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Colección de Ciencias Sociales Modalidades de abordaje metodológico Departamento de Prácticas de Investigación Lic. Raúl Zepeda López Compilador Guatemala, noviembre 2016. Universidad de San Carlos de Guatemala.

Modalidades de abordaje metodológicoc3.usac.edu.gt/cienciapolitica.usac.edu.gt/public_html/wp-content/... · Índice 1. Alfredo Tecla, NATURALEZA DEL PROBLEMA CIENTÍFICO, en Metodología

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Colección de Ciencias Sociales

Modalidadesde abordaje metodológico

Departamento de Prácticas de Investigación

Lic. Raúl Zepeda López Compilador

Guatemala, noviembre 2016.

Universidad de San Carlos de Guatemala.

ISBN: 978-9929-702-14-1

Primera edición, 2017Colección de Ciencias SocialesCentro de Estudios Latinoamericanos “Manuel Galich” (CELAT)Escuela de Ciencia PolíticaUniversidad de San Carlos de Guatemala

Diseño e impresión: Litografía Mercurio (2251 3245)

La presente compilación de textos de autores seleccionados se realiza con el exclusivo propósito de poner al alcance de estudiantes, docentes e investigadores de la Escuela de Ciencia Política, algunos de los más importantes aportes de pensadores preocupados por los desafíos que plantean los procesos de reflexión teórica sobre la producción de conocimiento en ciencias sociales.

Queda prohibida la reproducción parcial o total del presente texto por cualquier tipo de soporte, sin la autorización expresa del autor, quién tiene reservados los derechos de ley correspondientes.

Universidad de San Carlos de Guatemala.

Índice

1. Alfredo Tecla, NATURALEZA DEL PROBLEMA CIENTÍFICO, en Metodología en las Ciencias Sociales. 9

2. Hugo Zemelman, DIALÉCTICA DE INSTALACIÓN- APROPIACIÓN DEL MUNDO Y LA RACIONALIDAD DE SU DISCURSO, en Sujeto: existencia y potencia. 49

3. Miguel Beltrán, CINCO VÍAS DE ACCESO A LA REALIDAD SOCIAL, en Cinco vías de acceso a la realidad social. 67

4. Francisco R. Dávila, PAPEL DE LA TEORÍA EN LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA. 117

5. Jaime Osorio, ESPESORES, TIEMPO Y ESPACIO: TRES DIMENSIONES PARA DESARMAR Y RECONSTRUIR LA REALIDAD SOCIAL, en Fundamentos del análisis social 139

6. Hugo Zemelman, CONOCIMIENTO Y SUJETOS SOCIALES, en Conocimiento y sujetos sociales, contribución al estudio del presente 157

7. Carlos A. Sandoval Casilimas, ENFOQUES Y MODALIDADES DE INVESTIGACIÓN CUALITATIVA: RASGOS BÁSICOS, en Investigación cualitativa. 175

8. Witold Kula, EL PASADO EXPLICA EL PRESENTE, en Problemas y métodos de la historia económica. 197

9. Luis Bate, NACION, CLASES Y ETNIAS, en Cultura, clases y cuestión étnico-nacional. 213

10. Miguel Martínez Miguélez, ETNOMETODOLOGÍA E INTERACCIONISMO SIMBÓLICO en La Etnometodología y el interaccionismo simbólico: sus aspectos metodológicos específicos. 233

11. Néstor Braunstein, EL PROBLEMA DE LA MEDIDA EN PSICOLOGÍA, en psicología: ideología y ciencia. 249

12. Celestino del Arenal, EL MÉTODO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES, en Introducción a las Relaciones Internacionales. 261

13. Rubén Cuellar, CIENCIA Y RELACIONES INTERNACIONALES, en Revista Multidisciplina de la facultad de estudios superiores Acatlán. 277

14. Jean- Fabien Spitz, LA JUSTIFICACIÓN RACIONAL DE LAS TEORÍAS POLÍTICAS, EL PROBLEMA DE LA JUSTIFICACIÓN EN LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS, en Teoría Política y Comunicación. 303

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Presentación Es un compromiso académico de la Escuela de Ciencia Política contribuir a la sostenibilidad de los procesos formativos de orden teórico, metodológico y práctico de los docentes, estudiantes e investigadores en ciencia política, relaciones internacionales y sociología, como parte del proceso de readecuación en que la misma está comprometida. Con tal propósito, con la coordinación del Licenciado Raúl Zepeda López, se ha procedido a preparar tres compilaciones de textos, que incluye trabajos correspondientes a diversas expresiones teóricas, metodológicas y de experiencias de investigación de autores que con sus reflexiones han contribuido al desarrollo de enfoques que orientan las ciencias sociales en diversas direcciones: el positivismo, el estructural funcionalismo, el formalismo, el interaccionismo simbólico, la teoría de sistemas, el marxismo y el pensamiento crítico latinoamericano.

La riqueza del pensamiento científico social, complejo, diverso y contradictorio, tiene por lo general como trasfondo las exigencias específicas de la realidad latinoamericana, en sus antecedentes, procesos de desarrollo, imaginarios y proyectos de sociedad. Por supuesto que se vuelve difícil la selección de autores y textos, tarea en la que se tuvo en cuenta las sugerencias de varios docentes e investigadores.

Esperamos que los textos seleccionados favorezcan y potencien la vida académica y motiven a docentes, investigadores y estudiantes de las carreras de ciencia política, sociología y relaciones internacionales, a profundizar en el conocimiento de los múltiples aportes, acudiendo a las fuentes originales y diversas contribuciones bibliográficas de los autores consultados. Las profundas reflexiones de los mismos corresponden a los diversos y fecundos debates que en sus comunidades académicas han desplegado a lo largo de sus fructíferas vidas.

Los compendios preparados incluyen tres dimensiones básicas, teórico-epistémica, metodológica y técnicas que, aunque específicas, se articulan entre sí, a saber:

(1) Reflexiones teóricas de la investigación. Dedicado al análisis de cuestiones como la naturaleza del conocimiento y de la ciencia, las formas de apropiación conceptual de la realidad social, el dinamismo, historicidad y complejidad de ésta, así como la necesidad de explicitar los fundamentos epistémicos en que se sostiene el discurso científico.

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(2) Modalidades de abordaje metodológico. En el mismo son abordadas cuestiones como la naturaleza del problema científico y la construcción del objeto, las vías de acceso a la comprensión conceptual de la realidad social y su reconstrucción teórica, las formaciones socioculturales, la cuestión de la medición en ciencias sociales y el papel de los sujetos y sus proyectos sociales.

(3) Prácticas de investigación. Incluye textos relacionados con el trabajo en la investigación bibliográfica, documental y hemerográfica. Plantea la necesidad de explicitar y reconocer el papel de los supuestos teóricos. Examina el valor del análisis de contenido y el papel de los grupos de discusión en la investigación social. Se trata de exposiciones interesantes, profundas y polémicas. Unas derivadas de diversas experiencias investigativas y docentes, otras son derivadas de diversos recorridos intelectuales que los autores han realizado sobre los procesos de construcción del conocimiento, asociados a la necesidad de la comprensión de la complejidad de la realidad social.

En estas condiciones es necesario polemizar con la noción de plana, lineal, ahistórica y descomprometida con la realidad que es investigada. Comprender la necesidad de visualizar la existencia diversos procesos de desarrollo, espesores, ritmos y temporalidades del objeto que se investiga, así como el papel de los actores que dinamizan los procesos de desarrollo, de sus horizontes ideopolíticos y de sus proyectos de sociedad.

En la preparación de estos compendios fue valioso el aporte de las bachilleres Ingrid Kill Castillo y de Tania Sandoval Moreno, ambas estudiantes de último semestre en la carrera de Relaciones Internacionales. Se contó también con el importante apoyo de Sthepany Kill Castillo, de la Escuela de Ciencias Psicológicas y personal de secretaría de la Escuela. Su esfuerzo y diligencia facilitaron la cuidadosa transcripción o revisión de textos. La preparación del diseño de las obras estuvo a cargo de Diana Zepeda Gaitán. A cada una, nuestro reconocimiento.

Guatemala, noviembre de 2016.

Dr. Marcio Palacios Aragón Director de la Escuela de Ciencia PolíticaUNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA.

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IntroducciónLa comprensión de la complejidad de la realidad social obliga a reconocer la certeza de que no existe una única forma de producir conocimiento. No existe un solo método de investigación en ciencias sociales, pero existen criterios teóricos generales, derivados de la generalización de reflexiones sobre procesos investigativos, que tienen relativa validez en unos o en otros enfoques.

La pluralidad metodológica que caracteriza esta compilación tiene como primera razón el reconocimiento de la pluralidad de la realidad social, así como de las concepciones, paradigmas y enfoques teóricos y metodológicas de los investigadores sociales, que a lo largo de dos siglos han contribuido al desarrollo de las ciencias sociales, ya como teoría social o como práctica de producción de conocimiento referida a prácticas de conocimiento específicas. Reconocer la existencia de simultáneos procesos de desarrollo, espesores, ritmos, temporalidades y sentidos en los diversos objetos de investigación, obligan al diálogo interdisciplinario, así como al rotundo rechazo a la pretendida uniformidad de criterios metodológicos impuestos por exigencias administrativas. Pretende también recuperar la crítica epistémica, entendida como exigencia para quebrar estilos formalistas, deductivistas y clasificatorios del razonamiento que, como estilos docentes encubiertos en la “libertad de cátedra”, disimulan la incapacidad para ir más allá de los planteamientos que impone el colonialismo epistémico que promueve el orden establecido por medio de sus núcleos de intelectuales.Un postulado obligado en las ciencias sociales consiste en admitir que la realidad social es construida, que no está dada de antemano y para siempre. Que es resultado de la práctica social de hombres y mujeres en determinadas condiciones concretas. Esto lleva a renovar el valor primigenio de la práctica social y política que se expresa en las interacciones, relaciones y luchas sociales, en los imaginarios, discursos, proyectos de sociedad y estrategias políticas que, como fuentes de conocimiento pueden estar incubando las interrogantes que podrían atender los investigadores sociales convencidos de que la investigación, como forma de producción de nuevo conocimiento, va más allá de la deducción de conclusiones de marcos teóricos preestablecidos.

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Lo dicho plantea la necesidad de sistematizar las experiencias investigativas, propiciar los debates teóricos y metodológicos, así como aprovechar los esfuerzos de “artesanía intelectual” que se expresan en las descripciones de los procesos investigativos, bajo la consideración que los procesos de investigación no son inéditos, sino deudores de esfuerzos anteriores y punto de partida para nuevas reflexiones. Quebrar el formalismo que imponen las teorías sacralizadas es una necesidad epistémica para construir nuevo conocimiento. La historia de la ciencia lo testimonia esa rebeldía prometeica para no seguir pensando más de lo mismo de la misma manera.

La compilación pretende romper el añejo esquema que asume los métodos de manera formalizada, como formas preestablecidas de razonamiento, que exigen asumirlos y aplicarlos como parte de un razonamiento procedimental y tecnocrático. Afirmar que se hará “uso” de tal o cual método poco dice respecto del despliegue de formas de razonamiento que exigen las estrategias de investigación preocupadas por la producción de nuevo conocimiento, pero sí retratan los pocos esfuerzos del investigador para asumir los desafíos que imponen los tiempos que vivimos.

Suponemos que aún las recetas de cocina reclaman de los protagonistas autonomía intelectual y creatividad para desplegar el pensamiento ante las nuevas exigencias que plantean las condiciones concretas. De manera que el método, como forma de abrir y desplegar el razonamiento pueda ser capaz de hacer transitar la conciencia teórica por los inéditos recorridos condicionados, no de manera mecánica, por las especificidades del pensamiento epistémico.

Si la discusión sobre los textos seleccionados estimula la necesidad de propiciar nuevos debates académicos en beneficio de la actualización teórica y metodológica de la docencia y la investigación en la Escuela de Ciencia Política, estaremos seguros de haber logrado uno de los objetivos centrales en la producción de estos compendios.

1NATURALEZA DEL

PROBLEMA CIENTÍFICO

Alfredo Tecla

Tecla, A. (1980). Metodología en las Ciencias Sociales (Paquete didáctico).

Cuaderno No. 4

Naturaleza del problema científico

Considerar al objeto de estudio en términos de “problema” o conflicto social es secundario. Problematizar, desde el punto de vista del método científico, significa precisar, delimitar el objeto de estudio en cuanto al tipo de importancia de las relaciones posibles entre cierto número de fenómenos sociales.

Queda clara, pues, la distinción entre “problema” y conflicto o problema social. Sin embargo, para precisar el carácter abstracto del problema y su distinción de la realidad, nos puede servir de punto de referencia Althusser. El problema, dice Althusser, “es la manera de reflexionar acerca de un objeto” y en esto tiene razón, pero esto no es más que el reconocimiento del carácter abstracto del problema y que, ciertamente, tal reconocimiento dirime cuentas con el idealismo en cuanto a no confundir e identificar el nivel de la problemática con el de la realidad, empero, esto que parece a simple vista, sencillo, en verdad no es tanto así. El mismo Althusser se encarga de demostrarlo cuando habla de “problemas teóricos”; y afirma que el problema no es más que el enunciado teórico de una solución práctica. Si Althusser agrega al “problema” el término de “teórico” para significar su carácter científico ¿por qué no llamarlo problema científico para distinguir simple y sencillamente a la manera científica de reflexionar acerca de un objeto de cualquier otra manera de reflexionar?

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Desde el punto de vista de la estrategia de la investigación el problema es el enlace entre el marco teórico, lo concreto mental ya elaborado y el objeto de estudio, o sea lo concreto sensible. La problematización en este sentido, es ya una elaboración teórica sobre la realidad. Aquí se observa también la relación dialéctica entre el problema y el objeto de estudio. Recordemos que para Weber el problema se deriva no del objeto de investigación, sino de la orientación subjetiva, del punto de vista del investigador. Desde nuestro particular modo de ver esta situación, consideramos que lo subjetivo en el investigador está determinado por su posición de clase y por los elementos teóricos cognoscitivos de los que dispone, factores que inciden en la selección del objeto de estudio y en la forma y carácter de los problemas que se plantean. O sea, que la llamada subjetividad no está determinada por la voluntad o capricho del investigador, sino por factores objetivos, es decir, por factores sociales y gnoseológicos. (…)

Así pues, el planteamiento del problema tiene que echar mano de un determinado cuerpo de categorías. El problema científico tiene una forma de existencia subjetiva; la objetividad depende de su contenido, lo mismo que cualquier concepto o modelo teórico; esto lo distingue de la realidad objetiva. Por otra parte, el problema es en sí una selección de ciertos elementos y por tanto una reducción de la realidad objetiva. Los seleccionados son aquellos que se consideran esenciales o fundamentales para la comprensión o explicación de esa realidad.

El planteamiento del problema y el marco teórico

El planteamiento del problema revela ya el marco teórico de referencia, se inserta en un marco teórico determinado. Cuando Durkheim se pregunta, por ejemplo, si la división del trabajo ha impedido que la selección natural se de en la sociedad de la misma manera que se da en el orden biológico, nos está revelando su trasfondo conceptual: en este caso, aquellas teorías que sostienen

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que en el mundo de lo social operan las mismas leyes que en el mundo biológico. Desde el planteo del problema aparece la filiación social darwinista de Durkheim. Sin embargo, si nos limitamos a la enunciación del problema no siempre aparece con claridad el fondo teórico. Esto se debe a la utilización de los mismos términos como “clase social”, “emigrantes”, “familia”, etc., de tal modo que la filiación teórica aparece solamente cuando se definen los términos. El problema exige la utilización de categorías precisas, si se habla de “poder político”, “institución”, “cultura”, “ideología”, etc., es necesario definirlas de acuerdo con un determinado marco teórico. De esta manera, el problema aparece no sólo como el hilo conductor que va a orientar nuestra investigación. Tiene razón algunos autores cuando señalan que el planteo correcto del problema significa poner a disposición del investigador las categorías metodológicas que van a guiar su investigación. Si caemos en cuenta de que el problema es la base para la construcción de las hipótesis, resulta evidente no sólo su importancia teórica y metodológica sino también su importancia práctica.

El planteamiento del problema nos lleva a reflexionar sobre varias cuestiones; aquí queremos destacar las siguientes:

a) Validez teórica: Dentro de lo que podríamos denominar “validez teórica” del

problema, podemos mencionar, en primer lugar la comprobación de que se trata de un problema nuevo o no resuelto aún, y para el cual existen los conocimientos acumulados necesarios para resolverlo.

b) Justificación del problema: En cuanto a su justificación cabe preguntarse si la investigación

y solución del problema contribuye a un determinado fin social. En este punto existen diferentes criterios; de cualquier manera es conveniente señalar la relativa autonomía de la ciencia, y el carácter de clase de las disciplinas sociales.*

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c) Selección del problema:Respecto a la selección del problema, ésta se debe hacer en base a una jerarquización de los problemas tomando en consideración los puntos anteriores y además un balance o evaluación de los recursos y el tiempo con que se cuenta para su posible solución.

El problema se puede considerar como el detonador que desencadena toda una serie de reacciones que conducen a la obtención de un conocimiento nuevo. Los problemas surgen cuando las teorías, modelos y leyes no alcanzan a explicar los hechos o no concuerdan con los nuevos hechos.

La fundamentación del problema

La fundación del problema requiere de su inserción en determinado cuerpo de conocimiento, del manejo crítico de las teorías anteriores y de su adecuación en los términos específicos del objeto de estudio. Esto significa que el problema debe estar formulado en los conceptos de la ciencia, es decir, partiendo de los sistemas de conocimiento científicos ya elaborados. Cuando Marx se pregunta si la “peregrina” mercancía fuerza de trabajo posee un valor como todas las demás mercancías, plantea el problema de “¿cómo se determina este valor?”. Marx fundamenta el problema partiendo de las contradicciones de la fórmula general (D-M-D) y dice: “La forma de circulación en que el dinero sale de la crisálida convertido en capital contradice todas las leyes que dejamos expuestas acerca de la naturaleza de la mercancía, del valor, del dinero, de la propia circulación. Lo que distingue a esta forma de la circulación simple de mercancías es la serie inversa en que se desarrollan los dos procesos antagónicos, que son los mismos en ambos casos: la venta y la compra. ¿Cómo se explica que esta diferencia puramente formal haga cambiar como por encanto el carácter de estos procesos?...”* La clave para Marx está en el análisis de la mercancía fuerza de trabajo. Otro ejemplo será suficiente por el momento para ilustrar la fundamentación del problema: Cuando Weber se propone investigar

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por qué en un momento dado la sociedad moderna ha conocido una mutación importante, o sea el nacimiento del capitalismo, lo fundamenta indicando que es verdad que otras sociedades habían conocido fenómenos como la usura o la organización de intercambios dentro de un mercado. Pero nunca, ni en ningún otro lugar, se había asistido a la generalización de la inversión y de la acumulación del capital que caracteriza a Europa occidental desde el siglo XVI. **.

En la ciencia guardan un gran valor no sólo la construcción de teorías sino también los planteamientos de problemas. NO son pocas las ocasiones, en la historia de la ciencia, que de la labor realizada por algún científico sólo quedan en pie los problemas planteados, en espera de que algún investigador encuentra la solución correcta; ejemplos a la mano, son los de la naturaleza de la luz, que viene desde la antigüedad, igualmente la electricidad, la semejanza entre los animales y, más recientemente, el problema del cambio entre las especies planteado por Lamarck, etc., etc. En el terreno de las ciencias sociales, cuestiones como las diferencias y semejanzas en el modo de vida de los pueblos, la influencia del factor geográfico han representado problemas a resolver desde los tiempos más antiguos: más recientemente, el problema de la fuente de la riqueza, el carácter del trabajo, etc., que fueron tratados, pero no resueltos, por los fisiócratas y por los economistas clásicos ingleses. Recordemos por último que Marx y Engels dejaron un buen número de problemas planteados sobre cuestiones como las clases sociales, la ideología, el Estado, etc. (…)

Así pues podemos distinguir ya tres momentos que convergen el planteamiento del problema: la selección del objeto de estudio, su delimitación en base a la determinación de la abstracción inicial y la fundamentación del problema que consiste, esencialmente, en relacionar el marco teórico general con el marco teórico específico. Cuando se llega al planteo del problema quiere decir que tenemos resuelto el nivel de análisis o sea el contexto en que ubicamos nuestro objeto de estudio, y la orientación, el ángulo desde el cual

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enfocamos la investigación. En cuanto al nivel de la investigación se pueden distinguir los problemas que se refieren a la sociedad global de los que se refieren a una de sus partes, ya sea como elemento, estructura o proceso (ver las clasificaciones de Boudon y Vetter), y en estos últimos se pueden distinguir aún diferentes niveles de particularidad. Las investigaciones pueden ser caracterizadas por el tipo de problemas que plantean para su estudio. (…)

Sin perder de vista el nivel de análisis y el carácter de la investigación, los problemas nos precisan el ángulo del análisis. Hay que hacer la observación de que el problema se puede formular en forma interrogativa o en forma conminatoria, por ejemplo: ¿Qué es una clase? ¿Cuáles son las formas de control ideológico de la clase obrera? O bien “determinar las formas de control político en el campo” o “encontrar las formas de producción precapitalista”, etc., etc. La forma de enunciar el problema se remite a fin de cuentas al ángulo de análisis, que puede ser expresado a través de la conjunción causal “por qué”, de los adverbios “cómo”, “cuándo” “dónde” o de las preposiciones “cuál”, “qué”, “quién”. La forma de enunciar el problema tiene importancia porque nos está señalando si lo que vamos a investigar es una relación causal, estructural o espacio-temporal. **** La conjunción, la preposición y el adverbio es lo que Bunge llama “generador”, este autor distingue también la “variable individual” de una “variable predictiva”, que a nuestro entender se trataría en primer caso, de encontrar el individuo, persona o factor que realizó un determinado hecho o actividad, por ejemplo ¿quién descubrió tal o cual cosa?; en segundo, se trataría de encontrar los rasgos o propiedades de un determinado fenómeno, por ejemplo: ¿cuáles son los rasgos de una clase? Los problemas (preguntas) que se refieren al valor, o a los valores de una o más variables individuales, Bunge los llama problemas sobre individuos, y los que preguntan los valores de una o más variables predictivas pueden llamarse problemas sobre funciones. “Todo problema es de una de esas dos clases”*.

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Reglas para la formulación de problemas

Bajo esta línea, Bunge desarrolla más ampliamente las formas elementales de problemas, aquí nos interesa citar las reglas que él señala para la “formación” adecuada de los problemas:

Regla 1. El generador de un problema bien formado contiene tantas variables como incógnitas.

Regla 2. El generador de un problema bien formado lleva prefijados tantos signos de interrogación cuantas son las variables.

Regla 3. Todo problema bien formado tiene alguna de las formas siguientes:

(?x) (…x…) (¿p) (…p…) en las cuales x es la variable individual que se presenta en

el generador (…x…) y pe es la variable predicativa que se presenta en el generador (…p…).

Regla 4. Todo problema bien formulado no elemental es una combinación de problemas elementales bien formados”.**

Es pertinente la diferenciación que hace Bunge de los problemas elementales o atómicos (los que contienen una incógnita), y los no elementales moleculares (que contienen varias incógnitas), pues esto se va a reflejar en las posibles soluciones (hipótesis), pues esto se va a reflejar en las posibles soluciones (hipótesis), puesto que la hipótesis o solución no puede ir más allá de las incógnitas planteadas. Así también, para la formación de las hipótesis es necesario tener en cuenta si la incógnita refiere al sujeto (?x) o al predicado (¿p). Resumiendo, los problemas se clasifican de la siguiente manera:

1. Por su amplitud: a) generales; b) particulares.2. Por su complejidad: a) teóricos fundamentales, b) teóricos

particulares, orientados a un fin, c) ligados a la aplicación práctica de las leyes teóricas.

3. Según el ángulo de análisis: a) causal “por qué?”, c) funcional o de la relación (Vetter) ¿Cómo es?, d) espacio-temporal o de pronóstico de condiciones (Vetter): “¿cuándo?” “¿dónde?”.

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En resumen el problema debe estar formulado en términos inteligibles y precisos en correspondencia con un marco teórico científicamente probado. Y, como indica De Gortari, “el planteamiento no debe negar a priori ningún resultado experimental, sino que, por el contrario, debe permitir la inclusión de cualquier resultado experimental que se establezca con rigor” incluyendo la posibilidad de que las influencias que de él se desprendan pueden resultar incorrectas “de tal manera que siempre sea posible modificar el planteamiento conforme a los resultados experimentales que se obtengan*. Lo anterior es parte de las reglas generales que establece De Gortari y en las cuales encontramos coincidencias fundamentales con Bunge. Según De Gortari estas reglas son:

1. Todo problema debe ser establecido explícitamente y formulado en términos inteligibles y precisos.

2. El planteamiento debe ser consecuente, es decir que no debe presentar la posibilidad de que las conclusiones teóricas que de él se deriven, se encuentren en discrepancia con los resultados ya obtenidos en la investigación experimental.

3. Las tentativas de solución se deben de derivar lógicamente del planteamiento establecido.

4. Toda condición que se establezca debe ser aplicable en la práctica y, además, tanto el punto de partida como la estimación de los resultados deben implicar solamente la ejecución de operaciones y experimentos posibles.

5. Todas las definiciones incluidas en el planteamiento o implicadas por éste, deben ser de tal carácter que permitan el reconocimiento de los procesos o relaciones definidos, cuando éstos ocurran en la experiencia o en el desarrollo teórico, en los mismos términos de la definición.

6. El planteamiento debe contener explícitamente la posibilidad que las indiferencias que se practiquen pueden resultar incorrectas al tratar de verificarlas en la experiencia de tal manera que siempre sea posible modificar el planteamiento conforme a los resultados experimentales que se obtengan.

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7. El planteamiento no debe negar a priori ningún resultado experimental, sino que, por el contrario, debe permitir la inclusión de cualquier resultado experimental que se establezca con rigor manteniéndose siempre dentro del margen de modificalidad de la regla anterior”.*

Enseguida De Gortari señala la flexibilidad del problema científico que consideramos sumamente importante:

“Por lo demás, cuando en el curso de la investigación el científico llega a advertir que las condiciones planteadas resultan insuficientes para encontrar la solución del problema, entonces procede a modificar su planteamiento e incluso, a transformarlo por completo. Por otro lado, es probable que en el momento de plantear el problema todavía no tengamos una comprensión completa y clara del mismo. Pero, a medida que vayamos avanzando en su solución iremos profundizando y esclareciendo nuestra comprensión del problema. En todo caso, la aplicación adecuada y estricta de las reglas antes dichas es una condición necesaria, aunque no suficiente, para poder encontrar una solución satisfactoria de cualquier problema”. Este argumento de De Gortari pone de manifiesto el carácter de las relaciones dialécticas que se establecen entre el marco teórico y las demás fases de la investigación. En términos generales estas reglas operan para cualquier plan de investigación con la particularidad de que, en lo que refiere a la experimentación, ésta es muy limitada en las disciplinas sociales por razones obvias. En este campo el científico tiene que partir de los procesos ya dados o esperar a que los procesos que se infieren de los planteamientos se den –o no se den- en la realidad.

Limitaciones, perspectivas e importancia practica de los problemas

Desde luego los objetivos de la investigación pueden incluir diversos y diferentes tipos de problemas y moverse en diferentes niveles. Ya hemos dicho que las limitaciones y las perspectivas

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están determinadas por la situación que presenta la ciencia en un determinado momento, por su nivel de desarrollo, por los recursos y el tiempo con que se cuenta, por las características particulares del investigador, por los intereses y orientación ideológica, etc. Para ilustrar esto último, recordemos como en ocasiones guarda vital importancia plantear problemas sobre el ¿cómo?, el ¿cuándo? Y el ¿dónde? (a este tipo de problemas Vetter los llama de pronóstico de condiciones). En vísperas de la Revolución de Octubre Lenin había llegado a la conclusión de la posibilidad de la revolución socialista en un solo país. En base al análisis del capitalismo en su fase imperialista, se planteó las preguntas ¿cuál era el eslabón más débil de la cadena? o sea ¿dónde se habían concentrado las contradicciones del sistema imperialista? La práctica demostró su hipótesis respecto a que la Rusia zarista se presentaba como el eslabón más débil de la cadena y el problema que derivó fue el de hasta cuando madurarían las condiciones para la revolución; el lapso que va de la revolución de febrero al mes de octubre fue un período en el que prevaleció la interrogante del ¿cómo se iba a dar el cambio? fue el tiempo en el que Lenin de acuerdo con las circunstancias que evolucionaban y cambiaban con gran rapidez, pasaba de una consigna a otra: de la vía pacífica a la vía armada. Desde luego Lenin, lo mismo que Marx, es un ejemplo extraordinario de la ligazón estrecha entre la teoría científica y la praxis revolucionaria. Los tipos de problemas aquí expuestos caen también en la clasificación de problemas ligados a la aplicación práctica de leyes y teorías ya formuladas. Los problemas planteados y resueltos por Lenin son ejemplos de oro en la historia de la ciencia y de la práctica revolucionaria.

La reducción del problema a su núcleo

Como ya hemos visto, la primera pregunta frecuentemente nos conduce a formular otra más precisa y a mayor profundidad a esta operación se le ha llamado “reducción del problema a su núcleo”. La solución del problema no es un camino recto, la esencia no se revela inmediatamente sino que es necesario dar un rodeo

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buscando los elementos que construyan la esencialidad y que sirven de punto de apoyo para precisar y fijar el problema en la dirección correcta para su solución, como en el ejemplo ya citado de las clases sociales. No está por demás advertir que la reducción no significa simplificación, considerada en este caso como mutilación o empobrecimiento del problema. Para evitar la simplificación, la reducción debe hacerse a partir de la abstracción inicial que permite captar lo esencial a un primer nivel y de la posibilidad de echar mano de aquellas categorías que nos ofrecen una visión integral del fenómeno, como una totalidad; esto distingue claramente a la posición dialéctica materialista de la positivista. Se parte de una totalidad, llegar a otra totalidad, pero esta última más rica y a mayor nivel de esencialidad, que nos da cuenta de propiedades o procesos antes desconocidos. Por estas razones no se puede estar muy de acuerdo con la interpretación de los elementos del problema como simples variables que implica la abstracción de las propiedades, rasgos o aspectos del fenómeno, perdiendo la perspectiva de la totalidad y la posibilidad de la integración del objeto de estudio. Un ejemplo extremo de esta posición lo encontramos en el positivista H. Blalock, en su ensayo Introducción a la Investigación Social* en los que habla de “la necesidad y conveniencia de sobresimplificar la realidad con vistas a introducir economía en nuestros procesos mentales” y, consecuente con esta línea, da un ejemplo de variables, de sus valores y correlaciones. A pesar de pretender la sobresimplificación, los resultados de sus ejemplos son poco convincentes. Blalock comienza por lo que considera una noción muy simple e intuitiva del experimento ideal, que en síntesis se refiere a la relación que se da entre una “variable independiente” y otra “independiente”, y las ilustra con la “frustración” y la “agresión” respectivamente. Blalock, firmemente convencido de sus puntos de vista, sostiene que la mejor forma de expresar las relaciones entre variables son los modelos matemáticos o estadísticos. En este caso las variables están representadas en una gráfica por coordenadas, y su correlación a través de una curva en donde la precisión de la curva matemática será demostración de la correlación entre las variables: “cuanto

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mayor sea la frustración mayor será la agresión”. Sin embargo, Blalock reconoce la dificultad que existe para saber si todas las causas de agresión resultantes han sido controladas. “No existe, dice, a todas luces, un modelo concebible de comprobar este supuesto; una persona escéptica podría señalar alguna variable no controlada como posible causa. La imposibilidad de verificar el supuesto procede de la imposibilidad manifiesta de enumerar todas las causas o influencias capaces de perturbar una relación. Los filósofos lo saben hace ya mucho tiempo, y así es que las nociones de causa y efecto han perdido el crédito de que antes gozaban”*. Para nosotros estas dificultades reconocidas por Blalock se derivan, en gran parte, por la ausencia de una concepción totalizadora del fenómeno. Lo que se hace comúnmente en la sociología positivista norteamericana es la fragmentación de la realidad dando por resultado una visión unilateral, incompleta y por lo tanto deformada.

En la formulación del problema cada uno de los términos empleados debe estar suficientemente definido. Volviendo nuevamente a Marx, cuando se pregunta ¿Cómo se determina el valor de la mercancía fuerza de trabajo? ya tiene definido cada término; cada concepto constituyente del problema es parte de una totalidad, de un sistema, de una red de conceptos. Si bien al plantear el problema se aíslan determinados aspectos de la realidad, este proceso de abstracción no pierde la perspectiva de la totalidad. Así pues, el punto de apoyo de la reducción de la abstracción, es la inicial. La reducción no es finalmente la fragmentación de la realidad, sino la abstracción de lo esencial, el aislamiento de los aspectos esenciales y la eliminación de aspectos secundarios, no esenciales. Nuestro ángulo de análisis, o sea la relación dialéctica sujeto-objeto es la que va a determinar lo que es esencial.

En el ejemplo de Blalock no es posible considerar las variables “agresión” y “frustración” a la manera de las variables “peso”, “volumen”. Tampoco podemos utilizar los términos sin estar debidamente definidos. ¿Qué entendemos por agresión y por frustración?

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Importancia del orden lógico de las fases de la investigación

Analizando las posiciones de Bunge respecto a la pauta de la investigación científica cabe destacar, en su concepción, el lugar prioritario que le concede el planteo del problema soslayando la importancia del marco teórico, esto no es causal si nos remitimos a su reconocida filiación positivista. Es preciso señalar que Bunge no profesa el mecanismo de Blalock, sin embargo, coincide en cuanto a considerar los constituyentes del problema como variables y que, por consiguiente no parte de la totalidad. Por otra parte, Bunge no distingue, propiamente, los diferentes niveles en que se desplazan las ciencias naturales y las ciencias sociales al considerarse bajo el mismo rubro de ciencias fácticas. Pero el cuestionamiento a las posiciones de Bunge se refiere principalmente a los aspectos generales, mas no se puede dejar de reconocer que muchas de sus concepciones respecto al carácter de los problemas, la sistematicidad, las reglas para su formación, etc., son válidas y de ninguna manera se pueden echar en saco roto. Ya Lenin había advertido sobre las consecuencias que tiene el pasar por alto los principios generales limitándonos a investigar los fenómenos particulares. Esta actitud ha llevado a muchos investigadores a sufrir serios tropiezos pues constantemente se topan con las cuestiones generales para las cuales no tienen ninguna respuesta. Bunge rechaza los postulados teóricos o bien los considera como principios generales extracientíficos. El no tomar en cuenta el marco teórico como punto de apoyo para elaborar la estrategia de la investigación lo lleva a interpretar los fenómenos fuera de su contexto, en forma unilateral y principalmente en sus aspectos cuantitativos o bien, como simple correlación entre variables. De ahí su recomendación de observar elementos singulares en busca de elementos universales, y cita el ejemplo de la “hipótesis”, “Los obesos son cardíacos”. Según Bunge la recolección y el análisis de los datos deben hacerse conforme a las reglas de la estadística, de tal modo habla de una muestra de “obesos”. El resultado de la investigación es un enunciado estadístico, a saber: “de la clase de las personas obesas, una subclase que llega a su 100ava parte está compuesta por

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cardíacos”. Si bien estamos de acuerdo con Bunge en que hay que formular preguntas precisas, pensamos que su precisión no consiste en reducirlos a pocas “variables” y que éstas pocas variables estén consideradas fuera de su contexto. Nos parece también que este autor piensa más en las ciencias naturales que en las ciencias sociales y que por esta razón reduce el curso de la comprobación a las “técnicas estadísticas” desconociendo los casos típicos. Constantemente se observa que para Bunge lo fundamental es la medida, la cantidad, el grado, más no la calidad. Bunge, obviamente, desemboca en el relativismo, pues desconoce de hecho el carácter absoluto y relativo de la verdad. Todo esto tiene que ver con la concepción que tiene Bunge del Método y de la ciencias y no nos extraña que del primero hable de la siguiente manera: “lo que hoy se llama ‘método científico’ no es ya una lista de recolectas para dar con las respuestas correctas a las preguntas científicas, sino el conjunto de procedimiento por los cuales a) se plantean los problemas científicos y b) se ponen a prueba las hipótesis científicas”*. Para Bunge la ciencia tiene un carácter hipotético al conocimiento científico: es más, postula el método como el núcleo de la ciencia, pero el método concebido como un “conjunto de procedimientos”** concepción que omite la estrecha relación entre la teoría, el método y la técnica. Para nosotros no existen problemas aislados sino que éstos se insertan en una totalidad. La concepción del objeto de estudio como una totalidad se refleja en la estrategia de la investigación científica, en su orden lógico, donde el punto de partida es el marco teórico, en el cual se inserta y se fundamente, el problema científico. A fin de cuentas Bunge reconoce que un problema científico bien formulado “tiene que ser accesible a un cuerpo de conocimiento científicos (datos, teorías, técnicas) en el cual pueda insertarse el problema, de tal modo que sea posible tratarlos: los problemas enteramente sueltos no son científicos”, y más adelante precisa que “el problema tiene que estar bien concebido en el sentido de que su trasfondo y, en particular, sus presupuestos, no sean falsos ni por decir”.*

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El problema científico

El proceso de investigación se inicia inmediatamente con la elaboración de la concepción de la investigación. Fundamentándose en los objetivos determinados de los proyectos, en esta etapa se desarrolla una determinación detallada del contenido de investigación.

Se trata aquí de procesos de trabajo teóricos difíciles y necesarios que se dirigen a la determinación, el análisis y la precisión de los problemas de investigación así como el desarrollo de las hipótesis de investigación.

Los procesos de la formación de problemas e hipótesis en la investigación científico-social, hasta hoy, han sido elaborados insuficientemente, lo cual, naturalmente, dificulta considerablemente su exposición.

En el primer capítulo se tratarán características generales de problemas científicos, cuestiones acerca del análisis de problemas científicos, así como tipos y formas importantes de problemas. En el segundo capítulo nos dedicaremos a determinadas características y a algunas preguntas metodológicas sobre la formación de hipótesis de investigación.

El Problema de Investigación (de Berndrt Vetter)

El proceso de investigación científico-social siempre parte de un problema y se dirige a su solución. Ahí comúnmente, (Korch 1972, p. 170, véase también Fundamentos de Filosofía Marxista-Leninista 1971). Esta caracterización es insuficiente para la explicación del papel y función del problema en el proceso de investigación científico-social. También en el lenguaje común se habla de “problemas que aparecen o que están por resolverse”, etc. Obviamente, también ahí se refiere a “algo desconocido”, mas no, necesariamente, a algo que

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está por conocerse científicamente. Por ello, no todo problema se convierte en “pauta” para un proceso de investigación científica. Este significado solamente, lo posee una cantidad parcial y contestar las siguientes preguntas: ¿Cómo surgen los problemas? ¿Qué es aquello que propiamente designamos con el concepto de “problema”?.

Surgimiento y Caracterización General de Problemas

Los clásicos del Marxismo-leninismo han demostrado que la actividad humana se determina por las necesidades de los hombres, las cuales actúan como “necesidades internas”. La actividad total de los hombres, por ello, se dirige directa o indirectamente a la satisfacción de necesidades. Debido a la actividad productiva, el ser humano, por un lado, satisface sus necesidades existente y, por el otro lado, produce simultáneamente nuevas necesidades. Este proceso de actividad material e ideal siempre transcurre orientado a objetivos, pero no siempre sin obstáculos. Pueden aparecer contradicciones entre el objetivo y las posibilidades de su realización. Una contradicción que aparece en el proceso de la actividad entre planteamiento del objetivo y posibilidad de realización del objetivo, en lo sucesivo, la llamamos problema.

Ahí el problema sólo adquiere significado práctico hasta que el hombre se hace consciente de la contradicción captada por él entre objetivo deseado y posibilidades de realización del objetivo. Conforma a esto, aparecen problemas solamente en el enfrentamiento activo y consciente del hombre con su mundo. Esta intención se realiza debido a que el hombre, con ayuda del medio, pone “en movimiento las causas” “que pueden producir aquel efecto deseado como el objetivo de su actividad” (Klaus y Buhr, 1970, p.1184). En su enfrentamiento con el mundo el hombre no se puede servir de cualquier medio sino tiene que seleccionar y aplicar estos en correspondencia con el planteamiento de su objetivo. Es por esto que regularmente sólo hablamos de un problema cuando el hombre está consciente de que el saber existente no es suficiente para alcanzar un

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objetivo intencionado y que, por ello, este saber debe de ampliarse. En este caso se habla de un problema en el sentido más amplio”. Hay que considerar, con respecto al “déficit del saber” –bajo el aspecto de su superación y de su campo de validez- que se debe distinguir entre dos grupos de problemas:

CASO A. La “deficiencia del saber” puede ser eliminada con la asimilación de conocimientos de otras personas o grupos de personas, o bien, de otros sectores del saber. Ej.: se trata de la estructuración eficaz y con un buen nivel político de un evento de los grupos de la FDJ (Juventud Alemana Libre).

Supongamos que el secretario de los grupos de la FDJ posiblemente vea aquí un problema; desde el punto de vista de la psicología social, pedagogía, etcétera, se trata de una tarea, de la búsqueda de medios concretos, etc, En este caso, aquello que aparece en forma subjetiva como problema no necesariamente tiene que ser objetivamente un problema. En la superación de “límites del saber” nivel individual, generalmente, no aparecen problemas reales, científicos, sino problemas que se determinan por el sujeto, los cuales habría clasificar teórica y científicamente como preguntas o tareas.

En el campo de las ciencias sociales, la distinción entre problemas reales y aparentes no siempre es tan unívoca como en este ejemplo.

Problemas que desde el punto de vista de la investigación social burguesa se consideran como resueltos, deben ser examinados nuevamente por las ciencias sociales marxistas y ser integrados en el tratado científico auténtico (por ejemplo, conocimientos acerca de la investigación sobre la juventud y similares).

Además de ello, actualmente, el problema “información” especialmente en este contexto, adquiere una importancia cada vez mayor. En la actualidad, resulta, a veces, más económica la búsqueda

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de la solución de un problema que la búsqueda de la información correspondiente.*

CASO B. El “déficit del saber” no puede equilibrarse por la asimilación de conocimientos de otras personas o grupos de personas, etc., y no se conoce ningún algoritmo que pueda servir para este fin. En este caso el problema de expresión de una “deficiencia objetiva del saber”. Tal deficiencia del saber, por ejemplo, actualmente se da con respecto a toda una serie de leyes sobre la conducta, la formación de actitudes y motivaciones, etc.

En conclusión resulta que, tanto en el caso A como en el B, aparecen problemas reales. Pero para la investigación científica no es solamente decisiva la existencia efectiva de un problema sino especialmente la necesidad social de su solución. Luego, problemas científicos son expresión de una “necesidad de saber” objetiva.

Los problemas surgen especialmente de las exigencias que la praxis fórmula para la teoría, pero también de necesidades propias del desarrollo de las ciencias. Es por eso que son tanto resultado como ingrediente necesario del desarrollo de las ciencias. El proceso de investigación, por ello, se caracteriza por “encontrar”, precisar, analizar y resolver problemas objetivos. En adelante nos ocuparemos en especial de estos problemas (caso B), sin dejar de referirnos a los problemas que son relativamente independientes de personas particulares, como en el caso A.* Con esta constatación queremos delimitar más exactamente nuestra temática y, al mismo tiempo, excluir de una vez por todas aquellos problemas que resultan de planteamientos de objetivos irreales.

* Sin embargo, aquí también se relacionan cuestiones específicas de la economía de la investigación, de su duplicación, etc. Si por ejemplo, en el país X, un problema está resuelto, pero archivado, entonces para el investigador del país y sigue siendo un problema real, aunque aquí no se debería evaluarlo como tal, dentro de una concepción demasiado abstracta.

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Precisión del Concepto de Problema

De lo expuesto hasta ahora se puede ver que el problema puede ser considerado como especial de la contradicción dialéctica. Como expresión de la contradicción entre el objetivo y las posibilidades de su realización el problema actúa en el proceso del conocimiento como fuerza motriz. Así es que para el problema científico valen desde principio los aspectos y características esenciales de la contradicción dialéctica, éstas se manifiestan por un lado en el que el objetivo y la posibilidad de su realización se contradicen, caracterizando así la tendencia inmanente a la solución de problemas objetivos y, por otro lado, constituyen una unidad –o sea, el problema-. Por esa razón pensamos que el problema no se puede describir simplemente –como lo hace Weck (1967, p. 30)-, sino hay que tomar en cuenta que es una contradicción entre el saber y la conciencia del no-saber. En este sentido y por razones teórico-científicas, coincidimos con Parthey (1968 a.p. 163), cuando define el problema como “un sistema de proposiciones y preguntas, el cual contiene proposiciones sobre la existencia y condiciones de un objetivo así como preguntas acerca del objetivo de la actividad humana, cuando todavía no se conoce ningún algoritmo con cuya ayuda el objetivo preguntado pueda ser alcanzado en una cantidad finita de pasos”.

En este punto no hay que identificar pregunta y problema, como todavía sucede muchas veces en la práctica. Si bien pregunta y problema se relacionan estrechamente, sin embargo, se distinguen en características esenciales. Mientras en la solución de problemas se trata de la búsqueda de conocimientos fuera del sistema existente del saber, la respuesta de la pregunta requiere solamente la búsqueda de información dentro del sistema existente del saber. Esto no excluye * Originalmente se proyectó el designar a los problemas correspondientes del caso A como problemas “subjetivos” y a los correspondientes al caso B como problemas “objetivos”. Sin embargo, de las consideraciones acerca del caso A se puede observar, por un lado, que este grupo de problemas es heterogéneo, y, por otro lado, según los criterios, que contiene elementos de A o de A y B. En mi opinión, solamente se puede hacer una diferenciación unívoca, para la praxis irrelevante, en una consideración demasiado abstracta.

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que de preguntas resulten problemas y, viceversa, problemas se formulen como preguntas o también comprendan a tales. Es por eso que las preguntas por su contenido se pueden dividir de manera relativamente simples en científicas y no científicas. El asunto es distinto al considerar el problema. Aquí muchas veces, sólo es posible una decisión exacta hasta después de la solución del problema (comprobación de la praxis). Una decisión anterior solamente se justificaría desde la evaluación social del problema, es decir, desde la determinación de la necesidad práctica de dar solución (inmediata) al problema correspondiente. Es por eso que la praxis es el criterio primordial de decisión, pero no el único. Como criterio necesario, secundario, hay que referirse a la ciencia que juzga la necesidad de la solución del problema desde el desarrollo de la teoría. Si se descuida uno de estos dos criterios, se llega necesariamente al rompimiento de la unidad entre la teoría y a praxis, ya sea como desprendimiento de la teoría de la praxis, o bien como pragmatización de la teoría.

Conforme a nuestra exposición, ahora, “trascender” los límites de lo “conocido” equivale a “penetrar” en lo problemático o en el “campo del problema”. De la misma manera, se puede considerar la investigación dentro o en los límites de lo conocido como el proceso de formación y consolidación de la teoría. Con ello, la investigación científica sirve siempre a la adquisición de conocimiento: o el conocimiento de un problema (como elemento de campo del problema), o el conocimiento de una tarea (o pregunta como ingrediente del campo de la teoría). Con ello, si bien el problema científico se convierte en una premisa inmediata, sin embargo no se convierte automáticamente en pauta directa de la investigación científica, en nuestro caso, científico-social. Para que el problema correspondiente pueda estimular la investigación científica, tiene que:

1.- Ser un problema “real”, es decir, científico-objetivo. Puesto que esta constatación puede ser hecha sólo exactamente hasta después de la solución del problema, hay que comprobar si los conocimientos deseados poseen un valor práctico o científico más alto de los ya existentes.

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2.- Corresponder a las necesidades sociales actuales o potenciales (en el sentido más amplio), es decir, la pregunta: ¿La solución del problema, qué aportación dará o puede dar potencialmente a la praxis o a la teoría? Debe ser contestada positivamente.

3.- Servir al consiguiente desarrollo de la praxis y/o de la teoría. Es decir, el progreso no es posible sin la solución buscada del problema, pues de otra manera el progreso se dificulta considerablemente.De ahí resulta que: es relativamente irrelevante si un problema se genera dentro o fuera de la investigación científica. Pero sólo cuando corresponde mínimamente a una de las tres condiciones citadas, se puede convertir en punto de partida para la investigación científica.

Problema y Estado del Problema

En coincidencia con Kopnin y Popowitsh (1969, p. 42), consideramos el estímulo y a la orientación del proceso de investigación científica, los cuales surgen del conocimiento de un problema científico, como la función principal gnoseológica del problema científico (proceso de investigación) no empieza con la formulación de un problema, sino con la toma de conciencia sobre un estado del problema (véase Parthey 1968, p. 162). Llamamos estado de problema cuando existe conciencia de una contradicción objetiva entre el nivel del conocimiento objetivo con respecto a una proceso objetivo y a sus exigencias objetivas. Es por eso que la deficiencia del saber actual sobre un sector de la realidad sólo es una condición necesaria, pero insuficiente para la existencia de un estado del problema científico. Sólo hasta la concientización, es decir, el conocimiento del estado del problema, se plantea un problema para una persona o grupo de personas. Esta condición determina en gran parte psíquicamente –pero no exclusivamente (!)- del estado del problema científico, la llamamos coincidencia del problema. Ahí coincidimos un Tessmann (1969, p 18) cuando dice:

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“- El conocimiento del problema… es aquel nivel de conocimiento en donde se reconoce la existencia y la estructura de uno o varios problemas.

- La conciencia del problema de un sujeto es aquella forma del conocimiento del problema en donde una situación a la cual pertenece (situación del sujeto), se reconoce como estado del problema.

- El estado de conciencia del problema indica en qué grado se captan los factores del estado del problema del sujeto, los factores de su estructura del estado y del proceso de su desarrollo”.

Se puede ver el estado del problema sólo aparece en el enfrentamiento activo y consciente del hombre con su mundo. Actuando conscientemente sobre su mundo, el hombre persigue determinados objetivos, y en proceso de “concebir” la realización del objetivo surgen estados del problema más o menos relevantes. Ahí no importa si este enfrentamiento orientado a objetivos se realiza por medio de la actividad práctica o teórica del individuo. En ambas formas de actividad pueden surgir estados de problema y conciencia del problema. Sólo a través de la conciencia del problema dado en el estado del problema como contradicción entre saber y no saber, sobre cómo alcanzar el objetivo deseado. Esta contradicción se puede expresar en dos formas principales:

a) Contradicción subjetiva. Una persona o un grupo de personas toma conciencia de que su nivel de saber y capacidad individual en un momento dado es insuficiente para la superación de la contradicción existente, o para alcanzar el objetivo deseado.

b) Contradicción objetiva. Un grupo de personas o una persona toma conciencia de que el nivel disponible de saber, métodos, procedimientos y medios, es insuficiente para la superación de la contradicción reconocida entre planteamiento del objetivo y realización del objetivo.

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Las definiciones anteriores trascienden las explicaciones dadas hasta el momento, ya que incluimos en el concepto científico del problema no sólo la capacidad cognoscitiva, sino también capacidad tecnológico-material para la realización del objetivo. Por medio de ello se hace posible una mejor distinción entre problemas subjetivos y objetivos y desde nuestro punto de vista, sólo los últimos tienen rango de problemas científicos. En el caso A no existe ningún problema real, puesto que la contradicción subjetiva puede ser superada a través de la ampliación del saber individual con ayuda del saber humano existente. En cambio el caso B es típico para un problema científico. En esta fase de conocimiento, la persona o el grupo de personas puede tomar conciencia de que existe un problema real. Pero: sólo hasta el momento del análisis y de la síntesis de lo dado –es decir, del objetivo intencionado, de sus condiciones, etc.- la persona es capaz de reconocer y formular el problema. En este proceso es de especial importancia qué estado, conciencia, conocimiento del problema, etc., son determinados tanto por las condiciones histórico-concretas (“externas”). El problema así como las posibilidades de su solución no solamente depende del nivel de conocimiento históricamente dado, son también de las relaciones sociales dominantes, esto tiene forma clara y visible en el campo de las ciencias sociales. Desde el estado del problema hasta la solución del problema, una multiplicidad de posturas ideológicas, experiencias individuales, etc.) Actúan y determinan el proceso del conocimiento del problema y de la solución del mismo.

Precisión del Problema y Fijación del Problema

En el estado del problema tomamos conciencia del problema como estructura relativamente compleja y difusa. Muchas veces, lo único que está claro, es el hecho de que con los conocimientos, procedimientos, etc., existentes, no se puede alcanzar el objetivo deseado. Las razones de la incapacidad sólo se precisan en el análisis de esta misma; las condiciones, conexiones, causas de las dificultades

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para la realización de un objetivo se conocen sólo paulatinamente. La cuestión planteada hasta ahora, en cierta forma se divide en dos “tareas” nuevas. Por lo pronto, el problema científico queda en el trasfondo –no puede ser resuelto-, y se sustituye por el problema surgido en la síntesis de este problema poco a poco se descubren su núcleo y su estructura. Aquí entre otros, el método de modelos puede ser un medio esencial de ayuda. A través del modelo del caso “problemático” dado, se puede captar relativamente con rapidez y exactitud los elementos correspondientes del problema, ya que con un manejo preciso del método de modelos, estos elementos aparecen como “huecos” en la construcción de los modelos de tareas y de problemas, etc. con la sistematización, análisis, síntesis, etc. de estos elementos del problema, el hasta entonces problema inicial puede ser formulado más exactamente y dividido en problemas parciales. Así, por ejemplo, es posible la distinción entre problemas principales y laterales, en problemas esenciales y no esenciales para el objetivo deseado. Sólo en esta diferenciación y sistematización de los elementos del problema se puede determinar el tipo propio del problema así como la forma especial del problema. A esta parte del proceso de la elaboración del problema le llamaremos precisión del problema. Por ejemplo, si se quiere describir la conducta de jóvenes, entonces resulta de ahí una gran cantidad de preguntas que deben ser más concretizadas en el proceso de precisión del problema. Tales preguntas serían, por ejemplo:

a) ¿Qué grupos de edad incluyen a los jóvenes? (14-18; 16-20; 12-18; 12-25 años)b) ¿Qué es conducta?c) ¿Cuál conducta está por describirse? (Conducta actual, futura, ideológica, laboral, conducta en el

aprendizaje, el tiempo libre y en la vida sexual)d) ¿Cuáles son las situaciones en las que se quiere fijar la conducta

correspondiente? (Situaciones de conflicto, situaciones públicas-privadas, etc.)e) ¿Se quiere describir conducta de individuos o de grupos?, etc.

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Con este ejemplo se puede ver que la precisión del problema comprende simultáneamente una evaluación del mismo y una selección de sus elementos. La decisión para determinado contenido del problema, la llamaremos fijación del problema. Hay que considerar que la precisión de un problema contiene y refuerza la tendencia a su solución. Esto exige la precisión de los problemas de tal manera que facilite su explicación y solución (véase Korck 1972, p. 177 s). El problema fijado, entonces tiene que satisfacer las condiciones surgidas del análisis lógico de la categoría general “problema”. (Véase Bunge 1967, p. 170 s.s) y de acuerdo con esto, se debe de:

- Distinguir lo más exactamente posible lo “problemático” (lo buscado desconocido) de lo “no problemático” (lo dado, conocido)

- Diferenciar claramente entre lo esencial y lo no esencial, con respecto al objeto correspondiente;

- Dividir en sus elementos los problemas parciales (problemas principales, literales, etc.) que deben ser ordenados conforme a su prioridad, etc. (Korch 1972, p. 177 s).

Con la fijación ocurre una nueva delimitación del problema que implica la selección de una cantidad parcial de elementos del problema y también se da la fijación relativamente definitiva de la estructura y del tipo de problema. Si después de esto, resulta que existe una gran probabilidad de que el problema sea “real”, es decir, científico (objetivo), entonces, conforme a las condiciones planteadas inicialmente, se puede convertir en el punto esencial de la investigación, es decir, en un planteamiento de problema científico. Aquí naturalmente, hay que tomar en cuenta todavía otros criterios (por ejemplo, condiciones dadas con respecto a la capacidad de investigación; al aparato material, etc.). El objetivo del planteamiento del problema es la solución de la contradicción implícita a través de medios y métodos científicos. La solución del problema ocurre a través de la formulación de la explicación del problema (hipótesis) y su correspondiente examen científico.

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Al igual que el conocimiento del problema, también su precisión es un proceso de evaluación dependiente de condiciones “externas” e “internas”. Esta dependencia se expresa especialmente en el proceso de la fijación y de la selección del planteamiento del problema que está por investigarse. Aquí actúan tanto intereses y necesidades sociales, como también motivos personales del investigador. (…)

Estructura y elementos del planteamiento del problema

El planteamiento del problema constituye el punto de partida de la investigación científica. Es por eso que el planteamiento debe de ser captado unívocamente con respecto a su estructura y sus elementos. La estructura fundamental de un problema está constituida siempre por el objeto, las condiciones y el objetivo del problema.

Por su parte, estos elementos de la estructura del problema, constituyen estructuras parciales relativamente independientes y deben ser sometidas a una evaluación y selección cuidadosa y crítica (¡proceso de decisión!). Aquí hay que tomar en cuenta que la estructura del problema no es simple resultado de la estructura del objeto del problema, sino que se determina esencialmente por la estructura de las condiciones del problema y sus relaciones con el objetivo del problema (véase Parthey 1968 p. 166). Para el proceso de investigación real es indispensable fijar con mayor exactitud el objetivo del problema. Es decir, hay que encontrar:

¿Cuáles son los elementos que determinan la estructura del objeto del problema?¿Bajo cuáles condiciones dominan ciertos elementos del objeto?¿En qué consiste la solución óptima del problema, o sea, cuáles son los elementos del objeto a los que hay que darles mayor peso y cuáles menor peso?

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Al determinar el objetivo del problema regularmente resulta que el objeto se divide en planteamientos parciales con problemas principales y laterales, los cuales, por su parte, contienen elementos esenciales y no esenciales del problema. Esto lleva nuevamente a una precisión y diferenciación del problema de investigación, pero simultáneamente crea condiciones favorables para una estructuración más efectiva y más racional del proceso de investigación correspondiente. Es hasta esta fase del análisis cuando se hace posible y conveniente –a través de la determinación exacta del objetivo, del objeto y de las condiciones del problema a investigar- el desarrollar un algoritmo provisional de la solución del problema (hipótesis). Ahí algoritmo se sigue concretando en el proceso de investigación, lo cual regularmente conduce a una delimitación cada vez más estrecha del problema global de investigación así como a una especificación de los problemas parciales derivados. (…)

El análisis de los elementos de la estructura del problema y su precisión todavía tiene otro objetivo. Varias veces hemos subrayado que problemas y planteamiento del problema están estrechamente relacionados, pero que de ninguna manera son idénticos. Es por eso que si bien es posible una tipología general del problema, esta tiene sólo un valor condicionado para el proceso de investigación. No es sino hasta en la base del planteamiento del problema, precisado y concretizado cuando la tipología así como la diferenciación exacta de las formas de sus problemas parciales nos parecen significativos, ya que sólo de ahí resultan conclusiones concretas y directas para el proceso específico de la solución del problema.

Tipos de Problemas y Formas de Problema

Conforme a la multiplicidad de la realidad objetiva, también los problemas científicos pueden aparecer en formas múltiples. Si en lo sucesivo se exponen una serie de tipos y formas de tipos y una serie de problemas, entonces hay que tomar en cuenta que se pueden desarrollar casi ilimitadamente características de diferenciación de

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contenido y de sus combinaciones. Las posibilidades de tipología que de ahí resultan son múltiples, pero también, parcialmente, triviales, Por eso, sin evaluar la sucesión queremos limitarnos a los siguientes aspectos de diferenciación:

a) La insuficiencia de los conocimientos existentes para la determinación del algoritmo de realización, o

b) La insuficiencia de los medios, métodos y formas de organización usados hasta ahora.

En primer caso (a), se necesita adquirir nuevos conocimientos científicos para la solución de problema. Ya que aquí se trata principalmente de conocimientos teóricos, denominaremos problema teórico al problema correspondiente. Sin embargo, los problemas teóricos siempre se relacionan más o menos estrechamente con las preguntas y problemas de la realización tecnológica de su solución científica. En oposición al problema teórico, en el segundo caso (b) se necesitan más bien nuevas formas de la aplicación práctica de conocimientos ya existentes, que conocimientos teóricos “nuevos”. Se trata tanto de la reorganización, variación y especificación de medios y métodos ya existentes como también de la transmisión metódica y organizativa de nuevos conocimientos para la optimización del dominio de la praxis. A este tipo de problema lo llamaremos problema práctico. A veces también se le designa como problema metódico. A la vez, ahí se aclara que, finalmente, ambos tipos de problema se relacionan estrechamente en la práctica. Se encuentran en una relación dialéctica mutua. En el curso de la realización del objetivo (b), se deriva de (a) se convierte en (b), o bien, ambos se deriva de (a), o (a) se convierte en (b), o bien, ambos se relacionan tan estrechamente que aparecen como dos aspectos, lados, etc. de un solo problema fundamental.

De ahí resultan necesariamente otras diferenciaciones. Sólo señalamos la diferenciación con respecto a sectores especiales, de validez ya sean de la praxis o de la teoría.

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El problema práctico se considera como resuelto cuando se logra realizar el objetivo buscado, o cuando se puede elaborar el algoritmo de realización correspondiente. Regularmente, para la solución de problemas prácticos es a la vez necesaria la solución de problemas teóricos específicos. Sólo pueden ser considerados como resueltos hasta que se captan los sectores de la realidad reflejados por el objeto del problema, se conocen las conexiones generales, necesarias y esenciales, válidas para aquellos: se formulan como proposiciones teóricas de un sistema de conocimiento, y se conciben como nuevos medios, métodos, etc., por ejemplo, más efectivos para el dominio de la praxis.

Problema Fundamental y Parcial

La diferenciación entre problema fundamental y parcial es relativa. Generalmente es válido que el problema fundamental es sumamente complejo, mientras, el problema parcial contiene momentos o lados específicos de aquél. Así, por ejemplo, el problema fundamental puede comprender varias disciplinas científicas, mientras el problema parcial contiene la problemática específica del problema fundamental con respecto a una sola disciplina científica y también es soluble dentro de sus límites, así como con sus propios medios, métodos, etc. Actualmente el análisis de problemas fundamentales adquiere un significado cada vez mayor. Se muestra que una cantidad cada vez mayor de problemas son de naturaleza universal. Aparecen en forma compleja y deben de ser desglosados en problemas parciales. Las soluciones de los problemas parciales se usan para la solución del problema global, complementándose. De ahí resulta un mayor significado también del trabajo interdisciplinario, justamente en el proceso de la investigación científico-social. Muchas veces, es hasta la síntesis de las soluciones parciales cuando se hace plena y eficazmente o en general, determinado efecto, estado óptimo o momento crítico de la solución global. Es por ello que a menudo se distingue también entre problemas estratégicos y tácticos, así como entre analíticos y constructivos.

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Fuera de estos tipos de problema –como se ha expuesto inicialmente- se pueden determinar una multiplicidad de otros tipos de problemas especiales. Por ejemplo:

- Problemas principales y laterales;- Problemas analíticos y constructivos;- Problemas cognoscitivos y evaluativos, etc.

Aquí la tipología de los problemas no solamente depende de la “función final” de cada problema, sino sobre todo de sus delimitaciones realizadas en las fases de la precisión y la formulación del planteamiento del problema científico. Para lo cual también son decisivos los aspectos pragmáticos de la realización de la investigación, estos aspectos conjuntamente con los criterios de la evaluación del problema constituyen premisas relevantes para la selección de los problemas que están por resolverse en la investigación social empírica y teórica.

Algunas formas de Problema

Conforme al objetivo que da la pauta para el problema, los tipos de problemas pueden aparecer en diversas formas y contener problemas parciales de forma distinta. Para la forma específica de problema, regularmente, es característica la formulación de la pregunta que refleja la incertidumbre del problema, así como el objetivo parcial, precisado y seleccionado en la formulación del planteamiento del problema. Conforme a esto, distinguiremos las siguientes formas del problema; así como del tipo de problema y también del planteamiento del problema, sin que con ello intentemos una evaluación de su jerarquía:a) Problemas de descripciónb) Problemas de demostraciónc) Problemas de explicaciónd) Problemas de definicióne) Problemas de explicación

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f) Problemas de comprobacióng) Problemas de constatación y diagnóstico*h) Problemas de prediccióni) Problemas de relaciónj) Problemas de optimización, etc.

Aquí hay que tomar en cuenta que los tipos se refieren principalmente a los tipos se refieren principalmente a los problemas fundamentales y las formas a los problemas parciales (pertenecientes a aquellos). Los problemas fundamentales son relativamente complejos y, en general, contienen varios problemas parciales en distinta forma del problema.

Problemas de Descripción

Los problemas de descripción aparecen sobre todo cuando se tiene que exponer la apariencia externa de un hecho. En este caso la construcción está dada por la exigencia de que la descripción se dé en un lenguaje exacto en forma de sistemas de posiciones. Conforme a ello, los problemas de descripción aparecen, por ejemplo, especialmente, muchas veces como problemas subjetivos y se relacionan estrechamente con los problemas de demostración, explicación y definición.

EJEMPLO: Interpretación de datos empíricos; paso de enunciados empíricos a proposiciones teóricas.

Problemas de Demostración

Si una persona descubre que el saber existente no alcanza para exponer suficientemente un hecho, una relación, etc., para demostrarlo (como verdadero), entonces denominamos el problema que surge como problema de demostración. Los problemas de demostración regularmente relacionan estrechamente con problemas de relación, y explicación, pero también con problemas de predicción.

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EJEMPLO: Generalización teórica de experiencias prácticas; aplicación de nuevos conocimientos teóricos a la praxis.

Problemas de Explicitación

Los problemas de explicitación tienen su origen en imprecisiones o falta de claridad conceptuales. Aparecen en gran medida en el desarrollo de nuevas disciplinas científicas, así como en la ampliación de sistemas teóricos existentes cuando se requiere o se deben de aceptar conceptos de uso común o de otros campos científicos.

EJEMPLO: La distinción conceptual entre problema y pregunta o la diferenciación entre el significado conceptual del lenguaje común y de las ciencias incluye problemas de explicitación.

Problemas de Definición

Llamamos problemas d definición a los problemas de la determinación y delimitación de la esencia de hechos, propiedades, etc., así como del contenido y significado de símbolos, conceptos, etc. Estos se relacionan estrechamente con problemas de demostración, pero también con las demás formas de problemas citadas.

EJEMPLO: Definición de los conceptos problema “objetivo y “subjetivo. Problema “teórico” y “práctico”.

Problemas de Explicación

Un problema de explicación es un problema específico del conocimiento. Por ello, a veces, también se designa como tipo de problema. El problema de explicación caracteriza la incapacidad objetiva de formar un sistema de proposiciones que coincide con la realidad, el cual permite tanto describir el hecho que se quiere explicar en forma exacta con respecto a su esencia y apariencia externa, como también derivar conclusiones consiguientes. Aquí, las proposiciones

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contenidas en el problema de explicación determinan aspectos esenciales del fenómeno correspondiente; pero a la vez contienen huecos decisivos así que la formación del sistema de proposiciones no surge al principio. La solución de los problemas de explicación ocurre en el proceso de la formulación y de la comprobación de hipótesis. Es por esto que hay que discutirlo todavía más detalladamente. Los problemas de explicación se distinguen de las hipótesis sobre todo porque requieren de una explicación, mientras la hipótesis da una explicación (hipotética). Los problemas de explicación exigen entonces la búsqueda de un sistema de proposiciones y preguntas-hipótesis, en cambio, son un sistema de proposiciones (que explican). Se puede considerar un problema de explicación como resuelto, cuando se logra desarrollar un sistema suficiente para la explicación, el cual refleja lo esencial del hecho correspondiente. Aquí todavía es de interés que problemas de explicación regularmente se reconocen en su forma de pregunta “por qué”.

