Nun - Variaciones Sobre Un Tema de Hegel

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    VARIACIONESVARIACIONESVARIACIONESVARIACIONES

    SOBRE UN TEMA DE HEGELSOBRE UN TEMA DE HEGELSOBRE UN TEMA DE HEGELSOBRE UN TEMA DE HEGEL****

    Jos NunJos NunJos NunJos Nun********

    Contenido

    Tema

    PRIMERA VARIACIN

    SEGUNDA VARIACIN

    TERCERA VARIACIN

    CUARTA VARIACIN

    FINAL

    *Publicado con autorizacin del autor.

    ** Abogado (UBA), Politlogo (Universidad de Pars), Especialista en Problemas de Desarrollo Econmico (UBA).

    Investigador superior del CONICET, Rector del Instituto de Altos Estudios Sociales, Director del Centro Latinoamericanopara el Anlisis de la Democracia desde 1984 y Profesor en las Universidades de California (Berkeley), Chile, Toronto,entre otras.

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    VARIACIONESVARIACIONESVARIACIONESVARIACIONES

    SOBRE UN TEMA DE HEGELSOBRE UN TEMA DE HEGELSOBRE UN TEMA DE HEGELSOBRE UN TEMA DE HEGEL

    Jos NunJos NunJos NunJos Nun

    Tema

    Hace bastante tiempo que sabemos (o que debiramos saber) que no es necesariosuscribir la peculiar ontologa de Hegel para poder beneficiarse con la excepcional riqueza demuchas de sus ideas. Y es precisamente en torno al contenido y a algunas de las consecuenciasque se siguen de una de ellas que quiero hacer girar aqu mis reflexiones a fin de conectarlas conciertos aspectos de la cultura en la que nos toca vivir a los argentinos.

    Me refiero especficamente a la crtica hegeliana del formalismo abstracto que caracteriza ala nocin kantiana de la obligacin moral, sa que tanto ha infludo en Occidente y que lo llevaba aKant a identificar la tica con la Moralitt, o sea con el deber ser de una voluntad racionalindividual. De esta manera y en consonancia con los cnones del liberalismo -, el imperativocategrico, principio supremo de la Moralitt, ha estado siempre llamado a regular las relacionesentre individuos que se descuenta que ya se hallan constitudos como tales.

    Pero, cmo se constituyeron estos individuos y cul es el contexto en el cual operan loslazos que los unen? Espara entender este proceso en toda su complejidad que Hegel se vale delconcepto de Sittlichkeit1. Voy a simplificar la parte de su razonamiento que me interesa con nimode hacerlo rpidamente accesible al lector no familiarizado con estos asuntos.

    Si se lo abstrae de la comunidad en la cual vive y contrariamente a las concepcionesatomsticas que populariz el liberalismo -, el individuo slo se nos puede aparecer (y slo puedeser pensado) como un organismo puramente biolgico. No se trata nicamente de que llegamos aun mundo que nos precede largamente y no nos esper para desarrollarse y de que nacemos ynos criamos en una familia, habitamos un pueblo o una ciudad, asistimos a escuelas, iglesias,clubes, etc., sino que hasta nuestros sentimientos ms ntimos se expresan a travs del lenguaje,que es tambin una creacin colectiva muy anterior a nosotros. Como dira muchos aos despusWittgenstein, el lenguaje privado simplemente no existe. Ms todava, el lenguaje no funcionameramente como un medio de comunicacin sino que, en gran medida, es constitutivo de nuestrapropia experiencia: en el siglo XVII, por ejemplo, nadie se senta habitado por el inconscienteni eratampoco habitante de un pas subdesarrollado. En suma, estamos insertos desde el primer da enuna comunidad cultural y somos lo que somos en tanto miembros de una sociedad, a pesar deque, en ciertaspocas y lugares, esta ltima se empee en conseguir que no tomemos concienciade que es as 2.

    Pero avancemos, con Hegel, en el terreno preferido de los liberales, que es el de lapropiedad privada. Desde luego, resulta perfectamente posible que yo me apodere de uno o devarios objetos; pero esto no basta de ninguna manera para que me convierta en su propietario.Sucede que el derecho de propiedad no consiste en la relacin que media entre un individuo y un

    1Un primer planteo de la cuestin apareci en su manuscrito System der Sittlichkeit, que data de 1802-3 pero cuyaversin completa recin fue publicada en 1913. Hegel retom el tema en sus Conferencias de Jena, Realphilosophie I(1803-4) y II (1805-6), que a su vez slo se difundieron a comienzos de la dcada de 1930. Es decir que estos trabajosno fueron conocidos por Marx, por ejemplo, y que esta problemtica antecede en varios aos a su ulterior formulacin enla Filosofa del derecho, de 1820, donde es reelaborada en trminos que no son exactamente coincidentes con losanteriores. Uno de los primeros autores en advertir toda la importancia de aquellos textos iniciales ha sido Shlomo

    Avineri, Hegels Theory of the Modern State (Cambridge University Press, Londres, 1972).2Para una de las mejores elaboraciones de este tpico, remito al lector interesado a Charles Taylor, Hegel(CambridgeUniversity Press, Cambridge, 1975).

