia para serenarse un poco, se relajó bajo el agua caliente queresbalaba sobre sus hombros, salió de la ducha y jaló una toalladel armario de blancos. Al momento de tirar de la toalla un pa­quete de toallas femeninas cayó por el piso. Se colocó las ma­nos en la cara con susto, había estado tan ocupada en el trabajo;había salido de casa tan temprano y llegado tan tarde, habíaestado tan emocionada, tan llena de planes, de proyectos parasu nuevo puesto, se había involucrado tanto en sus fantasías queno había advertido que la regla debía haber llegado hacía másde ocho días.

Más pensamientos, más imágenes, más cavilaciones se agol­paron en su cabeza. Las copas. El vino. El aroma del cuerpo delhombre. La cabeza distraída. El apartamento de aquel hombre. Eldeseo. El mareo provocado por el alcohol. Sus manos. Su cama.Su orgasmo. Las copas chocando. Las sonrisas pretendidas conaquel extraño. El bar de hacia tres semanas. Las toallas femeni­nas. El retraso. El vómito de la noche anterior y de la mañana. PorDios, por Dios, [no eran nervios! ¡Por eso había vomitado! ¿Y siestaba embarazada?

Sacudió la cabeza con las manos aún en la cara diciendo: "No,no, no".

Se vistió de prisa con lo primero que encontró por ahí, saliócorriendo de casa a una farmacia, encontró una que comenzabaa bajar la cortina y rogó al dependiente le permitiera pasar, elchico al mirarla totalmente desesperada le atendió, Alicia compródos pruebas de embarazo y ni las gracias dio, ni siquiera recogióel vuelto. Salió disparada de nuevo a su apartamento. Entró, secortó un pie con los vidrios sueltos y ni lo advirtió por dirigir­se a toda velocidad al cuarto de baño. Abrió ambas pruebas con

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manos temblorosas y desesperada desenvolvió con los dientes elcelofán de las dos, orinó sobre las dos tiras y las colocó sobreel lavabo, no había mucho que hacer por el momento ahora, ahoratenía que esperar.

Cinco minutos que jamás le habían parecido tan largos ni taneternos.

Cogió las cajillas que arrojó por ahí en su prisa y leyó las ins­trucciones. Hay que orinar sobre la tira. Estaba hecho. Hay queesperar cinco minutos. Estaba esperando. Si ambas ventanillasson color de rosa el resultado es positivo. Estaban pasando aque­llos minutos lentamente, si las dos ventanillas eran color rosa es­taba embarazada.

Cuatro minutos para conocer el resultado y Alicia esta sentadasobre la tapa del váter mordisqueándose el labio con el corazónlatiendo más rápido que colibríes, restregándose la mano izquier­da sobre el hombro derecho, abrazándose sola. Tres minutos yAlicia sigue sentada con una taquicardia que asustaría a cualquiercardiólogo, ahora está con ambas manos de nuevo en la cara di­ciendo: "No, no, no, por favor no". Dos minutos y ya se está mor­diendo las uñas, ¿Y el resto de las instrucciones? ¿Dónde está elresto de las instrucciones? Si ambas ventanillas son color de rosaestá embarazada ¿Y el resto de las instrucciones? ¿Qué se hace,qué se hace si una mujer está embarazada sin planearlo?, ¿quése hace? No hay indicaciones que le tranquilicen, no le sugierennada, sólo le dicen que el color de rosa define si lleva cargandoa otro humano en el vientre. Un minuto y Alicia no resiste másse pone de pie y coge una de las tiras para mirar el resultado.Ambas ventanas son color de rosa. Está embarazada. Coge la se­gunda con la esperanza de que la primera haya errado, la segundamuestra ambas ventanillas color de rosa. Se marea. Siente quese desmaya. Se le revuelve el estómago y, curioso, vomita. Lasventanas color de rosa y su vida de un color más oscuro del quese atrevió a imaginar.

Ciertamente había imaginado una situación parecida muchas,muchas veces. Había previsto qué debía hacer si tuviera que en­frentarse con una situación parecida. Tenía dispuesto todo. Re-

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suelto todo. Tenía anotado el número de un médico que le ayuda­ría a terminar con el inconveniente. Tenía claro que no deseabatener hijos. Lo tenía claro a los veinte, a los veinticinco y a lostreinta. Pero ahora a los treinta y seis hacía muchos años que ni seasustaba ni se preocupaba por quedar embarazada, había dejadode pensar en la posibilidad y ahora se le presentaba la situaciónde frente, le caía sobre la cabeza como balde de agua helada.

Esta ocasión todo había pasado de una forma muy repentina,un mes atrás había entrado en un bar a tomar una copa de vino alsalir del trabajo, un hombre alto, rubio y con un rostro.de revistase le acercó en la barra y comenzó a charlar con ella de temas di­versos; de la banca, de los impuestos, de teatro, de muchos temasmás bien triviales. La invitó a tomar otra copa y después de esaotra copa el alcohol se fue instalando en su sangre y fue perdien­do la inhibición, a medida que tomaba más copas encontraba alhombre más atractivo, más interesante y más fuerte. Estaba exci­tada. El hombre rubio la invitó a su casa. Ella aceptó. Era sábadopor la noche y no tenía que ir a la oficina, no habría problema. Elcalor producido en medida por el vino y en medida por su exci­tación iba en aumento. La urgencia por irse al departamento delrubio era mayor en ella que en él.

Fue un amante experto, decidido, amoroso y considerado. Ellase encontraba turbada por el deseo y por el mareo, olvidó la pro­tección, olvidó el preservativo. Se despertó a la siguiente mañanay se fue antes que él despertara. Se vieron en una segunda citarelámpago en la que ella se mostraba ansiosa, ansiedad provoca­da por el estrés en el trabajo y la proximidad del anuncio de suascenso, así que la cita no corrió bien. El hombre rubio la buscóy la llamó por teléfono un par de veces más pero al no encontrarrespuesta desistió.

Un día terriblemente largo, un día dolorosamente pesado y aúnno terminaba, aún tenía por delante una noche aún más largaque el mismo día y más amarga que los hechos que había tenidoque vivir. Imposible, imposible que tantas cosas pasaran juntas enuna sola jornada. Estaba embarazada, estaba metida en la camacon una preocupación mayor que la de no obtener una posición.

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Sabía que no deseaba ser madre en ese momento. Sabía que dehecho no deseaba hijos nunca y menos en aquella edad y con tan­tas cosas que hacer y sobre todo sabía que en aquel preciso puntoera más que claro que un hijo retrasaría sus planes, los mismosque repasó una y otra vez caminando por el parque y de pronto lainterrogativa volvió a su mente. ¿Y ahora qué?

Alicia estaba metida en la cama con un calor impresionante,daba vuelta sobre el lado derecho para después darla al lado iz­quierdo, se mordía el labio más fuerte y con más ganas que nun­ca. Se sentó en la orilla de la cama moviendo la pierna derechadesesperada, tenía las tripas revueltas, el corazón acelerado y undolor de cabeza que incluso le nublaba la vista y le ensordecialos oídos. Se puso de pie, fue a la cocina y bebió agua, se sentóen una silla del comedor y siguió mordiendo el labio, moviendola pierna y ahora tamborileaba los dedos sobre la mesa. No setranquilizaba, se preparó café, lo llevó a la boca calientísimo yapenas lo notó. Se levantaba, caminaba por toda la cocina, sesentaba una vez, se levantaba otra y así por muchas horas siguióel asunto. Miró la hora, eran las 3:45. Estaba cansada, apabulla­da, mareada y confundida. ¿Y ahora qué? No quería hijos. Noquería estar embarazada. Su decisión era inamovible, pero ¿y laoficina? Tendría que ausentarse al menos tres días después dela intervención para recuperarse. ¿Qué dirían todos? Años sintomar un descanso verdadero y de repente después del anunciose va. No, no quería despertar comentarios extras en la ya albo­rotada oficina. Pero al mismo tiempo sabía que debía concluircon el asunto lo más pronto posible. Una situación de esta mag­nitud no debe dilatarse, sólo perjudica, dilatar una decisión deeste tamaño sólo crea dudas, crea vacilaciones. No, aplazarloera infinítamente peor.

En bata, recargando la cabeza sobre la mano que a su vez serecarga en la mesa, Alicia miró de nuevo el reloj. Eran las 5:15.Tenía que alistarse para el trabajo. No durmió. No descansó. Lasúltimas veinticuatro horas habían sido de los más duro en su vida.Ni siquiera el más despreocupado de los humanos habría logradoconciliar sueño con semejante losa a cuestas.

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Llegó muy temprano al trabajo, como siempre, pero estaba oje­rosa, su rostro se mostraba absolutamente cansado y su atuendo noera ni de lejos la perfección con la que siempre se presentaba. Eldla transcurrió lento, el asunto del ascenso habla pasado a segundoplano en su cabeza, ahora le taladraba la idea de encontrarse en­cinta. Apenas pudo concentrarse en los asuntos más elementalesdurante el día, Pensaba en el encuentro con el médico. Pensaba enel momento en el quirófano. La incomodidad. El dolor. Los díassiguientes. Los rostros de las enfermeras o de los trabajadores delhospital que quizá la juzgarlan. El cotilleo en la oficina por su au­sencia. Pensaba en los rostros de otras mujeres que se encontraranahí para practicarse un aborto igualmente. Pensaba en la insufribleconversación de todas ellas tratando de justificarse. "Tengo ya treshijos y éste nos traerá problemas", dirla una. "Mi papá me matasi se entera que quedé embarazada", dirla otra jovencita distraída."Mi salud está en riesgo", diría una tercera. "Mi marido y yo notenemos recursos suficientes", etc., etc., etc. Y ella sonriendo conganas de gritarles que ella no tenía pretextos, simplemente no que­ría hijos.

A la hora de la comida escuchó a dos compañeras conversando so­bre ella. "Mira si le pegó que trajeran a alguien de Nueva York, tienela cara pálida, pálida y la pobre está, distraída como nunca", decíanlas mujeres. Alicia queria gritarles: "¿Y ustedes qué saben, idiotas?¿Ustedes qué saben sobre mi cara? ¿Qué saben de mí, qué saben demis problemas?" Tontas, tontas de ellas. Cabreada como en pocasocasiones se había sentido pensó "A la mierda todos, estoy harta,que piensen lo que quieran" y se fue a su oficina. Preparó un memo­rando solicitando vacaciones y se presentó con su jefe. El hombre alverla notablemente alterada no vaciló en conceder la petición.

-¿Pero a partir de cuándo, Alicia? -preguntó él.

-Mañana mismo señor -dice ella con voz irritada.

Llegó a casa por la noche con las piernas cansadas, la cabe­za punzante y a punto de estallar y una sensación nueva. Esta-

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ba enojada. Sentía una ira que no había tenido en muchos años,una ira que iniciaba en el estómago y le recorría todo el cuer­po, una ira que sentía como una ola de calor deslizándose desdela nuca hasta las rodillas. Todo el trayecto a casa tuvo los puñoscerrados y los brazos cruzados, su enfado iba en aumento y eraevidente. Cuando llegó a casa y abrió la puerta, los restos del ja­rrón roto seguían evidentemente en el suelo. "Maldición -gritó-,maldición, maldición, maldición", siguió gritando. Se dispuso alimpiar lentamente el desastre con un coraje que se inflaba ensu pecho como madera hinchada por el agua. Todo estaba sobresus hombros, todo aquello que no hubiera deseado que sucedieraera su presente. Todo aquello que había evitado era su realidady tenía que tomar decisiones. "No quiero este niño -pensó-, Noquiero este niño", gritó, para reafirmar su pensamiento. Decidióacudir al medico el siguiente día para encontrar así la forma deacabar con aquella parte que le atormentaba.

Durmió toda la noche, durmió cansada, cayó en un sueño pro­fundo. Hacía meses que no conciliaba el sueñode una manera tanprofunda. El despertador sonó a la hora acostumbrada para quedespertase, Alicia lo ignoró y siguió durmiendo. La luz del díale dio en la cara pues nunca corría las cortinas y la ignoró, con­tinuó durmiendo, continuó aplazando un poco más el momentode despertar de nuevo en un mundo que había enloquecido y quele daba la espalda, aplazando el momento de abrir los ojos en surealidad presente. Finalmente fue el timbrazo del teléfono lo quele despertó de aquella profundidad. El timbre del teléfono insistíay de repente pensó que seguramente estarían llamando desde laoficína con algún problema por resolver y lo que menos deseabaera descuidar aquella otra parte de su vida que en apariencia eraal menos algo que la mantendría a flote en su desesperanza. Saltóde la cama y corrió a coger la llamada.

-Diga.

-¿Alicia, eres tú? ¿Qué te ha sucedido? ¿Por qué estás en casa?He llamado a tu oficina y me dijeron que habías solicitado vaca-

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ciones. ¿Estás bien? ¿Ha ocurrido algo? Ya me estaba preocupan­do. ¿Por qué no me has llamado?

Era su madre, la llamada era de su madre. Lo único que faltaba,su madre la estaba buscando. La voz de su madre la descolocóinmediatamente dejándola muda. Había pasado cinco segundosy ya había formulado suficientes preguntas como para hacerlavomitar de nuevo. Siempre había sido así. Alicia podía manejarcientos de llamadas dificiles en la oficina, con colegas, en con­ferencias, con otros ejecutivos agresivos, pero una llamada de sumadre seguía siendo una prueba para la que no estaba preparada.Nunca tenía una respuesta acertada.

-Sl, soy yo, hola mamá.

-¿Qué te pasa, niña? ¿Estás enferma? ¿Por qué no has venidoa visitarnos a tu padre y a mi, si estás de vacaciones? Pero es quea ti siempre se te tiene que rogar para todo. Pero bueno, dime,¿estás bien? ¿Estás enferma?

-No, yo. Es que. No mamá, no estoy enferma. Estoy bien.

-Menos mal, ya hablaremos. Sólo llamó para decirte que tupadre y yo pasaremos por tu casa el próximo sábado, quere­mos comer contigo. Qué suerte que estás de vacaciones, así notendrás problemas. Estaremos de paso, sólo estaremos el fin desemana. \!Imos a visitar a tu hermano Carlos y pasaremos asaludarte.

-Mamá. Es que yo. Yo. Es que no es un buen momento. Tengomuchas cosas que hacer. Mamá es que. Yo. Mamá no es un buenmomento.

-Nunca es un buen momento Alicia, te lo he dicho mil veces.y contigo menos, ¿es que de verdad, todo tiene que ser tan com­plicado contigo?

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-Mamé, no empieces.

-Si no empiezo, eres tú la que nunca termina, tú eres la quenunca termina, Alicia.

-Madre, estoy ocupada y no es un buen momento para una vi­sita. Yo. Yo.

-Por favor deja de decirme eso. Ya me voy que tu padre está es­perando en el auto. El sábado a mediodía nos vemos, ¿sí? Y si es­tás de vacaciones bien podrías acompañarnos a visitar a Carlos.

-Madre. Yo. Yo. -No concluyó la frase y el tono de espera yasonaba en el auricular y las lágrimas resbalaban por la cara deAlicia.

Con el auricular sostenido en la mano derecha y el puño iz­quierdo cerrado, Alicia dejó que las lágrimas resbalaran copio­samente por sus mejillas. Su madre era la prueba final que siem­pre reprobaba, que por más que se esforzaba nunca superaba. Noimportaba cuánto empeño pusiera Alicia en sus acciones, éstasnunca eran suficientes para su madre. Alicia siempre estaba pordetrás de las expectativas de su madre.

Con el dorso de la mano secó las últimas lágrimas que se aso­maron y comenzó a vestirse lentamente para acudir al medicoe iniciar el proceso que la había atormentado tanto en las horasanteriores. No hizo esmero en su arreglo personal, era miérco­les y su madre advertía con visitarla el próximo sábado. Apenascontaba con tiempo suficiente para acudir al médico y dejar todopreparado para practicar el aborto la próxima semana.

Dejó la casa de prisa. Al salir no miró como de costumbre al es­pejo, pasó de largo. Cogió un taxi y le pidió la llevara al hospital.Abúlica, confundida y con las palabras de su madre aún aturdién­dole el oido.Alicia comenzó a pensar en lo dificil que se pondrianlas cosas con la visita de sus padres. Pensó en que debia ocultara toda costa su embarazo o iniciaría una guerra contra su madre

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quien no cejaría en esfuerzos por obligar a Alicia en conservar alniño. Apenas reflexionaba esto y casi podía escuchar la voz de simadre diciendo: "Cuando me embaracé de ti tuve que pasar sietemeses tirada en una cama, con los pies levantados hacia el techo,fue un embarazo de alto riesgo y lo resistí, resistí un año en esascondiciones por ti y ahora tú me dices que eres una cobarde al noquerer darle a un niño inocente que no puede defenderse por sísolo la oportunidad que te di yo".

Así era siempre, durante muchos años su madre le había recal­cado una y otra vez que le debía la vida porque al dársela casi sefue la suya. Cada vez que Alicia hacía o decía alguna cosa que noencajaba con los ideales de su madre ella le repetía que era unamalagradecida que no valoraba todo lo que se hacía por ella ytodo lo que sufrió para que ella llegara al mundo.

La determinación deAlicia fue absoluta, suspendería todo hastaque la visita de sus padres terminara, no podía arriesgarse ni enbroma a que sus padres se enterasen.

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VII

Una semana atrás, un miércoles por la mañana Laura despier-ta lentamente. La fecha había llegado y era imposible aplazarla imás. Miércoles 27 de agosto, 17:30 hrs. Laura G. Cita oncología. IInstituto de la Mujer. Primera quimioterapia.

Apenas abrió los ojos los cerró de nuevo aún tumbada en la ¡cama. No quería despertar. Era consciente del proceso que de-bía enfrentar aquella tarde, era consciente de que no podía evadir ila enfermedad alojada en su pecho ni un día más; de hecho toda la 1semana anterior se había estado preparando para aquel dfa. Sinembargo al despertar enteramente en el día marcado en el ca-lendario supo que era falso, no estaba preparada. Tenía miedo,mucho miedo.

Abrió los ojos y miró el reloj despertador sobre el buró, mar­caba las 5:45 hrs, para colmo se había despertado una hora antesde lo habitual, y por delante le quedaba sostener doce horas depaciencia y autoayuda para sobrellevar el tiempo previo a su se­gunda batalla contra el cáncer. Se sentía debilitada pues el perderla primera, después de la confirmación de cáncer ya había sidoperder. A ella no le gustaba perder y mucho menos una guerra yya había sido vencida en la mitad. Le quedaban por delante docehoras antes del siguiente mundo doce horas en las que se teníaque sostener en pie. Sin embargo, Laura no había calculado que 1

el tiempo que transcurriría antes de su cita sería el más sencillo, 1contra lo que realmente habrfa de batallar serían las intermina-bles horas y dfas después de la radiación sobre su cuerpo. Y conaquellas horas, y aquellos días después del tratamiento. ¿Podría?¿Podrfa sostenerse en pie?

Laura, Laura. Siempre igual. Siempre obsesiva. Ella tenía lacompulsión de saberlo todo. Estudió y estudió. Leyó y Leyó. Unavez más no se obsequió la oportunidad de la tregua o el descansohasta conocer todos los detalles de su enfermedad. Laura apren­dió todo lo que podía aprender sin ser médico. Si bien es cier­to que durante su investigación hubo momentos en los cuales sehizo consciente de su comportamiento tan persistente, ella mísma

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se reprochaba y se decía que por qué no habría de dirigirseasí, en el último de los casos siempre había sido así y en estaocasión el tema de verdad ameritaba todo su esfuerzo y toda suatención.

A estas alturas Laura era una experta en el cáncer de mama,había leído un sinfin de ejemplares médicos que explicaban la en­fermedad, su tratamiento y su seguimiento después de las accio­nes correctivas; los términos de hormonas y medicamentos comodocetaxel, vinorelbina, capecitabina, cisplatino y trastuzumaberan más que comunes en su vocabulario.

Antes de optar por la quimioterapia los médicos le habían bara­jado una serie de opciones que estarían disponibles para ella en lalucha contra el cáncer.

La quimioterapia, la radioterapia, el tratamiento conservadorentre otros eran opciones para ella. El más recomendado de to­dos era el conservador, de hecho era el más recomendado paracualquier mujer. Sin embargo era un método que exigía más tole­rancia y más paciencia y la única ventaja real y discutible sobrelos otros era que ofrecía la posibilidad de conservar la mama enmedida de lo posible, pero no era seguro y era altamente probableque deberían apoyarse en la radio y la quimio para asegurarse queno quedaban restos de células cancerígenas.

Era una mujer mayor, su época de mayor belleza se había des­vanecido hacía tiempo y aunque su coquetería se mantenía intac­ta y prestaba mucha atención a su aspecto personal cuando hubode tomar una decisión sobre su propio tratamiento no vaciló enconcentrarse en salvar la vida sobre salvar su pecho. No vaciló.Así se sometió quirúrgicamente y su pecho izquierdo se vio mo­dificado, reducido, fue extirpado en la exacta medida en que susilusiones y sus esperanzas se contrajeron.

Los días posteriores a la extirpación del tumor Laura se sintiómás extraña por la mutilación a la que había sido sometida. Porlas noches mientras dormía sus manos tocaban su pecho involun­tariamente. ¡Ay!, ¿qué hice? Se auto cuestionaba cuando entresueños recordaba que una parte integral de sí misma le había sídoarrebatada por el mal.

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"Ya no eres una muchachita, Laura -se decía-, los hombres yano te miran ni te siguen como antes, ya no te buscan para tocarte¿Por qué demonios es tan importante un seno?"

Dormida lloraba sin darse cuenta. La única evidencia eran susojos excesivamente hinchados al despertar. Laura pensaba queeran sólo el cansancio y las preocupaciones. En el transcurso deldía mientras más se esforzaba por olvidar el problema, más pre­sente se volvía éste. Se tocaba, se acariciaba, la cicatriz que que­daba en lugar del seno le daba una comezón irresistible. "Ja, y yoque me he burlado toda la vida de la gente que decía que sentíanpartes de su cuerpo que les habían quitado, el famoso miembrofantasma", se burlaba de sí misma. Irónica. Sarcástica.

Le dolió. Le dolió muchísimo. Le costó trabajo aceptar la idea.Le tomó muchos días el reunir valor para mirarse totalmente des­nuda frente al espejo. Lo evitaba. Cada vez que cambiaba de ropao salía de la ducha, hacía las cosas con la mayor velocidad parano enterarse de la pérdida, se secaba rápido el cuerpo, se vestíarápido. Si lo ignoraba no existía. No era real.

La tarde que lo consiguió se colocó frente a un espejo en dondepodía verse de pies a cabeza sin que faltara un solo centímetro desu cuerpo. Aquel era un ejercicio que tal vez debió hacer muchotiempo atrás antes de la mutilación de su carne. Se miró. Se echótodo el cabello hacía atrás y lo ató.

Se recordó joven y hermosa, La imagen de su juventud se so­brepuso a la imagen que tenía de frente en ese momento de ellamisma. El paso del tiempo se reflejaba en cada parte de su cuer­po de una forma diferente. Era más bajita, había perdido alturadurante el andar de su vida. Tenía menos cabello, era más débily escaso. La piel se le había tomado rugosa, había perdido suelasticidad y el color rosado de sus jóvenes días; en el rostro elsol había hecho su tarea, había obscurecido su tono natural, enel resto de su cuerpo las manchas del paso del tiempo saltaban ala vista, en las rodillas, los codos y en general en las articulacio­nes los pliegues se acumulaban con más fuerza, las capas de lacarne desvanecida se agolpan con cierta violencia. Había perdidocarne pero la piel que la sostenía permanecía en su sitio. Sus nal-

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gas caían, su firmeza se había esfumado. Su pecho caía. Se tocó,se tocó frenéticamente todo el cuerpo intentando reconocerse. Loque veía frente a ella no lo reconocía, sentía que no era ella. Tocósu vagina y la tocó de nuevo, sintió una necesidad creciente pormasturbarse, por darse placer, lo deseaba. No lograba identificarde dónde provenía aquel arrebato pero quería hacerlo. Tocó denuevo su vagina sin atreverse y en lugar de ello sus manos sedirigieron al espacio vacfo de su pecho arrebatado. Se acaricióy miró una vez más su cuerpo desnudo en su totalidad, lo mirómarchito y frágil frente al espejo. Se dejó caer al suelo y echóa llorar. Sólo así, con ese pequeño ritual se perdonó y libero eldolor de su pérdida.

La complicación real de la operación se presentó tiempo des­pués durante el desayuno con colegas. Tenía un pecho intacto, uncáncer alojado en el otro que ya no existía como tal y la misiónde ocultar que estaba pasando por un momento tan indescriptible­mente dificil y doloroso. Esa mañana eligió un traje blanco consaco por la razón de que así podria disimular con cierta facilidadla operación. Lo consiguió y a pesar de que su aspecto era fran­camente desmejorado nadie podría saber qué sucedía en realidad.Disimular sin embargo era un ejercicio que ya no podía sostenerporque la fuerza se le acababa cada día que el secreto crecía y lasestrategias para alimentar la farsa disminuían.

Sin embargo ese día era diferente al menos para ella, la primeravez que sería sometida a la quimioterapia era algo mayor, habíabebido letras y letras acerca de los síntomas que le sobrevendríana semejante ataque sobre su cuerpo. "Sentirá mareo y se podrásentir un poco desorientada." Ja, no era nuevo, desde el diag­nóstico se sentía mareada y desorientada desde el alba hasta elanochecer. La quimioterapia podría provocarle falta de sueño. Ja,la pobre de Laura no había conseguido hilar hasta ese dia unanoche de sueño reparador, en mayor medida porque solía gastarla noche pensando cómo hacer, en cómo ocultar al mundo queestaba cerca de morir.

Vómito, mareo, falta de apetito. la, ja, ja. Cuando lo pensabadetenidamente aquellas descripciones no eran muy diferentes de

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su vida ordinaria. Pérdida de cabello. "¡Joder! -pensó-, eso síque era una novedad, la pérdida de cabello sí que era algo dig­no de tomarse en cuenta". Le dolió inicialmente al imaginarsela cabeza desnuda, se imaginó cómo se acentuarlan las arrugasalrededor de sus ojos al tener la cabeza desnuda, cómo se podriaamplificar la flacidez de la piel en el rostro, cómo se enmarcariaque los ángulos de pómulos y nariz habían desaparecido. Perosobre todo pensó en que sin cabello, sin cabello no podría dísi­mular más tiempo, deberia confesar su secreto. Tarde o tempranolo descubrirlan y seria ridículo esconderse.

Una vez más sentada en el sofá Laura echó a llorar, lo últimoque deseaba en la vida, y que comenzó a cavilar con las prime­ras caricias de la vejez, era que la recordaran o la trataran comouna viejecilla lastimosa. No deseaba que sus hijos o sus nietos lamiraran con pena, o sus amigos y familiares comenzaran a reali­zar llamadas de consuelo que no habían realizado en los últimosaños. Tampoco quería volverse una anciana achacosa que cargael pastillero a todas partes y hace competencia con otros enfer­mos sobre quién toma más medicamentos para continuar vivosun poco más, un poquito más.

Llorando, llorando continuaba recargada en el brazo del sofá,y con cada lágrima se le extinguía un pensamiento positivo y ensu lugar se acurrucaban sentimientos de atleta vencido y resig­nado, esperando la próxima temporada. Pero Laura no tenía unasegunda temporada, una vez más la realidad le devenía como uncrash de autos, con muchas pérdidas, mucho gritos y sobre todocon mucho dolor.

Eran las 4:18 hrs por la tarde, la cita se acercaba y debía duchar­se y prepararse. "¿Prepararme? -pensó de nuevo-, ¿pero cómo?"Se puso de pie y se dirigió al armario. Quería tener buena pintaal salir del hospital y quería llevar un vestido bonito, no deseabausar ropa cómoda como sugería su folleto de preparación.

Como consecuencia de los últimos meses sin dormir y sin ali­mentarse adecuadamente Laura había perdido ya más de seis ki­los. No lo había siquiera notado hasta que en el extremo derechodel armario vio un vestido rosa que hacía años que ya no le venía

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bien pues no poseia la talla del vestido. Una sonrisa pícara sele dibujó. "Bueno alguna ventaja debía tener tanta cosa", pensó.Bajó el vestido y se lo probó, le quedaba perfecto, le quedabaigual que el día en que lo compró. Se alegró y comenzó a arre­glarse para su cita con el sufrimiento.

Llegó al Hospital de la Mujer con media hora de anticipación.El doctor que la había diagnosticado con cáncer pasaba caminan­do por el pasillo y la reconoció.

-Buenas tardes, ¿cómo está usted? -dijo el médico.

-Ay, doctor, no se burle, que usted mejor que nadie sabe cómome siento -contestó Laura.

-Bueno, bueno, no se queje, no estará tan mal, mírese, hoy lucefabulosa, la más guapa de todo el salón, ¿por qué está aquí?

-Quimioterapia, la primera.

-Mmm -musitó el médico-. Ánimo, pasará pronto, verá cómoantes de que se imagine todo esto serán sólo recuerdos.

-Mmm -dijo con tono frívolo Laura-. Lo dice tan convencidoque casi le creo.

-Laura, ¿no habrá venido sola, verdad? Éste es un proceso duro,y no es recomendable que pase por él sin apoyo.

-No, mi hijo espera fuera, en el auto, no quise que me acom­pañara dentro, es difícil verme rodeada de otras mujeres con elmal.

-Hizo bien, para los familiares es un proceso aún más lastimo­so que para el paciente en sí, hizo bien. Tengo que irme señora,ánimo y siga esforzándose por lucir tan bella como hoy .--dijo elmédico.

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-Gracias '¡ijo Laura agitando la mano para despedirse.

Laura reparó detenidamente en las últimas palabras del médico,aquel tratamiento y en si la enfermedad es un proceso más lasti­moso para la familia que para el paciente en muchas ocasiones."Mi cabello", pensó. Ah no, no quería que la miraran con dolorsus hijos, sus nietos, no, no quería. Un nuevo temor se apoderóde ella, uno más fuerte y más venenoso, el temor de ver sufrir ala gente que amaba, ¡y ella sería la causa! Sesenta años luchó porahorrar disgustos y sinsabores a sus seres queridos, se esforzó porverlos felices, sonrientes, se privó de muchas cosas y muchas co­modidades por colocar a sus hijos en un mejor lugar en el mundo,trabajó y se quedó sin dormir a cuenta de verles contentos y añosdespués a sus nietos y ahora, ahora ella era una causa de tragedia,de dolor. La idea le pesaba en la cabeza tremendamente y en me­dio de la sala del hospital sintió deseos de llorar de nuevo. "No,Laura, aquí no por favor", se dijo y consiguió frenar el llanto.

Una mujer de mediana edad que hacía rato que observaba aLaura se levantó de su silla, se acercó a ella y sin más la rodeócon los brazos y la apretó fuertemente. Desconcertada ante aquelgesto Laura levantó la vista y miró el rostro de aquella mujerdirecto a los ojos.

-Llore si le sienta bien, no pasa nada, está bien, desahóguese'¡ijo la mujer-o Sacar todos los sentimientos que se le atoran auna en el pecho es la mejor forma de librar tanto pesar. Llore,llore todo lo que sea necesario o le va a hacer daño, se puedeenfermar.

Las dos mujeres echaron a reír a borbotones, las otras mujeresen el salón giraron y las miraron como si estuvieran chaladas.

