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SEBASTIÁN LIPINA M ARIANO SIGMAN

(EDITORES)

La pizarra de BabelPuentes entre neurociencia, psicología

y educación

libros del

Zorzal

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Índice

1. Introducción. Oportunidades y desafíos en la articulación entre laneurociencia, la ciencia cognitiva y la educaciónSebastián J. Lipina, Mariano Sigman ................................................................ 9

2. Neuroeducación: El cerebro en la escuela Antonio M. Battro.......................................................................................... 253. Hacia un modelo interdisciplinario: Biología, interacción social ydesarrollo infantil temprano

Andrea Rolla, Christina Hinton, Jack Shonkoff ................................................ 71

4. Cuando el reciclaje neuronal prolonga la hominizaciónStanislas Dehaene ........................................................................................... 91

5. Variabilidad en los perles de plasticidad neural en la cognición humanaCourtney Stevens, Helen Neville .................................................................... 1076. Desarrollo de la autorregulación y desempeño escolar

Michael I. Posner, Mary K. Rothbart, M.R. Rueda ......................................... 133

7. Cronoeducación: Un tiempo para sembrar, un tiempo para cosechar, untiempo para aprenderDiego Golombek ........................................................................................... 153

8. Neurociencia educacional: Estudio de las representaciones mentalesDénes Szűcs y Usha Goswami ........................................................................ 1639. Memoria, neurociencia y educaciónFelipe De Brigard ......................................................................................... 179

10. Conectividad neural y creatividad intelectual: Acerca de dotados,savants y estilos de aprendizaje

John Geake ................................................................................................... 195

11. Problemas en la integración neurociencia-educación: acercamiento a lainvestigación neuroeducacionalPaul Howard Jones ....................................................................................... 211

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12. Funciones ejecutivas: Consideraciones sobre su evaluación y el diseño deintervenciones orientadas a optimizarlasBrad Sheese y Sebastián J. Lipina ................................................................... 22913. Investigación en pobreza infantil desde perspectivas neurocognitivasSebastián J. Lipina, María J. Hermida, M. Soledad Segretin,

Jorge A. Colombo.......................................................................................... 243

14. Diseño e implementación de un programa computarizado deentrenamiento de procesos cognitivos básicos en niños de edad escolar

M. Soledad Segretin, Andrea Goldin, María Julia Hermida, Martín Elías Costa, Mariano Sigman, Sebastián J. Lipina .............................. 265

15. ¿Los peces pueden asxiarse en el agua? Desmenuzando la idea decomprender conceptos de cienciaGabriel Gellon y Melina Furman .................................................................. 279

Bibliografía .................................................................................................. 299

Glosario ...................................................................................................... 341

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Introducción

Oportunidades y desafíos en laarticulación entre la neurociencia,la ciencia cognitiva y la educación

Sebastián J. Lipina1, Mariano Sigman2

I. Algunas reflexiones preliminares acerca de laneurociencia, la ciencia cognitiva y la educaciónSobre lo soñado y lo concreto. Nadie decide zambullirse en la física porquele fascina la palanca y el plano inclinado. En el comienzo de cada físicomucho antes de que la física se volviera concreta, hubo agujeros negrouniversos lejanos, viajes en el tiempo. De la misma manera, debe de sedifícil que alguien desembarque en la neurociencia porque le fascinan locanales de calcio o la fosforilación de alguna proteína. En el origen dcada cientíco, que viniendo de múltiples ramas se acerca a la neurociencia, hay sueños, emociones, conciencia, memoria.

Sobre lo aprendido, lo práctico, lo necesario. Al que se aproxima a la neu-rociencia desde la física, lo primero que le llama la atención es el pes

1 Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA, CEMIC-CONICE ); Universidad Nacionalde San Martín (UNSAM).2 Laboratorio de Neurociencia Integrativa, Departamento de Física de la Facultad deCiencias Exactas y Naturales (FCEyN-UBA)(CONICE ).

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además, que estas operaciones eran fundamentalmente independientes,aun cuando se encontrasen típicamente amalgamadas en nuestra vida cotidiana. Con una agenda tan marcada, vio la posibilidad de inspeccionarla actividad cerebral en vivo y de manera no invasiva como una manerade darle una última estocada a esta idea. Si, por ejemplo, las distintasoperaciones de la lectura (combinar letras en palabras, codicación deobjetos visuales en fonemas, asignación semántica de un objeto auditivoetcétera) corresponden de hecho a engranajes diferenciados de la maquinaria, quizás se expresen en lugares distintos del cerebro. Esta inferenciestaba alimentada por otra observación ubicua: pacientes con lesiones edistintas regiones del cerebro tenían patologías en funciones especícas

Posner, junto con Marcus Raichle, Steve Petersen y otros, cambiaronel curso de la neurociencia, dando origen a un programa que hoy se hamultiplicado sin precedentes. Acaso lo tremendamente fascinante de estprograma es que permite observar el pensamiento en intramuros. Si du-rante millones de años el pensamiento humano había permanecido enuna carcasa –expresable sólo por la palabra, por gestos… en n, por e

músculo–, una nueva ventana se abría para explorarlo en su usina misma Anclas del pensamiento humano. El programa de Posner fue de una clari-dad cientíca fantástica. Pero como suele suceder con las grandes revoluciones, muchos de sus adeptos, entusiasmados por algunos de sus tintespierden el rumbo. Al programa de Posner de desnudar la arquitectura delpensamiento le siguió una tropa que confundiólocalizar conentender .Como si saber dónde sucede algo fuese equivalente a comprender su me

canismo. Por el contrario, aparecen en la multiplicidad de la búsquedaregiones que codican la traición, la esperanza, el gusto por lo exóticola desmesura, el miedo a lo desconocido o ser fanático de un equipo depoca monta.

Un puente demasiado lejano. En su célebre artículo, y tomando prestadala referencia cinematográca, John Bruer declaraba que la neurociencino estaba madura para poder aportarle algo a la educación. Su opiniónera que la ciencia cognitiva o, más genéricamente, la psicología expermental es la que (a través de su observar heurístico de cómo funciona epensamiento) puede informar algo a la educación (Bruer, 1997). En losúltimos años, esté maduro o no el campo –a lo cual aportará la lectura de

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este libro–, la neurociencia y la psicología experimental se han acercadoa la educación. Esta es una empresa complicada, pero digna de celebra-ciones. La ciencia se habla a diario con la medicina, en una conversa-ción recurrente de presente y futuro. Dicen los que se dedican en unamisma persona a ambas actividades que la ciencia da una perspectiva defuturo para la medicina, una suerte de oráculo capaz de predecir dóndeestará la clínica en los próximos años. La medicina, por el contrario,da una razón de ser, una serie de preguntas sin solución, necesidadesconcretas que se vuelven experimentos y nutren al cientíco. Lo mismosucede con la ciencia de los materiales y la ingeniería. En denitiva, quela ciencia es un juego hacia futuros posibles; que, indefectiblemente,en sus actores, en sus intenciones, en sus necesidades, en sus preguntas,se encuentra con la realidad. Y acaso la realidad más relevante de laciencia cognitiva san las horas, los días y los años que todos pasamosen el armado de esta carcasa que reconocemos como nuestro propiopensamiento.