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    Dos de las respuestas que les daba Hegel a esta pregunta hace doscientos aos siguenteniendo una vigencia que no puede menos que impresionarnos. Una de ellas concierne alflorecimiento de pequeas asociaciones religiosas o de sectas esotricas, donde mujeres yhombres buscan refugio en un intento por recuperar ese sentido que la comunidad ms amplia yano les ofrece (o nunca les ofreci). La otra respuesta apunta a un repliegue en lo privado que llevaa erigir al individualismo en el ms alto de los valores humanos. Ntese bien: este nfasis en elindividuo que el liberalismo presenta como el punto de partida y la pieza fundamental de todos sus

    razonamientos, aparece en Hegel como un sntoma de la descomposicin social, de la prdida designificado de la vida pblica y del abandono de un trabajo colectivo de construccin de la libertad.En una palabra, acaba siendo el ndice por excelencia de una conciencia alienada.

    PRIMERA VARIACIN

    Pero seamos cuidadosos. El desencadenante de procesos de este tipo es una crisisgeneralizada de la Sittlichkeit, no un invento ms o menos arbitrario o coyuntural de algunosmiembros de la sociedad. Y, en rigor, hay perodos histricos en los cuales la vida pblica sevaca a tal punto de espritu que la Moralitt puede pasar a representar algo ticamente superior aella. Haba sucedido, segn Hegel, con la decadencia del Imperio Romano. Y volvi a ocurrir enEuropa, cuando desde el siglo XVII una nueva moralidad pugn por encarnarse polticamente ante

    un Estado absolutista que, olvidadas ya las guerras civiles a las que haba puesto fin y en las quehall su justificacin, apareca ahora como crecientemente inmoral.Hablo, claro, de la spera lucha que libr all el liberalismo tanto contra ese Estado

    absolutista como contra el poder poltico de la Iglesia. Para ello enarbol vigorosamente lasbanderas del individualismo, es decir, de una idea que se haba gestado en varias etapas y dediversos modos en el campo de la filosofa y que hasta entonces no haba tenido siquiera unapalabra que la designase 5. Pero sera un mal historiador el que tomara aquello que los propiosactores dicen que estn haciendo como la mejor explicacin de sus acciones.

    Porque la gran ruptura y el cambio de poca que inaugur el Iluminismo fueron de unaimportancia extraordinaria pero resultaron mucho menos abarcadores de lo que imaginaronquienes lo impulsaban. Ante todo, debido a que la expansin de la esfera pblica avanz conbastante lentitud e inicialmente constituy un fenmeno circunscripto a los sectores ilustrados de la

    sociedad6

    . No slo las clases populares se seguan ocupando exclusivamente de sus asuntoscomunales inmediatos como desde haca siglos sino que, paradjicamente y contra la prdicaracionalista de los filsofos, fue se un perodo en el que tales clases se volcaron con intensidad aprcticas religiosas de muy variado tipo. A la vez, las monarquas absolutas haban echado loscimientos del Estado nacin, una construccin colectiva de mxima trascendencia que iba agenerar lealtades e identificaciones que todava estn entre nosotros e invocando a las cualesmillones de seres humanos han entregado su vida. Y, sin embargo, en su momento, aunpensadores tan lcidos como Hegel o Marx le atribuyeron una escasa o nula significacin a estefenmeno.

    Mi punto es que, en efecto, se derrumbaban los sistemas de autoridad que habandominado Europa y las burguesas en ascenso y sus intelectuales le daban contornos picos yaltamente morales al surgimiento del individualismo moderno; pero que, en realidad, este

    individualismo no se hallaba suspendido en el aire ni era ese representante de una naturalezahumana genrica con la que se haba ilusionado el racionalismo iluminista 7. El entusiasmo de sus

    5 Para un buen desarrollo de esta evolucin, ver Pierre Manent, Historia del pensamiento liberal(Emec Editores, trad.A. L. Bixio, Buenos Aires, 1990).6 Fue Jrgen Habermas quien introdujo la expresin esfera pblica para referirse a ese novedoso espacio de la vidasocial que se desarrolla en Europa desde el siglo XVIII, donde un agregado poltico de personas privadas razona ydebate pblicamente. Se trata, en otras palabras, de la emergencia histrica de la denominada opinin pblica, que seconvierte en uno de los rasgos definitorios de la modernidad. Ver de este autor The Public Sphere: An Encyclopaedia

    Article, en New German Critique, 1974: 3.7 Vale la irona de un acrrimo crtico francs del liberalismo en el siglo XIX: He visto en mi tiempo franceses, italianos yrusos; gracias a Montesquieu, hasta he sabido que uno puede ser persa; pero en lo que hace al hombre, declaro que

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    defensores les impidi advertir hasta donde el individualismo tena los dos pies bien puestos sobrela tierra: uno, plantado en lo viejo que tardara aun mucho en desaparecer (la familia tradicional,las diferencias sociales, el patriotismo, etc.); y el otro, parado sobre lo nuevo de una configuracinde sentido cada vez ms slida, cuyas principales coordenadas conviene por lo menos esbozar.

