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Monografía de una familia

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por la Familia Arango-Orozco II

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© Familia Arango-Orozco 2011El autor se reserva los derechos exclusivos de su contribución a este libro.

Segunda edición, noviembre de 2011

AgradecimientosExpresamos gratitud a las siguientes personas que, con su aporte económico, motivación, conocimientos y buena voluntad hicieron posible esta obra para su publicación: María Isabel Arango, Daniel Correa, Rubén y Federico Vélez, Gloria González, Luis Fernando Ángel y Olga Lucía Lora

TextosÁlvaro Eduardo Arango O.Con la colaboración: María Eugenia Arango O.

FotografíaArchivos, Familia Arango-Orozco

Creatividad y Desarrollo EditorialTu-FotoAlbum ™, [email protected] Antonio, TX, USA

Diseño y Diagramación Olga Lucía Lora, Tu-FotoAlbum ™Diseño Portadas Juan Ernesto Arango

Impresión Blurb Inc., noviembre 2011California, USA

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Hijas de la Familia Arango-Orozco

Hijos de la Familia Arango-Orozco

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Contenido

Prólogo 8

I. árbol genealógico 16

II. Antepasados 19

III. Aconteceres familiares

Primera Jornada 47

Segunda Jornada 67

Tercera Jornada 76

Cuarta Jornada 98

Quinta Jornada 131

IV. Familias Conformadas 134

V. Celebraciones y 142 Divertimentos

Epílogo 158

Bodas de Oro Matrimoniales 13 de julio de 1972

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A “los innumerables héroes

desconocidos, iguales a los más grandes héroes conocidos”

Walt Whitman

ADon Rafael Álvarez Arango

Los Padres de la familia Arango-Orozco

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Prólogo

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A VISTA DE PÁJArO, lo que relatamos está inspirado en, con y por Jesús, María y José:

El Hogar de Nazareth. A éste la gracia, el honor y la gloria.

Tal ha sido nuestra referencia en la conformación de Familia, y de esto damos aquí testimonio. Aspiramos a lo mejor, y el mito de “el Hogar Perfecto” ha sido nuestro modelo. Mito inalcan-zable y evasivo, como todo ideal, pero que nos exige y fortalece para muchos y constantes esfuerzos, de lo cual deriva-mos frutos muy sabrosos como: la so-lidaridad, la humildad, la paciencia, la tolerancia sin complacencias; la miseri-cordia y la compasión por la Condición Humana. Estas virtudes nos aportan, a su vez, sentimientos de alegría, joviali-dad, gentileza y salud.

Sin embargo, como se verá, en algunas etapas oscuras e invernales del Camino, obramos como obra la generalidad de las familias: Con orgullo, miedo, depre-sión, e ignorancia, entorpeciendo las re-laciones y complicando los procesos, los cuales se hubieran desarrollado sin tanto traumatismo, si hubiéramos permaneci-do calmos y serenos; pero no pudo ser. Humano es errar. Con todo, a partir de las crisis y por voluntad de los Inmortales que nos permiten dolernos, patalear y re-cuperarnos, aprendimos la lección de la fe, la esperanza y la caridad del humilde.

Ahora debemos preguntarnos. ¿Por qué el Hogar Familiar (Horno del Amor) ha sido tan determinante en nuestras vidas?

En primer lugar, porque todos sus miembros hemos sido conscientes de su importancia para enfrentar los destinos que nos han correspondido y la Cultura a la que pertenecemos.

Salir del nido y no tener ningún punto de referencia en el mar de incer-tidumbres que es la sociedad de merca-do y consumo, con sus complejas ins-tituciones y mundo laboral, es cosa de espanto y náuseas.

La Familia da una seguridad que no tienen los solitarios, carentes de afectos íntimos. Decir Hogar es decir ternuras y Sentido de Vida.

Estos solitarios merecen compasión. Son muy pobres, tanto más si carecen de medios económicos. No tener Casa (con mayúscula) es como no haber na-cido. Es no tener identidad; es andar perdido y en inminente peligro de ser un perdedor. Es estar “cojo” y ser fácil presa de las “aves carroñeras”, que no faltan en el zoológico humano.

Con respecto a esta razón, que por fundamental se da por sentada y se ol-vida en la práctica, padres y hermanos obramos, también, en su momento, con sabiduría y gratitud, al construir, más que Familia, Hogar de Tradición.

“Quien marcha una sola legua sin amor Marcha hacia su propio funeral…”

Walt Whitman

“Solo vive el que sabe”Gracián

“Las cosas están ante nosotros ¿para qué inventarlas?... ¿por qué ir tras algo que ya tienes?”

Gorana

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¡Por la vida y por la muerte! Ana Cristina Franco

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Tradición es nuestra segunda razón, porque de tales Abuelos, tales Padres y tales Hijos, con riqueza genética y cul-tural. El mundo no lo inventó nuestra generación. Hogar tenemos porque hogar es herencia y patrimonio. Así re-cibimos el fuego, por relevo, gracias a la formación, según la bendita manera de “ser paisas”, porque somos paisas de pura cepa, nietos de colonizadores re-publicanos, en el Suroeste antioqueño y sentimos orgullo de la Casta.

Somos hijos de Padres y Madres religiosos, sobrios, trabajadores. Hom-bres de carácter, algunos ilustrados, y de recias convicciones ideológicas y políticas, pero moderados. realistas y románticos. Madres honestas y alegres, cumplidoras de los deberes cotidianos con heroica simplicidad y constancia.

Los hermanos, al mirarse unos a otros, no supieron, ni saben, ni sabrán cómo vivir sin alguno. Tan hondos los tenemos y tan imprescindibles. En

prólogo

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El hogar de Nazareth, Sofía, Manuel y Miguel

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Hogar de tradición

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prólogo

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Página opuesta

Familia Arango-Orozco II, 2010

Arriba izquierda

Simón y SebastiánArriba derecha

La cantante Olivia Abajo

Juiciosa en su Singer

nuestro caso, somos diez. Hoy por hoy, cuál más querido, más atento, más cómplice… más malgeniado cuando “se la vuelan” o está deprimido. Cuál más humilde y reparador.

Tenemos, pues, dos razones incontro-vertibles para apostar por el hogar. Toda inversión en este esfuerzo la damos por ase-gurada. Hemos comprobado el buen balan-ce y participamos de la buena cosecha…

…¡Que la Madre nos dure otros años con buena salud!

Como hace poco nos ha nacido un niño de nombre “rafael”, nombre esco-gido por la bisabuela Olivia y bien reci-bido por todos, les participamos nues-tra alegría. Son ya cinco los bisnietos y 50 los parientes por la rama de Gustavo y Olivia. Nació a los 5 meses de muerto su bisabuelo.

Antes de compartir nuestras histo-

rias de Familia, los invitamos, queridos lectores, a escuchar un fragmento poé-tico de la Cultura Afro, cercana en san-gre y corazón… Que lo diga “la servi-dumbre”: pajes, sirvientas, agregados y mayordomos, empleados domésticos… Oh raquel de Itsmina; Pacho y María, de la hacienda, “Doña María”; Ber-narda de “La Esmeralda”, Chiquita de Quibdó, ramón y José: Cocina, arru-llo, canto y cuento. Dignos todos de su heroica sangre y de mejor destino…

“Han pasado años de lucha y triunfo, y nos faltan muchos más… A mí que nadie me diga que no vamos a aguantar. Con este fuego gigante Ya podremos continuar: Estaremos siempre unidos; Canta la Salsa: “Pa lante”.

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prólogo

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Nuestro último hogar en Calle 37 Nº 80B-41 Laureles, Medellín

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Municipio de Valparaíso, Antioquia

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Familia Arango-Correa

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2. Antepasados

LA HISTOrIA DE nuestro ape-llido Arango comienza, hasta donde sabemos y podemos re-

conocer, en Envigado (Antioquia). De donde se dirigió, junto al Correa, de Caldas (Antioquia), hacia el Suroeste del Departamento, en las primeras eta-pas de “La Colonización Antioqueña”, en las últimas décadas del siglo XIX.

El Arango-Correa hacía parte de la clase “acomodada”, o “pudiente” de aquellos tiempos.

La familia Arango-Correa estaba conformada por Francisco de Paula Arango (Pacho), el padre, y María An-tonia Correa (Toña), la madre.

Fueron sus hijos: Graciela (Yaya), Francisco (El Ne-

gro), Eduardo (Alo), María (Mía), Lu-cila (Hila), Adelfa (Afa), rafael (rafae-lito), Horacio, Josefina (Mina), Ofelita y Alfonso.

Los Arango-Correa se ubicaron, pri-mero, en el “sitio” de San Pablo, hoy, corregimiento de Támesis. Compraron finca grande por los lados o riveras del río Conde, de fuerte y limpio caudal, que provenía de las tierras altas y frías. Debió ser aquel paraje, para desmontar y sembrar café, el cultivo de moda.

En los años primeros del siglo XX, la Familia pasó al reciente municipio de Valparaíso donde construyó casa

con solar y zaguán y hasta locales para avíos y mercados y arreglos de altares para “Corpus” y pesebres. La fueron remodelando y ampliando, a través de los años.

La casa inicial tenía pisos de ma-dera, luego de cemento, y, finalmente, de baldosa. Está situada a un costado de la iglesia parroquial, el que da a la sacristía, por el fondo; en la misma manzana, pero, por el Oriente, o sea, por la “Calle de los Arango”, donde, también, tuvieron casa, ya casados, Eduardo, Horacio, Francisco y Alfon-so. Los Arango-Correa eran primos de los Escobar Arango, familia principal, de ideario conservador, que vivía al Oc-cidente del parque o plaza municipal. Estas dos familias fueron protagonistas de los aconteceres del Municipio, tan-to por su posicionamiento económico, como por su liderazgo.

De los Arango-Correa destacamos sus grandes virtudes familiares: religio-sidad, laboriosidad, ideas liberales mo-deradas y civismo. Todos los varones fueron miembros fundadores activos del Centro “Gómez Ochoa”, nombre que se le dio al Centro Cultural, como homenaje al general republicano del ejército de rafael Uribe Uribe. Este Uribe nació, como veremos, en el mu-nicipio de Valparaíso, en la hacienda “Palmar”, que perteneció, también, a las

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señoritas Arango-Correa, a las solteras Yaya, Mía, Hila, Afa y Ofelita…

El general “Juan Pablo” Gómez Ochoa era de Caramanta y tuvo gran influencia en la región por demócrata y promotor de la Cultura. El Centro Gómez Ochoa contó con una excelente biblioteca de autores románticos y de la ilustración alemana, francesa e inglesa, que estimularon el pensamiento libe-ral. El Centro construyó el cementerio municipal y realizó obras de ornato y sociales.

Los Arango-Correa fueron discretos al ventilar asuntos familiares; eran sin ostentación, pero sin avaricia. Común entre ellos, el autocontrol y la compos-tura. Las mujeres, cual más hacendosa: La buena mesa, el orden, la limpieza de la casa, los modales exquisitos, el jardín bien cuidado, hablan de su grandeza humilde. La decoración, esmerada: Va-jilla de porcelana importada, que ven-día en Valparaíso, su primo rico Don Jesús Arango. Platería, lámparas Art Deco; pinturas del barroco colombiano

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Yaya y Ofelita

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del siglo XVII, que junto a un crucifi-jo de la escuela quiteña, tenían en altar familiar, donde siempre ardió una lám-para de aceite de higuerilla. No faltaron tejidos, encajes y bordados de sus deli-cadas manos para manteles, servilletas, cortinas, y ropas de cama almidonadas, blancas, impecables. Los cuadros de las paredes tenían finas láminas (litogra-fías) europeas, sobre todo, alemanas y francesas, con motivos religiosos como “Jesús ante Pilatos”; literarios como “Mefistófeles y Fausto” o “Andrócles y el león”, y de la guerra franco-prusiana, o de la primera guerra mundial, ó con motivos pastoriles o bucólicos, que eran de interés y gusto del espectador. Las mujeres, especialmente, Mía y Josefina, sabían enmarcar. Eran las más artistas de la Casa. Es de notar, que las Señori-tas se distribuían el trabajo maravillo-samente, aunque todas colaboraban en todo: Afa e Hila, la cocina, Yaya y Afa se encargaban del planchado de ropas. Ofelita, de la economía doméstica y las cuentas; etc.

Las Señoritas Arango tampoco se quedaron atrás en servicios parroquia-les: Contribuyeron al Culto, con imá-genes como la de “Jesús Nazareno”, que ellas guardaban y sacaban en procesión en la Semana Santa, engalanado de azu-cenas y gladiolos. La señorita Sinforosa Correa, hermana de Toña, la mamá,

donó un púlpito de mármol, para la se-gunda iglesia. La primera, de madera, se había quemado.

Hacemos remembranza de sus al-tares de Corpus Christi y sus pesebres, muy afamados por su diseño artesanal y profusión de flores. Toda su vida, las tías Arango-Correa vendieron cirios de cera para las “Cuarenta Horas” y otras fiestas. Fueron muchos los diezmos y estipendios de Misas que donaron para sostenimiento de la Parroquia. Fueron, igualmente, las encargadas de la logís-

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De izquierda a derecha Tina, Yaya, Gustavo, Hila, Olivia, Olga y Ofelita

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antepasados

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Kiosco del Parque Municipal, Valparaíso

tica de los “Desayunos para los niños de Primera Comunión”, de las “pescas milagrosas” en San Isidro y Santa Ana, patrona del Pueblo, y de los regalos de Navidad para los pobres. También co-sían vestidos y donaron implementos para “Las Misiones”.

Ya dijimos donde está la “Otra Casa”, como todos la llamábamos. Es hora de describirla: De arquitectura tradicional “Paisa”, con techos a dos aguas, en teja española; paredes de tapia; ventanas ex-teriores con rejas de barrotes torneados.

Se entra por el portón principal, de

dos alas, hasta el contra-portón. Este, por los años y el comején, desapareció en la primera remodelación.

La primera pieza, a mano derecha, estaba decorada con “gemelas”, camas más modernas que los muebles de las otras piezas, en una de las cuales dur-mió luego Eduardo, cuando, ya casado, viajó semanalmente de Medellín, donde vivía, a Valparaíso. A esta primera pieza se entra por una puerta que hay entre el portón y el contra-portón. Casi siem-pre, se mantuvo cerrada, pero, ventilada con los postigos abiertos de la ventana. Como esta pieza es espaciosa, tenían allí una salita para las visitas ordina-rias. Esta pieza exhibía en sus repisas, hermosas figuras de tagua, artesanías de ráquira, (Boyacá) y del Ecuador, regalos de cuñadas y sobrinos viajeros. También, algunas muñecas de su infan-cia, con cabeza de porcelana y cuerpo de trapo, bien conservadas. Había un espejo de “media luna”, con su tocador, en cuyos cajones se guardaban peque-ños y curiosos objetos perfumados, que hacían las delicias de los niños esculco-nes. Allí, en decoradas cajitas metálicas, la hermosa colección de “Cuentos de Callejas”, para niños.

Esta pieza está comunicada, al inte-rior, con el pabellón, que describiremos a continuación, no sin antes recordar que los cielos-rasos de la casa, fueron un aña-

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Virgen; y, el Cristo quiteño, en talla de madera, ya nombrados. También lucía un cuadrito de un grabado de “La Santa Faz”, devoción muy popular, de finales del siglo XIX.

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Centro Cívico-Cultural “Juan Pablo Gómez Ochoa”, Valparaíso

dido posterior, cuando apareció el “jar-boar”. Labor de Don Eduardo, el herma-no mayor, en la primera remodelación.

Pasado el contra-portón, a mano dere-cha, estaba el “Pabellón de las Vírgenes”, como fue denominado posteriormente, por los sobrinos Vélez-Arango, hijos de Josefina, la única mujer que se casó.