El conocimiento y el reconocimiento de la máquina . Existen dos concep-ciones antagónicas sobre el cerebro humano. Una establece que es unaespecie de tabla rasa, un pizarrón vacío en el que se pueden escribirtodos los conceptos, todas las funciones, todas las ideas. La segundaestablece que el cerebro tiene cierta forma, cierta estructura, cierta ar-quitectura que hace que algunas funciones sean más acordes a su ma-nera de procesar información. Hoy disponemos de gran cantidad deevidencias que argumentan a favor de esta última.

Nacemos con conceptos formados de numerosidad, de cómo elmundo visual se divide en objetos y hasta de concepciones moralessobre lo bueno y lo malo (Carey, 2009). Contamos, por ejemplo, conun sistema sensorial que está particularmente anado, entre el conjuntode sonidos posibles, a aquellos que conforman el lenguaje (Ramus yotros, 2000). La cognición se desarrolla en los primeros años de vidacon muchos parámetros libres (el idioma que aprendemos, el tipo decaras que reconocemos, etcétera), pero inmerso en una estricta secuen-

cia de reglas que incluye un mecanismo de hacer inferencia, es decir, deasignarle signicado al mundo. Entre los muchos ejemplos que ilustranlo anterior, dos son especialmente interesantes; el primero por su espec-

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tacularidad, y el segundo, por su impacto en la formación del conoci-miento adulto.

Hace aproximadamente veinte años, Andrew Meltzoff, mostraba aniños de poco más de 1 año a un actor que activaba una máquinagolpeando un gran interruptor con la cabeza. La máquina comenzabaentonces a emitir ruidos y a encender luces espectaculares, muy atractivas para los niños, quienes rápidamente iban a cabecear el botón paraactivarla. Diez años después, György Gergerly repitió el experimentocon una pequeña variante, sutilezas que hacen a un gran experimento:el adulto que cabeceaba el interruptor tenía las manos ocupadas en algoque no podía dejar caer. Los niños observaban esto y en cuanto podíanactivaban el pulsador. Pero entonces ya no usaban la cabeza, sino lasmanos. La lógica de este ejemplo es bastante sencilla. Si uno observque alguien abre un picaporte con los dientes mientras tiene en las dosmanos tazas de café, entiende que lo hace así porque no le queda otraalternativa. Esto mismo hacen los niños de 1 año, que son capaces dedescubrir una trama oculta de intenciones, en vez de simplemente re-

plicar acciones. Este tipo de inferencias son ubicuas, lo cual indica qulos seres humanos somos constructores de signicado. El que enseña hde saber que el que aprende no está copiando, anotando, replicando,sino incorporando lo que observa en un complejo sistema interpreta-tivo que porta mucho conocimiento previo. Este es uno de los tantospuntos de encuentro entre la psicología experimental y la educación.

El segundo ejemplo es de la misma índole y aborda un punto especí-co que está en boga en nuestros días. Un niño ve un cuarto desordena-

do, pasa un tiempo en él, se va y luego vuelve, pero ahora el cuarto estcompletamente ordenado. Se le pregunta (aun cuando no se le hayaexplicado que forma parte de una evaluación), qué es lo que pudo habersucedido. Puede elegir entre dos opciones: fue el viento o fue otro niñoque pasó por ahí. odos opinan que fue un niño, porque el viento noordena las cosas. Puesto el cuadro al revés, un cuarto ordenado que sedesordena, los niños aceptan indiferentemente cualquiera de las opcio-nes. Este resultado vale incluso para niños de apenas ocho meses, queaún no hablan y responden su preferencia con un sesgo implícito en lamirada. El experimento tiene dos consecuencias teóricas: la primera eque los bebés de muy pocos meses entienden la noción de agencia, e

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decir, la noción de que una mesa no es lo mismo que una persona, por-que la persona tiene algo que se parece a un propósito, a una intención.La segunda es que opinan que las cosas tienden a generar desorden, y queel orden reeja una intención, en coherencia con la intuición de la prác-tica cotidiana y, de paso, con la segunda Ley de la ermodinámica. Uncorolario picante de este descubrimiento es que explica por qué hay unaresistencia tan severa a aceptar que la evolución, un mecanismo natural,sea capaz de generar objetos tan ordenados como nosotros, los cocodriloso los canguros. Es de acuerdo a una creencia intuitiva suponer que tantoorden debe provenir de un agente con intención y, por qué no, con inte-ligencia. Para que se entienda y evitar ambigüedades, no es que esto nosea entendible, sino que hay ciertos aprendizajes que reman a favor de laintuición y lo esperado; mientras que otros –como la cuántica o la evo-lución– requieren dar marcha atrás en una vasta cantidad de conceptosformados. Este es otro ejemplo en el que la toma de conciencia por partedel educador –y del educando– mejora la praxis.

Lo hablado y lo dicho. Susan Goldin-Meadow realizó una serie de experi-mentos cognitivos –cuya relevancia para la enseñanza es muy transparen-te–, en los que replicó un experimento clásico de Piaget que demuestra,una vez más, la universalidad de ciertas preconcepciones. Le mostró aun grupo de niños una la de diez piedras, y en otra la otras diez pie-dras, sólo que más espaciadas entre sí; de manera tal que ocupaban másespacio. Los niños opinaban sistemáticamente que la la más espaciadatenía más piedras, confundiendo numerosidad y distancia. Este error es

ubicuo y, al igual que en los ejemplos anteriores, su conocimiento ayudaal que enseña a conocer dicultades intrínsecas de lo que está intentandoenseñar.

