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de Luis Alberto Zovich
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MITOS, HISTORIAS Y LEYENDAS
LUIS ALBERTO ZOVICH
MITOLOGÍA GUARANÍ
saga
MITOLOGÍA GUARANÍ
Del mismo autor
en la saga Arroyo de los AmantesSECTA DEL OLVIDO
TIGRES BAJO LA LLUVIA
PÁJAROS DE FUEGO
NECROERRANTES
en poesíaTEORÍA DEL AMOR
EL LIBRO DE LOS MUERTOS DE AMOR
MITOLOGÍA GUARANÍ
LUIS ALBERTO ZOVICH
con dibujos deJUAN MANUEL DO SANTOS
Clan Destino
Luis Alberto ZovichMitología guaraní 1
Literatura argentinaNoventa y cuatro páginasVeinte por once centímetros
Dibujos | Juan Manuel Do Santos
Contacto con el autor | [email protected]
Contacto editorial | [email protected] www.editorialclandestino.blogspot.com
Primera edición Clan Destino | 2012Cien ejemplaresCuarta impresión Clan Destino | 2014Cien ejemplares
Edición independienteImpreso en Argentina
Esta obra es publicada bajo licencia Creative Commons Atribución–NoComercial–CompartirIgual 4.0 Internacional
MITOLOGÍA GUARANÍ
MITOS, HISTORIAS Y LEYENDAS
AGRADEZCO A
mi hija Abigail por su extraordinaria tarea de
edición y diagramación;
Juan Manuel Do Santos, por sus impecables ilustraciones;
Leandro Gimenez, por su excelente trabajo,
apoyo y colaboración.
Prólogo |La mitología y su función social |
La nación guaraní |La creación del universo guaraní |
Los primigenios |Arandú Porá |
El Cabureí |El Pombero o Cuaruhú |
El Tingazú |Mainumbí |
Panambí |Los dioses y la Garganta del Diablo |
El Teyú Cuaré |El Kurupí |
La leyenda de las siete bestias |Teyú Yaguá |
Mbói Tuí |Moñái |
Yarakaý |Ka´a Porá |
Ao Ao |El buitre de dos cabezas |
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ÍNDICE
11
PRÓLOGO
Nuestro universo tiene 13.700 millones de
años. Nuestro sistema solar 4.500 millones.
La vida en la tierra 3.500 millones. Los pri-
meros organismos multicelulares cerca de
2.000 millones. Los primeros vertebrados
unos 900 millones de años. Los anfibios cer-
ca de 300 millones. Los primeros mamíferos
unos 250 millones de años. Los humanos
unos 5 millones de años, el homo sapiens
100 mil años. Los humanos modernos 30
mil años. La vida promedio de un humano
en el siglo 21 es de 75 años. Ergo, somos un
instante en la eternidad.
13
Nuestro universo mide según lo que al-
canzamos a comprender miles de trillones
de años luz. En el universo conocido hay
unos 600 mil millones de galaxias visibles.
Nuestra galaxia tiene unos 500 mil millones
de soles o estrellas, nuestro sol comparado
con el sol más grande detectado, es unos mil
millones de veces más chico, nuestra tierra
es un millón de veces más pequeña que el
sol.
Imagínate qué eres tú, comparado con el
tamaño de la tierra, un puntito, una partí-
cula. Y si nos comparamos con el sol y luego
con la estrella más grande que conocemos, y
luego con la galaxia, y luego con el universo,
y luego con todo lo que sigue.
Imagínate si tratamos de imaginar todo
aquello que no vemos.
Así que quítate el escudo de prejuicios
que te envuelve, arranca de ti ese cascarón,
sácate el ropaje que encasilla tu mente, dé-
jala al desnudo, sin escudo, sin preconcep-
tos, sin esa capa de prejuicios e intérnate en
el cosmos guaraní, tratemos de raspar por lo
14
menos la corteza de ese universo selvático
para ver que hay adentro. Sin olvidar que so-
mos un ínfimo puntito que, a ciegas, palpa
tratando de adivinar que es lo que sucede en
el tiempo y en el espacio en que nos toca
vivir.
15
LA MITOLOGÍA
Y SU FUNCIÓN SOCIAL
En la mitología, la lógica espacio–temporal
no suele estar subordinada a las reglas. Es
posible concebir un sin número de relacio-
nes, cualquier sujeto puede tener cualquier
predicado.
El mito como tal, se reproduce de la mis-
ma forma y a menudo con los mismos deta-
lles, en todo el mundo, en distintas épocas, o
períodos de tiempo. Aunque surge en todo
caso un interrogante: ¿si el mito es contin-
gente y regional, como podríamos entender
que se parezcan tanto, entre culturas diame-
tralmente opuestas y alejadas entre sí por mi-
les de kilómetros y años? De todos modos,
17
el mito conlleva en sí mismo, dos aspectos
inherentes a la condición humana, por un
lado representa, o apunta, a la historia y por
otro a la realidad.
El mito no está contrapuesto a la ciencia,
si no que, como ésta, intenta explicar el uni-
verso, el mundo, la vida y sus fenómenos,
sus misterios y su funcionamiento. El mito
es una verdad provisional, en muchos casos,
y en otros, una versión más de la verdad,
compuesta por una infinidad de verdades. A
veces, el mito, como enigma cerrado, perte-
nece a nuestras propias oscuridades. A veces
simplemente es una antorcha que ilumina
zonas grises del conocimiento y la razón.
18
LA NACIÓN GUARANÍ
Sin registros escritos la Nación Guaraní es,
apenas, un concepto abstracto, casi un mito
en sí misma.
En la actualidad quedan nada más que
destellos de lo que fue. Razón por la que no
se puede más que reproducir algunos conce-
ptos, algunos usos y costumbres.