Consistía en dos piezas comuni-cadas, una, la del fondo, más amplia que la otra. Ambas, enmarcaban el jardín interior después de un amplio corredor, con pilastras de madera, que luego forraron en el mismo material de manera bonita y bien trabajada. La primera pieza, tenía dos catres: en ellos dormían Mía y Ofelita. Había un es-caparate grande y alto; un llamativo cuadro con el retrato del “Tío rozo”, un antiguo patriarca de la familia, de muy buen ver, por su barba venerable. Sobre una cómoda marfil y gris, hubo un fino reloj antiguo, de péndulo, de más de 150 años, que tenía un excelente registro musical. En la pieza del fondo, había tres camas: Dos de madera, para Yaya y Afa, y un catre para Hila. En un armario empotrado en la pared de ta-pia guardaban las Señoritas, sus ropas bien ordenadas, perfumadas con bolitas de naftalina, alcanfor u otras esencias florales. En esta pieza estaba el “Altar Familiar”, con los dos cuadros al óleo, del barroco colonial con la imagen de la

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Tenía cuatro hermosos y marfileños ca-tres de hierro forjado, con aplicaciones de cobre dorado; un escaparate gris, con espejo, amplio y antiguo; un “San Vi-cente Ferrer”, de bulto; cuadros con te-mas pastoriles. Las colchas de los catres, de fabricación casera, en crochet, muy blancas y mejor tendidas. Allí dormían, Horacio, rafaelito, el Negro y Eduar-do. Este cuarto, de ambiente discreto y perfumado, olía a ausencia.

El patio interior, empedrado y con eras de cemento, tenía mucha variedad

Volvamos al contra-portón y giremos por el corredor de la izquierda. Topa-mos con la sala, casi siempre en penum-bras. La ventana cerrada para evitar el polvo, apenas se abría para recibir a las visitas ilustres: profesionales médicos y abogados, religiosas, sacerdotes y hasta obispos. Los últimos muebles fueron unas poltronas de los años 30, pero, los cuadros, las porcelanas y las lámparas “Tiffani” o Art Deco, eran de lo más llamativo. La sala comunicaba al inte-rior con el “Pabellón de los hombres”.

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Hacienda Palmar en Valparaíso

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y otras maravillas culinarias, que, de tanto en tanto, asaltaban los voraces sobrinos, infantes y adolescentes, para rabias, risas o celebraciones de las tías complacientes. Los muebles eran “se-ñoriales”, estilo español-renacimiento (versión criolla) de buena madera, y tor-neados. El aparador, con aplicaciones y tallados de tallista, exhibía porcelana y cristal fino y platería. No faltó, allí, la nevera y el televisor.

No imagina el lector, los rosarios vespertinos en el corredor, frente al

de colores y formas por sus muchas plantas y flores bien cultivadas, sobre todo, por Yaya y Mía. En todo el cen-tro, hubo una palma que gozaba de cierto exotismo y frondosidad. No faltó el cebadero de sinsontes, mirlas, mayos, azulejos, silgas, colibríes, torcazas, etc.

Frente a la sala, está el comedor. Tiempo atrás tuvo enrejado y puertas artísticamente caladas. Las alacenas de los lados, guardaban postres, galle-tas, arequipes, panelitas, vinos de fru-ta caseros, pan de yuca, pandequesos,

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Casita de “Palmar”

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nicarse con Medellín. Y, si se lograba, era imposible, por la mucha interferen-cia. Había que gritar, cosa molesta para personas de calidad y cortesía. Esta pie-za era la de los sombreros y las ruanas; viejas ruanas de Francisco de Paula, del Negro o de Horacio, colgadas en per-cheros. El armario empotrado en la pa-red, contenía libros (La María, La Vo-rágine, Poesías completas de Gregorio Gutiérrez González y Epifanio Mejía, los libros en primera edición, de Doña Sofía Ospina de Navarro: “La Abuela Cuenta” y “La Buena Mesa”) revistas, como la primera “Semana” y “Visión”, algunos devocionarios y novenas y fi-gurines de moda. Había grandes libros de contabilidad en desuso, con recortes de periódicos y de revistas, pegados, de

comedor. Era cosa de unción, arrullo, seno paterno y materno, anhelo de tras-cendencia y contacto con lo Sagrado. Era, también, réquiem y responso, que, llevaba al Origen y conectaba con los parientes muertos. Todo un ritual.

Frente al “pabellón de los hom-bres”, pasando el patio interior, estaba la “pieza del huésped”, con una cama para siestas y una mesa muy grande de madera, para aplanchar, primero, con pesadas planchas de carbón, luego, con eléctricas. Allí, también, estaba “la Sin-ger” de Hila, en la que cosía la ropita de la Casa y las Misiones; el radio de tubos, lleno de ruido y el teléfono de manivela, que no pocos “malhayas” inspiraron a Afa y Ofelita, las telefonis-tas, cuando no había manera de comu-

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Casa del mayordomoreforma de Papá.

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bellón de las Vírgenes, y yendo hacia la cocina, estaba la “pieza de la servidum-bre”, con tres o cuatro camas, un arma-rio de madera, y un solo cuadro de arte popular, al óleo, miniatura de Mía, la más artista de la casa. Consistía en una joven abrazada a una cruz, mientras un mar embravecido parecía querer arran-carla y llevársela con la altura y embate de sus olas.

Mía, que también era la del ordeño, en las mañanas, y algunas veces, en la tarde, fue la primera de los hijos en mo-rir. Pacho, Toña y sus tres hermanas (Sinforosita, la Monita y Chepita) ya ha-bían desaparecido. En esta pieza dormía, también, la lorita de Afa, en una percha.

¡Qué servidumbre aquella! Las co-cineras y entroderas eran mujeres de

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ArribaTrilladoras y Lavaderos del Palmar

AbajoGranero. Primero fue de madera, con carros para secado

interés social, artístico, histórico, culi-nario, moral, religioso, o, caricaturas de rendón y Chapete.

Es de destacar la colección del pe-riódico “La Niñez”, de 1915, que hace 95 años, “El Colombiano”, publicitaba así:

Hace 95 años –El colombiano, 6 de septiembre de 1915

“La Niñez” “Si quiere llevar a su hogar cada ocho días lecturas sanas, amenas e instructivas, pida una suscripción a “La Niñez”, semanario que se publica en Bogotá bajo la dirección de Martín Restrepo Mejía, en papel fino y con hermosas ilustraciones. Literatura selecta, poesías, ciencia, artes, historia, comedias y pasatiempos. Solo vale 2 pesos oro la suscripción anual de 40 números. Los niños prefieren este periódico a una caja de bombones”.

Esta colección fue heredada por nuestro padre Gustavo, el hijo de Eduardo, quien la mandó a empastar, y que hoy conserva Ana María, su hija menor, en dos tomos.

El armario, también guardaba la ropa de cama de la Casa y recortes de tela, para las “colchas de retazos” que enviaban a las misiones…

Después, de la segunda pieza del pa-

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quilates. Las Señoritas Arango eran maestras exigentes y no toleraban la mediocridad. También hubo “pajes”, que encerraban terneros y hacían man-dados. El más recordado es Luis Eduar-do, “El Mister”, por ser cuentero, hom-bre virtuoso y amable con los niños, a quienes picaba caña dulce y, en las no-ches, contaba sus cuentos a cambio de un tabaco…

Y, aquí, el gran atractivo de los ni-ños: La cocina aromada con leña de un amplio fogón, o con el aroma de café tostado en piedra molinera, o con el olor de la guayaba, de jaleas y bocadillos.

La cocina tenía un reluciente banco de madera, donde más de un infante se

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Los hermanitos Arango-Orozco I

Página opuesta

Primera comunión de Gilberto

sentó a esperar buñuelos, galletas con “postrera”, empanadas domingueras, tortas de chócolo, cocadas, arequipes, afamadas sopas de arroz, sancochos, fríjoles, ajiacos, mazamorras o “claro”, chocolates espumosos con burbujas en “tecnicolor” de lo puro bien batidos y “parviados” con pan de queso o pan de yuca. Había vitrinas con postreras y manjares y una tinaja de agua fres-ca, que calmaba todo tipo de sed. Im-posible olvidar los plátanos maduros, asados, con mantequilla y bocadillo. También, en épocas de yuca abundan-te, rallaban los excedentes para fabricar almidón que vendían en las tiendas.

En los “poyos” o mesas auxiliares de baldosín, que estaban en el corredor del patio interior, los Arango-Correa recibieron cosechas, revueltos, verduras, carnes, gallinas, pollos, patos, conejos, curíes, dulces y quesos, de varias hacien-das como Doña María, La Esmeralda, Conde o de Los Pomos. Estos mismos poyos, vacíos, servían de comedor a la peonada, que en tanto, se divertía con la lorita de Afa, que hacía sus gracias y conversaba en uno de los pilares de este corredor.

El solar, que luego fue el patio inte-rior, empedrado, tenía un frondoso ár-bol de mango, en todo el centro donde amarraban novillos y vacas, y terneros para el ordeño. También, al fondo, hay

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un establo en que se encerraban los ter-neros, y, que guardaba grandes arcones de madera, para granos (maíz y fríjol), plátanos verdes y maduros, y frutas: naranjas, mandarinas, mangos, piñas, guanábanas, anones y maméis. En un rincón, del mismo establo, se encontra-ban los baños de la servidumbre.

Dando con un costado del establo, está el baño descapotado, otrora de la Familia. Consistía en una gran poceta, a la que se descendía por tres escalones. Qué dicha fue bañarse con tal amplitud y en tan buen clima, como el de Val-paraíso. El baño permanecía soleado de diez de la mañana a las tres de la tarde.

Frente al establo, al otro extremo del patio, lindando con la cocina, de la cual se podía salir por una puerta interior, se encontraba el rincón de la leña, en arru-mes bien parejos. ¡Y, qué olor silvestre! Al frente de este rincón, estaba el corral de las gallinas, con un viejo limón en eterna cosecha, en el centro. Y, como el espacio era amplio, no faltó la huerta casera, con plantas medicinales, dividi-da con malla. De aquí, se puede salir por un zaguán que bordea la cocina.

Del otro extremo del patio, saldre-mos por el zaguán de las bestias, pa-sando por el cuartito del “excusado” o letrina, que, en los primeros tiempos, apenas, consistía en un hueco, por don-de corría agua, hasta el aparador de los

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con nostalgia y admiración, de y por los Arango-Correa (“La Otra Casa”), nosotros, sus descendientes, por la línea de Eduardo Arango Correa, y salimos a la calle, en la que los domingos, por la mañana, era un espectáculo digno de admirar los muchos bueyes (6 a 8) que llegaban arriados por Pacho o José, su hijo, de la hacienda Doña María, o por ramón, de la Esmeralda, cargados con los cajones del mercado.

cajones del mercado que, los domingos, llenaban las tías, con toda clase de “re-vuelto”, frutas y dulces caseros, para su hermana y hermanos casados, de Medellín, que éstos reclamaban en “la flota”. En ellos, jamás faltaron las “bole-titas” con recados y cariños, escritas por Ofelita, la relacionista de la casa. A las dos o tres de la tarde, pasaba “la línea”, por aquellos. Y, como estamos cerca al portón del zaguán, nos despedimos

antepasados

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Familia Arango-Orozco I

Teresa y Eduardo

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Nuestros apellidos Arango Orozco I vienen por nuestros abuelos paternos, Eduardo y Teresa, que engen-draron tres hijos: Francisco Eduardo (Yuyo); Gilberto (Tíodoctor) y Gusta-vo, nuestro padre.

Eduardo Arango Correa: Fue, para sus hijos, todo un punto de refe-rencia, por la autoridad que irradiaba.

Dicen que el Pueblo Vasco (El Aran-go es un apellido Vasco) es, en general,

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Izquierda

Francisco Eduardo (Yuyo)Centro

Gilberto (TioDoctor)Derecha

Gustavo (Tavo)

reservado de emociones, pero muy de fiar, por su inteligencia y bondad, amor al hogar y al trabajo.

El abuelo Eduardo era serio con los hijos, pero querendón con los nie-tos. Cumplió siempre con la palabra empeñada. Nunca tuvimos que recor-darle un antojo. Quiso mucho a sus hermanas y hermanos, especialmente a Francisco, Horacio y rafael, de los que fue “mano derecha” en los negocios y

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familia arango-orozco, monografía

construcciones. Sabía de café como sus hermanos, quienes, asociados con otros de la sociedad de Medellín, tuvieron en Guayaquil, Agencia “Silocer”.

Pero, antes, el abuelo tuvo finca que vendió para comprar camiones afiliados a la empresa Aliadas, la cual viajaba de Medellín a Cali, por los años 30 y 40. Contaba el Abuelo, que, le tocó el aca-rreo del menaje, que iría por tierra hasta Cali; por tren hasta Buenaventura, y por mar hasta Buenos Aires, Argentina, del grande del Tango, Carlos Gardel, muerto en Medellín, en fatídico acciden-te. Alguno de sus camiones laboró, en los primeros años de la aventura avícola de sus hijos Francisco y Gustavo, en Barran-quilla, al inicio de los 60, como se verá.

Don Eduardo fue enamoradizo, por lo cual, no poca fortuna se fue tras las del bello sexo.

En los últimos tiempos lo vimos ca-llado. Gustaba de viajar en silencio, has-ta que llegáramos a destino. No era así, cuando niños, pues no paraba de con-testar nuestras preguntas, y decirnos los nombres de los pueblos por donde pasá-bamos, en nuestros viajes a Valparaíso.

En Medellín, siempre lo vimos de cachaco y sombrero de fieltro, que deja-ba al llegar a casa, donde se tomaba “sus menticas”, antes del almuerzo. Jamás lo vimos borracho, a nosotros, nos daba la pruebita, o nos traía paquetes de confi-

tes de menta. Tomaba tinto todo el día, y varias horas en la noche, para lo que dis-ponía de un “mechero” y otros utensilios de rigor, que le proporcionaba la Abuela Teresa y colocaba en su nochero. A su manera, los Abuelos siempre se quisieron.

En Valparaíso, usaba pantalones de dril blanco, gris o caqui, bien plancha-dos, y camisa sport, de manga larga. No le faltó “la franela”

Al final de su vida, le pareció que to-das las comidas no tenían suficiente sal, por lo que se enojaba, que daba miedo. Sufría arterioesclerosis. Por fortuna, la Abuela fue una santa.

Además de santa, la Abuela Tere-sa Orozco era buena conversadora, ge-nerosa y gentil. Sencilla en el vestir. De inigualable despiste y buen humor, sin extravagancias. Le gustaba la costura y el cigarrillo, hasta el punto de no tener inconveniente de hacer sus “Medias-Horas” ante el Santísimo de la iglesia, fumando y haciendo “crochet”, labor que entregaba a las Misiones. Era sus-criptora de la revista de los Misioneros de Yarumal “Semisiones”, que llegaba cada trimestre.

Tenía las virtudes de las mujeres de su tiempo: limpia, fina y hacendosa; de genio amoroso sin zalamerías, ni con-templaciones o complacencias con la mediocridad. Amaba sus maticas, sus flores y sus pájaros. Las flores adorna-

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Hermanos Arango-Orozco I

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ban su sala con florero de claveles rojos, para “su Mono”, el Corazón de Jesús, de bulto, en peaña de madera, que la acompañó hasta el fin de sus días. El abuelo Eduardo lo compró para regalo de su esposa.

Lo heredó, y dos veces lo restauró nuestro padre Gustavo. Hoy, por hoy, lo tenemos en la sala de nuestra Casa,

como una reliquia muy venerada.La Abuela Teresa, religiosa como

la más, fue quien infundió y acolitó la vocación de Álvaro, al sacerdocio, que no pudo ser, por lo que murió, un tanto desilusionada.

Las tardes de costurero en casa de Sofía restrepo, su cuñada y gran ami-ga, esposa del Negro Francisco Arango

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Francisco Eduardo

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Gilberto

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Correa, pasaban entre la oración, el tra-bajo y un delicioso “algo” con chocola-te, clavo y canela y bien “parviado”, o con fruta bien servida.

Cuando el sufrimiento y la triste-za la elegían (o Don Eduardo se daba sus escapaditas) supo recibirlos con discreción y silencio, como si conocie-ra los versos de “resignación”, poema del escritor español José María Pemán, o supiera que Dios y la Naturaleza no se dejan vencer en generosidad, pues el que sacrifica es compensado.