    Primeramente, hasta el siglo XVII no slo el trabajo no haba constitudo el centro de lasrelaciones sociales, como empezara a pasar ahora, sino que connotaba padecimientos yhumillaciones 8. El cambio radical de significado de la nocin data, no por azar, de esa segunda

    mitad del siglo XVIII a la cual me estoy refiriendo y resulta inseparable de otros tres grandesprocesos. Ante todo, el ascenso del capitalismo, con la difusin de las relaciones mercantiles y laconsiguiente estructuracin de los mercados, empezando por el de la mano de obra. Despus, esen esa misma poca que aparece la idea de la civilizacin como lo opuesto a las inclinacionesnaturales y no controladas de los hombres. En tercer lugar, surge de la mano de Adam Smith unaconcepcin que no tena precedentes histricos: la de la economa como un dominio autnomo,dotado de coherencia interna y orientado a la realizacin del bien comn, esto es, dueo de unalgica que era capaz de resolver por s misma el gran problema del orden social.

    La clave de la solucin radic precisamente en el nuevo concepto de trabajo introducido porlos economistas, que le otorgaban por primera vez a esta categora una significacin homognea,mercantil y abstracta, cuya esencia era el tiempo. La riqueza de las naciones pas as a serdefinida no por el oro que atesorasen sino por el trabajo de sus habitantes y por los medios de que

    stos dispusieran para realizarlo mejor. En un mismo movimiento, el trabajo fue considerado comola ms alta manifestacin de la libertad individual y como mercanca, es decir, como empleo. Y, entanto tal, se convirti en el fundamento tico y no slo econmico del capitalismo y en la marcapor excelencia de la civilizacin, en obligacin moral y no nicamente en medio de subsistencia 9.Este planteo, de una novedad radical, iba a dominar en Occidente desde el siglo XIX y nadie le diuna forma terica ms acabada que Durkheim.

    En su clebre tesis doctoral de 1893 sobre La divisin del trabajo, el socilogo francs sepreguntaba cul era el modo en que se mantena la cohesin en las grandes sociedadesmodernas, tan urbanas, industrializadas y capitalistas. Ya no era posible pensar en trminos de lasolidaridad mecnica que haba sido propia de las pequeas comunidades tradicionales,escasamente complejas y caracterizadas por la costumbre, por las relaciones cara a cara, por lasimilitud de las creencias y de los sentimientos, etc. Tampoco resultaba sostenible la explicacin

    utilitarista inspirada en Bentham y desarrollada por Herbert Spencer, segn la cual los lazossociales eran asegurados por los contratos que los individuos celebraban entre s. Y ello por lasencilla razn de que cualquier contrato carece totalmente de sentido en ausencia de un densoentramado de normas y de condiciones previas que lo vuelvan confiable y, sobre todo, exigible.

    Dnde era preciso buscar entonces la solucin del enigma de la integracin social? Larespuesta de Durkheim resulta por dems conocida: la nueva cohesin es producto de lasolidaridad orgnica generada justamente por la diferenciacin creciente de funciones y por ladivisin del trabajo que son los rasgos definitorios de la sociedad moderna. Por eso tendr comocomplementos necesarios la proteccin social - para quienes se hallen transitoriamente sin empleo- y la asistencia social para quienes se encuentren incapacitados para trabajar -.

    Por primera vez en la historia, el trabajo se eriga as en la verdadera esencia del hombre,en el ncleo bsico de la cultura, en el secreto ltimo de la vida en comn y, sobre todo, en el

    motor de otra idea poderosa que iba a saturar la atmsfera social durante casi dos siglos: la ideadeprogreso, esto es, de un desarrollo continuo e indetenible de la civilizacin, cuyas leyes poraadidura - se podran descifrar.

    En suma, que el ascenso del individualismo burgus fue un salto hacia adelante pero no lorealizaron individuos aislados ni, mucho menos, ocurri por generacin espontnea. Cobr fuerza

    nunca en mi vida me lo encontr; si existe, es sin mi conocimiento Joseph de Maistre, Works (ed. J. Lively, Nueva York,1965),8Retomo en este pasaje un tema que desarroll en el captulo 5 de mi libro Marginalidad y exclusin social(Fondo deCultura Econmica, Buenos Aires, 2001)9Puede leerse con provecho Dominique Mda, Le travail. Une valeur en voie de disparition(Aubier, Pars, 1995).

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    porque hubo un suelo que lo hizo posible. Y este suelo fue el de una sociedad que comenzaba aasumirse como producto exclusivo de sus propias obras, donde convivan y se combinaban lo viejoy lo nuevo y en la cual crecan instituciones y prcticas alternativas o adquiran otros significadoslas ya existentes.

