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RESEÑAS Y NOTAS | 91 Vicente Leñero empezó a escribir su co- lumna “Lo que sea de cada quien” en esta Revista de la Universidad de México a fina- les del 2006, y ello afianzó nuestra larga amistad e hizo que nos viéramos con ma- yor frecuencia. En una ocasión fuimos a tomar una copa porque, dijo por teléfono, tenía se- rias dudas sobre una posible columna. Des- de que llegaron los whiskys me planteó el problema. —¿Tú sabes por quién se suicidó Mi- roslava, en 1955, a los 29 años de edad? —Por el torero Luis Miguel Domin- guín, quien la dejó para casarse con la ac- triz italiana Lucía Bosé. Tú mismo así lo escribiste en el guion sobre su vida de la película que dirigió Alejandro Pelayo. En- cuentran muerta a Miroslava con la foto de Dominguín entre las manos. También hay un espléndido cuento de Guadalupe Loaeza en su libro Primero las damas en que se da la misma versión. Aunque yo recordaba veladamente el escándalo que se armó en los periódi- cos a raíz de ese suicidio, luego me volví un ver dadero enamorado de Miroslava y vi to das sus películas con verdadera de- voción. Su belleza y forma de actuar me deslumbraban. Especialmente vi cinco o seis ve ces Ensayo de un crimen de Luis Buñuel, la última película de la actriz, en que, pro féticamente, su maniquí de cera es quemado por el actor Ernesto Alonso. —Pues no, Miroslava no se suicidó por el torero Luis Miguel Dominguín —dijo en tono enfático Vicente, dando un largo trago a su whisky. —Pero eso fue lo que se dijo en todos lados y hasta encontraron la foto del to - rero entre sus manos, casi como un cruci- fijo. Además tú mismo lo escribiste en el guion de tu película. —Pues mentí. —¿Por qué? —Porque había jurado no decir la verdad. Hay que recordar que Vicente era ca- tólico practicante. Quizás, el mejor escri- tor católico que ha dado nuestro país. —¿A quién se lo juraste? —A Ernesto Alonso, el mejor amigo de Miroslava, quien fue el primero en en- trar en su recámara y reconocer el cadá- ver... y cambiar la foto que tenía entre sus manos. —¿Y por qué no lo dijiste en el guion de tu película? —Te digo, porque se lo había jurado a Ernesto Alonso, y cuando escribí el guion él todavía vivía. Yo también di un largo trago a mi whisky, con emoción creciente. —¿Y ahora que ya murió Ernesto Alon- so?—pregunté. —Por eso quería hablar contigo. He pensado en contar la verdad en mi co- lumna de nuestra revista. Pero antes que- ría preguntarte, tú que dices saber tanto de teología. ¿Una vez que muere la perso- na a quien le juraste algo, deja de ser váli- do el juramento? Naturalmente, por tener un artículo así en nuestra revista (la columna de Vicente era la más vista y mucha gente me decía que compraba la revista sólo por leerla), yo también era capaz de jurar en vano. —Por supuesto. Una vez que muere la persona a quien le juraste algo, deja de ser válido el juramento —respondí sin una fisura de duda en mi tono de voz. —¿Seguro? —Segurísimo. Puedes escribir el artícu- lo sin una gota de culpa. —¿Dónde lo leíste? —No recuerdo exactamente, pero está en varios libros de teología. —Bueno, si tú que eres el director de la revista y también católico, lo dices, lo voy a escribir. Vicente hizo una seña a la mesera para pedir la cuenta. —Oye, pero antes dime por quién se suicidó Miroslava. Porque, en efecto, algo leí de que era bisexual y que en realidad se suicidó por Ninón Sevilla. —Pendejadas, como me dijo Ernesto Alonso cuando yo también se lo comenté. Se suicidó por Cantinflas, de quien es ta- ba locamente enamorada, y que le había ofrecido divorciarse de su mujer para ca- sarse con ella, lo que nunca cumplió. El propio Ernesto Alonso cambió la foto de Cantinflas de entre las manos de Miros- lava y puso la de Dominguín. Varios años después, ya con Vicente muy enfermo, le recordé aquella plática que dio lugar a uno de los mejores artícu- los que publicó en la revista (salió en ene- ro de 2009) y le reconocí que, en realidad, le había mentido, y que yo creía que un juramento que se hace a alguien perma- nece aunque esa persona haya muerto. Sonrió. —Por supuesto que yo también lo sé, pero necesitaba a alguien con quien com- partir el pecado —contestó. Modos de ser El juramento de Vicente Leñero Ignacio Solares Miroslava

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Page 1: Modos de ser El juramento de Vicente Leñero · Hay que recordar que Vicente era ca-tólico practicante. Quizás, el mejor escri-tor católico que ha dado nuestro país. —¿A quién

RESEÑASY NOTAS | 91

Vicente Leñero empezó a escribir su co -lumna “Lo que sea de cada quien” en estaRevista de la Universidad de México a fina -les del 2006, y ello afianzó nuestra largaamistad e hizo que nos viéramos con ma -yor frecuencia.

