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FACULTAD DE INGENIERÍA ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE INGENIERÍA CIVIL CENTRO ULADECH – PIURA Curso: Doctrina Social de la Iglesia I EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y LA RECONCILIACIÓN Autor: José Juarez Alquizar PIURA – 2014

Monografia - La Penitencia

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EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION

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FACULTAD DE INGENIERÍA ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE INGENIERÍA CIVIL

CENTRO ULADECH – PIURA

Curso: Doctrina Social de la Iglesia I

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y LA RECONCILIACIÓN

Autor: José Juarez Alquizar

PIURA – 2014

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AUTOR: José Juarez Alquizar

TEMA: EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y LA RECONCILIACIÓN

FINALIDAD: Estudiar y reflexionar sobre los sacramentos de curación.

PIURA - 2014

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DEDICATORIA

Dedicamos primeramente es trabajo a Dios, fue el creador de todas las cosas, el que nos ha dado fortaleza para continuar cuando a punto de caer hemos estado;

por ello, con toda la humildad que nuestro corazón puede emanar.

De igual forma, a nuestra familia, a quien le debemos toda mi vida, les agradecemos por su cariño y su comprensión, a ustedes nuestros maestros

quienes han sabido formarnos con buenos sentimientos, hábitos y valores, lo cual nos ha ayudado a salir adelante buscando siempre el mejor camino.

AGRADECIMIENTO

Primero y antes que nada, dar gracias a Dios, por estar con nosotros en cada paso que damos, por fortalecer nuestros corazones e iluminar nuestra mente y por

haber puesto en nuestro camino a aquellas personas que son soporte y compañía durante todo el periodo de nuestro estudio.

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SUMARIO

RESUMEN.

INTRODUCCIÓN.

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION.

I. EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO.

II. POR QUÉ UN SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION DESPUES DEL BAUTISMO.

III. LA CONVERSION DE LOS BAUTIZADOS.

IV. LA PENITENCIA INTERIOR.

V. DIVERSAS FORMAS DE PENITENCIA EN LA VIDA CRISTIANA

VI. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION. VII. LOS ACTOS DEL PENITENTE. VIII. EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO. IX. LOS EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO. X. LAS INDULGENCIAS. XI. LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA. CONCLUSIONES.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

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RESUMEN

El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación. Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva. A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero. Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el pecado, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los demás. El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina. El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia. El arrepentimiento debe estar inspirado en motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si está fundado en otros motivos se le llama "imperfecto". El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia. El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de "satisfacción" o de "penitencia", para reparar el daño causado por el pecado y restablecer los hábitos propios del discípulo de Cristo. Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo. Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:

� la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia; � la reconciliación con la Iglesia; � la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales; � la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del

pecado; � la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual; � el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.

La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia. Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.

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INTRODUCCIÓN

La experiencia de la culpa en el ser humano no es exclusiva del mundo cristiano, sino que de hecho, es una experiencia que se encarna en el mismo ser del hombre. Es interesante observar cómo muchas personas buscan por todos los medios posibles recobrar la paz y la tranquilidad que una mala acción les ha quitado. Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones. Este trabajo está delimitado a los sacramentos de curación administrados por la Iglesia, específicamente a la penitencia y la reconciliación con Dios padre. Con este sacramento y través de él podemos alcanzar la conversión del arrepentimiento, el perdón. Consideramos, como se verá en el desarrollo del tema que lo más relevante para el cristiano será siempre El Perdón de Dios por los pecados cometidos.

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EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION

I. EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO. Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión, Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un receso personal y eclesial de conversión por parte del cristiano pecador. Se le llama sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios, el que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor. II. POR QUÉ UN SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION DESPUES DEL BAUTISMO. Habéis sido santificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha revestido de Cristo”. El nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante él, Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana. III. LA CONVERSION DE LOS BAUTIZADOS. Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito", atraído y movido por la gracia al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero. S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia".

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IV. LA PENITENCIA INTERIOR. La llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores , sino a la conversión del corazón, La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, implica una ruptura con el pecado, Al mismo tiempo, comprende el deseo de cambiar de vida con su misericordia divina y su gracia. Ya que el corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones. Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón comienza a temer ofender a Dios por el pecado Tengamos que comprender cuan preciosa es la sangre de Cristo que, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo la gracia del arrepentimiento (S. Clem. Rom. Cor 7,4) El Espíritu que revela el pecado, es el Consolador que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión. V. DIVERSAS FORMAS DE PENITENCIA EN LA VIDA CRISTIANA. La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión El perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados. La Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo la lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras). El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre Misericordioso. VI. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION. Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra".