Fuera de esta relación directa del problema de aplicación con la hipótesis, existe también una relación indirecta entre problemas de explicación y de comprobación.

EJEMPLO: El describir causas, consecuencias, etc. de procesos prácticos. Explicación de la relación de “intuición” y experiencia en el proceso de solución del problema: Explicación del proceso de la formación de actitudes.

Problemas de Comprobación

Si de un sistema de proposiciones se quiere derivar una proposición que está por comprobarse, o se quiere comprobar una afirmación, y de ahí surge un problema, lo llamamos problema de comprobación.

EJEMPLO: Confirmación teórica o práctica de proposiciones hipotéticas: modelo de sanción de W. Friedrich.

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Problemas de Diagnóstico y de Constatación

Llamamos problemas de constatación a los problemas que se refieren principalmente a la fijación o confirmación de un hecho, estado, etc. Estos tienen, en parte, un carácter de extremo metódico y se caracterizan porque la pregunta contenida en el problema se formula con la proposición “que”. Estos problemas surgen cuando una persona es consciente de que “algo es” (existe), pero el saber dado no alcanza para establecer de qué se trata, o bien cuando todavía no puede confirmar la existencia de este fenómeno. Los problemas de constatación se relacionan estrechamente con el problema de la capacitación y de la investigación de condiciones iniciales de un fenómeno que está por explicarse o constatarse.

Problemas de diagnóstico: Puesto que estas exigencias y objetivos de problema también pueden aparecer independientemente a este tipo de problemas los llamaremos de diagnóstico para distinguirlos de los de constatación.

EJEMPLO: Investigación de motivaciones de determinados actos de conducta; comprobación de la actuación de lo “inconsciente” sobre determinados actos de conducta.

Problemas de Predicción

Cuando se quiere predeterminar la forma, el curso, el resultado, etc., de determinado desarrollo natural o social, se presenta un problema de predicción. A diferencia de las otras formas del problema, aquí la formación de predicción es a la vez la solución del problema de predicción. Conforme a su objetivo, sus condiciones específicas, así como su relación con el objetivo, el problema de predicción contiene una cantidad múltiple de problemas parciales generales y especiales, lo cuales por su parte puede aparecer en las formas más diversas, por ejemplo, como problemas de:

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- Predicción de objetivo- Predicción del estado intermedio- Predicción de las condiciones- Predicción del problema- Predicción de métodos y procedimientos, etc. En este caso la exigencia de la derivación de una predicción de las condiciones necesarias y dadas, leyes, etc., lo llamaríamos tarea de predicción y no lo consideraríamos como problema “auténtico” (véase Parthey, 1968 a,p. 168, Kroeber)

EJEMPLO: Previsión de resultados de un experimento; Previsión de éxitos en la educación; Previsión de la conducta futura de los jóvenes.

Problemas de Relación

La pregunta sobre relaciones o conexiones dentro de un problema expresa la incertidumbre sobre las posibilidades dadas de la realización del objetivo, y a la vez, un conocimiento insuficiente de la conexión entre punto de partida y objetivo; medio y objetivo, etc. Esta forma la queremos llamar problema de relación. Problemas de relación se conocen en la forma de pregunta ¿Cómo es…?

En otras palabras: se sabe o se supone que existen o pueden existir relaciones entre dos o varios hechos. Pero el saber disponible no alcanza para captar la forma, consecuencia, etc. de estas relaciones.

EJEMPLO: Relaciones entre las posiciones de x y de su influencia sobre la posición de y. Relaciones entre la posición del desarrollo futuro y la posición de los procesos actuales de desarrollo.

Problemas de Optimización

Si bajo de determinadas condiciones existentes se quiere obtener el resultado más favorable y realizar la operación metódica más

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conveniente para la obtención de datos empíricos, etc. se presenta un problema de optimización. De acuerdo a las relaciones dadas de condición-objetivo se pueden distinguir formas muy diversas del problema de optimización (por ejemplo, optimización lineal, dinámica, etc.).

EJEMPLO: Obtención de la voluntad óptima de rendimiento entre alumnos (no existe ni ambición exagerada y orientada unilateralmente, ni ambición demasiado reducida.)

Las dificultades en la exposición del problema son el resultado de que es un campo del proceso de conocimiento todavía poco analizado. Pero justamente para nuestra investigación científico-social esta etapa del proceso de investigación es una importancia considerable. De la formulación del problema, en el proceso de la precisión del problema y del paso del problemas reconocido al planteamiento científico del problema y las hipótesis que de ahí se derivan, se desprenden decisiones esenciales para la posterior recolección de datos y de la estructuración teórica. Consideramos que la influencia de la precisión del problema y formación de hipótesis tiene un alcance tal porque de ahí surgen decisiones fundamentales tanto con respecto a la calidad de las fases del proceso de investigación empírica y teórica, fundamentadas por esta precisión, como también de su eficacia y realización racional. La selección y desarrollo cuidadoso de los procedimientos de recolección de datos, si bien determina los aspectos del proceso de investigación, en los cuales pueden influir los datos empíricos, no pueden compensar por sí mismos las insuficiencias fundamentales de la investigación, las cuales resultan de una estructuración insuficiente del problema. La corrección del planteamiento de problema requiere simultáneamente de la corrección de sus hipótesis correspondientes, así que, con ello se debe de cambiar toda la concepción de investigación. En la práctica de la investigación todavía se considera este hecho de forma insuficiente. Esto, por ejemplo, se muestra en que se toma en cuenta sólo exiguamente la pregunta del cambio, obtención o exclusión

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de elementos de saber del planteamiento temático bajo el aspecto de su situación sobre el (los) planteamiento (s) científico (s), de sus (s) solución (es), etc., en el desarrollo de temas fundamentales de investigación (para varios investigadores o equipos de investigadores con problemas parciales específicos), o en planteamientos de problemas a largo plazo que tienen que resolverse en etapas particulares correspondientes, etc. Lo cual, a la postre, disminuye el valor y la eficacia de la investigación subsecuente. Cada cambio de la relación, función, etc., de los elementos de saber conduce a un nuevo estado del problema y, con ello lleva a la restructuración, o al refuncionamiento de los problemas o planteamientos de problemas correspondientes.

2DIALÉCTICA

DE LA INSTALACIÓN-APROPIACIÓN DEL MUNDO Y LA RACIONALIDAD DE SU

DISCURSO(En torno del significado

y función del pensamiento categorial no-parametral)

Hugo Zemelman

Zemelman H. (1998). Sujeto: existencia y potencia.

Barcelona, España. Ed. Anthropos. p.p. 55-69.

Dialéctica de la instalación-apropiación del mundo y la racionalidad de su discurso

El planteamiento fundamental del libro Horizontes de la Razón1 se sintetiza en la idea del pensar categorial, expresión particular de logos, cuya función básica es romper lo que bloque nuestra mirada e imaginación, aquietando el espíritu en la tranquilidad de las inercias mentales. Para ello se requiere partir de un concepto de realidad que trascienda a la realidad como objeto en un nuevo concepto de ésta como horizonte de posibilidades, que se corresponda con la exigencia de que la realidad se construye; de manera que la relación con ella se fundamente en concebirla como ámbito de sentidos en cuyos cauces hay que situar las conductas y las experiencias. De ahí que tengamos que tener claro que en toda realidad se conjuga lo que tiene de cristalizado con los esfuerzos de construcción por eso la historia hay que leerla como una experiencia de presente.

Ello obliga a elegir siempre como punto de partida del pensamiento la situación del hombre en el mundo de su actualidad: esto es, cómo el hombre transforma su época en experiencia para, desde las enseñanzas de la historia, colocarse ante el futuro que no es sino la potenciación de lo dado. El tema de fondo es el de la relación entre conciencia y método desde la perspectiva de transformar la historia en experiencia actual para enfrentar la construcción del futuro.

1 Hugo Zemelman, los horizontes de la razón, vol. I y vol. II, Ed. Anthropos/ El colegio de México, Barcelona/Mexico, 1992.

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Desde el concepto de logos que rige la relación con la realidad externa al sujeto, lo que decimos significa construir el lenguaje pensante, no solamente de comunicación. Pues si el punto de partida es el momento del hombre en su actualidad de presente, significa enfrentarse a sí mismo en los distintos momentos por los que atraviesa en su vida, en virtud de su necesidad de realidad desconocida: he aquí la necesidad de utopía. De lo que resulta que es más importante ésta que la verdad, en la medida que impulsa hacer de la época una experiencia posible, y, desde ella, cómo hacer del mundo un contenido de vida.

Lo que nos coloca en el contorno que contribuye a la liberación del espíritu, en la necesidad de horizontes desde donde poder instalarse, rompiendo con los cercos parametrales. Significa colocarse frente a la historia del hombre como la aventura por construirse como sujeto, haciendo madurar la conciencia de la sombra escondida en la luz; toparse con los limites, abrir puertas y reconocer desde ese umbral el espacio ya establecido. Finalmente, discutir a lo dado desde dos exigencias: desde la cosa en sí y la lebenswelt, como expresiones de contorno siempre desafiante para cualquier orden de realidad y del sujeto.

Desde esta perspectiva debemos recuperar la función del pensar categorial: el rompimiento de los límites, que opera en el mundo de la dialéctica cierre-apertura, que se puede resumir en los siguientes pares de opciones:- Conformidad con lo dado. - Necesidad de realidad.- Homogenización del pensamiento - Pluralidad de lenguajes. en base al predominio de la racionalidad tecnológica - Conocimiento codificado -Transformación del conocimiento en conciencia y voluntad de historia.- Ocultamiento del movimiento - Ampliación de la realidad de la realidad. cognitiva.

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En el trasfondo de este juego entre dicotomías se oculta la necesidad de distinguir entre formas de pensar y mecanismos de apropiación de la realidad, en forma de plantearse la construcción de lenguajes pensantes. La función de éstos consiste en rescatar cómo hacer presente la necesidad de realidad y de futuro a partir de la voluntad de ubicarse en el mundo; de manera de colocarse en la problemática de cómo educar la mente concebida como el desarrollo de la capacidad de ver antes que de explicar.

Para lo anterior se tiene que romper con las limitaciones del sujeto atrapado en la lógica de las determinaciones y de las condiciones de validez. O sea, hay que distanciarse de la razón instrumental para reforzar la idea de formarse de manera de ser capaces de ubicarse en el momento de la historia. Esto es valorar la conciencia de ruptura como la forma de conciencia fundante del hombre.

La idea central en que se apoya esta razón abierta es su trascendencia, respecto a lo determinado, en base a la necesidad de lo indeterminado. Planteamiento que desemboca lógicamente en la formulación de una razón articulada capaz de conjugar las funciones cognitivas con las gnoseológicas, por lo cual requiere de un lenguaje de pensamiento de naturaleza constitutiva, que no se identifique con el lenguaje de comunicación. Es el lenguaje de significantes como el propio de la razón abierta, o pensar no-parametral. Lo que decimos se corresponde con un concepto de logos de la historia como horizonte de construcciones posibles que no reduzca la legitimidad del pensar y del conocimiento al orden, ni el orden a la posibilidad de realización de vida en el plano puramente individual.

Algunas implicaciones de lo expresado tienen relación con el sujeto y sus espacios, tanto más cuanto la discusión gira en torno al enriquecimiento de la capacidad de pensar del individuo concreto. Pero si esta capacidad se corresponde con un lenguaje, cabe preguntarse acerca de la naturaleza de éste, que implica tener que aclarar antes que nada en qué consiste la relación con

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la “externalidad” en cuyo marco tiene lugar el pensamiento y su expresión.

En este sentido, debemos reconocer como punto de partida que la realidad es una articulación en movimiento (o, tal vez, para decirlo de manera más precisa, que para que la cosa particular pueda entrar en movimiento requiere articularse con otras determinadas), puede reconocer distintas modalidades de concreción diferentes especificaciones que desafían al pensamiento para reconocerlas. Ello plantea la atención en el movimiento de los limites (conceptuales y empíricos) traspasando el encuadre propio de una lógica de determinación entre factores.

En efecto, debemos analizar diferentes modos de darse el límite de lo cognoscible, ya que se puede dar en el marco de la lógica de determinaciones (o de la explicación), o bien en un marco diferente que sea inclusive de aquél; pues según sea una u otra la situación será la naturaleza del lenguaje del pensamiento. Se pueden dar modalidades como las siguientes:

a) El lenguaje como experiencia del mundo (giro lingüístico);b) El lenguaje como realidad del mundo (giro hermenéutico);c) El lenguaje como movimiento del colocarse ante el mundo.

En otras palabras, quedarse al interior del campo semántico, o bien trascenderlo para recuperarlo desde fuera de sus límites. De ahí que sea necesario examinar si hay o no indicios de que el hombre está pasando a otro paradigma en lo que significa la forma de concebir el razonamiento y la ciencia. Ha sido preocupación central de nuestra investigación, 2el concepto de necesidad que nos emplaza a nuevos desafíos para la construcción de conocimiento. Se podría afirmar que el concepto de lo necesario puede asumir distintas acepciones, tales como:

2 Ibìd.

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I) Entender a la necesidad como expresión de la incompletud de la realidad dada que sirve de base a la idea de la inclusividad de lo indeterminado.

II) Como expresión de opciones posibles en base a visiones utópicas que sirven de apoyo a la idea de construcción de la realidad, que supone una necesidad de futuro.

III) Lo necesario en relación con el mundo de vida del sujeto que se manifiesta en la necesidad de realidad en que apoyar el desenvolvimiento de la subjetividad del mismo.

Las dos primeras acepciones expresan la necesidad de darse, por lo mismo son modalidades de construcción de la relación de conocimiento, en tanto premisa de la apropiación cognitiva y gnoseológica; en cambio la tercera acepción está referida a la inserción de lo dado en un horizonte histórico. Las dos primeras acepciones son verdaderos desafíos para el pensamiento, mediados por la transformación de la experiencia, propia del mundo de vida, en estimulo de aquél. En términos generales, lo necesario constituye un reto de potenciación de la capacidad de pensar del sujeto concreto, que se traduce en cambiar el ángulo aceptado desde el que se organiza la lectura de lo determinado.

Lo dicho se traduce en colocarse fuera del ángulo, a partir de su reconocimiento, lo que supone, primero, fundamentar la actividad de pensar en la exigencia de incompletud y de que siempre se dan opciones posibles; pero lo dicho no solamente como simple desafío epistemológico sino que mediante su reformulación en el marco del mundo de vida; lo que obliga volver a él en términos de sus componentes (tanto los volitivos, afectivos, axiológicos, como estrictamente cognitivos). Todo lo cual conduce a tener que responder la pregunta, ¿Cómo abordar el mundo de vida de manera de manejar la posibilidad de que el sujeto se pueda objetivizar frente a él mismo?

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En esta dirección reviste significado el papel de las categorías como mecanismos que facilitan objetivizarse ante la subjetividad cotidiana; saber desentrañar en qué consiste esa subjetividad desde el punto de vista de sus efectos sobre la objetivación del mundo de vida. Ya que éste se puede expresar en la gestación de una capacidad de abstracción que permita pasar de lo conocido a lo desconocido; facilitando trascender los límites de la estructura dada del mundo de vida hacia un ángulo de lectura que, de manera explícita, lo incluya con todas sus particularidades. Es la función de un lenguaje de significantes, pero como parte de la creatividad en el uso del lenguaje natural, no de los lenguajes formales; lo que plantea el uso de dicho lenguaje para avanzar en la objetivación del sujeto.

Desde esta perspectiva, consideramos que se puede valorar la constitución de los lenguajes simbólicos, en cuanto potencian el desarrollo de facultades del sujeto para que pueda utilizar el lenguaje en términos de significantes. Diremos que el lenguaje de significantes conforma una estructura conceptual sin denotaciones claramente delimitadas. Pero volveremos sobre el tema más adelante.

Esta argumentación se apoya en la creencia de que si se dan síntomas de un cambio paradigmático, debemos examinar cuales son estos indicios, por una parte, y, de otra, la recuperación del sujeto concreto en tanto pensante. La que indefectiblemente debe transformarse en el núcleo de la discusión epistemológica, más allá de lo que podría describirse como la polémica entre el paradigma de la conciencia y del lenguaje. En efecto, estamos situados en la problemática de trabajar con cierta capacidad de significación (disociándola de la denotación) que rompa con los límites de determinados campos semánticos, como puede ser el caso del discurso de la ciencia con todo lo que lleva consigo: concepto de razón, de conocimiento, de realidad, de verdad para lo cual debemos, antes que nada, saber ubicarnos en esos campos, ya que es la condición para después poder romper con sus parámetros.

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De ahí que la problemática en un primer momento, el que es propio de la organización de un discurso intelectual, se expresa en la conformación de nuevos ángulos de pensamiento, o bien, saber reconocer a los vigentes, antes que plantearse el problema de la comunicación de enunciados. Constitución de ángulos que relacionados con la capacidad del sujeto para pensar históricamente.

Por eso, consideramos que la historicidad del pensamiento está relacionado con la problemática de ubicarse en campos semánticos y con el uso del lenguaje como capacidad de significaciones nuevas. Detrás de lo cual está la intención de rescatar al sujeto concreto como sujeto pensante y con capacidad de acción. Rescate que asume una dimensión dramática en el contexto sociocultural actual que dificulta, o hace imposible, la realización cabal de este propósito.

Indicios del tránsito hacia un nuevo paradigma

En relación con la presencia de indicios de que estamos en el tránsito hacia un nuevo paradigma, se puede mencionar la creciente incorporación de dimensiones no cognitivas, como lo son las exigencias gnoseológicas que se traducen en la importancia cada vez más significativa de las visiones de futuro y que se corresponde con la problematización del concepto de determinación y de inclusión de lo aleatorio.3 Pero también, se encuentra la urgencia por disponer de un conocimiento que sirva para enriquecer nuestra capacidad de acción, no solamente en la acepción de las tecnologías, sino que respalde la actitud de construcción el sujeto partiendo desde el plano de lo cotidiano. Por lo mismo, concebir el conocimiento como un esfuerzo gnoseológico, ya no orientado hacia los dinamismos constituyentes. Nos aproximamos a ciertos tipos de requerimientos propios del discurso simbólico como forma de conocimiento. ¿Se pueden, acaso, extraer categorías epistemológicas que sean extrapolables desde el discurso de la literatura y del arte?3 En relación con la exigencia de lo indeterminado como fundamento de toda una forma de

razonamiento, que trasciende pero sin negar el paradigma de las determinaciones, es pertinente considerar el planteamiento de K. Popper acerca de la indeterminación de la ciencia.

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La realidad constituyente obliga a formas de razonamiento no limitadas a la descripción de productos. Estamos enfrentados a trasladar la discusión desde los instrumentos y lógicas propios del ámbito de los constructos teóricos (con el predominio correspondiente de la lógica de determinaciones) al ámbito de las aperturas del pensamiento (con el predominio de lo indeterminado como expresión de la necesidad de contenidos posibles). Nos ubicamos en un horizonte donde son indisociables la necesidad de razón y de soñar, una ampliación de las facultades del hombre que contrasta con un contexto, que, a la vez que fáustico, es inhibitorio.

Por eso, el replanteamiento en las formas de razonamiento tiene que darse desde los ámbitos en que se articulen la actividad de poder colocarse ante la realidad y ésta como orden estructurado de ahí la importancia de incorporar a la discusión epistemológica la cuestión de los espacios de la inercia y de buscar las formas de estar alerta. Lo que nos enfrenta con el hombre reactuante ante sus circunstancias, en oposición a la problemática de las lógicas objetivas que resultan conformadas en términos del poder.

Mantener la lucidez del pensar ante el cambio, o la capacidad de pensar por sobre el error y lo que se desconoce, vincularse con los espacios de vida del sujeto, es la función del pensar categorial y de su lenguaje.

Desafíos del contexto

Un razonamiento que busca abrirse al movimiento nos acerca a lo inédito, a lo todavía por conocer, como paisajes por donde camine el sujeto consciente; pero que se enfrenta a un contexto engañoso que, por una parte, nos muestra la riqueza de un mundo en expansión, pero de otra, lo aprisiona en la banalidad escondida detrás de la sofisticación tecnológica, cuyo significado, en definitiva, es simple manipulación donde el sentido de vida se reduce a la mecánica reproductiva de un presente, cuyo contenido no es sino la

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posibilidad de un hacer que todavía permanece desconocido; pero que a pesar de ello conforma un contenido de realidad: el que se limita a lo practicable.

En este sentido, tenemos que recordar a García Bacca cuando se pregunta “¿Cuál es, pues, el fin del hombre actual?”; y agrega: “si el autor lo supiera de buen saber, y supiese decirlo en buen castellano, y consiguiera poner en claro lo que, profunda y confusamente, sentimos todos en cuanto irremediablemente actuales, no creo hubiera, durante un siglo, suficientes premios Nobel que otorgarle”. Y se responde a manera de conjetura: “el fin del hombre, en cuanto actual, es la omnímoda disponibilidad”.4 Disponibilidad que, especialmente en la lógica económica dominante, es reducida a recurso, o, para decirlo ramplonamente, pero que da un claro indicio del espíritu del discurso dominante, a capital humano, el que como tal encuentra su “fin” en los parámetros de la simple reproducción económica del sistema de producción.

Lo anterior configura el marco donde el discurso económico encuentra afinidades con el discurso del orden: la realidad es la construcción de lo posible en términos de sus parámetros, los que no se cuestionan, porque hacerlo significaría romper con toda noción de realidad. El contexto actual de globalización económica complica lo que decimos en la medida que, hasta dentro de sus parámetros, pierde sentido de realidad, o bien ésta se muestra como la realidad exclusiva de grupos sociales particulares. A este respecto, cabe mencionar la pérdida de encarnación efectiva del discurso de la globalidad económica, el cual se limita a una manipulación estadística, excepción hecha de estos grupos. En contraposición, lo que alcanza expresiones concretas, dramáticas e insoslayables, es la pérdida de determinados valores sociales, entre éstos la necesidad de lo colectivo; que contrasta con el hecho de que se producen situaciones de pobreza y de marginación, que, para poder enfrentar y superar, requieren de esfuerzos colectivos (pensamos, no obstante, 4 Juan David García Bacca, Elogio de la técnica, Ed. Anthropos, Barcelona, 1987.

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que la fuerza de lo colectivo se encuentra siempre aunque en estado potencial). Problemática que, desde el punto de vista del razonamiento, es parte de un sesgo mayor del pensamiento como es la pérdida de las dimensiones ocultas de la realidad, circunscribiéndose el pensamiento a lo “inexorable”, de conformidad a determinados presupuestos del razonamiento: énfasis en la descripción de los productos históricos dejando de lado a lo constituyente.

Desde esta perspectiva retomamos la crítica al marxismo de autores como Castoriadis y Lyotard, en cuanto señalan su deformación positiva, o bien, como se ha dicho, la crítica al marxismo como “secularización de la vieja teología soteriológica de la historia, en orden a lo que se ha sustentado la creencia (….) en el paso necesario, en un momento dado de la historia, del capitalismo al socialismo”.5 Critica que refleja la necesidad de recuperar lo que concierne a la subjetividad social constituyente, en vez de darla por resuelta en la simple contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, que, en tanto situación objetiva, reviste también un carácter subjetivo; que se manifiesta en la recuperación de la subjetividad que obliga a una forma de razonamiento que trascienda el plano de los productos históricos para ahondar en sus dinamismos constitutivos.

Lo anterior se refiere al pensar constituyente o categorial, que enfrenta los peligros de los reduccionismos, pero, además, del pragmatismo y de la inercia mental. Expresión, el primero, de lo que es la realidad cuando se la concibe en función de un enfoque instrumental, mientras que el segundo es manifestación de lo posible como mínimo. Ambos tienen de común el rasgo de reflejar al supuesto de inexorabilidad de lo que es ajeno al individuo concreto, aunque, también, se muestra en la paulatina transformación de la inteligencia en una inteligencia institucionalizada que es funcional a las lógicas instrumentales de la racionalidad tecnológica; pero especialmente

5 Jacobo Muñoz, “introducción” a ¿Por qué filosofar?, de Jean-Francois Lyotard, Ed. Paidós, Barcelona, p. 37.

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funcional al contexto dominante, ya que, en la medida en que no se cuestionan sus parámetros, facilita desarrollar un pensamiento y las consiguientes actitudes de conformidad y sumisión. Una forma de comportamiento carente de utopía donde en aras de lo posible de hacerse, se abandonan los valores con los que comprometerse; carencia de una visión de futuro que se conforme como desafío tanto para el pensamiento como para la acción; de ahí, la debilidad creciente de lo político como dimensión de la vida social. Se puede establecer un vínculo de afinidad entre la idea de la subjetividad constituyente y la “imaginación radical” de la que hablara Castoriadis. Hay que volver a recordar la distinción de la política como utopía y de la política como simple tecnología de poder.

El gran desafío que se plantea es poder traducir en un discurso coherente las exigencias complejas de la realidad, sin que esto signifique restringirse a la constatación de las regulaciones sistemáticas dominantes, que conforman la cara visible de éste, sin cuestionar los parámetros que rigen las formas mediante las cuales se aborda la realidad; como puede ser el caso de Luhmann.

En este contexto, se constata una inadecuación entre las lógicas del discurso económico y tecnológico respecto al trasfondo cultural, que, por lo mismo, en vez de expresar, encubre; entre el discurso político-ideológico y las potencialidades culturales, que se desconocen o desprecian; entre la lógica de la comunicación, limitada a lo estrictamente instrumental al mercado, y la función de otros lenguajes para construir, por una parte, nuevas modalidades de comunicación, pero también, de otra, diferentes tipos de relaciones con la realidad.

¿Cuál es el síndrome problemático del sujeto en el tránsito del siglo XX al XXI, más allá de su condición de ser un producto histórico? La pregunta tiene que ver con la apropiación de la historia, ya que hasta nuestra época la historia se encontraba en el estar o existir en un momento, en el mismo hecho de ser un producto en una época

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determinada. Ahora, en cambio, a partir del develamiento de que la historia no es unitaria y que no hay tal progreso indefectible, se plantea la cuestión de cómo es que se produce el individuo históricamente, sin que se pueda encontrar una respuesta en los marcos de una lógica lineal, como la que tuvo lugar desde la ilustración, y que dominó todo el siglo XIX y gran parte del siglo actual, cuando se consideraba a la historia humana “como un progresivo proceso de emancipación, como la realización, cada vez más perfecta, del hombre ideal”.6

Con la crisis de este concepto de historia, también se problematiza lo que significa vivir históricamente, pues del facilismo de reducirlo a encontrar lo nuevo pasamos al desafío de tomar conciencia de la base desde la que forjamos la noción de futuro, que ha dejado de ser unilineal. El progresivismo histórico supuso como sujeto a la Humanidad, que se identificaba con la especie humana, donde no había cabida para la heterogeneidad; pero ahora pasamos a una concepción de la historia que contiene los múltiples espacios del individuo múltiple. O sea, que el concepto de historia nos obliga a colocarnos ante los espacios concretos del hombre, de cada hombre, y a la incorporación de la idea de construcción en múltiples direcciones. Solamente siendo históricos el hombre puede dejar de ser el solitario en que se está convirtiendo. Debemos platearnos la recuperación de la totalidad, por cuanto para construir la historia debemos romper con el aislamiento que conlleva la fragmentación económica, social, política y cultural; recuperación que tiene relación ninguna con la exigencia de unidad, como es la que se identifica con la idea de “la” Humanidad o con la de “el” progreso. La totalidad en que pensamos consiste en que la multiplicidad de sentidos se tiene que traducir en determinadas opciones de construcción.

La multiplicidad alude a una potencialidad de sentidos posibles de desenvolvimiento, mientras que la unidad a una visión utópica que, en el contexto de aquélla, impone una unidad de sentidos en tanto exigencias de construcción. Exigencia ésta que se 6 Gianni Vattimo, La sociedad transparente, Ed. Paidós, Barcelona, 1990, p. 74.

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aclara cuando la analizamos en términos de que la construcción de la realidad, para que sea viable, requiere ser pertinente al contexto. En consecuencia, la unidad de sentido en que pensamos es un reflejo de la necesidad de recuperar la historicidad, que se disipa en lo fragmentario, en la multiplicidad sin atadura en base a una opción valórica, lo que no significa desconocer que ocurre en el campo de lo incierto; de ahí que esta exigencia de unidad tenga cabal expresión en la tarea de la construcción más que en el de la búsqueda de la verdad.

Sostenemos que importa más el horizonte de posibilidades que la verdad como una reafirmación de lo incompleto, aunque en la perspectiva de la inconformidad con lo dado. Más que pensar en el progreso debemos pensar en permanecer abiertos a lo porvenir, siempre indeterminado, pero a la vez necesario en su ad-venir. No puede extrañar, entonces, que la tarea en el plano del pensamiento se ubique en el campo problemático de la conciencia histórica que consiste en colocarse ante el mundo.

De lo anterior se desprende que la construcción de un pensar constitutivo, o categorial, supone la ética del sujeto lúcido; también, se podría decir una antropología-epistémica de la razón abierta-fundante, en la medida que rompe con los parámetros dominantes pre-establecidos (v.gr.: políticos, tecnológicos institucionales y, desde luego, culturales).

En el plano de la relación de conocimiento, la construcción, de este pensamiento plantea el redescubrimiento del mundo en términos de una relación de conocimiento construida en base a múltiples lenguajes; los cuales convergen en el concepto de un sujeto potenciado como aquél que se reconoce en su historicidad, en su concreción incompleta. Pero que define como su desafío poder concretar la posibilidad de opciones, por eso la significación de la inconformidad ante lo dado es concebido como incompletud.

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Las reflexiones anteriores tropiezan con los obstáculos propios de un contexto caracterizado principalmente por lógicas operativas. La técnica conforma roles funcionales que definen cierres de la realidad en términos de sus exigencias de desempeño. El cierre aparece ceñido a una lógica tecnológica que impone su sesgo como ángulo de lectura de la realidad: qué es lo que se muestra y, simultáneamente, qué es lo que oculta lo que se muestra.

El recorte de realidad constituido en términos de “facilidad”, “eficiencia”, “rapidez”, a la vez que destaca aspectos de la realidad oculta otros. ¿Cuáles son las consecuencias sobre la razón y el uso de la misma? La principal es la cristalización de los límites que delimitan la situación de existencia, que empobrece la idea, no solamente de desarrollo personal y social, sino de vida; inhibe el desdoblamiento de la memoria y el despliegue de las necesidades de futuro, porque la “urgencia” de operar se acompaña de pérdida del pasado, en la medida en que “lo nuevo” inunda el espacio de presente del hombre.

En última instancia, se opone discurso a horizontes de discurso como conexiones entre pasado y sentido de futuro. La utopía como necesidad de lo inacabable se agota en la progresión operativa de lo constatable como viable, perdiéndose el futuro como valor que cumple la función de invitar hacia lo desconocido, ya que, por el contrario, se impone la reducción a finalidades instrumentales. Con la característica de que esos fines ya se contienen en la propia lógica de los instrumentos, los que, a su vez, parecen no siempre responder a exigencias que trascienden sus propios límites. La única necesidad que trasciende el límite de los instrumentos es la simple información por la información, pero que, como tales, contienen potencialmente la necesidad de nuevas realidades aunque al interior de sus propios parámetros, ya que romperlos equivaldría a darle la espalda a la realidad.

Ante esta restricción el pensar categorial cuestiona las coordenadas del pensamiento, de manera de enunciar lo inexpresado,

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regresar a lo fundante para mirarse desde fuera del límite. Pretende reapropiarse del sentido de tener sentido, volver a la gestación de ideas; recuperar el ser del sujeto hombre en el estar con su multiplicación de finitos tiempos, buscando la constelación de puntos de activación desde los cuales poder construir un sentido. Encontrar la palabra para la palabra, la idea misma de la comunicación; saber resolver lo precario en lo infinito, o lo infinito en lo precario. Para todo lo cual se requiere romper con la sintaxis establecida, pero también tener claro su trasfondo ético-epistémico.

La tarea ético-epistémica consiste en colocarse fuera del discurso teórico, que se ha ido construyendo históricamente, para de ese modo reconocer la raíz de lo pensable en lo real, más que reducir el pensamiento a una descripción acerca de situaciones y experiencias no específicas: trascender los productos para reconocerlos como puntos desde los cuales mirar el contorno que los conforma. Algo semejante a transformar al futuro en una experiencia que contenga múltiples aperturas. ¿Acaso toda la historia de la Humanidad se decanta en el intento que resume la interrogante por el futuro? El conocimiento deviene en conciencia cuando nos lleva a convertir el límite, que proporciona tranquilidad, en una ventana abierta hacia lo no acontecido. ¿Y qué es lo no acontecido sino la simple voluntad de elegir? Pero, ¿tenemos capacidad de elección o sólo de saber y condolernos?

3CINCO VÍAS DE ACCESO A LA REALIDAD SOCIAL

Miguel Beltrán

Beltrán, M. (1985). Cinco vías de acceso a la realidad social.

Reis: Revista española de investigaciones sociológicas, No. 29. pp. 8-41.

Cinco vías de acceso a la realidad social

1. Método científico y métodos de la Sociología

Abordar por derecho el problema del método de la Sociología implica, se quiera o no, tomar posición acerca del método científico; y esto supone a su vez, al menos, dos cuestiones diferentes: la primera, relativa a si existe algo que pueda llamarse método científico, en el sentido de ser sólo uno y de estar generalmente aceptado y ser practicado por los científicos; la segunda, relativa a si, en el caso de que tal cosa exista, las ciencias sociales, o humanas, o de la cultura, o de la historia, han de acogerse a un método elaborado para las ciencias físico-naturales desde una perspectiva positivista.

Pues bien, por improcedente que parezca, creo que en este momento debo atreverme a dar respuesta breve y tajante a tan gruesos problemas, y no por que piense que baste con ella, que pueda cortarse sin más el nudo gordiano sin tomarse el trabajo de desatarlo, sino por no repetir lo que ya en otro lugar he dicho, aliviando así al lector de una enfadosa vuelta a empezar. Así pues, se me perdonará si me limito a anotar sucintamente varias afirmaciones, que no argumentos. En primer lugar, me parece sumamente problemático que exista algo que pueda ser llamado sin equivocidad el método científico: no sólo porque la filosofía de la ciencia no ha alcanzado

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un suficiente grado de acuerdo al respecto, sino porque la práctica de la ciencia dista de ser unánime. O, al menos, tal método, único y universalmente aceptado, no existe en forma detallada y canónica; aunque es evidente que bajo la forma de una serie de principios básicos sí que podría considerarse existente. En efecto, las actitudes sociales no deben mirarse en el espejo de las físico-naturales, tomando a éstas como modelo, pues la peculiaridad de su objeto se lo impide. Se trata, en efecto, de un objeto en el que está incluido, lo quiera o no, el propio estudioso, con todo lo que ello implica; y de un objeto, podríamos decir, subjetivo, en el sentido de que posee subjetividad y reflexividad propias, volición y libertad, por más que estas cualidades de los individuos sean relativas al conjunto social del que forman parte. Conjunto social que no es natural, en el sentido de que es el producto histórico del juego de las partes de que consta y de los individuos que las componen, siendo éstos a su vez también producto histórico del conjunto, y ello en una interacción inextricable de lo que el animal humano tiene de herencia genética y de herencia cultural. Un objeto de conocimiento, además, reactivo a la observación y al conocimiento, y que utiliza a éste, o a lo que pasa por tal, de manera apasionada y con arreglo a su peculiar concepción ética, limitaciones a las que tampoco escapa el propio estudioso. Un objeto, en fin, de una complejidad inimaginable (y para colmo de males compuesto de individuos que hablan, de animales ladinos), que impone la penosa obligación de examinarlo por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, por el antes y por el después, desde cerca y desde lejos; pesarlo, contarlo, medirlo, escucharlo, entenderlo, comprenderlo, historiarlo, describirlo y explicarlo; sabiendo además que quien mide, comprende, describe o explica lo hace necesariamente, lo sepa o no, le guste o no, desde posiciones que no tienen nada de neutras.

Espero se me disculpe lo que parece más un alegato literario que un razonamiento, si se cae en la cuenta de que, pese a todo, la peculiaridad, complejidad y polivalencia del objeto de conocimiento de las ciencias sociales no quedan descritas sino de manera harto

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pálida en las palabras anteriores. Si, pues, los objetos de conocimiento de unas y otras son tan radicalmente diferentes, ¿Para qué empeñarse en configurar las ciencias sociales tomando como modelo a las de la naturaleza? Se explica tal empeño por el anhelo de respetabilidad de los científicos sociales, pero su aceptación como miembros de la comunidad constituida por los científicos de la naturaleza se consigue al inmenso costo de traicionar el objeto de las ciencias sociales. El problema no es aquí simplemente de «dos culturas», sino de negación del objeto. Y si no ha de negarse el objeto, sino afirmarse en su excepcional especificidad, ello implica afirmar también una epistemología pluralista que responda a su complejidad, a la variedad de sus facetas. Y a tal pluralismo cognitivo no puede convenir un método, un solo método, y menos que ninguno el diseñado para el estudio de la realidad físico-natural (que es aplicable a algunas de las facetas de la realidad social, por descontado, pero solamente a algunas de ellas).

En tercer lugar, y como conocida conclusión, al pluralismo cognitivo propio de las ciencias sociales, y particularmente de la Sociología, corresponde un pluralismo metodológico que diversifica los modos de aproximación, descubrimiento y justificación en atención a la faceta o dimensión de la realidad social que se estudia, en el bien entendido que ello no implica la negación o la trivialización del método, su concepción anárquica, o la pereza de enfrentar lo áspero: sino, por el contrario, la garantía de la fidelidad al objeto y la negativa a su reproducción mecánica, a considerarlo como naturalmente dado del mismo modo en que nos es dado el mundo físico-natural.

De aquí que más que del método de la Sociología se hable en estas páginas de los métodos de la Sociología, y no, desde luego, como intercambiables y aleatorios, o en el sentido del «todo vale» de Feyerabend (1974), sino como adecuados en cada caso al aspecto del objeto que se trata de indagar. Que en eso consiste el pluralismo metodológico propio de la Sociología.

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2. El método histórico

La ciencia de la sociedad ha de recurrir de manera sistemática al método histórico. Cuando me refiero aquí al método histórico, no quiero decir que la Sociología deba incluir entre sus técnicas de investigación las que son propias del historiador para reconstruir el pasado e interpretarlo, sino sólo que el sociólogo ha de interrogarse, e interrogar a la realidad social, acerca del curso sufrido por aquello que estudia, sobre cómo ha llegado a ser como es, e incluso por qué ha llegado a serlo. No se trata de que el sociólogo se introduzca en campo ajeno o mimetice la actividad del historiador, sino de que extreme su conciencia de la fluidez heraclitiana de su objeto de conocimiento, sea cual fuese su tempo, de forma que la variable tiempo se tenga siempre presente en el estudio de la realidad social. Y no se trata con ello de consagrar el brocardo baconiano, según el cual vevitas temporis filia, sino más bien de incorporar a la Sociología el famoso dictum de Burckhardt: «La historia es la ruptura con la naturaleza creada por el despertar de la conciencia» (Carr, 1978: 182). En efecto, también la Sociología implica en alguna medida una ruptura con la naturaleza, en el sentido de negar a lo social dado la condición de natural y de profundizar en la conciencia de su contingencia; dicho más brevemente, la Sociología posibilita al menos la atenuación del etnocentrismo en lo que se refiere a la organización y los procesos sociales y, literalmente, permite percibir la historicidad de los fenómenos sociales estudiados. Por eso tiene tan poco sentido una Sociología ahistórica que no se pregunte de dónde vienen los procesos y las instituciones sociales (y adónde van), sino que los examine fuera del tiempo*, tal Sociología, a la que dudo se pueda llamar así, hace con frecuencia buena la famosa pregunta de « ¿Cómo se puede ser persa?», aunque sin la ironía con que en su momento se formuló.

Este tipo de Sociología carente de sensibilidad histórica cree que estudia el presente, cuando éste no tiene más existencia que la puramente conceptual de línea divisoria imaginaria entre el pasado y

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el futuro: esta idea de Carr, con la que es difícil no estar de acuerdo, es particularmente aplicable al objeto de la Sociología, pues la sociedad humana ha cambiado tanto de un país a otro y de un siglo a otro que se impone considerarla ante todo como un fenómeno histórico (Carr, 1978: 43). De aquí el asombro de Braudel de que los sociólogos hayan podido escaparse del tiempo, de la duración (1968: 97), lo que consiguen o bien refugiándose en lo más estrictamente episódico o bien en los fenómenos de repetición que tienen como edad la de la larga duración. Y por ello Braudel formula una invitación a los sociólogos, que apoya de una parte en la consideración de ciencia global que la Sociología tenía para los clásicos y, de otra, en la superación por los historiadores de una historia limitada a los acontecimientos: invitación a considerar que Sociología e historia constituyen «una sola y única aventura del espíritu, no el envés y el revés de un mismo paño, sino este paño mismo en todo el espesor de sus hilos» (1968: 115): La historia, en efecto, le parece a Braudel una dimensión de la ciencia social, formando cuerpo con ella: desde principios de este siglo, y especialmente en Francia gracias a los esfuerzos de Berr, Febvre y Bloch, «la historia se ha dedicado... a captar tanto los hechos de repetición como los singulares, tanto las realidades conscientes como las inconscientes. A partir de entonces, el historiador ha querido ser —y se ha hecho— economista, sociólogo, antropólogo, demógrafo, psicólogo, lingüista... la historia se ha apoderado, bien o mal pero de manera decidida, de todas las ciencias de lo humano; ha pretendido ser... una imposible ciencia global del hombre» (Braudel, 1968: 113-114).

Pues bien, no se trata, evidentemente, de asumir esta suerte de imperialismo de los jóvenes años de los Aúnales y reimplantarlo en la Sociología, sino sólo de reconocer con Braudel que con frecuencia historia y sociología se identifican y se confunden, especialmente por el carácter global de ambas, y de manera particular en el plano de los fenómenos de larga duración y en el del análisis de la estructura global de la sociedad. Esto era bien comprendido y practicado por la mayoría de los «padres fundadores» de la Sociología, en tanto que la

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parte más importante de la investigación llevada a cabo en los años de la que se llamó «sociología moderna» fue puramente de fenómenos episódicos o atemporalmente examinados. Me parece que es preciso reaccionar contra tal ahistoricismo, y no dudo en suscribir la opinión de Carr: «Cuanto más sociológica se haga la historia y cuanto más histórica se haga la sociología, tanto mejor para ambas» (1978: 89).

Pero negarse al ahistoricismo ¿no implicará caer en el nefando historicismo popperiano con todas sus denostadas miserias? Recordemos que Popper entiende por historicismo «un punto de vista sobre las ciencias sociales que supone que la predicción histórica es el fin principal de éstas, y que supone que este fin es alcanzado por medio del descubrimiento de los ‘ritmos’ o los ‘modelos’, de las ‘leyes’ o las ‘tendencias’ que yacen bajo la evolución de la historia» (1973: 17); en contra de ello, la tesis de Popper es que «la creencia en un destino histórico es pura superstición y que no puede haber predicción del curso de la historia humana por métodos científicos o cualquier otra clase de método racional» (1973: 9). Sea cual fuere la opinión que se tenga acerca de la posición popperiana (y sin duda está hoy bastante desacreditada a causa de que la noción de «historicismo» es más bien, como dice Carr, una especie de cajón de sastre en el que Popper reúne todas las opiniones acerca de la historia que le desagradan, inventando además los argumentos «historicistas» que le interesan: cfr. Carr, 1978: 123 n.), es evidente que cuando reclamo para la Sociología la necesaria sensibilidad histórica, e incluso un método histórico, no estoy defendiendo la necesidad de que los sociólogos hagan predicción histórica, sino más bien postdicción histórica: esto es, que se esfuercen en ver la formación de los fenómenos sociales a lo largo del lapso de tiempo conveniente, y que perciban la duración de la realidad social, tanto en el período corto como largo, como el ámbito preciso para hablar de los cambios experimentados. Aunque, desde luego, nada se opone a la predicción, salvo que ésta se convierta en la proclamación profética de un sino histórico trascendente, que es contra lo que en realidad está Popper y en lo que se puede estar de acuerdo con él.

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Es evidente que, tanto en el caso de la postdicción como en el de la predicción, el sociólogo que busca en la historia está buscando factores causales; no, desde luego, la causa que explique maravillosamente lo que se estudia, sino el conjunto de múltiples causas que siempre rodean confusamente el proceso de que se trate, por más que en el mejor de los casos pueda discernirse una cierta jerarquía causal. Y tampoco el sociólogo practicante del método histórico ha de limitarse al establecimiento de puras secuencias temporales que pueden ser perfectamente irrelevantes en términos causales, de acuerdo con el clásico sofisma de post hoc, ergo propter hoc, sino que ha de explorar en lo posible la variedad de circunstancias que hayan podido influir, condicionar o determinar el fenómeno que se trae entre manos. Téngase en cuenta que cuando hablo aquí de indagación de causas estoy muy lejos de sugerir un planteamiento mecanicista de la causación que privilegie la exclusividad (una causa; y el automatismo (la necesidad del sequitur); por el contrario, creo que es mucho más realista y más científico, aunque mucho menos concluyente, postular que de ordinario lo que habrá será una multiplicidad de causas operando en un campo variable y complejo la producción más o menos probable de determinadas consecuencias; pero por impreciso que pueda parecer este planteamiento, siempre será más consistente que la consideración de los fenómenos como producidos de la nada en ese momento, o que la atribución dogmática de una causa porque alguien con autoridad lo haya dicho, o porque tal mecanismo causal figura en la panoplia de alguno de los grandes modelos abstractos al uso. Creo que debe darse como buena en Sociología la recomendación de Polibio: «Donde sea posible encontrar la causa de lo que ocurre, no debe recurrirse a los dioses.» Y seguramente tampoco donde no lo sea, que la ciencia no debe descargar sus responsabilidades sobre quien no ha de protestar por ello. Por último, he de hacer notar que cuando indico que el recurso a la historia implica la búsqueda sin ambages de la explicación causal, no excluyo con ello en modo alguno la pretensión de comprender el fenómeno en sentido weberiano: como creo haber puesto de relieve en otro lugar (1979: 368-382), explicación y comprensión no se oponen,

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y no hay duda de que las conclusiones que Weber trata de establecer son causales. En todo caso, y para la justificación del recurso a la historia que aquí me interesa, tanto en lo que tiene de explicativo como de comprensivo, y tanto en el estudio del presente como en el intento de predicción del futuro, creo que Lledó ha expresado magistralmente lo que quiero decir: «Parece, pues, que el sentido de la historia humana no es la visión pasiva del hecho histórico, sino la actualización de ese hecho en el entramado total de sus conexiones, para atender a lo que el hombre ha expresado en él. Y esa atención es posible cuando se interpreta el transcurrir humano desde el pasado que lo proyecta, pero también desde el futuro que lo acoge y determina» (1978: 61-62). Texto al que mis únicas reservas, timoratas si se quiere, son la utilización del término «total» —por la irrealizable ambición que implica—, y la noción de que el futuro «determina» el transcurrir humano —por la áspera paradoja que contiene—. Y, por continuar con Lledó, de los seis aspectos que propone para la consideración del pasado, entiendo que el más propio al recurso del sociólogo es el que concibe el pasado como gestador del presente: «lo que somos es, sencillamente, lo que hemos sido»; de aquí que Bloch pudiera afirmar que la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado (cfr. Lledó, 1978: 71-77).

La Sociología no puede versar sobre el presente sino buscando su génesis en el pasado: si ha de haber una Sociología del presente ha de apoyarse en una historia del presente, esto es, en una historia.

El paciente lector habrá observado mi reiteración, hablando como estoy del método histórico en Sociología, en referirme a ésta como sociología del presente. Ello tiene por objeto descartar en este contexto cualquier veleidad hacia la sociología de la historia, empeño respetable si los hay pero que no tiene nada que ver con la necesidad en que insisto aquí de que el sociólogo tome en cuenta la génesis de lo que estudia. La Soziologie der Geschichte es muy otra cosa, de la que podrían ser buenos ejemplos el conocido ensayo de Von Wiese sobre la cultura de la Ilustración (cfr. 1954, y el prólogo de

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Tierno), o el de Von Martin sobre la sociología de la cultura medieval (cfr. 1970, y el prólogo de Truyol), incluidos ambos precisamente en el Handwórterbuch der Soziologie, editado por Vierkandt en 1931, o el estudio de Dawson sobre los fundamentos sociológicos de la cristiandad medieval (cfr. 1953), o tantos y tantos brillantes ejercicios que, cuando amplían el fenómeno o la época estudiada, pueden llegar a configurarse más bien como trabajos de filosofía de la historia. Ciertamente, lo que caracteriza a la sociología de la historia es su intento de poner de manifiesto los condicionamientos sociales de los fenómenos del pasado, y en ese sentido sí que se confunde de hecho —y de modo totalmente legítimo— con determinada historiografía que persigue idéntico propósito; pero en ocasiones, como antes he apuntado, la perspectiva sociológica se desplaza tanto hacia la metafísica que la confusión se produce con la filosofía de la historia. Pues bien, es claro que al propugnar el método histórico en sociología no me refiero a hacer sociología del pasado, sino a hacer historia de la sociedad presente: y ello en la medida necesaria para poner de manifiesto su génesis.

Una última cuestión, referida a la vieja polémica que niega a la historia la condición de ciencia porque su objeto de conocimiento está constituido por hechos individuales e irrepetibles, en tanto que el de la ciencia consiste en lo inmutable y uniforme de la naturaleza y la materia, objeción que en alguna medida afectaría a la utilización del método histórico por la Sociología; de acuerdo con tal argumento, la historia sería un saber sobre lo individual incapaz de abstracción ni generalización (un conocimiento idiográfico), en tanto que la ciencia sería saber de lo universal, abstraído de la experiencia y capaz de expresarse en «leyes» generales (un conocimiento nomotético). No es del caso reproducir aquí los conocidos argumentos de Rickert (cfr. 1945) en contra de la conclusión obtenida de tal distinción (negar a la historia el estatuto científico), puesto que la polémica a que me refiero ha perdido prácticamente toda su fuerza inicial: de una parte porque, gracias sobre todo a la obra de Darwin, se ha introducido la variación y la historia en la ciencia natural, de modo que su objeto

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no se concibe ya como algo intemporal y estático sino en permanente proceso de transformación, lo que ha llegado a afectar hasta a la astronomía; de otra parte, la vieja noción de ley de las ciencias físico-naturales ha ido suavizándose con el tiempo, de modo que hoy se prefiere hablar simplemente de hipótesis, como sugirió Poincaré (cfr. 1963), atribuyendo a la teoría no un significado nomotético, sino sobre todo pragmático. Todo ello implica que en las ciencias físico-naturales no preocupa ya primordialmente el establecimiento de leyes, sino la explicación de cómo funcionan las cosas, que es justamente lo que hace el historiador, tanto más cuanto que, como dice Carr, «no está realmente interesado en lo único, sino en lo que hay de general en lo único» (1978: 85): la historia se distingue de la mera recopilación de datos precisamente por su empeño en la generalización y la abstracción. Pues bien, si las ciencias físico-naturales se han revelado como menos nomotéticas de lo que se suponía, y la historia como menos idiográfica, no parece tener mucho sentido seguir prestando atención a una discusión planteada en tales términos. Y tanto menos cuanto que la peculiar condición de la Sociología le impide considerarse como ciencia nomotética que hubiera de recelar de una presunta condición no científica de la historia por su naturaleza idiográfica.

Mejor será, como aquí hago, reconocer que la Sociología trabaja con un objeto de conocimiento, la realidad social, que es esencialmente histórico: cada sociedad es única, y ha sido configurada en una trayectoria histórica específica que da razón de ella explicando su génesis; lo que no excluye, sino impone, la abstracción y la generalización convenientes, pues esa unicidad de cada sociedad no las impide.

3. El método comparativo

Tradicionalmente se ha venido diciendo que el método comparativo sustituye en las ciencias sociales al imposible o muy difícil método experimental, propio de muchas de las ciencias

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físico-naturales. En efecto, en el experimento controlado de laboratorio el químico puede añadir o eliminar una sustancia, y observar el resultado que se produce; el sociólogo, en cambio, no puede añadir o suprimir nada en una sociedad para comprobar su efecto: el científico social sólo muy raramente puede manipular las variables de manera directa. En tanto que gracias al método comparativo puede «manipular» indirectamente las variables que le interesa controlar. Pues bien, esto es verdad sólo dentro de ciertos límites; por una parte, son muchas las ciencias físico-naturales que no tienen acceso a la experimentación controlada de laboratorio, como la astronomía; por otra, esa «manipulación» indirecta de las variables que se dice ofrece el método comparativo no es sino una metáfora, ni siquiera una analogía: el científico social que compara no manipula nada. Dejemos, pues, de lamentar que las ciencias sociales no puedan experimentar en un laboratorio, lamento que es simplemente resultado del sentimiento de inferioridad que aqueja a muchos científicos sociales respecto de los físico-naturales, nacido del equivocado planteamiento de que el modelo de la ciencia social es la ciencia de la naturaleza. Y, consecuentemente, examinemos el método comparativo en sí mismo, no como resultado de una experimentación imposible.

El método comparativo es consecuencia de la conciencia de la diversidad: la variedad de formas y procesos, de estructuras y comportamientos sociales, tanto en el espacio como en el tiempo, lleva necesariamente a la curiosidad del estudioso el examen simultáneo de dos o más objetos que tienen a la vez algo en común y algo diferente; pero la satisfacción de tal curiosidad no lleva más allá de la taxonomía y la tipificación, y cuando se habla del método comparativo en las ciencias sociales parece que quiere irse más lejos de esas básicas operaciones de toda ciencia.

Una importante consecuencia de lo que he llamado conciencia de la diversidad es la eliminación, o al menos la erosión, de lo que conocemos como etnocentrismo, actitud que se ha revelado

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particularmente estéril y perniciosa en las ciencias sociales en la medida en que trata de explicar y comprender fenómenos ajenos con categorías propias, desvirtuando con ello el empeño de obtener conocimiento que pueda ser llamado tal. Una forma particularmente rechazable de etnocentrismo es la que podemos calificar de naturalismo, esto es, de considerar lo propio como «lo natural», valorando lo ajeno no ya como exótico, sino como, desviación rechazable: lo que es dado en el ámbito sociocultural del estudioso viene a ser considerado así como lo natural, normal, apropiado o valioso, en tanto que todo lo que no es así se considera malformado, deficiente, «no civilizado» o insuficientemente desarrollado. Una exposición suficiente a la diversidad puede terminar convirtiendo tal parroquialismo en una visión más objetiva, esto es, más relativa, aunque no necesariamente.

En resumidas cuentas, y como dice Andreski, «el conocimiento de otras sociedades y la consiguiente aptitud para comparar ayudan enormemente al análisis de una sociedad dada y, sobre todo, al descubrimiento de relaciones causales» (1973: 78). Pero principalmente, y a más de todo ello, el método comparativo responde al interés de «desarrollar y comprobar teorías que sean aplicables por encima de las fronteras de una sola sociedad», como señalan Holt y Turner (1970: 6), ya que carecería de sentido intentar la formulación de teorías cuyos referentes empíricos estuvieran confinados en el entorno del investigador. Pero además de permitir la universalidad de la ciencia (o por lo menos de impedir su injustificable compartimentación), lo cierto es que el método comparativo tiene una larga tradición en ciencias sociales: propuesto formalmente por John Stuart Mili en su A System of Logic al establecer los cuatro famosos cánones de la inducción destinados a descubrir las relaciones de causalidad (concordancia, diferencia, residuos y variaciones concomitantes), es no sólo utilizado sino enfáticamente recomendado por Durkheim, quien sostiene que «el método comparativo es el único que conviene a la sociología» (1965: 99): «La sociología comparada no es una rama particular de la sociología; es

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la sociología misma, en tanto deja de ser puramente descriptiva y aspira a dar razón de los hechos» (1965: 107). Bien es verdad que Durkheim defiende como método comparativo el de las variaciones concomitantes, identificando así «método» con «método de prueba», y específicamente de la prueba causal (cfr. 1965: cap. VI), y no es cosa de entrar aquí a discutir todos los problemas implícitos en dicha posición; me limitaré, pues, a indicar que no es preciso identificar el método comparativo tal como aquí se presenta con ninguno de los cánones de Mili, y tampoco considerarlo necesariamente como parte del ars probandi. Por método comparativo basta entender aquí el recurso a la comparación sistemática de fenómenos de diferente tiempo o ámbito espacial, con objeto de obtener una visión más rica y libre del fenómeno perteneciente al ámbito o época del investigador, o de articular una teoría o explicación que convenga a fenómenos que trasciendan ámbitos o épocas concretos.

Naturalmente, carece de sentido comparar dos cosas cualesquiera: es habitual la prudente norma de recomendar un grado suficiente de analogía estructural y de complejidad entre los fenómenos que hayan de confrontarse, así como la necesidad de no desgajar arbitrariamente de su contexto las instituciones, procesos u objetos culturales que se comparen; pero, como bien dice Duverger, «si se llevaran hasta el fin las exigencias de la analogía se haría imposible todo estudio comparativo» (1962: 418), pues terminarían comparándose sólo cosas idénticas. La comparación se interesa tanto por las diferencias como por las semejanzas (tanto más por las primeras cuanto la analogía sea mayor), y no siempre versa sobre objetos diferentes pertenecientes a épocas o ámbitos separados, sino que en ocasiones se comparan los resultados obtenidos del estudio de un mismo fenómeno desde perspectivas diferentes: pero, en contra del parecer de Duverger, dudo que deba emplearse el término «comparativo» para calificar este tipo de trabajo.

Como señala Rokkan, el interés de los «padres fundadores» por el método comparativo se perdió entre sus seguidores, y

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sólo en los años cincuenta surge de nuevo, esta vez motivado por los esfuerzos en favor de la integración internacional, de la cooperación política y económica, y de los programas de ayuda a los países del tercer mundo: esas nuevas demandas de las relaciones internacionales incrementaron la necesidad de conocimientos acerca de las condiciones sociales, económicas, culturales y políticas de los más distintos países del mundo y, consecuentemente, estimularon la investigación comparativa sistemática (1966: 4). Bien es verdad que las construcciones teóricas que respaldaban estos esfuerzos de comparación cross-cultural y cross-national eran pobres y fragmentarias, y no habían llegado a desarrollarse herramientas de análisis ni procedimientos probatorios adecuados para manejar datos a muy distintos niveles de comparabilidad (ibidem). La mayor parte de los trabajos llevados a cabo en esos años versaban sobre datos que no habían sido obtenidos por los propios investigadores: el análisis secundario comparativo planteaba el problema de apreciar la comparabilidad de datos procedentes de fuentes independientes, de modo que era necesario ir más allá del simple manejo de informaciones tabuladas de manera similar (1966: 16). El intento de establecer generalizaciones, por otra parte, imponía la necesidad de replicar en otros países las proposiciones ya validadas en algunos de ellos, cosa sin duda más fácil de llevar a cabo a través de estudios de opinión (esto es, a un nivel microsociológico), que de análisis de las estructuras de los sistemas sociales en su conjunto, aunque las indagaciones del primer tipo dejasen siempre abierto el portillo de la duda acerca de su validez. Para Rokkan, la consolidación del interés en la metodología comparativa se desenvuelve entre dos polos, el de manejarse con datos obtenidos por el investigador en condiciones de completo aislamiento respecto de otros científicos sociales pertenecientes a las culturas y sociedades estudiadas, o el de asegurar la comparabilidad de los datos en todos los temas y fases del proceso a través de la participación de científicos sociales de todas las culturas y sociedades estudiadas; entre estos dos hipotéticos extremos se desenvuelve la investigación comparativa en Sociología, y normalmente en uno de estos tres niveles: un primer

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nivel en el que se lleva a cabo la colección y articulación sistemática de datos producidos independientemente y de hallazgos producto de investigaciones no coordinadas; Rokkan aduce los ejemplos de los estudios de parentesco de Murdock, los de socialización de Child y Whiting, o los de Lipset y su escuela sobre los factores sociales y económicos determinantes del comportamiento político. En un segundo nivel se situarían los esfuerzos dirigidos a influir sobre las instituciones que llevan a cabo regularmente procesos de recogida de datos en diversos países, para el desarrollo de metodologías más apropiadas (cuestionarios, códigos, tabulaciones y procedimientos de análisis): las estadísticas demográficas y económicas realizadas por las Naciones Unidas, la OIT, la UNESCO, la Organización Mundial de la Salud, etc., experimentaron importantes mejoras en orden a la comparabilidad internacional gracias a tales esfuerzos. En un tercer nivel, por fin, habría que clasificar la organización de programas ad hoc de recogida de datos en distintos países con el específico propósito de compararlos, como serían los casos del trabajo de Lerner sobre el Medio Oriente, o del de Almond y Verba sobre la cultura cívica (Rokkan, 1966: 21-22). Desde la época en que se llevaron a cabo tan conocidas investigaciones, el interés por la comparación se ha consolidado, y sus presupuestos teóricos y herramientas metodológicas se han refinado extraordinariamente, aunque no siempre la elección de lo que se compara ni sus resultados sean completamente satisfactorios.

La cuestión de qué pueda o deba compararse, en términos de si ha de ser la totalidad de los sistemas o algunas de sus partes, ha sido objeto de discusión, especialmente en el campo de la ciencia política. Riggs, por ejemplo, entiende que de no tomar en consideración el sistema político como un todo, debilitaríamos innecesariamente nuestra capacidad de ver la Gestalt de la política (1970: 76 y 78 y ss.) LaPalombara, por el contrario, mantiene que debe seleccionarse un segmento del sistema y organizar a su alrededor las proposiciones teóricas que constituyan el foco para la indagación empírica (1970: 133), en una posición muy análoga a la del Merton de las teorías de

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alcance medio, a quien expresamente cita. Pero tal discusión, sea cual fuere su valor en el ámbito de la ciencia política, no es trasladable sin más a la Sociología: piénsese lo que significaría estudiar el sistema social como un todo, y compararlo sin más con otro todo. Dejando aparte el problema, más filosófico que otra cosa, de si la sociedad como tal, globalmente considerada, es susceptible de ser objeto de conocimiento de la Sociología (esto es, de si es posible una «sociología de la sociedad»), lo cierto es que la totalidad social sólo ha sido estudiada a través de esquemas y modelos reductores —cuando no reduccionistas— que de hecho la segmentalizan en algunas líneas o características que se consideran más relevantes que, o determinantes de, las demás. Y todo esto, evidentemente, en el bien entendido de que el estudio de que se trata es empírico (aunque no necesariamente cuantitativista), esto es, que se remite a determinadas realidades a cuya comparación se apela. De hecho, la tradición sociológica se apoya sistemáticamente en exámenes de la realidad social a un nivel de análisis inferior al de la totalidad social, excesivamente compleja para dejarse prender en las mallas de la más ambiciosa investigación; lo que no excluye que el investigador respalde su trabajo con una teoría de la totalidad social. Pienso, pues, que las investigaciones de alcance medio, que son en la práctica las únicas posibles, necesitan teorías a su medida, también de alcance medio; pero que aquéllas y éstas requieren imperiosamente ser respaldadas por teorías de largo alcance, incluso por teorías generales de la totalidad social en la problemática medida en que sean posibles. Pero dejemos esto ahora, pues lo único que quiero destacar aquí es que en ciencia política podrá o no ser posible y conveniente el estudio y la comparación de sistemas políticos en su conjunto, considerados como un todo; pero en Sociología tal empeño referido a totalidades sociales, en lugar de a rasgos o dimensiones determinados, no parece viable.

La necesidad de no ser excesivamente ambiciosos en el acotado de lo que se compara ha llevado a cierta desconfianza de las comparaciones interculturales, e incluso de las internacionales aun dentro del mismo área cultural, originándose así una corriente de

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interés en favor de las comparaciones internacionales de diferencias intranacionales. Como dicen Linz y De Miguel, la comparación puede versar sobre dos aspectos de un mismo país, sobre dos aspectos de dos países diferentes, o sobre el resultado de la comparación de dos aspectos de un país con el resultado de la comparación de dichos dos aspectos en otro país (1966: 270). Y todo ello porque, siendo las sociedades a comparar muy heterogéneas, cualquier «media» (estadística o no) enmascarará la situación real. La comparación internacional, y no digamos la intercultural, ha de tener siempre in mente la existencia de diferencias intranacionales más o menos grandes, tan grandes a veces que despojan de sentido a todo intento comparativo que no cuente con ellas, y cuya ignorancia conduce a extrapolaciones completamente gratuitas de, por ejemplo, el proceso de desarrollo económico experimentado por una sociedad a otra diferente. «La heterogeneidad interna, la diferenciación regional y los desequilibrios en el desarrollo constituyen algunas de las características esenciales de muchas sociedades, y son responsables de muchos de sus problemas» (Linz y De Miguel, 1966: 272): no pueden, pues, ignorarse en el caso de pretender llevar a cabo comparaciones internacionales, e incluso deben constituir expresamente el objetivo de tales comparaciones.

4. El método crítico-racional

En 1937 señalaba Horkheimer en un famoso artículo que «las varias escuelas de sociología tienen idéntica concepción de la teoría, y ésta es la de las ciencias naturales... En esta concepción de la teoría,... la función social realmente cumplida por la ciencia no se hace manifiesta; no se explica lo que la teoría significa para la vida humana» (1976: 209 y 212). Tal función social, rechazada por el autor, parte de que los científicos se dedican a actividades meramente clasificatorias y consideran la realidad social como extrínseca, enfrentándola como científicos y no como ciudadanos; consecuentemente, la realidad se concibe como consistente en datos que han de ser verificados, sin mayor implicación de la actividad

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científica en la organización racional de la actividad humana para la construcción de un mundo que satisfaga las necesidades de los hombres. Frente a esta concepción tradicional o positivista de la ciencia, Horkheimer opone la teoría crítica, que «nunca busca simplemente un incremento del conocimiento como tal: su objetivo es la emancipación del hombre de la esclavitud» (1976: 224). El mismo autor sostuvo en 1947 que el positivismo científico implica consagrar la que llama razón subjetiva o instrumental y rechazar la razón objetiva: se considera que la tarea de la razón «consiste en hallar medios para lograr los objetivos propuestos en cada caso» (1973: 7), sin reparar en qué consiste en cada caso el objetivo específico propuesto; la razón tiene así que habérselas tan sólo «con la adecuación de modos de procedimiento a fines que son más o menos aceptados y que presuntamente se sobreentienden» (1973: 15). Los fines no son, pues, manejables por la razón instrumental, esto es, por la ciencia positivista: constituyen algo dado, sobreentendido; la ciencia se ocupa de clasificar y deducir, de adecuar medios afines. En contraste con ello, la ciencia articulada como razón objetiva debe enfocarse sobre «la idea del bien supremo, del problema del designio humano y de la manera de cómo realizar las metas supremas» (1973: 17). De no ser así resultaría que «no existe ninguna meta racional en sí, y no tiene sentido entonces discutir la superioridad de una meta frente a otras con referencia a la razón» (1973: 17-18), lo que implicaría la abdicación de la ciencia de lo que constituye su objetivo más importante: cooperar con la filosofía en la determinación de las metas del hombre. Si tal abdicación se produce (y se produce, en efecto, en la ciencia social positivista que se pretende valué-free), entonces «el pensar no sirve para determinar si algún objetivo es de por sí deseable... los principios conductores de la ética y la política... llegan a depender de otros factores que no son la razón. Han de ser asunto de elección y de predilección, y pierde sentido el hablar de la verdad cuando se trata de decisiones prácticas» (1973:19). «Los fines ya no se determinan a la luz de la razón... nuestras metas, sean cuales fueren, dependen de predilecciones y aversiones que de por sí carecen de sentido» (1973: 42 y 47).

