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MÁS ALLÁ DE ESTE MURO: TRADICIÓN Y TRAICIÓN EN LA OBRA DE MANUEL RUIZ AMEZCUA Por J. M. Molina Damiani «siempre desierto y desolado y solo con mi fantasma dentro...» A ntonio Machado RESUMEN La poesía de Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, 1952) viene destacándose desde 1954, año en que aparece el primero de sus libros, como una de las empresas más elaboradas, singulares y valiosas de las que conforman el con- fuso panorama de la lírica española actual. Lo demuestra con creces Más allá de este muro (1991), última entrega de nuestro paisano hasta la fecha, que nos coloca ante la razón sentida de la realidad de su deseo. Valga la nota de lectura que sigue, en fin, como acercamiento crítico a una obra de alto voltaje existencial que, al abrigo de la tradición, se rebe- la contra el vacío vital de nuestra época. ABSTRACT Since 1974, the year when his first book is published, the poetry of Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, 1952) has been standing out as one of the most elaborated, singular and valuable enterprises among those which shape the blurredscene ofSpanish present lyric. This is amply proved by Más allá de este muro (1991), his latest instalment sofar, which places us before the sincere reason o f the reality o f his desire. B.l.E.G. n.° 144, Jaén, 1991 - págs. 149-161.

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M Á S A L L Á D E E ST E M U R O : TRADICIÓN Y TRAICIÓN EN LA OBRA DE MANUEL RUIZ AMEZCUA

Por J. M. Molina Damiani

«siempre desierto y desolado y solo con mi fantasma dentro...»

A ntonio Machado

RESUMENLa poesía de Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, 1952) viene destacándose

desde 1954, año en que aparece el primero de sus libros, como una de las empresas más elaboradas, singulares y valiosas de las que conforman el con­fuso panorama de la lírica española actual. Lo demuestra con creces Más allá de este muro (1991), última entrega de nuestro paisano hasta la fecha, que nos coloca ante la razón sentida de la realidad de su deseo.

Valga la nota de lectura que sigue, en fin, como acercamiento crítico a una obra de alto voltaje existencial que, al abrigo de la tradición, se rebe­la contra el vacío vital de nuestra época.

ABSTRACTSince 1974, the year when his first book is published, the poetry o f

Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, 1952) has been standing out as one o f the most elaborated, singular and valuable enterprises among those which shape the blurredscene ofSpanish present lyric. This is amply proved by Más allá de este muro (1991), his latest instalment sofar, which places us before the sincere reason o f the reality o f his desire.B.l.E.G. n.° 144, Jaén, 1991 - págs. 149-161.

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Let the review which follows serve as a critical aproach to a work with high existential voltage which, under coer o f tradition, rebels against the vital emptiness o f our time.

* * *

NO suele tener la gente muy claro, por desgracia, que una cosa es redac­tar —comprensible ocupación en la que andan empleados, pendientes

siempre del patrón de la norma, sesudos gendarmes con carrera, meneste­rosos chupatintas interinos, intrépidos reporteros de comunicados oficiales y ceremoniosos vividores del discurso literario— y otra cosa es escribir —ofi­cio, por contra, bastante menos sumiso y por ello más incómodo, fruto ma­duro de infinidad de lecturas, andanzas y tanteos, cuya vocación condena a quienes la atienden cabalmente, esto es: a quienes no se distraen de explo­rar y reconocer el reverso vital de su historia, a construir ficciones verdade­ras o mentiras verosímiles (es lo mismo a fin de cuentas) al abrigo cruel de la música extremada de la tradición y en estrecha connivencia con las inno­vaciones que intentan traicionarla en favor del progreso y la cultura.

Perfilada, medio en broma, medio en serio, la alternativa «redactar ver­sus escribir», queda fuera de toda duda que la obra en curso de Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, 1952) viene singularizando su escritura, voluntaria­mente al margen de camarillas literarias y cuadras poéticas, como uno de los ensayos más inconfundibles e interesantes, como una de las empresas más elaboradas y valiosas de las que conforman el confuso panorama de la poesía española actual. Así lo ratifica, e intentaremos razonar nuestra afirmación de inmediato, la lectura de los poemas que nuestro paisano reú­ne en su último libro, Más allá de este muro —junto a Cavernas del senti­do, su entrega anterior, recientemente publicado, lejos de aldeanas servidumbres, por la Diputación de Granada en su prestigiosa «Colección Genil de Literatura».