    SEGUNDA VARIACIN

    En el campo de la cultura, hay un aspecto en especial de la nueva Sittlichkeiten gestacincuya originalidad tambin deseo subrayar. La esfera pblica que se estructuraba era una arenade debate poltico en la cual, en principio, la participacin resultaba independiente de la posicinsocial del sujeto. El gobierno de la razn reemplazaba (por lo menos, en teora) al criterio deautoridad y, en esta forma, la fe, la tradicin o el status del emisor dejaban de ser credencialessuficientes para que una definicin de la realidad pudiese ingresar con xito a la discusin pblica.

    Durante siglos, el horizonte de la mayora de la poblacin se haba agotado en el marcoestrecho y particularista de las interacciones cotidianas. Ahora, los cambios profundos que

    jalonaron la formacin del estado moderno, el ascenso del capitalismo y la revolucin en lascomunicaciones dilataron radicalmente ese marco, dndole a la cosa pblica una saliencia quenunca antes haba tenido para millares de seres humanos. Es el momento en que surgen lasideologas polticas modernas, entendidas como modos racionales de discurso destinados a

    brindarle a la gente una explicacin inteligible de la realidad y a fundar en ella su llamado a lamovilizacin colectiva para mantener o para cambiar el orden de cosas existentes 10.Se trata, desde luego, de sistemas de ideas y de creencias referidos a la distribucin del

    poder en la sociedad; pero la novedad reside en el doble trabajo que estn llamados a realizar. Porun lado, para ser eficaces, deben partir obligadamente del lenguaje cotidiano a objeto de volverluego a l, procurando modificar algunas (o muchas) de las reglas que lo organizan a fin de incluirnuevos temas: slo as pueden aspirar a redefinir los campos de relevancias de los razonamientoscorrientes de sentido comn, amalgamando intereses particulares diversos y potencindolos conelementos expresivos, emocionales, etc. Pero por otro lado (y ste es uno de los signoscaractersticos de la civilizacin de fuerte inclinacin terica que fue emergiendo) las ideologaspolticas modernas apelan a la retrica del discurso racional para producir un informe acerca de loque es bueno y de lo que es posible y sus argumentos combinan en grados variables las

    prescripciones de ndole moral con el anlisis y la interpretacin de situaciones, lasconsideraciones tcnicas y las reglas de implementacin. Para hacer esto ltimo, se liganinvariablemente a teoras sociales y por eso resulta tan habitual asociar los nombres de clebres eimportantes pensadores con el liberalismo o el socialismo o el nacionalismo o el conservadurismo.

    Es decir que las ideologas polticas modernas han constitudo mediaciones entre undeterminado saber cientfico y los cdigos lingsticos de la vida cotidiana; y en este sentido no espara nada irrelevante que emergieran en la poca de la expansin de la palabra escrita. Gouldner(1976: 91-117) ha estudiado bien la interconexin profunda que hubo entre la nueva Edad de laIdeologa la proliferacin de las ideologas en los siglos XVIII y XIX y la revolucin de lascomunicaciones, basada en el desarrollo de la imprenta y de sus tecnologas y en la crecienteproduccin de materiales impresos. Esta difusin inusitada de libros, peridicos, panfletos, etc. -que acompa a un espectacular aumento del alfabetismo gracias al establecimiento de sistemas

    pblicos de educacin aliment en varias generaciones de marxistas, por ejemplo, la conviccinde que un pblico proletario podra recibir sin distorsiones el mensaje revolucionario queinterpretaba su experiencia en trminos racionales y crticos. (Es revelador que Marx arreglase lapublicacin de la versin francesa de El Capitalen entregas peridicas, adaptadas al formato delfolletn).

    Otra vez: mi propsito es destacar cmo por esta va que estuvo muy lejos de ser lanica - la sociedad se iba poblando de sentidos. Qu otra cosa significaba la lucha ideolgica

    10 Para este enfoque de las ideologas polticas modernas, ver Alvin W. Gouldner, The Dialectic of Ideology andTechnology(The Seabury Press , Nueva York, , 1976). Para elaboraciones ms extensas, ver el captulo 4 de mi libro Larebelin del coro(Ediciones Nueva Visin, Buenos Aires, 1989).

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    sino que pugnaban por adquirir supremaca interpretaciones divergentes de la realidad? Y quelos impulsores y partidarios de cada una de ellas estaban convencidos de que su lectura de lasituacin y su propuesta eran las correctas?

    Esta abundancia de sentidos, al mismo tiempo plenos y enfrentados, se plasm en logias,movimientos y organizaciones diversas y, sobre todo, en partidos polticos que, desde fines delsiglo XIX, empezaron a convertirse en agrupaciones de masas. Y llegara al paroxismo en laprimera mitad del siglo XX, cuando por un lado impuls perversamente al Gulag, a los campos de

    concentracin y a aventuras colonialistas y neocolonialistas tanto o ms tenebrosas que las depocas anteriores y, por el otro, llev al desencadenamiento de las dos guerras ms sangrientasque haya conocido la humanidad.