Comencemos por entender que en la Na-
ción Guaraní no existía el concepto de deli-
to, es decir que esta nación no se manejaba
con la noción de delito. Aún hoy, una falla o
defecto despreciable, es la falta de generosi-
dad de un individuo.
Individuo: palabra que no tiene ningún
19
valor intrínseco, ellos fueron un «Todo».
Son un «Todo».
Se manejan entre sí con su propio sistema
de intercambio de bienes y servicios. Fun-
cionan basados en la reciprocidad. Su con-
cepto de la propiedad, dista años luz de nues-
tro concepto. La tierra es de la nación toda,
en otras palabras, es de todos. Sus frutos y lo
que se cultiva es de la comunidad, no de un
propietario, no de un intermediario, no de
un mercado. Sin leyes escritas, lo prioritario
es la reciprocidad y la solidaridad. Todos tie-
nen acceso a los recursos, todos tienen acce-
so a todo.
Los hijos son del conjunto, son de todos,
más allá de la pareja. En su educación preser-
van su autonomía personal. El control de la
conducta de los niños ocupa apenas un rin-
cón, el centro es el respeto al prójimo. Aún
los niños pueden decidir sobre sus vidas y
los adultos no pueden interferir en sus deci-
siones simplemente por sus creencias y cos-
tumbres ancestrales.
20
Las jóvenes son casaderas luego de la pri-
mera menstruación y en general buscan es-
poso a partir de allí, pues esa es la manera de
asegurar el grupo y su propia supervivencia.
En una cultura recolectora y cazadora cada
miembro necesita formar su hogar, más allá
del indestructible vínculo comunitario. Así
mismo, la comunidad no es el asentamiento,
sino la red de relaciones parentales, jamás
dejan de ser un Todo, una común unidad.
21
LA CREACIÓN DEL
UNIVERSO GUARANÍ
«Hubo un tiempo, no tiempo, en que
Ñanderhupa–patenondé apartó los vientos del
caos y se creó a sí mismo. Su corazón disipó
las tinieblas que reinaban entonces, y la luz
comenzó su resplandor en la fría oscuridad
del universo.
Se desperezó en medio de la oscuridad y
el caos. Creó entonces a otros dioses para
que le ayudaran en la infinita tarea de crear
todo, todo lo que ves, todo lo que es, todo lo
que no ves. Todo lo que parece no ser.
Todos vivíamos en armonía. Hubo un
tiempo en que nuestros dioses y los montes
y los ríos nos protegían y proveían. Hubo un
23
tiempo en que éramos libres y andábamos
por la Yvy pyahu (Madre Tierra), sin alambres
ni fronteras. Navegábamos y pescábamos y
el yaguareté era el rey de las criaturas de la
selva. Hubo un tiempo en que el legado de
nuestro Dios era Ley. Nuestros chamanes y
curadores guiados por Ñanderhú cuidaban
nuestra nación. Un tiempo feliz en que cazá-
bamos, recolectábamos, sembrábamos y pes-
cábamos, y nuestros niños aprendían de la
Arandú guazú (Gran Sabiduría)».
Así me habló Mba’e kuá, un anciano cha-
mán de la comunidad Y–ryapú, una tarde
lluviosa a orillas del Y–guazú.
Ñanderhupa–patenondé se despertó en me-
dio de la luz que había creado y vio el caos y
la energía que comenzaba a expandir el uni-
verso. Se vio a sí mismo como energía, él era
energía y desde su propio centro (corazón)
comenzó a crear a los demás dioses que lo
ayudarían en su pesada tarea de organizar el
caos y crear vida en cada confín del nuevo
universo. Creó las primeras rocas de este
mundo. Tupá, uno de los dioses, creó el agua
24
que corre por los ríos y mares, la lluvia, la
bruma y el rocío. Ñanderhupa–patenondé creó
el primer árbol, la palmera Pindó, árbol que
de allí en más sería sagrado para la Nación
Guaraní. También para que los vientos origi-
narios no afectaran a la tierra primera Yvy
tenondé la aseguró sosteniéndola con cinco
palmeras Pindó; puso una en el centro de la
tierra, luego una en el extremo oeste, la terce-
ra en el origen del viento, o norte, la cuarta
al este donde mora Tupá, y la última en el
sur, lugar del espacio tiempo primigenio,
desde ese momento el mundo, el tiempo y el
universo descansan sobre esas cinco palme-
ras Pindó. Luego crearon toda la vegetación,
los animales y peces. El primer animal fue
Mbói, la serpiente, luego el yaguareté para
que reine sobre las demás criaturas, como el
gato margay, el agutí y otros cientos de ani-
males. En realidad cada ave, cada animal,
cada planta, cada flor, no son más que ré-
plicas de la vida en el otro mundo, ese mun-
do donde habitan Ñanderhupa–patenonde,
Tupá, Isondú y todas las deidades femeninas y
25
y masculinas que crearon el mundo guara-
ní. A su vez el mundo de los creadores, fue
creado por otros creadores que habitan otro
universo y la cadena de creadores se repite y
asciende in eternum.
26
LOS PRIMIGENIOS
Los primeros humanos creados por Ñander-
hupá–patenondé, se llamaron Sypavé y Rupavé,
cuyo significado es madre y padre de los pue-
blos. Tuvieron tres hijos y nueve hijas.
El primero fue Tumé Arandú (el gran sa-
bio), el más grande entre todos los chamanes
que existieron en la Nación Guaraní. A pe-
sar de su condición humana es considerado
una deidad mitológica, casi un todopodero-
so, poseedor de una extraordinaria sabidu-
ría; que utilizó para dar una organización
solidaria y comunitaria a los primeros habi-
tantes de la selva; fue el primer gran cacique
guaraní, e ideó casi todas las convenciones
27
que rigen actualmente a la Nación.
