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Número 37 (2000) Dossier Portugal y España contemporáneos, Hipólito de la Torre Gómez, ed. Introducción. Unidad y dualismo peninsular: el papel del factor externo I. Los tiempos -Del Antiguo Régimen al liberalismo (1807-1842), Miriam Halpern Pereira -Los Estados liberales (1834-1839/1890-1898), M.ª Manuela Tavares Ribeiro -La crisis del liberalismo (1890-1939), Hipólito de la Torre Gómez -Los regímenes autoritarios, Manuel Loff -Las transiciones democráticas, Josep Sánchez Cervelló II. Los problemas -Problemas y ritmos de la modernización económica peninsular en el siglo XX, Eloy Fernández Clemente -Estado y Nación en el Portugal contemporáneo, Luís Reis Torgal -Estado y Nación en la España contemporánea, Antonio Morales Moya -La relación política luso-española, Juan Carlos Jiménez Redondo -Portugal y la integración europea (1945-1974), António José Telo

Número 37 (2000) Dossier Portugal y España contemporáneos

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  • Nmero 37 (2000) Dossier Portugal y Espaa contemporneos, Hiplito de la Torre Gmez, ed. Introduccin. Unidad y dualismo peninsular: el papel del factor externo I. Los tiempos -Del Antiguo Rgimen al liberalismo (1807-1842), Miriam Halpern Pereira -Los Estados liberales (1834-1839/1890-1898), M. Manuela Tavares Ribeiro -La crisis del liberalismo (1890-1939), Hiplito de la Torre Gmez -Los regmenes autoritarios, Manuel Loff -Las transiciones democrticas, Josep Snchez Cervell II. Los problemas -Problemas y ritmos de la modernizacin econmica peninsular en el siglo XX, Eloy Fernndez Clemente -Estado y Nacin en el Portugal contemporneo, Lus Reis Torgal -Estado y Nacin en la Espaa contempornea, Antonio Morales Moya -La relacin poltica luso-espaola, Juan Carlos Jimnez Redondo -Portugal y la integracin europea (1945-1974), Antnio Jos Telo

  • ""PORTUGAL YESPANACONTEMPORNEOS

  • Ayer es el da precedente inmediato a hoy en palabras deCovarrubias. Nombra al pasado reciente y es el ttulo que la Asociacinde Historia Contempornea ha dado a la serie de publicaciones quededica al estudio de los acontecimientos y fenmenos ms importantesdel pasado prximo. La preocupacin del hombre por detelminarsu posicin sobre la superficie terrestre no se resolvi hasta quefue capaz de conocer la distancia que le separaba del meridiano O.Fijar nuestra posicin en el correr del tiempo requiere conocer lahistoria y en particular sus captulos ms recientes. Nuestra con-tribucin a este empeo se materializa en una serie de estudios,monogrficos porque ofrecen una visin global de un problema. Comocomplemento de la coleccin se ha previsto la publicacin, sin fechadeterminada, de libros individuales, como anexos de Ayer.

    La Asociacin de Historia Contempornea, para respetar la diver-sidad de opiniones de sus miembros, renuncia a mantener una deter-minada lnea editorial y ofrece, en su lugar, el medio para quetodas las escuelas, especialidades y metodologas tengan la opor-tunidad de hacer valer sus particulares puntos de vista. Cada publi-cacin cuenta con un editor con total libertad para elegir el tema,

    determinar su contenido y seleccionar sus colaboradores, sin otralimitacin que la impuesta por el formato de la serie. De este modose garantiza la diversidad de los contenidos y la pluralidad de losenfoques.

  • HIPLITO DE LA TORRE GMEZ, ed.

    "'"PORTUGAL YESPANA~

    CONTEMPORANEOS

    Miriam Halpern PereiraM.a Manuela Tavares RibeiroHiplito de la Torre Gmez

    Manuel LoffJosep Snchez Cervell

    Eloy Fernndez ClementeLus Reis Torgal

    Antonio Morales MoyaJuan Carlos Jimnez Redondo

    Antnio Jos Telo

    MARCIAL PONSMadrid, 2000

  • Asociacin de Historia ContemporneaMarcial Pons. Librero

    ISBN: 84-7248-768-7Depsito legal: M. 20.154-2000ISSN: 1B4-2227

    Fotocomposicin: INFuRTEx, S. L.

    Impresin: CLOSAS-ORCOYE'\, S. L.Polgono Igarsa. Paracuellos de larama (Madrid)

  • /

    Indice

    Introduccin.Unidad J dualismo peninsular: el papel delfactor externo 11

    Hiplito de la Torre Gmez

    Parte primeraLOS TIEMPOS

    Del Antiguo Rgimen al liberalismo (1807-1842) :~9Miriam Halpern Pereira

    Los Estados liberales (1834-1839/1890-1898) 6.5M.a Manuela Tavares Ribeiro

    La crisis del liberalismo (l890-1939) 97Hiplito de la Torre Gmez

    Los regmenes autoritarios 12.5Manuel Loff

    Las transiciones democrticas..................... 16:~Josep Snchez Cervell

    Parte SegundaLOS PROBLEMAS

    Problemas J ritTnos de la modernizacin econmica peninsular enel siglo xx 191Eloy Fernndez Clemente

    AYER 37*2000

  • 10 ndice

    Estado y Nacin en el Portugal contemporneo 219Lus Reis Torgal

    Estado y Nacin en la Espaa contempornea................................ 233Antonio Morales Moya

    La relacin poltica luso-espaola 271Juan Carlos Jimnez Redondo

    Portugal y la integracin europea (1945-1974) 287Antnio Jos Telo

  • IntroduccinUnidad y dualismo peninsular:

    el papel del factor externo

    Hiplito de la Torre Gmez

    Los procesos peninsulares de crisis y sustitucin de las estructurasdel Antiguo Rgimen se inscriben en un marco histrico y explicativocomn. Como en la mayora de los pases, se inician con el torbellinorevolucionario francs y, acorde con las pautas evolutivas del espacioeuroccidental en que se inscriben los Estados ibricos, vienen a cerrarseen los aos treinta del XIX. Estas transiciones fueron particularmentetraumticas en Portugal y en Espaa, puesto que su recorrido estuvojalonado -y motivado- por la invasin y la guerra (1807/1808-1814),la consiguiente prdida de los imperios americanos --que constituanel principal soporte econmico (ms en Portugal) y poltico-internacionalde ambas monarquas- y las violentas confrontaciones internas, queculminaron en sendas contiendas civiles (la portuguesa entre 1828-1834;la espaola de 1833 a 1839). Ahora bien, fue la lucha entre los poderescontinental y martimo, de Francia e Inglaterra respectivamente, la que,por obvias razones geoestratgicas, sumergi a la Pennsula en la guerray en la absoluta impotencia para conservar las colonias. La prdidaresultante de poder ahond desde entonces la dependencia de los Estadospeninsulares respecto de las potencias euroatlnticas, que mediatizaronseveramente su propia evolucin interna (cultural, poltica y econmica),apuntalando ya en la dcada de los treinta la definitiva homologacinde ambos pases al orden liberal, .finalmente victorioso en la Europaatlntica.

    Habida cuenta de este marco globalizador del sistema internacional,que genera problemas simtricos y, naturalmente, motiva una estrechacomunicacin entre las sociedades polticas peninsulares, no podr extra-

    AYER 37*2000

  • 12 Hiplilo de la Torre Gmez

    Far que el ritmo y hasta la forma histrica que adoptan los respectivosprocesos qfrezcan sign~ficativos paralelismos: as, la guerra peninsular(llamada de la independencia en Esparla) es comn y compartida;los trienios liberales (1820-1823) transcurren sincrnicos y mutuamenteinterferidos; el doble problema dinstico y poltico-ideolgico que er~frentaa liberales y absolutistas (miguelistas portugueses; carlistas esparloles)resulta casi emparejado; y sus desenlaces en forma de guerra civil sonasiml:smo experiencias compartidas.

    Sin embargo, estos visibles paralelismos encubren peculiaridades nomenos reseables. Salvo en el primer ensayo liberal (Constitucin de1812), donde el vaco de poder --que, debido a la permanencia dela Corte en el territorio colonial del Estado y sobre todo por el gobiernoe;fectivo del ejrcito de ocupacin ingls, no se da tan completo en Por-tugal-- explica la precocidad de la experiencia esparlola, a partir de1823 el proceso de cambio portugus se adelanta deforma visible, echandoa rodar la de;finitiva trayectoria poltica del liberalismo siete aos antesque en Esparla (1826; 1833) y logrando tambin con notable antelacin(1834; 18.'19) la derrota de la causa absolutista. Se iniciaba as unasistemtica delantera de Portugal, que seria persistente realidad a lolargo de toda la Edad Contempornea.

    En segundo lugar el conflicto interno portugus no alcanzar nuncalos niveles de violencia asociados al esparlol, como ya en este periodoponen al descubierto la feroz resistencia guerrillera contra los invasoresfranceses o la brutal contienda civil entre liberales y carlistas que enningn caso es comparable con el terror blanco de la monarqua deD. Miguel. Tambin sta ser una nota d~ferencial constante entre lashistorias contemporneas de ambos Estados.

    En tercer lugar, en Portugal el poder muestra unas tendenciascompromisarias -perceptibles asimismo como constante histrica- queno suelen darse en el caso de Esparla. As por ejemplo, mientras quela monarqua espaola revela un obcecado empeo de resistencia frenteal liberalismo, la portuguesa --que intenta frmulas arbitrales desde1823- vendr a otorgar tres aos ms tarde un diploma constitucional(la Carta de 1826), que el propio espritu compromisario de la sociedadpoltica mantendr en vigor nada menos que hasta 1910, batiendo unverdadero rcord de longevidad en la historia del constitucionalismoeuropeo.

    Con la derrota del absolutismo en la dcada de los aos treinta,Portugal y Esparla entran en una larga fase de orden liberal que se

  • Inlrodw;cin: Unidad y dualismo peninsular

    prolonga hastafinales de la centuria. Las simetras histricas son notables,pero las peculiaridades nacionales no lo son menos. En qu se c~franlas unas y las otras?

    Desde el punto de vista poltico, en ambos pases el sistema liberalslo se asienta despus de una fase de lucha entre las posiciones radicales(selembristas/progresistas) y moderadas (cartistas/moderados), que acabpor abrir paso a un modelo compromisario articulado mediante la prcticade la alternancia en el poder (rotativismo/turnismo). Es lo que acontecien Portugal desde 1851 y lo que vino a producirse en Espaia a partirde 1875. Este compromiso poltico, la prctica restrictiva de la repre-sentacin y el funcionamiento de la maquinaria caciquil aseguraronla estabilidad del sistema y el di~frute del poder por una oligarqua-sustancialmente idntica a la que en su momento encarnaran car-tistas y moderados- que representaba tambin el control de los prin-cipales recursos econmicos de los Estados. Como es lgico, los procesosde construccin de los marcos legales e institucionales del nuevo sistemapoltico y econmico que sustentaba el Estado liberal encuentran a menudosustanciales equivalencias a uno y a otro lado de lafrontera.

    Desde una perspectiva socioeconmica tampoco es difcil percibir gran-des trazos comunes: cambio poltico sin revolucin social, que generaun consorcio aburguesado de poder entre la antigua nobleza y los estratoselevados de la administracin .y de la nueva burguesa de negocios;escasez de capitales, endeudamiento del Estado, retraso tecnolgico, absor-bente atraccin de los recursos disponibles por el negocio desamortizadorde la tierra. Tales son algunos de los rasgos compartidos que abocanen los dos pases a unos mismos resultados: dependencia exterior desus economas; retraso y exigidad de sus procesos industrializadores.

