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Onetti, Juan Carlos - Cuando Ya No Importe

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Cuando ya no importe

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  • Juan Carlos Onetti

    Cuando ya no importe

    Alfaguara Literaturas

  • Sern procesados quienes intenten encontrar una finalidad aeste relato; sern desterrados quienes intenten sacar delmismo una enseanza moral; sern fusilados quienesintenten descubrir en el una intriga novelesca.

    Por orden del autor.

    Per G.G.

    El jefe de rdenes.

    Mientras escribo me siento justificado; pienso: estoycumpliendo con mi destino de escritor, m s all de lo que miescritura pueda valer. Y si me dijeran que todo lo que yoescribo ser olvidado, no creo que recibir a esa noticia conalegr a, con satisfacci n pero seguir a escribiendo, paraqui n? para nadie, para m mismo.

    JORGE LUIS BORGES

  • 16 de marzo

    Hace una quincena o un mes que mi mujer de ahora eligi vivir en otro pa s. No huboreproches ni quejas. Ella es duea de su estomago y de su vagina. Cmo no comprenderla siambos compartimos, casi exclusivamente, el hambre.

    Nos consolbamos a veces con comidas a las que buenos amigos nos invitaban,chismes, discusiones sobre Sartre, el estructuralismo y esa broma que las derechas quierenuniversal, saben pagar bien a sus creyentes y la bautizan postmodernismo. Participbamos,re amos y adorn bamos con nuestras risas las frases ingeniosas. Aquellas cenas a las que nopod amos aportar ni un solo peso ofrec an a un posible observador, tal vez a uno de loscomensales que pagaban su parte de la cuenta, un aspecto admirable. Porque merec aadmiracin la astucia con que ella y yo, sin dejar de re r despreocupados, rob bamospancitos que cab an en la cartera de ella o en alguno de mis bolsillos. As nos asegurbamosun desayuno seco para cuando despert ramos maana en la cama de la pensin.

    Se fueron acumulando los d as casi miserables para triunfar convencindola de que yohab a nacido para fracasado irremisible.

    La muchacha pasaba todo su tiempo en la cama para ahorrar fuerzas, retener calor as.Tal vez estuvi ramos en invierno. Creo, no lo aseguro. Y as : ella acostada y yo caminando,ida y vuelta, por la avenida buscando tropezar con algn ser muy amigo al que no mehumillara pedirle dinero. Y recuerdo que ya no se trataba de conseguir un peso para quecomiramos. Nunca consult en los peridicos a cunto estaba la canasta familiar. Pero enaquellos d as el m nimo indispensable hab a trepado a cinco pesos.

    Pocas veces lo consegu a, no por negativas sino por desencuentros. Mis incursiones enla ciudad slo exclu an a los nios. Nunca hice distinciones por sexo. Pocas mujeresencontr .

    25 de marzo

    Recuerdo que ms de una vez mi mujer, ahora ausente, me hab a dicho: yo s que tetraigo mala suerte. Lo que naci de su ausencia no podr significar que mi suerte hubieracambiado, pero de pronto tuve otros de mis tantos trabajos que se traduc an en comestibles.Uno de los amigos de restaurantes donde hab amos robado los diminutos panes de hermosascortezas doradas cuyo destino era crujir en la maana, uno de mis anfitriones desganados,

  • 2con algunas amistades en cierta parcela de la mugre pol tica acab por conseguirme untrabajo. Lo justo para alegrar al dueo de la pensin y pagar mis comidas.

    Luego de la buena noticia trat honradamente de aminorar mi esperanza y dio bastantesrodeos intentando explicarme en que consist a el trabajo recin logrado. Le dije que no meimportaba, as fuera la porter a de un prost bulo de campaa, porque para mi no pod a haberpan duro.