Basada en este experimento, Goldin-Meadow hizo un descubrimien-to sutil, uno de esos ejercicios cientícos detectivescos, de encontrar es-condido algo que en realidad era evidente a los ojos de aquel que mirasecon atención: descubrió que si bien todos los niños responden lo mismo(que hay más piedras en la la en la que se encuentran más separadas),

gesticulan de formas diferentes. Algunos abren los brazos denotando consu gesto la extensión del conjunto. Otros, en cambio, señalan gestual-mente la correspondencia entre piedras de las dos las. Estos otros niños,si bien responden mal, entienden; es decir, han descubierto la esencia del

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problema, que son las mismas porque se corresponden una a uno. Nopueden hablar sobre esto –mucho menos responderlo en una prueba–pero pueden denotarlo con sus gestos. Este descubrimiento primordialse continúa en una serie de descubrimientos aplicados. El primero es qulos niños que gesticulan correctamente tienen una predisposición posi-tiva hacia el aprendizaje. El segundo es que los maestros que conocen utilizan esta información –aunque no siempre de manera consciente–enseñan mejor.

Este ejemplo sirve para establecer una frontera sutil, pero relevan-te, entre distintas formas complementarias de generar conocimiento: laintuición, la heurística, la intervención y la inferencia. En este sentidocreemos necesario hacer explícito en este diálogo que muchas de las ideaquí volcadas serán reconocidas por el lector en otras formas y en otrotiempos.

Comprobar que existe comunicación más allá de lo verbal no necesi-taba tanto experimento. odos aquellos que han enseñado, en cualquiercircunstancia –no sólo dentro del aula–, saben, observando gestos y ex

presiones (lo no dicho) si el educando atiende, si se interesa, si se apasiona, si comprende. Sin embargo, esta intuición general necesita renarse ponerse a prueba, no por un capricho del método, sino porque las deci-siones que afectarán una porción tan signicativa del tiempo de nuestroniños ameritan este cuidado, esta doble capa que pone a prueba la intui-ción. al como lo señalamos en el ejemplo de la percepción del orden,las creencias y las intuiciones son motores espectaculares, pero tienen supropios vicios y caprichos.

Lo fácil y lo difícil . Hay un último punto de encuentro inevitable entreel estudio de la cognición y el de la educación. El primero intenta des-granar las operaciones que nos permiten hacer aquello que hacemos: lapalabras, las frases, las preposiciones, la sintaxis del pensamiento. Este o jetivo es un vehículo casi obligado en el ejercicio educativo. Imaginen poun momento alguien que no sabe leer. Para cualquiera no entrenado en elocio de la docencia, catalizar este camino es un desafío a lo desconocidNo sé cómo se lee, se ponen las letras juntas en palabras, y ya. A lo quapuntamos –y esta es acaso una clave maestra– es que la mayoría de lalgoritmia por la que hacemos aquello que hacemos, es opaca a nuestrapropia introspección.

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en este cruce interdisciplinario, creando representaciones que no estánbasadas en evidencia empírica (por ejemplo, los neuromitos) acerca defuncionamiento cerebral (Bruer, 2000). Es decir, que los modelos tradi-cionales no necesariamente serán útiles para estos propósitos, ya que nes suciente para los investigadores la generación de datos en las escuelpara desarrollar trabajos que sirvan a los educadores4.

El formato tradicional de investigación en neurociencia tiende a dejarde lado a maestros y alumnos en tanto actores vitales en la formulaciónde preguntas y el diseño de metodologías, olvidando la importancia de lecología escolar y otros ambientes de aprendizaje.

Pero, por otra parte, el análisis crítico de estos modelos de pensamiento puede crear oportunidades para contribuir signicativamente con laeducación, como lo sugieren los estudios acerca de la enseñanza de lamatemáticas basadas en el modelo de la línea numérica (OECD, 2007).En tal caso, los procesos de aprendizaje requieren ser evaluados en situaciones de aprendizaje diseñadas por investigadores, maestros y alumnoen el contexto de un abordaje que contemple una ecología pedagógica

adecuada (Csibra y Gergely, 2006; Daniel y Poole, 2009), acorde a lascaracterísticas biológicas y culturales que caracterizan al hombre5.La premisa de este proyecto es que programas de investigación, basa

dos en investigadores y educadores colaborando unos con otros, contribuirían a mejorar la educación; más aún, la evidencia que surja de estacolaboraciones se asociará a mejoras en los procesos tanto de enseñanzcomo de aprendizaje, incluyendo la consideración de diferentes opcionepara distintas comunidades educativas.6 Asimismo, evitaría armaciones

engañosas sobre laeducación basada en la investigación neurocientíca , de-rivada de mitos; lo cual, a la vez, ayudará a reducir los efectos de modelerróneos persistentes sobre el aprendizaje y la enseñanza que están implcitos en el lenguaje y la cultura de nuestras sociedades, pero que no tienebase cientíca cierta.

ales esfuerzos enfrentan desafíos y obstáculos especícos, que enecesario considerar con detenimiento. Por una parte, en el área de

4 Ver capítulo 9: “Memoria, neurociencia y educación”, de De Brigard, en este volumen.5 Ver el capítulo 4: “Cuando el reciclaje neuronal prolonga la hominización”, de Dehaene,en este volumen.6 Ver, por ejemplo, el capítulo 10, de Geake.

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neurociencia y educación se suelesobresimplicar la información, quedeviene en neuromitos. Al mismo tiempo, las limitaciones propiasde los abordajes biológicos han sido generalizadas por demás a partirde críticas epistemológicas –postpositivistas– que crearon verdade-ras barreras para la co-construcción de propuestas interdisciplinarias(Watson, 2009). Por supuesto, esto no implica que los abordajes queincluyen niveles de análisis biológicos no porten limitaciones ni queno sea necesario preservar una actitud de cautela, en particular res-pecto a las inferencias que pueden realizarse a partir de los estudios deactivación (neuroimágenes) cuando estos no se integran con modeloscognitivos apropiados (Crone y Ridderinkhof, 2011). De hecho, lasinferencias acerca de la actividad mental basadas en neuroimágenescomprenden una tarea difícil que requiere un análisis estadístico mu-cho más cuidadoso del que en general se asume. Además, ciertas con-ductas supuestamente simples involucran la activación de múltiplesáreas cerebrales, y la actividad en un área especíca no siempre indicaun tipo particular de operación cognitiva (Poldrack, 2006).

