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9 NOTA DEL EDITOR Algo… me ha quedado claro desde el comienzo mismo en que esta escritora, Laura Díaz, y esta editorial, EdítaloContigo, comenzaron una apasionante historia juntos: la edición de este libro. Me ha quedado claro, como digo, que no hay lugar para la tregua en ciertas batallas, que no hay espacio para la mediocridad. Es alentador descubrir que, efectivamente, y menos que en nin- gún sitio en la literatura, no hay sitio para las «medias palabras». Esta obra es, sobre todo, necesaria. Y lo digo como ser humano y como hombre. Por mi trabajo de editor, conozco cada uno de los párrafos de este texto, cada expresión, cada «entrelínea»; y aunque no siempre tengo por qué estar de acuer- do con todo lo que se dice o en cómo se dice, sí puedo afirmar que comparto con la escritora la razón interna de todo ello. La expresión cotidiana, y abrumadora, de… «algo se me ha movi- do por dentro» cobra sentido en ediciones como esta.

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NOTA DEL EDITOR

Algo… me ha quedado claro desde el comienzo mismo en que esta escritora, Laura Díaz, y esta editorial, EdítaloContigo, comenzaron una apasionante historia juntos: la edición de este libro. Me ha quedado claro, como digo, que no hay lugar para la tregua en ciertas batallas, que no hay espacio para la mediocridad. Es alentador descubrir que, efectivamente, y menos que en nin-gún sitio en la literatura, no hay sitio para las «medias palabras».

Esta obra es, sobre todo, necesaria. Y lo digo como ser humano y como hombre. Por mi trabajo de editor, conozco cada uno de los párrafos de este texto, cada expresión, cada «entrelínea»; y aunque no siempre tengo por qué estar de acuer-do con todo lo que se dice o en cómo se dice, sí puedo afi rmar que comparto con la escritora la razón interna de todo ello. La expresión cotidiana, y abrumadora, de… «algo se me ha movi-do por dentro» cobra sentido en ediciones como esta.

LAURA DÍAZ PÉREZ

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Desde mi trabajo de editor, quiero agradecer a Laura Díaz, tan buena escritora como amiga, su lucha y su confi anza. Su lucha es la lucha de un mundo que quiere ser más humano, más igualitario, más habitable para todas y todos. Su confi an-za en la Editorial EdítaloContigo para publicar esta obra me colma de una satisfacción responsable. En ambas realidades juntas, cobra sentido el grano de arena que desde todos los ámbitos de la sociedad hemos de aportar los que formamos parte de ella.

Mi más sincera admiración hacia esta escritora, hacia sus convicciones, sus batallas ganadas y hacia su futuro de lucha.

Paco Melero

Editor de la Editorial EdítaloContigo

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NOTA DE LA AUTORA

Cada espada escoge a su guerrero… Así debería iniciarse cual-quier mundo, cada historia y su fi nal. Si de crear leyendas se tra-ta, estas ya están esculpidas y lo único que queda por defi nir es quién va a ostentar ese poder. Y ese poder llegó hasta aquí, hasta las líneas que envuelven toda esta historia donde su protagonista, una mujer real, cualquier mujer de nuestro entorno, se deci-dió a contar su verdad o su versión, como dirían aquellos que requieren escuchar aquello de «ambas partes», haciendo alardeo propio de quienes jamás han demostrado sentido común, pero sí una ardua indiferencia por conocer esa verdad, la única.

Creo que no es la exclusividad de esa única verdad lo que molesta o se pretende cuestionar, sino la desobediencia al patriarcado. Y es ahí donde nace la libertad, donde se estre-mece el propio acero bajo la piel, donde las heridas te hacen más fuerte y a su vez visible.