El segundo hijo, Marangatú, fue un caci-
que generoso y benevolente que inculcó la
bondad y la igualdad como valores eternos.
A la vez fue el padre de Kerana, la madre de
los siete monstruos o bestias legendarias.
El tercer hijo, Japeusá, fue un tramposo y
ladrón que vivió engañando y sacando pro-
vecho de su pueblo. Rechazado por la comu-
nidad, decidió suicidarse, arrojándose al río.
Pero Tupá decidió resucitarlo para que pa-
gue sus delitos. Fue entonces que decidió
convertirlo en cangrejo, maldición que per-
dura y que obliga a los cangrejos, a caminar
de costado para expiar sus culpas.
Porasý fue la más reconocida de las hijas,
por su valentía y su amor a la humanidad, a
tal punto fue su valentía, que sacrificó su
vida intentando liberar al mundo del mal de
Moñaí, uno de los siete monstruos míticos.
Deidad que asolaba los campos abiertos ma-
tando y devorando a cuantos podía captu-
rar, sin distinguir entre hombres y animales.
28
ARANDÚ PORÁ
“LA BELLA SABIA”
La predestinada de Ñanderhú, es un espíritu
del monte, una bella niña, protectora de la
selva, las criaturas que la habitan y las rocas
mágicas, piedras preciosas y semipreciosas.
Una solitaria que recorre sus dominios terre-
nales. Deidad que habita ambos reinos, aire
y selva, mitad raíz, mitad espíritu. Sus pasos
vuelan por los senderos entre la maraña
sombría, su alma camina entre las nubes y
las copas de los árboles. Sus ojos, en eterna
vigilia, recorren los caminitos de agutíes y ya-
guaretés, también cuida los huecos de los ár-
boles, donde anidan tucanes y loros. Su mi-
sión es proteger las piedras preciosas y la
31
vida del monte, cuidarla del arrasador y sus
artilugios, invasores tenaces, venidos de le-
jos, hombres, Curepý (piel de cerdo), caren-
tes de melanina y sobre todo carentes de
piedad.
A orillas del Paraná vivía la pequeña
Arandú Porá con su madre, Yateí. Los aldea-
nos sabían que la niña era una enviada de
Ñanderhú, pues a sus siete años ya poseía
unos extraordinarios conocimientos sobre
flora y fauna del monte. Solía dormir en los
huecos de los árboles y a veces lo hacía en las
grutas rocosas a orillas del río. Subía a los
árboles reptando como una serpiente, atra-
paba peces con las manos, se comunicaba
con las aves, silbando como ellas. Hablaba
con yaguaretés y corzuelas. Conocía cada
planta y arbusto medicinal y sabía cuando
debía sembrarse cada cultivo.
Un atardecer, un frío intenso invadió la
selva y una llovizna negra lo cubrió todo, y la
oscuridad reinó toda una larga noche en la
que aparecieron unos extraños hombres
cubiertos de metal, traían consigo armas
32
desconocidas y unos Aguará Guazú (perros o
lobos) feroces. Los invasores actuaban des-
piadadamente, sometiendo a cuantos logra-
ban capturar y matando a quienes opusieran
resistencia. Toda la comunidad huyó al
monte a ocultarse en medio de la espesura,
pero los Curepý encontraron el rastro y los
perseguían de cerca.
Arandú Porá, entonces, condujo a su gente
a un refugio secreto a orillas del río. Allí los
ocultó en una gruta cuya entrada estaba ta-
pada por cañas y arbustos. La niña invocó a
los espíritus protectores de la Nación Gua-
raní, para que los salve de sus perseguidores.
Entonces Ñanderhú y otras deidades, indu-
jeron a toda la comunidad a un sueño pro-
fundo y sellaron la entrada a la gruta. La tie-
rra tembló, la selva estremecida por un vien-
to huracanado, se sacudía y los peces salta-
ban del agua. Yaguaretés y carayás rugieron y
aullaron como jamás lo habían hecho. Un
fuego arrasador descendió de las alturas y
espantó a los extraños invasores que se aleja-
ron llevándose consigo a los guaraníes que
33
habían logrado capturar, mientras tanto
arrasaron con todo lo que encontraron a su
paso.
Ñanderhú envió un relámpago que resque-
brajó las rocas, partiendo a todas las geodas
donde había ocultado a su gente. La niña te-
nía el poder de abrir y cerrar las maravillosas
geodas de las grutas a orillas del río. Todos
salieron ilesos de las piedras donde habían
permanecido ocultos en posición fetal.
Toda la Nación Guaraní fue enterándose
de los hechos ocurridos, de como Arandú
Porá salvó a su comunidad con ayuda de
Ñanderhúpa–patenonde y de como la niña es
la consagrada protectora de las piedras pre-
ciosas que se encuentran en gran número a
orillas del Paraná y enterradas en la zona.
Arandú Porá con la ayuda de Ñanderhú, dotó
a las amatistas, cristales de roca, citrinos y to-
das las bellas piedras, del poder de sanación,
para todos aquellos que acuden a ellas para
curar sus males y enfermedades. Dotándolas
de una extraordinaria energía transmisible a
todos los seres humanos.
34
El espíritu sabio y bondadoso de Arandú
Porá, la protectora, está en cada trozo de ro-
ca, en cada geoda; desde aquel día ella habita
en el corazón de la selva. Ahora es una bella
mujer que a veces se vuelve halcón y planea
sobre las rocas; a veces paloma, a veces ser-
piente, a veces yaguareté. Cuidando las pie-
dras preciosas que un día salvaron a su ma-
dre y a toda una aldea.