-Eso está mejor, ahora ríase, ría como una loca, que a pesar delo que digan los médicos yo estoy convencida de que la risa esmejor terapia que todo esto y a lo mucho le dolerá el estómago ylas mejillas, en vez de todo el cuerpo. Me llamo Teresa.

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-Yo soy Laura.

Teresa estaba sentada a su derecha, vestida con una falda largay una blusa de botones al frente, usaba un pañuelo en la cabeza,señal evidente de que había perdido todo el cabello. Su cara luciamarchita y la carne se le hundía en los ojos y en los pómulos, eraalta para la media femenina, tendría poco más de 1.70 mts de alturapero estaba tan delgada que su estado de deterioro se acentuaba aúnmás. Mirando un poco más y eliminando la cortina de su aspectoprovocado por el cáncer se advertía que era una mujer guapa puessus facciones eran rectas y afiladas, con ojos grandes y negros con­trastando con una piel blanca, orejas pequeñas y piernas largas. Susmanos eran largas aun cuando tenía uñas polvosas. "Seguro hacíaun tiempo no muy atrás atrapaba muchas miradas", pensó Laura.

-Gracias -dijo Laura-. ¿Está usted aquí esperando la quimio?

-No, ya he estado dentro, hace un par de horas, lo que sucedees que me quedo de un mareo que te cagas, ¡ah!, perdone mispalabras.

-No pasa nada -dijo Laura moviendo la cabeza y tocando conla mano el dorso de la mano de la mujer.

-Te decía, que cada vez que salgo me viene un mareo tremendoy una sensación de vómito inmensa, a veces se queda en merasensación, pero otras muchas veces se me sale el estómago por laboca, así que prefiero quedarme por aqui una hora y no metermeen brete en el auto. ¿Y tú? ¿Es la primera vez que vienes, cierto?¿Es tu primer encuentro con la medicación?

-Sí, es la primera vez, y la verdad me estoy muriendo de miedo-dijo Laura sujetando la mano de Teresa fuertemente.

-Es normal, no te asustes, verás cómo pasa rápido. ¿Vienessola? ¿Quién te acompaña?

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-Nadie, he venido sola, no he querido molestar a nadie.

-Laura, estás enferma y no es gripe o un hongo en la uña delpie, si le dices a alguien que te acompalle y cree que le molestasevidentemente se lo has solicitado a la persona equivocada.

Una enfermera se asomó por la puerta del cuarto que indicabacon un letrero sobre la puerta "Radiación". "Laura O., adelante",dijo. Laura se levantó aún sujetando la mano de su nueva amiga.

-Tranquila, te vaya esperar aqul fuera, mi marido y yo te es­peraremos aqul.

-No es necesario pero te lo agradezco.

-Laura, deja de hacerte la valiente, deja de hacerte la invencibley déjame esperarte, entra ahl y da una batalla a esta enfermedad.

Laura asintió con la cabeza soportando las lágrimas que ya seasomaban en sus ojos, caminó con pasos temblorosos hacía lapuerta, respiró profundo y entró.

-Buenas tardes, Sra. O., colóquese la bata y después túmbesepor favor -le indicó la enfermera.

-¿Es la primera vez que se le suministra el tratamiento?

-SI, primera vez -contestó Laura con voz trémula.

-\by a leerle algunas indicaciones antes de colocarle el suero,son indicaciones para el antes y el después de cada una de susvisitas, algunos formularios y seguimientos de sus reaccionesque deberá traer consigo -dijo en un tono gélido la enfermera.

"Falta de sueño, mareo, vómito ..." bla, bla, bla; Laura ya estabaacatarrada de esas palabritas, las había escuchado tanto que habían

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perdido por completo el sentido en su cabeza. La enfermera conti­nuaba... "Después de unos meses de terminado el tratamiento..."bla, bla, bla. Laura pensaba en otras cosas en esos momentos, lasnormas y las instrucciones le pasaban de largo, hacía tiempo queno le interesaban, en aquellos instantes lo único que le preocupabaera el dolor. ¿Le dolería? ¿De verdad se sentiría tan mal? ¿Cabría laposibilidad de que como muchas publicaciones y personas decíanel mal pasaráy nadie lo notará? Esa, esa era su máxima esperanza,que nadie lo notara. Los pensamientos que la habían encontradoapenas una hora atrás sobre el dolor que podría causar en sus hijosy sus nietos era mucho mayor que el dolor que ella misma vivía. Laenfermera continuaba rezando las instrucciones... "Vida normaly acercarse a programas de ayuda..." bla, bla, bla; "ts ésta quésabe?", pensaba Laura. ¿Habrá estado enferma de lo mismo queyo? ¿Cómo puede estar tan segura de que puedo salir adelante?La minimización de sus sentimientos se le manifestaba por todaspartes y era patente en aquella sala. Hacía unas semanas que Lau­ra cuando caminaba por las calles sentía que cargaba una piedray que nadie era capaz de resistirlo. Cada vez que escuchaba unaconversación pensaba sobre las tonterías en las que se preocupa lagente, la cantidad de tiempo que se gasta en preocupaciones vacíasdejando que la vida misma se escape de las manos, dejando corrertiempo en cosas que no merecen la pena. La enfermera seguía consu discurso y Laura seguía inmersa en sus reflexiones, sorda antelas palabras de la enfermera hasta que escuchó justo lo que nuncahabría querido oír ... "a menos que el mal reaparezca..." ¿Amenosque el mal reaparezca?¿Qué? Interrumpió a la mujer.

-Perdón, Pensé que este tratamiento era para destruir algunacélula que hubiese quedado rezagada con la cirugía.

-Exactamente esa es la función señora, mas siempre existe al­guna posibilidad, nada es definitivo, le estaba comentando que ensu caso es probable que el mal reaparezca.

Se le cerró la garganta. En un minuto se quedó sin habla.

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La enfermera continuaba informando a Laura sobre su estado.su condición; intentabaaclararle el panorama. la gravedad de laenfermedad.su sentido definitivo. le hablaba de tratamientos. deedades.de riesgos.de ejemplose incluso ledaba porcentajesparasostener sus palabras.

A pesar de que Laura habla intentado mantenerse informada yestaba al tanto de antemanosobre todo lo que escuchaba. la men­te ya se le habladisparadoa otro sitio. La mente se habla ido a sucasa, cocinaba estofado para sus hijos. para sus nietos; su menteenvolvlaregalospara las fiestasdecembrinas; estaba tejiendo bu­fandas. estaba tejiendo jerseys. La intensidad con que escuchóla noticia por primera vez se reprodujo en aquel momento. ¿Decuánto se perderla?¿Cuántodejarla de vivir.de disfrutar?

Pero el pensamiento con más peso de todos era el de despertardolor entre sus hijos, entre la gente que amaba y que la amaban.Si el tumor regresabano serla algo sencillode callar u ocultar aunante la distancia. Sentla el deseo de aferrarse a la vida, pero susentidode evitar sufrimientoera mayor,mucho mayor;

-¿Está lista?-preguntó la enfermera.

-Dispuesta, no lista-contestó Laura.

Le enfermera lecolocó unasolución intravenosa, Laura ya dema­siado absorta en sus pensamientos apenas se enteró, estuvo veinteminutos as!. La solución leardia, sentlacomo un pequeño caminitodefuego entrando porsusvenas, unasligeras brazas quelequemabancon paciencia. El tratamiento terminó, la enfermera le dijo cuándodeblapresentarse de nuevo. Elpróximo viemesa lascincoen punto,ledio lasúltimas instrucciones y laacompaíló a la puerta.

Afuera, atenta esperaba Teresa, cumplió y estuvo fuera atentaesperándola.

-¿Y... ? -dijo Teresa.

-Bien -contestó Laura-, sólo bien.

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-Te acercaremos a casa.

-Está bien, muchas gracias -dijo sin chistar Laura.

Teresa llamó a su pequeña hija de unos ocho años aproxima­damente quien jugaba en un banco cercano, el esposo de estasostuvo del brazo a Laura y la ayudó a dejar el hospital. Teresay la pequeña caminaban detrás de ella. El marido de Teresa fuepor el auto, se acercó a la puerta, él condujo y las tres mujeres secolocaron en la parte trasera. A mitad del camino Laura se giróhacía Teresa y con ojos vidriosos preguntó en voz muy baja.

-¿Cuánto tiempo tienes con el tratamiento?

-Dos años -contestó aquella.

-¿y cómo puedes llevarlo, cómo lo manejas? ¿No te cansas?

Teresa suspiró profundo, sonrió levemente y dijo:

-Hombre, claro que me canso, hay muchas, infinidad de oca­siones en que quiero darme por vencida y de terminar de unabuena vez; mi cuerpo ya no resiste, mi mente ya no resiste, micorazón no resiste más malas noticias, a veces, a veces quieroque todo termine. Quiero salir corriendo y dejar todo atrás, quie­ro quedarme dormida por la noche y no despertar más. Pero noes una opción para mí, yo no soy así, quiero continuar, tengoque continuar. Aún tengo muchas razones para luchar, para se­guir adelante -decía esto mientras abrazaba a su pequeña y conlos ojos le indicaba a Laura que aquella niña era el motivo, sumotivo-. Hay muchos que aún necesitan de mí -añadió, esta vezmirando a su esposo.

Llegaron al portal del edificio de Laura, ésta se negó a ser acom­pañada por el ascensor. "Estoy bien, de verdad", dijo. Se despidióde su nueva amiga con un par de besos en las mejillas y un besopara la niña también.

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Subiendo por el ascensor Laura sintió un mareo y una sensa­ción de náusea pero no podía asegurar si esas sensaciones eranproducto del medicamento o de sus pensamientos. Con pocafuerza llegó a su casa y se tumbó en la cama. Se quedó dormi­da.

Pasadas tres horas despertó eran ya las nueve y media, su es­tómago seguía revuelto y no tenía mucha voluntad para ponerseen pie. Acomodó las almohadas y cogió un libro que estaba enun cajón del buró, lo había abandonado hacía semanas. El librovenía de la historia de una chico americano que había iniciadoun viaje a Tierra de Fuego, en Chile, había salido de su casaabandonando su trabajo, un empleo seguro que le daba para vi­vir mejor de lo que él esperaba, había dejado su país con la ideade encontrarse consigo mismo, de descubrirse; el libro narrabatodas las aventuras que había pasado para llegar hasta allí, loque había sufrido, lo que había aprendido. Laura estaba por fi­nal izar la lectura y se detuvo a reflexionar sobre las palabras deTeresa y el viaje que ella misma estaba iniciando, el viaje queestaba viviendo.

"Dos años", pensó. Teresa había estado luchando dos años contrael cáncer. Reflexionó sobre las palabras de la enfermera diciendoque siempre existe la posibilidad de que regrese. Sus temores másentrañables eran una realidad. Sus más grandes miedos eran realesahora. Su nueva compañera de enfermedad le había manifestado dedónde obtenía la fuerza para continuar, le había confesado que sufamília era su motor. Sin embargo para Laura las cosas eran biendiferentes. Sus hijos eran mayores. Su marido había muerto y susnietos tenían a sus padres jóvenes y sanos para salir adelante. Ellaen esas condiciones corría el riego de transformarse en carga, enpreocupaciones para ellos. Dos años podrían pasar siendo cada díamás difícil para ella. Dos años podrían pasar siendo cada día másdoloroso para sus hijos. Sacudió la cabeza, cerró el libro del cualno alcanzó a leer más de una página y se puso en pie. Caminó has­ta el salón y cogió el teléfono. Marcó con manos temblorosas losnúmeros y se aclaró la voz. La llamada era importante. La llamadaera crucial, debía mostrarse serena y normal.

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-Diga -contestó una vocecilla en el otro lado del teléfono. Erasu pequeña nieta.

-¿Mari?, mi vida soy yo, tu abuelita.

-¿Cuál abuelita, mi abuelita Laura o mi abuelita Gloria? -pre­guntó con suma inocencia la niña.

-Tu abuelita Laura, ¿cómo estás mi vida, qué haces despiertaa esta hora?

-Ah, bien abuelita, es que mi mamá me dejó ver una peli.

-Muy bien, oye, ¿está tu mamá? Ponla al teléfono por favor.

-Hola, ¿mamá? ¿Cómo estás, qué ha sucedido? ¿Qué milagroque llamas, y a esta hora?

-Nada, nada, no ha pasado nada, pero si no te llamo yo tú note enteras.

-Ay, mamá no exageres, ¿qué pasó, cómo estás?

-Bien, estoy bien. Necesito pedirte algo. ¿Están libres el sá­bado en la tarde? Me gustaría que vinieran a comer a la casa.Tengo algo importante que decirles. \by a llamarle a tu hermanotambién.

-Pues si, sí podemos ir, pero me estás asustando, ¿de verdad nosucede nada?

-Que no, que no. Pero tengo ganas de verlos juntos, me estoyponiendo vieja y quiero ver a mi familia. ¿Qué, está mal?

-Ay, mamá, no exageres -contestó su hija.

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Ambas continuaron charlando por una hora sobre un tema ysobre otro. Sobre las primas, sobre las tías. Sobre la ropa. Sobrela comida. Hablaron del clima, de los precios de la verdura y dela carne. Hablaron de los muebles de casa y de cómo combatirel moho de las paredes del baño, las hormigas en el jardín y losvendedores de puerta en puerta. Pasaba la media noche y Laurase despidió, todavía debía llamar a su hijo. Repitiendo el ejerci­cio anterior tomó aliento y marcó los números del teléfono de suhijo. Nadie respondió. Buscó en su agenda el número del móvily marcó de nuevo.

-Bueno ~e escuchó con algo de ruido.

-Hola, ¿hijo? Soy tu mamá.

-Hola mamá, ¿cómo estás?, mira no puedo hablar estoy condu­ciendo no puedo hablar mucho. Estoy saliendo del trabajo apenas.

-Sí, no te distraigo mucho. Sólo llamo para decirte que tu her­mana viene a casa este sábado a comer por la tarde y queremosque vengas aquí con el niño y tu mujer, tengo algo importanteque decirles.

-El sábado, bueno está bien, ¿pasa algo, está todo bien?

-Sí, todo bien, ¿entonces vienes?

-Sí, sí. Estaremos ahí. Te dejo antes de que me vea la poli y memulten.

-Un beso, hijo, hasta pronto.

Las conversaciones con su hijo siempre eran más cortas, gra­cias a Dios en este caso. Estaba hecho. Había reunido el valor yestaba hecho. El sábado en la tarde sus hijos estarían en casa. Susnietos estarían en casa. Los disfrutaría, los besaría, los abrazaría,

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cocinaría para ellos, les haría regalos, les diría cuánto los ama. Sedespediría. Diría adiós.

Aquella tarde lo había decidido mientras hablaba con Tere­sa. Dos años. Dos años y con un aspecto cada vez peor. Con laposibilidad de una recaída. Con la posibilidad de ver a su gen­te preocupada por ella, asustada por ella. Con la posibilidad detransformarse en una carga. No, eso no. Esa no era vida para ella.El viernes debía acudir a la quimioterapia, se la saltaría. ¿Quémás daba? Laura no podría tolerar vivir con puntos suspensivos.Nunca habla sido así y no era el momento para iniciar.Tomó unadecisión.

Lo determinó todo, la siguiente mañana al banco a verificar eldinero disponible, la siguiente semana al notario para ajustar losdocumentos del testamento. Las disposiciones de la casa. Com­praría un vestido bonito para ella. Para sus nietos, para su hija.

Sonrió, se divirtió cuando advirtió que estaba planeando su pro­pio funeral. Ja, ja, ja. Qué risa después de todo tenía frente a sí laocasión para disponer todo como ella quisiera.

Dos años eran demasiado tiempo. No podría, simplemente nopodría.

Si el medicamento no le aseguraba nada, ella lo aseguraríatodo. Si las medicinas no le auxiliaban al cien por ciento, ellales auxiliaría en su totalidad. Dos años era mucho tiempo parauna anciana que sólo estaba cobrando horas "extra", luchandocontra un fin que de cualquier forma llegarla. No, ella no teníatanta madera para soportarlo. Nada de puntos suspensivos. Nadade punto y seguido. Ella pondría punto final. Estaba determinada,no dejaría que el cáncer la matara, lo haría ella misma y de unaforma menos dolorosa.

"¡Ja!, y lo mejor de todo -pensó-. Adiós a la incontinencia."

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VIII

El sábado por la mañana Alicia se despierta muy temprano,arregla la casa, se arregla el cabello y se enfila en pantalones va­queros con camiseta blanca, quería lucir el estado más neutro po­sible para la visita de sus padres. Hace más de un año que no losve, afortunadamente para ella ahora viven en una ciudad pequeñaa más de tres horas de su propia ciudad por lo cual/as visitas fre­cuentes se extinguieron. Sin embargo es absolutamente conscien­te de que por aquella mañana eso dificultaría las cosas porque sumadre llegaría con una lista de puntos a revisar. Su madre habráacumulado un año de regaños e intromisiones que no ha podidodesahogar.

Son las diez y media y suena el timbre de la puerta. El corazónde Alícia se agita en ese instante. Han llegado. Sus padres hanllegado. Se acerca al interfón y levanta la bocina.

-Hola -dice Alicia.

-Sornos nosotros, niña, abre -se escucha la voz de su madre porel comunicador.

-Suban -Alicia oprime el timbre de la puerta externa y se acer­ca a la puerta de su departamento para recibir a sus padres.

De frente a la puerta da un suspiro fuerte y profundo. "Tú pue­des Alicia, tú puedes -se decía-o Hay cosas mucho más impor­tantes por las que preocuparse ahora. Sólo es una mañana, a lascinco de la tarde se subirán al auto y se marcharan. Sólo debesresistir y ser cortés por unas horas", pensaba Alicia.

Suena el timbre de la puerta de su casa. Alicia abre y mira defrente a sus padres.

-Hola, papá -dice Alicia y le da un beso en la frente.

-Hola, mamá -dicc y da un paso hacía atrás.

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Alicia se siente presionada, ésta no es una visita ordinaria, sumadre tiene un fólder con documentos bajo el brazo. Algo gordole va a soltar y seguramente no será agradable. Algo grave seva a discutir y una vez más no se le informó con anticipación.Se preocupa y comienza a mordisquear como siempre el labiosuperior.

Sirvió café y pastas para acompaí'iarlo, su padre se quejó por­que era descafeinado; platicaron un poco sobre los achaques desu padre, los achaques de su madre, sobre las montañas de me­dicamentos que ambos debían tomas todos los días. Platicaronde simplezas, de las cosas ordinarias de todos los días, que si lacasa necesitaba pintura, que si la chica que ayudaba a limpiarcada vez era más lenta, que si cerraron el cine del pueblo, char­laban de cosas sin importancia. Alicia escuchaba extrañada todasaquellas historias, sus padres ni siquiera habían mencionado susvacaciones ni otra cosa relevante. Sin embargo aquello no eraprecisamente una buena señal. Era una vieja argucia que sus pa­dres usaban contra ella desde que era pequeña, cada vez que seiban a discutir un tema importante la llamaban y hablaban inclusopor horas de cosas sin importancia y de repente, ¡zas!, le soltabanuna noticia dura. Alicia conocía la escena de memoria y habíadesarrollado un condicionamiento de temor impresionante haciaaquella actitud de sus padres. Comenzaba a sentirse nerviosa, unacreciente ansiedad la invadía, respiraba con dificultad, sudaba yhasta sentía mareos. Probablemente sus padres prolongaban laentrega de malas noticias pensando que así suavizaban las cosas,pero lo único que conseguían era prolongar la angustia.

Con una desesperación in crescendo Alicia comenzó a morder ellabio como de costumbre y a restregarse las manos una contra otra.

-Alicia, deja de morderte el labio, por Dios apenas puedo creerque sigas manteniendo tan mala costumbre ---<lijo en tono seco sumadre.

Alicia estaba preocupada y sentía cómo la habitación se iballenando de estrés, además no podía sacar de su mente la idea del

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embarazo no deseado, que ya por sí solo era su mayor problema.Respíró profundamente y con fuerza se dejó de rodeos y dijo asu madre.

-Madre, muerdo mi labio porque me pones nerviosa, por favorya dejémonos de tonterías y díganme de una buena vez cuál es elmotivo de esta visita. ¿Han venido a saber por qué no me he ca­sado aún? ¿Es que acaso se sienten preocupados porque no tengoun marido que cuide de mí y que pueda acompañarme a las bodasde mis primas y los bautizos de sus hijos? Díganme de una buenavez de que va esta ocasión.

-Pues sí, has dado en el blanco, esa es la razón por la que es­tamos aquí una vez más. ¿Sabes qué tengo en este fólder, Alicia,acaso lo sabes? -dijo su madre tirando los documentos en la mesade centro del salón.

-No madre, no lo sé, no tengo idea. ¿De qué son estos pape­les?

-Son todos los documentos de la hipoteca de nuestra casa,de nuestros ahorros, de nuestros bienes en resumen. Tu padre yyo hemos decidido escribir el testamento y queremos saber quéquieres de nosotros. Siempre te quejas de no ser tomada en cuen­ta. Siempre te quejas de sentirte desplazada y no queremos másreclamaciones. ¿Qué quieres Alicia?

¿Qué quieres Alicia? La eterna pregunta de su madre. La máspura expresión de la incomprensión. Su madre nunca podía cono­cer un poco sobre ella. De pequeña, cuando Alicia pedía algo yafuera un juguete, salir con sus amigas al parque o un caramelo, sumadre respondía: ": Y para qué?"

¿Qué quieres Alicia? Era una pregunta que le representó unconstante dolor de cabeza durante su niñez, durante su adoles­cencia, su juventud temprana y ahora mismo seguía dándole pun­zadas en las sienes casi cuarenta años después.

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Amaba a sus padres, después de todo ella sabía perfectamenteque no había nada, absolutamente nada que ellos hubieran hechocon intención de dañarla, el problema era que habían errado te­rriblemente en los métodos para transmitir disciplina, para ense­ñarla a luchar por sus ideales, para darle ejemplos. Los métodoserrados de sus padres no habían sido ni de lejos los mejores omás apropiados y como resultado solo habían hecho de Aliciauna mujer temerosa e indiferente a las cosas que sucedían a sualrededor. Sin embargo enfrentárseles en una discusión seguíasiendo como enfrentarse a cientos de medusas marinas y tenercientos de quemaduras.

-No entiendo la pregunta, madre, siempre había pensado queesto no lo discutirían conmigo, pensé que ustedes tomarían unadecisión.

-Sí, sí. No te equivoques, te estamos consultando pero la de­cisión sigue siendo nuestra. Y a qué viene esa reacción, siempreestás quejándote de no ser tomada en cuenta por tu padre y por míy cuando te lo pregunto dices que nos compete sólo a nosotros.Mira Alicia lo que no queremos es que te pases el tiempo rene­gando de nosotros aún muertos.

-Mira, madre -dijo Alicia con voz fuerte y de golpe, sorprendién­dose a sí misma por atreverse a hablar en ese tono a su madre--. Miramadre -continuó-, eso no será un problema les prometo y piensoque en última instancia lo más lógico, lo más coherente sería quetodo fuese repartido en partes iguales entre mi hermano y yo.

El padre deAlicia no opinaba nada, se limitaba a girar la cabezade un lado a otro prestando atención a la mujer que hablaba enturno. Durante muchos, muchos añosAlicia recordaba a su padrede una forma similar, escuchando y resignándose a negar con lacabeza o asentir. Sin juicios, sin participación.

Cuando era niña después de una discusión con su madre en losmuchos desacuerdos que ambas tenían a lo largo de una semana

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y otras veces incluso en el transcurso de un día su padre veníacon ella a su habitación y le consolaba, le acariciaba el cabelloy le decía que se calmara que su madre sólo tenía por intenciónhacerla mejor persona. Y sin embargo nunca podía fungir comoabogado defensor en una discusión porque por lo general su ma­dre era la dueña de la última palabra.

-Eso, eso podría ser lo más lógico para ti Alicia, pero piensa,piensa; ¿en un sentido inexorable de justicia, es lo más equili­brado? ¿Es lo más justo que tu hermano y tú reciban bienes enproporciones iguales? Su situación y sus condiciones son muydiferentes, muy diferentes y me parece una actitud muy egoístade tu parte el pretender que se les trate como iguales -dijo sumadre agitando las manos en el aire y elevando el tono de su vozcon cada palabra.

Ya había aparecido a qué se debía la visita. Sus padres habíantomado una decisión y sólo se detuvieron en casa para comuni­cársela y tratar de justificarse. Nada nuevo. Ninguna novedad.

La misma canción distinto verso. La misma tonada diferentecompás. Había aparecido en menos de dos horas de estar juntos.Su hermano merecía más ayuda. Su hermano necesitaba más re­cursos. Su hermano. Su hermano.

Su hermano era ocho años mayor que ella y como sus padressiempre habian soñado un hijo varón como primogénito a nadiesorprendió el nacimiento de Alicia. Él siempre iba y siempre iriaun paso delante de ella. Era más fuerte, más listo y más educa­do. Fue miembro destacado del equipo de fútbol. Un deportista.Obtenía notas elevadas en sus clases. Un estudiante modelo. Nosolía salir de casa en los fines de semana y no iba a fiestas. Unhijo modelo. En cambio Alicía no era ni por mucho una deportis­ta, estudiante o hija modelo. Involuntariamente vivia a la sombrade su hermano. Él no era responsable. Pero asi era. Siempre queella hacia algo pensaba en cómo lo habia hecho, sus aciertos y susfalios y después pensaba en su hermano. Después de pensar en éldescubria que seguramente lo habría hecho mucho mejor.

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Con el paso del tiempo Alicia medía todas sus acciones en basea los logros de su hermano, Cada vez que emprendía un nuevoproyecto, que estudiaba una materia, que presentaba un exameno buscaba un trabajo nuevo pensaba en su hermano, Pensaba enlo bueno y capaz que él era. Pensaba en su hermano cada vezque hacía algo, pensaba en él porque seguramente lo haría mejorque ella. Y lo peor es que en muchas ocasiones la sentencia erareal. Después de todo su hermano era su modelo a seguir. Aliciaera su fan.

La admiración que en el fondo de todo sentía por su hermanose veía eclipsada por el dolor que le provocaba la indiferencia desus padres hacia ella. La eterna comparación. El perenne vaivénentre ambos.

-Sí, mamá, creo que es justo que ambos seamos tratados deigual fonna -dijo Alicia recobrando el aliento después de las pa­labras de su madre y de haber hecho un pequeño paseo a su pasa­do a través de sus recuerdos.

-Pues no, Alicia, no es justo, no lo es. Tú ahora tienes una posi­ción y una situación diferente a la de él. Tienes menos necesida­des que él y además, ¿no decías hace un tiempo que seguramentetendrías una nueva posición en tu trabajo? Y piensa, Alicia, tuhermano necesita de nuestra ayuda, de tu ayuda, tú sabes perfec­tamente que pasa por grandes apuros para mantener a sus hijos,tus sobrinos. ¿Y tú, tú cuándo piensas damos nietos? ¿Cuándovas a casarte y formar una familia? Perdóname hija pero no te es­tás haciendo más joven. Y si te piensas que llegamos a este mun­do para que todo sea diversión, alegría y pasar olímpicamente delas cosas importantes, te equivocas hijita, te equivocas, eh. Dime,¿cuándo? ¿Cuándo nos vas a dar nietos tú?

Segunda quemadura de medusa de la tarde. Segunda. Pero éstamás fuerte y más grave. Si bien éste era un tema que se habíadiscutido ampliamente desde que cumplió veinticinco años enaquella tarde se dibujaba con matices diferentes, los colores del

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cuadro en el que se veían todos sentados en el salón eran absolu­tamente distintos.

Estaba embarazada, no deseaba tener al hijo. Apenas unas ho­ras atrás había estado disponiendo todo para no tenerlo. Más dediez años Alicia se había defendido del ataque de su decisión deno transformarse valientemente en madre ni en esposa , habíadejado su punto claro y no permitía que se le cuestionase, con eltiempo su madre se cansó de insistir y abandonó el tema, pero enesa tarde, en el afán de justificar su punto su madre había echadomano del tema sin saber que desarmaba a Alicia. DesconcertadaAlicia titubeó un poco y respirando profundo tomó valor pararesponder.

-No madre, ya sé que no estamos en este mundo para ser feli­ces, estamos aquí para llenar nuestra existencia de pesar, de tra­bajos y de sufrimientos. Ese, ese es el verdadero camino, entremás caña tengas en la vida mejor. Tuve a la mejor de las maestras.y ya conoces la respuesta, no tendrás nietos de mí nunca.

Alicia se sentía peor. Nunca había sido tan grosera y tan fuertecon su madre pero la ocasión ameritaba medidas drásticas. Sumadre impávida miró fijamente aAlicia y no podía comprendersemejante reacción. Su padre la miraba fijamente y dibujaba unasonrisa traviesa de haber escuchado a su hija enfrentarse a su ma­dre de esa forma.

-Bueno, Alicia no has respondido. ¿Qué quieres?

-Tienes razón, dale a mi hermano lo que necesite, yo no tengoningún problema.

-Eso pensé --dijo su madre.

La tarde transcurrió con una aparente tranquilidad pero los áni­mos se percibían estropeados, ambas habían cruzado una linea ylo sabían. Su padre miraba televisión en el salón y ellas prepara-

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ban algo para comer. Siguieron hablando de cosas triviales; dela vecina que estaba perdiendo el oído, del perro del vecino delnúmero catorce que orinaba en todas la puertas de las casas de lacalle, de la subida en el precio de la carne, cosas sin importanciacomo siempre. Como si nada hubiera sucedido. La misma can­ción distinto verso. La misma tonada distinto compás.

Comieron juntos y tomaron café de nuevo. Alicia tenía una es­pecial urgencia porque terminara la visita cargada con miles depensamientos. Era como una nube que se carga más y más y latormenta se adivina, una nube que se iba cargando más y más. Laprecipitación de las lágrimas se presentía como se presiente unatormenta cuando se mira al cielo gris, pero Alicia resistía, resistía.Lo que menos necesitaba era un cuestionario de por qué se poníaasí. Si no es para tanto le dirían.

Al punto de las ocho sus padres se despidieron. Su padre labeso en la frente y se metió en el auto. Su madre le acaricióla cara con el dorso de la mano y comenzó a caminar. A unoscuantos pasos se giró y dijo:

-¿Sabes que después de todo me gusta que seas mi hija, verdadAlicia?

-Lo sé madre, lo sé -contestó. Sus padres se fueron y Alicia sequedo allí y por fin las lágrimas brotaron.

Desplomada en el sillón blanco Alicia hizo un nuevo viaje porsu vida.

Su hermano había sido la vara con que se medía, la vara conque la median. No era algo exagerado ni falso que él siempre to­maba decisiones correctas, que tenía un futuro prometedor y queella iba muy por detrás de él. Una tarde en que su hermano llegó acasa eufórico, lleno de ilusiones, gritando y sonriendo para anun­ciar que había sido admitido como becarío en la embajada de supaís en Francia. Sus sueños se estaban cumpliendo. A su madrese le inundaron los ojos en lágrimas. "Gracias a Dios, lo sabía, losabía. Sabía que mi hijo lo lograría." Su padre sólo sonreía pero

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no ocultaba su orgullo. Alicia miró la cara de satisfacción que te­nían sus padres, el orgullo dibujado en sus rostros. Ella por dentrose sentía orgullosa por su hermano pero al mismo tiempo pensabaque nunca había visto rostro similar en sus padres.