Es decir, que intentar aplicar el conocimiento neurocientíco deri-vado de estudios de neuroimágenes directamente a la educación, es de-nitivamente dicultoso en la mayoría de los casos. Por ejemplo, el co-nocimiento de las áreas cerebrales que tienen un rol central en el uso delas competencias matemáticas no facilita el diseño de pedagogías para elaprendizaje de matemática. Por el contrario, en la actualidad comienzaa ser necesario el diseño de estudios que contemplen más de un nivelde análisis de un atributo, como en el caso del estudio del desarrollo

autorregulatorio7. Por otra parte, el conocimiento sobre la plasticidad delos sistemas neurocognitivos de la visión y de la audición, en especial enpoblaciones con necesidades educativas especiales, sí pueden tener impli-cancias prácticas más evidentes para los alumnos y maestros en términosde objetivos educativos.8

7 Ver, por ejemplo, Sheese y otros, 2007; o bien, en este mismo volumen, tanto el capítulo6: “Desarrollo de la autorregulación y desempeño escolar”, de Posner, Rothbart y Rueda,como el capítulo 12: “Funciones ejecutivas: Consideraciones sobre su evaluación y el dise-ño de intervenciones orientadas a optimizarla”, de Sheese y Lipina.8 Ver Bavelier y Neville, 2002; o el capítulo 5: “Variabilidad en los perles de plasticidadneural en la cognición humana”, de Stevens y Neville.

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Finalmente, un marco de referencia neurocientíco favorece la com-prensión de mecanismos causales acerca de cómo los sistemas motoressensoriales contribuyen a la construcción de los sistemas de representación cognitivos (Goswami, 2008)9.

Las expectativas sobre el aporte de la neurociencia a la prácticaeducativa y la política pública muchas veces han sido alimentadaspor los mencionados neuromitos provenientes del discurso popular,como las creencias acerca del pensamiento cerebral derecho/izquierdo, cerebros masculinos y femeninos, o cuánto porcentaje del cerebrose utiliza (Goswami, 2006). En el mismo sentido, muchas de las pro-puestas o productos que en la actualidad se ofrecen como “educaciónbasada en el cerebro”, están construidas sobre dichos mitos, que no sesostienen en evidencias empíricas seguras. ípicamente, tales mitos srelacionan con modelos mentales comunes que las personas aprendenen el contexto de su vida social y cultural, como el modelo del cerebrocomo almacén de información, o los modelos de la enseñanza y elaprendizaje como transmisión directa de información de un experto

a un novato (Lackoff y Johnson, 2001). El área de la neurociencia y laeducación precisa superar estos obstáculos míticos y construir su fundamento basándose en procesos de investigación sobre el aprendizajey la enseñanza en contextos pedagógicos, que contemplen diferentesaspectos del desarrollo humano integrando perspectivas interdiscipli-narias.10 Este fundamento debe considerar cuidadosamente la integra-ción de componentes genéticos, neurales, cognitivos y emocionalessobre el aprendizaje. De esa forma, las herramientas de investigación

como las neuroimágenes, el análisis del procesamiento cognitivo y laevaluación genética deben estar al servicio de construir conocimientosobre los mecanismos y relaciones causales detrás de los fenómenode aprendizaje y enseñanza que se estudian (Hinton y Fischer, 2008).

Otro aspecto importante para el debate de la integración entre neuro-ciencia y educación, surge de la neuroética, que incluye la discusión éticacerca de aplicar hallazgos cientícos a la educación y a otros proceso

9 Ver también el capítulo 8 “Neurociencia educacional: Estudio de las representacionesmentales”, de Szucs y Goswami.10 Ver capítulo 3: “Hacia un modelo interdisciplinario: Biología, interacción social y de-sarrollo infantil temprano”, de Rolla, Hinton y Shonkoff.

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asociados como las prácticas de crianza (Farah, 2010). Muchos de losmateriales educativos que se ofrecen como basados en el cerebro generanpreguntas éticas por su falta de fundamento cientíco y por la concep-ción del desarrollo infantil en la que se sustentan –por ejemplo, el rolde la autonomía del niño durante la crianza versus niño como objetopor ser construido (Stein, 2010)–. Es decir, que el debate ético no sólodebe incluir a los investigadores y maestros, sino también a los padres yal público en general, ya que involucra la concepción de infancia que sesostiene socialmente.

En cuanto a los procesos de aprendizaje, un aspecto crítico para teneren cuenta en los esfuerzos interdisciplinarios es que este es muy varia-ble entre individuos, tanto por el funcionamiento cerebral per secomopor su modulación ambiental.11 En consecuencia, para identicar me- jor una fortaleza o debilidad en el aprendizaje de un niño en particular,es necesario comprender sus mecanismos de desarrollo. En esta área, laneurociencia puede ayudar a proveer una mejor comprensión del rangode variabilidad en diferentes competencias sensoriales, cognitivas y de

lenguaje, desde la necesidad especial hasta la habilidad excepcional.12

Losestudios neurocientícos sostienen que la mayor parte de las diferenciasindividuales en el aprendizaje se distribuyen normalmente. Es decir, quecomprender las diferencias individuales debe incluir el análisis de cómolos factores ambientales modulan las fortalezas y debilidades de la adqui-sición de aprendizajes en poblaciones de niños particulares. A pesar deque los estudios genéticos actuales han mostrado la importancia de laspredisposiciones hereditarias en la modulación de las diferencias indivi-

duales, el ambiente tiene un rol signicativo en términos de trayectoriasde desarrollo y aprendizaje (Goswami, 2008; Sirois y otros, 2008). Porlo tanto, el desarrollo y el aprendizaje son modulados por la interaccióncompleja de factores genéticos y ambientales.

Un ejemplo de lo anterior es el de la modulación del nivel socioeco-nómico sobre el desarrollo de diferentes competencias cognitivas y lin-güísticas (Lipina y Colombo, 2009)13. En estudios recientes, se ha veri-

11 Ver capítulos 4, 5 y 6 de este mismo volumen.12 Ver capítulo 9: “Memoria, neurociencia y educación”, de De Brigard.13 Ver además el capítulo 13: “Investigación en pobreza infantil desde perspectivas neu-rocognitivas”.

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cado que para grupos de mayor nivel socioeconómico, la predisposicióngenética muestra una asociación más fuerte con los resultados en pruebas estandarizadas de inteligencia, lo cual ha sido interpretado como unefecto de una experiencia ambiental comparativamente más uniforme( ucker-Drob y otros, 2011; urkheimer y otros, 2003). Proveer enton-ces ambientes educativos óptimos requiere una mejor comprensión delas interacciones entre factores biológicos (incluyendo a los genes y al crebro), mentales y educativos. Este esfuerzo por entender mejor la biología de los sistemas de aprendizaje puede enriquecerse con contribucioneneurocientícas en las áreas de estudio de la dislexia, la discalculia y lsíndromes autistas, entre otros (Posner y Rothbart, 2007)14.