35
EL CABUREÍ
Se pudo ver nada más que una sombra, pa-
sar veloz, volando entre la espesura del mon-
te. Se escuchó el piar de un pichoncito, el le-
ve sonido del choque de dos aves, unas plu-
mas que saltaron y quedaron suspendidas
en el aire, nada más. El cabureí es casi un es-
píritu invisible, un predador extremo, per-
ceptible solamente por el agitar de algunas
hojas. Las criaturas de la selva apenas notan,
gracias a su sexto sentido, su presencia, tan
fugaz como un parpadeo. Muchas de ellas se
ocultan temerosas, mientras que otras per-
manecen inmutables, aquellas que por ta-
maño o raza no están incluidas en la dieta
37
del fantasma de alas silenciosas, aquellas
criaturas que nada tienen que temer del pre-
dador, aún así lo perciben, como misteriosa
aparición que proviene del viento. Saben
que aparece súbitamente y desaparece mo-
mentos después. Viene de otro mundo don-
de la evolución tomó otro camino. Conoce
cada pasaje, cada hendija que conecta la en-
tretela de ambos universos.
Su vida transcurre, en parte, fuera de este
mundo, en otra jungla, o tal vez el otro lado
sea en realidad una estepa desértica, tal vez
el aire tenga cuerpo, tal vez sea una sustancia
transparente y gelatinosa. Tal vez su otro
mundo orbite una estrella binaria. Tal vez en
la galaxia que contiene ese planeta imperen
otras leyes fisicoquímicas. Tal vez en ese otro
universo, el cabureí, sea un dragón que escu-
pe fuego, tal vez un ser inimaginable.
Un pequeño rapaz cuyas mágicas plumas
descomponen las partículas de luz, las des-
vían, haciéndolas viajar de manera transver-
sal a su dirección inicial. Deidad que se ca-
mufla en el tiempo y el espacio, gracias a ese
38
toque de divinidad que le otorgó Ñanderhú,
y que le permite habitar otras dimensiones,
otros universos paralelos a nuestro paralelo
universo.
Sus alas se baten silenciosas entre la mara-
ña del monte. Como un espíritu, revolotea
en la selva. A veces se puede apreciar su hip-
nótico poder, las aves se quedan petrifica-
das, subyugadas por su penetrante mirada.
Posee tal magnetismo que inmoviliza a sus
presas. Un poderoso hechicero se desliza en
el aire, entre universos. Busca incansable-
mente, cumplir con su destino de predador
extremo, de garras poderosas, tan poderosas
como su inteligencia y su piar imitando a los
pichoncitos desamparados.
Mientras que Darwin lo situaría en lo
más alto de la evolución, tal vez al mismo
nivel que los lobos, los guaraníes admiran y
en ocasiones temen, a este enviado de Ñan-
derhú. Este espíritu emplumado que mantie-
ne el equilibrio biológico del monte, y que
nos recuerda que la realidad es una intrinca-
da red de la que apenas conocemos una
39
ínfima parte.
La Nación Guaraní le atribuye, no sin ra-
zón, poderes mágicos, sabiduría, astucia, sa-
gacidad. Creen que sus plumas traen buena
fortuna a quien posee una de ellas. Creen
que quien tiene como talismán una pluma
de cabureí se torna irresistible ante el sexo
opuesto. Tal vez sea esa la razón por la cual se
torna cada vez más difícil ver a este duende
volador. Tal vez nuestro temor y ambición
combinados, lo está llevando a desaparecer.
Tal vez, por estas razones, decidió dejar nues-
tro planeta, no volver, dejarnos librados al
azar.
40
EL POMBERO
O CUARUHÚ–YARÁ
“DUEÑO DEL SOL”
Yace el monte calcinado por un fuego leja-
no. Porasy camina descalza por el sendero
sombrío, atravesado por algunos rayos de luz
que se filtran por el dosel de la selva húme-
da, selva madre profunda que ampara a sus
hijos, selva cálida que acuna las criaturas de
Ñanderhú. Urdimbre de hojas, cañas y hele-
chos, líquenes, hongos, isipós enredados y
enredando árboles, buscando la luz del sol,
maraña que oculta y cobija, que sofoca y da
vida, la vida misma sostiene la vida.
En dirección al arroyo camina Porasy,
arroyo que nace loma arriba, en el manan-
tial. Las palomas de la siesta de pronto hacen
43
silencio, enmudecen su triste canción. «Las
palomas son espíritus encarnados, jóvenes
que murieron sin conocer el amor, o habién-
dolo conocido, sufrieron y murieron por
amor» pensó Porasy, y un nudo se hizo carne
en su garganta, y unas lágrimas brotaron de
sus ojos mientras miraba el sendero por el
que un día vio partir a su amado Pytajová
(guerrero), que nunca regresó.
A lo lejos vio una silueta en el sendero, en
un claroscuro del monte. Escuchó el repique
de los horneros y chingolos dando la voz de
alerta... allá... en el recodo.
A la distancia distinguió el ala del sombre-
ro de paja que calzaba la sombra del Pombe-
ro. Ella no se inquietó, no le temía a los
duendes, ni al guardián de los pájaros, sabía
que él las protege de las piedras y flechas
arrojadas por los niños a la hora de la siesta.
Por momentos lo pierde de vista; es que el
Pombero puede mimetizarse con el monte.
Puedes pasar a su lado y solo ver la urdimbre
de cañas y hojas, y tal vez, si eres muy sensi-
ble y observador, adivinarás sus ojos entre la
44
vegetación, tal vez percibas su presencia. Así
ha sido desde el principio de los tiempos, es-
tá en este mundo como ángel protector, un
guardián del canto de las aves, un hijo de
Ñanderhú.
Porasy camina sin prisa; sin temor al duen-
de de los pájaros, su soledad le pesa en el al-
ma, su tristeza también, como piedras en su
morral de dura existencia, «¿Qué podría te-
mer de don Pombero?, —se preguntó— si él
también está solo, por lo menos tiene una
razón para vivir, el enviado de Ñanderhú, un
propósito encomendado, yo en cambio, ca-
mino sin rumbo y mi única certeza es que
Pytajová no volverá jamás».