Pensó que nunca vería reflejada tanta alegría por un méritode ella en la cara de sus padres. Quería conocer el sentimiento,quería que sus padres agradecieran al cielo como ahora lo hacíanpor su hermano. Fue ese el preciso momento en que se forjó me­tas enormes. En que se decidió a llegar alto, esa noche pensó entodas las cosas que podría hacer. No durmió. Estaba emocionada,algún día sería grande ¡Algún día sería exitosa, la gente lo sabría!¡SUS padres la reconocerían! ¡Qué ilusión, que emoción! Se le­vantó de la cama e hizo una lista de las cosas que haría. Estudiaríafuerte, trabajaría fuerte. Sin descanso, sin tregua. Tenía una metay no cejaría en esfuerzos hasta que sus padres tuvieran esa cara desatisfacción. La misma que había tenido por su hermano.

Lo hizo. Pero nunca era suficiente. La cara de satisfacción nollegaba. No llegó cuando se graduó con honores. No llegó cuandose unió como becaria a una multinacional. No llegó cuando fueelegida entre sus compañeros para trabajar de permanente allí.Aparentemente no poseía la capacidad de sorprender a sus padresy cada vez que ella alcanzaba algo sólo le decían: "Felicidades,nos alegramos por ti. Pero ... ¿y cuándo te vas a casar?"

Recordó su trabajo, la oportunidad que se le había escurrido delas manos el lunes anterior; en secreto, en secreta esperanza es­peraba que aquel nombramiento le regalara la total aprobación desus padres. Estaba segura que lo lograría pero no había sido así.¿Cuánto tiempo le faltaba para alcanzar la meta original? ¿Lle­garía? ¿Lo lograría? Mucho tiempo pensó que sí, pero ahora laduda la llenaba.

Daniel, su hermano nunca llegó a Francia, dos meses despuésde haber llegado saltando y casi llorando de alegría llegó de nue­vo pero ahora llorando de pena y muerto de miedo; habló consus padres en la cocina. Él no cesaba de llorar. Su madre gritabasin parar: "¿Pero cómo? ¿Pero cómo?" La discusión en la coci­na terminó. Daniel se fue a su habitación aún sollozando y sus

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padres se quedaron en la cocina sentados, lamentándose. Aliciamiró toda la escena sin ser vista desde el salón. Vio a Daniel salirde la cocina y se cruzaron de frente.

-¿Qué pasó?, ¿estás bien? -le preguntó Alicia.

-No, nada irá bien de ahora en adelante. Todo se fue a la mier­da. Todo.

-¿Francia? -preguntó con tono triste Alicia.

-Francia, mi vida, todo, todo se fue a la mierda -dijo con vozcortada Daniel-, mi novia está embarazada.

-Ah -dijo Alicia.

Daniel se fue a su habitación y ella se quedó sin palabras.

Los padres de la chica se presentaron la siguiente tarde en sucasa. Ella no se atrevió a espiar. Al día siguiente se enteró por Da­niel que los obligarían a casarse y lo hicieron. Un mes después secelebró una boda exprés. Todos los invitados conocían el motivode la velocidad del compromiso y se podían escuchar cuchicheosen todas direcciones durante la boda. Que si se atrevió a vestirsede blanco. Que si se habían arruinado la juventud. Que quién se­guiría con una sorpresita similar y el resumen de todos los jóve­nes que habían pasado por lo mismo en los últimos tres años.

Daniel y la novia apenas se miraban entre ellos. Estaban allípor la fuerza. Alicia nunca había visto tan triste la cara de su her­mano. Nunca. Comprendia su dolor y lo sentía casi como suyo apesar de ser muy joven, de ser ocho años menor que él.

Dos años después su hermano trabajaba en un almacén admi­nistrándolo, en el colmo de la inconsciencia había embarazado asu ahora esposa de nuevo y tenía una familia por sostener. Apenassalía al final de mes con las cuentas por pagar y su visita a casade sus padres para pedirles ayuda se había vuelto una costumbre,

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casi una tradición; se podía adivinar el día y la hora en la queaparecería con sus hijos y su mujer en la puerta.

La mujer jugando con los niños en el parque y el pobre deDaniel tragándose los discursos de mamá durante horas sobrecómo él se había buscado esa vida. Recordándole dónde podríaestar viviendo y cómo podría estar viviendo. Recordándole loque había perdido. Recordándole lo que ya nunca tendría. Todoesto por una ayuda. Una tarde después de haber soportado sudiscurso de ritual salió a fumar un cigarrillo. Alicia lo siguió.

Daniel le ofreció un cigarrillo que Alicia aceptó en señal de soli­daridad. Se sentaron en una banca de parque para fumarlo y despuésde ese fumaron otro. Se quedaron así, callados un largo rato miran­do hacia la nada por casi una hora, fumando sin decirse nada.

-¿Estás bien? -le preguntó Alicia.

-Pero cómo se puede estar bien con esta jodienda, Alicia. Lopeor de esto es que nunca estás mal totalmente y nunca estás bientotalmente. Lo único que queda es soportar, aguantar, esperandoque un día se ponga bueno de nuevo. Esperando -contestó Danielcon ojos vidriosos. Se acercó a ella y la abrazó, la abrazó muyfuerte, como nunca lo había hecho.

-Prométeme una cosa, niña -le dijo Daniel sosteniéndola entrelos brazos.

-Lo que quieras, lo que me pidas -le contestó.

-Prométeme que no la vas a cagar nunca, que nunca te veráscomo yo, que no echarás todo por la borda por un error, no es quelo hijos sean un error, pero promete que vas a vivir como quieressiempre, vas bien chavita, estoy seguro de que lo lograrás, hazlo,promételo. No la vas a cagar.

-Te lo juro -dijo Alicia con un honestidad y una seguridad in­quebrantables.

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Segunda tarde que marcó la vida de Alicia, había hecho unapromesa a su hermano en su momento más bajo, pero sobre todose había hecho una promesa a ella misma. No lo estropearía. Nolo arruinaría.

Desde esa tarde comenzó su defensa sobre su destino, sobre susdecisiones. Discutió tardes y noches enteras con su madre sobreno tener hijos, no casarse. No estropearlo.

Resucitada de su mar de recuerdos, de su profundo e inmensomar de recuerdos, Alicia se levantó del sillón blanco y se fue a lacama. Tenía una cita con el médico al día siguiente y ahora estabamás decidida que nunca.

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IX

Con la luz del día pegándole directo en la cara, Beatriz fue des­pertando lentamente poco después de las ocho de la mañana. Ha­cía años que no se despertaba después de las ocho de la mañana,o al menos así se sentía.

Todas las mañanas despertaba antes que el resto de su familiapara ayudarlos a comenzar el día; las camisas de su esposo, elcuidado de las niñas, el desayuno, la limpieza, todo, tenía queestar al pendiente de todo. Incluso en las vacaciones despertabaantes que todos para tener listo todo para el venir del día, vestira las niñas y estar listos para aprovechar el día al máximo, se ibaa la cama después que todos estaban durmiendo, se entretenía unpoco más disponiendo la ropa para el día siguiente, cerrando lasventanas, limpiando las manchas en la mesa de la cocina, vigi­lando que las niñas estuvieran arropadas y sin frío, todos los díassus deberes comenzaban antes que el resto y terminaban muchodespués que todo mundo descansaba.

Una vez enteramente despierta escuchó la voz de las niñas ju­gueteando al final del pasillo. Escuchaba puertas abrirse y cerrar­se una y otra .vezen la cocina, seguro era la niñera buscando algosin conocer suubicación, "pobrecilla", pensó. No sabe dónde estánada. El ruido de las puertas la enloquecía, no era capaz de tole­rarlo. Eran sus puertas. Cada cosa en su lugar dispuesta por ella.Sólo ella sabía dónde estaba cada cosa. No soportaba el sonido delas puertas abriéndose y cerrándose.

El colegio. Reaccionó rápidamente y se puso de pie en segun­dos. Recargó la mano herida en la orilla de la cama y el dolor semanifestó, aún asi se puso en pie.Afuera estaba la niñera ocupán­dose de las niñas, la bebé tomaba leche y Ana ya estaba lista paradejar la casa y marcharse al colegio.

Cuando entró en el salón Ana gritó: "Mami", y se abalanzó so­bre ella. La abrazó por la cintura y Beatriz le dio un beso en lafrente. "\k a desayunar que se hace tarde", le dijo. Caminó y sa­cudió el cabello de Alejandra que estaba sentada en la periquera.

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-Buenos días -dijo la niñera.

-Buenos días, veo que tienes todo controlado -contestó Beatriz.

-No ha sido tan dificil, son buenas niñas.

-Eso lo sé, ¿verdad mis amores? -dijo Beatriz.

-Duerma un poco más si quiere -le dijo la niñera-o Necesitadescansar.

-Sí, ya veo que todo aquí marcha bien.

Regresó al dormitorio y se tumbó en la cama de nuevo, perono durmió, no podía, simplemente no podía dormirse de nuevo,se sentía incomoda, inútil y aquella era un sensación nueva, des­conocida. Tenía alguien que cuidara a las niñas, su marido habíallamado a alguien sin que ella se lo pidiera, eso la hizo pensar. Lahizo pensar en las cosas que le solicitaba a Eduardo y él nuncahacía, la interminable lista de cosas que ella le pedía y ante lascuales él nunca reaccionaba. Las muchas cosas que igualmente lepedía no hiciera y él hacía.

Tumbada en la cama escuchó a Ana marcharse al colegio, yescuchó a la niñera jugando con Alejandra. Tumbada comenzó arevisar en la cabeza lo que había sucedido el día anterior

Miró el reloj, eran las doce menos quince, ya no soportaba que­darse metida en la cama. Se levantó.

Estaba cansada. Agotada. No poseía mucha fuerza, pero enaquel momento lo que aún seguía creciendo era su voluntad. To­dos los hechos sucedidos el día anterior, los del día anterior a ese.Una vez más, lo intentaría una vez más. Se duchó. Se vistió ydejó la habitación.

La niñera yAlejandra jugaban con luces en el salón, la pequeñareía y reía.

-\by a salir un momento -dijo Beatriz a la chica.

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-Mmm, ah. Perdone, pero el señor Eduardo me pidió que memantuviera al tanto de usted, me ha dicho que usted perdió mu­cha sangre ayer por la tarde y que debía descansar y comer. Nisiquiera ha tomado el desayuno.

Inaceptable. Lo único que faltaba. Una niña de veinte años eraquien le daba instrucciones. La voz y las instrucciones de su ma­rido se manifestaban a través de la voz de una chiquilla. Beatrizse molestó pero no tenía tiempo para tonterias. Suspiró. Levantóla cabeza y se dirigió a la niñera.

-\by a una cita médica. Tomaré el desayuno en la cafeteríade la esquina. Cuida bien a las niñas, no sé cuanto tiempo estaréfuera. Si algo sucediera mi número de móvil está anotado junto alteléfono. Si mi marido llama dile que me busque ahí.

El tono de voz que usó Beatriz no podía ser más brusco, nopodía ser mas duro.

Llamó a un taxi. Lo abordó. La música en el taxi era horrible,de fiesta, a un volumen ensordecedor. Necesitaba silencio. Ne­cesitaba pensar. Apenas dos calles después le indicó al operadorque se detuviera. Quería caminar, quería aquel instante para ella.Beatriz no entendía por sí misma por qué le había invadido aque­lla tristeza, por qué sentía una melancolía que le acariciaba. Hacíaaños que no sentía eso. Era la sensación que le provocaba el airefrío de los meses de invierno en el balcón de la casa de sus padres.Caminó y caminó.

Una hora después recordó la obra de teatro. Ese había sido elplan frustrado de la tarde anterior. Aún no conocia el final dela historia. ¿Es capaz una mujer de cambiar su vida en un dia?¿Dejar todo atrás en aras de una ilusión? Necesitaba conocer elfinal. Sus pasos comenzaron a andar en dirección al teatro. Sóloeran quince o veinte minutos a pie. No habría vestido elegante.No habría copa al final de la función. Sólo quería conocer lahistoria.

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Llegó una vez más al teatro. Compró la entrada de las ochotreinta de nuevo y regresó sobre sus pasos con un latido de co­razón acelerado. Con una intensidad de latidos que casi habíaolvidado.

El frío presente del otoño que comenzaba se podía sentir en elaire pero a ella no le molestaba. Una banca cerca de un parque.Estaba sola. Se sentó ahí para pensar un poco, mejor dicho paradistraer su mente. Quería dilatar un poco su regreso a casa.

El latido del corazón iba en aumento. "Qué extraña sensación,-pensó-. Qué mal se siente. Qué mal me siento. Se recargó ycasi se quedó dormida. De repente a lo lejos vio a una mujermás o menos mayor con bolsas de compra en las manos, casi nopodía con ellas. Beatriz se apresuró a levantarse de la banca paraayudarle. Era Laura G., una amiga de su madre. No la reconocióhasta que la tuvo muy de cerca.

-Hola, Sra. G. --<lijo Beatriz contenta de mirar un rostro fami­liar. La mujer mayor la miró con desconcierto-o Soy yo, ¿no merecuerda? Beatriz, la hija de la señora Marta.

-Ah, Beatriz, pero mira qué cambiada estás, perdona no te re­conocí, has cambiado mucho.

-Sí, he cambiado veinte kilos -respondió la otra. Déjeme ayu­darle.

Beatriz no fue de gran ayuda, tenía una mano lastimada. La mu­jer mayor se veía cansada. Entre las dos apenas pudieron cargarlas bolsas. Ambas se sentaron en la banca donde Beatriz descan­saba antes.

La mujer mayor se tumbó por completo en la banca. Se abando­nó en cansancio y tardó unos minutos en descubrir que estaba encompañía. Beatriz la observaba detenidamente pues su imagen lerecordaba otros tiempos. Su rostro le evocaba recuerdos de haciaaños. Regresando de su pequeño viaje su compañera regresó encuerpo y mente a sentarse junto a ella.

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-Bueno, y ¿cómo has estado Beatriz? ¿Cómo va todo? ¿Cómoestá tu madre? Hace años que no hablo con ella, éramos buenasamigas. ¿Y tu marido, como está tu marido? ¿Tus niñas, cómoestán? Me enteré que ahora tienes dos. Ay, por Dios cuantas pre­guntas, qué indiscreta soy -dijo Laura.

-Muchas, muchas preguntas. Todas fáciles de responder. Mimadre está bien. Hace dos años que está viviendo en una casacerca de la playa. Fue una recomendación del médico, por salud.Ella habla aún de usted, todavía son amigas. ¿Por qué dice éra­mos?-

-Por tonta -respondió Laura.

Beatriz continuó:

-Mis hijas están bien; creciendo. La mayor en el colegio. Esuna niña modelo. No me da problemas. La pequeña sonriendo.Aprendiendo a hablar. Aprendiendo a caminar. Mis hijas estánbien. Mi marido en el trabajo. Mi marido en el trabajo -la voz deBeatriz se comenzó a cerrar en ese punto. Su voz se debilitaba,temblaba.

Laura notó el cambio en un segundo, se acercó a ella y le pasóel brazo por el hombro.

-¿Está todo bien? ¿Estás bien? -preguntó Laura.

Suspirandoprofundamente Beatriz levanto la cara.Tenía lágrimas.

-No, no estoy bien. No lo estoy -decía entre sollozos, restregán­dose las manos entre sí. Balanceando su cuerpo hacía el frente.

-No sé qué me pasa, no lo sé. No lo entiendo. No me sientobien desde hace días. Estoy nerviosa. Estoy irascible. Me sientoabrumada, desesperada. Siento que nada va bien. Nada. Necesito

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algo. Algo me falta. No sé qué es. Necesito respirar. Me estoyahogando. No puedo más. No puedo más. Mis hijas están bien.Mi casa está bien. Mi esposo está bien. Pero yo no. Yo no. Al _gunas mañanas cuando despierto, quiero salir corriendo. Quierocoger un auto e irme lejos, lo más lejos posible. Quiero gritar.Quiero llorar. ¿Qué me pasa? ¿Qué me está sucediendo? Debepensar que estoy loca por decir esto.

-No lo pienso querida, no lo creo -dijo Laura

Beatriz notablemente más alterada continuaba balanceando sucuerpo. Se había transformado en una pequeña que necesitabaprotección. Las emociones. Los pensamientos. Los sentimientos.Todo lo reprimido por años se manifestaba en ese momento frentea una desconocida prácticamente y sin embargo no podía detener­se. Había un río de palabras contenidas por una presa construidapor ella misma y ahora le desbordaban, las palabras fluían portodas partes, inundaban todo a su paso. Su cuerpo. Su mente, sucorazón.

-Pienso una vez y lo vuelvo a pensar. Tengo una vida maravi ­llosa en donde todo funciona. No me falta nada. Todo en aparien­cia está bien, pero no lo está. Lo siento. Lo respiro. Pero nadie lonota, sólo yo me entero. Todos transcurren y yo con ellos vivien­do una vida que no me gusta, que no me satisface. Viviendo unaexistencia que no quiero. Estoy loca. Sé que debo estar agrade­cida por todo lo que tengo y lo estoy. Mis hijas, mi familia. Losamo, de verdad, los amo. Son ellos quienes me hacen resistir, sonellos quienes me hacen seguir adelante, pero, pero. Algunas ve­ces no puedo. No puedo más. Estoy loca. Gorda y loca.

-No, No. No estás loca. Quieres vivir, eso es lo que tienes. Nopasa nada. Tu familia sabe que la amas. Estas ahí todos los días.Estás con ellos, ellos lo saben. Lo único que quieres es vivir. Vi­vir. Nadie puede juzgarte por ello. Perder el sentido de nuestravida es fácil, recuperarlo es difícil. Hazlo. Sólo hazlo.Vive. El

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tiempo dura poco. Menos de lo que te crees. Un día despertarásy descubrirás que ya no hay más tiempo, que se ha terminado.La posibilidad de terminar la vida aparece cada día. La posibi­lidad de dejar de vivir se despierta con nosotros y se tumba porla noche a nuestro lado. Nos acompaña cada momento. Y no esnecesario dejar de respirar para dejar de vivir. Besa a tus hijas,abraza a tu marido, pero sobre todo abraza la vida. Entrégate aella. Sólo hazlo.

Laura acarició el cabello de Beatriz y mirándola directo a losojos remató diciendo:

-No se puede encontrar paz evitando ser lo que anhelamos ser.

Desconcertada con las palabras de Laura, Beatriz dejó de lloraren un instante. La miró fijamente a los ojos y le abrazó.

-Gracias -dijo Beatriz.

-Gracias a ti -replicó Laura.

Las dos mujeres cogieron las bolsas y caminaron. Beatriz seofreció a acompañar a Laura hasta su casa.

-No es necesario -dijo Laura.

-Me caerá bien -respondió Beatriz.

Anduvieron varias calles en silencio, ninguna se atrevía a pro­nunciar palabra. Llegaron a la casa de Laura. Se despidieron condos besos. En el último momento, Beatriz recordó la obra.

-Esta noche voy a una obra teatral al centro, va sobre una mujerque quiere vivir. Laura, ¿le gustaría ir, le gustaría acompañar­me?

-Lo siento, no puedo -contestó ella-, no me es posible.

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Beatriz se alejó. Tomó el metro y volvió a casa. Todo estababien, las niñas habían comido y echaban la siesta.

-¿Ha ido todo bien señora? Se ha tomado mucho tiempo -pre­guntó la niñera inocentemente.

-Excelente. ¿Qué no ves? -contestó Beatriz con un tono iróni­co y desafiante.

La chica entendió que había fonnulado una pregunta equivo­cada y se calló. Regresó la vista al televisor, de donde la desviócuando Beatriz entró en la casa.

Beatriz se tumbó en su cama, agotada por el cansancio de susemociones. Despertó a las seis de la tarde. Era tarde, era muytarde. Una vez más seguramente no estaría a tiempo en la puer­ta del teatro para mirar la obra, pero su pensamiento se habíadesviado de aquel objetivo, tumbada comenzó a pensar en laspalabras de Laura en el parque. ¿Siempre habría una segundaoportunidad en su vida? ¿Acaso siempre podría comenzar denuevo? ¿Tendría fuerza? ¿Estaba dispuesta? Decidió que poresta ocasión sí, se daría otra oportunidad. No se encontraba condisposición de sentirse de aquella manera de nuevo. No queríasentir esa sensación de vacío ni una vez más. No se permitiríasentirse ajena a ella misma y al mundo a su alrededor en gene­ral. Haría un último esfuerzo.

Sumergida en sus ideas y en sus soluciones se quedó dormida.Despertó a las nueve de la noche. La casa se encontraba en silen­cio. No se podía escuchar absolutamente nada. Se asustó, no estabaacostumbrada a tanto silencio en su casa y en aquella hora parecíamás imposible, era la hora de más ruido, niñas jugando, televisorencendido yagua corriendo por el grifo para fregar trastos. Llenade sorpresa y desconcierto caminó lentamente por la casa. En elsalón, sentado de espaldas estaba Eduardo.

Beatriz se aproximó a él despacio, muy despacio. Quería sor­prenderle. Cubrirle los ojos como cuando eran novios. Besarle.Abrazarle. Esperaba recuperar con ese pequeño gesto un poco

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de lo que había sido antes. Esperaba que él girara como hacíadiez años, sonriera con sorpresa y la besara con genuina deses­peración, que la estrujara, que le arrancara la ropa y le hiciera elamor con gritos, con pasión, con exceso de deseo, con exceso delocura. Un poco de lo de antes. Un repaso del ayer.

Justo detrás de él muy suavemente colocó su mano izquierdasobre los ojos. Eduardo se asustó, le arrojó la mano bruscamen­te y de un salto se puso de pie. Tenía el teléfono celular en lamano.

-¿Qué haces?, me asustaste -dijo Eduardo con voz agitada yvacilante.

-Nada, quería sorprenderte, ¿qué te pasa? ¿Por qué te ponesasí?

-Por eso, ya te lo dije. Me asustaste. ¿Cómo sigues? Me dijo laniñera que saliste a visitar al médico. ¿Dónde fuiste? Se suponeque te quedarías en casa a descansar, ayer perdiste sangre, ¿quéno entiendes que necesitas descansar?

-Sí, si. Fui a ver al médico, quería preguntarle algunas cosas.¿y la niñera? ¿Se ha ido?

-Sí, le pagué y se fue. Me dijo que te habías tumbado a dormir yno quise molestarte. Mañana temprano regresará para ayudarte.

-Muy bien, muy bien. ¿Y tú qué estabas haciendo?

-Nada, nada. Ya te dije que nada. Anda déjate ya de cosas yvamos a la cama que estoy hecho polvo.

Beatriz una vez más no encontró la respuesta que esperaba, unavez más no encontró la reacción que buscaba, estaba paralizada,desconcertada, Eduardo nunca le había hablado con tanta brus­quedad por nada. Nunca.

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-Otra vez, Beatriz, no te quedes ahí como tonta vamos a dormir-repitió Eduardo.

-Anda tú a la cama. Yo he dormido mucho, no tengo sueño-replicó Beatriz.

-Pues como quieras, yo necesito descansar. Algunos tenemosque trabajar mañana.

Eduardo cogió el saco y se fue al dormitorio. Beatriz tomó ellugar de Eduardo en el sofá y se quedó acompañada por las vocesdel televisor que hablaba y hablaba de cosas que no le interesa­ban. Se acariciaba la mano izquierda con la derecha. Se tocabael brazo izquierdo con el derecho. Pensaba, pensaba qué debíahacer para sentirse mejor, para estar mejor con su familia, con sucasa, con su marido. Lo tenía todo, todo y lo sabía; era absoluta­mente consciente de ello pero había un pequeño vacío dentro deella que no se alcanzaba a llenar con nada, con nada de las cosasa su alrededor, con nada de las personas a su alrededor.

Pensaba y volvía a pensar sin llegar a una conclusión lógica,sin ningún resultado contundente de sus pensamientos por quése sentía de esa forma, por qué no estaba satisfecha, por qué nopodía conformarse con lo que tenía como todas las personas conquienes convivía parecían conformarse. No encontraba la causade la tristeza que la inundaba, esa tristeza que le había brota­do unos meses atrás, corrigiendo, un par de años atrás. Primeropensó que era depresión post parto después del nacimiento de lapequeña Alejandra. "Ya se me pasará", dedujo en ese tiempo; lapequeña y los quehaceres. de la casa la distrajeron un poco, perocomo una astilla encajada en la mano la tristeza se mantenía allílastimando sin ser nada, sin ser algo que mata; pero finalmenteestá ahí encajada impidiendo hacer la tarea más simple sin queduela un poco, un poquito.

Pasado un año atribuyó su creciente desaliento al sobrepeso;a que su cuerpo no era el que deseaba, pero ahora sentada en elsofá en un ejercicio absoluto de honestidad sabía que el sobre­peso nunca le había molestado realmente. Era un asunto de los

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demás, un asunto que le preocupaba a su familia, a sus amigosy sobre todo a su marido. En esa noche diciéndose a sí misma laverdad absoluta, la pérdida de peso era algo que quería Eduardo,que necesitaba Eduardo, ella podía vivir sin preocuparse por ellopero él se encargaba de recordarle cada día, en cada comida quedebía cuidarse, que debía adelgazar. Seguir la dieta balanceada,el ejercicio, la privación de pasteles y dulces, los sufrimientos dehambre encontraban su fuente de inspiración en la petición de sumarido, no en un deseo auténtico de ella.

Así que no, no era la idea de los kilos de más lo que la mante­nía atrapada en su sentimiento de tristeza, en su sentimiento desoledad.

Reflexionando en el sofá se hallaba totalmente ensimismadaen sus cavilaciones, inmersa, perdida. No salió del encierro desu cabeza hasta que el teléfono celular de Eduardo vibró so­bre la mesa de centro del salón. El ruido del móvil vibrando ladespertó.

No supo por qué. No dudó. Nunca lo había hecho. Cogió elteléfono y leyó el mensaje.

"He tenido la tarde más deliciosa de mi vida. Eres el mejorhombre que he encontrado a mi lado. El mejor que he encontradoen mi cama. Ansío el encuentro de mañana, María."

El teléfono cayó al suelo de la mano de Beatriz. Ella mismacayó en el sofá del que se había levantado un minuto atrás.

Tenía las manos sobre la cara y comenzó a llorar como unaniña. No es verdad. No es verdad. Se repetía. Las palabras deltexto recién leído se le atoraban en la cabeza, una encima dela otra. Hombre. Mejor. Deliciosa. Mi vida. Mañana. Maña­na. Mañana, Para Eduardo habría un mañana. ¿Para ella lohabría?

No lo podía creer, se resistía a la idea. ¿Cómo era posible? ¿Eraverdad? Tal vez el mensaje no era para su marido. Tal vez el men­saje era para otro hombre. Para otro hombre maravilloso. No, no,no. Seguía repitiendo Beatriz. Se puso de pie y caminó de un ladoa otro en el salón. Se sentó. Se puso de pie de nuevo. No, no, no.Repetía sin cansancio. La respiración se le agitó. Un nerviosismo

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se le metió en el cuerpo, le temblaban las manos. "Ay, no porfavor, no por favor", se rezaba a sí misma.

"Es un error, es un error", pensó. Respiró profundo. Tomó valory recogió el teléfono del suelo. El destinatario del mensaje estabaguardado en la memoria del teléfono solamente como "Oficina".Es un error. Eso mostraba que quien enviaba el mensaje podíaser cualquiera. Pero qué más daba finalmente, el número estabaguardado en la memoria del móvil. Entre las manos temblorosasde Beatriz se escurrió el teléfono. Lo cogió del suelo de nuevoy se decidió a leer el resto de los mensajes. Los enviados. Losrecibidos. Los no enviados.

Entre los mensajes recibidos no encontró nada que no fuera deoficina, nada que no fuera de trabajo. Nada fuera de lo normal.No se conformó. Revisó la bandeja de los no enviados, el resul­tado fue el mismo, no encontró nada. Finalmente los mensajesenviados. Ahí estaba la confirmación de algo que Beatriz sabíadesde hace tiempo. El último mensaje enviado. Hacía apenasveinte minutos.

"Te tengo a ti. Lo más maravilloso lo tengo yo. Espero conlocura verte mañana. Tuyo, Eduardo."

El sentimiento cambió en un segundo. No sentía más dolor.Se había derrumbado cuando leyó el primer mensaje. Se levantócuando leyó el segundo. No sentía desconsuelo. Sentía ira. Suspuños de cerraron. Sus dientes se apretaron. Su corazón se calmóy dejó la palpitación excesiva. Se puso de pie. Su rostro reflejabasu enojo, su malestar. Todas las facciones de su cara estaban con ­traídas. "Maldito, maldito, maldito", dijo.

Se sentó de nuevo en el sofá jugueteando entre las manos elmóvil. Se sentó a pensar pero ahora en él, en el hombre con quienhabía pasado los últimos diez años y que ahora se había transfor­mado en un traidor, en un infiel, en un mentiroso.

Diez años juntos le cayeron encima. Una vez más en un perio­do tan breve de tiempo Beatriz veía derrumbarse todo en lo quehabía creído. Diez años de risas, de caricias, de compañía, diez

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años de apoyo incondicional de su parte, diez años de atender sucasa, a sus hijas, diez años de ayuda. ¿Cómo podía hacerle esto?¿Cómo se atrevía?

Entre más lo pensaba, la rabia crecía. Quería matarlo. Quería en­trar a la habítación en donde habían pasado juntos los últimos añosyen la cual ahora descansaba el muy maldito y gritarle que se mar­chara, que se largase, que no quería volver a verlo en toda la vida.

Destinatario: oficina. El muy idiota se había querido proteger,seguro por si acaso, y había grabado el número bajo un pseudóni­mo estúpido. Se había protegido, por si acaso. Maldito. Maldito.Por eso se había asustado cuando le cubrió los ojos, ese habíasido el susto. Por eso saltó del sofá. Maldito. Maldito. Por esoestaba nervioso, por eso le urgía irse a la cama. La misma camaen la que ya no hacían el amor desde hacía un par de meses. Esaera la condenada razón por la cual no se acostaban, él se estabaacostando con otra.

¿y ella, y ella? Ella era una tonta, una tonta que pensaba que sumarido ya no dormía con ella porque estaba gorda. ¿Tonta? No,tonta no. Ingenua. Pero si ya lo sabía, la verdad era esa. Beatrizlo sospechaba desde hace tiempo, lo intuía, pero había preferidofingir que no se enteraba de las pequeñas señales de alerta quese le habían presentado en los meses anteriores. La ocasión queEduardo reprendió aAna por jugar con su teléfono cuando nuncale había molestado. Llegadas tarde a casa cada vez más frecuen­tes y cada vez más tarde. Cuando se afeitó el bigote y presumía deverse diez años más joven. El encierro en el estudio para trabajar,para hacer llamadas telefónicas. Sonrisas nerviosas por cuestio­namientos sencillos. La evasión sexual. Su irritabilidad con sushijas. Pistas, más pistas, mil pistas que ella pretendió desconocer,que prefirió ignorar.

Sin embargo en esa hora con la prueba contundente en sus ma­nos no sabía qué hacer. No sabía cómo reaccionar. Continuabaenfadada, enfurecida, pero no sabía qué hacer. No sabía cómo re­accionar. ¿Qué hacía? ¿Lo despertaba en ese momento y le exigíauna explicación? ¿Que le dijera qué demonios significaba todoaquello? ¿Y qué ganaría? ¿Cómo reaccionaría Eduardo? Segura-

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mente como todos lo hombres lo negaría una y otra vez. Le diríaque está confundida, que es un error. Que nada sucede. Discuti­rían por horas, él caería en contradicciones una y otra vez y ellaseñalaría las inconsistencias de sus palabras. De cualquier formasi dijera la verdad, ¿cómo podría creerle?