    27 de marzo

    Tambin recuerdo que en aquellos tiempos la gente de Monte hu a de su ciudad, cruzabael r o para llegar a la gran capital transformada entonces en cabecera del tercer mundo,erizada con los cartones y latas herrumbradas que constru an lo que llamaban casas encientos de Villas Miseria que iban aumentando cada d a ms cercanas y rodeaban el granorgullo f lico del obelisco. Tal vez el hambre tuviera all otro sabor que la impuesta porMonte. Pero en Monte era menor el nmero de los que ambicionaban y lograban cruzar elr o para vender, destino inmediato, hojas de afeitar y chicles, kleenex y jaboncitos ybol grafos secos y peines y carteritas de fsforos en alguna esquina de la calle principal. Elxito de una jornada supondr a mascar un chorizo con pan, si no eran desalojados porabor genes igualmente desesperados.

    No puedo olvidar a los de Monte que soaban con otro modo de vivir, los del todo onada, los que no tem an apostar suicidio contra vivir de verdad en aquellos pa ses europeosde donde llegaron abuelos, desde Espaa e Italia, se fusionaron y as quedo creada la razaautctona.

    Y ahora, quinientos aos despu s de ser descubiertos por error de un marino genovs yla intuicin de una reina que nunca arriesg sus joyas ni se mudo de camisa, los nietos sedesesperaban por devolver la visita de los abuelos.

    Los dej formando colas kilom tricas desde el alba, frente a embajadas o consuladosaguardando con escasa esperanza el milagro de una visa. Pude leer en el aeropuerto dosgraffiti contradictorias: Que el ltimo en irse apague la luz. Y el otro rogaba: No tevayas, hermano.

  • 328 de marzo

    Sin embargo, cre al principio que me hab an hecho una mala jugada. Se trataba de unedificio enorme al que llamaban galpn o nave o hangar. Escuch a los hombres. Estaballeno de peones de trax desnudo y taparrabos o delantales de arpillera. En su mayor parteeran gallegos altos y atl ticos que cargaban con los sesenta kilos de las bolsas de cerealescomo si estuvieran jugando. Ocho horas diarias si no hab a trabajo extra. En grandes letrasnegras, en la pared del fondo, la sigla dec a: S.O.S.

    Primero me examin un semic rculo de miradas burlonas que me pareci calculaban misposibilidades en una lucha con repetidos sesenta kilos. Nadie hablaba. Yo era el extranjero yellos se obligaban a odiarme resueltos a expulsarme ms all de sus fronteras.

    Estaba ya pensando en decir muchas gracias y adis cuando me trajo consuelo unaborigen vestido con guardapolvo que tal vez hubiera sido blanco el d a anterior. Me sealun montn de bolsas que pod an servirme de asiento con respaldo, me seal un agujeroredondo en el suelo y me entrego un cuchillito. Aquel hombre se hizo mi capataz con muypocas palabras.

    As fui sabiendo que el agujero redondo se llamaba tolva, que era necesario alimentarlocon el trigo o lo que contuvieran las bolsas, que si llegaba a vaciarse ese aparato queseparaba el polvo del grano, se estropear a. Y fui sabiendo que aquella tarea parec a habersido inventada expresamente para m . Recuerdo tantas semanas de felicidad nocturna, eltrabajo sin la inevitable presin de un patrn o jefecito. Leyendo alguna historia deasesinado y detective, leyendo un diario o revista, vigilando de rabo de ojo a un costado laboca angurrienta de la tolva. Y tan solo y en calma en la noche eterna siempre alumbradopor luces elctricas porque el enorme edificio no ten a ventanas y era indiferente e ignoradoel hecho de que afuera, en la ciudad, lloviera o iluminara un sol blanco y rabioso. All ,tampoco ni calor ni fr o. Muchas ratas gordas y veloces que no se sab a de que disparaban oadonde pensaban ir. Slo proyectos porque un perrito pequeo, color mugre, las persegu a yalcanzaba para clavarles los dientes y desnucarlas. Nunca lo vi fracasar. Y siempre, despu sde la victoria, volv a a correr desesperado para beber agua en una gran pileta o enjuagarse elasco.