En este ámbito de problemas, un objetivo general de investigación escomprender cómo la complejidad estructural de la información, las ac-ciones y los sistemas neurales varían, se desarrollan y generan representciones de diferente tipo (matemáticas, lingüísticas). Objetivos como estpueden ser abordados por programas de investigación que se focalizan eel análisis de una competencia educativa particular (como la alfabetiza

ción, cálculo o pensamiento crítico) o en el desarrollo de representacioney procesos que median las interacciones educativas entre personas (comlenguaje, símbolos matemáticos, atención, motivación, interacción sociao modelos mentales). Un ejemplo de programa de investigación básicasobre las estructuras representacionales que median el aprendizaje es eanálisis del desarrollo de las asociaciones entre los precursores de una hbilidad y cómo el cerebro contribuye a la construcción de su experticia

al investigación requiere enfrentar múltiples preguntas asociadas, po

ejemplo, en relación al rol del procesamiento visual y auditivo básico eel desarrollo del lenguaje; la comprensión de cómo pequeños sesgos ydiferencias tempranos pueden devenir en grandes diferencias en las competencias posteriores; la identicación de diferentes efectos de la edasobre el aprendizaje; y considerar cómo estas preguntas de investigaciópueden ser aplicadas a contextos y aspectos críticos educativos.

Los potenciales benecios de la integración entre neurociencia y educación para la práctica educativa dependen en gran medida de que losmaestros incorporen este y otros tipos de implicancias y aplicacioneneurocientícas en sus prácticas profesionales. Para ello, es necesario pl14 Ver también capítulos 12 y 13 de este volumen.

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nicar acciones que incluyan cuestiones de interés educativo, con poten-cialidad de aplicación en los respectivos escenarios (McCandliss y otros,2003; Varma y otros, 2008)15.

Asimismo, este tipo de acciones requiere una infraestructura especí-ca que incluya la creación de escuelas en las que investigadores y maestros puedan realizar prácticas conjuntas; la capacitación de una nuevageneración de investigadores expertos tanto en métodos de investigacióncientíca y educativa; y la generación de bases de datos longitudinalessobre diferentes aspectos del desarrollo y el aprendizaje. A la vez, los estudios longitudinales de intervención quizás sean los que más permitanprofundizar el conocimiento sobre los mecanismos causales en relacióna cuestiones tales como: 1)la forma en que operan los diferentes sistemascerebrales de aprendizaje, las reglas de tal operatoria en cada caso y quétipo de modelos de procesamiento y trayectorias de desarrollo puedenrepresentarlos mejor; 2)cuáles son los mejores métodos y modelos paracaracterizar las trayectorias de desarrollo y aprendizaje que permitan, asu vez, guiar las prácticas educativas; 3)cómo pueden los investigadores

y educadores identicar marcadores neurales tempranos que permitanindicar variaciones en los patrones de aprendizaje y permitir la detec-ción temprana de dicultades; 4)cómo pueden utilizar los educadoreslos ambientes pedagógicos para optimizar las estrategias de enseñanza yaprendizaje; y 5)cómo identicar los aspectos de las intervenciones quecontribuyen a su eciencia, y cómo esta varía en diferentes áreas cogniti-vas y educativas (Fischer y otros, 2010).

15 Ídem.

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Antonio M. Battro16

I. IntroducciónEl gran tema en toda nuestra educación es convertir al

sistema nervioso en nuestro aliado y no en nuestro enemigo W J

Te Principles of Psychology, 1890

Se trata de introducir una nueva forma de encarar la educación, conel auxilio de las ciencias del cerebro y de la mente. Llamamosneuroedu-cación a esta nueva interdisciplina y transdisciplina, que promueve unamayor integración de las ciencias de la educación con aquellas que se ocupan del desarrollo neurocognitivo del ser humano (Battro y Cardinali,1996). Nos referimos a interdisciplina en tanto representa la intersecciónde diversas especialidades relacionadas con el aprendizaje y la enseñanen todas sus formas; y a transdisciplina porque es una nueva integraciónabsolutamente original de aquellas, en una nueva categoría conceptuay práctica (Koizumi, 2005). Ello implica la formación de “neuroeduca-dores” entre los docentes interesados por la investigación en neurociencia, así como entre los neurocientícos interesados en la educación; po16 Ponticia Academia de Ciencias, Academia Nacional de Educación (Argentina); Di-rector del International Institute of Mind, Brain and Education: Ettore Majorana Centrefor Scientic Culture; Presidente del International Mind, Brain and Education Society(IMBES); Jefe de Educación de One Laptop per Child (Cambridge, MA).

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lo tanto: se abre la puerta a una nueva profesión y a un nuevo tipo deexpertos.

Es interesante consignar al respecto que hasta hace pocos añosedu-cación y neurociencias sólo se tocaban tangencialmente. La prueba esque en los tratados más autorizados (Gazzaniga, 2003) y en los variadoscongresos de neurociencia cognitiva realizados en la llamada “década delcerebro” (1990-2000), la educación como tal casi no tenía relevancia. Elprimer curso universitario sobre Mente, Cerebro y Educación – Mind,Brain and Education (MBE)– fue inaugurado en la Escuela de Educaciónde Harvard por Kurt Fischer y Howard Gardner en el año 2000; el cualsigue convocando a numerosos estudiantes. Muchos de ellos se han gra-duado y son los propulsores más comprometidos en las nuevas activi-dades de la neuroeducación17, una ciencia joven para jóvenes (Fischer eImmordino-Yang, 2008; okuhama-Espinosa, 2010, 2011). El ejemplocunde y ya son varias las universidades de América, Europa y Asia-Pacícque ofrecen cursos y promueven investigaciones sobre neuroeducación18.

Por eso hablamos de “el cerebro en la escuela”. Esta expresión destaca

el papel crucial del cerebro, tanto en el aprendizaje como en la enseñan-za. Es evidente que el cerebro está siempre activo en toda tarea humanay debe tenerse en cuenta cuando se trata de educación. Pero no bastahacerlo en forma implícita, como es lo habitual, es preciso explicitar lasfunciones neurocognitivas propias de la educación, en el aprendizaje y enla enseñanza, con el mayor detalle posible. La novedad estriba en que hoyse lo puede estudiar con recursos de alta tecnología, como las imágenescerebrales, las pruebas genéticas y las simulaciones computacionales. Se

trata de estudiar el cerebro de quien aprende y de quien enseña, con losmétodos que ofrecen las ciencias naturales y humanas más avanzadas.El cerebro humano es un órgano de complejidad inigualable, fruto

de una historia evolutiva que resulta crucial a la hora de proceder a suestudio. Por eso, las investigaciones comparadas de los procesos de apren-dizaje entre diferentes especies son imprescindibles y, a su vez, resaltan evalor excepcional del ser humano, el único ser capaz de enseñar de gene-ración a generación, acrecentando así la información recibida y perfec-cionando sin cesar los instrumentos tecnológicos y cognitivos. La notable17 www.gse.harvard.edu/academics/masters/mbe18 www.imbes.org

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capacidad de enseñar y de aprender delHomo sapiens es el motor de lasociedad y la fuente de la cultura y de sus más altos valores. Ello signique debemos encontrar un nuevo equilibrio entre los avances cientícoy los desafíos de una educación, en un mundo que marcha hacia unaglobalización creciente e inexorable, es decir, a favor de la dignidad de lpersonas en todo tiempo y lugar.