Convendría advertir, para situar grosso modo la poesía de Manuel Ruiz Amezcua en las coordenadas estéticas de la poesía postfranquista en caste­llano, que desde Humana raíz, el primero de sus libros, editado en 1974,i. e.: en plena efervescencia de la tosferina novísima, la práctica con que nuestro comprovinciano materializa su indagación existencial se acomoda, ciertamente, a modos y emblemas distintos de los impuestos por la edifi­cante ortodoxia de los incontables seguidores del decadentismo veneciano. En efecto: frente al irracionalismo formal con que apalabran su experien-

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cia literaria los neovanguardistas de los setenta, el giennense —sabedor, co­mo sus coetáneos más lúcidos, de la crisis en que se halla la Dialéctica de las sombras artísticas a partir del romanticismo— encara su investigación sobre el Oscuro cauce oculto por que discurre la sensibilidad de nuestra épo­ca, sobre la desafecta historia que nos ha tocado vivir, a la luz de las Caver­nas del sentido donde, confinada y en desuso, se agazapa la radical razón vital de ahora y de siempre. Visto, así pues, que la obra de Manuel Ruiz Amezcua, al igual que las de otros muchos poetas de su quinta, nos cuestio­na las cacareadas explicaciones globales que pretenden uniformar la hete­rogénea cosmovisión del período que nos ocupa —pues su poética no refrenda, pese a su valor e interés manifiestos, las constantes ideológicas y estilísticas propias de los poetas de su edad—, procede asegurar que la firme vocación heterodoxa de nuestro paisano reclama, en fin, una lectura sin prejuicios que lo coloque en el lugar que merece por derecho.

Dejando al margen Cavernas del sentido —cuya inclusión en el volu­men de «Genil» no nos parece acertada del todo, acaso porque no logra­mos explicarnos el sentido que persigue Ruiz Amezcua al reeditarlo cabe el poemario que motiva este apunte—, no está de más advertir, y metámo­nos de una vez en materia, que Más allá de este muro, en la versión definiti­va en que ahora la imprenta nos lo fija, data de 1989, cuando su autor lo da por concluido tras dos intensos años de trabajo. Con un título, cierta­mente, en el que se proyecta de modo manifiesto la sombra de Antonio Car­vajal (1943) —recuérdese el terceto que cierra «Siesta en el mirador», uno de los sonetos que el granadino incluye en sus Tigres en el jardín (1968), a saber: «Mira que no hay jardines más allá de este muro, / que es todo un largo olvido. Y si mi amor te estrecha / verás un cielo abierto detrás de un llanto oscuro» (1)—, Más allá de este muro arranca de dos citas tan sustanciosas y oportunas como significativas y esenciales. Así, si la prime­ra, «...pour moi seul, á moi seul, en moi-méme», tomada de Le cimetiére marin (1920) de Paul Valéry (2), remite sin ambages al purismo vocacional con que Amezcua se desvive en la poesía; la segunda, «Necesito un muro donde apoyarme y llorar» —hilvanada a partir del contenido de una carta en que Vicente Aleixandre, meses después de la muerte de su padre, le da

(1) Antonio Carvajal: «Siesta en el mirador» en Tigres en el jardín (1968), recogido en Extravagante jerarquía. (Poesía 1968-1981), Madrid, Hiperión, 1983, pág. 64.

(2) Paul Valéry: El cementerio marino (versión castellana de Jorge Guillén), Madrid, Alianza, 1967, págs. 48-49.

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cuenta a su amigo José Luis Cano del estado en que se halla—, nos antici­pa, en fin, el trágico balance de los conflictos metafísicos que nuestro autor revive en sus poemas (3).

Dicho esto, conviene reparar en que el libro que nos ocupa consta de cuatro armónicas secciones, cada una de las cuales nos avisa de los seis poe­mas que incluye —a modo de lema inicial— mediante un versículo de la traducción que, a lo largo de toda su vida, del Libro de Job llevara a cabo el maestro fray Luis. Visto en su conjunto, es de destacar que el compacto equilibrio estructural a que se ajusta Más allá de este muro ejemplifica con creces la constante más característica que acostumbra la poesía del giennense, que no es otra, a nuestro juicio, que la que le confiere su obsesivo desvelo en pos del acabado final de sus entregas. A todo ello contribuye, ciertamente, el hecho de que las cuatro partes que integran el libro con que estamos — entremos en detalles que no son insignificantes— barajen de manera pro­porcional y sistemática las combinaciones métricas que ponen en juego. En consecuencia, mientras cada una de las secciones I, III y IV —formalmente idénticas las tres— desgrana los seis poemas de que consta a partir de un compás binario que delimita tres parejas: la primera de cada apartado la componen, de hecho, el soneto que lo abre y una silva arromanzada; la se­gunda, otro soneto y otra silva; y la tercera, en fin, otro soneto más y, a modo de cierre, el romance que corona cada una de las cuatro secuencias del libro; la sección II, por su parte, acomoda su sintaxis a la gramática alternativa que agrupa sus seis fragmentos en dos tríos: si el primero lo per­filan dos sonetos y una silva, el segundo se redondea con otros tantos sone­tos y, como ya hemos indicado, con el romance que remata cada una de las series.