    Apunt : noches Felices, pero ser a m s exacto llamarlas noches de paz. Porque si meocurr a divagar sobre algn problema nunca se trataba de problemas impuestos por el mundode afuera. Eran mis problemas, absolutamente m os. Eran de esa raza de problemas quemillones de personas se hab an planteado sin resolver. Los imagino, con preferencia, al ladode un fuego as como yo estaba al lado de la tolva. Todo era noche calma, noche serena,hasta que un mediod a vi el anuncio en el peridico que hab a abandonado sobre los platosusados del almuerzo un compaero de pensin. Cada vez miro los diarios y me basta espiarlos titulares para fortalecer mi vieja conviccin de que la estupidez humana es inmortal. Lanica esperanza cre ble que nos van dejando se llama nuclear.

  • 4El anuncio era muy distinto de sus compaeros de pgina. Ofrec a empleo a un hombrecuya ambicin no respete ningn l mite y que est dispuesto a viajar. Yo encajaba muybien entre las edades m nima y mxima sealadas como indispensables. Nunca olvidar elnmero telefnico al que estuve llamando intilmente durante varios d as aprovechando lashoras de libertad que me conced a la tolva. A veces el tel fono estaba ocupado y el tono erade eternidad o lo imaginaba llamando a nadie en una vieja oficina despoblada.

    Si era necesario cargar un barco con urgencia, S.O.S. tambin trabajaba los sbados detarde. Pero por desgracia para aquel pa s eso no suced a con frecuencia. De modo que yoestaba libre casi todas las tardes de sbado. Y las aprovechaba para intentar respuesta. Talvez ese nmero ya hubiera triunfado en su cacer a de hombre ambicioso dispuesto a viajar.S . Pero un mi rcoles de agosto muy asqueroso con su fr o y lluvia, el nmero se transformen voz.

    7 de abril

    Trato de recordar como era aquella voz la primera vez que la escuch . Adjetivos:blanda, hmeda, acariciante, la manejada para insistir sin violencia en la oferta de algoobsceno y apenas peligroso.

    Era la misma voz que me repiti en la entrevista: Usted debe tomar al pie de la letraaquello de que los ltimos sern los primeros.

    Acompa la frase con una risita m s amable que burlona. La oficina estaba instalada enun edificio ruinoso de la ciudad vieja. La fachada estaba casi cubierta de chapas de cualquiermaterial que ofrec an cualquier profesin, brujer as o callicidas. La oficina era una tristezapolvorienta, mesa de pino, dos sillas desparejas, tel fono y fichero met lico verde.

    Y ahora el anunciante, que nada ten a que ver con el ambiente, me dio la rara sensacinde ser un hombre que nada ten a que ver con nada. Pero la cara si ten a que ver con la voz.Era muy blanca, muy grande en comparacin con el cuerpo casi infantil y excesivamentebien vestido. Un diamante en la corbata pero ningn anillo en los dedos manicurados.Cuando sonre a, mostrando fuertes dientes de caballo, los labios se adelantaban para formarun c rculo perfecto.

    Y su ambicin hasta donde cree que podr a llegar?

    Depende. No me ofrecer a para lucrar negros ni cualquier clase de esclavos.

    Lamento decirle que mi muestrario de ofertas es muy reducido. No dispongo de esaclase de infamias. Para su ambicin le puedo proporcionar este destino: ir a un pa s

  • 5desconocido, no hacer nada y cobrar mucho dinero. No hacer nada pero dejar hacer. Ytambi n informar.

    10 de abril

    Me alej de las ominosas S.O.S. alegando enfermedad y tuve tres entrevistas con elhombre que se hac a llamar Profesor Paley, aunque no sean ni nombre ni t tulo. Tambintengo otro nombre y profesin para usted.

    En la segunda o en la ltima reunin, apareci la palabra destino. El profesor preguntsi el nombre Santamar a me era conocido. Le dije que toda Amrica del Sur y del Centroestaba salpicada de ciudades o pueblos que llevaban ese nombre.

    Ya lo s . Pero nuestra Santamar a es cosa distinta.

    As apunto, m s o menos fiel, el episodio de mi adis a Monte. Recuerdo que entoncesrob el lema del New York Times y me jur apuntar todo lo que fuera digno de ser apuntado.