    Situados en el plano de las realidades nacionales y de las intros-pecciones nacionalistas resulta asimismo fcil percibir importantes einterrelacionados nexos de unin entre Portugal y Espaa. Al menostres: su estrecha subordinacin al orden regional euroatlntico dictadopor Londres y Pars; la progresiva socializacin de un espritu de re-belda regeneradora (asociada desde el arranque del siglo al primerliberalismo) frente a la arnarga nocin de decadencia; y en fin, eldenso debate en torno al ideal iberisla como va de comn regeneracin,que (desde la concordancia o la discordancia) estrecha sin duda laconexin luso-espaola sobre todo en las dcadas centrales de la centuria.

    Pero el estudioso de este perodo reparar tambin en algunas impor-tantes distancias que separan las experiencias histricas portuguesa y

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    espaola. Una bien visible es que en Portugal la definitiva estabilizacindel sistema liberal se anticipa un cuarto de siglo (1851, frente a 1875)y se prolonga casi otro tanto ms (hasta 1890 y 1898 respectivamente).La segunda caracterstica que d~ferencia claramente las historias penin-sulares es su respectiva proyeccin exterior. Mientras que la esparlolase circunscribe a la conservacin de su imperio residual en el Caribey el Pac?fico, practicando de forma constante una poltica internacionalde repliegue (o.ficializada en la Restauracin bajo el rtulo de reco-gimiento) que no evitar, sino todo lo contrario, la prdida de susltimas colonias, la portuguesa, orientada hacia la construccin de unTercer Imperio (en ~frica), se implicar deforma decidida en las accionesexploradoras y en los movimientos diplomticos de las grandes potencias,logrando ,finalmente un nuevo y amplio espacio ultramarino del Estado.La intensa sensibilizacin social (inexistente en Espaa) por el proyectocolonial y la conservacin de la tradicional va britnica de insercininternacional y de gestin de los intereses externos del pas (frente alas tendencias aislacionistas de Madrid) constituyen elementos estruc-turantes en la d~ferenciacinde las historias peninsulares.

    A lo largo del primer tercio del siglo xx los sistemas liberales deuno y otro pas atraviesan una prolongada crisis que acaba desembocandoen la implantacin de sendas dictaduras. Los paralelismos son muchospero en ningn caso exclusivos de los Estados peninsulares, sino quese inscriben en un conjunto de experiencias generales y ampliamentecompartidas por la mayora de las naciones europeas. En todas partesel fenmeno es el mismo. Los mifundos cambios socioeconmicos desdelas ltimas dcadas del XIX desafan las limitaciones representativas delos Estados, frzando soluciones superadoras de los sistemas oligrquicos,bien mediante estrategias de democratizacin (que raramente consiguenarraigo), bien a travs defrmulas autoritarias (suplantadoras del propiosistema), que en el perodo de entreguerras acaban por constituir laregla.

    En todas partes tambin el arco cronolgico y los principales jalonesde este proceso son comunes. La crisis arranca en el viraje del siglo,aflorando en ciertos casos (como en Portugal, en 1890, o en Espaa,en 1898) por los inevitables reflejos internos de alguno de los frecuenteschoques de redistribucin colonial propios de la cultura imperialistade la poca; se ahonda por los inmensos efectos de todo orden (so-cioeconmicos, polticos, ideolgicos, morales) que produce la guerra del14; y desagua en el perodo de entreguerras, con una zona de clmax

  • Introduccin: Unidad y dualismo peninsular 15

    (impulsada por la terrible crisis econmica del 29) en los aos treinta,y un trgico punto de ruptura con la Segunda Guerra Mundial.

    Pero si el sentido histrico de la crisis es el mismo, los caminosy la forma de recorrerla resultan peculiares. A pesar de que la his-toriografa espaola siga empeada en no verlo, el comienzo ya es distinto.Las crisis de 1890 y 1898 difieren por varias razones, pero sobre todopor dos: en su resolucin (que no es blica, como en el caso de Espaa),Lisboa sali con el reconocimiento de un gran imperio colonial en frica,mientras que Madrid perdi el suyo; y, paradjicamente, las enormesrepercusiones internas de la afrenta del Ultimtum desestabilizarongravemente al rgimen portugus, en tanto que el desastre real del98 fue absorbido sin mayores dificultades por el establishment monr-quico-constitucional espaol. Por qu? Sin duda por el hondo alcancenacionalista que tena la proyeccin ultramarina en Portugal. Pero tam-bin porque la experiencia liberal portuguesa, siendo mucho ms dilatadaque la espaola, haba llegado antes a sus lmites, generando una con-ciencia crtica de base republicano-democrtica que tampoco haba sufridoel desprestigio pagado en Espaa por el fracaso de la catica repblicade 1873. De esta forma, a lo largo del perodo Portugal avanzar siemprepor delante de Espaa en la gestin histrica de la crisis liberal. Lamonarqua portuguesa agot sus posibilidades regeneradoras, alter-nativamente democratizantes y autoritarias, veintin aos antes que laespaola (1910; 1931); Y el democratismo republicano portugus fueliquidado por un movimiento militar trece aos antes (1926; 1939) deque la II Repblica de Espaa corriera idntica suerte.

    No slo eso. La Repblica parlamentaria portuguesa tuvo una vigenciadiez aos mayor que la espaola (1910-1926; 1931-1936), representandoen muchos aspectos una continuidad, radicalizada, del liberalismo deci-monnico, sin la pr(ifunda carga revolucionaria de su homnima penin-sular; fue derribada por la fuerza de un golpe militar incruento quetena un amplsimo respaldo sociopoltico, y no por efectos de una brutalguerra civil; vino a ser suplantada por un sistema autoritario, a travsde un complicado proceso poltico de equilibrios compromisarios, y nomediante un corte radical y exterminador del pasado como produjo lavictoria franquista; y, en .fin, dej unos rastros de supervivencia en laforma externa de Estado, en gran parte del legado laicista de su culturay hasta en la alquimia constitucional de la dictadura estadonovistapor la que fue sucedida.

    De nuevo, en esta segunda transicin (del liberalismo al autoritarismo)la historia portuguesa cOl7:firma, en contrastre con la espaola, la per-

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    sistencia de los rasgos que haban caracterizado a la primera (del AntiguoRgimen al liberalismo): anticipacin cronolgica, mayor moderacin,progresividad y cierta continuidad, que contrastan visiblemente con lanaturaleza brutalmente rupturista del trnsito en Espaa.

    Por ltimo, el perodo persiste en r~flejar esa caracterstica divergenciaen orden a la proyeccin exterior. Resulta man~fiesta al reparar en los~fectos de movilizacin nacionalista que provoca el colonialismo portugusyen las repercusiones sociales de rechazo que genera el problema marroquen Espaa; y se torna especialmente visible al contrastar la beligeranciade Lisboa con la neutralidad de Madrid en la Primera Guerra Mundial.As, no podr extraar que el factor externo tenga en Portugal unospoderosos y directos ~fectos catalizadores de la crisis interior que nose dan con igual intensidad en el Estado vecino, cuya evolucin histricacontinuar ms dominada por el tpico, y no por ello menos real, col1:flictointerno

    Los desenlaces autoritarios que en la dcada de los aos treintatuvieron los procesos de crisis del liberalismo peninsular vendrn a pro-longarse hasta mediados de los setenta. Nunca la simetra histrica dePortugal y de Espaa haba sido tan larga ni tan estrecha. Hijas desu tiempo, no es sorprendente que las dictaduras se hubieran instaladoen la misma poca; pero ya lo es ms la excepcin de haber sobrevividoa la derrota mundial de los fascismos en 1945, y la sincrona casiperfecta de su cada a mediados de la dcada de los aos setenta.

    Pero adems, como era de esperar, ambos regmenes se apuntalaronmutuamente, y colaboraron entre s para mantenerse. El salazarismose consolid apoyando en la guerra civil a Franco, y se asegur conel triul1:fo de los nacionalistas espaoles, mientras que la victoria destos debi mucho al auxilio que les prest la dictadura portuguesa.A pesar del peligroso mar de fondo provocado por la fuerte tentacinalemana que en 1940 padeci la diplomacia de Madrid, los lazos desolidaridad luso-espaoles desempearon su papel en la neutralizacinde la Pennsula durante la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo,a partir de ,finales de 1942, en la progresiva reorientacin ~va Por-tugal- de la poltica exterior espaola. En los aos de la proscripcininternacional de la Espaa franquista que siguieron al triur~fo aliado(1946-1950), el respaldo y el valimiento diplomtico del salazarismoante las potencias atlnticas constituy un importante punto de apoyodel rgimen espaol, avalado asimismo ---e intilmente- por Lisboaa partir de 1949 para incorporarle tambin a la OTAN. Y, en.fin, aunque

  • Introduccin: Unidad y dualismo pennsular 17

    despus de 1961 la diplomacia de Madrid evitar comprometerse conposiciones de abierto respaldo al colonialismo portugus --ahora con-denado en todos los foros internacionales-, no abandon del todo -porespecial empeo del propio Franco- una cierta y vergonzante solidaridadmoral con el rgimen y el pas por tantas razones fraternos.

    Por ltimo, es cierto que esta relacin luso-espaiola fue mucho mspoltica que social (puesto que los pueblos siguieron viviendo de espal-das), y ms interesada que altruista. Pero tampoco lo es menos quegener un cambio histrico en el relacionamiento peninsular, sustituyendoprogresivamente las prepotentes tendencias iberizantes del nacionalismoespaol por unos hbitos de respeto hacia Portugal y de corresponsabilidaden la convivencia amistosa entre los Estados de la Pennsula.

    Pero, una vez ms, las historias de Portugal y de Espaa en elperodo de las dictaduras no pueden ser sucintamente ident~ficadas.Sala-zarismo yfranquismo tuvieron una sustancia histrica comn, pero tam-bin marcadas d~ferencias. El primero naci de un proceso poltico detintes compromisarios; el segundo, de una guerra de exterminio; aqultuvo un marcado carcter cvico y produjo (aunque en la prctica burlase)una estructura institucional coherente que incorporaba elementos clsicosdel sistema poltico liberal, mientras que ste nunca perdi del todosu naturaleza militarista, ni gener una legalidad que cubriese las apa-riencias ni mucho menos que pusiera lmites (tericos) al poder personaldel Caudillo. El salazarismo, en fin, desarroll una praxis represiva taneficaz cuando flexible y comparativamente templada, mientras que elrgimen de Franco, que ech races sobre un pas brutalmente depuradopor la guerra y la represin de la posguerra, conserv siempre ese originarioestilo expeditivo de combatir al adversario poltico.