¿Qué hacía? ¿Le despertaba y lo echaba de la casa sin más? Po­día optar por ello pero la situación sería más o menos la misma.Él exigiría saber el por qué de aquella discusión. La situaciónno sería muy diferente. ¿Y qué hacía? ¿Ignoraría simplemente elhecho? ¿Pero cómo?

Más confundida que en las noches anteriores fue a la cocina ypreparó café. Una vez más se quedó ahí pensando en lo que haría.Una vez más recordó la obra a la que no había asistido tras dosintentos. Una mujer conoce a otro hombre y hace algo inespera­do. Beatriz no conocía la determinación que aquella mujer habíatomado en la obra. ¿Se habría fugado con el hombre? ¿Habríapasado por alto el incidente del hombre que apareció en su viday se habría quedado a lado de su marido? ¿Sin cuestionar? ¿Sinsufrir?

En ese mismo hilo de pensamiento se apareció en su mente laimagen del hombre que conoció en la tienda de ropa el anteriorlunes, el hombre guapo, atento, que se había detenido a obser­varla, a admirarla. Eduardo tenía una aventura, eso era un hechoinnegable, pero, si a ella se le presentara la oportunidad de viviralgo similar ¿lo haría? Si ella fuera la protagonista de su propiaobra -y lo era-, ¿se entregaría a una pasión? Pero aun cuando secombinaran las circunstancias para vivirlo, ¿dónde quedaba sufamilia? ¿Su hogar? ¿Sería capaz de dejar todo atrás? ¿Tendría elvalor? ¿Se atrevería? No. Simplemente eso rebasaba sus límites,ella no podria dejar todo así dando un portazo a su vida de golpe.¿Cómo se puede tomar una decisión de esa magnitud? ¿Cómo sedeja todo atrás de un día a otro? No. Ella no se atrevería.

Sin embargo cuando lo reflexionaba caía en la cuenta de queera evidente que su marido había pasado por alto todas estas pre­guntas, que en definitiva él era capaz de eso, que aun cuando estohubiera aparecido en su cabeza, se había desvanecido. ¿De qué

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más era capaz Eduardo? ¿A qué más se atrevería? Si el hombrecon el que vivía, con el que dormía, con el que compartía su ho­gar había logrado rebasar la linea, ¿se atrevería a abandonarlotodo? Afin de cuentas Beatriz le conocía y era consciente de queaquel hombre sí era capaz.

Una obra de teatro realizada sobre la base de una decisión cru­cial de una mujer. Enamorarse y abandonarse a otro hombre omantenerse donde ha estado parada hasta el fin del tiempo. Eseera el argumento. ¿Por qué no era al revés? La respuesta era sim­ple. Un hombre si lo quiere hacer no se lo piensa. Lo hace. Lodeja todo atrás e inicia una nueva vida. Una mujer, una mujer encambio lo piensa una, dos, cien veces y en el tiempo que se tomapensándolo se escapa la oportunidad o el sentimiento.

¿Era la aventura de Eduardo algo pasajero? ¿Era deseo? ¿Erapasión? Si era todo aquello podía consolarse pensando quepronto podría desvanecerse y todo encajaría en su lugar talcomo había venido transcurriendo en todo el tiempo. ¿Pero y sino? Si aquello rebasaba el deseo y tenía una semilla de cariño,de amor, ¿entonces qué? Y si todo aquello no era pasajero yEduardo tal como hacen tantos hombres se fuera con la mujer.Menudo final para una obra que millones de mujeres conocen.A nadie le sorprendería saber que un hombre dejó a su esposay se fue con otra. Esas cosas pasan todo el tiempo. La ira deBeatriz se fue y regresó el dolor. Echó a llorar una vez más en elsalón. A lamentarse y sollozar propiamente dicho. Ella ya habíallorado mucho esa tarde.

Exhausta, dejó el salón. Se iba a la cama. Sus emociones es­taban en el aire. Su vida estaba prendida de un hilo. Su maridoestaba durmiendo en la cama.

Entró en la habitación y lo miró tumbado, sumergido en un sue­ño profundo. El dolor se mezcló con la ira de nuevo al verlo ahídurmiendo tan tranquilo. Maldito. ¿Cómo era capaz de dormirasí, sin ninguna preocupación? Sólo ahí durmiendo como si nadasucediera. Avanzó hacía su balcón y se recargó en el quicio de lapuerta. De pie lo observaba. La sangre se le calentaba. Le hervía.La respiración se le volvió a agitar.

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Quería matarlo, despertarlo a golpes y matarlo, deseaba que su­friera. Que sintiera un poco de lo que ella estaba sintiendo, queríavaciar la ropa de los cajones y echarla a la calle y a él mismo porel balcón, quería desollarlo, arrancarle la piel a pedacitos. Quesufriera. Que sintiera dolor en la justa medida que él lo provo­caba. La habitación. Su balcón. Los recuerdos. Todo lo que ellahabía hecho por él. Todo el apoyo. Todo, todo lo que ella habíapuesto de empeño por un matrimonio que se opacaba. Todos lossilencios. Todas las ocasiones que le regaló la razón aun sabien­do que estaba equivocado. Los malos tiempos que ella alargabael dinero, que encogía los gastos. Miles de camisas planchadas,trastos fregados, comidas servidas. ¿Nada de eso le valía? ¿Todoaquello se le había olvidado? Dolor e ira conviviendo en su pe­cho. Quería saltar sobre la cama y rasgarle la cara con las uñas,arrancarle pedacitos de carne igual que él le arrancaba pedacitosde vida. Quería despertarle suavemente y pedirle que la dejara,que ella haría lo imposible por mantenerle a su lado. Confusión,confusión. Todo era muy confuso.

Beatriz se acercó al balcón. Se recargó en el barandal, en subarandal. Mirando a la nada como de costumbre se quedó allícomo estatua. Como obra de mánnol con rostro tragicómico. Nisiquiera sentía el frio. Ni siquiera sentia el viento. Estaba dema­siado concentrada en su sufrir que lo demás se le pasaba de largo.Suspiraba profundo, suspiraba largo. No encontraba la fuerza, noencontraba la voluntad de meterse en la cama con Eduardo. Nopodia. No podía.

El último pensamiento que le invadió la mente esa noche fuela continuidad de la idea de que la aventura de Eduardo fuera pa­sajera y todo continuara como había venido siendo. Todo igual.Después de todo ella no queria eso. No quería seguir igual. Unashoras antes de descubrir la traición de Eduardo estaba repasandoopciones para recuperar su energía, su ánimo, a su familia. Noquería que todo continuara igual. No.

Tomó una determinación. "Espero con locura verte mañana.Tuyo Eduardo." Esa era la última parte del mensaje de Eduardo.Mañana. Se verían mañana. Ella estaría ahí, su rival. Beatriz tam-

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bién estaría ahí. Ya verían, ya vería, Eduardo se enteraría. Beatrizno estaba dispuesta a que todo siguiera igual. Suspiró por últimavez y caminó hacia la cama. Entró en el1a. Eduardo despertó unossegundos.

-Estás helada -dijo.

-Sí, estaba en el balcón.

-Bueno ya duérmete, te amo -dijo Eduardo.

-Yo también -contestó Beatriz.

Había aparecido el típico "te amo" de todas las noches. El usual,el típico "te amo mucho". Beatriz muchas veces había deseadoque lo demostrara en vez de decirlo. "Desgraciado, mañana teenterarás", pensó Beatriz.

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Aquella misma noche tumbada en la cama le era imposible con­ciliar el sueño de nuevo; tenía un fuerte dolor de cabeza, unaterrible punzada que le golpeaba la nuca. ¿Serían acaso las pri­meras secuelas del tratamiento? ¿Serían sus propias obsesiones,sus pensamientos manifestándose? De cualquier forma vinierande donde vinieran el dolor se transformaba en insoportable. Nohabía ningún sentido en continuar tumbada. El dolor no cesa­ría. Se puso en pie, fue al cuarto de baño y se mojó la cara conagua fría, notó que debajo de la llave del lavabo se escapaba elagua por una fuga. Su impulso normal hubiera sido buscar la foroma de repararlo inmediatamente. "Hoy no, me da igual-pensó-.Tengo mejores cosas que hacer", regresó a la cama y cogió ellibro que dejó pendiente. "No me quiero morir sin leer el final",pensó. El asunto comenzaba a tomarse divertido, sarcástico e iró­nico en su cabeza.

Retomó el hilo de la lectura, el chico después de haber carnina­do miles de kilómetros, después de haber pasado hambres y habersufrido calor en el trópico y frío en el sur llegaba a su destino. Ex­hausto. Sin fuerza. La carne se le había ido de los huesos, su ros­tro estaba demacrado, débil; pero curiosamente él se encontrabamejor que nunca, el final de su viaje había llegado. Habia alcan­zado su meta. Caminó. Se buscó. Aprendió de él mismo. Hacía unaño que había salido de su casa dejando atrás todo; amigos, tra­bajo, casa, ropa, todo absolutamente todo con la sola idea de en­contrarse consigo. Muchos trabajos, mucho sufrimiento, muchaspenas con el único fin de conocerse un poco más. De encontrarse.Finalmente sentado sobre un roca y con un viento helado que legolpeaba la cara descubre que en el camino se encontró muchasveces, el mismo número de veces que volvió a perderse. Y estabafeliz. Y estaba satisfecho. [Se había perdido, se había buscado, seencontró y se perdió de nuevo!

Laura pensaba en su propia andanza cuando cerró e/libro. En lolargo de su vida se había visto sometida a un sinfín de pruebas, al·gunas muy dolorosas como la muerte de su marido. Algunas muy

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dificiles como cuando no había dinero en casa. Algunas imagi­narias como las discusiones con sus hijos adolescentes. Muchas,muchas pruebas y todas ellas superadas, sin chistar, sin lugar anervios, sin lugar a titubeos. Pero en esta última que se le presen­taba, el cáncer. Había perdido. Estaba perdiendo. Argumentos lesobraban para pensar y estar convencida de su derrota. Ella, ellasí que se había perdido por última vez y no tendría tiempo deencontrarse de nuevo. El dolor de cabeza ya se había esfumado,apagó la luz y se quedó dormida.

Con un sinfin de tareas por ser realizadas en los días siguientes,Laura despertó más temprano de lo normal. Se duchó, tomó unataza de café y abrió el archivo donde resguardaba los documen­tos importantes. Cuentas bancarias, escrituras, hipotecas, etc.,se vieron esparcidas en lo ancho de la mesa del comedor. Losestudiaba, los organizaba, los disponía con una sencillez y unaparsimonia deliciosa. Mientras se aseguraba que nada faltara yque todo se encontrara en orden pensaba que en realidad estabaviviendo sus últimas horas, que estaba organizando su despedida,su última aparición. Pensaba en qué prepararía para la cena delsábado, en los regalos que quería entregar a sus hijos y nietos.Pensaba incluso dónde los compraría.

Para el mediodía ya había terminado, no era un trabajo extre­mo, finalmente siempre había sido una mujer organizada, con lascosas bajo control. Todos los documentos se encontraban en or­den. Laura había mantenido todo en orden desde la muerte de sumarido, sólo hacían falta algunas firmas y comunicar a bancos yabogados sus nuevas disposiciones. La primera etapa de su planhabía concluido. La segunda comenzaba. Organizada y controla­da como siempre, había dispuesto un plan de morir por etapas.

Tenía decidido que era mucho mejor no continuar con su vi­da y con su enfermedad. Había decidido evitar a costa de su vidael sufrimiento a sus hijos, así que no habría marcha atrás. ¿Perocómo? ¿Cómo habría de morir evitándose a si misma más dolor?No daba con la respuesta. Simplemente no daba con la respuesta.Después de mucho meditarlo pensó en la solución que le parecíamás sencilla en ese momento. Una sobredosis, una sobredosis de

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fármacos. Sí, aquella era la mejor solución, la mejor opción, surespuesta.

Una sobredosis de somníferos quizás, o de tranquilizantes. Mo­rir durmiendo es un lujo que pocas veces pueden darse los sereshumanos. Ella al parecer moriría de cualquier forma, así que esesería su regalo. Morir con el lujo que pocos hombres tienen, quepocos pueden permitirse. Durmiendo.

Laura suspiró profundo, las. cosas comenzaban a tomar for­ma, las piezas del rompecabezas se acomodaban lentamente ensu cabeza. Las cuestiones más importantes de sus últimos díasse acomodaban. Hasta la forma de terminar habla sido resuelta,pero por el momento debía concentrarse en labores menores, enpequeñas tareas como las compras.

Entró en la ducha y se preparó para salir de casa. Dispuso todo.El dinero, las bolsas, hizo una lista de las cosas que necesitaba, loarregló todo, todo. Caminó y caminó por las calles. No le apete­cía usar transportes, no quería hablar con nadie, no quería platicarcon nadie, deseaba que de ser posible el mundo entero hubieradesaparecido.

Las calles con gente corriendo de un lado hacia otro le asfixia­ban, el ruido de los autos, los silbatos de los policías, la música delos adolescentes, los martilleos, las máquinas de lavar. las puertasabriéndose y cerrándose y sobre todo la gente gritando; todo sele presentaba como una escena sin sentido. había visto esa escenamiles de veces a lo largo de su vida y nunca le había prestadoatención. Todocarecía de sentido. ¿Por qué la gente se molestabatanto por cosas sin importancia? ¿Por qué las personas discutíanpor asuntos que no tendrían ninguna importancia al final del día?¿Por qué corrían y se agitaban para llegar a lugares en los que noquería estar? Nada tenía un sentido. nada.

Un día normal, un día común, un día como cualquier otro ynada encajaba. Laura miraba a la gente a su alrededor con deseosconfusos, deseaba con la misma intensidad que todos se esfu­maran, quedarse sola y detener a cada uno de ellos en la calle ydecirles que despierten, que la vida se acaba en un segundo, quenada de lo que hacen los llevará a ningún lugar. Estaba confun-

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dida y caminaba entre la marea de personas, se confundía entreellos y a veces se preguntaba si alguien podría cargar con lo queella estaba viviendo, o mejor dicho con lo que ella estaba murien­do. Por supuesto que sí, se respondía.

Caminó tan lejos como le fue posible, no deseaba hacer suscompras en los lugares de siempre, coincidiendo con las perso­nas de siempre. "¿Cómo estás? ¿Cómo están sus hijos? ¿Y susnietos? ¿Cómo sigue del golpe de la rodilla? ¿No tiene frío coneste clima?" Todas las preguntas de siempre, todas las charlasabsurdas en las que solía participar cada vez que se asomaba ala calle, en la escalera de su edifico, en las aceras, en el super­mercado, en el autobús, en el metro, en fin, en todas partes. Poraquella mañana no. Por esos días no quería saber de nadie. Noquería que nadie le preguntara: ¿cómo estás? Tenía la respuestapero no quería compartirla, tenía la respuesta a la pregunta queno deseaba escuchar.

Era dificil evítar a las personas y sus cuestionamientos. Era impo­sible evitar la fuerza de sus propios sentimientos y pensamientos.

Entró en el supermercado, compró con lentitud todo lo que ne­cesitaba para la cena que preparaba. Los días le parecían cada vezmás largos, necesitaba ocupar las horas de su tiempo, el tiempoque se le terminaba se le hacía paradójicamente más largo cadavez. Dolorosamente cada mañana abría los ojos preguntándose¿Por qué me desperté? ¿Para qué me desperté?

Cada mañana perdía un trozo de sentido el dejar la cama, fi­nalmente no había ya muchas razones para hacerlo. ¿Por qué medesperté? ¿Para qué me desperté? Estas preguntas le inundabanla cabeza y le inundaban el corazón, la alegría se le diluía, y cadavez era más dificil encontrar la voluntad para comenzar el día. Sucuerpo se sentía cansado, muy cansado. Su mente se sentía ago­biada, muy agobiada. Al pensar en la esperanza prometida de supropia muerte, Laura encontraba esa fuerza que necesitaba paracontinuar. "Falta poco, ya falta poco", se decía.

Cuando dejó el supermercado quiso caminar un poco antes dellegar a casa a pesar de las bolsas con compras que estaba car­gando. "Sólo una vueltecita por el parque", se dijo.A Laura le re-

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sultaba cada vez más dificil y doloroso encontrarse sola en casa.Prolongaba en medida de lo posible llegar a casa, el vacío y elsilencio de los cuales disfrutaba tanto antes ahora le aumentabanun poco más la sensación de abatimiento. Atravesó un parquesólo para llegar a una vía más transitada y tomar un taxi.

A mitad del parque se resbaló con una piedra. Una mujer se leacercó para ayudarle. Laura le conocía. Era la hija de una viejaamiga. La conocía desde hace años. Le emocionó encontrarla, nopor ella, sino por su madre. Se le escapó de la memoria su nombrehasta que ella se lo recordó. Se acercaron a una banca del parque.Laura se recargo contra el respaldo y dejó que muchos recuerdosde su juventud acudieran a su mente. Las sonrisas, las fiestas, lospaseos, su marido, otros tiempos, los otros tiempos, donde no sesentía sola, donde el tiempo no se acababa, donde la vida conti­nuaba todos los días, tantos, tantos recuerdos. Los saboreó por unminuto antes de descubrir que estaba acompañada por la hija desu amiga. Estaba cambiada, ya no era niña, era una mujer. Pensóen sus propios hijos y su despedida de ellos.

Le preguntó cómo estaba. "Gorda", respondió ella con tono iró­nico pero lastimoso.

Le preguntó un poco de todo, las preguntas básicas. ¿Cómo es­tás? ¿Cómo están tus hijas? ¿Tu marido? Las preguntas que habíaquerido evitar las estaba cuestionando ella. La chica se limitaba aresponder bien, todo está bien. En un segundo el semblante de lachica cambió por completo y rompió en llanto.

La chica entre lágrimas explotó. Comenzó a explicar cómo sesentía, su soledad, compartió con Laura su pena.

"No sé qué me pasa", decía la mujer. Habló de su vida, de sudesesperación. Habló de una tristeza que le crecía por dentro yde lo mal que le hacía sentir todo esto. Estoy loca se decía a ellamisma. Laura le consolaba diciéndole que no, que aquello erapasajero, que no estaba loca.

La mujer hablaba de lo agradecida que debía sentirse por todolo que la vida le daba y que otros menos afortunados no poseíany en cambio se sentía superada por sus circunstancias, por susemociones. Explicaba que no se sentía satisfecha.

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Laura se acercó a ella y comenzó a consolarla. Palabras quepara ella misma eran extrañas salieron de sus labios. La seguiaconsolando, seguía apoyándola. Le habló de la alegria de vivircon todas sus consecuencias, las buenas y las malas.

La chica se tranquilizó lentamente, despacio dejó de llorar. Lau­ra se sentía mejor al ayudarla. Fue un sedante para ella misma.La joven mujer se ofreció para acompañarla a casa, Laura explicóque no era necesario. Aun así echaron a andar juntas. Al llegar ala casa de Laura la mujer le abrazó y le agradeció su ayuda.

-Esta noche voy a una obra teatral al centro, va sobre una mujerque quiere vivir. Laura, ¿le gustarla ir, le gustaría acompañarme?-soltó la mujer casi desesperadamente.

-Lo siento, no puedo -contestó Laura-. No me es posible.

A Laura tal vez le hubiera gustado decir que estaría encantadade acompañarla pero no lo hizo. Quería decir que si y dijo queno. Le sucedla a menudo y en la inversa también. Decía que sícuando quería decir que no.

Bueno, ya le habia dicho que no, no podia hacer nada más.Agotada se sentó en el salón a pensar un poco sobre su singularencuentro de la tarde. Al ir pensando en sus palabras más y másrecuerdos le venian a la cabeza, se transformaban casi en realida­des que podía acariciar.

Laura era amiga de la madre de la mujer del encuentro y lehabla perdido la pista, disfrutaba de su amistad, la había llegadoa querer de verdad, era su confidente, su pequeña fuga de laspreocupaciones diarias. ¿Por qué se había alejado de ella? ¿Porqué se habian perdido la pista? Laura no era capaz de encontrarel momento preciso en el cual se habían dejado de llamar, debuscar, de apoyar. Las deudas, las niños, los problemas, todas susocupaciones redujeron las llamadas y después las visitas, con eltiempo su amistad se había transformado en un recuerdo que salíaen charlas de sobremesa con su marido cuando vivía, después nieso.

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¿Cuántas amistades había perdido a lo largo de su vida? ¿Cuántascosas que amaba se habían visto desplazadas por quehaceres que nisiquiera le interesaban? ¿Cuántas actividades había dejado de dis­frutar por hacer las camas, la comida, fregar los trastos? En aquelmomento Laura extrañó mucho, como nunca, a su amiga, a susamigas, a todos sus amores perdidos, se sintió más sola que nunca.Todas las personas que habían pasado por su vida, que la habíanacompañado en el camino que· le tocó vivir, todas las pequeñasalegrías, los abrazos y las palabras de apoyo. Había tenido de todoy de cierta forma había perdido de todo .

¿Por qué, por qué? El dolor de los recuerdos se le agolpó de mo­mento, por unos minutos superó al que le provocaba la enfermedadque encaraba y de la cual había decidido salir vencedora acabándo­la antes de que la misma acabara con ella.

Regresó al pensamiento de su conversación con la mujer y cami­nando sobre sus propias palabras se encontró con una idea que ledijo: "Le habló de la alegría de vivir con todas sus consecuencias,las buenas y las malas".

Había pasado toda la tarde convenciendo a una mujer de vivir, ¡concualquiera que fuera la consecuencia! ¿Cómo había podido decirletodo aquello? ¿Cómo pudo ser tan falsa como para intentar conven­cer a alguien de vivir con intensidad cuando ella misma estaba pla­neando acabar con la suya porque ya no podía resistir más? ¿Deberíaella misma aplicarse sus propias ideas? ¿Debería retroceder y vivirhasta el último aliento? ¿Debería dar marcha atrás con sus planes?

Laura reflexionaba sobre sí misma y el valor de su vida. Estabadudando, estaba acobardándose de su decisión. Estaba retroce­diendo. El teléfono sonó.

-Hola mamá, soy yo.

-Hola hija. ¿Qué pasó, cómo estás?

-Bien, bien, sólo llamaba para preguntarte si quieres que llevealgo a casa el sábado. ¿Quieres que lleve el postre? ¿Quieres quellegue más temprano para ayudarte?

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-No gracias, no es necesario, ya tengo todo listo, no te preocu­pes -Ia voz de Laura estaba afectada por los momentos que habíapasado con su mente recientemente.

-¿Estás bien, sucede algo? Tu voz suena extraña.

-Estoy perfecta, nada más un poco cansada, mira ya te dejo queestaba ocupada, los espero el sábado. ¿Está bien?

-Me preocupas, nos mandas llamar de un momento a otro di­ciendo que nos quieres ver a todos juntos. Te he llamado variasveces por la tarde y no estabas en casa. Cuando consigo hablarcontigo te noto extraña, ¿segura que todo está bien?

-Que sí, que todo está bien, no pasa nada y lo que acabas dedescribir es mi historia cada mes contigo y con tu hermano, y yame voy que estoy ocupada, un beso. Adiós.

Laura colgó el teléfono y echó a llorar. Su hija, el amor de suvida, la había atrapado en un mal momento. Justo lo que queríaevitar, lo que deseaba evadir. Las dudas de segundos atrás se re­trajeron, Se había jurado que protegería a sus hijos de cualquiercosa que les hiciera daño, haría cualquier cosa por verlos felicesy ella estaba incluida en esa promesa. Sufrirían un par de días trassu muerte, pero sólo un par, no meses esperando algo inevitable,algo que llegaría con grandes posibilidades, algo que pasaría an­tes o después, no señor, eso sí que no. Recobró coraje para con­tinuar con su plan. "Las pastillas, no he comprado las malditaspastillas", pensó y se fue a la cama enojada.

"¿A qué me desperté? ¿Para qué me desperté?" Se cuestio­nó Laura cuando abrió los ojos. Intentó quedarse dormida unavez más para evadir la realidad. Lo intentó con fuerza. No loconsiguió. Se quedó tumbada en la cama por mucho tiempo,horas. Cada mañana se volvía más difícil encontrar motivospara ponerse en pie. Cada día se tornaba más complicado que elanterior.

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La cama estaba mojada, la incontinencia que le había dado unapequeña tregua se le había presentado de nuevo. Se enfureció."Maldita sea, maldita sea", repitió. Soy una vieja inútil. Se enojófuerte pues ni siquiera lo notó durante la noche. Ni síquiera des­pertó ¿Por qué todo va mal? Con movimientos violentos quitólas sábanas de la cama. Continuaba enojada. Nadie estaba encasa, pero ella sentía una necesidad imperante de correr a poner­la en la lavadora, no quería que nadie lo descubriese, y aunqueaquello era imposible su idea de ser atrapada era más fuerte.¿Bueno y ahora qué hago?

Miró el reloj, era el mediodía, era viernes, todos sus planes sehabían realizado en tiempo y forma. Ese día tenía programada lasiguiente sesión de quimioterapia. Tenía tiempo para asístir, noquería despertar sospechas de ningún tipo, no quería llamadasbuscándola, de los médicos o de Teresa la mujer que se habíatransformado en su compañera de tratamiento, así que decidióasistir.

Se convenció. Asistiría a la sesión.

Al llegar al hospital entró con más naturalidad que nunca. Yaconocía el camino, el método, el pasillo y los rostros de los traba­jadores del hospital. Al final del pasillo se encontró con Teresa.

-Hola, ¿cómo estás, cómo te sientes? -preguntó Teresa.

-Bien, creo que bien -respondió Laura.

-Ja, ja, ja -rio Teresa con fuerza-o A que odias que te pregun­ten eso, es lo peor que pueden preguntarle a alguien con este malconviviendo y creciendo dentro de nosotras, no entiendo y nuncaentenderé por qué la gente se cree que eso nos hace sentir mejor.Pues, ¿qué se creen? ¿Qué esperan que respondamos? Bien, bien.Mejor que nunca. Si no es un resfriado. Si lo único que deseamoses que todo desaparezca, imaginamos que es un mal sueño y quepronto despertaremos.

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-O al revés -Interrumpió Laura-. Es un mal día y pronto nosdormiremos definitivamente.

-No digas eso Laura, no es el enfoque adecuado -respondíóTeresa algo perturbada por el comentario.

Teresa fue llamada para suministrarle el tratamiento. Despuésde treinta minutos estaba fuera, en poco Laura sería llamada alpropio.

Teresa se acercó a ella con el rostro más agotado que antes, conojos vidriosos y con pocas fuerzas. Se podía notar a través de susojos cómo la vida se le escapaba poco a poco, a mordiditas. Cadadía se veía más consumida y por más que como ella misma decíamantuviera el enfoque "adecuado", la realidad que se dibujabaen sus lánguidas y devastadas formas, no podía compararse conningún enfoque positivo. Se sentó a un lado de Laura.

-No te puedo negar que cada vez esto es más dificil, cada vezmás -dijo Teresa.

-Me imagino, de verdad que me lo imagino, es más lo siento.¿Cómo estás?

-Ja, ja, ja --echó a reír Teresa-, ¿No acabábamos de aclarar loridículo de esa pregunta? Bueno, no importa, déjalo. ¿Quieresque te espere a que salgas? ¿Te puedo ayudar en algo?

Laura se sorprendía por Teresa. ¿Cómo podía encontrar fuerzapara ayudar a alguien en sus condiciones? ¿Cómo lograba mante­ner su espíritu con tanto optimismo? ¿Acaso no era consciente desu mal, de que debía concentrar su fuerza en ella misma?

-No gracias, no es necesario, anda no luces muy bien -dijoLaura

-Claro que no luzco bien, eso lo sé de sobra, pero está bien, esmás no debí preguntártelo, te esperaré.

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-Te digo que está bien, no pasa nada, eso tú ya lo sabes.

-De acuerdo, pero, ¿no necesitas nada? -dijo Teresa.

-Sí, sí necesito algo. Ahora que lo mencionas, he tenido mu­chos problemas de sueño últimamente. ¿Sabes de algo que puedatomar para dormir pronto?

-Muchísimos, no te preocupes, te daré una llamada esta tardepara darte los nombre de varios, pero tal vez deberías intentarantes con valeriana, ya tienes muchos químicos en el cuerpo.

-Tal vez tienes razón pero por ahora sigo pensando que no mecaerán mallos nombres por si acaso.

-Está bien, te llamaré esta tarde. Cuídate.

Teresa y Laura se pusieron de pie y se dieron un fuerte abrazo.Uno de verdad, un abrazo sincero. De apoyo. De complicidad.

Laura vio la delgada y desgastada figura de Teresa alejarsecuando escuchó su nombre.

Laura Gutiérrez. Pase por favor.Como la anterior ocasión la enfermera le preguntó cómo había

reaccionado su cuerpo desde la última quimioterapia, cómo sehabía sentido, le preguntó algunas cosas sobre su alimentación.La pesó, la midió, revisó su presión sanguínea y le pidió que setumbara para comenzar con el tratamiento.

En esta ocasión Laura se sintió menos incómoda, fue menosengorroso, menos bochornoso y casi no sentía nada, por primeravez en muchos meses se relajó y dejó que por al menos aquellostreinta minutos las cosas transcurrieran a su propio ritmo y mar­cha. Que la vida tal como se presentaba transcurriera.

Al término del tratamiento, Laura se puso de pie como si nadahubiese sucedido. Extrañamente se sentía bien. No sentía males­tares ni mareos como en otro momento.

La enfermera se acercó a Laura para programar su próxima visita.

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--Catorce días después. Su próxima cita será dentro de catorcedías con exactitud, a la misma hora señora Gutiérrez ---<lijo la en­fermera.

"No habrá catorce días más, bonita, terminaré con esto yosola", se dijo a sí misma Laura.

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Xl

La luz del día se asomaba tímidamente por entre las cortinasde la habitación que Beatriz compartía con Eduardo desde hacíadiez años. La luz de la conciencia se colocaba sobre la cabezade Eduardo con menos timidez y lo despertaba delicadamente.Beatriz estaba acostada hecha un ovillo en el lado derecho de lacama, en el mismo lado en que había estado durmiendo diez años,la misma posición en la que había gastado la noche, la mismaposición en la que no pudo cerrar los ojos durante toda la noche,una larga noche, una eterna noche.

Eduardo dejó la cama y entró en la ducha como de costumbre,Beatriz, devastada no encontraba la voluntad para ponerse en pie.Cuando él entró en la habitación, ella continuaba hecha un ovillo.Su aspecto definitivamente no era el mejor.

-Hola, buenos días, ¿cómo estás? ---<lijo Eduardo.

"¿Y cómo podría estar, desgraciado?", pensó Beatriz. De cuan­tas formas o de cuantas opciones disponía ella en aquel estado.¿Cómo podría estar? Había estado viajando toda la noche en unamontaña rusa de sentimientos que comenzaban con el dolor, atra­vesaba la ira y terminaba con el autodesprecio. "¿Cómo demo­nios voy a estar?", continuaba pensando Beatriz. Beatriz sólo lopensaba, no respondía.

-No has tenido una buena noche, tienes un aspecto fatal ---<lijoEduardo al no encontrar respuesta.

