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¡Cristo Rey! Número 16 Noviembre 2004

Número 16 Noviembre 2004 ¡Cristo Rey! · hunde sus raíces en la comparación, la envidia o la inseguridad por falta de fe, como sucedió a los hebreos, las desastrosas consecuencias

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¡CristoRey!

Número 16Noviembre 2004

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Q

Visita nocturna a Jesús

Sacramentado

EL TESORO DE LA ORACIÓN

Santa Ángela de la Cruz

Tim

oth

y R

ing

uédate con nosotros, Señor, esta noche.Quédate para adorar, ala-bar y dar gracias por nosotros mientras dormimos, para ha-cer que baje del Cielo tu mi-sericordia sobre el mundo, para socorrer desde los taber-

náculos de la tierra, a las benditas almas del Purgatorio en su prolongada noche de su-frimientos y pena.

Quédate con nosotros, para apartar la ira de Dios de nuestras populosas ciudades con sus densísimas nubes de vicios y crímenes que claman venganza al Cielo.

Quédate con nosotros para guardar a los inocentes, para sostener a los tentados, pa-ra levantar a los caídos, para subyugar el po-der del demonio, para impedir el pecado.

Quédate con nosotros para confortar a los que yacen en el lecho del dolor, para dar contricción a los que mueren, para recibir en los brazos de tu misericordia las miles de almas que se presentarán ante Ti esta noche para ser juzgadas.

¡Oh Buen Pastor, quédate con tus ovejas, defiéndelas de los peligros que las rodean y amenazan! Pero sobre todo quédate con los que sufren y con los agonizantes. Danos una noche tranquila y un fin perfecto.

Sé nuestro misericordioso Padre hasta lo último, para que sin temor podamos pre-sentarnos delante de Ti, como nuestro juez.

Quédate Señor en mi corazón. Así sea.

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José

Edu

ardo

Pin

heiro

¡CristoRey!

Número 16Noviembre 2004

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 3

HERALDOS DEL EVANGELIO

Asociación privada internacional de fieles de derecho pontificio Año II, nº 16, Noviembre 2004

Revista de los

Sumario

Escriben los lectores ..................................................................................................................... 4Editorial .......................................................................................................................................... 5Cristo Rey ........................................................................................................................................ 6Leer o no leer ................................................................................................................................. 12Año de la Eucaristía .................................................................................................................. 13Los más modernos métodos al servicio de la fé ................................................................ 16Hija de Reyes y Madre de los pobres ................................................................................... 20Belleza tan antigua y siempre nueva ................................................................................... 24Heraldos en el Mundo ............................................................................................................... 26Ayunos y mortificaciones ......................................................................................................... 32El Milagro Eucarístico de Douai .......................................................................................... 36Vigilad y Orad ............................................................................................................................. 38La primera familia brasileña ................................................................................................. 40Los santos de cada día .............................................................................................................. 42Sucedió en la Iglesia y en el Mundo ...................................................................................... 44La Medalla Milagrosa ............................................................................................................... 46Salmón en masa de hoja ............................................................................................................. 49Donde se encuentran el pasado y el futuro .......................................................................... 50

Director Responsable: Pablo Beorlegui V. · Edita: Editorial Apóstol Santiago S.A. Américo Vespucio Sur 268 D Las Condes, Santiago de Chile

Suscripciones Tel. (56 2) 207 54 53 Fax 207 55 78 E-mail: [email protected]

ISSN:0717-7690 Imprime: QWCh

Argentina: Hualfin, 959 C1424BXE Capital Federal Tel (011) 4433-1276

Bolivia: La Paz Av. H. Siles 5054 Tel. // Fax: (591-2) 278 60 62

Santa Cruz de la Sierra Mapajos 2300 Tel. // Fax: (591-3) 34 80 088

Chile: Santiago Casilla 13188 Correo 21Tel. (2) 207 54 53 // Fax: 207 55 78Colombia: Bogotá Calle 75 N° 11-87

Tel. (57 1) 5948686 // 5948682Costa Rica: San José Barrio La Guaria de Moravia. De la entrada principal del Club La Guaria 200 oeste y 75 sur

Tel. (506) 235 54 10// Fax (506) 235 96 67Ecuador: Quito Urbanización Campo Alegre

Calle Picaflor 903 y PlateroTel. (593 2) 225 88 40 //Fax (593 2) 244 25 85

España:Madrid Calle Cinca, 17 CP 28002 Tel: 91 563 7632Estados Unidos:

Houston: 12126 Attlee., Dr. TX 77077Tel. (281) 597 81 78 // Fax (281) 597 81 90

Miami: 10903 SW, 114 Street, Miami, FL 33176 Tel. (305) 378 45 99 // Fax: (305) 378 4076

Los Angeles: 805 Novelda RdAlhambra, CA, 91801 Tel. (626) 458 33 24El Salvador: San Salvador Calle 2 Casa 33

Lomas de S. Francisco Tel. 502 55 75Guatemala: Ciudad de Guatemala 15ª Av., nº 17-29

Zona 10 Tel. (502) 368 00 61 // 367 69 67 Honduras: Comayagua Apartado de Correos 353 Tel. (504) 772 46 51

México: Bosques de Framboyanes 420, Bosques de Las Lomas México D. F. Tel. (52 55) 52 45 8411

Nicaragua: Managua Del restaurante La Maseillaise media cuadra al Este Reparto Los Robles Tel: 277-0110

Paraguay: Asunción Capitán Cañizá, 1123 Seminario Tel. (595 21) 21 34 87

Perú: Lima La Niña 272 Chacarilla del Estanque Surco - 33 Tel. (51 1) 372 25 40 // Fax (51 1) 372 71 04

Rep. Dominicana: Santo Domingo Lorenzo Despradel nº 59 La Castellana Tel. (1 809) 227 72 65

Uruguay: Montevideo, Javier de Viana, 2384 Tel. (598-2) 413-4134 Fax (598-2) 419-8256

Los artículos de esta revista podrán ser reproducidos, indicando su fuente y enviando una copia a la redacción. El contenido de los artículos es responsabilidad de los respectivos autores.

Los primeros 26 cooperadores de los Heraldos del Evangelio de Mozambique, hicieron la consagración a la Virgen,

en Maputo, el día 15 de agosto (pp. 26-27)

Cristo Rey, imagen venerada en

la Basílica del Sagrado Corazón

de Jesús en Valladolid,

España (Foto: Sergio

Hollmann)

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4 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

ESCRIBEN LOS LECTORESESCRIBEN LOS LECTORES

ALEGRÍA DE RECIBIR LA REVISTA

Me siento bendecida de haber conocido cada vez más de su mara-villoso apostolado, cada revista pa-ra mí es una enorme alegría, por la difusión al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María.

Cada artículo eleva mi espíritu y el conocimiento de la espirituali-dad cristiana. Es la mejor vitamina, fortalece a todos los que tenemos la suerte de recibír este hermo-so ejemplar, ruego al altísimo que nunca les falten los medios para darnos tantas alegrías.

Cuando llevo la revista a algunas señoras, no se cansan de agradecer y cuando veo que tantos jovenes se han incorporado al apostolado de los Heraldos del Evangelio solo puedo decirles, que Jesús y la San-tísima Virgen los bendiga a todos.

Herminia Torres GarcíaOsorno, X región – Chile

BUSCAR LOS NÚMEROS ATRASADOS

Acuso recibo de la revista “He-raldos” número 13, la primera que me llega. Estoy impresionado con el despliegue de ilustraciones, de artículos, de detalles hermosos, de conocimiento y de espíritu de fe. Me cuesta parar de leer. ¡Felicidades!

Ahora me interesa recibir los nú-meros anteriores, porque no quiero perderme ninguno.

Esteban OssandónVía e-mail

UNA VENTANA AL CIELO

Me gustó mucho la orientación de la revista, en especial las foto-grafías, que son muy lindas. Las

lecturas son de gran claridad y en todo veo sabiduría. Me fascina la vida de nuestros santos.

Cuando leo la revista me sumer-jo y vivo con intensidad estas ma-ravillas que contempla el corazón. Todo me parece perfecto: son las riquezas de Dios, y todo se ajusta a su voluntad. Son como sueños que envuelven a los lectores y que nos hacen muy felices porque traen paz y buen consejo.

Esta revista es una santa ventana para asomarse a Dios.

Lourdes María GuardaVía e-mail

SÚPER AUTÉNTICA EN SU LENGUAJE Y FOTOGRAFÍAS

Jamás vi en toda mi vida una revista como la de ustedes. ¡Súper auténtica en su lenguaje y sus fotos! Les deseo una rápida expansión en todos los lugares del mundo donde ahora están presentes.

María Pinto, Botucatú, Brasil.

VERDADERA CATEQUESIS

No necesito repetir los elogios que el resto de los lectores son uná-nimes en reconocer. Esta revista tan bonita es una verdadera cate-quesis por las enseñanzas que hace llegar a nuestras manos. De parte mía me dedico a compartirla con los demás, incorporándola a mi la-bor de catequesis. Y gracias a ella enriquecí mis conocimientos.

Valeria C., Niteroi – Brasil.

UNA LECTORA DE FRANCIA

Es con mucho placer que escribo a respecto de la revista, que recibo desde noviembre. No me gustaba leer, pero ahora espero con ansias el

día en que debe llegar. Es algo que no tiene explicación. Sólo cuando alguien la recibe puede saberlo.

Carminda Pereira SoaresSt. Martin Le Vinoux – Grenoble,

Francia

CON SÓLO VER EL SOBRE YA ME DA ALEGRÍA

Muy linda e interesante la histo-ria de Santa Teresita del Niño Jesús. Además de poética, trae enseñanzas muy fáciles de ser puestas en prác-tica en el día a día. Fue el primer artículo que quise leer. Entendido y practicado, nos trerá la felicidad.

Todos los meses espero esta ma-ravillosa revista. Con sólo ver el sobre ya me da alegría. Y quedo mucho más feliz cuando lo abro y contemplo las lindísimas imagenes de la portada, con textos tan boni-tos respecto al asunto estampado.

María Ignes – São Paulo, Brasil.

VIVO ESAS MARAVILLAS

Vuestra obra es sublime, y vues-tra revista hace meditar en todo cuanto es bello.

Me gusta mucho el modo como ella está orientada, en especial, la par-te fotográfica, que son muy bonitas.

Las lecturas son de una clareza extrema y en todo hay sabiduría. Me fascina la vida de los santos.

Al leer la revista, vivo con inten-sidad las maravillas que el corazón contempla. Son sueños que envuel-ven a los lectores y que nos hacen muy felices por esta obra tan grande. Es la paz y el buen consejo que llegan a cada uno de nosotros para fortale-cer e iluminar nuestras almas.

María de Lurdes, Val Verde – Portugal

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 5

EditorialEditorial

V

REY

DE

REYES

ivían los hebreos bajo la protección del Señor, que los orientaba a tra-vés de sus profetas. Era la única nación que gozaba de un régimen teo-crático. Con esa forma de gobierno habían abandonado la esclavitud egipcia, caminado por el desierto entre milagros durante cuarenta años y llegado por fin a establecerse en la tierra donde manaba leche y miel.

Pese a haber probado la amargura de los castigos por no cumplir sus promesas, las intervenciones de Dios definían su historia, liberándolos de sus sucesivos opresores y consagrándolos como el pueblo elegido.

Sin embargo, su glorioso pasado no bastó para hacerlos creer en el poder de Dios, menos aún en su amor, ni para evitar que desearan ser como los demás pueblos: “Nom-bra un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones” (1 Sm 8, 5).

El mimetismo puede engendrar buenos frutos si lo mueve el amor a Dios; pero si hunde sus raíces en la comparación, la envidia o la inseguridad por falta de fe, como sucedió a los hebreos, las desastrosas consecuencias son incalculables. La primera con-siste en dar las espaldas al propio Dios: “No es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que Yo no reine sobre ellos” (1 Sm 8, 7). Y a pesar de haber oído de labios del profeta la letanía de inferioridades del régimen monárquico con relación al teocrático, “el pueblo desoyó a Samuel y dijeron: No, no; que haya sobre nosotros un rey, y así seremos como las otras naciones” (1 Sm 8, 19-20).

Es insondable la misericordia divina. Pasaron los siglos y Dios atendió pródigamen-te los anhelos del pueblo elegido: les dio, más que un gran rey, al “Rey de los reyes, Se-ñor de los señores” (1 Tm 6, 15), y no sólo a ellos sino a toda la humanidad. Concentró en un mismo Hombre la realeza, el “mesianismo”, el profetismo, el sacerdocio, ofre-ciéndoles un reino eterno e infinitamente superior a cualquier otro de este mundo.

¡Nuevo rechazo! Pero Él, que resucita de entre los muertos “como primicias de los que duermen” (1 Cor 15, 20), nos ofrece la Resurrección: “Y como en Adán hemos muerto todos, asimismo en Cristo somos todos vivificados” (ídem, 22).

También la maldad humana es insondable. He ahí la gran infidelidad de todas las naciones de nuestra era, que rechazan a Cristo para aferrarse a los deleites perecede-ros y fugaces, en un ajado y desabrido mimetismo hacia un mundo decrépito, malo-grado y falto de autenticidad. Quizá en las solemnidades de la magna fiesta de Cristo Rey, celebrada en el curso de este Año Eucarístico, Jesús Hostia –presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de modo tan real como cuando estaba en Israel– pueda oír nuestro clamor: “Jesús, hijo de David, ten piedad de nosotros”. Y al atendernos, nos traiga la verdadera paz que hoy necesitamos.

Tanto más cuando, al ser “verdaderamente ‘Rey del Universo’, Él todo lo gobierna y todo lo renueva para poder, al fin, ‘entregar’ el mundo al Padre, ‘para que Dios sea todo en todos’ (1 Cor 15, 28). (…) Aplíquense para que su realeza se manifieste en el esfuerzo de ustedes por vivir las realidades del mundo, transfigurándolas con el amor y la alabanza de Jesús” (Discurso de S.S. Juan Pablo II a los peregrinos, 25/11/2000).

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João Scognamiglio Clá DiasPresidente General

CRISTO REY

6 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

COMENTARIO AL EVANGELIO

Por derecho de herencia y de conquista, Cristo reina con autoridad absoluta sobre todas las criaturas. No obstante, su modo de gobernar no es como el del mundo.

35El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo si es el Mesías de Dios, el Elegido!». 36También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, 37le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». 38Sobre su cabeza había una inscrip-ción: «Este es el rey de los judíos».39Uno de los malhechores crucificados lo in-sultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sál-

vate, pues, a ti mismo y a nosotros». 40Pero el otro, tomando la palabra, lo reprendía dicien-do: «¿Ni siquiera temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? 41En nosotros se cum-ple la justicia, pues recibimos el digno castigo de nuestras obras; pero éste nada malo ha he-cho». 42Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». 43Él le respondió: «En ver-dad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23, 35-43)

DE LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

I – REY EN EL TIEMPO Y EN LA ETERNIDAD

Al oír este Evangelio de Pasión, surge de inmediato cierta perplejidad en nuestro interior: ¿por qué la Litur-gia habrá elegido un texto todo hecho de humillación, blasfemia y dolor, para

celebrar una fiesta tan grandiosa como la de Cristo Rey?

Tanto más cuando, en extremado contraste a ese trecho de San Lucas, la segunda lectura de hoy nos presenta a Jesucristo como “la Imagen del Dios in-visible, el Primogénito de toda la crea-

ción (…) porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud” (Col 1, 15 y 19). ¿Cómo conciliar dos textos a pri-mera vista tan contradictorios?

Para comprender mejor la parado-ja, hay que distinguir entre el Reina-do de Cristo en esta tierra y el ejercido

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 7

por Él en la eternidad. En el Cielo, su reino es de gloria y soberanía. Aquí, en el tiempo, es misterioso, humilde y po-co aparente, pues Jesús no quiere ha-cer uso ostensivo del poder absoluto que tiene sobre todas las cosas: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tie-rra” (Mt 28, 18).

Pese a que las exterioridades nos dejen una impresión engañosa, Él es el Señor Supremo de los mares y de los desiertos, de las plantas, de los ani-males, de los hombres, de los ángeles, de todos los seres creados y hasta de los creables. Sin embargo, ante Pilatos asevera: “Mi Reino no es de este mun-do” (Jn 18, 36), porque no quiere ma-nifestar su imperio con todas sus pro-porciones, salvo en el Juicio Final.

Así, mientras el Evangelio nos habla de su reinado terreno, la Epístola pro-clama el triunfo de su gloria eterna. En el tiempo lo vemos exangüe, clavado en la cruz entre dos ladrones, injuria-do por los príncipes de los sacerdotes y por el pueblo, insultado por los solda-dos y objeto de las blasfemias del mal ladrón. La Liturgia exige un esfuerzo para creer en la grandiosidad del Rei-no de Jesús, más allá del fracaso y la humillación.

Por otra parte, sería erróneo pensar que Él no debe reinar aquí en la tierra. Para comprender bien hasta qué punto Cristo es Rey, es preciso diferenciar su modo de gobernar con el del mundo.

Cuando el gobierno humano es ateo, basa su fuerza en las armas, el di-nero y los hombres; tiene como fina-lidad grandes conquistas territoriales, perdurar largamente y alcanzar la fe-licidad terrena. Pero el tiempo siem-pre demuestra cuán ilusorios y hasta embusteros son estos semejantes pro-pósitos. En algún momento las armas caen al piso o se vuelven contra el pro-pio gobernante; el dinero será a veces un buen vasallo pero siempre un mal señor; los hombres, sin gracia que los asista, no son de fiar.

Napoleón Bonaparte es un buen ejemplo de ese vacío engañador en que se fundan los imperios de este mundo. Basta imaginárselo proclamando su fracaso de lo alto de un peñón en la is-

la Santa Elena, durante el penoso exi-lio al que se vio reducido. En síntesis, la plenitud de la felicidad de un gober-nador terreno es un sueño irrealizable; y aunque fuera posible, cabría la fra-se del Evangelio: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (Mc 8, 36).

del mundo. Los regirás con cetro de hie-rro” (Sl 2, 7-9).

Rey por derecho de herencia

Él es el unigénito Hijo de Dios, que lo constituyó como heredero universal, recibiendo poder sobre toda la crea-ción el mismo día en que fue engen-drado (1).

Rey por ser Hombre-Dios

Por otro lado, Jesucristo es Dios, y en tal condición, lo hizo todo, como Creador de las cosas visibles e invisi-bles. Señor absoluto de toda existen-cia, del Cielo, de la tierra, del sol, de las estrellas, de las tempestades, y de las bonanzas. Su poder es capaz de cal-mar las más terribles ferocidades de los animales bravíos y las borrascas de los mares agitados. Los acontecimientos, las fuerzas físicas y morales, la guerra y la paz, la pobreza y la abundancia, la humillación y la gloria, el revés y el éxi-to, las pestes, los flagelos, la enferme-dad y la salud, la muerte y la vida, to-do está a disposición de un simple ac-to de su voluntad. Es un gobierno in-comparable, superior a cualquier ima-ginación y del que nada ni nadie podrá sustraerse.

El título de Rey le cabe más apropia-damente que a las otras dos Personas de

¿Por qué la Liturgia habrá escogido un texto lleno

de humillación, blasfemia y dolor?

II – LA REALEZA ABSOLUTA DE CRISTO

La realeza de Cristo es muy distin-ta. Es Rey del Universo y, de mane-ra muy especial, de nuestros corazo-nes. Posee una autoridad absoluta so-bre todas las criaturas y ya mucho an-tes de su Encarnación, cuando se ha-llaba en el seno del Padre Eterno, oyó estas palabras:

“Tú eres mi hijo, yo te he engendra-do hoy. Pídemelo, y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines

El gobierno humano, cuando es ateo, encuentra su fuerza en las armas, en el dinero y en los hombres

(cuadro al óleo de Benigne Gagneraux, Museo Dijon, Francia)

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8 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

la Santísima Trinidad por ser el Hom-bre-Dios, según comenta San Agustín: “A pesar que el Hijo es Dios y el Padre es Dios y no son más que un solo Dios, y si le preguntáramos al Espíritu Santo res-pondería que también lo es…, aun así, las Sagradas Escrituras acostumbran lla-mar rey al Hijo” (2).

De hecho, el título real aplicado al Padre se usa de forma alegórica para señalar su dominio supremo. Y si que-remos atribuirlo al Espíritu Santo, fal-tará exactitud jurídica porque se trata de Dios no encarnado, y para ser Rey de los hombres es indispensable ser hombre. Dios no encarnado es Señor, Dios hecho hombre es Rey.

Rey por derecho de conquista

Jesucristo también es nuestro Rey por derecho de conquista, al haber-nos rescatado de la esclavitud a Sa-tanás.