    12 de abril

    Me resulta fcil empezar estos apuntes pero no s si podr cumplir la auto promesa decontinuar apuntando diariamente. Porque ignoro a donde voy y para qu me llevan.

    Mi situacin en Monte es muy mala y bordea la angustia, en la que no acepto entrarporque me ayuda siempre el recuerdo de un amigo de mucho tiempo atrs llamado Kirilov oalgo parecido. S que lo expulsaron de su partido.

    28 de abril

    Cuando sal de Monte con un curr culum abusivamente sobresaliente y bajo el brazo unreci n nacido t tulo de ingeniero, el profesor Paley estaba a mi lado y no me abandon hastaque pisamos Santamar a. No necesit hablar mucho para convencerme de que para m nohab a trabajo en el pa s donde yo hab a nacido. Sin violencia, me hizo firmar un contrato quecubr a un par de aos y promet a sueldos en buenos dlares. Vagamente, me explic que nose trataba de construir una presa o represa, sino solamente de cimentar lo que ya estaba

  • 6hecho. Como a m todo me daba igual, despu s de muchos desengaos de clase diversa,firme lo que Paley quiso.

    En el principio, despus de huir de Monte, tristeza y peligro, luego de atravesar el r o debarro y de sueera, luego de remontar otro r o, ms estrecho y cuya tradicin est hecha deamenaza y suicidio, desemboqu en un amanecer sanmariano.

    Pero mi visita oficial a Santamar a, y a la parte final y ms importante de mi destino,sucedi d as despus cuando Paley, jud o portugu s y el nico conocido de mis nuevospatrones, me acerco al r o en su coche sueco.

    Estuve mirando la parte paisaj stica de mi futuro. A la izquierda, una enorme casarodante con un automvil gris ensillado; al frente, una casona, desconchada y sucia, y luego,sobre el recodo de las aguas, apuntando a ms tierra incgnita de Santamar a Nueva, unpuente de tablas con barandas de soga. A la derecha, rboles, bosques, jungla.

    Pienso que con lo escrito cualquier lector puede dibujar un mapa de aquella regin deSantamar a. Pero ni yo sabia de mi acercamiento, tan lento, a travs del gotear montono delos d as y las pginas, a la ms dolorosa y vulgar de las caras de mi desgracia.

    Ah estuve y mir . Con la promesa, cumplida, de muchos dlares, la perspectiva de untrabajo interesante y embrutecedor, la esperanza de una larga aunque incompleta soledad. Nos cuanto ms tarde estuve recordando el faro que nunca pude habitar en el R o Negro.

    Parntesis: Fue en Monte donde me enter de la existencia de un puesto vacante defarero en el R o Negro, un r o que parte el pa s, casi exactamente, en mitades. Algn c nicoap trida me dijo una vez que la parte norte era para Brasil y la del sur para los argentinos.Yo andaba solo y muy pobre y con ganas de huir de todo el mundo. Por contactos familiares,el faro lleg a ser m o en los papeles de la burocracia. Pero cuando supe que mi deseadasoledad slo iba a ser quebrada una vez cada seis meses por una lancha cargada con latas decomida y diarios, de fechas caducas, me eche atr s aterido por un miedo ms fuerte que lahumedad del faro nunca usado.

    Olvido el R o Negro y su alto faro parpadeante que seguir sealando rutas a losmarinos. Es probable que lo hayan privatizado y que algunos nrdicos est n cobrando peaje.

    Ahora contemplo otro r o que supongo manso. Queda descrito sumariamente estecurioso escenario; como todos, reclama personajes, personas, pobladores que, poco mstarde, fueron apareciendo y el supuesto portugu s me los fue presentando.