Bendito seas Señor por tu infinita bondad porque pones con amor sobre espinas de dolor, rosas de conformidad… Yo no me quejo, Señor yo sé que es goce el dolor Si se sufre por amar; y el padecer es gozar si se padece de amor… Saber sufrir y tener el alma recia y curtida es lo que importa saber; la Ciencia del padecer es la Ciencia de la Vida.

En la familia de Teresa Orozco Orozco, el patriarca fue Luis Felipe Orozco Gómez, de los Orozco de los hermanos fundadores del Municipio de Támesis – Antioquia.

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Luis Felipe fue coronel de los ejér-citos de Uribe Uribe, en la “guerra de los mil Días”. Estando en la milicia, a la que fue menos convencido que por demostrar coraje, ante desafío de paisa-nos, murió de fiebre amarilla.

Su esposa se llamaba Dolores Orozco, vecina de Támesis. De Do-lores, poco sabemos. Teresa pensaba que no valía la pena cargar a los demás, con los propios recuerdos. Al final de su vida, rompió las fotos de todos los suyos. Tal vez, hasta tuviera razón, por-que, buena como era, sabía de intimi-dades y pudores, virtudes tan escasas en estas posmodernidades donde lo privado es público… Entonces, diga-mos que Dolores nos interpela desde el silencio…

Cuando Teresa y Eduardo se casa-ron, aunque Teresa fuera de Familia de Fundadores e hija de coronel, por “oscu-rita” fue mirada con recelo por su suegra Toña Correa y sus hermanas (Sinforosa, la Monita y Chepita) que también vivían en Casa de Francisco de Paula Arango, el esposo y cuñado; y suegro de Teresa. Las Correas se creían “blancas”…

Luis Felipe y Doloritas tuvieron tres hijos: José Jesús “Chiquín”, Sofiíta (en religión Sor María Teresa de la Orden de las Dominicas Terciarias de Santa Catalina de Siena) y Teresa.

Sofiíta fue misionera y maestra de

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Gustavo

Hermanos Arango- Orozco I

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Primera de la izquierda Sor María Teresa (Sofiíta) Primera de la derecha Mamá Teresa

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De derecha a izquierda Ubaldina, Mamá Negra y Olivia, con Margarita, Luz Helena, Álvaro Eduardo, y Carmen Teresa, en Valparaíso

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Mamá Teresa y el Tíodoctor en la casa de Boyacá, Medellín

escuela, y qué maestra, entre aboríge-nes del Ecuador. Murió en Usaquén. Como si esto de ser misionero se here-dara, podemos contar aquí, que, Fran-cisco (Yuyo, el de Teresa) tuvo hija, primero, “Misionera de Calcuta”, hoy, Carmelita, en Italia; tal vez, Clarisa, y un nieto que trabaja en África con “Mé-dicos sin Fronteras”. Y, hoy por hoy, nietos de Gustavo y Olivia son miem-bros activos de fundaciones filantró-

picas, como “Soñar Despiertos”, para niños con cáncer.

Carmen Teresa, la de Gustavo, fue “Dama Gris” por muchos años.

Los hijos de Eduardo y Tere-sa, como ya dijimos, fueron Francisco Eduardo, Gilberto y Gustavo. Por estar tan ligados al transcurrir de nuestra fa-milia, hablaremos de los dos primeros, brevemente.

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Mamá Teresa y YuyoFrancisco Eduardo, el mayor, fue alto y atlético. Extrovertido, tenía alma de aventurero. Amaba los viajes y las buenas lecturas. Era conocedor de la Historia de Antioquia y Colombia, de la que recorrió gran parte de su Geogra-fía. Amplio como no ha habido. Supo dar en vida, cuando sereno, y arrasar, cuando fue río bravo. Actualmente, sus hijos, en especial Marta y Silvia II, vi-ven en contacto con nosotros.

A Gilberto, el médico, ya lo conoce-rán en nuestros aconteceres familiares a los que estuvo tan ligado.

Por parte de nuestra Mamá María Olivia Orozco Osorio, las relacio-nes con su familia han sido constantes, menos íntimas pero cordiales y afectuo-sas… Cuando atardece ya, para noso-tros, rememoramos las atenciones de la Abuela Josefa y los jóvenes tíos, en nuestra niñez: cuidados, enseñanzas,

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diversiones, que nos proporcionan ale-gría y nos complace. Hoy por hoy, nos alegra tenerlos cercanos.

Joel Orozco ríos vecino de Val-paraíso, carnicero de oficio, y heredero de “Miraflores”, finca paterna (su padre llamaba Justiniano Orozco y su mamá, Dolores ríos) casó con Josefa Anto-nia Osorio Velásquez (La Negra Osorio), hija de Moisés Osorio Gra-nada y Ubaldina Velásquez Oban-do, habitantes de Valparaíso. Estos, en su tiempo, casaron a los 15 y 13 años, respectivamente. Don Moisesito, en una ocasión fue alcalde y juez y médico homeópata de Valparaíso, con botica y libros de medicina general y “alternati-va”, que hoy llaman.

Hijos suyos fueron: Antonio, ra-món, Moisés, Francisco, Alfonso, Josefa Antonia, Uba, Inesita, Cruzana y Tere (éstas dos últimas, viven aún) y una re-ligiosa Vicentina o Hermana de la Ca-ridad, de nombre civil María Soledad y religioso “Sor Julia”

Fue Familia de empleados oficiales, profesionales, maestros de escuela y ar-tesanos…

Propietarios de una finca en “El Líbano”, carretera arriba, subiendo a Caramanta. De ideales conservadores moderados.

Joel Orozco ríos fue un hombre caritativo y querendón, según quienes

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Izquierda

Joel Orozco ríos Derecha

Josefa Antonia Osorio Velásquez

valiente y de carácter.Maruja no tuvo hijos, pero sí No-

hemí y Teresita. Destacamos la proxi-midad de nuestros primos Montoya- Orozco, especialmente Álvaro, Melba María, Liliana, Gloria, que nobles y atentos fueron con Papá y lo han sido con Mamá. Igual decir de nuestros Ma-rio y Ángela, y de nuestras primas Ana María, Claudia, Chacha, Carolina, las hijas de Teresita…

Y bien, queridos lectores, estamos lis-tos para abrirles las puertas de nuestros trasegares entre “gente buena que cami-na y va cubriendo la tierra”, según poéti-co decir de Don Antonio Machado.

Página Opuesta

Moisés Osorio Granada y Ubaldina Velásquez Obando

lo conocieron. responsable hasta los cuarenta años, edad en que murió, la-mentado por esposa, hijos, parientes y amigos. Al morir, dejó a María Olivia su hija mayor, de 15 años, a María So-ledad (Maruja), a Nohemí (q.e.p.d), a Joel, Mario, Jorge y Teresita.

Mamá Negra: no se quedó atrás en queridura. Amó a sus hijos, a quie-nes, viuda, sacó exitosamente adelante. Buena pariente, también, fue grata a sus amistades. Su cocina fue de fama por lo tradicional y la buena sazón. De fá-cil trato, aunque altiva. Piel blanca bien cuidada, hermosos ojos verdes, cabello ensortijado y porte de matrona. Mujer

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Arriba

Mamá negra con sus hijos, Jorge, Olivia, Teresita, Joel, Mario y Maruja

Abajo

Mario, Olivia, Nohemi y Maruja

Página Opuesta

Mamá Negra

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Arriba y abajo

Noviazgo de Olivia y Gustavo

Centro

Gustavo y Olivia, con las primas Arango restrepo

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1ª Jornada, de 1947 a 1958

MEDELLíN COMENzABA LA era de la industrializa-ción masiva y de su repobla-

miento urbano causado por el desplaza-miento de su eterna violencia (la del 48, con la muerte de Gaitán)

Los abuelos Eduardo y Teresa salie-ron, también, desplazados de Valparaí-so, por los conservadores radicales, una noche, en un camión de transporte ani-mal, ocultos entre el heno. Iban a lin-char a Don Eduardo, y, un conservador moderado, primo suyo, le advirtió. Fue secreto familiar bien guardado, hasta hace pocos años. Hubo otras amenazas a hermanos, como a Alfonsito, quien fue obligado a cerrar su almacén de la Plaza.

En fin, Don Eduardo se vino para Medellín, y alquiló casa, primero, por la calle “Boyacá”, luego, por el Barrio de San Benito. En ese entonces, Gustavo ya era novio de la mayor de la Negra Osorio; de Olivia. Gustavo estudia-ba en el instituto tecnológico “Pascual Bravo” y Olivia no sólo lo veía en sus vacaciones de estudiante, sino que, ella venía con cierta frecuencia al barrio “La Floresta”, uno de los primeros barrios para obreros y empleados oficiales, en el Occidente de la “Capital de la Mon-taña”, donde vivía Toño Osorio, su tío ingeniero, casado con la recordada Luz

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3. Aconteceres Familiares

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Página opuesta

Gustavo, de Novio

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aconteceres familiares

Herrera, quien fue “reina de la simpa-tía”, en Frontino.

Cuando Gustavo y Olivia se casaron, el 13 de Julio de 1947, en la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores de la América, con plata prestada a un amigo, y en la misa de cinco de la ma-ñana después de un noviazgo de cuatro años bien celados, a los 22 y 19 años, res-pectivamente, Gustavo comenzó a tra-bajar en la Compañía Colombiana de

Tabaco, Cía. Ltda.; en tanto, vivía en la casa de sus padres, con Olivia.

Pronto se anunció el primer embara-zo y parto de Olivia. Coincidió el em-barazo con la pasada a vivir al Barrio de “Laureles” (por los “ficus” de las aveni-das), al Occidente de Medellín, cuyos lotes vendía la Cooperativa de Habita-ciones para empleados de la clase alta y media-alta (estratos 6 y 5), como se decía anteriormente. Este nuevo barrio

Olivia, de novia

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insumos gastronómicos los conseguía de casa en casa, con gran esfuerzo por el peso de las canastas, que algunas veces, ayuda-mos a llevar. Las empanadas se hacían en otra ramada: en el lote de la que es hoy, “Casa Cural”. El Padre Víctor vivía en el barrio, en casa de su mamá, Doña rosa-rito. Un hijo del Negro Arango Correa, Mario Arango restrepo, casó con una hermana del P. Víctor.

La primera casa era grande. Tenía seis piezas, patios y garaje, y un amplio balcón para pasearse y mirar. Poco se vivió allí. Don Eduardo vendió aquella casa por quiebra económica. Pero el sal-do no era cero, por lo que compró lote, más abajo, en la misma manzana, por la misma circular 73B. Por ella vivie-ron, también, sus otros dos hermanos Francisco y Horacio, que habían con-formado las familias Arango-restrepo y Arango-Arango respectivamente. Al-fonso y rafael vivieron en Valparaíso, todas sus vidas. Francisco se casó con Sofía restrepo, de Támesis; Horacio, con una prima suya: Alicia Arango Ga-rrido, hija de Don Jesús Arango y Blan-ca Garrido. Alfonso se casó con Olga Velásquez y rafael, no se casó, pero tuvo pareja estable, y un hijo “rafaeli-to”. Agradecemos, aquí, a estas familias, los muchos miramientos que nos tuvie-ron en la niñez.

Como el abuelo Eduardo tenía ta-

fue proyectado por el urbanista y pin-tor, Don Pedro Nel Gómez.

Carmen Teresa nació el 8 de ju-nio de 1948… Pues la primera casa del abuelo “Papá Alo”, en Laureles, fue en la esquina de la circular 73 B con la aveni-da 76. Como habitantes fundadores del barrio, la abuela “Mamá Teresa” fue pri-mera sacristana, cuando la iglesia era una ramada, y el párroco, Víctor Widemann. Para construir la actual, en estilo del siglo XX, fue abanderada, con otras señoras, como Gracielita Saldarriaga, de las deli-ciosas empanadas domingueras, cuyos

aconteceres familiares

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Olivia, con Carmen Teresa, en casa de los abuelos Arango-Orozco I. Primera casa de Laureles Circular 73B con carrera 76, Medellín, 1948

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lento de arquitecto e ingeniero y era ex-celente maestro de obra (sabía dirigir), con sus hermanos, se dio a construir las tres casas, que terminó, casi, de manera simultánea. Claro que los planos fue-ron de arquitecto profesional. Papá Alo dirigió también, la casa nuestra y la de Chila (Cecilia Arango restrepo). Nin-guna de sus casas en el barrio, existen ya. Fueron demolidas en “el ensanche” que, dejó a Laureles convertido en una ladrillera. Lo que más se ve hoy, son edificios de ladrillo ranurado.

Pero como Don Eduardo construyó otras dos casas más, en haciendas de su hermano Horacio, aún existen la exce-lente de “La Esmeralda”, y la de “Jamai-ca”; ésta construida al final de sus días.

La segunda casa de los abuelos

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Arriba

La abuela Teresa, Olivia y Carmen Teresa, con las domésticas

Centro

Álvaro y Carmen, en la segunda casa de los abuelos, Laureles, Medellín, 1949

Abajo

La abuela Teresa y Carmen Teresa

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Arango-Orozco fue de cinco piezas con la del servicio, dos patios, cocina, comedor, servicios y garaje. El tío doc-tor, estaba por sus años de internado y psiquiatría, y comenzó a ver por la eco-nomía doméstica, junto al Abuelo.

En esta casa, nació el segundo: Ál-varo Eduardo (5 de junio de 1949). Con los abuelos y el tío, vivimos unos tres años y medio. ¿Y, el tío Yuyo? Tra-bajaba en Honda. Luego se casó con Alicia Muñoz, y pronto fueron a vivir a Barranquilla.

Hacia 1952, más o menos, Gustavo, con el apoyo de su tío “El Negro Aran-go Correa”, quien le hizo un préstamo significativo, de lo cual se mostró agra-decido, y con la ayuda de la Colombiana de Tabaco, que le liquidó sus cesantías y muchas horas extras, pudo construir su casa, nuestras casa, cuadra y media más arriba, por la misma 73B.

recuerda Carmen Teresa las mu-chas noches que subimos al lote para, sobre arrumes de ladrillos, rezar el ro-sario, y cómo nos dejaban recoger cocu-

aconteceres familiares

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Izquierda

Álvaro y Carmen: “no me jale el pelo”

Derecha

Carmen y Álvaro

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Carmen y Álvaro, con papá y mamá

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aconteceres familiares

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Mamá y Álvaro, en la finca de recreo “Fátima”, propiedad de Doña Silvia Muñoz, mamá de Alicia, esposa de Yuyo, La Estrella Antioquia, 1949

Página Opuesta Arriba

Mamá, con Carmen y Álvaro por la avenida 76, Laureles, Medellín

Carmen y Álvaro, de regreso del Kínder de Laureles

yos en frasquitos de vidrio trasparente, para verlos alumbrar, más tarde, sobre nuestros nocheros.

Y, para hacer más llevadera la carga económica y mostrarse agradecido, a Papá le pareció, que la casa debía tener un apartamento, en el segundo piso, para sus padres y su hermano. Así se hizo. Allí, el Médico se graduó de obs-tetra y comenzó a trabajar en la clínica León XIII, en ese entonces, del Seguro Social. Luego trabajó en la clínica San-ta Gertrudis, de Envigado. También fue gerente “ad honorem”, de la Aso-ciación Médica de Antioquia y de la

Cooperativa Médica.Gilberto Arango Orozco fue el primer

profesional de la familia, desde los Aran-go-Correa. La primera profesional fue la odontóloga Eugenia Arango restrepo. Luego hubo abogados en casa de Hora-cio, Josefina y Francisco. En casa de Al-fonso hubo arquitectos, artistas y filósofo.

En su primera época, Laureles era un barrio con estilo, arborizado y con anchas circulares, avenidas y calles, que aún conserva. (Somos buenos para con-servar el pavimento. Cuestión de cos-tos, cuando el comerciante es rey.)