    Aunque ambos regmenes --excepciones sobrevivientes de la pocafascista en el mundo occidental de posguerra- nunca perdieran el estigmade proscritos internacionales, a lo largo del perodo su posicin relativaevolucion en sentido inverso de acuerdo con su distinta capacidad dehomologacin al sistema internacional circundante. Mientras que la inde-seable naturaleza de sus orgenes ~y sus amistades peligrosas con el Ejecondujeron en la posguerra a la condena moral de la Espaa de Franco,la templanza de la dictadura portuguesa, sus distancias guardadas res-pecto de las potencias totalitarias y el alto valor de la geoestrategiaatlntica (Azores) del pas, permitieron al Portugal salazarista incor-porarse sin mayores problemas al orden internacional de Occidente (loque represent una baza definitiva en la resistencia interna del rgimen

  • 18 Hiplito de la Torre Gmez

    frente a los preocupantes desafos de la oposicin -1943-1949-). Laprogresiva salida de Madrid del aislamiento -por efectos de la guerrafra- en el primer lustro de los aos cincuenta y la simultnea aceptacinde ambos pases en la ONU (1955) marcaron el punto alto de su con-vergencia en el orden externo, pero tambin el comienzo de la inversinde sus respectivas posiciones ante el mismo. Porque en los aos siguientesla dictadura espaola --que se modera, acomete un decidido impulsomodernizador de la nacin de sorprendentes resultados, va descolonizandoy consigue articular una diplomacia de objetivos occidentalistas y buenentendimiento con el Tercer Mundo- fue acortando distancias con lospatrones que dictaba el sistema internacional. Mientras que la tenazproyeccin ultramarina, sostenida por el salazarismo contra los impa-rabIes vientos descolonizadores de la poca, aisl internacionalmente alpas, bloque cualquier perspectiva poltica aperturista -instada asi-mismo por la presin de los propios cambios socioeconmicos de los aossesenta que tambin fueron muy importantes- y embarc a la sociedady a las fuerzas armadas en una guerra colonial, larga y sin porvenir,donde inevitablemente germinaba el colapso final manu militari de ladictadura portuguesa.

    Los cambios democratizadores en la Pennsula (y no slo en ella)tienden a contemplarse con cierta generosidad cronolgica. El propiotrmino de transicin sugiere siempre un proceso ms o menos largo,puesto que el cambio --que debe consolidarse- no slo implica a laforma de gobierno sino a todo un complejo entramado poltico, socio-econmico, cultural. De hecho, la adopcin de una perspectiva razo-nablemente amplia no podr extraar si se tiene en cuenta que los dosprocesos anteriores de transicin histrica (del Antiguo Rgimen al libe-ralismo y de ste a los sistemas autoritarios) han sido muy dilatadosy han echado sus races estructurales mientras seguan vigentes las viejasformas polticas. No andan por tanto descaminados los funcionalistasal implicar en el arco transicional la dcada de los aos sesenta, cuyasprofundas transformaciones socioeconmicas y culturales fueron minandoel suelo social de las dictaduras, al tiempo que lo preparaban parasu sustitucin por gobiernos democrticos.

    Sin embargo, lo habitual es situar el arranque del proceso en elpunto de quiebra de los modelos polticos (1974; 1975), mientras quesu conclusin ser siempre ms discutible por el carcter escalonadodel avance y solidfficacin del nuevo sistema. De todas formas, los aosde 1982 a 1986 marcan ya el cierre de la transicin, en un perodo

  • Introduccin: Unidad'y dualismo peninmlar 19

    que va del desguace de la mediatizacin militar (desarticulacin delgolpismo y triunfo electoral de la izquierda socialista en Espaa; r~formaconstitucional portuguesa suprimiendo el Consejo de la Revolucin) ala incorporacin de ambos pases a la Comunidad Europea (1 de enerode 1986) y la llegada ese mismo ao de Mario Soares a la Presidenciade la Repblica, poniendo as punto final a seis dcadas completas demonopolio militar de la Jefatura del Estado en Portugal.

    Ahora bien, si desde un anlisis macroscpico -interno e inter-nacional- Y.finalista, el emparejamiento de las evoluciones peninsularesresulta manifiesto, no lo es, desde luego, cuando el historiador analizael discurrir especifico de las circunstancias y de las causas que las sos-tienen. Aqu las diferencias son muy visibles.

    En Portugal la desvinculacin fue violenta (golpe militar del 25de abril de 1974) y la transicin tuvo una primera fase revolucionaria(abril 1974-noviembre 1975) y una segunda que arranca y se definede forma inmediata no slo frente a la dictadura, cada, sino frentea la propia revolucin. En Espaa, por el contrario, tanto la desvin-culacin como la elaboracin de una nueva constitucionalidad demo-crtico-pluralista se deslizan en un continuum implcita o explcitamentepactado entre las fuerzas polticas procedentes de la dictadura y lasde la oposicin (diciembre 1976-diciembre 1978). En el proceso portugus,por tanto, el ejrcito desempe un papel fundamental, liquidando ladictadura, liderando -por no decir monopolizando- el poder en lafase revolucionaria y, en .fin, impulsando, negociando y tutelando ala vez el trnsito de la revolucin a la democracia representativa; mientrasque en el espaol la iniciativa y la conduccin de la transicin polticatuvieron una base exclusivamente civilista, limitndose las fuerzas arma-das a consentir --aunque no sin recelos- en la profunda operacinde cambio. Ello no implic que los riesgos y los costes hubieran sidomayores en Portugal. La pac(fica transicin espaola tuvo varias vc-timas mortales -sin contar las abundantes causadas por el terrorismo-,y su propio carcter consensuado, que durante bastante tiempo hubode tolerar la existencia de importantes centros residuales delfranquismo,supuso a corto plazo una seria amenaza para el mantenimiento de lademocracia, como vino a demostrar el frustrado golpe militar de febrerode 1981.

    Esta diversidad en los caminos del cambio -golpe y revolucinen Portugal; ruptura pactada en Espaa- no es casual y s en ciertaforrna paradjica. El factor colonial, que desencaden la quiebra revo-

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    lucionaria portuguesa, era la resultante de una sustantiva proyeccin(y sensibilidad) histrica colonialista, inexistente en el caso de Espar1a,corno demostr la apresurada resolucin abandonista adoptada por ladictadura ante el problema del Shara. An ms, el golpe militar del25 de abril, siendo consecuencia de la guerra en frica, tampoco dejade traslucir una cierta tradicin opositora de las fuerzas armadas por-tuguesas que contrastaba con el leal sometimiento de las espaolas alcaudillaje de Franco. Finalmente, no deber echarse en el olvido elcontrate entre la pTl!funda solucin de continuidad que se abra a lamuerte de Franco y las razonables posibilidades evolucionistas portuguesastras la retirada de Salazar, sugeridas por la existencia de una estructurainstitucional que, al menos en la forma, no era completamente anti-democrtica y que resultaba por tanto susceptible de una praxis libe-ralizadora cuyos cantos de sirena llegaron incluso a esperanzar a lapropia oposicin. Es decir, la triple continuidad histrica que asumay proyectaba hacia elfuturo la dictadura portuguesa tras la desaparicinpoltica de Salazar en septiembre de 1968 -legado colonial; persistenciade una tradicin opositora; permanencia constitucionalista-favorecala posibilidad de un corte de fuerza, mientras que la clara percepcinsocial espar10la de que el franquismo haba roto todos los puentes conel pasado y tampoco haba dejado ninguno hacia el futuro llevaba impl-cita la estrategia de una ruptura pactada que fue el asombroso logrode la transicin espar1ola.

    * * *Resulta visible que a lo largo de la Edad Contempornea los Estados

    de la Pennsula presentan acusadas simetras en sus problemas y evolucinhistricos, pero tambin marcadas dfferencias. Salvo raras excepciones,estas convergencias y divergencias se han analizado a la luz de criteriosinternos, cuando no de motivaciones extrahistricas relacionadas conla geografa, la lengua o la antropologa cultural. Probablemente, sinembargo, una de las explicaciones donde el historiador dispone de uncampo de anlisis ms explcito, y acaso ms convincente, remite alanlisis de la posicin de la Pennsula Ibrica dentro del sistema inter-nacional. El espacio exterior, organizado por las relaciones de poder,pero cuya estructura no se limita nicamente a los contenidos polticos,sino que incluye tambin las realidades econmicas, tecnolgicas y cul-turales, ha sido bastante condicionador de la evolucin paralela de losEstados ibricos en la poca contempornea.

  • Introduccin: Unidad .Y dualismo peninsular 21

    La cada del Estado antiguo, la prdida de los imperios, el descalabroeconmico J .financiero, la ruina en suma de sus potencialidades --anmuy importantes en el siglo XVlII- y la entrada, en fin, en un ciclode innegable decadencia, no ha obedecido a causas internas, sw denaturaleza internacional: a la gran lucha en de;finitiva entre el podercontinental napolenico J el poder martimo de Inglaterra, que sorprendia la Pensula J a sus dependencias americanas en la misma fronterade rivalidad J confrontacin atlnticas donde principalmente vw a diri-mirse el pleito entre los grandes poderes. La primera transicin histricacontempornea (del absolutismo al liberalismo), que se inicia con eldescalabro producido por las guerras napolenicas J se cierra en ladcada de los arios treinta, ha sido paralela en Portugal .y Esp(lfiaporque la Pennsula se ha movido como un todo obediente al podermundial britnico J al condominio regional atlntico-mediterrneo dePars J Londres. As, la evolucin de estos poderes es determinante dela propia evolucin poltica de los Estados ibricos. Mientras ambas poten-cias tutelares se mantienen garantes del orden contrarrevolucionario deViena, los ensayos liberales de 1820 resultarn imposibles, siendo des-baratados en 1823, mediante la intervencin militar en Esparia queindirectamente anima el desguace simultneo de la experiencia cons-titucional en el pas vecino, donde Londres no admite la accin de lastropas francesas. Pero ambos poderes, claramente distanciados de lasposiciones cerrilmente absolutistas de la Santa Alianza, estn sin dudapor detrs del realismo moderado (en cierta forma criptoliberal) quemarca la evolucin poltica de la Pennsula desde mediados de los aosveinte. Y cuando, por fin, en Pars y Londres se produce una claraderiva liberal, entre 1830 y 1832, Portugal J Espaa entran de hozy coz en regmenes constitucionales J sistema liberales, explcitamenterespaldados e impulsados por las potencias euroccidentales. El caso por-tugus es particularmente representativo. Si los 9.000 hombres que enjulio de 1832 desembarcan en Mindelo logran imponerse en el tiempocasi rcord de menos de dos aos a los casi cien mil del Estado miguelistaes porque poseen desde el principio el dominio del mar que est bajocontrol ingls. En Esparia la dependencia exterior de la victoria liberalno es tan abrurnadora, pero tambin representa un auxilio de primerorden. Sin el apoyo poltico-diplomtico, financiero e incluso militarde Francia e Inglaterra el triunfo frente al carlismo hubiera sido msproblemtico y desde luego el sostenimiento del nuevo rgimen, d?f-cilmente viable. La .firma de la Cudruple Alianza, en abril de 1834,

  • 22 Hiplito de la Torre Gmez

    es la expresin palmaria de esta unidad internacional de la Pennsulabajo la estrecha mediatizacin de las dos potencias atlnticas. El espritude la Cudruple iba mucho ms all de la letra de su articulado ytuvo un alcance de larga duracin histrica que un notable historiadorespaol ha rastreado con toda razn hasta el trmino de la segundaguerra mundial.