Cuando adquirimos un objeto a costa de nuestro dinero, nos pertene-ce por derecho. Más aún si lo obtu-vimos a través de duras penalidades, por los esfuerzos de nuestro trabajo, y mucho más si se lo consiguió por el al-to precio de nuestra sangre. ¿Y acaso no fuimos comprados por el trabajo, los sufrimientos y la misma muerte de Nuestro Señor Jesucristo? San Pablo lo asevera: “Ustedes han sido compra-dos, ¡y a qué precio!” (1 Cor 6, 20).

Rey por aclamaciónCristo es nuestro Rey por aclama-

ción. Antes que el agua purificadora del Bautismo se derramara en nuestra cabeza, nosotros lo elegimos por bo-ca de nuestros padrinos para ser el re-gente de nuestros corazones y nuestras almas. Con la Confirmación y en ca-da Pascua, renovamos de viva voz esa elección, siempre de modo solemne.

Rey del interior de los hombres y de todas las exterioridades

No hubo ni habrá jamás un solo mo-narca dotado con la capacidad de go-bernar el interior de los hombres, ade-más de saber conducirlos en la armo-nía de sus relaciones sociales, sus em-presas, etc. El único Rey plenísimo de todos los poderes es Cristo Jesús.

Exteriormente, con su insupera-ble y arrebatador ejemplo –junto a sus máximas, revelaciones y consejos–

Él gobierna a los pueblos de todos los tiempos, dejando una profunda hue-lla en la Historia con su vida, pasión, muerte y resurrección. Por medio del Evangelio y sobre todo al erigir la San-ta Iglesia, Maestra infalible de la ver-dad teológica y moral, Jesús perpetúa hasta el fin de los tiempos el inmortal tesoro doctrinal de la fe, orienta, am-para y santifica a todos los que ingre-san a esa magna institución, y parte en busca de las ovejas descarriadas.

Aquí se encuentra el aspecto medu-lar de su gobierno en este mundo: un reino sobrenatural que se realiza esen-cialmente a través de la gracia y de la santidad.

Nuestro Señor Jesucristo, en su condición de “verdadera vida”, es cau-sa de la vitalidad de los tallos. La sa-via que circula en su interior, alimen-tando flores y frutos, tiene su origen en el Unigénito del Padre (Jn 15, 1-8). Él es la Luz del Mundo (Jn 1, 9; 3, 19; 8, 12; 9, 5) para auxiliar y dar vi-da a los que quieran usarla para evitar las tinieblas eternas. Jesús –según la lectura de hoy– “es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuvie-ra primacía en todo, porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restable-ciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1, 18-20).

El reinado de Cristo se establece en nuestro interior por la participa-ción en la vida de Jesucristo. La gra-cia sólo se encuentra en plenitud en el Hombre-Dios, considerada como esencia, virtud, excelencia y extensión de todos sus efectos. Los otros miem-bros del Cuerpo Místico participan en las gracias que tienen su origen en Je-sús, la cabeza que vivifica todo el or-ganismo. Hay alguien que tiene parte en esa misma gracia de manera privi-legiadísima y en grado de plenitud: la Santísima Virgen.

Dado el desorden establecido en nosotros luego del pecado original, aumentado por nuestras faltas ac-tuales, nuestra naturaleza necesita el

El pecado es el principal adversario

contra el reino de paz y armonía

establecido por Cristo

Jesús delante de Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo”

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auxilio sobrenatural para alcanzar la perfección. Sin el soplo de la gracia es imposible aceptar la Ley, obedecer los preceptos morales, no elaborar falsas razones para justificar nuestras malas inclinaciones y conocer, amar y practicar la buena doctrina de forma estable y progresiva. La gracia refre-na nuestras pasiones y las acomoda en los ejes de la santidad, orienta nues-tro espíritu, modera nuestra lengua, aplaca nuestro apetito, purifica nues-tras miradas, gestos y costumbres. A través de la gracia, nuestra alma se convierte en un verdadero trono y, al mismo tiempo, en cetro de Nuestro Señor Jesucristo. En semejante paz y armonía es donde se halla nuestra au-téntica felicidad; y eso es el Reino de Cristo en nuestro interior.

¿Cuál es el principal adversario contra ese Reino de Cristo sobre las almas? ¡El pecado! Por eso mismo, si alguien tiene la desgracia de cometer-lo, no podrá hacer cosa mejor que bus-car un confesionario y declararlo con arrepentimiento para verse libre de la enemistad de Dios. Es im-posible gozar alegría si el aguijón de una culpa ta-ladra la conciencia, por-que así Cristo no reinará en ella; y si no se reconci-lia con Dios aquí en la tie-rra, tampoco reinará con Él en la gloria eterna.

III – LA IGLESIA, MANIFESTACIÓN

SUPREMA DEL REINADO DE CRISTO

El júbilo e incluso la emoción inundan nues-tros corazones al oir es-tas palabras inflamadas de San Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin man-cha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inma-culada” (Ef 5, 25-27).

Pero cuando miramos la Iglesia mi-litante, en la que vivimos hoy, con mu-cho dolor descubrimos imperfecciones –o peor aún, faltas veniales– en los más justos, confiriendo opacidad a la glo-ria que menciona San Pablo. Entre las ardientes llamas del Purgatorio está la

Iglesia padeciente purificándose de sus manchas; y hasta la triunfante posee la-gunas, puesto que con excepción de la Santísima Virgen, las almas de los bien-aventurados se fueron al Cielo dejando sus cuerpos en estado de corrupción en esta tierra, en la que esperan el gran día de la Resurrección.

Por lo tanto, la “Iglesia resplande-ciente, sin mancha ni arruga y sin nin-gún defecto, sino santa e inmaculada”, manifestación suprema de la Realeza de Cristo, aún no llegó a su plenitud.

¿Y cuándo triunfará definitivamen-te Cristo Rey? ¡Sólo después de derro-tar a su último enemigo, es decir, la muerte! Por la desobediencia de Adán, el pecado y la muerte se introdujeron en el mundo. Con su Preciosísima San-gre Redentora, Cristo infunde en las almas su gracia divina y con ello se pro-duce el triunfo sobre el pecado. Pero la muerte será derrotada con la resurrec-ción al final del mundo, según nos en-seña el propio San Pablo:

“Porque es necesario que Cristo rei-ne ‘hasta que ponga a todos los enemi-gos debajo de sus pies’. El último enemi-go que será vencido es la muerte, ya que Dios ‘todo lo sometió bajo sus pies’” (1 Cor. 15, 25-26).

Cristo Rey, por fuerza de la resu-rrección que obrará Él mismo, arre-batará de las garras de la muerte a la humanidad entera, así como también

iluminará a los que pur-gan en las regiones som-brías. Al recobrar sus res-pectivos cuerpos, las al-mas bienaventuradas los harán poseer su gloria, y así los elegidos serán tam-bién otros tantos reyes, llenos de amor y venera-ción al Gran Rey. Se pre-sentará el Hijo del Hom-bre en pompa y majestad al Padre, acompañado de un numeroso séquito de reyes y reinas, llevando escrito en su manto: “Rey de los reyes y Señor de los señores” (Apoc. 19, 16).

Cristo Rey triunfará definitivamente en el fin de los tiempos

cuando derrote a su último enemigo:

¡la muerte!

María también es Reina desde el momento en que engendró a Jesús (vitral de la pro-catedral de Hamilton, Canadá)

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10 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

el madero, despreciado hasta por las blasfemias de un mal ladrón. No re-cordaban ya los portentosos milagros que había obrado, ni siquiera las pa-labras: “¿Piensas que no puedo recu-rrir a mi Padre? Él pondría inmedia-tamente a mi disposición más de do-

ce legiones de ángeles” (Mt. 26, 53). Si fuera cosa de voluntad, en una frac-ción de segundo podría revertir glo-riosamente aquella situación y mani-festar la omnipotencia de su realeza, pero no quiso, tal como en anterio-

IV – SI CRISTO ES REY, MARÍA

ES REINA

Si Cristo es Rey por ser Hombre-Dios y recibió poder sobre toda la Creación en el momento que fue engendrado, se de-duce entonces que la excelsa ceremonia de unción regia que lo elevó al trono de Rey natural de toda la hu-manidad, se realizó en el purísimo claus-tro materno de María Virgen. El Verbo asu-mió de María Santí-sima nuestra huma-nidad, y adquirió así la condición jurídi-ca necesaria para ser llamado Rey con to-da propiedad. En ese mismo acto, también la Virgen pasó a ser Reina. Una sola so-lemnidad nos dio un Rey y una Reina.

V – CONCLUSIÓN

Ahora sí estamos aptos para en-tender y amar a fondo el significado del Evangelio de hoy. La respuesta al pueblo y a los príncipes de los sacer-dotes que hacían escarnio de Jesús: “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo si es el Mesías de Dios, el Ele-gido!” (v.35), así como a los soldados romanos en sus insultos: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!” (v.37), reluce claramente en las pre-misas ya expuestas.

Aquellos hombres, sin fe y des-provistos de amor a Dios, juzgaban los acontecimientos de acuerdo a su egoísmo y por eso tendían a olvidar su propia fragilidad. Ciegos a Dios, de hace mucho lejanos a su primiti-va inocencia, habían perdido la capa-cidad de distinguir la verdadera rea-lidad existente detrás y encima de las apariencias de derrota que revestían al Rey eterno transido de dolor sobre

Jesús podría revertir gloriosamente aquella situación y manifestar la omnipotencia de su realeza, pero no quiso

(altar mayor del Santuario del Buen Jesús de Braga, Portugal)

res ocasiones: “Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él pa-ra hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la mon-taña” (Jn. 6, 15).

Quien sí discernió en su sustancia mis-ma la Realeza de Cris-to fue el buen ladrón, al dejarse llevar por la gracia. Arrepentido hasta el extremo, acep-tó compungido las pe-nas que sufría, y reco-nociendo la inocen-cia de Jesús en lo más profundo de su cora-zón, proclamó los se-cretos de su concien-cia para defenderla de las blasfemias de to-dos: “¿Ni siquiera te-mes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? En nosotros se cumple la justicia, pues recibi-mos el digno castigo de nuestras obras; pero és-te nada malo ha hecho”

(vv.40-41). He ahí la verdadera rec-titud. Primero, humildemente sentir dolor por los pecados cometidos; en-seguida, aceptar con resignación el castigo respectivo; por fin, venciendo el respeto humano, desplegar muy al-to la bandera de Cristo Rey para su-plicar: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (v.42).

Tengamos siempre claro que única-mente los méritos infinitos de la Pa-sión de Cristo y el auxilio de la pode-rosa mediación de la Santísima Vir-gen, nos harán dignos de entrar al Reino.

Siguiendo los pasos de la conver-sión final del buen ladrón, podremos esperar con confianza escuchar un día la voz de Cristo Rey diciéndonos tam-bién: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v.43).

1 ) cf. Hb 1, 2-5.2 ) Enarrat. in Ps. 5 n. 3: PL 37, 83

Por haberse dejado llevar por la gracia,

el buen ladrón discernió en su

sustancia la Realeza de Cristo

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Novembro 2004 · Arautos do Evangelho 11

Aquí está una solución eficaz para todas las crisis actuales: la celebración solemne de la fiesta de Cristo Rey. El Papa Pío XI se expresa al respecto:

Cristo, fuente de la verdadera PazSi los hombres supieran decidirse

a reconocer la autoridad de Cristo en su vida particular y pública, de este ac-to brotarían enseguida los más incom-parables beneficios en toda la huma-nidad: una justa libertad, el orden y el sosiego, la concordia y la paz. (…)

Si los príncipes y gobiernos legítima-mente constituidos se persuadieran que rigen menos en nombre propio que en nombre y lugar del Rey Divino, es ma-nifiesto que usarían su poder con toda la prudencia y la sabiduría posibles. Al legislar y al aplicar las leyes, ¡cómo ha-brían de atender el bien común y la dig-nidad humana de sus súbditos! Enton-ces florecería el orden, entonces vería-mos difundirse y afirmarse la tranquili-dad y la paz. (…)

¡Oh, qué ventura no podríamos go-zar, si los individuos y las familias, si la sociedad se dejara regir por Cris-to! “Entonces finalmente –para citar las palabras que hace 25 años Nues-tro Predecesor León XIII dirigía a los obispos del mundo entero– sería posi-ble sanar tantas heridas; el derecho re-cobraría su antiguo brío, su prestigio de otros tiempos; volvería la paz con todos sus encantos y caerían de las manos las armas y espadas, cuando todos de buen grado aceptaran el imperio de Cristo, lo obedecieran, y toda lengua proclamara que Nuestro Señor Jesucristo está en la

gloria de Dios Padre” (Enc. Annum Sa-crum). (…)

Las festividades, más eficaces que los documentos

A fin de que la sociedad cristia-na goce ampliamente de tan preciosas ventajas y las conserve para siempre, es menester que, tanto cuanto sea po-sible, se divulgue el conocimiento de la dignidad real de Nuestro Salvador. Y nada puede conseguir mejor este re-sultado, por lo que Nos parece, que instituir una fiesta propia y especial en honra de Cristo Rey.

En efecto, para instruir al pueblo en las verdades de la fe y llevarlo así a las alegrías de la vida eterna, más efica-ces que los documentos del Magisterio eclesiástico son las festividades anuales de los sagrados misterios. De hecho, los documentos del Magisterio solamente llegan a un reducido número de espíri-tus más cultos, al paso que las fiestas al-canzan e instruyen a la universalidad de los fieles. Por así decir, los primeros ha-blan una sola vez, las segundas hablan sin intermitencia año tras año; los pri-meros se dirigen sobre todo al enten-dimiento; las segundas no sólo influ-yen en la inteligencia, sino también en el corazón, es decir, en el hombre com-pleto, que al estar compuesto de cuerpo y alma necesita los alicientes exteriores de las festividades para que, mediante la variedad y la belleza de los sagrados ritos, reciba en su ánimo la divina doc-trina, y transformándola en sustancia y sangre, saque de ella nuevos progresos en su vida espiritual.

Además, la Historia misma nos en-seña que estas festividades litúrgicas fueron introducidas una a continuación de la otra en el decurso de los siglos pa-ra responder a las necesidades o ven-tajas espirituales del pueblo cristiano. Fueron constituyéndose para fortalecer los ánimos en presencia de algún ene-migo común, para prevenir los espíritus contra las artimañas de la herejía, para mover e inflamar los corazones a cele-brar con la más ardiente piedad algún misterio de nuestra fe o algún benefi-cio de la divina gracia. (…) Así sucedió con la fiesta de Corpus Christi, institui-da cuando se enfriaba la reverencia y el culto al Santísimo Sacramento.

Institución de la fiesta

La fiesta de “Cristo Rey”, anual de aquí en adelante, nos da la más viva es-peranza de acelerar el tan ansiado re-torno de la humanidad a su Salvador amantísimo. (…) Una fiesta anualmen-te celebrada por todos los pueblos en homenaje a Cristo Rey, será sobrema-nera eficaz para condenar y resarcir de algún modo esta apostasía pública. (…)

Por lo tanto, en virtud de Nuestra autoridad apostólica, instituimos la fies-ta de “Nuestro Señor Jesucristo Rey”, mandando que sea celebrada cada año en el mundo entero, el último domingo de octubre (…) porque, de cierto mo-do, en dicho mes culmina el ciclo del año litúrgico. De esta suerte, los miste-rios de la vida de Jesucristo, conmemo-rados en el transcurso del año que fina-liza, tendrán en la solemnidad de “Cris-to Rey” como su término y corona.

¡Él puede traernos la paz!

Cristo Rey, catedral de Hamilton, Canadá

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Guy de Ridder

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Leer o no leer, he ahí el dilema

TENDENCIAS

Muchos no saben lo que se están perdiendo, porque no lo han probado. Pero quien haya descubierto el placer de la lectura siempre va a interesarse por un buen libro.

eer involucra “el placer de despegarse del mun-do”, declaraba a la agen-cia Deutsche Welle el Dr. Thomas Anz, profesor

de Psicología en la Universidad de Mar-burg, Alemania, y autor de un libro so-bre la lectura.

Más aún, podríamos añadir que el hábito de leer ennoblece nuestro espí-ritu y nos encumbra a panoramas cul-turales más universales.

La lectura es también el descubri-miento de afinidades intelectuales. “Es como el placer de jugar, pero en este ca-so se expresa a través de la relación que el lector establece con el autor”, dice el Prof. Anz.

Sin embargo, ¿por qué la gente lee tan poco si es tan placentero? Responde el psicólogo: “Tal como los juegos, la lec-tura necesita práctica. Muchos desisten en la fase de entrenamiento y no adquieren el verdadero placer que proporciona”.

Aquí van entonces unos consejos para quien atraviese la “fase de entre-namiento”: empiece por temas que le interesen bastante, y no se preocupe con leer página por página. Si un tre-cho resulta muy árido, siga de largo. Imite al colibrí, que de cada flor sólo saca lo que le apetece. Lo importan-te es lanzarse al agua… Pronto, muy pronto, llegará el gusto por los grandes panoramas intelectuales, más atracti-vos que muchos viajes turísticos.

La lectura de un libro es un turismo que no se hace con las piernas sino con el espíritu.

El hábito de lectura implica tam-bién un abandono temporal de los problemas cotidianos. Cierto conoci-do mío, gran intelectual y hombre de acción, tenía la costumbre de leer al-gún libro de Historia antes de dormir, para así “descansar la mente de la vul-garidad de la vida diaria”. Daba un pa-seo por otros pueblos, otras costum-bres, otras concepciones de la vida.

Lectura y conversación

Se decía en otras épocas que un día sin leer era lo mismo que dos días sin temas de conversación.

Este es otro asunto muy actual: ¿de qué se conversa hoy? ¿Existe la conver-sación familiar? El que lee, habitual-

mente tiene algo interesante que con-tar. En su mente residen hechos dignos de nota, gestos que le dieron celebridad a grandes hombres o frases llenas de in-genio que nunca pierden actualidad.

El que posee hábito de lectura goza de otra gran ventaja: ortografía. La di-ficultad que causa esta materia a tan-tos jóvenes –y a otros que no lo son tanto…– es consecuencia de la absor-ción que hoy produce la TV. Muchas veces saben el significado correcto de la palabra y la emplean adecuadamen-te, pero desconocen su grafía porque la han oído centenares de veces, y leí-do en muy pocas oportunidades.

Por fin, vale la pena resaltar cuánto ayuda la lectura a enriquecer el voca-bulario. Como éste se encuentra redu-cido hoy a su mínima expresión, a mu-chas personas les cuesta transmitir sus pensamientos o sentimientos; lo que genera a su vez inseguridad y males-tar. Así como la abundancia de tintes proporciona al pintor la posibilidad de dar a su obra la tonalidad que desea, la variedad de palabras con sentidos se-mejantes, pero cada uno con su propio matiz, provee al orador el instrumento adecuado para expresar lo que quiere.

Cuán saludable sería que nues-tras escuelas estimularan los ejerci-cios de descripción, de narración y de redacción, que antes se practicaban desde los primeros años de enseñan-za. Tendríamos niños intelectualmen-te más desenvueltos, más seguros de sí, y por lo mismo más alegres y jovia-les..

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Año de la Eucaristía

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 13

LA VOZ DEL PAPA

El Papa Juan Pablo II inauguró el Año Eucarístico en la Basílica de San Pedro, profiriendo ardorosas palabras que culminaron así: “¡Quédate con nosotros, Señor! Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, guía nuestros pasos por la senda del bien”.

na solemne misa cele-brada el 10 de octubre por el Cardenal Ánge-lo Sodano en la Basílica de San Pedro –seguida

por la Bendición con el Santísimo Sacra-mento– marcó el comienzo del Año de la Eucaristía. Al finalizar, Juan Pablo II pro-nunció el discurso inaugural de estos do-ce meses de gracias especiales, el que fue emitido en vivo para Guadalajara (Méxi-co) donde el Cardenal Jozef Tomko, Le-gado Pontificio, presidía la jornada de apertura del 48° Congreso Eucarístico In-ternacional, el primero del milenio.

Oración del Papa a Jesús Sacramentado

Su Santidad concluyó el grandioso acto con esta conmovedora oración:

¡Quédate con nosotros, Señor! ¡Qué-date con nosotros! Amén.

Congreso Eucarístico Internacional

La participación de los católicos mexicanos en el Congreso Eucarístico de Guadalajara –realizado entre el 10 y el 17 de octubre– superó todas las ex-pectativas, no sólo en términos de can-tidad, sino sobre todo en lo referente a fervor y entusiasmo: un millón y me-dio de personas participaron en la pro-cesión del Santísimo Sacramento por el centro de Ciudad de México, el día 14; y cerca de cuatro millones de fieles aclamaron con ardor a Jesús Sacramen-tado, la Virgen María y el Papa con mo-tivo de la peregrinación a la Basílica de la Virgen de Zapopan, el martes 12.

Mane nobiscum, Domine! Como los dos discípulos del Evangelio, te implora-mos Señor Jesús: ¡quédate con nosotros!