El barrio tenía hermosas mansiones de arquitectura contemporánea del si-glo XX, motivo de orgullo y atención, no solo de sus honrados y distinguidos moradores, sino también de los vecinos que disfrutábamos pasear por sus calles, para observarlas discretamente.

Nuestra casa era un tanto más reco-gida. Tenía tres piezas y la del servicio, pero un amplio patio interior, comedor, sala y baños. El patio de ropas daba a la pieza del servicio, donde vivieron Luz Ángela, Ana, Lola, Gabriela, etc. Más que sirvientas, nanas y cómplices de juegos infantiles. Allí, también, tenía nuestro padre Gustavo, un banco y he-rramientas para labores de carpintero, los fines de semana cuando hacía camas y muebles, muy profesionales, para sus primeros hijos. Álvaro fue su aprendiz,

Page 57: Monografía de una familia

manas mayores y para el hermano. No se podría decir lo mismo para la mamá que debía atender a su Kínder y a su es-poso. Ahora, apenas, dimensionamos su amor y su entrega, y le estamos re-conocidos.

Carmen y Álvaro estudiaban en el Kínder de Laureles, de la Parroquia de Santa Teresita. Las pequeñas, se dedica-ban a aprender conductas y a desarro-llar habilidades, en el jardín infantil de la Mamá, cómplice de juegos y educa-dora. Alegre y extrovertida, como es, (le place aún cantar y hasta tiene buena voz y afinación) patrocina, todavía, paseos,

aunque era un niño.En el comedor, que tenía una serie

de ventanas que giraban y era amplio y fresco porque daba al patio interior, cosía la Mamá, en su máquina “Singer”. Todavía la conservamos. Primero fue de pedal, luego se le adaptó pedal eléctrico.

En esta casa nacieron: Luz Helena, el 6 de septiembre de 1951; Margari-ta María, el 23 de diciembre de 1953; María Eugenia, el 3 de abril de 1956; Olivia María, el 8 de junio de 1957, pero éste fue el primer parto atendido en clínica.

La niñez fue época feliz para las her-

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Página Opuesta

De derecha a izquierda

Álvaro, Gabriela Quintero (la empleada), Carmen Teresa y Mamá, cargando a Margarita, Medellín, 1953

nombre del capítulo

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Gustavo y Olivia, con Luz Helena y Margarita, de brazos, Medellín, 1953

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encuentros, fiestas y celebraciones. Es de fama su “arroz con leche”, motivo de muchos encuentros. Sin embargo las “pelas y pellizcos”, en horas de co-rrecciones, algunas arbitrarias, eran de temer. El Papá peló menos, pero era de furibundos correazos, que algunas ve-ces no se correspondían con la causa, y menos con la nobleza y generosidad que le caracterizaban, por ejemplo, cuando debía de sacar la plata del bolsillo, para el antojo, el paseo, o la fiesta.

No faltó la ida al “Bosque de la In-

dependencia” (hoy, Jardín Botánico) a ver a “La Muñeca”, una dama excén-trica que se paseaba y bailaba por ahí, haciendo las risas de los circunstantes, y a montar en canoas por el lago o en trencito. También tuvimos matinales cinematográficos en el Lido, el Opera y el teatro América. Cuando estaban de gira, íbamos al Circo ruso o a los es-pectáculos de Patinaje en el hielo “Ho-lydays on Ice”

En el carro del tío Médico, de Don Horacio o Don Francisco, el Negro,

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Carmen y Caridad (sobrina de mamá Teresa), quien carga a Margarita

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nombre del capítulo

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De izquierda a derecha

Luz Helena, Carmen cargando a Margarita, y Álvaro

Página opuesta

Izquierda

Carmen Teresa y Álvaro, Con una vecinita, en el patio de nuestra primera casa, Medellín, 1952

Derecha

Carmen y ÁlvaroCentro

Luz HelenaAbajo

Margarita, en la ventana de nuestra primera casa, en Laureles

cuchábamos a la hora de la siesta?Música y en qué oírla, no ha falta-

do: desde la típica Colombiana, pasan-do por el pop, la zarzuela (que mucho le gustaba a Papá) hasta la Música clásica, predilección de Álvaro. Papá, también gustaba de oír las noticias, los discursos presidenciales y el conteo y re-gistro de votos, en elecciones.

Familias vecinas y amigos de esta primera jornada fueron: Don Fernan-do y Doña Inés Agudelo, los Velásquez de Don Crispiniano y Doña Enriqueta Gómez; las Gómez (Mila, Pula y Mali-sa) hermanas de Doña Enriqueta y pri-mas de Mamá Teresa, como los Velás-

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dábamos la vuelta a Oriente o íbamos a Caldas a comprar obleas o subíamos hasta “Sierra Morena”, estadero que tenía juegos infantiles, o hasta el Sena, para degustar derivados de la leche.

En la cuadra, fuimos los primeros en tener televisión. De esa época, Álvaro re-cuerda los documentales de presentacio-nes de Jazz, antes de abrir la emisión, y Carmen Teresa, las películas de “Lassie” y el “Club del tío Alejandro”. Más tarde veríamos a “rin Tin Tin” y a “Bonanza”. Y, ¿quién se quedó sin oír en la radio “la vuelta a Colombia”, “Montecristo”, “Kabir, el Árabe” o “la Serenata del Me-diodía”, que le encantaba a Mamá y es-

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quez lo son de Mamá; Don Fernando Vélez y Doña Nelly Gil; las Señoritas Posadas (Uva, Gabriela y Tota); Don Germán Lince y Alicia Hoyos e hijos, Luis Germán y Jorge Mario; Don Pe-dro María Mejía y su señora Laura; la familia de “gallinazo”, amigo destacado de Papá en la Colombiana de Tabaco y su señora Sofía restrepo, gran educa-dora. Tenían una familia muy bonita y gentil. Los Tamayo de Don Antonio y Doña Oliva; los Saldarriaga de Gra-cielita (Pastor, Marta, etc. Gracielita fue la segunda sacristana de la Parroquia y amiga distinguida de Mamá Teresa); los Arreola, cuyo papá era directivo

del “Club Independiente Medellín”; el Doctor Correa, Doña Feliza y María Victoria; Don Julio Correa, Señora y familia (de trasportes Tratam, de Ama-gá). Las tamesinas restrepo e Hincapié restrepo, parientas de Sofía restrepo, la del Negro. Las Hincapié vivían con Soledad Orozco, prima muy querida de Mamá Teresa.

Muchas familias quedan sin enume-rar, pero, por limitación de espacio, no por desmemoria o ingratitud.

Como el Kínder de Laureles sólo al-canzaba a primero de primaria, Carmen Teresa pasó al Inmaculada Auxiliadora y luego al San Juan Bosco, interna, por

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Mamá recién casada

Página Opuesta

Carmen “Juniniando” con Papá y Mamá.

aconteceres familiares

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“brincona”, colegios de las Hermanas Salesianas. Álvaro ingresó a la primaria de la U.P.B.

El mercado grande de la casa se compraba en la Plaza de Cisneros, toda-vía en antiguo local que existió frente a la estación de Ferrocarril de Antioquia. Luego, se compró el mercado en “La Proveeduría” (en el segundo parque, donde hoy se encuentra la sede de “La Tomás Luis de Victoria”, centro coral y musical). Las telas se compraban en “El Tía”, “El Ley” o en “Parisina”, en el Centro o en “Medellín”, como se decía. Los tenis donde Don Salomón zardi-via, un judío que tenía almacén en el Barrio. La leche y la Coca-Cola se ven-dían en coches tirados por caballos, que se anunciaban con campana. Los zapa-tos se remontaban donde “Alicia y Da-vid”, cerca a la fábrica de Telsa, de los ravinovich. La parva llegaba a la puer-ta de la casa en canastos con mantel de cuadros, de la Panadería Laureles, que aún existe en el primer parque.

Acontecimientos muy sonados en la Familia y en el Barrio, fueron: La muerte y entierro, muy sentidos, de Don Francisco Arango Correa, primero de los hermanos, en desaparecer de la es-tirpe primordial. La muerte y entierro de la prima Silvia I, hija del tío “Yuyo”, en su primer año de vida. La enferme-dad y muerte de Don Luis Vélez, padre

de Gonzalo, esposo de Josefina, abuelo de los Vélez-Arango. La enfermedad y muerte de Don Vicente Vargas, patriarca del clan de “los Vargas de Doña rome-lia”, vecinos, ya, en Medellín. La de Don Jesús Arango, patriarca de los Arango Garrido (padre de Humberto Arango, papá, de los Arango Ossa, de Doña Julia).

Pero, no sólo hubo sucesos de muer-te; también, los hubo de vida: Los ma-trimonios de Chila y Amparo Arango restrepo, de interés social, familiar e infantil. El matrimonio de Bernardo Duque, con Tere Osorio, tía de Mamá. También, Carmen y Álvaro hicieron su Primera Comunión, el 8 de Diciembre de 1955. Para el Barrio fue de trascen-dencia el triunfo de Doris Gil Santa-maría, como “Señorita Colombia”, y el “escándalo Nadaísta” en “EL Jardín del Arte”, de la mexicana, artista y mecenas de la Cultura, Doña Antonieta, cuya casa estaba justo al frente de la Iglesia de Santa Teresita, que, por ese enton-ces se encontraba de “Gran Misión” y atendía a la Virgen de Fátima, de visita desde Portugal.

“Es María la Blanca Paloma que vino volando”…

En “costeleison”, (Constellation de Avianca) y que recibió en el aeropuerto, rojas Pinilla, el dictador…

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garrapaticida. Asistencia al “Kínder de Taísa”. Subida a la Piedra de la Virgen del Perpetuo Socorro, para rezar el rosa-rio. También íbamos a la finca de “Las Toro ríos”, unas señoritas de muchos modales y calidad: Jovita, Gabriela y Alicia, parientas de Mamá. O, bajába-mos al “Motor” de los Escobar, a comer panela del trapiche o “blanquiao”. En Navidad, gozábamos cuando nos dis-

recordamos las idas semestrales al odontólogo. Aquí la gratitud se la lleva Eugenia Arango restrepo, que, genero-sa y paciente, nos trabajó muchos años. Cuando nos comportábamos, Papá y Mamá nos regalaban cuentos o juguetes.

¡Los paseos a Valparaíso, inolvida-bles! Paseos a “La Esmeralda”, con ago-tadoras montadas a caballo, en arreos de ganado para su baño en el tanque de

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familia arango-orozco, monografía

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Montando los bueyes de doña Margarita Vélez, Valparaíso

Página opuesta Izquierda

Teresita con Luz Helena y Carmen

Derecha

Carmen

Álvaro Eduardo

frazaban de pastores y había pólvora, vaca loca, banda de música, pesebres a visitar en la iglesia y las casas del pueblo. Los de más ingenio eran los de Doña Marta y Lucero (esposa e hija, respec-tivamente) de “Don Quicho”, el con-cejal que fue asesinado en la violencia. Ni en Valparaíso faltaron “los traídos”. Entones, regresábamos cargados de ca-jas con juguetes regalados o comprados

con monedas recogidas entre tíos y tíos abuelos…

De vuelta, en Laureles, fueron sobre-salientes las caminadas a los “tejares de Belén” por mangas de futuros barrios, llenas de guayabos y de ganado lechero, y, por tanto de boñiga que recogíamos para las matas, cuando no nos ensartá-bamos en guerras con boñiga…

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aconteceres familiares

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familia arango-orozco, monografía

Página Opuesta

Carmen Teresa y Álvaro Eduardo, frente a la casa de Chila Arango restrepo, la hija del negro Arango Correa y Sofía restrepo

Las relaciones de Papá y Mamá fue-ron, en general, armoniosas, con uno que otro altibajo causado por las que-dadas de papá hasta el amanecer traba-jando horas extras, en la Colombiana de Tabaco. Era lo que decía. Algunas veces lo vimos con unas copas de más por haber pagado la deuda de la casa, o por otros motivos. El licor no fue su fuerte, no tanto por virtud, como por temor al guayabo.

Tenían, también, sus crisis de celos, pero más fue la persistencia y la con-fianza. Muy sentidos los dos se dejaban de hablar, luego de discutir. ¿Dignidad u orgullo herido? Váyase a saber… Pero, siempre, al final, la reconciliación.

Fueron creciendo los hijos y odián-dose-amándose los padres, hasta que sonó la hora del cambio.

“Muchas cosas pierde el Hombre que, a veces, la vuelve hallar. Pero les debo enseñar, y es bueno que lo recuerden, si la vergüenza se pierde, jamás se vuelve a encontrar…”

José Hernández. “Martín Fierro”

El tío Francisco, de Barranquilla proponía vender la casa de la 73B, e ír-nos a “La Arenosa”, a comprar 21 hec-táreas de tierra, entre Baranoa y Polo

Nuevo, para ser pioneros de la indus-tria avícola, en Colombia. Promovían la inversión (con publicidad e informa-ción técnica en filmaciones de 8 mm, que presentaban en los hogares, como cine entretenido para la chiquillada) las empresas Finca y Purina, que, por supuesto, elaboran el “cuido” para los animales.

Vendimos la Casa. Los Abuelos al-quilaron el primer piso de la casa-doble de Chila Arango restrepo, la casada con Alfredo Guzmán, que tenía casa al lado de la de sus padres, el Negro y Sofía.

Mientras nos íbamos, alquilamos en la esquina de la calle 35 con la Avenida Jardín, en un segundo piso. Muy vecina nuestra fue la Negra Osorio, cuando se vino a Medellín con los hermanos de Mamá. Estando en esta casa fue derro-cado el dictador Gustavo rojas Pinilla (en 1957) En el carro del “tío Doctor”, manejado por Papá, salimos a tocar pito y a festejar, después de haberse conjura-do una posible guerra civil.

A Barranquilla, llegaron primero, Papá y Mamá, con Luz Helena, Mar-garita María, María Eugenia y Olivia María.

Carmen y Álvaro, permanecieron con los Abuelos y el tío Gilberto, en Medellín…

Entonces, veamos cómo transcurrió la siguiente jornada.

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El tío Gilberto, con Carmen y Álvaro, antes de viajar a Barranquilla. Medellín, 1958

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más abajo del Seminario Mayor, de Barranquilla, regentado por los Padres Salesianos, en aquel entonces.

El barrio, de clase media, tenía casas aireadas con zaguanes a ambos lados, amplio solar trasero y paredillas discre-tas que las separaban de las vecinas.

Cuando ya todos nos encontramos en la casa de la 43, tuvimos la fortuna de que ésta lindara en la parte trasera con el patio de la casa de los tíos, Fran-cisco y Alicia Muñoz. Por las paredillas brincábamos en busca de los primos (Eduardo, Silvia (II), Marta y el Negro II) para jugar en el patio de su casa o ellos brincaban para jugar en la nuestra. Ambos solares tenían altas palmeras de coco, bajo las que nos entreteníamos.

Al Seminario íbamos por la Misa, o el Catecismo dominical, en las tardes. Allí se afianzó nuestra devoción a Ma-ría Auxiliadora, que tanto nos ha sido en nuestras crisis personales y familiares.

Son de notar los paseos que hicimos a la “Granja Avícola San Francisco, Ltda.”, que parecía una fábrica en sus instalaciones gallineriles. Había una oficina central en un segundo piso. El primero era depósito de insumos y he-rramientas agrícolas y avícolas. De este edificio central, partían, a lado y lado, el montaje de los gallineros. A un cos-tado, estaba el depósito del nutrimen-to de animales, y una gran incubadora

2ª Jornada, de 1958 a 1960

No fue una época muy feliz para nues-tra Familia, aún cuando, el primer año fue el de la ilusión y las novedades.

Carmen y Álvaro llegaron a Ba-rranquilla, seis meses después, cuando terminaron de estudiar. Para todos, el viaje a Barranquilla fue el primero en avión; (en Avianca o en “ras”, rutas Aéreas Sam, de la sociedad Aeronáuti-ca de Medellín, luego “Sam”, a secas). Todo un acontecimiento de nervios y asombros.