    En este decurso, la vida pblica de las sociedades modernas conoci ciertamente altibajospero nunca perdi centralidad. Ms todava: en todas partes y cualquiera fuese la forma queadoptara el rgimen poltico, por doscientos aos el Estado se convirti es cierto que en medidadistinta segn los perodos y los lugares - en el virtual demiurgo de la historia. En l se encarnabael destino histrico de cada pas, sea que se lo definiese en trminos de desarrollo econmico, de

    justicia distributiva o de expansin nacional. La vida pblica era un escenario de conflictos yconsensos que se articulaban en torno a grandes proyectos de los cuales dependa, en ltimainstancia, la legitimidad sustantiva (y no nicamente formal) de los gobiernos.

    Este proceso culmin en los pases capitalistas avanzados de Occidente luego de la

    Segunda Guerra, cuando la nueva Sittlichkeit adquiri su forma ms completa y los tericos de lamodernizacin la ofrecieron como esquema referencial (y punto de llegada) para el resto delmundo. Me estoy refiriendo a los que se conocen como los treinta aos gloriosos de posguerra,que se asentaron sobre cuatro grandes pilares: uno, el llamado Estado de Bienestar (un tipo decapitalismo ablandado por una inyeccin de socialismo, como dira T. H. Marshall); otro, laeconoma mixta (considerada por muchos como la mayor innovacin econmica del siglo XX); eltercero, una prosperidad sostenida y casi sin desempleo; y, cerrando el crculo virtuoso, lademocracia representativa.

    De ah que pensadores como Raymond Aron, Seymour Martin Lipset, Reinhardt Bendix oDaniel Bell entendieran que una realidad tan exitosa marcaba el fin de las ideologas ya quesupusieron que tambin la vida pblica de los pases menos desarrollados (includos los de larbita sovitica) terminara por converger ms tarde o ms temprano en alguna de las variantes de

    este esquema. Advirtanse dos cosas importantes: primeramente, que se trataba de una visinoptimista del fin de las ideologas en nombre, precisamente, de los progresos notorios que sehaban realizado en ciertos lugares, por menos perfectos que fuesen; y despus, que esta visinno implicaba para nada negarle vigencia a las utopas sino ponerles condiciones. Como escribauno de los autores que vengo de nombrar, ahora cualquier utopa deba especificar adnde querallevarnos, cmo nos hara llegar hasta all, cul iba a ser el costo de la empresa y quines seranlos encargados de pagarlo 11.

    TERCERA VARIACIN

    Se haba consumado as en los pases industrializados de Occidente lo que un historiadorprogresista como Hobsbawm no vacila en calificar como la revolucin ms drstica, rpida y

    profunda en los asuntos humanos de la que se tenga constancia histrica

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    . La organizacinfordista de la produccin, por un lado, y la alquimia keynesiana, que trasmut los interesesparticulares de los trabajadores en intereses generales de la sociedad sin que sta dejara de sercapitalista, por el otro, fueron ciertamente dos de las condiciones bsicas para la emergencia de laque sido denominada la sociedad salarial, es decir, no slo una sociedad capitalista en la cual lamayora de los trabajadores son asalariados sino una sociedad del pleno empleo, crecientemente

    11 Ver Daniel Bell, The End of Ideology(Collier Books, Nueva York, 1961), p. 40512 Ver Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX (Crtica, Barcelona, 1995)

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    homognea y donde el trabajo asalariado goza del status, de la dignidad y de la proteccin que lebrindan tanto la empresa como el gobierno 13.

    ste fue el contexto general en el que se consolidaron, con sus particularidades nacionales,las mayores democracias capitalistas hasta ahora conocidas. Segn los lugares, la vida pblica sehizo ms robusta; las instituciones, ms firmes; y la nueva Sittlichkeit pareci haber echado racesdefinitivas. Pero la situacin no iba a durar demasiado. El boom econmico de la posguerraempez a disiparse a mediados de los aos sesenta y la situacin se agrav seriamente con las

    crisis petroleras de la dcada posterior. Y, sostenida por este proceso, se alz cada vez con msfuerza la crtica neoliberal contra el poder que haban acumulado los trabajadores y susorganizaciones en menoscabo de la autoridad de los patrones y de la rentabilidad capitalista.

    El blanco de los ataques fueron justamente dos de los pilares de la nueva Sittlichkeit. Poruna parte, el Estado de Bienestar que, segn sus crticos, implicaba una carga impositiva que noslo daaba la eficiencia de la economa y se consideraba asfixiante sino que serva para quefinalmente resultase cada vez ms difcil disciplinar a la mano de obra; y, por la otra, la economamixta, que restringa y distorsionaba el funcionamiento de los mercados, a los cuales se lesatribua la irremplazable cualidad de ser ptimos asignadores de los recursos. Esta satanizacindel Estado como el responsable directo de casi todos los males contemporneos vinoacompaada de un cuestionamiento a los desvos de la democracia liberal misma: daban sobradotestimonio de ello, para el neoliberalismo, la proliferacin e intensidad de los movimientos sociales

    (el sindicalismo includo) y, en trminos ms amplios, una excesiva participacin de los ciudadanosen la vida pblica.Tales las premisas mayores del que se convertira en el discurso de la nueva derecha, que

    lleg por primera vez al poder en Gran Bretaa en 1979, de la mano de Margaret Thatcher, y seextendera rpidamente al resto del mundo. La lucha contra la inflacin sustitua al pleno empleocomo eje central de la poltica econmica; la primaca que se le haba otorgado hasta entonces ala igualdad como valor colectivo era expresamente abandonada; y tanto la cada del comunismocomo la mundializacin creciente de las relaciones econmicas le daban sustento a un virajeradical que desembocara en el llamado pensamiento nico.