Tú, Divino Caminante, conocedor de nuestros caminos y de nuestros corazo-nes, no nos dejes prisioneros en las som-bras de la noche.

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, guía nuestros pasos por la senda del bien. Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendi-ce a los sacerdotes y a las personas consa-gradas. Bendice a toda la humanidad.

En la Eucaristía te convertiste en “re-medio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a ca-minar en esta tierra como peregrinos se-guros y alegres, mirando siempre la meta de la vida sin fin.

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Belleza y santidad de vida

14 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

Comentando el salmo 44, el Santo Padre nos invita a encontrar la “senda de la belleza” en un mundo caracterizado por “la fealdad y la descortesía”.

l llegar aquí, quisiéramos subrayar dos elemen-tos. Ante todo, la belleza del esposo, signo de un esplendor interior y de la bendición divina: “Eres el más bello de los hombres” (v. 3). Precisa-mente apoyándose en este versículo la tradición

cristiana representó a Cristo con forma de hombre perfec-to y fascinante. En un mundo caracterizado a menudo por la fealdad y la descortesía, esta imagen es una invitación a reencontrar la via pulchritudinis en la fe, en la teología y en la vida social para ascender a la belleza divina.

Sin embargo, la belleza no es un fin en sí misma. La segunda nota que quisiéramos proponer se refiere pre-cisamente al encuentro entre la belleza y la justicia. En efecto, el soberano “cabalga victorioso por la verdad y la justicia” (v. 5); “ama la justicia y odia la impiedad” (v. 8),

y su cetro es “cetro de rectitud” (v. 7). La belleza debe conjugarse con la bondad y la santidad de vida, de mo-do que haga resplandecer en el mundo el rostro lumino-so de Dios bueno, admirable y justo.

(Audiencia General, 29/9/2004)

* * *Es notable la insistencia con que el salmista exalta a la

mujer: está “llena de esplendor” (v. 14), y esa magnificen-cia se manifiesta en su vestido nupcial, recamado en oro y enriquecido con preciosos brocados (cf. vv. 14-15). La Biblia ama la belleza como reflejo del esplendor de Dios mismo; incluso los vestidos pueden ser signo de una luz interior resplandeciente, del candor del alma.

(Audiencia General, 6/10/2004)

A tan magnífico evento comparecieron 35 cardena-les, 250 obispos y más de mil sacerdotes, además de pere-grinos de 87 países, para pre-sentar a Jesús Sacramentado sus actos de adoración y sus propósitos de intensificar la acción evangelizadora.

En este sentido, cabe des-tacar la afirmación del Car-denal Mons. Claudio Hu-mees, Arzobispo de São Pau-lo, en su homilía del día 11: “Este Congreso Eucarístico será el vigor del Espíritu San-to para la misión. Queremos salir de este encuentro renova-dos, para hacer misión en este nuevo milenio”.

Nueva Carta Apostólica

En razón del Año de la Eucaristía, el Papa Juan Pa-

El Cardenal Francis Arinze, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, presentando la Carta Apostólica en la Sala de

Prensa de la Santa Sede.

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“OExhortación a rezar el rosario

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 15

s invito a rezar esta hermosa oración” – dijo el Santo Padre al finalizar la Misa celebrada en la Plaza de San Pedro el 3 de octubre. Los cinco nuevos bienaventurados que ese día eran elevados a la gloria de los altares, fueron indicados a los fie-les presentes como modelos en la práctica de esta devoción.

Y cuando saludó a los peregrinos argentinos mencionó expresamen-te el ejemplo de la beata Ludovica de Angelis, misionera en ese país, la que, acentuó, “siempre tenía el rosario en las manos”.

En la Audiencia General del miércoles 6, el Santo Padre reiteró la invitación: “Hagan del rosario su oración de cada día”.

Mons. Domenico Sorrentino, Secretario de la Congregación para el Culto Divino, se hizo eco de las exhortaciones del Sumo Pontífice en una entrevista para Radio Vaticano al domingo siguiente, 10 de octubre. Lue-go de subrayar el carácter altamente contemplativo del rosario, el Prela-do ofreció su testimonio personal: “He visto milagros en torno a esta devo-ción, personas que encontraron en ella motivos de conversión”.

Después de dar una breve reseña de la forma en que surgió y se exten-dió al mundo entero, Mons. Sorrentino señaló también que en la Carta Apostólica “El Rosario de la Virgen María”, Juan Pablo II dio a la plega-ria un enfoque preciso, “centrando mejor su carácter cristocéntrico y bíbli-co”, agregándole los Misterios Luminosos.

blo II publicó la Carta Apostólica “Quédate Señor con nosotros”, fecha-da el 7 de octubre, fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y de la cual desta-camos algunos trechos:

Siguiendo la enseñanza de los Pa-dres, de los Concilios Ecuménicos y también de mis Predecesores, he invita-do a la Iglesia a reflexionar sobre la Eu-caristía. (…)En esta Carta Apostólica me propongo subrayar la continuidad de dicha trayectoria, para que sea más fá-cil a todos comprender su alcance espi-ritual. (…)

¡Gran misterio, la Eucaristía!Misterio que ante todo debe ser ce-

lebrado bien. Es necesario que la San-ta Misa sea el centro de la vida cristia-na y que en cada comunidad se haga lo posible por celebrarla decorosamen-te, según las normas establecidas, con la participación del pueblo, la colabo-ración de los diversos ministros en el ejercicio de las funciones previstas pa-

ra ellos, y cuidando también el aspec-to sacro que debe caracterizar la músi-ca litúrgica. (…)

Hace falta, en concreto, fomen-tar, tanto en la celebración de la Mi-sa como en el culto eucarístico fue-ra de ella, la conciencia viva de la pre-sencia real de Cristo, tratando de tes-timoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse. A este respec-to, las normas recuerdan –y yo mismo lo he recordado recientemente– el re-lieve que se debe dar a los momentos de silencio, tanto en la celebración co-mo en la adoración eucarística. En una palabra, es necesario que la manera de tratar la Eucaristía por parte de los mi-nistros y de los fieles exprese el máxi-mo respeto. La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, ca-paces de estar largo tiempo como es-

cuchando su voz y sintiendo los lati-dos de su corazón. «¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!» (Sal 33 [34],9).

La adoración eucarística fuera de la Misa debe ser durante este año un obje-tivo especial para las comunidades reli-giosas y parroquiales. Postrémonos lar-go rato ante Jesús presente en la Euca-ristía, reparando con nuestra fe y nues-tro amor los descuidos, los olvidos e in-cluso los ultrajes que nuestro Salva-dor padece en tantas partes del mun-do. Profundicemos nuestra contempla-ción personal y comunitaria en la ado-ración, con la ayuda de reflexiones y plegarias centradas siempre en la Pala-bra de Dios y en la experiencia de tan-tos místicos antiguos y recientes. El Ro-sario mismo, considerado en su senti-do profundo, bíblico y cristocéntrico (…) puede ser una ayuda adecuada pa-ra la contemplación eucarística, hecha según la escuela de María y en su com-pañía.

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Los más modernos métodos al servicio

de la fe

Karin Yamasaki

16 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

MISIÓN “SALVADME REINA DE FÁTIMA, POR LA GRACIA DE JESÚS”

Una inmensa obra misionera enciende de nuevo la Fe y la Esperanza en el alma de millones de personas, mientras gracias torrenciales demuestran que la Virgen está más cerca que nunca de cada uno. Hoy presenciamos un verdadero canto nuevo de María en la Historia.

nalice, lector, la si-guiente carta; contie-ne algo distinto, anun-cio de una llama nue-va de fervor católico:

“¡Gracias, mil veces gracias!Soy testigo vivo de las maravillas de Ma-

ría desde que su primer mensaje llegó a mi casa. Yo era evangélica y me había alejado de todo hace casi 40 años. Ni siquiera sa-bía rezar el Avemaría. De ustedes recibí el librito con el rosario. Hoy ya lo rezo com-pleto. En las pruebas de mi vida, el rosa-rio me calma e ilumina mi mente. Cuando más siento la prueba, de ahí siempre viene un mensaje, que me emociona cada vez.” (María Aparecida, São Paulo, Brasil)

¿De quién recibió los mensajes de aliento, el librito y el rosario?

Pequeñas muestras

El testimonio de la Sra. María Apa-recida y todos los que siguen no son si-no minúsculas muestras de otros tan-tos miles, guardados en nuestros archi-vos y conmovedores por igual.

Por ejemplo esta manifestación de alivio y júbilo proveniente del extremo norte de Brasil:

“Le escribo con mucha alegría para decirle que hice lo que me aconsejó: me confesé, y al recibir el perdón de mis pe-cados me sentí aliviado. Después de va-rios años pude recibir nuevamente la Sa-grada Eucaristía. Me quedé muy feliz con el rosario recibido y con el librito. Si-go rezando y mi vida ha sido solamente de bendiciones. Ahora que estoy firme en mi fe puedo darme cuenta de cuánto me equivoqué al dejar la Iglesia Católica por otra religión. ¡Hoy siento todo lo que me ama la Santísima Virgen!” (Sebastián, Macapá)

¿Quién le dio a don Sebastián el sa-ludable consejo de confesarse y le hizo llegar un rosario y un libro?

Utilizando los más modernos métodos

La mies es grande y los obreros po-cos, dijo el Divino Maestro. ¡Y en Bra-sil es gigantesca!

En sus Directrices Generales de la Acción Evangelizadora (Doc. 61) la Conferencia Episcopal brasileña (CNBB) afirma que los católicos no practicantes constituyen por lo menos el 50% de la población adulta del país.

¿Dónde hallar misioneros para visi-tar a tanta gente? ¿Cómo entrar a esos edificios llamados “ciudades vertica-les”? ¿De qué forma traspasar los rí-gidos sistemas de seguridad de los con-dominios cerrados? Sobre todo, ¿con qué medios recorrer la vastedad conti-nental de esta nación?

La CNBB lanzó un desafío a los após-toles laicos: “Con renovado fervor y ac-tualizada metodología, movilizar muchos más recursos humanos y materiales al ser-vicio de la evangelización” (Doc. 61).

¡Renovado fervor y actualizada me-todología!

Esa es la solución que encontró la Asociación Cultural Nuestra Seño-ra de Fátima en colaboración con los Heraldos del Evangelio, en su decisión de acoger con solicitud filial el llama-miento de los obispos.

Esa gran obra de evangelización se hace por el sistema de correo direc-to, a través del cual son alcanzables los rincones más distantes del país.

Decenas de miles de brasileños de-sarrollan esa obra colectiva de evange-lización que se llama Salvadme Reina de Fátima, por la gracia de Jesús.

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Los más modernos métodos al servicio

de la fe

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 17

Sabedores de que Dios quiere su co-operación y movidos exclusivamente por el fervor apostólico, dedican todo el tiempo disponible a ese trabajo en la in-mensa Viña del Señor llamada Brasil.

Por el servicio de correo directo, los carteros llevan a los hogares brasile-ños el anuncio de Cristo. Y muchas ve-ces son recibidos como mensajeros del Cielo… como coincide la Sra. Jandira, de Nueva Iguaçu (Rio de Janeiro):

“Me emociona cuando el cartero to-ca dos veces el timbre de mi casa. Ya sé lo que es, corro, abro la reja y él me en-trega esos sobres tan sagrados. Ni siquie-ra espero entrar a la casa, sino que em-piezo a leer enseguida, ansiosa de ver lo que hay adentro. Mis lágrimas corren y la emoción me domina.”

Una obra evangelizadora fuera de lo común

Decenas de miles de rosarios, me-dallas, adhesivos, boletines informati-vos, folletos, afiches, discos, calenda-

rios y objetos de piedad son remitidos por vía postal o distribuidos en las ca-lles, de forma gratuita, por la campaña Salvadme, Reina de Fátima.

¿Quién financia esos gastos? Sobre este asunto hay muchas historias que contar. Pocas serán tan conmovedoras como la de la Sra. María Nazaré, de la ciudad de Santa Luzia:

“Soy del campo, trabajo quebrando cocos a 0,25 reales. ¡Pero usted sabe que trabajo con amor y cariño! Cuando voy a depositar mi colaboración para la cam-paña, voy más feliz que si fuera a sacar un millón en la lotería. Lo poquito que mando es con mucho amor”.

¿Semejante donación no es, en tér-minos actuales, el óbolo de la viuda que tanto agradó a Jesús?

Un sobre dorado conocido en todo Brasil…

“María vive con los ojos puestos en Cristo”, afirmó el Papa. Por eso su mi-rada refleja la bondad infinita de Je-

sús. Y es natural que muchas personas reciban gracias al contemplar la expre-siva imagen del Inmaculado Corazón de María estampada en el afiche del “sobre dorado”. Andrea Rodrigues, de Aracaju, entrega un elocuente testimo-nio al respecto: “Yo estaba alejada de la misa y a veces iba a grupos evangélicos. Un día encontré bajo la puerta un sobre dorado. Al abrirlo vi que era más valioso que el oro; ¡era un afiche de la Virgen de Fátima! Sentí una alegría tan grande en ese momento que no tengo palabras para describirla. Aquella mirada tan pura de la Virgen María parecía decirme: ‘Hija, yo te perdono, estoy aquí para protegerte a ti y a tu familia, vamos a rezar y a pe-dir paz para el mundo’.”

“Mi fe fue enfriándose”

María, la Estrella de la Nueva Evan-gelización, tiene un especial empeño en iluminar los caminos de sus hijos más jóvenes. Abriéndose paso en las almas como un benéfico rayo de luz, lleva de vuelta a la Iglesia a miles de almas, este es el caso de Emanuel, de Fortaleza:

“Tengo 16 años. A los 10 hice la Pri-mera Comunión, pero mi fe fue enfrián-dose. Comencé a creer en la astrología, umbanda y otras supersticiones del de-monio. Después que adquirí el libro Fá-tima, Aurora del Tercer Milenio, la San-tísima Virgen llegó a mi vida. Todos los días 13 voy al Santuario de Fátima, me confieso, rezo el rosario, adoro el Santí-simo Sacramento y asisto a misa”.

“Un día decidí tomar veneno”

La Virgen extiende su mano mater-nal sobre muchas personas en el mo-mento más extremo, como es el caso de T.C., de Curuaçu, salvada del suici-dio y con la armonía de su hogar res-taurada:

“Todo cambió en mi vida. Yo, que ni siquiera sabía rezar , ahora soy coordi-nadora del grupo de oración en la igle-sia. Solamente puedo decir ¡gracias, Dios mío! ¡Gracias, Madrecita! Mi vida era pura amargura, mi marido me hu-millaba mucho. Un día decidí tomar ve-neno. Mis hijos lloraron y me abrazaron pidiéndome que no lo hiciera. En esa

Computadoras y equipos de última generación al servicio de una gran misión evangelizadora

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18 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

ocasión, mi hermana llegó de viaje tra-yendo varios folletos de Nuestra Seño-ra de Fátima que decían: Si quiere tener paz, rece el rosario todos los días. Hoy lo rezo con mis hijos y mi marido, ¡y tene-mos paz!”

D. B., de Franca, se liberó de la idea del suicidio, recobró la paz de alma y consiguió empleo:

“Mi vida andaba muy convulsiona-da. Yo estaba muy desanimada. Nada me resultaba. Mi marido era alcohólico, yo sufría demasiado, solamente sabía llorar. Tenía ganas de morir, pero pensa-ba en mis hijos. Cierto día encontré ti-rado un folleto de la campaña ‘Salvad-me Reina’, y pensé: quiero tener paz, así que voy a rezar el rosario. Cuando lo re-cibí junto al librito, empecé a rezarlo pi-diéndole a la Virgen que me mostrara una luz. Entonces recibí una gracia. Mi marido dejó de beber, y enseguida conse-

guí un empleo. Hoy me siento más ale-gre, con más fe y confianza.”

“Prefería la bebida antes que mi familia”

En los hogares donde existe vida de oración no caben las discordias. Las declaraciones al respecto podrían lle-nar varios libros. Veamos, por ejem-plo, lo que dice don Juvenal, de la ciu-dad de Vitória, y que ahora es coordi-nador del grupo de jóvenes:

“Recibí el rosario y el libro y me sien-to muy feliz. Tiré lejos la mayor parte de mi vida. ¡Prefería la bebida antes que mi familia! Hoy me entristece recordar todo lo que hice sufrir a mi esposa y a mis hi-jos. Gracias por el rosario y por el libro. Los uso todos los días.”

Su esposa continúa la carta: “Des-pués que mi marido recibió el rosario y empezó a rezarlo, dejó de beber y todo

cambió. Hoy es coordinador de jóvenes en la iglesia.”

Y don Claudio, de Teresinha, pro-fiere este agradecimiento a Jesús y María:

“Es una alegría cuando recibo las cartas de la Asociación, porque todo lo que ustedes hacen es una bendición de Dios. Me separé tres veces de mi esposa y luego volvía. Nos peleábamos mucho. En la última separación decidí escribir-les. Ahí se resolvieron mis problemas es-pirituales y familiares. Mis hijos ahora viven felices, mi esposa está esperando otro hijo y no peleamos más. Mi fe de hoy es enorme. Le doy gracias a Jesús y al Inmaculado Corazón de María.”

“…y reemprendí mi camino hacia Dios”

Por intermedio de esta acción evan-gelizadora, la Virgen de Fátima va acercando de nuevo a la iglesia a innu-merables fieles, como la Sra. Rosiany de Souza, de Dourados:

“Nací y me crié en un hogar católi-co, pero con el paso del tiempo termi-né por alejarme de Dios y de la Iglesia. Al leer su carta, sus palabras tocaron lo más profundo de mi ser. La correspon-dencia le llegó a mi tía, pero las pala-bras eran para mí. Ella me regaló el pós-ter y me quedé maravillada. Un día vi un anuncio: ‘¿Quiere tener paz? Rece el ro-sario todos los días!’ Me acordé que mi tía ya había recibido el libro El Rosa-rio la Oración de la Paz. Mandé el cu-pón y muy pronto recibí el rosario y el libro… Le agradezco que se haya colo-cado al servicio de María. Que Dios lo bendiga”.

Y la Sra. Adriana, de Bagé, mani-fiesta su alegría por frecuentar la igle-sia parroquial:

“En estos tiempos difíciles en to-do sentido, llegué a alejarme de la Igle-sia. Hoy, veo a Dios como un amigo, me causa placer ir a visitarlo en su casa. Me parece que las oraciones en la iglesia son mejores que las hechas en casa… Todos los días le agradezco a Dios por haber introducido a la Virgen de Fátima en mi vida.”

Más conmovedora aún es la decla-ración de D.M., de Lorena, rebosante

El “sobre dorado” es esperado con ansias por incontables

personas en los más variados rincones de Brasil

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 19

de alegría por haber vuelto al camino de Dios:

“Mi madre era evangélica. Tuve que caminar sola rumbo a la Iglesia Católi-ca. Fui bautizada a los 10 años. A los 17 conocí a un joven que adoptó a los 2 hijos que ya tenía. Ahí fue cuando to-mé contacto con la Campaña Salvadme Reina de Fátima, y reemprendí mi cami-no hacia Dios. Innumerables fueron las gracias que recibí. La más grande fue mi matrimonio religioso, luego de 10 años de vida irregular. Hicimos una gran fies-ta. Ese día recibí también la Sagrada Eucaristía. Hoy formamos una familia saludable, llena de amor de Dios y de la Madre del Cielo.”

“Recen por mi vocación”

Algunos no se contentan con sim-plemente “reemprender el camino ha-cia Dios”, sino que quieren vivir sola-mente para Él. Así, la joven Jacqueli-ne, de Montes Claros, ya es catequista y desea ser religiosa:

“Antes de conocer la campaña Sal-vadme Reina, la mía era una vida sin paz ni amor. Vivía en la mayor angus-tia. Con la ayuda de Dios y de uste-des, que me mandaron todas las cosas de la Campaña, me convertí. Hoy soy catequista y me siento apasionada por el Reino de Dios. Quiero trabajar só-lo para Él. Pido que recen por mi vo-cación.”

“Al día siguiente amanecí curada”

De las miles de cartas relatando cu-raciones sorprendentes, obtenciones de empleo y otros beneficios, tomamos so-lamente una porque no hay espacio pa-ra más. Escribe la Sra. Luiza, de Salete:

“Estaba esperando a mi primer hijo y me enfermé. El médico dijo: ‘¡Usted o su hijo!’ Sin saber qué hacer, sólo tenía de-cidida una cosa: ‘¡Voy a salvar a mi hi-jo!’ Comencé a rezar el rosario, pidién-dole a la Santísima Virgen que me mejo-rara, y me dormí. Al día siguiente ama-necí completamente curada. El médico dijo que fue un milagro. Yo me salvé y mi hijo también.”El árbol se conoce por sus frutos

“Todo árbol bueno produce frutos buenos”, enseña Jesús (Mt 7, 17).