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No es del caso volver aquí sobre los diversos extremos de la teoría crítica, de los que me he ocupado ya con cierto detalle (cfr. 1979: 96-100, 128-162 y 388-394), pero sí quiero destacar la importancia que en ella se concede al papel de la ciencia, su negación de una ciencia de corte positivista que se constituya como libre de valoraciones, y su correlativa afirmación de una ciencia que se ocupe racionalmente de los fines: el acuerdo al respecto de Horkheimer, Marcuse, Adorno y Habermas, con todas sus diferencias, es verdaderamente notable. Cuando el positivismo relega los fines humanos a las tinieblas exteriores (esto es, cuando niega que la ciencia pueda ocuparse de valores «valiendo»), limita la razón al papel puramente instrumental de enjuiciar la adecuación de medios diversos a fines dados: lo que el positivismo consagra es la no racionalidad de la esfera de los fines, y lo que la teoría crítica reivindica es justamente la restitución de los fines del hombre al ámbito de la racionalidad, esto es, de la ciencia. Entiéndase bien, la teoría crítica no pretende sustituir la racionalidad de la ciencia por la irracionalidad de la no-ciencia, sino recuperar para los fines humanos, para los valores y para el deber ser, su lugar en la ciencia. Como dice Bottomore, «el desasosiego general sobre las consecuencias sociales de la ciencia y la tecnología presta cierto estímulo y justificación a los críticos del racionalismo científico, pero no me parece que sea de gran ayuda para la causa de la liberación humana renegar de éste en favor del misticismo religioso que crece de forma tan exuberante entre los exponentes de una contracultura no científica» (1975: 15). La teoría crítica no trata de sustituir la ciencia por el misticismo, sino de que la ciencia recobre su competencia para la consideración racional de los fines del hombre, lo que implica reclamar para la ciencia el ejercicio de la reflexión racional, y no sólo la práctica del empirismo positivista que se niega a ir más allá de los hechos.

Esto es lo que significa en último extremo la expresión «teoría crítica», frente a la «celebración de la sociedad tal como es», en la conocida frase de Mills. Pues bien, este reclamar para la ciencia social el ejercicio de la racionalidad en la consideración de los fines,

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en este caso de los fines sociales, es tanto como decir que uno de los métodos de la sociología ha de ser el crítico-racional. Se trata, como a la vista está, de discutir y apreciar la racionalidad de los fines, cuestión de la que la ciencia positivista no quiere saber nada, ya que es una cuestión de valores, por lo que se limita a la de la racionalidad de los medios en términos de su adecuación a fines dados: es decir, a una racionalidad instrumental planteada como cuestión meramente técnica.

En otro lugar me he ocupado en poner de relieve la imposibilidad de una ciencia social que se pretenda valué-free, lo que no implica en modo alguno la imposibilidad de la ciencia social (cfr. 1979, esp. ap. II), sino sólo que para las ciencias sociales es inviable el modelo positivista de las ciencias físico-naturales: las ciencias sociales son ciencias de otro tipo, ya que, para lo que en este momento nos interesa, no pueden construirse pretendiendo una asepsia valorativa imposible en el investigador, y no deben construirse dejando explícitamente al margen de la consideración racional los fines sociales. Lo que en la práctica sucede es que, pese a la retórica avalorista, toda la ciencia social que se hace está inevitablemente coloreada de los valores en que comulga el investigador, y ello de forma más o menos consciente y en ocasiones, podría decirse, más o menos artera. Resulta, pues, paradójico que la ciencia social positivista se empeñe en una asepsia imposible y, como consecuencia, produzca el resultado indeseable de negar a los fines sociales derecho a la consideración racional, es decir, científica, relegándolos al terreno de la preferencia personal y de la lucha política; con lo que el mismo científico que al tiempo que afirma su neutralidad valorativa impregna su trabajo de valores larvados, al plantearse cuestiones relativas a fines sociales ha de despojarse de su condición de científico y limitarse a la de ciudadano. Se predica la racionalidad instrumental o técnica donde hay en realidad mucho más que eso, y se niega cualquier racionalidad científica a lo más importante. La ciencia social positivista considera, en contra de lo que dice, los fines sociales: pero lo hace de manera clandestina,

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en un ámbito que afirma no les corresponde por estar exento de valoraciones.

En contra de este planteamiento, que me parece imposible e inconsecuente, creo que hay que devolver a las ciencias sociales su tradicional componente normativo, esto es, su derecho a considerar científicamente, racionalmente, los fines sociales; y ello a través de lo que puede calificarse como método crítico-racional.

Pero debe quedar claro desde el primer momento que la consideración de la racionalidad de los fines no implica ningún contenido dogmático, en el sentido —vulgar si se quiere— de que la ciencia social hubiera de suplantar la decisión política, llegándose con ello a la engañosa utopía del gobierno de los sabios. Por el contrario, de lo que se trata es del ejercicio racional de la crítica de fines, de la negación a lo existente de su postulada condición de orden natural necesario, de mostrar el pedestal de barro en que descansan los ídolos de todo tipo. La consideración de la racionalidad de los fines sociales no tiene por objeto absolutizar ninguno de ellos, sino más bien corromper la fe en el pretendido carácter absoluto de alguno de ellos. Y me apresuro a decir que no se trata de que a la ciencia social pueda darle igual un fin que otro: siempre la justicia será mejor que la injusticia o la libertad mejor que la opresión, y la ciencia social deberá señalar la injusticia implícita en posiciones que se pretenden justas, o los recortes a la libertad que se presenten como conquistas de la libertad. No hay, pues, vestigio alguno de relativismo axiológico en la negación del dogmatismo, sino sólo la constatación de que el papel normativo de la ciencia social es más bien de crítica que de propuesta, y que, en el caso de esta última, tratará de defender valores y no programas políticos concretos. No se trata, pues, de arropar con el eventual prestigio de la ciencia opciones políticas concretas que se presentarían públicamente como decididas, sino de someter a discusión racional los fines propuestos y sus alternativas. Y no cabrá normalmente esperar una posición unánime de la comunidad científica en cada punto sujeto a

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discusión, del mismo modo que no existe tal unanimidad ni siquiera en el pretendido ámbito neutral exento de valoraciones en que la ciencia social positivista afirma moverse. El método crítico-racional no comporta el que la ciencia social como tal asuma la tarea de fijar los fines sociales, sino sólo que los fines sociales sean susceptibles de una consideración científica racional y crítica. E insisto una vez más: contra el método crítico-racional no hay más argumento que el empírico-positivista de rechazar el mundo de los valores, argumento de cuya inanidad estoy completamente convencido por razones que ya he expuesto y que no es del caso repetir aquí. Y siendo esto así, nada exige a la ciencia social que renuncie a la razón objetiva o sustantiva, recluyéndose en una mera razón instrumental que acepte como dados y considere indiscutibles los fines sociales establecidos por puras razones de preferencia o de intereses; por el contrario, la ciencia social debe reivindicar su discusión.

No estará de más indicar que cuando Weber habla de Zweckrationalitat; o racionalidad de fines, se está refiriendo a una de las distintas formas que puede revestir la acción social (que puede ser racional con arreglo a fines, racional con arreglo a valores, afectiva, o tradicional); la acción racional con arreglo a fines está determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como «condiciones» o «medios» para el logro de fines propios racionalmente sopesados o perseguidos ... Actúa racionalmente con arreglo a fines quien oriente su acción por el fin, medios y consecuencias implicados en ella y para lo cual sopese racionalmente los medios con los fines, los fines con las consecuencias implicadas y los diferentes fines posibles entre sí; en todo caso, pues, quien no actúe ni afectivamente (emotivamente, en particular) ni con arreglo a la tradición. Por su parte, la decisión entre los distintos fines y consecuencias concurrentes y en conflicto puede ser racional con arreglo a valores; en cuyo caso la acción es racional con arreglo a fines sólo en los medios... La orientación racional con arreglo a valores puede, pues, estar en relación muy diversa con respecto a la

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racional con respecto a fines. Desde la perspectiva de esta última, la primera es siempre irracional, acentuándose tal carácter a medida que el valor que la mueve se eleve a la significación de absoluto, porque la reflexión sobre las consecuencias de la acción es tanto menor cuando mayor sea la atención al valor propio del acto en su carácter absoluto (1964: 20-21).

La transcripción de estos párrafos de Weber creo que pone de manifiesto, sin necesidad de recurrir a las muchas y refinadas exégesis que de ellos se han hecho, que Weber está tipificando las formas de la acción social, dos de las cuales considera racionales: una de ellas lo es como respuesta a las exigencias que sus convicciones imponen al actor, quien actúa de acuerdo con ellas sin consideración a las consecuencias previsibles de sus actos; ésta es la acción racional con arreglo a valores. La otra, racional con arreglo a fines, es racional en la medida en que sopesa y calcula las consecuencias previsibles de la acción que tiene por objeto alcanzar un fin determinado. En cierta medida, pues, y por paradójico que parezca, podría decirse que la racionalidad de fines de que habla Weber es en realidad una racionalidad de medios, instrumental, pues más bien que determinar los fines lo que hace es perseguirlos; en tanto que la que llama Wertrationalitát, o racionalidad de valores, consiste en la constitución de un valor en el papel de fin: más que alcanzar un fin propiamente dicho, la acción racional con arreglo a valores lo que pretende es dar satisfacción a un valor «valioso», sean cuales fueren sus consecuencias. Como vemos, pues, ninguno de los dos tipos de racionalidad considerados se postula como capaz de seleccionar racionalmente entre fines alternativos: si acaso, y de manera oscura, lo pretende la racionalidad con respecto a fines, pero —si no lo entiendo mal— como adecuación de fines de orden intermedio para otros fines de orden superior, esto es, como mera racionalidad instrumental. Resultaría así confirmada la posición weberiana de atribuir la decisión entre fines al homo volens valorador, y no al discernimiento racional de la ciencia: ciencia y política serían así dos vocaciones separadas, y la primera no tendría nada que decir en el ámbito de la segunda,

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salvo meras consideraciones técnicas. Pues bien, en otro lugar he concluido que Weber no resuelve satisfactoriamente el problema de una ciencia social wertfrei, pese a la muy prolija y complicada fórmula con que establece la relación de la ciencia social con los valores (cfr. Beltrán, 1979:36-55), y no es de extrañar que encontremos de nuevo aquí la misma limitación, tanto más cuanto que aquí se refiere Weber a las formas de racionalidad de la acción social y no a la racionalidad de la ciencia. La consecuencia, a mi modo de ver, es que Weber considera la elección entre fines alternativos como algo que pertenece primordialmente, si no totalmente, al ámbito externo a la acción que estima racional; para la orientada a valores, el objetivo de la acción es dar satisfacción a un valor exigido, o autoexigido, al actor, y por tanto previo al planteamiento de la acción; para la orientada a fines, el objetivo de la acción es alcanzar determinado estado de consecuencias, y lo racional es justamente el proceso por el que se alcanzan las consecuencias queridas y no otras. Pues bien, lo que me parece que falta en la consideración weberiana es la acción racional de crítica y valoración de fines, con vistas a su selección racional; y me temo que falta porque, heredero de este punto tanto de la tradición positivista como de la neokantiana, Weber entiende que el tema de la elección de fines entra de lleno en el campo en que se libra la «guerra de los dioses» y no en el campo de la ciencia. Con lo que, para evitar la embarazosa conclusión de que la elección ha de ser irracional, no queda otro camino que el de la ambigüedad: como es el caso de Aron cuando sostiene que «la necesidad de la elección... no implica que el pensamiento esté pendiente de decisiones esencialmente irracionales y que la existencia se cumpla en una libertad no sometida ni siquiera a la Verdad» (1967: 77). Pues bien, no basta escribir la palabra «verdad» con mayúscula para resolver el problema: éste sólo se resuelve (planteando otros, naturalmente) al reconocer a la ciencia social la dimensión crítico-racional que aquí se postula.

Reconocimiento que, ciertamente, no puede ser pacífico ni aproblemático, como lo acredita la polémica histórica que enfrenta

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al racionalismo con otras posiciones filosóficas, fundamentalmente el empirismo; aquí nos interesa sólo, el racionalismo gnoseológico, si bien en una versión moderada que no excluye el empirismo, del mismo modo que los grandes empiristas ingleses, como Locke y Hume, no se opusieron al racionalismo, sino a su hipertrofia (particularmente a sus formas metafísicas, que sostienen la racionalidad de lo real). El método racional, pues, ha de considerarse en el contexto de una teoría del conocimiento que no se agote en el empirismo; su apoyo radica sobre todo en la tradición ilustrada, que concibe a la razón como luz mediante la que el hombre puede disolver la oscuridad que le rodea. Como indica Ferrater, «la razón del siglo XVIII es a la vez una actitud epistemológica que integra la experiencia y una norma para la acción moral y social» (1979: 2762): de aquí la inseparable referencia crítica que acompaña al racionalismo, y la denominación de «crítico-racional» que vengo utilizando para el método a que me refiero. No se trata, pues, de enfrentar como mutuamente excluyentes a racionalismo y empirismo, pues a fin de cuentas el empirismo no es un simple contacto sensible con lo exterior, sino que es un modo específico de ejercitar la razón; y una y otra posición, racionalista y empirista, están en la base de métodos que aquí se predican como propios de la Sociología. Una y otra son, a mi modo de ver, posiciones complementarias, y el papel del racionalismo consiste precisamente en ir más allá de lo dado, en penetrar en el mundo de los valores y de las opciones morales, y en el necesario ejercicio de la crítica de fines.

Una última precisión: el método crítico-racional que defiendo para la Sociología no tiene nada que ver con el «racionalismo crítico» popperiano desarrollado por Albert, que consiste básicamente en una prueba crítica constante que no ofrece certidumbre absoluta, pero que invalida todo dogma (cfr. esp. Albert, 1973: 181-219); es obvio que al moverse gnoseológicamente en el territorio del empirismo, el término «racionalismo» no tiene en esta posición el sentido con que lo manejo en las presentes páginas; como señala Wellmer, «el concepto de ciencia que Popper representa implica una estricta separación entre hechos y juicios de valor», atribuyéndose

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a estos últimos «el status de decisiones subjetivas e irracionales. De ahí también que la determinación de metas prácticas, es decir, de aplicabilidad, tenga que quedar estrictamente separada de la ciencia como tal, malvendiéndola al traspasarla a la esfera de la política» (1979: 19). Nos encontramos, pues, de nuevo con el tema que tan pertinazmente nos acompaña: en la medida en que la ciencia se encastilla en el mundo de los hechos y rechaza como no científico el de los juicios de valor, las opciones morales y políticas respecto de fines humanos y sociales quedan entregadas a la pura volición arbitraria y al nudo juego de intereses: al irracionalismo, en una palabra. Lo que tiene tanto menos sentido cuanto que la pretensión de una ciencia exenta de juicios de valor es un imposible.

Se observará, por otra parte, que un punto básico de mi razonamiento es identificar ciencia con racionalidad (o racionalidad con ciencia, si se prefiere). ¿Podría ser de otra manera? Evidentemente, entiendo que la ciencia empírica es una forma de racionalidad, pero, por lo que hace al menos a las ciencias sociales, no es la única forma de racionalidad; las ciencias sociales son ciertamente empíricas, pero no sólo empíricas. En la medida en que no rechazan la discusión sobre fines y en que se manejan conscientemente con juicios de valor, son también metaempíricas sin dejar por eso de ser racionales. De aquí la utilización del método crítico-racional al que me refiero, y que constituye una más de las diferencias que distinguen a las ciencias sociales de las ciencias naturales; en palabras de Wellmer, «la ciencia social empírico-analítica se confunde a sí misma si se autointerpreta como rama específica de una ciencia unitaria definida metodológicamente según el modelo de las ciencias naturales» (1979: 39). Si las ciencias sociales, como tales ciencias, se confinan en la facticidad de lo empírico, aceptan como dadas las relaciones de poder que no tienen más legitimidad que la de su existencia, siendo así incapaces de demandar su abolición. ¿En nombre de qué ha de quedar esta demanda extramuros de la ciencia? No ciertamente en nombre de la ciencia misma, que cuenta con una poderosa tradición normativa; sí en nombre de la concepción «naturalista» de la ciencia

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social, por tantas razones insostenible. La razón, pues, no debe instrumentalizarse limitándola a juzgar de la adecuación técnica de medios afines; debe, por el contrario, declararse su capacidad para juzgar acerca de fines, y reclamarse dicha tarea para la ciencia social, con la convicción de que no llevará consigo ninguna pretensión de unanimidad ni, por ende, de dogmatismo. Tarea que puede llevar a cabo la Sociología a través del método crítico-racional.

5. El método cuantitativo

No todas las ciencias físico-naturales descansan íntegramente sobre la apreciación cuantitativa de los fenómenos, pues una parte mayor o menor de su investigación y del conocimiento que producen es cualitativa. No obstante, podría decirse que tales ciencias son primordialmente cuantitativistas, en el sentido de que la medición, el resumen estadístico, la prueba de sus hipótesis y, en general, el lenguaje matemático constituyen características habituales de su trabajo. Es desde este punto de vista desde el que puede decirse que las ciencias físico-naturales se caracterizan por el empleo de métodos cuantitativos, e incluso cabe afirmar con cierta licencia que utilizan generalmente «el método cuantitativo»: contar, pesar y medir, con todo el extraordinario grado de sofisticación y refinamiento que caracteriza a tan simples operaciones cuando son llevadas a cabo por la ciencia. Los fenómenos y las relaciones entre fenómenos deben expresarse de forma matemática, esto es, cuantitativamente, y la prueba de las hipótesis se expresa igualmente en términos de probabilidad frente a las leyes del azar, también cuantitativamente; sólo de esta forma toman en consideración las ciencias físico-naturales la descripción o explicación de un fenómeno, o la acreditación de una hipótesis. Los protocolos de la investigación científico-natural consisten habitualmente en mediciones de lo observado, en apreciaciones estadísticas de relevancia, en determinaciones matemáticas de la relación existente entre unas y otras variables, y en valoraciones o tests probabilísticos de las conclusiones o predicciones establecidas. De esta forma, y por diferentes que sean sus objetos

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de conocimiento, las ciencias físico-naturales tienen en común una actitud y unos procedimientos de naturaleza cuantitativa, aptos por tanto para ser formalizados matemáticamente. Por supuesto, tales procedimientos no son los únicos que estas ciencias manejan, pero sí son los más importantes; junto al que aquí vengo llamando «método cuantitativo», también se utilizan métodos cualitativos, pero no son éstos los característicos de la ciencia natural.

Las ciencias sociales, por su parte, pueden y deben utilizar el método cuantitativo, pero sólo para aquellos aspectos de su objeto que lo exijan o lo permitan. Desde dos puntos de vista se ha vulnerado esta adecuación del método con el objeto: por una parte, un cierto humanismo delirante ha rechazado con frecuencia cualquier intento de considerar cuantitativamente fenómenos humanos o sociales, apelando a una pretendida dignidad de la criatura humana que la constituiría en inconmensurable; de otro lado, una actitud compulsiva de constituir a las ciencias sociales como miembros de pleno derecho de la familia científica físico-natural ha llevado a despreciar toda consideración de fenómenos que no sea rigurosamente cuantitativa y formalizable matemáticamente. Espero que resulte obvio que una y otra actitud, la humanista y la naturalista (por llamarlas así), traicionan la peculiaridad del objeto de conocimiento de las ciencias sociales, que impone en unos de sus aspectos la consideración cuantitativa y la impide en otros; es el objeto el que ha de determinar el método adecuado para su estudio, y no espúreas consideraciones éticas desprovistas de base racional o cientifismos obsesionados con el prestigio de las ciencias de la naturaleza.

El hombre y la sociedad humana presentan múltiples facetas a las que conviene el método cuantitativo: todas aquellas en que la cantidad y su incremento o decremento constituyen el objeto de la descripción o el problema que ha de ser explicado; esta afirmación, implica sin embargo que, si bien el problema puede ser de cantidad, quizá la explicación no tenga por qué ser cuantitativa; piénsese, por ejemplo, en un problema demográfico (cuantitativo) y en su

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explicación sociológica (que muy bien puede no ser cuantitativa, esto es, sujeta a medición, a apreciación estadística y a prueba probabilística). Pero, en todo caso, lo que aquí me importa es destacar la necesaria utilización del que vengo llamando método cuantitativo para el estudio de determinados aspectos de la realidad social. Y se me perdonará si indico lo que es verdad de perogrullo: método cuantitativo y empirismo no son la misma cosa. En efecto, el método cuantitativo es siempre empírico, pero no es cierto lo contrario, pues empírica es también la investigación cualitativa, en la medida en que no es puramente especulativa, sino que hace referencia a determinados hechos. Una interpretación exageradamente amplia de la noción «hacer referencia a hechos» llevaría a que prácticamente toda indagación o reflexión posible sería empírica, pues siempre habrá algún hecho como referente más o menos próximo para ella; quizá convenga, sin embargo, reservar la utilización del término «empírico» para la investigación o la reflexión cuyo referente fáctico sea sumamente próximo, ya se utilice el método cuantitativo o el cualitativo. Y no empírica, o no inmediatamente empírica, sería aquella investigación o reflexión de corte filosófico, lógico o valorativo en que el referente fáctico fuese más lejano o pre-textual. No creo necesario insistir a estas alturas en que tanto los métodos empíricos como los no empíricos me parecen igualmente legítimos para la Sociología, siempre que guarden la debida adecuación con el contenido específico del objeto de conocimiento de que se hace cuestión. La Sociología no es una ciencia empírica en el sentido de que sea sólo empírica, y no lo es porque no puede acomodarse al modelo de las ciencias físico-naturales, ya que su objeto se lo impide.

Pues bien, la investigación sociológica que haya de habérselas con datos que sean susceptibles de ser contados, pesados o medidos tendrá que utilizar una metodología cuantitativa, bien sobre datos preexistentes, ofrecidos por muy diversas fuentes (practicando así lo que llamamos «análisis secundario»), bien sobre datos producidos ad hoc por el propio investigador (datos que llamamos primarios). Las técnicas de medida, de construcción de índices e indicadores,

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de manejo estadístico de masas más o menos grandes de datos, de análisis matemático de dichos datos —casi siempre con vocación de análisis causal—, y de contrastación probabilística de hipótesis, son o pueden ser comunes tanto al análisis secundario como al de datos primarios. He utilizado para nombrar a tales operaciones el término de «técnicas», pues entiendo que no son sino modos, pasos o procesos del método cuantitativo, subordinados a su propósito; en la práctica se habla, sin embargo, de cosas tales como «el método del path analysis», o del «método de Kolmogorov-Smirnov», cuando más que de métodos propiamente dichos se trata de meras técnicas o, incluso, de simples procedimientos. Pero no discutamos aquí sobre palabras, y quede remitido el lector a la abundante literatura metodológica cuantitativista existente. Y volvamos brevemente al análisis secundario.

Los datos numéricos que pueden interesar al sociólogo carecen en la práctica de fronteras: en cada caso habrá de determinar su relevancia como evidencia empírica para el problema que le interesa, y no siempre podrá utilizarlos tal como se los ofrecen las fuentes disponibles, sino que habrá de elaborarlos. Entiendo que han de ser calificados de secundarios todos los datos preexistentes como tales datos, aunque no fuesen conocidos de antemano (por ejemplo, un registro demográfico descubierto por el investigador), o careciesen de la forma numérica en la fuente manejada por el investigador (por ejemplo, unas tablas de mortalidad que haya que calcular a partir de tal registro). El dato secundario está ahí, más o menos inmediatamente manejable, pero al investigador le viene dado. Normalmente, el análisis secundario es imprescindible para buena parte de los planteamientos macrosociológicos, en los que se trate de indagar cuestiones referentes a la estructura social global o a la articulación de sus subestructuras; los métodos histórico y comparativo recurren constantemente a la forma secundaria de cuantificación, y el carácter máximamente problemático de la Sociología se manifiesta también en este ámbito al resistirse a ver como constantes magnitudes que son esencialmente variables. Es propia de la Sociología su resistencia

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a utilizar la lógica del caeteris paribus, no tanto por su incapacidad para llevar a cabo experimentos controlados en que, efectivamente, se puedan mantener artificialmente constantes el resto de las Variables para ver qué efectos produce la variación del factor que se considera, sino más bien por su experiencia acerca de la fluidez de la realidad. Es muy difícil, pues, reconocer aquí reglas específicas para el análisis secundario en Sociología, salvo quizá por lo que se refiere al importante tema de los indicadores sociales, desarrollado ante la necesidad de cuantificar determinadas dimensiones de una situación social como, por ejemplo, el bienestar o nivel de vida. Es muy conocida la definición de indicador social elaborada para el proyecto de Dossiers Régionaux et Indicateurs Sociaux (proyecto DORIS) del Gobierno de Quebec, según la cual un indicador social es «la medida estadística de un concepto o de una dimensión de un concepto o de una parte de ésta, basado en un análisis teórico previo e integrado en un sistema coherente de medidas semejantes, que sirva para describir el estado de la sociedad y la eficacia de las políticas sociales» (apud Carmona, 1977: 30); de la definición citada salta a la vista la vocación aplicada con que fueron concebidos los indicadores sociales, pero tal carácter no es en absoluto esencial: los indicadores pueden ser elaborados y utilizados como puros instrumentos de conocimiento, típicos del análisis secundario. En su Introducción a la Sección I de The Language of Social Research, Lazarsfeld apunta un proceso cuyo primer paso consiste en la formulación de un concepto derivado de la inmersión del investigador en los detalles de un problema teórico, y que pese a su inicial imprecisión da sentido a las relaciones observadas; inmediatamente el investigador especifica aspectos o dimensiones del concepto, deductiva o inductivamente, de suerte que se ponga de manifiesto cómo el tal concepto consiste en una combinación de fenómenos más o menos compleja, para los que debe seleccionarse un cierto número de indicadores observables que puedan servir como medidas de los aspectos o dimensiones del concepto; la última fase del proceso consiste en la construcción de un índice que sintetice las observaciones medidas por los indicadores (cfr. Lazarsfeld y Rosemberg, 1955: 15). Este planteamiento tan lineal

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ha sido discutido por Blalock, quien a partir de la distinción de un lenguaje conceptual o teórico y de otro observacional o empírico objeta que no hay correspondencia directa entre teoría y realidad, o entre conceptos y observaciones, por lo que se requiere la existencia de una «teoría auxiliar» como intermediaria entre ambos planos, que especifique en cada caso el modo de relación de un indicador determinado con una variable teórica determinada (cfr. Blalock, 1968: passim). Pero no me propongo entrar aquí en esta discusión, y sí señalar que estoy en todo de acuerdo con el excelente trabajo publicado por Moya en 1972 cuando la boga de los indicadores sociales parecía anunciar la era de una «nueva investigación social empírica», constituyendo aquéllos «la tecnología de la investigación social empírica en cuanto actividad social progresivamente organizada y estandarizada»:

La fijación de sistemas índices standard aparece como estandarización de esquemas teóricos y conceptuales que tienden a homogeneizar internacionalmente la investigación social en el contexto de su progresiva «industrialización», de su progresiva «organización burocrática» en un medio tecnológico de costes progresivamente crecientes ... (Con ello) la investigación científica de la realidad social pierde su vieja forma de planteamiento radicalmente problemático: la discusión crítica de enfoques teóricos y metodológicos desaparece; basta ahora con seguir las recetas de investigación operacional avaladas por los mejores nombres de la Sociología académica (Moya, 1972: 169-170).

En todo caso, desde entonces ha quedado claro que la construcción de sistemas de indicadores sociales no es, como dice Moya, sino un momento de la metodología que en ninguna forma la agota: la definición operacional y subsiguiente formalización cuantificable de las variables significativas es sin duda una técnica valiosa, particularmente para la comparación de sociedades complejas; pero ni esta técnica ha desplazado a otras en el campo cubierto por el método cuantitativo, ni menos aún a los planteamientos

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teóricos radicalmente problemáticos de que hablaba el autor citado. Los indicadores, con su forma de recetario tecnológico que reduciría la tarea del investigador a la aplicación de soluciones establecidas en un contexto de máxima racionalización con vistas al mercado, no han conquistado hegemonía alguna en la investigación sociológica, y se limitan a constituir una herramienta de interés entre las muchas que se incluyen en el método cuantitativo. Aquel famoso «cambio revolucionario» en el análisis de los estudios de la opinión pública de que hablaba Berelson a mitad de los años cincuenta, ha terminado por no producirse; la temida «primacía de la investigación extensiva encaminada a la producción masiva de datos» (Moya, 1972: 175) fue en términos generales una falsa alarma, y las aguas ha tiempo que volvieron a su cauce. Podrá, en efecto, construirse un «sistema nacional de contabilidad social», y seguramente será de gran utilidad no sólo para la consecución de valores y objetivos establecidos, sino para la propia investigación social: pero tal empeño no constituye en modo alguno la culminación de la ciencia social.

Definía más arriba el análisis de datos primarios como el método cuantitativo que versa sobre datos ad hoc producidos por el propio investigador; la forma más característica de tal producción es la encuesta, en la que se acostumbra a interrogar a una muestra de individuos estadísticamente representativa de la población que interesa estudiar, pidiéndoles respuesta, por lo general de entre un repertorio cerrado, a una serie de preguntas acerca de sus actitudes y opiniones sobre determinadas cuestiones, así como acerca de ciertos atributos, variables, conocimientos y actuaciones que les corresponden, conciernen, o han llevado a cabo previamente. Señala Rokkan que en la primera fase de la utilización de entrevistas en masa, empleadas con fines de estudios de mercado, los informes elaborados se limitaban a indicar el porcentaje de entrevistados que contestaban de acuerdo con cada uno de los items propuestos, con lo que el modelo subyacente de público era plebiscitario e igualitario. Los investigadores de la opinión partieron de la premisa básica de la democracia de sufragio universal: «un ciudadano, un voto, un

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valor». Igualaron los votos con otras expresiones de la opinión, y dieron el mismo valor numérico a cada una de tales expresiones, tanto si se articulaban con independencia de cualquier entrevista como si se manifestaban en el curso de una de ellas. La suma total de expresiones era presentada como una estimación de la «opinión pública» acerca de la cuestión de que se tratase. El objetivo perseguido con toda claridad no era solamente clasificatorio y enumerativo, sino identificar «la voluntad popular» a través de entrevistas por muestreo, en lugar de hacerlo a través de elecciones y referencia. Para los pioneros como George Gallup y Elmo Roper, la encuesta era esencialmente una nueva técnica de control democrático; las entrevistas contribuían a sacar a la luz la voluntad de la «mayoría no organizada ni articulada», como un poder compensador de la presión ejercida por muchos intereses minoritarios (1966: 16).

El modelo «un ciudadano, una opinión» fue siendo gradualmente abandonado, de modo que hacia el final de la década de los cincuenta la práctica de los investigadores de la opinión comenzó a reflejar los modelos diferenciados de formación de la opinión elaborados por psicólogos, sociólogos y politólogos; en resumidas cuentas, lo que se abría paso era la noción de la existencia de distintos «públicos» en el seno del electorado, y la presencia en ellos de forjadores, transmisores y receptores de opinión; por otra parte, un mejor conocimiento de los mecanismos de la entrevista ponía de manifiesto cómo el entrevistador mismo condicionaba las respuestas del entrevistado, y con qué frecuencia éste formulaba sus respuestas prácticamente al azar, sin que expresaran convicción alguna ni estuvieran apoyadas por la mínima información y reflexión previas. La preocupación por el nivel de educación del respondente, por su grado de información sobre el tema, y por su interés respecto de la cuestión planteada, se convirtieron en criterios básicos para la valoración de las respuestas obtenidas, corrigiéndose en este sentido la primitiva concepción de la opinión pública como un simple agregado aritmético de respuestas.

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Hyman, un clásico en materia de encuestas, se muestra más preciso que Rokkan al reconstruir la discusión sobre el carácter plebiscitario de las primeras encuestas; justamente porque se pensaba que las encuestas permitían expresarse a quienes carecen de poder y relaciones, se desató contra ellas la crítica de los defensores de un tipo de sociedad pluralista, la sociedad norteamericana, en la que las presiones sobre los legisladores y gobernantes constituían una pieza necesaria y respetable del mecanismo político. La noción de que el juego de las minorías informadas y poderosas constituía el medio natural de la acción política se completaba con una visión del Gobierno como el que efectúa ajustes entre ellas y establece el adecuado equilibrio. Las encuestas de opinión recogen normalmente las de quienes carecen de influencia política, por lo que no reflejan el peso del poder político dentro de la nación; no hay, pues, una relación necesaria entre las opiniones expresadas y la acción política. La insistencia en la gran diferencia de poder político entre los individuos es característica de esta crítica a la pretensión plebiscitaria de las encuestas de opinión: Kriesberg pudo escribir en 1949 que «la opinión del director de un periódico o de un comentarista de radio, de un poderoso hacendado, un industrial o un líder obrero, es mucho más importante desde el punto de vista político que la de un trabajador o un peón de granja comunes» (apud Hyman, 1971: 411). Lo que estas críticas negaban era, pues, el ideal democrático de la igualdad política, y ello en nombre de una sociedad pluralista organizada; Blumer (1954) indica expresamente que las encuestas pasan por alto las diferencias de prestigio, posición e influencia de los individuos, que tanta relevancia tienen en la formación y expresión de la opinión pública. El propio Hyman se hace eco de tales críticas, y llega a la conclusión de que «quizá las encuestas de opinión puedan diseñarse y analizarse de manera que sea posible ponderar las opiniones expresadas en función de algún ‘coeficiente de poder’ que trascienda la opinión del individuo o del grupo» (1971: 412). Algunas de las críticas dejan de lado el argumento de las desigualdades individuales y del funcionamiento a través de grupos organizados de la sociedad pluralista a la americana, y se

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centran con más pulcritud en el rechazo del aspecto plebiscitario de las encuestas, como es el caso de Arbuthnot cuando escribe que «no hay forma de adoptar una política mediante una votación > ad hoc’ sobre cuestiones específicas ... Nunca será posible reemplazar el sistema representativo de la democracia moderna por el voto directo, porque evidentemente debe existir un pequeño grupo que tome decisiones, les imprima coherencia y separe las cuestiones principales de las subsidiarias» (apud Hyman, 1971: 416); en esta dirección se ha llegado incluso a propugnar la no publicación de los resultados de los sondeos de opinión, ya que constituyen una forma atípica de presión sobre los gobernantes, cuyo papel no se reduce a dar cumplimiento directo a la voluntad popular, al menos a la que no se canaliza a través de los medios establecidos.

He querido detenerme sumariamente en esta discusión, que muchos considerarán completamente superada, por parecerme que refleja con especial claridad la ambigüedad originaria de una técnica o modo de investigación que con frecuencia ha sido confundido vulgarmente con la propia Sociología: indagación de la opinión pública y posibilidades de acción política parecen haber marchado al mismo paso en la utilización de las primeras encuestas, del mismo modo que lo han hecho en su crítica el rechazo de las consultas plebiscitarias por mor del funcionamiento de las instituciones representativas, y el rechazo del igualitarismo en nombre de la gestión minoritaria de intereses organizados que caracteriza la concepción norteamericana de la «sociedad pluralista». En todo caso, y como ha sabido ver Habermas, la opinión pública estudiada por las encuestas de opinión ha quedado despojada de su vinculación histórica con el contexto de las instituciones políticas: el pathos positivista abstrae sus aspectos institucionales y procede a la disolución sociopsicológica del concepto de opinión pública, reduciéndolo a poco más que actitudes, incluso sin verbalizar; lo que pasa hoy por opinión pública no es más que su sucedáneo sociopsicológico (1981: 264-267). Sucedáneo que, pese a repetidas declaraciones de que indaga opiniones de grupo, no recoge sino opiniones individuales: por más que éstas se ordenen de

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acuerdo con los grupos sociales a que pertenecen los respondentes, y por más que la distribución de frecuencias muestre regularidades grupales en las respuestas, las opiniones recogidas son opiniones de individuos agregadas cuantitativamente, no de grupos.

Dejando aparte los muchos problemas que plantea la formación de escalas y la determinación de índices y tipos, el análisis de la agregación cuantitativa de opiniones individuales goza de una larga tradición de simplicidad a través de su presentación en forma de tabulaciones porcentuales cruzadas, en las que una de las entradas corresponde a la variable presuntamente independiente, y la otra a la dependiente; pero incluso las más complejas tablas de este tipo, con tres o quizá cuatro variables, no son capaces sino de establecer la dirección de la relación entre dos de ellas o dos grupos de ellas, sin muchas posibilidades de apreciar el juego conjunto y diferenciado de una serie más o menos larga de variables independientes o intervinientes (dificultad que, dicho sea de paso, afecta de parecida manera a la correlación y regresión simples). De aquí que este «análisis de pan y chocolate» esté siendo sustituido últimamente por formas mucho más refinadas de análisis multivariable, que persigue precisamente la identificación de procesos multicausales, atribuyendo a cada una de las variables presuntamente independientes su cuota de responsabilidad en el proceso estudiado. El inconveniente obvio de tales procedimientos es el exceso de fe en su sofisticación estadística, que lleva al olvido de que toda la complejidad analítica descansa sobre una construcción hipotética llevada a cabo por el investigador, sobre la definición de sus variables y su modo de relación, y en último extremo sobre la calidad de los datos de base. Parece como si una vez ordenados los datos en una matriz sufrieran un doble proceso de abstracción y purificación que los convirtiera sin más en «científicos», o como si una vez formalizadas las relaciones entre variables en un grajo se convirtieran en relaciones indiscutibles; pero éste es el riesgo de cientifismo que siempre acecha al método cuantitativo, y contra el que hará bien en estar críticamente prevenido el investigador.

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6. El método cualitativo

Acerca de la antinomia cantidad-cualidad ha podido escribir Brodbeck: «la cuantificación se ha tornado en símbolo de prestigio para muchos científicos sociales... Para otros, por el contrario, la cuantificación es anatema... Tanto el sueño ilusionado como la pesadilla son reacciones desproporcionadas.

La lógica de la situación no justifica ni el exceso de celo ni la repudiación total..., pues la dicotomía cantidad-cualidad es espúrea. La ciencia se refiere al mundo, esto es, a las propiedades y a las relaciones entre las cosas. Una cantidad es una cantidad de algo. En concreto, es una cantidad de una ‘cualidad’...

Una propiedad cuantitativa es una cualidad a la que se le ha asignado un número» (cit. por Castillo, 1972: 126). Cosa parecida viene a decir Mayntz, Holm y Hübner en su popular manual, aunque de manera a la vez más prudente y más operativa: al establecer la diferencia entre propiedades cuantitativas y cualitativas, señalan que en las primeras «el valor específico de la propiedad es una medida, grado o cantidad», mientras que en las cualitativas es «una manera»\ y se apresuran a señalar que «los atributos o propiedades cualitativos permiten, no obstante, su cuantificación... Con suficiente frecuencia la propiedad cualitativa puede representarse como un atributo cuantitativo pluridimensional mediante su división analítica en dimensiones parciales aisladas... La diferenciación entre propiedades cuantitativas y cualitativas es, pues, provisional e inexacta» (Mayntz, Holm y Hübner, 1975: 19), con lo que la distinción entre un método cuantitativo y otro cualitativo, aunque posible, sería igualmente provisional; y desde el punto de vista del prestigio de lo cuantitativo, todo método cualitativo sería insuficientemente científico, no lo bastante maduro, o demasiado perezoso. Pues bien, va de suyo que no puedo estar de acuerdo con estos planteamientos, que de manera confesa son cuantitativistas. Tanto por lo que se refiere al objeto de conocimiento como al método que le sea adecuado,

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cantidad y cualidad se sitúan en dos planos completamente diferentes (abstracción hecha de la ley de la dialéctica que afirma el paso de la primera a la segunda, y que no voy a discutir aquí), planos que implican modos no convergentes de enfrentar la cuestión.

Creo que lleva toda la razón Ibáñez cuando plantea el problema de «la renuncia a la ilusión de transparencia del lenguaje y su consideración como objeto, y no sólo como instrumento, de la investigación social» (1979: 19): la negación al lenguaje de su condición de dado, su cuestionamiento, implica una ruptura epistemológica que constituye el método cualitativo; según Ibáñez, así como la ruptura estadística intenta ir a las cosas mismas, a los «hechos» desnudos, traspasando la ideología que la cosa traía, la ruptura lingüística «des-construye la noción ideológica para reconstruir con sus fragmentos un concepto científico (la ideología es su materia prima, la materia sobre la que trabaja: y que des-construye para re-construir una ciencia)» (1979: 21). De esta forma, el propio discurso se constituye en el objeto privilegiado de la investigación: el lenguaje «no es sólo un instrumento para investigar la sociedad, sino el objeto propio del estudio: pues, al fin y al cabo, el lenguaje es lo que la constituye o al menos es coextensivo con ella en el espacio y en el tiempo» (1979: 42). En definitiva, como el propio autor señala, la tecnología estadística ocupa un lugar subordinado a la tecnología lingüística, pues contar unidades es una operación posterior y lógicamente inferior a la de establecer identidades y diferencias; o dicho de otro modo: «Las técnicas ‘cualitativas’ no son menos matemáticas que las ‘técnicas cuantitativas’; lo son antes y más, pues la mathesis —’ciencia del orden calculable’— es, histórica y lógicamente, anterior al número» (1979: 44). El autor, en esta suerte de pugna de prelación, coloca por delante del método cuantitativo al cualitativo, y, desde luego, lleva toda la razón desde el punto de vista lógico; para mí que, sin embargo, huelga entrar en tal discusión. Creo que basta con afirmar el método cualitativo junto al cuantitativo, dejando que sea el objeto de conocimiento el que lo justifique y reclame en función de sus propias necesidades, perfectamente diferenciadas. Esta determinación por el

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objeto, esto es, por el aspecto o componente del objeto de que se quiera dar razón, implica que uno y otro método han de calificarse de empíricos, aunque en uno, el cualitativo, se trate de «establecer identidades y diferencias» y el lenguaje sea elemento constitutivo del objeto, mientras que en el otro, el cuantitativo, se «cuenten unidades» y no se haga cuestión del lenguaje; pero en ambos casos es necesaria la observación del objeto como «proceso de producción de datos» (en feliz expresión efe íbáñez: cír. 1979: 38), aun cuando, también en ambos casos, no pueda ocultarse al investigador que no hay datos inmediatos, sino que todos están lingüísticamente producidos, esto es, mediados. En efecto, como señala el autor, no sólo los datos primarios son ante todo una enunciación lingüística (la encuesta no registra como datos otros fenómenos que los que ella misma produce), sino incluso los secundarios, producidos en todo caso por medios técnicos que implican determinaciones verbales. Desde este punto de vista sí puede sostenerse la preeminencia del método cualitativo sobre el cuantitativo, en la medida en que opera a partir de la «renuncia a la ilusión de la transparencia del lenguaje»; en tanto que el método cuantitativo se contenta con la ruptura estadística, sin llegar a ser consciente de que los hechos que maneja se manifiestan en un lenguaje estructurado. Pero, insisto, no me interesa aquí establecer prelaciones, sino concurrencias; los métodos empíricos cuantitativo y cualitativo son, cada uno de ellos, necesarios en su esfera, para dar razón de aspectos, componentes o planos específicos del objeto de conocimiento. No sólo no se excluyen mutuamente, sino que se requieren y complementan, tanto más cuanto que el propósito de abarcar la totalidad del objeto sea más decidido.

Una de las vías cualitativas más características es el llamado «grupo de discusión», al que Ibáñez dedica su libro, y que es definido como «una confesión colectiva» (1979: 45) que deja inmediatamente de serlo, o de parecer lo, ya que «el sujeto del enunciado dejará de ser el sujeto de la enunciación: se hablará en grupo, en segunda o tercera persona, de cualquier cosa» (1979:123); esta técnica, heredera

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con la también cualitativa entrevista en profundidad de la sesión de psicoanálisis o clínica, se emparenta con las técnicas de grupo ampliamente utilizadas en el campo de las relaciones humanas. Para Ibáñez, en el grupo de discusión se dan dos niveles de discurso: uno primero o empírico, en el que el grupo se manifiesta, y otro segundo o teórico, que habla del discurso de primer nivel y que permite interpretarlo o analizarlo. «La interpretación es una lectura: tiende a descifrar lo que la realidad dice—como si la realidad hablara—. El análisis es una escritura: reconstruye el ‘discurso’ (ideología) de la realidad, reconstruyendo con sus piezas otro discurso... el grupo es el lugar privilegiado para la lectura de la ideología dominante» (1979: 126). La discusión que tiene lugar en el grupo, provocada por el investigador, convierte en objeto de conocimiento la ideología del grupo, y ello con una importante particularidad: así como la encuesta no traspasa el contenido de la conciencia, el grupo de discusión explora el inconsciente (1979: 130). Además, así como el diseño de la encuesta es cerrado (todo está previsto de antemano, salvo la distribución de frecuencia), el del grupo de discusión es abierto, y en el proceso de investigación está integrada la realidad concreta del investigador. Las personas que han de formar parte de un grupo de discusión (entre cinco y diez) requieren un cierto equilibrio entre homogeneidad y heterogeneidad que haga posible y fructífera la interacción verbal; su selección no se confía al azar, sino que, determinadas previamente las clases de informantes y su distribución en grupos (y son necesarios relativamente pocos grupos para llevar a cabo una investigación), se les invita a participar a través de canales concretos, particulares y preexistentes; el investigador o «preceptor» propone la cuestión a discutir y se abstiene después de toda intervención, salvo las estrictamente necesarias para catalizar o controlar la discusión, que se registra para su análisis posterior: «El grupo (microsituación) produce un discurso que se refiere al mundo (macrosituación)» (1979:347). En dicho análisis, el investigador es un sujeto en proceso que se integra en el proceso de investigación; para reducir a unidad la masa de datos obtenida no cuenta con ningún procedimiento algoritmizado, ni con reglas a priori que le indiquen

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cómo ha de proceder, sino con su intuición y con una constante vigilancia epistemológica que analice las condiciones que le mueven a interpretar como lo hace. Como dice el autor, La interpretación es una lectura: escucha de una realidad que habla.

Por eso parte de la intuición. Como punto de partida, el investigador intuye... Pero, en una segunda operación (análisis), debe evaluar esas intuiciones... Frotar sus intuiciones contra las teorías construidas —o construibles—, verificarlas en un proceso que articula su dimensión sistemática (coherencia con el conjunto de los campos teóricos) y su dimensión operatoria (aplicabilidad a los fenómenos) (Ibáñez, 1979:350-351).

Me he detenido, si bien de manera superficial, en la técnica del grupo de discusión porque me parece que constituye una de las formas más características del método cualitativo, en la que el análisis del lenguaje, la implicación del investigador y el acceso al inconsciente suponen rasgos fuertemente diferenciales con respecto al método cuantitativo. Según he recogido, se nos indica el parentesco de la discusión de grupo con técnicas como la focussed interview (Merton, Fiske y Kendall, 1956) o la clinical interview (Adorno et al.,1950), conocidas como técnicas de entrevista en profundidad: se trata de una técnica intensiva en la que se abordan no solamente las opiniones del individuo interrogado, sino incluso su propia personalidad; la entrevista «enfocada» parte de una determinada experiencia del sujeto cuyos efectos quiere analizarse (en el modelo propuesto por Merton y sus colaboradores, la exposición a un determinado flujo de información que provee de guion a la entrevista), en tanto que la «clínica» parte de unas opiniones o actitudes del sujeto cuyas motivaciones se desea determinar (en el caso de la personalidad autoritaria se exploran los fundamentos de la actitud previamente determinada, con objeto de obtener un «diagnóstico»). El guion de la entrevista, y la intervención en ella del investigador, puede ser más o menos detallado: en el caso mínimo (non-directive interviews) el papel del investigador se reduce a iniciar la entrevista,

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que se desarrolla en la práctica como un monólogo del entrevistado, reorientado por el investigador sólo cuando resulta imprescindible. Las entrevistas pueden ser únicas o múltiples, produciendo estas últimas una importante masa de información que, de ser biográfica, da lugar a una técnica próxima conocida como «historia de vida». Todas estas técnicas trabajan sobre el registro que recoge las manifestaciones del entrevistado, y en todas ellas la interpretación y el análisis revisten caracteres análogos a los que se han apuntado para el grupo de discusión, con la radical diferencia de que en éste «es el grupo el que habla», mientras que en las diversas formas de la entrevista en profundidad lo hacen los individuos.

Otra difundida forma del método cualitativo es la observación participante, en la que el objeto de conocimiento se ofrece directa y globalmente al observador, integrado más o menos profunda y activamente en los procesos o grupos que trata de estudiar; la ambivalencia espectador-actor abre una amplia dimensión en el grado de participación del investigador: desde la presencia del antropólogo en la comunidad en que lleva a cabo su trabajo de campo, que cifra su éxito en hacerse «adoptar» por aquellos a quienes estudia, hasta las investigaciones llevadas a cabo en un determinado medio por quienes forman parte de él. En todo caso, en la medida en que la observación participante subraye la participación, el investigador recurre a la introspección de su propia experiencia como fuente privilegiada de conocimiento de la realidad estudiada.

La observación, cualquiera que sea el grado de participación que practique el investigador, versa normalmente sobre conductas, sobre acciones o interacciones en situaciones socialmente definidas: como señalan Mayntz, Holm y Hübner, «la observación se refiere siempre a un comportamiento dotado tanto de un sentido subjetivo como de una significación social objetiva. Por eso pertenece necesariamente a la observación la comprensión o la interpretación acertada del sentido subjetivo y de la significación social de una acción determinada... La captación reflexiva del sentido subjetivo,

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que se manifiesta en el comportamiento observado, y de su significación social objetiva es, pues, una premisa indispensable de la objetividad científica de la observación en general» (1975: 113-114): objetividad que aquí descansa, evidentemente, en alcanzar el sentido intersubjeto atribuible a la acción de que se trate, en lograr, como mínimo, la formulación en términos «emic» de lo que sucede.

Como lo expresó claramente Whyte en uno de los estudios de observación participante más conocidos, Street Comer Society, «lo que la gente me dijo me ayudó a explicar lo que había sucedido, y lo que yo observé me ayudó a explicar lo que la gente me dijo» (1961: 51): la comunicación lingüística entre observador y observados es, pues, esencial para la técnica de la observación participante, comunicación que será tanto menos estructurada y formalizada, esto es, tanto más rica e imprecisa, cuanto mayor sea el grado de participación del observador. El observador participante no puede decir «lo que ocurre» sin interpretarlo, y tal interpretación ha de comenzar por la identificación del «punto de vista del nativo», de forma que se garantice la intersubjetividad en términos «emic» de sus conclusiones; esto implica que, al menos en un primer momento, el investigador trate de aprehender el conocimiento que los miembros del grupo o comunidad estudiados tienen de la cosa que se estudia, y sólo más tarde podrá pasar a describirla o explicarla con sus propias categorías, esto es, con las categorías de la ciencia. Se trata, pues, de la utilización consecutiva de criterios «emic» y «etic», como se deduce de la propuesta de Maclntyre: «a menos que comencemos por una caracterización de una sociedad en sus propios términos, no podremos identificar el objeto que requiere explicación. La atención a las intenciones, motivaciones y razones, debe preceder a la atención a las causas; la descripción en términos de los conceptos y creencias del sujeto debe preceder a la descripción según nuestros conceptos y creencias» (1976:44); tal planteamiento, formulado polémicamente frente al de Peter Winch, quien sostiene que solamente los conceptos que poseen los miembros de una sociedad determinada son los que deben usarse en el estudio de dicha sociedad (es decir, que no podemos

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ir más allá de la autodescripción de una sociedad: cfr. 1958, passim), nos introduce no casualmente en discusiones características de la teoría antropológica, pues no en vano la observación participante tiene tantos puntos de contacto con los métodos de trabajo de campo del antropólogo.

Y no sólo del antropólogo: la observación participante, en la medida en que se apoya en la interacción con los sujetos estudiados, se resuelve en una sociología filológico-comprensiva. Como indica Winch, «las acciones se conforman de tal suerte en nexos de interacciones proporcionadas filológicamente, que se ‘materializa’ en los modos de comportamiento observables un sentido intersubjetivamente válido, procediendo, por tanto, una sociología comprensiva de forma esencialmente filológico-analítica al concebir las normas orientativas de las acciones a partir de reglas de comunicación del lenguaje usual. De todo ello se deduce nuevamente que la construcción teórica depende de la autoconcepción del sujeto activo» (apud Wellmer, 1979: 28-29). La cuestión, pues, se orienta decididamente del lado de la hermenéutica, por más que, de creer a Wellmer, las tesis de Winch (como las de Wittgenstein, de las que son tributarias) no logran cruzar su frontera (cfr. Wellmer, 1979: 31).

En cualquier caso, y sin entrar ahora en tal discusión, es obvio que la hermenéutica supone un modo de aproximación al objeto que no sólo es cualitativo, sino que rompe con los postulados de la teoría analítico-positivista de la ciencia social. En efecto, la sociología positivista toma en consideración conductas que con frecuencia tienen para sus agentes un significado que resulta crucial para entender por qué se llevan a cabo; dicha sociología no rechaza el manejar cuestiones de significado o interpretación, pero atribuyéndolas a los individuos cuya conducta se estudia en términos de opiniones, creencias o actitudes; la hermenéutica, en cambio, descansa en la existencia de significados intersubjetivos comunes a los individuos estudiados y al propio investigador justamente en la medida en que les es común el lenguaje, y por ende la realidad social que le subyace,

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porque, como sostiene Taylor, las realidades prácticas «no pueden ser identificadas haciendo abstracción del lenguaje que usamos para describirlas... el vocabulario de una dimensión social dada está basado en la forma de la práctica social de esa dimensión...; lo que esto realmente pone de manifiesto es la artificialidad de la distinción entre la realidad social y el lenguaje descriptivo de la misma» (1976: 174). La realidad social es, pues, una realidad con significados compartidos intersubjetivamente y expresados en el lenguaje; significados que no son simplemente creencias o valores subjetivos, sino elementos constitutivos de la realidad social. Y, como dice Gadamer, «la tarea de la hermenéutica es clarificar este milagro de la comprensión! que no consiste en una misteriosa comunión de almas, sino en compartir un significado común» (1976: 118). Si la realidad social está compuesta tanto de hechos como de significados comunes, éstos han de ser comprendidos si se quiere dar cuenta de aquélla; la práctica social ha de interpretarse, y ello desde los significados que el propio investigador comparte. La hermenéutica, heredera de la tradición de la exégesis bíblica, y habituada por tanto al hermetismo, al simbolismo y al juego de los significados convencionales, busca penetrar a través del lenguaje en el mundo de significados constitutivos de la realidad social que la subyace, y que comparten quienes la componen y, con ellos, el propio investigador. Sea cual fuere el estatuto que se atribuya a la hermenéutica (de método, de teoría, de ciencia, incluso la pretensión metateórica de Gadamer), y dejando al margen su disputa con la teoría crítica, y en concreto las objeciones de Habermas basadas en la deformación del contexto histórico comunicativo (vid. discusión en Wellmer, 1979: 32 ss.), lo cierto es que la conciencia hermenéutica, o la crítica hermenéutica, ofrece una vía de acceso a la complejidad de la realidad social que de otra forma no sería posible. Como he indicado en otro lugar (1979: 107), la realidad social es completamente diferente de la realidad físico-natural; aquélla está llena de significados (más exactamente, es en buena parte significados) que es preciso comprender para explicarla.

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7. Conclusión acerca del pluralismo metodológico de la Sociología

El panorama que antecede de los modos que puede adoptar el método de la Sociología tiene predominantemente el carácter de una ejemplificación de su variedad, no de un catálogo exhaustivo y ni siquiera medianamente completo; la enumeración de los métodos histórico, comparativo, crítico-racional, cuantitativo y cualitativo no pretende la complitud, y menos aún las formas concretas de cada uno de ellos que se mencionan. Precisamente lo que he querido poner de manifiesto es la diversidad metodológica exigida por una Sociología que no quiera confinarse en una definición unidimensional de su objeto; si a la complejidad del objeto corresponde necesariamente un planteamiento epistemológico que he venido calificando de pluralismo cognitivo, ello impone como correlato necesario un pluralismo metodológico que permita acceder a la concreta dimensión del objeto a la que en cada caso haya de hacerse frente. La propuesta, pues, aquí formulada es la adecuación del método a la dimensión considerada en el objeto, y ello no de manera arbitraria e intercambiable, sino con el rigor que el propio objeto demanda para que su tratamiento pueda calificarse de científico. Aun a riesgo de incurrir en enfadosa reiteración, creo que no estará de más repetir que «científico» no significa aquí «científico-natural», pues la sociología que toma como modelo a las ciencias de la naturaleza traiciona su objeto, que no es la realidad físico-natural sino algo muy distinto, la realidad social. Esta, en su extraordinaria complejidad, contiene dimensiones que pueden considerarse incluidas en un ámbito epistemológico común con la realidad físico-natural, y para ellas valdrán los métodos y la actitud propia de las ciencias que se desenvuelven en dicho ámbito. Pero el conjunto de la realidad social lo excede con mucho, y para tal exceso carece de validez la mimetización de «las otras ciencias». De aquí la peculiaridad de la Sociología, que no se constituye como una de las viejas «ciencias del espíritu» porque no trata sólo de cuestiones espirituales (valga la forma de llamarlas), pero tampoco como ciencia físico-natural, ya que su objeto se niega a dejarse encasillar en tal categoría. En ello consiste la incómoda especificidad

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de la Sociología, que ha de acomodarse a su objeto utilizando desde la perspectiva biológica o etológica, hasta la filosófica o crítica. No es por azar o por falta de madurez, por charlatanería o porque se trate de una ciencia multiparadigmática, que bajo el nombre de Sociología se hacen tantas diferentes sociologías, sino porque su proteico objeto de conocimiento así lo reclama.

4PAPEL DE LA TEORÍA

EN LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

Francisco Dávila

Dávila, F. (1987). Propuesta de una línea teórico-metodológica

de formación de investigadores en el ámbito de la educación. Cuadernos del CESU, núm. 6, México.

pp.199-208.

Papel de la teoría en la investigación social

La construcción del conocimiento científico en las ciencias naturales y sociales actuales está orientada y guiada por la teoría que, a partir del método y la realidad, construye el objeto de la ciencia. No obstante, como en la tentativa empirista el culto al método –entendido como procedimientos y técnicas de abstracción simple con validez universal y absoluta- se viene imponiendo en las ciencias sociales actuales como criterio único y último de cientificidad, parece necesario avanzar algunas precisiones a modo de crítica.157

Este dislocamiento artificial de la teoría, el método y las técnicas que son su cristalización efectiva, en favor de los procedimientos canónicos y de ciertas técnicas privilegiadas de ordenamiento y cuantificación, resulta peligroso pues conduce al empobrecimiento de la compleja y siempre cambiante realidad social, producto de la intergénesis humana fundada en la praxis. El mito de la cientificidad metodológica tiende a cristalizar la historia de las relaciones sociales en el dato, mejor dicho, las ahistoriza en postulados apriorísticos que

157 F. Nagel. Th estructure of science, problems in the logic of scientific explanation, Harcourt, Brace et World, N.Y., 1961, p. 12-13. A pesar de las sofisticaciones de sus planteamientos pone toda su confianza en los recursos del método científico “como crítica persistente de los argumentos, a la luz de los cánones pues es la prueba para juzgar la fidedignidad de los procedimientos a través de los cuales los datos de la evidencia en que se basan las conclusiones”.

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tienden a atomizar a la sociedad, a la realidad social, en innumerables parcelas perfectamente ordenables, palpables y mediables, a partir de las técnicas procesuales cuya asepsia y neutralidad subjetivas supuestas sirven de criterios de objetividad del “método científico”.

Vale en este momento, a modo de ejemplo, examinar sumariamente la pobreza teórica del análisis durkheimniano y su confusión evidente entre el objeto real y el objeto del conocimiento, cuya construcción es elaborada por la teoría y el método en las ciencias sociales modernas a partir de una realidad, la más compleja y contradictoria, producto de la historia humana.158

En su insistencia de que los “hechos sociales deben ser considerados como ‘cosas’”, Durkheim manifiesta su rotundo desapego por la teoría, y no obstante, adopta por otro lado una teoría social implícita, la cual considera a la realidad social como de naturaleza relacional no material, pero al mismo tiempo como cualquier objeto material.159 Así pues, adoptando una teoría social de modo implícito, Durkheim no tiene problema en proceder a dictar sus reglas del método científico: “La regla primera y fundamental es la de considerar a los hechos sociales como cosas… es cosa todo lo que se encuentra dado, todo lo que se impone a la observación. Considerar a los fenómenos (sociales) como cosas es considerarlos en calidad de datos que constituyen el punto de vista de la ciencia.” Aún precisa: “Necesitamos considerar a los fenómenos sociales en sí mismos, desprendidos de los sujetos conscientes que los representan; hay que estudiarlos desde fuera, como cosas exteriores.”158 Le queda a Durkheim el gran mérito de haber intentado realizar una “ruptura” con las

nociones comunes e ideológicas a través de la definición previa del objeto como construcción científica provisoria. De hecho esta primera ruptura la realiza ya el sentido común cuando elabora los conceptos generales.

159 Con mucha razón J. Rex afirma que la principal desventaja de su método sociológico “reside en su sesgo antiteórico que se manifiesta en su insistencia de que los hechos sociales deben ser considerados como cosas, en su tesis empirista de que los conceptos de tipo son promedios, en su renuncia a admitir la necesidad de alguna hipótesis teórica previa a la labor de clasificación y en su fracaso en esbozar una teoría “fisiológica”. Ver Problemas fundamentales de la teoría sociológica, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1968, p. 28.

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Conviene sacar de estas precisiones empiristas, clásicas en la sociología, algunas consecuencias de tipo metodológico: en primer lugar, los datos tienen en el enfoque que analizamos la mayor importancia, se identifican con los hechos reales y además “constituyen el punto de vista de la ciencia”.160 La ciencia por tanto no los construye; opera sobre ellos. Así, pues, en segundo lugar, se inicia el proceso científico con la observación de los hechos sociales que nos interesan y son los que vemos, los que palpamos, que aparecen o que consideramos como cosas. En este sentido, las sanciones individuales subjetivas son reproducidas mentalmente para luego ser captadas en datos contables y mensurables, como si fueran éstos los hechos reales. Esta también pertinente destacar toda definición poco clara, de sentido común, plagada de prejuicios, ideológica por tanto, para llegar a una definición rigurosamente objetiva de la temática.161

Como operar convenientemente para llegar a la objetividad que es el presupuesto de la ciencia es la reflexión que se ocurre a partir de la síntesis de las proporciones de Durkheim; por lo que, en tercer lugar: procedemos a la depuración del material con el que contamos (los datos = los hechos sociales) Se establece pues una ruptura, una escisión con el sentido común, definiendo los hechos sociales de modo riguroso para luego procesarlos por medio de instrumentos mesurables, en tal forma que puedan ser ordenados sistemáticamente y reconstruidos en sus recurrencias, en sus regularidades. En cuarto lugar –y para conseguir el objetivo anterior- el uso de las matemáticas y de las series estadísticas es el adecuado, pues éstas permiten el ordenamiento sistemático de los hechos, definidos objetivamente, sin menoscabo de su integridad por parte de la subjetividad el investigador que los manipula.

Según las precisiones aquí avanzadas, que constituyen el todo del método científico, las ciencias sociales emprenden la terea de proporcionarnos información sistemática de los hechos sociales.

160 E. Durkheim, Les regle de la méthode sociologique. Ed. PUF, Paris, 1967, p. 15-28161 E. Durkheim. Le suicide, Ed. PUF. Paris, 1973, p. 5.

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Estos, en conjunto como conceptos definidos a partir de los elementos comunes ye generales deprendidos de una técnica de la abstracción simple, nos permiten establecer leyes, regularidades, aplicables a su vez a fenómenos del mismo tipo.

Ahora bien, si ésta es la tarea encomendada a las ciencias sociales por el empirismo, vale acotar que todo ordenamiento sistemático precisa una medida, un criterio ordenador; lo que equivale a decir que tanto la medida como el criterio para establecerla deben haber sido cuestionados para valorarlos, validarlos en su función, y todo eso precisa de una teoría.

El empirismo no tiene salida pues, creyendo liberarse de los “ídolos” del sentido común, del conocimiento vulgar, de las grandes visiones del mundo, asume el primado de lo real como algo dado. Así la realidad social no se presenta como un proceso complejo de transformación constante, al que es preciso interpelar, construir, interpretar; basta y sobra con aprehenderla en su plena inmediatez. De este modo su conocimientos es ye se convierte en un desdoblamiento amplificado de las nociones generales en una tautología.

Lo que hace el empirismo es ordenar, sistematizar los datos, los hechos sociales con un criterio teórico implícito. ¿Por qué el empirista escoge –para ordenarlos- unos hechos y otros no? ¿Por qué estas variables son más importantes que las otras? ¿Por qué las sistematiza de ese modo y no de otro? Estas son algunas múltiples preguntas que no tienen respuesta.

El desprecio teórico del empírico desconoce que los datos sociales son ya resultados construidos, son ya producto de las relaciones sociales mediadas por las cosas, por lo que necesitan se construya, al menos, una teoría, un modelo, aunque sea provisional, del cómo operan éstas y los sistemas sociales que a partir de las mismas se construyen. En este sentido, la realidad social necesita ser cuestionada, problematizada, trabajada por la teoría y el método; de otro modo la

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tentativa empirista, o bien intenta confirmar con los hechos sociales una teoría no reconocida explícitamente,162 o bien pretende describir de modo sistemático una serie de hechos ordenados con algún criterio no claramente manifiesto.

Como se ve, éste es el caso de Durkheim, que resulta paradigmático; no se puede hablar con propiedad de ausencia de teorización porque, como lo hemos enmarcado en ambas alternativas, la teoría no reconocida en forma explícita orienta al dato; sin embargo se trata de un mero auxiliar secundario pues la verdad del conocimiento, la ciencia, se desprende de la realidad por el camino real del riguroso ordenamiento que permite describir los hechos sociales de modo sistemático. El primado de la realidad sobre la teoría en la construcción del conocimiento queda claro, más aún, el conocimiento queda claro, más aún, el conocimiento científico está ya de antemano construido y sólo es preciso describirlo del modo más objetivo.

Ahora bien, en la perspectiva que hemos adoptado, la orientación, el sentido y la dirección principal del conocimiento científico son asumidos por la teoría. “De todas maneras, como lo afirma Bachelard, en la ciencia moderna el sentido del vector epistemológico lo consideramos perfectamente nítido. Se mueve sin duda de lo racional a lo real y de ninguna manera a la inversa, de la realidad a lo general como lo sostenían todos los filósofos desde Aristóteles hasta Bacon.”163 Y, añadiría, como lo siguen sosteniendo los empiristas.

De esto se deduce que, de principio a fin, en la investigación científica la teoría debe estar presente y actuante: en la recolección del material empírico y aún antes, en la focalización del problema que más nos impacta, la orientación teórica es de importancia capital ya que constituye la herramienta que discrimina y conduce a una formulación propia, a un conocimiento nuevo, a una realización de la realidad

162 Resulta claro constatar que Durkheim en sus estudios investigativos intenta probar su teoría del continuum social basado en la solidaridad mecánica y orgánica, ya esbozada en La división social del trabajo, Ed. Shapire, Buenos Aires, 1973.

163 Ver G. Bachelard, Le nouvel esprit scientifique, Ed. PUF, Paris, 1936, p. 1-4

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en la teoría, por lo que el pensamiento científico es esencialmente realizante.164

Particularizando, en las ciencias naturales la más elemental de las operaciones, la observación de los datos que el empírico considera como un registro, el más fiel y riguroso de la realidad, está cada vez más orientada por la teoría; lo mismo debe suceder en las ciencias sociales. Los datos, aunque el positivista no lo declare, tienen necesariamente que insertarse en una teoría sistemática. ¿Qué datos escoger, cuáles de ellos desechar? Son preguntas difíciles de contestar si tanto en la física y en la química como en las disciplinas sociales no se aplican ciertas nociones abstractas enraizadas enraizadas en una teoría general que servirá de punto de partida.