    En los pases desarrollados, algunas de las consecuencias no se hicieron esperar:aumentaron la desocupacin, el subempleo, la precarizacin laboral y la pobreza. Lasdesigualdades sociales crecieron al tiempo que el comercio mundial se multiplicaba por quince y

    ocurra una fenomenal escalada de las transacciones financieras internacionales de carcterpuramente especulativo.Dos instituciones claves de la civilizacin occidental de los dos ltimos siglos entraron de

    esta manera en crisis. Vengo de referirme ya a la redefinicin del papel del estado. Junto con ello,sociedades organizadas en torno al valor supremo del trabajo como medio de vida y como prendade realizacin moral, cuya culminacin fueron aquellos treinta gloriosos del pleno empleo y delbienestar econmico, dejaron de estar en condiciones de proporcionarles trabajo a todos susmiembros y de poder garantizarles carreras ocupacionales estables y bien remuneradas a quienesconsiguen empleo. Todo ello mientras declinaba para el gran pblico la importancia crtica de lapalabra escrita (cuyo mbito preferido volva a ser el de los sectores ilustrados de la sociedad) y laindustria de la cultura se transformaba en el nuevo opio de las masas, limando en todo lo posiblelas aristas racionales del discurso poltico y ponindolo en manos de los especialistas en imagen.

    Dos son las paradojas que se le imponen al observador. Una es que exactamente cuandolas democracias capitalistas le haban ganado la partida al comunismo, se iniciaba as su propiodesencantamiento. Los polticos alegan desde entonces que los Estados nacionales poco puedenhacer ante las fuerzas de la globalizacin y reconocen de este modo cunta importancia hanperdido los partidos, el voto y, en general, la intervencin en la vida pblica como instrumentos decambio. Peor aun. Carentes ellos mismos de convicciones ideolgicas o de propuestas de largoplazo que los sostengan como en otros tiempos y expuestos abrumadoramente por la

    13La nocin de sociedad salarial fue introducida por Robert Castel, Las metamorfosis de la cuestin social (Paids,Buenos Aires, 1997). Para un anlisis de algunos de sus efectos polticos, ver mi Democracia: gobierno del pueblo ogobierno de los polticos?(Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires, 2000).

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    son, con mucho, las ms altas de la historia; el pas se ha desindustrializado; el endeudamientopblico es proporcionalmente el ms grande de Amrica Latina; el sistema de transportes se haarruinado; creci el analfabetismo funcional; se deterior la salud de la poblacin; pocos creen enla justicia; etc. Tanto o ms grave aun: no nicamente la mitad de los argentinos estn por debajode la lnea de la pobreza o apenas por encima de ella sino que se incrementaron de maneradramtica los niveles de desigualdad y de polarizacin social, en medio del derrumbe de lossistemas pblicos de proteccin que, por otra parte, nunca haban alcanzado los niveles europeos.

    Uno de los efectos notorios de estos fenmenos es la descomposicin y decadencia nonicamente de la clase obrera sino tambin de la que sola ser la clase media ms extendida yprspera de Amrica Latina: fracciones cada vez ms amplias de este sector se han ido hundiendoen lo que se denomina la nueva pobreza, para diferenciarla de la pobreza estructural tpica delos segmentos marginales con necesidades bsicas insatisfechas.

    No enfrentamos, entonces, una crisis en la Sittlichkeit sino una desintegracin progresivade la frgil y titubeante Sittlichkeitque haba comenzado a constituirse luego de tantos aos dedictaduras militares y de terrorismo de Estado. Por eso Hegel puede ayudarnos en el diagnstico.Porque para la estrecha visin atomizante de los neoliberales el problema se reduce, como decostumbre, a una cuestin individual: son los argentinos quienes han dejado de creer, quienestendran que recuperar el optimismo, quienes resultan demasiado propensos a deprimirse y a noconfiar en los polticos, etc. De ah las apelaciones de los gobernantes de turno a la fuerza moral

    del pueblo y a su capacidad para salir adelante, como si el remedio fuese el uso de palabras dealiento como las que los directores tcnicos les dedican a sus jugadores antes de que entren a lacancha 15.