La esperanza llega incluso a las prisiones

Estimados amigos de la maravillosa Asociación Nuestra Señora de Fátima:

Por medio de la presente vengo con el corazón lleno de orgullo y maravillado por vuestras acciones, no encontrando palabras para agradecer (la acción) soli-daria y caritativa, con relación a los me-nos favorecidos y encarcelados. (…)

Me apego (al Inmaculado Corazón de María) como a mi única salvación para mi tan anhelada libertad, siguiendo co-rrectamente las oraciones del rosario.

La única manera de agradecerles en estos momentos es enviándoles esta hoja dibujada, como prueba de mi encanto an-te el hecho que esta Asociación Salvadme Reina de Fátima se haya acordado de mí, puesto que necesito mucha protección es-piritual, salud, paz (…) y me gustaría li-berarme a través de las preciosas oracio-nes de María de Fátima. Recurro a ella en cuerpo, alma y espíritu abierto para reci-bir sus oraciones. Sálvame Reina de Fáti-ma, salva a mi familia de miseria del ham-bre y las enfermedades del mundo, dán-

En estas páginas el lector habrá po-dido ver una pequeña muestra de los frutos de santidad que Brasil prome-te darle a la Iglesia en este tercer mi-lenio. Falta añadir un punto de gran importancia: para producir frutos de provecho, el árbol necesita buenas raíces.

¿Cuáles son las raíces de esta obra evangelizadora llamada Salvadme Rei-na?

Son la adhesión firme y amorosa a las enseñanzas del Santo Padre el Pa-pa, la disposición de estar a su servicio y la decisión de actuar siempre en es-trecha colaboración con las Autorida-des eclesiásticas.

Su Santidad Juan Pablo II ha he-cho repetidos llamamientos a los cristianos, para que se lancen a la Nueva Evangelización. “Grupos en-

teros de bautizados perdieron la no-ción de la fe, no reconociéndose más como miembros de la Iglesia y llevan-do una vida distante de Cristo y su Evangelio. En este caso, se hace nece-saria una nueva evangelización o re-evangelización” (Redemptoris Mis-sio).

En Brasil, la Conferencia Episco-pal ratifica que “los católicos no prac-ticantes constituyen el mayor desafío mi-sionero que la Iglesia enfrenta en el Bra-sil, al menos del punto de vista cuantita-tivo” (Doc. 61).

Todos cuantos participan en el apos-tolado Salvadme Reina de Fátima por la gracia de Jesús, no son sino meros ins-trumentos, trabajando bajo la paternal orientación del Papa y de los obispos para llevar a sus hermanos ese mensa-je de fe y de aliento.

dole paz y felicidad a mi esposa y a mis hi-jos, que de alguna forma consigan la ayu-da que tanto necesitan. (…)

No tengo perspectivas de vida, pero me entregué de cuerpo y alma al Inma-culado Corazón de María. Amén.

Una vez más me valgo de la oportuni-dad de poder contar con sus celebracio-nes eucarísticas.

Firmado: LHS (de un presidio en São Paulo)

De un presidiario que recibió un rosario y un libro gratuitamente nos llega esta conmovedora declaración sobre el alcance de la misión “Salvadme Reina de Fátima”.

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E

HIJA DE REYES Y MADRE DE LOS POBRES

20 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA

Viuda con 20 años y madre de cuatro pequeños hijos, Isabel fue expulsada de su castillo y sólo encontró albergue en un depósito, al lado de unos cerdos. En tal situación mandó cantar un Te Deum, para agradecer a Nuestro Señor la gracia de sufrir en unión a Él.

n santa Isabel parecie-ra que la santidad ve-nía desde la cuna. Na-ció en 1207 en Hungría. A los 4 años entraba en

la iglesia del castillo, abría el gran libro de los salmos, y sin saber leer todavía, lo miraba detenidamente mientras pa-saba muchas horas recogida en oración. Al jugar con otras niñas, buscaba algu-na manera de encaminarlas hacia la ca-pilla. Cuando la encontraba cerrada, besaba la puerta, la cerradura y las pa-redes, puesto que, como decía, “Dios está reposando adentro”.

Antes de cumplir diez años perdió a su madre, la reina Gertrudis. En la misma época falleció también su pro-tector, el duque Hermann, su futuro suegro, que la quería como a una hi-ja precisamente por su piedad llena de candor e inocencia.

Con 13 años de edad se celebró su matrimonio con el poderoso y no me-nos piadoso duque Luis de Turingia, al que había sido prometida desde la más tierna infancia. En su corta existencia –murió a los 24 años– conquistó el más glorioso de los títulos: el de santa.

Caridad en grado heroicoSanta Isabel hacía buen uso de la

inmensa riqueza de su esposo, dan-do generosas limosnas a los pobres, y causando con ello una profunda irri-tación a muchos miembros de la cor-te, en especial sus dos cuñados, Enri-que y Conrado, que no perdían oca-sión para intentar hacerle mal acu-sándola de “dilapidar el patrimonio familiar”.

Pero a ella no le bastaba con sim-plemente dar monedas o alimentos. Su amor a Dios la impelía a acciones mucho más generosas.

Cierta vez un leproso pedía limos-na en la puerta del castillo. Guiada por una inspiración divina, la joven y hermosa duquesa bajó en busca del lazaroso, lo llevó de la mano hasta su cuarto y lo hizo tenderse en el lecho matrimonial. Luego de curar sus lla-gas lo dejó reposando, cubierto con una sábana.

“¡Qué escándalo!” – bramaron los intrigantes, que se apuraron en llamar al duque.

Cuando éste llegó, encontró a Isa-bel radiante de felicidad. Confiada en

que su digno esposo aprobaría tan he-roico acto de caridad, le contó el he-cho y añadió:

–Id al cuarto a ver.Una maravillosa sorpresa aguarda-

ba al valiente duque: cuando levan-tó la sábana no vio a un leproso, ¡si-no a Nuestro Señor Jesucristo! El Re-dentor se dejó contemplar sólo por un instante, lo suficiente para confirmar en esas dos almas de elección la certe-za del buen camino.

Socorro de los infelices

El año 1226, mientras su marido es-taba en Italia con el Emperador Fede-rico II, una hambruna terrible asoló a Alemania, sobre todo a Turingia. Por campos y bosques, multitudes erran-tes de desventurados buscaban raí-ces y frutas para alimentarse. Los bue-yes, caballos y otros animales que mo-rían eran devorados enseguida por los hambrientos. En corto tiempo la muer-te comenzó su tarea, y los cadáveres se apilaban en campos y caminos.

En ese espantoso trance, la única preocupación de Isabel, día y noche, era socorrer a los infelices. Transfor-

Antonio Queiroz

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HIJA DE REYES Y MADRE DE LOS POBRES

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 21

mó su castillo en la “morada de la ca-ridad sin límites” –al decir de un bió-grafo– y repartió a los indigentes to-do el tesoro ducal. Venciendo la oposi-ción de algunos administradores egoís-tas, mandó abrir los graneros del casti-llo, cuya distribución dirigió personal-mente y sin guardar nada para sus mis-mos familiares. Con equilibrio y crite-rio, daba una ración diaria a cada ne-cesitado. Los que no podían subir has-ta el castillo, sea por debilidad o enfer-medad, eran objeto de una deferencia especial de la santa, que bajaba al pie de la montaña para atenderlos.

Fundó tres hospitales, uno para mu-jeres pobres, otro solamente para ni-ños y un tercero para todos en gene-ral.

Donde hubiera un agonizante, ahí estaba ella para ayudarlo a bien mo-rir. Después pasaba un largo tiempo en oración por las almas de los falleci-dos, muchos de los cuales enterró con sus manos, cubiertos con sábanas que ella misma había tejido.

Pasado ese terrible período de deso-lación, congregó a los hombres y muje-res aptos para el trabajo, les propor-cionó zapatos, ropas y herramientas si acaso no tenían, y les ordenó cultivar el campo. En breve tiempo retornó la bonanza y pudo ver con alegría que el trigo llenaba los graneros y la sonrisa volvía a los labios de su gente.

Comienzan las grandes pruebas

Para gloria de su Iglesia y edificación de los fieles, Dios hace brillar en el alma de cada santo una virtud especial. Por ejemplo, en san Francisco de Asís fue la pobreza; en santa Bernardita, la humil-dad; en san Luis Gonzaga, la castidad, y así en cada cual.

Pero eso no significa que dicha virtud exista de forma aislada, como una torre en medio de una inmensa planicie. No. Todas las virtudes son hermanas; es im-posible progresar o decaer en una sin avanzar o retroceder en las demás.

En santa Isabel reluce la solicitud ha-cia los necesitados, pero fue eximia en la práctica de todas las virtudes. Pocas per-sonas llevaron tan lejos el desapego a los

bienes de esta tierra y la amorosa con-formidad con la voluntad de Dios.

Unida en matrimonio a un marido ejemplar, le prodigaba todo el afecto natural y legítimo de su noble corazón, siendo retribuida en la misma propor-ción. Pero mucho más que eso, los unía el amor a Dios, el deseo de perfección.

Semejante perspectiva nos permite comprender con facilidad el dolor de la separación, cuando el Duque de Turin-gia marchó a la Cruzada en 1227. Sufri-miento incomparablemente mayor cuan-do poco después recibió la noticia de su muerte en la expedición, antes de llegar a Tierra Santa.

Del castillo a un refugio de puercos

Pero este era nada más que el inicio de una cascada de amarguras.

Ahora ya no contaba con la pro-tección de su virtuoso cónyuge, lo que aprovecharon sus dos cuñados para dar rienda suelta al odio que sentían. El mismo día la expulsaron del castillo con sus cuatro hijos pe-queños, bajo un frío riguroso, sin de-jarle llevar dinero, abrigo ni alimen-to. En un colmo de crueldad, prohi-bieron con severas penas que cual-quier habitante de la ciudad les die-ra cobijo.

Tras haber golpeado innumerables puertas, un tabernero –apiadado, si bien temeroso a las represalias– la re-cibió, pero ofreciéndole de albergue una especie de caballeriza que tam-bién servía como chiquero. Así fue co-mo la duquesa e hija de reyes se en-contró pasando la noche junto a sus hi-jos en compañía de puercos, abrigán-

Santa Isabel de Hungría cuidando a los enfermos (Cuadro de Murillo,Hospital de la Santa Caridad, Sevilla)

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HFamilia de alta nobleza

y grandes Santos

22 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

dose con los implementos de cacería para no sucumbir al frío.

Al día siguiente, personas con ca-ridad y carácter le llevaron alimen-tos. Una noche y un día los pasó en es-ta “posada para cerdos”, donde fue al-tamente recompensada con una apari-ción de Nuestro Señor Jesucristo.

Un viejo sacerdote de las inmedia-ciones le ofreció alojamiento, aunque no disponía más que de una misérrima casucha. Cierto día la santa duquesa visitó el convento de los Frailes Meno-res para hacer un pedido. ¿De socorro, tal vez? No; les pidió que cantaran el Te Deum, con la intención de agrade-cer al Señor por la gracia de compartir sus sufrimientos.

Por orden de sus cuñados, algunos verdugos la arrancaron de ese misera-ble hospedaje, para mantenerla prisio-

nera en pésimas condiciones en las de-pendencias de un viejo castillo.

Rehúsa el más ventajoso casamiento de su época

Luego de meses de crueles pade-cimientos, su tía Matilde, abadesa de Kitzing, supo lo sucedido y despa-chó mensajeros con dos vehículos pa-ra llevarla junto a sus hijos a su con-vento.

Poco tiempo había pasado cuan-do su tío Egbert, Príncipe-Obispo de Bamberg, le comunicó una propues-ta de matrimonio con el Emperador Federico II, el más poderoso sobera-no de aquella época. ¡Pero Isabel te-nía ambiciones mucho más grandes! Su corazón aspiraba a lo Infinito, sin que nada pudiera satisfacerlo en esta tierra.

En los mismos días, regresaban a Turingia los caballeros que habían acompañado al duque Luis en la fa-tídica Cruzada. Presentándose ante Conrado y Enrique, les reprocharon valientemente la dureza y crueldad con que habían tratado a la viuda y a los hijos de su propio hermano. Los dos culpables no soportaron la altiva franqueza de sus vasallos y, llorando, pidieron el perdón de Isabel, restitu-yéndole todos los bienes de los que la habían despojado.

Al servicio de los enfermos

La santa mandó construir al lado del convento de los Frailes Menores una casa modestísima –apodada “pala-cio de abyección” por los parientes de su fallecido esposo– en la que se insta-

ungría dio a la Igle-sia numerosos san-tos, oriundos de to-dos los estratos socia-les. Es el único país

que tiene la gloria de venerar en los alta-res a tres de sus reyes: San Esteban, San Américo y San Ladislao. Pero sin lugar a dudas, Santa Isabel es la más venerada por el pueblo húngaro.

La santa duquesa de Turingia no fue una figura aislada en su tiempo, en plena Edad Media, dulce primavera de la Fe. Era sobrina de Santa Eduvigis, duquesa de Polonia, y tía de la suave Santa Isabel, reina de Portugal.

Con las gracias celestiales que ganó y el ejemplo de su vida, logró la con-versión de sus dos cuñados, Enrique y Conrado.

La de esté último fue más radical: junto a sus compañeros de armas se di-rigió a Roma, todos descalzos, para ro-gar al Papa el perdón por sus desma-

nes. Luego de cumplir la penitencia que el Pontífice le impuso, ingresó a la Orden de Santa María de los Caballe-ros Teutónicos.

En 1243, Conrado enfermó de muerte. Era tan grande la pure-za de su alma, que la cercanía de cualquier persona en peca-do mortal le provocaba agu-dos dolores. Murió poco des-pués, embriagado en la gloria celestial.

San Esteban, primer rey

de Hungría, nación que dio

numerosos santos a la

Iglesia (estatua en Budapest,

Hungría)

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omin

gues

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APOSTOLADO DEL ORATORIO MARÍA REINA DEL TERCER MILENIO

SEA UD. TAMBIÉN UN COORDINADOR DEL ORATORIO DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

ARGENTINA: (011) 4433 12 76BOLIVIA: (2) 278 60 62CHILE: (2) 207 54 53

COLOMBIA: (1) 594 86 86COSTA RICA: (506) 235 54 10

ECUADOR: (2) 225 88 40ESPAÑA: 902 11 54 65

ESTADOS UNIDOS: (305) 378 45 99EL SALVADOR: 502 55 75

GUATEMALA: (502) 385 25 90HONDURAS: (504) 772 46 51

MÉXICO: (55) 5245 84 11NICARAGUA: 277 01 10

PARAGUAY: (21) 21 34 87PERÚ: (01) 372 25 40

R. DOMINICANA: (809) 227 72 65URUGUAY: (2) 413 41 34

Comuníquese con nosotros:

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 23

ló con los hijos y criados que le habían permanecido fieles.

El Viernes Santo de 1229 pronunció sus votos en la Orden de San Francisco y tomó el hábito de las Clarisas.

Habiendo edificado para sí nada más que una pobre morada, invirtió sus recursos en construir iglesias para Dios y hospitales para los pobres, a los que cuidaba ella misma de día y de no-che, con tanto o más cariño y solicitud que antes.

Dios le concedió la gracia de entre-gar a los desvalidos no sólo el pan del cuerpo sino también el esplendor de su propia luz, a través de los milagros que realizaba por su intermedio.

Curas milagrosas

Un día encontró a un niño lisia-do y deforme tirado en la solera de la puerta de un hospital. Además de sordomudo, no sabía andar más que a cuatro patas, como si de un animal se tratara. Había sido abandonado ahí por su madre con la esperanza de que la duquesa se apiadara y lo recogiera.

Tan pronto lo vio, Isabel acudió pa-ra acariciar sus cabellos sucios y re-vueltos. Y le preguntó:

–¿Dónde están tus padres? ¿Quién te dejó aquí?

Al no recibir respuesta, repitió las preguntas; pero la pobre criatura sólo

la miraba con ojos desencajados. Re-celando alguna posesión diabólica, di-jo con alta y clara voz:

–¡En nombre de Jesucristo, te or-deno a ti o a quien se encuentre en ti que me diga de dónde vienes!

En el mismo instante el niño se in-corporó y, sin que antes le hubieran enseñado a hablar, le explicó con des-embarazo su triste vida. Después cayó de rodillas y mientras lloraba de ale-gría, glorificaba a Dios todopodero-so:

–Yo no conocía a Dios ni sabía de su existencia. Todo mi ser estaba muerto. No sabía nada. Bendita seas, señora, porque hiciste que Dios no me permitiera morir tal como he vivi-do hasta el presente.

A estas palabras, Isabel se puso de rodillas para agradecer al Señor junto al niño, y por fin le recomen-dó:

–Ahora regresa donde tus padres y no les digas nada de lo que te ocu-rrió. Di solamente que Dios te auxilió. Guárdate siempre del pecado, no sea que vuelvas a ser lo que eras.

La noticia de este milagro corrió como un reguero de pólvora, propa-gando por Turingia entera la fama de santidad de Isabel.

En consecuencia, aumentó el nú-mero de los que acudían a verla; y

por intercesión suya, Dios se dignaba atenderlos a todos.

Dejó caer la cabeza como si durmiera

El 16 de noviembre de 1231 la santa enfermó. Cuando hubo recibido la un-ción de los enfermos y el viático, Nues-tro Señor se le apareció para revelar-le que en tres días vendría a llevarla al Cielo. Su rostro quedó tan brillante después de esta visión, que era casi im-posible mirarla fijamente.

Al primer canto del gallo del día 19, Isabel exclamó: “Esta es la hora en que Jesús nació de la Virgen María. ¡Qué ga-llo imponente y hermoso sería ése, el pri-mero en cantar aquella noche maravi-llosa! ¡Oh Jesús que rescataste el mun-do y me rescataste a mí!” Añadió luego: “¡Oh María, oh Madre, ven en mi soco-rro!”.

Enseguida musitó: “Silencio… silen-cio…” Y dejó caer la cabeza como si durmiera. Su alma acababa de entrar a la gloria sin fin.

Para satisfacer la devoción del pue-blo que afluía de todas partes, su ben-dito cuerpo permaneció expuesto en la iglesia por cuatro días.

Muchísimos milagros certificaron su santidad. Fue solemnemente ca-nonizada en 1235 por el Papa Grego-rio IX.

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Belleza tan antiguay siempre nueva

Carlos Benitez

24 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

LITURGIA DE LA IGLESIA CATÓLICA

a liturgia bien celebrada, con sus ritos y gestos bien reali-zados, con sus símbolos va-lorados, el canto comparti-do y adecuado a la asamblea,

educa en la noción de la verdadera belle-za, ‘la belleza tan antigua y siempre nue-va’ que San Agustín descubrió en su con-versión. La belleza de Dios que resplande-ce en el rostro de Jesucristo, que se refleja en la Inmaculada Madre de Dios y que la gracia nos comunica. La belleza del amor que acoge y participa en el sufrimiento de los demás, la belleza de la verdad y de la

justicia, la belleza de la bondad y de la pu-reza de corazón.”

Estas oportunas palabras fueron proferidas por Mons. Manuel Peli-no Domingues, obispo de Santarém (Portugal) durante una conferencia en la Semana Nacional de la Educación Cristiana, que se realizó en la nación ibérica en octubre de 2000.

Desarrollando el tema que “la cele-bración del domingo educa en la belleza y la bondad”, el docto Prelado ofreció el elocuente testimonio de Leo Mou-lin, profesor de varias facultades de Europa y especialista en cultura me-dieval:

“Cada domingo, una multitud de campesinos melenudos se acomodaba en los más bellos edificios creados por nuestra civilización, desde la iglesia ro-mánica, humilde y robusta, hasta los es-plendores de Cluny: ‘casas del pueblo’, como les decían en Italia. Ahí, sus ojos se deparaban con los más hermosos or-namentos, las más bellas imágenes, los más admirables objetos de culto conoci-dos. (…) Oía el anuncio de la palabra

Misa en la Basílica de los Mártires, en Lisboa, Portugal

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Las oportunas palabras del obispo de Santarém, Portugal, nos hacen reflexionar sobre la belleza y la profundidad de la Liturgia. Y aun más, en la fuerza educadora y civilizadora de sus ritos y símbolos.

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Belleza tan antiguay siempre nueva

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 25

de Dios y elevarse al cielo el canto gre-goriano. Observaba los gestos medidos y disciplinados del sacerdote. Incluso sin comprender su íntimo significado, lo-graba divisar, aun con dificultad, el va-lor del dominio de sí mismo, una de las señales inequívocas de la cultura.

“Los tiempos modernos construye-ron las masas (por razones que nada tenían de culturales), pero no las edu-caron. Las obras de genio, que un mi-lenio atrás habían sido ofrecidas gene-rosamente a los ojos de todos, decoran ahora palacios y salones. El arte reli-

gioso cayó en un largo período de de-cadencia. Se construyeron museos, es-tos (necesarios) cementerios de arte, a los que sólo acceden los privilegiados del dinero y la cultura” (Itinerario es-piritual de un agnóstico, p. 51).