La Mamá estaba desolada con la venta de la casa de Medellín. El proyec-to le pareció una locura. Sin embargo, y muy a su pesar, se sometió a la voluntad de su marido, educado por el cine Ho-llywoodense y Mexicano, de los años 30 y 40. También, por el cine Argentino, Gardel a bordo. De donde se deduce que, “donde manda capitán, no manda marinero”… Se fue el caimán para Ba-rranquilla. Punto.

Llegaron los que salieron, a una ciu-dad en la que no tenían (ni echarían) raíces. íbamos de alquiler.

Los primeros lo hicieron en la parte alta, no muy urbanizada, todavía, del barrio “El Porvenir”. Como la casa es-taba ubicada entre dos solares, por te-mores de Mamá, poco duraron allí y pasaron a la Cr 43, una o dos cuadras

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El tío Yuyo tenía otra más moderna, Ford. Allí se cuadraba la camioneta, y se organizaba el fogón para el sancocho. Cerca, había un corral de pavos. José, el agregado, todo servicial, nos prestaba su burro para montar. Unas veces íbamos con los primos Arango Muñoz, otras, con nuestros vecinos Escolar o restre-po; algunas más, con compañeritos de estudios. Hacíamos viajes al “Jagüey”, lago que quedaba cerca de la casa de “Petra”, la hija del mayordomo. La ca-minada era buena. La casa estaba al in-terior de la Hacienda. Por el camino del paisaje sabanero, no desmontado, aún, era común encontrar una culebra ma-paná, cascabel, rabo de ají, o cazadoras, lo cual aumentaba la adrenalina y daba

eléctrica, muy sofisticada para la época. A la finca se iba por la carretera de “La Cordialidad”.

Salíamos por el barrio “Las Deli-cias”, famoso por su tanque de agua en lo alto de una torre. Al topar con Bara-noa, había una carretera que desviaba a Polo Nuevo. Antes estaba la finca de “Los Manzzini”, italianos ricos, dueños de una conocida empresa de pastas y espagettis.

A la entrada de la Avícola había “un quiebrapatas” y una puerta de hierro, y, por supuesto, el aviso publicitario. La carretera interna, entre pastizales, llevaba a un frondoso mango donde bajábamos el equipaje traído por la camioneta de Papá, una G.M.C. 1950.

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De izquierda a derecha

Con los primos Arango-Muñoz, Luz Helena, Eduardo, Silvia II, Margarita y Gilberto Germán “el negro” Q.e.p.d. Casa de la carrera 43, Barranquilla

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familia arango-orozco, monografía

María Eugenia, Olivia María y un vecinito, en la camioneta de la granja “avícola San Francisco, Ltda.”, casa de la carrera 45, Barrio Porvenir, Barranquilla

magia al paseo.De pronto, por los claros de des-

monte, se veían “rozas” de maíz y frijol y pequeñas chozas para guardar herra-mientas o escamparse los labradores.

Volviendo a “La Oficina”, encon-trábamos una nevera llena de gaseosas para los niños, y cervezas para los gran-des (Águila o Club Colombia). Tam-poco faltaba la leche de ordeño, con la que el Abuelo Eduardo nos preparaba el mejor café con leche, en sus visitas. Este segundo piso tenía dos hamacas colga-das para las siestas y, en un anaquel, la colección de culebras de Papá, en fras-cos de vidrio con formol.

Mirando por el balcón del frente, veíamos un hermoso y técnico cultivo

de papaya. Hubo abundante cosecha, pero sin comprador. Tan bajos estaban los precios. El sólo transporte era un costo adicional, por lo que comimos, un tiempo, bastante papaya. Lo mismo sucedería más adelante, con los pollos, que “ni señoras en dieta”.

Aparte de papaya, hubo potreros con “pangola” para un ganado que nunca tuvimos, aunque sí, cerdos en suntuosas porquerizas. Todo técnico…

Oh loca fantasía, ¡qué palacios fabricas en el viento! Modera tu alegría No sea que saltando de contento, al contemplar dichosa tu mudanza Quiebre su cantarillo la esperanza.

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en bus, con los taburetes del comedor en fila y Álvaro de chofer, Luz Helena propuso comprar “cucas”. Llegó la hora de almorzar. No había leche. Hicimos el reclamo, pero, esta fue la respuesta, muy celebrada, de la encargada: “Ah si. ¿Quieren cucas y leche? O cucas, o le-che”. Claro, también quedaron con no-sotros Itala y Myriam, dos hermanas, de “San José de Saco”, municipio del Atlántico, excelentes empleadas domés-ticas, a quienes quisimos y recordamos.

Estudiamos en el excelente Colegio del Prado, de la Señorita Mayito Blanco Jiménez, de muy grata recordación para Álvaro, Carmen Teresa y Luz Helena.

Pero esto ya sucedía en la casa que, un año después, nos cedió Gerardo Ossa, el hermano de Jorge, quien tra-bajaba en la “Singer” y se iba por tras-lado. Esta casa estaba situada, también, en “El Porvenir”, en la avenida 45. Nos pasamos por economía.

Nuestros vecinos fueron una familia restrepo, paisa, de muchos hijos, con los cuales compartimos, en ocasiones, la pobreza. Papá y Mamá los socorrie-ron con muchas caridades. Ellos corres-pondieron con su amistad.

Estando en esta casa, que también era cómoda, los tiempos se tornaron color de hormiga: Crisis económica, igual, malentendidos entre los herma-nos Gustavo y Francisco, entre nuestros

No seas ambiciosa, De mejor o más próspera fortuna, Que vivirás ansiosa sin que pueda saciarte cosa alguna. No anheles impaciente el bien futuro: Mira que ni el presente está seguro.

Samaniego, “La lechera”

De Barranquilla, sus barrios “El Prado” y “Boston”, sus Bocas de Ceni-zas, su acueducto, su liberalismo ilus-trado y la cultura de su gente buena y hospitalaria, sin dejar de lado el “Peto”, los “bollos de maíz y de angelito”, y, por supuesto, “El Carnaval”.

Como hay tiempo para todo, estan-do en los gozosos, nada preludiaba los dolorosos. En la G.M.C, conocimos el Mar… (Oh! el Mar y su brisa) Puerto Colombia, Galerazamba, Luruaco, Car-tagena… Santa Marta, donde monta-mos en “Ferri”, visitamos lo histórico, “el rodadero” y se nos vinagró el fiambre

En uno de los viajes a Cartagena, Papá, Mamá y Carmen Teresa, invita-dos por Jorge Ossa, hijo de Don Juan Felipe Ossa y Doña Benilda Gómez, de Valparaíso, familia amiga de bisabue-los, abuelos y padre, quien comerciaba en Barranquilla, fueron a uno de sus reinados, dejando encargada, de com-prar la leche, a Luz Helena. Luego de jugar a las Mamás, a escuelita, monopo-lio, estrella China, parqués, o a montar

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padres, entre los hijos y los padres, y en-tre nosotros los hijos. Conflicto, nervio-sismo, depresión, la misma cosa.

María Olivia quiso aportar a la eco-nomía familiar y tomó la iniciativa de vender ropa interior femenina, a las amigas. Oh furor el de Don Gustavo: “La esposa cuidará de sus hijos y le está prohibido trabajar. Punto”. Y punto fue. Tal vez, los dos abortos naturales de Mamá, que casi se la llevan, fueron causados por el estrés de esos años.

También, un día, de regreso de la finca, encontramos la casa saqueada.

Los cacos se entraron por el techo a ro-barse las joyitas de Mamá… Adiós ar-gollas de matrimonio, etc.

Luego, Papá tuvo un serio acciden-te en la finca, al accionar un fogón de ACPM. Se quemó cara, brazos y pe-cho; por fortuna, no hubo la necesidad de hospitalización. Tampoco había con qué, ni Papá lo hubiera permitido. Como estoico, creía en la regeneración natural. Hasta la Abuela Teresa, en una de sus vi-sitas, por luxaciones, hubo de regresar a Medellín, con chaleco de yeso.

¿Cuál fue la causa de la debacle

De izquierda a derecha

Maruja, Mario Garcés, papá y mamá en las Fiestas del Buey, Valparaíso

Atrás

las Escobar Arango y Doña Margarita Vélez, 1961

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económica? El escaso equilibrio entre la inversión y el ahorro. ¡Ahorro para qué! Las avícolas eran inversión segura: el negocio del futuro. Igual, influyó la subida de los precios de los alimentos para pollos. Veamos más de cerca como se fue dando la crisis:

Los hermanos Arango-Orozco I, hicieron grandes inversiones en esta aventura de la que eran pioneros. Cons-truyeron con sabiduría, galpones y chi-queros dizque para toda la vida. ¿Qué será para toda la vida?

Francisco, el gerente, vivió rico y se sintió rico. Cultivó demasiadas rela-ciones públicas, mientras Gustavo tra-bajaba como loco, para sostener nueve bocas, con la de la empleada. Y, para colmo de desventuras, los “huevos de fábrica” tenían poco mercando por falta de “cultura avícola”, pues todo el mun-do tenía “gallinas felices”, en los corra-les de sus solares. Apenas se iniciaba la sociedad de consumo masivo.

Breve. La avícola “San Francisco”, quedó como “el Poverello”, con una mano atrás y otra adelante. La compró una de las patrocinadoras: Finca o Purina.

Los hermanos, nerviosos, se dieron a discutir en grande. Gritos van, insultos vienen, reclamos se hacen, mucho me-lodrama, y nada de sangre… Francisco, dijimos, era extrovertido. Gustavo, in-trovertido y más noble. Difícil combi-

nación, aunque casos se dan, más no era éste. Ambos estaban en sus treinta.

De esta manera, Papá Gustavo, deci-dió regresar con la familia, no a Mede-llín, pues no había dinero para ciudad costosa, sino a Valparaíso, su terruño. Si se hubiera visto la llegada: Parecía-mos “Circo Pobre”. En fin, tuvimos la fortuna de contar con el apoyo de la Familia Arango-Correa y de la Familia Arango-restrepo (Jorge, Tina, herma-nos). ¡Dios los guarde!

Vivimos, pues, en casona de los Arango-restrepo, que estaba en desgre-ño por falta de mantenimiento, pues era depósito de café, de la agencia de Jor-ge. Agencia heredada de El Negro por la Familia. Lo primero que hizo Papá, fue acondicionarla. Pero esta historia se cuenta en la próxima jornada.

Basta decir que el regreso fue muy aplaudido por los hijos y la Mamá, aun-que ésta tuviera sus timideces y reservas, al parecerle triste y aburrido regresar a “pueblo pequeño, infierno grande”. Sin embargo, la verdad sea dicha, la acogida no pudo ser más generosa y la estadía más placentera, hasta cuando soplaron los vientos del cambio…

Página opuesta

Mamá, con Francisco Eduardo (Pachito) y Ana María (Nana), en el patio interior de la casa de Valparaíso

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De izquierda a derecha

Beto, Tavo, Margara, Mamá, Olga Velásquez, con su hijo Fabio, Ana María y Papá.

Gabriel Jaime Arango Velásquez, observa en el Centro de los concurrentes

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sultado fue cuatro nuevos hijos: Gustavo Adolfo Arango Oroz-

co, Tavo, el 5 de julio de 1961; Gilber-to Arango Orozco, Beto, el 18 de septiembre de 1963; Ana María Aran-go Orozco, Nana, el 10 de octubre de 1965 y Francisco Eduardo Arango, Pacho, el 29 de julio de 1971

Algunas nubes ocultaron la dicha: Carmen Teresa y Álvaro se quedaron estudiando en Medellín, con Mamá Te-resa y el tío Gilberto, en casa de alquiler a donde se mudaron, por la calle 35 con la Cr 80, arriba de la avenida Jardín. Fue por corto tiempo, pues luego se pasaron a la casa del barrio Simón Bolívar, que “Tío” mandó a construir al arquitec-to Caputti, arriba de la 80, por la calle 41. En esta casa, murió años después, la abuela Teresa.

En 1965 había muerto el Abuelo Eduardo Arango Correa, todavía en la casa alquilada a Chila Arango restrepo; murió de un infarto fulmi-nante, después de bañarse al regresar de Valparaíso. El gran Abuelo había sido el “amigable componedor” entre los her-manos Francisco y Gustavo. Aclimató las cosas, y nos proporcionó lo necesa-rio para que viviéramos en Valparaíso. También, mucho hicieron la Abuela y el tío. Que Dios lo tenga en su memoria y marque, con su impronta, la nuestra.

Valparaíso, hermosa mesetita de ho-

3ª Jornada, de 1961 a 1976

La curva del optimismo y la felicidad renacían. Los primeros años, limpios y se-renos, como el Primer Día de la Creación.

Las relaciones de los Papás eran in-mejorables hasta el punto de re-enamo-ramiento. Estaban en sus cuarenta, y regresó la primavera. Sentían recuerdos de infancia y juventud, y algo les decía que había algo por lo cual valía la pena vivir o morir. Los hombres y mujeres, en la luna, tienen “luna de miel”. El re-

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Marcela y Pachito, en la casa del barrio Simón Bolívar, en donde murió la abuela Teresa.

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rizontes amplios y verdes como la gene-rosidad y la esperanza de sus gentes. ¡Te protege el monte tutelar de Potrerillo!

Permitan nombrar, aquí, algunas familias de amoroso recuerdo: Los Co-rrea Ángel (Doña Ana Eva, Matilde y Ana…) Los Gómez Vélez, de Don Indalecio y Doña Margarita; Los San-tamaría (Doña rosita, Don Gustavo, Chila y Estela); Los Arango-Garrido y Arango-Ossa ya nombrados; los Ca-david (Fabio, Fanny y Nubia); los Vélez de Doña Matilde y Don Emilio (rodri-go, Marina, Gilma, Javier, Bernardita, Alicia…), los Escobar-Arango (Pacho, Lucía y Carmelita), los Arango-Escobar (Nury, Betty, rubí); los Sierra (Her-nán y Guillermo), los Álvarez de Don Joaquín y Doña Sola Arteaga (Balmo-re, Henry), los Ángel de Don Miguel y Doña rocío Garcés; los Atheortúa Escobar, los Toro, los Henao; los Eche-verri, los Londoño, los Vargas, los Qui-jano, los Baena, los Vélez, los Betancur, los Naranjo; los Arango-Velásquez y los Montoya-Orozco…

Antes de habitar la casa del Negro Arango Correa, ésta ya conservaba, guardada en la sala, la imagen de Jesús Nazareno, reliquia familiar donada por los Arango-Correa, a la Parroquia y que se exhibía procesionalmente en todas las Semanas Santas. Tuvo cabello natu-ral, pero, más tarde fue restaurado con

peluca modelada en yeso, con poca for-tuna. La cara, hermosa, conmovía por su dulce expresión de dolor.

Con esta imagen tenemos anécdota sabrosa de nuestro hermano Gilberto: Se le ocurrió, al muchacho, ponerse la túnica del Nazareno, la que vestía en tiempo ordinario, en la urna, que nuestro Papá le había mandado a ha-cer. La imagen, más cachaca, estaba en la iglesia, para la celebración de la Semana Santa. La sala, donde estaba la urna, tenía una amplia ventana, que

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Última foto del gran abuelo Eduardo Arango Correa

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vio que la imagen se movía y le echaba la bendición… el susto fue mayúsculo, y por poco muere el sereno que salió co-rriendo…

Hablando de la casa de tapia y te-chos a dos aguas con tejas españolas, no diremos su color y número de piezas. Basta decir que su comedor era gran-de como para una familia de muchos miembros, aunque ya había perdido sus puertas y calados de madera. Los mue-bles del comedor, de moderno estilo, fue regalo del tío Gilberto. La mesa del

se mantenía abierta de par en par. Gil-berto se colocó la corona de espinas y fue a “pistiar”, a ver quién venía. Bajaba Abelardo el celador del colegio, que ya funcionaba en la esquina de abajo (hoy, Casa de la Cultura). Sabiendo Gilberto que Abelardo era admirador y devoto del Nazareno, pues, con frecuencia se detenía frente a la ventana para rezarle un padrenuestrico, se metió a la urna y tomó la posición y expresión que ame-ritaba el caso… Pues bien, apareció el devoto, se dispuso a la oración, cuando

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Papá y mamá en el recibo de la casa de Valparaíso

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Hacemos remembranzas de “las Gar-cía” y de “Fabiola”, la hija de “Palillo”, auxiliares domésticas de primer orden. También recordamos a Susa, que traía el queso fresco y a Laurita, que llegaba por los talegados de ropa para lavar.

