Ocean Sea

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Oc?ano mar

Hace muchos aos, en medio de algn ocano, una fragata de la marina francesa naufrag. 147 hombres intentaron salvarse subiendo a una enorme balsa y confindose al mar. Un horror que dur das y das. Un formidable escenario en el que se mostraron la peor de las crueldades y la ms dulce de las piedades.Hace muchos aos, a orillas de algn ocano, lleg un hombre. Lo haba llevado hasta all una promesa. La posada donde se par se llamaba Almayer. Siete habitaciones. Extraos nios, un pintor, una mujer bellsima, un profesor con un extrao nombre, un hombre misterioso, una muchacha que no quera morir, un cura cmico. Todos estaban all buscando algo, en equilibrio sobre el ocano.Hace muchos aos, estos y otros destinos encontraron el mar y volvieron marcados. Este libro explica el porqu, y escuchndoles se oye la voz del mar. Se puede leer como una historia de suspense, como un poema en prosa, un conte philosophique, una novela de aventuras. En cualquier caso, domina la alegra furiosa de contar historias a travs de una escritura y una tcnica narrativa sin modelos ni antecedentes ni maestros.

Alessandro Baricco

Ocano mar

Ttulo original: Oceano mare

Alessandro Baricco, 1993

Traduccin: Xavier Gonzlez Rovira y Carlos Gumpert

Diseo de portada: 17ramsor

A Molli, amada amiga ma

Libro Primero. Posada Almayer

1

Arena hasta donde se pierde la vista, entre las ltimas colinas y el mar el mar en el aire fro de una tarde a punto de acabar y bendecida por el viento que sopla siempre del norte.La playa. Y el mar.Podra ser la perfeccin imagen para ojos divinos, un mundo que acaece y basta, el mudo existir de agua y tierra, obra acabada y exacta, verdad verdad, pero una vez ms es la redentora semilla del hombre la que atasca el mecanismo de ese paraso, una bagatela la que basta por s sola para suspender todo el enorme despliegue de inexorable verdad, una nadera, pero clavada en la arena, imperceptible desgarrn en la superficie de ese santo icono, minscula excepcin depositada sobre la perfeccin de la playa infinita. Vindolo de lejos, no sera ms que un punto negro: en la nada, la nada de un hombre y de un caballete.El caballete est anclado con cuerdas finas a cuatro piedras depositadas en la arena. Oscila imperceptiblemente al viento que sopla siempre del norte. El hombre lleva botas de caa alta y un gran chaquetn de pescador. Est de pie, frente al mar, haciendo girar entre los dedos un pincel fino. Sobre el caballete, una tela.Es como un centinela esto es necesario entenderlo en pie para defender esa porcin de mundo de la invasin silenciosa de la perfeccin, pequea hendidura que agrieta esa espectacular escenografa del ser. Puesto que siempre es as, basta con el atisbo de un hombre para herir el reposo de lo que estaba a punto de convertirse en verdad y, por el contrario, vuelve inmediatamente a ser espera y pregunta, por el simple e infinito poder de ese hombre que es tragaluz y claraboya, puerta pequea por la que regresan ros de historias y el gigantesco repertorio de lo que podra ser, desgarrn infinito, herida maravillosa, sendero de millares de pasos donde nada ms podr ser verdadero, pero todo ser como son los pasos de esa mujer que envuelta en un chal violeta, la cabeza cubierta, mide lentamente la playa, bordeando la resaca del mar, y surca de derecha a izquierda la ya perdida perfeccin del gran cuadro consumando la distancia que la separa del hombre y de su caballete hasta llegar a algunos pasos de l, y despus justo junto a l, donde nada cuesta detenerse y, en silencio, mirar.El hombre ni siquiera se da la vuelta. Sigue mirando fijamente el mar. Silencio. De vez en cuando moja el pincel en una taza de cobre y esboza sobre la tela unos cuantos trazos ligeros. Las cerdas del pincel dejan tras de s la sombra de una palidsima oscuridad que el viento seca inmediatamente haciendo aflorar el blanco anterior. Agua. En la taza de cobre no hay ms que agua. Y en la tela, nada. Nada que se pueda ver.Sopla como siempre el viento del norte y la mujer se cie su chal violeta.Plasson, hace das y das que trabajis aqu abajo. Para que os trais todos esos colores si no tenis valor para usarlos?Eso parece despertarlo. Eso le ha afectado. Se vuelve para observar el rostro de la mujer. Y cuando habla no es para responder.Os lo ruego, no os movis dice.Despus acerca el pincel al rostro de la mujer, vacila un instante, lo apoya sobre sus labios y lentamente hace que se deslice de un extremo al otro de la boca. Las cerdas se tien de rojo carmn. l las mira, las sumerge levemente en el agua y levanta de nuevo la mirada hacia el mar. Sobre los labios de la mujer queda la sombra de un sabor que la obliga a pensar agua de mar, este hombre pinta el mar con el mar y es un pensamiento que provoca escalofros.Ella hace un rato que se ha dado la vuelta, y est ya midiendo de nuevo la inmensa playa con el matemtico rosario de sus pasos, cuando el viento pasa por la tela para secar una bocanada de luz roscea, flotando desnuda sobre el blanco. Uno podra pasarse horas mirando ese mar, y ese cielo, y todo lo dems, pero no podra encontrar nada de ese color. Nada que se pueda ver.La marea, en esa zona, sube antes de que llegue la oscuridad. Un poco antes. El agua rodea al hombre y a su caballete, los va engullendo, despacio pero con precisin, all quedan, uno y otro, impasibles, como una isla en miniatura, o un derrelicto de dos cabezas.Plasson el pintor.Viene a recogerlo, cada tarde, una barquilla, poco antes de la puesta del sol, cuando el agua ya le llega al corazn. Es l quien as lo quiere. Sube a la barquilla, recoge el caballete y todo lo dems, y se deja llevar a casa.El centinela se marcha. Su deber ha acabado. Peligro evitado. Se apaga en la puesta de sol el icono que una vez ms no ha conseguido convertirse en sacro. Todo por ese hombrecillo y sus pinceles. Y ahora que se ha marchado, va no queda tiempo. La oscuridad suspende todo. No hay nada que pueda, en la oscuridad, convertirse en verdadero.

2

slo raramente, y de manera tal que a algunos, en aquellos momentos, al verla, se les oa decir, en voz bajaMoriro bienMoriro tambinMoriry hastaMorirA su alrededor, colinas.Mi tierra, pensaba el barn de Carewall.No es exactamente una enfermedad, podra serlo, pero es algo menos, si tiene un nombre debe de ser ligersimo, lo dices y ya ha desaparecido.Cuando era nia, un da llega un mendigo y empieza a tararear una cantilena, la cantilena asusta a un mirlo que se eleva asusta a una trtola que se eleva y es el zumbido de las alas las alas que zumban, un ruido de nada habr sido hace diez aos pasa la trtola delante de su ventana, un instante, as, y ella levanta los ojos de sus juegos y yo no s, llevaba encima el terror, pero un terror blanco, quiero decir que no era como alguien que tiene miedo, sino como alguien que est a punto de desaparecer el zumbido de las alas alguien a quien se le escapaba el alma me crees?Crean que al crecer se le pasara todo. Pero, entretanto, todo el edificio se cubra de alfombras porque, como es obvio, sus mismos pasos la asustaban, alfombras blancas por todas partes, un color que no hiciera dao, pasos sin ruido y colores ciegos. En el parque, los senderos eran circulares con la nica excepcin osada de un par de veredas que serpenteaban ensortijando suaves curvas regulares salmos, y eso es ms razonable, en efecto: basta un poco de sensibilidad para comprender que cualquier esquina sin visibilidad es una emboscada posible, y dos caminos que se cruzan, una violencia geomtrica y perfecta, suficiente para asustar a cualquiera que est seriamente en posesin de una autntica sensibilidad, y mucho ms a ella, que no es que tuviera exactamente un alma sensible, sino, por decirlo en trminos precisos, que estaba poseda por una sensibilidad de nimo incontrolable, que explot para siempre en quin sabe qu momento de su vida secreta vida de nada, tan pequea como era y despus se le subi al corazn por vas invisibles, y a los ojos, y a las manos, y a todo, como una enfermedad, aunque una enfermedad no fuera, sino algo menos, si tiene un nombre debe de ser ligersimo, lo dices y ya ha desaparecido.Por ello, en el parque, los senderos eran circulares.Tampoco hay que olvidar la historia de Edel Trut, que en todo el Pas no tena rival en tejer la seda y por ello fue llamado por el barn, un da de invierno en el que la nieve era tan alta como los nios, un fro que pelaba, llegar hasta all fue un infierno, el caballo humeaba, los cascos al azar en la nieve, y el trineo detrs dando bandazos; si no llego antes de diez minutos quizs me muera, tan cierto como me llamo Edel, me muero, y adems sin saber siquiera que es eso tan importante que tiene que ensearme el barnQu ves Edel?En la habitacin de la hija, el barn est de pie frente a la pared larga, sin ventanas, y habla despacio, con una dulzura antigua.Qu ves?Tejido de Borgoa, de buena calidad, y paisajes como hay muchos, un trabajo bien hecho.No son unos paisajes corrientes, Edel. O por lo menos, no lo son para mi hija.Su hija.Es una especie de misterio, pero hay que intentar entenderlo, sirvindose de la fantasa, y olvidar lo que se sabe, de modo que la imaginacin pueda vagabundear en libertad, corriendo lejos por el interior de las cosas hasta ver que el alma no es siempre diamante sino a veces velo de seda esto puedo entenderlo imagnate un velo de seda transparente, cualquier cosa podra rasgarlo, incluso una mirada, y piensa en la mano que lo coge una mano de mujer s se mueve lentamente y lo aprieta entre los dedos, pero apretarlo es ya demasiado, lo levanta como si no fuera una mano, sino un golpe de viento, y lo encierra entre los dedos como si no fuera dedos sino como si no fueran dedos sino pensamientos. As es. Esta habitacin es esa mano, y mi hija es un velo de seda.S, lo comprendo.No quiero cascadas, Edel, sino la paz de un lago; no quiero encinas sino abedules, y esas montaas del fondo deben convertirse en colinas, y el da, en atardecer; el viento, en brisa; las ciudades, en pueblos; los castillos, en jardines. Y si no queda ms remedio que haya halcones, que al menos vuelen, y muy lejos.S, lo comprendo. Slo una cosa: y los hombres?El barn permanece callado. Observa a todos los personajes del enorme tapiz, uno a uno, como si estuviera escuchando su opinin. Pasa de una pared a otra, pero ninguno habla. Era de esperar.Edel, hay algn modo de conseguir hombres que no hagan dao?Eso debe habrselo preguntado Dios tambin, en su momento.No lo s, pero lo intentar.En el taller de Edel Trust se trabaj durante meses con los kilmetros de hilo de seda que el barn les hizo llegar. Se trabajaba en silencio porque, segn deca Edel, el silencio deba penetrar en la trama del tejido. Era un hilo como los dems, slo que no se vea, pero all estaba. As que se trabajaba en silencio.Meses.Despus, un da lleg un carro al palacio del barn, y sobre el carro estaba la obra maestra de Edel. Tres enormes rollos de tela que pesaban como cruces en procesin. Los subieron por las escaleras y los llevaron despus a lo largo de los pasillos, de puerta en puerta, hasta el corazn del palacio, a la habitacin que los esperaba. Fue un instante antes de que los desenrollaran cuando el barn murmurY los hombres?Edel sonri.Si no queda ms remedio que haya hombres, que al menos vuelen, y no muy lejos.El barn escogi la luz del atardecer para tomar a su hija de la mano y llevarla hasta su nueva habitacin. Edel dice que entr y se sonroj inmediatamente, maravillado, y el barn temi por un instante que la sorpresa pudiera ser demasiado fuerte, pero apenas fue un instante, porque enseguida se dej or el irresistible silencio de aquel mundo de seda donde una tierra clemente reposaba apacible y pequeos hombres suspendidos en el aire, medan a paso lento el azul plido del cielo.Edel dice y eso no podr olvidarlo que ella mir largo rato a su alrededor y despus, dndose la vuelta, sonri.Se llamaba Elisewin.Tena una voz bellsima terciopelo y cuando caminaba pareca deslizarse por el aire, y uno no poda dejar de mirarla. De vez en cuando, sin razn aparente, le gustaba echar a correr, por los pasillos, al encuentro de quin sabe qu, sobre aquellas tremendas alfombras blancas, dejaba de ser la sombra que era y corra, pero slo raramente, y de manera tal que a algunos, en aquellos momentos, al verla, se los oa decir, en voz baja