"¿Un aspecto, fatal maldito? ¿Y qué aspecto debería tener?¿Cuál debería ser mi aspecto? ¿Qué sentirías tú si fuera al contra­rio? ¿Cómo estarías tú si yo me hubiera acostado con otro hom­bre? ¿Cómo? ¿Cómo te sentirías? ¿Herido? ¿Herido, porque meamas? ¿Herido en tu orgullo masculino? ¿Cómo te sentirías alpensar que otro hombre ha estado tocando mi cuerpo? ¿Cómo tesentirías si supieras que otro hombre ha estado penetrándome?

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Probablemente no sentirías nada, y si algo sintieras no sería pormí, sería porque es una ofensa para ti, sería porque tú eres el per­dedor."

-Efectivamente, no me siento bien -Beatriz encontró la fuerzapara pronunciar palabra. Tuvo que extraer la fuerza de la boca delestómago.

-No pasa nada, si no te sientes bien llamaré ahora mismo a laniñera, duerme, descansa -dijo Eduardo.

-Sí, por favor llámala, lo necesito -arrancó Beatriz palabras asu silencio de nuevo.

Eduardo salió de la casa, las niñas no habían despertado. Bea­triz se refugió de nuevo en la cama, se cubrió con las mantas. Enesos momentos ella era la niña. En esos momentos ella necesitabasentirse protegida bajo las mantas.

Para fortuna de Beatriz, las niñas la apoyaban inconsciente­mente, la apoyaban en secreto. No había despertado a pesar de laque la mañana ya estaba bastante entrada. Era una de esas cosasque los niños presienten, uno de esos momentos en que los niñosparecen presentir que algo no anda bien y deciden darle tregua asus padres por momentos.

No, no fueron las niñas las que levantaron a Beatriz de la cama.Fue el sonido del timbre de la puerta. Era la niñera.

Beatriz lo intentaba pero no conseguía ponerse en pie. Lo inten­taba y no lo lograba.

¿Cómo te pones en pie un día que hasta el cabello te pesa?¿Dónde encuentras el valor para dejar la protección de la cama?La cama que es una graciosa y desleal aliada en momentos difíci­les, que te protege momentáneamente del dolor, porque mientrasestás en ella nada es real. nada se materializa, siempre existe eldeseo, la fe. de que al abandonarla todo haya sido un mal sueño.Pero una vez que te pones en pie tienes que enfrentarte con lavida. tienes que encarar la realidad. al primer paso el dolor se

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toma real porque la vida misma comienza a ser real venciendo ala fantasía.

"Levántate Beatriz, es la niflera; si se marcha será aún más difi­cil", se animó sola y logró ponerse en pie.

Una hora más tarde las niñas ya estaban despiertas. No hacíanruido. Ellas mantenían su pacto de apoyo silencioso. Beatriz esta­ba tumbada en la silla del balcón, estaba fumando, había encendi­do un cigarrillo. Después de muchos años, lo necesitaba.

Estaba muy nerviosa, incluso el silencio de la casa la pertur­baba. Miraba a la calle e intentaba inútilmente encontrar en losrostros de la gente que caminaba una mueca de solidaridad, inten­taba hallar en los desconocidos lo que no conseguia encontrar enella misma. Intentaba desesperadamente encontrar el valor paradejar la silla y tomar una decisión.

No sabía cómo reaccionar. Se puso de pie y se sujetó fuerte­mente de su barandal negro, sus manos podrían haber fundidoel metal de lo hirviente que su sangre fluía. Estaba desesperada.Quería gritar. Queria gritar desesperadamente. Quería gritarlea toda la gente que pasaba por debajo de su balcón. ¿Acaso nolo ven? ¿Acaso no notan que me estoy muriendo? ¿Acaso nadiecomprende que me estoy quemando por dentro, que no puedomás?

Se quería aventar por el balcón para que alguien la notara. Noera solamente el descubrimiento nocturno el móvil para tirarseen picada. Era todo, los días anteriores, los meses anteriores,los años anteriores. Su asfixia, su monotonía. Su propia inca­pacidad para ser feliz. Muchas mañanas sintiéndose sola, mu­chas noches acostándose asustada, muchas horas pensando enque algún día todo sería diferente. Mucho tiempo de espera. Laúltima ilusión que le mantenía en pie se había resquebrajadodoce horas atrás. ¿Es que acaso nadie lo nota? ¡Me muero, memuero!

La gente continuaba caminando a paso acelerado por la calle,ensimismada en sus propios problemas, ni uno solo de ellos le­vantó la vista del suelo siquiera. Beatriz evidentemente no encon­tró lo que buscaba.

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Eran las doce con quince minutos. ¿Qué vas a hacer, Beatriz?¿Regresar a la cama a fugarte entre las mantas? ¿Qué vas a hacer,Beatriz? ¿Quedarte estática en el balcón todo el día?

No, hoy no. En esta ocasión se enfrentarla a la realidad comoviniera.

Beatriz entró en la casa con pasos temblorosos, se dirigió haciasu habitación, se metió en la ducha y en menos de quince minutosestaba lista para dejar la casa. Se dirigió hasta el salón donde seencontraba la niñera con las niñas.

-Por favor, cuida a las niñas, voy a salir. No sé cuánto tiempotardaré. Cualquier cosa, tendré encendido el teléfono móvil y es­taré atenta -dijo Beatriz a la niñera.

-¿Adónde vas, mami? -preguntó Ana.

-A buscar a tu padre -contestó fríamente Beatriz.

-¿A buscar a mi papi? -replicó la niña.

-SI, eso dije, a buscar a tu padre, ¿estás sorda? -respondió Bea­triz alterada y elevando el tono de voz. La niñera dio un pasoatrás y tomó a la pequeña Ana por el brazo para alejarla.

-L1évame mami, por favor, quiero ir con mi papi -insistió laniña ajena al enojo de Beatriz.

-Que no, no Ana. Cállate ya. No vas a ir y punto.

La pequeña comenzó a sollozar por los gritos de su madre. Bea­triz salió de casa enfurecida y con las manos temblorosas, ape­nas podía sostener adecuadamente las llaves para abrir la puerta.Salió y dio un fuerte golpe a la puerta tras de si. Una vez afuerarecapacitó. "[Ana!", pensó. Una vieja estrategia de los padres enguerra, la más antigua y la más equivocada. El armamento per­fecto para dar dolor al enemigo. Los hijos.

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Abrió la puerta de nuevo y caminó hacia las niñas. Ana conti­nuaba llorando mientras la niñera le consolaba.

-Si vas a venir, vámonos -le ordenó Beatriz a la niña,

-Ya no quiero ir -respondió la pequeña desconcertada.

-SI vas a venir. ¡Vámonos! -gritó Beatriz sujetando a la peque­ña por el brazo y prácticamente arrastrándola hasta la puerta.

Cobarde, infeliz. \timos a ver qué sientes al ver a tu hija frentea tu amante.

Beatriz llamó a un taxi y subió a él con la niña llorando.Eran las dos menos veinte minutos de la tarde. Beatriz estaba en

la contra esquina del edificio donde Eduardo trabajaba. Tenia quesalir a las dos en punto para comer. Si iba a encontrarse con ellaseria a esa hora, ¿a qué otra?

El sol de la tarde era fuerte, era abrazante, eran los últimos dlasdel sol voraz del verano. Beatriz se encontraba aún en la esqui­na contraria esperándolo, esperando al traidor. En su mente sedibujaban miles de escenarios, uno detrás de otro; todos, todoslos escenarios de lo que habrla de suceder en pocos minutos eranmutuamente excluyentes. Las imágenes producidas por su menteeran producto de la anestesia que el dolor, la ira y la tristeza leinyectaban.

Los minutos eran eternos y las ideas seguían reproduciéndoseen su cabeza como fragmentos de una película en donde el di­rector está eligiendo entre las diferentes alternativas de las quedispone para poner fin a una mala historia.

Cuando la ira era el sentimiento que más fuerte atacaba a Bea­triz en el ensayo mental de lo que ocurrirla, ella se acercaba has­ta Eduardo con decisión y se le plantaba de frente; él salía deledificio tomando del brazo a la otra mujer. Beatriz le gritaba unimproperio tras otro, la mujer se refugiaba detrás de Eduardo,Beatriz continuaba gritando, ofendiendo; le decía una y otra veztodo lo que merecía, el castigo al que se enfrentaría y le advertía

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que su felicidad al lado de aquella zorra sería tan efimera comoeterna seria su soledad. Eduardo callaba, Eduardo no decía nada,la cólera de Beatriz iba en aumento, gritaba más alto y con másfuerza; amenazaba, advertía. De la nada la mujer detrás de Eduar­do se colocaba de frente y respondía a las ofensas de Beatriz, aho­ra era la otra mujer la que ofendía, la otra mujer le decía a Beatrizque se acostumbrara a la idea, que había perdido y que ella era lavencedora sin importar lo que hiciera. Una bofetada se propinabade la mano de Beatriz al rostro de la mujer, ella le regresaba elfavor con otra bofetada. Beatriz vuelta loca sacaba de su bolso unarma y disparaba a los dos. Se acabó el problema. Se terminabala historia con un final dramático.

-Mami, tengo sed, hace mucho calor -decía Ana.

-Espérate Ana, por Dios, ¡espérate! -le gritaba a la niña visi­blemente afectada.

La niña se quedó callada, el enojo de su madre era evidente.

Para la suerte de Beatriz la inocencia de la niña la sacaba de lafantasía en donde se transformaba en asesina. Sin embargo tanpronto se salía esa idea otra venía a instalarse velozmente. Eduar­do salía a comer solo, caminaba hacía la tabaquería que estabaunos metros adelante, una mujer se le acercaba y le cubría losojos por la espalda tal como ella misma lo había intentado apenasla noche anterior. Eduardo giraba, le sonreía y le plantaba un besoen la boca. Beatriz observaba toda la escena desde la distancia,sus puños se cerraban, gritaba pero el grito se asfixiaba dentro desu garganta, entonces se echaba a llorar. Y lloraba y lloraba des­conso�adamente. Le ardía el pecho, se desmoronaba, podía sentircómo se rompía algo dentro de ella. Beatriz incapaz de enfrentar­se a aquella escena tomaba de la mano a su hija y se marchaba,se marchaba. Se veía a sí misma caminando hasta casa, se veía así misma cansada, aferrada a su aflicción. Beatriz volvía a casa,preparaba la cena y callaba. Esperaba a su marido de vuelta a casa

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y se alistaba para el silencio, se alistaba para fingir que no habíaocurrido nada, se miraba a sí misma desfilando más aílos de esaforma.

¡No, no y no! Esta vez había sido ella misma quién se había sa­cado de la cabeza ese pensamiento. No se confonnaria, había idohasta allí por algo y no se iría hasta conseguirlo. ¡No, no y no!

Eran las dos con diez minutos. Beatriz ya había esperado pormás de media hora. ¿Y si Eduardo seguía arriba, en su oficina?¿Y si ni siquiera estaba con ella? ¿Y si todo había sido un malen­tendido? 1111 vez no existla ninguna traición por parte de Eduardoy ella sólo había imaginado todo. "Por favor Beatriz, se dijo a símisma. "Deja de hacerte la estúpida, deja de ser tu peor rival."

No apartaba ni un segundo la vista de la puerta del edificio don­de Eduardo trabajaba, se podría decir que no pestañeaba. Una últi­ma idea le venía a la cabeza, una última representación hipotéticade lo que venia. En esta ocasión, una vez más, él cruzaba la puertaacompañado de la otra. Beatriz se acercaba hasta ellos con calma.Eduardo la miraba de frente y se sabía descubierto sin que unasola palabra fuera pronunciada, en ese momento él comenzaba allorar y pedía perdón a Beatriz, se arrepentía, se disculpaba. Se po­nía de rodillas ante ella y le rogaba que lo disculpara, le decia queera un idiota que aquella mujer no significaba nada, le decía quele amaba, que no se imaginaba su vida lejos de ella, le decia queella era todo para él. Eduardo no se cansaba de humillarse frentea toda la gente que miraba cómo aquel hombre pedía perdón a sumujer una y otra vez. Beatriz le ayudaba a levantarse del suelo, élla besaba y de repente, ¡pum! Se acaba la fantasía.

Eduardo salía del edificio, en realidad. Se acababan los ensa­yos, se terminaban las suposiciones. La realidad golpeaba el ros­tro de Beatriz con fuerza. La verdad estaba de frente sin poderser evitada mediante quimeras. No importaba cuántas veces seimaginara matándolo, cuántas se imaginara en la cocina prepa­rando la comida resignada a su destino, no importaba cuántasveces anhelara con que él se pusiera de rodillas rogando perdón.La realidad siempre supera la fantasía.

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Eduardo sale del edificio solo, con el teléfono móvil en la manoderecha y hablando. A lo lejos saluda agitando la mano a unamujer de cabello negro que está sentada en una mesa de la terrazade una cafetería frente al edificio. Eduardo cuelga e! teléfono.Beatriz observa todo desde su esquina. Es evidente que él ha en­contrado a quien buscaba. Ahora Beatriz irá en su búsqueda.

-Ahí está e! maldito de tu padre -dice Beatriz enfurecida aAna.

-Mi papi, ¿dónde está mi papi? -dice la niña con voz emocionada.

-Ahí, ahí está -dice Beatriz cogiendo a la niña bruscamentepor el brazo y arrancando a caminar arrastrando prácticamente ala niña.

-Mamá, me lastimas. Me estás lastimando.

-y qué, camina.

-Tengo sed, ¿dónde está mi papá? Quiero a mi papá.

-Allá, allá está tu padre -gritaba Beatriz a la niñaviolentamen­te, prensándola con más fuerza por e! brazo-. Allá está tu padre,vamos con él ahora mismo, ahora mismo.

-Suéltame, me estás lastimando -contestaba la pequeña Anallorando mientras se lograba liberar de su madre y echaba a correrescapando de ella.

La pequeña cruzaba la calle a toda velocidad, la luz de! semá­foro cambiaba de rojo a verde y un automóvil lanzaba por el airea la niña.

Beatriz se llevaba las manos a la boca. Quería correr hacia la pe­queña para ayudarla y quería correr en dirección contraria para noenterarse de lo ocurrido. No hizo nada. el miedo la paralizó y sequedó petrificada.

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XII

Todo estaba dispuesto en la cabeza de Laura para su acto final,su despedida del mundo. Estaba convencida de que terminar porsu propia mano con su vida era la mejor opción. Había colocadoen balanza los pros y los contras de esta decisión. Se engaña­ba. Una decisión así no puede ser tomada pensando en el ladopositivo y en lado negativo, simplemente no se puede. Laura seengañaba porque si de verdad hubiera hecho caso al resultado dela balanza la respuesta hubiera sido: la vida, la ganadora era lavida. Sin embargo existían vocecillas sobre sus hombros que lemurmuraban como si fuesen un ángel y un diablo.

El ángel le rezaba al oído: "Anda, tú quieres vivir, siempre tehan gustado los retos, los has abrazado, ¿por qué tan súbitamentete das por vencida? ¿Por qué eres cobarde? La gente que te amate necesita viva, no les provoques ese dolor".

Por su cuenta el diablo le susurraba con toda astucia: "Es sim­ple, debes hacerlo. ¿Quieres ver a la gente llorando por ti en losrincones? ¿Quieres que finjan fuerza frente a ti y se destrocena tus espaldas? ¿Cuánto tiempo? ¿Por cuánto tiempo, Laura? Oacaso me vas a venir a decir que soportaremos esto hasta que undía no sólo sea orina en la cama sino mierda porque no alcanzastea llegar al baño. ¿Eso quieres?"

Tal vez el ángel era el dueño de la razón, pero el diablo teníamás argumentos.

La conciencia de Laura se extraviaba entre tantas ideas, se per­turbaba analizando los detalles, porque en sus pensamientos morirera fácil, se engañaba diciendo que era lo mejor pero en el fondotenía miedo de morir, en el fondo de sí misma prefería vivir.

Inconscientemente y aún conscientemente buscaba argumentosmás sólidos para reforzar la idea del suicidio.

Discutía contra los argumentos del ángel. ¿Cobarde, acaso soycobarde? No, no lo soy, nunca lo he sido, jamás. Se necesita mu­cho valor para acabar con la propia existencia. "No, no te equivo­ques -le decía el ángel-, se necesita mucho más valor para seguiradelante." El ángel tenía razón.

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Cuando el diablo se sentía debilitado aparecía con un nuevorazonamiento. "Laura, Laura. No escuches. Evítale el dolor deverte enferma a la gente que amas. No los hagas sufrir innecesa­riamente. ¿No es el mayor acto de amor evitar dolor a quien teama? ¿No es una prueba más fuerte de que los amas, evitarles elsufrimiento?" Era evidente que el diablo había hecho los deberes.Le regaló a Laura el motivo perfecto para llevar al mundo mate­rial lo que se discutía en el mental. Le regaló el argumento parano dar marcha atrás.

Lo consiguió. Laura se sentía tranquilizada. "Evitar sufrimientoy dolor a la gente que te ama es la mayor prueba de amor", lafrase era perfecta. Podía continuar con su plan sin interrupcionesde su conciencia. Lo haría por la gente que amaba, por la genteque la ama.

Liberada de la prisión de su cabeza que la había detenido porunos momentos para continuar con sus planes, prosiguió y llamóa Teresa quién aún no le decía el nombre de los fármacos.

-Hola, guapa. ¿Cómo lo llevas?

-Lo mejor que puedo, lo llevo lo mejor que puedo -respondióTeresa-, ¿y tú, cómo lo llevas?

-Como quiero, lo llevo como quiero.

-Ay, Laura, tú siempre con tus cosas.

Laura se sintió algo molesta por la respuestade Teresa,después detodo ella tenía el derecho de llevar su pena como quisiera, ¿o no?

-Llamaba para preguntar sobre las pastillas para dormir, ayerno pude cerrar los ojos en toda la noche.

-Ah, sí, está bien, ¿tienes dónde anotar?

Teresa le día el nombre de tres medicamentos eficientes.

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-Sólo trata de no acostumbrarte a ninguno, todo esto de la qui­mio y la enfermedad pasará y no te conviene acostumbrarte aellos.

Laura se desbarataba cada vez que Teresa decía algo comoaquello. ¿Cómo podía decir eso en su estado? ¿Cómo podía estarella tan segura de que todo pasaría?

Al otro lado del teléfono unas risas se dejan escuchar. Era el hijode Teresa. Esa era la razón. Esa era la fuerza de ella. Su hijo.

El resto de la conversación transcurrió levemente. Se despidie­ron deseándose suerte mutua. Se despidieron acordando verse endos semanas más durante su respectivo tratamiento. "Ya no habrámás, ya no habrá otra ocasión", se repitió para sí misma.

La siguiente mañana Laura se dirigió hacia la farmacia. Eligióuna vez más una que estuviera lejos de casa para evitar cualquiertipo de cuestionamientos y más que ello cualquier tipo de charlaabsurda. A esas alturas las preguntas ya no le interesaban tanto.Total, siempre podría dar una respuesta rápida y salir de tonterías,pero las conversaciones, eso sí que le molestaba.

Llegó a la farmacia y pidió las pastillas, solicitó tres frascos.

-No es necesario que lleve usted tantos frascos. El problemadel sueño podría desaparecer. En algunas ocasiones sólo es estréso nervios. Mejor que sólo lleve uno -le dijo la dependiente.

Era el colmo, hasta la dependiente de una farmacia le daba con­sejos. Había salido lejos para evitar cosas como aquella. Laurasólo llevó un frasco pero no se fue a casa. No podía regresar sinla misión cumplida. Caminó por dos horas hasta encontrarse condos farmacias más. En ambas ocasiones para evitar la charlitasólo pidió un frasco. Regresó a casa y los dejó en el cajón delburó. Esperarían ahí hasta el siguiente lunes. El lunes del puntofinal.

Laura había elegido el siguiente lunes para el día de su muertepor dos razones. La primera era que sus hijos irían a visitarla elsábado anterior, se despediría, los besaría y los abrazaría como ya

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había dispuesto. Estaría lista para decir adiós. La segunda razónobedecía a un orden más mundano, algo muy del estilo de Laura,el lunes sería un buen día dado que las dependencias administra­tivas están abiertas y así ahorraría problemas burocráticos a sushijos que ya estarían muy afectados por los hechos. Así de precisaera ella, así era la disciplina que imponía en su vida, en este casoen su muerte.

El resto de la tarde lo ocupó iniciando con los preparativos parala despedida con sus hijos.

Laura se acercó hasta la cocina donde comenzó a picar en cubosfrutas y verduras, las cuales colocaba en refractarios por separa­do. Ella quería tener todo listo poco a poco, no tenía prisa por ter­minar, era de las pocas, poquísimas ocasiones en su vida en quese permitía el lujo de no tener prisa. De hecho conforme avan­zaba podía sentir la tranquilidad, la calma de no hacer algo porcompromiso, de no cocinar contrarreloj, de hacerlo sólo por elplacer de hacerlo. Se sentía rara. Se sentía extraña pero le gustabala sensación. Le gustaba saber que nadie evaluaría su desempeñocomo cocinera y si lo hacía no le importaba, si su familia hacíaalgún comentario negativo sobre la comida no le importaba, yano tenía sentido preocuparse por ello. Cuando no tienes nada queperder y estás preparando la cena previa a tu muerte, no es muyinteligente fijarte en comentarios absurdos. "Se siente bien -pen­s6-. Ojalá todo el mundo tuviera la oportunidad de saber cuándomorirá para quitarse de encima el lastre de pensar en lo que sigue,para dejar de pensar en lo que sucederá."

Cubos y cubos de comida seguían llenando espacios. Laura es­taba entretenida. Sus manos realizaban la tarea automáticamen­te, se movían con autoridad propia. Su cabeza hizo lo mismo ycomenzó a moverse sola, comenzó a hacer un viaje por su vi­da y en menos de un minuto estaba teniendo recortes de su vidatambién.

Pasó por muchos momentos, las imágenes se le venían a la me­moria como una serie de fotogramas que aparecían uno sobre otrosin ningún sentido y sin ningún orden de importancia. Fotografíasy fotografías se acumulaban. A los siete años, jugando con su pe-

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rro en el parque. La boda de su hijo mayor y los largos preparati­vos. Su primer día de escuela. Su primer novio y el amor inocenteque le profesaba. Sus días de trabajo como secretaria, las cartas,los faxes, las juntas. Sus días en la escuela, las amigas, los juegos,los deberes. La muerte de su marido y toda la trísteza que acariciópor aflos en su ausencia. El nacimiento de su primer nieto. Lasnavidades con su familia. Las fiestas, las cenas, las reuniones.Libros que había leído. Sus hijos adolescentes y su rebeldía. Eldía que compró su primer auto. Cientos y cientos de imágeneshasta que una congeló a las demás y se quedó fija en su mente. Unsecreto que ella misma había olvidado, uno que sólo ella conocía.No existía ningún testigo en contra suya con la excepción de supropia conciencia.

Hacía más o menos treinta años atrás Laura se equivocó o almenos así lo sentía ella, había sido un error, un gran error. Enese momento su memoria le recordaba aquella ocasión, la únicaocasión que le fue infiel a su marido. La ocasión en que le fueinfiel de más de una manera pues no sólo lo engañó carnalmente,aquella noche hubo formas más fuertes de engaño que poco te­nían que ver con el sexo.

Al recordar aquel secreto tan repentinamente, Laura se hizo unapequeña herida en el dedo con el cuchillo. Se distrajo y se lasti­mó. Al parecer mientras cortaba la fruta aquel pequeflo recorte desu vida fue más profundo.

Apenas tenía un año de haberse casado con su marido, todavíano había niños. Luis, su marido, trabajaba para una empresa detransportes y por aquel tiempo viajaba con frecuencia. Una tardeuna amiga de Laura la llamó para quedar y conversar, ella aburrí­da en casa aceptó encantada; acordaron verse en una cafetería quefrecuentaban cuando era soltera. Laura llegó diez minutos antesde la hora acordada. Desde que entró el aroma de un hombre queestaba sentado en la esquina de la barra le hizo girar la cabeza yencontrarse con su mirada de frente. Laura simplemente siguió sucamino. Pidió una copa de vino al mesero mientras esperaba. Pa­saron diez minutos y su amiga no llegaba. Pasaron veinte minutosy pidió al mesero otra copa de vino, después de treinta minutos

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pensó que su amiga no llegaría. El mesero se le acercó y le sirvióuna copa más.

-No gracias, yo no la he pedido -le dijo al mesero.

-La envía el hombre al final de la barra -Ie sefialó él.

Laura miró por encima del hombro del mesero y vio al hombrecon quien había cruzado miradas a su llegada. El hombre levantóla copa saludándola. Laura se sonrojó y bajó la mirada. Antes deque levantara la vista él ya estaba frente a ella.

-Hola, ¿puedo sentarme?

Laura estaba nerviosa. El mismo aroma le removió el estómago.Se sentía alagada pero no sabía qué responder. Se quedó callada yantes de que advirtiera por completo lo que sucedía el hombre yaestaba sentado en su mesa.

-¿Está esperando a alguien? -inquirió el hombre.

-A una amiga que parece no llegará, es una pena -respondió gi­rando el dedo por la circunferencia de la copa sin beberla.

-Pues para mí no es una pena, es una oportunidad de conversarcon una mujer hermosa.

Laura rio y el hombre comenzó a hablar. El lugar estaba cubier­to por una capa de humo de cigarro, música de fondo, ruido deplatos y vasos que iban de una mesa a otra, y sobre todo de pala­bras de todas las personas inmersas en sus conversaciones. Nadienotó que el hombre postrado a la entrada estaba ahora sentado enla mesa de la mujer solitaria. Salvo el mesero, nadie se enteró. Nohabía testigos.

Laura ya estaba aburrida y cansada de esperar a su amiga cuan­do aquel hombre se le acercó por lo que no le vino malla charla,

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ni siquiera se enteró cuando se encontraba sumergida en un marde palabras y una oleada de calor provocada por el vino. Pala­bras iban y palabras venían. Historias iban e historias venían.El hombre continuaba hablando con una elocuencia iniguala­ble, era pintor. Un bohemio que viajaba de un lugar a otro, sinreglas ni establecimientos, estaba en lugares diferentes siempreprobando sabores, percibiendo olores, tocando paredes, cono­ciendo ciudades, conociendo gente, conquistando mujeres.

Aquel hombre no era particularmente atractivo. En realidad, almenos fisicamente, Laura no se sentía atraída hacia él. Talvez fuepor ello que se sintió a salvo y permitió que la conversación y elvino fluyeran.

En el fondo de sí misma y posiblemente ni tan en el fondo Lau­ra poseía un espíritu y un corazón aventurero. Las palabras deaquel hombre la hechizaban, ella sonreía pues por un par de horasvivía aquello que hubiese deseado para sí a través de los cuentosdel desconocido. Estaba fascinada, estaba en medio de un sueño,un sueño muy bizarro pero sueño al fin. La cabeza comenzaba aaturdírsele un poco y reía más y más fuerte.

Corno el agua de un río que se dirige al mar, las manos del hom­bre se acercaron al cuello de Laura con una gracia y una precisiónque asusta, sus movimientos eran tan estudiados, tan conocidos,que era imposible darse cuenta cuál era su objetivo, al menosLaura no lo notó. Cuando quiso reaccionar era demasiado tarde.El intimidante aroma de su cuerpo la había perturbado desde queentró en el lugar, la fuerza de su mirada y el dulzón poder de suspalabras la enredaron.

El resto de la historia no fue muy diferente al final de otrashistorias como ésta. Laura despertó un poco confundida (másporque así le convenía que por verdad) fuera de su casa, des­nuda, con un hombre que no era su marido. Se llevó las manosa la cabeza y la movió diciendo no frenéticamente. Se vistió ysalió lo más rápido posible de aquel lugar, no dijo adiós, sólose fue.

Caminando por las calles tenía la sensación de que toda la genteen las aceras sabía lo que había hecho, estaba asustada y no deja-

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ba de reprocharse lo sucedido. ¿Cómo pude? ¿Cómo fue posible?¿Y si Luis se enterase? La cabeza y la culpa la perseguían.

Llegó a casa y tomó una ducha, se limpiaba y limpiaba el cuer­po, no podía eximir sus culpas, no dejaba de llorar, no podía creera lo que se había atrevido. No dejaba de pensar en las conse­cuencias si su marido se enterase. ¿Qué dirlan sus padres? ¿Quédirían sus amigas? ¿Qué seria de su vida? El miedo, la vergüenzay el dolor le iban llenando el cuerpo como una pesada carga. Sinembargo en la misma medida que estos sentimientos la llenabanconscientemente, en el inconsciente se enfurecía consigo misma.La noche que había pasado con el otro hombre le había desperta­do la idea de una traición mayor hacia su marido, le había desper­tado dudas, y eran dudas grandes.

En realidad Laura sentía que no era feliz. Esa era la verdad ab­soluta, todavía no se sentía enteramente feliz.

Al encontrarse de frente con el dilema de la infidelidad que co­metió pudo reflexionar un poco más sobre sí misma. Surgieron aflote reflexiones que se había hecho hace no más de veinticuatromeses. Súbitamente se daba cuenta que tal vez se precipitó unpoco al casarse, que debió pensarlo por más tiempo, que el hom­bre que eligió ni siquiera llenaba del todo su expectativas, susdeseos, que no era lo que hubiese querido. Tal vez, sólo tal vezdebió vivir más, conocer más hombres, besar más hombres. Talvez debió cometer un par de errores más para encontrar al candi­dato más apropiado que se ajustara a su necesidad y voluntad devivir con semejante intensidad.

Cuando se casó lo hizo con la idea de que todo encajaría en susitio de una vez por todas y entonces sería una mujer plena, reali­zada, pero la realidad distaba mucho de sus fantasías.

Al casarse perdió mucho de libertad y ganó mucho de obli­gaciones. Lo había notado desde los primeros meses pero no seatrevió a decirlo en voz alta, no se atrevió a confesarse que aque­llo no le gustaba. Se calló porque seguía esperando que las cosascambiaran.

Luis nunca se enteró de nada. Ella jamás volvió a pensar en suequivocación, pero tampoco volvió a pensar en ese hombre, el

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hombre de la aventura que le arrancó la venda sobre los ojos porun día. Laura se volvió a colocar la venda con más fuerza queantes y decidíó resignarse a aquel escenario que le tocaba vivir.

Con el paso del tiempo, Laura se acostumbró a todo a su alrede­dor, vinieron los hijos y con ellos más ocupaciones y más quehace­res. Se decidió a seguir viviendo la vida tal como lo había hecho,poco a poco acalló la voz interior que le exigía llevar una vida conmás ambiciones, ella misma sofocó el susurro de su espíritu aven­turero. Sí, era cierto que fue feliz, que con el tiempo llegó a quereren demasía a Luis, que lo respetaba y que le dolió muchísimo cuan­do la abandonó el día de su muerte. También era cierto y seguíasiendo cierto que sus hijos llenaban su vida creciendo, riendo ytriunfando, que se sentía orgullosa de sí misma por sus éxitos y suslogros. También era cierto que pasó veinte años un poco dormida.

Su vida era envidiable ante los ojos de todos pero en el fondoella sabía que siempre le faltó algo, que algo le faltaba. Aquellaaventura le dio la justificación precisa que su cerebro necesitabapara contenerse, la culpa le ató a un destino que aceptó sin titu­bear como agradecimiento de no haber sido descubierta nunca. Elprecio fue muy alto aun cuando ella no era plenamente conscien­te. El precio fue no vivir plenamente.