Al fondo del patio, en el solar que daba al paredón de la casa de Mario y Maruja, los tíos maternos, Papá cons-truyó un corral de gallinas ponedoras, al estilo costeño. Vivimos, por un tiem-po, de la venta de huevos y de pollos.

También hizo en el solar, a un costa-

comedor parecía de junta de gran em-presa, con pesado vidrio transparente, encima. Papá compró nuevos muebles de sala.

Y, sin embargo, lo mejor era la co-cina con su comedor auxiliar, el patio trasero y el baño descapotado. Qué fri-tos de menudencias, al desayuno; qué natillas, qué fríjoles, qué mazamorras, qué mazorcas asadas; qué mondongos y sancochos, qué arepas, buñuelos, y cho-colates parviados! La leche era abun-dante, como los jugos de ricas frutas…

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En el patio interior de la casa de Valparaíso

Izquierda

Marcela, Pacho y Ana María

Derecha

María Eugenia, y Olivia María, con Pacho; sentada, Ana María

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do, dos marraneras muy “cucas”. Tuvi-mos pájaros, una potranca que tomaba tetero y se paraba al pié de la nevera para que le dieran más, y, que, Ana Ma-ría acostaba en su cama. recordamos a la “Geiza”, una mansa yegua de baja es-tatura, muy apreciada y montada por los niños. Hubo conejos, tortugas, perezoso.

Qué fiestas las que hicimos, ya ado-lescentes. Qué paseos no programamos: A Pescadero, a bañarnos en el río; a la Piedra de la Virgen; a la Pintada, a los Farallones, que escalamos varias veces, a la piscina de Memo Garcés, el herma-no de Mario. Paseos en “La Gaviota”, la línea de Mario, a Caramanta. En la Gaviota viajábamos de Medellín a Val-paraíso, en viajes de ocho horas, cuando no se varaba. Paseos a caballo a “la Es-meralda”. Sin olvidar, el paseo en tren de Medellín a la Pintada. Cosa de ensueño.

En el transcurso, muchas fueron las celebraciones familiares, como los 15 años de Margarita María. Nuestro Papá Gustavo tiró la casa por la ventana. También celebramos los 25 años de Ma-trimonio de los padres. Buenos tiempos de “Bonanza Cafetera”: pasantes, licor, músicos, comilona y francachela. “Ma-yeilei”! Para todos hubo. Casanderas las hermanas Arango-Orozco, cuál mejor y más bonita. Mamá dice que quedaron preguntando por más.

A Carmen Teresa se la llevó

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Darío Tamayo, hijo de Doña Otilia Betancur y Don Libardo, de los Tama-yo de San Pedro de los Milagros, An-tioquia. Darío es ingeniero electricista de la U.P.B. A Luz Helena, Carlos Eduardo Atheortúa Escobar, zoo-tecnista de la U. Nacional, hijo de Luis Carlos y de Alicia Escobar Arango de Valparaíso; Margarita, tuvo algunos pretendientes en Valparaíso, pero, al fin, casó con Gilberto Cardona, em-pleado del Banco Cafetero de Medellín, donde fueron compañeros. Gilberto es de Salamina, Caldas.

El mercado de la casa se compraba donde Aníbal García; la carne, donde Guillermo Montoya, padre de los pri-

mos Montoya Orozco; la ropa y demás, donde Gustavo Escobar Arango o don-de Betty Arango Escobar; la leche la proveían las haciendas “Palmar”, de las Arango-Correa, “La Esmeralda”, de los Arango-Arango, y, “Carmaná”, en el río Conde, de los Arango-restrepo; y “Doña María”, y “Los Pomos” proveían el revuelto y las frutas.

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Arriba

Mamá con NikoAbajo

Mamá con Mao “…y dice que no le gustan los perros”

Página opuesta

Ana María (Nana)

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Álvaro, en 1961, terminó primaria en el Calazans de Medellín, como Carmen Teresa, en el San Juan Bosco. Los dos no vivieron en Valparaíso, pero nos en-contrábamos en vacaciones, y ¡buenas vacaciones! Serenata de Luna Llena, en el “Alto de la lechería”, en la manga de los Arango-Correa, donde pastaban los terneros y las vacas.

Acontecimientos para destacar en esta tercera jornada fueron:

El terremoto de las ocho de la maña-na, en diciembre del 64, tumbó iglesia, ca-sas, y averió otras, como la nuestra. Hasta hubo muerto. Una prima de mamá que, oraba en la iglesia, hija de Moisés Osorio Jr., hermano de Josefa Antonia.

El abuelo Eduardo, poco antes de su muerte, que dijimos, fue abandera-do de la reconstrucción de las casas de los pobres, y de la capilla del “Colegio de las Hermanas”, para el culto, junto con el Padre José Heredia, de grata re-cordación, mientras llegaba el P. rafael Fernández para la reconstrucción de la tercera iglesia del pueblo.

Hubo otro temblor en el 68, pero menos dañino.

Avanzando, los muchachos y “La Niña” estudiaron en las escuelas y en el “Colegio rafael Uribe Uribe”, que ape-nas se iniciaba, luego de suspensión o retraso de muchas décadas. Sólo tenía hasta cuarto de bachillerato, ó decimo

grado. Pero, Gabriel Jaime Arango Ve-lásquez, nuestro admirado primo filó-sofo, nieto de un gran Maestro, Don David Velásquez y de Doña Graciela Peláez, padres de Olga, casada con Alfonso Arango Correa, puso toda su alma pedagógica en el esfuerzo de re-construir colegio, en las afueras del Mu-nicipio, con todas las especificaciones arquitectónicas y educativas, impulsan-do la cultura entre sus paisanos… Pero ésta es otra historia.

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Toda la familia en Valparaíso, incluida Marcela y su papá, Darío Tamayo

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administrado el abuelo Papá Alo.Coincidió sus primeros años de

administrador con “la Bonanza Ca-fetera”, de Alfonso López Michelsen. Pura quimera. Hubo plata y optimismo exagerado. Palmar, en su momento, fue hacienda piloto y obtuvo mejor cose-cha del Municipio, superando a otras de más cuadras. Lo cual, permitió el dinero para la segunda remodelación de la “Otra Casa”. La primera, como dijimos, le tocó a Don Eduardo. Las

En los últimos años, las cosas vol-vían a ponerse difíciles: Papá pasó de te-ner gallinas y pollos, a hacerse ferretero, con Darío Tamayo, el esposo de Car-men Teresa. Hubo ferretería, pero, de escaso futuro. Antes, fue comprador de café en agencia de la Federación de Ca-feteros. Trabajo extenuante, de mucha responsabilidad que, le causó muchos desvelos. Más tarde, pasó a administrar la hacienda “Palmar”, de las tías Aran-go-Correa, que hasta entonces, había

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Gustavo y Olivia, en sus bodas de plata matrimoniales, en Valparaíso

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impecable; claros y ordenados sus libros de cuentas.

También, en Palmar, se invirtió en mejorar. Sin embargo, no se ahorró para la bajada. Y, la bajada no pudo ser peor: La sociedad colombiana, y hasta el campo, entraba en la “posmodernidad”, con cambios (buenos y malos) en todas

reformas del patio (alzando eras) y la adición de dos baños en los corredores, y, contiguos a las salidas del zaguán de las bestias, respondieron todas, a la ya evidente vejez de las tías.

Hay que decir aquí, para hacer jus-ticia, que Papá fue un gran administra-dor de lo ajeno y de una contabilidad

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“Compuestas y vanidosas”Margarita María

Página Opuesta

Ana María

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la Teología de la liberación.Don Gustavo, cuando se creyó

“mandamás”, le dio por incursionar en la política, y fue hasta presidente del Concejo Municipal, lo cual no le ahorró problemas, disputas y dolores de cabe-za. Papá olvidó el Hogar, por “trabajar y trabajar y trabajar”. Los amigos lo ex-

las áreas: revolución de pensamiento y costumbres; revolución científica y tec-nológica, con “el hombre en la luna”, y la contaminación y la corrupción, en la Tierra; la revolución sexual, con su píl-dora anticonceptiva y sus movimientos feministas y de diversidad; la revolución teológica, con el Concilio Vaticano II y

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plotaron más de lo debido… Le llegó el sueño de “El Anhelo” (¿o la ambición?) su última empresa, en Valparaíso. Afor-tunado con unos milloncitos ganados con la lotería de Medellín, hizo “Hela-dería la rioja” y compró lotes en los que edificó dos “apartamentos”. Todo muy bonito. Papá heredó del abuelo, su ta-lento… Pero…

Ya no había esposo ni papá. Se puso de mal genio y vivía a las carreras. No fue falta de amor. Todo lo hizo por no-sotros, pero, sin nosotros. Poseído por los sueños, era un romántico, no tuvo en cuenta que su familia había crecido.

Éramos jóvenes ya, descubriendo la vida y con otros intereses. También, lo de-jamos solo. Pensó que ya no tenía familia.

Desmotivado, comenzó a deprimirse.Álvaro Eduardo, que, luego de ter-

minar su bachillerato, ingresó a estu-diar filosofía en la U.P.B. tuvo “la an-gustia de la comprensión”. Más de una vez lo vimos desafiar la “autoridad” paterna, pero, la autoridad, perdida en el “yo mando”, no podía ver ni reaccio-nar. Hubo celos y controles para todos. Mamá, mujer de carácter, se defendió, como pudo y, sin embargo, Don Gus-tavo, con mal genio, y algo de melodra-ma, le ganó la partida.

Un día, la Mamá Olivia desertó y fue a refugiarse donde su mamá Josefa Antonia, que, como dijimos ya vivía en

Medellín, con Teresita, la menor, ya ca-sada… Mas el amor de Olivia por sus hijos, la hizo regresar al otro día…

Oh, Mamá, cuánto te debemos. Qué heroica has sido en los malos tiem-pos. ¿Cómo podremos agradecer tu sa-crificio, tu constancia, tu fidelidad?

Empero, bendito “Palmar” y ben-dito “Anhelo”. El Palmar era hacienda de trabajo, con beneficiadero, Pelton para la electricidad, tolva, trilladora, lavaderos y, en un principio, secaderos manuales que salían al sol de un gra-nero ventilado. Más tarde, hubo seca-dora eléctrica. En el granero, mujeres campesinas seleccionaban los granos, corriente, federación y guayaba.

Como contábamos, en esta hacien-da, kilómetro y medio más arriba, había nacido el General rafael Uribe Uribe, en casa que fue quemada, ya en pose-sión de la familia Gómez, uno de cuyos miembros era tísico. Más después, los Gómez vendieron a las Arango-Correa. Las tías Arango, por insinuación de nuestro padre, concejal, vendieron ba-rato el lote a la Municipalidad, que allí colocó fea estatua pedestre del General, mártir de la democracia. Allí se encuen-tra, hoy por hoy, el “Museo Histórico del Municipio”, cuyo fundador es nues-tro primo segundo, el arquitecto Alfon-so Arango Velásquez.

Decíamos que la finca era de traba-

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Pacho, con el maestro

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Papá y mamá, orgullosos de los triunfos de sus hijos. Bachillerato de Gustavo Adolfo

jo, pero, Papá la convirtió en finca de recreo para nosotros, cuando mejoró una vieja casita de agregado, a la entra-da de la misma. Era de “bareque”. Papá la hizo habitable. Estaba situada con vista a “los farallones de la Pintada”, en hermoso valle del río Cauca.

Era casa con dos piezas medianas y una pequeña, cocina independiente y baño descapotado, aunque pequeño. Todo muy pintoresco y muy paisa. Allí hubo rumbas, serenatas, jumas y lunas de miel. Fue refugio de aturdidos y can-

sados de afujías citadinas. Álvaro, con su ser de “solo” y de poeta, cosa admira-ble, por demás, fue quien más la disfru-tó. Según cuenta, allí afinó a escribir y a leer las obras de Don Miguel de Una-muno y de Walt Whitman, en amplio corredor enchambranado de macana.

Es de notar “El chorro de los engua-yabados”, resumidero de un tanque que represaba el agua de la Pelton. Y el sende-ro pintoresco que salía a un potrero, cua-dra arriba, que tenía un tanque de agua veredal, tapado con loza de cemento, en el cual nos asoleábamos sin sombra, para más tarde refrescarnos en el frío chorro de su resumidero. Aguas limpias, no como las de los tanques de finca de la Costa, que olían a podrido, por azufra-das, con ser que nos bañábamos, en ellas, los chicuelos, con mucha fruición.

Palmar está cerca del Pueblo, a diez minutos. Se ven la torre de la iglesia y algunos techos; se veía la Ceiba, por un costado de la casa. Papá mandó a apla-nar este lote aledaño y lo cercó de “li-berales”, aprovechando la máquina que hizo la carretera de entrada. Antes, la entrada era a caballo, o a pié. Allí sem-bró frutales y sombríos. Hubo huerta, mulas, ganado bovino y porcícola. Los cafetos eran tipo Colombia y pajarito, con sombrío de ricos guamos… Hasta que llegó el “caturro”, con su “rolla”, que fue atropello ecológico, pues fue

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Papá, orgulloso de su último hijo y de su primera nieta, Marcela

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dras un tris más arriba de la casita del “Palmar”, y detrás de ella. Era un terre-no que las Tías Arango-Correa regala-ron a Papá y otro poquito que compró a Hernán Sierra, propietario de la colin-dante “Grecia”.

Allí, Papá hizo una “Comuna Fa-miliar”, con cocina colectiva. Tenía el diseño, hasta donde iba, de un pueblito miniatura. Consistía en la cocina y tres cuartos a la manera de “casitas” de co-lores diferentes: Una para los hombres, otra para las mujeres, y una tercera, para las familias conformadas. Tam-bién tenía un establo.

El mundo no se detiene y los años, tampoco: Murieron rafael, Afa y Ho-

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mucho lo que deforestó, porque no nece-sitaba sombrío… Pero, esta tragedia, fue poco lo que nos tocó, pues ya íbamos de salida.

recordamos a muchos mayordo-mos, muy queridos por nosotros: ra-món y Bernarda, de “La Esmeralda”; Pacho, José y María, de “Doña María”, finca de Horacio y Alfonso Arango Co-rrea, famosa por sus tarros de arequipe, con cascaritas de limón, hecho con le-che pura de ordeño. A Gavino, de “Los Pomos”. recordamos al finado Octavio rúa, a Gabriel Naranjo y a Emilio Gar-cía, en “Palmar”. A todos ellos, gracias y que sean felices donde estén.

“El Anhelo” era un lote de dos cua-

Izquierda

Natalia y Cristina, en “El Anhelo”

Centro

En el inolvidable “Palmar”

Derecha

Gilberto, en “El Anhelo”

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racio. Luego, Hila, Yaya y Ofelia. A sus sesenta, Papá comenzaba a envejecer, y no lograba sostener a dos familias: la de Valparaíso y la de Medellín. Los tiem-pos cambian de nuevo.

Papá fue buen comprador, pero mal vendedor. Desmotivado por lo que diji-mos, casi regaló cuanto poseíamos. Ven-dió heladería, apartamentos y “Anhelo”.

También encontró comprador para el “Palmar” de las Tías, que ningún otro sobrino tuvo interés de adminis-trar. Con ese dinero, las Tías Arango-Correa, pudieron vivir sus últimos años, bien atendidas, y descansar en paz. “La Otra Casa” la heredaron los Vélez-Arango. Los otros sobrinos here-

daron locales adyacentes. A Papá le tocó uno que escrituró a nuestro Gustavo Adolfo, en el que construyó apartamen-to, que, en ya esporádicas idas a Valpa-raíso, ocupamos en familia y disfrutó la suya, hasta venderlo luego.