Mons. Pelino saca de esta cita una oportuna conclusión:

“Este testimonio, tan profundo co-mo claro, nos invita a revisar la forma en que celebramos la liturgia del do-mingo, el lenguaje que empleamos, el ambiente y el arreglo de los templos que creamos. No tan sólo el lenguaje

de las palabras, sino el lenguaje cele-brativo de los ritos y los símbolos, de la palabra y del silencio, de la oración y del canto. La liturgia bien celebra-da hace un llamamiento al sentido de fiesta y de belleza, hoy más desarrolla-do en las personas. Puede, así, volver-se más atractiva. (…) No se trata de brindar un espectáculo, sino de hacer elocuente y significativo el lenguaje de la liturgia: la luz, el agua, las flores, el espacio, la silla, el altar, las procesio-nes, la Palabra, la mesa, los gestos, el canto, el silencio, etc.”

Arriba, Mons. Emilio Pignoli en

la Catedral de Campo Limpo; al lado el Cardenal

Claudio Hummes en la Catedral de São Paulo, Brasil

Misa en la Basílica de los Mártires, en Lisboa, PortugalBautizo realizado por el Mons. Severino Martins en la

Catedral de São Paulo

Procesión de la Virgen del Carmen en Santiago de Chile, presidida por el Card. Francisco Javier Errázuriz, el Nuncio

Apostólico y los obispos auxiliares

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EE¡Cooperadores de los Heraldos en África!

HERALDOS EN EL MUNDO

l 15 de agosto los primeros mozambiqueños fueron ad-mitidos como Cooperadores de los Heraldos, en la parro-quia de Nuestra Señora de la

Asunción de Maputo. Siguiendo una pinto-resca costumbre local, la fórmula de la con-sagración fue cantada. La emoción tomó cuenta del ambiente, despertando en muchos asistentes el deseo de ser recibidos también como Cooperadores. Un nuevo grupo se pre-para ya para ingresar como tales a los Heral-dos, mientras en la misma ceremonia 12 jó-venes se consagraron a la Virgen y fueron ad-

En la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, el Cardenal Mons. Alejandro

José María dos Santos, OFM, administró el sacramento de

la Confirmación a 130 jóvenes, entre los cuales a 18 Heraldos del Evangelio (arriba). Tras la

ceremonia, todos se reunieron en una recepción (al lado).

Con gran piedad y animación, los 26 cooperadores cantaron la consagración a la Virgen (fotos 1 y 3). Un nuevo grupo se prepara para recibir la túnica del Cooperador (foto 2).

Heraldos y Cooperadores frente a la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Maputo, capital de

Mozambique.

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¡Cooperadores de los Heraldos en África!HERALDOS EN EL MUNDO

mitidos en la Asociación. El día concluyó con un pequeño concierto, una obra de teatro y la presentación de danzas típicas. Piedad, anima-ción y alegría fueron la nota dominante. Gran-des admiradores del ceremonial, los mozambi-queños cumplieron todo con solemnidad y con-centración.

Al sábado siguiente tuvo lugar una misa de acción de gracias en una de las casas de los He-raldos, celebrada por el P. Salgueiro, responsa-ble por la comunidad de Santana do Mastron-go. Antes de la Eucaristía hubo una procesión y se rezó un rosario en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción.

El 8 de agosto la comunidad de Santana do Mastrongo celebró la fiesta de su patrona. Los Heraldos participaron, animando

la procesión y la liturgia de la Misa (foto 5). Acto seguido, vino una presentación musical (foto 4) y una pieza teatral sobre la

Medalla Milagrosa.

Semanalmente, los Cooperadores se reúnen en la casa de los Heraldos para un curso de formación doctrinal, ensayos de canto coral y momentos de convivencia (fotos 6 y 7). La música ejerce una gran atracción sobre ellos, siendo así un importante instrumento de evangelización.

Heraldos y Cooperadores frente a la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Maputo, capital de

Mozambique.

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28 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

Réplica de la Capilla de las Apariciones – El 18 de septiembre se inauguró ante unas 3 mil

personas la réplica de la Capilla de las Apariciones de Fátima, en el mismo lugar donde está siendo edificado el Centro Mariano de los Heraldos del Evangelio, en Granja Viana, São Paulo. Además

de un edificio religioso de grandes proporciones, el Centro contará con auditorios y amplias

dependencias para la realización de congresos y retiros espirituales.

En el mismo terreno de 200 mil m2 se encuentran a punto de terminar las obras para el Colegio

Heraldos del Evangelio Internacional, que ya el próximo año docente entrará en funcionamiento.

El P. Andrés Dimas, de la parroquia Santa Paulina, celebró la misa inaugural.

Visita de obispos castrenses – De visita a Brasil para participar en el 14º Encuentro de la Pastoral Castrense Latinoamericana, dos destacados Prelados aprovecharon la oportunidad para un contacto con los Heraldos en São Paulo.

Mons. Salvador Piñeiro García-Calderón, obispo castrense de Perú, celebró la misa de primer sábado en la Catedral de São Paulo (foto 1) donde 45 jóvenes del sector femenino hicieron la Primera Comunión. Y presidió también una solemne

Celebración Eucarística en la Basílica del Carmen el 3 de octubre, durante la cual administró la Confirmación a 135 Heraldos (foto 2). Mons. Gonzalo de Castillo, obispo castrense de Bolivia, presidió dos celebraciones eucarísticas en la casa que los

Heraldos poseen en el barrio paulistano de Santana (foto 3).

Fiesta de Santa Teresita – Como en años anteriores, los Heraldos participaron en la procesión que realiza la parroquia de Santa Teresita en homenaje a su patrona, en el barrio de Higienópolis, São Paulo. Mons. Antonio María Mucciolo, Arzobispo emérito de Botucatú, condujo la reliquia de la santa durante la procesión y celebró la misa junto al párroco, Fray Rubens Sevilla, OCD.

Homenaje al Cardenal Poupard – En el Aeropuerto

Internacional de Cumbicá los Heraldos rindieron un filial homenaje al Cardenal Paul Poupard, Presidente

del Pontificio Consejo para la Cultural. El Purpurado

regresaba al Vaticano luego de un breve paso por la ciudad

brasileña de São Paulo.

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 29

Curitiba – En la capital del Estado de Paraná, los Heraldos llevaron un poco de alegría y cariño a cerca de 150 niños desposeídos del Hogar San Luis, a cargo de las beneméritas hermanas de la Congregación de San José de Chamberry.

Estado de Alagoas – Por iniciativa del Padre Abelardo José de Oliveira se realizó una misión mariana en los 16 colegios de la ciudad alagoana de Viçosa. Profesores y alumnos tuvieron una activa participación en los actos de culto y siguieron con interés una conferencia enalteciendo la práctica de la religión por parte de los jóvenes.

Estado de Pernambuco – La procesión en honor a de Nuestra Señora de los Dolores, patrona de Timbaúba, contó con la participación de 8 mil personas (foto 4). Los Heraldos desempeñaron la función de guardias de honor. A continuación Mons. Jorge Tobías de Freitas, Obispo de Nazaré da Mata, presidió la Eucaristía concelebrada por cuatro sacerdotes.A instancias del Padre Antonio Lucena da Silva, nuevamente los Heraldos realizaron una misión en Santa María do Cambucá, Vertente do Lério y Fray Migueliño (foto 5).

Salvador – La imagen peregrina del Inmaculado Corazón de María fue recibida con mucha simpatía y piedad en la Favela Novo Horizonte, en la capital

bahiana. Muchos niños siguieron toda la visita, recibiendo medallitas de la Virgen como obsequio.

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30 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

Perú – En una ceremonia realizada en la iglesia del Santísimo Nombre de Jesús, en Lima, 22 nuevos Cooperadores de los Heraldos hicieron su consagración a la Virgen. Al final, fueron bendecidos nuevos Oratorios del Inmaculado Corazón de María, cuya llegada sobrepasa los 15 mil hogares en esa nación.

Bolivia – En La Paz, los Padres Mercedarios invitaron a los Heraldos

a los homenajes a la patrona de dicha

Congregación. Durante la misa, un grupo de neo-Heraldos,

incluyendo a diversos Cooperadores, hizo

su consagración a la Santísima Virgen.

República Dominicana – Como de costumbre, los

Heraldos participaron en la procesión en honra de la patrona del país, Nuestra Señora de la Merced, en Santo Domingo, el 24 de

septiembre.

Colombia – En Bogotá, las jóvenes del sector femenino de los Heraldos condujeron la imagen peregrina de la Virgen al Club de Agentes Policiales, lugar donde fue recibida con banderas blancas como símbolo del deseo de que la paz reine en el país.

Guatemala – El primer sábado de octubre –mes de la Virgen del Rosario, patrona de Guatemala– los Heraldos promovieron una procesión con antorchas en el centro de la capital de este país.

Acompañando al Santísimo Sacramento, los participantes rezaron por las intenciones del Santo Padre, implorando la paz del mundo.

Paraguay – En una eucaristía celebrada en la Catedral Castrense, Mons. Ricardo Valenzuela,

Obispo Castrense y Secretario de la Conferencia Episcopal Paraguaya, dió la bendición a 30

nuevos Oratorios del Apostolado María Reina del Tercer Milenio, que comenzaron a peregrinar por los hogares y que se unen a las más de 7000

familias que los reciben mensualmente.

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 31

Argentina – En la fiesta de San Miguel, patrono

de los diplomáticos argentinos, los Heraldos

participaron en la misa que celebró el Sr. Nuncio

Apostólico, Mons. Adriano Bernardini, en presencia de miembros del Cuerpo

Diplomático y del Ministerio de Relaciones

Exteriores.

Portugal – El último domingo de septiembre, centenares de participantes de la campaña “Mi

Inmaculado Corazón triunfará” colmaron el Salón Apostólico de la ciudad lusa de Lamego, para asistir

a la conferencia del P. Fernando Guimarães, de la Congregación para el Clero, venido especialmente de

Roma para el Encuentro.

Portugal – Consagración solemne de la Parroquia al Inmaculado Corazón de María en Aqua Longa.

Italia – En la ciudad de Afragola, la imagen peregrina de la Santísima Virgen fue recibida con gran entusiasmo, llenando la parroquia en todas las misas

celebradas ese día de misión mariana.

In Memoriam

Ernesto Olmos – Habiendo ofrecido la vida por el triunfo de la Iglesia en el mundo, falleció el 5 de octubre pasado en Madrid, con 40 años de edad. Su resignación ante la enfermedad edificó a todos.

Rosa Lúcia de Melo Aquino – Dedicada Cooperadora de los

Heraldos, falleció en São Paulo el 26 de septiembre a los 60 años de

edad. Madre y esposa ejemplar, estimuló la vocación de dos hijas y

dos hijos Heraldos del Evangelio.

Chile – En el liceo Ruiz-Tagle, de la comuna de Estación Central, en Santiago, los alumnos asisten con atención a la obra de teatro “El Príncipe Heredero”, como parte del Proyecto “Futuro y Juventud”

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Ayunos y mortificaciones

32 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

NOVEDADES DE UN PASADO INMORTAL

¿Las grandes mortificaciones de algunos santos no serán una especie de suicidio indirecto? Y de acuerdo a eso, ¿no deberían ser reprobadas por una moral sana y exacta? La prestigiosa revista francesa “L’Ami du Clergé” responde la interrogante a pedido de un lector.

I – LA DOCTRINA DE SANTO TOMÁS

Sin abordar directamente el asunto, santo Tomás recuerda los principios útiles para darle solución. He aquí al-gunos trechos:

“La maceración del propio cuerpo con vigilias y ayunos no es agradable a Dios sino en la medida en que es un ac-to de virtud. Esto último sucede cuan-do la persona lo realiza con el discerni-

“La razón determina si, por algún motivo particular, el hombre debe to-mar menos alimento del que normal-mente requiere. Puede ser necesario pa-ra evitar una enfermedad o para ejecu-tar con más facilidad ciertos ejercicios corporales. La recta razón ordena tales privaciones de un modo mucho más de-terminante para evitar males y para ad-quirir bienes espirituales, si bien no re-duce los alimentos al punto de impe-

dir la conservación de la vi-da; pues como dice san Je-rónimo, ‘poco importa si en-tregas tu cuerpo a la muer-te en un tiempo más breve o más prolongado: quien lo aflige en exceso, privándo-lo desmedidamente de ali-mento o de sueño, ofrece un holocausto obtenido del ro-bo’. De la misma manera, la recta razón no permite que el hombre se prive de la nu-trición hasta volverse inca-paz de cumplir con su deber. Y san Jerónimo agrega so-bre esto: ‘el hombre dotado de razón decae en su digni-dad cuando prefiere el ayu-no a la caridad, las vigilias a

miento necesario, para colocar un freno a la concupiscencia y sin sobrecargar en demasía la naturaleza” (Suma Teológi-ca, II-II, q. 78, a.2, ad 3).

La guía de la recta razón

¿Qué debe entenderse por “acto de virtud”? La virtud moral se mantiene en un justo equilibrio; aquí, el justo equilibrio no es cuestión de cantidad, sino apreciación de la recta razón:

Penitencia de San Jerónimo, por Sano di Pietro (Museo del Louvre, París)

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la integridad de los sen-tidos’” (id., q. 147, a. 1, ad 2).

Limitar lo necesario

Al comentar al Maestro de las Senten-cias, santo Tomás había expuesto con más deta-lles una doctrina idén-tica; aquí, plantea una objeción usando ca-si los mismos términos que nuestro consultan-te, y da la solución:

“El ayuno no só-lo consiste en abstener-se de lo superfluo en la alimentación –pues es-ta abstinencia incumbe a la práctica obligatoria de la virtud– sino tam-bién de lo que resulta necesario para la vida. Ahora bien, el que se pri-va de un alimento nece-sario, se coloca a sí mis-mo ante una ocasión de muerte… Luego, ya que a nadie le está permitido suicidarse, a nadie le es-tá permitido ayunar…” (L. IV, dist. XV, q. 3, a. 1, qu. 2, obj. 3).

“En cuanto a nutri-ción, lo necesario pue-de entenderse de dos maneras. En pri-mer lugar, no está permitido privarse de lo necesario para conservar la vida, tanto como no está permitido suicidar-se; pero aquí lo ‘necesario’ es algo mó-dico, pues la naturaleza se satisface con poca cosa. En segundo lugar, se dice ne-cesario con relación a la buena salud del cuerpo, y también esta buena salud pue-de tomarse bajo dos aspectos.

“Primero, la buena salud suficien-te para cumplir los deberes de estado o sociales; y de este necesario no está per-mitido privarse, porque sería ofrecerle a Dios, por medio de este ayuno, un ver-dadero robo hecho de lo que se debe a la virtud, ya que con semejante ayuno la persona se vería impedida de realizar las obras a las que está obligada… Si la

abstinencia practicada debiera impedir-le a alguien hacer obras más útiles, pero no absolutamente obligatorias, el ayuno se volvería indiscreto pero no ilícito…

“Segundo, puede ser cuestión de una salud que manifiesta una perfecta dispo-sición del cuerpo: pero ya que la carne dotada con una salud tan floreciente es más difícil de someter al espíritu, lo ‘ne-cesario’ requerido para mantener tal tipo de salud puede ser buscado lícitamente, aunque suprimirlo puede ser también un acto digno de alabanza. En efecto, dicha supresión no apresura tanto la hora de la muerte: ¿no encuentra el cuerpo humano más ocasiones de ruina en una salud de-masiado fuerte que en una más débil? El propio Galeno dice que la abstinencia es un excelente remedio. Los que practican

la abstinencia suelen vivir por más tiempo; así, privar-se de ‘lo necesario’ para la salud floreciente no es en-tregarse a la muerte, una vez que tal privación tam-bién puede prolongar la vi-da en lugar de disminuirla” (Sol. II, ad 3).

El amor a Dios como finalidad

Por fin, en otro pasa-je encontramos un estu-pendo resumen de toda la cuestión:

“Debe tomarse en cuen-ta –agrega Santo Tomás– que en la vida espiritual, el amor a Dios es el fin que se debe buscar. Los ayu-nos, las vigilias, las otras mortificaciones corporales no pueden ser perseguidas como fin; no son sino me-dios necesarios para poder dominar la carne; y por lo tanto, su uso debe ser regu-lado por la razón. Por una parte es preciso refrenar la concupiscencia, y por otra no extenuar la naturaleza. Así entonces, si con ayu-nos, vigilias y otras mortifi-caciones excesivas alguien arruinara su salud invali-

dándose para cumplir con sus deberes, pecaría. Pecarían, pues, mortificándo-se en demasía, el profesor que no pudie-ra enseñar más, el predicador que se vol-viera incapaz de predicar, el cantor que perdiera la voz; pecaría también el mari-do que quedara impotente para cumplir con su esposa el deber conyugal” (Quo-dl. V, q. IX, a. 8).

II – EL POR QUÉ DE LA MORTIFICACIÓN

Razones graves y superiores

Por cierto que nunca está permiti-do matarse directamente y por autori-dad personal. Para ejecutar una acción u omisión de la cual se puede esperar la muerte propia como secuela cierta o

Santo Tomás de Aquino (catedral de Notre-Dame, Paris)

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probable, ha de existir una causa gra-ve proporcional. En cuanto a las cau-sas suficientes para abreviar indirecta-mente la propia vida, pueden ser remi-tidas a la necesidad moral y al ejerci-cio de la virtud (Noldin-Schimitt, De Praeceptis, nº 327).

¿Quién reprenderá a los obreros me-talúrgicos o a los vidrieros, que trabajan todo el día cerca del fuego, por abre-viar ciertamente su vida en ese peno-so trabajo? ¿Cómo se podría reprobar a los santos por tal vez reducir su vida con la práctica de mortificaciones con-siderables, cuyo objetivo es muy supe-rior a las necesidades materiales de la vida? Mientras esas mortificaciones no les impidan cumplir lo esencial de sus obligaciones privadas y sociales, no se puede menos que admirar el celo de los santos por la práctica de la peniten-cia. En efecto, razones graves –de valor muy superior a la necesidad material o moral que puede mencionarse a favor de los metalúrgicos o vidrieros– los inci-tan a la práctica de una vida mortifica-da y digna de Aquel que nos amó hasta la muerte y muerte de Cruz.

Asociarse a la obra reparadora de Cristo

En lo referente a los bienaventura-dos, sería poca cosa considerar aquí co-mo necesidades determinantes la obli-gación de refrenar las malas pasiones, de satisfacer a Dios por los pecados pasados, aunque tales razones puedan existir e invocarse, hasta para los que se tiene como elevados en perfección. Hay algo mejor: en efecto, Jesucristo “qui-so asociarnos al acto mismo de la repa-ración y hacernos participar en su méri-to y gloria. En el don de la gracia santi-ficante, Él nos comunicó la dignidad de su naturaleza divina a fin que nuestra in-molación y nuestros sufrimientos, uni-dos a los suyos, puedan obtener semejan-te eficacia. Después, estableció entre no-sotros y los demás hombres, nuestros her-manos, una solidaridad análoga a la que tiene Él con nosotros, de manera que po-damos ofrecer a la justicia divina una re-paración proporcionada a la ofensa, tan-to por los pecados de nuestros hermanos como por los nuestros. Quiso confiarnos

una parte de su gran obra de expiación y reparación, de modo que su Apóstol ins-pirado pudo decir: ‘Completo en mi car-ne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.’ (Col. 1, 24).

“Esta es la idea cristiana del sufri-miento voluntariamente aceptado, abra-zado por amor a Dios: es la parte activa que asumimos nosotros en la obra de re-paración de Jesucristo. ¿Comprendemos ahora cuánta grandeza puede haber en el sufrimiento?¿Comprendemos que los santos –habiendo llegado a entender es-ta grandeza por la abundante luz de la fe que recibieron– hayan abrazado la cruz con todo el vigor de su alma; que hayan tenido sed de padecimientos y se los ha-yan provocado a sí mismos con todo el rigor que les permitía la ley de su propia conservación, impuesta por Dios; los ha-yan implorado a Dios con las más vivas voces, y que parados frente a las pruebas más capaces de estremecer la naturaleza

y que les preparaba la Providencia divi-na, hayan exclamado: ‘Más aún, Señor, más aún’?… ¿Comprendemos el senti-do exacto y profundo de esa sentencia, a menudo escandalosa para las almas dé-biles en la fe, que dice que en las épocas de grandes crímenes Dios requiere víc-timas puras, inocentes, santas, para ser sacrificadas a su justicia, y que son sobre todo ellas las que pueden ofrecerle una verdadera satisfacción, una completa re-paración de su gloria con su inmolación voluntaria? ¿Comprendemos, en fin, que Dios le concede al alma una verda-dera honra, un verdadero favor, cuando la llama a vivir más cerca de Jesucristo en la cruz?