LAURA DÍAZ PÉREZ

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El proyecto Prostitutas del sistema, nace de esa necesidad injusta de hacer visible una realidad que sigue dejando vidas a su paso. Y es injusta porque nadie debería tener que pasar su vida buscando una justicia que no llega por el hecho de ser mujer. Me detuve a mirar y eso es lo que vi: un sistema que cuestiona los actos de una mujer y garantiza la suposición de inocencia del hombre.

Me pregunto si ella, la mujer que aquí narra sus pensamien-tos, sus vacíos, sus miserias, su margen de mundo, aquel que desde el inicio debería haberla elegido a ella, se dará cuenta de que ha sobrevivido, que fue más fuerte que cualquiera de los golpes, más sabia que la astucia de su depredador y más dura que el propio acero de la espada que pretende partirla. La mujer, mejor que nadie, conoce la experiencia de habitar mundos hostiles. Es también la mujer quien estremece mis entrañas mientras voy esculpiendo su leyenda.

No pude evitar llorar una y otra vez mientras el trazo de mi escritura relataba sus golpes o violaciones. Ella jamás aceptará que es una guerrera, por eso ganó tantas batallas mientras se deshacía del miedo.

Me invade la curiosidad por conocer cuánto es capaz, un ser humano, de soportar la tragedia, cuánto tiempo dura el dolor, cómo se miden las palabras para que aquellos que están en nuestro entorno logren entender que se trata de buscar una salida… Yo le fui preguntado a ella, a la protagonista, cada una de estas inquietudes que no me dejaban dormir, pensando una y otra vez cómo gritarle al mundo que ella existe, que ella está ausente de cualquier pudor y presente en cada batalla.

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Y así fui dando forma a esa mujer. La vi desnuda, vi cómo ella no quería mirar su cuerpo, cómo maquillaba las marcas de sus cicatrices; duraderas en la piel pero efímeras en el corazón. Veía de cerca la marca que deja el maltrato y tuve la tentación de tocar esa piel, la tuve y lo hice. Y así comenzó todo.

El mundo dio un giro cuando el tacto de mis dedos, contra esas marcas, hicieron que ella se viera por primera vez. En ese momento murieron los miedos y nació la mujer: Julia Jimé-nez, desobedeciendo lo establecido, rompiendo las normas y el silencio. Se creó el ruido… y una vez mostrado el fi lo del acero se ha de clavar hasta el fi nal.

Cada espada escoge a su guerrero… y yo la elegí a ella. Le confesé que la había estado buscando, que mi odisea era encon-trar inspiración y un refugio donde proteger mis sueños. Ella también me confesó sus delirios y pecados y, sin que me lo pidiera, le prometí que haría de ellos un acto de revolución.

El mundo acaba de empezar

Laura Díaz

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P R I M E R A P A R T E

Érase una vez… Julia JiménezMientras las niñas de mi edad jugaban a ser princesas,

yo buscaba entre escombros chatarra con mis abuelos para luego venderla al chatarrero. Igual al principio parecía una aventura, como quien busca tesoros entre ruinas, pero más que una aventura era toda una odisea; pues cuanta menos chatarra encontrara más golpes iba a recibir. No entendía muy bien la similitud, o el contrapeso, de… «a menos para vender más motivo para golpear», pero supongo que así se veía la vida por aquel entonces, hará unos treinta años o más, donde las familias vivían bajo un régimen basado en la dictadura conocida de sus tiempos ancestros. Este peque-ño paréntesis inicial no sirve de mucho, tan solo a modo de interpretar lo que quizás hoy en día unos señalan como consecuencia genética.

LAURA DÍAZ PÉREZ

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No creo que tenga importancia o relevancia recordar los malos tratos que recibí en la infancia, así como mi declive como persona en la adolescencia y años consecutivos, pero lo que sí es relevante mencionar, y dejar claro, es que una mujer golpeada no es una mujer mutilada ni sumisa ni contagiosa. Otra cosa es que te conviertan por un tiempo en una esclava de caprichos ajenos, en sirvienta de adultos y en felpudo humano donde todos escupen sus sandeces y desgarros vitales.