3

A la posada Almayer se poda llegar a pie, bajando por el sendero que vena de la capilla de Saint Amand, pero tambin en carruaje, por la carretera de Quartel, o en barcaza, bajando el ro. El profesor Bartleboom lleg por casualidad.Es sta la posada de la Paz?No.La posada de Saint Amand?No.El Hotel del Correo?No.El Arenque Real?No.Bien. Tienen alguna habitacin?S.Me la quedo.El enorme libro con las firmas de los huspedes esperaba abierto sobre un atril de madera. Un lecho de papel recin hecho que esperaba los sueos de los nombres ajenos. La pluma del profesor se enfil voluptuosamente entre las sbanas.Ismael Adelante Ismael prof. Bartleboom

Con rbrica y todo. Algo bien hecho.El primer Ismael es mi padre, el segundo, mi abuelo.Y eso?Adelante?No, eso no, esto.Eso.Pues profesor, no? Quiere decir profesor.Vaya nombre ms tontoNo es un nombre yo soy profesor, me dedico a ensear, entendis? Cuando voy por la calle, la gente me dice Buenos das, profesor Bartleboom. Buenas tardes, profesor Bartleboom, pero no es un nombre, es a lo que me dedico, a ensearNo es un nombre,No.Vale. Yo me llamo Dira.Dira.S. Cuando voy por la calle, la gente me dice Buenos das, Dira, Buenas tardes, Dira, qu guapa ests hoy, Dira, qu vestido tan bonito llevas, Dira. No habrs visto por casualidad a Bartleboom?, no, est en su habitacin, primer piso, la ltima al fondo del pasillo, stas son las toallas, tenga, se ve el mar, espero que no os moleste.El profesor Bartleboom desde aquel momento simplemente Bartleboom cogi las toallas.Seorita Dira.S?Me permits haceros una pregunta?Qu clase de pregunta?Cuntos aos tenis?Diez.Ah, es eso.Bartleboom desde haca poco ex profesor Bartleboom cogi las maletas y se dirigi a las escaleras.BartleboomS?No se le pregunta la edad a una seorita.Es verdad. Disculpadme.Primer piso. La ltima al fondo del pasillo.En la habitacin del fondo del pasillo (primer piso) haba una cama, un armario, dos sillas, una estufa, un pequeo escritorio, una alfombra (azul), dos cuadros idnticos, un lavabo con espejo, un arcn y un nio: sentado en el alfizar de la ventana abierta, de espaldas a la habitacin y con las piernas colgando en el vaco.Bartleboom se hizo notar con un moderado golpe de tos, sin ms, por hacer un ruido cualquiera.Nada.Entr en la habitacin, dej las maletas, se acerc a mirar los cuadros (iguales, increble), se sent en la cama, se quit los zapatos con evidente alivio, se levant, fue a mirarse al espejo, constat que segua siendo l (nunca se sabe), dio una ojeada al armario, colg la capa y despus se acerc a la ventana.Formas parte del mobiliario o ests aqu por casualidad?El nio no se movi ni un milmetro. Pero respondi.Mobiliario.Ah.Bartleboom volvi hacia la cama, se deshizo el nudo de la corbata y se tumb. Manchas de humedad, en el techo, como flores tropicales dibujadas en blanco y negro. Cen los ojos y se qued dormido. So que lo llamaban para sustituir a la mujer bala en el Circo Bosendorf y l, al entrar en la pista, reconoca en primera fila a su ta Adelaide, mujer exquisita, pero de discutibles costumbres, que besaba primero a un pirata, despus a una mujer igual a ella y por ltimo a la estatua de madera de un santo que al final no era tal estatua, ya que de repente ech a andar y empez a caminar hacia l, Bartleboom gritando algo que no llegaba a orse bien y que, sin embargo, despert la indignacin de todo el pblico, hasta el punto de obligarle a l, Bartleboom, a largarse a toda plisa, renunciando incluso a la sacrosanta contrapartida acordada con el director del circo, 128 dineros, para ser exactos. Se despert, y el nio todava estaba all. Sin embargo, se haba dado la vuelta y lo miraba. Es ms, le estaba hablando.Habis estado alguna vez en el Circo Bosendorf?Perdn?Os he preguntado si habis estado alguna vez en el Circo Bosendorf.Bartleboom se incorpor hasta quedar sentado sobre la cama.Qu es lo que sabes t del Circo Bosendorf?Nada. Slo que lo vi una vez, pas por aqu el ao pasado. Haba animales y todo. Haba tambin una mujer bala.Bartleboom se pregunt si no convena pedirle noticias de la ta Adelaide. Es verdad que haca aos que haba muerto, pero aquel nio pareca saber ms que el diablo. Al final prefiri limitarse a bajar de la cama y acercarse a la ventana.Te importa? Necesito que me d el fresco.El nio se desplaz un poco en el alfizar. Aire fro y viento del norte. Delante, hasta el infinito, el mar.Qu haces todo el rato subido aqu encima?Miro.No hay mucho que mirar.Bromeis?Bueno, est el mar, de acuerdo, pero el mar es siempre el mismo, no cambia, mar hasta el horizonte, con un poco de suerte, pasa un barco, no es que sea el no va ms.El nio se dio la vuelta hacia el mar, se volvi hacia Bartleboom, se dio la vuelta de nuevo hacia el mar, se volvi de nuevo hacia Bartleboom.Cunto tiempo os quedaris por aqu? le pregunt.No lo s. Unos das.El nio baj del alfizar, se dirigi a la puerta, se detuvo en el umbral, permaneci all unos instantes estudiando a Bartleboom.Sois simptico. Ojal cuando os marchis seis un poco menos imbcil.Creca en Bartleboom la curiosidad por saber quin haba educado a aquellos nios. Un fenmeno, evidentemente.De noche. Posada Almayer. Habitacin del primer piso, al fondo del pasillo. Escritorio, lmpara de petrleo, silencio. Una bata gris con Bartleboom dentro. Dos zapatillas grises con sus pies dentro. Hoja blanca sobre el escritorio, pluma y tintero. Bartleboom escribe. Escribe. Mi adorada:Ya he llegado al mar. Os ahorro las fatigas y miserias del viaje: lo que cuenta es que ahora estoy aqu. La posada es acogedora: sencilla pero acogedora. Est en la cima una pequea colina, justo delante de la playa. Por la noche se levanta la marea y el agua llega casi hasta debajo mi ventana. Es como estar en un barco. Os gustara.Yo jams he estado en un barco.Maana empezar mis estudios. El sitio me parece ideal. No se me oculta la dificultad de la empresa, pero vos sabis vos nicamente en el mundo lo decidido que estoy a llevar a cabo la obra que tuve la ambicin de concebir y emprender en un feliz da de hace doce aos. Me servira de consuelo imaginaros con salud y con alegra de espritu.En efecto, nunca lo haba pensado antes, pero la verdad es que jams he estado en un barco.En la soledad de este lugar apartado del mundo, me acompaa la certeza de que no queris, en la lejana, abandonar el recuerdo de quien os ama y siempre ser vuestroIsmael A. Ismael Bartleboom

Deja la pluma, dobla la hoja, la mete en un sobre. Se levanta, coge de su bal una caja de caoba, levanta la tapa, deja caer la carta en su interior, abierta y sin seas. En la caja hay centenares de sobres iguales. Abiertos y sin seas.Bartleboom tiene treinta y ocho aos. l cree que en alguna parte, por el mundo, encontrar algn da a una mujer que, desde siempre, es su mujer. De vez en cuando lamenta que el destino se obstine en hacerle esperar con obstinacin tan descorts, pero con el tiempo ha aprendido a pensar en el asunto con gran serenidad. Casi cada da, desde hace ya aos, toma la pluma y le escribe. No tiene nombre y no tiene seas para poner en los sobres, pero tiene una vida que contar. Y a quin sino a ella? l cree que cuando se encuentren ser hermoso depositar en su regazo una caja de caoba repleta de cartas y decirleTe esperaba.Ella abrir la caja y lentamente, cuando quiera, leer las cartas una a una y retrocediendo por un kilomtrico hilo de tinta azul recobrar los aos los das, los instantes que ese hombre, incluso antes de conocerla, ya le haba regalado. O tal vez, ms sencillamente, volcar la caja y, atnita ante aquella divertida nevada de cartas, sonreir dicindole a ese hombreT ests loco.Y lo amar para siempre.

4

Padre PlucheS, Barn.Mi hija cumplir maana quince aos.Hace ya ocho aos que la confi a vuestros cuidados.No la habis curado.No.Deber tomar esposo.Deber salir de este castillo, y ver mundo.Deber tener nios y En fin, que deber empezar a vivir de una vez por todas.Padre Pluche, mi hija tiene que curarse.S.Encontrad a alguien que sea capaz de curarla. Y traedlo aqu.El ms famoso doctor del Pas se llamaba Atterdel. Eran muchos los que le haban visto resucitar a los muertos, a gente que estaba con un pie en el otro barrio, en las ltimas de verdad, y l los haba repescado del infierno y devuelto a la vida, lo que a decir verdad era algo embarazoso, a veces hasta inoportuno, pero hay que comprender que se era su trabajo, y que nadie saba hacerlo como l, por lo que todos resucitaban a la salud de parientes y amigos todos, obligados a aplazar lgrimas y herencias para tiempos mejores, la prxima vez a lo mejor se lo piensan con ms calma y llaman a un doctor normal, uno de esos que los remata y ya est, no como ste, que los vuelve a poner en pie, slo porque es el ms famoso del Pas. Y el ms caro, encima.As que el padre Pluche pens en el doctor Atterdel. No es que creyera demasiado en los mdicos, eso no, pero para todo lo que tena que ver con Elisewin se haba obligado a pensar con la cabeza del barn, no con la suya. Y la cabeza del barn pensaba que donde fallaba Dios poda aparselas la ciencia. Dios haba fracasado. Ahora le tocaba a Atterdel.Lleg al castillo en un carruaje negro y reluciente, lo que result algo luctuoso pero tambin muy escenogrfico. Subi velozmente la escalinata y al llegar ante al padre Pluche, casi sin mirarlo, preguntSois vos el Barn?Ojal.Eso era tpico del padre Pluche. No era capaz de contenerse. No deca nunca lo que deba decir. Se le ocurra antes otra cosa. Un momento antes. Pero era ms que suficiente.Entonces sois el padre Pluche.Eso es.Sois quien me ha escrito.S.Pues tenis una extraa manera de escribir.En qu sentido?No hacia falta escribir todo en verso. Hubiera venido igual.Estis seguro de ello?Por ejemplo: aqu lo adecuado era decirDisculpadme, era un juego estpidoy en efecto esta frase lleg perfectamente acabada a la cabeza del padre Pluche, perfectamente lineal y limpia, pero con un instante de retraso, lo que bastaba para que le saliera una estpida rfaga de palabras que en cuanto aflor a la superficie del silencio cristaliz en el indiscutible resplandor de una pregunta completamente fuera de lugar.Estis seguro de ello?Atterdel levant la mirada hacia el padre Pluche. Era algo ms que una mirada. Era una visita mdica.Estoy seguro de ello.Eso es lo que tienen de bueno los hombres de ciencia: que estn seguros de todo.Dnde est esa muchacha?S Elisewin Es mi nombre. Elisewin.S, doctor.No, de verdad, no tengo miedo. Siempre hablo as. Es mi voz. El padre Pluche dice queGracias, seor.No s. Las cosas ms extraas. Pero no es miedo, exactamente miedo, es algo distinto, el miedo viene de fuera, eso lo he comprendido, t ests ah y se te viene encinta el miedo, ests t y est l, es as, est l y estoy yo tambin, y en cambio lo que me sucede a m es que de repente yo ya no estoy, slo queda l, que sin embargo no es miedo, yo no s lo que es, vos lo sabis?S, seorS. seorEn cierto modo es como sentirse morir. O desaparecer. Eso es: desaparecer. Parece como si tos ojos se te desprendieran de la cara y las manos se convirtieran en las manos de otro, y entonces t piensas qu me est sucediendo?, y mientras tamo el corazn te late dentro una barbaridad, no te deja en paz y por todas partes es como si algunos trozos de ti se te desprendieran, ya no los sientes, en resumen, que ests a punto de desvanecerte, y entonces yo me digo tienes que pensar en algo, tienes que mantenerte aferrada a un pensamiento, si consigo hacerme pequea en ese pensamiento despus todo pasar, slo hay que resistir, pero lo cierto es que, eso es de verdad el horror, lo cierto es ya no hay pensamientos, en ninguna parte en tu interior, ya no queda ni un pensamiento sino slo sensaciones, comprendis?, sensaciones y la ms grande es una fiebre infernal, es un hedor insoportable, un sabor a muerte aqu en la garganta, una fiebre y una dentellada, algo que muerde, un demonio que te muerde y te hace pedazos, unaDisculpad, seor.S, hay veces en las que es mucho ms sencillo, es decir, me siento desaparecer, es cierto, pero dulcemente, poco a poco, es la emocin, el padre Pluche dice que es la emocin, dice que no tengo nada que me defienda de la emocin y de esa forma es como si las cosas entraran directamente en mis ojos y en misEn mis ojos, s.No, no me acuerdo. Yo s que estoy mal, pero A veces hay cosas que no me asustan, quiero decir, no es siempre as, la otra noche hubo una tormenta terrible, rayo, viento pero yo estaba tranquila, de verdad, no tena ni miedo ni nada Pero luego basta un color, por ejemplo, o la forma de un objeto, o la cara de un hombre que pasa, eso es, las caras, las caras pueden llegar a ser tremendas, no es cierto?, hay algunas caras, de vez en cuando, tan verdaderas, me parece como si hieran a saltarme encima, son caras que gritan, comprendis lo que quiero decir?, te gritan encima, es horrible, no hay modo de defenderse, no hay modoEl amor?El padre Pluche me lee libros de vez en cuando. No me hacen dao. Mi padre no quisiera, pero en fin, que hay historias hasta emocionantes, comprendis?, con gente que mata, que muere, pero podra escuchar cualquier cosa si proviene de un libro, es extrao, soy capaz hasta de llorar y es algo muy dulce, no anda por el medio ese hedor a muerte, lloro, eso es todo, y el padre Pluche sigue leyendo, y es muy hermoso, pero todo esto mi padre no debe saberlo, l no lo sabe, y tal vez sea mejor queClaro que quiero a mi padre. Por qu?Las alfombras blancas?No lo s.A mi padre un da lo vi dormir. Entr en su habitacin y lo vi. A mi padre. Dorma completamente encogido, como los nios, de lado, con las piernas encogidas, y los puos cerrados, no lo olvidar jams, mi padre, el barn de Carewall. Dorma como duermen los nios. Lo comprendis vos? Cmo es posible no tener miedo si hasta, cmo hacer si inclusoNo lo s. Aqu no viene nunca nadieDe vez en cuando. Me doy cuenta, s. Hablan en voz baja, cuando estn conmigo, y parece como si se movieran an ms, ms lentamente, como si tuvieran miedo de romper algo. Pero no s siNo, no es difcil, es distinto, no s, es como estarEl padre Pluche dice que yo en realidad tendra que haber sido una mariposa nocturna, pero luego hubo un error, y as llegu hasta aqu, pero no era exactamente aqu donde tenan que depositarme, de modo que ahora es todo un poco ms difcil, es normal que todo me haga dao, he de tener mucha paciencia y esperar, es muy complicado, obviamente, transformar una mariposa en mujerDe acuerdo, seor.Pero es una especie de juego, no es una cosa exactamente de verdad, aunque tampoco exactamente falsa, si vos conocierais al padre PlucheNaturalmente, seor.Una enfermedad?SNo, no tengo miedo. De eso no tengo miedo, de verdad.Lo har.S.S.Entonces, adis.SeorSeor, disculpadSeor, lo que quiero decir es que yo s que estoy mal y que no soy capaz ni siquiera de salir de aqu de vez en cuando, y que incluso correr es para m una cosa demasiadoLo que quiero decir es que yo la vida la deseo, hara cualquier cosa para poder tenerla, toda la que haya, tanta hasta enloquecer, no Importa, puedo incluso enloquecer, pero esa vida no quiero perdrmela, yo la deseo, de verdad, aunque me hiciera un dao insoportable lo que deseo es vivir. Lo conseguir, verdad?Verdad que lo conseguir?Puesto que la ciencia es extraa, un animal extrao, que busca su madriguera en los sitios ms absurdos, y trabaja siguiendo meticulosos planes que desde fuera slo pueden ser considerados inescrutables e incluso, en ocasiones, cmicos, pues no parecen ms que un vacuo vagabundeo y, en cambio, son geomtricas sendas de caza, trampas repartidas con sapiencial arte, estratgicas batallas frente a las cuales uno queda estupefacto, un poco como le sucedi al barn de Carewall cuando aquel doctor vestido de negro al final le habl, mirndolo a los ojos, con fra seguridad, pero tambin, se dira, con un velo de ternura, algo totalmente absurdo, conociendo a los hombres de ciencia y al doctor Atterdel en particular, pero no del todo incomprensible slo con que furamos capaces de penetrar en La cabeza del propio doctor Atterdel y en especial en sus ojos, donde la imagen de aquel hombre enorme y fuerte nada menos que el barn de Carewall en persona se deslizaba continuamente hacia la imagen de un hombre acurrucado en su cama, durmiendo all como un nio, el gran y poderoso barn y el pequeo nio, uno dentro del otro, hasta que no era posible distinguirlos, era para acabar conmovidos, incluso siendo autnticos hombres de ciencia, como lo era, indiscutiblemente, el doctor Atterdel en el instante en que con fra seguridad y sin embargo con un velo de ternura mir a los ojos al barn de Carewall y le dijo Yo puedo salvar a vuestra hija l puede salvar a mi hija pero no ser sencillo y en cierto modo ser tambin terriblemente arriesgado arriesgado? es un experimento, no sabemos todava con certeza qu efectos puede tener, creemos que puede servir en casos como ste, lo hemos visto muchas veces, pero nadie puede decir con certeza que he aqu la geomtrica trampa de la ciencia, las inescrutables sendas de la caza, la partida que aquel hombre vestido de negro jugar contra la enfermedad escurridiza e inasible de una muchacha demasiado frgil para vivir y demasiado viva para morir, enfermedad fantstica a la que no falta sin embargo un enemigo, y es desmesurado, una medicina arriesgada pero fulgurante, completamente absurda, pensndolo bien, tanto que hasta el hombre de ciencia baja la voz en el preciso instante en que ante los ojos inmviles del barn pronuncia el nombre, nada ms que una palabra, pero es lo que salvar a su hija, o la matar, pero con mayor probabilidad la salvar, una palabra sola, infinita, sin embargo, a su manera, hasta mgica, intolerablemente simple.El mar?Permanecen inmviles los ojos del barn de Carewall. Hasta donde acaban sus tierras no hay en aquel instante estupor ms cristalino que el que se balancea en equilibrio sobre su corazn.Vos salvaris a mi hija con el mar?

5

Solo, en medio de la playa, Bartleboom miraba. Descalzo, con los pantalones remangados para no mojarlos, un enorme cuaderno bajo el brazo y un gorro de lana en la cabeza. Ligeramente inclinado hacia adelante, miraba: por el suelo. Estudiaba el punto exacto en el que la ola, despus de haber roto una decena de metros ms atrs, se extenda convertida en lago, y espejo y mancha de aceite subiendo por la delicada pendiente de la playa y al final se detena el borde extremo pespunteado por un delicado perlage para vacilar un momento y al fin, derrotada, intentar una elegante retirada dejndose caer hacia atrs, por el camino de un regreso aparentemente fcil, pero en realidad presa destinada a la esponjosa avidez de aquella arena que, hasta entonces indolente, despertaba de improviso y la breve carrera del agua que rompa se evaporaba en la nada.Bartleboom miraba.En el crculo imperfecto de su universo ptico, la perfeccin de aquel movimiento oscilatorio formulaba promesas que la irrepetible unicidad de cada ola en s condenaba a no ser mantenidas. No haba manera de detener aquella continua alternancia de creacin y destruccin. Sus ojos buscaban la verdad descriptible y reglamentada de una imagen segura y completa; y acababan, por el contrario, corriendo detrs de la mvil indeterminacin de aquel ir y venir que a cualquier mirada cientfica adormeca y burlaba.Resultaba molesto. Era necesario hacer algo. Bartleboom detuvo los ojos. Los fij delante de los pies, encuadrando un trozo de playa mudo e inmvil. Y decidi esperar. Tena que dejar de correr detrs de aquel columpio agotador. Si Mahoma no va a la montaa, etctera, etctera, pens. Antes o despus entrara en el marco de aquella mirada que l supona memorable en su cientfica frialdad el perfil exacto, pespunteado de espuma, de la ola que esperaba. Y all se quedara fijada, como una huella, en su mente. Y l la entendera. se era el plan. Con total abnegacin, Bartleboom se sumergi en una inmovilidad sin sentimientos, transformndose, por as decirlo, en neutral e infalible instrumento ptico. Casi no respiraba. Sobre el crculo fijo recortado por su mirada cay un silencio irreal, de laboratorio. Era como una trampa, imperturbable y paciente. Esperaba a su presa. Y la presa lentamente lleg. Dos zapatos de mujer. De suela gruesa, pero de mujer.Vos debis de ser Bartleboom.Bartleboom, la verdad, esperaba una ola. O algo parecido. Levant los ojos y vio a una mujer, encerrada en un elegante chal violeta.Bartleboom, s, profesor Ismael Bartleboom.Habis perdido algo?Bartleboom se dio cuenta de que haba permanecido inclinado hacia adelante, todava rgido en el cientfico perfil del instrumento ptico en el que se haba transmutado. Se enderez con toda la naturalidad de la que fue capaz. Poqusima.No. Estoy trabajando.Trabajando?S, estoy haciendo, estoy haciendo unas investigaciones, sabis?, unas investigacionesAh.Investigaciones cientficas, quiero decirCientficas.S.Silencio. La mujer se cie el chal violetaConchas, lquenes, cosas as?No, olas.Eso dijo: olas.O sea, fijaos ah, donde llega el agua, sube por la playa, luego se detiene, eso es, precisamente ese punto, donde se detiene, dura apenas un instante, mirad, eso es, por ejemplo, all, como veis, apenas dura un instante, despus desaparece, pero si se consiguiera detener ese instante, cuando el agua se detiene, precisamente ese punto, esa curva, es eso lo que estudio. Donde se detiene el agua.Y qu es lo que hay que estudiar?Bueno, es un punto importante, a veces no se le presta atencin, pero pensndolo bien ah sucede algo extraordinario, algo extraordinario.De verdad?Bartleboom se acerc ligeramente a la mujer. Se hubiera dicho que tena un secreto que decir cuando dijoAh acaba el mar.El mar inmenso, el ocano mar, que corre infinita ms all de toda mirada, el desmesurado mar omnipotente hay un sitio donde acaba, y un instante, el inmenso mar, un lugar pequesimo y un instante de nada. Eso es lo que quera decir Bartleboom.La mujer dej que su mirada recorriera el agua que se deslizaba indiferente, adelante y atrs, por la arena. Cuando levant los ojos hacia Bartleboom eran ojos que sonrean.Me llamo Ann Deveri.Encantado.Yo tambin estoy en la posada Almayer.sa es una esplndida noticia.Soplaba, como siempre, viento del norte. Los dos zapatos de mujer cruzaron lo que haba sido el laboratorio de Bartleboom y se alejaron algunos pasos. Despus se detuvieron. La mujer se dio la vuelta.Tomaris un t conmigo, verdad?, esta tarde.Ciertas cosas Bartleboom las haba visto slo en el teatro. Y en el teatro siempre respondan:Ser un placer.Una enciclopedia de los lmites?S, el titulo completo es Enciclopedia de los lmites verificables en la naturaleza con un apndice dedicado a los lmites de las facultades humanas.Y vos la estis escribiendoS.Vos solo.S.Leche?Bartleboom tomaba siempre el t con limn.S, gracias, leche.Una nube.AzcarCucharilla.Cucharilla que da vueltas en la taza.Cucharilla que se detiene.Cucharilla en el platito.Ann Deveri, sentada enfrente, escuchando.La naturaleza posee una perfeccin propia sorprendente, que es el resultado de una suma de lmites. La naturaleza es perfecta porque no es infinita. Si uno comprende los lmites, comprende cmo funciona el mecanismo. Todo consiste en comprender los lmites. Cojamos los ros, por ejemplo. Un ro puede ser muy largo, largusimo, pero no puede ser infinito. Para que el sistema funcione, debe acabar. Y yo estudio lo largo que puede llegar a ser antes de acabar. 864 kilmetros. Es una de las voces que ya he escrito: Ros. Me ha llevado una buena cantidad de tiempo, como comprenderis.Ann Deveri lo comprenda.Otro ejemplo, la hoja de un rbol, si la miris con atencin, es un universo complicadsimo, pero finito. La hoja ms grande se puede encontrar en China: un metro y 22 centmetros de ancho, el doble ms o menos de largo. Enorme, pero no infinita. Y hay una lgica precisa en ello: una hoja ms grande slo podra crecer en un rbol inmenso, y en cambio el rbol ms alto, que crece en Amrica, no supera los 86 metros, una altura considerable, sin duda, pero del todo insuficiente para sostener un nmero, aunque sea limitado, porque naturalmente tendra que ser limitado, de hojas ms grandes que las que se encuentran en China. Veis la lgica?Ann Deveri la vea.Son estudios fatigosos, y tambin difciles, no puede negarse, pero es importante comprender. Describir. La ltima voz que he escrito ha sido Crepsculos. Sabis?, es genial eso de que los das acaben. Es un sistema genial. Los das y despus las noches. Y de nuevo los das. Parece banal, pero detrs hay talento. Y ah donde la naturaleza decide colocar sus propios lmites, estalla el espectculo. Los crepsculos. Los he estudiado durante semanas. No es fcil comprender un crepsculo. Posee sus tiempos, sus medidas, sus colores. Y puesto que no hay un crepsculo, ni uno, insisto, que sea idntico a otro, el cientfico debe saber discernir entonces los detalles y aislar la esencia hasta poder decir esto es un crepsculo, el crepsculo. Os aburro?Ann Deveri no se aburra. Es decir: no ms de lo habitual.De este modo he llegado al mar. El mar. l tambin acaba, como todo lo dems, pero veris, aqu tambin ocurre en parte como con los crepsculos, lo difcil es aislar la idea, o sea, resumir kilmetros y kilmetros de acantilados, orillas, playas, en una nica imagen, en un concepto que sea el final del mar, algo que se pueda escribir en pocas lneas, que pueda estar en una enciclopedia, para que despus la gente, al leerla, pueda comprender que el mar acaba, y cmo, independientemente de todo lo que pueda suceder a su alrededor, independientemente deBartleboomS?Preguntadme por qu estoy aqu. Yo.Silencio. Desazn.No os lo he preguntado, verdad?Preguntdmelo ahora.Por qu estis aqu, madame Deveri?Para curarme.Nueva desazn, nuevo silencio. Bartleboom coge la taza, se la lleva a los labios. Vaca. Como si no hubiera dicho nada. Vuelve a dejarla.Curaros de qu?Es una enfermedad extraa. Adulterio.Perdn?Adulterio, Bartleboom. Enga a mi marido. Y mi marido cree que el clima del mar aplacar las pasiones, y la vista del mar estimular el sentido tico, y la soledad del mar me inducir a olvidar a mi amante.De verdad?De verdad qu?De verdad habis engaado a vuestro marido?S.Suspendida sobre la ltima comisa del mundo, a un paso del fin del mar, la posada Almayer dejaba que la oscuridad, una noche ms, enmudeciera poco a poco los colores de sus muros, y de la tierra toda y del ocano entero. Pareca all, tan solitaria como olvidada. Casi como si una procesin de posadas, de todo tipo, hubiera pasado un da por all, bordeando el mar, y de entre todas se hubiera separado una, por cansancio, y, dejando que pasaran a su lado las compaeras de viaje, hubiera decidido pararse sobre aquel barrunto de colina, rindindose a su propia debilidad, reclinando la cabeza y esperando el final. As era la posada Almayer. Tena esa belleza de la que slo los vencidos son capaces. Y la limpidez de las cosas dbiles. Y la soledad, perfecta, de lo que se ha perdido. Plasson, el pintor, haca poco que haba vuelto, empapado, con sus telas y sus colores, sentado en la proa de la barquilla impulsada, a golpe de remos, por un chiquillo pelirrojo.Gracias, Dol. Hasta maana.Buenas noches, seor Plasson.Cmo era posible que Plasson no hubiera muerto todava de una pulmona, resultaba un misterio. No se puede estar horas y horas expuesto al viento del norte, con los pies en remojo y la marea subindole por los pantalones, sin, antes o despus, morir.Antes tiene que acabar su cuadro haba sentenciado Dira.No lo acabar nunca deca madame Deveri.Entonces no morir nunca.En la habitacin nmero 3, en el primer piso, una lmpara de petrleo iluminaba con dulzura haciendo que el secreto rezumara alrededor, en la noche la bella devocin del profesor Ismael Bartleboom. Mi adorada:Dios sabe cunto echo en falta, en esta hora melanclica, el consuelo de vuestra presencia y el alivio de vuestras sonrisas. El trabajo me cansa y el mar se rebela a mis obstinados intentos por comprenderlo. No me haba imaginado lo difcil que poda ser estar delante de l. Y vago, dando vueltas con mis instrumentos y mis cuadernos, sin hallar el principio de lo que busco, la entrada a una respuesta cualquiera. Dnde empieza el final del mar? O ms an: a qu nos referimos cuando decimos mar? Nos referimos al inmenso monstruo capaz de devorar cualquier cosa o esa ola que espuma en tomo a nuestros pies? Al agua que te cabe en el cuenco de la mano o al abismo que nadie puede ver? Lo decimos todo con una sola palabra o con una sola palabra lo ocultamos todo? Estoy aqu, a un paso del mar, y ni siquiera soy capaz de comprender dnde est l El mar. El mar.Hoy he conocido a una mujer bellsima. Pero no debis estar celosa. Yo vivo slo para vos.Ismael A. Ismael Bartleboom

Bartleboom escriba con serena facilidad, sin detenerse nunca y con una lentitud que nada habra podido turbar. Le gustaba pensar que, de esa misma manera, ella habra de acariciarlo algn da.En la penumbra, con sus largos dedos delgados que haban hecho enloquecer a ms de un hombre, Ann Deveri acariciaba las cuentas de su collar rosario del deseo en el gesto inconsciente con el que acostumbraba entretener su propia tristeza. Miraba cmo agonizaba la llamita de la lmpara, escrutando de vez en cuando, en el espejo, su propio rostro redibujado por el jadeo de aquellos pequeos resplandores desesperados. Se apoy en aquellas ltimas rfagas de luz para acercarse a la cama donde, bajo las sbanas, una nia dorma ignorante de cualquier otro lugar, y bellsima. Ann Deveri la mir pero con una mirada para la que mirar es ya una palabra demasiado fuerte mirada maravillosa que en ver sin preguntarse nada, ver y basta algo as como dos cosas que se tocan los ojos y la imagen una mirada que no toma sino que recibe, en el silencio ms absoluto de la mente, la nica mirada que de verdad podra salvamos virgen de cualquier pregunta, an no desfigurada por el vicio del saber nica inocencia que podra prevenir las heridas de las cosas cuando desde fuera penetran en el crculo de nuestro sentir ver sentir porque no sera ms que un maravilloso estar delante, nosotros y las cosas, y en los ojos recibir el mundo entero recibir sin preguntas, incluso sin asombro recibir slo recibir en los ojos el mundo. As, solamente, saben ver los ojos de las vrgenes, bajo las arqueras de las iglesias, al ngel descendido de los cielos de oro, en la hora de la Anunciacin.Oscuridad. Ann Deveri se abraza al cuerpo sin ropa de la nia, en el secreto de su cama, redonda con sbanas ligeras como nubes. Sus dedos se deslizan sobre esa piel increble, y los labios buscan en los pliegues ms ocultos el tibio sabor del sueo. Ann Deveri se mueve lentamente. Una danza ralentizada que poco a poco disuelve algo en la cabeza y entre las piernas y por todas panes. No hay baile ms preciso que se para dar vueltas con el sueo, sobre el parqu de la noche.La ltima luz, en la ltima ventana, se apaga. Slo la imparable mquina del mar contina extirpando el silencio con el cclico estallido de olas nocturnas, lejanos recordatorios de tempestades sonmbulas y naufragios de sueo. Noche sobre la posada Almayer.Inmvil noche.Bartleboom se despert cansado y de mal humor. Durante horas, en sueos, haba negociado la adquisicin de la catedral de Chartres con un cardenal italiano, obteniendo al final un monasterio en las cercanas de Ass al precio, excesivo, de diecisis mil coronas ms una noche con Dorothea, su prima, y un cuarto de la posada Almayer. Las negociaciones, encima, se haban celebrado a bordo de un bajel peligrosamente expuesto a las corrientes, y al mando de un caballero que deca ser el marido de madame Deveri y, riendo riendo, admita no entender absolutamente nada del mar. Se despert totalmente exhausto. No se sorprendi de ver, a horcajadas sobre el alfizar, al nio de siempre que, inmvil, miraba el mar. Pero qued desconcertado al orle decir, sin siquiera darse la vuelta:Yo. a se, le hubiera tirado el monasterio a la cara.Bartleboom baj de la cama y, sin decir una sola palabra, cogi al nio de un brazo, bajndolo del alfizar y arrastrndolo despus fuera de la puerta y, por ltimo, escaleras abajo, gritandoSeorita Dira!mientras rodaba por los escalones y llegaba por fin al piso de abajo dondeSEORITA DIRA!al final encontr lo que buscaba, es decir, la recepcin si se la puede llamar as y en resumidas cuentas lleg, teniendo bien sujeto al nio, ante la presencia de la seorita Dira diez aos, ni uno ms, donde se detuvo, por fin, con fiero ademn, slo parcialmente atenuado por la humana debilidad de un camisn amarillo, y algo ms seriamente boicoteado por la combinacin del mismo con un gorro de dormir de lana, de punto ancho.Dira levant los ojos de sus cuentas. Los dos Bartleboom y el nio permanecan en posicin de firmes frente a ella. Hablaron uno despus del otro, como si lo hubieran ensayado.Este nio lee en los sueos.Este hombre habla en sueos.Dira volvi a concentrarse en sus cuentas. Ni siquiera levant la voz.Largaos.Se largaron.

6

Porque el barn de Carewall jams haba visto el mar. Sus tierras eran de tierra: y de piedras, colinas, pantanos, campos, despeaderos, montaas, bosques, descampados. Tierra. Mar no haba.El mar era para l una idea. O, con mayor propiedad, un recorrido de la imaginacin. Era algo que naca en el Mar Rojo partido en dos por manos divinas, se multiplicaba en el pensamiento del diluvio universal, all se perda para reaparecer despus en el perfil abombado de un arca e inmediatamente se una con la idea de las ballenas jams vistas pero a menudo imaginadas, y de all volva a fluir, de nuevo con bastante claridad, en las pocas historias que haban llegado hasta l de peces monstruosos y dragones y ciudades submarinas, en una acumulacin de esplendor fantstico que bruscamente se contraa en los rasgos speros del rostro de un antepasado suyo enmarcado y perenne en la galera adecuada que, segn se deca, haba sido aventurero junto a Vasco de Gama: en sus ojos sutilmente malvados, la idea del mar se adentraba por un camino siniestro, rebotaba sobre algunas inciertas crnicas de hiperblicos corsarios, se enredaba en una cita de San Agustn que conceba el ocano como la casa del demonio, volva tras un nombre Thessala que tal vez fuera un barco naufragado, tal vez un ama de cra que contaba historias de navos y de guerras, rozaba el olor de ciertas telas llegadas hasta all desde pases lejanos, y por ltimo volva a salir a la luz en los ojos de una mujer de ultramar, a la que habla conocido muchos aos antes y a la que nunca jams haba vuelto a ver, para acabar detenindose, al trmino de semejante periplo de la mente, en el perfume de un fruto que, segn le haban dicho, creca solamente a orilla del mar, en los pases del sur; y al comerlo uno perciba el sabor del sol. Puesto que el barn de Carewall jams lo haba visto, el mar viajaba, en su mente, como un polizn a bordo de un velero detenido en un puerto con las velas arriadas, inofensivo y superfluo.Habra podido reposar all para siempre, Pero vinieron a sacarlo del nido, en un instante, las palabras de un hombre vestido de negro cuyo nombre era Atterdel, el veredicto de un implacable hombre de ciencia llamado a obrar un milagro.Yo salvar a vuestra hija. Y lo har con el mar.Dentro del mar. Era para no creerlo, el apestado y ptrido mar, receptculo de los horrores, y antropfago monstruo abisal antiguo y pagano, desde siempre temido y ahora, de repentete invitan como a un paseo, te ordenan, porque es una cura, te empujan con implacable cortesadentro del mar. Es la cura de moda hoy en da. Un mar preferiblemente fro y fuertemente salino y agitado, ya que la ola forma parte integrante de la cura, por lo que de temible lleva consigo, tcnicamente para superar y moralmente para dominar, en un desafo temible, pensndolo bien, temible. Todo con la certeza digamos que con la conviccin de que el gran regazo marino puede quebrar el envoltorio de la enfermedad, reactivar los canales de la vida, multiplicar la redentora secrecin de las glndulas centrales y perifricas.linimento ideal para hidrfobos, melanclicos, impotentes, anmicos, solitarios, malvados, envidiososy locos. Como el loco que llevaron a Brixton, bajo la mirada impermeable de doctores y cientficos, y que fue sumergido a la fuerza en el agua helada, sacudida por las olas, y despus sacado de all y, una vez medidas las reacciones y contrarreacciones, vuelto a sumergir, a la fuerza, que quede claro,ocho grados centgrados, la cabeza bajo el agua, l que emerge como un aullido y la fuerza de animal con la que se libera de enfermeros y auxiliares varios, todos expertos nadadores, lo cual no sirve de nada contra el ciego furor del animal que escapa escapa corriendo por el agua, desnudo y gritando el furor de ese castigo mortfero, la vergenza, el terror. Toda la playa helada por la turbacin, mientras ese animal corre y corre, y las mujeres, a lo lejos, apartan la mirada, aunque naturalmente querran mirar, pues claro que querran mirar, la bestia y su carrera, y, digmoslo, su desnudez, precisamente eso, la inconexa desnudez que va a tientas por el mar, hermosa incluso bajo aquella luz gris, de una belleza que perfora aos de santa educacin y colegios y rubores y va derecha por donde debe ir, recorriendo los nervios de tmidas mujeres que en el secreto de faldas enormes y cndidaslas mujeres. El mar pareca, de repente, haber estado esperndolas desde siempre. De creer a los mdicos, permaneca all, desde haca milenios, perfeccionndose pacientemente, con el nico y preciso fin de ofrecerse como ungento milagroso que ofrecer a sus padecimientos, del alma y del cuerpo. As como iban repitiendo en salones impecables a maridos y padres impecables, los impecables doctores, saboreando t y midiendo las palabras para explicar, con paradjica cortesa, que el asco del mar, y el shock, y el terror, eran, en verdad, serfica cura para esterilidades, anorexias, desfallecimientos nerviosos, menopausias, sobreexcitaciones, desasosiegos, insomnios. Ideal experiencia para sanar las turbaciones de la juventud y preparar para las fatigas de los deberes mujeriles. Solemne bautismo inaugural de jovencitas transformadas en mujeres. De modo que procurando olvidar por unos instantes al loco en el mar de Brixton(el loco sigui corriendo, pero hacia el horizonte, hasta que dej de vrsele, hallazgo cientfico que huy de las estadsticas de la academia mdica y se entreg espontneamente al vientre del ocano mar)procurando olvidarlo(digerido por el gran intestino acutico y jams devuelto a la playa, jams vomitado al mundo, como habra podido esperarse, reducido a odre informe y lvido)se podra pensar en una mujer en una mujer respetada, amada, madre, mujer. Por una razn cualquiera enfermedad llevada a un mar que en caso contrario nunca habra visto y que ahora es la clave de su curacin, clave inmensa, en verdad, que ella mira y no comprende. Lleva el pelo suelto y est descalza, y esto no es que carezca de importancia, es absurdo, junto con esa pequea tnica blanca y los pantalones que dejan al descubierto los tobillos, se le podran adivinar las caderas sutiles, es absurdo, solamente su habitacin de mujer la ha visto as, y sin embargo as est en una playa enorme, donde no se estanca el aire pegajoso de un tlamo nupcial sino que sopla el viento del mar trayendo el edicto de una salvaje libertad reprimida, olvidada, oprimida, envilecida por toda una vida de madre esposa amada mujer. Y est claro: no puede no sentirlo. Ese vaco alrededor, sin paredes ni puertas cerradas, y solo, delante, un interminable espejo excitante de agua, solo con eso habra para una fiesta de los sentidos, una orga de nervios, y an debe suceder todo, la dentellada del agua glida, el miedo, el abrazo lquido del mar, la sacudida sobre la piel, el corazn en la gargantaLa acompaan hacia el agua. Por el rostro le baja, sublime ocultacin, una mscara de seda.Por lo dems, el cadver del loco de Brixton no acudi nadie a reclamarlo. Eso hay que decirlo. Los mdicos estaban experimentando, eso hay que entenderlo. Paseaban parejas increbles, el enfermo y su mdico, enfermos difanos, elegantsimos, devorados por el morbo de una lentitud divina, y mdicos como ratones en una bodega, buscando indicios, pruebas, nmeros y cifras: espiando los movimientos de la enfermedad en su descarriada fuga de la emboscada de una cura paradjica. Se beban el agua del mar, se haba llegado a eso, el agua que hasta ayer era horror y repugnancia, y privilegio de una humanidad desvalida y brbara, de la piel quemada por el sol, envilecedora inmundicia. Se la tomaban a sorbos ahora, esos mismos divinos invalides que caminaban por la ribera arrastrando imperceptiblemente una pierna, en la simulacin extraordinaria de una cojera noble que los sustrajera al ordinario dictado de poner un pie delante del otro. Todo era cura, Haba quien encontraba mujer, otros escriban poesas, era el mundo de siempre repugnante, pensndolo bien que de repente se haba transferido, con una finalidad exclusivamente mdica, al borde de un abismo aborrecido durante siglos y elegido ahora, por eleccin y por ciencia, como promenade del dolor.Bao de olas, lo llamaban los mdicos. Haba incluso un artefacto, en serio, una especie de litera patentada para entrar en el mar, serva para las seoras, obviamente, seoras y seoritas, para resguardarlas de miradas indiscretas. Ellas suban a la litera, cerrada por todos lados con cortinas de colores desvados colores que no gritaran, por as decirlo y despus las adentraban en el mar unos metros, y all, con la litera a ras del agua, ellas bajaban y tomaban los baos, como una medicina, casi invisibles tras sus cortinas, cortinas al viento, literas como tabernculos flotantes, cortinas como paramentos de una ceremonia inexplicablemente extraviada en el agua, todo un espectculo, si se contemplaba desde la playa. El bao de olas.Slo la ciencia puede ciertas cosas, esa es la verdad. Barrer siglos de asco el terrible mar, regazo de corrupcin y de muerte e inventar aquel idilio que poco a poco se iba difundiendo por todas las playas delmundo. Curaciones comoamores. Y adems esto: un da, en la playa de Depper, las olas trajeron a la orilla una pequea barca, un residuo, apenas un pecio, Y all estaban ellos, los seducidos por la enfermedad, esparcidos por la kilomtrica orilla, consumando cada uno su cpula marina, bordados elegantes sobre la arena hasta donde alcanza la vista, cada uno en su burbuja de emocin, lascivia y miedo. A la salud de la ciencia que all los haba convocado, todos bajaron de su cielo a paso lento hacia aquel pecio que se resista a encallar en la arena, como un mensajero temeroso de llegar. Se acercaron. Lo arrastraron hasta la orilla, Y vieron. Recostado sobre el fondo de la barca, con la mirada dirigida hacia lo alto y un brazo extendido hacia adelante, ofreciendo algo que ya no estaba. Lo vieron:un santo. De madera era la estatua. Pintada. El manto descenda hasta los pies, una herida cortaba la garganta, pero el rostro, aquel rostro, nada saba de todo ello y reposaba, apacible, sobre una divina serenidad. Nada ms en la barca: slo el santo. Slo. Y todos, instintivamente, levantaron los ojos, por un instante, para buscar sobre la superficie del ocano el perfil de una iglesia, comprensible idea pero tambin irrazonable idea, no haba iglesias, no haba cruces, no haba senderos, el mar no tiene caminos, el mar no tiene explicaciones.Las miradas de decenas de invalides, y mujeres consumidas, bellsimas, lejanas, mdicos como ratones, ayudantes y lacayos, viejos mirones, curiosos, pescadores, muchachas y un santo. Extraviados, todos ellos y l. En vilo.En la playa de Depper, un da.Nadie lo entendi jams.Jams.La llevaris a Daschenbach, es una playa ideal para los baos de olas. Tres das. Una inmersin por la maana y una por la tarde. Preguntad por el doctor Teverner, os proporcionar todo lo necesario. sta es una carta de presentacin para l. Tomad.El barn cogi la carta y ni siquiera la mir.Morir dijo.Es posible. Pero muy improbable.Slo los grandes doctores saben ser tan cnicamente exactos. Atterdel era el ms grande.Vamos a ver, Barn: vos podis tener a esa muchacha aqu dentro durante aos, paseando sobre alfombras blancas y durmiendo entre hombres que vuelan. Hasta que un da una emocin que no consigis prever se la lleve consigo. Amn. O bien aceptis el riesgo, segus mis prescripciones y confiis en Dios. El mar os restituir a vuestra hija. Muerta, tal vez. Pero si est viva, estar viva de verdad.Cnicamente exacto.El barn permaneca inmvil, con la carta en la mano, a medio camino entre l y el mdico de negroVos no tenis hijos.Eso es un hecho que carece de importancia.Sea como sea, no los tenis.Mir la carta y lentamente la dej sobre la mesa.Elisewin se quedar aqu.Un instante de silencio, pero slo un instante.Ni lo sois.se era el padre Pluche. En realidad la frase que haba partido de su cerebro era ms compleja y se acercaba ms bien a algo como: Quizs lo ms conveniente sera aplazar cualquier decisin hasta haber reflexionado serenamente sobre lo que: algo as. Pero Ni lo sois era claramente una proposicin ms gil y veloz, y no le cost excesivo esfuerzo deslizarse entre la trama de la otra y aflorar a la superficie del silencio como una boa imprevista e imprevisible.Ni lo sois.Era la primera vez en diecisis aos que el padre Pluche osaba contradecir al barn en una cuestin relativa a la vida de Elisewin. Sinti una extraa ebriedad: como si se acabara de tirar por una ventana. Era un hombre de un cierto espritu prctico: ya que estaba all, en el aire, decidi intentar volar.Elisewin ir hasta el mar. Yo la llevar, Y si es necesario, nos quedaremos all meses, aos, hasta que encuentre fuerzas para afrontar el agua y todo lo dems. Y al final volver, viva. Cualquier otra decisin sera una idiotez, o peor, una cobarda. Y si Elisewin tiene miedo, no debemos tenerlo nosotros, y no lo tendr yo. A ella no le importa en absoluto morir. Es vivir lo que quiere. Y lo que quiere, lo tendr.Era increble como hablaba el padre Pluche. Pareca imposible que fuera l.Vos, doctor Atterdel, no entendis nada de hombres ni de padres e hijos, nada. Y por eso mismo os creo. La verdad es siempre inhumana. Como vos. S que no os equivocis. Siento pena por vos, pero vuestras palabras las admiro. Y yo, que no he visto nunca el mar, hasta el mar me ir, porque me lo han dicho vuestras palabras. Es la cosa ms absurda, ridcula e insensata que poda sucederme. Pero no hay hombre, en todas las tierras de Carewall, que pueda impedirme hacerla. Nadie.Recogi la carta de la mesa y se la meti en el bolsillo. Senta que el corazn le lata dentro como loco, que las manos le temblaban y un extrao zumbido en los odos. No hay de qu extraarse, pens: no todos los das consigue uno volar.Poda suceder cualquier cosa en aquel instante. La verdad es que hay momentos en los que la omnipresente y lgica red de las secuencias causales se rinde, cogida por sorpresa por la vida, y baja al patio de butacas, mezclndose con el pblico, para dejar que en el escenario, bajo las luces de una libertad vertiginosa y repentina, una mano invisible pesque en el infinito regazo de lo posible y, entre millones de cosas, slo permita que ocurra una. En el tringulo silencioso de aquellos tres hombres, pasaron todos los millones de cosas que hubieran podido estallar, en procesin pero como un relmpago, hasta que, tras aclararse el resplandor y la polvareda, una sola, diminuta, apareci, en el crculo de aquel tiempo y de aquel espacio, esforzndose con cierto pudor por suceder. Y sucedi. Que el barn el barn de Carewall empez a llorar, sin esconder siquiera el rostro entre las manos, sino dejndose caer simplemente contra el respaldo de su suntuoso asiento, como vencido por el cansancio, pero tambin como liberado de un peso enorme Como un hombre acabado, pero tambin como un hombre salvado.El barn de Carewall lloraba.Sus lgrimas.El padre Pluche, inmvil.El doctor Atterdel, sin palabras.Y nada ms.Todas estas cosas nadie las supo nunca en Las tierras de Carewall. Pero todos sin excepcin siguen an contando lo que sucedi despus. La dulzura de lo que sucedi despus.ElisewinUna cura milagrosaEl marEs una locuraSe curar, ya vers.Morir.El marEl mar vio el barn en los dibujos de los gegrafos estaba lejos. Pero sobre todo vio en sus sueos era terrible, exageradamente hermoso, terriblemente fuerte inhumano y enemigo maravilloso. Y adems tena colores distintos, olores jams sentidos, sonidos desconocidos era el otro mundo. Miraba a Elisewin y no consegua imaginar cmo podra acercarse a todo aquello sin desaparecer, en la nada, disuelta en el aire por la turbacin, y por la sorpresa. Pensaba en el instante en que habra de volverse, de repente, para recibir en los ojos el mar. Pens en ello durante semanas. Y despus lo comprendi. No haba sido difcil, en el fondo. Era increble no haber pensado en ello antes.Cmo llegaremos al mar? le pregunt el padre Pluche.Ser l quien venga a recogeros.As partieron, una maana de abril, atravesaron campos y colinas y al atardecer del quinto da llegaron hasta las orillas de un ro. No haba ni un pueblo, no haba casas, nada. Pero sobre el agua se balanceaba, silencioso, un pequeo navo. Se llamaba Adel. Navegaba, por lo general, en las aguas del ocano, llevando riquezas y miserias, de ida y de vuelta, entre el continente y las islas, A proa llevaba un mascarn con cabellos que le resbalaban hasta los pies. Las velas tenan en su interior todos Ios vientos del mundo lejano. La quilla haba escrutado, durante aos, el vientre del mar. En cada rincn, olores desconocidos relataban historias que las caras de los marineros llevaban transcritas sobre la piel. Tena dos mstiles. El barn de Carewall quiso que remontase, desde el mar, el curso del ro hasta all.Es una locura le haba escrito el capitn.Os cubrir de oro haba contestado el barn.Y ahora, como un fantasma escapado de cualquier ruta razonable, el navo de dos mstiles llamado Adel estaba all. Sobre el pequeo muelle, en el que por lo general amarraban pequeas embarcaciones, el barn se abraz a su hija y le dijoAdis.Elisewin permaneci callada. Se cubri el rostro con un velo de seda, desliz en las manos del padre un papel, doblado y sellado, se dio la vuelta y fue al encuentro de los hombres que haban de llevarla al navo. Era ya casi de noche. De haberlo querido, habra podido parecer un sueo.As fue como Elisewin descendi hacia el mar del modo ms dulce del mundo slo la mente de un padre poda imaginarlo, llevada por la corriente, a lo largo de la danza hecha de curvas, pausas y titubeos que el ro haba aprendido en siglos de viajes, l, el gran sabio, el nico que saba el camino ms hermoso y dulce y apacible para llegar al mar sin hacerse dao. Descendieron, con esa lentitud decidida al milmetro por la sabidura materna de la naturaleza, introducindole poco a poco en un mundo de olores de cosas de colores que da tras da desvelaba, lentsimamente, la presencia lejana, y despus cada vez ms prxima, del enorme regazo que los esperaba. Cambiaba el aire, cambiaban las auroras, y los cielos, y las formas de las casas, y los pjaros, y los sonidos, y las caras de la gente en las orillas, y las palabras de la gente en sus bocas. Agua que se deslizaba hacia el agua, galanteo delicadsimo, los meandros del ro como una cantilena del alma. Un viaje imperceptible. En la mente de Elisewin, sensaciones a millares, pero ligeras como plumas en vuelo.Todava hoy, en las tierras de Carewall, relatan todos aquel viaje. Cada uno a su manera. Todos sin haberlo visto nunca. Pero no importa. No dejarn nunca de relatarlo. Para que nadie pueda olvidar lo hermoso que sera si, para cada mar que nos espera, hubiera un ro para nosotros. Y alguien un padre, un amor, alguien capaz de cogernos de la mano y de encontrar ese ro imaginarlo, inventarlo y de depositamos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adis. Eso, en verdad, sera maravilloso. Sera dulce la vida, cualquier vida. Y las cosas no nos haran dao, sino que se acercaran tradas por la corriente, primero podramos rozarlas y despus locarlas y slo al final dejar que nos tocaran. Dejar que nos hirieran, incluso. Morir por ellas. No importa. Pero todo sera, por fin, humano. Bastara la fantasa de alguien un padre, un amor, alguien. l sabra inventar un camino, aqu, en medio de este silencio, en esta tierra no quiere hablar. Camino clemente, y hermoso. Un camino de aqu al mar.Los dos inmviles, con los ojos fijos en esa inmensa extensin de agua. Para no creerlo. En serio. Para quedarse all toda una vida, sin comprender nada, pero sin dejar de mirar. El mar delante, un largo ro a sus espaldas, la tierra, al final, bajo sus pies. Y ellos all, inmviles. Elisewin y el padre Pluche. Como un hechizo. Sin un solo pensamiento en la cabeza, ni uno solo, slo estupor. Asombro. Y despus de minutos y minutos una eternidad es cuando Elisewin, al final, sin apartar los ojos del mar, dicePero luego, en determinado momento, acaba?A centenares de kilmetros, en la soledad de su inmenso castillo, un hombre aproxima a la vela una hoja de papel y lee. Pocas palabras, todas en una lnea. Tinta negra.No tengis miedo. Yo no lo tengo. Esta que os ama. Elisewin.

El carruaje los recoger despus, porque es de noche, y la posada los espera. Un viaje breve. La carretera, a lo largo de la playa. En los alrededores, nadie. Casi nadie. En el mar qu estar haciendo en el mar? un pintor.

7

En Sumatra, frente a la costa norte de Pangei, cada sesenta y seis das emerga un islote en forma de cruz, cubierto por una densa vegetacin y aparentemente deshabitado. Permaneca visible durante unas cuantas horas, despus volva a hundirse en el mar. En la playa de Carcais, los pescadores del pueblo haban hallado los restos del navo Davemport, naufragado ocho das antes en el extremo opuesto del mundo, en los mares de Ceiln. Rumbo a Farhadhar a los marineros se les aparecan unas extraas mariposas luminosas que provocaban aturdimiento y sensacin de melancola. En las aguas de Bogador haba desaparecido un convoy de cuatro buques militares, devorado por una nica enorme ola surgida de la nada en un da de calma absoluta.El almirante Langlais hojeaba lentamente aquellos documentos llegados de las ms diversas partes de un mundo que, evidentemente, se aferraba a su locura. Cartas, fragmentos de diarios de a bordo, recortes de gacetas, actas de interrogatorios, informes confidenciales, despachos de embajadas. Haba de todo. La lapidaria frialdad de los comunicados oficiales o la alcohlica confidencia de marineros visionarios cruzaban indiferentemente el mundo Para acabar sobre aquel escritorio donde, en nombre del Reino, Langlais trazaba con su pluma de oca el confn entre lo que, en el Reino, haba de ser considerado verdadero y lo que sera olvidado como falso. Desde los mares de todo el globo, centenares de figuras y de voces llegaban en procesin a aquel escritorio para ser engullidas por un veredicto sutil como un hilo de tinta negra, bordado con caligrafa precisa sobre libros encuadernados en cuero. La mano de Langlais era el seno sobre el que iban a posarse sus viajes. Su pluma, la afilada hoja sobre la que se doblaba su fatiga. Una muerte certera y limpia.La presente noticia debe considerarse carente de fundamento y, como tal, queda prohibido que sea divulgada o citada en los mapas y en los documentos del Reino.

O, para siempre, una lmpida vida.La presente noticia debe considerarse verdadera y, como tal, aparecer en todos los mapas y documentos del Reino.

Langlais juzgaba. Contrastaba las pruebas, revisaba las declaraciones, indagaba sobre las fuentes. Y despus juzgaba. Viva cotidianamente entre los fantasmas de una inmensa fantasa colectiva donde la mirada lcida del explorador y la alucinada del nufrago producan imgenes idnticas en ocasiones e historias ilgicamente complementarias. Viva en la maravilla. Por eso en su palacio reinaba un orden preestablecido y manitico, y su vida transcurra segn una inmutable geometra de costumbres que rozaba la sacralidad de una liturgia. Langlais se defenda. Constrea su propia existencia en una red de milimtricas reglas capaces de amortiguar el vrtigo de lo imaginario al que, cada da, entregaba su mente. Las hiprboles que desde todos los mares del mundo llegaban hasta l se aplacaban en el meticuloso dique diseado por aquellas diminutas certezas. Como un plcido lago, las esperaba, un paso ms all, la sabidura de Langlais. Inmvil y justa. Por las ventanas abiertas llegaba el rtmico ruido de las herramientas del jardinero, que podaba las rosas con la seguridad de una Justicia dedicada a emitir redentores veredictos. Un ruido cualquiera. Pero aquel da, y en la cabeza del almirante Langlais, aquel ruido salmodiaba un mensaje bien preciso. Paciente y obstinado demasiado cerca de la ventana para ser casual transportaba el obligatorio recuerdo de un compromiso. Langlais hubiera preferido no orlo. Pero era un hombre de honor. Y por tanto apart las pginas que hablaban de islas, derrelictos y mariposas, abri un cajn, sac de l tres cartas selladas y las dej sobre el escritorio. Provenan de tres lugares distintos. Pese a llevar los signos distintivos de la correspondencia urgente y reservada, Langlais las haba dejado reposar, por cobarda, durante algunos das donde ni siquiera poda verlas. Pero ahora las abri, con gesto seco y formal, y, prohibindose cualquier titubeo, se puso a leerlas. Anot sobre una hoja algunos nombres, una fecha. Procuraba hacerlo todo con la impersonal neutralidad de un contable del Reino. El ltimo apunte que tom rezaba:Posada Almayer, Quartel

Al final cogi las cartas en la mano, se levant y, acercndose a la chimenea, las arroj a las prudentes llamas que vigilaban la perezosa primavera de aquellos das. Mientras vea abarquillarse la preciosa elegancia de aquellas misivas que hubiera querido no leer nunca, percibi ntidamente un grato y repentino silencio que le llegaba por las ventanas abiertas. Las podaderas, hasta entonces incansables como las agujas de un reloj, haban callado. Slo al cabo de un momento se grabaron, en el silencio, los pasos del jardinero que se alejaba. Haba una exactitud tal en aquella despedida que habra sorprendido a cualquiera. Pero no a Langlais. l saba. Misteriosa para todos, la relacin que una a aquellos dos hombres un almirante y un jardinero no tena, para ellos, ya secretos. La costumbre de una cercana formada por muchos silencios y seales privadas custodiaba desde haca aos su singular alianza.Historias hay muchas. Aqulla vena de lejos.Un da, seis aos antes, trajeron ante el almirante Langlais a un hombre que, decan, se llamaba Adams. Alto, robusto, pelo largo que le caa sobre los hombros, piel quemada por el sol. Habra podido parecer un marinero como muchos otros. Pero para que se mantuviera en pie tenan que sostenerlo, ni siquiera era capaz de caminar. Una repugnante herida ulcerosa le marcaba el cuello. Estaba absurdamente inmvil, como paralizado, ausente. Lo nico que trasluca algn resto de conciencia era la mirada. Pareca la mirada de un animal en agona.Tiene la mirada del animal al acecho, pens Langlais.Dijeron que lo haban encontrado en una aldea en el corazn de frica. Haba otros blancos por all, esclavos, Pero l era algo distinto. l era el animal predilecto del jefe de la tribu. Permaneca a cuatro patas, grotescamente decorado con plumas y piedras de colores, atado con una cuerda al trono de aquella especie de rey. Coma los restos que l le arrojaba. Tema el cuerpo martirizado por las heridas y los golpes. Haba aprendido a ladrar de un modo que diverta mucho al soberano. Si segua vivo era, probablemente, slo por eso.Qu tiene que contarme? pregunt Langlais.l, nada. No habla. No quiere hablar. Pero los que estaban con l, los dems esclavos y tambin otros que lo han reconocido, en el puerto, en fin, que cuentan de l cosas extraordinarias, es como si este hombre hubiera estado en todas partes, es un misterio si uno creyera en todo lo que se diceQu es lo que se dice?l, Adams inmvil y ausente, en medio de la habitacin. Y a su alrededor la bacanal de la memoria y de la fantasa que explota para pintar el aire con las aventuras de una vida que, dicen, es la suya / trescientos kilmetros a pie en el desierto / jura que lo ha visto transformarse en un negro y despus volverse de nuevo blanco / porque tena tratos con el chamn local, ah es donde aprendi a hacer el polvillo rojo que / cuando los capturaron, los ataron a todos a un nico rbol enorme y esperaron a que los insectos los cubrieran completamente, pero l empez a hablar en una lengua incomprensible y fue entonces cuando aquellos salvajes, de repente / jurando que l haba estado en aquellas montaas, donde no desaparece nunca la luz, y por eso nadie ha vuelto nunca sano de mente, excepto l, que, al volver, dijo solamente / en la corte del sultn, donde haba sido aceptado por su voz, que era bellsima, y l, cubierto de oro, tena la misin de permanecer en la sala de torturas y de cantar mientras los otros hacan su trabajo, todo para que el sultn no tuviera que or el fastidioso eco de los lamentos, sino la belleza de aquel canto que / en el lago de Kabalaki, que es tan grande como el mar, y all crean que era el mar, hasta que construyeron una barca hecha de hojas enormes, hojas de rbol, y con ella navegaron de una costa a la otra, y en aquella barca estaba l, podra jurarlo / recogiendo diamantes en la arena, con las manos, encadenados y desnudos, para que no pudieran huir, y l estaba justo all en medio, tan cierto como / todos decan que haba muerto, la tempestad se lo haba llevado consigo, pero un da a uno le cortan las manos, delante de la puerta Tesfa, a un ladrn de agua, y yo me fijo bien, y era l, l sin duda / por eso se llama Adams, pero ha tenido miles de nombres, y uno, una vez, se lo encontr cuando se llamaba Ra Me Nivar, que en la lengua local quera decir el hombre que vuela, y otra vez, en las costas africanas / en la ciudad de los muertos, donde nadie osaba entrar, porque haba una maldicin, desde haca siglos, que haca que le explotaran los ojos a todos los queEs suficiente.Langlais ni siquiera levant los ojos de la tabaquera que ya desde haca varios minutos mova nerviosamente entre las manos.De acuerdo. Llevoslo de aqu.Nadie se movi.Silencio.Almirante, hay otra cosa.Qu?Silencio.Este hombre ha visto Tombuct.La tabaquera de Langlais se detuvo.Hay gente dispuesta a jurarlo: l ha estado all.Tombuct. La perla de frica. La ciudad inalcanzable y maravillosa. El cofre de todos los tesoros, residencia de todos los dioses brbaros. Corazn del mundo desconocido, fortaleza de los mil secretos, reino fantasma de todas las riquezas, meta extraviada de infinitos viajes, manantial de todas las aguas y sueo de cualquier cielo. Tombuct. La ciudad que ningn hombre blanco haba encontrado jams.Langlais levant la mirada. En la habitacin todos parecan arrebatados por una repentina inmovilidad. Slo los ojos de Adams seguan vagabundeando, absortos en capturar una presa invisible.El almirante lo interrog largo tiempo. Como era su costumbre, habl con voz severa pero apacible, casi impersonal. Ninguna violencia, ninguna presin especial. Slo la paciente procesin de preguntas breves y certeras. No obtuvo ni una sola respuesta.Adams callaba. Pareca exiliado para siempre en un mundo inexorablemente remoto. Ni siquiera una mirada consigui arrancarle. Nada.Langlais se qued mirndolo fijamente, en silencio, durante un rato. Despus hizo un gesto que no admita rplicas. Levantaron a Adams de La silla y se lo llevaron fuera. Langlais lo vio alejarse arrastrando los pies por el suelo de mrmol y tuvo la fastidiosa sensacin de que tambin Tombuct, en aquel momento, se estaba deslizando an ms lejos en las inciertas cartas geogrficas del Reino. Le vino a la cabeza, sin explicacin, una de las muchas leyendas que circulaban sobre aquella ciudad: que las mujeres, all, tenan un solo ojo al descubierto, maravillosamente pintado con tierra coloreada. Se haba preguntado siempre por qu razn mantendran oculto el otro. Se levant y se acerc ociosamente a la ventana. Estaba pensando en abrirla cuando una voz, en su cabeza, lo inmoviliz pronunciando una frase ntida y precisa:Porque ningn hombre podra sostener su mirada sin enloquecer.Langlais se dio la vuelta inmediatamente. En la habitacin no haba nadie. Se volvi de nuevo hacia la ventana. Durante unos instantes fue incapaz de pensar en nada. Despus vio, en la vereda de abajo, desfilar el pequeo cortejo que devolva a Adams a la nada. No se pregunt qu era lo que deba hacer. Simplemente, lo hizo.Algunos instantes despus estaba frente a Adams, rodeado por el estupor de los presentes y con un ligero jadeo por la rpida carrera. Lo mir a los ojos y en voz baja dijoY t cmo lo sabes?Adams ni siquiera pareca verlo. Segua estando en algn lugar extrao, a miles de kilmetros de all. Pero sus labios se movieron y todos oyeron su voz que decaPorque las he visto.Langlais se haba cruzado con muchos casos como el de Adams. Marineros a los que una tempestad o la crueldad de los piratas haba arrojado a una costa cualquiera de un continente desconocido, rehenes del azar y presa de gentes para las que el hombre blanco era poco ms que una especie animal extravagante. Si una muerte piadosa no se los llevaba oportunamente, era en todo caso una muerte atroz cualquiera lo que les esperaba en cualquier rincn ftido o maravilloso de mundos inverosmiles. Eran pocos los que salan vivos de all, recuperados por un barco cualquiera y restituidos al mundo civilizado con los signos irreversibles de su catstrofe encima. Derrelictos con la cordura perdida, residuos humanos devueltos por lo desconocido. Almas perdidas.Langlais saba todo eso. Y sin embargo tom a Adams consigo. Se lo rob a la miseria y lo llev a su palacio. Fuera cual fuere el mundo adonde haba ido a refugiarse su mente, hasta all ira a buscarlo. Y se lo traera de regreso. No quera salvarlo. No era exactamente eso. Quera salvar las historias que estaban escondidas en l. No importaba el tiempo que necesitara: quera aquellas historias y las obtendra.Saba que Adams era un hombre deshecho por su propia vida. Imaginaba su alma como una tranquila aldea saqueada y dispersa por la invasin salvaje de una vertiginosa cantidad de imgenes, sensaciones, olores, sonidos, dolores, palabras. La muerte que aparentaba, cuando uno lo vea, era el resultado paradjico del estallido de una vida. Un caos irrefrenable era lo que crepitaba bajo su mutismo y su inmovilidad.Langlais no era mdico y no haba salvado nunca a nadie. Pero su propia vida le haba enseado el imprevisible valor teraputico de la exactitud. l mismo, poda decirse, se curaba exclusivamente a base de exactitud. Era el medicamento que, disuelto en cada sorbo de su vida, mantena alejado el veneno del desvaro. De modo que pens que la inexpugnable lejana de Adams slo se desmenuzara con el ejercicio cotidiano y paciente de alguna forma de exactitud. Senta que deba ser, a su manera, una exactitud amable, slo rozada por la frialdad de rito mecnico, y cultivada al tibio calor de alguna forma de poesa. La busc largamente en el mundo de las cosas y gestos que habitaban a su alrededor Y al final la encontr. Y a quien, no sin cierto sarcasmo, se aventuraba a preguntarleY cul es ese medicamento prodigioso con el que contis para salvar a vuestro salvaje?a l le gustaba responderMis rosas.Como un nio depositara a un pjaro extraviado en la tibieza artificial de un nido hecho de tela, Langlais deposit a Adams en su jardn. Admirable jardn, en el que las geometras ms refinadas mantenan a raya la explosin de los colores todos, y la disciplina de frreas simetras regulaba la espectacular cercana de flores y plantas venidas de todo el mundo. Un jardn en el que el caos de la vida se converta en figura divinamente exacta.Fue all donde Adams, lentamente, volvi a ser l mismo. Durante meses permaneci silencioso, slo dndose al aprendizaje de mil exactas reglas. Luego, su ausencia empez a convertirse en presencia difuminada, punteada aqu y all por frases breves, y ya no veteada por la obstinada supervivencia del animal que se haba agazapado en l. Despus de un ao, nadie habra dudado, al verlo, hallarse frente al ms clsico y perfecto de los jardineros: silencioso e imperturbable, lento y preciso en sus gestos, inescrutable y sin edad. Dios clemente de una creacin en miniatura.Durante todo ese tiempo, Langlais nunca le pregunt nada. Intercambiaba con l pocas frases, por lo general referentes al estado de salud de los lirios o a la imprevisible variacin del tiempo. Ninguno de los dos aludi jams al pasado, a ningn pasado. Langlais esperaba. No tena prisa. Es ms, disfrutaba del placer de la espera. Tanto era as que sufri incluso una absurda sombra de contrariedad cuando, un da, paseando por una vereda secundaria del jardn y pasando cerca de Adams, lo vio alzar la mirada de una petunia color perla y lo oy, ntidamente, pronunciar aparentemente para nadie estas precisas palabras:No tiene murallas Tombuct porque all creen desde siempre que su belleza basta por s sola para detener a cualquier enemigo.Despus Adams se call, y volvi a bajar la mirada sobre la petunia color perla. Langlais prosigui, sin decir una palabra, por la vereda. Ni siquiera Dios, si existiese, se habra dado cuenta de nada.Desde aquel da, empezaron a brotar de Adams todas sus historias. En los momentos ms dispares y segn tiempos y liturgias inescrutables. Langlais se limitaba a escuchar. No haca nunca pregunta alguna. Escuchaba y basta. Algunas veces eran simples frases. Otras, autnticos relatos. Adams narraba con voz baja y clida. Meda, con un arte sorprendente, palabras y silencios. Escucharlo era un sortilegio. Langlais quedaba hechizado.Nada de lo que oa en aquellos relatos acababa en los gruesos libros encuadernados en cuero oscuro. El Reino, esta vez, no tena nada que ver. Aquellas historias eran para l. Haba esperado que florecieran del seno de una tierra mancillada y muerta. Ahora las recolectaba. Era el homenaje, refinado, que haba decidido ofrecer a su propia soledad. Se imaginaba envejeciendo a la sombra devota de aquellas historias. Y en el da de su muerte tendra en los ojos la imagen, prohibida para cualquier otro hombre blanco, del ms hermoso jardn de Tombuct.Pensaba que todo sera, y para siempre, as de mgicamente fcil y leve. No poda prever que a aquel hombre llamado Adams pronto le atara algo tan sorprendentemente feroz.Le acaeci al almirante Langlais, algn tiempo despus de la llegada de Adams, el hallarse en la fastidiosa y banal necesidad de jugarse la vida en un desafo de ajedrez. Junto a su pequeo squito, fue sorprendido en campo abierto por un bandolero tristemente famoso en la zona por su locura y la crueldad de sus hazaas. En aquella circunstancia, sorprendentemente, se mostr propenso a no ensaarse con sus vctimas. El nico retenido fue Langlais, y dej que los dems volvieran atrs con la misin de reunir la suma, desmesurada, del rescate. Langlais se saba lo suficientemente rico para poder comprar su libertad. Lo que no poda prever era si el bandolero tendra la suficiente paciencia para saber esperar la llegada de todo aquel dinero. Sinti sobre l, por primera vez en su vida, un punzante olor a muerte.Pas dos das vendado y encadenado a un carro que no dejaba nunca de viajar. Al tercer da, lo hicieron bajar. Cuando le quitaron la venda, se encontr sentado frente al bandolero. Entre los dos haba una pequea mesa. Sobre la mesa, un tablero de ajedrez. El bandolero fue lapidario en sus explicaciones. Le conceda una oportunidad. Una partida. Si ganaba, quedara libre. Si perda, lo matara.Langlais intent que razonara. Muerto no vala ni un duro, por qu desperdiciar una fortuna semejante?No os he preguntado lo que pensis de ello. Os he pedido un s o un no. Daos prisa.Un loco. Aqul era un loco. Langlais comprendi que no tena eleccin.Como vos queris dijo, y baj la mirada hacia el tablero. No le cost mucho constatar que el bandolero estaba loco, pero con una locura brutalmente astuta. No slo se haba reservado las piezas blancas hubiera sido estpido pretender lo contrario, sino que jugaba, l, con una segunda reina ordenadamente colocada en lugar del alfil derecho. Curiosa variante.Un rey explic el bandolero sealndose a s mismo y dos reinas aadi burln, sealando a las dos mujeres, en verdad hermossimas, que estaban sentadas a su lado. La ocurrencia desencaden entre los presentes risas desenfrenadas y generosos gritos de complacencia. Menos divertido, Langlais volvi a bajar la mirada pensando que estaba a punto de morir de la manera ms estpida posible.El primer movimiento del bandolero hizo que volviera el silencio ms absoluto. Pen de rey avanza dos casillas. Le tocaba a Langlais. Vacil algunos instantes. Era como si esperara algo, pero no saba qu. Lo comprendi slo cuando en el secreto de su cabeza oy una voz que silabeaba con magnfica calmaCaballo a la columna del alfil del rey.Esta vez no mir a su alrededor Conoca aquella voz. Y saba que no estaba all. Dios saba cmo, pero llegaba desde muy lejos. Cogi el caballo y lo coloc delante del pen del alfil del rey.Al sexto movimiento, tena ya una pieza de ventaja. Al octavo, se enroc. Al undcimo, era el dueo del centro del tablero. Dos movimientos ms tarde, sacrific un alfil, lo que le llev, en el movimiento siguiente, a comerse la primera de las reinas adversarias. La segunda qued atrapada con una combinacin que era consciente de ello habra sido incapaz de realizar sin la puntual gua de aquella absurda voz. A medida que iba resquebrajando la resistencia de las piezas blancas senta crecer, en el bandolero, una clera y un desvaro feroces. Hasta lleg a temer la victoria. Pero la voz no le daba tregua.Al vigsimo tercer movimiento, el bandolero le ofreci en sacrificio una torre, con un error tan evidente que pareca una rendicin. Langlais se dispona automticamente a aprovecharlo cuando oy que la voz le sugera de modo perentorioCuidado con el rey, almirante.Cuidado con el rey? Langlais se bloque. El rey blanco permaneca en una posicin absolutamente inocua, detrs de los restos de un chapucero enroque. Cuidado con qu? Miraba el tablero y no comprenda.Cuidado con el rey.La voz permaneca en silencio.Todo estaba en silencio.Unos cuantos instantes.Despus Langlais comprendi. Fue como un rayo que le cruz por el cerebro un instante antes de que el bandolero extrajese de la nada un cuchillo y, rapidsimo, buscara con la hoja su corazn. Langlais fue ms rpido que l Le bloque el brazo, consigui arrancarle el cuchillo y, como para concluir el gesto que l haba empezado, le saj la garganta. El bandolero se desplom al suelo. Las dos mujeres, horrorizadas, huyeron de all. Todos los dems parecan petrificados por el estupor Langlais mantuvo la calma. Con un gesto que a continuacin no habra dudado en juzgar intilmente solemne, cogi el rey blanco y lo tumb sobre el tablero. Despus se levant, con el cuchillo bien aferrado en el puo, y se alej lentamente del tablero. Nadie se movi. Mont en el primer caballo que encontr. Ech una ltima mirada a aquella extraa escena de teatro popular y se march de all. Como a menudo sucede en los momentos cruciales de la vida, se descubri capaz de un nico pensamiento, del todo insignificante: era la primera vez la primera que ganaba una partida jugando con las negras.Cuando lleg a su palacio, encontr a Adams tumbado en su cama, sin conocimiento y presa de una fiebre cerebral Los doctores no saban qu hacer. l dijoNo hagis nada. Nada.Cuatro das ms tarde. Adams volvi en s. Langlais estaba a su cabecera. Se miraron. Adams volvi a cerrar los ojos. Y Langlais dijo, en voz bajaTe debo la vida.Una vida precis Adams. Despus volvi a abrir los ojos y los dirigi fijamente hacia los de Langlais. Aqulla no era la mirada de un jardinero. Era la mirada de un animal al acecho.La ma no me importa nada. Es otra vida la que quiero.Langlais comprendi el significado de aquella frase mucho despus, cuando ya era demasiado tarde para no orla.Un jardinero inmvil, de pie ante el escritorio de un almirante. Libros y papeles por todas partes. Pero ordenados. Ordenados. Y candelabros, alfombras, olor a cuero, cuadros oscuros, cortinas pardas, mapas, armas, monedas, retratos. Platera, El almirante tiende una hoja al jardinero y dicePosada Almayer Est en la costa, cerca de Quartel.Es all?S.El jardinero dobla la hoja, se la mete en el bolsillo y dicePartir esta noche.El almirante baja la mirada y entretanto oye cmo la voz del otro pronuncia la palabraAdis.El jardinero se acerca a la puerta. El almirante, sin mirarlo tan siquiera, murmura~Y despus? Despus, qu suceder?El jardinero se detiene.Nada ms.Y sale.El almirante calla. mientras Langlais dejaba que mi mente huyera siguiendo el rumbo de un navo bajel que vol, literalmente, sobre las aguas de Malagar, y Adam calibraba la posibilidad de detenerse ante una rosa de Borneo para observar los esfuerzos de un insecto absorto en escalar un ptalo hasta el momento de renunciar a la empresa y volar lejos, en esto semejante y conforme al navo, que el mismo instinto haba tenido al remontar las aguas de Malagar, hermanos ambos en el implcito rechazo de lo real y en la eleccin de aquella fuga area, y unidos, en aquel instante, por ser imgenes simultneamente posadas en las retinas y en las memorias de dos hombres a los que ya nada podra separar y que precisamente a aquellos dos vuelos, el del insecto y el del velero, confiaban en el mismo instante igual zozobra por el spero sabor del final, y el desconcertante descubrimiento de lo silencioso que es el destino cuando, de repente, estalla.

8

En el primer piso de la posada Almayer, en una habitacin que daba a las colinas, luchaba Elisewin con la noche. Inmvil, bajo tas sbanas, esperaba descubrir si llegara antes el sueo o el miedo.Se oa el mar, como un alud continuo, trueno incesante de un temporal hijo de quin sabe qu cielo. No se detena un instante. No conoca el cansancio. Ni la clem