En una ocasión fuimos a tomar unacopa porque, dijo por teléfono, tenía se -rias dudas sobre una posible columna. Des - de que llegaron los whiskys me planteó elproblema.

—¿Tú sabes por quién se suicidó Mi -roslava, en 1955, a los 29 años de edad?

—Por el torero Luis Miguel Domin-guín, quien la dejó para casarse con la ac -triz italiana Lucía Bosé. Tú mismo así loescribiste en el guion sobre su vida de lapelícula que dirigió Alejandro Pelayo. En -cuentran muerta a Miroslava con la fotode Dominguín entre las manos. Tambiénhay un espléndido cuento de GuadalupeLoaeza en su libro Primero las damas enque se da la misma versión.

Aunque yo recordaba veladamenteel escándalo que se armó en los periódi-cos a raíz de ese suicidio, luego me volvíun ver dadero enamorado de Miroslavay vi to das sus películas con verdadera de -voción. Su belleza y forma de actuar medeslumbraban. Especialmente vi cincoo seis ve ces Ensayo de un crimen de LuisBuñuel, la última película de la actriz,en que, pro féticamente, su maniquí decera es quemado por el actor ErnestoAlonso.

—Pues no, Miroslava no se suicidó porel torero Luis Miguel Dominguín —dijoen tono enfático Vicente, dando un largotrago a su whisky.

—Pero eso fue lo que se dijo en todoslados y hasta encontraron la foto del to -rero entre sus manos, casi como un cruci-

fijo. Además tú mismo lo escribiste en elguion de tu película.

—Pues mentí.—¿Por qué?—Porque había jurado no decir la

verdad.Hay que recordar que Vicente era ca -

tólico practicante. Quizás, el mejor escri-tor católico que ha dado nuestro país.

—¿A quién se lo juraste?—A Ernesto Alonso, el mejor amigo

de Miroslava, quien fue el primero en en -trar en su recámara y reconocer el cadá-ver... y cambiar la foto que tenía entre susmanos.

—¿Y por qué no lo dijiste en el guionde tu película?

—Te digo, porque se lo había jurado aErnesto Alonso, y cuando escribí el guionél todavía vivía.

Yo también di un largo trago a miwhisky, con emoción creciente.

—¿Y ahora que ya murió Ernesto Alon -so?—pregunté.

—Por eso quería hablar contigo. Hepensado en contar la verdad en mi co -lumna de nuestra revista. Pero antes que-ría preguntarte, tú que dices saber tantode teología. ¿Una vez que muere la perso-na a quien le juraste algo, deja de ser váli-do el juramento?

Naturalmente, por tener un artículo asíen nuestra revista (la columna de Vicenteera la más vista y mucha gente me decía

que compraba la revista sólo por leerla),yo también era capaz de jurar en vano.

—Por supuesto. Una vez que muere lapersona a quien le juraste algo, deja de serválido el juramento —respondí sin unafisura de duda en mi tono de voz.

—¿Seguro?—Segurísimo. Puedes escribir el artícu -

lo sin una gota de culpa.—¿Dónde lo leíste?—No recuerdo exactamente, pero está

en varios libros de teología.—Bueno, si tú que eres el director de

la revista y también católico, lo dices, lovoy a escribir.

Vicente hizo una seña a la mesera parapedir la cuenta.

—Oye, pero antes dime por quién sesuicidó Miroslava. Porque, en efecto, algoleí de que era bisexual y que en realidad sesuicidó por Ninón Sevilla.

—Pendejadas, como me dijo ErnestoAlonso cuando yo también se lo comenté.Se suicidó por Cantinflas, de quien es ta -ba locamente enamorada, y que le habíaofrecido divorciarse de su mujer para ca -sarse con ella, lo que nunca cumplió. Elpropio Ernesto Alonso cambió la foto deCantinflas de entre las manos de Miros-lava y puso la de Dominguín.

Varios años después, ya con Vicentemuy enfermo, le recordé aquella pláticaque dio lugar a uno de los mejores artícu-los que publicó en la revista (salió en ene -ro de 2009) y le reconocí que, en realidad,le había mentido, y que yo creía que unjuramento que se hace a alguien perma-nece aunque esa persona haya muerto.

Sonrió.—Por supuesto que yo también lo sé,

pero necesitaba a alguien con quien com-partir el pecado —contestó.

Modos de serEl juramento de Vicente Leñero

Ignacio Solares

Miroslava