Todo ello te va convirtiendo en un ser nulo y tú misma te desprecias y te escondes, quieres desaparecer, quieres acabar con tu vida en varios intentos frustrados; porque en realidad no sabes muy bien por qué todo eso te sucede a ti, así que entras en una espiral de aceptar el maltrato y la violación como lo normal, lo habitual y lo único que te supondrá tener un plato de comida caliente ese día.

Y así, entre ideas suicidas y juegos no ideados para la huma-nidad, pero empleados para entretener a la sociedad, la vida va transcurriendo y sucediendo sin darte cuenta de que vas desapareciendo hasta de tu propio refl ejo.

Pero todo en esta vida pasa por algo, y por suerte he ido reconstruyendo y recapitulando las partes de mi existencia y mi anatomía, las mismas que un día se escondieron por miedo y por vergüenza, las mismas que hoy salen a la luz para hablar claro y alto sobre lo que signifi ca la violencia de género.

El hecho de no haber denunciado no quiere decir que ese maltrato no existiera, pero supongo que en aquel entonces no estaba preparada ni capacitada para dar el paso que tenía que haber dado, tampoco tenía conocimientos que hoy tengo, ni el apoyo y el respaldo con el que cuento ahora.

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Por eso sigo pensando que todo pasa por algo, pues esa des-esperación por no saber qué hacer o no saber cómo arreglar mi vida, fue la misma desesperación que me llevó a ser lo hoy en día soy: alguien que no se detiene ante nada ni ante nadie; alguien que no tiene miedo a hablar y a señalar las cosas por su nombre; alguien que por supuesto a veces se derrumba, porque sigue viendo injusticias y barbaridades. Pero igual es porque quien lleva toda su vida luchando, de vez en cuando se toma un tiempo para sentirse agotada y exhausta, a la vez que con ganas de retomar el impulso y apoyar a quien ahora pasa por situaciones similares.

En su momento, la vida me arrebató, si no todo sí la mayor parte de mis pertenencias; ya no solo materiales, también las físicas y emocionales. Pero en el boomerang de regreso me ha ido devolviendo lo perdido y deshabilitado, como si el miste-rio de un universo invisible me implorara perdón y necesitara buscar refugio en mi interior, un desierto de arena inmerso en constancia y decisión.

Pocas cosas o situaciones me dan miedo, pocos infortunios me detienen y estoy decidida a seguir siempre adelante, pese a los momentos bajos que todos tenemos. Aquí estoy, sin miedo a la soledad porque ahora ya veo mi refl ejo, aunque quizás mi mayor miedo sea quedarme sin las personas a las que quiero. La soledad… esa nostalgia que derrumba a grandes poderes por el hecho de no saber sostener su base con fuerza propia… Desde luego que ese miedo a mí no me afecta, mi soledad me mantiene fi rme, constante y fi el a mi cadena de valores y pen-samientos, una cadena que no esclaviza sino que me libera del vacío absurdo en el que parecen vivir algunos seres indiferentes ante las injusticias y decadencias sociales.

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Esa soledad es la que ahora mismo me acompaña y la que apagó en su momento cualquier dolor, me enseñó a curar las heridas causadas por el mal y daño ajeno y me enseñó también a no devolver con la misma moneda, sino más bien a pagar con la fuerza de mis actos en contra de cualquier atrocidad.

Al maltratador no creo que le duela el golpe, pero saber que su víctima ha sobrevivido por sí misma, ha reencontrado sus propias miserias y deshechos y ella misma ha restablecido su camino, su vida y su sostenimiento, eso es puro azote para el depredador; acostumbrado a ver postrado ante sus pies los restos humanos de quien ya no posee voluntad.