Toda documentación reunida a ciegas, una recolección indiscriminada de datos sin ningún criterio teórico orientador, perturba e impide desde el inicio cualquier conato de investigación. Corremos el riesgo de “empapelarnos”, de perdernos en un verdadero laberinto. Todavía más, en la primera indagación bibliográfica, y no se diga en las lecturas que se realizan como iniciación a una problemática, la orientación teórica debe estar presente, con lo que nos guardamos de atiborrarnos de nociones generales, confusas y carentes de interés para la investigación que estamos en vías de iniciar.

Si en las observaciones preliminares, vale decir, en los inicios de una indagación, las ciencias naturales y sociales deben fundamentarse en la teoría, cuánto más deben hacerlo en la fase experimental, que desde la perspectiva empírica es el punto crucial. Experimentar es básicamente preguntar a la naturaleza y a la sociedad sobre sus propios procesos para luego evaluarlos, lo que exige un criterio de valuación o de medida. Pero ¿cómo realizar una experimentación sin haberla pensado previamente, cómo comprobar una hipótesis sin haberla pensado previamente, cómo comprobar una hipótesis sin haberla formulado con anterioridad y cómo juzgar los resultados sin una

164 Ibid, p. 4

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teoría? Como se puede colegir, ésta domina el trabajo experimental desde su misma concepción hasta las últimas manipulaciones de laboratorio.165

Pero aún más cuando ya se han encontrado respuestas a las preguntas, cuando el experimento ha sido realizado y evaluado, la teoría tiene la finalidad de intensificar el trabajo del método, ese carácter polémico de la razón que discrimina y que destruye pero que al miso tempo afirma que la realidad es más rica que la teoría que la explica y con el cual lo real debe ser siempre cuestionando y explicando en un procesos sin fin de aproximaciones sucesivas, que enriquecen lo real por la meditación de la teoría.

Cabe en este momento despejar algunos equívocos referentes al uso de la teoría, tanto en las ciencias naturales como sociales, muy en boga en los claustros universitarios y especialmente en las primeras investigaciones de los pasantes en las diferentes carreras pero también, ¡helas!, entre algunos autores de prestigio. Como se insiste y actualmente hasta se machaca en la importancia de la teoría dentro de la investigación, se tiene creencia de que estableciendo un capítulo teórico, un marco de referencia y, más comúnmente, un “marco teórico”, ya se ha cumplido, ya se ha pagado el tributo a la teoría y que con el hermoso marco se cubre una pobre y tautológica repetición de lo que todos ya han dicho.

Se trata en la mayoría de los casos de un refrito menos apetitoso que los ingredientes con los que se lo fabricó o como vulgarmente se dice, “de la misma gata pero revolcada y desfigurada”. Los autores respetables son por supuesto más refinados en sus exposiciones: inician sus trabajos haciendo alarde del método científico y las técnicas que han manejado.

Con lujo de detalles indican a los lectores el rigor y la pericia con los cuales los materiales han sido tratados según el método científico, tratando de orientarlos dentro del difícil campo de la

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investigación científicamente realizada, puesto que se ha ceñido al método científico, ya anteriormente esbozado con profusión. Con este ritual, muchas veces largo y tedioso hasta incomprensible para los neófitos, el investigador asume sus propias debilidades, volviendo a señalar la fuerza y seriedad del método científico. De este modo el tributo a la teoría asume la defensa del método científico, y el resto de la investigación – que suele ser una lectura sin fin de datos y de taxonomías muy elaboradas, donde la teoría es la gran ausente como discriminador de tales técnicas- queda automáticamente exorcizado y santificado por el “método científico”.

Pero la teoría en la investigación no es un ente pasivo, no está hecha para ser guardada en un marco de ribetes dorados. Antes bien, es una herramienta siempre en uso que discrimina, que destruye y vuelve a construir alternativas nuevas, conocimientos novedosos, verdaderos descubrimientos. Cuando hablamos de un marco de referencias teórico asumimos en principio que sí hemos hecho preguntas, que sí ha existido cuestionamiento y crítica de otras teorías, pero que ha sido necesario y suficiente dejar hablar a los datos por sí solos166 olvidándonos que éstos son las respuestas que deben ser elaboradas y explicadas por la teoría.167

Con la anterior actitud, con el marco de referencias elaborado, él mismo se convierte en una camisa de fuerza, en un obstáculo, en un velo que impide penetrar en el desciframiento de la pintura, del paisaje

166 Los datos son ya interpretaciones teóricas, presuponen al menos un lenguaje, una estructura lingüística que es ya una construcción social teórica muy elaborada que interpreta de diferentes modos la realidad. Ver a este respecto P. Berger y T. Luckmann, La construcción social de la realidad, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1979.

167 Las experiencias sensoriales, los datos o hechos de las ciencias sociales surgen junto con supuestos teóricos, no antes que ellos. Con toda razón Feyerabend refuta a la ciencia empírica el fundamento del conocimiento y su fuente misma basada en la experiencia y afirma lapidariamente que “una experiencia sin teorías es exactamente tan incomprendida como lo es (presupuestamente) una teoría sin experiencia: elimínese parte del conocimiento teórico de un sujeto sensible y se tendrá una persona que está completamente desorientada y que es incapaz de realizar la acción más simple”, en Contra el método, Ed. Ariel, Barcelona 1974, p. 140.

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que, de otro modo, se nos presentaría caótico o incomprensible. Si la teoría está presente en todo el trabajo científico es precisamente por su fuerza explicativa, por su capacidad de generar respuestas, por su penetración en el descubrimiento de los enigmas que nos inquietan y que la realidad esconde.

Por ello su presencia activa junto con el método se da desde el inicio hasta el final de la investigación. Lo real, independientemente de nuestra subjetividad, de nuestra conciencia, no puede ser ordenado de modo sistemático, explicado, analizado y comprendido cada vez de modo más rico y novedoso y con economía de medios y menos aún transformado sino a través de la teoría y del método generadores de nuevos conocimientos, que sugieren además nuevas formas de praxis.

Finalmente, las ciencias sociales utilizan las teorías como puntos de partida, como primeras respuestas a temas polémicos, no como sagrados dogmas que es preciso guardar y recoger como patrimonio de los “padres de la iglesia científica” de la investigación social. Todo alumno debe superar al maestro, toda teoría debe negarse a sí misma para dar cuenta de la riqueza de lo real. Todo método debe ser cambiado porque, como decía ya Goethe: “Quienquiera que persevere en su investigación se verá obligado tarde o temprano a cambiar de método.”168 Y por último, no se puede transformar la realidad social existente sin cambiar constantemente de teoría y de método, porque sin nuevos proyectos y nuevos medios no se puede aspirar ni llegar a fines más humanos.

Peligros de estatus metodológico y epistemológico de excepción en las ciencias sociales

Estos peligros reales se dan como resultado de la reacción que tanto las ciencias sociales como las naturales experimentaron a finales del siglo XIX, cuando el empirismo y el positivismo no habían 168 Citado por G. Bachelard, en El compromiso racionalista, op.cit. p. 47.

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impuesto la sistematización y el rigor formal de las matemáticas como criterio de cientificidad.169

Para argumentar en contra de este monismo metodológico que se intentaba imponer como canon regular a las ciencias sociales se partió, y con razón, del criterio de que el hombre no era sólo un ente de naturaleza, por lo que los métodos de las ciencias naturales no podían aplicarse para dar cuenta de la acción social y del pensamiento humano, hacíendose necesario un estatus metodológico y epistemológico de excepción en estas ciencias eminentemente humanas.170 Las que, al contrario de lo que sucedía con las ciencias de la naturaleza que estudiaban las leyes generales de los fenómenos captados en su objetividad, debían ocuparse de los fenómenos en su singularidad mediante la comprensión interna y sistemática de los mismos.

Esta postura epistemológica que dividía la realidad en dos sectores autónomos: el de las ciencias objetivas = naturales y el de las ciencias subjetivas = sociales, fue rechazada por la mayoría de los investigadores no positivistas, entre ellos Windelband y Rickert, que reivindican tanto para las ciencias naturales como sociales el conocimiento de las relaciones generales o leyes como el de las singularidades y peculiaridades de cada fenómeno pero como ya se indicó sucintamente en la introducción de este ensayo, los peligros del monismo metodológico, más pernicioso aún que los del dualismo, siguen vigentes en las ciencias sociales actuales. Máxime si consideramos que por esta vía la imposición de una “física social” –que permita al poder estatuido controlar los brotes de insurgencia social legítima- parece estar al alcance de la mano de una burocracia y tecnocracia que creen en el poder omnímodo de la ciencia aplicada para perpetrar la explotación de los hombres por unos cuantos. 169 Detrás de estas polémicas teórico-metodológicas se percibe una lucha aún más encarnizada

entre diversas concepciones de la sociedad y de la historia. I. Zeintlin, en su libro Ideología y teoría sociológica, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1973, pp. 89-94 nos da luz sobre este particular.

170 Dilthey al argumentar que el hombre no era sólo un ente de naturaleza, por lo que los métodos de las ciencias nomotéticas, vale decir, aquellas que se proponen establecer leyes generales no eran aplicables a las ciencias que daban cuenta de la acción del pensamiento humano, por lo que era necesario un trato epistemológico especial para las “ciencias del espíritu” y una metodología en consonancia.

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Ahora bien, la justificación de este monismo metodológico básicamente toma cuerpo en el empirismo y en el positivismo lógico, cuyos criterios de verificabilidad empírica propios del método científico, deben traducirse en un lenguaje rigurosamente unificado y sin connotaciones subjetivas.171

El peligro de asignar las ciencias sociales un estatus de excepción como reacción al excesivo empirismo tiene su origen en el escaso entendimiento de la acción constructiva de la teoría y el método, en el campo de las ciencias de la naturaleza, y por tanto, se asume al objeto científico como ya construido, como un dato objetivo que es preciso captar mediante el uso de procedimientos lógicos y técnicos. Estos últimos hacen de la experiencia científica una copia reduccionista de lo real.

No obstante, basta seguir los pasos de las grandes teorizaciones de la física y la química moderna para percatarnos de la caricatura que el empirismo y el positivismo dibujaron al pensar que en las ciencias naturales se procedía de la objetividad de los hechos para formular leyes172 y que como los hechos sociales eran de carácter subjetivo, sólo podían ser tratados con métodos comprensivos, entendiendo por ello el tratar de comprender cómo piensan las personas cuando actúan socialmente.

171 Con este criterio se llega a propugnar la unificación de la ciencia en base al fisicalismo, que no es otra cosa que la concepción de que la lógica de la ciencia no es otra cosa sino la sintaxis lógica del lenguaje de la ciencia “y que, por tanto, el lenguaje unificado del fisicalismo no sólo salvaguarda el método científico en el que el enunciado se enlaza al enunciado y la ley a la ley sino la fecundidad del conductismo social con el cual se pueden establecer predicciones a futuro carentes de preceptos metafísicos”. Ver O. Neurath, “Sociología en fisicalismo”, en a. J. Ayer, El positivismo lógico, Ed. FCE, México, 1965, pp. 291 ss.

172 Así pues, de la confusión entre la forma de la elaboración del conocimiento científico en las ciencias naturales y en las sociales y de la estrecha relación que guardan entre sí, se pasa tanto a la defensa del monismo metodológico como a la reivindicación de dualismo diltheyano. “Esta grosera equivocación – dicen Bourdie, Chamboredon y Passeron- condujo a fabricar distinciones forzadas entre los dos métodos para responder a la nostalgia o a los deseos piadosos del humanismo, y a celebrar ingenuamente redescubrimientos desconocidos como tales, o además a entrar en la puja positivista que escolarmente copia una imagen reduccionista de la experiencia como copia de lo real.”

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Weber fue claro al rechazar esta clasificación de ciencias naturales regidas por métodos objetivos y de ciencias sociales regidas por métodos subjetivos ya que, si bien se pueden percibir diferencias entre unas y otras, éstas se dan en base a los fines que persiguen: la meta de las ciencias de la cultura consistiría en la explicación del fenómeno singular, ya sea auxiliadas por las leyes generales o mediante la comprensión; mientras que el fin de las ciencias de la naturaleza se identifica con el establecimiento de leyes.173 Pero en su gran obra174 él mismo definió la acción como “orientación significativamente comprensible de la propia conducta” y asignó a la sociología la tarea de “la capacitación de la conexión de sentido de la acción”.175

Así pues, Weber y sus seguidores concibieron lo social como realidad relacional (lo que es ya un gran adelanto con respecto a las relaciones mecánicas de Durkheim) pero reduciéndola a su mínima expresión: la interrelación individual, el comportamiento y la conducta de unos individuos con otros cuyo contenido social se agota en la comunicación de valores y símbolos con significación para cada sujeto. Con esta construcción teórica de lo social se perpetró un gran olvido que empobreció dicha teoría, esto es: la pertenencia de los individuos a diferentes estructuras sociales, a realidades sociales más amplias, tales como los grupos y las clases sociales.

Se desconoce con ello que lo social va más allá de la simple interacción social y que las relaciones sociales, que los individuos proyectan por intermedio de su acción de transformación de la naturaleza y de los mismos hombres, generan a su vez condicionamientos y determinaciones que varían significativamente en el decurso de la historia humana.

De esta manera el mundo social también puede manifestarse más allá de lo puramente fenomenal. Puede ser el resultado de

173 M. Weber, Sobre la teoría de las ciencias sociales, Ed. Península, Barcelona 1917, p. 41. 174 M. Weber, Economía y sociedad, Ed. FCE, México, 1964. 175 Ibid, p. 12

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estructuras generadas por una realidad relacional más abundante y compleja, donde los hombres a través de las cosas se condicionan y determinan recíprocamente. La anterior afirmación, producto de un teoría de lo social más rica y elaborada, tiene extremada importancia en el campo de las ciencias sociales, pues la dimensión social se amplía para abarcar las estructuras profundas,176 las determinaciones que se pueden aprehender mediante la elaboración de categorías que traspasando lo fenomenal, las apariencias, comprenden la realidad social en sus movimientos más intrincados, más ricos y dinámicos.

Cuando se han esclarecido estos nuevos aportes teóricos en el campo de las ciencias sociales, es decir, cuando se han definido las relaciones de condicionamiento y de determinación que quieren capacidades genéticas de diferentes alcances en la sociedad, las ciencias sociales están en capacidad de llegar a explicar y a comprender los fenómenos de la vida social en su particularidad (el caso de Weber), es decir, caracterizándolos como hechos singulares es decir, caracterizándolos como hechos singulares pero también en su generalidad, en sus legalidades y regularidades (caso Marx). Esto porque la particularidad de su ocurrencia es la expresión, la forma singular del modo en que la determinación existe concretamente y de cómo se dan sus condicionamientos.

No es suficiente, por ejemplo, en una investigación hablar de las leyes generales del capitalismo; ése es por tanto el punto de partida, el descubrimiento peculiar vuelto teoría general; lo que interesa es sobre todo ver en qué forma, de qué manera éstas se dan en las sociedades concretas. Vale decir, cómo las generalidades se expresan en la peculiaridad y con los enriquecimientos del caso. Son estos últimos los que permiten renovar o modificar los conocimientos anteriores, formulados por vez primera como peculiaridades pero que actualmente constituyen teorías generales, puntos de partida de nuevas verdades rectificadas.176 No solamente las “funciones latentes”, que ya permiten a los funcionarios analistas aislar

las consecuencias inmediatas de las relaciones sociales, sino aquellas sedimentaciones de mayor duración, las estructuras, que condicionan o determinan en casos concretos el desarrollo de una sociedad.

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“Los fenómenos sociales, bien lo sabemos –dice Bachelard-, tienen leyes que obedenen a un determinismo; la sociología es, por consiguiente, una ciencia positiva. Lo mismo ocurre con el derecho y con la historia.”177 Pero ese determinismo, al igual que el de las leyes de la naturaleza, no es ciego y mecánico, puede ser superado por la vía del conocimiento y de la transformación de estas realidades mediante la praxis. Por ello, “tampoco está prohibido esperar la institución de una técnica social que permita a los hombres, si llegan a ser tan sabios como inteligentes, suprimir o disminuir esa miseria hecha de evidentes injusticias sociales.”178 Pero todo ello presupone un conocimiento más amplio y profundo de nuestras sociedades, una superación continua de las teorías sociales por otras nuevas que nos permitan dar soluciones más humanas a nuestros propios problemas. En este sentido la apertura de las ciencias sociales modernas podría ser de gran ayuda.

En todo caso no es una debilidad de la ciencia actual no disponer de un método que ofrezca las garantías de obtener un producto científico usando los procedimientos y las técnicas llamadas por el consenso intersubjetivo “científicas”. Las ciencias naturales y las sociales en el momento actual no se preocupan tanto de qué hacer cómo hacer bic et nunc la ciencia, ni averiguar cómo se generan los conocimientos sino de qué hacer y cómo hacer para que se descubran nuevos conocimientos, que se inventen nuevas teorías y nuevos métodos y técnicas para explicar con más certeza los complejos problemas de nuestra sociedad, para transformarla y volverla más humana.

Una teoría científica social es en esencia una percepción sistemática y cada vez más acuciosa de la sociedad en que se vive, alcanzada por esta misma sociedad; es por tanto fruto de un trabajo teórico y práctico dado (que implica programas e instituciones científicas interesadas en determinadas transformaciones sociales), pero también es una interpretación del mundo. Es por tanto una 177 El compromiso racionalista, op. Cit. P. 44178 Ibid, p. 45, a cursiva es del autor.

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doctrina un proyecto de transformación tanto del hombre como de las cosas y de la sociedad que él crea y que lo produce.

Por estas razones la ciencia, hacer ciencia y más explícitamente ciencia social, no depende sólo de un conjunto de normas y procedimientos lógicos bien encaminados y rigurosamente aplicados; por el contrario exige una sólida formación teórica y un pensamiento abierto, una metodología tributaria de esa solidez y de esa apertura, lo que le garantiza una constante adecuación y maleabilidad ante la riqueza infinita de la realidad social que continuamente nos crea y que creamos.

Exige por ende rigor y voluntad, pero también imaginación y compromiso, sobre todo en estos momentos de crisis mundial y nacional, cuando la necesidad de dar explicaciones nuevas, más refinadas y adecuadas a la realidad en la que nos movemos y actuamos es una necesidad imperiosa y constituye un gran aliciente para un trabajo científico social fecundo.

Las ciencias sociales están en la actualidad, como siempre lo han estado, ante el reto permanente de la sociedad, buscando nuevas y más vigorosas explicaciones que superen a las ya existentes, en tal forma que nos permitan operar con más eficiencia y con menores costos sociales en la transformación de la sociedad humana. Este reto es aún más cierto que en ningún otro lugar en el país y en América Latina.

Ahora bien, un savoir-faire, un procedimiento, una técnica, nunca es ni puede ser el sustituto del saber; al contrario éstos son siempre obstáculos que hay que franquear para acceder a la sabiduría que valoriza a la sociedad en que se vive y las transforma en consecuencia.

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Vigilancia sobre la homogeneización de las prácticas investigativas en las ciencias sociales

Como corolario de lo anteriormente dicho y a guisa de conclusión de la perspectiva moderna de la ciencia y su método que hemos adoptado, se desprende una actitud de compromiso y de vigilancia que, a grandes rasgos, trataremos de explicar.

Partiendo del carácter constructivo de todo objeto del conocimiento por medio de la teoría, del método y de la realidad, cada ciencia elabora su propia construcción. De ello resulta que ninguna explicación teórica, ninguna teoría y su método nos dan ni nos darán nunca una descripción, explicación o comprensión de la totalidad de la realidad social; vale decir, de todas las relaciones sociales, vistas a través de sus propias conceptualizaciones.

Toda teoría es cerrada, inconmensurable y sólo puede darnos explicaciones dentro de sus propios límites; tampoco puede sr refutada por otra teoría; su validación y su refutación “se dan por referencias a sus respectivos tipos de experiencia, es decir, descubriendo las contradicciones internas que sufren (en ausencia de alternativas conmensurables, estas refutaciones son sin embargo bastante débiles). Sus contenidos no pueden ser comparados, ni es posible hacer un juicio de verosimilitud excepto dentro de los confines de una teoría particular. Ninguno de los métodos que Popper (o Carnap, o Hempel o Nagel) quiere aplicar para racionalizar la ciencia puede ser aplicado, y el único que puede aplicarse, la refutación, es de fuerza muy reducida.”179

Si lo anterior no es posible por el momento, resulta por tanto peligroso homogeneizar en cada ciencia particular el movimiento del pensamiento y con él los instrumentos lógicos y técnicos que construye a partir de la teoría.

179 D. Feyerabend, Contra el método, op. cit., p. 133. El subrayado es del autor

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Las analogías, los modelos, las imágenes, las comparaciones… etc., no son sólo útiles sino las formas normales de llegar al conocimiento y en determinadas circunstancias tienen especial significación como aliados en el conocimiento científico, puesto que nos permiten visualizar mejor ciertos problemas, pero se agotan en la medida en que nos impiden ir más allá de las primeras imágenes y construir otros esquemas de pensamiento. Con éstos podemos percibir las categorías más abstractas que orientan a la teoría en la búsqueda de nuevos métodos para construir nuevas perspectivas de conocimiento.

Los cuestionarios, las entrevistas, la observación participante, son útiles como incentivadores de preguntas, despertadores de la creatividad y de la inventiva, son en una palabra algunos de los muchos recursos heurísticos de los que podemos disponer, pero no nos procuran respuestas contundentes, objetivas, científicas. Al contrario, dan lugar a muchos errores de enfoque si la teoría no está vigilante para rectificarlos, asignarles sus verdaderos alcances y establecer sus límites. En concreto, los investigadores que usan estos recursos buscan sus propias respuestas a las preguntas que formulan, o en la mayoría de los casos recogen la opinión de los individuos a los que se les somete a cuestionamiento, pero no es posible afirmar que un instrumento basado en la subjetividad del investigador y el investigado nos dé un criterio de objetividad, como muchas veces se pretende al confiar en que el observado ha dicho la verdad. En todo caso. Será su verdad y nada más.

En lo que respecta al diseño de investigación, tampoco puede presentarse como un código rígido y homogéneo en su formalidad; es una guía un cuaderno de posibles rutas que cada uno de los investigadores puede elaborar con libertad de acción y criterio orientado teóricamente. Aunque un diseño investigativo trate sobre el mismo objeto de investigación y se elabore con la misma teoría, siempre llevará la marca personal del investigador y no podrá ser reducido a una mera forma. Cada sujeto, y aquí nos referimos a los distintos investigadores, debe usar la teoría y los movimientos que el método sugiere con gran libertad de acción, sin ningún formalismo.180

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La razón polémica influida por la experiencia investigativa puede resultar encarcelada, puesto que la confianza en lo probado y verificado por la práctica tiende a despertar soluciones de facilidad que impiden abordar nuevas alternativas que podrían ser más eficaces que las anteriores. Ahora bien, si por un lado la experiencia acumulada priva de la novedad, el investigador novel puede estar en mejores circunstancias que el experimentado para abrirse a una nueva dinámica constructiva, que le dé ventajas sobre el anterior; pero asimismo su entusiasmo juvenil podría convertirse en un dique de contención de la fuerza del pensamiento que piensa y construye un nuevo conocimiento. De esto se desprende que nada puede garantizar la construcción sin trabas de un pensamiento científico sin la vigilancia que tenga para sobremontar los obstáculos internos y externos que se opongan a un trabajo fecundo.181

Se puede afirmar sin ambages que al multiplicar las experiencias, al diversificar las prácticas, al multiplicar las alternativas, al problematizar los problemas y al encontrar nuevas preguntas a las nuevas respuestas que nos plantean las ciencias sociales, multiplicaremos también las posibilidades de obtener nuevos conocimientos, nuevas y mejores oportunidades para la transformación de la sociedad. Podemos afirmar también que nuevas prácticas investigativas, nuevas teorizaciones y nuevos métodos dan lugar a nuevas técnicas de realización y de transformación social.

180 Distinguimos la formalización del formalismo en cuanto la primera es pertinente puesto que permite aclarar lo que tenemos, fijar los límites y, con ello, resulta ser ayuda muy eficaz para afinar y definir los instrumentos del pensamiento, pero no debe convertirse en una camisa de fuerza que liquide o impida el propio trabajo de la razón polémica. Esta fija las formas para transitar más fácilmente a la riqueza real, al contenido de la realidad siempre compleja y múltiple en sus determinaciones. Ver a este respecto H. Lefevre, Lógica formal, lógica dialéctica, E. Siglo XXI, México, 1970, pp. 186-187

181 Ver Bachelard, “La noción de obstáculo epistemológico” en La formación del espíritu científico, op. cit. p. 15 ss. y del mismo autor “Los tres grados de vigilancia” en Le rationalisme appliqué, Ed. PUF, Paris, 1949, pp. 75-80

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Se tiene miedo de hablar de la técnica social porque se la confunde con los procedimientos con los que la tecnocracia opera, como si fueran recetas infalibles para curar todos los supuestos males de la sociedad, evaluados a través de la red de los intereses en lucha que jamás se explicitan. Pero la técnica social no es más que la teoría, la ciencia, armada y dirigida por la política, es decir, por los proyectos que buscan posibilidades, medios para hacer más eficaces sus fines y entre éstos se encuentran aquéllos que conducen con mayor efectividad a liberar a los hombres o prolongar su esclavitud, para suprimir las injusticias y la miseria humana o para profundizarlas. Ahora bien, como ya hemos remarcado a lo largo de este ensayo, la ciencia –y la ciencia social- son productos humanos que necesariamente participan de las contradicciones y luchas entre las cuales nuestra sociedad progresa o involuciona.

Yendo al fondo de nuestra actitud de vigilancia, debemos dudar del mismo método, del mismo trabajo del pensamiento y estar atentos a sus crisis, provocarlas en una palabra; porque del pensamiento en crisis, de las crisis sociales surgen las grandes novedades y con ellas se hacen explícitos los grandes descubrimientos, las grandes líneas de fuerza con dinámica estructural; vale decir, aquellas contradicciones cuyos efectos de largo plazo son más profundos aunque muchas veces pasan desapercibidos. Así el pensamiento en su búsqueda puede fracasar y, en efecto, fracasa con más frecuencia de la que nos imaginamos, pero este revés es el inicio de nuevas teorías, nuevos métodos y alternativas.

Cabe pues acentuar el uso de los procedimientos múltiples, de las prácticas investigativas y variadas, porque la excesiva estabilidad conduce sin remedio al inmovilismo. La teoría es inquieta y el método es impaciente, porque ambos están volcados sobre una realidad siempre cambiante y en construcción de nuevas experiencias y nuevos conocimientos que posibilitan su transformación.

Así pues, los hechos sociales para ser verdaderamente científicos deben ser verificados por la razón y reconstruidos por ella. Para ello

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conviene vigilar el método y la teoría, los que al volverse inestables y precarios para dar cuenta de la riqueza de lo real social en perenne construcción deben ser removidos y cambiados.

Es preciso que el hecho social halle su lugar en una teoría social rica, pero también que la teoría social resulte enriquecida por una realidad social aún más feraz. En este sentido, cada teoría social deberá tener presente que la realidad social más rica en posibilidades estará allí presente como aguijón y como acicate permanente del método y de la teoría, que la formulan luego de haberse puesto en crisis.

Conclusión

En síntesis, la teoría científica y su método siempre dudan de sí mismos y están dispuestos a renunciar a la ciencia por la ciencia por lo que, al multiplicar los procedimientos, las técnicas, los métodos y las teorías las ciencias sociales progresan, se consolidan, se difunde más su problemática y son más conocidas y estimadas.

Un procedimiento se desgasta, una teoría se empobrece, el método fracasa pero surgen otros más; unos más novedosos y otros más inquietos, menos conformistas. Con ello la realidad social, nuestra sociedad, se expresa sobre nuevas dimensiones y la transformación de ella puede estar más cercana. Así el poder de los hombres sobre la naturaleza se acrecentará mediante la liberación de los hombres, sin por ello perder de vista que esto último exige, a su vez, el respeto y el cuidado necesario de esta naturaleza de la cual el hombre es portador y transformador.

Historia humana y naturaleza están unificadas, son una totalidad compleja en perenne y múltiple enriquecimiento. Así, entonces, causalidad y teleología forman la trama y urdimbre de la esencia humana, que el hombre construye en el proceso complejo y contradictorio de su propio desarrollo total, vale decir, individual y social.

5ESPESORES, TIEMPO Y ESPACIO:

TRES DIMENSIONES PARA DESARMAR

Y RECONSTRUIR LA REALIDAD SOCIAL

Jaime Osorio

Osorio, J. (2001). Fundamentos del análisis social, la realidad social y su conocimiento.

Ed. Fondo de cultura económica. México. p.p. 38-69

Espesores, tiempo y espacio: tres dimensiones para desarmar y reconstruir la realidad social

La realidad social debe sr pensada como una totalidad compleja, que para ser conocida necesita ser desestructurada. Con razón se ha indicado que “el rasgo más característico del conocimiento consiste en la descomposición del todo.”7

Esta descomposición, sin embargo, debe entenderse como un paso, nunca como un punto de llegada, ya que “lo simple no es más que un momento arbitrario de la abstracción, un medio de manipulación arrancado a la complejidad”,8 por lo que al final debe buscarse la integración, la estructuración a fin de alcanzar una unidad interpretativa completa, la síntesis de múltiples determinaciones”,9

GRÁFICA II.1. Dimensiones de la realidad social

7 K. Kosík, Dialéctica de lo concreto, Editorial Grijalbo, México, 1967, p. 308 Edgar Morí n, El método, t. I, Cátedra, Madrir, 1997, p. 1789 “Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto,

unidad de lo diverso.” Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política 1857-1858 (borrador), t. I, Siglo XXI Editores, México, 1971, p. 21.

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¿Desde qué variables o desde qué elementos se debe realizar la desarticulación de la totalidad? Existen tres dimensiones fundamentales para realizar este proceso desde la perspectiva que preocupa a las ciencias sociales: los espesores o capas que presenta la realidad social, el tiempo y el espacio. Cada una nos remite a problemas específicos. A su vez, cada una de ellas reclama categorías particulares. Esto se puede expresar como se muestra en la gráfica de la página anterior. De manera esquemática podemos distinguir en cada dimensión tres niveles, lo que nos ofrece el siguiente cuadro:

CUADRO II.1. Dimensiones y niveles de análisis

Espesores o capas Dimensión temporal Dimensión espacialNivel superficie Tiempo corto LocalNivel medio Tiempo medio RegionalNivel profundo Tiempo largo macroregional

Pasemos al análisis de cada una de estas dimensiones y sus componentes.

1. Espesores de la realidad social

Como unidad de distintos espesores, la realidad social se presenta como una sedimentación de capas que van de las más visibles, las de superficie, a las más ocultas y profundas. Si la realidad social se mostrara completa, en lo inmediatamente perceptible, no habría necesidad de ciencias sociales para descifrarla. Bastaría con buenos fotógrafos para conocerla. “Si la apariencia fenoménica y la esencia de las cosas coincidieran totalmente, la ciencia y la filosofía serían superfluas”,10 señala Kosík.

10 K. Kosík, op.cit.,p. 29. La distinción entre apariencia y esencia tiene similitud con la relación entre el espesor de la superficie y la capa profunda, si bien no es idéntica.

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El papel del conocimiento, desde esta perspectiva, es traspasarlo inmediato para alcanzar lo que no está visible: “No hay otra ciencia -dice Bachelard- que la de lo oculto”.11 Iguales ideas están presentes en la visión de Popper sobre el conocimiento cuando indica que “en la ciencia siempre tratamos de explicar lo conocido por lo desconocido, lo observado (y observable) por lo inobservado (y, quizá inobservable)”.12 Sin embargo, en un sentido más amplio y, al mismo tiempo, más estricto, la tarea del conocimiento es integrar lo visible y lo oculto, superficie y estructura.

Existen muchos procesos sociales que en la superficie se presentan de una manera y en las capas profundas adquieren otras connotaciones, por lo cual es necesario alcanzar estas últimas a fin de reconstruir y reinterpretar los movimientos que se suceden en la superficie. Más aún, como ocurre con muchos fenómenos físicos, la superficie social muchas veces nos presenta los procesos al revés de como son.13

Las relaciones sociales entre los hombres, ha señalado Marx, se nos presentan en lo inmediato como relaciones entre cosas.14 En el mercado se intercambian productos por dinero, cosas por cosas. Pero detrás de esta acción hay relaciones sociales entre hombres que determinan, entre otros aspectos, quienes puede ir al mercado y qué pueden vender y qué pueden comprar.

Frente a la experiencia inmediata y al conocimiento que ganamos en el espesor de la superficie aparecen dos posiciones extremas. Una, que los concibe como simple engaño: la superficie siempre trastoca en su presentación lo que realmente acontece en lo 11 Citado por E. Morín, Introducción al pensamiento complejo, Gedisa Editores, Barcelona 1998,

p. 144. 12 K. Popper, Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico, Paidós,

Barcelona, 1967, 4ª. 13 En lo inmediato, por ejemplo, el Sol parece que se mueve en torno a la Tierra, provocando

amaneceres y atardeceres. A pesar de “ver” esto, sabemos por la ciencia que es la Tierra la que gira en torno al Sol. La empiria, en muchos casos, conduce a visiones equivocadas.

14 Véase Carlos Marx, El capital, Fondo de Cultura Económica (tres tomos), México, 1973 (7ª. reimp.) t. 1, cap. 1, punto 4, “El fetichismo de la mercancía y su secreto”, p. 36, et passim.

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profundo de la realidad social. Aquí se ubicaría el “esencialismo”, según Popper, aquella visión que no sólo busca conocer el “mundo situado ‘detrás’ del mundo de la apariencia”,15 sino que busca “una explicación última basada en esencias”.16 Otra, que los concibe como modalidad fundamental de descubrimiento de la realidad.17 El empirismo se nutre e esta posición, caracterizada como “instrumentalista” por Popper, y que afirmaría que “el mundo físico es […] superficial. No tiene profundidad”, agregando que aquél “es simplemente lo que parece ser”.18

Una postura más fructífera indica que aunque lo que alcancemos en la superficie sea una visión distorsionada y fragmentada, esto construye realidades, por lo cual no puede desecharse como basura. Por el contrario, los “engaños” de la superficie generan relaciones y conductas sociales que es necesario conocer. Al fin y al cabo, “la mistificación y la falsa conciencia de los hombre respecto a los acontecimientos, sean éstos contemporáneos o pasados, forman parte de la historia”.19

También se debe indagar por el grado de distorsión de la superficie. Si se pregunta al propietario de una pequeña papelería, por ejemplo, dónde se ubica en la estructura social, puede que responda que pertenece a la clase media, para diferenciarse de una clase alta y de una clase baja.

Es posible que el análisis de la estructura social nos indique que el dueño de la pequeña papelería pertenece a la pequeña burguesía y, más específicamente, a su fracción propietaria, distinta a un fracción

15 K. Popper, op. cit., p. 217.16 Ibidem, p. 137 (cursivas en original).17 “Para Althusser la experiencia inmediata es el universo del engaño, la vaga experientia de

Spinoza, que sólo puede conducir al error”, señala Perry Anderson, en tanto “Thompson invierte este error e identifica esencialmente la experiencia con la intuición y el aprendizaje”. Véase Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson. Siglo XXI Editores, Madrir, 1985, p.63.

18 Karl Popper, op. cit., p. 136 (cursivas en original)19 K. Kosik, op. cit., p. 68.

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no propietaria, en la que se agrupan sectores de la burocracia estatal, profesionales por cuenta propia y otros,20 y que dentro de aquella fracción su lugar está en el estrato bajo, frente a los estratos medio y alto. Pero más allá de la precisión o imprecisión en la definición anterior, lo que nos importa señalar es que la percepción social que tiene de sí mismo el propietario de la pequeña papelería, sin importar su ubicación social real, genera conductas y comportamientos sociales, esto es, genera realidades que es necesario conocer.

El conocimiento, tanto de la autopercepción social (superficie) como de la ubicación real (capa profunda), nos ofrece información y posibilidades superiores de comprensión del problema que nos ocupa, así conocemos uno solo de estos elementos. En pocas palabras, superficie y espesor profundo conforman una unidad de realidad, por lo cual es necesario desentrañar uno y otro y las relaciones entre ambos, ya que “la realidad es la unidad del fenómeno y la esencia”.21

Pero ésta no es la única particularidad en la relación entre superficie y espesor profundo. En la superficie la realidad social se nos presenta multifacética, caótica, dispersa y diversa. O bien, se nos ofrece con un orden que debe ser objeto de crítica.

El conocimiento de la capa profunda de la realidad social es lo que nos permite ordenar la dispersión que presenta la superficie o cuestionar el orden aparente. Pero este ordenamiento siempre es limitado, porque la realidad es infinita y se recrea diariamente, o porque existen procesos que escapan a las explicaciones propuestas o ambas cosas. (…..)

20 Para un análisis de las clases sociales en el capitalismo, y en particular de la pequeña burgue-sía, véase Nicos Poulantzas, Poder, política y clases sociales en el Estado capitalista, Siglo XXI Editores, México, 1969.

21 K. Kosik, op. cit., p. 28

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Reconstrucción de los objetos de análisis: las clases sociales

La complejidad de la realidad social supone entender que hay una imbricación entre lo profundo y la superficie que provoca movimientos y procesos que van en una y en otra dirección. Ambos espesores se condicionan y retroalimentan mutuamente, por lo cual al final del análisis se debe llegar a su comprensión unitaria.

Pero esta interrelación permanente no puede hacernos olvidar que cada espesor tiene su propia lógica y sus propias regularidades, reconstruye los objetos de análisis y, por tanto, demanda sus propias categorías teóricas y metodológicas y los instrumentos técnicos de recolección de información.

En la capa profunda, por ejemplo, podemos ver que en un determinado momento histórico, definido como capitalismo, los hombres organizan la reproducción material de la sociedad a partir de que unos son dueños de la tierra, otros, dueños de fábricas, y otros más, dueños sólo de su fuerza de trabajo como elemento clave para poder acceder a bienes para alimentarse y reproducirse. Tenemos así, en este espesor, tres grandes agrupamientos sociales: los terratenientes, los burgueses y los obreros, grupos sociales que resuelven su reproducción social con base en la aprobación de la renta, la plusvalía y el salario, respectivamente. Éstas son las clases sociales que Marx considera en el análisis que realiza en El Capital. 22(….)

En el nivel de la formación social –que se refiere a la manera como los procesos profundos se organizan en un espacio geográfico, económico, social, político y cultural determinado (que para ahorrar tinta podemos identificar con los estados nacionales) y en tiempos particulares- es en el que podremos empezar a encontrarnos con los elementos y coordenadas que nos permiten construir y ubicar una

22 C. Marx, El capital, t. III, cap. LII.

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cuadrícula específica para el propietario de la pequeña papelería. Es aquí donde se puede ubicar a la pequeña burguesía.23

Teóricamente, entonces, los cuerpos teóricos de la capa profunda nos dan las claves para entender la organización productiva de una formación social, pero no nos resuelven los dilemas que allí se presentan.

En superficie, en definitiva, no basta el concepto de clases sociales de la capa profunda. Se requieren derivaciones y construcciones teóricas que permitan dar cuenta de otras clases (como la pequeña burguesía y el campesinado), de fracciones de clases (cortes verticales dentro de las clases, como por ejemplo, las fracciones comercial, industrial, agraria y financiera de la burguesía) y de sectores o estratos (cortes horizontales en las clases y fracciones, por ejemplo, gran o mediana burguesía comercial).

En la superficie se necesita un análisis como el que Marx ha realizado en El 18 brumario de Luis Bonaparte, mucho más matizado que el que ha llevado a cabo en El capital o en el Manifiesto comunista24, ya que en la primera obra estudia a Francia en un momento particular del siglo XIX, y no está formulando una teoría general del capitalismo (como ocurre en la segunda obra) o una teoría de la historia (como sucede en la tercera).25

Junto a la construcción teórica de nuevas categorías, como las de fracción de clases, sectores y estratos, conciencia de clase, fuerza social y otros, también en el campo metodológico e instrumental se 23 Para profundizar en la caracterización de la pequeña burguesía, junto al texto de Poulantzas

ya señalado (Poder político y clases sociales) puede consultarse también su libro Las clases sociales en el capitalismo actual, Siglo XXI Editoriales, Madrid, 1976, en particular la sección “La pequeña burguesía tradicional y la nueva pequeña burguesía”, pp. 179-380

24 Véase el primero y el último texto en Marx-Engels, Obras Escogidas, tres tomos, t. I, Editorial Progreso, Moscú, 1980.

25 Se ha escrito mucho sobre la diferencias de análisis de las clases sociales en estas obras sin entender que parte sustantiva de las diferencias se debe a que los análisis empiezan por ubicarse en espesores distintos, y no a concepciones encontradas sobre el tema.

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necesitan herramientas específicas en cada espesor. La encuesta puede ser un buen instrumento para manejarse en el espesor de superficie, para conocer, por ejemplo, cómo se autopercibe la población en múltiples temas. En niveles más profundos, la organización de los agrupamientos llamados clases sociales y sus fracciones o sectores.

2. La dimensión temporal: concepciones del tiempo y periodización

El tiempo social

La realidad social es una unidad de diferentes tiempos sociales. Hay procesos que se desenvuelven y operan a corto plazo, otros que sólo adquieren sentido y sus verdaderas dimensiones a largo plazo.

La noción de tiempo social es distinta a la de tiempo cronológico. Éste es lineal, continuo, homogéneo, y lo percibimos mediante unidades conocidas: segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, siglos. El reloj y el calendario son sus instrumentos de medición. El tiempo social, por el contrario es diferencial, heterogéneo y discontinuo.26 Se dilata y se condensa. Hay momentos societales en que el tiempo parece transcurrir lentamente. En épocas de cambio social, a su vez, avanza de manera acelerada.

Es importante no perder de vista esta distinción, a pesar de que el tiempo social termine siendo “encarcelado” en el tiempo cronológico.27 En el tiempo cronológico podemos tener distintos dilatamientos y condensaciones de tiempo social.

26 Perry Anderson, op. cit., p. 8227 Véase Norbert Elias, Sobre el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 1989.

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Diversas concepciones del tiempo

La percepción del tiempo es un problema histórico-social. No siempre es “visto” e igual manera. Aquí podemos distinguir al menos tres grandes concepciones: tel tiempo cíclico, el tiempo lineal y el tiempo espiral.

El tiempo cíclico es la forma predominante de percepción del tiempo en las organizaciones sociales tradicionales. El regreso permanente a puntos ya recorridos y la repetición constituyen elementos claves en esta visión. Pasado, presente y futuro se traslapan, conformando una unidad en la que estos segmentos pierden los límites que caracterizan la visión tradicional del tiempo lineal. Los ciclos recurrentes de las estaciones y su impacto en los procesos de preparación de la tierra, siembra y cosecha dan una buena imagen de esa percepción.

La visión del tiempo lineal predomina en la modernidad occidental. La noción del progreso es uno de sus puntos nodales. La sociedad se mueve y se aleja cada vez más de un punto de partida, que queda en el pasado, aproximándose a un futuro superior. Pasado, presente y futuro son segmentos de tiempo claramente diferenciados.

En algunas concepciones de fines del siglo el tiempo lineal se acelera como resultado de procesos que propician una verdadera religión de la novedad y la cultura del kleenex: el mismo tiempo que un bien aparece ya está condenado a ser desechado. Sus manifestaciones se hacen presentes en los más variados campos de la vida social: computadoras y programas que se vuelven obsoletos en tiempos breves, al igual que líneas y modelos de automóviles en los que el “último modelo” supera largamente al anterior; los gobiernos que se rigen por encuestas diarias de opinión para decir su quehacer. Y los ejemplos podrían continuar.

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El presente social se hace frágil ante una sociedad que se ve arrastrada por la vorágine de un pasado que le pisa los talones y la voracidad de un futuro que se abalanza ante la inminencia de la novedad. Así, las relaciones entre pasado, presente y futuro se modifican. El vértigo y la incertidumbre serían algunas características del tiempo en esta etapa de la modernidad.

El tiempo en espiral, por último, combina aspectos de las dos visiones anteriores. Hay un semicírculo de alejamiento y otro de permanente retorno, pero que nos regresa a un estado diferente, no forzosamente mejor –simplemente distinto- que el anterior. El cuestionamiento a las nociones de progreso presente en la visión lineal del tiempo, así como a la cultura de la futilidad son algunos de los fundamentos que dan vida a esta percepción.

Para ciertos autores, el tiempo cíclico también está presente en la vida cotidiana de los hombres en las sociedades modernas,28 lo que pone de relieve un problema importante: las diversas concepciones del tiempo conviven de manera simultánea en nuestro presente, si bien alguna de ellas prevalece. Esta convivencia no sólo se da en grupos o segmentos sociales diferenciados, sino que alcanza vida dentro de un mismo segmento o de un mismo sujeto social.

Periodización: la pluralidad del tiempo

Los estudios de Fernand Braudel han iniciado en las últimas décadas en destacar el problema de la pluralidad del tiempo en el análisis de las ciencias sociales. Desde el campo de las ciencias en general Ilya Prigogine es quizá el autor que más importancia ha otorgado al tema, destacando las nociones de “irreversibilidad” y “fecha del tiempo”.29 28 Como Christian Lalive D’Epinay, “La vie quotidienne. Essai de construction d’un concept

sociologique et antropologique”, Cahiers Internationaux de Sociologie, vol. XXIV, PUF, París, 1983, citado por Daniel Hiernaux en “Tiempo, espacio y aaporopiación social del territorio: ¿hacia la fragmentación de la mundialización?”, Diseño y sociedad, num. 5, primavera de 1995, UAM- Xochimilco, México.

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Braudel distingue tres grandes temporalidades: el tiempo corto o acontecimiento, “la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones”,30 en la que se privilegiaría la dimensión política del análisis; el tiempo medio o coyuntura, “que ofrece a nuestra elección una decena de años, un cuarto de siglo y, en última instancia, el medio siglo del ciclo clásico de Kondratieff”,31 con énfasis en la dimensión socioeconómica; y el tiempo largo, o la larga duración que privilegiaría “la sorprendente fijeza del marco geográfico de las civilizaciones”.32

Gráficamente, el ciclo de los movimientos de corta, media y larga duración podemos expresarlo de esta manera:

GRÁFICA II.2. Los ciclos del tiempo social

29 La formación de la segunda ley de la termodinámica que muestra que existe una pérdida (dispersión) de energía, o entropía, propone en evidencia la imposibilidad de una inversión de recorrido y que existe en los procesos una “flecha del tiempo”. Véase Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Alianza Universidad, Madrid, 1983. También de los mismos autores Entre el tiempo y la eternidad, Alianza Universidad, Madrir, 1990.

30 Fernand Braudel, La historia y las ciencias sociales, Alianza Editorial, México, 1992, p. 66. 31 Ibidem, p. 6832 Ibidem, p. 71

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Los ritmos del tiempo corto son breves y concentrados, en tanto la larga duración presenta un ciclo en que las fases de ascenso y descenso son largas y dilatadas. Por ello, en el lapso de un ciclo de larga duración se pueden desarrollar muchos ciclos de corta duración.

A pesar de sus diferencias, existen vínculos estrechos entre unos tiempos y otros. Los procesos de larga duración permiten descifrar el sentido de los bruscos y a veces contradictorios movimientos cortos. Pero, por otra parte, los procesos de tiempo corto, como la pequeña gota de agua, van horadando, por lo general de manera imperceptible, la roca del largo plazo.

La coyuntura: primera aproximación

Existe un tiempo corto que, por diversas particularidades, debe diferenciarse de los demás: nos referimos a la coyuntura.33 En la sociedad existe una serie de procesos que se desarrollan en el tiempo corto, pero no todo tiempo corto es una coyuntura. En una primera aproximación,34 hablamos de coyuntura cuando se produce una condensación particular de tiempo social en un tiempo corto, y en la que los procesos sociales, económicos, políticos y culturales se concentran en el campo político.

Los procesos sociales tienen su propia duración, su propio tiempo. Pero pueden ser analizados desde tiempos diversos con lo cual adquieren lecturas particulares. Una coyuntura específica, analizada desde la larga duración, alcanza una inteligibilidad de naturaleza distinta que su interpretación desde el tiempo corto o mediano.(….)

33 En el lenguaje braudeliano esto se aproxima a su noción de acontecimiento. 34 El tema lo desarrollamos con mayor amplitud en el capítulo IV de este libro.

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El espacio-tiempo

En los últimos años ha ganado creciente atención la integración de las dimensiones espacial y temporal, dando vida a la noción de espacio-tiempo. Ésta arranca de ideas primarias, como que “un movimiento en el espacio es también un movimiento en el tiempo”,35 lo que abre nuevos horizontes de reflexión en las ciencias sociales.

Pero esta integración apunta a problemas más complejos. Uno de ellos es “cómo reinsertar el tiempo y el espacio como variables constitutivas internas en nuestro análisis y no meramente como realidades físicas invariables dentro de las cuales existe un universo social”,36 lo que implica reconstrucciones conceptuales y metodológicas.

4. A modo de conclusión: paradigmas “abiertos” y paradigmas “cerrados”

En todas las dimensiones de análisis, el problema que queremos explicar es lo que define la unidad de análisis a la cual debemos recurrir. Pero hay un principio que no se debe olvidar: cualquiera que sea la unidad adoptada hay que considerar que forma parte de una estructura que le da inteligibilidad. Esto implica responder a una doble interrogante: de qué manera se manifiesta y expresa un proceso general en procesos particulares (o unidades menores), y de qué manera procesos particulares (o unidades menores) inciden y afectan procesos generales en los que participan.

Las categorías y los instrumentos analíticos serán distintos en las diferentes unidades. Ya hemos visto algunos ejemplos en

35 Anthony Giddens, La constitución de la sociedad. Base para la teoría de la estructuración, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1995, 1ª. Reimp., 1998, p. 144.

36 Immanuel Wallerstein (coord.), Abrir las ciencias sociales, Siglo XXI Editores, México, 1996, p. 82.

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relación con la categoría clases sociales y la reconstrucción que reclama, dependiendo del nivel en que se realice el estudio. Esta reconstrucción teórica –que también podemos llamar “mediación”-37 es una necesidad permanente en el paso de unos niveles de análisis a otros y constituye uno de los problemas claves del análisis. Parte sustantiva de la riqueza de un paradigma reside en su capacidad de contar con la flexibilidad teórica y metodológica que haga posible pasar de una dimensión a otra (espesor, tiempo y espacio) y, dentro de una dimensión, a los distintos niveles que la conforman (véase el cuadro II.1). En definitiva, la riqueza de un paradigma reside en la apertura que ofrezca para realizar estos movimientos, en la capacidad de mediación que tenga.

La rigidez de un paradigma en este terreno y su disposición a “amarrar” el análisis de una dimensión y nivel hablan, a su vez, de la pobreza del mismo. En este caso, lo que tenemos son paradigmas “cerrados”: no favorecen la integración de niveles ni dimensiones.

IV. ESTRUCTURAS Y SUJETOS: DESEQUILIBRIOS Y ARRITMIAS EN LA HISTORIA

1. Las arritmias en los movimientos de la sociedad

Las sociedades humanas no se mueven siempre con el mismo ritmo. A diferencia del tiempo cronológico o físico, que es homogéneo y continuo, el tiempo social se dilata y se condensa, provocando que en ciertos momentos de la vida social parezca que no ocurre nada, en tanto que en otros se concentra un sinnúmero de acontecimientos. Allí sucede todo, o casi todo.

37 Para un análisis de este tema, véase Emilio de Ipola, “Estructura y coyuntura: las ‘mediacio-nes’”, en Teoría y política en América Latina, de Juan Enrique Vega (coord.), libros del CIDE, México, 1983.

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Entre las “capas” o espesores de la realidad social, por lo general, el nivel profundo no se manifiesta inmediatamente. Se encuentra velado por el espesor de superficie. Pero en momentos especiales los espacios entre superficie y nivel profundo se reducen, los velos se rompen y los procesos profundos irrumpen en la superficie.

Todo esto nos pone ante un tema clave en el estudio social: los movimientos y ciclos de la sociedad no son homogéneos y presentan arritmias que el análisis debe ser capaz de captar. Aquí es necesario introducir la noción de coyuntura, una categoría clave para captar la discontinuidad y la arritmia social en la historia.

2. La coyuntura: condensación de espesores y tiempo social

La relación entre las dimensiones espesor y tiempo nos permite definir la noción de coyuntura. Hablamos de coyuntura cuando nos referimos al nivel más inmediato de la realidad social, al espesor de superficie, y a un segmento de tiempo corto específico, aquel en donde se condensa tiempo social. Una coyuntura, por tanto, es un cruce entre aquellas dos dimensiones y niveles de la totalidad social.

Al igual que no hablamos de cualquier tiempo corto, la coyuntura tampoco se refiere a cualquier momento del espesor de superficie, sino a aquel en el que éste se condensa con las estructuras, esto es, en momentos en los que tiende a reducirse la distancia que en tiempos normales las separa, por lo cual se elimina — en mayor o menor medida — la opacidad de la superficie y ésta gana en capacidad de develar los procesos estructurales. O, dicho de otro modo, la estructura irrumpe en la superficie societal, quedando más o menos desnuda.

En síntesis, una coyuntura es una condensación particular de espesores de la realidad y de tiempo social, en la que los procesos profundos y de larga duración están presentes más intensamente en la superficie y en el tiempo corto.

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Ruptura y continuidad

Los esquemas teóricos permiten abordar con mayor o menor éxito los procesos de continuidad social y de ruptura. Algunos hacen hincapié en la continuidad y están menos preparados para analizar el cambio, por lo cual tienden a ver las transformaciones como procesos ajenos a la propia dinámica societal, o bien adoptan el cambio en las estructuras, teniendo dificultades para comprender el cambio de las estructuras.

Otros esquemas privilegian las rupturas y tienden a estar menos preparados para analizar la continuidad. Porque aun suponiendo que el cambio es permanente, la realidad social cuenta con procesos que se despliegan en espesores y temporalidades en los que, en determinadas condiciones, la continuidad prevalece.

6CONOCIMIENTO

Y SUJETOS SOCIALESCONTRIBUCIÓN AL ESTUDIO

DEL PRESENTE

Hugo Zemelman

Zemelman, H. (2011). Conocimiento y sujetos sociales contribución al estudio del presente.

Bolivia, ed. III-CAB.

Conocimiento y sujetos socialescontribución al estudio del presente

El presente

Este libro intenta describir un método de observación de la realidad en un momento: el presente. Su propósito es contribuir a reconocer opciones que permitan al individuo la transformación de la realidad. Con esta finalidad, proponemos un conjunto de criterios metodológicos.

Para reconocer las opciones, es necesario pensar a la realidad desde la perspectiva de lo objetivamente posible. Para ello debemos enriquecer nuestra visión de ella, pese a que esto suponga trascender los encuadres teóricos disponibles o las experiencias acumuladas.

Captar a la realidad como presente nos permite potenciar una situación mediante proyectos capaces de anticipar, en términos de posibilidad objetiva, el curso que seguirá. De ahí que esta operación deba realizarse sin perder de vista el carácter dinámico del presente y con cuidado de no reducir el recorte de observación de la realidad a las exigencias planteadas por una meta preestablecida. Es por esto que el contenido de cualquier problema de interés requiere ser reconstruido en el mismo contexto en el que se inserta, si se le quiere comprender en su especificidad. La dificultad radica en como reconocer el verdadero problema que en un principio no fue percibido y cómo transformarlo en la referencia para determinar la o las políticas concretas. Por ello,

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es recomendable ser cautelosos ante cualquier intento de reducción de la realidad a determinadas estructuras conceptuales: es, además, imperativo el empleo de esquemas no encuadrados en una función explicativa fundamentada en una jerarquía específica de los procesos.Este modo de razonar consiste en abrirse a la realidad para reconocer aquellas opciones objetivas que permitan dar una dirección al desarrollo, mediante la definición y práctica de proyectos que respondan a intereses sociales definidos. En este sentido, el reconocimiento de opciones determina el contexto en el que se especifica el contenido de un proyecto y contribuye a hacerlo objetivamente posible.

La idea de proyecto supone la existencia de un sujeto capaz de definir un futuro como opción objetivamente posible y no como mera opción arbitraria. Es gracias a los proyectos que el sujeto establece una relación con la realidad, que se apoya en su capacidad de transformar esa realidad en contenido de una voluntad social, a cual, a su vez, podrá determinar la dirección de los procesos sociales. Así, hechos potenciales podrán ser predeterminados gracias a la acción de una voluntad social particular. En este contexto, la apropiación del presente deviene un modo de construir el futuro y, a la inversa, un proyecto de futuro, protagonizado por un sujeto, se transforma en un modo de apropiación del presente. En realidad, el sujeto será realmente activo solo si es capaz de distinguir lo viable de lo puramente deseable, es decir, si su acción se inscribe en una concepción del futuro como horizonte de acciones posible.

Cabe preguntarse, ¿Cómo formar sujetos que posean un conocimiento que amplíe su horizonte?, ¿Cómo generar y organizar tal conocimiento y hacer que un amplio espectro de la población adquiera la habilidad de desarrollar de manera coherente visiones de la realidad susceptibles de ser llevadas a la práctica?38. Al establecer un cirulo entre la visión y las prácticas de un proyecto, nuestra intención es impedir que la concepción de futuro se reduzca a una práctica imposible o mágica.

38 A este respecto, debe tomarse en cuenta que la distribución espacial de un agrupamiento puede ser tal que éste pierda la densidad social indispensable para transformarse en sujeto activo, debido a su misma dispersión.

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Dificultad de captación del presente

El conocimiento del presente no puede ser organizado sólo en función de las exigencias de un proyecto en particular, ya que el presente contiene muchas potencialidades que diversos sujetos sociales pueden activar. Un proyecto representa solo una dirección posible, de manera que antes de elegir un proyecto es necesario reconocer el campo de opciones y determinar la posibilidad objetiva de éstas.

Si se quiere construir un proyecto viable, resulta imprescindible reconstruir el contexto en el que se ubican los sujetos sociales, pero hacerlo exige una forma de pensar la realidad que permita encontrar el contenido específico de los elementos, así como la trama de relaciones que forma esa realidad en el presente, ya que esta conlleva procesos complejos y de diversa índole, cuyas manifestaciones transcurren en distintos planos, momentos y espacios. Este grado de complejidad hace indispensable un severo control de los condicionamientos teóricos, ideológicos y experienciales, durante el proceso de análisis, pues es factible que impriman sesgos en su conocimiento y conceptualización.Una elaboración conceptual se puede controlar si se problematiza la situación empírica como algo dado e incuestionable. Para ello, es necesario pensar la realidad como una articulación, es decir, como una relación entre procesos imbricados de forma no determinada previamente y dejar que su reconstrucción permita reconocer de qué modo concreto se articulan los procesos.

La manera inicial de pensar las relaciones entre diferentes procesos es confrontar su posibilidad desde el punto de vista de un razonamiento lógico. Esta idea intenta romper con la modalidad de relaciones entre procesos, según ha sido fijada por las diferentes teorías, dado que privilegian una determinada forma de relación sobre otras que puedan adoptar esos mismos procesos en contextos distintos.

La lógica que debe guiar el establecimiento de las relaciones posibles, no es, sin embargo, unívoca. En efecto, la idea de articulación

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supone que un fenómeno concreto. Por ejemplo, la productividad, requiere ser analizada desde diversos ángulos de enfoque y no, digamos, sólo desde el económico o tecnológico, puesto que, por formar parte de una realidad compleja e integrada, el fenómeno sintetiza, de una manera particular, las diferentes dimensiones de la realidad cultural, política psicosocial.

Así, las relaciones posibles de los fenómenos deben plantearse desde la lógica de la articulación, lo cual daría como resultado una lectura articulada. Ésta, al dar preeminencia a las relaciones posibles por encima de las relaciones teóricas, exige considerar de forma abierta y crítica cada aspecto de la realidad, así como su relación con los demás aspectos que la integran; esto es, observarla y describirla sin pretender encuadrarla dentro de un esquema teórico que suponga relaciones a priori. Esto es lo que llamamos reconstrucción articulada y constituye, desde nuestra perspectiva, el núcleo del modo de observación de la realidad en un momento específico.

De hecho, este tipo de observación o diagnóstico pretende organizar una visión articulada de la realidad de un modo similar al que, en forma natural, puede tener la población, pero, a diferencia de ésta, incorpora mecanismos de control de la observación con el fin de evitar las desviaciones propias de los prejuicios, de las costumbres o, incluso, de los intereses sociales particulares de determinados sectores de la población. Así, el diagnóstico se sustenta en una lógica de construcción del conocimiento que se traduce en la delimitación de observables, en oposición al razonamiento condicionado por contenidos predeterminados. La delimitación de observables se realiza de acuerdo con la exigencia de articulación de los distintos procesos de la realidad.Desde la perspectiva, se desarrolla en el texto ideas que procuran estimular en la población (y, desde luego, en los investigadores encargados de promover programas de desarrollo) en un forma de razonamiento que no se limita a organizar el pensamiento con base en contenidos de información estructurados, sino que, más bien, parta de la concepción de la realidad como totalidad dinámica entre niveles.

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Exigencias epistemológicas del presente

Debido a la heterogeneidad de los procesos que lo constituyen, el presente, como segmento de realidad, supone un todo complejo, complejidad producida por las diferencias de estructura y sus parámetros específicos, tales como las escalas y ritmos temporales, y las distribuciones en el espacio de cada proceso. Por lo tanto, el presente debe ser un segmento que permita captar la realidad como articulación de niveles heterogéneos respecto de esta articulación entre diferentes ritmos temporales y escalas espaciales, situación a la que denominamos objetivación de los fenómenos de la realidad.

1. En el presente, se intenta reconocer opciones derivadas de un proyecto o “hacer” posible, no de probar hipótesis, por consiguiente, no se pretende aplicar una estructura teórica, sino descubrir aquella que contribuya a esclarecer lo objetivamente posible. En este sentido, el diagnóstico del presente se centra en la exigencia de viabilidad;

2. Según la lógica de articulación, la segmentación cumple la función de determinar el contexto especificador del contenido de los observables empíricos, considerados de manera aislada;

3. El propósito es descubrir bases sólidas de teorización, más que aplicar una teoría particular. Esto se manifiesta en el criterio de descomposición de los corpus teóricos en sus componentes conceptuales, a los cuales se les denomina conceptos ordenadores, y que cumplen la función de instrumentos de diagnóstico para delimitar las distintas áreas de la realidad, así como sus relaciones posibles. En consecuencia, la segmentación debe efectuarse sin subordinar esta operación al establecimiento de una jerarquía de elementos de la realidad;

4. Es necesario distinguir los observables de acuerdo con las escalas de tiempo y espacio, con el fin de posibilitar la diferenciación entre micro y macroespacios; se intenta establecer así las relaciones posibles entre el espacio y el tiempo de los procesos estructurales, tanto como los de las prácticas de los sujetos sociales;

5. La realidad debe ser problematizada, es decir, no restringirse a lo empírico-morfológico. La experiencia acumulada, por tanto,

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debe contextualizarse de tal forma que, al iniciar el análisis con un problema considerado real e importante, sea posible avanzar en la reformulación de políticas, mediante la identificación de sus relaciones con otros problemas o necesidades.

Concepto de realidad

Materializar en un diagnostico el concepto de realidad como una articulación de procesos heterogéneos acarrea tres supuestos que permiten definir el perfil de realidad que se pretenda observar:

a. El supuesto del movimiento;b. El supuesto de la articulación de procesos y;c. El supuesto de la direccionalidad.

Supuesto del movimiento

El supuesto del movimiento nos previene contra una comprensión estática de la realidad, la cual derivaría de la observación de la misma en un tiempo y espacio determinados, lo que puede provocar confusión entre los parámetros desde los cuales se observa lo real respecto de aquellos que son propios del proceso real que se estudia. En este sentido, es necesario partir de lo que llamamos situación de objetivación de los fenómenos reales, con el propósito de que la segmentación en parámetro, impuesta por la necesidad de conocer una situación presente, no acarree efectos distorsionadores en su análisis.

La situación de la objetivación de un fenómeno se determina por los ritmos temporales de su desarrollo, así como por su distribución espacial.

Si atendemos al parámetro temporal, podemos distinguir procesos que se desarrollan en ciclos prolongados (por ejemplo, la formación de un mercado de trabajo) de otros que lo hacen en períodos cortos (por ejemplo, la formación de una organización local de campesinos). Si atendemos al espacio, podemos distinguir procesos

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que se desarrollan en ámbitos macrosociales (por ejemplo, el proceso de acumulación de capital), de otros que lo hacen en un espacio microsocial (por ejemplo, el proceso de producción de una localidad).

Si se pretende captar el movimiento de lo real, no se debe olvidar el dinamismo que caracteriza a los procesos reales; es por eso que nos referimos a la necesidad de distinguir procesos que poseen un dinamismo de transformación estructural, en el sentido de que su movimiento es independiente de la praxis social, de aquellos que constituyen una manifestación de la praxis de los sujetos sociales. A los primeros los denominaremos dinamismos estructurales y, a los segundos, dinamismos coyunturales.

Si pretendemos adecuar la observación a este movimiento de la realidad debemos valernos de una serie de instrumentos conceptuales (conceptos¬-indicadores) que posibiliten una segmentación de la realidad congruente, así como el establecimiento de un uso del instrumental que garantice dicha observación. Es por ello que los conceptos-indicadores, mediante los cuales se construyan los observables del diagnóstico, deberán dar cuenta tanto de los resultados de procesos como de los procesos mismos. La función que desempeñan los conceptos-indicadores de resultado es la de segmentar la realidad en un momento y espacio determinados, mientras que los procesos se refieren a los mecanismos de reproducción y transformación de los fenómenos, cualquiera que sea la escala de tiempo y espacio considerada.

Si se desvincula los resultados de los procesos, la recuperación del movimiento de lo real se reduce a la comparación de una misma situación en momentos diferentes. Así, la captación del movimiento se alcanza gracias a la acumulación de segmentaciones temporales sucesivas, como si no se transformaran las propiedades del mismo proceso.39

39 Al respecto, se ha desarrollado algunos planteamientos desde la perspectiva de los sistemas de información. Cfr. Zemelman, Hugo. Critica epistemológica de los indicadores (de próxima publicación).

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Un ejemplo de lo anterior es el siguiente: si elegimos un concepto-indicador de resultado, como cantidad y tipo de organizaciones políticas, y lo aislamos de otros fenómenos, limitamos la segmentación de la realidad política a la estructura organizativa. Si, por otra parte, a ese mismo concepto-indicador se le vincula con otros que atiendan al proceso del fenómeno (como praxis de las organizaciones que reflejen fines sectoriales o globales o capacidad de reproducción de las organizaciones), se estará en condiciones de segmentar la realidad política como si fuera el desarrollo de una voluntad colectiva, cuyo dinamismo no se agote en la posibilidad de expresarse en una estructura organizativa determinada en un momento específico.

Supuesto de la articulación de procesos

El anterior supuesto subraya la necesidad de comprender que los procesos distinguibles en la realidad no están desvinculados unos de otros, sino en el marco de relaciones necesarias que deben ser reconstruidas. Así, los conceptos-indicadores deben dar cuenta de tales relaciones y romper con las fronteras disciplinarias, ya que estas, al rescatar los procesos desde ángulos particulares, recuperan la realidad de manera fragmentaria, pues no consideran la articulación entre las diferentes áreas disciplinarias o temáticas, lo cual implica construir observables que no coincidan con los determinados en cada área.

Por ejemplo, si se pretende abordar en una localidad un proyecto de transformación de tierras de temporal en tierras de regadío, puede definirse como conocimiento necesario aquel que se relacione con el proceso productivo. De esta manera, indicadores como: disponibilidad del recurso, posibilidades de acceso, mecanismos de distribución, etc., pueden delimitar el campo de observación pertinente. Sin embargo, la segmentación del problema, desde la perspectiva estricta del proceso productivo, puesto que fragmenta la realidad, pierde de vista las relaciones posibles con otros procesos, relaciones que especifiquen el significado concreto del proceso productivo. No es lo mismo tener agua en cantidad suficiente para el riego de las parcelas y no disponer de

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una organización de productores que garantice la distribución y uso de la misma (relación entre el nivel económico y político), que tener agua suficiente, contar con la organización de productores capaz de impulsar su distribución y uso, pero enfrentarse con una tradición individualista para trabajar la tierra, la cual obstaculiza la organización que apoye un fin colectivo (relación de lo económico con lo psicocultural).