A tenor de lo apuntado, no sería improcedente señalar que la poética de Ruiz Amezcua, heredera fecunda de una tradición que siente como con­tenido todo aquello que habitualmente se entiende como forma, se nos re­vela como una matemática emocionada mediante la que nuestro autor

(3) El fragmento que nos interesa de la carta del Nobel sevillano, datada el 12 de sep­tiembre de 1940, dice textualmente: «Una dulce pared me haría falta. Sobre la que apoyar mi cabeza y llorar. (...) Sobre la que apoyar mi cuerpo, sintiendo un descanso, y donde musi­tar unas palabras que resbalaran como lágrimas quizá, mientras el corpóreo muro no me he­ría, sino que permanecía como una gran verdad comprobable. Sí, tengo ansia de un muro grande, encalado, brillador, sobre el que apoyar mi frente desengañada». Recogida en Vicente Alei- xandre: Epistolario (selección, prólogo y notas de José Luis Cano), Madrid, Alianza, 1986, págs. 30-32.

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materializa y reconoce los datos sensibles que le suministra su experiencia. Toda vez, por lo demás, que el de Jódar siempre parte de la base de que la única ficción que le cabe a la poesía es aquélla que le imponen sus hechu­ras, parece claro, así pues, que tanto la lógica interna de las secciones I,III y iv —donde a cada poema cerrado (valga el término para entendernos) se le adjunta, a modo de contrapunto inmediato, una pieza abierta— cuan­to la configuración de la sección II —donde se deja sentir igualmente un encarnizado antagonismo estructural— han de ser vistas, en fin, como las claves simbólicas en que se cifra la historia cruel que Más alia de este muro relata.

Siempre que no nos equivoquemos, desde parecida perspectiva debe va­lorarse la propensión de Manuel Ruiz Amezcua al soneto y al romance, a cuyos formatos, que resuelve con destreza sobrada, incorpora no pocas in­novaciones rítmicas de notable interés. Simplificando la cuestión, pues no es momento de dar noticia detallada de su empeño y sus hallazgos, es más que evidente que el rotundo afán formalista de quien nos ocupa nunca pier­de de vista el ancho horizonte de la literatura popular, «uno de los escena­rios (debido a su alejamiento de lo académico) —son palabras textuales del propio Ruiz Amezcua [85: 7]— en donde más hayan brillado lo heterodoxo y lo contractual como constantes históricas». Oscilando, así pues, entre rup­tura y equilibrio, como ya indicara J. A. Masoliver Rodenas [79], cabría precisar, a propósito de la manifiesta inclinación formalista de Manuel Ruiz Amezcua, que sus sonetos y romances poco tienen que ver, empero, con los que acostumbraron, a comienzos de nuestra interminable postguerra li­teraria, tanto las atildadas escuadras garcilasistas cuanto los combativos mi­litantes del realismo mojigato. Ello se debe, sin duda, a que el depurado subjetivismo de nuestro autor, ajeno a todo tipo de tradicionalismos mimé- ticos y radicalmente atraído por un neoexpresionismo vitalista, deviene, a la postre, desolado objetivismo existencial en pos de conocerse. Por todo lo dicho, no estamos, en fin —creemos—, ante otro sonetista de escuela, sino, antes bien, ante un poeta singular que entreteje su mirada reflexiva en la vsta lección contenida en nuestros clásicos.

Cimentada, así pues, en terrenos consistentes, la poética que pone en juego Ruiz Amezcua se acomoda a un estilo escueto y enjuto, a un ritmo entrecortado y cenceño, donde, si la sintaxis tiende a concentrarse, el ver­so, nutrido de materia significativa, discurre firmemente apretado, desnu­do y esencial. Enraizadas en el pensamiento sentencioso del Antiguo Testamento, la condensación expresiva de Más allá de este muro, la extre-

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mada factura de su música y la obsesiva semántica de todos sus poemas nos edifican, en fin, un austero repertorio imaginístico, que, a diferencia de la aplebeyada banalidad acostumbrada por la parlería de tantos venecianos, tiene en el asíndeton, en lo limitado de su léxico y en el dolorido universo que retrata sus señas de identidad más vigorosas y características. Por des­gracia, cierto es, el sambenito de oscura densidad que cuelga sobre la obra del giennense —cuyo fervoroso sermo humilis, repleto de infinidad de tra­zos aticistas y de sobrios acentos aforísticos, encierra, no obstante, una vas­tísima riqueza metafórica— mantiene confinada su inconfundible empresa literaria en el enrarecido ambiente de los contados lectores de poesía. Sabi­do de todos, por lo demás, que la forma es el territorio donde converge el conflicto vital de la historia del arte, procede insistir en que el bien trabado forcejeo existencial de Manuel Ruiz Amezcua «se traduce —como ha seña­lado López Morillas [88] con acierto— en una poesía tensa, lacónica, a ve­ces hermética, que a menudo muestra la hiriente concisión de una máxima apodíctica que no admite réplica».

