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No olvidar lo fundamental Columna publicada en El Puclítico, 2 de Mayo de 2012 Durante el Congreso de Democracia UC, uno de los expositores terminó su alocución favorable a una participación estudiantil directa en el gobierno universitario con una de las frases finales de La política como vocación de Max Weber: “Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez.” Luego, otro académico celebraría dicha cita, posiblemente por el aire de desafío que ella imprimía a la empresa democratizadora y así, debió parecer a la audiencia que la autoridad intelectual de ellos dos, sumada nada menos que a la del sociólogo alemán, otorgaba una base razonable y seria a esta causa. La cita llamó mi atención, pues sólo unos días antes había leído este escrito de 1919 y su gemelo La ciencia como vocación (los cuales suelen hallarse juntos bajo el título El político y el científico) con motivo de mi anterior columna en El PUClítico. Recordaba la cita, pero también otras que no necesariamente favorecían el posicionamiento de los académicos, como esta: “Se dice, y es afirmación que yo suscribo, que la política no tiene cabida en las aulas. En primer lugar, no deben hacer política los estudiantes. Yo lamentaría el hecho de que los estudiantes pacifistas de Berlín armaran un escándalo en el aula de mi antiguo colega Dietrich Schäfer con la misma fuerza con que lamento el escándalo que, según parece, le han organizado los estudiantes antipacifistas al profesor Foerster, de quien tan alejado estoy, sin embargo, en cuanto a opiniones. Pero tampoco han de hacer política en las aulas los profesores, especialmente y menos que nunca cuando han de ocuparse de la política desde el punto de vista científico.” (Max Weber, en El político y el científico) Aún más, al tratar el rol del académico, entre la investigación y la docencia, y juzgado habitualmente en base a la afluencia de alumnos a la cátedra, señalaba en el mismo texto: “La democracia está bien dentro de su propio ámbito, pero la educación científica que, por tradición, hemos de procurar en las universidades alemanas, es una cuestión de aristocracia espiritual y sobre esto no cabe engañarse (…) No es, sin embargo, el número de oyentes el que decide sobre el éxito o el fracaso de este empeño”. Sin ser expertos del pensamiento weberiano y aun considerando las circunstancias particulares de época, estas citas parecen bastante más elocuentes y distantes de lo que se le atribuyó indirectamente en el foro.

No olvidar lo fundamental

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Alejandro Tello

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No olvidar lo fundamental

Columna publicada en El Puclítico, 2 de Mayo de 2012

Durante el Congreso de Democracia UC, uno de los expositores terminó su alocución favorable a una participación estudiantil directa en el gobierno universitario con una de las frases finales de La política como vocación de Max Weber: “Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez.” Luego, otro académico celebraría dicha cita, posiblemente por el aire de desafío que ella imprimía a la empresa democratizadora y así, debió parecer a la audiencia que la autoridad intelectual de ellos dos, sumada nada menos que a la del sociólogo alemán, otorgaba una base razonable y seria a esta causa.

La cita llamó mi atención, pues sólo unos días antes había leído este escrito de 1919 y su gemelo La ciencia como vocación (los cuales suelen hallarse juntos bajo el título El político y el científico) con motivo de mi anterior columna en El PUClítico. Recordaba la cita, pero también otras que no necesariamente favorecían el posicionamiento de los académicos, como esta:

“Se dice, y es afirmación que yo suscribo, que la política no tiene cabida en las aulas. En primer lugar, no deben hacer política los estudiantes. Yo lamentaría el hecho de que los estudiantes pacifistas de Berlín armaran un escándalo en el aula de mi antiguo colega Dietrich Schäfer con la misma fuerza con que lamento el escándalo que, según parece, le han organizado los estudiantes antipacifistas al profesor Foerster, de quien tan alejado estoy, sin embargo, en cuanto a opiniones. Pero tampoco han de hacer política en las aulas los profesores, especialmente y menos que nunca cuando han de ocuparse de la política desde el punto de vista científico.” (Max Weber, en El político y el científico)

Aún más, al tratar el rol del académico, entre la investigación y la docencia, y juzgado habitualmente en base a la afluencia de alumnos a la cátedra, señalaba en el mismo texto: “La democracia está bien dentro de su propio ámbito, pero la educación científica que, por tradición, hemos de procurar en las universidades alemanas, es una cuestión de aristocracia espiritual y sobre esto no cabe engañarse (…) No es, sin embargo, el número de oyentes el que decide sobre el éxito o el fracaso de este empeño”.