Supongo que conmigo tuvo el plan frustrado, en todos los sentidos, y ahora quien me golpeaba está siendo golpeado por la justicia de la vida. Y es que las mujeres tenemos el férreo sentido e instinto de supervivencia, las mismas que en deter-minados momentos optan por un derecho de abortar y ese derecho es señalado como atroz. Cabe decir que ya el acto de ser mujer es el mayor de los crímenes, porque cualquiera de las decisiones que intentemos tomar por nosotras mismas será siempre cuestionada y, en consecuencia, erradicada de la nor-ma y enmarcada en lo ilegal.

La mujer que se prostituye es inmediatamente esclava de las críticas e insultos de la sociedad plebeya, de un ídolo de masas; cuando en realidad nadie o muy pocas personas se molestan en conocer a la persona que hay detrás de una profesión tan dura como real y continua.

Dicho esto, la próxima vez que acuséis de madre asesina a una mujer que aborta pensad que esa misma mujer es el resul-tado de una generación de otras tantas, y a lo largo de muchos

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años, que han defi nido su propia soledad para hacer de ella un camino real y perdurable; no una senda abrupta y llena de obstáculos. Y es que se supone que en la lucha de tantos años se han ido difuminando tales tropiezos con leyes y sanciones para conseguir una decisión libre y no clandestina.

Y la próxima vez que utilicéis, de modo despectivo y como insulto fácil y gratuito, el vocablo «puta», pensad que una puta no celebra con una fi esta la realidad de haber conseguido dinero a cambio de sexo, sino que al llegar a su casa esboza una sonrisa a sus hijos porque sabe que podrá seguir pagando sus estudios, que tendrán comida y techo al menos. Una puta vende su sexo, pero no su alma. Esa alma es la que quizás no tengan quienes menosprecian el mercado de la carne humana, puesta en venta sobre una cama o dentro de un coche. Proba-blemente, los primeros en criticar habéis sido los primeros en consumir.

El controvertido tema del aborto y la prostitución es tan censurado como real, pero queda indecoroso apoyar ideas acer-ca del derecho abortivo o declarar los impuestos generados al percibir salario por follar. Lo que estrictamente me parece más aterrador y asqueroso es que, en los tiempos que vivimos, el hombre que consume sexo es un macho que sabe disfrutar de la vida mientras que la mujer que se prostituye es la fula-na del mundo que trae hijos bastardos. Creo que los únicos y verdaderos bastardos son los que siguen promoviendo el enfrentamiento entre ideas ajenas cuando la principal persona a decidir sobre su cuerpo, y los actos que hace libremente con él, es la persona en cuestión, en este caso una mujer, la misma que aborta y la misma que se gana la vida vendiendo su sexo.

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A lo mejor se trata de que la visión de una exvíctima de violencia de género se expande más allá de lo que ve el ser humano, ajeno e indiferente ante la lacra social que deriva del hecho de ser mujer en una sociedad patriarcal.

Aquí, este lugar desde donde puedo expresar los trazos de mi vida, es un lugar donde habita parte de mi ser, donde existe mi yo verdadero y donde existe alguien que conoce mi lado luchador y mi lado putrefacto. Pero ella, ese alguien que conoce todos los ápices de cualquiera de mis lados, me recuer-da cada día que soy una parte presente y auténtica de cuanto a veces olvido ser. Es de suponer que ella existe, ya que forma parte de otro de mis miedos: «saber que puedo ser todo lo que quiero».

Todas las historias tienen un comienzo: valores, honores, palabras… silencios

Todo sucedió mientras él gritaba diciéndome que ya no le hacía falta, que yo era un estorbo, que le agobiaban mis lágrimas, que era torpe, que no sabía hacer nada, que no tenía gusto para vestir, que mi pelo estaba descuidado y mi cara demacrada. Pero él nunca me dio las gracias por entregarle los días de mi vida, por dejarlo todo para estar a su lado, por darle mi apoyo en sus tropiezos; jamás me dio un beso por amor sino un beso por interés. Fueron trece meses de un desafortunado encuentro entre lo que yo una vez idealicé como pareja y lo que en realidad fue «una pareja».