En lo tocante al asunto que trama y aborda Más allá de este muro, vale decir que examina —como ha dejado entrever el propio Ruiz Amezcua [91b: 40]— el estado de angustia, abandono y desafecto que sucede tras el fraca­so y la ruptura de una relación amorosa. Bien mirado, procede asegurar que el libro que nos ocupa supone la dolorosa indagación conceptual que, partiendo de un desastre, un hombre a solas efectúa en el envés de sus enga­ñosos sentimientos más vehementes. Así, mientras la sección I —la encabe­zada por el versículo «Desbarataron mi senda» del Libro de Job— nos lleva a reparar en el yugo de vacío, certeza y pesadumbre que los espejos de la conciencia y la memoria traen consigo sin falta, en la sección II —la que rotula el lema «Mis pensamientos fueron arrancados, gastadores de mi co­razón»— el cáliz de la ausencia y el tormento de la culpa confinan a nues­tro poeta en el descreído desamor del infierno de su palabra y de su vida: «No me queda más gesto / que el de seguir viviendo. Las palabras / se pu­dren lentamente, / como pudre la carne por el alma. / / No es asco, no es desidia lo que siento. / / Me contemplo a mí mismo entre la noche, / y aca­ricio el vacío / sin la temible faz de su esperanza». Por lo demás, aunque el dolor, la ausencia y el recuerdo envenenen con sus sombras la sección III —la que se inicia con el emblema «Mi mano se engraveció sobre mi ge­mido»—, pues, perdido el cuerpo de la mujer, Ruiz Amezcua sólo cuenta con recónditas mentiras y palabras oscuras, en la sección que cierra el libro —«No vedaré mi boca» advierte la divisa que la abre— comparece, por úl­timo, la mesurada amargura de una poesía expectante y radical que, al abrigo

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de la memoria y el deseo, no renuncia a salvarse frente a la desolación del silencio y la quimera de la vida: «Envenenado el dolor / y asqueada la con­ciencia; / olvidada la sonrisa / sobre la faz de la piedra. / / Confundida la existencia / del deseo con la vida, / maltratada la memoria / y estrujada la desdicha; / / arruinada la caricia / en la pasión y la huida, / saqueada la mentira / por el grito y la codicia; / / perdida ya la tristeza / por los con­fines del llanto, / entre una sonrisa amarga, / mi alma amanece temblando».

Exploradas algunas de las direcciones del libro que examinamos, salta a la vista que el sofisticado patrón conceptista y antitético de Más allá de este muro reclama, a buen seguro, muchas más indagaciones y lecturas. Con todo, dado el alcance de un apunte de la naturaleza del presente, acaso sólo quepa insistir en que los ingredientes que conforman la obra que nos ocu­pa, arraigada —no se olvide— en el territorio de la tradición, constatan, en suma, el desarraigo existencia de un poeta que nos da cumplida cuenta de su deseo permanentemente insatisfecho. Desterrado fatalmente de la so­ciedad y voluntariamente exiliado en sí mismo, procede mantener que los desolados versos de Ruiz Amezcua sondean en su mal de desamor vivido de verdad. Aclimatado, bien se ve, a esa atmósfera nocturna tan cara a los románticos, el angustiante pesimismo de nuestro poeta nos coloca, de he­cho, ante el vacuo abismo de lo real contemplado cara a cara. Tal y como ha destacado Juan López-Morillas [88], «esta reclusión en el yo es la huma­na raíz (...) de la obra de Ruiz Amezcua (...). Es un yo que se sabe desterra­do (...) por su afán de rebelde singularidad, pero que no se aviene a su destierro, a su enclaustración, que ansia trascenderla, pasar más allá de es­te muro». A nuestro juicio, no obstante, pocos son los resquicios de espe­ranza que asoman al libro con que estamos, toda vez, sin duda, que el factor que lo alimenta, atravesándolo de impotencia y estoicismo, no es otro que un rotundo y desgarrado nihilismo solipsista, que se alza, a la postre, como la pesadilla vital que cerca y asóla a nuestro poeta: «Hoy crujen las astillas del fracaso / en los claustro del alma. Por mi frente, / cavilan sin descanso, impunemente, / llamaradas de un vidrio sin ocaso. / / Quietudes huecas. Claridades ciegas / que mienten y se adornan de tristeza / cuando en los labios rabia sin belleza / la herida sola que en la noche niegas. / / Hoy te está permitido todo, incluso / el uso de la carne, corrompida / en su extra­ña tarea necesaria. / / Mira sin fin la máscara y su uso. / Si el pecado es la ausencia de la vida, / la maldición se esconde en su plegaria». Advirta­mos, a propósito de este particular, que ni tan siquiera la naturaleza, en contra de lo que insinúan algunos de sus críticos, mitiga los padecimientos de nuestro autor, cuya irreductible individualidad, herida por la pobreza