Esa era la razón por la que había comprendido perfectamente aBeatriz en la banca del parque, esa fue la razón por la cual habíasido tan tremendamente empática, Laura conocía el sentimiento.Sabía la razón por la cual ella se encontraba asfixiándose y tam­bién entendia lo que significa no saber por qué se siente de esamanera. "Las mujeres que lo tenemos todo ante los ojos del mundodebemos sentimos felices y agradecidas, pero no siempre una casa,hijos y marido nos llena. En el fondo no poseemos nada sino anosotras mismas."

Su cuerpo y su cabeza regresaron al presente. Estaba de nuevoen la cocina de su casa después del pequeño recordatorio. Se sen­tía triste por las confesiones que su olvido le hizo a su memoria.Decidió no seguir por aquel día y se fue a dormir.

Al día siguiente Laura se encontraba fuera de sí, estaba ausente.La serenidad del día anterior se había desvanecido. Corría de un

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lado a otro preparando todo para la visita de sus hijos, cortaba,limpiaba y cocinaba. Escuchaba música y tenía encendido el te­levisor. Todo era una locura, estaba tratando de escapar desespe ­radamente de su cabeza. No quería escucharse, no quería sentir.Se inyectó una dosis de ocupaciones innecesarias para escaparde sus reflexiones. No pensar. No pesar. Ese era su objetivo. Enuna semana estaría muerta si se apegaba a sus planes, así que nohabla razones para detenerse a complicar las últimas horas de suexistencia con dilemas filosóficos que le hablan perseguido aliasy que la hablan mermado exitosamente. A fuerza de cansancioconsiguió apagar la mente.

El timbre sonaba. Era el timbre de la puerta exterior. El sábadopor la mafíana habla llegado y sus hijos estaban a la puerta de casa.Se quedó dormida. Dejó la cama con mucha prisa. "Demonios,dos semanas planeándolo y me quedo dormida, demonios."

Los hijos de Laura entraron en casa y llenaron los espaciosvacíos del piso en cuestión de segundos. Su hijo y su yema seaduefíaron del salón y encendieron el televisor. El partido de fút­bol estaba comenzando. Su hija y su nuera se apoderaron de lacocina, las dos pusieron su "toque" en las cosas que Laura habíapreparado y comenzaron a charlar sobre lo rápido que crecen losniños, Y ellos, los niños, los nifíos se deshicieron del silencio.

Ahí estaban todos. Ahi estaba su vida resumida en una sola jor­nada. Sus últimas horas en el mundo comenzaban a correr. En esemomento comenzaban las horas que modificarían su existencia.El reloj contaba hacia atrás.

Laura observaba a su familia detenidamente. Congelaba cadainstante. Los miraba hablar, los miraba comer, los miraba mover­se, estaba exageradamente atenta a cada movimiento que cada unode ellos realizaba. Los estaba memorizando. Estaba cumpliendocon su palabra y se estaba despidiendo a su manera. Sin lágrimas.Sin aspavientos. El corazón le dolía. Frente a ella estaba todo elamor y la belleza que la vida le había regalado.

No quería dejarlos, no quería separarse de ellos, los amaba.Finalmente eran todo lo que valia la pena en el mundo. Habíademasiadas cosas que decirles, demasiados consejos que dar-

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les, muchas experiencias que no les había compartido. ¡Necesitabatiempo! ¡Necesitaba más tiempo! Quería disfrutar de ellos aún, losquería besar y abrazar muchos más días, muchos más años. Lauraentendió en ese momento por qué por todos lados se dice que debe­mos vivir nuestros días como si fueran el último. Nunca se sabe.

¿No es el mayor acto de amor evitar dolor a quien te ama? ¿Noes una prueba más fuerte de que los amas, evitarles el sufrimiento?Incluso en las ocasiones en que no se enteran de los motivos paraprivarlos de algo. En el caso concreto de Laura tal vez su familia noentendería nada pero ella sí que podía justificar el motivo.

Era hora de los obsequios.Se acercaba a su habitación en busca de los regalos cuando se

tuvo que frenar rápidamente al escuchar una conversación entresus hijos.

-¿De verdad crees que no pasa nada?, no te parece extraño quenos llame tan de repente, sin ningún motivo en especial. Yo sigopensando que pasa algo extraño.

-No, no hay nada de extraño. Nuestra madre es mayor. Cadadía es mayor y en ningún punto comenzará a hacerse más joven.Es normal que quiera vemos más y nosotros tendremos que hacerun esfuerzo por ayudarla.

Extraño. Mujer Mayor. Hacer un esfuerzo por ayudarla. Esas pa­labras le golpearon y dolieron más fuerte que sus secretos y suenfermedad. No resistió y se acercó a sus hijos abrazándolos. Ellosle abrazaron también un poco apenados al saberse descubiertos.

Laura terminó la velada feliz, contenta de verse rodeada detodo el amor que conocía. Se vio sola por la noche de nuevo,pero satisfecha de que todo siguiera su rumbo, tranquila. Serenay agradecida con Dios por no haberla tomado repentinamente.Agradecida por tener la oportunidad de decir adiós lentamente ala gente que quiere.

"Se terminó. Se acabó la farsa", se dijo.

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XIII

Una noche más sin conciliar el sueño totalmente, una noche sindescansar, ya eran cinco al hilo de forma consciente, más de milde forma inconsciente. Las palabras de su madre su abultaban ensu cabeza, los recuerdos de su hermano casi podían acariciarse,las memorias de su adolescencia le dolían cuando las evocaba.Un dia más estaba comenzando, una nueva cita con la vida, conla vida que se le había venido abajo en menos de seis días, todo sele escapó de las manos, todo se le desvaneció, perdió el control,la brújula se le cambiaba de dirección.

De mala gana se levantó de la cama, se puso de pie con es­fuerzos, entró en la ducha y ni se enteró si se lavó el cabello, noestaba segura de haberlo hecho, todos sus movimientos se habíantornado torpes, su mente difusa, su mente confusa.

Entró en la habitación. Se sentó en la orilla de la cama todavíaenvuelta en las toallas de baño y comenzó a frotarse los pies.Miró a lo alto del guardarropa. Dudó. Miró de nuevo y volvió adudar. Sentía nervios, miedo. La miró y la ignoró.

El reloj sobre el buró indicaba las once de la mañana, ya era tar­de, su cita con el médico no podía aguardar más. Se vistió. Cogióun bolso del armario y miró hacia arriba con el mismo nerviosis­mo. No resistió. Usó un taburete como escalón para alcanzarla.Era su caja de recuerdos. Largamente olvidada. Intencionalmenteolvidada.

Se sentó de nuevo en la orilla de la cama. La abrió, no era Pan­dora precisamente, pero como si lo fuera. Las cartas. Las notas.Las fotografias. Su cuaderno de notas. Su compañero, su únicoconfidente. Se mareó, corrió al váter a vomitar. Cepilló sus dien­tes y se tumbó en la cama de nuevo. Ahí estaba todo, todo lo quese había prometido estaba escrito en aquel cuadernillo, todo loque se había perdido estaba en aquellas fotografías, todo lo queno se había atrevido a decir estaba escrito en aquellas cartas, enaquellas notas. Todo, estaba todo, veinte años de recuerdos es­taban ahí resumidos en una cajita de recuerdos. Estaba todo, nofaltaba nada. Eran las once treinta, demasiado tarde.

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Fue a la cocina, bebió café. Entró por última vez a la habita­ción, miró el cuadernillo y lo metió en su bolso junto con una parde cartas cogidas al azar y unas fotos igualmente seleccionadas.Salía de casa, se miró como de costumbre en el espejo junto ala puerta. Como de costumbre se miró. Por primera vez en mu­cho tiempo no se gustaba demasiado, no se agradaba demasiado.Hizo mueca de hartazgo y dejó la casa.

"Taxi. Taxi.Al hospital central por favor." Durante el recorridosujetaba con fuerza el bolso, lo acariciaba. Sabía que dentro esta­ba el cuaderno, las fotos y las cartas pero no se atrevía a abrirlo,era violento pensar en lo que se encontraría, aún cuando sabíaperfectamente lo que encontraría. El ansia le quemaba, la curio­sidad se le encajaba pero el miedo la frenaba, la detenía. Llegóal hospital.

No quería hablar con nadie, no quería dar explicaciones a nadie.Entre menos personas supiesen el motivo por el cual se encontra­ba en el hospital sería mejor para ella y no precisamente porquese sintiera avergonzada o que la juzgaran. No, el motivo era mássimple. No quería ver a nadie. No quería hablar. Prefería aislarsedel mundo. Prefería pasar el tiempo retraída en la pequeña isla desus pensamientos. Sin saber de nada. Sin saber de nadie.

Se acercó a la recepción y explicó a la administrativa el motivode su visita. Aquella le dio la papelería que debía llenar antes depasar con el médico. Formatos. Formatos y más formatos. Edad.Lugar de Nacimiento. Nivel de estudios. Ingresos promedio. Es­tado civil. Alergias a medicación. Última regla. Semanas en gra­videz probables. Etc, etc. Era una hoja estadística. ¿Ya quiéndemonios le interesaban sus motivos? ¿Y si no tenía ninguno?Sólo no quería tener hijos y ya. Un segundo formato.Anteceden­tes familiares. Tipo de sangre. Semanas en gravidez aproximadas(de nuevo). Edad. Peso. Altura, más y más preguntas; entre tantaconfusión se equivocó de renglón, hubo de solicitar otro formatoque la administrativa le dio con mala leche. Seguro que aquellasabía el motivo de su visita y ya le estaba juzgando. Presentandotestigos y sentenciándola. Intentó ignorarla pero no fue del todofácil. El bolígrafo dejó de pintar y para ahorrarse la cara de la

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administrativa buscó uno en su bolso. Ahí seguían, nada faltaba.Los recuerdos esperando por ser revividos. Esperando ser des­cubiertos. Las letras y las imágenes eran peor que la cara de laadministrativa así que cerró el bolso y le pidió un bolígrafo, elcual de nuevo le dio de mala gana.

Se acabó el papeleo. Lo entregó. Le indicaron esperar fuera delconsultorio once, ahí le llamarían. Espera. Espera. Minutos largos,muy largos. Finalmente escuchó su nombre y se acercó. La pe­saron. Midieron su altura. Se vistió con la bata. Se tumbó en elbanquillo. El médico le hizo las mismas preguntas del formulario.¿Cuándo fue su última visita al ginecólogo? ¿Cuándo su últimaregla? ¿Cuándo, cuándo? Él seguía explorándola y ella odiándolo.Sentía el metal frío. Le calaba el frío, siempre había odiado visitaral ginecólogo como todas las mujeres lo odian. Sentía frío en todo,en el metal y en las palabras del médico. La consulta terminó.

La tortura era la que había terminado.

-Se encuentra en buen estado de salud, flsicamente está ustedpreparada para la cirugía, pero quiero que lo piense bien antes detomar una decisión tan definitiva -dijo el médico.

-Estoy segura, programe la cirugía, lo más pronto posible -con­testó Alicia molesta.

-Muy bien, el próximo miércoles entonces si se siente tan se­gura -dijo el médico.

-Muy segura -remató Alicia.

"¿y ese idiota qué sabe? ¿Él qué demonios sabe si estoy segurao no? ¿Que lo piense bien, que lo piense bien? Si no he tenido unmomento de sosiego. ¿Qué le hace imaginarse que no lo he pen­sado?" Totalmente disgustada abandonó el consultorio. Se acercóa la administración. Hizo el pago de la operación y se marchó.

Caminó por las calles, caminó y caminó, nunca se le habíanhecho tan largas las calles, nunca tan pesados los pies, nunca tan

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pesado el bolso. El bolso que aún cargaba con sus notas. El par­que, tenía de frente el parque por el que solía caminar cuandoreflexionaba sobre algo, cuando necesitaba cavilar. El mismo par­que por el que caminó el día que se enteró que no era promovida,el mismo parque por el que caminó la noche que se enteró estabaembarazada. Todo el mismo día.

Se acercó con pasos vacilantes, las hojas secas de los árbolescrujían por doquier bajo sus pies, el otoño era más que evidente.El cielo estaba ligeramente nublado y se adivinaba que caeríalluvia para la tarde. Era el marco perfecto para adornar su melan­colía, su nostalgia. Finalmente se sentó en un banco ubicado enel centro del parque cerca de una fuente con estatuas de delfinesque escupían el agua hacia arriba.

La angustia en la que su madre la había colocado dos nochesatrás fue desapareciendo. La ira que el médico le inyectó durantela mañana se fue apaciguando. Alicia escuchaba con claridad elcorrer del agua de la fuente y las risas de los niños que jugaban enel parque; oía lejanamente música que unos chicos escuchaban,oía sus carcajadas y sus chistes.

Despacio, con mucha calma pasaba sus manos una y otra vezpor el forro externo del bolso, por más de diez minutos repitió elademán. Su mente se despejó un poco, pero su corazón se ace­leró. Estaba asustada. Sentía miedo. Tenía que hacerlo. Casi sepodría decir que se lo debía. Tenía que intentarlo. No estaba se­gura de muchas de las cosas que se encontraría. "Tal vez estoyexagerando", se dijo. Pero no, en el fondo sabía que aquello noera una exageración. Esa caja estaba guardada en lo alto por unarazón. Sí que había un motivo. Evitarla. La había dejado relegadaen el fondo del armario ignorándola, sin valor para abrirla y sinvalor para mirarla.

Todo lo que había querido ser estaba escrito en esas páginas. Lacomparación con lo que era actualmente sería inevitable. Aliciacontra Alicia se habían encontrado esa tarde en esa banca del par­que y el encuentro no se podía aplazar más, no se debía aplazarmás. Alicia niña se encontraría con Alicia mujer.A ver qué pasa.A ver qué sale. "Ahora o nunca", pensó. Ahora, decidió.

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Abrió el bolso.Respiro con fuerza y espero unos segundos a que su corazón

cogiera un ritmo más natural. Espero a que el temblor de las ma­nos se desvaneciera un poco. Buscó en el fondo y sacó la primerafotografia.

La imagen era de ella con su hermano cuando tenía cinco ailosaproximadamente, él la cargaba en hombros. Él tendría trece ocatorce. Suspiró. En los recuerdos hacía ailos que no miraba esafoto y en la realidad meses que no veía a su hermano. "Es queestoy demasiado ocupada", susurró intentando justificarse sola.

Los últimos días le habían traído un huracán de memorias yrecuerdos que no podía contenerse y tal como los vientos de unhuracán cobran fuerza y su fuerza se vuelve más destructiva, susideas y sus pensamientos se tomaban más poderosos y arrasabancon su presente, aun cuando la realidad fuera de sus pensamien­tos hacia lo propio.

Metió la mano en el bolso de nuevo y esta vez lo que apareciófue una pequeila libreta, la pasta estaba desgastada y las hojasamarillentas, algunas se desprendían y algunas ya estaban sueltas.Hacía muchos ailos que Alicia no leía esas páginas, hacía ailosque no pensaba en sus propias palabras, tal como había dicho desu hermano, no había tenido tiempo para acordarse de quién eraella misma de verdad. De quién habla querido ser.

Aun cuando Alicia conocía lo que estaba escrito en aquellaspáginas sentía un extrailo nudo en la garganta y un cosquilleo enel estómago.

En las primeras páginas estaban escritas las pequeilas y tontaspreocupaciones que tiene una adolescente; dudas sobre su cuer­po, cosas de amigos del colegio, algún poema escrito al cantantefavorito, y en esas mismas páginas estaban escritas preocupacio­nes sobre su madre, y muchas, muchas páginas estaban dedicadasa sus sentimientos después de cada una de sus discusiones, cadavez que ella y su madre tenían un altercado Alicia se marchaba asu habitación y volcaba en su cuaderno lo que sentía.

Sentimientos como miedo, desesperación o frustración estabanperfectamente plasmados y descritos en esas páginas. Cuidado-

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samente descritos para ser las palabras de una niña de trece años.De todos ellos, de todos sus sentimientos el que aparecía con ma­yor frecuencia era el de la impotencia, la sensación de no poderhacer nada para cambiar las cosas, la impotencia de trabajar unay otra vez y no obtener resultado, la impotencia de esforzarse poragradar a los demás y en especial a su familia y no conseguirlo.Desgastarse y no lograrlo. Sentada en la banca del parque. Aliciase rio con un aire sarcástico. "Bueno eso no ha cambiado mu­cho", se dijo, y continuó girando las páginas de la libreta.

Cosas aparecian y cosas desaparecían. Se reía con gracia de al­gunas tonterías, se divertía al reconocerse a ella misma aun cuan­do era lentamente.

Todo transcurría con aparente calma.Todo transcurría con aparente calma. No fue sino a la mitad de

las notas cuando se encontró con una reflexión que la paralizó,una reflexión que de verdad se le metió en la cabeza. Eran unosrecortes de revista, eran recortes de vestidos. Y unas notas junto aellos sugiriendo modificaciones. Alicia se encontró de frente conun sueño olvidado.

Quería ser diseñadora de modas.Quería hacer ropa bonita para ella y para su madre. Quería

hacer diseños para todas las mujeres. Ese era su sueño. Pero se lehabía perdido. ¿En dónde se le había perdido?

Lo sabía perfectamente, reconocía el lugar y el momento enque se le olvidó esa fantasía, en realidad era una combinaciónde dos momentos. El primero de ellos fue cuando su madre miróaquellos recortes en su cuaderno. En la casa de Alicia no habíamuchas cosas prohibidas para nadie y su cuaderno de notas no erala excepción. Su hermano, Daniel, lo había mirado y comenzóa reírse apenas vio las notas de Alicia. Le arrebató el cuadernode las manos y comenzó a hojearlo corriendo por toda la casa,carcajada tras carcajada Daniel corría y Alicia corría detrás deél suplicando que se lo regresara. "Quiero ser una diseñadora fa­mosa y que las mejores actrices se pongan mi ropa." Esa era unade las frases de la Alicia niña. Su hermano la leyó en voz alta yse partía de risa. Cuando la madre de ambos se percató de lo que

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sucedía y Alicia se quejó de las burlas de Daniel, ella sólo dijoque no era para tanto. "Diseñadora de modas, ay Alicia, qué voya hacer contigo", díjo su madre.

Alicia apretó contra su pecho el cuaderno. Recordar aquellatarde era doloroso, recordó que después de eso se encerró en suhabitación y lloró, lloró por horas. Se vio a sí misma de treceaños sintiéndose inundada por aquel sentimiento, el sentimientode impotencia. El de no poder gritar, el de no poder defenderse,el sentimiento de desplazamiento que sentía. No es que su familiano la quisiese pero ella, a veces se sentía demasiado sola, sentíaque nadie la entendía, que nadie la comprendía. \éinte años des­pués el sentimiento de impotencia y soledad seguía viviendo yconviviendo con ella en todo lo que hacía.

Alicia seguía sintiéndose sola, seguía sintiéndose incompren­dida e impotente ante situaciones sencillas, o no tan sencillas.Impotente ante situaciones presentes como la de perder una opor­tunidad de empleo.

La segunda ocasión en la que los sueños de Alicia parecieronpequeños y ridículos fue la noche en que su hermano entró acasa anunciando su partida a Francia. Esa noche fue la definitiva.Ser diseñadora nunca se compararía con el futuro brillante quele esperaba a su hermano. Nunca. La cara de las personas a sualrededor; padres, amigos, familiares, vecinos nunca seria igualpara ella si continuaba pretendiendo ser diseñadora. Ese recuerdoestaba más fresco, apenas hacía dos noches, después de la cenacon sus padres lo había evocado.

Alicia era incapaz después de renunciar a aquel sueño de com­partirlo con cualquiera, excepto por una vez que le habló deaquello a una amiga en el instituto. Era una noche que las dosse encontraban en una fiesta de pijamas. Las dos amigas habíancomenzado a compartir cosas, cosas de chicas, sus gustos, susanhelos, los chicos que les gustaban y,Alicia compartió su sueño.Su amiga se echó a reír como los otros. Le dolió.

-¿Cómo alguien que es tan inteligente como tú puede quererser diseñadora? -le dijo aAlicia.

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-¿Yeso qué tiene que ver? Ser inteligente no tiene nada quever con ello.

-Bueno, si tú quieres perder el tiempo pretendiendo ser la nue­va Carolina Herrera es tu problema -cerró la amiga.

"Perder el tiempo, si la gente me diera una moneda cada vezque dice esas palabras sería rica", reflexionó Alicia.

En fin, el sueño se perdió, las ilusiones de una pequeña se es­caparon y en su lugar se había posado un camino de tareas, detrabajos, de esfuerzos que si bien nunca fueron inútiles sí fuerondevastadoramente demandantes y cansados. Un trabajo tras otro,una tarea tras otra. No se daba tregua ni descanso. Luchaba pri­mero en el colegio, después en el trabajo, no dormía, no se ali­mentaba apropiadamente. En el camino que ella misma se habíaforjado, el que ella eligió había perdido muchas cosas, ninguna deellas voluntariamente pero las había perdido.

Alicia ensimismada con su mente reflexionó en aquellas cosasque se le habían ido, en todas aquellas cosas que se le habían es­capado por su exigencia, por alcanzar metas cada vez más altas.Pensó en otras oportunidades, en otros caminos, en aquellos sen­deros que abandonó o que simplemente no miró por mantener lavista fija en el que se había trazado como principal.

Noches de sueño, de mal dormir que se habían ido, que no vol­verían. \éranos enteros esforzándose con cursos extra, con estu­dios extra. La pérdida de amistades a quienes no tenía tiempo deatender y buscar. Y romances, amores que se habían quedado enel camino porque no podían resistir el ritmo de la pobre Alicia,que no podía avanzar a la velocidad que ella andaba. Éxitos y máséxitos, y entre más éxitos. Pérdidas y más pérdidas.

Durante muchos, muchos años pensó y estuvo convencida deque había realizado las acciones correctas, que todo aquel esfuer­zo era necesario, aquella tarde sentada en la banca del parqueesa seguridad no era real. Se cuestionaba, se cuestionaba. ¿Haciadónde iba su vida? ¿Hacia dónde? No lo sabía con la certeza quecreía. Sí, era cierto, tenía un esquema general de lo que deseaba

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y de lo que no deseaba. Se había concentrado demasiado en eléxito profesional, más que en el éxito personal. Se había visua­lizado con dinero a su alrededor, se había visualizado como unalto ejecutivo de su empresa. Se había visualizado como una grangestor de empresas. Se había visualizado en la cima. Se habíaesforzado, había trabajado, pero los resultados no habían llegadoni tan rápido, ni tan seguros como ella se los había planteado. Surealidad se veía superada por su fantasía pero no precisamente enuna forma positiva.

Se oprimió. El encuentro cara a cara con su pasado y con supresente había sido violento. Choque frontal del que no habíansobrevivido muchas cosas. Un impacto del que no había muchoque rescatar. Sí, ahora era una mujer adulta e independiente. Peroen otro plano también a veces, se sentía sola y agobiada. Éxitos,éxitos. Pérdidas, pérdidas. ¿Cuánto le hacía falta por aprender?

El frío comenzaba a aumentar y se le colaba por el tejido dela ropa. Estaba cansadísima. Exhausta. Nunca se había sentidotan cansada. Nunca se había debilitado tanto, ni siquiera en esasarduas horas de trabajo autoimpuestas. Los brazos le pesaban, laspiernas no le obedecían para andar, no respondían. La cabeza legiraba y la visión se le había tornado nublada. Logró ponerse enpie. Pensó en caminar para llegar a casa pero no tenía ánimos nivoluntad y ejerciendo consigo misma un acto de honestidad tam­poco quería llegar a su casa.

Se sentía un poco extraviada y "un mucho" sola.Quería perder un poco el tiempo por primera vez en muchos

años. Quería caminar y pasear. Quería distraer su mente, queríadarse una pequeña tregua. Las inundaciones de sus recuerdos ysus ideas, de sus planteamientos y sentimientos lo habían desbor­dado todo, desbordaron cuerpo, corazón y mente.

Caminó un poco hacia las orillas del parque, sujetando el bol­so con fuerza, en aquel momento aquellas fotografías se habíantransformado en un tesoro que no quería perder.Años y años hu­yendo de ellas y ahora eran su mecanismo de defensa, ahora leayudarían a redactar las líneas de su nueva vida. Sí, estaba dis­puesta a tener una nueva vida. La planearía detenidamente, la es-

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cribiría y se daría la oportunidad de comenzar de nuevo, de trazarun nuevo camino. Un andar más tranquilo, más relajado.

La vida de una persona puede cambiar en un segundo por unhecho repentino, por un instante, un incidente, pero en el caso deAlicia no era así. Ella había experimentado un cambio paulatinodesde diez días atrás cuando no fue ella la elegida para ser lanueva coordinadora general de cuentas especiales. Esa mañanahabía desembocado todo. Su vida cambió, después vino la noticiade su embarazo no deseado, la visita de sus padres, la montañade recuerdos. Como un pequeño puño de nieve que baja por unacolina, todos sus pensamientos y todas sus consecuencias habíanido creciendo hasta transformarse en una montaña de nieve. Enuna avalancha de reflexiones. ¿Quién soy? ¿En dónde estoy? ¿Adónde voy? ¿Soy feliz con lo que soy?

Ella no lo sabía pero aquellos pasos de salida del parque se ha­rían fundamentales en su vida.

Dos almas residían en el pecho de Alicia. Dos Alicias estabanen pugna una contra la otra, pues eran mutuamente opuestas, perofinalmente ella era las dos. La primera de esas Alicias luchabaincansablemente por alejarse de la otra. Aquella Alicia mediantecostumbres resistentes y duraderas pretendía aferrarse al mundoque siempre había conocido y deseaba mantenerla en el mismorumbo que llevaba hasta ese punto; la segunda combatía con fuer­za para obtener la victoria de la primera. Se esforzaba por salirde su capullo, se esforzaba, insistía en dejar todo atrás e iniciaren ese mismo momento una vida nueva, una vida más apegada alos deseos originales de sí misma, sin tantos trabajos, sin tantosproblemas, sin tantas miradas sobre ella.

La batalla que había iniciado y se desarrollaba en silencio, aje­na a la parte consciente deAlicia pronto tendría fin, pronto termi­naría. Finalmente no habría un ganador absoluto. Las dos Aliciaseran una misma, las dos se completaban mutuamente aun cuandofueran en direcciones opuestas.

Llegó hasta la avenida principal, llamó a un taxi. Seguía sinánimo de llegar a casa. Pensó donde podría tontear y entretenerse."En el centro, iré de compras", pensó.

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El camino que recorría el taxi pasó frente a un teatro en cuya mar­quesina se exhibía el títuloLa vacía existencia. Era una obra deteatro de la que había escuchado hablar en los cotilleos de la oficina.Un par de colegas de la oficina la había comentado. Era la historiade una mujer casada que se sentía encerrada en su existencia y quese deprimía con facilidad porque su vida carecía de sentido y de di­rección. La mujer conoce a un hombre del que se enamora y su vidacambia. La mujer se atreve a abandonarlo todo y se fuga con él.

Alicia había intentado asistir a la puesta en escena, pero las mu­chas horas que pasaba en la oficina se lo habían impedido, por nomencionar su eterna discusión acerca de ir al cine para comentaro al teatro para presumir y como ya le había ganado la primiciade ver la obra no se decidió a ir.

Como nunca antes, Alicia se dirigió al conductor. Nunca habla­ba con nadie y mucho menos con los conductores del taxi y loestaba haciendo.

-¿Le gusta el teatro? -preguntó Alicia.

-Je, nunca voy al teatro señora, con lo que gano no puedo ir-respondió de mala gana el taxista.

Alicia que pareció no notar la respuesta malhumorada del con­ductor continuó.

-A mí sí, a mí sí me gusta. Me hace sentir mejor. He queridovenir y ver esta obra pero no he podido. ¿Usted ya la ha visto?

-Que no señora, que no me gusta el teatro ya se lo dije.

-Ah, pero ... ¿El cine, le gusta el cine? -insistió Alicia.

-Pues no, tampoco me gusta, no me gustan las peliculas ni elteatro, para mí, como yo lo veo, sólo son fantasías, historias queescribe alguien que no sabe nada de la vida. Escriben una historiasin saber nada, nada. Nada más nos ponen delante de los ojos to-

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das las cosas que uno no puede ser en la vida real. Y luego uno sedeprime porque ve en la tele todo lo que no podrá ser jamás.

-Bueno, pero a veces alguno lo logra y hacen historias de lavida real-dijo Alicia.

-Pues si usted cree eso debería venir a ver esa obra. Escucholas conversaciones de la gente que se sube al taxi y dicen que esla realidad, que es lo que nos pasa a todos, que retrata la tristeza,decía una mujer con su marido apenas la semana pasada.

-Pues vendré esta noche -concluyó Alicia.

El rojo del semáforo detuvo el taxi en una esquina. Alicia miróhacia la calle y vio a Beatriz, Beatriz, una compañera suya enla universidad. Otra persona más de su pasado aparecía. Beatrizestaba de pie con una niña a su derecha, una pequeña de nueveaños, quizá. "Seguro que es su hija", pensó. El semáforo cambióde luz roja a verde y el taxi arrancó.

-No espere, dé la vuelta -le díjo Alicia al taxista.

Alicia síntió el deseo de saludarla. La emocionó encontrarsecon ella de esa forma tan fortuita. Habían sido buenas amigas enla universidad pero se habían perdido la pista. Hacía años que nohablaba con ella o algún otro de la universidad.

-No puedo dar la vuelta señora. ¿Qué no ve que es un solo sen­tido? -dijo el taxista casi gritando.

-St, sí. Entonces pare, me bajo en la esquina.

Alicia se bajó del automóvil. Sacó el dinero del bolso. Las foto­grafías y su libreta seguían en su lugar. Su pasado e ilusiones enel bolso. Su antigua amiga en la esquina contraria. Qué emoción,todo regresaba lentamente.

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Cuando Alicia bajó del taxi giró la cabeza a la esquina dondevio a Beatriz para ubicarla.

La pequeña que acompañaba a Beatriz se había echado a co­rrer. Beatriz iba tras de ella. La niña corría sin mirar, en ningunadirección. Las luces del semáforo habían cambiado de nuevo. Elrojo se había ido y daba paso al verde. Los motores de los autosse aceleraban de nuevo. La niña en su carrera atravesó la calle.Un auto de color rojo no pudo frenar. Nadie habría podido frenara tiempo. La niña estaba en medio de la calle, en segundos.

Alicia se llevó una mano a la boca ahogando un grito. Alicia sellevó la otra mano al vientre protegiendo lo que llevaba dentro.

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XIV

Un círculo de curiosos y gente asustada alrededor de Ana.La pequeña yacía tumbada en el suelo inconsciente, un débil

hilo de sangre corría desde su nuca y recorría lentamente la callecuesta abajo, desapareciendo entre los pies de los múltiples asis­tentes al evento trágico.

Un joven hombre rubio no paraba de tocarse la cabeza con lasmanos tirando de su cabello. "No la vi, no la vi -decía el hom­bre-. La niña apareció de la nada frente al auto y se me ha tira­do encima, ustedes lo han visto", decía el hombre cada vez másdesesperado. El joven apenas alcanzaría los treinta años, el pobreinfeliz no podía dejar de atormentarse.

Una mujer mayor se acercó hasta el hombre, quien se habíadesplomado sobre el piso, atormentado por la imagen de la niñavolando por el aire. La mujer lo cogió por el brazo y se sentójunto a él. "Claro que no fue culpa tuya. Yo lo he visto todo. Tran ­quilizate", animaba al joven.