Si trabajamos para “traer el cerebro al aula” es porque pensamos quesu mejor conocimiento enriquecerá sobremanera la actividad docente, eproceso de aprendizaje del alumno y nuestro conocimiento sobre el sehumano. Es bueno que enfaticemos el grado superlativo de complejidadde los procesos cerebrales, para no aspirar a recetas mágicas ni a contentarnos con programas elementales que tratan al cerebro como un simplemúsculo que conviene ejercitar para adquirir una habilidad mental de-terminada. Debemos luchar desde el comienzo contra una visión tan su-percial que, lamentablemente, es la que a veces se transmite a la opiniópública. Los organismos responsables, nacionales e internacionales debedar los pasos que aconsejen la prudencia y la investigación incesante y r

gurosa, para que la información sea veraz y probada. Un ejemplo admirable es el de la Organización Económica para el Desarrollo (OECD), consede en París, que puso en funcionamiento una iniciativa internacionalllamada CERI para las ciencias del aprendizaje y la investigación cerebray que cuenta ya con decenas de países aliados y una multitud de programas cientícos exitosos en curso. La característica común de todos estoproyectos es el trabajo en equipo, internacional e interdisciplinario. Unaincreíble variedad de disciplinas y conocimientos, de personalidades y

motivaciones se entrelazan y fecundan en una tarea educativa que pocopodían imaginar hace apenas una década. Sin embargo, tal vez lo decisivhaya sido que los educadores y los investigadores comenzaron a conocermejor, a trabajar juntos, a enriquecerse mutuamente. Las alianzas más variadas se construyen por encima de las fronteras tradicionales y se van extendiendo a culturas diferentes de manera gradual pero sistemática. Estoes importante, pues la educación es a su vez semilla y fruto de la cultura

El cerebro humano se educa en una cultura determinada donde sehabla una lengua particular y se practican valores familiares, sociales, ecnómicos, políticos y religiosos propios. La novedad absoluta es quehoy podemos estudiar cómo se incorpora la cultura en el cerebro. Por ejemplo, an-

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tes sabíamos que el lenguaje se procesaba en determinados circuitos de lacorteza cerebral, ahora podemos incluso detectar por la imagen cerebralsi es una primera lengua, si se trata de una lengua “transparente” comoel español –en la que hay estrecha correspondencia entre la ortografía yla fonética– y muchos detalles más. Dicho de otro modo, la cultura mo-dica nuestro cerebro y esto se hace de muy variadas maneras (Paulesuy otros, 2000; Dehaene, 2007a; 2007b, 2008; Dehaene, en prensa). Laexploración de este campo apasionante apenas ha comenzado, pero yapromete resultados signicativos para la educación.

II. DesafíosMuchas veces la elección de un nombre inuye en el desarrollo de una

disciplina, y no siempre esta elección es la más adecuada. No basta, porcierto, con anteponer el prejoneuro a otra palabra para abrir un nuevocampo de estudio. Habrá que probarlo en los hechos. Si bien términoscomoneuroanatomía , neuroquímica , neurosiología , neurología , neurobio-logía , neurocirugía , neuropsicología , se reeren a disciplinas plenamenteaceptadas, recientemente han aparecido nuevos términos comoneuro- losofía (Churchland, 1996, 2002) yneuroética (Gazzaniga 2005; Grayy Tompson, 2004; Illis, 2005; Marcus, 2002; Rose, 2005; ancredi,2005), que aún están “a prueba” (Vidal, 2008). La neuroeducación for-ma parte de este último grupo; es una ciencia en construcción. eniendoen cuenta estos antecedentes, la adopción del términoneuroeducación (también se puede escribir neuro-educación o Neuro-Educación) implicariesgos que será conveniente analizar con algún detalle.

En primer lugar, neuroeducación sugiere, como hemos señalado,intersección entre las ciencias de la educación y la neurociencia. Puedehaber muchas dudas al respecto, por ejemplo, las enunciadas por JohnBruer en su penetrante crítica del año 1997 sobre el largo camino que nosfalta recorrer antes de poder establecer puentes sólidos entre ambas disci-plinas, aunque el mismo autor ha sugerido recientemente algunas mane-ras de lograrlo (Bruer, 1997, 2002, 2008). Dicho de otra forma, postular

la existencia de una intersección no asegura la validez o fecundidad deuna interdisciplina o transdisciplina. Lo cierto es que la neuroeducaciónes una mezcla con muchos componentes y se encuentra apenas en sus co-mienzos. Basta con recorrer Internet para comprobar que hay centenares

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de referencias muy dispares -algunas decididamente estrafalarias- con enombre.

En segundo lugar, no siempre es útil denir a priori un campo de es-tudio, pues muchas veces la práctica produce recortes o ampliaciones deconcepto en cuestión. Mejor que denir un marco conceptual es estable-cer criterios que puedan ser susceptibles de vericación y estimulen la investigación, tanto en la teoría como en la práctica. La búsqueda de datoexperimentales y clínicos, en el caso de la neuroeducación, debe ser prioritaria. Asimismo, conviene prestar la máxima atención a la agenda cientíca, puesto que no todo lo que se “puede hacer” se “debe hacer” cuandose trata de la educación. Algunos de estos criterios apuntan al campode los valores, en particular a la ética de los métodos neurobiológicoaplicables a la enseñanza y al aprendizaje. Ciertos métodos podrían vulnerar el principio de prudencia, otros el de responsabilidad o el derechoa la intimidad, para mencionar sólo algunos obstáculos morales y legaleque podrían presentarse. En este sentido, una “neuroética” comienza aperlarse como necesaria en el siglo y se está convirtiendo en tema

reexión y debate (Changeux y Ricoeur, 1998; Gray y Tompson, 2004;Illis, 2005; Marcus, 2002). Su aporte será decisivo para el futuro de laneuroeducación.