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moral del ser de nuestra hora, se nos figura cósmico desafío a todo nuestro entorno. Cabe asegurar, por lo dicho, que la cosmovisión de Ruiz Amez- cua nunca explota el usual reverso simbólico de la naturaleza, que, lejos, así pues, de materializarse en el consabido /ocus amoenus, se nos encarna en el de Jódar como un locus eremus sombrío e inclemente; al contrario, por cierto —convendría reparar en el comentario que sigue—, de lo que le sucede al encendido paisaje en que discurre la poesía de Antonio Carvajal, con la que se viene emparentando la obra del giennense mucho más de lo debido. Y es que, las cosas como son, la poética de nuestro paisano sólo comparte con la del maestro granadino su apego permanente a los forma­tos métricos tradicionales de nuestra historia literaria.

Con todo, las resonancias literarias que sí se dejan notar claramente a lo largo y ancho de Más allá de este muro, como ya ocurriera en anterio­res libros de Ruiz Amezcua, son, entre otras, las de Góngora y Quevedo, las de Unamuno y Machado, las de Hernández, Lorca, Costafreda y Saha- gún. En consecuencia, y teniendo en cuenta que Miguel Angel Molinero [75] ya había advertido en Humana raíz «los ecos de voces debidas a la poesía humana de posguerra»; que Dialéctica de las sombras, además de algunos «ecos del poeta de Orihuela» —como señaló Manuel Urbano [78]—, hace gala de una «desnudez becqueriana» de altísimo voltaje, según subrayaría J. A. Masoliver [79] en la mejor reseña merecida por quien nos ocupa; y que, recientemente, Gloria Rey Faraldos [88] ha destacado el «tono romántico-cernudiano» de Cavernas del sentido, donde Carlos Aganzo [88] entrevé por más señas la «herencia evidente» de Federico García Lorca; en consecuencia, decíamos, justo es reconocer, a partir de todo lo apuntado, que una tupida red intertextual fertiliza y ensancha la obra de Manuel Ruiz Amezcua. Si a ello unimos, de otra parte, que en la obra que examinamos no sólo asoma en carne viva lo mejor de nuestro romancero, sino que pal­pita, en fin, la palabra indecible de san Juan de la Cruz —por quien Ruiz Amezcua siente, como él mismo ha confesado [91b: 39], «una especial pre­dilección» , no es arriesgado afirmar que la lacerante música sencilla de Más allá de este muro nos adentra, pendiente del abismo de la vida y en pos de las señas capitales del hombre, en ese territorio de la conciencia don­de todo se resiste a ser nombrado. En medio de «un mundo —como señala­ra Ángel Leiva [76]— en que la historia colectiva se ha instalado como una forma de lo destructivo», procede asegurar que la cosmovisión en que ex­ploramos, transmutada en fuente histórica de belleza, conocimiento y co­municación, transciende la esfera de lo estético, perfilándose, a la postre, como crónica fiel de la dolorosa tragedia que apalabra. Corrobora lo que

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decimos el propio Ruiz Amezcua [84c], quien, entrevistado por Victoria Fer­nández, apuntaba hace años lo siguiente: «La poesía es el darse cuenta de lo que subyace debajo de la realidad; creo que debe poner de manifiesto todas las contradicciones y oposiciones de cada ser humano y del ser en ge­neral. En este sentido yo creo que la poesía es la gran revelación de la con­ciencia del individuo y del individuo con respecto al mundo».

Incesantemente empeñada, así pues, en el conocimiento de lo real, la vocación por lo concreto es la clave cosmovisionaria donde cristaliza la ten­sión existencial de la poesía de nuestro paisano, preso, forzado y solo en tierra ajena. Aun así, lo ha advertido Juan López-Morillas [88], «no debe suponerse que en la obra poética de Ruiz Amezcua tenga primacía la “ dic­ción intelectual” », toda vez, a nuestro juicio, que el neoconceptismo gnó­mico que define su empresa literaria raras veces desoye el cántico irracional de las voces profundas de su conciencia. A partir de lo dicho, el yo agónico que preside la práctica que examinamos —poco grata, ciertamente, a lecto­res apresurados o perezosos— siempre acomete su indagación metafísica sir­viéndose, a la par, tanto de los armónicos utensilios de la razón cuanto de las enajenadas hormas de los sentimientos. Ello explica, a buen seguro, que en el objetivismo a que se ajusta la poesía de Ruiz Amezcua, consecuente —en verdad— con la escisión que asóla a los hombres y mujeres de este tiempo, converjan de ordinario recursos de clara filiación expresionista.