    Fue como si hubiera hecho chasquear los dedos. Primero aparecieron Tom, Dick yHarry con grandes botas aguadas, con grandes blancas sonrisas aprendidas desde la infanciaall en Oklahoma City o Main Street o Texas. Me parecieron simp ticos y crueles. Nossaludamos: su espaol baldado y mi ingl s tartamudo. Con mucha cordialidad me hicieron

  • 7saber que la represa estaba prcticamente terminada y que slo pod a servir para darconsejos innecesarios sobre una vaguedad que no nombraban obras de ratificacin deapuntalamiento. Tambi n supe por ellos que, ms all del temeroso puentecito y siguiendosiempre hacia el este, exist a y prosperaba una Colonia Suiza de la que alguien alguna vez,en un pasado huidizo, me hab a hablado. La mencin de la Colonia me bast para que Tom,Dick y Harry se rejuvenecieran con rubores dbiles y breves, rieran y cambiaran golpes enlos hombros desarrollados y fortalecidos en los campos de deportes de universidades tanlejanas ahora como sus primeras juventudes.

    Repuestos, uno de ellos habl, tal vez fue Dick. Me explic que ahora la Colonia Suizano era ni por asomo una colonia sino una ciudad pujante, volcada al futuro, en constanteexpansin, y no recuerdo cuntas otras bellezas y tonter as ms. S , fue Dick quien inici lasalabanzas. Era un coro y, por caso de celebracin inconsciente, pens en el t tulo que unamigo muy querido prometi poner a un libro pornogr fico que jams llego a escribir: Launanimidad de las cotorras. Nada que ver, pero se me ocurri sin culpa.

    1 de mayo

    Y aqu estaba en un lugar, que slo existe para gegrafos enviciados, llamadoSantamar a Este, sacudi ndome el pasado como trataba de apartar las pulgas una perrita muyquerida que alguna vez tuve y con mi falso t tulo de ingeniero, tratando de dirigir el trabajode unos veinte peones mestizos y explotados. Est bamos terminando de construir unarepresa, justo all donde el r o y la tierra impon an un codo.

    3 de mayo

    Era la hora del hambre, del sol justo encima de nuestras cabezas. Estbamos dentro deledificio que me qued destinado como casa, hecho con grandes piedras fofas. Alguien hab aido hasta la caravana para volver con una botella de whisky, de marca para m desconocida,y vasos de pl stico. Uno de los gringos me dijo:

    Ahora le falta conocer a doa Eufrasia. Para ir bien con ella hay que mantenerle eltratamiento. Ya ver . Todav a tiene buen cuerpo. Nadie sabe si treinta o cuarenta. Ella es trescuartos de india y muy mandona si le toleran. Con nosotros anda en una especie de pazarmada. Fue al este a comprarnos alimentos frescos. Odia las latas ms que nosotros. Ynunca nos falla, debe estar por volver.

  • 8Y doa Eufrasia lleg; un cuerpo que me pareci deseable aunque con grandes pechoscayentes. Pero la cara hab a sufrido mucho y era mejor no mirarla; probablemente ella loagradeciera.

    Era alta, oscura, sudorosa y desgreada, un animal cargado en los lomos con unamochila de cuero reluciente, propiedad de mis amigos, y colgando de cada brazo una bolsared llena de marcas comerciales. Salud con un cabezazo mientras mis gringos hac anpresentaciones confusas. Se alivi de los pesos y me mostr como un relmpago sudentadura blanca, interrumpida por el lento saboreo de la hoja de coca. Nos apretamos lasmanos y yo apret una maderita seca, y tanto sus ojos negros como los m os compusieron unmirar turbio y burln.

    Pero supe enseguida que hab a algo m s. O tres palabras de orden: saluda al seor.Entonces se desprendi del refugio de la pollera la forma intimidada de una niita rubia, congrandes ojos claros, impasibles, que slo investigaban tranquilos, con su breve polleraescocesa y una blusita blanca y limpia. Insisti la madre:

    Elvirita, saluda.

    Y entonces la nia dijo "sal" moviendo una mano, levantando la clara inocencia de susojos.

    Mucho tiempo paso antes de que aceptara que hab a sido yo el inocente.

    La mujer habl:

    Es preciosa, todo el mundo comenta y me la hacen consentida. Otra tuve, de apelativoJosefina, morochona como el padre. Poco s de su vida. Me tienen dicho que est en casa deun mdico, pero un mdico de verdad.