    De estaforma, no puede extraar que el desarrollo del sistema liberalen Portugal yen Espaa ofrezca unas estrechas simetras. Las r~ferenciasculturales e ideolgicas del liberalismo peninsular siguen muy de cerca,como es bien sabido, los modelos britnico y francs, sobre todo esteltimo en cuanto se r~fiere al mbito del pensamiento, la sensibilidady las modas. Mientras que el predomonio poltico del moderantismo noslo obedece a las pautas sociopolticas dominantes en la Europa euroat-lntica, sino al control del Estado por una oligarqua que representalos grandes intereses econmicos de la tierra, el comercio, las .finanzasy, progresivamente, la industria; en d4initiva, los recursos econmicosde ambas naciones. Ahora bien, stos a su vez son estrechamente tributariosde Francia e Inglaterra, de donde proceden las tecnologas, y los capitalesimprescindibles para modernizar y desarrollar las infraestructuras y lasincipientes industrias y para sostener las averiadasfinanzas de los Estados.As, las comunes caractersticas de los Estados liberales ibricos son tam-bin el r~flejo de su comn inscripcin en un rgimen de dependenciamltiple respecto del mismo espacio internacional. Podran citarse innu-merables ejemplos. Bastar recordar que los intercambios con Franciae Inglaterra representan nada menos que dos tercios del comercio externoespaol y que el 90 por 100 de los capitales extranjeros invertidos enEspaa son de origen francs. Si reparamos en Portugal, su dependenciaeconmica respecto de Inglaterra es an mayor. En el plano polticointerno, la intervencin hispano-britnica en Portugal contra la insur-gencia patuleia (1847), realizada en el marco jurdico de la CudrupleAlianza, muestra de forma palmaria la slida interrelacin del cua-driltero occidental, mientras que las extraversiones exteriores que desdemediados de siglo apuntan a un cierto fortalecimiento de los regmenesliberales ibricos no podrn darse fuera del consentimiento de francesesy britnicos. Las famosas expediciones militares espaolas de los aossesenta fueron en larga medida subsidiarias de las iniciativas mundialesfrancesas, y el esfuerzo portugus por construir un Tercer Imperio defrica no se separa de la estrategia negociadora y dependiente respectodel poderoso aliado britnico.

  • Introduccin: Unidad y dualismo peninsular

    No es en absoluto casual que en el ltimo cuarto del siglo el trnsitode un sistema internacional dominado por Inglaterra a otro caracterizadopor la diversidad de centros de poder, en donde sobresale la potenciacontinental alemana, se acompae de los primeros signos de agotamientodel sistema liberal, cuya cultura estaba estrechamente relacionada conel modelo poltico y econmico dictado por las potencias atlnticas. Tam-bin en la Pennsula se asiste a la aparicin de inequvocos indiciosdesestabilizadores del sistema, al surgimiento de crticas cada vez msexplcitas y a la postulacin de alternativas nacionalizadoras tanto enel plano interno como en el exterior. Es sign~ficativo que en este segundoplano, tanto Espaa como Portugal (como la propia Italia) hayan buscadoel apoyo del emergente poder alemn como alternativa a la mediatizadoratutela de sus intereses internacionales por las potencias occidentales. Nootra cosa es lo que significa la adscripcin italiana a la Dplice, eldesvo progermnico de la poltica de Barros Gomes o la simultneae indirecta vinculacin de Madrid a la Triple Alianza a travs de losacuerdos mediterrneos. El sistema no haba cambiado tanto para darva a ese esbozo de emancipacin peninsular. En 1890 el gobierno britnicohizo sentir con rotunda frontalidad a los portugueses que el sometimientoa la vieja alianza no era materia opcional de Lisboa, como ocho aosms tarde dej claro a los espaoles que su presencia dominante enel Estrecho no estaba dispuesta a retroceder ni un pice.

    Tambin en la segunda transicin --del liberalismo a los regmenesautoritarios- el sistema internacional acta como un factor condicio-nante -bien que no determinante- de las evoluciones internas de losEstados peninsulares. Naturalmente la crisis de los sistemas liberalesde Portugal y Espaa se ve estrechamente influida por importantes factoresgenricos que, naturalmente, son comunes a muchos pases. As, la inca-pacidad de los respectivos liberalismos oligrquicos para absorber lascrecientes tensiones sociales generadas por la emergente sociedad demasas; as, los efectos desestabilizadores y las frustraciones nacionalistasproducidos por las con/rontaciones exteriores, desde las crisis coloniales(Ultimtum; 98; Annual) a la guerra general del 14-18; y, sobre todo,la estrechsima implicacin entre las irreductibles opciones poltico-ideo-lgicas internas (democracia, fascismo, comunismo) y sus referentes inter-nacionales, a la vez ideolgicos y de poder.

    Hay una evidente relacin de sentido, antes de 1914 y sobre todoen el perodo de entreguerras, entre la fuerte erosin del poder inter-nacional de los Estados euroatlnticos por las potencias revisionistas

  • 24 Hiplito de la Torre Gmez

    y el formidable agrandamiento de las opciones ideolgicas antiliberales.Esa mudanza de la coordenadas internacionales afecta, como no podaser de otro modo, a la tradicional relacin de los Estados ibricos conlos poderes de Occidente, relajando visiblemente SU-'i lazos de dependenciae impulsando las alternativas contrarias al liberalismo que se sientenapuntaladas por el avance mundial de las experiencias autoritarias ototalitarias. No es dffcil comprobar cmo tanto en Espaa como enPortugal las posiciones german~filas e ital~filas coinciden prcticamentesin excepcin con las tomas de postura poltico-ideolgicas de los sectoresabiertamente adversos al modelo liberal que representan y sostienen laspotencias occidentales. Y no es desde luego casual que el triunfo enla Pennsula de las dictaduras autoritarias coincida con el punto altode la ola fascista en las dcadas de entreguerras. An ms, el progresivorefuerzo de los procesos autoritarios peninsulares se mueve claramenteen la estela del agrandamiento y endurecimiento de la experiencia inter-nacional fascista. As, las dictaduras ibricas de 1923 y 1926, anindecisas en cuanto al devenir del Estado y no completamente desligadasde la vieja cultura poltica del liberalismo, han surgido en el primertramo histrico de los ensayos autoritarios. Pero es durante la dcadasiguiente, en el clmax de la poca fascista, cuando la dictadura por-tuguesa se articula, se refuerza y se consolida, y cuando la espaolase impone dr:;finitivamente en una pavorosa guerra civil donde la Espar1ade derechas ha encontrado r:;ficacsimo y continuado apoyo de laspotencias del Eje.

    Tan evidente ahora es la soldadura interna de la Pennsula yla estrecha relacin de esa comn deriva autoritaria con las coordenadasinternacionales de poder que, si por una parte el rgimen de Lisboacontribuy a la victoria de Franco, .y recprocamente se fortaleca frentea la amenaza de la Espaa roja y aseguraba dr:;/initivamente sufutuTOcon el triunfo del fmnquismo, por otro lado tambin resulta palmarioque el trmino de esta segunda transicin ibrica se ha tornado posibleen el punto ms bajo del debilitamiento de la tradicional mediatizacinsobre la Pennsula de los poderes occidentales, cuya poltica claudicantefrente al expansionismo de los poderes revisionistas ha permitido el r:;ficazauxilio de stos al triunfo franquista en la guerra civil y ha toleradosin mayores dfficultades la importante solidaridad portuguesa con laEspaa nacional.

    Ahora bien, el carcter de dictaduras conservadoras y no totalitarias(por ms brutal que hubiera sido la gnesis de la espaola) de los regmenes

  • Introduccin: Unidad y dualismo peninsular 2.5

    ibricos, una vez ms tampoco puede aislarse del espacio internacionalen que se mueve la Pennsula. Porque, por ms debilitado y apaciguadorque se mostrara el poder britnico en la poca, nunca lo hubiera sidotanto como para admitir una satelizacin peninsular por las potenciasdel Eje. Ninguna duda en el caso de Portugal, que desde 1936 juegaincluso un eficaz papel de puente entre la Espaafranquista y los ingleses.Pero, incluso en el caso espaol, aunque la afinidad con los poderesfascistas haya sido muy marcada, tampoco sta lleg nunca a sobreponersea las razonables cautelas ideolgicas y poltico-internacionales del rgi-men, que puso correosa resistencia a convertirse en una sucursal econmicay estratgica de Roma y Berln, y super con xito -bien que al .filode la navaja en el verano-otoo de 1940- la prueba de las arrolladorasvictorias alemanas en la primera fase de la guerra mundial. El quelos gobiernos dictatoriales de la Pennsula no incurrieran --como sincurri Mussolini- en importantes errores de clculo y mantuvieranuna posicin neutral que, si interesaba a los dos bandos, favoreca msclaramente a los poderes atlnticos, constituy sin duda unfactor decisivoen el mantenimiento de las dictaduras ibricas despus de que la victoriaaliada hubiera barrido en todas partes las experiencias fascistas.

    Pero fue, adems y sobre todo, la precoz ruptura de la gran alianzay la consiguiente organizacin de un nuevo sistema mundial, bipolar,presidido por las tensiones de la guerra fra, lo que permiti casi sinsolucin de continuidad una slida acomodacin poltico-ideolgica yestratgica de los Estados peninsulares al nuevo orden externo. No slola activa militancia anticomunista del salazarismo y del franquismoestaba en estrecha sintona con los valores dominantes en el mundolibre de posguerra, sino que un desbloqueo de la situacin dictatorialen la Pennsula poda acarrear indeseables situaciones revolucionarias,y sobre todo, el elevado valor estratgico de la geopoltica portuguesay espaola, incluyendo sus fundamentales espacios atlnticos, impusosin muchas vacilaciones la elemental fuerza del inters a cualesquieraotras reservas, ticas o ideolgicas, que en realidad nunca fueron muchoms all del terreno formal. Es ms, puesto que la actitud de los pasesdemoliberales hacia las dictaduras salazarista y franquista (sobre todohacia sta) fue ms de tolerancia que propiamente de integral reco-nocimiento, la escasa capacidad negociadora de esos regmenes con sussocios occidentales les colocaba desde el principio en una posicin subor-dinada y dependiente que renda an mayores frutos a los interesesnorteamericanos.

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    Finalmente, tambin la tercera transicin (de las dictaduras a lademocracia), que deforma bastante conjunta atraVl:esan Portugal y Espa-a, debe valorarse a la luz del marco internacional que la encuadra,aunque slo la desaparicin de la escena poltica de los dictadores, quehan acabado por personalizar de forma carismtica el poder, representela condicin decisoria del desbloqueo interno. Pese a que el orden bipolary el consiguiente sistema de rivalidad mundial no se vienen completamenteabajo hasta el decisivo bienio de 1989-1991, desde la segunda mitadde los cincuenta tanto la bipolaridad mundial de poder como la congeladatensin entre los bloques tendieron a un perceptible aflojamiento. Si ladesestalinizacin hizo ms .fluido el bloque del Este, la crisis de Suez,que acelera el impulso institucional de la alternativa europea, introducetambin un importante factor de diversidad en la cohesin de los occi-dentales, mientras que la progresiva emergencia de un Tercer Mundo(resultante en buena medida de la colaboracin descolonizadora delas grandes potencias), mayoritariamente adscrito a posiciones no-ali-neadas, cuartea las antiguas rigideces del sistema bipolar.

    Erosionado de esta forma el escenario mundial de la guerra fra,que haba salvado primero y apuntalado despus los regmenes salazaristay franquista, tanto en Lisboa como en Madrid se tornaba ineludiblela introduccin de reajustes. stos implicaban cambios de conceptos yde polticas, tanto en el plano de una .flexibilizacin interna, como enel de la estrategia econmica y en el de las relaciones con el exterior.Las dictaduras habrn de enfrentarse a la imperiosa necesidad de unaliberalizacin y modernizacin capitalista de sus estructuras econmicas,estranguladas por los controles autrquicos, al desafo de los imparablesprocesos descolonizadores y a la apertura de nuevas vas de conexininternacional con los pases del Tercer Mundo y, sobre todo, con el inme-diato y prometedor espacio europeo.

