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El Rosedal era la hacienda ms codiciada del valle de Tarma, no por su extensin, pues apenas llegaba a lasquinientas hectreas, sino por su cercana al pueblo, su feracidad y su hermosura. Los ricos ganaderostarmeos, que posean enormes pastizales y sembros de papas en la alta cordillera, haban soado siempre conposeer ese pequeo mundo donde, aparte de un lugar de reposo y esparcimiento, podran hacer un establomodelo, capaz de surtir de leche a todo el vecindario.Pero la fatalidad se encarnizaba en sustraerles estas tierras, pues cuando su propietario, el italiano CarloPaternoster, decidi venderlas para instalarse en Lima prefiri elegir a un compatriota, don Salvatore Lombardi,quien por aadidura nunca haba puesto los pies en la sierra. Lombardi fue adems el nico postor que pudopagar en lquido y al contado el precio exigido por Paternoster. Los ganaderos serranos eran mucho ms ricos ymovan millones al ao, pero todo lo tenan invertido en sembros y animales y metidos como estaban en elmecanismo del crdito bancario, no vean generalmente el fruto de su fortuna ms que en la forma abstracta deletras de cambio y derecho de sobregiro.Don Salvatore, en cambio, haba trabajado durante cuarenta aos en una ferretera limea, que con el tiempolleg a ser suya y juntado billete sobre billete un capital apreciable. Su ilusin era regresar algn da a Tirole, enlos Alpes italianos, comprarse una granja, demostrar a sus paisanos que haba hecho plata en Amrica y moriren su tierra natal respetado por los lugareos y sobre todo envidiado por su primo Luigi Cellini, que de nio lehaba roto la nariz de una trompada y quitado una novia, pero nunca sali del paisaje alpino ni tuvo ms de diezvacas. Por desgracia los tiempos no estaban como para regresar a Europa, donde acababa de estallar lasegunda guerra mundial. Aparte de ello don Salvatore contrajo una afeccin pulmonar. Su mdico le aconsejentonces que vendiera la ferretera y buscara un lugar apacible y de buen clima donde pasar el resto de susdas. Por amigos comunes se enter que Paternoster venda El Rosedal y renunciando al retorno a Tirole seinstal en el fundo tarmeo, dejando a su hijo en Lima encargado de liquidar sus negocios. La verdad es que porEl Rosedal pas como una nube veraniega pues, a los tres meses de estar all, cuando haba emprendido larefaccin de la casa-hacienda, comprado un centenar de vacas y trado de Lima muebles y hasta una mquinapara fabricar tallarines, muri atragantado por una pepa de durazno. Fue as como Silvio, su nico heredero,qued como propietario exclusivo de El Rosedal.*A Silvio le cay esta propiedad como un elefante desde un quinto piso. No solo careca de toda disposicin paraadministrar una hacienda lechera o administrar cualquier cosa, sino que la idea de enterrarse en una provinciale puso la carne de gallina. Todo lo que l haba deseado de nio era tocar el violn como un virtuoso y pasearsepor el jirn de la Unin con sombrero y chaleco a cuadros, como haba visto a algunos elegantes limeos. Perodon Salvatore lo haba sacrificado por su maldita idea de regresar a Tirole y vengarse de su primo Luigi Cellini.Tirnico y avaro, lo meti a la tienda antes de que terminara el colegio, justo cuando muri su madre, y lomantuvo tras el mostrador como cualquier empleado, pero a propinas, despachando todo el da en mandil detocuyo, tornillos, tenazas, plumeros y latas de pintura. No pudo as hacer amigos, tener una novia, cultivar susgustos ms secretos, ni integrarse a una ciudad para la cual no exista, pues para la rica colonia italiana, metidaen la banca y en la industria, era el hijo de un oscuro ferretero y para la sociedad indgena una especie deinmigrante sin abolengo ni poder. Sus nicos momentos de felicidad los haba conocido realmente de nio,cuando viva su madre, una mujer delicadsima que cantaba operas acompandose al plano y que le pag consus ahorros un profesor de violn durante cuatro aos. Luego algunas escapadas juveniles y nocturnas por laciudad, buscando algo que no saba lo que era y que por ello mismo nunca encontr y que despertaron en lcierto gusto por la soledad, la indagacin y el sueo. Pero luego vino la rutina de la tienda, toda su juventudenterrada traficando con objetos opacos y la abolicin progresiva de sus esperanzas ms ntimas, hasta hacerde l un hombre sin iniciativa ni pasin.Por ello tener, a los cuarenta aos, que responsabilizarse de una propiedad agrcola y por aadidura administrarsu vida le pareci excesivo. O una u otra cosa. Lo primero que se le ocurri fue vender la hacienda y vivir con suproducto hasta que se le acabara. Pero un resto de prudencia le aconsej conservar esas tierras, ponerlas enmanos de un buen administrador y gozar de su renta