El perfil de realidad que se desprende de diferente áreas temáticas (económica, política, cultural, psicosocial), contribuye a la ubicación de puntos de articulación entre las mismas, ya que ésta permite captar la riqueza específica de cada una de ellas.

A modo de ejemplo, podríamos decir que un concepto-indicador como demanda óptima de bienes de consumo en función de ingresos, segmenta la realidad de acuerdo con los márgenes planteados por lo económico, si se le aísla de otro tipo de procesos. Por otra parte, al aplicar la exigencia de articulación, resulta que la idea de demanda según ingreso puede ser especificada por el uso diferencial del último, el cual es determinado por causas no económicas, por ejemplo: diferencias en la infraestructura de distribución de bienes; patrones culturales de consumo; existencia de organizaciones de defensa del consumidor; políticas de distribución de bienes de consumo impulsados por el Estado, etcétera.

Supuesto de la direccionalidad

Al pretender dar cuenta de la direccionalidad de los procesos, la segmentación de la realidad será más compleja. La función de los conceptos-indicadores será evidenciar la potencialidad de una situación en un momento dado, la cual está constituida por las alternativas de dirección de desarrollo que la situación contenga. De ahí que tales alternativas deban ser entendidas como tendencias objetivamente posibles, producto de la articulación entre los procesos estructurales y de las prácticas sociales de los sujetos que definen la opción elegida. La direccionalidad objetiva estará determinada por las condiciones estructurales (nivel político) y los microdinamismos de los sujetos

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sociales (nivel psicocultural).

En torno al recorte de la realidad, se presenta la dificultad de la captación de las tendencias de desenvolvimiento que no recurre a conceptos-indicadores relacionados con fines normativos o metas. La definición de un fin no reconstruye una dirección, ya que la direccionalidad es algo más que la mera inclusión de los propósitos (cuantificados o no), por lo que se refiere a relaciones objetivamente posibles, no sólo a la probabilidad de una meta determinada.

La direccionalidad es una dimensión del mismo proceso, no al valor-producto de una determinada estadística ni el resultado de una simple elección de metas; en cambio, el fin normativo (o meta) impone al proceso una dirección derivada de lo deseable, sin atender a la naturaleza misma de estos posesos.

Ejemplo de lo anterior son ciertos conceptos-indicadores, como demanda óptima, los cuales, al fijar la magnitud y el tipo de bienes de consumo que deben ser demandados, recortan la realidad de acuerdo con un fin normativo.

En cambio, cuando el concepto demanda óptima se utiliza a partir del supuesto de la direccionalidad, pierde su deseable carácter estándar para transformarse en función de una situación concreta, en la que sea posible identificar los diferentes óptimos objetivamente posibles.

Desde esta perspectiva, los modelos cuantitativos de desarrollo económico son susceptibles de crítica, ya que se apoyan en un recorte de la realidad que no recupera la riqueza de ésta. Estos modelos, al fundamentarse en la proyección de parámetros, pretenden definir alternativas a partir de éstos, aunque, por su misma lógica interna de construcción (agregación de factores), excluyen a otros elementos de la realidad no cuantificables. La exclusión empobrece al recorte y, consecuentemente, la visión de las alternativas posibles.

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Los mencionados modelos conciben el campo de lo económico como una serie de magnitudes susceptibles de encuadrarse en proyectos, dentro de los cuales no se considera la existencia de otros procesos de la realidad significativos para la definición de estrategias. De ahí que se simplifique a la realidad, lo que impide la diferenciación de las articulaciones entre campos tan diferentes como el propio de las condiciones naturales y demográficas y de las alternativas económicas, así como el de las condiciones políticas, culturales y psicológicas que determinan la elección de una alternativa, entre varias, de desarrollo objetivamente posible.

Por el contrario, cuando se habla de direccionalidad, es necesario considerar la posible articulación entre diversos planos de la realidad que, de acuerdo con lo que hemos sostenido, confluyen con la determinación de la dirección que asumirán los procesos. Desde la perspectiva de la direccionalidad, se exige un recorte de realidad que tome en cuenta esta articulación entre los procesos estructurales y los que son determinados por la intervención de la praxis de los sujetos sociales.

Así pues, la direccionalidad nos advierte sobre la necesidad de subordinar la orientación de una meta como fin deseado hacia la detección de las potencialidades de desarrollo de la realidad, lo que plantea la necesidad de conocer el espectro de opciones posibles que surjan de ella. Una vez reconocidas, analizadas y evaluadas las opciones desde el ángulo definido por la meta deseable, con el propósito de determinar la opción que posea mayores posibilidades objetivas, es posible confirmar la meta predefinida o bien redefinirla.

Conclusión

El perfil de realidad que se desprende de la combinación de los tres supuestos epistemológicos –movimiento, articulación, direccionalidad- corresponde a un recorte que articula procesos heterogéneos en un momento dado y que es propio de la propuesta de diagnóstico que se pretende desarrollar.

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Ahora debemos interrogarnos a cerca de las consecuencias de este recorte en los tres niveles siguientes:

a. Forma de razonamiento o lógica de construcción de diagnósticos;b. Uso de la teoría o selección de las áreas temáticas y conceptos

constitutivos del diagnóstico, yc. Criterios metodológicos del diagnóstico.

Funciones del razonamiento

Dado que el perfil de realidad que se pretende recortar mediante el diagnóstico descansa en el supuesto de que la realidad es procesable y articulada, es necesario organizar el razonamiento del diagnóstico de conformidad con tales supuestos, de manera que se asegure el cumplimiento, por parte del razonamiento constructor, de las siguientes funciones:

a. Garantizar la apertura del pensamiento hacia lo real objetivo;b. Controlar los condicionamientos teóricos, experienciales y/o

ideológicos que favorecen la reducción de la realidad a determinados modelos teóricos, esquemas de experiencias y/o metas ideológicas preestablecidas; y

c. Impulsar la búsqueda del contenido específico de los elementos reales; mediante la construcción del significado concreto que estos adquieren en un momento y espacio determinados, con el propósito de delimitar el campo de opciones viables que sirve de base al proyecto de un sujeto social.

Apertura La primera función del razonamiento es garantizar la apertura a lo real objetivo, mediante un trabajo basado en una concepción unitaria de la realidad (procesos articulados) que no presuponga la aplicación de un modelo teórico, es decir, de un esquema jerárquico de las relaciones entre procesos.

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Lo importante es observar a la realidad con una exigencia de objetividad; esto es, a partir del reconocimiento de ésta como articulación de procesos heterogéneos, con innumerables direcciones posibles de desarrollo, y no a partir de observables derivados de una teoría.

No basta con disponer modelos teóricos susceptibles de aplicación para dar cuenta de los procesos sociales; es necesario reconstruir la situación concreta que se pretende reconocer, para no limitarse a las exigencias internas de la teoría utilizada. La reconstrucción debe hacer un uso crítico de aquélla, que permitirá definir campos de relaciones con la realidad, mediante conceptos que desempeñen el papel de instrumentos ordenadores de la realidad y no de simples explicaciones que reduzcan a la teoría o busquen en ella sólo aquello que consideren relevante.

Así pues, es preciso privilegiar el esfuerzo de reconstrucción de lo específico de una situación respecto de la comprobación de la teoría, pues esta no debe restringirse a la aplicación de modelos derivados de ella, sino subordinarse a una capacidad de observación articulada de la realidad, de manera que la delimitación de lo real como articulación dinámica no se dé en función de un modelo. Si nos circunscribimos a la aplicación de una teoría, podemos distorsionar la recuperación del movimiento real, dado que sus proposiciones han sido construidas con parámetros espacios-temporales determinados. Dichas proposiciones teóricas pueden dejar fuera líneas problemáticas (situaciones nuevas) no contempladas por la teoría, aunque relevantes para cualquier esfuerzo por captar la realidad como campo de acción de un sujeto social. Lo verdaderamente importante es determinar la pertinencia de un problema que revista interés para la acción y no probar o refutar una hipótesis.

Esta manera de conocer el presente intenta delimitar el significado específico de un problema al superar la definición teórica, ideológica o el resultado de la experiencia que se tenga del mismo, lo cual puede hacerse mediante la reconstrucción de su contexto real.

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Por consiguiente, para facilitar la reconstrucción, en su especificidad, del problema que se ataca, es necesario controlar los condicionamientos teóricos, ideológicos y experienciales que se encuentran en la base de toda actividad teórica o práctica. En resumen, las situaciones tipo40 en las que se produce un cierre del pensamiento ante la realidad son las siguientes:

1. Cuando se diagnostica la realidad mediante la aplicación de un modelo teórico, comportamiento que corresponde, principalmente, a investigadores y promotores del desarrollo con formación académica;

2. Cuando se diagnostica una realidad mediante un esquema conformado por las experiencias acumuladas, comportamiento usual en los dirigentes prácticos, y

3. Cuando se diagnostica la realidad mediante el establecimiento de metas predefinidas, de acuerdo con un horizonte ideológico, actitud que, por lo general, media los dos comportamientos anteriores.

En el primer caso, la teoría define el contenido de lo observable, pues reduce la realidad a lo que ha sido conceptualizado por ella. El mecanismo de aplicación se fundamenta en una lógica deductiva que, al partir de la formulación de hipótesis, deriva los campos de realidad que se pretende observar, con el propósito de probar o refutar la presencia de la proposición teórica en tales campos.

En el segundo caso, se tiende a aplicar los conocimientos del esquema de referencias experienciales que han obtenido éxito a las nuevas situaciones, sin tomar en cuenta el contexto específico dentro del cual surgieron; es decir, se extrapola tales conocimientos a toda situación aparentemente semejante.40 Las situaciones tipo aquí descritas indican rasgos muy generales, que, por lo mismo, simplifi-

can cualquier situación real. Sirva la advertencia para entenderlas en su sentido didáctico-ilus-trativo. En la realidad, las tres situaciones se encuentran muy relacionadas. Por otra parte, los comportamientos que se adjudica a distintos sujetos no se relacionan con individuos reales. En este sentido, nos encontramos con profesionales y dirigentes de poblaciones con gran sensibilidad y capacidad de reconocimiento de lo real, disposiciones que median las posibles aplicaciones de sus conocimientos teóricos y experienciales en los términos aquí señalados.

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En el tercer caso, la meta predefinida actúa como vector de observación de la realidad y determina la importancia de lo observado. Bajo esta óptica, la realidad se reduce a un conjunto de condiciones que favorece el logro del fin determinado. Por lo tanto, prevalece una lógica de funcionalidad dentro de la cual se busca el conocimiento de lo real, únicamente para alcanzar un fin determinado.

Ante esta situación, la apertura hacia lo real debe concretarse a través de mecanismos de razonamiento que aseguren el control de tales determinantes, promuevan formas de uso de los diferentes conocimientos acumulados, faciliten la reconstrucción del o de los problemas que interesen y, así, propiciar la recuperación de la riqueza de su especificidad. El mecanismo de razonamiento al que nos referimos es la problematización.

Control de los condicionamientos

La problematización es el mecanismo de razonamiento que garantiza la apertura hacia lo real objetivo, mediante el control de los condicionamientos teóricos, experienciales o ideológicos. Para analizar dicho mecanismo, es necesario retomar las tres situaciones tipo que hemos estudiado en el punto anterior, con objeto de conocer las particularidades indispensables del control, de acuerdo con el tipo de condicionamiento sobre el que se pretende actuar.

Nos detendremos en el análisis de los condicionamientos teóricos en razón de que las ideas que se desarrolla en el presente trabajo están dirigidas, fundamentalmente, a investigadores y profesionales vinculados a la planeación y promoción del desarrollo social. Aunque se pretende también que un dirigente práctico pueda utilizar esta propuesta para elaborar diagnósticos. Es preciso reconocer que, aun en ese caso, la teoría seguirá desempeñando un papel importante, si bien mediada por la impronta del esquema de experiencias del sujeto que realice el diagnóstico. La razón es que no existe percepción directa de la experiencia, pues esta se acumula bajo la influencia de sistemas de

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información formales que contienen ineludiblemente una carga teórica y/o ideológica; por lo tanto, el control de los condicionamientos teóricos incluye también el control del esquema de experiencias.

El control del horizonte ideológico está incluido en los dos casos anteriores. Al respecto, es importante que el campo utópico, o visión de metas deseables pero no posibles, no obstaculice la observación de lo real.

7ENFOQUES Y MODALIDADES

DE INVESTIGACIÓN CUALITATIVA: RASGOS

BÁSICOS

Carlos Sandoval Casilimas

Sandoval, C. (1996). Investigación cualitativa. Colombia, ed.

ARFO editores e impresores Ltda. pp. 57-77.

Enfoques y modalidades de investigación cualitativa: rasgos básicos

2. Perspectivas comprensivas y explicativas de la investigación social cualitativa: fundamentos teóricos y características específicas

Aunque, como se dijo en un apartado anterior, la lista de opciones incluidas dentro de la gran familia de la llamada investigación social de corte cualitativo es muy amplia, nosotros en rigor y para fines expositivos abordaremos con un poco más de detalle cinco de esas aproximaciones. Ellas son, desde la perspectiva interpretativa: la etnografía, la etnometodología y la hermenéutica; y desde una perspectiva explicativa: la investigación acción y la teoría fundada. Sin embargo, de manera previa y como aporte a las claridades que es necesario hacer en este terreno, presentaremos en una primera parte los que a nuestro juicio son dos de los fundamentos teóricos más importantes de muchos de los encares cualitativos de la investigación social. Ellos son el interaccionismo simbólico y la fenomenología. Un tercer fundamento, representado, por la teoría de la acción comunicativa, fue desarrollado ampliamente en Hoyos y Vargas (1997), por lo que invitamos a nuestros lectores a hacer un repaso del mismo.

2.1. El interaccionismo simbólico o sociología cognoscitiva, uno de los fundamentos teóricos generales de la investigación cualitativa Las raíces filosóficas de esta corriente del pensamiento, según Coulon (1995), se hallan en el pragmatismo de John Dewey, del que

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fueron pioneros Charles Peirce y William James. El Interaccionismo Simbólico representado por Cicourel (1974) y sus seguidores le da un peso específico a los significados sociales que las personas asignan al mundo que les rodea. Para desarrollar su punto de vista Blumer, otro representante de esta tendencia, plantea tres premisas que fundamentan su perspectiva:

Las personas actúan con respecto a las cosas e inclusive frente a las personas sobre la base de los significados que unas y otras tienen para

ellas; los significados son productos sociales que surgen durante la interacción; los actores sociales asignan significados a situaciones,

a otras personas, a las cosas y a sí mismos a través de un proceso de interpretación.

La manera como el interaccionismo plantea los objetos por investigar, entonces, ya no son la cultura en general o los productos culturales en particular, sino esencialmente los procesos de interacción a través de los cuales se produce la realidad social dotada de significado. Desde esta última perspectiva, la preocupación por la realidad social como un ente con existencia previa a la interacción pierde interés. Es la dinámica de producción de significación por parte de los actores sociales, entonces, el eje de las búsquedas de esta perspectiva conceptual y metodológica. Desde la óptica expuesta, todas las organizaciones, culturas y grupos están integrados por actores envueltos en un proceso permanente de significación e interpretación del mundo que les rodea, en palabras de Becker (1986), citado por Coulon (op. cit.).

(...) Para entender la conducta de un individuo, debemos conocer cómo percibía la situación, los obstáculos a los que creía tener que enfrentarse, las alternativas que se le ofrecían; sólo podremos comprender los efectos del campo de posibilidades, de las subculturas de la delincuencia, de las

normas sociales y de otras explicaciones de comportamiento comúnmente invocadas si las consideramos desde el punto de vista del actor (...) p. 60.

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Uno de los rasgos fundamentales del interaccionismo simbólico es que se aparta de una forma radical de aquellas teorías sociales, que, trabajando como eje de análisis de la realidad humana el problema de la significación, presuponen la existencia de significados sociales ocultos tras el mundo fenoménico de las apariencias. Desde esta óptica el centro de su análisis está en el estudio del mundo social visible, tal y como lo hacen y comprenden los actores vinculados al mismo, lo que significa un interés por el estudio de la interacción en sí misma y no solo como una expresión de las estructuras profundas de la sociedad.

El interaccionismo simbólico muestra, según los analistas del mismo, dos tendencias: una de corte conductista social y otra de perfil más fenomenológico. La primera orientación derivada de la adhesión a los planteamientos de Georges Herbard Mead, está preocupada por construir un vocabulario científico propio. La segunda, en cambio centra su preocupación en conducir la investigación sociológica a través de la descripción y el análisis de los conceptos y razonamientos empleados por los actores. Los desarrollos principalmente de Blumer (1982) y Goffman (1972) se sitúan en la segunda tendencia enunciada.

Tratamientos más detallados y recientes, de los planteamientos y desarrollos del interaccionismo simbólico, traducidos al Castellano, se pueden hallar en Alexander (1995, pp. 161- 193), Coulon (1995, pp. 59-74), Ritzer (1996, pp. 213-262) y Woods (1998, pp. 49-98).

2.2 La fenomenología, otro gran pilar conceptual de la investigación social de tipo cualitativo

Los fenomenólogos dicen, Holstein y Gubrium (1994), tratan de describir la experiencia sin acudir a explicaciones causales. Para el efecto, es orientador el trabajo de Heidegger quien describió lo que él llamó la “estructura del mundo de la vida” focalizándola

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sobre la experiencia vivida. Este concepto va a convertirse en la base de todo un nuevo marco de comprensión y de análisis de la realidad humana y va a ser retomado por teóricos sociales contemporáneos como Jurgen Habermas.

Existenciales y proceso metodológico

Los cuatro “existenciales” básicos para el análisis antes mencionados son: el espacio vivido (espacialidad), el cuerpo vivido (corporeidad), el tiempo vivido (temporalidad) y las relaciones humanas vividas (relacionabilidad o comunalidad), (van Mannen, 1990). El interés gira, entonces, alrededor de la búsqueda de acceso a la esencia de ese conjunto de existenciales, para lo cual Spielberg, citado en Boyd (1993), plantea los siguientes siete pasos:

A. Intuición: implica el desarrollo de los niveles de conciencia a través del ver y el escuchar.

B. Análisis: el cual involucra la identificación de la estructura del fenómeno bajo estudio mediante una dialéctica (conversación/diálogo) entre el actor (participante /sujeto) y el investigador. Este conocimiento se genera a través de un proyecto conjunto en el cual interrogado e investigador, juntos, se comprometen a describir el fenómeno bajo estudio. Es lo que Habermas irá a llamar “actitud realizativa”.

C. Descripción: en este paso, quien escucha explora su propia experiencia del fenómeno. El esclarecimiento comienza cuando el mismo es comunicado a través de la descripción.

D. Observación de los modos de aparición del fenómeno.

E. Exploración en la conciencia: en este estadio del proceso, el investigador reflexiona sobre las relaciones (o afinidades estructurales) del fenómeno. Por ejemplo, considerar las

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relaciones entre dolor y herida. El investigador tenderá a ver bajo qué condiciones se experimentan (modos de aparición) y la naturaleza y significado del dolor (Morse y Field, 1995).

F. Suspensión de las creencias (reducción fenomenológica): es lo que Rockwell (1986) llama “suspensión temporal del juicio”.

G. Interpretación de los significados ocultos o encubiertos: este último paso se usa en la fenomenología hermenéutica para describir la experiencia vivida en una forma tal que pueda ser valorada para informar la práctica y la ciencia.

Desde la perspectiva de las técnicas específicas (Morse y Field, op. cit.), señalan el rastreo de las fuentes etimológicas, la búsqueda de frases idiosincráticas o modismos, la obtención de descripciones experienciales (vivencias) de una persona interrogada, la observación y reflexión adicional de literatura, escritura y reescritura fenomenológica (Ray, 1994 y Van Manen, 1990; citados por Morse y Field, op. cit.)

2.3 La etnografía, una visión de lo humano desde la cultura

La etnografía, como es bien sabido, partió de construir su objeto de estudio ligado a la discusión de la cultura, inicialmente solo en sociedades consideradas elementales, catalogación hecha bajo el criterio de que tales sociedades no habían accedido a la civilización entendida a la manera occidental. Más tarde y en contraste, surgirá la llamada etnografía de las sociedades complejas, con aplicaciones a grupos poblacionales específicos como los viejos y a ámbitos nuevos tales como la institución psiquiátrica, el aula escolar y la fábrica, entre otros. Ligados a estos desarrollos vendrán, de manera consistente, las propuestas de las denominadas “antropologías urbanas”.

En su nueva acepción, la etnografía desagrega lo cultural en objetos más específicos, tales como la caracterización e interpretación

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de pautas de socialización, la construcción de valores, el desarrollo y las expresiones de la competencia cultural, el desarrollo y la comprensión de las reglas de interacción, entre otros.

Recientemente, Boyle (1994) ha planteado un sistema de clasificación de las etnografías bajo las denominaciones de etnografías clásicas u holísticas, etnografías particulares o focalizadas, etnografías transversales y etnografías etnohistóricas.

Sin embargo, a pesar de la anterior tipología, se señala que la mayoría de las etnografías pueden identificarse por ciertas características comunes, tales como: su holismo, su contextualización y su reflexividad. La etnografía siempre está orientada por el concepto de cultura y tiende de manera generalizada a desarrollar conceptos y a comprender las acciones humanas desde un punto de vista interno. Un etnógrafo, en esa perspectiva, trata de hallar respuestas a preguntas como la siguiente: ¿En qué formas los miembros de una comunidad construyen activamente su mundo?

De una manera resumida, dos reconocidos etnógrafos, Atkinson y Hammersley (1994, P. 248), caracterizan la etnografía como una forma de investigación social que contiene de manera sustancial los siguientes rasgos:

· Un fuerte énfasis en la exploración de la naturaleza particular de los fenómenos sociales, más que en llevar a cabo pruebas de hipótesis acerca de ellos.

· Una tendencia a trabajar primariamente con datos “inestructurados”, esto es, datos que no se han codificado de manera previa a su recolección en un conjunto de categorías analíticas cerradas.

· Una investigación de un número pequeño de casos, a veces solo un caso, en detalle. · Un análisis de datos que involucra la interpretación explícita de los significados y funciones de las acciones humanas, producto que toma la forma de descripciones y explicaciones verbales principalmente, con un rol de la cuantificación y el análisis subordinado al máximo.

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Aunque para las diversas formas de etnografía, el eje más genérico de su trabajo es la cultura, la conceptualización propia de lo cultural no es homogénea y ha sufrido grandes cambios desde su formulación inicial hasta el presente. No es lo mismo referirse o enfrentarse, por ejemplo, al problema de la cultura propia de un grupo étnico, que al de una institución u organización, o al de un grupo caracterizado por el padecimiento de una enfermedad como el sida. En realidad, muchos sujetos, de manera simultánea, pertenecen a diferentes culturas o subculturas, o como algunos prefieren denominar a distintos ámbitos simbólicos y materiales específicos; en razón a esto algunos antropólogos han decidido acuñar el término de “cultura mayor” para designar o identificar la dimensión que constituirá el eje de sus análisis.

Otro rasgo diferenciador importante es que el enfoque etnográfico relieva en el análisis una dimensión temporal más ligada con lo actual cotidiano, mientras, por ejemplo, las historias sociales y las historias de vida se centran más en lo pasado y en lo ausente físicamente. Desde la perspectiva de las fuentes y los medios de recolección de información, los enfoques etnográficos tienen, como conceptos fundamentales, los de “informante clave” y “observación participante”. En contraste, las historias sociales, asumen los conceptos de testimonio y análisis de archivo; las historias de vida, los de entrevista en profundidad y de análisis de documentos personales; mientras la investigación acción participativa, se identifica más frecuentemente con los de taller y grupo de estudio.

Desde la óptica de la validación de sus hallazgos, las diversas formas de etnografía acuden mucho más a la alternativa del consenso (ver Castillo, 1993 y Ursua, 1993), mientras que las dos formas de historia a las que hemos hecho alusión acuden a la opción de la búsqueda de evidencias (ver Hawtorn, 1995).

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La etnografía en sus diversos matices ha tenido cabida en el análisis cultural de espacios macro como comunidades enteras y en análisis de envergadura cada vez menor como es el referido a las instituciones de tipo psiquiátrico, escolar, laboral. En estos últimos casos se ha focalizado el esfuerzo hacia el desentrañamiento de los sistemas de creencias, valores y pautas de comportamiento, que por un lado sostiene el statu quo, pero, por otro, son las que hacen viable impulsar el cambio y la innovación de esas realidades. Desarrollos más específicos han dado lugar a prácticas como las de etnopsiquiatría, y etnoeducación, entre otras.

Como ejemplos de aplicación específica y de extensión de su terreno original de trabajo se puede anotar que la etnografía fue incorporada al campo del cuidado de la salud por enfermeras antropólogas como Aamodt (1982), Leininger (1969) y Ragucci (1972). Estas investigaciones se encauzaron hacia el examen de los efectos de la cultura en la salud, Davis (1992). En el campo de la educación, existe toda una tradición en la Gran Bretaña (ver Woods, 1987). (En América Latina, ver, entre otros, Edwards, 1990; Assael y Newman, 1991; Balderrama de Crespo y Otros, 1982; Rockwell y Espeleta, 1980; Parra Sandoval, 1986,1987).

Una de las tendencias contemporáneas más importantes dentro del trabajo etnográfico es la representada por Clifford Geertz, quien, se orienta hacia una antropología concebida como acto interpretativo a diferencia de Lévi-Strauss que centró buena parte de sus esfuerzos en el desarrollo de una metodología para construir una antropología científica, como lo fue en un principio el método estructural. Al respecto, Reynoso (1989) en la introducción al texto clásico de Geertz La interpretación de las culturas, caracteriza el trabajo de Geertz como un movimiento que deja un espacio generoso para propugnar una lectura del quehacer humano como texto y de la acción simbólica como drama (...), p. 9.

En el tema del divorcio, entre explicación y comprensión, Geertz tercia por una “explicación interpretativa” que la caracteriza como un

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tipo de explicación que no es glosografía exaltada o imaginación en libertad (Reynoso, op. cit., p. 10). Para apoyar esta perspectiva, Geertz (1989) propugna por un concepto de cultura, en sus palabras, “(...) esencialmente semiótico... Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que el mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en búsqueda de leyes, sino una ciencia interpretativa en búsqueda de significaciones. Lo que busco es la explicación, interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en superficie (...)” (p. 20)

Este último concepto, planteado por Geertz, va a desarrollarse luego con una propuesta de objeto para la etnografía en términos de una descripción densa de la cultura, que es un concepto cercano por analogía, al de estructura profunda empleado por los lingüistas chomskianos. En ese horizonte, el análisis consiste en enfrentar “(...) una multiplicidad de estructuras conceptuales complejas, muchas de las cuales están superpuestas y enlazadas entre sí, estructuras que son al mismo tiempo extrañas irregulares, no explícitas, y a las cuales el etnógrafo debe ingeniarse alguna manera, para captarlas primero y para explicarlas 12 después. (...) (Geertz, op. cit., p. 24).

Desde esa mirada, el hacer etnografía para este autor británico, “(...) es como tratar de leer (en el sentido de interpretar un texto) un manuscrito extranjero, borroso, plagado de elipsis, de incoherencias, de sospechosas enmiendas y de comentarios tendenciosos y además escrito, no en las grafías convencionales de representación sonora, sino en ejemplos volátiles de conducta modelada (...)” (p. 24).

Desde esa mirada, el hacer etnografía para este autor británico, “(...) es como tratar de leer (en el sentido de interpretar un texto) un manuscrito extranjero, borroso, plagado de elipsis, de incoherencias, de sospechosas enmiendas y de comentarios tendenciosos y además escrito, no en las grafías convencionales de representación sonora, sino en ejemplos volátiles de conducta modelada (...)” (p. 24).

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2.4 ¿Etnociencia, etnometodología, análisis componencial o antropología cognoscitiva alternativas a la etnografía convencional? La Etnociencia (Etnosemántica o Etnolinguística) denominada por otros Etnografía Cognoscitiva, se desarrolló en los años tardíos de la década del 60. Su propósito fué intentar una mejora de la Etnografía acusada de ser blanda, subjetiva y no científica. La etnografía dentro de esta acepción, fue concebida como un método para desarrollar descripciones precisas y operacionalizadas de los conceptos culturales. Como lo sugieren los nombres alternativos de Etnosemántica o Etnolingüística, esta se deriva de la Lingüística, y los investigadores emplean el análisis estructural de la Fonología y la Gramática como base para el análisis de datos. Básicamente es un método de descubrimiento sobre “Cómo la gente puede ver su <> y la forma en que ellos hablan acerca de él” (Frake, 1962, P. 74; citado por Morse y Field, 1995, P.29).

La meta del investigador, en esa perspectiva, es describir o comprender, el concepto abstracto a través de un análisis construido desde la perspectiva de los informantes. Así, los sistemas culturales se determinan a través del examen por parte del investigador de una serie de distinciones fenomenológicas que son significativas para los propios participantes. La acepción de cultura que subyace a esta perspectiva es la de un conjunto de estructuras psicológicas mediante las cuales los individuos o grupos de individuos guían su conducta, es en otros términos, todo aquello que cualquier persona debe conocer o creer a fin de obrar de una manera aceptable para los miembros de una sociedad.

En la línea de ideas anterior, Garfinkel (1967) plantea como objetos de estudio para el caso de la Etnometodología, “las actividades prácticas, las circunstancias prácticas y el razonamiento sociológico práctico (...) concediéndole un lugar semejante en su análisis a lo banal-ordinario y a lo trascendental-extraordinario”. Agrega además, que lo social está en permanente construcción

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y que, por ende, los hechos sociales solo pueden concebirse como realizaciones de los miembros de dicha sociedad.

Esta forma de comprender los etnometodólogos la realidad social conduce a detallar la mirada en los procesos que los miembros de una forma social utilizan para producir y reconocer su mundo, para hacerlo familiar al componerlo (H. Mehan. “Le Constructivisme Social en Psychologie et en Sociologie” En: Sociologies et Sociétés, (1982), Vol. XIV, No. 2, PP. 77-95. Por esta manera de proceder, la Etnometodología se aproxima a las propuestas del análisis institucional y de la pragmática.

En relación con la primera, el punto de encuentro está en la tesis según la cual, no solamente existen instituciones sino fuerzas y procesos instituyentes. En cuanto a la segunda, el contacto está en el reconocimiento de que el lenguaje solo puede adquirir sentido “completo” dentro del contexto de su producción, es decir dentro de un contexto “práctico específico”.

La tarea del investigador entonces, será develar los medios empleados por los miembros para organizar su vida social común, para lo cual, requerirá, en primer lugar, plantearse una estrategia que le permita descubrir lo que hacen los miembros de una comunidad o una sociedad determinada, para luego, entrar a desentrañar el significado íntimo de ese mundo social particular al que pertenecen quienes son considerados miembros del mismo.

En términos metodológicos asumir, el primero de los puntos anotados, implicará realizar un trabajo de muestreo cualitativo que permita focalizar las observaciones y análisis más pertinentes. Mientras el segundo de los aspectos demandará adelantar un trabajo de seguimiento etnográfico que le permita al investigador no solo observar las “realizaciones” de los participantes en su desempeño sociocultural habitual sino también, registrar qué dicen sobre dichas realizaciones los propios participantes y descubrir, él o los significados,

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que estas tienen para ellos. Sobre estas consideraciones metodológicas volveremos más en detalle cuando abordemos los temas del “mapeo”, el muestreo cualitativo y la validación consensual.

Un supuesto de base del que parte la etnometodología para apoyar toda su propuesta de trabajo cualitativo es que la construcción del mundo social por parte de los miembros es metódica y que la misma se apoya en los recursos culturales que permiten no solo construirlo, sino también reconocerlo e interpretarlo. Mehan (Op.cit.,, P.97) en relación con este planteamiento afirma de manera categórica que “(...) Solo sabiendo cómo construyen los miembros sus actividades podemos estar razonablemente seguros de lo que son dichas actividades (...)”. Remata este planteamiento con un señalamiento a algunas formas tradicionales de investigación social en estos términos: cuando se afirma que “el secreto del ensamblaje social, no reside en las estadísticas producidas por los miembros<> y utilizadas por otros <> que han olvidado su carácter cosificado. Sino que por el contrario, se devela por medio del análisis de los etnométodos, es decir, de esos procesos que los miembros de una comunidad humana utilizan para producir y reconocer su mundo”

Levi-Strauss (1963), citado por Morse y Field (op. cit., p. 30), resume el proceso de la etnociencia de la siguiente manera:

“El investigador alterna entre el análisis de la conducta lingüística y el estudio de la infraestructura consciente. Este proceso involucra el examen de los términos como entidades independientes. Dentro del sistema cultural, el propósito de la etnociencia es descubrir leyes generales, bien sea, a través de la inducción o de la deducción lógica”. No obstante, esta afirmación del gran antropólogo estructuralista francés, es claro que la búsqueda de leyes universales en el ámbito de lo social y lo cultural no es ya el norte prioritario de los científicos sociales en esta época.

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2.5 La hermenéutica, algo más que una propuesta filosófica

Esta alternativa de investigación cualitativa, aparece como una opción que no se agota exclusivamente en su dimensión filosófica sino que trasciende a una propuesta metodológica en la cual la comprensión de la realidad social se asume bajo la metáfora de un texto, el cual es susceptible de ser interpretado mediante el empleo de caminos metodológicos con particularidades muy propias que la hacen distinta a otras alternativas de investigación. Odman (1988) complementando esta mirada de la hermenéutica plantea que el propósito de la misma es incrementar el entendimiento para mirar otras culturas, grupos, individuos, condiciones y estilos de vida, sobre una perspectiva doble de presente y pasado.

Al igual que lo hemos señalado para otras opciones cualitativas, es necesario destacar que la óptica hermenéutica, ha construido su propia ruta, tanto en lo que atañe a la delimitación de su objeto como al desarrollo de su propuesta metodológica, a través de una importante transición que le representó el paso de una concepción inicial vinculada al desentrañamiento de textos sagrados, particularmente la Biblia, hacia, sus dos significados actuales: Como Fenomenología de la existencia y el entendimiento, que es la tendencia representada por Hans-Georg Gadamer y a la interpretación de la realidad social entendida como texto susceptible de múltiples lecturas, que representa el enfoque desarrollado por Paul Ricoeur, principalmente.

Dentro de la acepción planteada por Gadamer, se acentúa el carácter lingüístico del entendimiento esto en virtud de que las interpretaciones se expresan lingüísticamente pero a la vez el entendimiento se apoya en las categorías de pensamiento que el lenguaje ha proporcionado. Este autor, plantea además, la posibilidad de la interpretación válida en el contexto de lo que él denomina “encuentro hermenéutico” donde idealmente se posibilitaría el diálogo entre horizonte de entendimiento y mundo vital trascendiendo los referentes de espacio y tiempo.

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En la versión de Ricoeur, la hermenéutica se define como “la teoría de las reglas que gobiernan una exégesis, es decir, una interpretación de un texto particular o colección de signos susceptible de ser considerada como un texto”. En esta perspectiva, uno de los conceptos básicos es el de “círculo hermenéutico”, que describe el movimiento entre la forma de ser el intérprete y el ser que es revelado por el texto.

El trabajo interpretativo que pretenden adelantar las distintas corrientes identificadas con la hermenéutica, parte de reconocer como principio, la posibilidad de interpretar cualquier texto, en una de dos formas principalmente. La primera, como una interpretación literal y la segunda, como una interpretación a partir de la reconstrucción del mundo del texto.

Para que las interpretaciones en cuestión adquieran aceptabilidad deben cumplir por lo menos las siguientes condiciones: a) Que explique toda la información relevante disponible, en tal sentido, dice Trankell (1972), si alguna acción o significación importante es excluida o difusamente reconstruida, la interpretación debe ser desechada; b) Que la interpretación planteada sea la más plausible para explicar los eventos o fenómenos interpretados.

En cuanto a sus aplicaciones prácticas el análisis hermenéutico, ha sido introducido a campos tan diversos como el del estudio de la identidad cultural, el análisis del desarrollo moral, y el análisis político. Un estudio representativo y disponible con relación a esta última temática y de esta perspectiva, es el de Mejía y Tickner (1992).

2.6 La investigación acción y la investigación-acción participativa: propuestas para generar conocimiento más allá de la interpretación y la explicación

La investigación acción, representa una corriente de pensamiento inaugurada en su fase preliminar a finales de la década

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de los 40 del siglo XX14 pero con desarrollos bastante diferentes hacia mediados de la década de los 70’s. Un hito importante en esta segunda etapa y quizá el más conocido, fue la realización del Simposio Mundial Sobre la Investigación Acción y el Análisis Científico celebrado en la ciudad de Cartagena-Colombia en el mes de marzo de 1977; El cual, de alguna manera, se convirtió en la plataforma de lanzamiento de esta alternativa de investigación cualitativa en su forma más conocida hoy en día y, que tuvo su ingreso formal en los círculos académicos durante el Décimo Congreso Mundial de Sociología llevado a cabo en ciudad de México en 1982.

Sin embargo, no sobra advertir que al igual que en el caso de las otras modalidades de investigación, tras una denominación genérica, se recogen una gran variedad de alternativas de trabajo. Es así como Gajardo (1985) da cuenta de por lo menos las siguientes opciones:

Investigación acción, investigación para la acción, investigación en la acción, investigación participativa, investigación militante, e investigación acción participativa o IAP.

Los contextos fundamentales en los que ha florecido particularmente la IAP han sido, el de la educación popular, de una parte, y el del desarrollo rural, de la otra. La perspectiva de focal de esta alternativa de trabajo cualitativo ha sido el llamado “empoderamiento” a través de la producción y uso del conocimiento por parte de los sectores más pobres y oprimidos. Coincide este tipo de intencionalidad con el surgimiento de movimientos sociales dispuestos a realizar cambios radicales especialmente en los países del llamado tercer mundo (América Latina, África y Sudeste Asiático).

El principio de base, en el que se ancla filosóficamente esta alternativa de investigación, es que existen relaciones desiguales de conocimiento que se constituyen en un factor crítico que perpetua la dominación clasista sobre los pueblos. Tales relaciones conducen a la reproducción de nuevas formas de dominación cuando las viejas

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pautas se eliminan sin cuidado ni previsión. La IAP según algunos de sus inspiradores, sería la base principal de acción para el cambio social y político, así como para el progreso hacia la igualdad y la democracia, al estimular el saber popular y vincularlo a la auto investigación de los sectores desposeídos.

Desde el punto estrictamente metodológico, no hay una identidad ni una propuesta relativamente homogénea. Existen aproximaciones diferentes, unas más estructuradas, como es el caso de la de Bosco Pinto (1987) o Park (1992) y otras más generales, como son las formuladas por Fals Borda (1986) y Parra (1983), entre otros. Rahman y Fals Borda (1991), al hacer un balance de 20 años de desarrollos de esta opción de investigación, señalan que la IAP debe verse en la actualidad “como un puente hacia otras formas de explicación de la realidad y otras formas más satisfactorias de acción para transformarla (...) podríamos decir ahora que hay tal vez más argumentos en favor de la continuación de la IAP hoy que los que había en 1990 (...)sentimos que la IAP, como procedimiento heurístico de investigación y como modo de vida altruista, puede perseguir y alcanzar esta meta (...)”.

La legitimación y el reconocimiento de la Investigación Participativa como una alternativa con una identidad propia y con un lugar tanto en la comunidad académica como en la contribución a procesos de desarrollo social y de innovación educativa, se evidencia en el primer caso, por su inclusión en una obra de envergadura como la de John Keeves quien es el editor del “Educational Research, Methodology, and Measurement: An International Handbook” publicado por Pergamon Press y que desde su primera edición en 1988 representa un esfuerzo bien importante por hacer una puesta al día a la manera de un estado del arte de los distintos avances en la investigación educativa. En la mencionada obra, Keeves recoge dos trabajos que expresan por separado dos dimensiones de la Investigación Acción Participativa. El primero es el de S. Kemmis titulado “Action Research” (PP. 42-49) y el segundo el de el de

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“Participatory Research” (PP. 150-155); algo interesante es que el primer trabajo lo sitúa en una sección que el editor denomina “Humanistic Research Methods”, mientras el segundo lo coloca dentro de una sección que titula “Policy Research”, ubicaciones estas que denotan cuál es el contexto predominante con el que se identifica este tipo de propuesta investigativa, de un lado, asociada a una filosofía de corte humanístico y del otro, al ámbito político de la toma de decisiones.

De otro lado en la literatura sobre desarrollo rural, aún la de organismos multinacionales como la FAO y la OMS, entre otras, la Investigación Acción y la Investigación participativa figuran como herramientas valiosas para promover procesos sistemáticos de desarrollo. Así mismo en nuestra propia experiencia en labores de planeación social en ámbitos locales y aún regionales la investigación acción participativa ha sido un recurso metodológico primordial.

Desde la experiencia real y directa del autor del presente módulo, derivan dos consideraciones de carácter práctico que es necesario destacar a la hora de optar por un enfoque participativo de la investigación.

La primera consideración tiene que ver con la necesidad de adoptar una estrategia de capacitación del tipo “aprender haciendo” orientada a posibilitar que los protagonistas profanos en temas de investigación social o educativa, realicen un trabajo sistemático y riguroso de elicitación, registro y análisis de las, percepciones, testimonios, juicios y comprensiones que son aportados por todos aquellos que son convocados para intervenir en las distintas fases de la investigación desde su diseño, hasta su uso; pasando por, su implementación y desarrollo.

La segunda, se relaciona con el interés por retomar la comprensión que de su realidad social y material tienen aquellos que la viven cotidianamente. La diferencia con otras alternativas de

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investigación cualitativa estriba en que la comprensión en sí misma, no constituye el fin último de la investigación, sino que más bien se le ve como un medio para orientar la planeación de la acción social organizada, que se encauza a la transformación de algún tipo de realidad social le que resulta insatisfactoria al grupo humano involucrado en el proceso investigativo.

La participación en este sentido, es un recurso metodológico más que una opción ideológica; la argumentación de esta tesis tiene que ver con las evidencias que muestran que los enfoques participativos conducidos de manera técnica permiten, en primer lugar, obviar muchos de los problemas de comprensión que se suscitan en las actividades de cambio social o educativo planificado. En segundo lugar, facilitan el proceso de motivación hacia la acción social prevista tras los análisis derivados de la etapa de investigación y, por último, permite anticipar muchas de las barreras que desde el punto de vista sociocultural y práctico podrían encontrar las iniciativas de cambio. Curiosamente, quienes mejor lo han entendido y, por ende, lo han puesto en la práctica, son quienes orientan procesos de cambio en cultura organizacional y quienes trabajan en la animación de procesos de calidad total, tanto en las empresas productoras de bienes de consumo como en las generadoras de servicios.

2.7 La teoría fundada una propuesta metodológica general para construir teoría desde una perspectiva cualitativa

La teoría fundada fue presentada inicialmente por Barney Glaser y Anselm Strauss en “The Discovery of Grounded Theory” en el año de 1967. Entre los propósitos declarados en este libro, el primero y principal fue, ofrecer la racionalidad para que la teoría se fundamentara, generara y desarrollara, a través del interjuego con los datos recolectados durante el desarrollo del proyecto de investigación. Este tipo de teoría, argumentan sus autores, podría contribuir a cerrar la brecha entre la teoría y la investigación

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empírica. Las teorías fundadas y sus posibilidades emergieron como alternativa a las teorías dominantes de carácter funcionalista y estructuralista representadas por teóricos de la sociología tales como Parsons, Merton y Blau.

La teoría fundada es una metodología general para desarrollar teoría a partir de datos que son sistemáticamente capturados y analizados; es una forma de pensar acerca de los datos y de poderlos conceptualizar. La teoría se va desarrollando durante la investigación en curso mediante el continuo interjuego entre los procesos de análisis y recolección de datos. Su principal fundamento conceptual es el interaccionismo simbólico, pero se alimenta también de los desarrollos de algunos otros teóricos de la sociología cualitativa, entre ellos, Erving Goffman y George Simmel.

Un rasgo básico de esta aproximación analítica representada por la teoría fundada es, el empleo de un método general denominado “análisis comparativo constante” (Glaser and Strauss, 1967). Desde su introducción en la segunda mitad del Siglo XX, se han desarrollado un gran número de principios y procedimientos que se han alimentado de la experiencia de investigación de quienes la han empleado.

8EL PASADO EXPLICA EL PRESENTE

Kula Witold

Kula, W. (1974). Problemas y métodos de la historia económica.

Ed. Península. Barcelona, España.

p.p. 591-603

El pasado explica el presente

«La seule leçon qu’elle [es decir, la historia] pretend donner, c’est qu’il n’y a pas de leçon de l’históire.»

¿Es verdad esto? Cuando leemos en la reseña periodística de una conferencia en Akra el lema «No permitamos la balcanización del África Negra», ¿acaso esto no hace reflexionar al historiador? El pretérito o cuando menos la imaginación del mismo –el saber que en su tiempo se efectuó la «balcanización» de los Balcanes — , ¿no constituye una «lección» que, aunque no enseñe a la gente a obrar razonablemente, la advierte, al menos, frente a un comportamiento irrazonable, influyendo realmente de una u otra manera sobre su comportamiento en definitiva? Naturalmente, todo depende de cómo se entienda la palabra «lección». Si la lección es algo que deba guardarse en la memoria y emplearse como la tabla de multiplicar, que le ahorra al hombre tener que pensar, está claro que «no hay lección de la historia». Pero no es así como ha de entenderse la palabra «lección». ¿Y si esta palabra hubiera que entenderla como la transmisión de una experiencia que induce a la reflexión y mueve a obrar? Entonces podemos estar seguros de que la historia da «lecciones».

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El pasado explica hasta cierto punto el presente, y aunque esto no lo afirmaran los filósofos ni los metodólogos, es un hecho. El negarlo sería tanto como negar el conocimiento de la sociedad en general, ya que no sabemos de ella sino lo que la historia nos enseña. El desarrollo de la ciencia, particularmente el desarrollo de la economía en los últimos años, nos brinda numerosos ejemplos al respecto. Uno de ellos, acaso el más importante, es el problema del incremento económico de los países atrasados.

Las publicaciones relativas a este tema se vienen multiplicando desde hace una quincena de años. Entre estos trabajos destaca constantemente un aspecto: ¿los países que actualmente acometen la obra de la industrialización, han de seguir los caminos abiertos en su tiempo por los países hoy industrializados? Más concretamente: ¿cuáles han de ser, entre los elementos del proceso que se dio en los países actualmente industrializados, los elementos imprescindibles, inevitables, que son irrepetibles y que eventualmente, de ser aplicados con pleno conocimiento de causa, podrían evitarse en el caso de que los esfuerzos sociales se encaminaran en ese sentido?

Partiendo de este concepto, han aparecido centenares de trabajos científicos. Partiendo de este concepto, la ciencia se aconseja de la vida misma. Apoyándose en esta idea, de una forma o de otra, pueblos enteros elaboran sus planes de acción, ya que, ¿cómo habrían de hacerlo si no es así? ¿En qué se deberían fundamentar sus conceptos sobre las transformaciones acometidas sino en el conocimiento de esas mismas transformaciones que, en los demás países, ya se operaron en el pasado?

La transición de una civilización preindustrial a una civilización industrial, es el fenómeno fundamental que la historia de los últimos doscientos años, así como la del presente o la del futuro, necesita investigar en todas sus dimensiones, considerando bajo microscopio todos los casos que han sucedido para saber cuándo y

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cómo ocurrieron. Es cierto que cada una de las circunstancias será «otra», pero serán ellas las que determinen la clase del fenómeno, del cual habrá que extraer tan pronto como sea sometido a análisis los elementos:

a) comunes para todos;b) típicos para las diferentes subclases;c) individuales, es decir, que no pueden repetirse.

Algunos de los elementos susceptibles de repetirse resultan sencillamente de la propia definición. Pueden repetirse el proceso de acumulación y la modificación del reparto de la renta entre el consumo y la acumulación. Se puede efectuar la adaptación de la nueva técnica a los medios tradicionales. Ha de producirse la destrucción de los pequeños grupos sociales —comunidades campesinas— y en su lugar surgir las grandes aglomeraciones, ha de incrementarse la movilidad social, etc. En todos estos ejemplos, los tres puntos tienen unas consecuencias importantísimas. De proseguir en el análisis resultaría que los elementos que no se dejan repetir, se dan siempre en determinados grupos, lo cual permitiría, por tanto, el establecer su pertenencia común.

La ciencia va por ese camino a pesar de que no siempre lo aprecian los historiadores. Hace diez años, Simón Kusnetzio elaboró un magnífico plan de investigaciones internacionales colectivas, pero que al parecer no se ha realizado. Este mismo método es compartido por Rostow. En este sentido se elaboran los programas de las conferencias internacionales y nacionales. Por todo ello actualmente se concibe una temática inserta desde no hace tanto tiempo en una publicación científica especial. Y se escriben hoy los manuales. Y también siguiendo por esa ruta, existe la comprensión del papel de la cultura histórica en la formación de los nuevos economistas, enteramente subestimada en los años 30 y 40.

Pero no son numerosos los historiadores que advierten este desarrollo de la ciencia. Es lamentable, ya que ellos mismos

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se beneficiarían en grado sumo de esos conocimientos (dado el provecho extraído de sus investigaciones, más de una vez podrían orientar sus búsquedas en ese sentido y sacar mucho provecho de ellas), y si, en atención a sus dotes profesionales, el historiador ha de ser un crítico, los historiadores podrían participar en la selección de materiales dignos de confianza.

Siguiendo las huellas de las investigaciones que tienden a las síntesis preliminares, están las investigaciones sobre la periodicidad (Rostow) y la clasificación.

Cuando Ricardo, Sismondi e incluso Marx investigaron el proceso de industrialización, tenían a su disposición, como objeto de análisis, un ejemplo histórico: Inglaterra. Actualmente los casos acontecidos o en curso de desarrollo son numerosos y se prestan a la síntesis y a la clasificación.

Es indudable que entre los investigadores de los fenómenos actuales ligados a la industrialización, se tropieza más de una vez con una subestimación del papel jugado en el análisis por material histórico. Se afirma, o bien que en las condiciones presentes ya dejó de ser actual, o que a causa de la mezquindad y la imprecisión de las fuentes no se presta al análisis. ¿Por qué examinar entonces, un material tan pobre y dudoso cuando ahora podemos recurrir a un material especialmente adaptado a nuestras necesidades? Sin embargo, en primer lugar no está demostrado que estemos peor informados acerca de los acontecimientos pasados, ya que, por el contrario, hay muchos fenómenos que es difícil observar «en caliente». En segundo lugar, la Indigencia de los materiales originales, no es, con demasiada frecuencia, sino una ilusión óptica: no hay fuentes de un problema que los historiadores no vean, puesto que las fuentes no interrogadas no suelen ser elocuentes. En tercero y último lugar, la misma prolongación de la serie, imposible para los países que apenas entran en la fase de la industrialización, abre unas posibilidades analíticas que de otra manera serían inasequibles.

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Así, el pasado aclara hasta cierto punto el presente. Nunca o aclara «sin peros», mas es imprescindible para conseguir su plena aclaración.

El presente explica el pasado

Ya nos hemos burlado en varias ocasiones de la famosa frase «la historia se hace de acuerdo con los documentos», la cual se presta a la crítica incluso desde el punto de vista formal. Si las fuentes históricas son todos los vestigios del pasado, toda la obra de los tiempos pretéritos, el más importante de los vestigios, la más importante de las obras, es la realidad que nos rodea. ¡La más grande, la más rica, la menos aprovechada de las «fuentes históricas»!

En este sentido, el presente siempre puede servir para el esclarecimiento de los procesos pretéritos en sus aspectos más singulares. Volvamos nuevamente al problema del surgimiento de la civilización industrial. Si admitimos que todos los acontecimientos históricos que llevaron a esa transformación se componen de una cierta «clase» de fenómenos, los cuales durante un determinado período tienen manifestaciones comunes, entonces, al igual que el pasado, podremos explicarnos el presente, de la misma manera que en más de una ocasión el presente nos permite aclarar el pasado.

Hace un momento criticábamos la tesis sobre la pobreza de las fuentes históricas. Pero también hay que reconocer que incluso la mejor documentación original no nos informa de numerosos fenómenos muy interesantes para nosotros, y que quizás a sus contemporáneos debían parecerles tan evidentes, que ni siquiera se molestaron en anotarlos, o bien no tuvieron capacidad para hacerlo, o que tal vez no se conservaron. A veces, el horizonte cronológico del hombre, ese angosto horizonte encerrado en el marco de una o dos generaciones, era demasiado pequeño como para que advirtieran un fenómeno determinado. En este orden es justo que al investigar la sociedad contemporánea, o sea, no teniendo el historiador la

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oportunidad de crear una fuente, podamos plantearle a la realidad investigada las preguntas que en vano le hubiésemos planteado al pasado.

Veamos la estructura del mercado local en la economía preindustrial. ¡Qué difícil nos resulta investigar este fenómeno en los materiales históricos! Principales protagonistas: el campesino que vende en el mercado, el tendero de la ciudad, el ama de casa que hace las compras, ninguno de los cuales llevaron las cuentas. Mientras ¡cuántos no serán los mercados locales de las sociedades preindustriales en el mundo entero! Pero aunque las conclusiones preliminares sólo pueden deducirse aquí con la mayor cautela, pueden hacerse. Y estoy convencido de que cada historiador económico que investigue la sociedad preindustrial se ha asombrado al leer el resultado de las indagaciones sobre la economía actual de algunos de los países atrasados. Aunque lo cierto es que la mayoría ni los lee. Naturalmente, no se trata, al ocuparse de la economía de los actuales países atrasados, de hallar en ella informaciones que permitan pasar directamente a una interpretación del pasado, sino de algo que pudiéramos denominar «la puesta en marcha de la interpolación». El historiador efectúa interpolaciones (complementación de los vacíos en los documentos o del vacío en las representaciones que existen constantemente «entre» determinados documentos). En la mayoría de los casos, las realiza partiendo del así llamado conocimiento general del objeto. Se trata, por tanto, de que conozca lo mejor posible ese objeto.

Cuando ahora, por ejemplo en la India, nos enteramos de cómo transcurren las fases preliminares de la industrialización de las dificultades enfrentadas en la adaptación de las nuevas técnicas, del proceso de disgregación de las pequeñas aglomeraciones geográficas (junto con las enormes repercusiones que ello tiene en la psicología y en la moralidad social al sustraer al individuo del control permanente y perspicaz de una pequeña agrupación), del conflicto entre las posturas tradicionales y modernas, del surgimiento de un mercado

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interior en escala nacional y de la aparición de un sentimiento de solidaridad nacional -que con frecuencia se acompaña de rasgos nacionalistas-, no podemos tener la menor duda: ¡el presente aclara la historia!

Comparación en el tiempo y en el espacio

Refiriéndose a la longue durée, F. Braudel no alude en absoluto únicamente al fenómeno cuantitativo, mensurable. No obstante, el fenómeno mensurable nos brinda un magnífico campo pina el análisis de determinadas dificultades metodológicas en urden a las investigaciones a longe durée.

Así, tenemos el problema de las series largas. Naturalmente, al aumentar la longitud de las series, aumentan asimismo las posibilidades analíticas que en ellas se encierran. Pudiéramos decir que una serie dos veces más larga es mucho más de dos veces preciosa desde el punto de vista analítico.

Estas afirmaciones son evidentes para las investigaciones estadísticas contemporáneas. Pero la transposición de esta tesis a las indagaciones históricas y a unas muy grandes longitudes nos inclina a la duda y por lo tanto a la reserva.

«El análisis estadístico-histórico habrá de buscar los elementos inmutables en el mundo económico en mutación», escribe acertadamente S. Kusnetz.»» Pero no es fácil hallar elementos inmutables, sobre todo para largos períodos, en un mundo donde todo está cambiando. Cada estadista sabe que la masa estadística investigada ha de ser homogénea desde el punto de vista de la investigación. No pueden meterse en un mismo saco los salarios de todos los obreros de la construcción por cuanto en un mismo país existen, una junto a la otra, la construcción aldeana de madera, la construcción urbana de ladrillos y los montajes de elementos prefabricados. El salario «medio» del obrero de la construcción

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en general en ese país, científicamente no nos ha de aclarar mucho, pudiendo, sin embargo, encubrir una enorme cantidad de combinaciones su aumento de año en año.

Henri Hauser ha demostrado repetidas veces la mutabilidad histórica de los productos cuyos precios investigamos. Por desgracia es difícil negarle la razón. La búsqueda de un producto inmutable ha fracasado, como lo ha ratificado una reciente publicación de crítica científica mostrando que incluso un artículo tan aparentemente homogéneo como lo es el carbón cambia en el tiempo y que el carbón que hoy se extrae no es el mismo que el que se extraía en el siglo XVIII.

Es obvio multiplicar los ejemplos: ese mismo fenómeno interviene en cada serie.

Nos hallamos ante un dilema fatal: al alargar la serie aumentamos formalmente las posibilidades analíticas que en ellas se encierran, exponiéndonos al mismo tiempo a que el análisis serial sea menos homogéneo. Cada vez más podemos sacar conclusiones, incrementando al mismo tiempo la probabilidad de las conclusiones erróneas.

Pero volvamos al problema que hemos planteado. En historia, durar es cambiar. El problema de las series largas y de su homogeneidad pone al orden del día la cuestión de la comparación en el tiempo. Pero como quiera que desde el punto de vista teórico la tarea de efectuar comparaciones en el tiempo no se diferencia en lo fundamental de las comparaciones en el espacio (comparación de los elementos seleccionados entre dos contextos sociales diferentes) y puesto que paralelamente, en el aspecto de las comparaciones en el espacio (internacionales) la ciencia económica logró, especialmente en estos últimos años, enormes éxitos, merece la pena examinar este problema conjuntamente.

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Una vez más volvemos a señalar que nos centramos aquí sobre las comparaciones de magnitudes cuantitativas solamente como ejemplo. Para muchos, estas comparaciones son considerablemente sencillas y seguras. De hecho, reflejan en sí todas las dificultades de las investigaciones comparativas.

La polémica entre los investigadores optimistas que creen en la posibilidad de realizar comparaciones científicamente fundamentadas y los pesimistas que la niegan dura ya mucho tiempo. Su primera fase se halla caracterizada por las burlas de Pigou y las agudas imputaciones de Colin Clark a los pesimistas. Pero a pesar de la dureza de esas imputaciones, la polémica no se extingue. Corrado Gini se reveló como un extremado pesimista. Últimamente, con tesis comprobadamente pesimistas —tanto más interesantes para los historiadores por cuanto se apoyan en el análisis de la economía de las sociedades atrasadas—, intervino S. H. Frankel, siendo éstas además criticadas por los optimistas.

En nuestra opinión el historiador ha de tomar posición con respecto a ese debate.

Los pesimistas no dejan de presentar valiosos argumentos. El asunto parece increíblemente fácil en el citado pasaje de Colin Clark, pero Colin Clark no tiene en cuenta en su razonamiento a muchos elementos aunque no sea más que éste, elemental, de que en una sociedad —o período— intervienen en la producción y el consumo unos artículos desconocidos en otras sociedades, o que las condiciones climatológicas provocan en las diferentes sociedades unas necesidades distintas en orden a los combustibles y la ropa e incluso necesidades distintas en el aspecto de la alimentación.

Como es natural, no todas las tesis de los pesimistas tienen razón. En particular, muchas de las tesis de C. Gini suscitan las dudas más profundas. No vamos a detenernos con él sobre el problema de la transición del bienestar material a la «felicidad», ni queremos

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filosofar con él acerca de que es posible ser feliz con unos ingresos muy reducidos (consideración, no ciertamente, sólo de hoy, que reviste un matiz específico, puesto que finura en el contexto de unas consideraciones relativas al desarrollo económico de los países actualmente atrasados). ¡Y no aceptamos la visión de las sociedades primitivas que supuestamente tienen todo cuanto necesitan gracias a los dones de la naturaleza, sin tener generalmente casi ninguna renta nacional!

Tampoco tenemos en consideración las tesis según las cuales bienes como son el Amor o la Belleza, no mensurables y olvidados, naturalmente, en la renta nacional, son muy preciados en las sociedades atrasadas por lo que ¡éstas no son tan pobres como pudiera resultar teniendo en cuenta únicamente el nivel de su renta nacional!

Pero hay problemas mucho más graves. En el curso del desarrollo económico —y por lo tanto en las comparaciones actuales en los países industriales y los preindustriales—, la totalidad del enorme incremento en orden a los bienes y servicios —así en la producción como en el consumo—, pasa por el mercado. En la práctica se plantean dos problemas: el propio consumo de los productos agrícolas en las haciendas campesinas y los servicios realizados en el marco de la economía doméstica. Para hacer una comparación entre unas sociedades que se hallan a un nivel diferente de desarrollo económico nos encontramos, por tanto, frente al dilema: si el consumo casero y los servicios domésticos no son apreciados, la diferencia entre los resultados obtenidos se verá multiplicada de una manera injusta, y si, por el contrario, los tenemos en cuenta, entonces habremos de estimarlos en dinero, lo cual necesariamente ha de ser arbitrario.

Los estadistas han elaborado, naturalmente, numerosos métodos precisos e indicaciones para proceder en tales casos. Sin embargo, todos ellos, al estimar en dinero la fracción no evaluada del presupuesto con una tasa tanto más alta cuanto más atrasado se halla el país y más alejados nos hallamos del momento cronológico que nos interesa, elaboran un presupuesto ficticio.

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Por una parte, aun suponiendo que todos esos bienes y servicios pasaran realmente por el mercado, para ellos en éste se establecerían unos precios totalmente diferentes. Si en un país atrasado —en la época preindustrial— se lanzara sobre el mercado toda la reserva de fuerza de trabajo que se encierra en las economías domésticas, los salarios bajarían de una forma impresionante. Por lo tanto, la estimación de los servicios domésticos con arreglo a los precios que consigue por su trabajo esa pequeña fracción de fuerza de trabajo que se presenta en el mercado, constituye asimismo una operación a un tiempo innecesaria y sin fundamento. De no proceder a esas estimaciones, la renta nacional de los países muy atrasados será relativamente mucho más reducida, pero si, por el contrario, lo hacemos, la multiplicamos enormemente.

En segundo lugar, el presupuesto elaborado por ese camino es ficticio al sugerir la existencia de algo que realmente no existe: la libertad de escoger del consumidor. La estructura del consumo nos muestra la estructura de los valores sociales, con una condición, no obstante, y es que el consumidor tenga la posibilidad de elegir. ¿A qué dedica más recursos y a qué dedica menos, a qué renuncia en caso de reducirse sus ingresos y a qué asigna el incremento de los mismos? ¿Cómo se plantean estos problemas en los diferentes medios sociales? Todo ello constituye un problema apasionante para los investigadores, siempre que existe la libertad de elección del consumidor. Si la renta nacional —o de un grupo social o de una familia— estimada en dinero equivale a x y esa renta, junto con las magnitudes estimadas, equivale a x+n tenemos que, si un sujeto determinado disponía de una renta en dinero de x+n, ¡se la hubiera gastado en un consumo que con toda seguridad tendría una estructura muy diferente! La parte de la renta representada por la estimación n está ligada, por lo que aquí no hay libertad de escoger. Se produce todo lo que se puede y se consume lo que se produce.

Es evidente que la libertad de elección de una unidad económica doméstica es siempre un fenómeno complicado. Si se

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trata de la libertad del consumidor sabemos de qué manera se halla determinada por la orientación de la producción, por la presión de la publicidad y cuando menos por la presión de los modelos social -costumbristas. Esto, sin embargo, no nos estorba en nuestras investigaciones, ya que por el contrario hasta cierto punto nos las facilita. Al no existir los modelos social-costumbristas, obtendríamos como resultado de nuestras investigaciones una imagen caótica, absolutamente irregular. Al descubrir la regularidad, podemos conocer realmente en las sociedades indagadas la jerarquía de los valores. Ella es precisamente el objeto de nuestra investigación, ella y sus mutaciones. Pero si esa jerarquía debe ser investigada por nosotros, ha de serlo como un factor aislado en un laboratorio, siendo sólo ella la única que ha de determinar los actos humanos de elección en el consumo.

Sin embargo, estas dificultades no son las únicas que entran en juego en relación con las largas series temporales, sino también la desaparición o la aparición de los fenómenos que en el segundo de los momentos investigados no tienen equivalente. Se trata, naturalmente, no sólo de la calidad física de los bienes producidos y consumidos, sino sobre todo de su significación social. Y no solamente los bienes sino sobre todo las formas de las relaciones interhumanas.

Unilateralidad y multilateralidad del desarrollo

Todo este razonamiento se sujeta al problema fundamental de la filosofía de las culturas: la primera cuestión que se plantea es la de saber si el desarrollo es unilateral o multilateral. Las comparaciones en el espacio son análogas metodológicamente a las comparaciones en el tiempo, pero sólo si previamente se acepta el concepto del desarrollo unilateral.

El litigio es viejo y sumamente conocido. Ya nos hemos referido al mismo en muchas ocasiones citando la ingenuamente optimista declaración de Smith y la postura resueltamente unilateral de Marx.

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Al presentar el cuadro de las transformaciones económicas y del funcionamiento de la economía capitalista muy desarrollada en sus tiempos en Inglaterra, Marx llama la atención del lector sobre un país por entonces atrasado (Alemania), ya que “en este cuento, hasta de ella se habla”, pues al analizar la economía inglesa, Marx también estaba convencido de que se hallaba investigando la economía capitalista en general. Pero esta afirmación puede invertirse demostrando que unas naciones menos desarrolladas representan hasta cierto punto una etapa ya cumplida por un país mucho más desarrollado. Marx afirmaba claramente sin embargo en otra ocasión, que asimismo podemos presentar muy bien las diferentes épocas económicas en la historia de un país determinado, así como a los diferentes países es esa misma época.

La concepción contraria, multilateral, esperó a ser conceptuada por los historiadores en las obras de Spengler y últimamente de Toynbee. Dicha idea resalta en las investigaciones de numerosas escuelas sociológicas, en el funcionalismo de Malinowski, y acaso también en Lèvi-Strauss. Estas indagaciones, probando la incomparabilidad de los resultados de los análisis efectuados con respecto a la renta nacional de las diferentes sociedades, se mofan -consciente o inconscientemente- de esa postura.

A la luz de la actual situación mundial, se desmorona el optimismo de Smith en la frase ya citada. ¡Cuán hermosa resulta en la obra de Malinowski la teoría sobre la heterogeneidad a la vez que la igualdad de derechos y de valores de las culturas! ¿No ha durado ya bastante la disputa entre la postura unilateral y la postura multilateral como para que podamos elaborar una teoría dialéctica de la unidad y la heterogeneidad? ¿La diuturnidad y la mutabilidad? ¿Acaso la unidad y la heterogeneidad (la duración y la instabilidad) no constituyen las dos caras, los dos aspectos de un mismo proceso histórico? ¿No han de ser investigadas por igual, esas dos caras, por parte de la ciencia? Y suponiendo que el problema de la existencia de la ciencia, de la jerarquía de sus tareas y la proclamación de

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sus resultados no constituye la única apreciación, ¿Cuál de sus necesidades es más urgente en la actualidad?

La jerarquía de las tareas urgentes resulta precisamente del desarrollo interno de la ciencia y sobre todo de la vida. ¿No es la tarea más urgente de la ciencia la que trata de contestar a las preguntas que se plantean ante el mundo actual?

No nos detengamos por tanto por más tiempo en dilucidar si hasta ahora el desarrollo de la cultura ha sido más bien unilateral que multilateral. Como punto de partida, tomemos de preferencia ese gran fenómeno del mundo actual, la adopción, como modelo al que todas las sociedades aspiran, del tipo de civilización industrial en constante desarrollo. Esto es un hecho. El brutal desmoronamiento de la dominación política de Europa. Puede ser que, desde el punto de vista de la perspectiva histórica, ello aparezca como la mayor de las victorias.