    La respuesta, muy trabada en Portugal por factores de hondo caladohistrico en lo referente a las colonias, no ser desde luego simtricaa uno y otro lado de la frontera. Y esa asimetra explica la diversidadcoyuntural de los respectivos caminos peninsulares en el momento espe-cfico de la transicin a la democracia. Pero, en todo caso, esas obligadasrespuestas acabaron por crear, de grado o por fuerza, las condicionesinternas, sociales y culturales, sobre las cuales, desde mediados de losaos setenta, el nuevo orden democrtico peninsular vino a tornarse irre-mediable y a echar sus races defuturo.

    * * *

  • Introduccin: Unidad y dualismo peninsular 27

    Esta unidad externa de la Pennsula, que he tratado de resaltarcomo factor condicionante del paralelismo de las experiencias histricasinternas de sus respectivos Estados, convive asimismo durante toda lapoca con importantes rasgos d~ferenciadores, derivados de los respectivosniveles de apertura al exterior, que inciden tambin en los comportamientoshistricos de las sociedades portuguesa y espaola.

    A pesar de todas las matizaciones que se quiera, contina siendosustancialmente vlida la idea de que la historia espaola ha tendidoa un encerramiento, poltico y psicolgico, respecto del exterior desdelos albores del siglo XIX, cuando la profunda crisis interna y la liquidacindel imperio americano, con la consiguiente prdida de poder y de presenciainternacional, producen un intenso viraje de repliegue peninsularista queni siquiera desmiente el mantenimiento hasta finales del XIX de su imperioresidual ultramarino. La arraigada nocin de decadencia, la primacadel conflicto interno, la intrnseca importancia geogrfica y geoes-tratgica del espacio peninsular (con sus proyecciones insulares atln-tico-mediterrneas) en que se asienta el Estado, la seguridad que pro-porciona, pero tambin los infranqueables obstculos que interponen lospoderes occidentales dominantes (Inglaterra y Francia) a su plena ins-trumentalizacin como fundamento de potencialidad regional, son otrostantos factores que ayudan a explicar la persistente tendencia espaolaa un recogimiento entre impotente y desconfiado del sistema inter-nacional. El analista de las relaciones internacionales de Espaa tienetoda la impresin que, al menos hasta mediados de la presente centuria,la presencia externa espaola -y, por tanto, la influencia de lo exteriorsobre el pas- es mucho menos proyectiva que receptiva; obedece muchomenos a opciones de la diplomacia espaola que a la imposicin ineludibledel sistema internacional. Y esto, porque la nacin carece de razonablesobjetivos internacionales positivos, sino de mera conservacin; y porquelos que guardaba en su nebuloso y un tanto megalmano regeneracionismocomo potencia estuvieron siempre inapelablemente limitados por los delos grandes poderes que cerraban el paso a su pretendida vocacin degrandeza como Estado regional.

    En cambio, Portugal, por elementales motivaciones asociadas a ladefensa de la identidad nacional frente a las histricas tendencias cen-trpetas (iberizantes) del vecino peninsular, busc, desde los precocesorgenes del Estado moderno a principios del siglo,'\!, su seguridade incluso su razn de ser en el exterior, esto es: en el mar, que dabapn?fundidad atlntica a la defensa del pas; en la consiguiente proyeccin

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    colonial (una constante de casi seis siglos) que agrandaba, subjetivay objetivamente, la pequea y amenazada base territorial europea delEstado; en la privilegiada e ineludible --costes asumidos por medio-relacin poltico-internacional con el poder martimo (Inglaterra hasta1945) cuando, ya en el siglo '(VII, el ciclo de la hegemona mundialportuguesa llega a su.fin.

    La invasin, la guerra, la quiebra del orden antiguo, la prdidadel imperio americano (Brasil), el dramtico conflicto interno que acom-paa el nacimiento del nuevo orden liberal, la decadencia econmicay el empequeecimiento poltico-internacional que tambin en Portugaljalonan el trnsito a la poca contempornea, no interrumpen, al contrarioque en Espaa, la tradicional proyeccin externa de la nacin. El objetivode un Tercer Imperio africano, que sustituyera la prdida del Brasil(1822-1825), surge prcticamente sin solucin de continuidad; tiene sugran formulacin programtica en el conocido proyecto de S da Bandeira(1836) y avanza sus primeras realizaciones, territoriales y poltico-di-plomticas, cuando al doblar el ecuador del siglo la estabilidad internapermite acometer el proyecto africano con mayores posibilidades. Cuandoen las dcadas ,finales del XIX las grandes potencias se apresuren a repar-tirse el continente negro, Portugal comparece en este concierto del repartono slo con alegados derechos histricos, sino con una deliberada rtunadoconcepto de Antonio Telo-, especialmente la de la profundidad atlnticadel Estado.

    Esta proyeccin hacia el exterior de los objetivos y de los mediospara asegurarlos de la nacin portuguesa implic siempre una intensaconexin con la Europa atlntica, donde histricamente se negociabala relacin poltico-diplomtica y econmica que garantizaba los intereses,

  • Introduccin: Unidad y dualismo peninsular 29

    europeos y ultramarinos, de la comunidad nacional. Tal vez sea ciertoque el europesmo espaol -sobre todo en el siglo xx- haya sidoms vocacional que el portugus, entre otras razones porque el propioaislacionismo de la historia espaola animaba ms el mito regeneradora travs de la homologacin con Europa. Puede admitirse tambin quela estrecha ident~ficacin portuguesa entre la nacin y su proyeccinimperial haya dado un carcter ms instrumental que .finalista a laconexin europea de Portugal. Pero, cualquiera que hay-a sido la per-cepcin histrica del inters de Europa para el pas, el hecho ciertoes que la relacin entre Portugal y la Europa atlntica ha sido, alcontrario que en Espaa, constante e intensa, trascendiendo con muchoel simple relacionamiento diplomtico y geoestratgico.

    Inglaterra ha ejercido una man~fiesta influencia sobre las situacionespolticas --especialmente en la primera mitad del siglo XIX-, ha sidoel gran socio econmico Y.financiero del pas, ha rentabilizado amplia-mente, en trminos de utilizacin estratgica y de explotacin de recursos,su apoyo al Tercer Imperio portugus, mientras que el poder de seduccinde la cultura francesa tuvo siempre una aceptacin entusiasta, en partecomo contrapeso del molesto hegemonismo britnico. Pero no se tratade hacer juicios de valor, como tantas veces se hicieron dentro y fuerade Portugal, porque en ltima instancia, si el pas pag un precioal sistema internacional,fue el que siempre convino a la defensa histricade sus intereses, y an pudo resultar exiguo para la hbil rentabilidadque siempre supo obtener del sistema.

    Lo que, en cambio, debe resaltarse es el carcter intenso y continuadode esa corriente relacional con la Europa atlntica; de esa influenciade todo orden que las sociedades evolucionadas del Continente dejansentir sobre los valores, los hbitos y la cultura de la sociedad portuguesa,receptiva y consciente del fenmeno incluso para criticarlo. En 1887Ramalho Ortigao ironizaba sobre esa regeneracin (sic) de las cos-tumbres tradas de la Inglaterra patusca de Lord Palmerston y dela Franqa chic do duque de Morny. Y Eqa de Queiroz haca exclamaral in~fable joao de Ega: E11:fim (. ..) se nao aparecerem mulheres, impor-tam-se, que em Portugal para tudo recurso natural. Aqu importa-seludo. Leis, ideias, .filosofias, teorias, asuntos, estticas, ciencias, estilo,indstrias, modas, maneiras, pilhrias, tudo nos vem em caixotes, pelopaquete.

    Naturalmente la influencia exterior es unfenmeno socialmente mino-ritario que afecta a las elites pero deja en su inmovilidad secular (slo

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    interrumpida por espordicos episodios de resistencia, vendeana en elNorte -1846, 1911-1912-, revolucionaria en el Sur --tambin1911-1912, 1974-1975-) al gran retropas campesino y tradicional,paradigma de conservadurismo y atraso econmico durante la mayorparte de la edad contempornea. Sin embargo, el eje litoral -proyectadoal exterior- es desde la Baja Edad Media el motor de la poltica,el nervio de las actividades comerciales y el corazn del universo culturalde la nacin. Las tendencias centralizadoras del Estado liberal y lasparalelas tran~formaciones econmicas acentuarn mucho ms desde elsiglo XIX el peso dominante de la per~feria atlntica, donde Oporto yLisboa ejercen un verdadero condominio --d~finitivamentedesequilibradoa favor de la segunda en las ltimas dcadas de la centuria- sobreel conjunto de Portugal. Apenas si exageraba el gran autor de Os Maiascuando pona en boca de joiio de Ega: Lisboa Portugal (...). Forade Lisboa nao h nada. O pais est todo entre a Arcada e S. Bento!... .sa era la situacin de 1875; y la de 1910, cuando un analista tanlcido como joiio Chagas poda afirmar con incuestionable razn quela Repblica se hizo en Lisboa y se impuso al pas por telgrafo.Yfue tambin durante muchos ms aos -seguramente hasta los grandescambios de los sesenta- el caracterstico retrato b~fronte de Portugal.

    La estrecha vinculacin de Portugal al mundo exterior explica ami juicio algunos rasgos importantes de su evolucin interna en contrastecon la espaola. La lite urbana portuguesa, que ha vertebrado de manerams acusada que en Espaa la evolucin poltica del pas, ha estadoprobablemente tambin ms influida por los valores y comportamientospropios de la cultura liberal caracterstica de las sociedades atlnticas.Lo que en el plano del relacionamiento soeiopoltico de la comunidadse ha traducido en que las situaciones de conflicto fueran de menorintensidad que las espaolas, y la prctica negociadora y compromisariaresultara ms intensa. Tanto el adelanto histrico portugus en los procesosde cambio, como el menor alcance de las tensiones que lo acompaandebe tal vez relacionarse con la incoporacin de esa cultura fornea.Esos mismos ~fectos amortiguadores que derivan de la vinculacin externase transmiten igualmente y de forma directa por la va de la propiainsercin poltico-diplomtica y econmica del pas en el rea del poderatlntico, durante siglo y medio hegemonizado por Inglaterra. Lisboatuvo siempre menos margen que Esparta para desviar su sistema internode los patrones marcados por el poder exterior, porque su nivel de relacin--() si se quiere de dependencia- respecto de l fue tambin mucho

  • Introduccin: Unidad y dualismo peninsular 31

    mayor. Pero, inversamente, su capacidad para acomodarse al sistemainternacional result tambin ms visible, garantizando as un gradode continuidad y de estabilidad en su evolucin histrica que no sepercibe en el caso espaol. Esa tendencia homologadora de lo internocon el exterior se aprecia con claridad en las dos primeras transiciones.El adelanto (desde 1826) y la mayor facilidad del definitivo triunfoliberal (1832-1834) en Portugal no puede aislarse de la apoyatura enel arbotante atlntico ingls. La naturaleza blanda y hasta compromisariadel (~fascismo salazarista traduce en buena medida los lmites con-sentidos, pero infranqueables, de la tolerancia del poder atlntico. Lacontinuacin -nunca desmentida- del prioritario relacionamientointernacional con Inglaterra y las manifiestas crticas de Salazar a lasorientaciones totalitarias y expansionistas de los poderes del Eje reflejabanbien a las claras la frontera hasta donde poda extenderse el desvoportugus.