El dueño de los pájaros se dejó ver por la
joven, ella se detuvo y lo miró con sus ojos
negros, y su dulce rostro pareció iluminarse
frente al Pombero.
—Sé que una profunda pena atraviesa tu
corazón —dijo él—, tu tristeza arrulla el mon-
te con el canto de las palomas, mi alma se es-
tremece cuando tus lágrimas convertidas en
rocío humedecen la selva, cada mañana la
45
niebla del río trae hasta mí tu espíritu que-
brado en mil partes.
Porasy se sintió una paloma más, un ave
que al fin encuentra refugio donde sanar sus
heridas.
Un tiempo después, la joven volvió a su
casita en la aldea, habían pasado unos me-
ses; sus ojos ya no traslucían tristeza, su dul-
ce rostro brillaba esplendorosamente. Sus la-
bios y sus pies hinchados, igual que su vien-
tre. Aquella inmensa pena ya no moraba en
su ser. La soledad se había marchado para
siempre. La joven y el genio del monte se ha-
bían entendido. Él la sedujo con sus moda-
les de duende protector. Ella encontró un
camino, ahora vivía con un propósito, tenía
un motivo más que poderoso para aferrarse
a la vida. El enviado de Ñanderhúpa–pate-
nondé le dio un hijo. La ancló al universo.
Dicen los paisanos que el niño es alto y
pelirrojo, y sonríe como su padre. Dicen que
habla con los pájaros y le encanta la miel. En
la siesta suele vagar por los senderos de la
selva, con su sombrero de paja, y es un
46
experto en mimetizarse con el follaje.
47
EL TINGAZÚ
“DEIDAD PROTECTORA
DE LAS PIEDRAS PRECIOSAS”
Aquella fría mañana de agosto, Agutí, corría
descalzo por el senderito, a orillas del arroyo,
sus pies volaban sobre las hojas. No le impor-
taba la escarcha, ni el viento frío, ni las nu-
bes que amenazaban con desatar una tor-
menta. El niño era simplemente feliz, jugan-
do en medio del monte, con sus amigos. Su
herencia genética hacía que los juegos tuvie-
ran siempre relación con la condición de ca-
zadores, recolectores, pescadores. Jugando
aprehendían la esencia ancestral de la raza.
El fuego sagrado de la sangre guaraní, el res-
peto por todas las criaturas, la conciencia co-
lectiva y comunitaria.
49
Los niños descubrieron un nido en lo alto
de un árbol, y su primer impulso los llevó a
trepar para llevarse los pichones. M'beyú,
uno de los pequeños, tenía una extraordina-
ria facilidad para trepar a los árboles por al-
tos y espinosos que estos fueran, no tardó en
llegar al nido, pero este no tenía pichones,
solamente había un huevo. M'beyú contra-
riado, destrozó el nido, arrojando el huevo
al suelo, Agutí logro tomarlo con sus manos
al caer y el pequeño huevo terminó ileso, pe-
ro en manos de los niños que iniciaron una
deliberación para decidir qué harían con él.
Ya no podían reconstruir el nido y dejarlo
allí, por lo tanto lo llevarían a la aldea para
comerlo.
En el camino de regreso, Agutí vio que un
pájaro del tamaño de una urraca, y de cola
extraordinariamente larga, los seguía. El pe-
queño se maravilló con ese hermoso pájaro,
que de manera insistente los seguía. Sus ami-
gos de forma instintiva, buscaron piedras, y
varas que hicieron las veces de lanzas para ca-
zarlo, pero Agutí no permitió que intentaran
50
darle caza, el niño se quedó allí en medio del
sendero. Presentía que el ave venía en busca
del huevo que el niño había salvado de es-
trellarse contra el suelo.
«Es un Tingazú», pensó el niño, mientras
el pájaro se le acercaba a escasos centíme-
tros. Agutí extendió la mano, y el ave se posó
en ella, traía en su pico una bella amatista
que dejó caer sobre la palma de la mano del
niño, a la vez que con sumo cuidado, recogió
el huevo y se alejó volando. El pequeño Agu-
tí, permaneció inmóvil por un rato, no po-
día salir de su asombro, le parecía estar so-
ñando, recibir una piedra preciosa a cambio
de un pequeño huevo. Era algo inimagina-
ble, una recompensa excesiva por un huevi-
to. Entonces el niño corrió a la aldea a con-
tar a todos lo sucedido. Corrió a mostrar la
hermosa amatista, ese pequeño tesoro, obte-
nido del Tingazú.
El niño fue creciendo y noche tras noche,
en las rondas frente al fuego, fue escuchan-
do a los chamanes de la aldea, contar histo-
rias sobre seres mitológicos, el Yasí Yateré, el
51
Pombero, el Cabureí, Arandú Porá, y el Tinga-
zú. «Mi amigo el Tingazú», se repetía a sí mis-
mo Agutí. El niño jamás dejó de contar su ex-
periencia. Transmitió ya de adulto, y conver-
tido en chamán, toda la sabiduría heredada
de otros chamanes. Entre todos los protecto-
res de la selva, se destaca el Tingazú, que re-
compensa con una piedra preciosa a quienes
devuelvan un huevito caído o robado del
nido.
52
MAINUMBÍ
“EL PICAFLOR”
Mainumbí era un apuesto joven guaraní, que
con sus modales y su magnetismo personal
atraía a las jóvenes de la aldea, todas caían
rendidas a sus pies, a todas juraba amor eter-
no, a todas las engañaba, sin remordimien-
tos. No le importaba verlas sufrir ante el de-
sengaño. No le importaba la pena que causa-
ba en ellas al verse abandonadas.