    Bastaba mirar la piel de la seora Eufrasia para saber que no necesit ayuda oscura paratener una hija morochona.

    Pasaron meses rellenos por la montona reiteracin de los d as. Al agua para vigilar supresin y vigilar el trabajo del mestizaje, casi recompensados de la miseria que lesaguardaba en sus chozas de la selva, por las libras que, turnados, algunos de mis amigosgringos les tiraban en las quincenas de pago.

    La casona demasiado grande y toda pintada de blanco, en guerra contra el sol asesino,intil para las noches en que el calor se situaba, inmvil y resuelto, sobre nosotros, la casablanca, el mundo en que viv amos. Quedaron los mundos helados del recuerdo pero ya noayudaban, ya no se cre an. Y entonces comenzaron las bromas porque doa Eufrasia,insuperable en la factura del locro, en el arte de asar carnes y sabiendo siempre quin laquer a seca o sangrienta, comenz a engordar.

  • 9ramos cuatro: Tom, Dick, Harry y yo. Y el calor nos obligaba a quemarnos labios yboca con salsas de aj . As sudbamos ms.

    Eufrasia cocinaba, hac a de la casa un alarde excesivo de limpieza, Eufrasia era feliz ysin necesidad de sonrisas, Eufrasia segu a engordando, mil metro a mil metro.

    Todos los domingos, al madrugar, Eufrasia iba caminando hasta la iglesia deSantamar a. El edificio evocaba la Colonia espaola y ten a, puntualmente, rosadas lascuatro esquinas. Hab a dejado en la casa alguna comida y era necesario tirar a suertes quindeb a encargarse de ir hasta el pueblo ciudad para comprar alimentos y bebidas. Y siempreviajbamos en pareja para disfrutar del lento placer de apoyarnos en el mostrador delCh mame para tomar un aperitivo o ms. Segn ven an las cosas, y era imposible adivinarsu origen, los mediod as del domingo transcurr an en silencios sin rencor, cada uno en suvaso, cada uno mirando sin ver la estanter a pesada de botellas, las manchas de humedad enla placa sin rplica del espejo que algn d a lejano reflejo fiestas, parejas, suizos de tez rojizay atezada.

    Otras veces la compa a se hac a sentimental y se produc a una especie de competenciano deseada, con evocaciones de lugares, montaas, lagos, caser os o ciudades de cemento,vidrio y aluminio. Y no faltaba la exhibicin de fotos de mujeres con sonrisas tontas y niospecosos. Todos esbozados en la bruma de ancdotas que cre amos definitorias y clavadas enel tiempo.

    Ten amos que regresar con la hora de la siesta. Eufrasia, despu s de lavar culpas en elconfesionario, hab a emprendido su trote corto y sin fatiga hasta el rancher o norteo dondeten a familia o tal vez un hombre esperando en soledad, calor y botella. Ahora Eufrasiaengordaba cent metro a cent metro.

    Me contaban los gringos que, cuando empezaron a estudiar el r o arroyo para emplazarla represa, escucharon justificaciones de ind genas ancianos que recordaban o simulabanrecordar una gran crecida que aneg el valle, trep hasta tapar las pequeas colinas, arrastrtaperas, animales y vivientes. (Por lo menos, se acordaban de tantos abuelos muertos,llevados por la correntada hacia el mar, y nunca ms se supo.) Cierto d a, cuando ya hab anquedado en el recuerdo de los gringos las zambullidas para calcular profundidades yresistencia del fango, eso fue en un principio del trabajo, la gordura tenaz de Eufrasia derivhasta formarle un vientre en punta.

    Sintetizando, tratando de afirmar su compenetracin con aquel lugar de tierra al quehab an tra do el tipo de cultura y los impasibles m todos de ganancia y explotacin,proclamados all lejos en el lema de su nica bandera: In gold we trust, las bromas iban porah :

    Conocemos la madre del cordero.

  • 10

    Se sospecha quien es el padre de la criatura.