“Entendido así el sufrimiento des-de su verdadero punto de vista, resulta

fácil advertir las inapreciables ventajas que nos brinda cuando, en la medida de nuestras fuerzas, lo aceptamos con las convenientes disposiciones de confor-midad a los designios de la Providencia divina” (Ch. de Smedt, S.J., Notre vie surnaturelle, t. II, pp. 246-248).

III – LA DOBLE PREOCUPACIÓN DE LOS SANTOS

Los santos tienen frente a sus ojos esas “ventajas inapreciables” cuando practican las grandes mortificaciones que tanto espanto nos causan; pero co-mo escribe el P. de Smedt, ellos se pro-vocan los sufrimientos “con todo el ri-gor que les permite la ley de su propia conservación, impuesta por Dios”. Po-dríamos agregar: “Con todo el rigor que les permite la ley del cumplimien-to de sus deberes de estado”.

Por este motivo es que los santos de-muestran una doble preocupación res-pecto a las mortificaciones: por un lado, darles una justificación de orden moral y sobrenatural; por otro, recordar los justos límites que deben contenerlas.

Justificar las mortificaciones

De esta forma, san Juan Bautista pre-para su misión de Precursor practicando él mismo la penitencia que luego predica-rá a las multitudes. San Simón Stock tam-bién se mortifica como medida previa a sus predicaciones. San Sulpicio ayuna pa-

Ayunos y mortificaciones no pueden ser

buscados como fin, deben buscar el amor de Dios

San Francisco de Sales: “Se debe tratar al cuerpo como a un hijo:

corregirlo sin postrarlo”

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Iglesia de San Marcelo al Corso, Roma

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 35

ra obtener de Dios la cura del rey Clota-rio II. San Juan María Vianney entendía la conversión de las almas por medio de sus propias mortificaciones. Escuchando a un sacerdote que se quejaba por no ha-ber podido mover el corazón de sus pa-rroquianos, el santo le respondió: “Tú re-zaste, gemiste, hiciste vigilias… ¿Dormiste sobre tierra dura y te flagelaste? Si no llegas-te a este punto, no lo has hecho todo” (Pe-tits Bollandistes, t. XV, p. 520).

Mantenerlas en los justos límites

No obstante, escuchamos por otro lado cómo los santos más austeros pro-claman la ley de un límite necesario que debe imponerse a las mortificacio-nes para que permanezcan en la senda de la virtud.

Santa Catalina de Bolonia, clarisa, “no quería que [sus hermanas] trata-

sen sus cuerpos con desmedido rigor, ni que cualquiera practicara sin per-miso una penitencia particular. Es-to le parecían celadas del enemigo, que cuando se siente desesperado por desalentar en el ejercicio de la virtud a una religiosa llena de celo, le sugie-re penitencias descomedidas que la ex-pongan a caer enferma y dejarla inca-pacitada de cumplir sus obligaciones ordinarias. Pero la santa les inculca-ba al mismo tiempo cuán necesario es sufrir los disgustos y amarguras con la vista puesta en la recompensa eterna” (T.III, p. 327).

De manera más sucinta lo decía san Pémen o Pasteur (27 de agosto), abad de Sceté: “No se trata de matar el cuer-po, sino las pasiones” (T. X, p. 539).

Terminemos estas citas con una en-señanza de san Francisco de Sales: “Se

debe tratar al cuerpo como a un hijo: co-rregirlo sin postrarlo” (Petits Bollandis-tes, t. XIV, pp. 548-549).

* * *

Verificamos así que las propias máximas de los santos confirman la doctrina enseñada por santo Tomás de Aquino. No se trata de suicidio indi-recto, como se ve, sino de una conside-rable mortificación por razones supe-riores y particularmente graves; la que, por cierto, puede ocasionar incluso una merma notable del vigor corporal, pero siempre respetando lo suficiente la salud para permitir el cumplimiento de los deberes de estado.

L’Ami du Clergé, 1928, Doctrina, pp. 114-116.

SAN AGUSTÍN ENSEÑA

RIQUEZA Y POBREZA

Hermanos míos, cuando digo que Dios no inclina su oído hacia el rico, no deduzcan que no atiende a los que poseen oro y plata, criados y patrimo-nios. Si nacieron en tales condiciones y ocupan ese lugar en la sociedad, que recuerden la palabra del apóstol Pablo: “A los ricos de este mundo reco-miéndales que no sean orgullosos” (1 Tim 6, 17).

Los que no son orgullosos, son po-bres delante del Señor, que inclina su oído hacia los pobres y los necesitados (Sl 85, 1). En efecto, saben ellos que su esperanza no está en el oro o en la plata, ni en las cosas que se gozan por algún tiempo. Basta con que las rique-zas no los lleven a la perdición; si na-da pueden hacer para salvarlos, que al menos no les sirvan de obstáculo. Cuando un hombre desprecia todo cuanto alimenta su orgullo, entonces

es un pobre de Dios; y Dios se incli-na hacia él, porque conoce el tormen-to de su corazón.

Sin duda, hermanos, el pobre Lá-zaro cubierto de llagas que perma-necía a la puerta del rico, fue llevado por los Ángeles al seno de Abrahán; así lo leemos y así lo creemos. En cuanto al rico, que se vestía con púr-pura y lino fino y se daba espléndidos banquetes diariamente, fue precipi-tado a los tormentos del infierno. En verdad, ¿habrá sido por el mérito de su indigencia que el pobre fue lleva-do por los Ángeles? Y el rico, ¿habrá sido entregado a los tormentos del infierno a causa de su opulencia? Es preciso reconocer que al pobre la hu-mildad lo dignificó; y al rico el orgu-llo lo condenó.

(San Agustín, Narraciones, Salmo 85, §3)

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36 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

EL MILAGRO EUCARÍSTICO DE DOUAI

ño 1267, domingo de Pascua, entre 8 y 9 de la mañana. En la ciu-dad de Douai –nor-te de Francia, a medio

camino entre Amiens y Lille– el párroco daba la comunión a los fieles en la iglesia de los canónigos de San Amado.

De pronto vió una hostia en el pi-so. Consternado y sin saber cómo ha-bía ocurrido el accidente, se arrodilló para recoger la sagrada partícula. Pero ésta se elevó por sí misma y fue a po-sarse sobre el purificador (toallita de lino usada para secar el cáliz). Mien-tras tenía los ojos piadosamente fijos en la Sagrada Eucaristía, la vio trans-formarse en un niño encantador.

El celebrante dió un grito y llamó a los canónigos, que se hallaban en el co-ro de la iglesia. Al llegar, notaron que sobre el paño sagrado estaba el Niño lleno de vida. Los fieles presentes tam-bién fueron invitados, y todos juntos disfrutaron de la celestial visión.

La aparición duró como una hora, y luego desapareció, sin quedar en el al-tar más que la blanca hostia consagra-da; el párroco la guardó en el taberná-culo y cada uno de los felices asistentes salió publicando el milagro por la ciu-dad y sus cercanías.

La noticia llegó a oídos del Obis-po de Cambray, Mons. Tomás de Can-timpré, que marchó inmediatamente a Douai. Llegado a la casa del Deán de los canónigos, muy conocido suyo, le preguntó si podría ver la hostia mila-grosa, a lo que éste accedió, acompa-ñando al Prelado hasta la iglesia. El toque de la campana reunió en corto tiempo a una numerosa muchedumbre de fieles.

Lo que sigue es el relato del propio Obispo, testigo ocular de los hechos.

Narración del Obispo de Cambray

Se abre el sagrario. El pueblo se aproxima. Al destaparse el copón, ca-da uno empieza a exclamar:

–Ahí está, ¡lo veo!–¡He ahí a mi Salvador!Yo estaba de pie, lleno de admira-

ción: no veía más que la forma de una hostia muy blanca, aun cuando mi con-ciencia no me reprochara ninguna fal-ta que me impidiera ver, como los de-más, al Cuerpo sagrado.

Este pensamiento no me inquietó mucho tiempo, porque pronto vi clara-mente el rostro de Nuestro Señor Je-sucristo en la plenitud de su edad. En su cabeza había una corona de espinas,

y dos gotas de sangre caían de la fren-te a cada lado de la cara. Me puse ins-tantáneamente de rodillas y, llorando, lo adoré.

Cuando me incorporé, ya no vi la corona de espinas ni las gotas de san-gre, sino el semblante de un hombre, venerable más allá de todo cuanto se pueda imaginar. Estaba vuelto hacia la derecha, de manera que su ojo de-recho poco se llegaba a notar. La nariz era larga y recta, las cejas arqueadas, los ojos bajos y dulcísimos. Una larga cabellera caía sobre sus hombros. La barba, nunca cortada, ondulaba bajo el mentón, y cerca de la boca, que era muy elegante, se hacía más fina, hasta acabar en dos pequeños espacios a ca-da lado del mentón, como suele suce-der a los hombres jóvenes que la dejan crecer desde la adolescencia. La frente era ancha, el rostro delgado y la cabe-za, al igual que el largo cuello, se incli-naba ligeramente.

Tal es el retrato y tal la belleza de esa dulcísima faz.

Por espacio de una hora, los fieles podían ver al Salvador bajo formas di-ferentes: unos, extendido sobre la cruz; otros, como llegado para juzgar a los hombres; otros, y en mayor número, bajo la forma de un niño.

Un prodigioso hecho presenciado por una multitud de fieles y relatado por el Obispo de Cambray, testigo ocular.

Severiano Antonio de Oliveira

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 37

Un milagro de varios días

Infelizmente no quedaron otros re-latos de testigos oculares. Pero el au-tor de los “Anales de Flandres”, falle-cido en Lille el año 1626, informa que el milagro siguió por varios días, reno-vándose cada vez que la santa hostia era expuesta. Todos cuantos entraban a la iglesia presenciaban el prodigio.

La milagrosa transfiguración se producía siempre bajo distintas for-mas. En opinión del canónigo Capelle, de Cambray, probablemente las almas puras contemplaban a un Niño dulce y encantador; los pecadores veían a Je-sús crucificado; y a los herejes el Señor

se mostraba con el talante de un juez irritado.

A su vez, una tradición incuestiona-ble ratifica la veracidad del prodigio. En 1356 –un siglo después de la apa-rición– Douai celebraba la fiesta del Santo Sacramento del Milagro; el do-cumento que contiene este registro añade que tal solemnidad era ya cosa antigua.

La hostia milagrosa, reverenciada durante generaciones, se conservó en la iglesia canonical de San Amado has-ta la época de la Revolución Francesa.

En 1790 la basílica fue clausurada y tres años después entregada al saqueo. Los vasos sagrados fueron destrui-

La Eucaristía es el mayor de los milagros

Santo Tomás explica que la Euca-ristía es de por sí el más grande de los milagros obrados por Dios (“el mila-gro de los milagros”, en el decir de otros teólogos) porque se verifican una serie de prodigios: la conversión de una sustancia en otra, la presencia de Jesucristo en varios lugares al mis-mo tiempo (en todos los puntos del globo donde haya una hostia consa-grada), etc.

Pero si creemos en la sagrada Euca-ristía es únicamente gracias a la luz de la fe. Cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, este portento no se produce de modo pal-pable. Nuestros ojos humanos siguen viendo las apariencias del pan y del vino, y no a Nuestro Señor Jesucristo realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Pero Dios se complace a menudo en manifestar maravillas complemen-tarias, que corroboran ante los senti-dos el milagro máximo ocurrido sobre el altar.

Así, los innumerables sucesos ex-traordinarios descritos por historiado-res idóneos componen una corona de gloria para el Santísimo Sacramento. Sirven, además, para fortalecer la fe en el alma de los fieles incitándolos a re-conocer y adorar a Jesucristo, que se-gún la expresión del Concilio de Tren-to, “prodigando las riquezas de su amor en el don de la Eucaristía, se complace también en hacerlas resplandecer ante los ojos de todos por las numerosas ma-ravillas de su Poder”.

Para importantes teólogos como San Roberto Belarmino, estos mila-gros tienen el valor de un argumento

–secundario pero apreciable– que con-firma el dogma de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

¿Puede un católico dar crédito a relatos de hechos maravillosos como el de Douai?

dos. Reliquias veneradas ahí por ca-si diez siglos fueron quemadas. Algu-nos exaltados atacaron el altar, rom-pieron el tabernáculo y abrieron la teca de plata que guardaba la hostia del milagro.

Pero Dios no permitió ese supre-mo sacrilegio. La teca estaba vacía. Manos piadosas habían puesto a sal-vo el augusto Sacramento.

Vitral de la Catedral de Dijon, Francia

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Joaquin Matus

EMaria Cristina Lisbôa Miranda

Vigilad y orad...

38 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

HISTORIA PARA NIÑOS... O PARA ADULTOS LLENOS DE FE

El que piensa que sólo los malos son astutos, cae en un gran engaño. La verdadera piedad aviva la inteligencia, aumenta la energía y nos trae el socorro del Cielo.

n la pequeña ciudad bretona de Tréguier, en Francia, está sepulta-do el gran San Ivo, sa-cerdote, venerado como

el “Abogado de los Pobres”, fallecido en 1303 y canonizado en 1347. Su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinación.

El año 1403 –cuando sucede nues-tra historia– Tréguier se hallaba par-ticularmente animada y jubilosa, por cumplirse el primer centenario de la entrada de San Ivo a la gloria celestial.

Pasados los días de fiesta, la pobla-ción volvió a su vida de costumbre. Al caer de la tarde, dos jinetes llegaron a la plaza de la Catedral y se apearon frente a una amplia casa en cuya fachada lucía una artística insignia y el siguiente título: “Posada San Ivo de las Dos Espadas”.

–¿Estará el posadero? – preguntó uno de ellos.

–Con ella habla, señor. Me llamo Teresa, ¡a sus órdenes!

–Somos honrados negociantes de piedras preciosas. Buscamos hospe-daje por algunos días. Mi nombre es Marción y mi socio se llama Nicanor.

–¡Sean bienvenidos a la tierra de San Ivo! Mandaré a que acomoden sus monturas y les preparen dos aposentos y una buena comida.

Mientras atendía a los dos foraste-ros, la Sra. Teresa aprovechaba de exa-minarlos atentamente. Aunque con-taba menos de 35 años, ya poseía una

gran experiencia de vida. Con la muer-te repentina de su marido, pocos años atrás, había asumido valerosamente el mando de la posada y el cuidado de sus ocho hijos pequeños. Se había habitua-do a aplicar “rayos X”, desde el primer contacto, a las personas con quienes trataba; y luego de observar bien al par de “honrados negociantes”, concluyó que sería mejor desconfiar de sus bue-nas intenciones.

A su vez, los dos recién llegados examinaron atentamente a su interlo-cutora y a la casa. Los arreglos, el gran crucifijo entronizado en el salón, las numerosas imágenes de la Virgen y de los santos, todo denotaba una vida de piedad y devoción.

–Gran negocio a la vista, ¿eh, Mar-ción?

–Así es. ¡La regla infalible! Es una “beata”, así que tiene que ser una ton-ta. El asunto resultará fácil. Basta con que seamos astutos, cada vez más astu-tos, ¿de acuerdo?

–¡Claro! Para los tontos, sermones y procesiones. Para nosotros, las ganan-cias…

Luego de instalarse, los dos bajaron al comedor donde les sirvieron una buena cena. Antes de ir a dormir, qui-sieron hablar con la dueña de la hos-pedería. Marción le dijo:

–Queremos que nos guarde este jo-yero, donde están nuestras piedras más valiosas.

–Muy bien. Tenemos una caja de caudales fuerte y segura.

–No lo tome a mal, pero quisiera pedir una garantía – insistió el hués-ped.

–Claro, tiene todo el derecho. Díga-me cuál es.

–Que usted nos traiga esta caja só-lo cuando los dos estemos presentes, ya que es el único medio de evitar…

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 39

desavenencias entre ambos, digámos-lo así. Es una importante cautela, para que usted misma no se haga responsa-ble de alguna… alguna ingrata sorpre-sa, ¿me comprende?

–¡Entendido! Buen descanso, se-ñores.

La dueña de la posada fue a guar-dar la preciosa caja, y los dos huéspe-des subieron a sus cuartos.

Al día siguiente por la mañana pi-dieron la caja a la Sra. Teresa, sacaron las piedras que creyeron convenientes y salieron a sus negocios. Al terminar la tarde volvieron satisfechos y juntos fueron a solicitar nuevamente la caja, en la que depositaron sus valores.

Así pasó una semana, obedeciendo siempre la misma rutina.

Un día, Nicanor bajó solo y avisó que quería pagar los gastos del hospe-daje, pues partirían a otra ciudad. La Sra. Teresa hizo las cuentas y le en-tregó la nota. El comerciante abrió su bolsa y comenzó a contar monedas de oro y plata.

–Mi socio está por bajar. ¿Podría ir a buscar la caja ahora, para entregar-la cuando llegue?

Sintiendo los pasos del otro en el corredor superior, la mesonera no dudó en abrir el arcón, sacar la caja y depositarla sobre la mesa. Nicanor, sonriente, puso en sus manos la canti-dad debida y pidió un recibo. La Sra. Teresa fue al armario, a dos metros, a buscar tinta y papel. Cuando volvió… se dio cuenta que estaba sola en la ha-bitación.

¡En pocos segundos el “honrado negociante” había desaparecido con la valiosa caja de piedras preciosas!

Muy pronto entendió la trampa que le habían tendido los dos fascine-rosos: de seguro Marción presentaría un juicio reclamando una indemniza-ción por la mitad de las piedras pre-ciosas… ¡Y ella tendría que vender tal vez todos sus bienes, quedando re-ducida a la indigencia! Pero si algo no faltaba a la Sra. Teresa, eran el valor y la entereza.

Elevó a la Protectora de los Cris-tianos y a San Ivo una ardorosa ora-ción, y de un solo golpe delineó su “plan de combate”.

Entrando a la sala, el otro bandido la saludó sonriente, como de costum-bre, y fingió sorpresa al no encontrar a su socio.

–Por cierto que me pareció extraño – replicó ella –. Salió de modo inespe-rado, sin decir nada, creo que no tar-dará. Mientras esperamos su regreso, deme unos momentos para ir a la co-cina a tomar unas rápidas providen-cias.

Dicho esto se retiró, no a la coci-na sino a la capilla de la posada don-de, arrodillada ante al imagen de San Ivo, imploró fervorosamente su ayu-da.

¿Sucedió algún milagro? No sabe-mos… Lo cierto es que la Sra. Tere-sa sonrió y salió confiadamente, sin-tiendo un mensaje grabado en su al-ma. Llamó al capataz de la caballeri-za y le dio breves explicaciones, con-cluyendo:

–Sigan la indicación de San Ivo: vayan a todo galope por el camino de Saint-Brieuc, para capturar al ladrón en la Gruta del Trigal, donde estará escondido.

Retornando a la sala, Marción le dijo con sonrisa desdeñosa:

–Bien, señora, ya que por lo vis-to mi socio desapareció, le pido que traiga el joyero que dejamos a su cui-dado.

–¡Ah no, señor, eso nunca! Asumí el compromiso de traerlo únicamen-te cuando ambos se encuentren pre-sentes. Tendrá usted que aguardar a su compañero.

¡Esa no se la esperaba el farsan-te! De la beata, de la rezadora de in-terminables “ruega por nosotros”, ¿quién podría esperar tamaña sagaci-dad? En plena incertidumbre, decidió tantear el terreno:

–¿Puede al menos abrir el arcón para probar que el joyero sigue ahí dentro?

–¿Acaso desconfía de su socio?–¡Señora! ¡Con un negociante expe-

rimentado como yo no se juega! Abra ese baúl enseguida, o iré ante el juez para estampar una denuncia.

–Espere un poco más, su socio lle-gará muy pronto… escoltado por la policía.

–¿¡La policía!?–¡Exacto! La policía judicial partió

a galope tendido para prenderlo en la Gruta del Trigal donde está a su espe-ra, tal como lo habían concertado.

Al oír esto, el ratero cayó en cuenta de que todo el plan había si-do descubierto. Cualquier nueva ar-timaña sería inútil. Ahí se quedó, pasivo, a la espera de los aconteci-mientos. Poco tiempo después en-traron los policías trayendo a Nica-nor cargando cadenas. Sintiéndose encerrado el resto de su vida, Mar-ción solamente tuvo fuerzas para in-dagar, confusamente:

–Pero… ¿pero cómo lo descubrió todo tan rápido?

–Hice lo que Jesús enseñó: vigilé, oré y actué. La verdadera piedad avi-va la inteligencia, aumenta la energía y, sobre todo, trae el auxilio del Cielo. Le recé a San Ivo y él me atendió. Us-tedes tendrán ahora tiempo en abun-dancia para meditar sobre su mala vi-da. ¡Saquen buen provecho para la salvación de su alma!

La Sra. Teresa observava con desconfianza a aquellos dos “honrados negociantes”...