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Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: y dio a los apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da a sus apóstoles también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19)". Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían hacer penitencia pública por sus pecados. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia, que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo concede el perdón de los pecados, “En el nombre del padre y del hijo y de espíritu santo”. VII. LOS ACTOS DEL PENITENTE. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda en el n. 1450 que la penitencia mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra, toda humildad y fructífera satisfacción. Se detallan los tres actos del penitente:

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7.1. La Contrición. El primer acto del penitente, la contrición, "es el dolor del alma y detestación del pecado cometido, juntamente con el propósito de no volver a pecar" (Concilio de Trento, Dz. 897: ‘animi dolor ac detestatio de peccato comisso, cum propósito non pecandi de cetero’) (Catecismo, n. 1451). Constituye la parte más importante del sacramento de la penitencia. Etimológicamente viene del verbo contere, que significa destrozar, triturar: con el dolor y la detestación, el alma busca destruir los pecados cometidos. 7.1.1. Características: La contrición requerida para el perdón de los pecados ha de ser: interna, sobrenatural, universal y máxima en cuanto a la valoración. a) La contrición es interna si proviene de la inteligencia y de la voluntad libre del penitente. b) La contrición ha de ser sobrenatural, tanto en su principio Dios que mueve al pecador al arrepentimiento, como por los motivos o razones que la provocan: la ofensa a Dios, la contemplación de Jesús crucificado, la pérdida del cielo, etc. c) Es universal la verdadera contrición, pues se extiende a todos los pecados graves cometidos. a.4) Es, además, máxima en cuanto a la valoración (la fórmula tradicional se refiere a esta condición con el término appreciative summa), lo que significa que el pecador aborrece el pecado como el mayor mal, y está dispuesto a sufrir cualquier inconveniente antes de ofender de nuevo a Dios con una culpa grave. 7.1.2. El propósito: Por último, y como se desprende de la definición de contrición, para que ésta sea verdadera ha de incluir el propósito de no pecar en adelante. El propósito puede ser: Explícito y formal, cuando es en sí mismo un acto del penitente distinto de la contrición o arrepentimiento; implícito y virtual, cuando se contiene en toda sincera contrición. 7.1.3. Contrición perfecta e imperfecta.

Enseña la Iglesia (cfr. Catecismo, nn. 1452 y 1453) que hay dos clases de dolor y detestación de los pecados: contrición perfecta es aquella fruto del amor -dolor de amor- a Dios ofendido, y tan grata que nos reconcilia con El. La contrición imperfecta o atrición, no da la gracia si no va acompañada de la recepción del sacramento, pero basta como disposición para recibirlo. Se llama imperfecta porque no proviene de un amor puro a Dios, sino de algún otro motivo sobrenatural como el temor al infierno.

7.2. La Confesión. La acusación de los propios pecados constituye el segundo acto que debe realizar el penitente. Este deber viene implícito en las palabras de Cristo: "...A quienes

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perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Jn. 20, 22-23). Para poder emitir un juicio acertado -perdonar o retener-, el sacerdote debe conocer el estado del penitente, lo cual no es posible si éste no declara sus pecados y sus disposiciones, a través de la confesión. a) Sinceridad. La confesión es sincera cuando se manifiestan los pecados como la conciencia los muestra sin omitirlos, disminuirlos, aumentarlos o variarlos. Omitir a sabiendas un pecado grave todavía no confesado, hace inválida la confesión (es decir, no quedan perdonados los pecados ahí confesados), y se comete, además, un grave sacrilegio. Esto mismo se aplica al hecho de omitir voluntariamente circunstancias que mudan la especie del pecado. b) Integridad. Como ya dijimos, el sacramento de la penitencia tiene la estructura de un juicio, y el confesor -en su función de juez- necesita conocer todos los datos pertinentes para emitir la sentencia y determinar la pena. Por eso, la confesión de los pecados ha de ser integra: esto es, debe abarcar todos los pecados mortales no confesados desde la última confesión bien hecha, con su número y con las circunstancias que modifican la especie. 7.3. La Satisfacción.