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Así que mientras conducía hacia la huida de mi «esclavi-tud» y buscaba encontrarme de nuevo libre me di cuenta… de que sus palabras mermaban mi existencia y sus desprecios marcaban mi piel sin dejar huella, que dejarme tirada en una carretera me hacía sentir miserable, que hacerme creer que estaba sola me hizo sentir realmente sola, que vigilar mis llama-das y controlar mis mensajes era su principal objeto de ataque hacia mí, convenciéndome con ello de que esas amistades no tenían que estar en mi vida porque yo solo merecía estar sola y en el abandono de mis inseguridades.

Y me detuve en aquel semáforo en rojo. Pensando. Medi-tando. Llorando de impotencia, mi cabeza se llenaba de dudas; me invadía la intranquilidad. Pero el semáforo cambió a verde y tuve que seguir circulando, avanzando lentamente hasta llegar a mi destino, mi libertad y al convencimiento que yo misma tuve que averiguar.

Aquello de lo que él me acusaba era todo lo que él realmente era: su inseguridad ante las situaciones de la vida y el trabajo, su poco roce con los amigos y sus amistades de conveniencia, su dejadez por cuidar el aspecto, las citas que mantenía a escon-didas, su necesidad de alguien que cuidara de él, su miedo a salir de la rutina y arriesgarse a avanzar por miedo al fracaso.

Yo era capaz de todo aquello que él me decía que era incapaz. Yo era la mujer fuerte y autosufi ciente que él no quería dejar crecer por miedo a sentirse pequeño. Y ahora sigo al volante de mi vida. Ante las dudas y tropiezos que pueda encontrarme logro la resolución, sostengo mi plenitud en una mano y mi decisión en otra. YO decido. YO actúo. YO me equivoco. YO asumo mis errores para luego corregirlos. YO soy todo lo que siempre he

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sido y que no me dejaban ser… y ahora puedo ver lo que por amor no me atrevía a ver.

La vida es eso, un semáforo en rojo que te hace parar; pero al momento salta el verde y hemos de seguir avanzando. La vida es solo aquello que estés dispuesta a vivir. No es el miedo a morir lo que impulsa al ser humano a sobrevivir, sino el miedo al dolor. Cuando exploras tu cuerpo pausadamente con el tacto de tus propias manos para intuir la dimensión de la herida, no es el miedo a esa herida lo que paraliza el valor sino el propio miedo al dolor que estás sintiendo.

Que nadie se atreva a decir que una víctima de violencia de género es cobarde por no denunciar una violación. Cobarde es quien comete tal delito, cobarde quien lanza al viento su intolerancia al maltrato; cuando ese viento no divaga entre la atmósfera, sus «palabras lanzadas» se transforman en «lanzas de dolor» hacia una mujer.

La piel una vez habitó desnuda bajo el sometimiento degra-dante de quien perturbó mi calma. Mi piel existió herida, aso-lada, violada y endemoniadamente esculpida por otra piel que jamás se ha de recordar, ni ver, ni amar… Cada día me levanto con el fi rme razonamiento de seguir convirtiendo, gota a gota, cada una de mis secuelas en un profundo mar de liberación, de ejemplo. Y aunque no es exactamente esa la palabra, ejemplo es la lucha que se sobrepone a la barbarie del maltrato, ejem-plo es mostrarlo. Y quizás tampoco es esa la palabra exacta, pero se ha de mostrar a quien sigue bajo la opresión y dictadura del maltrato que se puede salir, que se puede abandonar al mal-tratador, que se puede superar su hostigamiento manipulador y que se puede volver a restablecer una propia cadena vital.

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Erróneamente llegamos a creer que no hay nada más en la vida que aceptar el maltrato como algo que nos merecemos, que está justifi cado por la desequilibrada y absurda justifi ca-ción de quien maltrata; cuando ciertamente el error es el pro-pio maltratador, su sola existencia. «¿Cómo es posible que me sucediera a mí? ¿Cómo es que no supiera ver a tiempo lo que era? ¿Por qué permití y perdoné el primer golpe? ¿Qué hago? ¿Cómo hago? ¿A quién acudo?