Ñanderhú entonces decidió que debía dar-
le un castigo a Mainumbí. El joven era ágil,
fuerte, rápido y bello. Un atardecer cuando
caminaba junto al río, el muchacho se en-
contró con una joven solitaria y hermosa.
Jamás había visto Mainumbí una joven tan
55
bella y seductora, intentó acercarse a ella, pe-
ro la damisela se alejó hacia el monte, con-
fundiendo a Mainumbí, pues jamás había si-
do rechazado por ninguna mujer. El joven
echó a correr detrás de ella, obnubilado por
tanta belleza, se sentía desorientado, aturdi-
do, la bella guaraní parecía de otro mundo.
Una mezcla de humano y hada, una mujer
sutil y extremadamente hermosa, una flor
demasiado bella.
Mainumbí corrió toda la noche, detrás de
la sensual mujer, pero ella se alejaba a cada
paso, cuanto más corría el joven, más se ale-
jaba ella.
Al amanecer la joven se detuvo en un cla-
ro del monte, lleno de flores, Mainumbí vio
allí su oportunidad, era ese el momento de
poseer a la niña de quien ya estaba perdida-
mente enamorado. Ella giró la cabeza y le
dijo al apuesto muchacho que cierre los ojos
un momento. Pero cuando los abrió, instan-
tes después, la dama ya no estaba, aunque
podía oír su voz, llamándolo. Mainumbí la
buscó por todas partes pero le fue imposible
56
hallarla. Entonces regresó exhausto al claro
del monte donde la había perdido de vista.
Allí volvió a escuchar su dulce voz, pero no
podía verla, oculta entre las flores como una
flor más.
Ñanderhú castigó al joven, que desde ese
momento la buscaría por siempre entre las
flores del claro y entre cuantas flores crezcan
en el mundo. Desde ese día Mainumbí se
convirtió en un pequeño pájaro, tal vez el
más pequeño y hermoso de todos los pája-
ros. Desde ese día su destino es volar de flor
en flor, buscando el amor perdido.
57
PANAMBÍ
Panambí atraviesa el tiempo con sus alas de
mariposa, lleva en ellas sus ojos, sus oscuros
ojos, reflejados en las escamas, sus ojos, des-
tellos tornasolados, azul profundo, negro
abismo. Dama del aire que recorre la flores-
ta, abrevando del agua de los charcos y de las
piedras, al costado de alguna cascada. Su
hermosura captura y seduce a todos. Su fra-
gilidad y su fugaz vuelo, la convierten en ob-
jeto de adoración.
¿Dónde van las mariposas los días de
lluvia? ¿Las frías noches de invierno?
¿Dónde las lleva el viento huracanado
que desata una tormenta?
59
¿En qué recóndito lugar del cielo duer-
men, cuando la tierra es un infierno? ¿De
qué lágrimas beben los días de tristeza?
Panambí alguna vez fue de carne y hueso.
Aluna vez no fue bella y frágil. Alguna vez,
algunos se burlaron de su aspecto. Alguna
vez, la apartaron de la aldea, la rechazaron
por su aspecto, por sus defectos físicos, por
su fealdad aparente. Alguna vez vivió aisla-
da, en el corazón de la selva. Alguna vez su
corazón se enfermó de soledad y lloró de
tristeza.
Entonces un día decidió poner fin a tanto
dolor, a tanto sufrimiento, a tanto desamor.
La joven Panambí caminó hasta el río, donde
se parte la tierra, donde las aguas se precipi-
tan en cascadas y saltos infinitos. Allí donde
las aguas se convierten en Y–guazú.
Entonces se arrojó desde lo alto, con los
brazos abiertos, con el llanto en los ojos, con
un nudo de contrariedad en su alma pura y
transparente. Fue en ese instante que dejo
de ser oruga, para convertirse en bella
mariposa.
60
Azul brillante. Tornasolada. Subyugante.
Hermosa y eterna criatura. Ñanderhú no per-
mitió que se quite la vida. En ese instante en
que se precipitó, la convirtió en mariposa.
Alguna vez Panambí, fue de carne y hueso.
Hoy es de rayos de luna y fulgor de estrellas
fugaces.
61
LOS DIOSES
Y LA GARGANTA DEL DIABLO
En el tiempo primigenio en que Ñanderhu-
pá–patenondé dio vida al mundo, y creó la
selva y los ríos, y cada una de las criaturas, los
primeros hombres podían entrar en el uni-
verso de los dioses, había un pasaje en el fon-
do de un abismo que llevaba a ese otro mun-
do. El mundo de Tupá, Ñanderhú, Ñamandú
y los demás dioses. Era una tierra sin mal. Es
la verdadera tierra sin mal. Allí habitan mi-
les de especies animales, jaguares, tapires,
peces, serpientes, aves e insectos. Muchas de
ellas ya extintas en nuestro mundo y otras to-
talmente desconocidas para nosotros.
63
Los primeros humanos creados por Ñan-
derhupá–patenondé, la raza jote, tenían acceso
a la otra tierra. Cruzaron al otro universo, y
corrompieron el mundo de los dioses, inten-
taron establecer un reino, se dividieron en
tres castas: reyes, vigías y exploradores. So-
metiendo a cuantos no se sumaran a su rei-
no. Derribaron y quemaron miles de árbo-
les. Edificaron templos utilizando de escla-
vos a miles de personas de otras comunida-
des; a quienes sometían a duros castigos y
ejecuciones. Su plan era conquistar los dos
mundos.
Deliberaron entonces todos los dioses
acerca de cómo poner fin a estos depredado-
res insaciables. Tupá propuso un nuevo co-
mienzo, deshacer todo lo hecho y no permi-
tir que los humanos tengan acceso al univer-
so de los creadores. Ñamandú propuso elimi-
nar a los jotes que corrompieron su mundo.