La absolución del sacerdote perdona la culpa y la pena eterna (infierno), y también parte de la pena temporal debida por los pecados (penas del purgatorio), según las disposiciones del penitente. No obstante, por ser difícil que las disposiciones sean

tan perfectas que supriman todo el débito de pena temporal, el confesor impone una penitencia que ayuda a la atenuación de esa pena. Por tanto, la confesión oral de los pecados no termina el acto sacramental en lo que al penitente se refiere. Es éste el tercero de los actos del penitente, y su efectivo cumplimiento -cuanto antes, mejor- tiene eficacia reparadora en virtud del sacramento mismo, aunque mayor o menor según las disposiciones personales. Antiguamente las penitencias sacramentales eran muy severas; en la actualidad son muy benignas. La satisfacción puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. VIII. EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO. Sólo el sacerdote es ministro del sacramento de la penitencia. Para absolver válidamente de los pecados se requiere que el ministro, además de la potestad de orden, tenga facultad de ejercerla sobre los fieles a quienes da la absolución. El sacerdote puede recibir esa facultad tanto ipso iure como por concesión de la autoridad competente.

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Además del Romano Pontífice, los Cardenales tienen ipso iure la facultad de oír confesiones de los fieles en todo el mundo; y asimismo los Obispos, que la ejercitan también lícitamente en cualquier sitio, a no ser que el Obispo diocesano se oponga en un caso concreto. Sólo el Ordinario del lugar es competente para otorgar la facultad de oír confesiones de cualesquiera fieles a cualquier presbítero; pero los presbíteros que son miembros de un instituto religioso no deben usarla sin licencia, al menos presunta, de su Superior. La facultad de oír confesiones sólo debe concederse a los presbíteros que hayan sido considerados aptos mediante un examen, o cuya idoneidad conste de otro modo. Todo sacerdote, aun desprovisto de facultad para confesar, absuelve válida y lícitamente a cualquier penitente que se esté en peligro de muerte de cualesquiera censuras y pecados, aunque se encuentre presente un sacerdote aprobado. Fuera de peligro de muerte, es inválida la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo. Al oír confesiones, tenga presente el sacerdote que hace las veces de juez y de médico, y que ha sido constituido por Dios ministro de justicia y a la vez de misericordia divina, para que provea al honor de Dios y a la salud de las almas. Al interrogar, el sacerdote debe comportarse con prudencia y discreción, atendiendo a la condición y edad del penitente; y ha de abstenerse de preguntar sobre el nombre del cómplice. El sacerdote no debe negarse ni retrasarse la absolución si el confesor no duda de la buena disposición del penitente y éste pide ser absuelto, según la gravedad y el número de los pecados, pero teniendo en cuenta la condición del penitente, el confesor debe imponer una satisfacción saludable y conveniente, que el penitente está obligado a cumplir personalmente. Quien se acuse de haber denunciado falsamente ante la autoridad eclesiástica a un confesor inocente del delito de solicitación a pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo, no debe ser absuelto mientras no retracte formalmente la denuncia falsa y esté dispuesto a reparar los daños que quizá se hayan ocasionado. Todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están confiados y que lo pidan razonablemente; y a que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinados que les resulten asequibles.

IX: EFECTOS DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA. La reconciliación trae al alma un maravilloso caudal de bienes: 1. Infunde en el alma la gracia santificante (o la aumenta, si ya se poseía), devolviendo la amistad con Dios. 2. Perdona los pecados, la pena eterna y la temporal (esta última, en todo o en parte). 3. Restituye las virtudes y los méritos.

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4. Confiere la gracia sacramental específica. 5. Reconcilia con la Iglesia. Consideremos ahora en particular cada uno de estos efectos. 1. Infusión de la gracia santificante.

La penitencia infunde en el alma la gracia santificante que se había perdido con el pecado. En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera ‘resurrección espiritual’, una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Catecismo, n. 1468). 2. Perdona los pecados, la pena eterna y la temporal, en todo o en parte.

Al infundirse la gracia desaparece el pecado mortal, pues no es posible el consorcio de ambas realidades: la una excluye necesariamente la otra. Se perdonan, asimismo, los pecados veniales confesados. 3. Restituye las virtudes y los méritos.