En tanto, nuestro tío Gilberto, le es-crituró a Papá la casa de “Simón Bolívar”, en Medellín, en que, los mayores vivimos con Mamá Teresa, hasta su muerte.

Como en ese entonces teníamos nuestro primer carro de agencia, un r-4 verde, muy duro para el trabajo, los que quedaban en Valparaíso, se vinieron en él a Medellín…

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Arriba Papá y mamá y su des-“Anhelo”

Centro

Mamá, en la cocina de “El Anhelo”

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Papá y su “Anhelo”

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vender la casa del barrio “Simón Bolí-var” y nos recogimos todos, incluyendo al tío, en la nueva casa. Aunque la casa tiene amplios espacios sociales, las cuatro piezas (con la del servicio) son medianas, en relación con lo acostumbrado. La pie-za más grande se hizo para el tío. Da a un patio interior, silencioso y agradable. Hay otros patios, en el recibo de entra-da y el de ropas, contiguo a la pieza del servicio. resultábamos estrechos, pero, educados para compartir, ni se notó. Lo que no significa que no faltaran conflic-tos y roces de convivencia. Carmen Tere-sa y Luz Helena tenían ya rancho aparte, y, pronto, Álvaro se independizó, traba-jando en “Edinsa”, en el Colegio Miguel de Unamuno, de Laureles; y con Adolfo Vélez; luego viajó a Bogotá, Boyacá y el Huila, hasta que volvió a Casa, para que-darse, en 1990.

Así, pues, la Familia se sostuvo del trabajo de Papá y de Gustavo Adolfo. Gustavo y Papá emprendieron un taller de mecánica automotriz en el garaje do-ble de la casa.

Es de notar que Carmen Teresa ha-bía regresado de Montería y vivía, en propiedad horizontal, en el segundo piso de nuestra casa. El tío Gilberto, dio el aire. El tío escrituró, como se vio, la casa a su cuñada… Véase la calidad de persona que era el “Tío Doctor”. Todo lo dio en vida… ¡Cuánto nos quiso!

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4ª Jornada, de 1976 a 2010

Pero no regresaron precisamente a la casa de Mamá Teresa en el barrio “Si-món Bolívar”. El tío Gilberto le escri-turó otra casa a Mamá, en Laureles: Cl 37nº 80-B- 41, frente al muro de Telsa, hoy El Éxito. La abuela Teresa alcanzó a conocerla, pero luego falleció: (14 de agosto de 1975)

Entonces, los Hermanos resolvieron

Luz Helena y Carlos Eduardo, en la casa de la calle 37con carrera 80 B, Medellín

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dad heroica. Después, para alegría fa-miliar, regresaron todos al apartamento que compraron en Laureles, en edificio cercano a la iglesia de Santa Teresita, donde viven actualmente.

Los muchachos, nuestros sobrinos, estudiaron en el “San José” y luego se profesionalizaron, ocupando puestos importantes en distinguidas empresas, Juan Felipe como ingeniero de sistemas, y, Teby, como negociante internacional.

Luz Helena y Carlos Eduardo, lue-go de una temporada en “la Tablaza”, Caldas, Antioquia, en hacienda de Don Tulio Ospina, fueron a Cartagena a vi-vir en la hacienda “El Ceibal”, de Prole-che, donde Carlos creció en experiencia como zootecnista y ganadero. Nosotros disfrutamos, con ellos, sabrosas tempo-radas vacacionales. Luego, al crecer, un tanto, sus dos hijos: Juan Felipe y Car-los Esteban (Teby), vivieron en la Ciu-

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Carmen Teresa y Darío recostados en el Dodge, del tío Gilberto, frente a la “otra casa”

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Así lo hicieron, primero, sus primos Ta-mayo Arango: Marcela, como abogada, Juan Eduardo, como ingeniero de pro-ducción y Natalia, como administrado-ra de empresas.

Los Atehortúa heredaron de los Es-cobar Arango y Atehortúa Escobar, a “Aguabonita”, finca ganadera de “La Pintada”, Antioquia, próxima a la de recreo, de Luis Fernando Ángel, María Eugenia y Antonia, la hija, a las que va-mos con frecuencia y regresamos nos-tálgicos por los buenos recuerdos…

Como debemos reconocimiento a las Familias de parientes y vecinos, saludamos con cariño a los Montoya-Orozco, a los Muñoz-Arango, a los Arango-Velásquez, a los Duque-Osorio, a los Acosta-Orozco, Arango-restrepo, Arango-Arango, Vélez-Arango. recor-damos a nuestros vecinos solidarios y tolerantes: A los Elejalde, del Doctor y Doña Luz Helena; a doña Tere Chalar-ca; a Alicia Hoyos e hijos.

Al pueblito de Valparaíso, apenas re-gresamos, por aquello del “pudor de la nostalgia”… Es nuestro deseo que ten-ga futuro y mejores condiciones que las actuales…

Pero, volvamos, un tanto, en la me-moria: Los muchachos sacaron su ba-chillerato en el Miguel de Unamuno, donde Álvaro trabajó por ocho años.

Las muchachas (Luz Helena y Mar-

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Papá y su Mercedes 50, en el garaje de la casa, donde se inició el taller de Gustavo Adolfo

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garita) estudiaron en el “Santa María del rosario”, María Eugenia en la “Pre-sentación”. Hubo fiestas de bachillerato. Olivia María, también se casó con el odontólogo Luis Fernando Franco, del cual se separó posteriormente, dejándo-le una hija maravillosa, de nombre Ana Cristina.

Gustavo Adolfo casó con Bea-triz Díez, y tienen tres hijos: Julia-na, la que hace poco nos dio a rafael; Juan Pablo, bachiller, que hoy por hoy, trabaja con su papá, en el Taller, y Juan Esteban que cursa su bachille-rato. Gustavo Adolfo, separado luego de Beatriz, hoy, tiene por compañera a toda una dama: Lucelly Cuartas.

Gilberto casó con Marta Mesa Peláez, quienes nos regalan con dos hijos inteligentes y nobles, que van ter-minando su bachillerato: Guillermo y Susana. Gilberto es empleado califica-do, de muchos años, (30) en el “Éxito”.

Margarita, habíamos dicho, casó con Gilberto Cardona, de cuyo matri-monio son: Sebastián y Simón, dos uni-versitarios muy lucidos.

No menos lucidos son los bisnietos que nos dieron los hijos de Carmen Te-resa: María y Sofía, de Marcela y Efraín Gómez; Manuel y Miguel, de Juan Eduardo y Bibiana Moreno.

Natalia se casó con Alejandro ren-dón. Por ahora, sin hijos.

Papá y sus nietos

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Mamá y sus nietos

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Como sabemos que “no es verdade-ro amor, lo que Amor no aúna”, y que es “imposible separar lo que el Amor ha unido”, podemos afirmar que nues-tras relaciones han sido monogámicas y estables. Las familias “alternativas”, que entre nosotros, también se dan, son buenas y ejemplares. Seamos claros: la familia tradicional –diferente a Fami-lia de Tradición- no siempre es lo más recomendable. Este concepto está en crisis. Si nosotros logramos mantener-nos como Familia u Hogar, tal vez sea por circunstancias, destino, vocación, o buen ejemplo de bisabuelos, abuelos y padres. “Todo es relativo”, afirmamos, como liberales y tolerantes.

Es el momento de hacer homenaje a nuestras cuñadas y cuñados, gente ho-norable, solidaria y familiar, cumplido-ra del deber hogareño. Que los placeres y dones del Hogar sean con ellas y con ellos.

¿Pensaron que habíamos olvida-do los paseos a “Carmentea” en Santa rosa de Osos (Antioquia), Vereda “Las Ánimas”…? No puede ser. íbamos en el Mercedes negro, modelo 50, último carro de Papá. El r-4 ya era historia y fue vendido. Gozamos en Santa rosa, a pesar del frío, explorando sus alrededo-res, admirando su divisa, bañándonos en quebrada limpia, con buen charco y buen verano. Ya la vendieron, pero los

Tamayo Arango tienen finca en Tarso, y cabaña en Tolú, donde vamos a ser atendidos y felices.

Como son muchos los momen-tos gratos que no logramos enumerar, mejor, consideremos la frustración y amargura colectiva que produjeron las tres “décadas perdidas” por la estupidez humana: Años 70,80 y 90.

Todos los valores, en todas las áreas e instituciones estaban “patas arriba”. Las familias no logramos sustraernos a los acontecimientos de la droga, el nar-cotráfico, las autodefensas, la guerrilla, el secuestro, el terrorismo, la corrupción y el desgreño estatal, y el estropicio de la moral y de la ética.

Adoramos el becerro de oro de la nueva sociedad mercantil y consu-mista, mal llamado “neo-liberalismo”: Cambiamos lo fino por lo burdo, el es-tilo, por la vulgaridad; las residencias y mansiones por colmenares; los colores luminosos de la ciudad, por el ladrillo ranurado; la buena convivencia y la cor-tesía por la desconfianza y la indiferen-cia; la fiesta y la celebración, por la rum-ba; el rosario, por las confrontaciones religiosas e ideológicas; el patrimonio y la tradición, por la chavacanería de los billetes; la armonía con la Naturaleza, por la depredación. Hartos de tontería, apenas comenzamos a enderezarnos.

Las relaciones, de los Papás y los

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Mamá y sus yernos, con Tavo y Pacho

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Mamá, sus nueras y algunas de sus hijas

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Mamá, en la cabaña de los Tamayo-Arango, en Tolú

Arriba

Mamá y Carmen Teresa, En “La Leyenda”, de los Tamayo-Arango, en Tarso, Antioquia

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El tío Yuyo y el tío Gilberto

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hermanos no podían estar más desqui-ciadas; Mamá, a punto de manicomio con el Taller en su casa. La depresión era evidente. El tío Francisco, que igual, tenía su familia en crisis, vino a apol-tronarse a nuestra casa. Y no hubo au-toridad sino tres cabezas autoritarias y discutidoras: la de Papá y la de los dos tíos. Con el tío Gilberto era suficiente: A fuer de dadivoso, nos dimos a la plei-tesía, estimulada por Papá que exigía rendir todos los honores. El control de todos impedía el desarrollo del proceso familiar. Jóvenes ya, no respetamos je-rarquías. Así, un buen día, Mamá hizo el reclamo, y Yuyo se fue a vivir al taller de Gustavo. Mientras tanto, Álvaro en-frentaba al “tío Doctor”, a quien le dio buenas razones para que se fuera a vivir solo. razón por la que compró aparta-mento cerca de Santa Teresita, cómodo y apropiado, donde vivió contento sus últimos años, asistido por sus preferi-das, Carmen Teresa la “heredera” y por Luz Helena.

El tío Gilberto murió el 25 de febrero de 1990, después de enfer-medad y agonía corta y tranquila, por la buena actitud del paciente. Tenía 66 años. Que en paz descanse, porque fue bastión fundamental en nuestra vida familiar…

La Niña Ana María, también se casó: lo hizo con Luis Fernando Arbo-

leda Bustamante, contador y antiguo empleado de “Suramericana de Segu-ros”. Tienen dos hijos muy pintosos y trabajadores, Santiago a punto de graduarse, que ya trabaja en la empresa de “cerámicas Corona”, y Felipe, estu-diante de Ingeniería Industrial.

Hoy por hoy, Ana María es la ecó-noma de nuestra casa, que todos sostie-nen. Ella es la del mercado, la droga y los servicios, como Margarita María, la de las consultas médicas…

Queda “Pachito” soltero, que es-tudió en la Universidad, sosteniéndose con propio esfuerzo y trabajo y algo de ayuda que podía brindarle Mamá. Al graduarse como tecnólogo en obras ci-viles, en Eafit, fue Secretario de Obras en una administración Municipal de Valparaíso. Allí vivió en la casa de la tía Maruja. Luego, terminó ingeniería y trabajó en “el Metro”. Más tarde, im-plementó oficina, en nuestra casa, en lo que fue Taller de Gustavo Adolfo, para trabajar independiente, con buenos re-sultados.

Sin embargo, regresemos al taller, que Mamá ya no se resistía, ni por ella, ni por los vecinos, que, imaginábamos abusados en su comprensión y toleran-cia. Así, Gustavo Adolfo con préstamo de unos señores Gómez, y mucho aho-rro, pudo comprar local para el Taller, en el Barrio Lorena, detrás del Éxito de

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Olivia, con Marleny Cuartas, su auxiliar

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“Mayeilei”, en guambiano, para todos hay

Laureles… Pero, Olivia, ya deprimida, comenzó a sentirse sola y concluida su mi-sión. La casa le parecía demasiado grande y clamaba por un apartamento para “re-cogerse”, tal y como estuvo de moda.

Por fortuna, Álvaro, educado para pensar, luego de su retiro de un año en los Monasterios Benedictino de Santa María de la Epifanía, de Usme (Cundi-namarca) y de Ecce homo, de Villa de Leyva (Boyacá) regresó a participar del nuevo rumbo del acontecer familiar.

En uso de sus facultades mentales y

civiles, asumiendo consecuencias, deci-dió colaborar en la reconstrucción fa-miliar. Le costó perder su libertad, pero ganó la que más le gusta: la libertad in-terior, tal vez, la única real.

Sufrió incomprensiones, pero no le importó. Sabía que la Familia es la me-jor trituradora de “egos” e importancia personal. Aprendió a ser humilde y a pensar y obrar en equipo.

recibido con reservas, como era apenas natural, ocupó la pieza del tío Gilberto, que también fue la de los mu-

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“Muy majas”

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chachos, y, ahora, estaba vacía. Álvaro no tenía dinero ni trabajo, y ya estaba en sus cuarenta. Más, como las tribula-ciones materiales no han sido su desve-lo, por la fe que tiene en la Divina Pro-videncia, apareció el favor no buscado de un exalumno del Unamuno que le regaló con qué colaborar en el manteni-miento de la casa.

Demostró, pues, a Papá y a Mamá, que la vida apenas comenzaba. De esto hace veinte años. Nos dijo que aún fal-taba mucho por “acomodar” y mucho que rendir. Que dejáramos de funcio-nar como una calculadora, vendien-do la casa, cada que había crisis en el Taller. Que la casa era lo último que nos quedaba, y que en lugar de ambi-ciones futuras, nos concentráramos en administrar mejor, los bienes reales que teníamos como regalos del Altísimo. ¿regalos o préstamos? Que dejáramos de vivir de quimeras, y pensáramos más bien en la “Calidad de Vida”

Entonces, todos nos volvimos “rea-listas-Franciscanos”. Pensar que cree-mos que los poetas son unos soñadores. Error. Son los que más ven, y los más aterrizados.

También, nos tocó envejecer. Hay lugar para recordar la muy conocida estancia del poeta español Jorge Man-rique (1440-1479).

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“Ya maduras”

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Han muerto los Arango-Correa y los Arango-Orozco I.

Francisco Eduardo murió el 6 de enero de 2008, en Cartagena, al cuidado de sus hijos que no lo abandonaron:

“La cigüeña cuando es vieja Pierde la vista –y procuran Cuidarla en su edad madura Todas las hijas pequeñas Apriendan de las cigüeñas Este ejemplo de ternura…”

Del: “Martín Fierro”

La casa de los Arango-Correa en Val-paraíso, casi se cae de la depresión y la soledad, pero fue reconstruida por los herederos Vélez-Arango bajo la direc-ción del primo arquitecto Alfonso Aran-go Velásquez. Hoy, está alquilada. Los Vélez la habían desocupado y los demás Arango, discretos y conformes, no pre-guntaron por el destino de los múltiples y valiosos objetos que la embellecían.

En tanto, Mamá volvió a sentirse viva. Papá madrugaba al Taller para lle-var la contabilidad. Aquí agradecemos la consideración de Gustavo Adolfo y su tolerancia con el Viejo.