Finalmente entre todos decidieron expul-
sar a la raza jote del mundo de los dioses y ta-
par el vórtice de ingreso al otro universo.
Tupá con su aliento creó una inmensa
64
riada que cambió el curso del río provenien-
te del Mato Groso y entonces las aguas se
precipitaron sobre el abismo donde estaba
el vórtice. Fue entonces que se creó la Gar-
ganta del Diablo. Luego otras cascadas y sal-
tos cubrieron todas las entradas laterales al
pasaje interuniversal.
Todo volvió a la calma, todo volvió a su ar-
monía habitual. Ñanderhupá-patenondé,
Ñamandú, Ñanderhú P'ya Guasu, Karaí, Ya-
kairá–y–arasy (diosa de la luna) y otros dioses
menores, se tomaron unos mates y siguieron
con su tarea de crear nuevos mundos.
Hoy podemos ver a los vencejos revolo-
teando en la Garganta del Diablo y en los
otros saltos. Son los espíritus primigenios
que cumplen con su misión sagrada. Con-
ducen al otro mundo a las almas de los gua-
raníes que mueren. Pero solo los vencejos
tienen permiso de entrar en el vórtice de
Garganta del Diablo, oculto por la niebla
que producen las aguas al precipitarse al
vacío.
Actualmente podemos ver a los jotes,
65
convertidos en buitres, su castigo es limpiar
de carroña la selva. De altivos guerreros a ca-
rroñeros. Se los puede ver volando, planean-
do en círculos, buscando la entrada al uni-
verso contiguo. También suelen posarse so-
bre árboles pelados, y sobre las rocas, a ori-
llas de las Cataratas. Melancólicos. Tacitur-
nos. Inconsolables. Buscando la entrada al
universo perdido.
66
EL TEYÚ CUARÉ
Río abajo en su canoa, se mecían Angá y
Urundú, una joven guaraní y su amado. Una
gran oleada subrepticia los sorprendió, y
con muchísimo esfuerzo lograron llegar a la
orilla. Aterrorizados, al ver a la gigantesca
iguana que provocó la riada, huyeron monte
adentro. A orillas del Paraná, se encuentra la
caverna, cuya entrada está situada en unos
escarpados riscos.
Las escamas oscuras, los ojos encendidos,
su gran tamaño y sus púas en el lomo, la
convertían en el más grande monstruo que
habitó la zona, devoradora de animales y hu-
manos. Este monstruo que mantenía en vilo
67
a las comunidades de la región, aterraba a to-
dos. No existió guerrero ni cacique que se
atreviese a hacerle frente. Únicamente en
una oportunidad, varios jóvenes guiados
por Ñandesy, una valiente mujer, intentaron
darle caza. Pero fueron devorados, uno a
uno, no salvándose ninguno de ellos.
Fue entonces que todos los chamanes y
caciques de la región del alto Paraná, se reu-
nieron para buscar la manera de librarse del
monstruo. Durante siete días, con sus siete
noches, estuvieron deliberando e invocando
la presencia de Ñanderhú, quien delegó en
Tupá la tarea de llevarse al monstruo a otra
dimensión, donde las bestias reinan, y no
comparten su mundo con humanos, un
mundo poblado por saurios gigantes y otras
bestias desconocidas para nosotros.
Tupá envió un rayo que partió las rocas de
la caverna donde habitaba el Teyú Cuaré, y
éste se arrojó a las aguas, cruzando en un ins-
tante el río, y allí corrió desesperado, inten-
tando escapar de la ira del dios, cavando, en
su huida, un arroyo serpenteante en la otra
68
orilla. Cuenta el mito, que Tupá se lo llevó,
tomándolo de su espinoso lomo, y lo dejó en
ese otro universo plagado de extrañas cria-
turas, devolviendo la calma a la Nación
Guaraní.
NOTA: el Teyú Cuaré, igual que Mokelembembe en los
ríos africanos, es o fue, una rémora de otra era, un
plesiosaurio atrapado en el tiempo, en una nueva
era biológica, una criatura solitaria, habitante de
una cueva a orillas de un cauce de agua. Aquí tam-
bién reside una de las claves, para descifrar la seme-
janza entre mitos de pueblos separados por un océa-
no de tiempo y espacio.
69
EL KURUPÍ
Por los senderos montaraces camina un pe-
queño demonio, cubierto de escamas y de
orejas puntiagudas. De pies invertidos, con
sus talones para adelante, y un despropor-
cionado miembro viril enrollado en su cin-
tura. Mito fálico guaraní, cuyo origen etimo-
lógico significa «niño de cuero escamado».
En este mito encontramos cierto parecido
con mitos y faunos de la mitología europea,
provenientes de la larga noche de los tiem-
pos. También guarda este mito, un asombro-
so parecido con el Efrit, fauno de la cultura
arábiga. Lo que nos remonta a la primaria
conclusión sobre que la mitología se basa,
71
en general en las mismas formas y detalles,
más allá del tiempo y la distancia. La mito-
logía es inherente a la condición humana.
El Kurupí merodea todas las siestas, enla-
zando con su pene, preferentemente a don-
cellas, para satisfacer sus instintos sexuales.
Los guaraníes lo describen como un demo-
nio lujurioso; es sin dudas el más temido y
respetado demonio de los montes. Invaria-
blemente poniendo énfasis en las dimen-
siones del pene y relegando a un lugar secun-
dario el resto de las características zoomorfas
de este demonio que merodea las aldeas y
poblados. Evidentemente, su piel overa, sus
orejas puntiagudas, sus escamas, sus ojos sal-
tones e hipnóticos y sus pies dados vuelta,
no surgen como espantosos, sino que es sola-
mente el largo de su miembro lo que resalta.