Como una consecuencia de la reconciliación del alma con Dios a través de la gracia, le son restituidas por este sacramento las virtudes infusas perdidas -teologales y morales-, y los méritos de las buenas obras hechas antes de cometer el pecado

mortal; o bien se le aumentan, si no había cometido pecado mortal, sino solamente pecados veniales. 4. Confiere la gracia sacramental específica.

La confesión produce la gracia santificante y borra los pecados, como ya hemos dicho, aunque no borra del todo las huellas que el pecado deja en el alma: el

apegamiento desordenado a las criaturas. Sin embargo, la gracia fortalece la voluntad, haciéndola más firme y decidida en su lucha contra las tentaciones. La gracia sacramental es precisamente esta fortaleza que recibe el cristiano para la lucha interior, a fin de evitar los pecados en lo sucesivo, especialmente aquellos de los que se acusa, ya que con la recepción frecuente de este sacramento se robustece toda la vida espiritual. 5. Reconcilia con la Iglesia.

El pecado, siendo esencialmente personal, daña también a la Iglesia, por lo que el pecador tiene una responsabilidad ante ella: El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. X. LAS INDULGENCIAS. La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia. 10.1. ¿Qué son las indulgencias? "La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de

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la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos". 10.2. Las penas del pecado. Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la "pena eterna" del pecado. Por otra parte, todo pecado, entraña apego desordenado a las criaturas que tienen necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena. El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse del "hombre nuevo". 10.3. En la comunión de los santos. El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra sólo. "La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística". En la comunión de los santos, por consiguiente, "existe entre los fieles un constante vínculo de amor y un abundante intercambio de todos los bienes”. En este intercambio admirable, la santidad de uno aprovecha a los otros. Así, el recurso a la comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y más eficazmente purificado de las penas del pecado. Estos bienes espirituales de la comunión de los santos, los llamamos también el tesoro de la Iglesia, "que no es suma de bienes, como lo son las riquezas materiales acumuladas en el transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito e inagotable que tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de nuestro Señor, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del pecado y llegase a la comunión con el Padre. Sólo en Cristo, Redentor nuestro, se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos de su redención. 10.4. Obtener la indulgencia de Dios por medio de la Iglesia.

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Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras de piedad, de penitencia y de caridad. Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados. XI. LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA. Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del sacerdote. El sacramento de la penitencia puede también celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido. Así la confesión personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia dirigido en común, petición comunitaria del perdón, rezo del Padrenuestro y acción de gracias en común. En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión general y absolución general. Semejante necesidad grave puede presentarse cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente. La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente las confesiones individuales en un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido tiempo. "La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión". Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

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CONCLUSIONES

El sacramento de la penitencia, o confesión, es un encuentro que permite a Dios derramar su misericordia en el corazón arrepentido. Se trata, por lo tanto, de la medicina más profunda, más completa, más necesaria para todo ser humano que ha sido herido por la desgracia del pecado. Nos parece que esto es hoy justamente una gran necesidad: que podamos ser sanados nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como lo constata la experiencia de todos, tienen necesidad no sólo de consejos, sino de una verdadera renovación que sólo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Nos parece entonces, que éste es el gran nexo de los misterios que en definitiva inciden realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos volver a meditarlos y, de este modo, hacerlos llegar de nuevo a nuestra gente. La confesión frecuente, recomendada por la Iglesia, aumenta el justo conocimiento propio, hace crecer la humildad cristiana, ayuda a desarraigar las malas costumbres, aumenta la delicadeza de conciencia, evitando caer en la tibieza o en la indolencia, fortalece la voluntad y conduce al alma a un constante esfuerzo para perfeccionar en sí misma la gracia del bautismo y a una identificación más íntima con Jesucristo; asimismo, ayuda a afianzar la experiencia de la propia impotencia en el orden sobrenatural y a confiar plenamente en la gracia de Dios nuestro Señor. Dios perdona, si se lo pedimos con la humildad de un pecador arrepentido. En la sencillez de una cita envuelta por el misterio de la gracia, un sacerdote dirá entonces palabras que tienen el poder que sólo Dios le ha dado: tus pecados quedan perdonados, vete en paz. Porque no hay pecado que no pueda ser perdonado, si nos acercamos al trono de la misericordia con un corazón contrito y humillado. Ningún mal es más poderoso que la infinita misericordia de Dios.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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