    El mal reside en una vida pblica que se ha vaciado de cualquier otro proyecto que no seala defensa del statu quo y en instituciones y prcticas que traicionan con excesiva frecuencia losfines para los que fueron creadas. Contra lo que supona Alfonsn, con la democracia no se comeni se cura ni se educa si la economa no se desarrolla y los hospitales y las escuelas funcionan malo no funcionan. Ntese, por va de ejemplo, que en una democracia representativa siempre existe,por definicin, una distancia entre los gobernantes y los gobernados: si no la hubiera, estaramosante una democracia directa; y si fuese absoluta, ante una tirana. Entre estos dos extremos, eltamao de esa distancia es indecidible a priori y depende de cada contexto histrico particular.

    En Argentina, tal distancia se ha vuelto enorme (e intolerable) debido a la impotencia, la

    corrupcin o, simplemente, la incapacidad de un porcentaje significativo de polticos que hanaceptado ceirse a los cnones de un pensamiento nico que los maniata. Por aadidura, comoprofesionales que son de su oficio, estos polticos luchan denodadamente por conservar suslugares mientras crecen la concentracin de la economa y de la riqueza, por un lado, y el malestarcolectivo, por el otro. No es extrao que se transformen en la cara visible de un fracaso que lostrasciende. El emergente de todo esto es lo que se viene denominando una crisis derepresentatividad cuando en rigor expresa algo mucho ms grave y peligroso que consiste, lisa yllanamente, en la prdida de sentido de la esfera pblica para extensos sectores de la poblacin.

    De ah un debilitamiento progresivo de los lazos sociales y, consiguientemente, de lasolidaridad. Con lo cual reencontramos el ya conocido tema hegeliano del repliegue en lo privadofrente al desbaratamiento de lo pblico. Es cierto (y vale la pena destacarlo) que hay una cantidadsignificativa de casos en los que tal repliegue acaba siendo altrusta y conduce a ensayar nuevas

    maneras de acercamiento y de ayuda al prjimo, como lo testimonia la expansin del voluntariadoy de distintas organizaciones de la sociedad civil. Pero prevalecen otros modos de retirada, entrelos cuales la devocin por sectas o sanadores y el cuidado obsesivo del propio cuerpo acabansiendo, comparativamente, quizs los menos dainos. Porque se han instalado ms variedades,que van desde un individualismo cerril y posesivo hasta las adicciones patolgicas y las conductascriminales que nos devuelven a un estado de naturaleza que imaginbamos largamente superado.

    15Hace menos de un ao, despus de subir los impuestos y de bajar los salarios, el entonces Ministro de Economa lepidi alegremente a los argentinos que gastasen y que consumieran ms para reactivar as la economa.

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    Claro que es un estado de naturaleza mercantilizado y la televisin, por caso, se ocupa deexplotarlo muy bien. No hablo solamente del lugar preponderante que les concede a la violencia, auna sexualidad degradada o a la farandulizacin misma de la poltica. Me refiero tambin alpseudoculto a la espontaneidad que ha puesto de moda: a qu apuntan el uso abrumador deimgenes y de expresiones obscenas o los famosos reality showssino a promover el regodeo delespectador ante los aspectos menos cultivados y ms vulgares de su propia cotidianeidad, altiempo que lo ratifican as en el convencimiento de que es lo nico que cuenta, que a todos les

    pasa lo mismo, que no hay nada de qu avergonzarse y, sobre todo, que no existen alternativas?Sera demasiado largo hacer un inventario de los diversos recursos poco recomendables alos que se acude para lidiar con la crisis actual de eso que Hegel llamaba la tica objetiva. Perodeseo aludir al menos a uno, que puede ser visto como un reflejo distorsionado de una creacinmoderna a la cual me refer pginas atrs. Pasa que se ha difundido notablemente entre unpblico de clase media bastante educado la literatura que se denomina de autoayuda. Expertosde variados pelajes se ofrecen a la gente para ensearle a vivir y son buscados con avidez porquienes intentan volver a encontrarle algn sentido a sus vidas. Estamos en plena era de los libros de botiqun.

    Una de las formas a las que apela esta literatura apaciguante es conocida por lo menosdesde los tiempos de las Cruzadas y fue revitalizada por los tele-evangelistas. Quien escribe (opredica) ha sufrido mucho, tal vez haya sido una vctima de la droga o del alcohol que, incluso,

    pueden haberlo llevado a la crcel. Hasta el momento de la iluminacin, cuando consigui detenerla cada y darle un giropositivo a su existencia. Y ahora quiere contribuir generosamente a que ellector haga lo mismo 16.

    Ms de medio siglo atrs, Theodor Adorno constataba que, antes, quienes practicaban laquiromancia o la astrologa se presentaban como magos o hechiceros mientras que, ahora, a tonocon el auge contemporneo de la ciencia, prefieren que se los llame doctor o profesor. Demanera bastante anloga (y aunque no apelen a la quiromancia o a la astrologa), los autores delibros de autoayuda suelen esgrimir credenciales acadmicas (a veces reales, otras ficticias) yacostumbran salpicar sus textos con citas filosficas o referencias esotricas, generalmentesuperficiales y de dudoso valor, que les sirven como aval de su supuesto saber.