Los fines de semana, sin embargo, se hacían difíciles porque Papá no salía de casa y Mamá debía encerrarse con él a ver televisión, que a ella poco entrete-

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nía. En sus setenta, se le notó el aburri-miento. A pesar de todo, no faltaron, ni aún faltan los “Sábados Felices”, cuando nos encontramos en la tarde, a tomar el algo. Juguetearon y disfrutaron y crecie-ron los sobrinos, tomándose la casa, sin ser especialmente dañinos. Nos compla-cimos en ellos, de niños. Por fortuna, la casa los acogió con amplitud. Han sido fáciles para la negociación.

En el taller hubo algunos conflictos por mutua terquedad de Gustavo Adol-fo y Papá. Poco antes del retiro del Papá, a sus ochenta, la economía de la casa volvió a tener dificultades. A Gustavo Adolfo le crecían los hijos y era duro llevar dos cargas. Papá se volvió depre-sivo e intenso. A Mamá se le contagió “la moridera”. Se estaba “paralizando”. Sufrió enfermedad de origen nervio-so, hasta el punto de clínica. Tuvo que aprender a caminar de nuevo. A Álvaro Eduardo, también se le dañó el genio, y, estuvo a punto de tirar la toalla, sobre todo, cuando Mamá le salía con inma-dureces. No lo hizo. Lo motivaba la so-lidaridad de sus hermanas, que han sido serviciales y nobles consejeras.

Como el ejemplo es la mejor lección para lograr el cambio, por fin, fuimos despertando al cariño de siempre y a la solidaridad. Todos colaboramos al mantenimiento de la casa y el ingenie-ro Francisco remodeló techos y cocina.

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“Recuerde el alma adormida, Avive el seso y despierte, Contemplando, Cómo se pasa la vida, Cómo se viene la muerte, Tan callando…”

recordatorio de la muerte del tío Francisco Eduardo (Yuyo)

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“Parceros” Santiago y Felipe, con María y Manuel

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Papá, es su última Eucaristía

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Aprendimos a querer la casa y a verla como patrimonio común. Comenza-mos a remar en la misma dirección.

La enfermedad y muerte de Papá comenzó cuando se jubiló a sus ochen-ta. Fue lenta y progresiva durante tres años, hasta el 2 de marzo de 2010, que abrió, para decrecer, el círculo de los Arango-Orozco II.

Por fortuna, este proceso físico, lo lle-vó a la salud espiritual y mental. Murió reconciliado con Dios, su esposa, hijos, parientes, amigos y la Vida, como si to-das las cuentas, al final, le hubieran cua-drado. Murió satisfecho, enamorado de su mujer y de su obra. Las hijas menores, Margarita, María Eugenia, Olivia María y Ana María, fueron sus mejores enfer-meras y demostraron gran dedicación. Papá nos hace falta, pero la vida no es solo vida, sino muerte. Luego de algu-nos días, murió en la Clínica Saludcoop. Lo enterramos, después de cremación y misa, en los osarios de la iglesia de Santa Teresita, donde su hermano Francisco, en vida, había recogido las cenizas de todos los solteros de la Familia Arango-Correa. Todos los descendientes tienen allí las cenizas de sus muertos, y nosotros aspiramos al reposo de las nuestras junto a la muy amada estirpe.

Gracias a Mamá, a los hermanos y hermanas, que sin protagonismos y sí mucha entereza y caridad, enterraron al Viejo.

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En el entierro de Papá supimos de la consideración, buena voluntad y opinión en que nos tienen parientes y amigos. Con humildad, nos sentimos honrados y agradecidos.

Cosa determinante para soledades y tristezas es que heredamos de bisabue-los, abuelos y padres, la pasión por la buena literatura. No faltaron biblio-tecas, y los periódicos El Tiempo, El Espectador, y alguna vez, El Correo, Sucesos o El Mundo, y revistas como Life, Selecciones; en Barranquilla “Bo-hemia y Bohemia libre” revista cubana. Para las mujeres, hubo “Cosmopolitan” o “Vanidades”. Siempre hemos leído “El Colombiano”. Ahora lo hacemos por favor de Pacho, que lo compra. Funda-mental, en nuestra niñez, fueron, la en-ciclopedia “El Tesoro de la Juventud”, de editorial Jackson y el “Nuevo Tesoro de la Juventud” de Editorial Cumbre (1986) y los “Cuentos de Callejas”, co-lección de clásicos infantiles, y “La Ca-baña del tío Tom”.

Templados en la fragua del dolor, aprendimos a buscar y a esperar lo ines-perado. Volvimos a rezar el rosario en Familia y tenemos grupo de Oración, dirigido por nuestro hermano menor, Francisco Eduardo, hombre carismáti-co y de fe profunda y combativa.

Destacamos en todos, la virtud de la flexibilidad. Hemos sobrevivido

Papá, lector

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como Familia Unida, porque nos he-mos sabido aclimatar a costumbres y circunstancias; hemos dejado lastres de tiempos pasados; hemos aprendido a vivir sin apegos ni juicios definitivos o absolutos. Hemos visto que un pro-blema tiene múltiples soluciones y que ningún ensayo debe ser rechazado u omitido. Hemos abolido los prejuicios sociales y dejado el capote de provincia-lismo. Somos y nos sentimos más uni-versales. Hemos dejado toda rigidez y damos por sentado que un proceso vital debe ir con la esperanza y la inquietud de la búsqueda. Hemos aprendido a es-cucharnos y a no descartar a ninguno por pobre o débil. Hemos comprendido el sentido de la verdadera democracia: el respeto a la libertad y dignidad del Otro. Nos hemos educado unos a otros. Hoy somos más felices porque amamos y somos amados. No hay miedo, no hay inseguridad, y sí optimismo. Op-timismo que queremos contagiar a las familias de nuestro Pueblo, de nuestra Ciudad y nuestro Barrio, para hacer Pa-tria y Universo-Mundo.

Creemos que estamos más prepara-dos para afrontar las crisis y mejor ar-mados contra la dureza de la enferme-dad y la muerte, que se avecinan.

Aprendemos a no cantar victoria antes de tiempo y a ahorrar, sin obse-siones, para las vacas flacas. Nuestro se-

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Mamá y sus nietos

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Mamá con sus nietos y bisnietos

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guro es el Dios Amor, constante y fiel. Bendito amor de Hogar que no falta en riqueza ni pobreza, ni en salud, ni en enfermedad, ni en muerte.

Papá nos enseño a leer en Tobías, ca-pítulo cuarto:

“Respeta a tu Madre, no la abandones un solo día de tu vida. Dale gusto en lo que quiera, y no la contraríes nunca”

Que la Madre sea: Nuestra Señora, la Señora Tierra y la Señora Olivia.

Que todos los que leen alcancen ma-yoría de edad, después de los cincuenta. Somos un proceso que no debe frus-trarse.

Nuestro Hogar, finalmente, ha vuel-to a ser lo que era en un principio: Una Casa pequeña, aunque grande de otra manera, por su humildad, perdón y ca-riño.

Una Casa como la de Nazareth, que tan hermosamente expresa el Cantautor español ricardo Cantalapiedra, en es-tos versos que obsequiamos a nuestros amables confidentes:

En casa de mi amigo había alegría / y flores en la puerta. A todos ayudaba en sus trabajos/ sus obras eran rectas.

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Mi Amigo nunca hizo mal a nadie / llevaba nuestras penas. Mi Amigo nunca tuvo nada suyo / sus cosas eran nuestras. La tienda de mi Amigo era la Vida / amor era su hacienda. Algunos no quisieron a mi Amigo / lo echaron de la Tierra. Su ausencia la lloraron los humildes/ penosa fue su ausencia. La Casa de mi Amigo se hizo grande / entró la gente en ella. En Casa de mi Amigo entraron leyes / y normas y condenas. La Casa se llenó de comediantes / de gentes de la feria. La Casa de mi Amigo está muy limpia / pero hace frío en ella. Ya no canta el canario en la mañana / ni hay flores en la puerta. Han hecho de la Casa de mi Amigo/ una oscura caverna, Donde nadie se quiere ni se ayuda/ donde no hay primavera. Nos fuimos de la Casa de mi Amigo / en busca de sus huellas, y ya estamos viviendo en otra casa / una casa pequeña, donde se come el pan y bebe el vino / sin leyes ni comedias, y ya hemos encontrado nuestro Amigo / y seguimos sus huellas”.

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5ª Jornada, anexo para herederos

De repente, llega la hora del crepúsculo, el invierno, la tristeza, la nostalgia, la ancianidad, la enfermedad, la muerte y el adiós. Desde ahora, la miramos con los ojos abiertos.

De penas, enfermedades ligeras y es-paciadas, sabemos. De vejeces, apenas. ¿De muertes? Las ajenas. Pero, aquí, de-bemos saber de mi muerte, la tuya y la nuestra… Hablemos, entonces, del fu-turo. Seamos discretos y contemos con el “Principio de Incertidumbre”, pero hablemos al natural…

Si nos vamos ya jubilados y agrade-cidos por y de los años, debe temperarse todo dolor, aún si la muerte es la de la Madre. Mejor, que haya “Fiesta de Si-lencio”.

Considerando que la Madre mu-riese, seguiremos solidarios, menos co-municados, tal vez, pero unidos desde donde la vida nos haya situado. Se com-prende: Con la muerte de los Padres, se apaga el hogar. Muere la Célula Madre, pero continúa el proceso, en las nue-vas familias, que también son Células Madre, y cada uno, en diversas circuns-tancias y a su hora, dará su vida por el progreso familiar, a través de la muerte, el precio de vivir.

La invitación es al heroísmo, a no “Somos muchos” En “La Leyenda”, Tarso

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algo. Consolidar lo que posee. O aumentarlo. Cuidar de los suyos. Cada uno trata de hacerlo, lo mejor que sabe. No puede hacer otra cosa. Pero no hay que esperar nada al final de la carrera. ¿Sabes que hay al final de la carrera? La vejez. Nada más. De modo que hay que aprovechar el sudor… Acuérdate de eso. Después, todo acaba muy de prisa…

Nos sentíamos felices, cuando estábamos rodeados de los hermanos. Cuando estábamos juntos nos comíamos el mundo. Pensábamos que seguiría así hasta el final. Nos engañábamos. La vida continuó, y el tiempo se encargó de transformarlo todo, imperceptiblemente.”

Lâurent Gaudé, “El Sol de los Scorta”

Álvaro cuenta que una señora ami-ga suya, Doña Josefina de Prada, de Potrerillos-Gigante, Huila, le insinuó regresar a Casa “a cuidar de sus padres”. Le hizo caso, a sabiendas de que (como está consignado en el comportamiento animal) debería ocupar, como Jesús, “el último lugar” y en la Casa, habitar “La Pieza del Servicio”… Es un decir. Feliz quien acompaña a sus padres, porque suya es la mejor herencia.

razón por la que Álvaro acompaña-

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defraudar la Vida, y a vivir con Senti-do… porque el Amor es consentirse y consentir. Se conoce por lo sentido de los sentidos.

Asociemos ideas, connotemos, vea-mos acepciones: Consentir, también es aceptar y obedecer. Obedecer es con-fiar, abandonarse, dejarse ir, no estar, porque el que decide es Otro. ¡Que di-cha la nuestra ser Otro, trascendernos en lo más sublime nuestro: El Amor Sublime! Escribamos, pues la Canción del Amor Sublime, hasta el final. Que nada sobre, que nada falte. Que nadie sobre, que nadie falte.

“No hemos sido ni mejores, ni peores que los demás… Lo hemos intentado. Eso es todo. Con toda nuestras fuerzas. Toda generación lo intenta. Construir

“De tal madre, tales hijas”

aconteceres familiares

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rá a Mamá hasta el final: para que ten-ga Casa… Hogar. Para que no vaya de Herodes a Pilatos sin nada ya que pue-da llamar “mío”, sin poder reconocer-se, aunque los hermanos y hermanas le ofrecieran todo lo que es de ellos. Claro que, “al final”, llega el desprendimiento, y dejamos lo mío, por lo nuestro. ¿Des-pojo o ganancia?

Dice Mamá que, quiere reducirse un poquito en otra casa. Le decimos que todavía no hay necesidad. Esta es nues-tra Casa y todos le hacemos compañía. Pero, también queremos respetarle sus decisiones y ver lo que le convenga, a ella, en primer lugar, y a nosotros, en consecuencia.

responsables con la Vida y con la Muerte, hacemos votos para que nues-tros herederos siempre piensen que uni-

familia arango-orozco, monografía

Mamá con los hombres de la casa

dos lo tendrán todo, y desunidos, nada.Que no les falte metas y acciones

en la “Fami-empresa”: La familia como empresa, la empresa como Familia. Un buen lema.

Les recordamos, sobre todo, que a partir del conocimiento de sí mismo, sepan ocupar su lugar, sin prisas, sin atropellos, sin envidias. Cuenten con nuestra bendición, y la de Jesús, María y José, el Hogar de Nazareth. Si en-tienden esto poquito, lo demás viene por añadidura. No olviden el reino de Dios, su Misericordia y su Justicia. Sean y dejen ser, sin meter mano ni len-gua, en lo que no va ni viene…“Pasar de largo es cordura”. Aprendan a respetar intimidades y derechos… Y no olviden a los más débiles y pobres.

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4. Familias conformadas

Familia Tamayo-ArangoCarmen Teresa & Darío, Marcela, Natalia y Juan Eduardo

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Familia Atehortúa-ArangoCarlos Eduardo & Luz Helena, Juan Felipe y Carlos Esteban

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Familia Cardona-ArangoGilberto & Margarita, Sebastián y Simón

familias conformadas

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Familia Ángel-ArangoLuis Fernando & María Eugenia, Antonia

familia arango-orozco, monografía

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Familia Arango-DiezGustavo & Beatriz,Juliana, Juan Pablo y Juan Esteban.

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Familia Franco-ArangoLuis Fernando & Olivia, Ana Cristina

familias conformadas

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Gustavo Adolfo & Lucelly Cuartas

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familias conformadas

Familia Arango-MesaGilberto & Marta Cecilia, Guillermo y Susana

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Familia Arboleda-ArangoLuis Fernando & Ana María, Santiago y Felipe

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5. Celebraciones y divertimentos

Navidades

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Felices Navidades

celebraciones y divertimentos

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celebraciones y divertimentos

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Página opuesta

ArribaDía de la MadreAbajo

Día de la Prenda

Asado en Telsa

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Cabalgatas en todos los tiempos

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En la “Costa”

“Playa, brisa y mar…es el regalo de la tierra mía”…

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Paseos en la Costa

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celebraciones y divertimentos

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Peregrinación al Cristo de Buga

Página Opuesta

Mamá, Papá, Margarita, Maruja y Mario

Papá y mamá en la Habitación del Hotel

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Página opuesta

Arriba

Paseo a la represa Guatapé, Antioquia Abajo

Paseo memorable

Don rafael Álvarez Arango, con sus tíos Juan Pablo y Juan Esteban

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El objetivo de esta monografía no es la vanidad. Es expresarnos con verdad y expresar verdad que genere confianza en otros Hogares que van de Camino o Proceso, entre buenos pasos y em-barradas.

También deseamos contribuir a la Memoria Colectiva, como ya lo han he-cho con mejor acierto, generosidad y buen ejemplo, distinguidas familias del Barrio Laureles, como los Vélez González, de Doña Guillermina y Don Alfonso; y, los Jaramillo Echeverri, de Doña Olga y Don Alfonso Jaramillo, entre otras…

La Historia no es única. Hay otras historias y otras perspectivas, igualmen-te válidas. En consecuencia, faltan mu-chas historias por contar, pero…

“… aquí me despido yo que he relatado a mi modo (Bienes) que conocen todos pero que naides contó.”

Final del “Martín Fierro”

Muchas gracias, y que el futuro se las depare buena…

“Alabado sea el Hogar de Nazareth”

Epílogo

“Si no se habla de una cosa es como si no hubiese sucedido nunca. Es simplemente la expresión, la que da realidad a las cosas”.

O. Wilde

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“Todos nos congregamos a una Mesa: Vivamos en justicia y caridad”

Padre Nicolás Sánchez Cortéz

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