Beatriz continuaba petrificada, seguía en shock. De repenteparecía que el tiempo se hacía eterno. No habían pasado ni dosminutos desde el impacto, a Beatriz le parecía una eternidad; ellacontinuaba ahí, anclada al suelo, no podía creerlo. No reacciona­ba, simplemente no era capaz de reaccionar ante la situación. Sequedaba inmóvil. Anonadada. Permanecía justo en el lugar desdedonde vio a su hija salir proyectada por el auto.

Con una mano en la boca y la otra en el estómago, petrificada,no movía un músculo.

La misma mujer que hace unos segundos auxiliaba al joven queconducía el automóvil se acercaba a Beatriz, era Laura. La tomópor el brazo y la apartó del tumulto. Sosteniendo el teléfono conla otra mano, Laura ya había llamado a una ambulancia.

Beatriz no terminaba de reaccionar. No hablaba. No respondía.Laura le dejó sentada en un banco y regresó hasta dónde Ana seencontraba abriéndose paso por entre la gente.

-¡Dejen que corra el aire!, ¡muévanse, lárguense de aquí! ~gri­

taba Laura. Había tomado el control de la situación.

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* * *

Alicia continuaba mirando desde la esquina donde había con­templado el accidente. Estaba llorando. Observaba todo, habíaestado observándolo todo. Miró a Laura acercarse a Beatriz cuan­do la dejó sentada en la banca. Habla visto al hombre del taxillorando y gritando desesperado, también miró a la gente alejarsecuando Laura les había gritado. Desde aquella esquina Alicia se­guía llorando y continuaba observándolo todo. Miraba a Beatriz,que continuaba sentada en la banca.

Alicia dudaba, no sabía qué hacer. Estaba totalmente confundi­da. Acercarse. Alejarse. No tenía idea sobre lo que debía hacer.

Tampoco sabía que la niña tumbada en el suelo era hija de Bea­triz.

* * *

Desde la otra esquina, Eduardo veía el tumulto que se había for­mado. Podía observar gente ir y venir. Él continuaba sentado enla terraza de la cafetería hablando con su amante. No podía evitarque su atención se desviara al tumulto.

-Eduardo, ¿me estás escuchando? ¿Me estás prestando aten­ción o estoy hablando contra la pared? -musitó la amante al darsecuenta de la distracción de Eduardo.

-Sí, sí. Teestoy poniendo atención, pero hay una pelota de gen­te que se ha formado en la esquina. ¿Qué habrá pasado? -respon­día él.

-Ya mí qué demonios me importa lo que ha sucedido, a mí loúnico que me interesa es lo que está pasando entre nosotros dos,eso es lo único que me importa de momento.

-Sí, sí. Ya lo sé. Ya sé que estás muy interesada en nosotros-respondía Eduardo a la vez que una pareja de chicas se sentaba

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justo en la mesa, a un lado de ellos, murmurando sobre el acci­dente que ocurría en la otra esquina.

Eduardo no resistió la curiosidad y preguntó a las chicas sobrelo que estaba sucediendo.

-Una niña, una pobre niña que han atropellado en la esquina-contestó una de la chicas velozmente.

-¿Una niña? -cuestionó Eduardo--. ¿Y qué sucedió con ella fi­nalmente?

-No sabemos, había mucha gente y nos hemos alejado. Al pa­recer la niña iba corriendo sin ninguna dirección y se aventó en­cima de un taxi a mitad de la calle cuando estaba la luz verde. Nosabemos si vivió o murió, cuando nos alejamos no había llegadola ambulancia -intervino de nuevo la mujer.

-¡Eduardo! -gritó exasperada la amante de éste--. ¿Estás escu­chándome o no?

-Sí, sí, Patricia. Estoy escuchándote.

-¿Entonces vas a casarte conmigo o no? ¿Estás decidido a dejara tu mujer y a tus hijas? -dijo con tono desafiante Patricia.

-A mi mujer sí. Amis hijas no -respondió Eduardo tajantemen­te.

* * *

No, Alicia no sabía con certeza que la niña postrada en el sueloera hija de Beatriz pero tampoco se necesitaban muchos más de­talles para adivinarlo.

Siguió pensando. Seguía sin saber qué hacer.

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Continuaba mirando a Beatriz desde la distancia y antes de quese enterara estaba caminando hasta ella.

Antes de notarlo, Alicia estaba de pie justo enfrente de Beatriz,ella levantó la mirada y se encontró con la de Alicia de frente.

Alicia titubeó por un segundo antes de pronunciar palabra, sóloatinó a murmurar... la niña...

-Es mi hija -dijo Beatriz. Se puso de pie y se abalanzó a losbrazos deAlicia.

Fue en aquel instante que reaccionó y tomó conciencia de loque estaba sucediendo. Su hija. Su amada hija estaba en el sueloe ignoraba si vivía. Le costó trabajo encontrar el valor para soltaraAlicia y mirar a espaldas suyas. Le costó, le costó trabajo.

Toda la realidad se le vendría encima al mirar a espalda suya.Cualquiera que fuera estaba justo detrás de ella y sólo tenía quegirar. Lloraba y lloraba con fuerza, con desesperación. Se desplo­maba. Alicia le sujetaba con fuerza, pero aún así podía sentir a lamujer desplomarse en sus brazos.

Laura se quedó en cuclillas a un lado de la niña, hablándole entono suave y amigable. Le decía que se calmara, que fuera va­liente, que todo saldría bien. Ella misma no se convencía de suspalabras. Estaba asustada. No podía confiar en que todo estaríabien, ella misma no podía creerlo. Miró sobre su hombro y vio aBeatriz llorando sobre los brazos de una mujer.

Un sonido de sirenas se escuchó en la distancia.Beatriz despertó del sollozo y avanzó hacia donde estaba la pe­

queña, El llanto se apagó y en su lugar se instaló la razón.

-Gracias -Ie decía a Laura y la apartaba de la niña ocupandosu lugar.

Beatriz acariciaba la mano de su hija. Sacó del bolso el teléfonomóvil y marcó un número.

-Sí, diga -se escuchó del otro lado del móvil.

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-Eduardo, soy Beatriz. Ana ha tenido un accidente y tienes queestar aquí lo más pronto posible.

* * *

Finalmente llegaron paramédicos al lugar del accidente. Cami­lleros y una enfermera se acercaron hasta la niña y la transporta­ron al interior de la ambulancia.

-¿Es usted familiar? -preguntó la enfermera dirigiéndose aBeatriz.

-Su madre -dijo ella con voz tremante.

-Suba en la parte trasera con ella por favor -ordenó la enfer­mera.

Arriba, en la ambulancia, sentada del lado izquierdo de su hija,Beatriz se sentía mareada, estaba destrozada, tenía el cabello al­borotado, los ojos manchados del maquillaje desvanecido. Y se­guía llorando, Beatriz continuaba llorando.

No paraba de reflexionar, no dejaba de pensar. Se lamentaba.Se peinaba el cabello con los dedos como un signo de la deses­peración que la inundaba. Estaba loca, una demencia temporal seapoderó de ella.

Girando la cabeza sobre su hombro miró a su hija inconscientey a la enfermera esforzándose por detener la sangre que no para­ba de escurrir por la cabeza de la niña. El corazón de Beatriz seheló, se rompió. La última pieza del rompecabezas se ajustó enese momento. Todo tomó su justa medida y su justa forma en esemomento.

¿Pero qué he hecho? ¿Pero qué hice?¿Por qué demonios he venido esta tarde aquí?¿Pero qué buscaba?¿Qué esperaba encontrar que no hubiese descubierto antes?

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Eduardo no las había visto acudir hasta aquel lugar, no se habíadado por enterado. Ni siquiera era consciente de que Beatriz esta­ba al tanto de su infidelidad, tal vez aun cuando fuera conscientenada sería diferente.

¿A qué había ido?¿Qué esperaba decirle?¿Tan sólo quería ganar?No, perdió. Lo perdía todo en aquel momento.

Nada, las respuestas eran nada. Ninguna de las acciones que hu­biese emprendido habría cambiado el hecho de que Eduardo estu­viera con otra. La última pieza del rompecabezas habia encajado.

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xv

Beatriz estaba sentada en una silla fuera de la sala de emer­gencias del hospital esperando noticias sobre su hija. El teléfonomóvil sonó. Era Eduardo. Beatriz con los nervios en su máximole dijo la ubicación del hospital a donde había trasladado a Ana.Eduardo llegó después de treínta minutos.

-¿Qué te han dicho? -preguntó Eduardo apenas llegaba.

-Nada, Tenemos que esperar -respondió Beatriz.

Los siguíentes cincuenta minutos ninguno de los dos articulópalabra. Ni siquiera cruzaban miradas. Cada uno de ellos estabaabsortó en su propio dilema. Beatriz no dejaba de castigarse men­talmente. No dejaba se pensar en las consecuencias si algo gravele pasaba a su hija, pensaba en ella y en la otra que estaba en casa.Le pedía disculpas por haberla arrastrado hasta allá, le pedía per­dón una y otra vez. Eduardo por su lado ataba los últimos cabosde la historia. Se sabía descubierto. No tenía que preguntar abso­lutamente nada. Sabia que el alboroto que se formó en la contraesquina de su trabajo había sido el provocado por el accidente desu hija. Sabia por qué estaba su hija en el hospital con su madrellorando en lado derecho de la sala.

No. Ninguno de los padres de la niña podía abrir la boca. Elprimero que hablara absorbería la mayoría de la responsabilidadpor lo ocurrido. Finalmente los dos habían provocado la situaciónen la que se encontraban inmersos ahora. La culpa consumía aBeatriz, no podía detener a su mente imaginado sobre los posi­bles escenarios, todos ellos horribles. No podía resistir castigarsepor haber usado a su hija en una situación que le correspondíaresolver a ella sola. No podía olvidar que fue ella misma la queevadió por cobardía esa situación por mucho tiempo.

Un médico salió por la puerta. Se acercó a Beatriz y a Eduardolentamente. Cogió una silla y se sentó frente a ellos. Los segun­dos fueron eternos. El corazón de Beatriz se paralizó. Nunca en

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toda su vida había tenido tanto miedo. No quería saber qué era loque había sucedido. Estaba muy asustada, estaba tan asustada quesu corazón se podía escuchar a simple oído.

-Su hija está bien. El accidente ha sido del tipo fuerte en dondepor fortuna las consecuencias son pequeñas. La niña está dur­miendo, despertará en unas horas. En menos de diez días estaráen casa. Uno de los padres debe permanecer aquí todo el tiempoal menos por tres días. Considérense afortunados -dijo el médicoretirándose en menos de un minuto.

Pasaron un par de minutos. Nadie hablaba.

-¿Escuchaste? Somos afortunados -remarcó Eduardo.

-¿Afortunados, afortunados? ¿Cómo demonios te atreves adecir que somos afortunados? ¿Afortunados de qué? ¿De qué?Mi hija está en un hospital después de ser arrollada por un taxi.Idiota. Mi hija ha estado a punto de morir esta tarde y tú te consi­deras afortunado. Mi vida casi se termina cuando vi a mi pequeñatirada, desangrándose en el piso. ¿Afortunados de qué? ¿De qué?Maldito, por ti, por tu culpa.

-¿Por mi culpa? ¿Por qué por mi culpa? ¿Qué demonios esta­bas haciendo con la niña en mi oficina? ¿Qué demonios estabashaciendo con mi hija hoy afuera de mi oficina?

-¿Tu hija, ahora es tu hija? ¿Qué, qué demonios estaba haciendocon ella ahí? Por ti, maldito, por ti maldito estúpido, por tu culpaes que estábamos ahí. No finjas inocencia, no te acomoda fingirinocencia, conoces de sobra la maldita razón por la que fui a bus­carte. Cochino. Maldito cerdo. No me digas ahora que no sabiasqué hacíamos ahí. ¡No me digas eso! ¡No soy tan estúpida! No memientas más. No me trates como una tonta porque no lo soy -losnervios de Beatriz se habían destrozado y se le habia desbordado lacabeza. La presa de sus emociones se había desbordado al fin.

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-Tú la llevaste. Tú fuiste quien llevó ahí a mi hija, no me culpesde ello. Tú decidiste arrastrarla hasta ahí -se defendió Eduardotan alterado como Beatriz, tan asustado por confirmar la razónde la visita de ellas esa tarde que su cabeza sólo buscaba cómoevadir su parte de la culpa.

-Sí, es cierto, es mi culpa haberla llevado, pero es tu culpa quehayamos ido. Es tu culpa que todo se haya venido abajo. Tú fuis­te, Eduardo. Todo viene de ti. En mi maldita vida todo provienede ti, todo. Todo, desde hace muchos años comienza y se terminacontigo. Todo. Todo. Las cosas buenas o supuestamente buenascomienzan contigo y tú las extingues. Las noches sin dormir, elestrés, los planes futuros, las preocupaciones, las ocupaciones demi vida nacen y mueren a través de ti. Sí, es cierto que yo llevé ala niña, pero tú me llevaste hasta ahí.

-Mi culpa, mi culpa, de qué soy culpable, dime de qué soy culpa­ble, dime de qué demonios soy culpable -se defendía Eduardo.

-Ten coraje y admítelo, admítelo. Por lo menos ten el valor deadmitirlo. No lo niegues más. No tengo más fuerza, Eduardo, yano puedo más, no puedo con el peso de las cosas, no puedo con elpeso que cargo todas los días. Sales con otra mujer, te acuestas conotra mujer. Dime qué es para ti ella, ¿Qué significa para ti? Dimequé es esa mujer en tu vida. Dímelo. ¿Es un pasatiempo? Es sóloalgo que ha sucedido en tu vida y se irá, ¿es sólo eso? O acaso espeor y es sexo. ¿Es una amante regular con la que te revuelcas? Opeor, y estoy segura que es peor y esa mujer es sexo y amor. ¿Quésignifica para ti? ¿Quieres que te diga qué significa para mí?

Eduardo sudaba, se aflojaba el nudo de la corbata y no atinaba adecir nada. No, mejor dicho no atinaba a decir nada con coherencia.

-No lo sé, no lo sé Beatriz, ¿cómo se te ocurre hablar de estoen medio de esta situación?, ¿qué no eres consciente? -respondíaEduardo.

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-Soy más consciente que nunca en mi vida, soy más congruenteque en muchos años, soy más Beatriz que nunca, y no me voy aquedar callada ni un minuto más, ni un segundo más. Llevo gas­tados dos años o más buscando el momento adecuado para hablarcontigo, esperando, esperándote, esperando a que despertaras,pero ahora la que ha despertado soy yo, te enteras, ¡yo! -le gritóBeatriz a Eduardo.

-¿De qué te quejas? ¿Cuál es tu reclamo? Lo has tenido todoBeatriz, ¡todo! Una casa, hijas, dinero, caprichos, lo has tenidotodo, no te ha faltado de nada. ¿Y qué has hecho con todo eso?Nada, no has hecho nada. Te descuidas, te dejaste engordar, no tearreglas. No haces nada, Beatriz, no has hecho nada, así que nome vengas a decir que has perdido el tiempo -la voz de Eduardose había dejado sonar por doquier.

-Sí, sí, sí es cierto que en tu cabeza he tenido de todo, según yde acuerdo a ti nunca me ha faltado nada. Ese, ese es el malditoproblema. No me conoces, no sabes quién soy -dijo con voz máscalmada Beatriz.

-Pues tal vez tienes razón y no te conozco. Lo tienes todo. Ex­plícame según tú qué no he hecho -retaba Eduardo a Beatriz.

Beatriz dibujó en su cara una pequeña sonrisa, una sonrisa deresignación. Comenzó a hablar pero hablaba para ella no paraEduardo.

-No sé qué hacer, no sé qué pensar. No sé a quién dirigirme sinque suponga que soy una estúpida o me compadezca, así que me­jor me quedo callada, me quedo callada todo el tiempo y dejo quese pasen los días. Me pongo a fregar los trastos o mirar televisióny me quedo callada, pero es sólo mi boca la que guarda silencioporque mi cabeza no se calla nunca. Nunca. Y entonces ... otravez no sé qué hacer, no sé qué pensar. Eres mi amor, eres mi ma­rido' juré amarte hasta que la muerte nos separara. Eres mi amor,

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eres tú; todavia me gustas, después de tantos años juntos todaviame gustas. Cuando te veo andar por las mañanas hasta el bañote miro, te observo y todavia me gustas, ver tus piernas fuertes,musculosas, tu espalda. Me siento como la primera vez que te videsnudo. Pero tú, tú, tú, Eduardo siempre estás ocupado. Eduardosiempre estás ocupado, siempre ocupado con tu trabajo, de viaje,siempre estás de un lado a otro. Siempre estás ocupado mirandoel fútbol. Siempre estás ocupado lavando tu coche. Siempre estásocupado. Obsesionado con tu trabajo, con tu carrera, con el éxito,con el reconocimiento que tanto necesitas. ¿ 'l; yo? Yo siempredispuesta, siempre esperándote, incluso en las ocasiones que sur­gia la oportunidad de quedarnos a solas, tampoco conseguia te­nerte conmigo por completo, tu cuerpo estaba ahí, a un lado mio,pero tu cabeza, tu cabeza estaba en tus ocupaciones. ¿De verdad,de verdad te piensas que decirme te amo al despertar y antes dedormir es suficiente? ¿De verdad te lo creíste? Seguramente si,seguramente lo pensaste. Y yo lo fomenté. Yo te permití que ere ­yeras que las cosas son así. Pero no, no son así. ¡Te enteras!

Nos acostamos y hacemos el amor de vez en cuando. Pero,pero ... no es lo que necesito, no es lo único que necesitaba. Quie­ro que me mires, que me toques, que me acaricies, que me seduz­cas. Todas la mujeres queremos eso, todas queremos sentirnosespeciales. Quiero que recorras todo mi cuerpo con tus manos,que me leas, que me hagas sentir deseada, quiero que me estimu­les, quiero que me hagas sexo oral, quiero, quiero ... ¡Quiero quete preocupes por mi orgasmo tanto como te preocupas del tuyo!He ido cien veces a la peluquería, he gastado horas en la peluque­ría. Me veo hermosa. Me miro en el espejo y noto que soy bella.Cuando me ves, yo espero que tú también lo notes pero eso nosucede, ¿y yo qué hago? Nada, no hago nada. Me voy a la cocinay friego los trastos o pego un botón a tu camisa. ¿Te parece unavida entretenida? No, no lo es. Mi boca continúa callada pero micabeza continúa charlando, continúa diciéndome sus deseos, y yo'deseo vibrar, tener un día lleno de pasión, de aventura, sigo es­perando algo que me lleve lejos de todo esto, quiero estremecer­me. y de repente pienso: "A la mierda con todo, a la mierda con

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todos. Todos al demonio, al demonio con la comida, al demoniocon Eduardo, al demonio con los quehaceres, al demonio con lalimpieza, al demonio". Soy una mujer. Necesito que me abracen.No puedo esperar ocasiones especiales para vivir, no puedo espe­rar cumpleaños, navidades o aniversarios para sentirme deseada,no puedo esperar una ocasión especial. iYo existo todos los días!iYo existo todos los días! Todos los días soy mujer.Todos los díasnecesito sentir que me aman y amar, es hermoso amar apasiona­damente.

Pero tú, tú Eduardo sigues encerrado en tu estudio para trabajar,si no estás encerrado en tu estudio estás encerrado en tu cabezapara no hablar. Y son aquellos instantes en los que quiero estaren otro lugar, en un jardín enorme, en una montaña, en una fiesta,en la casa de una amiga, quisiera estar sola, o quisiera estar conalguien más, alguien que me haga reír y sólo se dedique a mí, quederrita con calor el frío que me mantíene ínmóvil, alguien que mesaque de esta rigidez que no me permite mover y entonces fluir,entonces dejarme llevar y vivir, sólo vivir y cansarme pero can­sarme de ser feliz, agotarme pero agotarme de amor. ¿Quién diceque rendirse por amor no es maravilloso?

Como era de esperarse Eduardo no comprendió una sola pala­bra de lo que dijo Beatriz.

-Y, entonces, qué pasa, qué pasa ahora, entiendo que estés mal,que estés enojada y que te sientas confundida. ¿Qué es lo quesientes?

-No, no Eduardo, no te confundas, no estoy enojada, no sien­to más dolor, no estoy insegura. ¿De verdad quieres saber quépienso? ¿De verdad quieres saber qué siento? Te lo diré. Sientoenvidia de ti, lo que muy dentro de mi corazón y mi cabeza sientoes envidia. Eso es lo que me corroe de verdad, envidia. Envidiade que tengas algo nuevo en tu vida, envidia de tu fortaleza paraestar con ella y vivir conmigo, envidia de que algo diferente tepasará todos los días, envidia de tu suerte al encontrar otra ton­ta que te siga. Esa es la verdad de mis sentimientos. Yo misma

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quiero tener una nueva dirección en mi vida, yo misma quisieratener una fantasía que me aleje de la realidad aunque sólo seapor fugaces momentos. Yo quiero tener algo nuevo en mi vida.Yo quiero algo que me haga sentir radiante sólo de pensarlo. Unailusión, una aventura.

-¿Pero qué es lo que estás diciendo? ¿Quieres acostarte conotros tipos? ¿Es eso lo que me estás diciendo? ¿Para qué? ¿Paraqué Beatriz? ¿Para vengarte? -comenzó a gritar totalmente enfu­recido Eduardo.

-Tú no entiendes nada ni lo harás, simplemente no puedes,quiero ser feliz. Vivir, vivir y ser feliz es todo lo que deseo -dijoBeatriz con una serenidad notable.

-¿Estás diciendo que no eras feliz? ¿No eres feliz?

Con un largo suspiro y con una nueva sonrisa en su rostro Bea­triz se levanto de la silla en la que había permanecido. Se acercóa Eduardo, lo cogió por las manos y lo miró a los ojos.

-Sí, a veces fui feliz, pero muchas otras no -lo besó en la frentey le díjo adiós.

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XVI

El domingo por la noche Laura disponía todo para su muer­te. Documentos. Dinero. Elegía la ropa que usaria. Limpiaba unpoco la casa. No queria que la encontraran muerta en medio deuna casa sucia.

Buscó en el cuarto de baño los frascos de somniferos que ha­brian de ayudarle en su misión. Los alineó frente al lavabo, lafuga de agua debajo de la llave ya era mayor. "Que alguien másse encargue de esto cuando no esté", pensó con desdén. Habíadecidido morir en la cama y no quería ver las pastillas a un ladode ella en su última noche de sueño, en la última noche antes dedormir permanentemente.

La gente mayor sobrevive, muchos eligen solamente sobreviviry dejan de vivir, sólo sobreviven. Mucha gente reclama a Diosy a la muerte que se apresuren para considerarlos en su partida,les reclaman por haberse llevado a otros primero que a ellos. Yes que nadie quiere ver morir a la gente que ama. Pocos, muypocos deciden acabar con su historia por mano propia y los queeligen este camíno deben ser sumamente ingeniosos en el métodoseleccionado pues si fallan sólo evidenciarán sus deseos de dejarde existir.

Laura tenía miedo, vaya que tenía miedo pero no de la muerte,tenia miedo de fallar, le asustaba echarlo todo a perder y tenerque enfrentar a sus demonios, tener que luchar contra su mente,contra ella misma de nuevo.

Se quedó dormida.

Llegó la mañana, nerviosa pero decidida se dirigió hasta elcuarto de baño, miró los tres frascos de pastillas y se cuestionó siserian suficientes. Quizá no. El miedo a fallar le llenó el cuerpo.Un cuarto frasco era una póliza de seguro. Dejó la casa y salió abuscarlo. Buscó un taxi y recorrió unos cuantos kilómetros. Miróel parque en el que solía caminar y quiso despedirse de él. Eracomo el capricho de una moribunda.

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Se dio la oportunidad de recorrerlo una última vez. Respirabaprofundo el aire. Olía con atención los aromas de los arboles. Es­cuchaba el agua de las fuentes correr. Se despedía del mundo conuna parsimonia envidiable.

Caminó unas cuantas calles cuando vio en el otro lado de unaavenida a Beatriz, la hija de su amiga con la que se había encontra­do una semana atrás. Beatriz estaba con una pequefla nifla de entreocho y diez años. "Seguro es su hija", pensó. Laura se sintió alegrede la casualidad. Esperó por el cambio de rojo a verde del semáforopara cruzar la calle y saludarla. Perdón, para despedirse.

Mientras esperaba el cambio de luz del semáforo Laura vio aBeatriz coger por el brazo a la nifla, la sacudió un poco y la mirógritar. La niña se soltó de la mano de Beatriz y se echó a correr.

La luz del semáforo cambió a verde. Un grito agudo salió de lagarganta de Laura.

Un taxi había arrollado a la niña, La había lanzado un par demetros adelante. Laura corrió hasta ella. Miro a Beatriz trastorna­da y atónita. Le ayudó y la dejó lejos. Auxilió al hombre envueltoen lágrimas que habían golpeado a la niña, Con gritos alejó a loscuriosos que se habían colocado alrededor de la tragedia.

Se acercó a la niña y comenzó a charlar con ella. La sirena de laambulancia llegó y Beatriz se acercó hasta la niña tumbada en elsuelo y ocupó el lugar de ella.

-Gracias -Ie decía Beatriz con ojos cristalinos.

Hubiera querido decirle mil cosas, darle un abrazo de aliento.Hubiera deseado hacer más pero todo sucedía con una velocidadimpresionante. Beatriz se alejaba con la niña en la ambulancia.Laura echaba a llorar.

Alicia, una mujer que acompafl6 por un minuto a Beatriz seacercó hasta Laura y la abrazó.

-¿La conoce? -preguntó la mujer.

-st, ¿tú?

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-Hace muchos años que no la veía y la encontré en la peor si­tuación. Era su hija. La niña atropellada era su hija.

-Dios mío, lo sabía -dijo Laura.

-Gracias por ayudar -di]o Alicia.

-Pero si no hice nada.

El tumulto se dispersó lentamente, por la calle podían escuchar­se los comentarios de todos aquellos que habían presenciado elhorrible accidente.

Laura, agotada por la emociones hasta el extremo, perdió elequilibrio. Su rostro estaba lleno de angustia. Alicia se ofreciópara acompañarla hasta casa. Laura aceptó.

Las dos extrañas comenzaron a charlar en el camino.

-No puedo creer que esto haya sucedido, lo que esa mujer estápasando en estos momentos deber ser horrible, es lo peor quele puede pasar a una madre. Quisiera saber qué sucedió. Qui­siera acompañarla. Un niño debe vivir, estas cosas no deberíanpasar.

Las últimas palabras de Laura crearon un silencio enorme.

-Estoy embarazada y no quiero tener a este niño -confesó Ali­cia súbitamente.

Laura la miro con una compasión enorme. Sujetó su mano confuerza.

-Entiendo -díjo Laura y le dio palabras de apoyo.

Laura llegó a casa. Cuando entraba, su vecina salía.

-¿Está usted bien? No se ve nada bien.

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-Sí, sí estoy bien, un poco alterada. Ha ocurrido un terrible ac­cidente y me ha dejado fuera de mí.

-Le entiendo a mí también me pone fatal ver esas escenas en lacalle.: Pero la vida es así. Algunos tienen que morir para que losque nos quedamos apreciemos el valor de la vida.

El ángel de su lucha interna brillaba de nuevo. Laura se acercóa la mujer. La abrazo.

-Gracias, muchas gracias por recordármelo.

Laura entró en su casa, se dirigió hasta el cuarto de bailo y co­menzó a llorar frente al espejo. Lloraba por sí misma, lloraba porla redención con la que se había encontrado. Apreciar el valor dela vida. Apreciar el valor de la vida. Esa era la respuesta. No teníapor qué morir flsicamente pero si renacer mentalmente. Cada díaencierra belleza, cada día es una nueva oportunidad de hacer dela existencia una obra maestra. Hay gente que no quiere moriry muere, se les termina el tiempo. No hay más oportunidades.Vivir, vivir plenamente, conscientemente era el regalo que Laurarecibía.

En un abrir y cerrar de ojos se dio cuenta de que todo lo quehabía hecho en su vida había valido la pena, todo, absolutamentetodo, los errores, los aciertos, los triunfos, los fracasos. Amabalos retos y sentia en su pecho una pasión por vivir inmensa, esaemoción sería el motor para continuar adelante. No perdería mástiempo, no perdería ni un segundo más en quejas, en tonterías,en quehaceres vacíos. En ese momento, justo un mes antes decumplir sesenta años veía con claridad, encontraba lo que habíaestado buscando cuarenta años, Podría vivir justo como deseaba.

Lloraba con fuerza. Lloraba con más ánimo. Lloraba de ale­gría. i Iba a vivir! iY estaba dispuesta a vivir de la mejor maneraposible!

El cáncer no era un fin sino un principio. Era una ventaja. Deciradiós lentamente, no súbitamente. Probar todo lo que le gusta unavez más, atreverse a hacer todo lo que no había hecho, no había

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nada que perder y es que, en realidad nunca había nada que per­der. Su familia que amaba tanto pensando en esforzarse por estarcon ella era una prueba. Su enfermedad era una oportunidad dis­frazada de problema, ¿Sería acaso un recordatorio de que siemprevivimos en la cuerda floja? Era una ocasión para vivir en constan­te riesgo, tenía frente a sí el último intento por vivir desafíos, nodesperdiciaría la ocasión, viviría y después moriría de vieja.

Una inocente niña le había regalado motivos suficientes paracontinuar viviendo esa tarde.

Se quitó la ropa y de nuevo miró su cuerpo desnudo frente alespejo. Le gustó, se admiró. Se tocó con cariño. Se recorrió, miróel espacio del seno faltante y no le importó. Estaba agradecidacon su cuerpo por todo lo que le había dado, por ser su cómpliceen el trayecto de su historia personal. "Aún nos quedan grandescosas por vivir", pensó. Se acarició más y con más amor. Se per­donó por pensar en acabar con su vida. Estaba en un éxtasis, sucuerpo y su alma estaban en paz, siguió tocándose y se enamoróde sí misma otra vez.

Con manos un tanto temblorosas Laura comenzó la tarea quedejó pendiente la última vez que se miró desnuda; tocó su vaginay comenzó a masturbarse con devoción, se disfrutó enteramen­te, sus manos seguían insistiendo sobre su cuerpo y mientras laspequeñas ondas de calor y placer la recorrían pensaba en lo queharía con el resto de su vida. Viviría, lucharía contra el cáncerhasta el último momento, se regalaría los últimos días. \énde­ría su casa y viajaría, conocería los lugares que siempre quisorecorrer, iría a París y subiría la Torre Eiffel, conocería gente yleería más libros, tendría un amante que le hiciera el amor milveces, pintaría un cuadro, se retrataría desnuda, besaría todos losdías a sus hijos y a sus nietos, los llenaría de amor y los vaciaríade preocupaciones, les diría todos los días cuánto los ama, veríael amanecer más veces, capturaría en su corazón cada atardecerrestante, caminaría por la playa y sentiría la arena entre sus pies,buscaría a los amigos perdidos y cenaría con ellos, repetirían concariño mil veces sus historias, iría al teatro, iría al cine. Abrazaríala vida. Laura alcanzó el orgasmo más pleno que había vivido, el

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clímax más grande en todos los sentidos, en toda la extensión dela palabra. Su cuerpo y su espíritu llegaron al mismo tiempo a sucumbre.