Sin ser expertos del pensamiento weberiano y aun considerando las circunstancias particulares de época, estas citas parecen bastante más elocuentes y distantes de lo que se le atribuyó indirectamente en el foro.

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Entonces, ¿por qué le citó el académico? La buena fe puede señalarnos que la mística irradiada por la frase era razón suficiente y que además, trataba de la “política”, tema del Congreso; pero ¿se ignoraba que el pensamiento de Weber parecía ir en otra dirección? ¿Se ignoraba la existencia de La ciencia como vocación, texto que suele considerarse junto a La política como vocación? La más plausible de las respuestas reconocerá que hubo al menos un uso poco escrupuloso de la cita, puesto que ante la audiencia tuvo, implícitamente, el efecto del argumentum ad verecundiam. En palabras simples, la cita, a causa de haber sido emitida por una autoridad intelectual, terminó prestando credibilidad a un argumento cuyo apoyo por parte de su emisor original es digno de duda.

Lo trascendente del suceso es que en esa oportunidad Weber insistió en una actitud que fue descuidada: la integridad intelectual del profesor, vulnerada al hacer parecer cosas como argumentaciones de posicionamientos propios, cuando no lo son, tal como señala en la obra citada anteriormente:

“Ciertamente, no cabe demostrarle a nadie científicamente de antemano cuál es su deber como profesor. Lo único que se le puede exigir es que tenga la probidad intelectual necesaria para comprender que existen dos tipos de problemas perfectamente heterogéneos: de una parte la constatación de los hechos, la determinación de contenidos lógicos o matemáticos o de la estructura interna de fenómenos culturales; de la otra, la respuesta a la pregunta por el valor de la cultura y de sus contenidos concretos y, dentro de ella, de cuál debe ser el comportamiento del hombre en la comunidad cultural y en las asociaciones políticas. Si alguien pregunta que por qué no se pueden tratar en el aula los problemas de este segundo género, hay que responderle que por la simple razón de que no está en las aulas el puesto del demagogo o del profeta.”

Hoy, cuando parece que muchos docentes han claudicado de su celo de disciplinar, aprovechando sus cátedras como simples altavoces personales que privan a los alumnos de conocer siquiera superficialmente el marco general de teorías y posturas que les permitan asumir un planteamiento propio, en que tienen lugar impunes tergiversaciones como la presentada y de las que se ha señalado –tal como hizo Cristóbal Cortés en su artículo El proyecto de la UC: más allá de lo aparente, publicado en El Mostrador- que “la aspiración moderna para una universidad no es buscar “La Verdad”, sino resolver qué verdad busca, y a qué y quiénes sirve esa verdad”, las reflexiones de Weber son una alternativa a esta corriente, aunque su autoridad no nos libre de la responsabilidad personal respecto al quehacer de la Academia de parte de quienes la aman.

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Ante la disyuntiva y pérdida de celo profesional, creo preciso defender la idea de Universidad como “torre de marfil” (turris eburnea), no como una que enajena de la sociedad a sus integrantes, cuales Rapunzeles, sino como la torre cuya paz y altura nos permite dar perspectiva a nuestra visión y bajar de ella para compartir este nuevo enfoque con nuestros semejantes, tal como afirmó Aron sobre la obra de Weber: “La ciencia que él concibe es aquella que es susceptible de servir al hombre de acción, del mismo modo que la actitud de este difiere en su fin, pero no en su estructura, de la del hombre de ciencia” .

Que el afán democratizador no nos haga olvidar lo fundamental de la Universidad.

Alejandro Tello

Licenciado en Historia

Columnista El Puclítico