Mito viviente, el Kurupí, Curupiré, Kurupi-
rá o Caiporá, recibe parecidas denominacio-
nes de acuerdo al lugar o área, Misiones, Co-
rrientes, Brasil y Paraguay. Pero sin dudas en
todo Brasil, surge como el más espantoso y
temible de los seres míticos.
72
El Kurupí, es el genio o duende de los ani-
males silvestres, en especial de los semen-
tales, jamás abandona su selvático reino.
Cuentan los guaraníes que sus ataques
sexuales son sumamente agresivos, rapta a
sus víctimas por largo tiempo y luego regre-
san embarazadas. Paren a los siete meses, ni-
ños malformados y frágiles. Todos con carac-
terísticas parecidas a este fálico demonio.
73
LA LEYENDA DE LAS
SIETE BESTIAS
La bella Kerana, hija del primogenito de
Sypavé y Rupavé, fue raptada una noche, por
Taú, el espíritu del mal, que estaba perdi-
damente enamorado de ella. Toda la comu-
nidad buscó denodadamente a la joven, por
varios días en la selva y a orillas del río, en
cada rincón. Con el paso del tiempo, Kerana
y Taú, tuvieron siete hijos que fueron malde-
cidos por la diosa Arasý, y todos nacieron co-
mo bestias deformes, y ocupan lugares cen-
trales en la mitología guaraní, mantenién-
dose sus mitos vigentes hasta hoy, no así
otros dioses menores que fueron cayendo en
el olvido.
75
TEYÚ YAGUÁ
Teyú Yaguá ocupa el primer lugar. Esta bestia
habita en las cavernas y grutas, de aspecto
repulsivo, sus ojos saltones y rojizos se distin-
guen en la oscuridad, y su aliento fétido im-
pregna el aire, sus garras y colmillos y su piel
rugosa infunden terror en aquellos que lo
ven. Cuentan los guaraníes que quienes lo
ven, se vuelven locos y terminan su vida lejos
de la aldea y totalmente trastornados por es-
te monstruo de siete cabezas.
77
MBOÍ TUÍ
Especie de monstruo de los cursos de agua.
Es una criatura humanoide que posee aga-
llas como un pez. Su cabeza es similar a la de
un hombre, pero sus ojos están situados en
los costados del rostro y no posee vista fron-
tal, sus manos y pies tienen una especie de
membranas similar a la de las ranas. Si bien
su cuerpo humano está cubierto de escamas
y espinas. Produce un sonido gutural, pare-
cido a un aullido, y se alimenta de criaturas
acuáticas. A veces suele quedar atrapado en
los artilugios de pesca de los pescadores, co-
sa que enfurece a la bestia y suele ahogar a su
captor.
79
MOÑÁI
Deidad de los campos abiertos, mataba hu-
manos y animales, sólo por placer.
En una épica batalla que duró más de dos
días, fue derrotado por Porasý, quien a la vez
murió también y fue ascendida a deidad por
Tupá y Ñanderhú.
81
YARAKAÝ
Durante la noche se desliza Yarakaý, por ca-
minos y senderos, buscándose a sí mismo.
Antes, en el principio, nació como hombre y
a medida que fue creciendo, su cuerpo se
transformó en una lenta y dolorosa meta-
morfosis. Se convirtió en lagarto, debido a la
maldición de Arasý.
83
KA’A PORÁ
Un fantasma errante deambula por el mon-
te, su llanto quiebra el silencio en las noches
de luna. Espanta a los aldeanos con su aspec-
to grotesco y cambiante. Sostiene la mitolo-
gía que Ka'a Porá, sufre la pena de ser recha-
zada por los jóvenes de la comunidad, debi-
do a su monstruosa apariencia.
85
AO AO
Bestia del monte, mezcla de oso melero y lo-
bo de crin. Suele atrapar niños y devorarlos
sin contemplación, a veces ataca a los an-
cianos y a quienes caminan desprevenidos
por el monte. Su boca es inmensa y posee
una doble fila de dientes filosos como dagas.
Sus aullidos aterradores se escuchan a varios
kilómetros, razón por la cual los aldeanos
encienden fogatas para impedir que se acer-
que, pues el Ao Ao le teme al fuego.
Cuentan los chamanes que quien logra
matar a uno de ellos, adquiere luego una
fuerza física extraordinaria, ya que el espíritu
de esta bestia se transmuta al cazador.
87
EL BUITRE DE DOS CABEZAS
Esta bestia es quizás la más huidiza de todas,
difícil de avistar, es un jote o buitre, varias
veces más grande que los jotes comunes.
Posee unas poderosas garras y su particulari-
dad es que tiene dos cabezas, una de ellas da-
da vuelta hacia atrás, lo que le permite una
visión de trescientos sesenta grados.
Suele aparecer subrepticiamente, se lanza
en picada para capturar sus presas, entre las
que se encuentran incluidos los niños pe-
queños.
Además, sus plumas poseen un veneno
que mata instantáneamente a quien las
toque.
91
Este libro se terminó de imprimir en el tallerde Clan Destino en Abril de 2014
Posadas | Misiones | Argentina
Aunque la nación guaraní, en este tiempo y en este lugar, sea poco más que un concepto abstracto, una historia transmitida de boca en boca, un sin fin de aldeas, comunidades y pequeños grupos. Aunque solo queden vesti-gios desperdigados de esta cultura milenaria, de esta mitología. Aun así, nos encontramos con un complejo universo, con solo raspar el cascarón, universo plagado de historias, mi-tos y leyendas enriquecidas y sostenidas en el tiempo por la tradición oral.
En este primer tomo, el autor plasma en le-tras, mitos, historias y leyendas, reconstrui-das palabra por palabra, atravesadas por la vi-sión cosmogónica del pueblo guaraní.
Horas de charlas, durante años, con mis amigos de las aldeas Yryapú y Mbororé, entre otras, conflu-yen en este libro.
Clan Destino