    Estas matizadas divergencias en los comportamiento internos penin-.mlares se invierten en la tercera transicin. ,TI1ientras que el procesodemocratizador de Espaa discurre deforma pac(fica, el portugus irrumpecon un golpe militar que inicia un conturbado proceso revolucionario.El origen ha estado en el bloqueo producido por una larga guerra colonialde trece aos. Pero la guerra ha sido el resultado inevitable de unaopcin nacional de la dictadura que desde ,finales de los aos cincuentaha ido a contracorriente de la evolucin imparable del orden internacionalpautado por la ola descolonizadora, la emergencia del Tercer Mundoy el surgimiento de la alternativa europesta. El Portugal salazaristano ha sido capaz de responder positivamente a este triple desafo, sepa-rndose, acaso por primera vez en su historia, de su habitual estrategiade acomodacin al sistema internacional de donde siempre haba obtenidoimportantes recursos tanto externos como interiores. Claro que la expli-cacin de este desvo no puede ser simplemente achacable a la obstinacinpoltica de la dictadura, puesto que la opcin de defensa ultramarina,que slo muy tardamente comenz a ser cuestionada por la opininy los medios oposicionistas, se inscriba en un sentimiento nacionalistade profundas races histricas. No slo eso, sino que la propia aperturaal exterior de la historia portuguesa haba estado justfficada y habacosechado sus mejores triunfos en la defensa de los sucesivos imperios,americano )r africano (considerados inseparables de la propia viabili-dad nacional), durante el largo ciclo histrico de la expansin mundialeuropea. El,final de este ciclo, que tena por fuerza que ser especialmente

  • Hiplito de la Torre Gmez

    traumtico para Portugal, cerraba tambin el de la estructural insercinexterna del pas. La soledad de la resistencia de Lisboa tratando envano de prolongar una historia improrrogable impidi que pudiera man-tenerse esa .fluida conexin con el exterior que haba aportado sealadasdosis de continuidad a la historia contempornea portuguesa.

    Inversamente, la dictadura espaola, que en los aiios de posguerravivi sus momentos lgidos de desajuste con el orden internacional, fueacompasando sus posiciones de manera ms acorde con la evolucindel marco exterior, descolonizando con pragmatismo no en exceso tardo,abriendo sin d~ficultades su diplomacia al espacio tercermundista y apos-tando deforma decidida por un porvenir europeo que, aunque de momentono pas de rt:;ferente voluntarista, cre, tanto en el rgimen como enla opisicin, una conciencia de destino man~fiesto al que tanto cola-borara la intensa modernizacin, socioeconmica y cultural, de la dcadade los sesenta. Sobre estas bases internas e internacionales, mucho mspuestas al da que las portuguesas, la tercera transicin pudo resultaren Espaa ms continuada y compromisaria.

    * * *Ahora bien, como antes indicaba, esa caracterstica apertura por-

    tuguesa al exterior, proyectada hacia el espacio ultramarino y polti-camente apoyada en el poder martimo de Inglaterra, era en realidadla respuesta histrica nacionalista a la amenaza iberizante de Castilla,primero, y de Esparia, ms tarde. Y, siendo as, sus t:;fectos distanciadoresde los Estados peninsulares resultan en este plano directos y positivos.De hecho, la globalizacin de la Pennsula en el sistema euroccidentalhegemonizado por Inglaterra pasaba inexcusablemente por su divisininterna que, al debilitar a Espaa,forzaba msfacilmente su colaboracincon el espacio atlntico. De esta ./(}rma, la globalidad peninsular enel sistema internacional slo erafactible paradjicamente desde la divisinluso-espaola.

    Claro que esta divisin fue siempre bastante ms que poltica. Lainamovilidad de la frontera hispano-portuguesa, la ms vieja de Europa,que se traza a ,finales del siglo XIll en Alcaices, se explica porque elpersistente voluntarismo nacionalista de los portugueses logr hacer deella una formidable barrera econmica, cultural y psicolgica, que sloen los ltimos aos ha comenzado a ceder ante la presin comunitaria.Todava en 1922, respondiendo a propuestas espaolas de entendimiento,el embajador portugus en Madrid poda recibir de Lisboa tan escla-

  • Introduccin: Unidad y dualismo peninsular

    recedoras instrucciones como stas: Debe guiarse el proceder de V. E.por el pensamiento de que la prudencia nos aconseja una gran reservaen las relaciones con el vecino reino. El milagro de nuestra existencia

    de pas independiente, de pequesima extensin y diminuto nmerode habitantes, al lado de una Castilla imperialista, fuerte y rica, se

    explica por el sentimiento constante de peligro, que nos hace exagerar

    el sistema de defensa y gener un sentimiento extendido y profundode animadversin hacia Espaa. No considero conveniente que en elalma popular desaparezca o se adormezca profundamente la hostilidad

    secular. Parece sin embargo necesario mostrar todas las buenas dis-posiciones, compatibles con nuestra seguridad futura. Por m, estoydispuesto a concesiones secundarias que no perjudiquen las garantasindispensahles, pero no realizar ninguna que destruya o debilite esadefensa.

    La incomunicacin cultural en ambas direcciones, y- de fi)rma msacusada en la de Portugal, fue siempre una de la.~ expresiones mspatentes de la ruptura interna peninsular, donde el desconocimiento delas respectivas historias ha desempeiiado un papel fundamental. Cons-tituy'lj sta una ignorancia, cuando no simple manipulacin, al serviciode culturas nacionalistas --antiibrica en Portugal; iberizante en Espaiia.

    Sin embargo, en los ltirnos veinticinco aiios, coincidiendo (segu-ramente no por casualidad) con los pn?fundos cambios de los Estadospeninsulares, animados sobre todo por su simultnea integracin en laEuropa comunitaria, han ido ganando lentamente posiciones las mode-radas tentativas de conocer la historia del otro y/o de abordar comparativao relacionadamente las experiencias histricas peninsulares. No es ahoraocasin de entrar en detalles sobre el estado de la historiogT(~f[a penin-sular, pero acaso s de enunciar algunas sencillas conclusiones que seme antojan evidentes.

    Una muy- visible es que los historiadores espaoles se han ocupadomucho ms de Portugal que los portugueses de Esparla , y esto en cual-quiera de los planos que se considere: bien en el de la historia interna,como en el de las relaciones entre ambos Estados, o en el de los expresosestudios de carcter comparado, o, si no se quiere incurrir en exage-raciones, relacionado.

    Otra innegable caracterstica --que, adems, guarda relacin conla tendencia general de las historiogra/as peninsulares desde el finalde las dictaduras- es el peso dominante de la atencin concedida alsiglo xx, donde el pionero, precoz y- por muchos conceptos tan meritorio

  • 34 Hiplito de la Torre Grnez

    estudio de Jess Pabn sobre la I Repblica portuguesa ha venido atener, despus de un prolongado lapso temporal, continuadores entre unanmina de historiadores espaoles que, con mayor o menor fortuna, hanido abordando los grandes perodos de la historia lusitana de la presentecenturia.

    Un tercer rasgo, bien man~fiesto, es la muy razonable densidad delas investigaciones sobre la relacin poltico-diplomtica luso-espaola.De hecho, por ah empez desde mediados de los aos setenta el principalimpulso al descubrimiento mutuo de las realidades histricas portuguesay espaola. Y, pese a que otros planos, como el de la historia internao el de los anlisis relacionados, fueron ganando terreno, este tipo deaproximacin an representa el saldo ms importante y aqul en quelas concurrencias de las historiografa de ambos pases se encuentranms equilibradas. Incluso podra afirmarse que ciertos renovadores enfo-ques metodolgicos, como los de Antnio Telo (contemplando los Estadospeninsulares en su comn insercin dentro de los sistemas internacionalese imbricando efectivamente los planos interno y exterior de sus historias),aportan un interesante correctivo a la excesiva bilateralizacin de ante-riores anlisis y a una cierta tendencia neopositivista y descriptivistaque a menudo deja su huella en la historiografa espaiiola de las relacionesinternacionales.

    Por ltimo, las tentativas de establecer aproximaciones comparativas-imprescindibles, por otra parte, para la ms elemental ponderacinde cada una de los experiencias nacionales- han ido ensayndose deforma cada vez ms frecuente y sistemtica desde hace poco ms deuna dcada, dando lugar no slo a un mayor y mejor conocimientorecproco de las historias portuguesa y espaola, sino a una comunicaciny colaboracin crecientes entre historiadores e instituciones acadmicasde uno y otro pas, que en algunos casos, corno sea el de los pionerosEstudios Luso-Espaoles de la UNED de Mrida, han ido cuajando,por la persistencia peridica del empeo, una dimensin verdaderamenteinstitucionalizada. El resultado en el mismsimo umbral de este tercermilenio es que la bibliografa orientada hacia la comparacin de lahistoria peninsular -la mayor parte de ella de iniciativa espaiiola,aunque lgicamente de autora compartida- va siendo ya, si no satis-factoria, al menos s apreciable y desde luego prometedora.

    * * *Los estudios aqu reunidos (que se articulan en dos secciones: una

    diacrnica; otra temtica) tratan de colaborar al r~fuerzo de esa incipiente

  • Introduccin: Unidad J dualismo peninsular ;~5

    lnea de comunicacin historiogrfica y de tratamiento comparado delas experiencias histricas contemporneas de Portugal y de Espaa.Es, creo, muy de agradecer la iniciativa que ha tenido la AsociacinEspaola de Historia Contempornea decidiendo dedicar al tema quenos ocupa un nmero monogrfico de esta prestigiosa revista, as comoel empeo y los personales desvelos de los m?fesores Manuel Prez Ledesmay Manuel Surez Cortina para que este volumen sobre Portugal y EspaaContemporneos acabara por ver la luz. Tambin debe quedar aqu cons-tancia de gratitud al profesor Juan Carlos Jimnez que tradujo del por-tugus en tiempo rcord los estudios de M. Halpern Pereira, M.a ManuelaTavares Ribeiro y Lus Reis Torgal. La traduccin del trabajo de AntnioTelo es, en cambio, de responsabilidad ma. Y, en fin, no por obviodebe ausentarse de estas lneas introductorias el sincero agradecimientode este coordinador a los autores de los diversos estudios, que con diligentegenerosidad se dispusieron a prestar su valiosa colaboracin.

  • Parte Primera

    LOS TIEMPOS

  • Del Antiguo Rgimenal liberalismo (1807-1842)

    Miriam Halpern Pereira

    Probablemente, la evolucin poltica de Portugal no ha estado enningn otro perodo de la historia contempornea tan ntimamente inter-conectada con la historia de Europa y, de forma todava ms acusada,con la historia de Espaa. El enfrentamiento entre absolutismo y libe-ralismo, entre los defensores del Antiguo Rgimen y los partidariosde una nueva sociedad y de una nueva forma de organizacin poltica,tuvo desde el principio una dimensin europea y acab afectando tambinal continente americano. Fue un enfrentamiento poltico que rode tam-bin el combate por el reparto del mercado europeo y atlntico.

    En esta brevsima sntesis esbozaremos apenas las lneas generalesde la evolucin portuguesa intentando poner de manifiesto la interre-lacin con los acontecimientos que se producen en Espaa, aunquede forma necesariamente muy genrica. Una poca caracterizada indis-cutiblemente por un fuerte paralelismo, como han subrayado de formaunnime los escasos historiadores que se han ocupado de este tema,aunque tambin conviene sealar algunas de las disonancias ms sig-nificativas que se pueden apreciar l.