Son infi nitas las preguntas que te planteas, y tan sin retorno de respuesta, que decides dejar de preguntar y te «acostum-bras» a vivir. Más bien a no vivir. Luego pasan esos fugaces o no tan fugaces instantes en los que concluyes que es mejor… no vivir. Seguramente habrá quien no entienda por qué una mujer se llega a plantear incluso quitarse la vida y que esta es una decisión cobarde. Pero claro, opiniones habrá para todos los gustos; por ello hace tiempo que dejé de plantearme en… lo que pensarían… lo que dirían… Prueba de ello es que sigo aquí, en pie, tan solo sometida a mi propia presión por supe-rarme todos los días.

De las heridas físicas ya ni me acuerdo, apenas ubico el lugar donde habitó cada una de ellas; pero el rastro de la herida psicológica es más duro y duele de por vida, es el que te hace ahogarte en tus propias preguntas: ¿por qué no denuncié?, ¿por qué no le abandoné antes?

Pero también me levanto cada día convencida que no soy yo la culpable de haber «permitido» ese maltrato. Mi propia fuerza me trajo hasta donde ahora estoy y seguramente mi capacidad de sobreponerme en ese «día a día» es lo que va matando el orgullo y la soberbia de aquel maltratador… porque no hay

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mayor enemigo para tu enemigo que ver cómo ganas cada una de tus batallas.

No obstante, hasta que ganas esas batallas… te escondes en silencio. La vida cambia cuando menos te lo esperas y es en ese nexo lejano donde te planteas lo que quieres hacer en el cambio. Pero es cierto que a veces la vida parece detenerse y a la vez que voy sintiendo el aire entrar en mis pulmones también, confusamente, voy exhalando el hilo de vida que alienta mi ser. En esa exhalación te preguntas qué harás con tu vida una vez que ha sido desahuciada de valores, de estima, de personalidad y de fuerza.

Puede resultar muy fácil criticar o no la postura y pensa-miento que adopta una víctima de violencia de género. Puede ser fácil pensar que esa mujer pudo haber denunciado antes o después. Se puede pensar en la cobardía de intentar quitarse la vida. Se puede pensar en si tan ciega estaba de amor como para permitir ciertas cosas… y un largo etcétera de cosas tan fáciles de pensar…

Pues bien, que cada cual critique, piense u opine lo que a su parecer convenga, pero por mi parte quiero dejar claro que no es tan fácil, ni de lejos, plantearse tantas cuestiones como ahora soy capaz de plantearme. La persona queda totalmente anulada, y cuando digo totalmente es eso mismo lo que quiero decir, el signifi cado literal de la palabra; no creo que sea nece-sario hacer dibujos al respecto.

Dentro del análisis de la conducta del maltratador que voy haciendo, he llegado a la conclusión de que un ser humano conoce la constitución física y psíquica de su semejante, lo cual es un punto a su favor en el caso de quien maltrata. Y esto

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es así porque oprimirá el razonamiento de la víctima hasta el extremo de evocar su confusión, sembrar inseguridad y hacer en ella el desequilibrio entre lo que es y no es.

A veces me planteo por qué si tantos estudios psicológi-cos quieren desarrollar y desenredar acerca de la violencia de género no se le pregunta ese enfoque a la persona maltratada. Por qué no se le pregunta su perspectiva como víctima. Yo ase-guro que somos capaces de detallarla a la perfección. Es más, un profesional médico siempre tendrá su doctrina académica y basada en sus estudios, pero la mujer maltratada tendrá su base desde el propio centro del huracán.