En tercer lugar, hemos mencionado la necesaria interacción de disci-plinas variadas. odavía estamos lejos de contar en neuroeducación conun genuina transdisciplina como la de la “biología molecular”, por ejemplo. Pero no es fácil prever el curso de una transdisciplina en formación partir del estado de las ciencias y de la tecnología del momento.

En el caso de la neuroeducación podríamos, tal vez, aprovechar laexperiencia de lo que sucede a velocidad vertiginosa en el campo de linformática y de las comunicaciones en educación, sobre todo desde quse ha extendido la entrega delaptops de bajo costo y de gran rendimien-to a millones de alumnos y docentes de muchas regiones del mundo.En este sentido, es un modelo exitoso el que propone la fundaciónOneLaptop Per Child (OLPC), creada por Nicholas Negroponte en el año2005, programa que está en pleno desarrollo en más de cuarenta países(Negroponte, 1995, 2007)19. Los primeros resultados ya están a la vistaen aquellas regiones donde se ha logrado una “saturación” delaptops para19 www.laptop.org

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todos los alumnos y docentes, como sucede en el Uruguay donde el planCEIBAL ha integrado a todos los alumnos y docentes de escuelas prima-rias en el Programa Joaquín V. González 20 ; y en la enseñanza secundariaargentina a través del programa Conectar Igualdad21. Muchas otras ini-ciativas están en marcha, y seguramente en esta década se implementaránen todos los países de nuestra región. Este cambio de escala es sustancial ypermitirá realizar investigaciones e intervenciones educativas de caráctermasivo como nunca hasta ahora se han visto. Una de las ventajas notablesde la modalidad “uno a uno”, es que las laptops pueden funcionar comopequeñoslaboratorios portátiles , puesto que cuentan con recursos su-cientes para procesar datos de sensores y motores. Ya se ha desarrollado,por ejemplo, un telescopio de bajo costo para las portátiles.

Entre los objetivos más ambiciosos en neuroeducación está obtenerimágenes del cerebro con equipos móviles y livianos como son las laptops XO del programa OLPC, sin costos elevados. ales investigaciones seencuentran en curso.

III. Homo educabilisUna de las primeras cuestiones de la que debemos ocuparnos es del ce-

rebro del alumno en tanto aprende –sea discapacitado o talentoso, joveno viejo–; y del maestro, en tanto enseña en cualquier sociedad, pobre orica. Para ello deberemos formar a una nueva generación de “neuroedu-cadores”, de neurocientícos interesados en la educación y de docentesinteresados en la neurociencia, para que aborden temas de interés comúndonde la investigación del cerebro ilumine la actividad educativa, y esta,a su vez, abra nuevos caminos a las ciencias neurocognitivas. Una granempresa en franco crecimiento alrededor del mundo.

En lo que sigue intentaremos describir algunos territorios en explora-ción y trazar el esbozo de un mapa de la neuroeducación contemporánea.No hay nada en el proceso educativo que sea ajeno al proceso neurocog-nitivo. La educación es una capacidad propia de la especie humana, quedepende de la formidable complejidad de nuestra corteza cerebral. odos

los animales aprenden, pero ninguno es capaz de enseñar –en el sentido20 www.jvglarioja.com.ar21 www.conectarigualdad.gob.ar

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fuerte del término–, algo que sólo es propio del ser humano (Hauser,2000; Premack y Premack, 1996, 2003; Strauss, 2002, 2005). Nuestraespecie es esencialmente educable, somosHomo educabilis (Battro, 2006);podemos transmitir los conocimientos de una generación a otra porquepodemos enseñar. De esta manera hemos creado, desde hace miles deaños, un ciclo educativo en continua expansión entre maestros y alum-nos, ciclo que se maniesta en innidad de formas culturales diferentesLa cultura es una delicada organización de hechos y de valores, de objetoy de historia, de descubrimientos y de aspiraciones, de realidad y de sueñoEs en este campo de la persona y de su cultura donde la neuroeducaciónestá buscando su lugar. Lamentablemente, conocemos muy poco sobreel cerebro que enseña y deberíamos ocuparnos del tema en profundidadpuesto que no hay aprendizaje sin enseñanza (Battro, 2010). Enseñandoaprendemos, como decían los antiguos maestros:docendo discimus .

Cuando hablamos del “cerebro en la escuela”, sólo intentamos ofrecerun punto de apoyo a nuestra indagación; no ponemos límites de tiemponi de espacio a nuestro programa neuroeducativo. Por una parte, la edu-

cación humana es permanente y no se limita al tiempo de la educaciónformal del niño y del adolescente, sino que se extiende a toda la vidapues la plasticidad cerebral se conserva (Huttenlocher, 2002). El períodoescolar representa sólo una parte de la educación, muy signicativa pocierto, pues cabalga sobre una prodigiosa transformación del cerebro endesarrollo, lo cual no nos debe hace perder de vista la continuidad y variedad del aprendizaje y de la enseñanza hasta muy avanzada edad. al veesta expansión de la educación permanente sea uno de los mayores desa

fíos sociales de la actualidad. En efecto, dada la signicativa prolongacióde la vida humana, que se aproxima a los cien años, la neuroeducación jugará un papel cada día más relevante, puesto que nuestros cerebros pueden continuar aprendiendo y enseñando siempre. Por otra parte, el aulaescolar no es el único lugar donde se educa, pues todo ambiente, naturao articial, se puede convertir en espacio educativo. No hay fronteraspara educar al cerebro humano. Así como hoy llevamos el teléfono celulaa todas partes y la computadora portátil se conecta de forma inalámbricaen los más diversos ambientes, también nuestro cerebro, joven o viejoaprende y enseña en cualquier lugar, en el campo y en la ciudad, en lafábrica y en el laboratorio, en las artes y en las ciencias. Debe quedar cla

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entonces que si bien la neuroeducación no se limita a la escuela, el aulasigue siendo el lugar privilegiado y acotado del diálogo educativo entre eldocente y sus alumnos, y por eso la elegimos como núcleo.