Si la ciencia histórica es eterna y eterna asimismo su juventud, si ella vuelve a mirar – a pesar de las dudas de los mezquinos– nuevamente hacia ese mismo pretérito, es porque cada generación de historiadores le plantea al pasado las preguntas que atormentan a su época.

Admitiendo que el problema fundamental de nuestros tiempos será la unificación del mundo en el marco de la civilización industrial, entonces ¿la tarea de la ciencia histórica de nuestra época no consiste en mirar hacia el pasado desde el punto de vista de lo que condujo a esa unidad?

9CULTURA, CLASES Y CUESTIÓN

ÉTNICO-NACIONAL

Luis F. Bate

Bate, L. (1988). Cultura, clases y cuestión étnico-nacional.

Ed. Juan Pablos. Mexicali, México.

Cultura, clases y cuestiónétnico-nacional

Nación y “cuestión nacional”

Muy diversas explicaciones puede tener el planteamiento de las “cuestión nacional”. Sin embargo, el cómo se enfoca su estudio, qué aspectos son los que se consideran relevantes o qué soluciones teóricas se proponen, son cuestiones que siempre están en relación con los objetivos prácticos a los cuales se supone debe servir el conocimiento de estas dimensiones de la realidad social, desde determinadas posiciones ideológicas-políticas. Las alternativas de acción posibles se apoyan en el conocimiento que se tiene de la realidad. Conceptualización de la situación real y toma de posición, siempre están relacionados. Sin embargo, buena parte de los problemas que ha suscitado la discusión de las “cuestiones “nacional y étnica, derivan de la confusión de estos planos.

Un ejemplo ya clásico de esto es la exposición de Stalin en su artículo “El marxismo y la cuestión nacional”. La tarea política que enfrentaba, cuando se le encarga la redacción de ese texto, era la de exponer la posición socialdemócrata rusa frente a la situación nacional de ese momento, en particular el principio leninista del derecho de las naciones a la autodeterminación. Y arranca su exposición con una definición de nación que, de hecho, es la definición de qué entidades sociales son aquellas a las cuales, en esa coyuntura, se les reconoce el

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derecho de autodeterminación. Múltiples son las críticas que ha recibido tal definición, por su carácter escolástico, empirista, reduccionista y por su rigidez que la ha hecho inoperante para entender posteriormente una gran diversidad de situaciones que se dan en distintas partes del mundo.41 Ya desde entonces, su argumentación asume una actitud que caracterizará sus posteriores políticas hacia la investigación científica, convirtiendo al marxismo en una especie de cetro ideológico, usado ritualmente como criterio de autoridad, con las nefastas consecuencias conocidas: su definición de nación es la teoría marxista sobre la cuestión nacional. Además, en su ataque contra Bauer, Renner y el Bund estaba comprometida la defensa de la concepción leninista de la organización del partido. Pero, por acertada que fuera, ello le impide considerar algunos aportes que esos autores pudieron realizar en el estudio de la cuestión nacional. De allí que Lenin se viera luego en la necesidad de volver a intervenir en el asunto, flexibilizando el análisis y la fundamentación de sus posiciones, sin mencionar el trabajo de Stalin, para terminar condenando su política como “comisario del pueblo” respecto a las nacionalidades.

Antecedentes como éste nos advierten de los riesgos de pretender definir en forma rígida un concepto como el de nación. Sin embargo, intentaremos delimitar más o menos de manera general el fenómeno a través de algunas de sus características distintivas y señalar qué aspectos del mismo son los que nos ocupan.

Aceptamos que la formación de las naciones es un proceso histórico concomitante con el desarrollo de la formación económico-social capitalista que por primera vez en la historia, llega a integrar en una totalidad social a todas las sociedades del planeta. En toda la historia de la sociedad clasista., la lucha de clases ha sido dirimida entre clases y fracciones de clases explotadoras que correlacionan a su favor los descontentos y aspiraciones de las clases y grupos oprimidos, consiguiendo el apoyo político para asentar su hegemonía y dominación económica. 41 Véase: Rodinson, 1977; Zavaleta, 1981; Díaz-Polanco, MS.

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El proceso de conformación de las naciones refleja las coyunturas de unidad y lucha entre fracciones de clase de la burguesía, convertida en clase dominante, en diversas etapas de la conformación de las unidades sociales en cuyo seno se organiza la reproducción y expansión de las relaciones capitalistas de explotación de la fuerza de trabajo. Estas unidades sociales de reproducción y desarrollo de la formación social capitalista que se estructuraron principalmente sobre bases políticas y territoriales, son las naciones.

Sus dimensiones territoriales, composición social y grado de desarrollo económico, tienen que ver con las condiciones específicas y capacidades históricas de las burguesías regionales para establecer políticas de alianzas que les permiten dominar o generar poderes estatales (militares y administrativos), a través de los cuales consiguieron el control de los mercados y la soberanía sobre las condiciones naturales y sociales de producción.

La conformación de las naciones es un proceso tan heterogéneo, desigual y complejo, como lo es la implantación y expansión del modo de producción capitalista. En cuanto al control de los aparatos estatales que apoyan este proceso, generalmente se originó en las revoluciones burguesas que conquistan el poder de estados nacionalitarios y los transforman en estados nacionales. La expansión colonial de las naciones de implantación temprana del capitalismo pudo revestir diversas formas: la formación de aparatos estatales a partir de la colonización y conquista o el sometimiento de viejos estados nacionalitarios. El decir, el ejercicio del poder estatal y la explotación económica de manera directa o indirecta, formas que en muchos lugares se suceden.42

Así, los nuevos estados nacionales, centrales o coloniales, pudieron establecer su soberanía sobre las condiciones de producción de una determinada nacionalidad convertida en nación o sobre los territorios que ocupaban más de una nacionalidad o, en general, 42 Véase G. Léclert, “Antropología y colonialismo”.

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etnias. Y en muchos casos, la capacidad política y militar de asentar la soberanía nacional sobre determinados territorios, no coincidió necesariamente con los territorios ocupados por las diferentes etnias involucradas, lo cual generó desajustes de las relaciones de éstas con sus condiciones de producción y con consecuentes conflictos sociales que ello implica.

Si tomamos en cuenta que la nación es la unidad social en cuyo seno se reproduce el modo de producción capitalista, resulta que la misma estructuración fundamental de las relaciones de clases, puede ser bastante compleja. La penetración y evolución del modo de producción capitalista implica la integración y transformación de diversos tipos o formas de relaciones de producción, determinadas por la contradicción fundamental capital-trabajo, en que éste puede encontrarse real o formalmente subsumido a aquel. Se integra así el sistema capitalista de relaciones de producción, cuyas particularidades dependen de la diversidad de sociedades o etnias comprometidas en el proceso; es decir, dependen de los diferentes grados de desarrollo económico y estructuras de relaciones de producción preexistentes a la nación.

Junto con el explosivo desarrollo de las fuerzas productivas –gran aumento de volumen y diversificación de los productos- y las múltiples y nuevas interacciones sociales que se crean en el desarrollo del capitalismo, se multiplican las formas de los objetos y conductas que, en su manifestación fenoménica concreta, configuran una verdadera revolución de la cultura, que corresponde a los nuevos contenidos del ser social y que se plasma en todas las esferas de la formación socioeconómica. Además, el desarrollo de la circulación de bienes, el transporte y los medios de comunicación “difunden” una nueva variedad de elementos que, integrándose a las diversas culturas particulares, nacionales y étnicas, evidencian la interdependencia de las naciones a escala mundial. Sobre la base de los elementos culturales aportados por los más diversos grupos sociales, de los aspectos culturales de los bienes materiales

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que circulan en el mercado interno, de las múltiples interacciones conductuales en el espacio socio-geográfico común y las formas específicas de las lenguas y la comunicación simbólica que acompañan a dichas relaciones concretas, que articulan la unidad del nuevo sistema socioeconómico de desarrollo, se configura la cultura nacional. La cultura nacional resulta de la singular combinación de tal multiplicidad de elementos culturales, presentándose como la unidad de los diversos grupos sociales que integran la nación.

Entendido así, sumariamente, el concepto de nación, la “cuestión nacional” nos interesa como unidad de análisis de las contradicciones y luchas concretas de las clases y sectores que integran la dinámica histórica del sistema capitalista de relaciones de producción. El objetivo de tal análisis es obtener un conocimiento de la realidad social que permita organizar consiente y coherentemente estrategias de políticas globales orientadas a resolver las contradicciones que implican las diversas formas de explotación económica, de opresión y discriminación social, de represión ideológica y política.

Al tomar la nación como unidad social de referencia para el análisis, deberemos considerar que las luchas éticas o nacionales se libran tanto en el seno de la nación como entre grupos sociales integrantes de diversas naciones o entre naciones como totalidades. Por lo tanto, las luchas étnicas y las luchas nacionales deberán analizarse como sistemas de contradicciones internas o externas a la nación, considerando los intereses de las clases, fracciones de clases o sectores sociales involucrados. Y dado que toda nación esta internamente dividida en clases, implican necesariamente también un nivel de existencia interno en cada nación comprometida. (….)

Pero antes de entrar en ese análisis, apuntaremos un par de líneas sobre la especificidad de la “cuestión étnica” como “la cuestión nacional” se vinculan en torno a un mismo problema central –las formas históricas concretas de la lucha de clases-, hay entre ellas algunas diferencias que tienen que ver con el nivel de integridad

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social comprometido, con los contenidos y alcances de los proyectos políticos y con la viabilidad real de los mismos.

La llamada “cuestión nacional” propiamente tal, se ha planteado históricamente en términos de las luchas orientadas a la constitución de las naciones. En tal proceso, el papel protagónico lo han jugado por lo general los sectores de la burguesía que, en competencia con otros sectores o fracciones de la misma, internas o externas a la nación en conformación, aspiraban o aspiran a delimitar unidades de reproducción del sistema capitalista. Fundadas éstas en la soberanía sobre las condiciones materiales de producción, con capacidad de regulación y desarrollo de la competencia en un mercado interno, y con ejercicio del poder político sobre las unidades y clases sociales integrantes de la nación. Sin embargo, tal proceso histórico ha afectado indudablemente el desarrollo de la conciencia y las luchas del proletariado en general, de las clases subordinadas. Por lo tanto, desde Marx y Engels hasta hoy, sus organizaciones políticas e intelectuales orgánicas se han tenido que ocupar de las implicaciones e incidencias de la “cuestión nacional” en la lucha de clases, buscando definir, de la manera más adecuada a los intereses de las clases explotadas, las posiciones y conductas políticas a adoptar frente a tales situaciones.

Uno de los autores que ha realizado un aporte importante a la fundamentación teórica del problema, refiriéndose a las contradicciones generales básicas que el mismo implica y desde una posición materialista coherente con los planteamientos marxistas, ha sido Borojov. Su trabajo, Nacionalismo y lucha de clases”, no ha tenido las repercusiones que merecían en las discusiones sobre la cuestión nacional, al parecer por no haber tenido la “suerte” en su época, de ser conocido por Lenin y, posteriormente por el desprestigio que el contenido marcadamente reaccionario del sionismo, ha despertado recelos que hacen descartarlo superficialmente sin una evaluación objetiva de los contenidos de sus proposiciones.

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Según Borojov, las luchas nacionales obedecen fundamentalmente a la disputa por la soberanía (“posesión” o “patrimonio”, en su terminología) sobre las unidades sociales y las condiciones materiales de su reproducción económica, en la que participan las diferentes clases sociales en defensa de sus intereses de clase. Por lo cual el nacionalismo adquiere un contenido diferente según la posición de la clase que lo sustenta. Desde esta perspectiva, analiza los intereses fundamentales, en torno a la nación, de las clases que caracterizan específicamente al modo de producción capitalista: los grandes terratenientes, la alta burguesía, las clases medias y pequeña burguesía y el proletariado. (….)

Ahora bien, es claro que las naciones, como unidades sociales, están integradas por diversas clases sociales. Y lo dicho anteriormente, reflejo de situaciones históricas reales, deja ver que las luchas sociales casi nunca se presentan de manera transparente como luchas políticas en defensa estricta de los intereses esenciales de clase, ni son esos los únicos interese que las clases defienden. Tampoco todos los grupos sociales que comparten una misma posición de clase se identifican con intereses comunes y es un hecho que hay características estructurales de las clases que oponen objetivamente a fracciones de las mismas entre sí. De allí que en gran medida las luchas sociales, teniendo objetivos de distinto alcance histórico, se presentan la mayor parte de las veces como luchas reivindicativas bajo diversos pretextos. Parte de estas contradicciones se manifiestan bajo formas culturales como luchas étnicas, pero estas siempre se insertan en un sistema de contradicciones generales de clases, más amplias. Por ello es que tomaremos a la nación como unidad analítica, intentando distinguir entre los que podrían considerarse como grupos étnicos y los demás grupos sociales integrantes de la estructura clasista de la nación.

Etnia y “cuestión étnica”

La comprensión de la especificidad de “lo étnico” o, más bien, de las características distintivas de los llamados grupos étnicos o

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etnias, se ha planteado, al igual que la “cuestión” nacional y con la interrogante que connota el término, como un problema: problema sociopolítico cuyo enfrentamiento práctico exige algunas definiciones y, sobre todo, explicaciones. Cierto es que una buena definición sintetiza un conocimiento. Pero la comprensión cabal de un problema escriba en la posibilidad de su explicación.

Pensamos que “lo étnico”, como especificidad de la existencia de algunos grupos sociales, tiene que ver con particularidades históricas en la reproducción del ser social y en la conformación de su cultura actual como una subcultura en el seno de las naciones. (…) Pero, por lo pronto, se nos presenta el problema de delimitar el concepto de etnia, si es que puede hacerse tal distinción. Nos limitaremos a la discusión de lo que podría considerarse como una etnia en el contexto actual, vale decir, en el seno de las sociedades actualmente existentes.

Ha propuesto Díaz-Polanco que “… la etnia o el grupo étnico se caracteriza por ser un conjunto social que ha desarrollado una fuerte solidaridad e identidad social a partir de los componentes étnicos”, mientras que los otros grupos sociales, sin carecer por ello de “etnicidad” en el sentido que da a este concepto, desarrollan formas de identidad diferentes, enfatizando dimensiones de otro “orden”.

Centrándonos en el contenido del concepto, tal como hemos formulado la categoría de cultura y los factores que inciden en su particularización histórica,43 esto significaría que, en la identificación y solidaridad del grupo étnico al que se considera propiamente como tal, predomina el manejo de los símbolos y valores culturales.

En lo que coincide de alguna manera con la definición general que propone Lumbreras para “etnia”, como un grupo social con una 43 Concepto que incluye los que Díaz-Polanco llama “factores” o “componentes étnicos”. 44 Se trata de una proposición expresada verbalmente en una reunión de arqueólogos realizada

recientemente en Oaxtepec, México, donde se discutieron los contenidos de diversos concep-tos teóricos.

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“cultura para sí”.44 Sin embargo, la mayoría de los investigadores hacen la diferencia entre nación y etnia y no todos o en todos los casos, estarían de acuerdo en considerar a las luchas antiimperialistas de liberación nacional como movimientos étnicos.

Por otra parte, suponiendo que la etnia pudiera identificarse no sólo por este aspecto de la conciencia social, sino por algunas características de la materialidad de su ser social que lo explicaran, la definición comentada implicaría que los grupos étnicos, aun sin perder las calidades culturalmente distintivas de su ser social, dejarían de serlo por el hecho de acceder a un nivel reflexivo de la conciencia de clase.

Respecto del primer comentario, Nájenson propone una delimitación del concepto de etnia que, hasta cierto punto. Permitiría distinguirla de una nación o diferenciar un movimiento étnico de una lucha nacionalista al señalar que “el origen o momento inicial de su emergencia histórica como formación social, como sociedad, particular -aunque no necesariamente la conciencia política de su identidad étnica fue siempre previo, en cada caso, al surgimiento de naciones y/o estados nacionales que, entendidos como procesos son concomitantes en general al desarrollo del capitalismo…” o “el límite histórico del concepto de etnia, por oposición al de nación, puede y debe remontarse – en cuanto al origen y dentro de la variabilidad histórica y geográfica pertinente en cada caso – a etapas anteriores al surgimiento del capitalismo, sea cual fuere el momento que consideramos como inicial paa este último”(Nájenson, 1982: 52).Planteado esto en los términos en que hemos ordenado los factores históricos de la reproducción diferencial de la identidad social, o cultura, tal proposición significaría que la unidad del grupo se conformó originalmente en torno a un sistema socioeconómico pre capitalista y que las etnias se constituyeron, al menos inicialmente, como tribus o nacionalidades. (….)

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Por ello, consideraremos a los grupos étnicos, como aquellos en que coinciden los siguientes factores y características objetivas de la reproducción histórica de su identidad diferencial:

a) El sistema socioeconómico que originó la unidad social de la población antecesora del grupo étnico, se conformó en torno a un modo de producción precapitalista.

b) La calidad del modo de producción o de las posiciones de clases en el sistema socioeconómico original, han cambiado necesariamente al integrarse el grupo de diversas formas del sistema de relaciones sociales de producción capitalista. Sin embargo, los miembros de la etnia mantuvieron alguna comunidad de relaciones de reproducción del ser social (en torno a las relaciones de producción y/o filiación), que permitieron una continuidad en el proceso de desarrollo de su identidad cultural distintiva, desde la base de su tradición cultural real.

c) Los grupos étnicos están integrados al sistema de relaciones de producción capitalista ocupando mayoritariamente posiciones de clases que, por sus calidades estructurales, los imposibilitan de generar proyectos nacionales autónomos y viables. (…)

Hemos señalado al respecto, que es la posición estructural en el sistema de relaciones sociales de producción la que condiciona la inviabilidad histórica de un proyecto nacional autónomo de los grupos étnicos. Ello se debe a que, si se trata de grupos cuyo sistema socioeconómico original es pre capitalista y, a la vez, han mantenido una cierta continuidad en las formas de reproducción de su ser social, es porque al incorporarse al modo de producción capitalista han sustentado un modo de vida vinculado a las ramas tradicionales de la producción, que siguen siendo necesarias para el sistema. Es decir, mantiene una posición, en la actual división social del trabajo, vinculada fundamentalmente a la producción agraria y artesanal, que constituían las bases de la economía de las sociedades precapitalistas. Por otro lado, las condiciones sociales del trabajo intelectual –posiciones que asumían las clases dominantes en las sociedades pre capitalistas- han cambiado tan radicalmente en

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el capitalismo que es aún más impensable que, como clase, o sector social, permitan la reproducción de las tradiciones culturales de sus unidades sociales. De allí que los únicos intelectuales orgánicos del sistema capitalista que han asumido la mediatización ideológica de los grupos étnicos con cierto éxito, sean los representantes de las instituciones político-religiosas, derivadas de los viejos estamentos sacerdotales.

De tal manera, la inserción estructural de los grupos étnicos en el modo de producción capitalista se da mayoritariamente (no exclusivamente), en las siguientes condiciones:

1) Ocupando posiciones, dentro de la división social del trabajo, en las ramas de la producción agropecuaria y artesanal. Es decir, constituyen lo que, de manera aún general, se han llamado unidades de reproducción económica campesina.

2) Desarrollan formas de producción –o adquieren tipos de relaciones sociales de producción- que generalmente se encuentran en diversos grados de subordinación o subsunción formal del trabajo al capital.

La subsunción real, que implicaría posiciones de proletariado agro ganadero, requeriría de fuerza de trabajo “libre”. O sea, carente de propiedad sobre medios de producción y con una libertad de movimiento que, debido a las determinaciones del mercado de fuerza de trabajo, desestructurarían rápidamente las formas tradicionales del ser social que reproduce materialmente a las “culturas étnicas”.Hay que decir que, en tanto una de las formas de inserción formal de las economías campesinas “tradicionales” al sistema capitalista se da a través del mercado como vía de transferencia de excedentes, hay también un espacio social para sectores que igualmente tienen tradición de existencia en las economías pre capitalistas y que suelen integrar algunos grupos étnicos: los antiguos mercaderes, convertidos en pequeña burguesía comerciante. Es lo dicho lo que explica la inviabilidad histórica de un proyecto nacional autónomo,

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en el contexto del modo de producción capitalista. En primer lugar, todas las formas de “economía campesina” – que pueden darse bajo diversos tipos de relaciones de producción, es decir, de propiedad y posesión de la fuerza de trabajo y los medios de producción– , son formas secundarias del sistema de relaciones sociales de producción capitalista.

Sabido es que, históricamente, el campesino no ha tenido capacidad de hegemonizar un proceso revolucionario. Pero la única posibilidad real de disputar al Estado nacional y a las clases que este representa, el control de las condiciones de producción, seria cambiando las bases fundamentales de la estructura social, las relaciones fundamentales de propiedad sobre las cuales aquellas se asientan.

Borojov ha mostrado que los conflictos y luchas nacionalistas están movidos por el interés de las clases nacionales de controlar las condiciones históricas y naturales de producción. Podemos decir que las luchas étnicas están movidas por intereses materiales similares: buscan el control autónomo de sus condiciones de producción. Sólo que su proyecto político no está orientado a conformar nuevas naciones capitalistas, ni, por lo general, a hegemonizar un proyecto revolucionario de contenido socialista. En este sentido, los grupos étnicos no tienen intereses nacionales, sino más bien, disputan a la soberanía nacional, dentro de su ámbito, la autonomía del control sobre las condiciones de producción. De ahí que la utopía del “retorno a la pureza original”, no obstante ser una estafa ideológica mediatizadora puede llegar a prender con entusiasmo como bandera de lucha de los movimientos étnicos.

Pero es también sabido, por la experiencia histórica, que el campesinado puede llegar a desarrollar una gran capacidad de asedio a las clases nacionales que hegemonizan el poder, movidos por la defensa de sus intereses y acicateados por las necesidades de sobrevivencia. Por ello es que la “cuestión étnica”, como la “cuestión nacional”, representa para el Estado nacional un conflicto potencial permanente, cuando no es un enfrentamiento social abierto.

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Lo expuesto permite una caracterización general de lo que entendemos por grupos étnicos o etnias. Sin embargo, debe reconocerse que el problema étnico es bastante más complejo, si consideramos que, tanto los modos de producción que cualificaban la unidad del sistema económico original precapitalista, por una parte, y los tipos de relaciones de producción a través de los cuales se integran los modos de producción capitalista, por otra parte, pueden ser muy diversos.

Ello incidirá en distintas particularidades estructurales del ser social actual de los grupos étnicos, que condicionan distintos intereses y actitudes específicas que orientarán el contenido de sus expectativas de reivindicación del control de las condiciones de producción, así como las formas de su actividad social al respecto. Con lo cual el sistema de contradicciones entre las expectativas reivindicativas o políticas y su viabilidad real en relación con sus posiciones estructurales adquieren diversas especificidades, operan en distintos niveles de integridad social y alcanzan diversos grados de desarrollo. (…..)

La situación de los grupos étnicos originados en sociedades nacionalitarias, es decir, conformados en torno a sociedades pre capitalistas secundarias o clasistas, es más compleja y con mayores contradicciones internas. Aun limitándonos a aquellas sociedades esclavistas iniciales, se tratará por lo general de sociedades multiétnicas,45 en que las clases dominantes explotaban la fuerza de trabajo de distintas comunidades campesinas y la estructura piramidal de la sujeción política podía tener distintos grados de complejidad e instancias de mediación. Pero, sin duda, llegó a haber variados aspectos de la cultura en que se manifestaban las relaciones de unidad de la totalidad social, como la lengua franca común, si es que la hubo, y otros rasgos que mostraron las formas del sistema

45 Tratándose de sociedades pre capitalistas consideraremos a las etnias como unidades sociales que presentan culturas distintivas, en cuya conformación diferencial ha incidido singularidades de desarrollo histórico y origen geográfico.

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administrativo o la imposición de una ideología religiosa sobre las tradiciones míticas y los rituales particulares de las diversas comunidades campesinas sometidas. Se trata de sociedades que poseían una desarrollada estructura política y un aparato militar organizado, por lo que su subordinación pudo implicar conflictos militares de variadas proposiciones. (…)

Las luchas internas de clases no sólo se establecían entre explotadores y explotados, sino también entre estamentos y parcialidades de las clases nacionalitarias dominantes, lo que posibilitó a corto o mediano plazo el desmantelamiento y sustitución de su poder estatal central por la burguesía colonizadora. Las comunidades campesinas, entre tanto, intentaron mantener su control sobre sus medios de producción –al menos bajo la forma de posesión- cuando las tierras eran apropiadas por los terratenientes.Con la expansión capitalista al agro, tanto a través de la apropiación de las tierras como a través de la apertura de las comunidades campesinas al mercado interior, éstas se vieron cada vez más reducidas en sus posibilidades de reproducción. Lo que ha causado en parte la expulsión de población a las ciudades, sin que ello les permitiera tampoco una incorporación ilimitada a otras formas de producción. Por lo que en el campo se agudizan las luchas de clases generando situaciones complejas. No obstante, se llegan a conformar situaciones críticas para el campesinado cuando las políticas agrarias del Estado nacional –sea por las crisis económicas del sistema capitalista mundial o por crisis e incapacidad política de las clases dominantes nacionales para resolver el “problema agrario” los afectó drásticamente de manera general. En tales condiciones, el campesinado busca ampliar las bases de una acción política para enfrentar al Estado nacional. Y una de las formas que adquieren las alianzas, es la unificación de las distintas comunidades y parcialidades que han integrado históricamente las viejas nacionalidades.

En tales condiciones, la capacidad de asedio del campesinado al Estado nacional puede alcanzar gran magnitud, sobre todo si se

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trata de etnias demográficamente importantes. Las limitaciones de sus proyectos políticos se deben, a pesar de ello y en primer lugar, a sus contradicciones internas. Por una parte, los elementos de la conciencia social serán predominantemente culturales, debido a que se trata de un campesinado divido en clases.

Se puede llegar a coincidir, en coyunturas de rebelión contra el Estado, con las acciones del proletariado o la pequeña burguesía. Los proyectos políticos de las etnias de origen nacionalitario se presentan como anticapitalista. Por lo que no debemos confundir un movimiento nacionalitario de liberación con las luchas nacionalista de liberación.

En su rechazo al Estado nacional burgués, las etnias nacionalistas pueden llegar a proclamar a su proyecto como “socialista”. Pero generalmente tal concepción del socialismo es algo sui generis y esta empíricamente referida más bien al carácter internamente igualitario de las relaciones comunales que constituían las unidades de producción y reproducción social en que se sustentaba el esclavismo inicial, aunque ya las relaciones comunales hayan alcanzado diversos grados de disgregación por la penetración del capitalismo.

Volviendo al plano general, para resumir lo anterior, podemos decir que las etnias son grupos sociales con una cultura distintiva que, entre los factores históricos de su diferenciación cultural se caracterizan por pertenecer a pueblos originalmente unificados en torno a una formación social pre capitalista.

Por otra parte, se rompe la autosuficiencia de la producción campesina tradicional, al ser abierta al mercado nacional, que es, a la vez, una instancia de integración al sistema capitalista (transferencia de excedentes de productos) cuando las unidades de producción campesinas sobreviven, y una vía de desintegración de las viejas formas de las relaciones de producción (mercado de medios de producción –tierras- y de fuerza de trabajo), que incorpora progresivamente a las poblaciones de origen étnico a las clases de

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origen nacional. Una minoría se constituirá en pequeña burguesía agraria o comercial y la mayoría en proletariado o en “ejercito de reserva” agrario o urbano.

Como hemos visto, la identificación cultural, étnica en este caso, se ve proporcionalmente agudizada en relación al grado de conflicto con los “otros” grupos sociales, es decir, con las clases representadas por el Estado nacional. Al decir clases “representadas” por el Estado nacional, nos referimos también al proletariado, que se presenta de manera aparente como contrario a los intereses del campesino, al demandar en el mercado de productos agrícolas la baja de los precios, desde que los alimentos constituyen parte importante del valor del salario. Pero ello supone su explotación bajo formas “tradicionales”, correspondientes a un grado de desarrollo de las fuerzas productivas que no les permitirían ni la defensa militar de su soberanía ni la producción de bienes que se han convertido en necesarios, pero que solo pueden obtener a través del mercado capitalista. Respecto al mercado nacional, “exterior” para la etnia, sólo pretenden obtener condiciones más favorables en el proceso de intercambio.

Otro aspecto del concepto que etnia que se debe precisar se refiere al hecho de que, si bien el grupo étnico está mayoritariamente integrado por productores campesinos con las características señaladas, ello no significa que sus miembros ocupen exclusivamente tales posiciones en el sistema de relaciones sociales de producción.

Hemos mencionado que una minoría de los miembros de la etnia puede incorporarse a la pequeña burguesía comercial, generalmente asentada en zonas urbanas. La mantención de los vínculos con el grupo étnico y el reforzamiento de su identificación cultural es para ellos un recurso que les permite asegurar un cierto control del proceso de intercambio de los productos agro artesanales de las comunidades campesinas en condiciones ventajosas. También suele generarse una pequeña burguesía agraria que se asegura la disponibilidad de fuerza de trabajo más o menos

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barata, comprometiendo a los miembros de su grupo étnico a través del intercambio de “favores”. Es el caso de los que Bartra incluye en el campesinado pauperizado y semi proletariado, que desarrollan esa “…agricultura (que) se sostiene en el pequeño comercio, el dinero que envían las hijas desde la ciudad donde trabajan como sirvientas, los jornales, los beneficios del trabajo artesanal o las ganancias en el ejercicio de un oficio” (R. Bartra, 1974:90). Tanto los campesinos pauperizados que no llegan a proletarizarse y que viven de realizar actividades “terciarias”, como los semiproletariados que se sustentan básicamente de un jornal o salario, participan de la producción agraria como una actividad económicamente secundaria. Se trata, en su clasificación de los sectores del proletariado, del “proletariado campesino que sólo obtiene del capitalismo los medios para la reconstrucción inmediata de su fuerza de trabajo, pero no para su mantenimiento y reproducción, medios que él se procura en el marco de la economía doméstica” y que, en cuanto a su conciencia de clase y conducta política se caracteriza porque “reivindicara particularmente mejores condiciones de trabajo y de resistencia durante el período de empleo, pero tendrá un débil coincidencia de clase por cuanto piensa que puede replegarse a su país y a la comunidad rural” (Meillassoux, 1997: 189-190).

También suele haber sectores del proletariado estable o “clásico”, integrados por miembros de origen étnico que, aun prescindiendo de sus vínculos económicos con la producción campesina, reproducen su identidad cultural originaria de manera aparente, cuando la imagen estereotipada de su etnia se asocia a la posesión de alguna habilidad particular que se cotiza bien en el mercado de fuerza de trabajo: “son muy trabajadores”, “son muy serviciales” o, como sucede con los iroqueses que tienen gran demanda en las empresas de construcción porque se supone que no sufren de vértigo. También habrá algunos miembros salidos de la etnia que se han integrado a otra clases sociales, como la pequeña burguesía administrativa o profesional, que no desconocen su origen étnico aunque estén totalmente desconectados de su grupo, pues este constituye la referencia desde la cual valoran su posesión actual

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en términos de prestigio social. Para terminar con este punto, sin la pretensión de haber respondido a todos los problemas objetivos que implica el concepto de etnia, ni mucho menos, queremos explicitar los aspectos de su categorización que intentamos contribuir a resolver a partir de la formulación precedente:

1) Buscando congruencia en la formulación materialista del concepto, creemos que la especificidad de los grupos étnicos se puede precisar así, reflejando los aspectos fundamentales de la causalidad histórica de su ser social, base de la reproducción material de las peculiaridades distintivas de su cultura.

2) Que es el reconocimiento de la particularidad material de su ser histórico-social lo que permite explicar la tendencia predominante de los grupos étnicos a la focalización de su identificación y solidaridad social en torno a la identidad cultural en el nivel de la conciencia habitual. Lo cual no es, en todo caso, una característica exclusiva de las etnias.

3) Este enfoque del problema permite entender el hecho de que una etnia, sin dejar de serlo como ser social con una determinada cultura, puede, en determinadas situaciones acceder a la conciencia de su posición como clase social, e identificarse como tal en la lucha política. De hecho, un desplazamiento de la identidad social respecto a los contenidos y niveles de la conciencia, no implica ni genera por sí mismo un cambio del ser social de la etnia. Pero puede convertirse en una condición subjetiva importante en su transformación histórica, como sujeto activo y consciente de la misma.

4) La formulación propuesta busca precisar algunas diferencias importantes en cuanto a las formas y niveles de la práctica política en la lucha de clases, entre las luchas étnicas, básicamente reivindicativas, y los movimientos nacionalistas o las luchas nacionales de liberación anticolonial o antiimperialista, que constituye en proyectos políticos alternativos.

10LA ETNOMETODOLOGÍA Y EL INTERACCIONISMO

SIMBÓLICOSUS ASPECTOS METODOLÓGICOS

ESPECÍFICOS

Miguel Migueléz

Migueléz, M. (2002). La Etnometodología y el interaccionismo simbólico:

sus aspectos metodológicos específicos. Revista Heterotopía no. 2. Centro de Investigaciones Populares, Universidad Simón Bolívar,

Caracas Venezuela. Pp. 9-21

La Etnometodología y el Interaccionismo Simbólico. Sus aspectos metodológicos específicos

La Etnometodología

Durante la década de los años 1960-70, comenzaron y se extendieron diferentes críticas a la metodología empleada, sobre todo en la sociología (Cicourel, 1964, Garfinkel, 1967). Estas críticas desafiaban varios de los presupuestos más familiares de esta disciplina, con resabios más bien positivistas, y acentuaban la idea de que la realidad social era algo construido, producido y vivido por sus miembros.

Para poder comprender a fondo la naturaleza y proceso de este fenómeno, es decir, la parte activa que juegan los miembros de un grupo social en la estructuración y construcción de las modalidades de su vida diaria, se fue creando, poco a poco, una nueva metodología, llamada etnometodología, por ser algo elaborado por el grupo humano que vive unido, un etnos. También se desarrollaron, a partir de esta base, otras variedades del construccionismo, del análisis del discurso y de diferentes ramas interpretativas, que, en el fondo, reciben gran parte de su ideología de la fenomenología de Husserl (1962) y Schutz (1964).

Pero la etnometodología ha sido la más radical y productiva orientación metodológica que ha especificado los procedimientos reales a través de los cuales se elabora y construye ese orden social: qué se realiza, bajo qué condiciones y con qué recursos. Esto ha constituido una práctica interpretativa: una constelación de procedimientos, condiciones

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y recursos a través de los cuales la realidad es aprehendida, entendida, organizada y llevada a la vida cotidiana.

La etnometodología no se centra tanto en el qué de las realidades humanas cotidianas (qué se hace o deja de hacerse), sino en el cómo, es decir, en la modalidad de su ejecución, desenvolvimiento y realización, que puede ser en gran parte un proceso que se desarrolla bajo el umbral de la conciencia, una estructura subyacente que determina la realidad social (Holstein y Gubrium, 1994, 2000).

De aquí, que la etnometodología sostenga que en las ciencias sociales todo es interpretación y que “nada habla por sí mismo”; que todo investigador cualitativo se enfrenta a un montón de impresiones, documentos y notas de campo que lo desafían a buscarle el sentido o los sentidos que puedan tener. Este “buscarle el sentido” constituye un auténtico “arte de interpretación”.

De aquí, también, que este sentido pueda ser bastante diferente de acuerdo a la perspectiva étnica, de género, de cultura y demás aspectos identificatorios, tanto del grupo social estudiado como del investigador. Esto da pie a que se hable de una epistemología eurocéntrica, una epistemología afroasiática, una epistemología feminista, etc.; y, con ello, se fundamente lo que en la actualidad se considera una nueva sensibilidad postmodernista o postestructuralista.

El corazón de la etnometodología está en la interpretación de las poliédricas y polifacéticas caras que puede tener una realidad humana, ya sea individual, familiar, social o, en general, de cualquier grupo humano. Ya Aristóteles había dicho que el ser no se da nunca a nadie en su totalidad, sino sólo según ciertos aspectos y categorías (Metafísica, Libro iv). ¿Cuál o cuáles de esos aspectos o caras, que tiene una realidad concreta, deberé ver o percibir, y cuál o cuáles de las categorías, de que dispone mi mente como investigador, deberé aplicar? Aquí está la esencia de la investigación: en esta interpretación.

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Las realidades humanas, las de la vida cotidiana –que son las más ricas de contenido–, se manifiestan de muchas maneras: a través del comportamiento e interacción con otros miembros de su grupo, de gestos, de mímica, del habla y conversación, con el tono y timbre de voz, con el estilo lingüístico (simple y llano, irónico, agresivo, etc.) y de muchas otras formas. Todo esto necesita una esmerada atención a los finos detalles del lenguaje y la interacción para llegar a una adecuada interpretación. Para ello, hay que colocarlo y verlo todo en sus contextos específicos, de lugar, presencia o no de otras personas, intereses, creencias, valores, actitudes y cultura de la persona-actor, que son los que le dan un significado. No basta aplicar sistemas de normas o reglas preestablecidas (como lo son muchas tomadas de marcos teóricos): lo que es válido para un grupo puede, quizá, no serlo para otro. De acuerdo con la mayor o menor influencia de estos factores, una determinada conducta puede revelar vivencias, sentimientos o actitudes muy diferentes: puede revelar fraternidad, amor, resentimiento, recelo, asertividad, venganza, agresividad, franco odio, etc.

¿Cuál de ellas, o qué interpretación, será la más adecuada y acertada? Para lograrlo, no es suficiente preguntarle a la persona, por ejemplo, por medio de una entrevista, aunque ésta sea en profundidad, ya que el lenguaje sirve tanto para comunicar lo que pensamos como también para ocultarlo. Recordemos la cantidad de simulaciones, disfraces, fingimientos, engaños, dobleces e hipocresías que suelen usar los seres humanos en ciertas circunstancias. Por todo ello, la etnometodología no considera el lenguaje como algo neutro o como un instrumento sin más que describe la vida humana real, sino como un constitutivo de ese mundo humano o social, que revela, a su vez, la forma o modalidad en que la interacción produce ese orden o estilo social en que se da. No hay, en consecuencia, un lenguaje y una interacción, sino un lenguaje-en-interacción que posee una secuencia estructurante del contexto y su significado, lo cual diferencia la etnometodología del análisis del discurso (Heritage, 1984; Zimmerman, 1988). En efecto, el análisis del discurso, en su acepción general, ha sido blanco de muchos ataques de los etnometodólogos que lo acusan de ignorar los detalles

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situacionales de la vida cotidiana, al estilo y como la biología molecular ignora las estructuras reales que se dan en todo organismo biológico.

Por todo ello, el medio técnico más apropiado en la etnometodología es la observación independiente o participativa, según el caso, con la grabación de audio y de vídeo para poder analizar las escenas repetidas veces y, quizá, para corroborar su interpretación con una triangulación de jueces. Como dice el sabio refrán, cuatro ojos ven más que dos. Por otro lado, esta idea está hoy día apoyada también epistemológicamente con el principio de complementariedad de los enfoques (ver Martínez, 1997, cap. 8).

Evidentemente, como toda investigación, también la etnometodología trata de llegar a la construcción de estructuras del comportamiento humano, es decir, a sistemas explicativos que integren procesos y motivaciones, intencionales y funcionales, o patrones de conducta humana, individual o social, que nos dé una idea de la realidad que tenemos delante. Esta realidad puede ser muy única e irrepetible, propia sólo de ese grupo humano étnico o institucional, pues, como dice Geertz (1983), quizá, el conocimiento “es siempre e ineluctablemente local” (p. 4), pero pudiera ser también generalizable. Si es o no generalizable, lo dirán otros estudios o investigaciones comparativos con otros grupos.

La etnometodología que Garfinkel (1988), verdadero fundador de esta orientación metodológica, ha tratado de desarrollar en los últimos tiempos, está muy poco orientada hacia las generalizaciones universalistas y trata de concentrarse en competencias altamente ubicadas en disciplinas específicas. El fin es especificar la esencia o el qué de las prácticas sociales dentro de dominios altamente circunscritos o especializados del conocimiento y de la acción.

Sin embargo, esta orientación metodológica no pretende abordar las realidades humanas o sociales desde cero, sino que usa, con prudencia, los recursos que la sociedad en cuestión le ofrece. Así, el trabajo de

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interpretación estará influido por instrumentos interpretativos locales, como categorías reconocidas, vocabulario familiar, tareas organizativas, orientaciones profesionales, cultura grupal y otros marcos conceptuales que le asignan significado a los asuntos en consideración.

En esto, los etnometodólogos se acercan mucho a la posición de Foucault (1988) cuando hace ver que el individuo no lo inventa todo, sino que “utiliza patrones que encuentra en su cultura y que son propuestos, sugeridos e impuestos sobre él por su cultura, su sociedad y su grupo social” (p. 11). Y añade que las instituciones locales –el asilo, el hospital, la cárcel, etc.– especifican las prácticas operativas ya sea en el lenguaje usado como en la construcción de experiencias vividas. Todo esto nos remite a lo que tanto trató Wittgenstein (1969) y que expresó en lo que llamó “formas de vida” y “juegos del lenguaje”.

No obstante, la cultura ofrece sólo recursos para la interpretación, y nunca prohibiciones o mandatos y directivas absolutos. Siempre constataremos que el proceso natural de nuestra mente es dialéctico: un constante remolino de constituyente actividad de la realidad, un juego alternativo entre las miríadas de los “cómo” y los “qué”.

La etnometodología ha examinado muchas facetas y aspectos de la vida humana y del orden social; así, ha sido aplicada con éxito a una gran variedad de tópicos, que incluyen problemas familiares, estudio del curso vital, trabajo social, violencia doméstica, enfermedades mentales, terapia familiar, problemas sociales y estudio de anomalías psicológicas o sociales (Holstein y Gubrium, 1994; Gubrium y Holstein, 2000).

El Interaccionismo Simbólico

Aspectos Comunes del IS

El interaccionismo simbólico es una de la orientaciones metodológicas que comparten las ideas básicas del proceso

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hermenéutico, o interpretativo. Trata de comprender el proceso de asignación de símbolos con significado al lenguaje hablado o escrito y al comportamiento en la interacción social. Según Williams (1999), el interaccionismo simbólico se puede considerar como la escuela más influyente y exitosa de sociología interpretativa, si este éxito lo evaluamos por el volumen de trabajos empíricos publicados y por la integración de la teoría y el método.

La ideología fundamental del interaccionismo simbólico, tanto teorética como metodológica, fue estructurada por Herbert Blumer (1954, 1966, 1969) con su amplia influencia, a través de la docencia, en las universidades de Chicago y Berkeley.

En estas páginas, expondremos las ideas centrales de Blumer y la reformulación que le hace más tarde Norman Denzin (1989a, 1989b, 1992) con la versión que él llama interaccionismo interpretativo.

En general, la reflexión de los interaccionistas simbólicos –como la de cualquier autor que considera la mente humana como una dotación cuya naturaleza es esencialmente hermenéutica (Heidegger, 1974)– define el análisis de la acción humana, de cualquier acción humana, como “una ciencia interpretativa en busca de significado, no como una ciencia experimental en busca de leyes” (Geertz, 1983, p. 5). Geertz llega incluso a decir que “el hombre es un animal suspendido en redes de significados que él mismo se ha tejido” (ibídem).

Sin embargo, esta orientación constructivista no es necesariamente antirrealista, es decir, uno puede sostener razonablemente que los conceptos e ideas son inventados por el ser humano, y, no obstante, mantener que estas invenciones corresponden a algo en el mundo real. Quizá, la mejor síntesis de este proceso dialéctico que se da entre el mundo exterior y nuestra realidad interna, la expresó Piaget, al describir los dos procesos básicos de asimilación (de lo externo en sí mismo) y de acomodación (de uno mismo a lo externo). Éste es un proceso “hermenéutico-dialéctico”, en el sentido de que es interpretativo

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al mismo tiempo que impulsa y estimula la comparación y el contraste entre diferentes construcciones hipotéticas de la realidad en un esfuerzo por lograr la mejor síntesis de la misma.

El Interaccionismo simbólico es una ciencia interpretativa, una teoría psicológica y social, que trata de representar y comprender el proceso de creación y asignación de significados al mundo de la realidad vivida, esto es, a la comprensión de actores particulares, en lugares particulares, en situaciones particulares y en tiempos particulares (Schwandt, 1994). Se da aquí una gran similitud con el significado que Weber y Dilthey dan al término Verstehen (comprensión).

Herbet Blumer establece los requerimientos de los métodos de investigación del IS en su publicación de 1966 (Williams, 1999, p. 133):

Desde el punto de vista metodológico o de investigación, el estudio de la acción debe hacerse desde la posición del actor. Puesto que la acción es elaborada por el actor con lo que él percibe, interpreta y juzga, uno tiene que ver la situación concreta como el actor la ve, percibir los objetos como el actor los percibe, averiguar sus significados en términos del significado que tienen para el actor y seguir la línea de conducta del actor como el actor la organiza: en una palabra, uno tiene que asumir el rol del actor y ver este mundo desde su punto de vista.

Blumer (1969, p. 12) puntualiza, además, que el IS se apoya en tres premisas básicas que constituyen su enfoque metodológico:

1. Los seres humanos actúan en relación con los objetos del mundo físico y de otros seres de su ambiente sobre la base de los significados que éstos tienen para ellos.

2. Estos significados se derivan o brotan de la interacción social (comunicación, entendida en sentido amplio) que se da en medio de los individuos. La comunicación es simbólica, ya que nos comunicamos por medio del lenguaje y otros símbolos; es más, al comunicarnos creamos o producimos símbolos significativos.

3. Estos significados se establecen y modifican por medio de un proceso interpretativo: “el actor selecciona, modera, suspende, reagrupa y

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transforma los significados a la luz de la situación en que se encuentra y la dirección de su acción…; los significados son usados y revisados como instrumentos para la guía y formación de la acción” (pp. 2, 5).

De estos tres presupuestos básicos, se desarrollan las formas definitivas metodológicas del IS como perspectiva, ya sea en relación al actor social y a la interacción, como en lo relacionado con la organización social.

La técnica metodológica fundamental del IS es la observación participativa, especialmente en el contexto y enfoque del “estudio de casos”, ya que sus procedimientos responden mejor, y gozan de un mayor nivel de adecuación, a sus requerimientos: las exigencias del modelo teórico y de explicación.

Blumer (1969) objeta aquellas metodologías en que “los participantes… en una organización social son meros medios del juego y expresión de las fuerzas o mecanismos del sistema mismo” (pp. 57-58), como sucedía en la orientación psicológica conductista. Por el contrario, el IS requiere que el investigador entre activamente en el mundo de las personas que está estudiando para “ver la situación como es vista por el actor, observando lo que el actor tiene en cuenta y observando cómo él interpreta lo que está teniendo en cuenta” (p. 56).

El proceso de la interpretación de los actores se vuelve inteligible no por la mera descripción de palabras y hechos, sino tomando aquella rica descripción como un punto de partida para formular una interpretación de lo que son realmente los actores (Schwandt, 1994).

El Interaccionismo Interpretativo

Desde los principios de la década de 1970, Norman Denzin comenzó un trabajo metodológico que lo ubicó en el centro de los debates sobre la teoría de la investigación del IS; él hizo varios intentos para formular los procedimientos que considera como sus bases metodológicas; una de las mayores contribuciones en este sentido fue el

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concepto de “triangulación múltiple”, es decir, la combinación de múltiples métodos (que permitan la penetración del grupo de vida), múltiples tipos de datos (de diferentes muestras), múltiples observadores (más de un punto de vista) y múltiples teorías (para analizar la información), todo en el desarrollo y estudio de una misma investigación.

Denzin (1971) aclara que el IS comienza con una “imagen sensibilizadora del proceso de interacción” (p.168) construida alrededor de conceptos sociales generales, tales como el yo, el lenguaje, la situación social, el objeto social y los actos asociados a ellos. Después, el investigador “se mueve de los conceptos sensibilizadores al mundo inmediato de la experiencia social real y permite que ese mundo module y modifique su marco conceptual y, de ese modo, el investigador se mueve continuamente entre el dominio de la teoría social más general y los mundos de las personas naturales y reales” (ibídem). Así, los interaccionistas simbólicos buscan explicaciones de ese mundo, aunque ven las teorías explicativas como interpretativas y bien fundamentadas, pero sin rondar los “datos” demasiado ni apoyarse excesivamente en ellos.

Sin embargo, para Denzin, los interaccionistas simbólicos todavía tienen demasiado respeto hacia el mundo empírico y, por esto, él presenta lo que llama un “interaccionismo interpretativo” (1989b), que se orienta hacia una postura que se ubica más bien en el Zeitgeist postmodernista. Los trabajos recientes de Denzin (1989a, 1989b, 1992) son una especie de desconstrucción de los textos que forman la tradición del IS: constituyen una síntesis abreviada y una reformulación compleja del proyecto interaccionista, que explota las intuiciones de la etnografía postmoderna, las críticas feministas al positivismo, la fenomenología hermenéutica y existencial, los estudios culturales y el pensamiento postestructuralista de Foucault y Derrida, al igual que una recuperación y compromiso con el pragmatismo social (Schwandt, 1994, p.133).

Los estudios culturales facilitan la conexión entre, por una parte, el estudio de la creación de sentido en la interacción social, y, por la otra, el proceso de comunicación y la industria de la comunicación “que produce

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y modela los significados que circulan en la vida cotidiana” (Denzin, 1992, p. 96). Los estudios culturales, además, ayudan al interaccionista interpretativo a dirigir su estudio hacia la comprensión crítica de “cómo las personas interactuantes conectan sus propias vivencias con las representaciones culturales de esas mismas experiencias vitales” (p. 74).

De los estudios feministas, el investigador interaccionista aprende que el lenguaje y la actividad de ambos, investigador y respondiente, deben ser leídos de un modo que implique su género y su orientación existencial, biográfica y de clase. Como resultado de esto, “un enfoque de los seres humanos y de la sociedad, dirigido fenomenológica y existencialmente, coloca al “yo”, a la emocionalidad, al poder, a la ideología, a la violencia y a la sexualidad, en el centro de los problemas interpretativos del investigador interaccionista, y éstos son los tópicos que también los estudios culturales interaccionistas deben enfrentar” (ibídem, p. 161).

Finalmente, en la reformulación que hace Denzin (1992), el interaccionismo interpretativo debe comprometerse explícitamente con un criticismo cultural, que utilice los valores de la tradición pragmatista y las intuiciones de la teoría crítica. En una vena verdaderamente descontruccionista, este enfoque implica:

a) “una tendencia a subvertir siempre el significado de un texto, para mostrar cómo sus significados dominantes y negociados pueden ser adversados”;

b) “exponer los significados ideológicos y políticos que circulan dentro del texto, particularmente aquellos que esconden o desplazan prejuicios raciales, étnicos, de género o de clase social”; y

c) “analizar cómo los textos enfocan los problemas de la presencia, las vivencias, la realidad y sus representaciones, y el comportamiento de lo sujetos, de los autores y de sus intencionalidades” (p. 151).

Algunos autores (ver Williams, 1999) realizan una crítica bastante aguda a los planteamientos de Denzin, señalando que ha querido unirlo

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todo (la Escuela interaccionista fenomenológica de Chicago, con la Escuela operacionalista de Iowa, las matemáticas con el sentido, etc.) en un eclecticismo que ofrece poco más que un puesto para todo, generando, con ello, una gran confusión.

El mismo concepto de “triangulación múltiple”, aunque parezca bello e inocente en sí, contiene, como muy bien señala Popper y otros autores (Williams, 1999), una separación “por principio” entre teoría y “datos incontaminados” que es insostenible epistemológicamente, y que, por lo tanto, no puede ser subestimada.

La conclusión teórica de una investigación con el enfoque del IS es bien ilustrada por Garfinkel (1967) en la línea de reflexión que utiliza Mannheim en su “método documental de interpretación”, en el cual se busca “un patrón idéntico u homólogo que subyace en un vasto y variado conjunto de realidades significantes totalmente diferentes”:

El método consiste en tratar la apariencia actual de algo como “el documento de”, como “apuntando hacia”, como “estando en lugar de” un patrón presupuesto y subyacente. El patrón subyacente no sólo se deriva de sus evidencias individuales documentadas, sino que las evidencias documentales individuales, a su vez, son interpretadas sobre la base de “lo que se conoce” del patrón subyacente. Cada uno se usa para elaborar el otro (p. 78).

En nuestras obras (Martínez M., 1999a, 1999c) ilustramos más extensamente todo el proceso de categorización y estructuración que se utiliza, como línea general, en todos los métodos cualitativos, y, por consiguiente, también muy útil en la orientación que siguen la etnometodología y el interaccionismo simbólico.

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Bibliografía

Sobre Etnometodología

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Sobre Interaccionismo Simbólico

Blumer, H., What is wrong with social theory?, American Sociological Review, 19, 1954, 3-10.Blumer, H., Social implications of the thought of G.M. Mead, American Journal of Sociology, 71, 1966.Blumer, H., Symbolic interactionism: Perspective and method, Prentice Hall, Nueva Jersey, 1969.Denzin, N., The logic of naturalistic inquiry, Social Forces, 50, 1971, 166-182.Denzin, N., Interpretive biography, Sage, Newbry Park, CA,1989a.Denzin, N., Interpretive interactionism, Sage, Newbury Park, CA, 1989b.Denzin, N., Symbolic interactionism and cultural studies, Basil Blackwell, Cambridge, Ingl.,1992.Garfinkel, H., Studies in ethnomethodology, Prentice Hall, Nueva jersey, 1967.Geertz, C., The interpretation of cultures: selected essays, Basic Books, Nueva York, 1983.Schwandt, T.A., Constructivist, interpretivist approaches to human inquiry, en Denzin y Lincoln, 1994.Williams, R., Symbolic interactionism: the fusion of theory and research?, en Bryman y Burgess, 1999.

11EL PROBLEMA DE LA MEDIDA

EN PSICOLOGÍA

Néstor Braunstein

Braunstein, et al. (2003). Psicología: ideología y ciencia. Ed. Siglo Veintiuno. México.

p.p. 156-163.

El problema de la medida en psicología

Comenzaremos por puntualizar las cuestiones que tratamos de desarrollar y responder a lo largo de este capítulo:

La cuestión central se refiere a la relación que existe entre la cuantificación de los fenómenos de los que se ocupa la psicología académica y su status como ciencia. Cuestión de fondo que hemos visto impregnando los anteriores capítulos sobre el problema del método, donde ha sido ampliamente debatido. Cuestión critica porque el hecho mismo de la discusión parece una herejía: las matemáticas son indiscutiblemente científicas y su utilización como “método” es, para algunos, una conquista irrenunciable, una prueba de la cientificidad de lo que se estudia.

La cuestión más específica, íntimamente relacionada con la anterior, se refiere a la posibilidad y legitimidad de cuantificar en psicología y acerca del lugar teórico que ocupan las conclusiones basadas en mediciones.

La formulación de los objetivos de este capítulo deja claramente fuera de los mismos el examen de la cientificidad del método matemático en sí. Partiendo de la aceptación de las matemáticas como continente científico constituido, nos interesa la legitimidad de la importación de las matemáticas al campo de la psicología y si basta esa importación para decir que la psicología ha adquirido cientificidad o luce ya hábitos científicos.

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Cuantificación y ciencia

La postulación de que el problema de la ciencia es una cuestión de método, la aceptación de que existía una relación directa y proporcional entre cuantificación y ciencia, entre el uso de este método privilegiado que sería el matemático y la cientificidad de las conclusiones a que se arribe, es solidaria con una determinada concepción de la ciencia y de las características diferenciales del conocimiento científico; la que sustenta el positivismo, movimiento filosófico surgido en la primera mitad del siglo XIX con Augusto Comte, de quien puede consultarse su Discurso sobre el espíritu positivo (1844), que intentaremos caracterizar en sus aspectos más importantes. No se nos escapa el carácter esquemático de este resumen, pero es necesario explicitar de alguna manera sus aspectos centrales para comprender la ideología que impregna a muchos desarrollos y racionalizaciones de la psicología académica, para tomar lo que a nosotros nos interesa:

En primer lugar, el conocimiento científico es caracterizado según un modelo acumulativo. La ciencia se constituiría por un progreso lineal, continuo, sin saltos, desde las primeras etapas, vacilantes pre científicas, hasta etapas más avanzadas de la misma; a las que se habría arribado por simple acumulación de hechos, observaciones, experiencias y verificaciones que habrían permitido “acercarse” más al objeto en cuestión y a la “verdad” oculta del mismo. De allí la importancia que se le concede al método matemático para expresar experiencias y verificaciones que son así consideradas más precisas. Concepción del conocimiento científico que desconoce que él mismo procede a partir de una ruptura, la ruptura epistemológica, la ruptura con las evidencias, con las experiencias cotidianas, con el sentido común, en síntesis, con los ideológico y no en continuidad con ellos, según lo desarrollado ya en los capítulos 1,2 y 5.

En segundo lugar, consecuente con la concepción del conocimiento científico que acabamos de exponer, el positivismo privilegia la observación de hechos. ¿Qué es observar? En el cap. 6

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sobre método experimental y clínico en psicología, ya se adelantó la siguiente proposición: “es la comprobación de los hechos tal y como se presentan espontáneamente “. ¿Y qué son los hechos?: las cosas o acontecimientos abordables por la observación, son fenómenos u objetos de la experiencia. Se trata de la regla fundamental de Comte: “que toda proposición que no es estrictamente reducible al simple enunciado de un hecho, particular o general, no puede tener ningún sentido real e inteligible”. “la pura imaginación pierde así irrevocablemente su antigua supremacía mental y se subordina necesariamente a la observación”.46 El positivismo quedaría caracterizado como un empirismo.

En tercer lugar: ¿para qué observar hechos?, para formular leyes a partir de ellos. Escuchemos a Comte: “la revolución fundamental que caracteriza la virilidad de nuestra inteligencia consiste esencialmente en sustituir en todo la inaccesible determinación de las causas propiamente dichas, por la simple averiguación de leyes, o sea, de las relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados”. 47

No se trata de una simple observación ocasional y ociosa, sino de una observación cuidada y controlada, que nos permitiría hablar de experimentación, para establecer precisamente regularidades en los hechos, regularidades que no abren juicios sobre las causas, ya que éstas para Comte, nos remiten a problemas metafísicos extraños a la ciencia. La deducción de esas regularidades, la formulación de esas leyes deducidas de los hechos, permitiría volver sobre los mismos para explicarlos (circulo vicioso del positivismo) (cap. 5)

En cuarto lugar: ¿Cuál es el objetivo, el “destino de las leyes positivas” para usar las palabras de Comte?: la “previsión racional”. “En esta leyes sobre los fenómenos consiste realmente la ciencia para la que los hechos propiamente dichos, por muy exactos y numerosos que pudieran ser, no significan jamás otra cosa que materiales indispensables”; “el verdadero espíritu positivo consiste, sobre todo, en ver para prever, en estudiar lo que es para deducir lo que será”. 46 Comte, Augusto, Discurso sobre el espíritu positivo, Buenos Aires, Aguilar, 1965, p.54.47 Comte, op.cit., p.55.

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Poder prever y predecir hechos y acontecimientos, permite también aumentar el margen de eficacia en el control de los mismos; de allí la “utilidad” de la ciencia, de allí el “poder” de la ciencia. Esto nos permite señalar cómo esta concepción de la ciencia responde a una determinada demanda social en un momento histórico preciso: ascenso de la burguesía como clase dominante que necesita de un saber “útil”, un saber que sirva a su lucha por el control y el dominio de la naturaleza y de los hombres. Por ello, el positivismo representa algo más que una concepción sobre el quehacer científico, se inscribe en el marco de una ideología de clase, la ideología de la burguesía, en lucha, por aquel entonces, con los restos de la ideología feudal.

En quinto lugar, y para terminar esta breve y esquemática caracterización del positivismo, nos referimos al dogma que lo unificaba: el dogma del progreso. Durante el feudalismo dominaba la creencia en la inmutabilidad del orden establecido, frente a ello la burguesía opuso la creencia en el progreso, donde progreso científico, tecnológico y social, era considerados indisolubles “por su naturaleza absoluta, y, por consiguiente, esencialmente inmóvil, la metafísica y la teología no podrían significar, ni la una ni la otra, un verdadero progreso, o sea un avance continuo hacia una meta determinada”. El lugar de la metafísica y la teología dominantes en la Edad Media, será ocupado por el “espíritu” positivo. Pero a esa formulación del progreso podríamos preguntarle: ¿avance continuo de quién? Augusto Comte nos diría de la “humanidad”. Respuesta que enmascara algo: la división y la lucha de clases que caracteriza la “humanidad”. ¿Cuáles son esas metas a alcanzar? ¿Metas absolutas establecidas de una vez para siempre como objetivos indiscutibles de la “humanidad”? ¿Quién las estableció, cuando, por qué, para qué?

Volviendo a la cuestión que nos llevó a hacer una sintética caracterización de la ideología positivista, para especificar las condiciones y concepción que determinan la creencia en una relación directa y proporcional entre cuantificación y ciencia, podemos ahora avanzar un poco más sobre otros aspectos implícitos en esa postulación:48 Comte, A., op. Cit., p. 59-60.49 Comte, A., op, cit., p. 111.

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La ciencia es concebida como la representación formal del objeto dado empíricamente. Representación formal que haría necesario el código matemático para que pueda hablarse de ciencia. Por este camino se desemboca en la distinción entre ciencias formales y ciencias fácticas. Estas últimas solo podrían alcanzar el rango de las primeras al expresarse en el lenguaje de lo formal, esto es, cuantificando sus resultados y estableciendo leyes o regularidades entre los mismos.

Se considera que la dimensión cuantitativa es inherente a la esencia de los fenómenos y hechos que se ofrecen a nuestra observación, dimensión que puede “extraerse” de ellos aplicando el método cuantitativo a las observaciones y datos obtenidos por experimentación. Se desconoce que la cuantificación es posible cuando se dispone de ese objeto formal y abstracto que es el número, producto de la práctica científica de las matemáticas. Es decir, que el número no surge por un proceso de abstracción-extracción de una dimensión cuantitativa que estaría en la esencia o como escondida en las cosas. La creencia pitagórica en la preexistencia de lo cuantitativo lleva incluso a suponer que el mundo estaría estructurado matemáticamente. Antes de los números decimos “mucho” o “poco”, después de los números, de la producción de ese objeto formal abstracto, decimos “cien” o “cincuenta”.

Si la ciencia es un proceso de acumulación de datos sobre un objeto observado, hay ciencia en la medida que aumenta la precisión, precisión que sería solidaria del método cuantitativo. La expresión numérica de un fenómeno o una relación sería garantía de exactitud en la observación, de rigor en la formulación de la ley y de precisión en los límites de la predictibilidad. De este modo se reduce el problema de la ciencia a una cuestión de método. Es notoria la distancia entre esta posición y la concepción discontinuista materialista explicitada y fundamentada en capítulos anteriores.

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Cuantificación en psicología

Al comenzar nuestro siglo la psicología necesitaba transformarse en un saber “útil” y también mostrarse como ciencia. ¿Cómo hacer para transformar esa disciplina, menospreciada por la “gente de ciencia”, considerada mera especulación filosófica, metafísica, cuando no obra de charlatanes que no merecían crédito ni atención o que, a lo sumo, era vista como una extensión de la fisiología de los sentidos? El status científico alcanzado por otras disciplinas y, en particular, la misma fisiología, ponía de relieve su método, el uso de la experimentación y la cuantificación de los datos. Autores como Marx y Hillix manifiestan: “No debe sorprender que la psicología, que había sido una suerte de prima segunda de la ciencia, se vuelque cada vez más hacia las matemáticas buscando una puerta de acceso a la respetabilidad”.50 George Politzer refiriéndose a la misma situación destaca que esta “pariente lejana” recibía las matemáticas de tercera mano, luego de su amistad con la fisiología quien a su vez la tomó de la física, única ciencia que la recibió directamente.

Es decir, la psicología de la conciencia, impregnada por la ideología positivista dominante a fines del siglo XIX y comienzos del XX, condicionada por una demanda en cuyo centro está la necesidad de observar hechos y sus regularidades, para poder prever, para poder controlar, introduce el método cuantitativo en su campo de acción que, en adelante, y en forma solidaria con el cambio metodológico, será el de la conducta como manifestaciones observables, tratando así de alcanzar el rango de ciencia. Se trataba de cambiar de hábito, en vez de especular había que experimentar, calcular y medir, para lograr respetabilidad, pero, sobre todo, buscando esa “eficacia” que la ideología positivista espera de la ciencia. En el caso de la psicología para el control de la conducta, la meta soñada por ese “revolucionario” de la psicología que fue John Watson.

50 Marx, Melvin y Hillix William, Sistemas y teoría psicológicos contemporáneos, Buenos Aires, Paidos, 1969, p.387

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En términos más inocentes y para aquéllos que no intenten leer entre líneas los únicos objetivos perseguidos serían:

Objetividad, prescindiendo al máximo en los juicios y observaciones del punto de vista del observador.Comparabilidad de los datos obtenidos en distintos momentos y por distintos observadores.Comunicabilidad de los mismos usando ese “lenguaje” universal que serían los números.y, sobre todo, verificabilidad de las conclusiones elaboradas. Volveremos más adelante sobre el significado de esa palabra “verificabilidad”.

¿Qué es medir?

La definición más sencilla nos dice que medir es asignar números a objetos o acontecimientos de acuerdo con ciertas leyes. El proceso según el cual “el hecho se vuelve número” según A. Badiou.51

Es comparar un objeto o acontecimiento con una escala o unidad de medida, el metro por ej., que es arbitraria y convencional. La comparación debe respetar ciertas reglas y de ese proceso de medición se obtiene un resultado, un número que expresa cuán-tas veces el objeto o acontecimiento contiene la unidad de medida.

Así, los elementos distinguibles en el proceso de la medición son:

Un instrumento o escala de medida. Ejemplo el metro. En el caso de la psicología, los tests mentales (sus haremos) a los que dedicamos un capítulo aparte.

Una técnica de medición que está en función del instrumento y de las propiedades del objeto a medir. Así, no se puede medir la altura de

51 Badiou, Alain, El concepto de modelo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972, p.25.

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una persona con una balanza, es necesario el metro y el sistema decimal, y es preciso usarlo correctamente, por ej., ponerlo vertical a partir del punto de apoyo en que está el sujeto en cuestión parado y paralelo al mismo. E n el caso de la psicología los manuales de los tests mentales son fundamentalmente el conjunto de técnicas o procedimientos para su uso correcto.

El sistema de los números, sobre cuyo concepto aclararemos algo más en el párrafo siguiente.

Establecimiento y justificación a priori del cumplimiento de la regla del isomorfismo, sobre la que también volveremos enseguida, sin la cual no hay medición aunque se haya procedido a asignar números a objetos o acontecimientos.

Análisis y reflexión en torno a los datos numéricos que aporta nueva información al permitir la interpretación de los datos obtenidos sobre el fenómeno en cuestión. Para ello, se opera sobre el sistema de los números y se usan modelos matemáticos que, gracias al isomorfismo o correspondencia previamente definido, hace posible obtener nueva información sobre el fenómeno en estudio por el método hipotético-deductivo.

¿Qué son los números?

Una exposición amplia de este tema nos alejaría de la problemática que nos ocupa y tendría que encuadrarse en el marco de una reflexión epistemológica sobre las matemáticas y de una consideración de la historia de dicha ciencia.