No sé, existe mucha intervención psicológica y psiquiátrica para tratar al maltratador —y también para hacer sentir a la víctima como una desequilibrada—, cuando a mi modo de entender, y de suceder en mi propia vida, la respuesta está en todo aquello que decidimos callar. El silencio nos hace cómpli-ces de la verdadera respuesta a tantos estudios sobre el maltrato y violencia machista, pero también es cierto que esa voz que silenciamos es a causa de la poca implicación social que hay en este tema.

Disponemos de más información, de más asesoramiento, de leyes y de miles de historias más… pero siendo realistas cabe decir que existe mucho tabú en la sociedad respecto al maltrato a la mujer.

Por eso, cuando te implicas en una causa para poner voz y medios a personas que han pasado por tu misma situación, a veces te vuelves a plantear si todo lo que haces servirá al menos a una sola persona, si le valdrá para darse cuenta de lo que está viviendo. Supondré que sí, pues de lo contrario ahora mismo

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no estaría llorando de impotencia al saber que aún existen mujeres que como yo en su momento, esperaban el silencio y la penumbra de la noche para sentir menos miedo. Aún recuerdo que esa oscuridad iba precediendo al ocaso, en la oscuridad me sentía a salvo de ser observada y descubierta por quien durante el día no dejaba de analizar cada uno de mis pasos.

Visto así, cada vez que la vida parezca detenerse pensaré que hay alguien ahí intentando esconderse sin que nadie lo vea. La destreza del ser humano es todo aquello que es capaz de envolver en una capa de dudas y transformarlo en credibi-lidad. Más que destreza de cualquier ser humano, es más bien destreza especial del ser inhumano maltratador.

Las personas conocemos el propio funcionamiento del raciocinio, el intelecto, cómo trabaja y se mece la mente, cómo sentimos, cómo ideamos y cómo destruimos. Pues bien, en base a todo ello es como estoy analizando la conducta del maltratador. Este, como persona que se dice que es, conoce ese mecanismo humano y en base a él utiliza ese conocimiento para destruir o maltratar a otra persona.

Ahí vemos, al menos en mi síntesis de estudio yo lo veo, que el maltratador solo utiliza una parte de su cerebro, la no pen-sante, por llamarla de alguna manera. Porque lo que no resulta ni lógico ni racionalmente entendible es que un ser humano sea capaz de matar a base de golpes a su semejante, de asesinar a sangre fría previa premeditación, a dejarse absorber por unos esquizofrénicos celos, a oprimir a una persona o, en el caso de no llegar a matarla, dejarla muerta en vida.

Otra cuestión que me planteo es el estudio psicológico y emocional que se deriva a través de la conducta de un maltra-

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tador. El ser humano conoce su funcionamiento propio y, por lo tanto, en ese conocimiento está la manipulación respecto a la imagen que se logre cultivar ante un profesional médico. El maltratador maneja a su antojo, desarrolla la parte cerebral más esquiva y degradada de la mente humana para convertirla en su manifi esto e ideología de vida, casi una conversión en sí mismo, para convencerse y recrearse cada día como pleno amo y señor de cualquier criatura.

Esta es mi perspectiva, que enfoco desde el punto de vista de una víctima de violencia de género. No creo ni pienso, y ni mucho menos me convence, que en algún momento el maltra-tador llegue a cambiar o enfocar su conducta. Eso es tan difícil como el que la propia víctima acabe olvidando para siempre la secuela del maltrato.

Considero que hasta que no surja el momento propicio en el que la medicina, o la rama que estudie el coefi ciente y actuación del maltratador, no escuchen con consideración fi r-me la respuesta que puede darle una mujer maltratada, jamás se logrará establecer el verdadero criterio y el concepto de mal-tratador. A veces, la ciencia y los estudios no pueden abarcar lo que la propia mente humana es en sí misma, conocedora de su propia vivencia.

Momentos fugaces

Como vengo narrando en esta historia, hay valores, hono-res, palabras, silencios… Energía que pierdes en el camino, que