    I En la primera referencia bibliognfica de este artculo destaco dos cronologasinterpretativas, con bibliografa temtica, muy tiles: Isabel NOBHE VAHCI11':S, Insurreil,ioes

    e revoltas em Portugal (1801-1851 )>>; Alberto GIL Nm.\LES, Revueltas y revolucionesen Espaiia (1766-1874)>>, ambos estudios publicados en Revista de Histria das Idias(en adelante RH/), nm. 7, 1985, el ltimo reeditado en Siglo XIX, nm. :3, 1987.Naturalmente, que adolecen hoy de una cierta falta de actualizacin de hechos y biblio-grfica en algunos puntos, pero no por ello han perdido su utilidad.

    AYER :31*2000

  • 'J!Jirialll Halpern Pereira

    En Portugal, el cuestionamiento del rgimen poltico slo se mani-fest abiertamente durante el transcurso de la primera invasin francesa.Aparentemente, hasta entonces no constituy una necesidad inmediata,pues la corriente reformista e ilustrada tena el apoyo del prnciperegente, el futuro D. Juan VI. El Antiguo Rgimen, especialmente ensu fase final, no presentaba un carcter monoltico, sino que integrabaactitudes diferentes ante los problemas econmicos, sociales e inclusopolticos, aunque todas ellas respetaban el marco poI tico absolutista.

    La primera manifestacin de una voluntad de sustituir la monarquaabsoluta por una monarqua limitada y liberal tuvo lugar en 1808,en el contexto del desplazamiento del centro de poder poltico de Lisboaa Ro de Janeiro y de la primera invasin francesa. Su expresin enaquel preciso momento se aferra al mito de libertador que envolvaal ejrcito napolenico, considerado como portador de los ideales libe-rales. Era un aura que tena algn fundamento en otras regiones deEuropa, donde s contribuyeron a la evolucin del liberalismo. No fueas en la Pennsula Ibrica, lo que no impidi que la reaccin absolutistaatribuyese objetivos revolucionarios a los invasores.

    1. Ocupantes o libertadores?

    En el origen de las actitudes inicialmente divergentes que se pro-ducen en los dos pases peninsulares frente a la invasin napolenica,estn las diferentes alianzas internacionales que mantenan ambos Es-tados.

    La decisin tomada por Napolen a comienzos de 1807 de invadirPortugal, aliado de Inglaterra, represent un viraje en la poltica deFrancia que, hasta entonces, se haba beneficiado de las ventajas deri-vadas de la neutralidad relativa mantenida por Portugal. Para comprenderesa inflexin de la actitud de Napolen, conviene resaltar dos elementosfundamentales: primero, las ambiciones de Godoy con relacin a Portugal-materializadas en los sucesivos planes negociados con los franceses,IJrimero de unin ibrica y despus de divisin de Portugal en tresEstados- y, segundo, la resistencia y el retraso demostrado por Lisboaen la aplicacin del bloqueo continental. El ejrcito de Junot atraveslos Pirineos diez das antes de la conclusin, el 27 de octubre, deltratado de Fontainebleau en el que se decidi el reparto de Portugalentre Espaa y Francia. En su camino hacia Portugal atraves Espaa,

  • Del Antiguo Rgimen al liberalismo (1807-1842) tI

    aliada de Francia, y el :30 de noviembre de 1807 entr en Lisboasin encontrar ningn obstculo. Simultneamente, entraron en Portugaldos columnas espaolas, una por el Norte y otra por el Alentejo. Porsu parte, en marzo de 1808 Murat entra en Madrid, siendo slo entoncescuando el gobierno espaol comienza a percibir ntidamente la naturalezaimperial de la estrategia napolenica. El desarrollo de los aconteci-mientos motiv que, desde entonces, el invasor francs se convirtieraen el enemigo comn de los dos pases peninsulares 2.

    En ambos pases, las invasiones francesas marcaron el inicio dela crisis del Estado del Antiguo Rgimen, aunque de forma diferente.En un primer momento, una minora ilustrada deposit su esperanzade un nuevo sistema poltico en el invasor. En Portugal esa brevsimaexpectativa qued desde luego frustrada por las ambiciones de Junotde ocupar el trono, que le llevaron a orientar sus intereses hacia lanobleza. De esta forma, se desvanecan las ilusiones de los liberales,que haban presentado a Junot una propuesta de Constitucin, posiblegermen de una monarqua limitada, inspirada en la constitucin delGran Ducado de Varsovia, lo que seala la existencia de una ampliacomunidad europea liberal. El desprecio demostrado hacia el proyectoliberal fue acompaado por una insensibilidad similar hacia las formasde religiosidad de la poca, violentadas por medidas ad hoc que nose inscriban en ningn proyecto viable de laicizacin :1.

    La insurreccin nacional contra el invasor francs frustr, por suparte, las ambiciones de Junot de convertirse en rey. Desde el principio,

    2 El proYf'cto de hloqueo es anterior a Tilsit, como tamhit'-n lo t'ra (,1 apoyo auna expedicin espaola a Portugal acordado con Godoy en marzo de 1805 y hit' reitnadodesde ('rlt'ro de 1807. A. SILBIxr, Portugal perante a poltica francesa 1799-IBI4,en no Portugal de antigo rf:gne ao Porlllgal oitoccntista, 1972, p. 6:~, y en conjuntopara comprender la evolucin de la poltica francesa en relacin a Portugal en esteperodo. La petici6n de bloqueo a Portugal se produjo en julio de 1807, un ultirmltumde agosto estableca la fecha lmite de 1 de septiemhre, la adhesin al bloqueo continentaldata de 25 de septiembre, la orden de mandar salir los navos ingleses fue emitidael 20 de ol'lubre aunque slo aplicada el 7 de noviembre: 1. BOI{(;I'::-; JIer Hislria (en adelante LH),nm. 2, 19B;~. Sobr(' la actitud dp Junot en relacin con la rdigin catlica, ;id. lasimposiciones referidas a las procesiones y olros festejos o la ocupacin de conv('nlospara instalar a las tropas, en Ana Mara AILll.lO, Revoltas p ideologias Ptrl conflitodurante as invasi)('s francesas, en RHI, nm. 7, Coimbra, 1985.

  • 42 Miriam Halpem Pereira

    la presencia francesa ongmo pequeos incidentes y enfrentamientos,coincidiendo los ms graves de ellos con las festividades religiosas.De igual modo, las revueltas populares desencadenadas en junio y juliode 1808 comenzaron tambin, frecuentemente, en das de fiesta religiosa.Estas revueltas correspondieron al cambio de actitud del prncipe regenteen el manifiesto de mayo, que contrastaba con la orden inicial dadapor la Regencia de subordinacin a los invasores, un cambio que inten-taba mostrar que la sustitucin de la realeza llevada a cabo por Junotno haba afectado a su autoridad 4. En general, los motines popularesfueron encabezados por la clase dirigente, seores locales y elementosdel clero, que en algunos casos asumieron tambin la iniciativa insurrec-ciona!. En cuanto a su extensin por el medio rural, se debi confrecuencia a las guerrillas lideradas por elementos del bajo clero.

    Resulta evidente comprobar que el movimiento insurreccional desen-cadenado en Espaa en mayo fue un factor de imitacin destacado,lo que coadyuv a que se produjera una evolucin mimtica en amboslados de la frontera. Tambin se produjeron casos de colaboracin directacomo el de la Junta de Galicia con la revuelta de Oporto y el dela Junta de Sevilla y Cdiz que mantuvo contactos con los revoltososdel Algarve y del Alentejo, a quienes prestaron ayuda militar. En VilaVigosa y Beja, las dos nicas localidades en las que los popularesreaccionaron sin la mediacin de los seores locales por no aceptarstos la direccin de las revueltas, incluso se solicit la direccin dedos generales espaoles de las Juntas de Badajoz y Sevilla.

    En Portugal, la ideologa dominante de la insurreccin fue de ten-dencia conservadora, pudiendo decirse que las revueltas fueron con-ducidas en nombre del Trono y del Altar. Las Juntas locales pretendansalvaguardar el ejercicio del poder administrativo y judicial por lasclases dominantes, mientras que se asentaban en la representacin delos tres rdenes: clero, nobleza y pueblo. Pero no siempre consiguieronsofocar la clera popular. En algunos casos, la revuelta adquiri uncariz social y poltico menos conformista tal y como sucedi en Viseuy en Arcos de Valdevez; aunque fueron conatos reprimidos o recon-ducidos a su cauce anterior, tal y como aconteci en Oporto. Vistodesde una perspectiva de conjunto, este movimiento nacional se asenten una alianza tradicional entre aristocracia, clero y campesinado, aun-

    + Manifiesto del prncipe regente D. Juan de mayo de 1808. Sobre la insurreccinnacional y las revueltas populares, Ana Cristina AHA.lo, OfJ. cit.

  • Del Antiguo Rgimen al liberalismo (1807-1842)

    que incorporando tambin elementos de la burguesa local, y tuvo uncarcter restauracionista.

    La salida de la familia real y de la Corte hacia Brasil evit ala casa de Bragan>, en RHI, nm. 7,198;"), pp. 43;~-4:~S. E. A. BIWIJI:H TI::MI[',E et al., Historia de Espaia contempornea,pp. 22-:32.

    r. Pit'IW VILAH, Hidalgos, amotinados J guerrilleros, 1982, p. 199.

  • 44 ]v/iriam Halpern Pereira

    Pennsula (O Correio da Peninsula), en el que se destacaba una artculosobre la constitucin espaola en preparacin 7. Pero en esos aos,el territorio liberal se asent sobre todo en el exilio y slo despustomara cuerpo frente al nuevo ocupante, ahora ingls.

    La liberacin del invasor francs se hizo en ambos pases con elauxilio militar ingls, pero en el caso portugus tanto la permanenciadel ejrcito britnico en territorio nacional, que se extendi muchoms all de la expulsin definitiva de los franceses en 1811, cmola ausencia del prncipe regente, el futuro D. Juan VI que se encontrabaen Brasil, crearon condiciones diferentes de evolucin. Si en Portugalla lucha contra las invasiones francesas no ha quedado asociada ada guerra de la independencia como ha sucedido en Espaa, es porqueen el primer caso se produjo la sustitucin de un invasor por unapotencia que de libertador se convirti en ocupante B.

    La intervencin inglesa, solicitada a finales de junio de 1808 porla Junta de Oporto, se hizo efectiva en agosto y permiti liberar defi-nitivamente al pas del invasor francs en 1811. Pero esa intervencinvino tambin en ayuda de los poderes amenazados y contribuy a reor-ganizar el ejrcito portugus. La intensificacin de los movimientospopulares durante la insurreccin nacional levantaron recelos que lapresencia inglesa permiti sofocar. Por ello, en los primeros momentosfue bien admitida, pero con el transcurrir del tiempo, las actitudescambiaron. En el ejrcito comenzaron a acumularse ambiciones frus-tradas y resentimientos en relacin a la direccin extranjera. La coyun-tura econmica, especialmente el sentido del comercio atlntico, corroalas fortunas. La apertura de los puertos de Brasil en 1808 al comerciobritnico, condicin impuesta por los ingleses para la instalacin dela Corte portuguesa en Ro de Janeiro y, de algn modo inevitableen la situacin de bloqueo continental impuesto por Napolen, seguidadespus de la firma del tratado de comercio y navegacin de 1810,tambin desde luego acordada, acentuaba las dificultades econmicasy humillaba el sentimiento nacional (J.