Sólo nos interesa aquí precisar lo siguiente: los números son objetos formales abstractos, productos de una práctica científica. Esa práctica fija sus propiedades y los designa con signos que en nuestro idioma son uno, dos, tres, etc. Es decir, el número no es una abstracción de la cosa contada, no es un atributo de la cosa contada a la cual estaría

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estrechamente ligado; es lo que permite contar las cosas, lo que abre la dimensión de la magnitud. Un “montón de piedras” es un “concreto real”; “cien piedras” es el concreto de pensamiento que me permite dar cuenta de ese concreto real, pero que no es ni está oculto en ese concreto real, “cien piedras” no es el “montón de piedras”. Es inútil buscar el número “100” entre las piedras. El número es aportado por la actividad científica de los matemáticos que está ya incorporada al patrimonio cultural de los sujetos individuales que cuentan objetos. Tampoco es una entidad mágica o metafísica que ordene el caos de lo fenoménico. Por ser una producción científica integra un verdadero sistema conceptual que elimina la arbitrariedad en la utilización de esos signos.

La regla del isomorfismo

Medir es asignar números de acuerdo a ciertas reglas. La más importante de estas reglas es la del isomorfismo. Según ella, para que la medición tenga validez debe haber una correspondencia entre las propiedades del fenómeno a medir y las propiedades del número que, como ya hemos planteado, están determinadas por una ciencia, las matemáticas, que eliminan la arbitrariedad en el uso de los mismos si se quiere que el signo del número siga significando un número.

12INTRODUCCIÓN

EL MÉTODO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Celestino del Arenal

Arenal, C. (1990). Introducción a las Relaciones Internacionales. Ed. Tecnos.

Madrid, España. 3a. edición. pp. 453-461.

Introducción el método en las relaciones internacionales

Si hasta ahora hemos tratado de exponer qué son las relaciones internacionales y cuál debe ser, en consecuencia, el sentido de esa ciencia, hemos de señalar igualmente cómo el científico llega a conocer esa realidad, pues una cosa es el sector de la realidad social que hemos acotado como objeto de estudio y otra los medios y cauces que se han de utilizar para su conocimiento. Lo propio del método es ayudar a comprender no tanto los resultados de la investigación científica, como el proceso de investigación mismo.

En cualquier caso, como señalara SCHULE, refiriéndose al derecho internacional, pero aplicable a las relaciones internacionales, no hay separación entre teoría y método, entre el concepto y la metodología, por el contrario, existe una relación necesaria entre un determinado objeto y el método utilizado, pudiendo decirse que, en última instancia, el concepto que se haya adoptado de una determinada ciencia condiciona los cauces del conocimiento científico52. REYNOLDS, en igual sentido, manifestará que «una clara distinción entre método y teoría no es posible, pues todo tipo de análisis está sujeto a postulados teóricos estén explícitos o no [...]. Consecuentemente la investigación está condicionada por la teoría. El uso de un método es en realidad la aplicación, antes que el origen, de la teoría»53.52 SCHULE, A., «Methoden des Volkerrechts», Archiv des Vólkerrechts, vol. 8 (1959-1960), p. 135.53 REYNOLDS, Charles, Theory and Explanalion in International Politics, Londres, 1973, p. 63.

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Esta imposibilidad de distinguir claramente entre teoría y método hace que sea necesario introducir la noción de «técnica». De acuerdo con KAPLAN, los métodos «son principios lógicos o filosóficos suficientemente específicos como para estar relacionados con la ciencia en cuanto hacer distinto de otras empresas e intereses humanos. De esta forma, los métodos incluyen procedimientos tales como la elaboración de conceptos e hipótesis, la realización de observaciones, mediciones y experimentos, la construcción de modelos y teorías, la explicitación de explicaciones y la realización de predicciones»54. De otro lado, las técnicas son «los procedimientos específicos [...] utilizados en una ciencia dada o en un contexto particular de indagación de esa ciencia»55. Todo proceso de investigación exige la utilización de procedimientos operativos rigurosos, adaptados al tipo de fenómeno que se estudia y al objetivo que se persigue. Existe, pues, una clara interdependencia entre métodos y técnicas, pero deben distinguirse de forma precisa como única forma de enfocar correctamente la cuestión que nos ocupa. Como señala GRAWITZ, «la técnica representa las etapas de operaciones limitadas, ligadas a elementos prácticos, concretos, adaptados a un fin definido, mientras que el método es una concepción intelectual que ordena un conjunto de operaciones, en general varias técnicas»56.

Hemos dicho al formular el concepto de relaciones internacionales que la ciencia de las relaciones internacionales es teoría de la sociedad internacional en cuanto tal. Con ello estamos ya formulando nuestra concepción metodológica, pues la realidad objeto de estudio y el enfoque científico adoptados condicionan el enfoque metodológico.

Frente a aquellos estudiosos de las relaciones internacionales para los que el problema del método es un problema accidental que

54 KAPLAN, Abraham, Time Conduct of lnquiry. Methodology for time Behavioral Science, San Francisco, 1964, p. 23. Vid., también: GRAWITZ, Madeleine. Méthodes des sciences sociales, 2.” ed., París, 1974, pp. 331-333.

55 KAPLAN, Abraham, op. c/í., p.19.56 GRAWITZ, Madeleine, op. cit, p. 333.

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57 Vid.: NICHOLSON, Michael, «Methodology», en M. LIGHT y A. J. R. GROOM (eds.), International Relations. A handbook of Current Theory, Londres, 1985, pp. 90- 99, y «The Methodology of International Relations», en S. SMITH (ed.), International Relations, British and American Perspectives Oxford/Nueva York, 1985, pp. 56-70.

no tiene por qué ocupar el esfuerzo investigador del internacionalista, nuestro punto de partida es radicalmente distinto, pues estimamos que la indagación metodológica es el camino que permite estructurar el conocimiento científico de la realidad objeto de estudio.

Además, en el campo de las relaciones internacionales la cuestión del método ha jugado un papel especial, tanto por la propia evolución histórica del estudio de las relaciones internacionales como por el debate teórico-metodológico que ha caracterizado sus más recientes desarrollos57.

Al estudiar la génesis de las relaciones internacionales como disciplina científica tuvimos ya ocasión de ver cómo el método de análisis ha ido íntimamente ligado a la evolución «científica» del estudio de las relaciones internacionales, a través del derecho internacional, la historia diplomática y la diplomacia, que proporcionaban sus métodos particulares. Posteriormente, una vez establecidas las relaciones internacionales como disciplina científica, ha sido la ciencia política la que ha impuesto su metodología. El resultado ha sido una clara inadecuación entre la realidad que debe estudiarse, la sociedad internacional, y los métodos aplicados para ello, como ya hemos visto.

Al mismo tiempo, y no menos importante, esa exportación de métodos desde la ciencia política a las relaciones internacionales ha traído consigo, en general, un abandono del intento de elaborar una teoría general de las relaciones internacionales y una atención desmedida a lo que se han llamado teorías «intermedias», que no eran sino simples métodos en el mejor de los casos, cuando no simples técnicas. El propio debate entre tradicionalistas y cientifistas era más un debate metodológico que una polémica teórica propiamente dicha. En este sentido, cuando en 1969, KNORR y ROSENAU definan los

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58 KNORR, Klaus, y ROSENAU, James N., «Tradition and Science in the Study of International Politics», en K. KNORR y J.N. ROSENAU (eds.),Contending Approaches to International Politics Princeton N J 1969.

59 WALTZ, Kenneth N., Theory of International Politics, Reading, Mass., 1979, p. 1360 SCHWARZENBERG, R. G., Socíologie Politique, París, 1974, p. 18.

principales aspectos del gran debate que dividía a los tradicionalistas y a los partidarios del enfoque científico en el estudio de las relaciones internacionales, no dudaron en afirmar que «no es la sustancia de la política internacional lo que es objeto de controversia. El problema central es el modo de análisis y no el objeto mismo»58. Todo ello pone de manifiesto que las relaciones internacionales en su desarrollo como ciencia han estado más preocupadas por cuestiones metodológicas, o si se prefiere técnicas, que por la teoría propiamente dicha, o mejor, más por los métodos de análisis que por la realidad que debía estudiarse, con lo que se explicarían muchos de los defectos y carencias que hemos visto. No puede extrañar así que WALTZ afirme que «la mayor parte de los estudiosos de la política internacional no han observado el proceso de indagación requerido. Peor todavía, no han sido capaces de establecer cuál podría ser el proceso requerido de sus indagaciones. Se han preocupado mucho por los métodos y poco por la lógica de su uso. Esto invierte la verdadera prioridad de la empresa, pues una vez se adopta una metodología, la elección de los métodos se transforma meramente en una cuestión táctica»59. Se trata de lo que SCHWARZENBERG ha denominado el imperialismo de la metodología, que tiene lugar «cuando son los problemas los que se adaptan a los métodos y no a la inversa»60.

De esta forma nos encontramos en nuestro campo con que una parte importante de las «teorías» desarrolladas lo han sido al margen del objeto de estudio de nuestra ciencia y de un planteamiento teórico de base nacido del mismo, lo que explica en gran medida su pobreza intelectual y teórica y la enorme fragmentación teórica existente, y, en definitiva, lo poco que se ha avanzado en el camino de una teoría de las relaciones internacionales.

Se impone, pues distinguir el método de las técnicas de investigación y elevar el método a su justo lugar, ya que éste, como afirma

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PEÑA, aunque nos sirve para determinar las técnicas, «debe brindamos ante todo una concepción del mundo, o sea, el cómo vamos a percibir las cosas y los procesos, y a partir de esto nos debe servir como el «hilo» conductor para penetrar en las cosas, encontrar su esencia, descubrir la razón de ser de los procesos y entender su desarrollo y transformación. Por lo tanto, el método va a descubrir, no a crear, la realidad concreta y objetiva de las cosas. En este sentido, la creación científica del conocimiento se va a encontrar determinada en última instancia por el método de estudio y el substratum filosófico que éste contenga»61.

El problema del método no es, pues, un problema baladí en las relaciones internacionales. En toda ciencia es evidente la necesidad de un marco metodológico general tanto para la aprehensión de la realidad que se estudia como para la creación de teorías que reflejen esa realidad. Pero bien entendido que un método de conocimiento no se agota en sí mismo, sino que es el camino para llegar a actuar sobre esa misma realidad.

En el estudio de la realidad social se pueden esquemáticamente distinguir tres orientaciones fundamentales teórico-metodológicas62.

En primer lugar, la orientación representada por las teorías que podríamos llamar esencialistas, cuyo objetivo es el descubrimiento de la esencia de la naturaleza del hombre y de las diversas entidades sociales, bien mediante una reflexión filosófica que se sitúa a nivel de un conocimiento racional Fundado en una racionalidad supra empírica, bien a través de una comprensión intuitiva. Lo que generalmente las caracteriza es el papel que juega el deber ser, de ahí su naturaleza frecuentemente normativa.

En segundo lugar, la orientación teórica empírica, de acuerdo con la cual una teoría es un conjunto coherente de proposiciones sometidas a verificación por confrontación con los hechos. Su objetivo 61 PEÑA GUERRERO, Roberto, «La alternativa metodológica para la disciplina de las relaciones

internacionales: la dialéctica», en El estudio científico de las relaciones internacionales. México, 1978, 140-141.

62 Vid.: BRAILLARD, Philippe.,Théories des relations internationales, París, 1977, pp. 15-16.

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no es descubrir la esencia de las cosas, sino presentar un conjunto de proposiciones generales que permitan explicar los diversos comportamientos, interacciones y procesos en el plano social. Para lograr tal fin estas teorías suponen una descripción y una clasificación de los datos y tienden a una previsión de los fenómenos que explican.

En tercer lugar, la orientación teórica que parte del método histórico-dialéctico, abordando la sociedad como totalidad y que busca poner de manifiesto sus antagonismos estructurales y contradicciones y poner al día, a través de una hermenéutica de sentido objetivo de la historia, las leyes dialécticas de ésta. En esta perspectiva, la teoría, además de instrumento de conocimiento, es instrumento de acción en la realidad social.

En el campo de las relaciones internacionales estas tres grandes orientaciones están presentes, pero han jugado también un papel relevante desde un punto de vista histórico. ORTIZ-ARCE, en esta misma línea, ha puesto de manifiesto cómo la evolución y dinámica de la sociedad internacional ha repercutido tanto en el concepto como en el método. En una primera fase, propia de una sociedad internacional geográficamente reducida, como la europea, cristiana o civilizada, compuesta por grupos sociales relativamente homogéneos, caracterizada por estructura de yuxtaposición entre Estados y determinada por el exclusivismo estatal y los objetivos de estabilidad y statu quo, «el método como vía de conocimiento resultaba abrumadoramente menos importante que el método como vía de construcción; en otros términos: al perderse de vista generalmente las realidades económicas, sociales, políticas, en favor de los vaciados formales, de los conceptos y categorías abstractas, se produjeron grandes construcciones de matiz idealista alejadas de la realidad [...]»63. El desarrollo de las grandes corrientes metodológicas iusnaturalista, racionalista y positivista responden a esa realidad. En una segunda fase, en la que la sociedad internacional establece nuevos

63 ORTIZ-ARCE DE LA FUENTE, Antonio, «Consideraciones metodológicas en Derecho Interna-cional Público (I)», Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, n. 6 0 (1980), p. 23.

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marcos de cooperación y se organiza parcialmente, experimenta un proceso de universalización y de ampliación del número de actores, diferenciados y heterogéneos, el método como vía de conocimiento de la realidad social aparece con más relieve que el método como vía de construcción. Con la marginación de las elaboraciones formales y abstractas derivadas del positivismo «se entra en la nueva fase que parte principalmente del análisis de la realidad social. En torno a ésta se pueden retener los métodos sociológico, axiológico realista y dialéctico, que, con diferente alcance y período de aparición, caracterizan el cuadro europeo de un modo progresivo tras la primera guerra mundial»64.

TRUYOL ya señaló que «el antagonismo metodológico que en la teoría general del conocimiento opone el racionalismo y el empirismo, se manifiesta en la teoría de las relaciones internacionales bajo la forma de un antagonismo entre el “idealismo” y el “realismo”, siendo el primero el heredero del racionalismo de la Ilustración, que operaba deductivamente desde postulados a priori y singularmente desde el supuesto de un estado de naturaleza, y el segundo fruto de la reacción del empirismo positivista»65. Tal afirmación con ser exacta debe entenderse en sus justos términos, es decir, deja al margen el materialismo-dialéctico en cuanto método de conocimiento, que supone en cierta medida una superación de ese antagonismo y un planteamiento del problema desde una óptica diferente.

Nuestra propuesta metodológica, en función de la realidad objeto de estudio, la sociedad internacional, y del planteamiento teórico expuesto, no puede ser otra que la que, tomando como marco general el método dialéctico, desemboca en la metodología propia del enfoque sociológico-histórico, único que permite utilizar plenamente la categoría de totalidad como expresión de la realidad y como vía de aprehender la misma. PIAGET ha señalado, refiriéndose a las ciencias nomotéticas del hombre, entre las que, en nuestra opinión, deben situarse las 64 ORTIZ-ARCE DE LA FUENTE, Antonio, «Consideraciones metodológicas... (II)», op. Cit. n ° 6 1

(1980), p. 69.65 TRUYOL, Antonio, La teoría de las relaciones internacionales como sociología (Introducción

al estudio de las relaciones internacionales), 2da. ed. revisada y aumentada, reimpresión con una Bibliografía adicional, Madrid, 1973, p. 72.

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relaciones internacionales, que el factor esencial en el desarrollo científico «ha sido la tendencia a la delimitación de problemas, con las exigencias metodológicas que esto lleva consigo», es decir, que «la fase científica de la investigación empieza cuando el investigador, separando lo verificable de lo que es reflexivo o intuitivo, elabora métodos especiales, adaptados a su problemática, que sean a la vez métodos de análisis y de verificación»66.

Desde esta óptica, sólo la sociología y la historia, adaptadas a la realidad que se pretende estudiar, pueden dar cuenta de los fenómenos sociales totales. Como establece GRAWITZ, «la historia presenta una sucesión de fenómenos sociales totales, en lo que tienen de único en su género, de irremplazable [...]. El objeto de la sociología es la tipología de los fenómenos sociales totales, tipología que [...] tiende a captar una realidad bastante indistinta para acentuar sus diferencias. El método sociológico alcanza, pues, un resultado discontinuista sobre un objeto relativamente continuo. El método histórico, por el contrario, va a llenar las lagunas de los hechos y acontecimientos, apoyándose sobre un tiempo, quizá artificialmente reconstruido, pero asegurando una continuidad, una trama a los fenómenos». De hecho, ambos se complementan67.

De esta forma, el método sociológico permite, más adecuadamente que otros, aproximarse a la realidad de las relaciones internacionales, no requiriendo el uso de metáforas que distorsionan la realidad. Además, es más comprensivo, en cuanto que toma en consideración todos los fenómenos que son sociales. Finalmente, es un método fundamentalmente empírico que trata de comprender la realidad en sí misma. Nuestra teoría debe derivarse directamente de la observación, antes que de la intuición o postulados a priori, debe partir de un planteamiento empírico, de un conocimiento de la realidad internacional. Por su parte, el método histórico permite aprehender la sociedad

66 PIAGET, Jean, «La situation des sciences de l’homme dans le systéme des sciences», en AAVV, Tendances principales de la recherche en sciences sociales et humaines-Partie I: Sciences Sociales, París/La Haya, UNESCO, 1970; versión castellana: «La situación de las ciencias del hombre dentro del sistema de las ciencias», en AA. VV, Tendencias de la investigación en las ciencias sociales, trad. de P Castrillo, Madrid, 1973, pp. 6 0 y 63.

67 GRAWITZ, Madeleine, op. cit., pp. 421 - 422.

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68 FRJEDLANDER, Saúl, y COHÉN, Raymond, «Réflexions sur les tendances actuelles de la re-cherche en relations internationales», Revue Internationale des Sciences Sociales, vol. 26 {1974), p. 52. Vid. también: DEUTSCH, Karl W., «La théorie des systémes et la recherche comparative», Revue Internationale des Scien-ces Sociales, vol. 37 (1985), pp. 5-19; y LISLE, E. A., «Les comparaisons internationales comme méthode de validation en sciences sociales», ibídem, pp. 21-32.

69 DUVERGER, Maurice, Methodes des Sciences Sociales, París, 1961; versión castellana: Mé-todos de las ciencias sociales, trad. de A. Sureda, 10. ed., Barcelona, 1978, pp. 411- 412.

internacional en su propia dinámica evolutiva, lo que posibilita el estudio de sus procesos de cambio y conflicto. Pero método histórico en un doble sentido. De un lado, como historia sucesión, como explicación histórica del devenir de la sociedad internacional y de sus procesos y cambios, en el que la noción de tiempo juega un papel decisivo. De otro, en la línea del método genético, que busca la génesis de los acontecimientos, en el que el tiempo es secundario, es decir, es el subproducto de una génesis que tiene su propio ritmo y que busca la causalidad de los hechos mismos. El método histórico, además, nos capacita para comparar, para identificar las variables que han influido en el carácter de las distintas sociedades internacionales a través del tiempo y en el comportamiento de los actores dentro de las mismas.

El estudio de las relaciones internacionales exige en consecuencia el método comparativo. Si ya Augusto COMTE y Emilio DURKHEIM afirmaron que la comparación constituye el método fundamental de las ciencias sociales, recientemente FRIEDLANDER y COHÉN han señalado que «es el único método posible si se quiere que la teoría escape al dominio de lo particular y adquiera un alcance suficiente para permitir la comprensión de las estructuras y de los procesos subyacentes»68. Ante las dificultades que presenta la experimentación en el campo de las ciencias sociales, la comparación es el único método que permite al teórico analizar el dato concreto, establecer los elementos constantes y generales. En definitiva, como apunta DUVERGER, al análisis de las semejanzas y diferencias entre las sociedades y las instituciones constituye el medio más apropiado para el descubrimiento de leyes sociológicas»69. El peligro del mismo consiste en la realización de comparaciones artificiales, si no existe una cierta analogía entre los fenómenos comparados, lo que exige una especial atención por parte del investigador. Ello supone que la aplicación principal del método comparativo

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deberá tener lugar una vez los fenómenos objeto de la comparación han sido adecuadamente descritos, identificados e interpretados.

En definitiva, todas las consideraciones anteriores sobre el método nos llevan a la necesidad de aplicar el método dialéctico como marco metodológico general. GRAWITZ no ha dudado en decir que el método dialéctico es el más completo, «por no decir EL método, porque se corresponde a las exigencias fundamentales de la noción misma del método. Es, en primer lugar, una actitud frente al objeto: empírica y deductiva... Representa, en segundo lugar, un intento de explicación de los hechos sociales, es decir, que está directamente ligado a la noción de totalidad»70. Noción que, como hemos señalado, es indispensable en la construcción de una teoría de las relaciones internacionales.

FLORES OLEA señala que la aprehensión de la realidad tal como es «consiste en la división de la unidad y en el reconocimiento de sus momentos contrarios como partes constitutivas de dicha unidad, de dicha totalidad. El todo contiene a las partes y cada una de las partes, al mismo tiempo, contiene a las otras partes y a la unidad como totalidad dialéctica. La forma general del movimiento dialéctico expresa la contradicción de los momentos y su reconstrucción en una unidad totalizadora, así como el pensamiento que conoce ese proceso. El común denominador de la dialéctica es precisamente la categoría de totalidad, como unidad integrada por momentos contradictorios y complementarios entre sí. Esta forma general del movimiento dialéctico expresa no sólo la estructura de la realidad —como estructura dinámica, histórica—, sino el camino que debe seguir el pensamiento humano para aprehender científicamente esa realidad»71. Así, uno de los principales méritos del método dialéctico es que pone el acento sobre la unidad 70 GRAWITZ, Madeleine, op. cit, p. 447.71 FLORES OLEA, Víctor, Política y dialéctica. Introducción a una metodología de las ciencias so-

ciales, 2da.ed., México, 1975, p. 43. Vid., también, en la misma línea: GONIDEC, R f. Relations Internationales, 2da. ed., París, 1977, pp. 16-19. Este autor señala que el método dialéctico «se interroga, primero, sobre el sistema social mismo considerado como totalidad. Define su naturaleza, las características esenciales y a continuación utiliza la comprensión del sistema social para explicar sus diferentes partes» y poner de manifiesto la causalidad existente (ibí-dem, p. 18).

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72 PEÑA GUERRERO, Roberto, op. cit. p. 150.73 FLORES OLEA, Víctor, op. cit., p. 51. Vid., también: GONIDEC, P E, op. cit., pp. 19-21.

de los fenómenos, de la realidad, sobre la idea de totalidad, en vez de realizar en el seno de la realidad un corte artificial que conduce a aislar los diferentes aspectos y fenómenos sociales, pues la realidad social, y en consecuencia la realidad internacional, está constituida por una variedad de hechos entre los que existe una relación dialéctica, así como entre los hechos y la totalidad. De esta forma, de acuerdo con PEÑA, es posible «concebir la realidad internacional como un todo estructurado y dialéctico en el cual puede ser comprendido racionalmente cualquier fenómeno o hecho internacional»72.

El método dialéctico, además, nos aporta un importante elemento en orden a la compresión de la realidad, de cuyo significado ya nos hemos hecho eco al exponer las bases de una teoría de las relaciones internacionales, la noción del cambio universal y constante, pues, como señala FLORES OLEA, «la dialéctica es la ley del movimiento histórico, el proceso de totalización de una infinidad de momentos concretos —en relación y en oposición unos con otros— con una dinámica constante que se manifiesta, al unísono, en sentido horizontal y en sentido vertical73.

Por otro lado, ese carácter total de la visión de la realidad nos permite resolver la cuestión de la incorporación e integración de las aportaciones teóricas, métodos y técnicas que se producen tanto dentro del campo de las relaciones internacionales como en otras ciencias sociales.

En las relaciones internacionales se plantea, por sus especiales características, con especial énfasis una cuestión metodológica que se hace patente a través de un doble fenómeno. De un lado, a través del carácter multidisciplinario o transdisciplinario de relaciones internacionales. De otro, a través de la parcelación teórico-metodológica a que las relaciones internacionales están actualmente sometidas, como consecuencia de la complejidad y globalidad de su objeto y juventud científica. La teoría de las relaciones internacionales investiga un sector

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de la realidad social que es también objeto de consideración por parte de otras disciplinas, si bien lo hace de una óptica peculiar que es la de la sociedad internacional en cuanto tal. Ello significa que las relaciones internacionales deben contar con los datos aportados por otras disciplinas y, en consecuencia, que no pueden ser ajenas a las aportaciones y métodos o técnicas características de cada una de ellas. Ante esta cuestión el método dialéctico en cuanto actúa como integrador de las aportaciones científicas que contribuyen a un mejor conocimiento de la realidad social, nos permite incorporar las teorías y técnicas que se formulan desde otras ciencias sociales, pero relativizando su validez y sometiendo a crítica sus resultados. MESA , acertadamente, ha dicho, refiriéndose al método dialéctico, que nos proporciona «una visión total de la realidad internacional, un conocimiento complejo en el que se conjugan los saberes proporcionados por otras fuentes del conocimiento, pero nunca como compartimentos estancos, sino articulados puestos en conexión unos con otros»74.

Lo mismo cabe decir respecto del parcelamiento teórico-metodológico que caracteriza actualmente la teoría de las relaciones internacionales. En este caso el método dialéctico puede actuar como marco integrador sobre la base también de su relativización y consideración crítica.

Los dos fenómenos teóricos apuntados actúan, pues, en idéntico sentido metodológico, poniendo de manifiesto la necesidad de establecer un marco metodológico general proporcionado por el método dialéctico, que haga operativo y relevante el estudio de la realidad internacional.Finalmente, queremos hacer notar que el método no se agota en sí mismo. Aunque su función es permitirnos conocer la realidad, debe aspirar a un objetivo superior pues de otra forma, como señala MESA, «el especialista de las relaciones nacionales se convierte irremisiblemente en un “ingeniero social” del medio internacional»75. En este punto, el método dialéctico, al permitimos conocer la realidad internacional como

74 MESA, Roberto, Teoría y práctica de las relaciones internacionales. 2da. ed., Madrid, 1980, 82-283.

75 MESA, Roberto, ibídem, p. 281.

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76 SCHWARZENBERGER, Georg, Powers Politics. A Study of International Society. Londres, 1941, 2da. ed., 1951; versión castellana: La política del poder. Estudio de la sociedad interna-cional, trad. de J. Campos y E. González Pedrero, México, 1960, p. 5.

77 TRUYOL, Antonio, op. cit., pp. 73 -74.

totalidad con sus contradicciones, nos da las bases para desarrollar nuestro compromiso con los fenómenos internacionales que estudiamos, nos faculta para conocer la realidad en el sentido de progresar en su transformación. No debemos dar, como ya hemos puesto de manifiesto, que la teoría de las relaciones internacionales debe ser medio para un mejor entendimiento de las relaciones humanas con la mirada puesta en la libertad, la justicia y la paz. SCHWARZENBERGER ya señaló si en el estudio de las relaciones internacionales se impone un enfoque primordialmente empírico, ello no equivale a una indiferencia axiológica con respecto de la realidad, no constituye «una excusa para exigir un análisis crítico de la sociedad internacional actual. En otras palabras, una exposición realista de lo que es es perfectamente compatible con puntos de vista constructivos acerca de lo que puede o lo que debería ser»76. En suma, como concluye TRUYOL, «sólo una comprensión de la realidad a partir de la realidad misma permitiría también actuar sobre ella y orientarla en el sentido debido [...]. Las convicciones de los hombres acerca de lo que debe ser son un ingrediente de la propia realidad, en cuanto realidad humana, y han de ser tenidas en cuenta como factor operante»77.

Desde esta perspectiva que venimos desarrollando, que parte de la distinción entre el método y los métodos de trabajo y técnica de investigación, la elección de un método en el estudio de las relaciones internacionales no supone de ninguna forma la exclusión de otros métodos y técnicas que el análisis de una realidad tan compleja y amplia como la sociedad internacional exige para su adecuada comprensión. En este sentido, la elección de los mismos dependerá del objeto concreto y del propósito de la investigación, siendo necesario en muchos casos combinar métodos y técnicas diversas para llegar a resultados válidos.

Las consideraciones realizadas en tomo al método en las

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relaciones internacionales nos llevan a una última cuestión, la de la dificultad, por no decir imposibilidad, de estudiar las relaciones internacionales, y de avanzar realmente en el camino de una teoría de la sociedad internacional que dé respuesta a los graves problemas de nuestro mundo, en un plano exclusivamente individual, dada su complejidad y globalidad y el carácter transdisciplinario que tienen. Se impone un trabajo de equipo, multidisciplinario, que sólo un Departamento de Estudios Internacionales o un Instituto o Centro de Relaciones Internacionales, dotado de los medios personales y materiales necesarios, puede proporcionar. En caso contrario, nos seguiremos moviendo a niveles de análisis y de construcción teórica que no permiten avanzar sustancial y significativamente en el estudio de una realidad, la internacional, que está condicionado y gravitando vitalmente sobre nuestra existencia como seres humanos.

Desgraciadamente todavía en España no existe un Instituto o Centro de esas características. Mientras esta situación continúe, difícilmente nuestro país podrá avanzar en el camino de una teoría de las relaciones internacionales y del análisis científico internacional y con ello en el conocimiento de la realidad y los problemas internacionales. En definitiva, mientras no se desarrollen los estudios internacionales en España difícilmente podremos hacer realidad el objetivo que debe guiar nuestro quehacer como internacionalistas: avanzar en la configuración de un mundo más justo, libre y en paz.

13CIENCIA

Y RELACIONES INTERNACIONALES

Rubén Cuellar

Cuellar, R. (2009). Ciencia y Relaciones Internacionales.

Revista Multidisciplina de la facultad de estudios superiores Acatlán. Número 3 febrero-marzo 2009.

pp. 54-74.

Ciencia y relaciones internacionales

Las Relaciones Internacionales

La “cientificidad” de la disciplina RRII

En buena parte de los estudios disciplinarios en RRII es una práctica común determinar como premisa que las Relaciones Internacionales son una ciencia, y que pertenece al grupo de las “ciencias sociales”, sin esclarecer las implicaciones teóricas y conceptuales de estas afirmaciones. Las Relaciones Internacionales, en un sentido rígido, son una disciplina no-científica no sólo porque en las investigaciones se desestima el uso del método científico, sino porque además en sus estudios disciplinarios se usan tantos métodos como investigaciones se desarrollan, es decir, se practican métodos heterogéneos78 en la actividad de investigación, lo que le impide identificar una trayectoria de progreso de la disciplina. Esta heterogeneidad metodológica complica su progreso disciplinario. Múltiples métodos y diversos objetos de estudios representan riqueza en recursos para el estudio disciplinario, pero no fortaleza científica.

78 El caso del objeto de estudio lo abordamos desde el punto de vista de la ciencia como una refe-rencia para el caso de las Relaciones Internacionales. En este ensayo no se pretende agotar la discusión sobre el objeto de estudio disciplinario, pero sería indispensable abrir más líneas de estudio sobre éste y otros elementos disciplinarios en las Relaciones Internacionales actuales.

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Aún es necesario un estudio serio acerca de las potenciales bondades de una heterogeneidad disciplinaria, pues sin duda habrá en ello ciertas ventajas ante otras áreas que, en este aspecto, sólo siguen un camino. Quizá la riqueza de un cuerpo heterogéneo estribe en esas diversas formas de proceder, aunque ello conduzca, sin embargo, a resultados diferentes para un mismo objeto de estudio.

Una disciplina científica tiene un objeto de estudio claramente identificado, representativo de una sección de la realidad, y que integrada al cuerpo de la ciencia, donde confluyen las demás disciplinas, interactúa para entender, aprehender y explicar la realidad en sus partes y en su totalidad.

La ciencia estudia la realidad, de por sí variada y en constante cambio, mediante modelos parciales adecuadamente interconectados y conjugados, y no a través de uno solo de ellos; modelos que son productos del trabajo disciplinario en un frecuente ajuste con la realidad (a su vez en constante transformación), pero también de la amplitud y la profundidad del instrumental teórico y conceptual con que cuenta la ciencia y sus disciplinas.79 Sobre esta dinámica, las disciplinas no-científicas podrían construir en conjunto una riqueza conceptual y teórica, al explicar con ese potencial una parte sustancial de la gran realidad en la que está inmerso el ser humano. El reto aquí es contar con un referente básico que permita estimar adecuadamente el desarrollo, los avances y los aportes de la disciplina RI al corpus cognoscitivo en general.

En particular aquellas disciplinas relacionadas con “lo social” podrían conformar una heterogeneidad metodológica, y las Relaciones Internacionales serían el lugar común, el punto que integra, el centro de interacciones y demás vínculos disciplinarios. Sin embargo, aún prevalece la idea de que las Relaciones Internacionales como rama de estudio está compuesta sólo con las partes “internacionales” de

79 Véase Francisco Dávila, Teoría, ciencia y metodología en la era de la modernidad, México, Fontamara, 1996, pp. 136-137.

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las disciplinas “sociales” como historia, geografía, política, derecho, economía, sociología, entre otras80 (Figura 1). Lo inconveniente aquí es, además de la enorme diversidad metodológica —incluso la inexistencia de ésta—, los distintos propósitos y objetos de estudio81 que todas ellas le imprimen. Ello complica la conjugación o la interacción coherente de las estructuras disciplinarias, lo que de paso constituye un reto a superar por la disciplina Relaciones Internacionales.

La ciencia representa, por su parte, la unidad de las disciplinas y el lugar natural de sus planteamientos y nuevos descubrimientos, y no el aglutinante externo a ellas; la ciencia no es solamente un refugio ni quien establece directrices ni dicta reglas de investigación; no exige arbitrariamente el establecimiento de una teoría o de un lenguaje común a todas ellas. De alguna forma la ciencia es el rector disciplinario que no establece políticas ni lineamientos estrictos a seguir por las disciplinas que la integran, pero simboliza la guía de la investigación científica. Tanto el método como los demás componentes de la estructura científica son, en estricto sentido, modelos ideales, los cuales constituyen la columna vertebral de los estudios e investigaciones científicas.

80 Celestino del Arenal, Introducción al estudio de las relaciones internacionales, pp. 464-465. González Souza (1979) destaca que la opinión generalizada de que la disciplina RI tiene como objeto de estudio sólo la parte internacional de las relaciones que se desarrollan en el mundo (González Souza, “Una concepción totalizadora de las...”, pp. 12 y 15).

81 En general las llamadas disciplinas sociales tienen por objeto de estudio la sociedad y las re-laciones entre los hombres. Pero no olvidemos que la ciencia es una actividad humana y que sus disciplinas las realizan los hombres y grupos de ellos que se estudian desde las disciplinas sociales.

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Figura 1. Composición disciplinaria de las Relaciones Internacionales. Prevalece la idea de que la disciplina RI se forma sólo de las fracciones de carácter internacional de algunas disciplinas de “lo social”. Otras áreas de estudio que alimentan el conocimiento de la disciplina RI son: diplomacia, estrategia castrense, psicología, filosofía, antropología, matemáticas.

El problema del objeto de estudio

El objeto de estudio es la parte que da especificidad a una disciplina científica, la identifica y la distingue de las demás. La falta de un objeto de estudio específico desorienta el camino disciplinario; implica desconocer hacia dónde enfocar los esfuerzos de estudio, o tener muchos de ellos significa dispersión en la actividad de investigación.

En general las disciplinas sociales tienen como objeto de estudio a la sociedad y las relaciones humanas. En este sentido, siendo la ciencia el resultado de una actividad de hombres en sociedad, aquélla tendría que formar parte del estudio de todas las disciplinas sociales. Sin embargo, la ciencia como actividad humana se ha desprendido de los atavíos sociales y ha tomado su propio lugar como una forma específica de conocimiento.

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Una primera percepción acerca de las Relaciones Internacionales es que su objeto de estudio tiene que ver básicamente con la realidad. Pero ¿cuál realidad? A lo largo de su vida como disciplina las Relaciones Internacionales han adoptado y acumulado diversos objetos de estudio: las relaciones entre los Estados, los nacionalismos, la búsqueda de una paz permanente, la conflictiva internacional y su solución, el comercio local, regional y mundial, la política del poder, las integraciones y desintegraciones regionales, el medio ambiente, las religiones, las culturas, entre otros. Todos ellos son aspectos que si bien no podemos palpar o encerrar en un laboratorio, sí son manifestaciones de nuestro entendimiento de la realidad internacional. De aquí que las Relaciones Internacionales podrían ubicarse dentro de la parte fáctica de la ciencia, con su misión de conocer con mayor precisión los sucesos de la realidad.82

Las Relaciones Internacionales, como resultado de la concepción moralista de la búsqueda de una paz mundial duradera, han sido estudiadas sobre bases puramente idealistas. Aunque el resultado de tal idealismo fue la creación de organismos, mecanismos e instrumentos jurídicos de alcance mundial que sentaron las bases institucionales para el fomento y mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales (etapa jurídica),83 lo cierto es que desde entonces la disciplina no se ha referido a ideas como objeto de estudio, y menos aún a abstracciones puras, espirituales o utópicas. Los resultados del idealismo normativo y originario son hoy la parte nomotética de un campo más amplio que cubre la disciplina RI.

Podemos afirmar que la disciplina Relaciones Internacionales no es idealista, y sí por el contrario es fáctica como, por ejemplo, lo son la mayoría de las disciplinas científicas, las cuales recurren a la realidad misma, personificada por la experiencia para convalidar sus planteamientos.84 Es importante destacar que las disciplinas científicas

82 Véase Mario Bunge, La ciencia…, pp. 11-15.83 E. Cárdenas Elorduy, “El camino hacia la teoría de las relaciones internacionales (biografía

de una disciplina)”,84 Véase Mario Bunge, La ciencia…, p. 19.

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no eluden el uso de modelos altamente abstractos como instrumentos de análisis y estudio para su labor cognoscitiva, pues ellos son un recurso sustancial de su actividad, pero son resultado de un proceso de investigación rigurosa y sostenida en conocimientos científicos precedentes.

Es adecuado, entonces, ubicar las Relaciones Internacionales en la parte fáctica del corpus cognoscitivo en general. Luego entonces las Relaciones Internacionales se refieren a los hechos, a la realidad, esa que podemos percibir a través de nuestros sentidos y nuestro intelecto.

Y nos preguntamos de nuevo, ¿cuál realidad? ¿Sólo la internacional o su totalidad? La falta de un acuerdo entre especialistas sobre la realidad específica de la cual se encarga la disciplina RI 85 es per se un problema estructural cuya consecuencia inmediata es precisamente un rasgo de no-cientificidad.86

El estudio de la realidad en su totalidad como objeto de estudio ya ha sido propuesto por Luis González Souza (1978), quien sostiene que la especificidad característica de la disciplina, la realidad mundial, puede estudiarse como objeto de estudio de la disciplina entendiéndolo como una unidad, como un todo real y concreto, a través del prisma del materialismo dialéctico e histórico. De acuerdo con esta perspectiva, la disciplina RI es la mejor posicionada “…para estudiar la realidad en su totalidad y como una totalidad”,87 que le permite concatenar e integrar

85 Esta divergencia en la realidad de estudio de la disciplina proviene desde la misma denominación de la disciplina (véase Celestino del Arenal, Introducción al estudio…, op. cit., pp. 19-23).

86 Celestino del Arenal sostiene que a partir del replanteo de los postulados del realismo político por parte de algunos especialistas de seguridad nacional en Estados Unidos nace una nueva ola teórica llamada conductista en el estudio de las relaciones internaciones, que adoptan como base de la investigación los elementos estructurales de la ciencia y sus disciplinas como son sus técnicas, modelos lógicos y método.

87 Luis González Souza, “Una concepción totalizadora de las Relaciones Internacionales: clave para comprender la especifcidad e importancia de la disciplina”, en Relaciones Internacionales, vol. 6, núm. 23, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, unam, octubre-diciembre, 1978, p. 9. Este objeto de estudio de la disciplina, es decir, la realidad mundial, se compone de todas las relaciones que se generan al nivel internacional: económicas, políticas, jurídicas, ideológicas,

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culturales, etc., pero con la peculiaridad necesaria de ser éstas relevantes en el desarrollo de los eventos mundiales. También los fenómenos (manifestaciones aparentes de la realidad), procesos (movimiento constante de la realidad) y tendencias (curso que esa realidad puede tomar en un determinado contexto histórico) son parte de esa realidad (ibid., pp. 12-13).

88 No siempre el proceso de corroboración y contrastación a través de técnicas, instrumentos y mediciones directas de la realidad en estudio convalidan los modelos teóricos, pues muchos de los descubrimientos más destacados se derivaron de fenómenos que se presentaron durante ese proceso de manera extraordinaria e inesperada, y que hasta hoy son parte del conocimiento científco aceptado que marcan las fronteras cognoscitivas.

esa realidad. La concepción totalizadora de la disciplina RI podría ser un prisma que facilita, según el autor, el análisis de la realidad como un mismo fenómeno en constante movimiento, en donde interactúan todos sus componentes económico, político, jurídico, etc. Las Relaciones Internacionales tienen ese potencial unificador de las parcelas en que se ha dividido la realidad mundial.

La perspectiva totalizadora es un aporte des-tacado para la disciplina, pero la falta de continuidad en estudios vistos desde este prisma teórico no nos permite dilucidar sus atributos o sus desperfectos, además de que el materialismo dialéctico e histórico del que deriva esta perspectiva teórica tiene su propio método, diferente al de la ciencia moderna. Posiblemente esto tenga que ver, como sostiene el autor, con el predominio de la ideología de las sociedades desarrolladas, no obstante integrar en un solo enfoque la realidad mundial en su totalidad.

Pero ni la ciencia ni las humanidades cubren juntas toda la realidad. Es precisamente este vacío que las disciplinas sociales intentan llenar. Al menos podemos sostener que la realidad social es a las disciplinas sociales en su conjunto como la realidad internacional es a la disciplina RI en particular.

No se le podría exigir a la sociología explicar la composición molecular de los suelos del fondo del mar porque para ello existen disciplinas científicas como la química, la geología, la geofísica, las cuales, con base en modelos teóricos construidos a partir de la realidad, y a partir de corroboraciones previas y controladas,88 dan respuestas a las interrogantes científicas. Tampoco podemos exigir a la biología que

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estudie la conflictiva del Medio Oriente, pues son aspectos que no son parte de su objeto de estudio. Pero eso no quiere decir que la química, geología y biología no tienen nada que decir acerca del derrumbe del bloque soviético, por ejemplo. De hecho la solidez de sus modelos teóricos les permite acercarse a ese problema, no obstante estar fuera de su campo y de su especialidad.

Por el contrario, la sociología difícilmente podría hacer alguna aportación acerca, por ejemplo, del mapeo y de la manipulación genética, avances científicos que por su parte ya están produciendo transformaciones importantes en los campos antes considerados de exclusividad social; o el derecho, por ejemplo, difícilmente podría al menos opinar con fundamentos disciplinarios sobre las consecuencias del Big Bang que conlleva implicaciones éticas y morales en los dogmas religiosos e ideológicos en todo el mundo; o la economía por lo pronto está imposibilitada para explicar el impacto en las sociedades del descubrimiento de agua en estado sólido encontrada en las superficies lunar y marciana.

Desde hace medio siglo las disciplinas científicas y su estructura interna se han ganado el reconocimiento de su consistencia de gran parte de las disciplinas sociales. En los años cincuenta los conductistas y cientifistas interpretaron el mundo y los acontecimientos a través del instrumental teórico y metodológico de la ciencia, y sostuvieron que las Relaciones Internacionales son lo suficientemente amplias y complejas como para ceñirlas a un solo campo de las disciplinas sociales.89

Entonces, ¿qué parte de esa realidad le corresponde estudiar a las Relaciones Internacionales? Sin duda no lo es toda, porque existen las disciplinas de la ciencia y de las humanidades que se encargan de la porción correspondiente de la realidad mejor que cualquier otra. Pero afirmar que le corresponde sólo la parte “internacional” tampoco es del todo claro, ni tampoco es conveniente para la disciplina, aunque esta idea predomine en el panorama, porque implica autolimitaciones disciplinarias profundas.89 Celestino del Arenal, Introducción al estudio…, op. cit., p. 115.

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90 Véase Graciela Arroyo, Metodología de las relaciones internacionales, México, Oxford University Press, 1999, p. 8.

¿Dicha realidad “internacional” sólo se circunscribe al mapa político actual? ¿Incluye descubrimientos científicos asombrosos fuera de la atmósfera terrestre o extraordinarios hallazgos en sus fantásticas profundidades marinas? ¿Esa realidad internacional incluye el estudio de un cráter submarino en aguas internacionales con implicaciones en la producción potencial y control de precios del petróleo? ¿O incluye el estudio de una masa metálica con significaciones espirituales y religiosas para millones de personas?

¿Cómo asimilar el impacto del calentamiento global en la economía internacional con la extinción de especies marinas que vulneraría la seguridad alimentaria? ¿La realidad internacional incluye el deshielo de los polos y sus consecuentes elevaciones del nivel de los océanos y su desalinización?

Lo evidente, al menos como primera aproximación, es que la disciplina RI se ha enfocado más a realidades inmediatas —que pronto son rebasadas— que a fenómenos potencial y poderosamente revolucionarios de la vida internacional. Las perspectivas de los diversos tópicos que en la actualidad abarca la disciplina son producto de lógicas de trabajo que varían según el estilo y preferencia de sus investigadores. Hasta hoy los planteamientos disciplinarios de las RI carecen además del carácter predictivo, rasgo fundamental para toda disciplina científica, que les permite demarcar las fronteras del conocimiento, y que en adelante se convierten en planteamientos hipotéticos que guían el avance de la ciencia en su conjunto. Las fronteras cognoscitivas ofrecen la oportunidad de construir y reconstruir mediante la crítica rigurosa las teorías, métodos y conceptos de la disciplina, y generan nuevas explicaciones y nuevas interpretaciones de la realidad, dando lugar a revoluciones del conocimiento disciplinario.90

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El potencial interdisciplinario

Una disciplina científica se caracteriza no sólo por tener una estructura disciplinaria definida y completa, sino porque forma parte de un cuerpo más general llamada ciencia, punto nodal donde confluyen los conocimientos generados y donde se cataliza la interacción entre estructuras disciplinarias.

Pero ¿cómo interactúan y operan las estructuras disciplinarias en ese punto de confluencia las RI? Existen nociones que se han propuesto para fomentar y explicar la integración disciplinaria: multidisciplinariedad, interdisciplinariedad y transdisciplinariedad. La noción de multidisciplinaridad (Quincy Wright, 1955) sostiene la confluencia de los conocimientos de otras disciplinas al estudio de los fenómenos sociales, y que desde su aparición rompió con la disputa que prevalecía hasta entonces entre las disciplinas sociales que defendían su exclusividad sobre el tratamiento de los asuntos del mundo.91

Para Georges Gusdorf (1977) la multidisciplinariedad, también conocida como pluridisciplinariedad, acumula y aglomera los conocimientos y perspectivas de distintas disciplinas que no se interconectan. La interdisciplinariedad implica un nivel de interacción entre sus componentes que facilita un diálogo entre ellas, se articulan y adquieren coherencia de las perspectivas. Sin embargo, esta interconexión puede alcanzar una mayor convergencia y comunión entre esos campos del saber en lo que se denomina transdisciplinariedad, la cual designa a “...una perspectiva de objetivos que reunirá en el horizonte del saber, según una dimensión horizontal o vertical, las interacciones y preocupaciones de las diversas epistemologías...”92

91 I. Cid (comp.), Lecturas básicas para introducción al estudio de relaciones internacionales, México, UNAM, 2001, p. 15. El carácter “internacional” de las ri requiere indudablemente de un análisis profundo y un consenso entre los especialistas, pues el término contiene implicaciones profundas en la gnoseología de la propia disciplina, más allá de su historia. Véanse Quincy Wright, The Study of International Relations, 1955, cap. 1, pp. 3-8, y Celestino del Arenal, Introducción al estudio…, op. cit., pp. 416-426.

92 G. Gusdorf, “Pasado, presente y futuro de la investigación interdisciplinaria”, en Apostel et al., Interdisciplinariedad y ciencias humanas, 1983, p. 41.

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La perspectiva transdisciplinaria ha sido considerada como un paso posterior a la interdisciplinariedad (Cobo, 1986), es decir, que supera los límites que impone la interdisciplinariedad, de forma que todas las disciplinas y sus conocimientos se integran en un sistema unificado. Esta perspectiva transdisciplinaria también está relacionada con la capacidad de integración y síntesis de datos aportados por otras disciplinas al estudio de la realidad internacional (Del Arenal, 1990).93

La interdisciplinariedad es la noción integradora de las disciplinas y los conocimientos que más se ha desarrollado: sostiene que dos o más disciplinas interactúan entre sí en estructuras, teorías, conceptos, información, incluso en ideas. La perspectiva interdisciplinaria pretende, además de conformar un cuerpo general del conocimiento con el aporte de las demás disciplinas, procesar dicha integración para retroalimentar a sus componentes. Con base en esta noción las diversas formas epistemológicas se conjugan para conformar una estructura disciplinaria integral.

La ciencia observa un comportamiento interdisciplinario, en el que la interacción entre teorías, conceptos, métodos, objetos de estudio, instrumentos técnico-analíticos, resultados e información va creando nuevas áreas de estudio necesarias, en ese proceso interactivo, para la aprehensión de la realidad.

Entre las disciplinas científicas el método es el punto común que facilita su integración. El método científico guía en general la investigación científica y permite a sus disciplinas converger en ese punto común que es la ciencia. Así todas ellas integran un cuerpo general congruente y consistente con sus grandes metas y objetivos, incluso trascienden esos límites interdisciplinarios hacia un mayor grado de conjugación.

93 Del Arenal, op. cit., p. 465. Cita, para ello, a Shoneld (1972), Preiswerk (1977) y Gusdorf (1977).

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Entre las disciplinas sociales la interacción es más una aglomeración de datos e información que una interconexión estructural, pues al no haber un procedimiento más o menos común de cómo alcanzar las metas cada una de ellas recurre en la práctica a su lógica y a sus procedimientos particulares, por lo que la interacción se torna superficial y laxa, haciendo difícil el consenso entre tantas y tan variadas formas, propósitos y lógicas de investigación. La disciplina ri no escapa a esta práctica,94 pero al integrarse por partes de otras disciplinas sociales que dan forma a su estructura básica con que opera la convierte en un vehículo de integración disciplinaria. El reto está en impulsar y acelerar la integración estructural, procesamiento disciplinario y síntesis entre todas las disciplinas sociales.

La predictibilidad95 sería una consecuencia directa de la práctica científica adoptada en la estructura de las RI, y cuyas fronteras demarcadas se convierten en hipótesis potenciales de investigación. De hecho las RI no sólo reúnen e integran a su corpus cognoscitivo el conocimiento relacionado con lo “internacional” de cada disciplina, sino que opera con ellos en sus fronteras.96

El procedimiento interdisciplinario articularía a varios niveles a las demás disciplinas que la conforman y auxilian; la naturaleza de la disciplina ri la hace el factor potencial de integración. La perspectiva interdisciplinaria en RI permitiría integrar, sintetizar y reconstruir el conocimiento generado a través de la complementación de datos, interacción de estructuras disciplinarias, conformación de un lenguaje

94 Véase Roberto Peña, “Interdisciplinariedad y cientifcidad en relaciones internacionales”, en I. Cid (comp.), Lecturas básicas…, op. cit., p. 187.

95 Un rasgo distintivo de las disciplinas científcas es su carácter predictivo, que va más allá del cálculo preciso de un eclipse solar o de la cantidad de calor que producirá una reacción nuclear. La predictibilidad en la ciencia no es determinista, más bien se basa en aproximaciones (probabilísticas) que derivan de planteamientos metodológicamente sustentados y con alto nivel de continuidad en el conocimiento generado.

96 Véase D. Mattei y R. Pahre, Las nuevas ciencias sociales. La marginalidad creadora, 1995, en cuyo capítulo 7, “Hibridación: la recombinación de fragmentos de ciencias”, pp. 79-93, sostienen que en las periferias de cada disciplina es donde con frecuencia se generan innovaciones cognoscitivas y donde se obtienen los resultados más importantes e innovadores.

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interdisciplinario homogéneo y la construcción de una nueva unidad gnoseológica. La multidisciplinariedad que caracteriza en la actualidad a la disciplina RI le permite estar más cerca de la integración interdisciplinaria que cualquier otra disciplina de “lo social”. Por ello entre éstas la disciplina ri es el lugar más adecuado para la conformación de una estructura disciplinaria común y complementaria entre sí, lo que al mismo tiempo es su fin y su medio. Esto quiere decir que las disciplinas sociales requieren trazar ese objetivo conjugándose97 entre sí, de manera tal que reditúe en la construcción de la unidad epistémica.

El estado actual de la disciplina RI no sólo anima a formularse como ese lugar común de las disciplinas sociales, sino que la obliga a construirse a sí misma como ese centro de interdisciplinariedad, lo cual sólo podrá acceder a través del fortalecimiento de su estructura disciplinaria. González Souza (1979) señala que la posibilidad de que la disciplina sea el punto nodal de una integración interdisciplinaria puede lograrse “…únicamente determinando la especificidad de las Relaciones Internacionales… ya que de lo contrario, ésta quedaría reducida a la de un simple recipiente multidisciplinario o a la de un apéndice de alguna otra disciplina”.

Por lo pronto encontrar los mecanismos de conjugación para alcanzar la interdisciplinariedad dentro de la disciplina debería estar presente en todas las investigaciones ante la inconveniente práctica de muy diversos métodos (incluso de su ausencia) y amplia gama de objetos de estudio. Lo cierto es que para todas las ramas del saber su grado de integración en ese corpus interdisciplinario, es decir más allá de una complementación o mera yuxtaposición de conocimientos99, marca la diferencia entre disciplinas científicas y no científicas.

97 Las disciplinas sociales requerirán confuir al mismo punto que es la unidad interdisciplinaria, para lo cual deberán superar obstáculos estructurales y crear mecanismos y proyectos conjuntos tendientes a ese objetivo común.

98 Luis González Souza, “Una concepción totalizadora de las…”, op. cit., p. 2299 Graciela Arroyo P., “Interdisciplinariedad: ¿viejo o nuevo reto?”, en Revista Mexicana de

Ciencias Políticas y Sociales, año xxxviii, núm. 154, México, División de Estudios de Posgrado, fcpys, unam, octubre-diciembre, 1993, pp. 9-17.

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El método científico en la disciplina RI

La diferencia entre una disciplina abierta, heterogénea y dispersa, y una disciplina congruente, sólidamente estructurada y con un perfil claro y homogéneo, es el método. Si el método científico es el modelo de metodología a seguir por la disciplina RI, ¿cómo operarlo en la situación actual de las Relaciones Internacionales? La respuesta es tomarlo como eje vertebral de nuestra investigación, sin descartar sus adecuaciones y ajustes a la disciplina. La rigurosidad científica está en la adopción y aplicación del método científico como guía de la investigación en RI.100

El método científico es una guía en la investigación o indagación de objetos, sucesos y fenómenos. Es científico porque es el que se usa en el proceso de investigación científica.

En la disciplina RI el método científico debe entenderse más como un procedimiento que orienta la investigación que como un mecanismo de teorización;101 es un instrumento disciplinario para aproximar nuestro interés natural por conocer la realidad internacional. Sólo los resultados de la investigación rigurosa hace posible la demarcación de fronteras cognoscitivas plausibles y sólidamente fundamentadas sobre planteamientos disciplinarios más consistentes y cercanos a esa realidad.

En la Figura 3 observamos que el método científico tiene un solo origen, pero ello no quiere decir que metodológicamente exista un único punto de partida común a todas las investigaciones científicas. Más bien cada origen es la continuación de las fronteras cognoscitivas propuestas en investigación precedentes, y que su meta (objetos de estudio) está claramente definido e identificado para cada disciplina. El método científico es una ruta probada y la más exitosa con la que se cuenta en la actualidad para la construcción del conocimiento.

100 Véase G. Arroyo, “Nuevos problemas teóricos en el estudio de las relaciones internacionales”, en Relaciones Internacionales, vol. xv, núm. 60, México, fcpys, unam, octubre-diciembre, 1993, p. 118.

101 Véase Celestino del Arenal, Introducción a las…, op. cit., pp. 471-473.

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Si las disciplinas científicas tienen objeto de estudio definido para cada una de ellas, ¿por qué dibujar distintos caminos? Las disciplinas científicas guían sus investigaciones con el método científico, el cual, según cada disciplina, y cuando es adecuado, lo adecua y ajustan. ¿Por qué es unidireccional y rectilíneo el método científico? Lo que se pretende representar con ese trazo recto es que el método científico es el instrumento probado y más exitoso de aproximación a la realidad en estudio. Ahora bien, en la investigación básica, esa que nace de las ideas novedosas y arriesgadas, y de las inquietudes no ordinarias, el origen de cada investigación puede ser variado, y por consecuencia el método de investigación no está restringido a uno sólo. De hecho el génesis y fin último de la investigación básica es innovar en métodos, técnicas e ideas. El problema aquí es que una disciplina esté cultivada en su mayoría por investigaciones aventuradas, y que domine la práctica de la investigación básica, pues ello si bien podría en contadas ocasiones gestar un importante avance y progreso en la ciencia —con sus consecuentes beneficios a la naturaleza cognoscitiva del ser humano—, lo más probable es que esta actividad se desprenda del compromiso que indispensablemente una disciplina científica requiere de su comunidad de investigadores, lo que desfavorece la seriedad y rigurosidad del conocimiento disciplinario que aspira a ser científico.

Un camino congruente para cada objeto de estudio de las disciplinas científicas

Figura 3. Rutas de investigación y objetos de estudio de la ciencia y sus disciplinas. El método científico es la guía básica de la investigación que se ajusta ligeramente para adecuarlo a los objetivos de estudio de aquellas disciplinas científicas que lo requieren.

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La adopción del método científico imprimiría cierta uniformidad en la forma de realizar las investigaciones, sin importar la diversidad de objetos de estudio que caracterizan a la disciplina RI. Esto no quiere decir que la amplia gama de objetos de estudio se pueda restringir con la aplicación del método científico, pues no obstante que ello produciría beneficios estructurales, aquella continuará siendo un rasgo característico de la disciplina, en tanto no exista un consenso al respecto. El aporte del método científico sería en principio evitar contradicciones que resulten de los estudios de un mismo objeto de estudio, bajo la guía de un camino específico. Una interpretación de estos beneficios metodológicos se muestra en la Figura 4.

Obsérvese también en la Figura 4 que no obstante las distintas rutas que operan en las investigaciones en RI así como los diversos objetos de estudio que forman parte de su estructura disciplinaria, la aplicación del método científico guiaría consistentemente los estudios y facilitaría la continuidad en su proceso cognoscitivo. Es decir, utilizar un método plausible en los estudios daría congruencia a la construcción del conocimiento disciplinario, lo que permitiría el acceso a la identificación de los puntos de partida de las investigaciones. Aunque en la Figura 4 se observa que el método científico aplicado para cada objeto de estudio nace en un punto común de partida, lo que se propone es utilizar dicho método en cada una de las investigaciones operable incluso partiendo de distintos puntos. En general los pasos que sigue el método científico constituyen el modelo de método para todas las disciplinas científicas, quizá con alguna adecuación mínima acorde con el objeto de estudio y con los propósitos de cada investigación. No debe perderse de vista que el método científico es un recurso epistémico que permite el acercamiento, como otros métodos, al conocimiento de la realidad en estudio, a través de los proyectos de investigación. El método científico por sí solo no garantiza la generación de conocimiento, pero si guía, mediante un procedimiento sólidamente estructurado y casi invariante en su operación, la búsqueda del nuevo conocimiento.

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Figura 4. El método científico en las rutas de investigación en RI.

Un procedimiento que se incluye en esa guía específica de investigación es la práctica más o menos generalizada que se llama estado del arte o revisión de la literatura, cuyo lugar en el proceso de la investigación es crucial,102 y consiste en involucrar ampliamente al investigador en los avances más recientes en el mundo sobre el tema de estudio, algo que por los años ochenta comenzó a ser una práctica altamente funcional gracias al desarrollo de las telecomunicaciones y las redes de información electrónica de cobertura global. Conocer el estado del arte tiene el fin de involucrarse en las líneas de investigación desarrolladas, sus avances y sus resultados en cualquier parte de mundo, lo que permite a las disciplinas científicas dar continuidad a los trabajos precedentes e ir adelante sobre bases firmes hacia los temas de frontera. A los investigadores este procedimiento devela la veracidad103 de sus 102 Es importante señalar que el estado del arte es más un procedimiento del proceso de investigación

que del método científico, pero que, como sucede en los estudios de las disciplinas científicas, es una etapa indispensable al inicio de toda investigación, y recurrente en toda la actividad indagadora.

103 El criterio de verdad no es un rasgo indispensable en la labor de aprehender la realidad, pues cada disciplina podría sostener, en su especialidad, que lo que se dice es “la verdad”. Sin embargo en el cuerpo de la ciencia la verdad es aquel conocimiento científico, probado y confirmado por los medios “válidos” para la ciencia, que sustenta la base de nuevas búsquedas disciplinarias. Difícilmente las disciplinas sociales podrían poner en tela de juicio a los conocimientos generados y cultivados por la ciencia por su solidez, coherencia, consistencia con la estructura disciplinaria y con las funciones y metas de cada una de las disciplinas que la componen. Por el contrario, las disciplinas científicas han servido y han incursionado en la solución de los problemas de “lo social”, con planteamientos que han sido al menos escuchados y tomados en cuenta. Las Relaciones Internacionales no escapan a la crítica científica, incluso de las demás disciplinas sociales, y no por ello es “inválida” o “equivocada”.

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planteamientos y la originalidad de sus ideas, y orienta el camino hacia los nuevos campos del conocimiento. Aquí juegan un papel sustancial las publicaciones especializadas y las demás fuentes documentales de la disciplina, junto con las técnicas de búsqueda de información y el seguimiento de los acontecimientos internacionales.

Ello no restringe la crítica ni la discusión teórica. Lo menos conveniente para la disciplina RI en su camino a su cientificidad sería negar y desacreditar por completo al paradigma científico, a menos que se tenga para ello un planteamiento más sólido en la explicación de los fenómenos en estudio y la predicción de otros nuevos. Los demás puntos del procedimiento de investigación científica aplicables al estudio de las RI son las siguientes:

Formular preguntas creíbles y bien fundadas.

En toda investigación, científica o no, las preguntas son el inicio de la búsqueda cognoscitiva. Preguntas ligeras o mal planteadas dificultan el acercamiento al tema de estudio y muy probablemente desvían los esfuerzos a aspectos distantes de las metas originales. Una pregunta bien formulada conduce a identificar el tema central del estudio, lo que favorece la investigación, además de que rigurosamente construida, la pregunta misma podría contener los primeros visos de solución.

Plantear hipótesis sustentadas en la experiencia y contrastables con ella, que den respuesta a las preguntas. Este aspecto es muy importante para las Relaciones Internacionales, pues a falta de mecanismos de verificación experimental la construcción y el planteamiento de las hipótesis es clave en la investigación disciplinaria. El apego de las hipótesis a la experiencia, sin embargo, sólo las hará más próximas a ser adecuadas para entender esa sección de la realidad. Graciela Arroyo ha señalado que la disciplina RI debe aspirar a fundamentar sólidamente cada hipótesis planteada y, eventualmente, 104 G. Arroyo, La metodología en las…, op. cit., pp. 79, 80 y 143.

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a su confirmación empírica. Este paso del procedimiento debe realizarse con profundo compromiso con la disciplina.

Derivar consecuencias lógicas de las hipótesis.

Este punto se refiere a la estimación de las probables consecuencias que derivarían del mismo planteamiento hipotético, así como de la “veracidad” y consistencia con la realidad de las hipótesis. Podemos entender que esta parte del procedimiento es la parte predictiva del método científico.

Elegir y argumentar las técnicas que permitan someter las hipótesis a contrastación.

En el caso de las disciplina científicas la contrastación de hipótesis con la experimentación y la observación de fenómenos es un recurso accesible. A lo largo de los siglos de la ciencia los científicos se las han arreglado para diseñar y construir equipos e instrumentos para la reproducción en laboratorio del fenómeno en estudio y la comprobación o refutación de sus hipótesis. El uso de la estadística como técnica de estimación y comparación es fundamental en toda labor científica, y ésta al menos deberá ser parte sustancial en el estudio de las Relaciones Internacionales.

Someter dichas técnicas a contrastación, para comprobar su relevancia y la fe que merecen.

En la ciencia este punto queda implícito al momento de elegir las técnicas, los equipos y los instrumentos de contrastación, de los cuales ya se ha probado su confiabilidad en investigaciones precedentes. Sólo la efectividad de los nuevos diseños se somete a una intensa prueba experimental, hasta convertirse en parte del equipo científico.

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Efectuar la contrastación e interpretar sus resultados. Este paso es el más importante de la investigación científica, pues en él se confirman o se refutan las hipótesis a través de la contrastación teórica y experimental, pero además permite evaluar el avance o retroceso no sólo de la investigación sino de la disciplina en sí misma. Resultados no verosímiles o inconsistentes con la realidad en estudio conducen a reinterpretarlos sobre la base teórica dominante en ese campo. Resultados convincentes y plausibles son muestra del avance disciplinario y de la ciencia en su conjunto.

Estimar la “veracidad” de las hipótesis y la “confiabilidad” de las técnicas.

Es un paso que puede ser opcional en la investigación de las Relaciones Internacionales, pues en los dos anteriores el método verificó las hipótesis y la confiabilidad de las técnicas científicas. En el caso de las Relaciones Internacionales la “veracidad” de las hipótesis no depende de un instrumento o una técnica de laboratorio, sino que está en la consistencia, coherencia y solidez disciplinaria con que se hayan formulado las bases de la investigación. Desde luego la única forma de convalidar las hipótesis en Relaciones Internacionales es mediante la consumación de los sucesos internacionales, los que a fin de cuentas las fortalecen o invalidan. La meta es, en este sentido, alcanzar la congruencia disciplinaria en los planteamientos hipotéticos que facilitan la construcción sólida de planteamientos teóricos de la disciplina RI.

Demarcar los límites de dominio en los cuales sean “válidas” las hipótesis y las técnicas.

Este se refiere al alcance “válido” de las hipótesis, lo que delimita el espacio y el tiempo en que se pueden aplicar, pues sólo responden a una parte de la realidad o a determinados aspectos del suceso o fenómeno, dependiendo del alcance de la propia investigación. En el caso de la disciplina RI este paso dependerá del objeto de estudio que

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se haya elegido y del alcance del cuerpo de hipótesis. Por esta razón cultivar diversos objetos de estudio no es conveniente para la disciplina en su tarea de producir y sistematizar coherente y consistentemente el conocimiento disciplinario.

Formular los nuevos problemas originados por la investigación.

Este procedimiento nos conduce a establecer, en las disciplinas científicas, las fronteras del conocimiento. Recordemos que no todos los estudios e investigaciones científicas conducen a nuevos descubrimientos, pues parte de ellos no logran las perspectivas esperadas. Muchos de los nuevos descubrimientos han sido encontrados como resultado inesperado de un proceso riguroso de investigación científica. Los nuevos descubrimientos se producen cuando aparecen inconsistencias en los modelos científicos, lo que genera investigaciones que salen de los esquemas dominantes, abriendo el campo a nuevas ideas y nuevos planteamientos fuera de la práctica científica ordinaria. En el caso de las Relaciones Internacionales la formulación de nuevos problemas, surgidos a partir de los resultados de la investigación disciplinaria sólida y consistentemente realizada sobre conocimientos precedentes también rigurosos, es parte de un proceso que le permitiría acumular de manera sistemática el nuevo conocimiento, y orientarse hacia esas fronteras disciplinarias de forma estrictamente científica. Toda investigación científica no termina hasta ser escrita y publicada. La etapa final de toda investigación es la presentación y publicación de los resultados,105 a través de los canales especializados de cada disciplina, práctica generalmente aceptada en todos los círculos académicos y de investigación. Publicar los resultados de la investigación abre las posibilidades de precisar, ampliar y consolidar ese conocimiento a través de la discusión abierta. Aquí reside la importancia de las publicaciones con autoridad y rigor arbitral para toda disciplina científica, que divulguen los resultados. Estos resultados deben ser

105 Heinz Dieterich, Nueva guía para la investigación científica, México, Ariel, 1996, p. 209.

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presentados bajo criterios estrictamente científicos, y en los que deberán figurar todos los componentes metodológicos descritos, especificando las fuentes de información, procedimientos de análisis de interpretación de datos, técnicas de organización, figuras, esquemas y gráficas que sinteticen el análisis y demarquen la nueva problemática y las nuevas fronteras del conocimiento disciplinario. Estas fronteras cognoscitivas serán el potencial cuerpo hipotético de las siguientes investigaciones. El método científico aplicado a las Relaciones Internacionales consistiría en general en lo siguiente:

• Conocer con precisión el estado del arte del tema a estudiar. • Formular preguntas de investigación. • Plantear hipótesis que den respuesta a las preguntas. • Elegir las técnicas de contrastación de las hipótesis. • Aplicar las técnicas de contrastación (convalidación). • Estimar la “veracidad” y el alcance (dominio) de las hipótesis. • Identificar la nueva problemática generada por la investigación. • Presentar los resultados de la investigación.