Comentario aparte merecen, llegados a este punto, las voces y perso­nas que cuentan, las voces y personas que hablan en los poemas que Más allá de este muro reúne. Quede dicho de entrada, en este orden de cosas, que el libro que nos ocupa —a diferencia de los entroncados con esa epilíri- ca urbana, devota del neorrealismo layetano de la década de los cincuenta, tan de moda de unos años a esta parte— nunca difumina el .yo que gobierna sus páginas en narrativismos ni escenarios novelescos. Instalados en la mé­dula cosmovisionaria del romanticismo, quiere ello significar, en sustancia, que los versos de Más allá de este muro raramente enmascaran los asuntos que tocan mediante simulacros o ficciones, como confirma el hecho de que el personaje poético que los protagoniza siempre sea el mismo que el perso­naje histórico que los escribe. Al igual, por consiguiente, de lo que ocurrie­ra en Oscuro cauce oculto —ya lo señalamos en su día [84-85]—, en la obra que ahora examinamos sobresalen tan sólo dos personas: un «tú —que in­volucra al lector desde todos los rincones del poemario— y un yo —que preside la tenebrosa visión que acampa en el libro». A la vista, por tanto, de los referentes discursivos que activan los enunciados poéticos de Más allá

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de este muro, puede afirmarse, así pues, que su deixis personal se proyecta partiendo de tres planos, a saber: el que delimita un primer yo, desabrido y huraño, que, en un tono imprecatorio y hostil, se dirige al tú de una mu­jer cruel e indiferente; el que fija un segundo yo, aislado en su tragedia, que, entrometiéndose e investigando en su herida de desamor, da cuenta detallada del estado que padece; y, por último, el que configura un tercer yo, encarnizado y altivo, que, de manera despiadada y brutal, nos describe el universo intolerante de la mujer que gravita a lo largo de toda la obra. A tenor de todo lo apuntado, acaso quepa cuestionarse la tesis que mantie­ne Juan López-Morillas [88], para quien Ruiz Amezcua «nunca nos habla directamente, sino a través de una “ persona” , o sea, atendiendo a la eti­mología de esta palabra, a través de una “ máscara” o un “ disfraz” ». Sea como fuere, lo que no parece discutible es, a fin de cuentas, que la podero­sa limpieza de dicción de Más allá de este muro, de honda raigambre expre­sionista, siempre se nos presenta claramente distanciada de ese artificioso optimismo escénico a que tan proclives son no pocos de nuestros poetas más jóvenes.

Ahora que la poesía, en este presente eventual desbordado de promesas rutinarias y proyectos aplazados, se sucede sin pasarle a nadie de veras, cons­tatemos para finalizar que la cautelosa audacia de Más allá de este muro —sin prescindir de la tradición la traiciona sin desmayo— se plasma, en resumen, al margen de lo transitorio y al tanto de todo aquello que ocurre en el reverso sentimental de nuestra historia. Sin fiarse, pues, de las apa­riencias, que las «apariencias siempre engañan» —el giennense no se cansa de decirlo [91b: 38]—, quede claro que la heterodoxa poesía de Ruiz Amez­cua, a diferencia de la de los venerados escribas de esta corrompida post­modernidad, no persigue, a la larga, sino descubrir los sofisticados mecanismos de explotación, engaño y abuso de poder que esconden nues­tros propios sentimientos. Desde el momento en que Más allá de este muro nos hace patente la nada en que anda sumida nuestra época, no es improce­dente asegurar que sus versos constituyen un hermoso testamento irreducti­ble de la pesadilla existencial del hombre de hoy, la geométrica plenitud de la conciencia inquebrantable de su autor y una rebelde reflexión sobre el doloroso vacío que se cumple tras toda clase de afectos y entusiasmos.

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BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

A) Obra, poéticas, entrevistas y artículos:Ruiz A mezcua , Manuel, 74: Humana raíz, Palencia, Rocamador. [30 poemas.]—, 79: Dialéctica de tas sombras, Barcelona, Pozanco. [28 poemas.]—, 80: «Poética» en Víctor Pozanco: (Ed.) Segunda antología del resurgimiento, Barcelona,

Pozanco, 1980, págs. 229-230.—, 83: «Noticia y loa de Antonio Carvajal (o propósitos de enmienda dirigidos a los novísi­

mos antólogos de la —ya no tan reciente Poesía Española—)» en Diario de Granada, 15-VII-1983, «Cuadernos del Mediodía», núm. 38, Granada, pág. VII; luego en Actas del IV Simposio de Lengua y Literatura para Profesores de Bachillerato. 1983, Granada, edi­ción de los autores, 1984, págs. 195-198.

—, 84a: Oscuro cauce oculto, Madrid, Porrúa. [22 poemas.]—, 84b: 4 Poemas, Granada, Universidad.—, 84c: «Manuel Ruiz Amezcua interviene hoy en el Aula de Poesía» [entrevista de Victoria

Fernández] en Ideal 26-X-1984, Granada, pág. 4.— y Godoy P érez , Victoria, 85: «La transparencia ideológica de la tradición picaresca en

el folklore» en Andaraje: Cancionero Anónimo y Popular de Jaén. Volumen II. De la tra­dición picaresca, Jaén, Diputación Provincial, 1985, encarte adjunto al disco, págs. 5-7.