    La revuelta contra el ingls, cuya imagen de libertador y de sustentode la monarqua se haba transformado en la de ocupante, adquiri

    , George l3ols\Elrr citado por A. SILIlElrr. A revolu

  • Del Antiguo Rgimen al liberalismo (l807- J842) 45

    un sentido liberal, aunque no exclusivo, propiciado tambin por la per-manencia del rey en Ro de Janeiro una vez firmada la paz en laEuropa de 181.5. La situacin en Brasil y en las colonias espaolasexplica la prolongacin de su estancia fuera de Portugal, pero tuvocomo contrapartida el sentimiento de abandono del reino.

    La conspiracin fracasada de Comes Freire de 1817 fue seguidapor la revolucin de 1820, que triunf gracias a dos levantamientos:en Oporto el 24 de agosto y en Lisboa el 15 de septiembre. Siguiendola estrategia del pronunciamiento, adoptada en la Pennsula Ibricay en Italia como forma de evitar una participacin popular descontrolada,fue dirigida conjuntamente por una mayora de civiles -con fuertepresencia de comerciantes- y tres militares reunidos en el Sindrio 10.

    La Junta Provisional del Reino, que sustituy a la Regencia, impedi-ra que William Beresford, con plenos poderes otorgados por D. Juan VI,desembarcara en octubre al regresar de Brasil. A comienzos de ao,en Espaa la revolucin liberal haba ya puesto fin al sexenio absolutistade Fernando VII.

    2. El trienio vintista

    Absolutistas y liberales, unidos en un primer momento por unamisma voluntad de liberacin nacional, se separaron despus de laMarlinhada, a consecuencia del frustrado golpe de Estado preparadopor los absolutistas ante la perspectiva de celebracin de las elecciones.La consecuencia fue la victoria del ala militar radical que defendael modelo de la Constitucin de Cdiz. La correlacin entre las revo-luciones de ambos pases en ese ao es extraordinaria y se inscribeen la anterior colaboracin entre los liberales de ambos lados de lafrontera. En concreto, esta colaboracin espaola fue muy importanteen la propaganda poltica, en el apoyo tctico y en la creacin de

    PEllI:l11 \. Atitudes polticas t~ rela

  • 46 Miriam Halpern Pereira

    logias masnicas 11. Un indicio del intenso intercambio peninsular desdeenero-marzo, fecha de la revolucin en Espaa, hasta el 24 de agosto,lo encontramos en la existencia en Lisboa de 200 ejemplares de laConstitucin de Cdiz y su invocacin posterior el da 15 de septiembreen el Rossio. Por tanto, no sorprende que este texto constitucionalfuese repetidamente invocado en los debates de las Constituyentes del21-22, hasta el punto de que Manuel Femandes Toms tom la iniciativade recordar a los otros diputados que se encontraban reunidos paraelaborar una constitucin portuguesa, no espaola... La prensa peninsularfue dando noticias de la evolucin de los dos pases, citndose mutua-mente.

    El trienio liberal, llamado en Portugal ms frecuentemente trieniovintista, tuvo una evolucin muy semejante en los dos pases. La Cons-titucin de 1822, inspirada en la de Cdiz, contena, sin embargo,algunos puntos ms radicales: elecciones directas y no por asambleaselectorales sucesivas y veto suspensivo simple del rey, en realidad unamonarqua republicana, como se dira ms tarde, difcil de aceptarpor una figura real de aquella poca, por lo que se entiende que hayasido tomada como bandera de los movimientos democrticos durantetodo el siglo XIX, evocada incluso por los republicanos.

    En contraste, las modificaciones institucionales de incidencia socioe-conmica fueron asumidamente de carcter moderado, obedeciendo aun deseo por evitar su rechazo. A pesar de ello, las reformas fueronsuficientes para desencadenar la hostilidad de los cuerpos privilegiados,pero insuficientes para generar una amplia adhesin de sus potencialesbeneficiarios, por lo que aunque se emprendi la desarticulacin delorden antiguo no satisfizo los diferentes intereses en presencia 12. A pesardel papel dominante de la burguesa comercial en la revolucin vintista,

    11 Isabel NOI\HE V.\HCU:S, Notas para el pstudio del liberalismo portugus y desu corrdacin Iwninsular, pn Siglo XIX. Revista de Histria, nm. :~, 1987, Mxico,para el conjunto que sp sigup a este respecto; para d ejpmplo concreto p. 177. Parael perodo anterior a 1820, tamhin J. MOHAI. IlEl. RUI/, La prensa en la revolucinLiberal, Espaa, Portugal y Amrica Latina, Madrid, 1983, cit. en Irpne CASTEI.I.S, op. cit.,p.488.

    12 Los diferentes aspectos del vintisrno en la serie A crise do Antigo Regime eas Cortes Constituintes de 1821-22, ;) vols.: Benecdita Maria DlH)lW VIEIHA, O problemapoltico no tempo das primeiras cortes; Miriam HAI.I'I:HN PEHEIHA, Negociantes,j'lbricantese artesaos, entre velhas e novas instituiS'iies; Magda PINIlEIIW, Os portugueses e asjinanrasno dealbar do Liberalismo; M." Luisa TlACO DE OUVEIHA, A sade pblica no vintismo;Benedicta Maria DUl.)lJE VIEIHA, Ajustira ci/!z:L na transiciio, para o Estado Liberal, Edic,;oes

  • Del Antiguo Rgimen al liberalismo (1807-1842) 47

    la burguesa no pudo tener acceso ni a las ms limitadas expropiaciones,pues los bienes expropiados fueron en su mayor parte integrados enla Hacienda nacional, sin ser puestos en venta. Incluso en la trans-formacin de los antiguos derechos sobre el comercio, los cambios fueronlentos y parciales. La nobleza y el clero fueron alcanzados por un conjuntode leyes que restringan su poder econmico, social y poltico -entrelas cuales destacan las medidas genricas como el principio de igualdadfrente a la ley y la supresin de fueros personales privilegiados-, yse vieron afectados por las medidas relativas a los bienes de la Coronay de los fueros, aunque stos apenas fueron reducidos a la mitad. Porotra parte, el nmero de conventos y de rdenes militares suprimidosfue limitado, integrndose en el Estado los bienes de las institucionesque fueron cerradas. La legislacin en materia agraria tampoco estuvoen consonancia con la moderacin del movimiento peticionario 1:1.

    La revolucin liberal, por motivos coyunturales y estructurales, noalberg en su seno una revolucin campesina, al contrario de lo quehaba acontecido en el transcurso de la Revolucin francesa. Con todo,hoy se conocen algunas manifestaciones antiseoriales de connotacinliberal, de las que la ms importante de las hoy identificadas fue larevuelta contra el monasterio de la Orden del Cster en Alcoba

  • 48 Miriatn Halpern Pereira

    La legislacin sobre la propiedad agraria fue ms osada en Espaa,donde se decidi la abolicin en fases sucesivas del derecho de mayo-razgo, fue autorizado el cercado de los baldos y se inici la desa-mortizacin, al tiempo que la nueva Ley de abolicin de los seorosresolvi el impasse de la Ley de 1811, aunque ya demasiado tardepara poder ser aplicada L).

    Como teln de fondo de toda esta situacin la independencia polticade Brasil en 1822, que culmin el proceso de autonoma econmicainiciado en 1808, supuso tambin romper las esperanzas de recuperacindel mercado colonial. La agricultura y la industria perdan definiti-vamente un mercado privilegiado y el Estado su principal fuente derecursos. Tambin Espaa perdi las colonias americanas, con la excep-cin de Cuba, entre 1815 y 1824. La crisis econmica y financieratornaba patente la necesidad de grandes reformas, pues la base delAntiguo Rgimen se encontraba irremediablemente deshecha con laruptura del pacto colonial americano. La conciencia y la aceptacindel carcter irreversible de la ruptura del pacto colonial fue, sin embargo,lenta en los dos pases peninsulares. Portugal slo reconoci la inde-pendencia brasilea en 1825, por efecto de la fuerte presin inglesa I(.El regreso al absolutismo vino, entre tanto, a interrumpir las reformasdurante una dcada en ambos pases.

    dt' Hedinha, donde la lucha antiseorial y miguc!ismo coincidieron en 1829). J. TEN-C\HHINHA, /Hovimentos populares agrarios em Portugal, 1994, vol. 2."

    IC, M. AlTOLA, Antiguo Rgimen y revolucin [iheral, pp. 22:)-237.Ir. Valt'ntim ALEX\NIJlU:, Os sentidos do Imp(srio, ]

  • Del Antiguo Rgimen al liberalismo (1807-1842j

    3. La entrecortada dcada absolutista

    :t l. Los realistas moderados

    49

    La ola revolucionaria que se produce en los aos veinte en el surde Europa, en la que se enmarcan las revoluciones peninsulares, con-trasta con la direccin opuesta en la que evolucionaha el resto deEuropa. La Santa Alianza acah sofocando los movimientos revolucio-narios, de forma directa en los casos del Piamonte y de Espaa. Eneste pas, los movimientos populares urhanos de apoyo al liberalismo-las guerrillas de Madrid- haban despertado el temor de los liberalesmoderados que esperaban encontrar en la intervencin francesa la posi-hilidad de estahlecer un rgimen constitucional semejante al de Carlos X,aunque no pudieron imaginar la violenta represin antiliheral que seprodujo, cuyo smbolo ms significativo fue la ejecucin de Riego. EnPortugal, la iniciativa del rey cont con el apoyo interno suficientepara que el absolutismo regresara en 182:3, siendo ms moderado queen Espaa. En la recomposicin de las fuerzas polticas que se producetras la Vi~francada, se unieron en torno al rey D. Juan VI algunosliherales moderados como Palmela y Mouzinho da Silveira, aunque estaunin dur escaso tiempo. La presin de los absolutistas, que culminen la Abrilada (1824), enterr los proyectos de la Carta Constitucionaly de otras reformas institucionales como la de los fueros 17. Pero enestos primeros momentos no hubo una represin comparable a la delos primeros tiempos de Fernando VII, aunque sta llegara con el migue-lismo. Entre los primeros aos del regreso ahsolutista y el perodo migue-lista medi un corto pero importante perodo liberal (l82~-1826).

    :1.2. La Carta Constitucional

    La concesin de la Carta Constitucional en 1826 por el emperadorde Brasil D. Pedro, hijo de D. Juan VI, alter los elementos bsicosde la estrategia poltica nacional y europea. En el campo de los liberales,

    17 V1irialll HA\I"':Hi\ PI':IH:IIU, O Estado e a sociedade no pensan1t'nto de '\:louzinho

    da Silveira, t'n Obras de !V1011zin/w da Sill'eira, Funda,:ao Culllf'nkian, l. 1, pp. 6:{-67.Antnio HI'>W\"'IL\, O projecto institucional do tradicionalismo reforrnista, en O libe-ralismo !to s(;culo \/\ na Peninsllla Ibrica, vol. 1.

  • 50 Miriam Halpern Pereira

    contribuy a una mejor definicin del grupo liberal moderado, puesle permiti disponer de un programa constitucional.

    En una Europa dominada por el absolutismo, la coneeSlOn de laCarta no encontr inicialmente una buena acogida entre las potenciaseuropeas que apoyaban al emperador de Brasil, considerado el herederolegtimo en detrimento de su hermano. Entre el riesgo de un contagioliberal o el riesgo de una guerr