Como puede apreciarse, este procedimiento no es novedoso para quienes se han dedicado a la investigación en RI. La propuesta es asumir el método científico con rigor en las investigaciones de la disciplina, con los pequeños ajustes que los estudios disciplinarios pudieran requerir, lo que dará la consistencia y uniformidad necesaria para acercar al estudio de las Relaciones Internacionales al desarrollo científico moderno.

Conclusiones

La disciplina Relaciones Internacionales requiere evitar la heterogeneidad en el cuerpo metodológico, y cultivar la construcción y proliferación teórica dentro de su núcleo en la búsqueda de respuestas a los problemas que presenta la realidad internacional. Ello conlleva a precisar el campo de conocimiento que abarca esa realidad internacional e identificar con precisión su objeto de estudio.

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La fortaleza metodológica estará también en la conformación de un corpus básico que guíe la investigación e imprima coherencia en los resultados disciplinarios. Para ello se propone incorporar a la estructura disciplinaria de las Relaciones Internacionales el método científico como hilo conductor de la investigación. El rigor científico de la disciplina se encuentra en el uso del método científico como guía de investigación, pues es el recurso estructural que media entre el estado actual de la disciplina RI y su calidad científica.

La disciplina RI requiere de proyectar sus estudios más allá de las realidades inmediatas a través de modelos teóricos convalidados con esa realidad, sin eludir los planteamientos predictivos, aun cuando se carezca de oportunidades o medios factuales de contrastación. La estimación de las tendencias de los acontecimientos internacionales está en relación directa con los resultados consistentes con la realidad y con la acumulación sistemática del conocimiento disciplinario. Es indispensable poner atención a los resultados disciplinarios y al procedimiento de investigación. El recurso adicional para el fortalecimiento de la disciplina es su potencial integrador y convergente de las disciplinas sociales hacia su cientificidad, mediante la asimilación, procesamiento y síntesis de los distintos campos gnoseológicos en un cuerpo interdisciplinario común.

14LA JUSTIFICACIÓN RACIONAL

DE LAS TEORÍAS POLÍTICASEl problema de la justificación

en la Teoría de la justicia de John Rawls

Jean-Fabien Spitz

Labarriere, J. et al. (1988). Teoria política y comunicación.

España, Ed. Gedisa, S.A. p.p. 109-136.

La justificación racional de las teorías políticas

El problema de la justificaciónen la Teoría de la justicia de John Rawls

¿Cuál es la función y cuáles son los objetivos de esta disciplina que llamamos filosofía política? ¿Puede pretender constituirse en una forma de conocimiento? Si ése es el caso, ¿cómo puede justificar tal pretensión? ¿Las diferentes teorías referidas a la filosofía política pueden comunicarse entre ellas o son tributarias de valores últimos que permanecen incompatibles y absolutamente infundados? ¿Podemos trazar el boceto de lo que sería una justificación racional de las teorías políticas en un intento por establecer que son aptas, pese a todo, para comunicarse entre sí, y que en principio no es imposible buscar un método de decisión racional que permita sacarlas de sus compartimientos y evaluar sus méritos respectivos? En suma, ¿es posible decir que una teoría política es más correcta que otra? Esta es la cuestión que quisiéramos abordar, partiendo de los elementos de respuesta que se encuentran en la teoría de la justicia de John Rawls.56

Para intentar responder, es necesario adoptar un punto de vista modesto en relación con el que habitualmente se adopta cuando surgen problemas de justificación racional; y esto debe hacerse en dos planos muy diferentes.

56 Traducción francesa, Le Seuil, (T.J.)

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En primer lugar, hay que sugerir que los problemas de justificación no son problemas de demostración o de prueba deductiva; consisten solamente en intentar evaluar los méritos respectivos de las teorías existentes, es decir, de aquellas que conocemos, para decir si una de ellas satisface más (o de manera menos imperfecta) que las otras, un cierto número de criterios que uno puede esforzarse en formular, pero que tampoco tienen, seguramente, nada de definitivo. Los problemas de justificación racional son problemas de evaluación y de argumentación en presencia de criterios móviles y no problemas de demostración. La justificación, si tiene lugar, no debe entonces prejuzgar partiendo del hecho de que si la lista de las teorías fuera más completa, probablemente la argumentación y la elección irían en un sentido diferente. Por otra parte, es imposible disimular que los criterios utilizados en los procedimientos de justificación están sin duda marcados por la influencia de esos procedimientos, y por una anticipación de las teorías que deseamos someter a tales procedimientos. Es muy poco probable que se puedan elaborar esos criterios con toda imparcialidad y que tales criterios gocen de una completa independencia respecto de las teorías que han de someterse a prueba: desde cierto punto de vista, esto proyecta sin duda una sombra de insatisfacción sobre el conjunto del procedimiento, pero desde otro punto de vista (que se basa en el abandono de la idea de demostración) debemos aceptar que se trata ahí de un estado de hecho que caracteriza todo intento de justificación. Conviene tomar precauciones ante el escepticismo y el relativismo, y pensar que la justificación de una teoría política no es la demostración de su validez.

En segundo lugar, también hay que manifestar cierta modestia respecto de lo que podría llamarse “la objeción transculturalista”. Efectivamente, cabe la posibilidad de que una teoría política no sea justificable y que solo pueda comunicarse con teorías alternativas si uno se coloca en el interior de un conjunto de premisas fundamentales en el contexto de una tradición especifica de pensamiento, siendo así que probablemente habría que dedicarse a justificar esas mismas premisas. Pero llegamos aquí a las condiciones mismas en las cuales

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son posibles la comunicación y el razonamiento: uno solo puede comprender la justificación de una posición teórica, sea cual fuere el objeto, junto a alguien para quien el concepto de justificación tiene un sentido, alguien que sepa también qué significa el hecho de plantearse problemas de justicia y que acepte, por añadidura, algunos postulados esenciales en los cuales podamos apoyarnos.57

Esta doble modestia es ciertamente insatisfactoria. Sin embargo merece explorarse, pues ocurre a menudo que por exigir que una justificación sea definitiva, uno cae en una concepción que hace imposible toda justificación. Si entre las teorías existentes se alcanza a determinar, de una manera satisfactoria para los espíritus lúcidos y utilizando criterios “aceptados” (incluso si no son tangibles), que una de ellas satisface más que todas las otras las exigencias de esos criterios, ¿se puede considerar acaso que no se ha hecho ningún progreso?

Ahora, antes de presentar los criterios gracias a los cuales podríamos procurar avanzar, precisemos el sentido de los dos conceptos fundamentales: por un lado, el de “teoría política”, destacando los compromisos sustanciales que supone; por el otro, el de “justificación”, procurando aprovechar las lecciones del estado actual de la reflexión epistemológica.

I. Definiciones

A. ¿Qué es la filosofía política? Las tres actitudes

Quienquiera que se interese en las cuestiones políticas puede orientar su reflexión en tres direcciones diferentes.

a) El análisis, que consiste en identificar, en el plano hipotético, las diferentes soluciones alternativas para la estructura social existente; se evalúan entonces los medios para fines posibles, sin pronunciarse sobre los fines mismos. El análisis es la tarea propia de 57 Véase A. Mac Intyre, After Virtue, a Study in Moral Theory, Notre-Dame, 1980. Rawls T. J. 621.

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la ciencia política: consiste en apartarse de los valores y de la utopía e investigar lo posible y no lo deseable. Procura también entender los efectos no intencionales de las acciones intencionales de los hombres y construir leyes condicionales (si…entonces) en el terreno de los hechos sociales y políticos.58

La idea de semejante ciencia política, destinada a ser, según se piensa, el discurso exclusivo en el terreno de las realidades sociales y políticas, nació en el contexto de una definición empírica de la razón y del célebre texto en el que Hume, al distinguir entre los valores y los hechos, sostiene que los primeros son inaccesibles a una determinación y a una discusión racionales, mientras que los segundos pueden ser objeto de un conocimiento.59

Limitar la reflexión política al terreno de los hechos únicamente se convirtió, en el curso de la primera mitad del siglo XX, en una estrategia que, a los ojos de hombres como Max Weber, por ejemplo,60 debía abrir el único camino posible para la ciencia en ese terreno. La filosofía política, en tanto supone un empeño por determinar lo que es justo o lo que debe ser, estaba pasada de moda, hasta tal punto que en 1961, sir I. Berlín podía escribir un artículo titulado: “¿Existe todavía la teoría política?”61 Tratando de aportar una nota optimista, Berlín hacía notar que había cuestiones políticas (aquellas que se refieren a lo que es el hecho mismo de ser hombre, a las metas que ello supone, a lo que significa la justicia) a las cuales ninguna ciencia empírica podía dar una respuesta, y que, por esta razón, siempre habría lugar para una filosofía política que intentara responder a las cuestiones del valor, de las finalidades, de las prioridades entre los diferentes fines, etc. Berlín sostenía que la filosofía política debía continuar existiendo en una sociedad pluralista en la cual las finalidades están en libre competencia, lo que implica necesariamente una discusión entre ellas, en tanto que su desaparición significaría ingresar en una sociedad sin 58 Véase, por ejemplo, F. A. von Hayek, Droit, législation et Liberté, Paris, PUF59 Hume, Traité de la nature humaine, Aubier, tomo II, págs. 569-586.60 Max Weber, Essais sur la théorie de la science, Paris, Plon, 1965, págs. 415 y siguientes.61 En Philosophy, Politics and Society (P. Laslett y W.G.Runciman, comps.) Oxford, Blackwell, págs.

1-34.

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problemas de finalidades, sino solo con problemas de medios para alcanzar fines sobre los cuales habría un acuerdo unánime.

Berlín mostraba también que la presencia de los valores en la teoría política no era un obstáculo para calificarla como ciencia y, al apoyarse en los resultados de la epistemología que establece que es imposible identificar un base neutra de hechos, libres de todo compromiso teórico, insistía en las circunstancia de que nos seria sencillamente imposible emprender estudios políticos y sociales sin compromisos esenciales referidos a las finalidades de las prácticas colectivas y sin introducir valores en esos estudios. No obstante, se puede sugerir que Berlín, sin dejar de manifestar una fe en la racionalidad posible de los discursos normativos, no indicaba la manera en que se podía concebir tal racionalidad.62

b) La segunda opción consiste en llevar a cabo una evaluación para determinar cuál es preferible entre las diferentes configuraciones posibles o factibles. Se trata entonces de individualizar el mejor orden político y social, no abstractamente, sino teniendo en cuenta lo posible: ¿Cómo debe estar organizado? ¿Según que valores deben obrar nuestras prácticas colectivas? Entenderemos por filosofía política el intento de definir el orden social justo, o el más justo entre los posibles, y de argumentar a favor de él.64

La filosofía política procura, pues, evaluar los méritos respectivos de los diferentes criterios propuestos para definir una sociedad justa, y formular un método que permita realizar tal evaluación. ¿En virtud de que diremos que es una proposición para organizar la vida social es justa y que otra no lo es, o lo es menos? Este método de la filosofía política fue rehabilitado en el mundo

62 Ibid, pág. 33, sobre una perspectiva wittgensteiniana sobre esta cuestión, véase Hanna F. Pitkin, Wittgenstein and Justice, University of California Press, 1972, capítulos X y XI.

63 Philip Pettit, Judging justice, an introduction to contemporary political philosophy, Londres, Routledge, 1980, págs. 22-30; sobre el problema de la justificación de los juicios de valor, véase también D. L. Phillips, Toward a just social order, Princeton, 1985, págs. 37-49.

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anglosajón desde la aparición de la Teoría de la Justicia de John Rawls en 1971. A partir de ese momento, esta forma de pensamiento que recusa al mismo tiempo la idea de la exclusividad de una ciencia política y la idea de que la filosofía política y la moral solo deben ser un intento de esclarecimiento semántico de las palabras que utilizamos para hacer evaluaciones, fue ampliándose, particularmente con los trabajos de Robert Nozick y de Michael Walzer.64

¿Cuáles son los supuestos inherentes a esta manera de encarar la disciplina? Comencemos precisando la cuestión. En una sociedad siempre hay subgrupos que tienen interese específicos; cada uno de esos grupos, que pueden considerarse como personas morales,65 formula reivindicaciones que se refieren a los derechos de que desea gozar, los deberes de los demás subgrupos con respecto a él y la parte que considera le corresponde en el reparto de bienes e ingresos. Una sociedad es una estructura que, en un vasto sistema de reparto, asigna proporciones de lo que se podría llamar, como lo hace Rawls, bienes primarios, que no son solamente materiales sino que incluyen también el respeto y la condición moral de la que gozan los diferentes grupos y los individuos que los conforman.66 La tarea de una teoría política es formular una proposición para organizar y repartir esos bienes entre los diferentes grupos portadores de reivindicaciones que compiten entre sí, y someter esta proposición a un intento de evaluación que la compare con las demás proposiciones. De una manera más amplia, la tarea de la filosofía política es intentar formular la proposición para organizar y repartir de la manera más justa posible.

A priori, pueden considerarse todas las proposiciones como igualmente aceptables, lo cual reduciría la teoría de la justicia a un ejercicio de cálculo de maximización de la satisfacción de las

64 R. Nozick, Anarchy, State and Utopia, Oxford, Blackwell, 1974; Michael Walzer, Spheres of Justice, Oxford, Blackwell, 1983.

65 Pettit, op. cit., pág. 7.66 Rawls T. J. págs, 121-125; véase también sobre los desarrollos ulteriores de la teoría, Rawls,

Social Unity and primary goods en Utilitarianism and beyond (A. Sen y B. Williams, comps.) Cambridge, 1982

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reivindicaciones en el conjunto social.67 A grandes rasgos esa es la manera en que obra la teoría del utilitarismo, que proclama que el reparto es justo si ofrece el mayor grado de satisfacción posible a la mayor cantidad de gente. Sin embargo, una teoría de la justicia puede (lo veremos en el caso de Rawls) formular un criterio de justicia que al principio excluya ciertas reivindicaciones por considerarlas ilegitimas, ya que su satisfacción violaría un principio de justicia que no debe sufrir ninguna excepción.

Antes de seguir adelante, es necesario señalar que para que la filosofía política así entendida sea posible, previamente hay que aceptar dos postulados extremadamente poderosos: en primer lugar, las instituciones sociales, las practicas colectivas y hasta las instituciones políticas, tienen por finalidad satisfacer los intereses (en el sentido más amplio) de los individuos; esos intereses que se manifiestan en la forma de reivindicaciones rivales, constituyen la base de la vida comunitaria; se trata de armonizar tales intereses y de que, en la medida de lo posible, esta manera de combinarlos sea objeto de un consenso entre los miembros existentes, que se traduciría en el hecho de que nadie se sintiera perjudicado.

Este primer postulado significa sencillamente que la filosofía política, tal como tratamos de definirla aquí, no puede descuidar del todo las aspiraciones y las reivindicaciones de los individuos tal como ellas existen en realidad y si lo hace con algunas, esa filosofía política debe contar con el aval de esos mismos individuos en condiciones que es necesario precisar.70 La tarea de una filosofía política no es decretar a priori lo que los individuos deben querer (que podría estar en contradicción con lo que realmente quieren) aun cuando las condiciones en la cuales la filosofía política pretende reunir las voluntades de los individuos (por ejemplo, la condición del velo de ignorancia en Rawls), sean susceptibles de desfasar de 67John Rawls, T. J., pág. 51.68 Ibid, págs. 56-57.69Véase P. Pettit, op. cit . capítulos V-VI-VII.70 Ibid, pág. 45.

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manera importante las voluntades de los individuos respecto de lo que serían si no estuvieran en esas condiciones.71

Este postulado implica la ruptura con una cierta distinción rígida (de inspiración falsamente platónica) entre la ciencia y la opinión, y se basa en una idea muy simple: no hay una justificación puramente deductiva y a priori de una teoría política, sea esta la que fuere. Si puede existir, en cambio, una justificación del tipo de las proposiciones que forman la medula de una teoría política, esta solo puede basar su aceptabilidad en una serie de condiciones que, también en este caso, hay que precisar. Ciertamente, una justificación de ese estilo se apoya en el hecho de que las ideas sometidas a la justificación deben parecer aceptables, en ciertas condiciones, a quienes se les propone conducir su existencia y juzgar sus reivindicaciones según tales ideas, a nadie le está prohibido, entiéndase bien, hacer propaganda para que los individuos cambien de opinión en cuanto a lo que desean y en cuanto a lo que ellos consideran bienes; pero a cualquiera le está prohibido decidir a priori que él sabe mejor que los individuos interesados lo que estos deben desear.

El segundo postulado también es muy vigoroso: hay que suponer que todas las instituciones, sino han sido conscientemente elaboradas y construidas con el fin de servir a las aspiraciones de los individuos son, por lo menos en la medida en que se las puede enmendar y perfeccionar, para hacerlas servir a esas mismas aspiraciones.72 En gran medida, las instituciones son instrumentos forjados por los individuos o los grupos para promover sus aspiraciones, sus intereses y sus necesidades: en una palabra, para alcanzar lo que ellos consideran que son bienes.

Si, por el contrario, se supiera que los individuos solo son productos de las instituciones y de las prácticas en el seno de las cuales

71 Ibid, págs. 48-49.72 Ibid, págs. 48-49.

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ellos actúan, ello pondría en tela de juicio la posibilidad misma que éstos tengan de evaluar esas mismas instituciones según la relación de mayor o menor justicia, ya que sus ideas, sus criterios y sus maneras de evaluar solo serían productos de las instituciones en las que viven. En ese sentido, hacer filosofía política supone que las ideas desarrolladas por los hombres en el curso de sus actividades sociales sólo son, de manera parcial, los efectos de esas actividades, y que también son, por lo menos parcialmente, sus causas. Si las ideas que se hacen los hombres sobre la organización y la justicia de su sociedad sólo fueran efectos, seria completamente imposible plantearles la cuestión de su validez; sólo podría planteárseles la de sus causas.73

Reuniendo los dos postulados, se ve que forman una concepción individualista de la sociedad, siempre que se entienda el término individuo como una palabra capaz de designar algo más amplio que un hombre aislado, por ejemplo, clases, grupos de interés, etc. Esta concepción desea la idea de que los pensamientos y las aspiraciones de los individuos solo son reflejos (a veces engañosos) de sus condiciones de existencia.

Esta concepción individualista es también una ontología individualista: es cierto que reconoce grupos, clases, instituciones prácticas colectivas, pero niega que esas entidades colectivas posean propiedades irreductibles a las de los individuos. En otras palabras, no existen sucesos que resultarían inexplicables si uno se refiriera únicamente a conceptos que remiten a los individuos, y que por el contrario, se harían explicables si uno se refiriese a conceptos de conjuntos o de instituciones. Introducir conceptos de conjuntos no nos abre las puertas a un tipo de causalidad de los acontecimientos sociales y políticos que permanecería oculta a nuestros ojos si sólo usáramos conceptos de individuos. No obstante, ello no impide que un lenguaje que contenga conceptos de conjuntos sea más rico en posibilidades expresivas –y también sin duda más económico– que

73 Ibid, págs. 52-53.

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el que solo hiciera uso de conceptos de individuos. Con todo, los conceptos del primer grupo no nos revelan algo irreemplazable desde el punto de vista causal, nada que no pudiera explicarse, aunque fuera de una manera más compleja, utilizando conceptos que sólo se refirieran a acciones, necesidades y aspiraciones de los individuos.

c) Queda por último la tercera posibilidad: la acción. Suponiendo que el estado presente n coincida con lo que la filosofía política indica como el orden justo (o el más justo entre los posibles), uno se dedica entonces a determinar y a poner por obra los medios apropiados para provocar el advenimiento del orden justo y para lograr los cambios correspondientes en el conjuntos social.

En suma, la filosofía política no se plantea problemas científicos ni problemas prácticos, ni problemas de análisis, ni problemas de acción. Apoyándose en los resultados del análisis, procura tan sólo determinar lo que sea un orden justo, y formular los principios que permitan definirlo. Tomando como punto de partida aquello que los hombres buscan en sus prácticas colectivas (los bienes primarios)74, intenta encontrar un modo de construcción de las prácticas colectivas que combine las reivindicaciones presentes de una manera que satisfaga los principios de justicia, para los cuales debe obtener la aprobación de todos en condiciones precisas.

B. El concepto de justificación racional La principal razón por la que en la época de la dominación epistemológica del empirismo se pensaba que los discursos referidos los valores eran inaccesibles a todo intento de justificación racional, es la de que se trabajaba con una concepción de la justificación (y con una definición correlativa de la verdad) que la volvía imposible en relación con los valores: sólo puede verificarse una proposición si se dispone de una base empírica, de un hecho o de un dato objetivo con 74 Ibid, págs. 29.

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los cuales se la pueda hacer corresponder75. Una proposición es válida si describe las cosas como efectivamente son fuera de nosotros. Lo cual deja solamente dos categorías de proposiciones verificables o justificables: las que lo son a priori, porque su significación y su verdad sólo dependen de la significación de los términos que emplean: esas proposiciones son analíticas; y las que lo son a posteriori, porque describen hechos del mundo y en consecuencias se las puede hacer corresponder con los hechos que describen. Semejante proceder excluía toda proposición referida al deber ser de la posibilidad misma de la justificación.

No obstante, gracias a los trabajos de Quine, se establecieron dos puntos importantes: en primer lugar, la distinción entre proposiciones analíticas y proposiciones sintéticas es bastante más compleja de lo que parece. En Los dos dogmas del empirismo, Quine observo que todas la proposiciones son tales si “su verdad depende al mismo tiempo del lenguaje y de los hechos extralingüísticos”, de manera tal que no hay proposiciones empíricas puras cuya verdad dependa solamente de los hechos; todas las proposiciones del mundo, hasta las más sencillas, implican la adopción de cierta cantidad de supuestos (lo que Quine llama una ontología),76 y son solidarias tanto de la teoría en la que figuran como de su lenguaje. No existen proposiciones que sean solamente reseñas de hechos objetivos; no existe una base de observación pura y neutra: los hechos son solidarios de la teoría.77

En segundo lugar, si no hay un nivel de observación puro, resulta absurdo decir que una teoría es verificable si, y sólo si, todos sus enunciados son reductibles a enunciados de observación. En una teoría siempre hay términos teóricos irreductibles a enunciados de observación, y en general son aquellos que se refieren a las entidades

75 Véase Hilary Putnam, Raison, Verité et Histoire (traducción francesa, Minuit, 1984) págs. 145 y siguientes; véase también Stephen Toulmin. Reason in Ethics, Cambridge, 1950, págs. 75 y siguientes.

76 W. V. O. Quine, Les deux dogmes de lémpirisme (traducción francesa en Pierre Jacob, De Vienne a Cambridge, Gallimard, 1980), págs.. 87-112.

77 Ibid, pág. 103.

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de base que uno se plantea para explicar lo real. Después del dogma de la dicotomía entre lo analítico y lo sintético, es el del reduccionismo el que se encuentra en dificultades.

Esta manera de ver las cosas podía desembocar, aparentemente, en consecuencias relativistas o subjetivistas y poner en peligro toda la idea de verificación y de justificación: en efecto, Quine insiste en la idea de que cuando hay un conflicto entre los hechos y la teoría, siempre es posible salvar la teoría reacondicionándola o modificando la enunciación misma de los hechos, puesto que no hay proposiciones intangibles que los describan.78 Porque hay una distancia entre la teoría y la experiencia, y porque siempre hay una capa de interpretaciones entre nosotros y los hechos del mundo, no existe un tribunal definitivo de la experiencia y siempre se puede maniobrar a fin de salvar la teoría introduciendo nuevas hipótesis: no serviría de nada decir que esas hipótesis no han sido confirmadas (individualmente) por los hechos, ya que lo que compone la teoría es el lote común de proposiciones.

En algunos de sus textos, Quine parece inclinarse hacia esta interpretación convencionalista de sus descubrimientos: si fuera así, el concepto mismo de justificación se haría impracticable y todo lo que se le podría pedir a una teoría es que nos ofrezca una reseña simple y cómoda (subjetivamente satisfactoria) de como ocurren las cosas, sin que fuera posible plantearle la cuestión de su verdad. Además las teorías ya no podrían comunicarse entre ellas: cada una seria una manera de clasificar lo real y de disponerlo de un modo más o menos satisfactorio y cómodo, pero una manera no es ni más ni menos verdadera que cualquier otra, salvo en ese plano. 79

78 Sobre la interpretación convencionalista de la tesis de Quine y sobre la manera en que cabe oponerse a ellas, véase H. Putnam, “The refutation of conventionalism” en Mind, Language and reality, Cambridge, 1975, págs. 153-191, y W. V. O. Quine, Relativité de l´ontologie et autres essais (traducción francesa, Aubier, 1977, particularmente pág. 102).

79 Ibid., así como W. V.O. Quine, Le mot et la chose, Flammarion, 1977, pág. 56.

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El mismo Quine protestó contra semejante interpretación y destacó que él no había aceptado una “teoría relativista de la verdad”: “No afirmo que la experiencia sea impotente para clasificar las teorías; solo digo que los enunciados que componen una teoría deben enfrentarse colectivamente y no individualmente al tribunal de la experiencia”.80 Esta manera de ver es lo que Quine llama holismo: hay un conjunto de hechos, componen el nivel relativamente observacional de la teoría (las proposiciones que las establecen son quizá las que dependen menos de las convenciones lingüísticas y teóricas, aunque es imposible que sean totalmente independientes de ellas), y un conjunto de principios de explicación (que constituyen el nivel relativamente más teórico de la teoría).

Se intenta lograr un discurso unificado, exento de contradicciones, que integre el máximo de “datos” y los explique de la manera más económica posible (reducción de los principios de explicación a la menor cantidad posible, simplicidad de las leyes); en este proceso no hay hechos intangibles, ni proposiciones que no puedan ponerse en tela de juicio; si se quiere conservas ciertas proposiciones referidas a los “datos”, y conservar en consecuencia el lenguaje teórico en el cual se produjeron, se puede complicar la teoría agregándole principios explicativos o hipótesis, pero llega un momento en que esa complejidad suplementaria se vuelve intolerable y es necesario cambiar el lenguaje teórico mismo. Inversamente, si nuestros principios de explicación nos parecen dotados de una fuerza explicativa y unificadora que les confiere una gran fuerza de atracción, podemos decidir, en caso de conflicto con el nivel relativamente observacional de la teoría, revisar ciertos enunciados “de base” para hacerlos coincidir con nuestros principios de explicación.

En este modelo, las teorías se comunican mutuamente mediante la relación de la unificación y de la simplicidad, es decir, mediante su capacidad de integrar una gran cantidad de datos en una pequeña cantidad de leyes y de presentar una explicación del 80 Quine, Les deux dogmes de l´empirisme, op. cit., pág. 107

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conjunto de lo real de una manera económica y simple. Una teoría esta pues “justificada” en relación con las demás si se impone a ellas en esos compartimientos diferentes.

Sin duda Quine está dispuesto a decir que a medida que unificamos una mayor cantidad de “datos” en una explicación simple, nos acercamos a una comprensión objetiva y realista de la realidad física, sin que, sin embargo, podamos nunca asegurarnos haber alcanzado una teoría que jamás sea puesta en tela de juicio o haber probado nuestra teoría. La experiencia misma es inestable y todos los sistemas teóricos están subdeterminados respecto de ella, pues comprenden proposiciones fundamentales que establecen clases de entidades y que, por principio, no son verificables aisladamente: sólo se las puede justificar demostrando la capacidad de unificación y de simplificación explicativa de que dan prueba tales proposiciones en relación con sus rivales; al demostrar la eficacia teórica de que son capaces.81

Rawls va a usar explícitamente esta teoría de la justificación y dice, refiriéndose a Quine: “La justificación es un problema del refuerzo que se prestan unas a otras múltiples consideraciones: un problema que consiste en armonizar todo lo que sabemos en una sola concepción coherente”. 82

II. La teoría rawlsiana de la justificación

En primer lugar, dice Rawls, quiero separar los dos métodos que se han empleado para justificar las proposiciones referidas a la justicia.

El primero consistía en considerar evidentes una cierta cantidad de principios de justicia y en transferir seguidamente esta evidencia a conclusiones particulares, empleando un razonamiento puramente deductivo. Rawls rechaza esta estrategia, porque piensa 81 La expresión es de Cassirer, Substance et fonction, Paris, Editions de Minuit, 1977, pág. 363.82 John Rawls. T. J., pág. 620.

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que no hay verdades morales necesarias: una concepción de la justicia no puede deducirse de principios autoevidentes.83

Del mismo modo Rawls rechaza un método que hoy cuenta con el favor de numerosos filósofos de la tradición analítica y que podría calificarse como método naturalista. Este método se basa en un análisis de los términos de evaluación que utilizamos en nuestras teorías éticas y políticas, para demostrar que esos términos son traducibles a términos y proposiciones que sólo implican referencias a propiedades naturales; consiste pues en unir sistemáticamente una proposición que implica términos de evaluación con una proposición que sería su traducción en términos de propiedades naturales. Esta estrategia es muy arriesgada, pues supone que tenemos un conocimiento preciso de la naturaleza de los términos evaluativos y de la diferencia (reductible o irreductible) que los separa de los términos descriptivos o no evaluativos, ahora bien, en el momento actual no disponemos de una teoría completa de la significación de los términos de valor que sea satisfactoria.

Evidentemente se la puede buscar, pero en estas condiciones existe el inconveniente de que nunca se llega a proponer lo que Rawls llama una teoría sustancial de la justicia. Para Rawls, esta estrategia no es pues intrínsecamente mala y probablemente desemboque en resultados interesantes, pero por el momento, nos sumerge en problemas metaéticos y metapolíticos. Por ello, dice Rawls, hay que llevar adelante una estrategia más directa, que dejando a un lado los problemas de análisis, conduzca a proponer inmediatamente principios de justicia e intente justificarlos de otra manera.84

A. Génesis de la idea de justificación

¿Cómo proceder? El método de justificación encarado por Rawls es producto de una elaboración que se extiende por más de veinte años y va modificándose a medida que perfila su teoría de 83 Ibid., págs. 47-48 y también pág. 619.84 Ibid, pág. 619; sobre un ejemplo de ese “naturalismo”, véase John Searle, Les Actes de

langage (traducción francesa Hermann, 1972), págs. 228 y siguientes.

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la justicia; por eso hay que seguirlo cronológicamente. Sin embargo aun cuando Rawls introdujo nuevos elementos, desde el principio se atuvo a una intuición fundamental: justificar una teoría de la justicia seria construir una situación de elección ideal, en la cual las personas llamadas a elegir los principios que gobiernen las prácticas sociales de las que tomarán parte, estarían colocadas en una situación de racionalidad óptima. Y dijo después: los principios elegidos por las personas en semejante situación están justificados. En la descripción de esta situación ideal, uno se contenta con precisar las condiciones de racionalidad, sin asumir ningún compromiso sustancial sobre lo que deben ser los principios de justicia; uno se contenta con describir una situación típica en la cual surgirán los problemas de justicia y en la cual se podría elegir con total imparcialidad. Rawls llama a esto una definición de procedimiento de la justicia.85

En su primer artículo sobre este asunto “Outline of a decision procedure in Ethics” (1951), Rawls propone definir un juez competente y considerar justificados los principios elegidos por dicho juez. Ese juez en normalmente inteligente, conoce las consecuencias de las acciones para los grupos entre los cuales ha sido llamado a arbitrar y posee una disposición a juzgar imparcialmente. Además, los casos sobre los cuales ha de pronunciarse son de índole tal que sus decisiones no tendrán consecuencias para él; son casos que ponen en litigio intereses reales y no imaginarios y el juez se pronuncia sobre ellos no de una manera instintiva, sino habiendo estudiado el conjunto de las informaciones disponibles. Finalmente, para que sus juicios estén justificados es necesario que no haya vacilaciones respecto de ellos y que su juicio sea estable. Es necesario también que ese juicio sea idéntico al que pronunciarían otros jueces igualmente competentes, situados en circunstancias semejantes y que tuvieran las mismas informaciones.86

Sin embargo, Rawls capto inmediatamente las imperfecciones de este primer bosquejo: es vago poco practicable; es difícil satisfacer 85 T. J. pág. 118.86 John Rawls. “Outline of a decisión procedure for Ethics”, Philosophical Review, 1951 (volumen 60).

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la condición de no participación y en consecuencia, los juicios pronunciados por el juez competente, así como los principios que pueda establecer podrán sufrir la influencia de su situación personal y de sus propios intereses; ello es particularmente cierto si ese juez es el encargado de establecer los principios que regirán el conjunto de las prácticas y las instituciones colectivas, porque en ese caso será necesariamente parte involucrada.

A partir de ese momento Rawls tiene sobre todo la intuición de otra forma de justificación posible, puesto que dice que en una situación de ese tipo, es poco probable que el juez llegue a formular principios de justicia que resulten satisfactorios para todos y que estén en armonía con los juicios que los individuos están dispuestos a formular. Esta idea tendrá gran importancia en los desarrollos ulteriores. 87

Sin embargo, Rawls ha identificado una idea esencial: si se llegara a especificar una situación de elección en la cual los individuos fueran llamados a pronunciarse sobre principios de justicia y a elegir algunos en detrimento de otros, de manera tal que sus propios intereses no tuvieran influencia sobre sus elecciones, los principios elegidos en semejante situación estarían justificados: representarían el punto de vista de lo universal y no el punto de vista de ciertos intereses particulares.

Para atenuar las dificultades encontradas, Rawls introduce, en un artículo de 1958 (Justice as fairness), la idea de contrato:88 los principios de justicia no son aquellos decididos por un juez competente, sino aquellos acordados por las partes, que deben reglar sus prácticas colectivas mediante principios de ese género y elegir en condiciones de racionalidad que habría de precisar; decir que miembros contratan significa que aceptan los principios a los cuales se someterán: principios según los cuales habrán de apreciarse las

87 Particularmente cuando Rawls elaboró el concepto de considered judgements (juicios bien meditados); véase mas adelante.

88 Philosophical review, 1958; reproducido en philosophy, politics and society, op. cit., págs. 132-157.

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reivindicaciones de los demás, y en función de éstas nuestras propias reivindicaciones; Rawls introduce pues la idea de reciprocidad contractual en el proceso de la elección de los principios de justicia.

¿Basta la idea de contrato para garantizar la posibilidad de un acuerdo unánime y para garantizar que las elecciones de las partes no estén guiadas por consideraciones parciales? Es poco probable: si las partes deben debatir la adopción de principios de justicia en tales condiciones, el acuerdo unánime corre el riego de resultar imposible. Por ello, Rawls introduce una condición suplementaria: la irrevocabilidad de los principios o la idea de un compromiso firme para el futuro. Los principios elegidos regirán las prácticas colectivas a largo plazo y no será posible modificarlos hasta que algunas partes dejen de considerarlos tan ventajosos como antes.

Tenemos entonces una segunda descripción de la situación inicial de elección: se trata de una situación de contrato y uno se compromete a vivir según los principios elegidos. Siempre se supone que las partes actúan racionalmente y que tienen únicamente en cuenta sus propios intereses; pero ahora tienen en perspectiva los cambios de situación que puedan afectarlos en el futuro, y eso las lleva a tomar en consideración otros puntos de vista distintos del que tienen actualmente.89 También se supone que las partes son iguales, es decir, que ninguna de ellas es capaz de imponer por la fuerza a las demás los principios de organización colectiva más ventajosos para ella: si una de ellas estuviera en una posición de fuerza, no querría en modo alguno negociar ni comprometerse para el futuro. Por último se supone que las partes no están gobernadas por la envidia ni los celos: solo consideran lo que les ocurre a ellas mismas, y en sus cálculos no entra lo que pueda ocurrirles a los demás. Por ejemplo, si se les propone un modo de reparto que es ventajoso para ellas, pero que es todavía más ventajoso para algunas otras, hasta el punto que se darían desigualdades aún más pronunciadas que en otras organizaciones

89 Ibid., págs. 138-139.

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posibles, las partes obraran racionalmente, es decir, que no decidirán tener menos por el simple placer de vivir en una organización en la que existen reducidas diferencias entre los individuos. Los celos y la envidia son sentimientos que interfieren con la racionalidad.

Para Rawls, una situación de ese género es la típica situación en la que surgen problemas de justicia y en la cual, en consecuencia, se buscará un acuerdo sobre principios de justicia: es una situación de elección racional en la que el concepto de compromiso para el futuro modera la parcialidad de los contratantes, según Rawls, tales condiciones llevarían a las partes a ponerse de acuerdo sobre los dos principios siguientes: (A) toda persona que participa de una práctica o que se ve afectada por ella posee un derecho igual a la más amplia libertad que es compatible con el derecho de todos a una libertad semejante. (B) las desigualdades son arbitrarias (y por ende injustificadas) a menos que sea razonable esperar (B1) que obren para beneficio de todos; y además, (B2), las posiciones y las funciones a las que se ajustan esas desigualdades (que dan derecho a una porción mayor de los bienes primarios que la de los demás o con las cuales puede adquirirse esa porción mayor) deben obtenerse como resultado de una competencia abierta a todos.

Mediante el primer principio Rawls aboga por una sociedad democrática en la que se conceda a todo individuo la posibilidad de obrar a su manera y de perseguir sus intereses en tanto y en cuanto ello sea compatible con una libertad igual para todos los demás. En la Teoría de la Justicia, Rawls dice que ese principio es prioritario en relación con el otro, es decir que está prohibido restringir la libertad de cada uno so pretexto que tal restricción podría conducir a una satisfacción globalmente más importante de los intereses.

En cuanto al segundo principio, es muy sencillo: se opta por la igualdad, pero al mismo tiempo se reconoce que en un sistema en el que pueden existir las desigualdades puede ser más efectivo que

89 Ibid., págs. 138-139.

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un sistema rigurosamente igualitario, y puede acrecentar en todos los planos la cantidad de bienes primarios de los cuales podrán disponer los contratantes; se establece así la regla según la cual las desigualdades son justas si procuran una ventaja suplementaria para todos, incluso si lo hacen en una proporción desigual. En cambio, si se produce un acrecentamiento de la suma global de los bienes primarios mediante desigualdades que provocan beneficios para unos y pérdidas para otros, esas desigualdades son injustas, aun cuando se acreciente el monto global. Principalmente en este punto, mediante la afirmación de la prioridad de la libertad, Rawls se separa del utilitarismo.

En el artículo de 1958, Rawls parece atenerse todavía a una justificación de sus principios mediante el procedimiento que describía al comienzo: esos principios son justos porque los contratantes se ponen de acuerdo sobre ellos en las condiciones de elección precisadas dominadas por la racionalidad de los contratantes.90

En sus dos primeros intentos, Rawls parece considerar únicamente las obligaciones formales impuestas a la especificación de la situación inicial, cuando reflexiona sobre el problema de la justificación de su teoría. Parece que no tuviera otras pruebas para determinar la validez de un conjunto de principios, salvo el hecho de que se puede pensar racionalmente que se los elegirá en una situación óptima de racionalidad.

No obstante, quedan numerosas dificultades: suponemos, dice Rawls, que si los hombres estuvieran colocados en esta situación de máxima racionalidad, llegarían a un acuerdo unánime sobre los principios de justicia. Pero también decimos que si no se produce semejante acuerdo, significa que por lo menos una de esas condiciones que definían la situación inicial no se cumplió. El propio Rawls confiesa que no es seguro que el acuerdo se produzca, lo cual equivale a decir que la descripción de la situación inicial no 90 Ibid., págs. 140-141.

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es perfecta y que lo que considerábamos una situación de óptima racionalidad no lo era realmente. Colocadas en esta situación, las partes continuaran razonando sin duda de una manera parcial, y no podrán alcanzar el punto de vista de lo universal.

Además, ¿Cómo se puede asegurar que los hombres elegirán esos principios y no otros? Todo ocurre en el nivel de una experiencia mental. Rawls dice que puede haber circunstancias reales en las cuales los hombres se verían efectivamente conducidos a elegir los principios que deben gobernar sus prácticas colectivas en una situación de ese tipo; pero, ¿ocurriría lo mismo si se tratase de elegir los principios que gobiernen el conjunto del modo social de reparto de los bienes primarios?

Por último es evidente que, en el curso de su razonamiento, Rawls ya tiene en mente los principios de justicia que quiere justificar al construir el concepto de la situación de elección: esta ha sido construida para hacer verosímil la elección de los principios en cuestión. Esta manera de proceder no es ilegítima en sí misma, pero significa que hay otra prueba para determinar la validez de los principios y Rawls encontrará la solución al reunir los dos procedimientos: los principios deben ser intuitivamente validos (habrá que precisar el sentido de esta idea) y, por otro lado, debe existir la posibilidad de hacer parecer que serán elegidos en una situación de óptima racionalidad.

B. La justificación en la teoría de la justicia

En su segundo modelo. Rawls procura mitigar las secuelas de la parcialidad, al extender los efectos del contrato en el tiempo: ciertamente las partes que contratan conocen sus circunstancias actuales, pero sólo conocen parcialmente las circunstancias en que se encontraran en el futuro; en consecuencia, ya que se comprometen a largo plazo, deben considerar no solamente su punto de vista

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presente, con los intereses que se vinculan con él, sino también el punto de vista que tendrán en una posible situación futura, son los nuevos intereses que se vinculan con él.

El propio Rawls percibió el carácter insuficiente de esta disposición: el factor del interés personal se ve reducido por la extensión en el tiempo de los efectos del contrato, pero no por ello quedan completamente suprimidas las deformaciones, porque cada individuo colocado en una determinada situación tiene diferentes probabilidades de encontrarse un día en tal o cual situación distinta. Los contratantes consideraran las elecciones según esas probabilidades: mirarán su situación presente, luego tratarán de calcular, según lo que saben de su edad, de su formación y de la educación que han recibido, de su medio familiar y social, de la evaluación de sus cualidades personales, tanto físicas como intelectuales, la probabilidad de encontrarse un día en una situación determinada. Si la probabilidad es grande, tendrán en cuenta para su elección intereses ligados a esta situación.

Cada individuo elegirá en función de si mismo desde su punto de vista, pero también en función de aquellos que se encuentran en una situación en la que él mismo tiene grandes posibilidades de encontrarse en el futuro. Cada uno elegirá entonces los principios que le parezcan justos no solo desde su propio punto de vista, sino también desde esos puntos de vista posibles o probables para él. Sin embargo, aun en ese nivel, los individuos pueden todavía diferir mucho en cuanto a la manera en que integran los riesgos futuros a sus cálculos: habrá pesimistas y optimistas. En cambio, si existe una probabilidad muy pequeña de encontrarse un día en determinada situación, el contratante no encarará la elección de los principios de justicia según intereses vinculados con tal situación; solo calculará desde el punto de vista de su situación actual o probable.

El elemento de parcialidad disminuyó pero no desapareció. Sin embargo, ¿se podrá alcanzar en esas nuevas condiciones un acuerdo unánime sobre los principios de justicia? Rawls continúa dudándolo y

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por ello llega a la conclusión de que las informaciones que poseemos sobre nosotros mismos, y sobre las probabilidades de evolución futura de nuestra existencia, son otros tantos obstáculos para que cada contratante adopte el punto de vista de lo universal y representan otras tantas incitaciones para adoptar un punto de vista parcial. En otras palabras, habría que imaginar una situación de elección en la cual todas las situaciones posibles parezcan igualmente probables para quien elige.

Por ello, en la Teoría de la Justicia, Rawls desarrollo su concepción en dos direcciones: primero, al introducir condiciones suplementarias en el seno de la descripción de la situación racional de la elección inicial. Luego, al desarrollar su concepción de la justificación: ciertamente, conserva la concepción de procedimiento (son válidos los principios elegidos como resultado de un procedimiento señalado por la elección en una situación de optima racionalidad), pero agrega una prueba independiente: los principios son válidos si están en armonía, en condiciones que habrá que precisar, con el conjunto de nuestros juicios particulares en materia de justicia tales como efectivamente obran. Esto introduce una fuerte dosis de intuición, que por otra parte, le será reprochada a Rawls.91

El procedimiento de justificación propuesto por Rawls en la Teoría de la justicia es particularmente difícil de describir porque procede de dos vertientes al mismo tiempo; podemos intentar primero dar una idea general de él y luego profundizar algunos puntos.

El punto de partida siempre especifica una situación inicial de lección en la cual los contratantes serán llamados a establecer contrato sobre principios de justicia; pero esta vez, las partes tendrán que elegir entre los diferentes conjuntos de principios con una nueva condición que Rawls llama “el velo de ignorancia”.92 A grandes rasgos, deberán elegir una manera de repartir bienes primarios y reglas de reparto, ignorando cual será el lugar que ocuparan en la organización elegida.91 Véase Joel Feinberg, “Rawls and intuitionism” en Reading Rawls, critical, studies of A Theory

of Justice, editado por N. Daniels, Oxford, Blackwell, 1975.92 John Rawls, T. J. párrafo 24 (págs. 168-174).

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Seguidamente, se someten los principios (que como se ha dicho antes, serán muy probablemente elegidos en la situación inicial) a una prueba a posteriori que consiste en determinar (a) si concuerdan con los juicios particulares que nos sentimos dispuestos a emitir en casos particulares respecto de problemas de justicia y (b) si, al deducir de esos principios una cierta cantidad de juicios particulares, se anticipan correctamente los juicios que emitiríamos en casos particulares que aún no se han presentado; más tarde, uno se pregunta si a experiencia ulterior confirma esas anticipaciones deductivas. Por ultimo (c) nos preguntamos si la aplicación de los principios, es decir, la deducción de sus consecuencias en casos particulares, nos permite dilucidar la cuestión en los casos que nos hacen vacilar y si podremos lograrlo de manera satisfactoria.

Entonces pueden presentarse dos casos: o bien los principios satisfacen esa prueba y se encuentran así en equilibrio reflexivo con las situaciones de lo que Rawls llama nuestro sentido moral; en ese caso los principios están justificados en el único sentido que pueden estarlo.

O bien, por el contrario, existe desacuerdo entre los principios y los juicios de nuestro sentido moral; entonces hay muchas estrategias posibles; podemos considerar ese desacuerdo como un indicio del carácter insatisfactorio de los principios mismos y llegamos a la conclusión que la situación óptima de racionalidad o era tal; en esta estrategia preferimos considerar que nuestros juicios intuitivos obran como piedra de toque, y emprendemos la reformulación de los principios a fin de ponerlos en armonía con tales juicios.

Para modificar los principios hay que modificar la descripción de la situación inicial: se introducen nuevos principios, modificados en el sentido adecuado para ponerse de acuerdo con nuestros juicios intuitivos. Bajo la influencia de efectos retroactivos de este tipo se introduce, por ejemplo, la condición de velo de ignorancia. Pero hay que prestar atención a dos cuestiones: por un lado, se puede corregir la descripción de la situación inicial a fin de obtener nuevos principios,

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pero no es necesario desembocar en una concepción de esta situación de elección racional que nos arezca totalmente contraintuitiva, o que resulte contraria a todo lo que, por otra parte, sabemos acerca de la racionalidad. La descripción de la situación inicial con situación de elección racional, debe continuar pareciéndonos intuitivamente razonable. Por otra parte, pueden modificarse los principios mismos, pero tampoco es necesario que se vuelvan fantasiosos o totalmente contraintuitivos: si obtuviéramos (aunque esto es poco probable) un conjunto de principios que nos parecen muy extraños, ello será un índice de que algo no está bien.

En otras palabras, es posible modificar el conjunto constituido por la descripción de la situación inicial y por los principios de justicia a fin de ponerlos en armonía con los juicios intuitivos, pero si esta modificación es contraintuitiva en sí misma, significa que más bien habrá que preguntarse si no queremos conservar a toda costa nuestros juicios intuitivos.

Por eso la segunda estrategia, que de hecho se combina con la primera, consiste en reconsiderar los juicios intuitivos a fin de ponerlos en armonía con los principios de justicia, si estos últimos nos parecen intuitivamente correctos, si poseen una buena capacidad de anticipar y resolver casos dudosos, y si además son consecuencia de una situación inicial de elección cuya definición corresponde a la idea que tenemos de la racionalidad. Reconsiderar los juicios intuitivos significa: hay desacuerdo entre lo que se deduce de mi principio y mi juicio intuitivo sobre la cuestión; ahora bien, si reflexiono, no quiero modificar mi principio y prefiero modificar mi juicio espontaneo a fin de ponerlo en armonía con aquél. Esta reevaluación es tanto más verosímil y tanto más fácil de realizar si, en el curso de la reflexión, se descubre que había un poderoso motivo de deformación, y si además el juicio así reconsiderado parece intuitivamente preferible al anterior.93

93 Ibid., págs. 47-48, también págs. 73-75.

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Hay pues un doble proceso de ajuste: de los principios con los juicios intuitivos y de los juicios intuitivos con los principios, sin dejar de permanecer cada vez en los límites de lo que parece intuitivamente aceptable; nuestros principios tampoco deben obligarnos a adoptar, en ciertas cuestiones particulares, juicios que permanezcan aceptables desde el punto de vista del ejercicio de nuestro sentido moral.

En realidad este doble proceso de ajuste conduce plenamente a lo que Rawls llama el equilibrio reflexivo: una concepción moral y política está justificada en tanto logre realizar semejante estado de equilibrio, por un lado, y en tanto los principios que forman su esencia nos parezcan de naturaleza tal que pueda argumentarse cada vez, de un modo fundado, por qué serian esos los principios elegidos, en la situación inicial de optima racionalidad.94

Ahora que hemos descrito a grandes rasgos el procedimiento de justificación, procuremos precisar ciertos puntos y ver los numerosos problemas que plantea.

El primer punto que merece examinarse es esta condición bastante sorprendente del velo de ignorancia: Rawls la introduce no porque sin ella las partes llegarían a un acuerdo sobre principios que sería imposible poner en estado de equilibrio reflexivo con los juicios intuitivos sino, esencialmente, porque sin ella es probable que las partes no se pusieran de acuerdo, en modo alguno, sobre principios de justicia, a fin de justificar su condición Rawls escribe: “La idea de la posición original es un procedimiento equitativo de tal suerte que todos los principios sobre los que haya acuerdo sean justos. El objetivo es utilizar el concepto de justicia de procedimiento puro como base de la teoría. Debemos invalidar, de una manera u otra, los efectos de las contingencias particulares que se oponen mutuamente los hombres y les inspiran la tentación de utilizar las circunstancias sociales y naturales para su beneficio personal. Por eso pienso que las partes están situadas detrás de un velo de ignorancia. No saben 94 Ibid., pág. 46 y pág. 154.

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de qué manera afectaran su propio caso particular las diferentes posibilidades y están obligadas a juzgar los principios basándose únicamente en consideraciones generales.95

La ignorancia se refiere al hecho de que nadie conoce su lugar en la sociedad, su posición de clase, su condición social, nadie sabe lo que le toca en la distribución de las cartas de triunfo naturales y de capacidades (talento, inteligencia, etc.), nadie conoce las particularidades de su propia psicología (no se sabe si se es optimista o pesimista, si le gustan los riesgos, etc.), cada uno sabe que tiene una concepción del bien, pero no saben cuál es, lo cual hace que desee la mayor parte posible de los bienes primarios porque, según todas las probabilidades, así es como cada uno tiene la mayor posibilidad de realizar lo que considere su bien y de progresar en su plan de vida, sea este el que fuere. Por último, uno no sabe ni su edad ni a que generación pertenece, y tampoco sabe si la sociedad en que vive es una sociedad desarrollada o subdesarrollada.96 En cambio, se puede suponer que las partes tienen todos los conocimientos generales referentes a los hombres y a la sociedad (leyes de evolución social, de la psicología, etcétera).

La idea del velo de ignorancia es la de que las partes elegirán los principios de justicia de una manera no afectada por su situación particular (puesto que lo ignoran todo); y que querrán adoptar los principios aceptables por todos, tanto por quienes están en posiciones desfavorables como por los otros. Además, la condición del velo de ignorancia excluye las negociaciones y las componendas (ya que no están especificadas las diferentes posiciones) y permite la unanimidad: puesto que nadie está en posición de evaluar la fuerza de los argumentos propuestos por tal o cual principio en función de su propia situación, todos se convencerán mediante los mismos argumentos.97

95 Ibid., pág. 168. 96 Ibid., págs. 168-169. 97 Ibid., pág. 171.

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Principalmente al apoyarse en la condición del velo de ignorancia Rawls puede reivindicar un parentesco con Kant: obramos de manera autónoma cuando elegimos principios de justicia, y cuando los elegimos no en función de nuestra posición social, de nuestros dones naturales o de la sociedad particular en la que vivimos, sino únicamente cuando sólo consideramos lo que sería la expresión más adecuada posible de nuestra naturaleza se ser racional, libre e igual a los otros. En ese sentido, la condición del velo de ignorancia hace imposible toda forma de acción heterónoma. Además, los principios que podrán elegirse en la situación inicial son comparables a los imperativos categóricos: son válidos en condición y sean cuales fueren nuestras finalidades. No se dice: “si tienes tal deseo particular, haz esto, elige tal principio”, sino: “¿Sea cual fuere tu meta, elige tal principio”.98

Con la condición del velo de la ignorancia se acaba la descripción de la posición original, que consta de cuatro series de condiciones: I- Encontrarse en una situación en que se planteen problemas de justicia (por un lado competencia de intereses, pero también identidad de intereses; porque hay complementariedad y porque todos tenemos interés en que haya reglas comunes). Esta primera serie comprende también la escasez relativa de bienes primarios y excluye las relaciones de fuerza que permiten que unos puedan poner lo que quieren a otros. II- Una serie de obligaciones formales aplicadas a los principios de justicia: deben ser generales, es decir, que deben poder formularse sin designar a nadie por su nombre; la aplicación de tales obligaciones debe ser universal; deben ser púbicas e irrevocables; deben permitir poner en orden las reivindicaciones en conflicto. III- Las condiciones poderosas: el velo de ignorancia y la ausencia de envidia. IV- La racionalidad de las partes.

El segundo punto que merece atención es el que consiste en decir que en materia de justicia hay juicios intuitivos y que estos deben servir de piedra de toque de la validez de una concepción de 98 Ibid., págs. 288-289.

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la justicia. Rawls sostiene que toda persona que haya superado cierta edad y que posea capacidades intelectuales normales, desarrolla un sentido de justicia en circunstancias sociales normales, es decir que cada uno de nosotros tiene una aptitud y una disposición a pronunciarse sobre la justicia y la injusticia en el conjunto de casos en los que se planteen tales cuestiones; que tenemos el deseo de obrar de conformidad con los juicios que consideramos más justos y que esperamos de los demás un deseo semejante.

Rawls llama a esto una capacidad moral: las practicamos en numerosos casos, pero no sabemos exactamente cómo actúa y en virtud de qué (¿de qué principios?) juzgamos justas algunas instituciones e injustas otras. Ciertamente, dice Rawls, hay casos en los cuales vacilamos y en los que nuestra capacidad moral parece cogida en falta, lo cual no le impide actuar en un gran número de casos.99

Para Rawls, una teoría de la justicia es un intento de explicar esta capacidad moral, de construir principios de justicia cuya aplicación sistemática nos conduzca, por derivación deductiva, precisamente a los juicios que realmente formulamos en la existencia cotidiana. Según Rawls una concepción de la justicia está justificada en la medida en que sus principios permiten tal deducción o en la medida en que esos principios estén de acuerdo con los juicios derivados de esta “capacidad moral”.

A fin de dar una idea más precisa de lo que quiere decir, Rawls propone comparar con lo que sostiene con la teoría lingüística como descripción del sentido de la “gramaticalidad” de frases que todos poseemos. En efecto, tenemos la facultad de distinguir las frases gramaticales de la lengua que son posibles y las que no lo son: una teoría lingüística debe construir principios que expliquen por qué una frase es posible y otra no, es decir, principios cuya aplicación sistemática conduzca a los mismos resultados que se obtienen en el plano intuitivo. Tales principios serian teóricos o hipotéticos y no 99 Ibid., párrafo 9 (págs. 71-78).

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simples descripciones de los juicios que realmente formulamos; en el terreno de una teoría de la justicia debe prevalecer una situación análoga.

No obstante, los juicios cotidianos que hay que explicar y poner en equilibrio con la teoría no son los juicios espontáneos, sino los juicios que Rawls llama bien meditados. A fin de comprender este concepto, hay que señalar que quedan excluidos todos los juicios sobre los cuales tenemos vacilaciones, como también todos aquellos provocados por accesos de miedo o de emoción. También quedan excluidos los juicios de quienes con toda evidencia están directamente interesados en la cuestión. En consecuencia, solo consideramos los juicios enunciados en condiciones favorables para el ejerció del juicio y de la reflexión en general. Además, los juicios que nos sirven de piedra de toque no son aquellos que uno podría formular antes de haber examinado concepciones diferentes de la justicia, sino los que se formulan después de esta reflexión sobre principios de justicia posibles; y son de naturaleza tal que eventualmente pueden ser reevaluados, reconsiderados, a la luz de los principios mismos.

El tercer elemento que convendría profundizar es el del razonamiento que, según Rawls, conduce de la especificación de la situación inicial a los principios de justicia que él quiere defender. Esta es sin duda la parte más discutible de la teoría de la justicia como equidad. Al proceder mediante la confrontación sistemática de dos hipótesis rivales, Rawls procura demostrar que sea cual fuere la alternativa que se oponga a los principios de la justicia como equidad, estos serán elegidos antes que los otros. Su razonamiento se basa en dos ideas esenciales: el principio del máximum por un lado, y por el otro, el de razón suficiente.

El máximum es un principio de elección en una situación de completa incertidumbre, como la que define la posición original: se trata de elegir la solución que ofrezca el máximo de ventajas posibles (sea cual fuere la posición que uno ocupe en el orden elegido) y, por

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otra parte, minimice los riesgos: “La regla del máximum propone jerarquizar las soluciones posibles en función de su peor resultado posible; debemos elegir la solución cuyo peor resultado posible es mejor que cada uno de los peores resultados de las demás”.100 Se trata de elegir pues colocándonos en el punto de vista de los más desfavorecidos y persuadiéndonos de que tenemos una posibilidad de encontrarnos nosotros mismos en esa posición, posibilidad cuya probabilidad nos es imposible evaluar, ya que no sabemos nada de nuestras propias características. En tales condiciones, habrá que elegir los principios que den lugar al orden social en el cual la posición menos favorecida es sin embargo preferible a lo que esa misma posición sería en cualquiera de los otros ordenes posibles (por lo menos de aquellos que conocemos).101

Rawls reconoce que esa es una actitud conservadora caracterizada por el rechazo del riesgo: se elige la solución en la que, aun estando en lo más bajo de la escala, uno se encontrará en la situación menos desfavorable posible y, por lo menos, podrá aceptar el orden elegido, porque éste le permite a cada uno conservar la necesaria autoestima. La condición esencial es que el orden elegido les parezca aceptable a todos, particularmente desde ese punto de vista, y solo la justicia como equidad es capaz de dar ese resultado.102

Sin embargo, esta manera de proceder no está considerada en todos los casos como la más racional: sólo lo es en una situación de máxima incertidumbre, es decir, cuando nos resulta materialmente imposible hacernos la menor idea sobre las probabilidades que tenemos de ocupar tal o cual posición. Nuestra preocupación esencial es pues construir un orden según principios que les parezcan equitativos a todos una vez levantado el velo de ignorancia: en primer lugar aceptables, porque cada uno puede continuar respetándose asimismo.

100 Ibid., pág. 185.101 Ibid., pág. 185.102 Ibid., págs. 185 y 197.

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Es mucho lo que está en juego, porque nos comprometemos con principios que, por un lado, gobernarán toda nuestra existencia y la idea que tendremos de ella y que, por otro lado, deberán parecernos aceptables en todo momento. No obstante comprometen toda nuestra existencia, sino también la de nuestros descendientes si elegimos algo diferente de los principio de la justicia como equidad. Rawls dice que es razonable suponer que en la posición original las partes tengan un “alto grado de aversión al riesgo” que está vinculado con la ausencia total de informaciones respecto de sí mismas: ¡no saben siquiera que clase de personas son, si les gusta exactamente el riesgo, si son o no jugadores!103

En cuanto al principio de razón suficiente, Rawls afirma que toda situación diferente de la determinada por los dos principios de la justicia como equidad implicaría por definición que la situación más desfavorable fuera peor que el orden determinado por esos dos principios. Pero no se sabe absolutamente nada acerca de la posibilidad que cada uno tiene de encontrarse en esa posición: en tales condiciones no pueden preferirse otras soluciones en lugar de los principios de la justicia como equidad; porque no tenemos ninguna razón para preferirlas a ellos. En cambio, tenemos una razón suficiente para elegir la justicia como equidad, porque, según todas las probabilidades, esta implica que la posición menos favorecida estará en la situación más ventajosa posible.

Ahora bien, el nervio de la argumentación mediante la cual Rawls piensa que puede justificar sus propios principios respecto de los del utilitarismo, es que el utilitarismo, por una parte, tiene consecuencias que se contradicen con nuestros juicios bien meditados y, por otra, sería una solución menos racional para el problema de la elección en la situación inicial.

En efecto, intuitivamente estimamos que no es posible sacrificar la libertad en nombre de ventajas mayores; es cierto que 103 Ibid., pág. 201.

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con frecuencia tenemos dos objetivos: por un lado permanecer siendo lo más libres que podamos, y por otro, aumentar el máximo posible la suma de nuestro bienestar. El utilitarismo quiere maximizar el bienestar y acepta que para ello se pueda disminuir la libertad (aunque para el utilitarismo esta sea una simple posibilidad que nunca se hará efectiva, ya que el sistema más eficaz es también, en los hechos, el que implica la mayor libertad posible); al decir esto, el utilitarismo entra en contradicción con nuestro juicio bien meditado, que da prioridad a nuestra exigencia de libertad y que pone a nuestras dos ambiciones esenciales en un orden léxico. Al colocar el principio de libertad en un lugar prioritario, la justicia como equidad se encuentra por el contrario en equilibrio con esas convicciones del sentido común.

Por segunda vez el utilitarismo está en contradicción con nuestros juicios bien meditados: en efecto, el utilitarismo considera el problema de la elección del mejor orden como un problema de maximización, de naturaleza tal que podría plantearse en el caso de un sola persona; no hace ninguna distinción entre lo que significa elegir cuando se es una persona y lo que significa arbitrar entre reivindicaciones competidoras cuando hay una pluralidad de personas, en otras palabras, el utilitarismo no considera seriamente la diferencia de las personas y, particularmente, la necesidad de que el orden establecido permita a cada una de esas personas conservar su autoestima. Para el utilitarismo, lo esencial es maximizar la suma total de bienestar y le importa poco que para lograrlo uno esté obligado a disminuir la suma de bienestar de algunas personas si, en cambio, se acrecienta la de otras en tales proporciones que el total del conjunto sea una cantidad mayor. Esto entra en contradicción con nuestros juicios bien meditados: hay una pluralidad de personas reales; uno no tiene el derecho de sacrificar los intereses de algunos para el beneficio del conjunto, así como no cabe ignorar que el orden elegido puede conducir a una situación en la cual algunos quedarán privados de un bien esencial: la autoestima.104 Además es evidente que las partes, en la situación inicial, no podrán aceptar semejante 104 Ibid., págs. 479-480.

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principio porque les parecería intolerable en el caso en que ellas mismas se encontraran algún día en la posición de aquellos que hoy se sacrifican por el bien del conjunto, particularmente en lo que se refiere al bien más esencial que es el respeto por uno mismo.

Por último, el utilitarismo no puede discriminar entre los deseos que son aceptables y los que no lo son y en ese sentido es poderosamente contraintuitivo; si algunos individuos sienten placer al martirizar a los demás (por ejemplo) ¿debe considerarse tal deseo, aunque intuitivamente pensemos que no? La teoría de la justicia como equidad es capaz de establecer un equilibrio con ese juicio bien meditado.

Al final de su libro,105 Rawls vuelve sobre las objeciones que podrían hacérsele a su método de justificación.

En primer lugar, semejante método recurre a un acuerdo puramente fáctico, tanto en lo que respecta a la especificación de las condiciones iniciales a las que debe obedecer la posición original, como a la determinación del equilibrio reflexivo entre los tres elementos que son: la posición original, los principios de justicia y los juicios bien meditados. Rawls responde que la naturaleza misma de una justificación es dirigirse a quienes no están de acuerdo con nosotros, a fin de procurar convencerlos y hacer que consideren aceptable nuestra posición desde el punto de vista del razonamiento y de la argumentación. ¡”Justificado”, en ese sentido, quiere decir “racionalmente aceptado o racionalmente aceptable”!

Es imposible realizar una justificación sin remontarse a algunas tesis, que por lo menos las partes de la discusión reconozcan como válidas. Se trata de demostrar, deductivamente, a quienes no están de acuerdo con nuestra teoría de la justicia, que, no obstante, ellos aceptan como verdaderas ciertas proposiciones que tienen por consecuencia ineluctable la aceptación de nuestra teoría; se les 105 Ibid., págs. 618-628.

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señalara, por ejemplo, que si ellos están de acuerdo con la definición de la situación racional de elección, no pueden dejar de adherirse a los principios de la justicia como equidad. Asimismo se les hará ver que están dispuestos a enunciar ciertos juicios de justicia sobre problemas particulares, que la justicia como equidad es la única capaz de explicarlos de manera sistemática y que le es posible introducir una coherencia en nuestros juicios dispersos al demostrar que todos ellos pueden derivar de los principios de la justicia como equidad.106

Dijimos al comienzo que habría que ser modesto en lo que se refiere a concepto de justificación y la conclusión lo confirma: en política sólo se puede argumentar o justificar si hay premisas compartidas. De ese modo aparece también el problema de la justificación transcultural: ninguna justificación es posible si no hay ningún punto de acuerdo, particularmente sobre lo que significa justificar y sobre cierto número de premisas que pueden ser generales (la teoría de la racionalidad) o particulares (juicios bien meditados).

La segunda objeción se refiere a la exhaustividad de la lista sobre la que se basó nuestro trabajo: Rawls confiesa que la justificación es imperfecta porque no se pusieron en la balanza la justicia, solo se estimaron las que están disponibles y, particularmente, las diferentes variantes del utilitarismo entonces, en cierta medida la lista es arbitraria.

La respuesta de Rawls es muy simple: “Aun si uno debe aceptar que toda lista de doctrinas consideradas es, en cierta medida, arbitraria, la objeción esta errada si supone que todas las listas son igualmente arbitrarias. Una lista que comprenda las teorías tradicionalmente más importantes es menos arbitraria que la que deja de lado las posibilidades más evidentes. Ciertamente se podría forzar la argumentación en favor de los principios de justicia si se demostrara que siguen siendo la mejor elección en una lista completa y evaluada sistemáticamente” sobre este punto Rawls está dispuesto a decir que existen dudas sobre la posibilidad de que los 106 Ibid., pág. 622.

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principios de justicia fueran elegidos en una lista completa, pero una lista completa y evaluada sistemáticamente no está disponible. No obstante, Rawls continúa sosteniendo que aun en el caso en que la lista fuera completa, los principios adoptados serian en su opinión una variante de los principios de la justicia como equidad, o por lo menos, pertenecerían a la misma familia de principios.