Ruiz A mezcua , Manuel, 87a: Cavernas del sentido, Granada, Pliegos de Vez en Cuando. [20 poemas.]

—, 87b: «El desafío poético de Antonio Carvajal y su tradición originalísima» en Desde Bae- za. Cuaderno Literario e Histórico de la Asociación Cultura! Baezana 19, 1987, Baeza, págs. 12-13.

—, 88: «La tradición moderna y Antonio Carvajal» [Reseña a De un capricho celeste, de A. Carvajal], mecanografiada, inédita: 3 folios, 1988, por atención del autor.

—, 89: «D. Antonio Machado y la maldición en poesía» en Jorge Urrutia: (Ed.) Antonio Ma­chado hoy. Actas del Congreso internacional conmemorativo del cincuentenario de la muerte de Antonio Machado, Sevilla, Alfar, 1990, t. I, págs. 507-511.

—, 90a: «Aroma de la piedra», enAnthropos 21 (suplementos), «Antonio Colinas. Antología poética y otros escritos. Selección de textos, documentos y homenaje», junio 1990, Barce­lona, pág. 109.

—, 90b: «Impresiones de los poetas», en Francisco Blesa et alii: (Ed.) Poetas en el aula. Pro­yecto «Juan de Mairena» (Curso 1989-90), Sevilla, Consejería de Educación, 1990, pág. 461.

—, 91a: Más allá de este muro. Cavernas del sentido, Granada, Diputación. [24 y 20 poemas respectivamente.]

—, 91b: «Lectura de poemas de Manuel Ruiz Amezcua», en Esto es Jauja. I. B. «Santísima Trinidad» 3, mayo 1991, Baeza, págs. 35-45.

B) Reseñas, comentarios y antologías:Aganzo , Carlos, 88: «El mito de la caverna» en Ya 13-11-1988, «Libros/Arte», Madrid, pág.

40.A llÚe y M orer, Francisco, 75: «Humana raíz de Manuel Ruiz Amezcua» en Poesía Hispá­

nica 272, agosto 1975, Madrid, págs. 18-19.

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160 BOLETÍN DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS GIENNENSES

Blesa [Herrera], Francisco et alii, 90: (Ed.) Poetas en el aula. Proyecto «Juan de Maire- na». [Antología], Sevilla, Consejería de Educación y Ciencia. [Junto a Manuel Ruiz Amez- cua, incluyen a Antonio Abad (1949), Carlos Álvarez (1929), Manuel Andújar (1913), Emilio Barón (1954), Francisco Bejarano (1945), José Manuel Cabra de Luna (1949), Antonio Carvajal (1943), Juana Castro (1945), Dámaso Chicharro Duarte (1950), Francisco Dome­ñe (1960), Juan Drago (1947), Julio Alfredo Egea (1926), Antonio Enrique (1953), Jesús Fernández Palacios (1947), Pablo García Baena (1923), Ángel García López (1935), Anto­nio Hernández (1943), Mario López (1918), José Lupiáñez (1955), Rafael Montesinos (1920), José Antonio Moreno Jurado (1946), José Antonio Muñoz Rojas (1909), Vicente Núñez (1926), Pilar Paz Pasamar (1933), José A. Ramírez Lozano (1950), Antonio Rodríguez Ji­ménez (1956), Pedro Rodríguez Pacheco (1941), Fanny Rubio (1948), Javier Salvago (1950), María Sanz (1956), Jenaro Talens (1946), Pedro Torres Curiel (1952), Julia Uceda (1925) y Manuel Urbano (1940)]

Colinas, Antonio, 88: Carta personal a M. R. A., Ibiza, 17 de julio de 1988, inédita: 2 cuar­tillas, por atención del autor.

Ch .ieca Godoy, Antonio], 75: «La poesía rotunda de un nuevo poeta andaluz» en Idea!, 24-VIII-1975, Granada, pág. 23.

C heca Lechuga , Antonio, 91: «Luz, oscuridad y belleza en la poesía de Manuel Ruiz Amez- cua. Más allá de este muro. Cavernas del sentido», mecanografiada, inédita: 3 folios, por atención del autor.

E spada Sánchez, J.[osé], 88: «Últimas lecturas. Dos nuevos libros de poesía» [Sobre Caver­nas del sentido] en Ideal 9-V-1988, Granada, pág. 31.

Leiva , Ángel, 76: «Oficio humano. El verbo auxiliador del hombre» [Sobre Humana raíz] en Informaciones 1-1V-1976, «Informaciones de las Artes y las Letras», núm. 403, Ma­drid, pág. 3.