    Sostuve ms arriba que las ideologas polticas modernas compartieron una estructurabsica: por una parte, brindaban una explicacin racional de la realidad inspirada en teoras

    sociales; y por la otra, fundaban en esa explicacin un proyecto pblico de movilizacin colectivapara sostener o modificar el orden establecido. Pues bien: los textos de autoayuda pueden serinterpretados hoy como un eco caricaturesco de esa estructura.

    Con mayor o menor fortuna literaria (y econmica), presentan un relato retricamenteracional de experiencias personales acerca del amor o de la amistad; y en nombre de ese relato lesugieren al lector un proyecto de vida privada que lo conducir al xito y a la felicidad.Tranquilizan, entretienen, alientan, anian con fbulas y cuentos, crean la ilusin de un pradoflorido en el medio de la selva (el hombre no sera finalmente el lobo del hombre) y, sobre todo,proponen como posible un sendero de salvacin eminentemente individual. No digo que susconsejos sean necesariamente dainos en s mismos: a lo sumo, legitiman el lugar comn. Lo queme importa es que esta literatura resulta, a la vez, el producto y la confirmacin del sinsentido enque se ha transformado la vida pblica y por eso, en las circunstancias actuales, se torna mucho

    menos inocua y mucho ms funcional al sistema de dominacin vigente de lo que a primera vistaaparenta.

    FINAL

    Se me dir que varias de mis reflexiones sobre la situacin argentina se aplican tambin alos pases del Primer Mundo: finalmente, no inventamos nosotros los libros de autoayuda ni los

    16 Es difcil resistirse a la tentacin de recordar, tambin, a la gran cantidad de predicadores televisivos nacionales yextranjeros que han recorrido el camino inverso: empezaron presentndose como verdaderos San Franciscos paradespus hundirse rpidamente en el pecado. Las civilizaciones en crisis no perdonan.

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    reality showsy tambin all se cuestiona la crisis de representatividad del estado. La observacines vlida en la medida en que sirve para recordarnos que, hoy ms que nunca, existe tal cosacomo una historicidad compartida, segn lo evidencia claramente la mundializacin de laeconoma. En cuanto a los medios de comunicacin, se sabe que estn globalizados y que, enefecto, han contribudo en todas partes a estimular una personalizacin creciente de la poltica y anormalizar una cultura de la desverguenza que desborda largamente los lmites estrechos decualquier moralina.

    Pero Schumpeter, entre otros, recordaba algo que haramos mal en olvidar: Si un fsicoobserva que el mismo mecanismo funciona de un modo diferente en pocas distintas y en lugaresdistintos, concluye que su funcionamiento depende de condiciones extraas al mismo. Nosotros nopodemos sino llegar a la misma conclusin por lo que se refiere al sistema democrtico 17.

    Y resulta ostensible que en el caso argentino las condiciones se han vuelto tandesfavorables para la operacin del sistema democrtico que fenmenos como los indicados msarriba tienen aqu consecuencias mucho ms nocivas que en otros sitios. No es lo mismo que sedebilite un marco social slido o que se abran grietas profundas en otro que nunca se termin deconstruir. Por eso aqu como en el Imperio Romano la Moralitt ha pasado a representar otravez algo ticamente superior a la vida pblica y de ah que adquieran tanta importancia lasdenuncias y los planteos testimoniales.

    Pero, desde luego, con ello no basta. De lo que se trata es de aplicarse con urgencia a

    instalar en el pas un espacio pblico que se halle dotado de sentido para la mayora de lapoblacin, una nueva Sittlichkeit que hable a travs de sus instituciones y de sus prcticas ellenguaje de la igualdad y de la libertad. Es exactamente lo que no puede ni est dispuesto a hacerel neoliberalismo en boga, incapaz de producir una teora del estado que vincule a este ltimo conlas necesidades, competencias y potencialidades del hombre y que tome en cuenta a la vez lanaturaleza de la sociedad en la cual opera 18. Cmo lo hara, dejando en descubierto la pobreimagen del hombre conque trabaja, esto es, la de un sujeto egosta exclusivamente guiado por elafn de acumular a cualquier costa dinero, prestigio y poder?

    No hay duda de que la tarea de reconstruccin es muy ardua precisamente porque hanavanzado tanto la descomposicin y el desgarramiento del tejido social. Pero cuando son as lascosas, es cuando se vuelve ms indispensable que nunca asumirlas como tales y cuando lasdistracciones y los escapismos se convierten lo quieran o no en cmplices de esa

    descomposicin y de ese desgarramiento.Quien haya ledo a Sherlock Holmes sabe bien que la solucin de un problema dependeante todo de la forma en que se lo plantea. Pienso que ciertos textos escritos por Hegel hacedoscientos aos pueden ayudarnos a sacudir la impronta individualista que nos domina y aplantear mejor los problemas de la Argentina de hoy. Es con esa esperanza que les he dedicadoestas pginas.

    17Ver Joseph A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia(Aguilar, Mxico, 1961)18Los entrecomillados pertenecen a C. B. Macpherson, The Rise and Fall of Economic Justice(Oxford University Press,Oxford, 1985),