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D

La primera familia brasileña

Luiz Henrique de Oliveira Alves

40 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

ispuso la Divina Pro-videncia que, para servicio y gloria suya, Diogo Álvares Corrêa fuera el primer pobla-

dor de Brasil. Su leyenda nos dice que llegó a Bahía en 1510.

Caramuru: “¡El hombre de fuego!”

Valeroso y ávido de con-quistas, se embarcó en una carabela con destino al Nue-vo Mundo recién descubier-to. Una furiosa tormenta hi-zo zozobrar la frágil “cásca-ra de nuez” cerca de la playa de Maragojipe, Bahía, donde los náufragos que escaparon del mar fueron devorados por los indios tupinambás.

Sin embargo, los salvajes se impresionaron con el ca-rácter animoso de Diogo Ál-vares y decidieron perdonar-le la vida. Éste a su vez, y tan aprisa como pudo, fue hasta los restos de la embarcación para recuperar dos mosque-tes con algunos barriles de pólvora.

Algunos días después y a la vista de todos, Diogo dis-paró su mosquete abatiendo un ave en pleno vuelo y de-jando atónitos a los nativos,

incluso a los más valientes. Las muje-res y los niños huyeron gritando: “¡El hombre de fuego! ¡El hombre de fue-go!”.

El astuto portugués halló la manera de comunicar a los indios que con esa arma de fuego podía ayudarlos en sus

guerras contra las demás tribus. Según consta, hasta supo convencerlos que no debían temer al mosquete, porque su fuego sólo mataba a los enemigos, nunca a los amigos…

Tranquilizados, los tupinambás qui-sieron experimentarlo de inmediato

en las guerras. Pronto que-dó comprobado el valor del “Gran Caramurú” –como lla-maron a Diogo los indígenas– y su fama no tardó en correr por tierra brasilera. Luego de la batalla de la Isla del Mie-do, en que la participación del portugués fue decisiva, el cacique le ofreció una de sus hijas, joven de gran hermo-sura que llegó a ser la legen-daria Catalina Álvares Para-guaçú.

En vista de la fama del gran Caramurú, los caciques empezaron a tomarlo como árbitro en las contiendas de las diversas tribus. Así, de cautivo pasó a ser el dirigen-te prudente y sagaz que a to-dos gobernaba.

Patriarca y matriarca de Bahía

De la controvertida his-toria de Catalina Paraguaçú consta que “para cumplir la obligación religiosa, trataron

La Virgen se le aparece a Catalina Paraguaçú (pintura conservada en la Igresia de la Gracia, en Salvador, Bahía)

Él era miembro de la “principal nobleza de Viana do Castelo” (Portugal); ella, hija de un cacique tupinambá. Un matrimonio perfecto, cuya descendencia florece hasta hoy en Brasil.

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 41

de promover el bautismo de la india en la santa fe católica”. Registran las cróni-cas que, “obedeciendo la voz de la con-ciencia y los dictados de la fe que había traído de Portugal”, Diogo Álvares de-cidió unirse a ella en matrimonio.

Alrededor de 1528 ancló en Bahía una nave francesa, que venía tras el famoso palo “color brasa” origen del nombre Brasil. El rudo portugués se embarcó en ella junto a su Paraguaçú.

Fray Agustín de Santa María en su “Historia de los Santuarios Marianos”, afirma que la noticia de la llegada de ambos a París fue recibida con satis-facción por el Rey Enrique II y la Rei-na Catalina de Médicis, a los que in-teresaba establecer una nueva Francia en el Nuevo Mundo.

Los reyes se preocuparon de bau-tizar a la india y casarlos por la Igle-sia. El matrimonio fue celebrado por un obispo, asumiendo la propia pareja real los roles de padrino y madrina. La “princesa” tupinambá recibió el nom-bre de Catalina como homenaje a la Reina, que la obsequió con ricos vesti-dos y preciosas joyas.

De regreso a Brasil con su ahora le-gítima esposa, Diogo Álvares vivió te-mido y respetado por los más podero-sos jefes indígenas. Este matrimonio dio origen al primer tronco del que na-ció una de las más nobles estirpes de Bahía. Fray Jabotán, cronista del siglo XVIII, menciona a sus cinco hijas, to-

das casadas con portugueses de buen linaje: Ana, Ginebra, Apolonia, Gra-cia y Magdalena.

La Señora de la Gracia

Habiendo naufragado una nave espa-ñola en el litoral bahiano, el Caramurú acudió con prontitud en socorro de los sobrevivientes, salvándolos de la voraci-dad de los indios. La excelsa Madre de Dios quiso servirse de este naufragio pa-ra entrar con la divina Gracia, de la que está llena, a la Tierra de Santa Cruz (co-mo se llamaba entonces a Brasil).

En efecto, cuando Diogo volvió de asistir a los castellanos, Catalina le pi-dió con gran insistencia que fuera a buscar a una hermosísima mujer que había visto en el navío y estaba cauti-va de los indios. Esa mujer, le explicó, se le había aparecido en una visión y le pedía que la llevara consigo.

Acuciosamente, el marido se puso a buscarla por todas las aldeas pero re-gresó sin haberla encontrado. Su espo-sa insistió con redoblado empeño, per-suadida de que en alguno de esos ca-seríos los indios la mantenían prisio-nera, ya que no dejaba de aparecérse-le en visiones.

Habiendo hecho una segunda y lue-go una tercera diligencia, Diogo Álva-res descubrió una imagen de la Santísi-ma Virgen que un indio había recogido del naufragio y guardado en un rincón de su choza. El bravo portugués la lle-

vó con gran reverencia a Catalina, que la abrazó con lágrimas de alegría cuan-do reconoció en ella a la mujer que le hablaba en apariciones.

La devota y venturosa india le pidió a su marido que hiciera levantar una ermita donde acoger la sagrada ima-gen, lo que se hizo primero de adobe y luego de cal y canto. Ahí la Virgen fue entronizada solemnemente, con el tí-tulo de Señora de la Gracia.

A lo largo del tiempo dicha igle-sia fue enriquecida con un gran teso-ro de reliquias e indulgencias. El ma-trimonio la donó a los religiosos de San Benito; y tras la muerte del mari-do (1557), la piadosa matriarca les ce-dió también las tierras vecinas.

Catalina pidió ser enterrada al al-cance de la vista de la Señora de la Gracia, pues, decía, “habiendo recibido tantos favores de Ella en vida, no quie-ro abandonar su presencia después de muerta”. Así, cumpliendo su voluntad, en 1589 fue sepultada en la iglesia de la Gracia, Salvador de Bahía.

Con motivo de la Misa conmemo-rativa del 410° aniversario del falle-cimiento de Catalina Álvares, Mons. Emanuel Amaral, Abad del Monaste-rio de San Benito, afirmó: “Si miramos la historia de Brasil, ella es la que da ori-gen a nuestro pueblo. Catalina fue una presencia determinante, un paradigma para todas las mujeres por su iniciativa, su obra y su vida”.

Iglesia de la Gracia, en Salvador – La primitiva ermita de adobe construida por Diogo para acoger la imagen se transformó en un bello templo

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San Carlos Borromeo

1. Fiesta de Todos los Santos2. Conmemoración de todos los

fieles difuntos. La costumbre de orar por los cristianos fallecidos –una de las más antiguas tradiciones de la Iglesia– tuvo una poderosa difusión desde fines del s. X, gracias a San Odilon, abad de Cluny (Francia).

3. San Martín de Porres, hermano lego dominico. Nacido en Lima (Perú) en 1579. Fue cirujano práctico y cui-dó a los enfermos con eximia caridad cristiana. Se le deben numerosos mila-gros.

4. San Carlos Borromeo, obispo. Sobrino del Papa Pío IV y Arzobispo de Milán, fue uno de los más destaca-dos miembros del Concilio de Trento. Promovió varios sínodos, fundó los primeros seminarios y otras innumera-

bles obras pastorales. Falleció en 1584.5. Santa Silvia, madre de San Gre-

gorio Magno, Papa, s. VI. Nació en Mesina de Sicilia, de la nobilísima fa-milia Octavia. Fue modelo de vírgenes, de esposas y de madres. Dios le conce-dió la dicha de dar a la Iglesia al gran Papa.

Vivió algunos años en Roma, junto a la Iglesia de San Sabas, con pobreza

y abstinencia, dedicada enteramente a la caridad y a la oración. Cierto día se apareció un Ángel a San Gregorio, y le habló de su madre dándole el título de bienaventurada. Murió en Roma el año 602.

6. San Leonardo de Noblac, eremi-ta, s. VI. Nació de noble cuna en Galia. Seguidor de San Remigio, vivió en una selva cercana a la ciudad de Limoges (Francia).

7. 32° Domingo de Tiempo Ordina-rio.

San Ernesto de Steisslingen, abad y cruzado, ss. XI-XII. Fue religioso en el monasterio de Zwiefalten, junto al la-go Constanza, donde llegó a ser abad. Al término de su mandato se marchó a la Segunda Cruzada, en la que pe-reció. Al despedirse de sus hermanos monjes, les había confiado que partía con la intención de “sufrir por amor a Cristo, sin importar lo que la muerte me reserve”.

Beato Francisco Palau, carmelita, s. XIX. Poseedor del don de profecía y milagros, fue también misionero y de-fensor del exorcistado. Debió enfren-tar numerosas persecuciones e injus-ticias, llegando a padecer un destierro de doce años en Francia. Fue objeto de numerosas visiones y comunicacio-nes místicas en El Vedrá, islote frente a Ibiza (España). Fundó en 1860 a las Hermanas y Hermanos Carmelitas Terciarios de la Virgen del Carmen, cuya rama masculina desapareció en la Guerra Civil española.

8. San Godofredo, monje y obis-po, ss. XI-XII. Abad del convento de Mont-Martin, llegó a ser obispo de Amiens (Francia), donde se esforzó por imponer disciplina al disoluto cle-ro y a los señores feudales; pero ambos estamentos se mancomunaron contra él y lo obligaron a refugiarse en una

Cartuja. Regresó más tarde a la dió-cesis, pero extenuado ya, murió poco después en la abadía de San Crispín de Soissons.

9. Dedicación de la Basílica de Le-trán. Es la catedral del Papa. Construi-da en un terreno donado por el empe-rador Constantino hacia el año 320, es considerada como la iglesia madre de todas las demás, por ser el primer tem-plo erigido por los cristianos.

10. San León I, llamado Magno, Pa-pa y doctor de la Iglesia. Nació en Tos-cana (Italia) a fines del siglo IV. Reci-bió el título de Magno por su firmeza en enfrentarse a las invasiones bárba-ras (detuvo a Atila ante las puertas de Roma) y a las herejías surgidas en la Iglesia primitiva.

11. San Martín de Tours, obispo de esta ciudad, electo en 371. Nacido en Hungría, dejó la carrera militar para ser religioso. En esta época ocurrió el famoso episodio cuando cortó la mitad de su manto para cubrir a un pobre que se moría de frío. Fundó varios mo-

San Martín de Tours

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Santa Cecilia

nasterios, entre ellos el de Ligugé, el más antiguo de Europa. Murió en 397.

12. San Josafat, obispo y mártir. Su familia era de religión cismática, pero se convirtió al catolicismo en la Iglesia de Ucrania y fue apóstol de la unidad de los cristianos en Oriente. Murió asesinado en 1623.

13. San Estanislao de Kostka, novi-cio jesuita, s. XVI. Hijo de un rico se-nador de Polonia, huyó del castillo pa-terno al verse duramente perseguido en su ideal de vida religiosa. En Roma, acogido por San Francisco de Borja, ingresó al seminario jesuita. Falleció nueve meses más tarde en olor de san-tidad. Patrono de los novicios y de los que se preparan para el sacerdocio.

14. 33er Domingo de Tiempo Ordi-nario.

San Humberto, obispo, s. VIII. Hijo del rey Bertrand de Aquitania, era una gran aficionado a la cacería. Mientras perseguía un venado el Viernes Santo vio aparecer una cruz luminosa sobre la cornamenta del animal, escuchando una voz que lo instaba a volver a Dios. Convertido, y viudo poco después, re-nunció a su derecho al trono y se hizo sacerdote benedictino. Fue nombra-do obispo de una región habitada por gentes idólatras y violentas, a las que convirtió ayudado por su elocuencia y el don de milagros. Patrono de los ca-zadores y de los obispos que deben go-bernar regiones problemáticas.

15. San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia. Dominico, nacido en Baviera (Alemania) en 1206, fue profesor, en la Universidad de París, del gran Santo Tomás de Aquino. Fue también obispo de Ratisbona. Murió en Colonia en 1280.

16. Santa Margarita de Escocia, reina y viuda. Natural de Hungría, lle-gó a ser reina de Escocia a los 24 años, casada con Malcolm III, de quien tuvo 8 hijos. Influyó profundamente en su marido y en la renovación religiosa de todo su pueblo. Murió en Edimburgo en 1093.

Santa Gertrudis, virgen. A los 5 años sus padres confiaron su edu-

cación al monasterio de Helfta, en Sajonia (Alemania) donde pasó toda su vida. Tuvo varias visiones, éxtasis y revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús. Murió en 1302.

17. Santa Isabel de Hungría, reina y religiosa (ver artículo p. 20-23).

18. Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo, Apóstoles.

19. San Andrés Avelino, religioso teatino, s. XVI. Nacido en Nápoles, abandonó el oficio de las leyes y entró a los Teatinos, de los que fue superior. Ayudó a San Carlos Borromeo en la renovación espiritual del clero. Poseyó el don de milagros, con el que comple-mentaba sus predicaciones. Murió a los 80 años, justo al comenzar la misa.

20. San Edmundo, s. IX. Último rey de la antigua Estanglia (este de In-glaterra). Con sólo 14 años asumió la corona y gobernó con virtud ejemplar, ganándose el cariño y veneración de su pueblo. Años después murió en lucha con los piratas daneses, que asolaban ciudades y monasterios. Sus restos se conservaron en Bury Saint Edmunds, en West Sufflok, donde en el año 1020 se fundó una gran abadía.

21. 34° Domingo de Tiempo Ordi-nario.

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. (ver artículo p. 6-11).

Presentación de la Santísima Vir-gen María. A los tres años de edad, la

Virgen fue presentada por sus padres en el Templo.

22. Santa Cecilia, virgen y mártir. Una antigua tradición dice que Cecilia pertenecía a una de las familias roma-nas más ilustres del siglo III, que ha-bía consagrado a Dios su virginidad y podía ver a su ángel de la guarda. Fue decapitada por orden del alcalde de Roma al no renegar de su fe. Es la pa-trona de los músicos.

23. San Clemente I, Papa y mártir. Según refiere San Ireneo, “Clemente había visto personalmente a los após-toles y escuchaba con sus propios oí-dos la predicación de ellos”.

San Columbano, abad irlandés, ss. VI-VII. Cruzó el canal de la Mancha hacia el 590 y evangelizó el nordeste de las Galias y la región del río Rin. Murió en Italia en 615.

24. San Andrés Dung-Lac, presbíte-ro y 116 compañeros mártires. Nacido en el norte de Vietnam en 1795, reci-bió el martirio en 1839.

25. Santa Catalina Labouré, reli-giosa francesa, s. XIX. En su convento de la Rue du Bac fue agraciada con las espléndidas apariciones de la Virgen María relacionadas con la Medalla Mi-lagrosa.

26. San Leonardo de Puerto Mau-ricio, presbítero franciscano. Gran predicador y misionero italiano de los siglos XVII-XVIII (San Alfonso de Li-gorio lo llamó “el gran misionero del siglo”), fue el primero en realizar el Vía Crucis en el Coliseo romano.

27. San Virgilio, obispo, s. VIII.28. 1er Domingo de Adviento.Santa Blanca de Castilla, s. XIII.

Madre de San Luis IX, Rey de Fran-cia, y tía de San Fernando III, Rey de Castilla.

29. San Saturnino, obispo y már-tir. Fue el primer obispo de Toulouse, Francia, s. III.

30. San Andrés, apóstol. Es uno de los dos primeros apóstoles que encon-traron al Señor en las márgenes del Jordán. Él condujo a Pedro ante Jesús. La tradición afirma que fue crucifica-do en Patras, después de predicar el Evangelio en Grecia.

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44 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

Fiesta de la Patrona de BrasilEl día 12 de octubre cerca de 200

mil fieles acudieron al Santuario Na-cional de Aparecida para conmemorar la fiesta de la Reina y Patrona del Bra-sil. Mons. Lorenzo Baldisseri, Nun-cio Apostólico en ese país, presidió la principal misa de la jornada.

Por la tarde, una imponente procesión recorrió las calles de la ciudad, seguida por una exhibición de fuegos artificiales.

Un grupo de 70 peregrinos recorrió a pie el trayecto entre la ciudad de San José dos Campos hasta el Santuario. Aunque cansado, se mostraban felices y emocionados por haber podido ofre-cer ese acto de homenaje a la Virgen Inmaculada.

Degradación de la salud mental de los jóvenes

La Comisión Europea de la Orga-nización Mundial de la Salud (OMS) lanzó una alerta al respecto de la de-gradación del estado de salud mental de los jóvenes.

En Europa la cifra de problemas emocionales entre los adolescentes,

como la ansiedad y depresión, llegó a casi un 70% según informes propor-cionadas por el médico especialista Marc Danzon, Director de la OMS en ese continente.

A escala mundial, según los estu-dios realizados, el suicidio juvenil se convirtió en la primera causa de muer-te entre mujeres y la tercera entre los hombres.

Reemplazo en el corazón del Vaticano

Una comunidad de religiosas bene-dictinas se instaló el 8 de octubre en el monasterio Mater Ecclesiae, localizado al interior del Vaticano, con la misión de rezar y ofrecer sacrificios por el Pa-pa y por la Curia romana.

Dicho monasterio de hermanas con-templativas fue fundado por Juan Pa-blo II en 1994, con la finalidad de pro-porcionar a la Santa Sede el valioso re-fuerzo de almas dedicadas por entero a la contemplación y a la oración.

Por determinación del propio Papa, cada comunidad religiosa se establece en él por un período de cinco años. Des-

Jóvenes adoradores eucarísticos se reúnen en RomaEn la primera quincena de octubre, dos auspiciosos

eventos se realizaron en Roma.Del 1 al 10, la misión “Jesucristo en el centro”, promo-

vida por el servicio diocesano para la pastoral juvenil de la Diócesis de Roma. Más de 400 jóvenes misioneros de ambos sexos recorrieron las calles del centro histórico de la Ciudad Eterna, anunciando el Evangelio especialmen-te a los de su misma edad. La misión comprendió también largos períodos de adoración al Santísimo Sacramento en la iglesia de Santa Inés, localizada en la Plaza Navona, así como espectáculos y conciertos musicales.

Concomitantemente, desde el día 6 al 10 tuvo lugar el Primer Encuentro Europeo de Grupos Juveniles de Adoración Eucarística, en el que participaron también jóvenes norteamericanos.

“Eucaristía y misión son dos realidades inseparables. No existe auténtica celebración y adoración de la Eucaris-tía que no conduzca a la misión” – afirmó el Papa Juan Pablo II al recibir en audiencia a un grupo de participan-tes de ambos eventos.

El Santo Padre transmitió a los jóvenes la siguiente ordenanza:

“En primer lugar, el amor a la Eucaristía. Nunca se can-sen ustedes de celebrarla y adorarla junto a toda la comu-nidad cristiana, sobre todo los domingos. En segundo lu-gar, la pasión misionera. No tengan miedo de dar testimo-nio de la esperanza (…) que tiene un nombre preciso: ¡Je-sucristo!”

Mas de 400 jóvenes misioneros recorrieron las calles de Roma en procesión

con el Santísimo Sacramento

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 45

de su fundación hasta 1999 lo ocuparon las monjas clarisas, que fueron sustitui-das por las carmelitas, que ahora ceden su puesto de honor a las benedictinas.

Reunión continental de RIIAL

El 1° de octubre concluyó en Santia-go de Chile la VIII Reunión Continen-tal de la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL). Durante siete días especialistas en informática y comunicaciones de varias Conferencias Episcopales y otras diversas institucio-nes eclesiásticas debatieron proyectos para aumentar la cooperación entre los numerosos sitios de organizaciones ca-tólicas.

Según informaciones de la Confe-rencia Episcopal Chilena, en el evento participaron especialistas procedentes del Vaticano, Italia, España y distintos países latinoamericanos.

Sobresalió la presencia del Secreta-rio del Pontificio Consejo para las Co-municaciones Sociales, Mons. Renato Boccardo; del Cardenal Francisco Ja-vier Errázuriz, Presidente del Episco-

pado chileno y del CELAM; y del Car-denal Nicolás Rodríguez Madariaga, Arzobispo de Tegucigalpa.