López-M orillas, Juan, 87: «Nota preliminar» en Manuel Ruiz Amezcua: Cavernas del sen­tido, Granada, Pliegos de Vez en Cuando, 1987, pág. 7; reproducida, también, al frente de Más allá de este muro. Cavernas del sentido, Granada, Diputación, 1991, pág. 11.

, 88: «Nota preliminar» [Prólogo a la Poesías reunidas, en preparación, de Manuel Ruiz Amezcua], mecanografiada, inédita: 5 folios, 1988, por atención del autor.

M asoliver Rodenas, Juan Antonio, 79: «Holocausto de un poeta» en La Vanguardia l-III-1979, Barcelona, «Libros», pág. 35.

Molero [Cervantes], Juan Carlos, 80: «Epílogo» en Víctor Pozanco: (Ed.) Segunda anto­logía del resurgimiento, Barcelona, Pozanco, 1980, págs. 239-285.

M olina Damiani, Juan Manuel, 83: (Ed.) 44 x 18 (Un vistazo por la poesía giennense de postguerra), Jaén, Diputación. [Junto a Manuel Ruiz Amezcua, incluye a Manuel Andú­jar, Cesáreo Rodríguez Aguilera (1916), Felipe Molina Verdejo (1924), Manuel Morales Borrero (1930), José Nieto (1939), Manuel Urbano, Rafael Lizcano (1940), Fernando Mi- llán (1944), Manuel Lombardo (1944), Ricardo Teruel (1944), Fernando Adam (1946), Fanny Rubio, Domingo F. Failde (1948), Guillermo Fernández Rojano (1957), Antonio Nieto (1957) y Guillermo Fernández Tejeda (1960).]

—, 84-85: «Aproximación a la poesía giennense a eso de la caída de las máscaras (I)» en El Gallo Verde 5, mayo 1984, Mengíbar, págs. 18-19; (y II) en 6, enero 1985, págs. 10-11. [Sobre Manuel Urbano, Manuel Lombardo, Manuel Ruiz Amezcua, Serafín Senosiáin Erro (1956) y Guillermo Fernández Rojano.]

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MÁS ALLÁ DE ESTE MURO: TRADICIÓN Y TRAICIÓN EN LA OBRA DE... 161

—, 87: «Apuntes bibliográficos para el estudio de la poesía giennense de postguerra (1939-1987)» en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 132, octubre-diciembre 1987, Jaén, págs. 75-106.

M .[olinero], M.[iguel] Á[ngel], 75: «Otras novedades. Humana raíz, de Manuel Ruiz Amez- cua» en Blanco y Negro 13-1X-1975, Madrid, pág. 67.

O ya Rodríguez, Vicente, 89: «Jaén, retratos al natural. Pasan los poetas» en Ideal 18-111-1989, Jaén, pág. 5.

[Pérez O rtega], Manuel Urbano, 76: «Humana raíz, de Manuel Ruiz Amezcua» en Diario Jaén, 8-11-1976, «Magazine», núm. 29, Jaén, pág. 8.

—, 78: «A la espera de una alta noche de piedra, o la “Dialéctica de las sombras” : un libro de poemas de Manuel Ruiz Amezcua» en Diario Jaén 4-V1-1978, «Magazine», núm. 142, Jaén, pág. 9.

P ozanco , Víctor, 80: (Ed.) Segunda antología del resurgimiento, Barcelona, Pozanco. [Jun­to a Manuel Ruiz Amezcua, incluye a Isabel Abad (1947), Carmen Borja (1957), Francisco del Pino (1940), Rosa Espada (...?), José Luis García Martín (1952), Miguel Herráez (1957), Julio López (1954-1986), Javier Lostalé (1942), José Lupiáñez (1955), Diego Martín To- rrón (1950), César Antonio Molina (1952), Enrique Morón (1942), María del Carmen Pa­llarás (1949) y Manuel Quiroga Clérigo (1945).]

Rey Faraldos, Gloria, 88: «Tradición y originalidad» en Diario 16 3-V1I-1988, Madrid, «Cul­turas», núm. 173, pág. VIII.

[Ruiz-Copete , Juan de Dios], 79: «Manuel Ruiz Amezcua» en José María Javierre y Carlos Ros: (Ed.) Gran Enciclopedia de Andalucía, Sevilla, Promociones Culturales Andaluzas, 1979, tomo VII, pág. 2.914, sin autor.

Sancho Sáez, Alfonso, 89: [Texto de presentación al recital de poemas de Manuel Ruiz Amez­cua en el Aula de Cultura de la Diputación de Jaén. 16-III-1989], mecanografiado, inédi­to: 8 folios, 1989, por atención de María Isabel y Alfonso Sancho Rodríguez, sin título.

—, 90: «Crónica del hombre que amó a un siglo oscuro» [entrevista de Javier López] en Dia­rio Jaén 25-1-1990, «Cultura», Jaén, pág. 21.

Valladares R eguero , Aurelio, 89: Guía literaria de la provincia de Jaén, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses.