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Oculta, no Secreta. La reunión semanal de Gerónimo y sus amigos hoy tuvo lugar –al estilo Aristotélico- en un primoroso jardín en donde en vez de estar sentados alrededor de una mesa consumiendo café chatarra, los participantes caminaban dialogando, sin consumir nada. El tema de hoy era interesante, pues estaban tratando acerca de la piratería, y los piratas. En un sentido correcto, la piratería fue una práctica de saqueo organizado que tiene sus inicios en aquellas muy remotas épocas en las que había navegación y un poco más adelante nos referiremos específicamente a los piratas actuales, los piratas del Siglo XXI, pero Gerónimo, (ya saben ustedes como es) quiere hacer un recorrido histórico sobre la piratería, (según él, para que se entienda el concepto ya que en la actualidad se entiende una cosa muy diferente). Originalmente la piratería consistió en el ataque a otras embarcaciones con el propósito de robar la carga, exigir rescate por los pasajeros, (o convertirlos en esclavos) o bien apoderarse de la nave misma. Según algunos autores, la voz pirata viene del latín pirāta, que por su parte procedería del griego πειρατης (peiratés) compuesta por πειρα, -ας (peira), que significa «prueba»; a su vez deriva del verbo πειραω (peiraoo), que significa «esforzarse», «tratar de», «intentar la fortuna en las aventuras».

Oculta, no Secreta - Blog de Jerónimo El … · Web viewLa muchacha primero armó un barco y con el tiempo se hizo con una flota entera, con la que atacó a todas las naves danesas

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Oculta, no Secreta.

La reunión semanal de Gerónimo y sus amigos hoy tuvo lugar –al estilo Aristotélico- en un primoroso jardín en donde en vez de estar sentados alrededor de una mesa consumiendo café chatarra, los participantes caminaban dialogando, sin consumir nada.

El tema de hoy era interesante, pues estaban tratando acerca de la piratería, y los piratas.

En un sentido correcto, la piratería fue una práctica de saqueo organizado que tiene sus inicios en aquellas muy remotas épocas en las que había navegación y un poco más adelante nos referiremos específicamente a los piratas actuales, los piratas del Siglo XXI, pero Gerónimo, (ya saben ustedes como es) quiere hacer un recorrido histórico sobre la piratería, (según él, para que se entienda el concepto ya que en la actualidad se entiende una cosa muy diferente).

Originalmente la piratería consistió en el ataque a otras embarcaciones con el propósito de robar la carga, exigir rescate por los pasajeros, (o convertirlos en esclavos) o bien apoderarse de la nave misma.

Según algunos autores, la voz pirata viene del latín pirāta, que por su parte procedería del griego πειρατης (peiratés) compuesta por πειρα, -ας (peira), que significa «prueba»; a su vez deriva del verbo πειραω (peiraoo), que significa «esforzarse», «tratar de», «intentar la fortuna en las aventuras».

El sentido del vocablo (o voz) no ha cambiado mucho con el transcurso de los siglos pero hoy tiene una acepción muy diferente.

En la antigüedad y desde ese entonces, las actividades piratas han estado asociadas con las rutas mercantiles, y según parece, las primeras referencias históricas sobre estas actividades datan del Siglo 5° antes de Cristo, en el Golfo Pérsico, aunque otras zonas afectadas por este fenómeno fueron el Mar Mediterráneo y el Mar de China.

Aunque la información histórica real no es muy abundante, por los mitos y leyendas que han llegado hasta nosotros podemos inferir que los griegos de la época ‘clásica’ fueron buenos piratas.

Uno de los más conocidos fue Jasón, quien en su búsqueda del Vellocino de Oro condujo a los argonautas hasta la Cólquida, lo que aunque quizá para algunos no sea considerado así, llegaron por el mar para robar, lo que, según afirma Gerónimo, es un acto típico de piratería.

Homero, en su muy celebrada Odisea, narra como Ulises (u Odiseo) realiza varios actos de piratería a su regreso a Itaca.

Y esto nos lleva a ver como los piratas a menudo son considerados como ‘héroes’, pese a que practican lo que podríamos denominar, robo, secuestro, saqueo, o las tres actividades.

No era, ni es de extrañar en sociedades como la griega, por ejemplo, en donde el oficio de las armas era reconocido y estimado, y constituyó un motivo que condujo a glorificar actos que de otra manera serían condenados y que de cualquiera de las manera era condenado por los pueblos que sufrían esos ataques, aun y cuando ellos mismos lo hicieran.

Uno de los piratas griegos más famosos y de los que si se tienen referencias fue Plutarco de Samos quien en el Siglo 6° antes de Cristo saqueó el Asia Menor en diferentes y repetidas ocasiones llegando a tener una flota de más de 100 barcos.

Y como él, la historia nos relata ‘azañas’ de muchos otros piratas a los que se denomina simplemente como invasores y que son glorificados en cánticos, y leyendas que se transmitieron de boca en boca hasta convertirse en seres semi mitológicos que han llegado a nosotros con un aura de falsa heroicidad.

También los egipcios consideraban como piratas a otros pueblos porque invadían por vía marina las poblaciones egipcias con el fina de realizar saqueos (lo que constituye un común denominador).

En la Roma antigua, también se produjo ese fenómeno y los piratas del Mediterráneo llegaron a convertirse en un peligro para la Roma Imperial pues interrumpían el comercio y en muchas ocasiones bloqueaban las líneas de suministro de los ejércitos romanos.

Sin embargo, y a diferencia con lo que ocurrirá en Siglos posteriores, los piratas de la antigüedad buscaban más personas que joyas o metales preciosos, (esos fueron los denominados piratas clásicos surgidos en el Atlántico a partir del Descubrimiento del Nuevo Mundo).

Recordemos, insiste Gerónimo, que las sociedades de aquellas épocas eran esclavistas y la captura de personas para ser comercializadas como esclavos era una actividad muy productiva, aunque también, debe decirse obtenían piedras preciosas, metales, esencias, telas, sal, tintes, vino y en general todo tipo de mercancía que solían transportarse en barcos.

Siguiendo las generalidades de la historia podemos referirnos años después a los piratas protagonistas durante el Medioevo entre los que destacan los vikingos y los árabes.

Aún y cuando los vikingos permanecieron inmersos en luchas internas muy feroces durante Siglos, en el año 793 realizan el primer ataque en la costa norte de Inglaterra y dos años después (795) en Irlanda.

Desde esas fechas y hasta poco después del año 1000, los pueblos del norte (o Vikingos) efectuaron todo tipo de incursiones en el Mar del Norte, el Cantábrico y el Mediterráneo.

El radio que alcanzaban sus excursiones fue aumentando progresivamente, según crecían sus conocimientos de la costa y los ríos navegables.

Así, entre otras acciones, Gerónimo nos indica que se puede reseñar:

793 primer ataque en las Islas Británicas.

795 primer ataque a Irlanda.

820 ataque a los actuales Países Bajos.

834 ataque por los ríos Sena y Loira.

840 ataque a la península Ibérica .

Según lo que Gerónimo ha averiguado al respecto, no existe una postura unánime entre los historiadores de la razón que llevó a algunos hombres del norte, (no a todos), a ir de saqueo (el vocablo vikingo viene a significar «el que va a saquear», o también «el que merodea por las costas»)

Los vikingos no solían vincular sus acciones a otros ideales que no fueran el conseguir riquezas, esclavos o tierras donde asentarse, ni tampoco solicitaban algún tipo de permiso a una autoridad superior que justificara sus acciones, {como sería posteriormente el caso de los franceses e ingleses, holandeses y otros europeos con sus patentes de corso (como se verá después)}.

Uno de los casos más conocidos de piratería contra las líneas de navegación lo protagonizó Julio César, que llegó a ser prisionero de los piratas cilicios (75 a. C.).

{Plutarco en su obra Vidas paralelas cuenta que el jefe cilicio estimaba el rescate en 20 talentos de oro, a lo que el joven César le espetó: «¿Veinte? Si conocieras tu negocio, sabrías que valgo por lo menos 50.» El cautiverio duró 38 días, en los cuales el rehén amenazó a sus captores con crucificarlos. Finalmente el rescate se pagó y el futuro Cónsul de Roma fue liberado.

César cumplió su amenaza, y cuando recobró la libertad organizó una expedición, pagada con su propio dinero, durante la que apresó a sus captores y los crucificó a todos}.

La piratería, sobre todo la perpetrada por piratas cilicios, alcanzó niveles preocupantes para Roma hacia el final de la República. En el año 67 antes de Cristo, el senado romano nombró a Pompeyo procónsul de los mares, lo que significaba que se le otorgó el mando supremo del Mare Nostrum (el Mar Mediterráneo) y de sus costas hasta 75 kilómetros mar adentro.

Se le concedieron todos los ejércitos que se encontrasen a las costas del Mediterráneo, contando así con unos 150,000 efectivos, así como el derecho de tomar del tesoro la cantidad que necesitase.

Finalmente, se le proveyó con una flota bien pertrechada.

En diversas operaciones eliminó en cuarenta días a todos los piratas de Sicilia e Italia y, tras el asedio y toma de Coracesion, a los piratas de Cilicia, acabando así, en cuarenta y nueve días, con los piratas que asolaban la zona oriental del Mediterráneo.

Gerónimo comenta que la fama de Pompeyo era tal que los piratas sólo presentaron la resistencia imprescindible para solicitar una rendición honrosa de acuerdo a los códigos de conducta romanos.

Las expediciones vikingas solían formarlas decenas o cientos de buques navegando y atacando juntos; en contraposición con otras anteriores (y sobre todo con las posteriores en el Mar Caribe, donde lo frecuente eran ataques de pocos barcos o incluso de uno solo).

No podemos dejar de tener en cuenta que un drakkar vikingo podía transportar unos 32 o 35 hombres, como lo atestigua el Barco de Oseberg encontrado en la granja Oseberg de Vestfold, Noruega en 1903.

Un ejemplo de estas expediciones lo tenemos en las crónicas sobre la primera incursión de los vikingos a la península Ibérica en el año 840.

Un número indeterminado de naves bordearon la costa asturleonesa hasta llegar a la actual Torre de Hércules (su gran tamaño debió de parecerles importante) y saquearon la pequeña aldea emplazada a sus pies.

Ordoño I tuvo noticias de la expedición y condujo a su ejército contra los vikingos, a quienes derrotó recuperando buena parte del botín y apresando o hundiendo entre sesenta y setenta de sus naves, lo que quizá no constituía ni la mitad de la fuerza desplazada por la expedición, como demuestra el hecho de que siguieron su campaña de saqueos. En el ataque a Lisboa los cronistas hablan de que llegó una escuadra compuesta por 53 bajeles.

Los vikingos supieron unir a sus grandes dotes marineras la sorpresa y la no poca ferocidad en el uso de la espada.

Sin embargo, este pueblo goza de cierta leyenda rosa en lo que a sus dotes militares respecta. Se tiene la idea de que eran los más terribles guerreros europeos o mundiales de la época, siempre dispuestos a luchar hasta la muerte con la esperanza de sentarse a la mesa en el banquete de Odín, tras haber tenido el privilegio de morir con la espada en la mano.

Frente a esta leyenda, la historia muestra hechos donde se ve que, como cualquier pirata, atacaban aquello que creían poder conquistar y en muchas ocasiones huían o se rendían. Un ejemplo lo aporta su primera incursión en Al-Ándalus, donde tomaron Cádiz y subieron de nuevo por el Guadalquivir, saquearon minuciosamente Sevilla desde la que lanzaron avanzadas a pie. No obstante, cuando Abd Rahman II salió con sus hombres y, tras algunas batallas, los vikingos al comprobar que no podían con la fuerza andalusí, huyeron abandonando Sevilla y a muchos rezagados, quienes se rindieron a las fuerzas del Emir y terminaron, o bien criando caballos y haciendo queso, o bien con el viejo castigo para los piratas: la ahorca.

La horca para los buitres del mar sería posteriormente casi institucionalizada por los captores de piratas y también por artistas en sus obras, como el poeta español José de Espronceda lo inmortalizaría en obras como la Canción del pirata con sus versos:

Y al mismo que me condenaColgaré yo de una antenaQuizá en su propio navío.

Tampoco es cierto que aquellos hábiles marineros vikingos vencieran la mayoría de las veces.

Se sabe que arrasaron París y York o que se adentraron tierra adentro y capturaron al Rey de Navarra, García Íñigo, en el asedio de Pamplona en el 858, por ejemplo.

Pero, como ya lo ha indicado Gerónimo, Abdel Ramán II les infligió una seria derrota, como meses antes Ramiro I de Asturias durante la misma incursión y también

su hijo, Ordoño I, que marchó contra la segunda expedición de los vikingos por tierras hispanas.

Más contundente fue el Conde Gonzalo Sánchez, quien terminó con toda la flota de Gunrod de Noruega; el Conde capturó y pasó a cuchillo a toda la tripulación y a su rey.

Pero quizá la derrota más categórica fue la que infligió Harold Godwinson, (heredero del trono inglés tras la muerte sin descendencia de Eduardo el Confesor); aquel defendió sus derechos frente al pirata noruego Harald Hardrade y su flota de 300 naves con más de 15,000 hombres, en la Batalla del Puente Stamford en 1066, donde cayó el propio monarca pirata y se exterminaron a todas las tropas.

En opinión de Gerónimo, los vikingos muestran otra constante en la piratería.

Pese a ser considerada siempre una ocupación de hombres (con prohibición expresa en algunos casos de embarcar mujeres), las féminas siempre participaron en la piratería y en la navegación dirigieron expediciones, navíos y flotas.

El mito de que en los barcos no se admitían mujeres viene de que en la flota estadounidense, con su habitual discriminación, no se admitían mujeres hasta finales del Siglo XIX o principios del XX y a que por su escaso conocimiento de la historia y nulo respeto por ella, los escritores cinematográficos dieron por ‘glorificar’ a los piratas en menoscabo de la realidad simplemente porque Estados Unidos anhelaba quedarse con los territorios que alguna vez fueron de España.

Así, la realidad nos enseña que numerosas naves normandas fueron mandadas y tripuladas en su totalidad por mujeres.

Es el caso de Rusla de Noruega, hija del Rey Rieg y hermana de Tesandus, que fue desposeído de su trono por el Rey Omund de Dinamarca.

La muchacha primero armó un barco y con el tiempo se hizo con una flota entera, con la que atacó a todas las naves danesas que pudo, para vengarse de la afrenta inferida a su hermano.

En contra de lo que se podría pensar, fue Tesandus (su propio hermano) quien la capturó, tras el naufragio de su drakkar, y la sujetó por las trenzas mientras sus hombres la mataban con los remos (el Rey Omund había conseguido atraer bien al príncipe hacia su causa después de adoptarlo), lo que bien podría constituir un argumento para los ávidos guionistas cinematográficos de Hollywood que ya no saben como hacer para proporcionar al espectador con nuevas versiones de viejos argumentos, pues su imaginación se ha agotado y no se les ha ocurrido revisar la historia verdadera, (quizá avergonzados de no haberla respetado nunca).

No se sabe con certeza la causa o causas que terminaron con los ataques vikingos.

Algunos autores ingenuamente opinan que la aceptación de la fe cristiana hacia el año 1000 por la mayoría de ellos atenuó su deseo de atacar a sus correligionarios,

pero en la opinión de Gerónimo lo débil de esta argumentación hace que no pueda ser tomada en cuenta.

También se apunta a que las incursiones sólo constituían una moda y que cesaron cuando ya no fueron novedad lo que no deja de ser una consideración muy de nuestro tiempo y muy al estilo estadounidense que solo obedece a las consideraciones actuales particularmente las referentes al comercio y que tampoco puede se tomada en cuenta con seriedad.

De cualquier modo, los reinos nórdicos deseaban cada vez más abrirse al resto de países de Europa y comerciar con ellos en lugar de invadirlos y ese puede haber sido la verdadera razón, la búsqueda de un comercio y no la prolongación de una guerra encubierta, pues todos los países de la época, rechazaban y se defendían de los ataques vikingos.

Como ejemplo nos dice Gerónimo, podemos tomar el caso del rey castellano Alfonso X El Sabio, que casó a su hermano Fernando con la princesa Cristina de Noruega el 31 de marzo de 1252 porque dicho matrimonio era conveniente tanto para Alfonso X como para Haakon IV, y aseguraba, cuando menos en principio, que los noruegos (vikingos) no saquearían el Reino de Castilla y reforzaba su posición política y económica.

Cambiando la nacionalidad, pero siguiendo con el mismo tema Gerónimo señala que si nos atenemos a la distancia de sus rutas, los árabes fueron los mejores navegantes de su época.

Ya en el Siglo IX fueron capaces de abrir la mayor ruta comercial conocida entre la península Arábiga y China, muy por encima de las travesías de los vikingos por Europa y quizá por el continente americano.

La teoría de Gerónimo es que las expediciones árabes buscaban tres cosas: materias primas que pudieran luego trabajar o vender, productos de Oriente para negociar y esclavos que vender. Aunque otros o esos mismos comerciantes árabes atacaban barcos de cualquier procedencia para apoderarse de su mercancía.

La zona más peligrosa era y continuó siendo el estrecho de Malaca, donde los denominados buitres del mar árabes campaban a sus anchas.

Sin embargo, Gerónimo nos previene, no debemos pensar que los ataques piratas eran perpetrados sólo por árabes, también participaban en ellos gente de las islas y penínsulas índicas.

Guardando algunos parecidos con las de los griegos, sin ser el mismo caso, y con el debido respeto, las navegaciones árabes han llegado a la cultura universal a través de cuentos y relatos de cierto carácter mitológico (como las aventuras de Simbad El Marino).

Para Gerónimo y su interpretación, en esos cuentos y relatos están plasmadas todas las regiones visitadas por los árabes en sus travesías, mitificadas con relatos de monstruos gigantescos, sirenas y toda suerte de animales marinos fantasiosos.

Así, en el Siglo IX navíos de Yemen y la actual Arabia Saudita habían abierto rutas comerciales por Persia, India y China en Asia y toda la costa de Este Africano incluyendo las costas de Madagascar.

En este último continente (África) crearon uno de los Sultanatos más importantes, pero no el único, en Zanzíbar, desde el que se canalizaba buena parte del oro, plata, maderas valiosas, pieles exóticas y marfil exportados por el Gran Zimbabwe ya desde tiempos de los fenicios.

El fondo de estas acciones es muy claro considerando que los africanos no disponían de muchos productos elaborados: las principales acciones de piratería consistían en la captura de esclavos para ser llevados a la península Arábiga.

Los otros productos igualmente se saqueaban, pero era más usual y cotidiano el apoderarse o comprar a los nativos.

Debe tenerse en cuenta que África, en razón de enfermedades como la malaria, fue un continente casi vedado a los no africanos y que las poblaciones nativas estaban muy dispersas por el enorme Continente.

Sin embargo, los piratas árabes pronto desarrollaron una estrategia muy efectiva: en vez de la toma de esclavos por la fuerza fueron sustituyéndola progresivamente por la compra a negreros africanos (y de otras nacionalidades).

Esta conducta fue una práctica muy común y muy sangrante para las tribus o reinos del África Negra, comenzando el debilitamiento de sus estructuras que posteriormente aprovecharían los europeos.

Fueron estas actuaciones de los piratas/negreros árabes lo que contribuyó a expandir el Islam en África.

Debido a que las leyes islámicas no permiten la esclavitud entre musulmanes, muchos africanos se convirtieron a esa religión para salvaguardar su libertad.

Tras la caída del Imperio Romano, la navegación marítima se ve reducida para renacer en otras condiciones con el Imperio Carolingio y en cuanto a número se podría decir que los piratas disminuyen, pero no sus actividades.

Roger de Flor, caballero y aventurero de origen ítalo-catalán, (expulsado de la Órden de los Templarios), es uno de los piratas documentados durante esta época entre los no muchos piratas documentados en esa parte del mundo.

La inclusión de Roger de Flor en los anales de la historia se debe –según Gerónimo- a su carrera naval antes de comandar naves con tripulación árabe y entrar al servicio del Rey de Sicilia.

En 1291 Roger de Flor marchó a la última Cruzada y pronto se reveló como un gran marino. Una de sus famosas acciones fue la evacuación con su flota de toda la nobleza de San Juan de Acre; ya sea por haber pedido rescate, haber subastado los puestos o porque la aristocracia franca utilizó sus influencias para lograr una plaza estos adinerados Caballeros (franceses) estaban en un aprieto.

Con sus naves llenas de adinerados nobles De Flor logró llevarlos a Marsella sanos y salvos.

Durante los 20 años siguientes luchó al servicio del Rey Federico II de Sicilia hasta que fue reclutado por el Emperador de Bizancio Andrónico II y De Flor mandó a los árabes en victoriosas batallas contra los turcos.

Saqueó Quíos y se estableció en Gallípolis hasta ser llamado y asesinado por el Emperador con 300 de sus hombres durante un banquete en su honor.

Esto hizo explotar en sus hombres la famosa Venganza catalana al aterrador grito de «Desperta Ferro».

Pese a todo, el gran poder de los piratas árabes aún estaba formándose y emergiendo en Asia Menor.

La progresiva expansión del Islam, (primero por los árabes en todo el Norte de África y después con los turcos en las costas asiáticas), iba a originar toda una serie de señoríos y sultanatos que rápidamente adquirirían fuerza y tamaño, hasta llegar a convertirse en un peligro sin igual para los reinos cristianos de Italia, España y en menor medida para las órdenes militares que gobernaban en islas como Chipre, Rodas y Malta.

Debe tenerse en cuenta que los árabes y también los berberiscos consideraban una forma de Guerra Santa la piratería contra los infieles, es decir, sus creencias autorizaban la piratería en contra de los que no fueses ‘creyentes del Islam’.

La piratería en Europa a finales de la Edad Media la protagonizaron los ya expuestos y comentados piratas en el Mediterráneo, que comenzaban a crecer en importancia, y los denominados como vitalianos en el Mar del Norte, quienes tiene una curiosa historia, la que, insiste Gerónimo, debemos conocer para apreciar los sucesos posteriores:

Las ciudades del Mar Báltico y algunas de la parte oriental del Mar del Norte empezaron a unirse comercialmente hacia el año 1200 para regular primero y controlar después el comercio por esa zona.

Con el tiempo se terminó formando una cofradía de ciudades portuarias, llamada la Liga Hanseática y comúnmente conocida como Hansa, a la que terminaron perteneciendo la práctica totalidad de las urbes bálticas, constituyendo un auténtico monopolio comercial y político.

Como la inmensa mayoría de los monopolios, la Hansa comenzó rápidamente a obtener beneficios y a convertirse en un coloso comercial.

Desgraciadamente para ellos, era un coloso desunido, lo que se demostró poco después, cuando algunos piratas atacaron a barcos de Bremen y acudieron a la ciudad de Wismar para revender la mercancía; los comerciantes (miembros asimismo de la Liga) no dudaron en comprar lo que les ofrecían a tan buen precio, aún conociendo sobradamente su procedencia y el pillaje utilizado para conseguirla.

Esta experiencia no fue más que una de la larga lista de ellas que llegó a enfrentar a unas ciudades contra otras e incluso a pagar y financiar ejércitos católicos con dinero protestante para atacar a otros protestantes o a otros católicos, (los intereses comerciales superaban con mucho a los intereses religiosos).

En uno de estos asedios, ciudades como Wismar negociaron con los piratas para lograr ser abastecidas y les extendieron patentes de corso, lo que pretendía ‘legitimizar’ sus actividades.

Estos valientes navegantes cruzaban por la noche o incluso de día las líneas de buques enemigos llevando armas, información y sobre todo alimentos, que en una derivación del latín (victualia) se diría vituallas y de esta nuevamente derivó al nombre vitaliano («el que lleva los alimentos»).

Los vitalianos resultaron muy útiles en muchas de estas contiendas, y la ciudad de Estocolmo no hubiera resistido tanto frente a las tropas de Margarita I de Dinamarca de no haber sido por estos navegantes.

Esta idea de valerosos corsarios, que arriesgaban sus barcos y sus vidas para mantener con vida a la población de las ciudades, fue degenerando progresivamente con el tiempo cuando sus actividades volvieron a la simple piratería.

Como sería después en el Caribe, los vitalianos acostumbraban a repartir el botín obtenido en partes iguales y a formar algo parecido a una sociedad sin clases. De ahí que también se les llame Likendeeler («igualitarios»).

Su influencia fue grande durante la Baja Edad Media en la Europa del Norte y lograron varios actos destacados en los actuales Países Bajos, Alemania e incluso Francia.

A la cabeza de este grupo se puso una especie de triunvirato formado por Gödehe Michelsen (también conocido por Gödeke Michels o Gö Michael), Wigbad (asimismo llamado Wigbold o Wikbald) y Claus Störtebekker (Storzenbecher para los alemanes). La comunidad se estableció primero en Visby y Gotland y allí prosperaron y crecieron hasta convertirse en una especie de estado permanente, a pesar de perder numerosas naves y hombres frente a las fuerzas de la Liga.

Tres grandes acciones se emprendieron contra los vitalianos.

La primera la llevó a cabo la Orden Teutónica: Konrad von Jungigen dirigió a 5,000 caballeros teutones en 80 naves contra los vitalianos, acabando con aquel «paraíso báltico», matando a muchos en los combates y decapitando a otros.

Algunos lograron escapar, entre ellos los tres dirigentes, que buscaron refugio en el señorío de Kennon ten Brooke, en las costas de Frisia. Este aristócrata estaba enfrentado con la mayoría de sus vecinos y aceptó de buen grado la entrada de aquellos piratas, que podían hostigar a sus enemigos y representaban una fuerza disuasiva.

La segunda expedición contra la hermandad vitaliana se llevó a cabo en 1400 por los capitanes hamburgueses Albrecht Schreye y Johannes Nanne, que atacaron a los vitalianos en la desembocadura del Ems, matando a 80 y decapitando a otros 36.

Al año siguiente, Nicolaus Shoche atacó la desembocadura del Weser terminando con 73 de aquellos piratas.

La suerte seguía en contra de los vitalianos, Jungigen empezó a cambiar su actitud hostil contra sus vecinos y se reunió en Hamburgo con varios dignatarios, donde manifestó su deseo de apartarse de aquellos individuos.

Entonces muchos de estos piratas se retiraron a Noruega, pero Störtebekker decidió quedarse y seguir atacando naves entre las islas de Helgoland y Neuwerk, pero sus días estaban contados.

El jefe de la escuadra hanseática, Simon de Utrecht, disponía de una de las mejores naves que habían surcado aquellas aguas hasta entonces, la Bunte Kuh, y junto a otras Carabelas de la paz, (como se las llamaba a las naves contra los piratas bálticos), emprendió varias acciones contra Störtebekker y sus hombres.

En las más exitosa camufló a sus naves como si fueran embarcaciones mercantes y logró engañar al pirata, siempre muy precavido.

Este, a su vez, atacó la escuadra por la vanguardia y la retaguardia; pero cuando se dieron cuenta de que se enfrentaban a las potentes Carabelas de la paz era ya tarde.

Cayeron 70 piratas, entre ellos Störtebekker.

Los otros dos compañeros del alemán lograron escapar, pero fueron capturados en la siguiente salida de la nave Bunte Kuh.

Como en tantos otros casos, la imagen del pirata Stöttebekker ha quedado en la cultura popular alemana como una especie de héroe regional, conservándose en los museos la copa que utilizaba para beber, un cañón de su barco, o siendo nombrado socio póstumo de algunas asociaciones y clubs alemanes.

La captura de los demás piratas vitalianos se produjo en 1433, en las aguas del Mar Báltico y Mar de Norte.

En aquella ocasión fue el aristócrata Edzart Zirksena quien firmó definitivamente la paz con Hamburgo, permitiendo que Simon de Utrecht saliera nuevamente con sus naves y terminara con los últimos reductos de la piratería báltica.

El capitán Sibeth Papinga y sus hombres fueron capturados y decapitados, terminando así con el problema pirata.

Según Gerónimo, hay una ligera temporada de tranquilidad en Europa, Asia y África (en relación con la piratería) pero algunos acontecimientos relacionados marcan el resurgimiento de la piratería, siendo dos de los más importantes el Descubrimiento de América, y la exclusión de Inglaterra, Francia y Holanda del reparto realizado por el Papa Alejandro VI, en beneficio de España y Portugal, pero sobre todo, las inmensas riquezas halladas en el Nuevo Mundo.

Quizá y aunque no está unida a las causas anteriores Gerónimo podría y de hecho lo hace, incluir al creciente poderío islámico en todo el Mediterraneo. Una cuarta circunstancia, no tan unida a las anteriores, pero de relevante importancia la constituyó el creciente poderío musulmán, especialmente turco, en todo el Mediterráneo.

Desde muy antiguo -como se atestigua en páginas anteriores-, la campaña llevada a cabo por Julio César contra los piratas y organizadamente desde el Siglo XIV, el Mar Mediterráneo conoció las numerosas incursiones de piratas y corsarios turcos y berberiscos que atacaban las naves y costas europeas en medio del conflicto entre el Cristianismo y el Islam, que culminó con la conquista cristiana de Granada y la turca de Constantinopla, Chipre y Creta.

Los berberiscos contaban con los importantes puertos de Tánger, Peñón de Vélez de la Gomera, Sargel, Mazalquivir y los muy bien defendidos en Túnez y Argelia, incluso Trípoli, desde los que atacar cualquier punto del sur europeo y refugiarse con rapidez llevando los rehenes por los que se pedía rescate.

Recordemos –apunta Gerónimo- que la piratería contra naves cristianas era considerada por los berberiscos una forma de Guerra Santa y, por tanto, noble y ejemplarizante para ellos. Desde estas fortalezas, los berberiscos atacaban los puertos del sur de la península Ibérica, el archipiélago de las Baleares, Sicilia y el sur de la península Itálica.

Podría sorprender que un peligro tan grande durara tantos siglos, especialmente sabiendo que aquellos puertos no eran partes de un Estado centralizado (el poder de los sultanes era nominal) y las tribus y diferentes jefaturas predominaban en la región, dividiendo las fuerzas frente a un ataque de Europa, pero sería un grave error no considerar que esas regiones tenían escaso o nulo valor económico para los monarcas europeos y por lo mismo no recibieron la atención requerida.

Y esa situación de negligencia no fue privativa de la península Ibérica, también la Itálica sufría de lo mismo, hasta que emerge un personaje que logrando el apoyo de los gobernantes otomanos y bereberes se dedica a atacar las naves europeas, principalmente italianas y españolas.

Este personaje era Aruch, conocido también como Baba Aruj o Barbarroja.

Este corsario llegó incluso a recibir de manos del Rey de Túnez, en 1510, el gobierno de la Isla de Yerba, desde donde siguió organizando pillajes y ataques, tales como la conquista de la ciudad de Mahón en 1535.

Tras su muerte, su hermano Jeireddín, que había heredado de él el apodo de Barbarroja, llegó a empequeñecer la leyenda de Aruch.

Las naves piratas berberiscas eran galeras de poca altura propulsadas por remos, accionados por esclavos (no musulmanes, algunos raptados de países europeos, otros comprados como esclavos) y generalmente contaban con un solo mástil con vela cuadrangular aunque en algunas utilizaban dos velas.

Poco a poco las acciones de los piratas berberiscos fueron aumentando en número y en osadía, llegando a atacar Ibiza, Mallorca e incluso Valencia y en muchas de estas acciones obtenían resultados por la cooperación de moros y judíos, hasta que estos, y los jesuitas, fueron expulsados de España.

Aunque en materia marítima, el Atlántico pasó a ser el principal foco de atención, las actividades en el Mediterráneo ya no se descuidaron y actualmente podemos apreciar como por toda la costa mediterránea española todavía hay impresionante cantidad de torres de vigilancia (distribuidas de forma que de una pudieran verse otras dos) erigidas para defender las costas, lo que originó la frase ‘No

hay moros en la costa’ y se estableció la orden religiosa de los Mercedarios cuyo único objetivo era reunir rescates para liberar personas atrapadas por los piratas.

Pero no se debe caer en la idea de pensar que los reyes españoles se limitaban a desplegar una estrategia defensiva.

Las operaciones que culminaron con la toma de Túnez y la de Argel por Carlos V y Don Juan de Austria, incluso la mismísima Batalla de Lepanto protagonizada por este Don Juan de Austria (y en la que perdió la mano el inmortal Miguel de Cervantes Saavedra), fueron los principales y más grandes intentos de combatir esta piratería que suponía un auténtico martirio para España y otras naciones europeas.

Gerónimo apunta que el denominado apogeo de la piratería berberisca llegó en el Siglo XVII.

Gracias en parte a las innovaciones del diseño naval introducidas por el renegado cristiano Simon Danser, los corsarios norteafricanos extendieron sus ataques prácticamente por todo el litoral del Atlántico Norte.

De esta época datan ataques tan al norte como en Galicia, las Islas Feroe e incluso Islandia.

Es posible que incluso alguno de estos barcos hubiese alcanzado las costas de Groenlandia.

Desgraciadamente las películas hollywoodenses nos han hecho pensar que todo venía de un solo lado, olvidándonos que los corsarios cristianos también atacaban los navíos musulmanes bajo las órdenes de los reyes cristianos.

Desde las posesiones españolas de Italia solían reclutar militares para ejercer de corsos en el Mar Egeo y el Norte de África.

Los navíos españoles, al mando de veteranos de las guerras imperiales de los Austrias, operaban unas veces por su cuenta dando caza a los bajeles musulmanes, y otras se agrupaban para asaltar y saquear ciudades e islas.

El más conocido de estos corsarios es Alonso de Contreras, que además dejó en su autobiografía (Vida del capitán Contreras) un relato pormenorizado de las luchas que vivió entre 1597 y 1630.

Como se ha indicado anteriormente, todas las naciones europeas, excepto España y Portugal, quedaron fuera del reparto de tierras y comercio con las colonias americanas; este sólo lo podía realizar la Casa de Contratación con sede en Sevilla.

Pese a que durante algunos años los monarcas hispanos trataron de mantener en secreto lo descubierto en América, en 1521 piratas franceses a las órdenes de Jean Fleury o Juán Florin lograron capturar parte del famoso Tesoro de Moctezuma, lo que abrió una nueva vía para asaltos y abordajes en busca de fabulosos botines y mercancía que se enviaba desde las poblaciones del Nuevo Mundo hacia España.

Sin embargo, los españoles aprendieron pronto a defenderse de los piratas franceses, más tarde ingleses, después holandeses y posteriormente de otras nacionalidades (inclusive españoles), y empezaron la construcción de los impresionantes galeones, mucho más armados que los navíos piratas y preparados para frustrar el abordaje con una descarga de sus enormes piezas de artillería.

Ante éstos nuevos navíos y una fuerza de combate superior, los corsarios franceses y algunos pocos españoles enrolados con ellos (que posteriormente actuarían por cuenta propia) probaron a cruzar el Océano Atlántico y asentarse en las Islas del Caribe donde pudieran atacar pequeños barcos y poblaciones indefensas.

Es el caso de Diego Ingenios y Jacques de Sores, que sitiaron Nueva Cádiz y llegaron a capturar a su Gobernador, Francisco Velázquez.

También es el caso de la ciudad hondureña de Trujillo, que fue saqueada y arrasada por los piratas en varias ocasiones pese a los refuerzos enviados (a Gerónimo sorprende que con tantos ataques siga existiendo en la actualidad).

Un poco mas tarde surge como nuevo pirata la figura del corsario inglés, una clase social sui géneris, marineros ‘especializados’, dedicados al robo marítimo, el saqueo de ciudades, puertos y el despojo de mercancías.

Los corsarios disfrutaban de lo que se llama patente de corso, es decir, «licencia para robar y saquear» con la autorización explícita del rey u otro gobernante.

Esta patente era privilegio otorgado por Inglaterra y Francia, que tenían a sus corsarios institucionalizados y cuya actividad se convierte en lícita en tiempos de guerra pero también, como ya vimos, los Reyes de España recurrieron a hacer lo mismo.

De esta manera, los piratas clásicos se van haciendo corsarios, que es una postura más cómoda, pues actúan siempre dentro de un orden legitimado y bajo la protección de la ley de su país de origen o del que les contrata o concede la patente.

Según lo que nos dice con mucha atingencia Gerónimo, la percepción respecto a los corsarios depende obviamente de quien la haga: para los atacados son simplemente piratas, o mercenarios sin escrúpulos, ladrones, asesinos, violadores, etc., etc., mientras que para sus connacionales son patriotas e incluso héroes.

Es un hecho histórico y no tiene vuelta que en Inglaterra, España y Francia, la piratería se convirtió en un negocio legítimo.

En Inglaterra fue Enrique VIII el primer monarca que expidió patentes de corso.

Más adelante, la Reina Isabel I se convertiría, por este medio, en «empresaria marítima», otorgando las patentes a cambio de parte del botín conseguido, como por ejemplo a Francis Drake, Walter Raleigh y/o John Hawkins.

Asimismo debe tenerse en cuenta que estos corsarios muchas veces eran comerciantes legítimos que vendían productos muy necesarios para los colonos y compraban a buen precio los artículos que éstos debían vender exclusivamente a la Casa de Contratación sevillana que mantuvo un absurdo e improductivo monopolio.

Por lo tanto, en muchas ocasiones, la presencia permanente de piratas en el casi despoblado Caribe insular era bien vista por los colonos, e incluso necesaria y productiva tanto para los habitantes nativos como para las élites españolas residentes en América.

Según lo aprecia Gerónimo, tal es el caso del corsario inglés John Hawkins que vendía esclavos traídos desde África y compraba especies a mucho mejor precio que el pagado desde Sevilla.

Además, lo pagaba de inmediato y los compradores no tenían que esperar que meses después llegara el importe desde la España continental sumida en un absurdo burocratismo originado por la ineficiencia y temores de su gobernante Felipe II, mal aconsejado, arrogante y prepotente además.

Toda esta época está cubierta de episodios curiosos, como por ejemplo, en 1709, 110 corsarios al mando de Woodes Rogers y Stephen Courtney (el famoso William Dampierre, el pirata literario, que ya había estado en Guayaquil y que integraba también el grupo) entran en Guayaquil y se presentan como «negreros», y al ver el miedo dibujado en el rostro el Gobernador Jerónimo de Boza y Solís, no sólo exigieron 40,000 pesos de rescate por dos rehenes que se llevaron, sino que se entregaron al pillaje durante cinco días, llegando a acumular 60,000 pesos en joyas y dinero a más de una enorme cantidad de víveres y objetos.

En algunos casos, después de expirada la licencia o firmado algún Convenio entre gobernantes, algunos corsarios vuelven a actividades privadas como ricos burgueses que incluso son condecorados.

En Inglaterra existen monumentos levantados a algunos corsarios, considerados como héroes nacionale. Quizá el más famoso de los corsarios del Siglo XVI es, sin duda, Francis Drake, insigne Almirante, honrado por su reina en agradecimiento a los servicios prestados y elevado a la categoría de sir.

Sobrino de otro pirata, también ennoblecido por la reina, Sir John Hawkins, es otro ejemplo del pirata o corsario recompensado.

Junto con Drake asaltaron Veracruz en 1568, cuando aún carecía de fortificaciones.

Drake tiene en su haber el más cuantioso botín registrado en la historia: dos buques españoles que transportaban oro y plata, fueron atrapados escasamente sin presentar resistencia y ese cuantioso botín (el más grande jamás registrado) propició que Isabel I lo armara caballero.

No todos los corsarios consiguen el título de caballero. Algunos de ellos, una vez acabado el conflicto que propició la expedición de su patente, o el objetivo de la misma, continúan su actividad convertidos en simples piratas.

El Siglo XVI será caracterizado por un tiempo de fomento entre los corsarios y piratas, del asalto y captura de galeones españoles y el apresamiento de sus hombres; se comenta que en Dover, se llegan a pagar 100 £ en pública subasta por un español de la nobleza capturado.

Muy importante estima Gerónimo resaltar que con los corsarios y piratas se incrementa el tráfico de seres humanos y muchos de ellos se hacen negreros y se apoderan en África de seres humanos para vender y esclavizar, empero, y por favor tómenlo en cuenta, no solamente los piratas y corsarios estaban involucrados en esa

nefasta actividad, muchos hacendados y miembros de la Iglesia (en Italia, España, Alemania y Francia), comerciaban con esclavos, aún antes de que surgieran los piratas, aún antes del Descubrimiento de América.

Empero, ha pasado a la historia como la figura del esclavista británico más sobresaliente de este momento el ya citado John Hawkins, que pobló de negros africanos toda el área del Caribe.

La Ruta de las Indias que seguían las embarcaciones españolas, cruzaba el Océano Atlántico rumbo a Cuba o a La Española.

De estas islas partían dos rutas hacia el continente: a Veracruz y a Cartagena de Indias.

Durante los primeros siglos del dominio español en América, los piratas que intentaban, y en muchos casos lograban, robar valiosos cargamentos de oro y otras mercancías procedentes del Nuevo Mundo abundaron en el Mar Caribe, que presentaba un lugar ideal para la actividad por su abundancia de islas en las que los piratas podían refugiarse.

Hay que tener en cuenta que los Reyes Católicos permitieron en 1495 a todos sus súbditos tripular naves a las recién descubiertas Indias, lo que hizo que muchas embarcaciones se lanzaran al Atlántico sin la debida preparación, siendo fácil presa para los buitres del mar.

Gerónimo advierte que no debemos creer que todos los asaltos eran en contra de naves que partían del Nuevo Mundo hacia Europa, también navíos europeos en ruta hacia el recién descubierto continente con mercancías y personas de cierta importancia (la suficiente como para exigir rescate por su devolución) fueron presa de los piratas y corsarios.

El primer pirata del Caribe fue probablemente un español, un tal Bernardino de Talavera. Tal como lo relata Cesáreo Fernández Duro: “[...] es de decir que un tal Bernardino Talavera, hombre vividor, amigo de regalo, acosado por los acreedores que tenía en la Isabela, se apoderó de una de las naves surtas en el puerto, en compañía de 70 compañeros de su especie, y se arrojó a probar fortuna. Tuvo el contratiempo de que le echaran mano en Jamaica (1511) y le condujeran a la Española, donde por sus delitos fue justiciado.

Harto de la situación con los piratas y desoyendo los consejos de su Corte, Felipe II tomó la que parecer haber sido le mejor decisión que podía haber tomado:

ordenó que ningún barco hiciera la Ruta de las Indias sin protección para evitar el ataque de los piratas a los navíos españoles.

Para ello se optó por la formación de convoyes en los que las carabelas y las naos eran escoltadas por los poderosos galeones y carracas, en lo que fue llamado Sistema de Flotas y Galeones.

Este sistema constituyó un gran éxito si nos atenemos a la proporción de flotas fletadas (más de cuatrocientas) frente al de flotas atrapadas (dos), que da un porcentaje de capturas de un 0,5%, y ninguna de estas dos se debió a la acción de los piratas o corsarios, sino a la de Marinas de Guerra pertinentemente armadas, y en estado declarado de guerra con España. (lo cual constituye otro tema y quizá otro escrito).

En cualquier caso, en el Siglo XVII el trópico de la América hispana se convirtió en el escenario donde actuaban a destajo los buitres del mar, a menudo amparados por los grandes países de Europa (principalmente Inglaterra, Francia y Holanda).

Como se ha indicado, se llamó corsarios a los que actuaban por cuenta de sus reyes, quedándose con parte del botín.

Por su lado, los simples aventureros y ladrones fueron conocidos con el nombre genérico de bucaneros, (pues sus tripulaciones se nutrían de habitantes de las islas que preparaban y vendían carne al bucán, es decir, ahumada) o también genéricamente como piratas.

Sembraron el terror y la desolación en las poblaciones situadas en el Golfo de México y el Caribe.

Veracruz, San Francisco de Campeche, Cuba, Santo Domingo, Cartagena de Indias, Panamá y Nicaragua fueron los lugares más castigados, víctimas de saqueos, asaltos y asesinatos.

Resaltan las figuras de Henry Morgan, El Olonés (de nombre Jean David François de Nau), el holandés Laurens de Graff, Lorencillo (llamado así por su corta estatura; otros hacen referencia a él como Lorent Jácome), todos ellos piratas sin escrúpulos.

Los peores asaltos que se recuerda fueron: Maracaibo por El Olonés, Veracruz por Lorencillo y Puerto Bello por Morgan.

Estos lugares azotados y desprotegidos no contaban con ninguna defensa por parte del Imperio Español de ultramar. Pero esta situación fue cambiando a medida que las colonias iban aumentando en población, y la metrópoli fue invirtiendo en la flota, defensas y guarniciones.

De esta forma, a finales del Siglo XVI los principales piratas y corsarios habían muerto o estaban prisioneros:

Richard Grenville fue derrotado y muerto en 1591 en las Azores.

Thomas Cavendish fracasa en una expedición y fallece en África.

David Middelton fracasa también en las Azores.

George Clifford perdió 14 de sus 28 naves salidas de Plymouth en la Operación Raleigh en 1595; entre ellos cayeron John Hawkins y Francis Drake.

Es en medio de estos acontecimientos cuando históricamente ocurre el desastre de la mal llamada Armada Invencible. La Grande y Felicísima Armada, conocida comúnmente como Armada Invencible o Armada Española, fue el nombre que dio

Felipe II a la gran flota que armó en 1588 para apoyar la invasión de Inglaterra durante la Guerra anglo/española de 1585 a 1604.

El envío por parte de Felipe II de esta flota, tenía la intención de aprovisionar a los Tercios de Flandes (ejército español con residencia en Flandes) los cuales serían los encargados de invadir Inglaterra y por medio de esa invasión controlar así la política exterior inglesa (principalmente en lo referente a la piratería y la guerra de Flandes), supuso el comienzo de las hostilidades de una guerra en la que finalmente España consiguió que Inglaterra solicitara la paz y firmara un tratado favorable a los intereses de la monarquía hispánica en Londres (1604).

No obstante, esta campaña naval tradicionalmente se viene considerando como una derrota española y a la luz de las últimas investigaciones históricas no fue tal estrictamente hablando.

La misma Reina Isabel I ordeno hacer una pintura para recordar este evento.

Si se considera que España no consiguió los objetivos previstos, si se puede hablar –en cierta forma- de un fracaso, más no de una derrota.

Fue un fracaso debido al extravío de 20 % los navíos en el temporal (no como consecuencia de numeroso hundimientos o de batalla entre dos titanes marítimos).

De una forma u otra no se logró el desembarco de 30,000 hombres en las costas inglesas. Aun así, después del fuerte temporal frente a Escocia e Irlanda, más del 80% de los navíos llegaron a las costas españolas.

Este episodio de la Armada Invencible fue denominado de esa forma por los mismos historiadores ingleses, y posteriormente por los cronistas estadounidenses que vieron en el apelativo un argumento perfecto para hacer de esto una película cinematográfica que como es costumbre nada tiene que ver con los hechos reales.

Sin embargo, la supremacía española en los mares permanecería indiscutida hasta la Batalla de las Dunas (1639).

Además su posición como primera flota del mundo se afianzó aún más cuando los ingleses crearon su Armada Inglesa un año después de esta operación, y fracasaron igualmente frente a las costas de Galicia y Lisboa.

El desastre de la Armada Invencible produjo en España, y en especial en Castilla, una sensación de pánico ante la indefensión frente a un posible contraataque de Inglaterra y las Provincias Unidas, lo que llevó a los procuradores a atender las demandas de Felipe II que solicitó y obtuvo 8 millones de ducados para nuevas naves y fortificaciones.

Este nuevo impuesto fue conocido como Los millones y resultó terrible para los españoles en general y los castellanos en particular, especialmente para las clases más humildes, pero la cantidad fue abonada con creces.

Al año siguiente del desastre de la Armada Invencible, -como ya vimos- los ingleses atacaron Galicia, cosechando una terrible derrota. Al mismo tiempo, las fortificaciones en América, como la inexpugnable Cartagena de Indias (Colombia), fueron reforzadas por los mejores arquitectos del Imperio, poniéndole la tarea mucho más difícil a los piratas.

Según lo aprecia Gerónimo, el bucanero representa la degradación de la idea romántica del pirata.

En el Siglo XVII aparece una serie de aventureros que llenan las costas americanas y que van en busca de fortuna.

Son gente sin escrúpulos, sin moral, mercaderes y negreros, bandidos y contrabandistas.

Navegan por iniciativa propia pero con dispensa pública de sus gobiernos respectivos. Se dedican casi exclusivamente al saqueo de las riquezas obtenidas por los españoles para su propio provecho.

A estos nuevos piratas, en España, se les llama herejes luteranos por sus actividades, que se consideran no sólo ilegales, sino violadoras de la fe católica.

Tenían su cuartel general en las colonias de Barbados y Jamaica.

Esta llegó a ser la isla más rica y fuera de la ley del mundo.

Estos nuevos piratas se adueñaron de esas costas por espacio de 200 años siendo apoyados secretamente y no tan secretamente por los gobiernos que consideraban a España como enemigo.

A pesar de lo que muchas personas dicen o han dicho y de las versiones absurdas que han presentado diferentes cinematografistas, la realidad es que en lo que respecta al Imperio Español la piratería tuvo poca influencia en la marcha del Imperio.

Para Gerónimo, la decadencia del Imperio Español fue debido a causas internas, en mucha mayor medida que a causas externas, y cita como un ejemplo de vital importancia (no el único pero si muy importante) la opresión económica que Felipe II y sus sucesores impusieron con el establecimiento de los monopolios comerciales, y a la limitada capacidad productiva de la España de esos tiempos que no podía atender con eficiencia, rapidez y cantidad los requerimientos de utensilios, herramientas, enseres y mercancías demandas por sus colonias que la superaban en mucho en extensión y en población.

Muchos de los más reconocidos o renombrados piratas atacaban pequeños barcos pesqueros y chalupas y obtenían botines de escaso o nulo valor y como consecuencia se incrementaban las luchas internas por apoderarse del botín.

A medida que pasaba el tiempo, se firmaban más y más Tratados de Paz y más estados europeos buscaban participar de las riquezas del Nuevo Mundo, y por lo mismo, la actividad pirata, fue disminuyendo, y los piratas fueron perseguidos y castigados sin piedad en los Siglos XVII y XVIII, cuando ya había dejado de ser necesarios.

Por otra parte, Gerónimo quiere que se olviden de las imágenes de películas antiguas y consideren objetivamente que el que un barco pirata con 20 o 30 hombres pudiera capturar un galeón con mínimo 168 arcabuceros sin contar con marineros, artilleros y otros soldados solo es posible en las obras de ficción, o en las películas de Hollywood.

Ya vimos como dentro de todos sus errores y la burocracia que estableció Felipe II logró hacer que funcionaran las Flotas del Tesoro, que tenían una excelente organización e insuperable sistema de información, siquiera por una vez la burocracia servía de algo.

En toda la historia, solamente en una ocasión, en aguas americanas, los marinos ingleses, en funciones de guerra, (no como corsarios) lograron interceptar y capturar una Flota de Tesoro, pero era una Flota que iba de España a Cartagena de Indias (aunque provenía inmediatamente anterior de Veracruz) y por lo mismo, su botín era magro.

En opinión de Gerónimo y de algunos historiadores comprometidos con la verdad, el empobrecimiento causado por los buitres del mar, pese a tener puntos de verdad, y de que se puede demostrar la captura de cargamentos muy importantes, muy ricos, no causaron ni propiciaron la decadencia del Imperio Español, ni el triunfo de los piratas, corsarios, filibusteros o bucaneros, sino que es más una deformación de los acontecimientos fruto de la literatura sensacionalista y comercial y la filmografía más sensacionalista y comercial aún.

En la Isla de la Tortuga (frente a las costas de Haití, rodeada de islotes, lo que hace que, a veces, sea mencionada en plural como Las Tortugas), los bucaneros y piratas tuvieron una base internacional durante los Siglos XVII y XVIII.

Formaban una asociación llamada La Cofradía de los Hermanos de la Costa.

No se conoce el preciso origen de esta Cofradía, pero se sabe que llegó a elaborar una constitución que regiría sus vidas.

Se presume que era transmitida por tradición oral, ya que no se han encontrado registros escritos al respecto. Tales preceptos son:

-«Ni prejuicios de nacionalidad ni de religión».

En este punto, la coincidencia es general. Convivían perfectamente católicos con protestantes e ingleses con franceses, españoles con árabes, holandeses con bereberes o negros africanos. Se privilegia la individualidad como materia de crítica. Las guerras europeas y sus odios o diferencias no tienen lugar ni llegan a la Isla de Tortuga. No hay países, hay hermanos, pero cabe destacar que existían diferencias lingüísticas que separaban a algunos grupos.

-«No existe la propiedad individual».

Entendiéndose por esto la propiedad de un determinado terreno. Quiere decir que la isla es de todos y para todos; cabe destacar que los barcos de la cofradía tampoco tenían un propietario fijo.

-«La Cofradía no tiene injerencia en la libertad de cada cual».

Quiere decir que no habría impuestos ni imposiciones de trabajos forzados ni código penal. Cualquier problema entre hermanos debía solucionarse solamente entre ellos. La participación en travesías es completamente voluntaria y no existirá obligación alguna cuando llega la hora de componer tripulaciones o armar un ejército.

-«Si un cofrade abandona la sociedad, jamás será perseguido».

Esta ley permitía libertad absoluta para abandonar la cofradía en cuanto su

integrante lo decidiera o volver a entrar si lo quería.

-«No se admiten mujeres».

Esta ley sólo se aplicaba a la restricción de mujeres blancas (no esclavas) en la isla, ya que representaban un tipo de propiedad individual.

Esta ley evitaba que se formaran formas de vida estables que pusieran en peligro la libertad adquirida.

Sólo se admitían mujeres negras y esclavas, puesto que las esclavas no eran consideradas personas que pudiesen «apresar» a un hombre en tareas indignas para un hermano.

El espíritu libertario de esta hermandad se modeló necesariamente en las propias características de las vidas que habían llevado sus componentes: proscritos, forajidos y gente rechazada por la ley y/o sus comunidades, y para garantizar un estilo de convivencia pacífica.

Se establecieron reglas que abrazaban los tipos más despiadados y crueles que se presentaban: gente por lo general perseguida, atormentada y desarraigada, y por lo mismo se formularon leyes que fomentaban la libertad de su propia sociedad.

Los nombres más conocidos de esta época son los de Agrammont, Pierre Legrand, Henry Morgan, El Olonés, Rock el Brasileño, Bartholomew Roberts y Edward Low.

Muchos colonos insatisfechos con el provecho que sacaban a sus tierras y deseosos de enriquecerse con rapidez, se unieron a los corsarios en la Isla y participaban en excursiones en contra de las mismas poblaciones en que se habían establecido al inicio de su ‘aventura’ en el Nuevo Mundo.

Lo que resulta más curioso de esta Constitución de los Hermanos de la Costa, para Gerónimo es la total ausencia de deberes.

La Cofradía sólo teme a la omnipotencia, la dictadura, la tiranía.

Los nuevos integrantes eran bienvenidos, ya que esta sociedad se hacía más fuerte cuanto más numerosa y no imponía obligaciones específicas (salvo las contempladas en los estatutos constitutivos).

Hubo un pirata con cierta vocación de escritor, llamado Alexander Olivier Exquemelin, que ha dejado un verdadero tesoro histórico en su obra Los piratas de América o Bucaneros de América.

Describe a los piratas, la geografía por donde se movían, la historia de muchos de ellos, sociedad, costumbres y recompensas y es bastante interesante de leer, para quien gusta de cierta exactitud histórica y no está buscando el sensacionalismo hollywoodense.

Otro tipo de bandidos del mar fueron los recién mencionados «filibusteros», especialistas tanto en el robo y pillaje de barcos españoles como en introducir mercancías de contrabando, sobre todo en Cuba y en las islas cercanas.

No hay unanimidad respecto al origen de la palabra. Unos la derivan del inglés free booter, (merodeadores del mar). Otros afirman que puede venir del nombre de los buques ligeros fabricados en la zona de Las Tortugas, muy veloces por su proa afilada, por lo que eran llamadas fly-boats y a los que los españoles llamaban filibotes.

Existe una tercera versión, más inverosímil, que sostiene que pudo surgir de una hermandad pirata fundada en Las Tortugas, la hermandad de los hijos de los botes o filiboat.

En cualquier caso, se trataba de tipos sin escrúpulos como sus anteriores colegas, pero tenían costumbres distintas, principalmente en lo que se refiere a la captura obtenida; esta nueva especie liquidaba rápidamente su parte del botín conseguido para empezar de nuevo la aventura del pillaje. Tenían a gala un lema: «Contamos con el día en que vivimos y nunca con el que habremos de vivir».

Belice fue un importante refugio filibustero durante el siglo XVII. Aunque pertenecía a la Capitanía de Guatemala, los filibusteros encontraron fácil acomodo allí al estar su costa resguardada por arrecifes y de difícil acceso a través del continente.

A partir del año 1697, parte de la piratería se trasladó a América del Norte (y dicen las malas lenguas que se establecieron en Wall Street, lo que Gerónimo no duda ni tantito) y otra parte emigró al Continente Asiático, al Mar Rojo y la costa de Malabar, con su base de operaciones en la isla de Madagascar.

En Asia, el nuevo escenario para los piratas es el Mar de la India.

El corso británico vuelve a tomar la patente y surgen figuras como Avery y Kidd.

En el Extremo Oriente persiste la actividad de piratas portugueses, holandeses, franceses y británicos y sus andanzas visitan los mares de la India, China, Japón, Malasia y Borneo.

En toda esta selva de piratería hay un personaje insólito que representa el idealizado romanticismo pirata.

El Capitán Misson, de nacionalidad francesa, era un idealista, preocupado por la justicia, por construir un Estado utópico en alguna isla del Océano Índico. Su autor asegura de él que es un equivalente al Quijote en el mundo de la piratería y menciona que siempre repartía equitativamente el botín entre su gente y que dejaba en libertad al capitán de la nave apresada. Como tal fantasía solo puede provenir de una fuente, Gerónimo averiguó que efectivamente tenía razón, el Capitán Misson fue el figmento de la imaginación de un alcoholizado escritor que al no obtener que se hiciera una película con su argumento logró engatusar a un editor para que hiciera una edición de sus fantasías.

El fenómeno de la piratería ya estaba muy disminuido a medida que los Estados

podían fletar armadas nacionales sin recurrir a los corsarios. Al mismo tiempo, la progresiva organización y fortificación de las colonias y colonización de nuevas tierras como África cierran las posibilidades a los buitres del mar de atacar posiciones en tierra.

Sin embargo, la piratería continúa existiendo.

Como un ejemplo, podemos citar, según afirma Gerónimo, como al producirse la Guerra de Independencia de Chile, los habitantes del archipiélago de Chiloé tomaron partido por el bando realista y se enfrentaron a los independentistas en el territorio continental.

Además, a partir de 1817, el Gobernador de las islas, Antonio Quintanilla, le dio patente de corso a Mateo Mainery y su bergantín General Quintanilla para que hostilizaran a los mercantes chilenos.

A principios de 1818 la independencia de Chile estaba consolidada, pero Chiloé no pudo ser derrotado entonces y las andanzas de corso contra los chilenos y la piratería contra barcos de otras banderas se extendieron hasta 1824.

A partir de 1850 los piratas son aún más acosados con la ayuda de adelantos técnicos y militares.

Los ladrones del mar se ven impotentes, sobre todo ante el avance de los medios de comunicación y el aumento en el calibre y la precisión de las organizaciones defensivas.

En la América hispana se mezclan los idealistas, contrabandistas, mercenarios y negreros y luchan al lado de los independentistas que quieren liberarse de la Corona española.

Muchos de ellos, actúan desde Florida, donde reciben apoyo de los filibusteros estadounidenses que sin ningún principio de patriotismo, y solo propulsados por su deseo de enriquecerse acosan a los barcos españoles. Algunos historiadores ven en este proceder un antecedente para la Guerra de Cuba.

Los investigadores y analistas de la piratería señalan que éste no es un asunto resuelto aún y que siguen actuando de maneras diversas y que en muchos casos y particularmente desde 1959, estos ‘piratas’ cuentan con el apoyo (encubierto) del mismo gobierno en Washington.

A mediados del Siglo XIX, una nueva ideología se une a las anteriores compartidas en mayor o menor medida por los piratas.

Es la Doctrina del Destino Manifiesto invocado por el gobierno estadounidense.

Siguiendo esta doctrina, y teniendo en cuenta que la práctica totalidad de la superficie continental estaba dominada y anexionada, América Central era el próximo objetivo del gobierno estadounidense y el modelo era el Estado de Texas.

El caso texano fue muy simple, por una parte la duplicidad del gobierno estadounidense aunada a la estupidez de los gobernantes mexicanos (López de Santa Anna, y demás) y consistió inicialmente en hacer inmigrar al territorio texano cerca de un millón de colonos, para después, proclamarlo independiente en violación del juramento de lealtad al gobierno mexicano.

Despues, vencer al ejército mexicano (incluido el capítulo de la Batalla de El Álamo profusamente mitificada y exagerada por los estadounidenses y su infame gobierno) y, una vez obtenido el ‘respaldo legal’, la supuesta plena soberanía, (pues constitucionalmente Texas puede separarse de la Unión cuando lo desee), se anexó el territorio a Estados Unidos.

Alguien dijo y si Gerónimo no recuerda mal fue Don Juan A. Sánchez Giménez que este fue “un maquiavélico plan bastante premeditado” en el que los mexicanos cayeron con facilidad por la perenne necesidad gubernamental de dinero para mantener una de las muchas luchas intestinas que han caracterizado la vida independiente de esta nación.

Envalentonados con el éxito Texano, el gobierno estadounidense pretendía crear un imperio tropical, especialmente en los Estados del Sur, que formaría los efímeros Estados Confederados de América.

A este fin se prestaron hombres de mar como John Quitman o Narciso López, (de origen venezolano), que planearon invadir Cuba, proclamarla independiente de España y unirse a la emergente potencia mundial.

Personas como los citados volvieron a poner en uso el viejo término de filibustero sin ninguna connotación peyorativa en aquella época.

Quizá el más famoso de todos aquellos filibusteros, pese a su corta vida, sea William Walker, quien realizó tres expediciones para tomar distintas partes de América Central apoyado y financiado totalmente por su gobierno.

En la primera de aquellas incursiones conquistó La Paz, capital de la península de California, en 1853 con 45 hombres y proclamó la República de la Baja California.

Poco después la uniría a la recién creada República de Sonora, proclamándose él como presidente. Afortunadamente, el ejército mexicano lo derrotó y logró cruzar a Estados Unidos aunque fue detenido cerca de la frontera.

En una parodia muy al estilo estadounidense y por ‘presión’ del gobierno mexicano fue juzgado (incomprensiblemente) en Estados Unidos y en el jurado se puede apreciar la influencia de la Doctrina del Destino Manifiesto, pues sólo tardaron un minuto en decidir que era inocente de haber provocado una guerra ilegal.

En 1855 se lanza a la conquista de Nicaragua con sus 58 Inmortales, 170 nicaragüenses y 100 estadounidenses. Vence al ejército nicaragüense el 1 de septiembre; pero en esta ocasión se muestra más prudente y nombra como Presidente a Patricio Rivas. Pero el resultado no dista mucho del anterior, Nicaragua es invadida por 2,500 hombres de Costa Rica y Walker y Rivas son vencidos en Santa Rosa.

El gobierno estadounidense (¡cuando no!) interviene sin que nadie lo solicite, clamando por ‘elecciones democráticas’ y ofreciéndose a ‘mediar’ en el conflicto.

Posteriormente se celebran elecciones, pero las elecciones son amañadas por Walker y éste sale elegido.

Sin embargo, esta serie de acciones no pasan desapercibidas para gente con sentido común y aún no ‘vendidas’ a los intereses estadounidenses y son vistas como peligrosas por otros países centroamericanos al reconocerlas como una amenaza para su soberanía, y los ejércitos de Costa Rica y El Salvador intervienen en Nicaragua y lo derrotan; Walker huye en 1857.

En noviembre de ese mismo 1857, otra vez en forma incomprensible el gobierno estadounidense no acepta que se juzgue a Walker por los eventos en Nicaragua y bajo la promesa de ‘absoluta imparcialidad’ y de acuerdo a las leyes estadounidenses vuelve a ser juzgado en Estados Unidos y se vuelve a apreciar la creencia estadounidense de estar en su derecho de querer anexionar esas tierras, pues Walker es absuelto lo que es un absoluto y muy claro acto de piratería.

En su tercera expedición a Honduras en 1860 Walker no tiene tanta suerte y es capturado por Nowel Salman de la Marina Real Británica.

Fue juzgado en Honduras y fusilado ese mismo año, y pese a ser acogido como un héroe en algunos Estados del Sur, Walker actualmente es un olvidado en Estados Unidos, no así en Centroamérica, en donde se muestran como ejemplo de la equivocada política exterior de los Estados Unidos.

Empero las actividades de Walker se señalan y enseñan en algunas escuelas privadas, pues en las escuelas públicas, solo se menciona -muy de pasadita- para no ofender al ‘Gigante del Norte’.

Durante el siglo XX, la piratería, ejercida de forma sistemática, está concentrada a reductos del Tercer Mundo (versión asiática). Los países que, se estima, albergaban más piratas son Somalia, Indonesia y Malasia y así sigue hasta este Siglo XXI.

En especial alrededor de Asia y en particular en el estrecho de Malaca, un estrecho canal entre estos dos últimos países y Malasia. En 2004, los gobiernos de estos tres países acordaron incrementar la protección de las naves que lo atravesaban.

En el Siglo XXI, los ataques piratas (según la tradición, en ‘alta mar’) se realizan con apoyo del GPS y los piratas se dedican a robar las cámaras digitales y otros objetos de valor a los turistas.

Su zona de actuación siguen siendo las mismas que en el Siglo XX (sureste asiático, el Cuerno de África principalmente), donde los Estados Unidos a pesar de erigirse como Policía del Mundo, guardián de la paz, la libertad y la democracia, no tienen verdadera jurisdicción, ni injerencia y, a veces, ni siquiera el poder para controlar a sus propias fuerzas, ya sean de seguridad o armadas que bajo un pretexto u otro, auxilian (o dicen auxiliar) a los gobiernos Asiáticos y Africanos.

Los actos llamados de piratería para barcos de gran tonelaje son muy escasos en el Atlántico, y en buena parte del Pacífico y quizá de cierta incidencia en la costa oriental de África, el objetivo, simplemente el robo.

La piratería marítima también afecta a las aguas de Somalia y Nigeria y, en menor escala, en algunas costas de América del Sur.

El asunto ha ido tomando otro cariz y en la actualidad en muchas partes del mundo se denuncia que los verdaderos bandidos del mar son los pescadores clandestinos que saquean las aguas territoriales en busca de peces en clara alusión a los barcos pesqueros de los países desarrollados o ricos que explotan inmisericordemente los recursos de los países pobres a los que internacionalmente no reconocen los mismos límites territoriales que han fijado para ellos.

A estas denuncias se une el reclamo general en contra del grave problema mundial de contaminación por todo tipo de sustancias, que estos mismos países ricos negligentemente efectúan a lo largo de todos los litorales.

Es decir, la piratería actualmente tiene una forma de expresión diferente a la que conocimos o conocemos como clásica.

Si bien igualmente que antes, era un acto de comercio ilícito o ilegal y se refería a las personas que lo realizaban hoy, siguen siendo actos ilícitos de comercio pero que se refieren a los objetos sobre los que se realizan las transacciones, objetos, bienes y servicios, a los que se califica como mercancía pirata.

Hoy día por pirata o piratería se entiende más que a una persona a un producto y el mal uso de ese vocablo se ha extendido a cualquier objeto de comercio que no resulta ‘el original’.

Para los niños de hoy, Piratas son los Piratas del Caribe en las películas, videos, juegos, música y demás artículos que la mercadotecnia y la publicidad han desarrollado alrededor de una serie de películas con ese tema, en los que se ha despojado a los personajes de sus características reales, hasta convertirlos en juguetes coleccionables.

Mismos que otros comerciantes menos ‘dotados’ han reproducido sin autorización de los dueños de esas marcas y los comercializan (a menores precios) por todas las naciones del orbe en que pueden hacerlo.

Actualmente la situación es muy compleja pero según lo ve Gerónimo se origina por lo que ha sido típico del fenómeno de la globalización: la excesiva comercialización y el desmedido deseo de obtener el máximo de utilidades de inmediato.

Tal vez, sea al revés, el desmedido deseo de obtener el máximo de utilidades de inmediato ha producido la excesiva comercialización.

Entiéndase bien, nada tiene de malo el que se deseen utilidades, no hay nada reprochable el que se busquen ganancias, de hecho esa es la esencia misma de los negocios, obtener ganancias.

Hasta ahí todo va bien, pero cuando se violan los principios de los buenos negocios y se pretende acelerar procesos, ‘cortar esquinas’ y en general olvidarse que el negocio es producido por el volumen y no por las unidades, las cosas comienzan a complicarse.

Surge competencia desleal y se inician problemas y uno de los problemas tiene su fundamento en el incremento en los costos, y no solamente los costos de fabricación, (esos generalmente son los menos) sino los costos de distribución y venta.

Un principio básico de negocios es lograr la satisfacción del cliente y establecer una clientela, es decir, lograr la repetición de compra que establece el valor de una marca.

Pero eso era en los buenos tiempos, en los tiempos de una competencia leal, de una economía cerrada (o más o menos cerrada) con límites culturales, económicos, sociales y políticos y una distribución más o menos controlada y manejable.

Hoy día la misma globalización exige procesos de distribución muy complicados, muy extendidos, muy costosos y por lo mismo los productos originales tienen altos costos y altos precios para el consumidor, fruto de la misma condición de ser globalizado.

Y eso es lo que ha originado el surgimiento de la piratería comercial que sufrimos en la actualidad aunque quizá deberíamos decir ‘sufren’ las empresas que pretende ser ‘originales’ y que no les copien.

En X o Z país, se elaboran copias muy similares, en algunos casos exactamente iguales, y se comercializan a mucho menor precio, ‘inundando’ literalmente mercados locales o regionales en menoscabo de las ventas de los productos originales.

Quizá en un principio, esas copias, esos productos, eran ‘malos’, eran productos defectuosos, sin la calidad de los originales, pero eso también ha pasado a la historia y hoy encontramos productos piratas que salvo por algunas peculiaridades (que contribuyen a incrementar su precio) son iguales a los originales y más baratos.

Estos fabricantes son calificados como piratas y posiblemente lo sean, pero ¿como se calificarían a las empresas ‘originales’?

Gerónimo no lo sabe, pero si sabe que si esas empresas originales no tuvieran esos precios, no habría competencia ‘pirata’.

Los altos precios hacen que la pretendida exclusividad cubierta por ellos sea tan solo una ilusión.

Una camisa, es una camisa, un juguete es un juguete, un CD, es un CD, una marca es una marca, y en muchos casos, se está pagando en exceso por una marca cuando lo que se busca es el satisfactor para una ‘necesidad’ y no el ‘lucir’ una marca comercial (las que, aquí entre nos, también se copian).

Volviendo al ejemplo de la camisa, nadie, absolutamente nadie, podrá saber y decir que la camisa que fulanito usa es original o es pirata, y ¿saben que? a nadie le importa.

Salvo, claro está, al dueño de la marca.

Y está en su derecho, pero eso no cambia las cosas.

El común denominador de la piratería o más propiamente dicho de los artículos piratas es su menor precio y el creciente e indetenible crecimiento que se ha observado y no solamente en una economía subdesarrollada y pletórica de carencias, sino en casi todas partes del mundo, incluso en la nación ‘del Norte’, dizque con los habitantes más ricos del planeta.

Ahí también la piratería ha ‘hecho su agosto’.

Para Gerónimo ahí está la clave y la respuesta.

No en la protección oficial, en tarifas impuestos o castigos, penas o amenazas por leyes proteccionistas, no, no va por ahí, el gobierno que se ocupe de gobernar, no de intervenir en otros asuntos fuera de su misión, tampoco va por realizar lacrimógenos anuncios apelando al buen ejemplo o a las buenas costumbres, a la educación, o a niños exponiendo las compras de productos piratas de sus afligidos padres que lo único que pretenden es proporcionar un satisfactor a su familia (con los medios económicos a su alcance).

La clave y la respuesta a la piratería esta en el lado de los fabricantes, en poner precios adecuados a sus productos, en esforzarse por lograr los volúmenes requeridos para generar utilidades, no en estarse quejando y envolverse en pleitos legales.

La respuesta está en el volumen y no en las unidades caras, el volumen es el que produce las utilidades.

La misma presencia y aumento de las ‘ventas piratas’ indica claramente que hay mercado, que hay demanda, que la gente está dispuesta a gastar su dinero en los productos, siempre y cuando estén ‘a su alcance’ y no fuera de él.

Tal vez todo mundo quisiera un Ferrari, pero no todo mundo puede comprarlo, y los productos comerciales originales, no son Ferraris, son simple y sencillamente productos comerciales.

No los traten como si no lo fueran. Y mientras los productores de los países ricos no modifiquen su tratamiento, y sigan pensando en términos de unidades caras o utilidades por manejos financieros, descuidando el volumen y su clientela, la piratería seguirá, oculta, pero no secreta.