Exposición artística sobre la belleza del rosario

Patrocinada por la Acción Católica, se inauguró en el Palacio Apostólico de Lo-reto (Italia) una exposición sobre la be-lleza e importancia del Rosario. Su presi-dente, Paola Bignardi, explica que “el ro-sario en la Historia fue el Evangelio de los pobres, de los humildes y de las familias, una especie de primer anuncio de la fe”. Y añade: “En este sentido, esta oración no agotó su tarea, como lo ha confirmado en varias ocasiones el Santo Padre”.

Terrorismo, la “Cuarta Guerra Mundial”

En una entrevista concedida al diario italiano “La Stampa”, el Cardenal Rena-to Martino, Presidente del Pontificio Con-sejo Justicia y Paz, declaró que el mundo entró en la “cuarta guerra mundial”.

El Purpurado señaló que “la Gue-rra Fría fue una verdadera guerra, aun-

que fuera de los esquemas”. Y ahora, con el terrorismo, existe “una nueva guerra que involucra a todo el mundo, porque no sabemos si a la salida de es-te hotel donde estamos podrá ocurrirnos algo, o cuando subamos al ómnibus, o cuando vayamos al restaurant. La gue-rra está junto a cada uno de nosotros” – afirmó. (ACI)

Nuevo libro de Juan Pablo II

“Memoria e Identidad”, el más re-ciente libro de Su Santidad, fue pre-sentado el día 6 de octubre por el Di-rector de Prensa de la Santa Sede, Joa-quín Navarro Valls, en la ciudad ale-mana de Frankfurt.

La obra es un estudio de filosofía de la Historia, donde el Papa enfrenta tó-picos como la democracia contemporá-nea, la libertad humana, los conceptos de nación, de patria y de estado, las re-laciones entre nación y cultura, los de-rechos humanos y la relación entre la Iglesia y el Estado.

“Memoria e Identidad” es el quinto libro de autoría de Juan Pablo II.

Cinco nuevos beatos en el firmamento de la IglesiaEn medio de una esplendorosa ceremonia en la Plaza de

San Pedro, el Santo Padre Juan Pablo II elevó a los altares a cinco nuevos bienaventurados:

P. Pedro Vigne (1670-1740), fundador de la Congrega-ción de las Hermanas del Santísimo Sacramento; Ana Ca-talina Emmerick (1774-1824), monja alemana de la Orden de las Canónicas Regulares de San Agustín; Carlos de Aus-tria (1887-1922), Emperador de ese país durante la Primera Guerra Mundial; P. José María Cassant (1878-1903), monje de la Orden Cisterciense; y Madre María Ludovica de An-gelis (1880-1962), religiosa de la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia de Savona.

En Brasil se registró un milagro por intercesión del Beato Pa-dre Vigne, luego reconocido oficialmente por la Santa Sede.

Francisca Ivanira de Lucena, 60 años y residente en la ciudad de Brejo Santo, sufría un cáncer estomacal que había invadido el bazo y parte del hígado. Desahuciada por los médicos, que no le daban más allá de dos meses de vida, fue devuelta a casa.

Por consejo de una religiosa de la Congregación del San-tísimo Sacramento la Sra. Francisca hizo una novena al P. Vigne, pidiéndole una cura que la Medicina consideraba imposible. Tan pronto la empezó sintió una mejoría, y al fi-

Arriba, vista general de la plaza de San Pedro, en el día de la

ceremonia; al lado, el P. Pedro Vigne

nalizar podía caminar de nuevo. Un mes después retornó totalmente resta-blecida al hospital.

El médico que la examinó reconoció que semejante recuperación no tenía ex-plicación natural.

Luego de las debidas investigaciones rea-lizadas por la diócesis y por la Congregación pa-ra la Causa de los Santos, la curación fue reconocida co-mo milagrosa por el Papa en abril de este año.

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La Medalla Milagrosa y la conversión de Alfonso Ratisbona

46 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

La conversión de un joven banquero sacudió a la Europa del siglo XIX. El relato del portentoso milagro es fascinante.

lfonso Ratisbona, em-parentado con la céle-bre familia Rothschild, tenía 27 años cuan-do un 20 de enero de

1842, la Santísima Virgen se le apareció y lo convirtió instantáneamente.

Hombre culto, rico y de elegante trato, relacionado con las altas esferas sociales, estaba de novio con una joven de su familia. Tenía frente a sí un futu-ro promisorio.

De paso por Roma visitó, como tu-rista, las ruinas históricas y numerosos monumentos e iglesias.

La víspera de su partida tenía que hacer, a contra gusto, una visita al Ba-rón Teodoro de Bussières, hermano de un viejo conocido suyo. Para librar-se del incómodo compromiso, deci-dió apuntar unas palabras de mera for-malidad en su tarjeta de visita y dejar-la con el portero. Sin embargo, como éste no entendió bien la pronuncia-ción del extranjero, lo introdujo ama-blemente al salón y anunció su llegada al señor de casa.

Apóstol ardoroso y hábil

Católico practicante y apóstol ardo-roso, recién convertido del protestan-

tismo, Teodoro de Bussières no quiso dejar escapar la oportunidad de con-quistar esa alma para Dios. Recibió con mucha cortesía al visitante y há-bilmente condujo la conversación para hacerlo discurrir sobre sus paseos por la Ciudad Eterna.

A cierta altura, Ratisbona dijo: “Vi-sitando la Iglesia de Araceli, en el Ca-pitolio, sentí una emoción profunda e inexplicable. El guía, dándose cuenta de mi perplejidad, preguntó qué suce-día y si acaso quería retirarme”.

Al oír esto, los ojos de Bussières brillaron de regocijo. Su interlocutor, notándolo, se apresuró a recalcar que dicha emoción nada tenía de cristia-na. Y ante el contra argumento de que muy bien podría ser una gracia de Dios llamándolo a la conversión, el israeli-ta, contrariado, le pidió no insistir en el asunto porque jamás se haría cató-lico. “Pierde usted su tiempo. ¡Yo nací en la religión judía y en ella voy a mo-rir!”, afirmó.

La conversación caminaba a la dis-cusión. En cierto momento, Bussières tuvo una singular idea, que segura-mente muchos tildarían de locura.

–Ya que usted es un espíritu tan su-perior y tan seguro de sí mismo, pro-

métame llevar al cuello un obsequio que quiero darle.

–Veamos. ¿De qué se trata? – pre-guntó Alfonso.

–Simplemente, esta medalla – repli-có el Barón, mostrándole la conocida Medalla Milagrosa.

Ratisbona reaccionó con sorpresa e indignación, pero Bussières añadió con calculada frialdad:

–Según su manera de pensar, esto debe serle perfectamente indiferente; y si acepta usarla, me proporcionará un gran placer.

–Está bien… La usaré. Esto me servirá como un capítulo pintoresco de mis notas e impresiones de viaje – asintió Alfonso, mofándose de la fe de su anfitrión.

Éste le colgó la medalla y, acto se-guido, le propuso algo todavía más in-sólito: que rezara al menos una vez al día la oración “Acordaos, piadosísi-ma Virgen María”, compuesta por San Bernardo.

Ratisbona se rehusó de forma ca-tegórica, considerando demasiado im-pertinente la proposición. Pero una fuerza interior movió a Bussières a in-sistir. Mostrándole la oración, le rogó que hiciera una copia de su propio pu-

David Francisco

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La Medalla Milagrosa y la conversión de Alfonso Ratisbona

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 47

ño y letra, para que cada uno conser-vara el ejemplar escrito por el otro, a la manera de un recuerdo.

Para librarse de la importuna in-sistencia, Ratisbona accedió, diciendo con ironía: “Está bien, voy a escribir-la. Usted se quedará con mi copia, y yo con la suya”.

El poder de la oración

Cuando se retiró, Teodoro y su es-posa se miraron en silencio. Preocupa-dos con las blasfemias proferidas por Alfonso a lo largo de la conversación, pidieron perdón a Dios por él. Esa misma noche Bussières buscó a su ín-timo amigo, el Conde Augusto de La Ferronays –católico fervoroso y emba-jador de Francia en Roma–, para con-tarle lo sucedido y pedir oraciones por la conversión de Ratisbona.

“Tenga confianza, que si él reza el ‘Acordaos’, la partida está ganada”– respondió La Ferronays, que rezó con

empeño por la conversión del joven is-raelita; y existen indicios de que has-ta haya ofrecido su vida por esa inten-ción.

En cuanto a Alfonso, llegó fatiga-do al hotel y leyó la oración maquinal-mente. Al día siguiente, descubrió sor-prendido que la plegaria había tomado cuenta de su espíritu. Más tarde escri-biría en su relato: “No podía defender-me. Esas palabras regresaban sin ce-sar, y yo las repetía continuamente”.

Entre tanto, Bussières fue a visitar-lo al hotel. Un impulso profundo lo empujaba a seguir insistiendo, seguro que tarde o temprano Dios abriría los ojos de Alfonso. Al no encontrarlo, le dejó una invitación para volver a su ca-sa por la mañana. Y el joven acudió a la cita, pero lo previno:

–Espero que no me venga con aque-llas conversaciones de ayer. Sólo vine a despedirme, pues esta noche parto a Nápoles.

–¿Partir hoy? ¡Jamás! El lunes ha-brá un pontifical solemne en la Basíli-ca de San Pedro, y usted tiene que ver al Papa oficiando.

–¿Qué me importa el Papa? Yo par-tiré – replicó Alfonso.

Bussières transigió, insistió, prome-tió llevarlo a otros sitios pintorescos de Roma y terminó por convencerlo de atrasar la partida.

Y así fue como estuvieron visitando palacios, iglesias, obras de arte. Aun-que las conversaciones entre ambos fueron triviales, el infatigable apóstol tenía la convicción de que un día Al-fonso sería católico, aunque debiera bajar un ángel del cielo para iluminar-lo.

Esa noche falleció inesperadamen-te el Conde de La Ferronays.

Bussières marcó su encuentro con Ratisbona para la mañana siguiente frente a la iglesia de Sant’Andrea de-lle Fratte. Cuando llegó, le comuni-

Altar sobre el que la Virgen María se apareció a Alfonso

Ratisbona (abajo)

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48 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

có el deceso del Conde y le pidió que aguardara unos minutos dentro de la iglesia, mientras él iba a la sacristía pa-ra ocuparse de algunos detalles relati-vos a las exequias.

El joven hebreo permaneció de pie en el templo, mirando impávido en torno a sí, sin prestar atención. No podía pasar a la otra nave debido a las cuerdas y arreglos florales que obs-truían el corredor.

Bussières regresó poco después, y al comienzo no pudo localizar a su amigo. Observando mejor, lo descu-brió arrodillado frente al altar de San Miguel, bastante lejano al sitio don-de lo había dejado. Se acercó y lo to-có varias veces, sin lograr que reac-cionara. Finalmente, el joven se vol-vió hacia él, con el rostro bañado en lágrimas y las manos juntas, diciendo: “¡Oh, cuánto rezó este señor (La Fe-rronays) por mí!”

“¡Yo la vi! ¡La vi!”

Estupefacto, Bussières sentía la emoción del que presencia un mila-gro. Levantó solícitamente a Ratisbo-na, preguntando qué le pasaba y adón-de quería ir. “Lléveme donde quiera; luego de lo que vi, yo obedezco” – fue la respuesta.

Aunque instado a explicarse me-jor, Alfonso no lograba hacerlo. Pero se sacó del cuello la Medalla Milagro-sa y la besó varias veces. Tan sólo pu-do exclamar: “¡Ah, qué feliz soy! ¡Qué bueno es Dios! ¡Qué plenitud de gra-cias y de bondad!” Con una mirada ra-diante de felicidad, abrazó a su ami-go y le pidió que trajera cuanto antes un confesor; preguntó también cuándo podría recibir el Bautismo, sin el cual, afirmaba, ya no conseguía vivir. Agre-gó que no diría nada más sin la auto-rización de un sacerdote, pues “lo que tengo que decir sólo puedo hacerlo de rodillas”.

Bussières lo condujo de inmediato a la iglesia de los jesuitas, donde el Padre Villefort lo indujo a explicar lo sucedi-do. Alfonso se quitó la Medalla Mila-grosa, la besó y se la mostró, diciendo emocionado: “¡Yo la vi! ¡La vi!”.

En seguida, más tranquilo, relató:“Llevaba poco tiempo en la iglesia

cuando, de repente, me sentí domina-do por una emoción inexplicable. Le-vanté los ojos. Todo el edificio había desaparecido de mi vista. Solamen-te una capilla lateral había, por decir-lo así, concentrado la luz. Y en medio de ese esplendor apareció de pie sobre el altar, grandiosa, brillante, llena de

majestad y dulzura, la Virgen María tal como está en esta medalla. Una fuerza irresistible me empujó hacia Ella. La Virgen me hizo una señal con la mano para que me arrodillara, y pareció de-cirme: ‘¡Está bien!’ No me habló, pero lo comprendí todo”.

El sacerdote pidió más detalles al feliz convertido, que agregó haber vis-to a la Reina de los Cielos en todo el esplendor de su belleza inmaculada, pero sin poder contemplar directa-mente su rostro. Tres veces intentó le-vantar la vista, pero sus ojos sólo lle-garon a posarse en sus manos virgina-les, de las que brotaban rayos lumino-sos en su dirección.

Era el 20 de enero de 1842.Bautizado con el nombre de Alfon-

so María, el joven Ratisbona renunció a la familia, a la fortuna, a la brillante posición social, y se ordenó sacerdo-te. Falleció en olor de santidad, tras una vida de intenso apostolado en Je-rusalén.

El que visita la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte puede ob-servar un cuadro grande y hermoso de la Virgen en el lugar exacto donde se apareció y produjo tan estupenda con-versión. Los italianos la llaman Mado-nna del Miracolo.

En una de las apariciones a Santa Catalina Labouré, en el convento parisino de la Rue du Bac, el 27 de noviembre de 1830, la Virgen Madre le mostró cómo

debía ser la medalla que deseaba que fuera difundida: “Haz acu-ñar una medalla de acuerdo a es-te modelo. Todos los que la lleven al cuello recibirán grandes gracias,

que serán abundantes para los que la usen con confianza.”

E indicó la frase que debía fi-gurar en la medalla: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”

Fueron tantas las gracias ob-tenidas, que en sólo 7 años ya se habían distribuido más de 10 mi-llones de ejemplares por el mun-do entero.

Y la medalla, antes conocida como “de la Inmaculada Concep-ción”, empezó a ser popularmen-te denominada “milagrosa”.

Al lado, la silla donde se sentó la Virgen durante una de las apariciones a Santa Catalina

La Medalla Milagrosa

la Virgen en el lugar exacto donde se apareció y produjo tan estupenda con-versión. Los italianos la llaman Mado-nna del Miracolo.

que serán abundantes para los que la usen con confianza.”

E indicó la frase que debía fi-

Al lado, la silla donde se sentó

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Everaldo Monzato

Salmón en masa de hoja

LA RECETA

Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 49

Ingredientes

1 Kg de salmón fresco y trozado, sin piel ni espinas / 1 cabeza de ajo porro / 4 toma-tes maduros / ½ cucharada (té) de crema de leche / 200 gr de masa de hoja / ½ va-so de vino blanco / 1 cebolla / 1 cucharada (sopa) de aceite de oliva / 50 gr de mante-quilla / 1 diente de ajo / 1 cucharada (sopa) de sal / pimienta / 1 atado de cilantro.

Para la salsa: 1 copa de champaña o vino espumoso / 1 vaso de crema de le-che / 50 gr de mantequilla.

Preparación

El día anterior aliñe el salmón con el aceite, la cebolla, el cilantro, el vino, el ajo y la sal. Déjelo reposando de un día para el otro.

Guise en la mantequilla el ajo porro, los tomates y agregue la crema de leche. Échele una pizca de sal y pimienta.

Corte por la mitad el salmón troza-do, dividiéndolo en dos filetes. Abra la masa y deposite sobre ella una de las mitades del salmón. Vierta el relleno,

coloque encima la otra mitad del sal-món.

Cúbralo todo con la masa de hojas. Haga unos pequeños cortes en la parte superior y píntelo con yema de huevo.

Métalo al horno precalentado a 180° y áselo por media hora.

Para preparar la salsa: derrita la mante-quilla en una sartén, agregue champaña, la crema de leche y sal a gusto, y déjelo a fuego lento hasta que cunda. Sirva acom-pañado por legumbres o frutas secas.

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Por su sabor delicado y refinado la presencia del salmón aumenta en el arte culinario de numerosos países. La receta de este mes propone una forma original de prepararlo como plato principal de una comida más solemne.

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Victor Toniolo,de Roma

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50 Heraldos del Evangelio · Noviembre 2004

SAN BENEDETTO IN PISCINULA

Donde se encuentran el pasado y el futuro En el corazón del Trastevere, el barrio más “romano” de la Ciudad Eterna, se levanta la iglesia de San Benedetto in Piscinula. Con sus más de mil años de historia, representa un insigne tesoro artístico medieval de Roma.

l origen de San Bene-detto in Piscinula se pier-de en la noche de los tiempos. Los antiguos documentos casi no la

citan, y ningún códice medieval refiere su historia. Está situada en el mismo lu-gar donde otrora se erigió la Domus Ani-ciorum, la suntuosa vivienda de la im-portante familia Anicia, a la que perte-necía San Benito. Aquí residió el vene-rable abad alrededor del año 480, cuan-do vino a estudiar a Roma.

El pequeño espacio elegido como morada por el Santo, a la manera de una celda monástica, se conserva has-ta hoy. En el silencio de sus paredes Dios le comunicó las primeras gracias que, más tarde, culminarían en la fun-dación de la obra religiosa y cultural decisiva para el futuro de Europa y de Occidente: la Orden Benedictina.

Al lado de la habitación hay un fres-co de Nuestra Señora de la Misericor-dia, frente al que rezaba pidiendo gra-cias para ser fiel a sus propósitos. La tradición afirma que esta imagen de la

Madre de Dios fue la primera a la que tuvo devoción San Benito.

Construida hacia el siglo X –pese a que la capilla donde se encuentra la celda de San Benito se remonta al si-glo VIII– la iglesia es menuda y dis-creta; parece una basílica en miniatu-ra. Como bien decía un peregrino ita-liano, es un santuario semejante al Ni-ño Jesús, que se hizo pequeño para ser más accesible a los hombres.

En sus primeros tiempos estuvo de-dicado a la Santa Virgen María, pero posteriormente recibió el título de San Benedetto, dado por los devotos del Santo. El nominativo “in Piscinula”, según una fuerte corriente de historia-dores, se debe a la cercanía de piscinas de antiguos establecimientos termales.

Una de sus grandes obras artísticas es el pavimento, conformado por mo-saicos de mármol en estilo cosmatesco (cosmei, en griego, significa adornar), un detalle característicamente medie-val que los benedictinos introdujeron en la Ciudad Eterna. Pero mientras los demás pisos cosmatescos sufrieron al-teraciones, el de San Benedetto perma-

nece intacto hace casi mil años; caso único en el mundo.

La iglesia está coronada por un pin-toresco campanario románico, el me-nor de la Urbe, pero dueño de un gran tesoro: la campana más antigua de Ro-ma, fundida en 1069.

* * *

En este lugar bañado por lo sobre-natural y marcado por la Historia, el pasado y el futuro se encuentran de una manera singular, pues en lo que quedó de la antigua casa de San Benito viven hoy jóvenes Heraldos del Evan-gelio, a los que fue confiada la iglesia hace poco más de un año por la Dióce-sis de Roma.

Ahí están ellos, a disposición de los peregrinos de todo el mundo que acu-den a contemplar las riquezas sobre-naturales y las maravillas artísticas del venerable templo. Si va a Roma, no deje de visitar San Benedetto in Pisci-nula, casa de los Heraldos del Evange-lio en la Ciudad Eterna, y también su casa, querido lector.

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Noviembre 2004 · Heraldos del Evangelio 51

Donde se encuentran el pasado y el futuro

Fresco de Nuestra Señora de la Misericordia, frente al que rezaba San Benito. Fue

restaurado en el siglo XV.

San Benito, fresco del siglo XIII

Del campanario brota hasta hoy el sonido solemne de la campana más antigua de Roma, fundida en 1069 (arriba en detalle)

Una recogida capilla, presidida por el fresco

de Nuestra Señora de la Misericordia, lleva a la

celda de San Benito.

Iglesia de San Benedetto in PiscinulaPiazza in Piscinula, 40

(En el Trastevere, frente a la Isla Tiberina)Tel. 06.5833.1609

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MM aría es la criatura tota pulchra; es el

speculum sine macula; la mujer vestida de sol (Ap

12, 1); es el supremo ideal de perfección que

los artistas de todos los tiempos trataron de

reproducir en sus obras; en la cual los rayos

purísimos de la belleza humana se encuentran con

los sobrehumanos, más accesibles, de la belleza

sobrenatural.(Paulo VI, 16/5/1975)

Imagen de Nuestra Señora del Buen Remedio, tallada por Francisco Romero Zafra para el convento de los Trinitarios de Martos, España.