IV. Cerebros que enseñan y cerebros que aprendenEn la práctica, la mayor parte de las investigaciones neurocognitivas

humanas se realizan en ambientes controlados, como hospitales y labora-torios experimentales. Se trata de estudios muy complejos que requierenrecursos materiales costosos y, sobre todo, exigen un trabajo en equipocon expertos altamente capacitados. Por el momento, estos estudios serealizan atendiendo a una persona por vez, en donde se estudia el cerebroque aprende. Por el contrario, entender cómo funciona el cerebro queenseña exige diálogo e interacción entre varias personas. Es difícil trabajarsimultáneamente con varios equipos de imágenes cerebrales en paralelo.De hecho, no hay por el momento imágenes funcionales del cerebro queenseña, y esta carencia es un signo evidente de la asimetría de las inves-tigaciones actuales (Battro, 2010). Sin embargo, podemos aspirar a unavisión más equilibrada del cerebro educado, si nos proponemos investigarlos procesos neurocognitivos en el diálogo de maestro y alumno en supropio medio, es decir, en el aula, lo cual por el momento no es fácil,tanto por razones técnicas como culturales. Las primeras se reeren alcosto y la complejidad de los instrumentos de imágenes funcionales delcerebro (PE , fMRI, NIRS, MEG, EEG, O , etc.)22, pero todo conducea pensar que se irán perfeccionando y simplicando, bajarán sus costos,serán portátiles y tendrán mayor resolución espacial y temporal que losactuales. Un ejemplo promisorio es el reciente trabajo del grupo que li-dera Hideaki Koizumi, en Japón, donde se estudia la actividad cerebralsimultánea de tres interlocutores alrededor de un mesa, con equipos livia-nos y portátiles de opografía Óptica (O ), una metodología abierta quees crucial para trascender las limitaciones del laboratorio experimental yasí poder llegar al aula (Aoki, Funane y Koizumi, 2010). Además, el he-cho de indagar en las funciones cerebrales de alumnos y maestros plantea

problemas de ética novedosos que deberán ser encarados con la mayorresponsabilidad, tema que corresponde a la “neuroética”.

22 Ver Glosario.

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V. El sujeto cerebral y la neurocultura

La neuroeducación tiene una muy corta historia, pero un pasado muyextenso, retomando un dicho que se ha aplicado a la psicología. Por lotanto, puede ser útil confrontar las dicultades que debió sobrellevar lapsicología hasta adquirir su estatus cientíco actual, con aquellas que advertimos en la neuroeducación, que apenas se abre paso dicultosamententre las ciencias. En este sentido, cabe recordar que se viene perlanddesde el siglo en Occidente una progresiva “encefalización” demente y del ser humano, de su identidad como tal y de su futuro. Losestudios pioneros de Michael Hagner (1977) sobre elHomo cerebralis y los de Fernando Vidal sobre la “cerebralidad” (brainhood ) y el “sujetocerebral” (2005, 2006a, 2008) muestran con detalle el fascinante itinera-rio histórico de estos conceptos. La tesis extrema es “yo soy mi cerebroPor supuesto, esta creencia no satisface y genera falsos problemas dondse mezclan muchos signicados y se confunden valores y deseos, ciency cción. Por lo tanto, es preciso analizar críticamente esta neuroculturapara defender la posición correcta de la neuroeducación, que ciertamenteno es un “neuro-término” más, sino una nueva disciplina cientíca enformación.

El debate losóco sobre el tema “cerebro-mente” tiene una larga tra-dición y es de enorme complejidad. Observamos que cada generaciónreplantea el debate, pero no lo resuelve. Por ejemplo, la “cerebralidad”entendida por algunos autores contemporáneos como una reducción dela persona a su cerebro, contrasta claramente con la tradición cristianapara la cual una persona no “posee” un cuerpo, sino que es un “ser corporal” ni existe un órgano aislado que se confunda con la persona misma, edecir, que ni siquiera el cerebro puede ser mi yo. Para omás de Aquinotampoco el alma se confunde con el yo: “yo no soy mi alma”, decía yaen el siglo . La noción de “sujeto cerebral” ha dejado de ser una cotrucción teórica, una mera “gura antropológica” que está de moda. Enalgunos casos es la base para denir la “muerte cerebral”: la persona esmuerta cuando el cerebro ha muerto. Esta denición es ampliamente

aceptada por la comunidad médica, a partir de los famosos protocolos deHarvard de 1968 (Sánchez Sorondo, 2007). En efecto, cuando el cerebrodeja de funcionar cesan también las funciones respiratorias y cardíacasque sólo se pueden mantener articialmente con equipamientos exterio-

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res al cuerpo, pero no hay recuperación posible de la muerte cerebral. Esun estado irreversible que no se debe confundir con el coma profundoo el estado vegetativo del individuo, que pueden revertirse. La personamuere cuando muere su cerebro, y su cuerpo se convierte en un cadáver.Por esta razón es aceptable, desde el punto de vista ético y jurídico enla mayoría de los países, usar los órganos de un cuerpo cadavérico pormuerte cerebral para transplantes. Gracias a esta crucial toma de posiciónson miles los transplantes de órganos por año que salvan vidas. El cerebroes aquí el órgano imprescindible e insustituible para asegurar la continui-dad de la vida humana.

La historia de la losofía muestra el cambio radical hacia el nuevopapel del cerebro en la constitución de la persona desde que John Lockepropuso –en suEnsayo sobre el entendimiento humano, del año 1694– quela identidad personal, el yo, reside en la continuidad de la memoria yde la conciencia y no depende de la materia física, ya que los corpúscu-los que la componen son intercambiables, y si la conciencia residiera enun dedo y se lo cortara, allí estaría íntegramente la persona, “la misma

persona”. Para Locke, la persona depende de la memoria, que le aseguracontinuidad e identidad, y esa memoria depende del cerebro. odo estedebate estaba entonces íntimamente unido a las creencias cristianas en laresurrección, de allí la necesidad de encontrar caminos que armonizaranla fe con la razón. En este sentido, dos pensadores cristianos del siglo , el inglés Samuel Clarke (1675-1729) y el suizo Charles Bonn(1720-1793), esbozaron una especie de embriología neurológica basadaen la existencia de lamentos primordiales ostamina , que se conservarían

indestructiblemente en el cerebro como un “germen del cuerpo futuro”(Vidal, 2006b). Es interesante consignar que las investigaciones actualessobre las células madre, llamadas también estaminales, tienen un remotoantecedente en aquellas elucubraciones más propias de alquimistas quede teólogos. Estas células tan excepcionales, indiferenciadas y pluripo-tentes, lasstem cells , se pueden detectar también en el cerebro humanoadulto, e incluso pueden generar nuevas neuronas. La posibilidad de “re-generar” un tejido a partir de células estaminales, que se encuentran enmuchos otros tejidos fuera del cerebro, es una realidad vericada por lasciencia actual y ha despertado una enorme atención, no sólo por su signi-cado teórico y su valor explicativo, sino por las consecuencias prácticas