Laura estaba feliz, las lágrimas seguían corriendo con intensi­dad pero esta vez eran diferentes, sabían diferente, sabían a feli­cidad. La felicidad que sólo, que sólo ella podría proporcionarse.Se quedó sentada en el suelo agradeciendo que sus ojos se habíanabierto. Que la venda se había caído de nuevo. Respiraba confuerza y el llanto de alegría no dejaba de correr.

Levantó la vista y miró los frascos de pastillas en el borde dellavabo. Se puso en pie y los golpeó con la mano violentamente,Laura ya no los necesitaba, las cosas habían cambiado a su favor.Los frascos salieron volando por los aires y con ellos un frascode jabón líquido.

El jabón se derramó y se mezcló con el agua que se fugaba dellavabo y se había acumulado, precisamente aquella agua que ig­noró por planear su muerte, y justo cuando se había despedido dela muerte la encontró de frente. Laura se resbalo con el jabón, sefue hacia atrás lentamente. La cabeza se estrelló contra el bordede la tina de baño.

Mientras caía, Laura pudo ver todo con claridad. No hay tiem­po, no hay contratos que aseguren la permanencia en el mundo,hay que vivir cada segundo sin pensar en el siguiente porque nosabemos si disponemos de él. La muerte había llegado por ellay la recibía sin quejarse. Unos segundos atrás habían hecho laspaces. Al diablo con el cáncer, al diablo con los planes de suici­dio, al diablo con la maldita incontinencia, al diablo con todo. Semoría feliz. Se había encontrado consigo misma en el último mo­mento. No se podía imaginar una muerte con mayor dignidad.

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XVII

Alicia continuaba observando todo desde su sitio. Desde la es­quina en donde presenció el accidente. La mano estaba aun prote­giendo su vientre sin que ella lo advirtiera. Las lágrimas comen­zaron a rodar por sus mejillas.

Una mujer mayor se acercaba a su amiga Beatriz para consolar­la. La mujer alejaba a los curiosos. La pobre Alicia no atinaba alo que debía hacer. No sabía si acercarse a Beatriz o simplementealejarse. Su antígua amiga no la había visto en años y aquél no erael mejor momento. Sospechaba que la niña que vio volar contrael suelo unos minutos atrás era la hija de su amiga. Su cuerpo des­obediente como siempre tomó la decisión que su cabeza no podíatomar y estaba frente a Beatriz involuntariamente.

-Es mi hija -le dijo con voz temblorosa su amiga. Las dos seabrazaron fuertemente. El calor de la complicidad y el apoyo po­dían palparse,Alicía sentía que su amiga se desplomaría en cual­quier momento. No sucedió.

Una ambulancia llegó al lugar y partió con la pequeña y Bea­triz. Alicia se acercó hacia la mujer mayor que ayudó a su amigaantes. Impulsivamente de nuevo se le echó encima con un abrazo.Alicia le confirmó que la niña era la hija de su amiga.

Sin saber qué hacer exactamente las dos se miraron desconcer­tadas. Alicia se ofreció para acompañarla hasta su casa. Lauraaceptó. Hablaron un poco sobre lo ocurrido y lo mal que deberíaestarlo pasando Beatriz. Era horrible.

Subieron a un taxi.

-Un niño debe vivir, estas cosas no deberían pasar ---dijo Laura,la mujer mayor.

Esas palabras petrificaron a Alicia creándose un silencio abru­manteo Esas últimas palabras de Laura crearon un silencio enor­me.

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-Estoy embarazada y no quiero tener a este niño -musitó Ali­cia desesperada. Había permanecido en silencio respecto al temamuchos días. No tenía a nadie a quién decírselo. Las dos mujeresestaban unidas en aquel momento por el desastre y una pena aje­na, se volvieron confidentes por destino.

Laura la miró y apretó su mano con fuerza en señal de apoyo.

-Llevó dos semanas planeando mi suicidio -le dijo.

Alicia se quedó atónita. No sabía qué responder. Las dos rieronun poco.

-Todas, todas las mujeres del mundo tenemos secretos que nopodemos revelar. Todas tenemos problemas que el mundo no en ­tendería. Nadie puede saber lo que pasa dentro de nuestros cora­zones y nuestra mente salvo nosotras mismas, nadie. Nadie sabelo que pasa en nuestra vida cuando estamos solas, cuando no haynadie observando. Somos maestras del engaño. Podemos fingirque no pasa nada cuando todo alrededor nuestro se está derrum­bando. Podemos planear un suicidio o terminar un embarazo sinque nadie lo sepa. Cada quien tiene sus motivos, cada personaconoce las razones para tomar determinadas decisiones. Tú y sólotú conoces los motivos para no querer tener ese bebé. Sólo ase­gúrate que tus razones para no tenerlo sean mucho mayores quelas razones para conservarlo -concluyó Laura aún sujetando lamano de Alicia.

-No tengo razones específicas, sólo no quiero tenerlo. No quie­ro tener hijos. Mi carrera, mi trabajo, todo se podría venir abajo.Simplemente no quiero tener este niño.

-Ya veo, entiendo. Mira. Al final de tiempo, no del día de hoy,no del fin de año, no el día que te retires del trabajo. Al final detu tiempo en este planeta descubrirás que lo único que vale lapena es lo que has amado. Tus novios, tu cuerpo, tu familia, tus

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amigos, tu ropa, tu mascota. Al final es lo único que cuenta. Elmundo no tiene sentido si dejas que lo que amas se te fugue delas manos, desaparezca de tu vida. Las cuentas que se revisanal final de los días no son las cuentas bancarias, son las cuentasde nuestras acciones. Los títulos que de verdad valen la pena noson los universitarios, el título de ser una buena hermana, unabuena madre o una buena hija es más importante. Los éxitos pro­fesionales se empañan cuando los comparas con tus éxitos comopersona. Lo aprendí de la forma dificil, créeme -sentenció Lauraregalándole un beso en la frente.

Laura llegó a su casa y Alicia continuó el camino a la suya.La vida entera de una mujer está llena de decisiones, las conse­

cuencias de cada decisión la colocarán en un lugar diferente. Lavida de una mujer está llena de personas que modifican su vida enun instante sin que se enteren. La vida de Alicia había cambiadoradicalmente y su destino debía ser decidido, no podía aplazarlomás. Las palabras de Laura la habían hecho reflexionar. Sus pro­pias palabras la habían hecho pensar en la dirección de su vida,había revivido esa misma tarde sus sueños enterrados a través dela lectura de su pequeña libreta de notas.

A pesar de que continuaba nerviosa las cosas comenzaban aencajar en su lugar. Llegó a casa y se sentó en su sofá blanco.

En ese preciso momento la lucha interna de las dosAlicias en­tró en pugna de nuevo. LaAlicia que deseaba comerse al mundoa mordidas contra la Alicia que deseaba cambiar el rumbo de suvida hacia uno más apegado a sus deseos y sueños. Dos Aliciastotalmente distintas. Con opiniones diferentes. Pero en ese mo­mento Alicia decidió ser honesta consigo misma, total y verdade­ramente honesta.

Como un choque, Alicia supo que no deseaba transformarse enuna ejecutiva inalcanzable, sonaba bien como plan pero no era loque deseaba. En el pasado había sido la mejor opción, era la ideamás maravillosa del mundo pero en aquel momento carecía devalidez. No tenía idea de lo que harta a partir de ese momento conel resto de su existencia, pero tan repentino como un accidentemodificó sus pensamientos y tuvo claro lo que ya no quería.

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Supo que no estaba lista para muchas cosas en la vida, que todoel tiempo invertido en su preparación profesional la habían inca­pacitado para aprender otros tipos de cosas, otros tipos de habili­dades, descubrió que no tenía idea de cómo vivir, de que no teníauna remota idea de cómo vivir plenamente.

Su incapacidad para entregarse fuera de la oficina, fuera de laspresiones y fuera del trabajo con otros humanos. Ni siquiera sa­bía cómo era el amor exactamente. No lo sabía. En el fondo de símisma Alicia hubiera deseado tener algo más, alguien más que lefelicitara por sus éxitos o la consolara en sus fracasos. Le hubieraencantado encontrar ese amor que describía en su pequeña libre­ta ¿Estoy preparada para el amor? ¿Realmente estoy lista pararecibir al amor de mi vida? ¿Qué pasaría si apareciera en estemomento?, se preguntaba Alicia. ¿Tengo lo que quiero ofrecerle?¿Soy lo que quiero que la persona que esté conmigo encuentre?¿Encontrará una mujer madura con mente clara? ¿Encontrará unapersona agradable? Ycómo podría encontrarla si en aquel instan­te ella misma no estaba convencida de gustarse totalmente. Eraverdad, Alicia era consciente de que aún se encontraba muy lejosde ser la mujer que había soñado, muy lejos de ser la mujer quedeseaba.

¿Cuánto tiempo más le tomaría llegar a ser como siempre ha­bía deseado, cuánto? Había trabajado mucho, demasiado, habíatrabajado día y noche para llegar a la cima de su profesión, habíadado mucho de sí para conseguirlo y no había sido suficiente.

"Ojalá pudiera organizarme una campaña para recuperar eltiempo perdido", se dijo en tono irónico.

"La vida comienza todos los días, los días comienzan a cual­quier hora, aún puedo continuar y hacerlo mejor esta vez", con­cluyó.

Se quedó dormida dulcemente en el sofá.Una semana después Alicia regresó a su trabajo. Mejorada, son­

riente. Todo en su mundo había cambiado y nadie lo sabía. Laabrazaron y le dieron la bienvenida. Ella regresó a su oficina ycomenzó a trabajar. Su asistente la recibió con más gusto queninguno.

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-Te extrañé mucho -Ie dijo su asistente.

-Yo también te extrañe.

-¿Estás bien? Digo, después de todo lo sucedido.

-Mejor que nunca, mejor que nunca, no tienes idea de todo loque ha pasado, ahora regresemos al trabajo.

-Claro que sí -respondió la asistente.

Ese primer día de labores después del huracán que había azo­tado su vida en las semanas anteriores transcurrió normalmen­te. Tranquilamente. Todo sucedía tal como Alicia pensó quesería. Pilas y pilas de documentos se apilaban en su escritorio.Cientos de asuntos acumulados que debían ser resueltos. Subandeja de entrada de correo electrónico llena de correos espe­rando por respuestas. Teléfonos enloquecidos agendando citascon ella. Compañeros de trabajo que seguían desfi lando frentea su oficina susurrando el hecho de no haber sido promovida.Nada la sorprendía, todo transcurría como cualquier otro día.Las cosas seguían caminando con el mismo ritmo y la mis­ma dirección pero ella ya no era la misma. Nada fue diferentesalvo la llamada a su oficina del director general al final de latarde que le pedía se presentará en su oficina con carácter deurgente.

Alicia se dirigió hasta la oficina del director. Llamó a la puer­ta y entró. Él la recibió con un abrazo y le pidió que tomaraasiento.

-Bienvenida.

-Gracias,

-Espero que este descanso que has tomado te haya ayudado aver las cosas con mayor claridad, con mayor perspectiva,

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-Así ha sido, este tiempo me ayudó muchísimo para refrescarmi mente, tengo nuevas ideas para todo, ha sido un tiempo total­mente aprovechado.

-Me alegra mucho escuchar eso Alicía, me alegra muchísimosaber que tienes nuevas ideas, eso te servirá. Mira, sé que el nom­bramiento de Daniel Hudson te ha tomado por sorpresa, sé que enbuena medida fue la razón por la que decidiste descansar toman­do vacacíones y yo te las concedí porque sabía que necesitabas undescanso. Lo que viene para ti es muy fuerte.

-Me imagino, me imagino que lo que viene para mí es muyfuerte ~ijoAlicia con una sonrisa un poco burlona.

-Alicía todas las cosas suceden por una razón nada pasa por ca­sualidad. Eres una publicista extraordinaria. Eres la mejor. Defi­nitivamente eres la mejor y esta compañía necesita al mejor equi­po. La razón por la que se decidió traer a una persona de NuevaYork en vez de elegirte a ti tiene una razón muy poderosa. Tú tevas a Nueva York. Te vas a nuestra central mundial. Entenderásque un anuncio de esta magnitud no podía realizarse sin la con­firmación. Felicidades, lo conseguiste. Harás falta en esta oficína-dijo el director orgulloso.

Alicia inhaló profundamente acercándose un poco al escritoriodel director.

-Señor, nunca había estado tan de acuerdo con usted como estatarde. Efectivamente todas las cosas suceden por algo, todo tieneuna razón de ser, hace dos semanas mi vida estaba consagradaa vivir para ese puesto. Cuando supe que no era la elegida medevasté pero ahora las cosas son diferentes. En unos cuantos díastodo puede cambiar. Creo que no quiero ir a Nueva York, mesiento satisfecha con lo que hago ahora. Agradezco ser elegidapero debo decir no.

Atónito, el director no daba crédito a lo que estaba escuchando.

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-¿Crees que no quieres aceptar el puesto? ¿Eres consciente delo que dices?

-Disculpe, me corrijo. No creo. Estoy segura que no deseo esepuesto, pero gracias -dijo Alicia poniéndose de pie a punto dedejar la oficina.

-Alicia -dijo de nuevo el director-o Oportunidades como éstano se repiten nunca.

-Ya lo sé, hay oportunidades que no se repiten nunca.

Alicia salió de la oficina del director. Salió del edificio y se de­tuvo un segundo en la puerta mirando hacia el cielo.

"Todo lo que necesito de ahora en adelante lo tengo conmigo,todo está en mi cabeza y en mi corazón, incluido tú, mi amor,porque tú te quedas conmigo", le dijo a su hijo tocando su vientrecon las manos.

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XVII!

Hacía una mañana hermosa y llena de luz. Beatriz regresaba acasa con la pequeña Ana después de dos semanas.

La pequeña nifía regresaba a casa confundida por todo lo quehabla sucedido los últimos días. Apenas recordaba lo ocurrido.Su madre había estado con ella todo el tiempo en el hospital. Supadre la había llamado por teléfono y la había visitado un parde ocasiones. Ana sólo quería volver a jugar con su hermanita ymirar películas una y otra vez.

-¿Estás contenta de estar en casa mi amor?

-Sl, rnami, ¿dónde está mi papá?

-Papi no está. No estará por un tiempo.

-Bueno -dijo la niña y fue a jugar con su hermana.

Beatriz observaba a sus hijas jugar y se preguntaba qué les esta­ba enseñando. Una madre siempre se cuestiona si el ejemplo queles da a sus hijos es el mejor. Una madre siempre se cuestionasi les está dando las herramientas adecuadas para luchar contrael mundo en el futuro. ¿Qué les estaba enseñando a sus hijas?¿Les estaba enseñando amor? ¿Les estaba ensefíando que la vidase vive plenamente? O acaso, ¿les estaba ensellando que debenresignarse a las circunstancias que se les presenten?

¿Soy una buena madre? ¿Una buena madre deja al padre de sushijos? Muchos pensarían que no. Algunos más conscientes diríanque en ocasiones es lo mejor. Pero sólo la mujer que se encuentraen medio de una decisión tan crucial sabe que es lo mejor parasus hijos.

Mirándolas jugar en el fondo de sí misma, Beatriz sabía que lomejor que podía hacer por sus hijas era ser feliz. Sería lo mejorpara todas. No era justo para esas hermosas niñas crecer alIadode una mujer insatisfecha que les transmitiera su aprisionamiento.

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"¿Dónde está mi felicidad? -se preguntaba Beatriz-. ¿Con quiénestá mi felicidad, con quién mi alegría?"

Demasiados argumentos recorrían su cabeza. Demasiados es­cenarios con múltiples opciones. Destinos de ida y vuelta. Beatrizera consciente en plenitud de que debía haberse hecho estas pre­guntas tiempo atrás antes de las que consecuencias de circunstan­cias anteriores la alcanzaran. Los efectos de esas circunstanciasle habían golpeado la cara sin previo aviso en apariencia. Hacetiempo!que debió haberse detenido para averiguar si la vida queestaba viviendo era la que deseaba. Hace tiempo que debió pararpor un instante, dejar quehaceres y deberes para cuestionarse sisu vida era lo que su alma anhelaba.

No, no lo era. Beatriz no era lo que quería ser. No era la mujerque solió de sí misma.

Hoy como ayer y mailana igual a hoy.Beatriz no quería enseñarle eso a sus hijas. No era lo que quería

para ellas:

-Niñas, ¿quieren un helado?

-¡Sí!,-gritaron las niilas entusiasmadas.

-Bueno, pues vamos por él ahora mismo.

Las tres mujeres salieron de casa para buscar el helado. Fresa,chocolate y vainilla para cada una. Un clásico. Subieron a un au­tobús y bajaron en el parque. Beatriz quería regalar a sus hijasuna tarde llena de color y alegría. Las niñas jugaban contentas so­bre la hierba. Beatriz estaba contenta, su vida adquiría sentido.

Después de una hora completa, Beatriz advirtió que estaba sen­tada en la misma banca en la que tuvo una charla con Laura tressemanas atrás. La conversación vino a su mente. La ayuda que ledio la tarde del accidente vino a su mente. Ni siquiera le había agra­decido. Ni siquiera había reparado en que no existía razón algunapara que Laura estuviera ahí aquella tarde, pero había estado. Ha­bía aparecido de la nada y le había dado el soporte que necesitó.

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-Niñas, vengan aquí. ¿Les gustaría acompañarme a visitar auna amiga?

-¿Cuál amiga, mamá? -preguntó Ana.

-La amiga que nos ayudó el día que te caíste.

-¿La señora que me ayudó el día que se me descompuso lacabeza?

-Sí, mi amor. La amiga que nos compuso la cabeza a las dos.

Caminaron las mismas calles que Beatriz y Laura habían reco­rrido veinte días atrás. Llegaron hasta la puerta de Laura. Nadierespondió. Nadie abría la puerta. Una mujer mayor apareció enlas escaleras.

-¿Busca usted a la señora G?

-Sí, exacto. Busco a la señora Laura G.

-Es una pena, una gran pena. ¿Era su amiga? ~ijo la mujer.

-¿Qué es una gran pena? ¿Qué pasa?

-La señora Laura murió hace dos semanas. La encontraronmuerta en su baño. Al parecer resbaló y se golpeó la cabeza. Ten­go el teléfono de sus hijos si quiere saber algo más ... -la mujer sedetuvo cuando miró a Beatriz dejarse caer en las escaleras llenade pena.

-Lo siento, lo siento de verdad. ¿La conocía hace tiempo?

-Sí. No. Ella salvó mi vida. Salvó mi vida y la vida de mi hija.Salvó mi vida en una forma inexplicable -respondía Beatriz sus­pirando entre palabras.

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-El día que murió me encontré con ella en esta escalera. Mecontó que había presenciado un accidente en la calle. Estaba des­concertada. Visiblemente afectada por lo sucedido. Supongo quefue el día que salvó su vida.

-Sí, es probable. Mi hija tuvo un accidente ese día.

La mujer que ya estaba sentada junto a Beatriz en la escalera lepasó un brazo por los hombros.

-Esa tarde le dije que la vida era así. Le dije que algunas perso­nas mueren para que otros apreciemos la vida.

-¿Qué dijo? -preguntó Beatriz mirando a la mujer a los ojos.

-Dije que algunas personas mueren para que los que vivimosaprendamos a valorar la vida. Si ella salvo la tuya debes valorarque estás viva, aprendiendo de su muerte.

-Gracias -dijo Beatriz suspirando y esbozando una ligera son­risa.

Beatriz se alejó del lugar sujetando a sus hijas en cada mano.

Cuando llegó a casa, Eduardo estaba sentado en la cocina. Es­perándolas. Las niñas se abalanzaron sobre Eduardo. Él y Beatrizsólo intercambiaron un hola.

-¿Quieren ver una película, niñas?

-sr-contestó Ana.

Ok, vengan las dos. Beatriz cogió a Alejandra y dejó a ambasniñas en el salón. Regresó a la cocina.

-¿Podemos hablar? -preguntó Eduardo.

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-Te escucho.

-Ya sé que estás enojada por todo lo que ha pasado, pero enestos días he comprendido todo lo que he hecho mal y he venidoaquí para pedirte que me perdones, que me permitas estar contigoy con mis hijas. He venido a pedirte que dejemos todo esto atrásy que todo siga como antes.

-Suena sencillo, verdad, Eduardo. Suena fácil dejar todo atrás.Pero hay un problema. Yo no estoy interesada en continuar comoantes. No quiero que todo siga como antes.

-Mira, Beatriz, lo de esa mujer se terminó, ha quedado en elpasado, fue sólo una aventura, un error. Sé que fue un terribleerror pero tienes que saber que ha quedado atrás. Definitivamenteha quedado atrás -decía Eduardo agitadamente.

Beatriz lo interrumpió antes que continuara.

-No. No. No, Eduardo. Esto ya no es acerca de esa mujer, esacerca de mí, es acerca de lo que quiero, de lo que deseo, de loque necesito. Ya no puedo continuar así, ¡ya no quiero!

-¿Y entonces qué? ¿Entonces qué pasa con nosotros, qué pasacon todo lo que hemos construido? ¿Se acaba y ya? ¿Me estásdiciendo que por un error todo se termina?

-No es un error, ha sido una cadena de errores que yo he per­mitido.

-¿Y entonces qué pasa con nosotros?

-Entonces tú sigues con tu vida y yo comienzo con la mía -res­pondió Beatriz serenamente.

-No te entiendo, simplemente no te entiendo -dijo Eduardo.

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-Ya lo sé. Eso ya lo sé. ¿Sabes?, hace tiempo, hasta hace unassemanas necesitaba de ti urgentemente, necesitaba de ti y de tuabrazo con desesperación. Hoy necesito alejarme de ti, por mí.Esto no es fácil, no es una decisión sencilla de tomar. Lo he pen­sado mucho y detenidamente. Ha sido duro, muy doloroso peroahora veo las cosas con claridad. ¿TIenes idea de lo que es dormira lado de un hombre que no conoces más? Es tremendamente di­ficil dormir con alguien que no reconoces, es eternamente dificildormir con alguien que te confunde. ¿Sabes lo que es abrazar aalguien por la noche con la intención de salir corriendo? ¿Sabeslo que es desear ser otra persona?

Eduardo la miraba con la vista perdida.

-Por supuesto que no lo sabes -dijo Beatriz concluyendo.

-y entonces, Beatriz, ¿qué pasa con nosotros?

-Entonces tú sigues con tu vida y yo comienzo con la mía.

Eduardo salió de la casa enfurecido dando un golpe a lapuerta.

Beatriz suspiró. Caminó lentamente hasta su balcón y se sujetóal barandal negro mirando hacia la calle. Tranquila. Sumamentetranquila. Ana se acercó de repente abrazándola por la cintura.

-¿Sabes amor? Creo que podríamos vender esta casa y comprarotra en otro sitio. Una casa con un balcón más grande. Una dondequepamos las tres.

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XIX

Todas las noches, todas.

Todas las noches, todas; cuando se agota la luz del sol y con ellanuestro día tendemos a pensar en todo aquello que hicimos, diji­mos o pensamos en las horas anteriores, qué aciertos logramos,qué errores vivimos, con quién hablamos en el transcurso del día.En muchas ocasiones algunos de nosotros dedicamos un poco detiempo para preparar o planear nuestro siguiente día; todas lasnoches, todas, podemos ir a la cama siendo alguien diferente.

A veces ocurre que despertamos siendo una persona y dormi­mos siendo una completamente distinta. Evidentemente la apa­rición de esta posibilidad se presenta en muy pocas ocasiones ysin embargo cuando tal posibilidad se torna realidad, aparece yse presenta inundando todo a nuestro alrededor, llenándolo todo,incluido lo que ignorábamos existiera dentro de nosotros.

Al cerrar los ojos por la noche para abandonarnos al sueño, lamayoría de nosotros tiene la habilidad de conectarse con su yoinconsciente, con su yo escondido, con su yo tímido. Con losojos cerrados podemos imaginarnos en otros mundos, en otrosespacios, con otras personas, viviendo otra vida y en cambio alabrirlos estar ciegos, no ver nada. No ver más allá de nuestra vidadiaria.

¿Y qué deseo yo?¿Qué me cuenta mi cabeza cuando duermo que no me atrevo a

decirme despierto?¿Soy más valiente? ¿Soy más capaz? ¿Qué me cuenta? ¿Qué

me dice?

La vida comienza y acaba todos lo días. Eso es un hecho.A final de cuentas cada día iniciamos de nuevo, todo el tíempo

la vida está comenzando de nuevo. Todos los días decidimos, qui­zá no de una forma totalmente consciente, continuar cn el sitio en

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donde nos encontramos, con las mismas personas que pasamos eltiempo, en el mismo puesto de trabajo, la misma ropa que vesti­mos. Todos los días decidimos continuar en el mismo lugar.

Pero en este andar no percibimos que cada día vivido se con­vierte en una nueva memoria, cada día es un nuevo recuerdo, unanueva aventura que se escribe en el libro de nuestra existencia.

El futuro es una línea delgada, demasiado delgada. Su distanciade nosotros es pequeña, la fina línea del futuro se rompe cadasegundo, cada momento que deja de ser futuro para transformar­se en presente. Y es ahí donde la mente no da el salto, donde seaferra a puerto seguro. Transformamos. Reinventamos.

¿Qué me cuenta mi cabeza cuando duermo?¿Mis deseos?¿Mis sueños?¿Mis temores?

Cada cosa posada en este mundo nació como idea, nació comodeseo. Y nos aferramos, nos asimos, nos abrazamos de lo seguro.

¿Y quién está en el camino correcto?

Cada uno de nosotros elige su camino, cada uno decide cómovive su vida. Cada uno hace su mejor intento, su mejor esfuerzopor hacerlo lo mejor posible.

¿Quién está bien?¿Quién está mal?

Muchas, muchas personas podemos elegir seguir el camino queen apariencia demanda más esfuerzo, más coraje, más cansancio.Un camino que se presenta como modelo a seguir. Nacer-crecer­reproducirse-morir. El camino que se viste de confianza, de certi­dumbre, que exige que quienes lo transitan se esfuercen, trabajen.

Pero finalmente es un camino simple, un camino fácil; aunque asus ojos parezca complejo. Nacer-crecer-ir al colegio-estudiar-es-

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tudiar muy duro-obtener el diploma universitario-trabajar-trabajarmuy fuerte, muy duro, sin tegua, sin descanso-ganar dinero-ganarmás dinero-conseguir un puesto más elevado, más alto-casarse­tener hijos- educarlos- pagar cuentas-morir.Finalmente es un ca­mino conocido, la línea ya está dibujada, está trazada por sí sola,no hay sorpresas, no hay descubrimientos. Aquellos que eligeneste sendero se saben seguros de conocer la verdad absoluta. y,algunas veces tildan de conformistas a aquellos que deciden, queeligen un camino diferente. Uno que parece más sencillo pero enrealidad es más dificil, más complejo.

¿Quién dice que conformarse es errado?¿Quién dice que el no conformarse es lo correcto?

¿Qué significa no ser conformista? ¿Tener más dinero? ¿Tenermás bienes? ¿Una posición más alta en el trabajo? ¿Más gradosacadémicos?

¿Quién está bien?¿Quién está mal?

Se necesita mucho, mucho valor para renunciar al camino es­tablecido, al marcado. Se necesita mucho coraje para dejar atrásde nosotros la seguridad que implica estar en un empleo con­vencional y cobrar un cheque mensualmente. Se necesita valorpara renunciar a un trabajo que no nos satisface, a una pen­sión segura, para dejar atrás el reconocimiento, la posición, elestatus.

Se corren más riesgos enamorándonos de nosotros mismos, denuestra vida, de nuestros anhelos y se necesita más fuerza paraseguirlos, para alcanzarlos. Se corren más riesgos cuando deci­dimos acallar todas las voces que nos invitan a seguir el caminoideal, el conocido, el estable.

Abandonar tu vida diaria y aventurarte al encuentro de una pa­sión es un trabajo mayor. Enamorarse con entrega y confianzaabsoluta es un acto más valiente que estudiar una carrera. Vivir

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plenamente es un camino más tropezado, más complejo y máslleno de confusiones y reflexiones.

¿Quién está bien?¿Quién está mal?

¿Por qué el ser humano prolonga innecesariamente el sufri­miento y disminuye voluntariamente la felicidad? ¿Por qué noprolongar aquello que nos produce placer y aquello que nos gus­ta? ¿Por qué no elegimos prolongar el disfrute de los pequeñosplaceres? Una copa de vino, un atardecer, una cena con amigos,despertar en abrazos de un amante, un orgasmo, una tarde tibia deoctubre, un verano lleno de nuevas experiencias.

¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué nuestra tendencia de aferramosal curso natural de las cosas? ¿Por qué asimos al puerto seguro sinotamos que más allá de donde llega nuestra vista se vislumbrauna vida más llena, mejor, o al menos diferente? ¿Por qué dejarnuestros pies sobre la tierra si es imposible pretender no habervivido lo existido?

Caminar sobre nuestros mismos pasos no nos llevará nunca aun lugar distinto, pero sí al mismo.

Todas las noches, todas, cada uno de nosotros tiene la oportu­nidad y el poder de comenzar un nuevo día de una manera dife­rente, de iniciar de nuevo, de llenar nuestra vida de sonrisas, debelleza, de sueños, de ilusiones, de llenar nuestra existencia.

Ninguno de nosotros tiene contratos firmados con la vida o eldestino que nos obliguen a permanecer cinco o cincuenta años vi­viendo igual. Todos al abrir los ojos decidimos cómo será nuestravida, nuestro nuevo inicio. Nuestra oportunidad real aparece cadadía, la única, la verdadera.

Nos volvemos presas de nuestros pensamientos, de nuestraspropias limitaciones, construimos en derredor nuestro una jaulainvisible, nos atrapamos solos por la idea de no conseguir nues­tros deseos, nos encerramos por no confiar en nuestra capacidad.Nos contenemos. Nos reprimimos. Pero cada uno tiene en susmanos las llaves de su propia jaula. He aqui amable lector la in-

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vitación a empujar la puerta de Iajaula, a retamos, a perdernos yencontrarnos, a abandonar la aparente calma.

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ÍNDICE

5

II 9

III 17

IV 25

V 38

VI 54

VII 66

VIII 82

IX 94

X 111

XI 123

XII 131

XIII 142

XIV 155

XV 161

XVI 168

XVII 174

193

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XVIII

XIX

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181

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AGRADECIMIENTOS

A Isabel, Martha y Mariana, las mujeres de mi vida.

Alejandra Villalobos por ser mi incansable compañera deaventuras, por soportarme cuando caigo y despertarme cuandoduermo.

A mis abuelos, mis tías y tíos, mi cuñado y mis primos por nodejarme nunca a pesar de mis ausencias.

Amis amigos, Martha C., Lorena O., Iván G.,Alberto R., Ma­riana M., por estar siempre que les necesito. Por estar conmigoaunque no esté, para los que estoy aunque no esté.

A Mayra S., por ser mi guía desde que nos vimos por vez pri­mera.

Por último quiero agradecer a todos aquellos que suelen decir­me "no", "no se puede", "es muy dificil" por inyectarme valorpara hacerlo.

"Dios me hadado la fuerza, la vida, el valor y mis miedos, elimpulso."

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Las mujeres que lo tenemos todose terminó de imprimir y encuadernar

el mes de mayo de 2009en la Ciudad de México.

Para su composición se usó la fuentetipográfica TImes New Roman.

La impresión se hizo sobre papel bond blanco de 75 grms.Empastado rústico en papel cuché de 250 grms.

El cuidado de la edición estuvo a cargode José Alejandro Torres.

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