    Y las tres caras rosadas, pecosas, que conservar an, y tal vez para siempre, en la hora delregreso, de los golpes en la espalda como serial de cario, de los cocteles preparados ovigilados por sus respectivas esposas, de la indomable barriguita, reiteraban graciososchistes agotados:

    Que aquel domingo los dejamos solos y vi como te brillaban los ojos.

    Que hay que ver como ella te prefiere al repartir la comida.

    Que anda simulando que no te mira.

    Que cuando dos se enamoran es cosa que se huele.

    Que tiene que ser casi desde que llegamos. Porque le debe faltar poquitos d as y acasohoras.

    En cuanto aparezca le vamos a ver el parecido.

    Eufrasia, impasible, tan olvidada de su barriga como del momento en que se lainiciaron, limpiaba la casa, nos alimentaba con lentejas, verduras y un poco de carne cadasemana. Y trotaba sin perder domingo, hacia la iglesia, hacia los rancher os del norte. Aqueld a, como siempre, nos hab a dejado empanadas de dulce de membrillo. Iba recitando para slos padrenuestros y las avemar as que hab a recetado el seor cura. Y a cada paso,cent metros ms o menos, aumentaban su dicha y su sudor, se iba sintiendo limpia, bendita,hostiada, lista para trepar a la serenidad eterna de los cielos.

    Pero los cuatro hombres no ten amos nuestra iglesia; y adems deb amos recurrir a laslatas de diecisiete conservas, siempre dudosas. No ten amos iglesia ni heladera a queros n.Porque Tom era baptista, Dick metodista, Harry jud o y yo hab a perdido tiempo atr s unavaga creencia papista.

    Estar colocados en aquel casi desierto no era nuestra culpa, era voluntad divina. Si aellos les nac a algn temor, algn reproche de conciencia, lo descartaban con la oracinnocturna y lecturas de la Biblia. Tal vez no coincidieran en interpretar el significado devers culos, frases tortuosas, tenaz reiteracin de disparates, amenazas tan terribles queparec an saltar sonoras del papel donde estaban impresas.

  • 11

    24 de mayo

    Los viajes de doa Eufrasia con la nia rubia colgada del brazo a Santamar a Este,Colonia Suiza en realidad, acabaron revelando otros motivos que la visita a los padrinos. Acada uno de sus regresos, Tom, Dick y Harry observaban con discrecin su barriga crecientey hac an apuestas sobre los meses faltantes y, m s all , sobre el sexo del no nacido. Nuncaquise entrar en el juego de las profec as que ellos trataban de mantener ocultas para la mujer.Pero una vez le o decir con voz muy tranquila y suave a no s cu l de ellos:

    Seguro que hizo lo mismo su seora madre.

    Nadie contest y todos simulamos absorbernos en pequeas tareas intiles paraahuyentar el recuerdo de la verdad nunca vista: madre horizontal, despatarrada y suplicante,padre muerto para el mundo, adhiriendo enfurecido sudores de pecho, inconsciente delrid culo vaivn de sus sobrias nalgas de varn.

    4 de junio

    Para nosotros, que dormit bamos bajo los rboles, vino de improviso. Era una tardebochornosa y pod amos divisar all arriba pequeas nubes negras que se iban reuniendo,fusionndose. Para doa Eufrasia, que lavaba en la gran pileta platos o ropas, debe haberllegado con un dolor, un grito, una sucia palabra. Con pasitos muy cuidados fue llegando a lapuerta hasta hundirse en la penumbra fresca de la casona.

    Yo fui el primero en despertar al susto. Anduve zigzagueando hasta la ventana de lapieza de Eufrasia y me sent , acuclillado, mi espalda contra el muro, la oreja en escucha.

    Como siempre me fue imposible imaginar a Eufrasia llorando, lo que o no eran llantossino dbiles gemidos de cachorros ciegos. Mientras se acercaban los muchachos, con lasiesta interrumpida por mi excursin a la casa, casern, los gemidos, de agudos pasaron agraves. Llegaron al grito; al balbuceo en las pausas de invocaciones a la Sant sima VirgenMar a y a Santa Carolina, mrtir y tambi n virgen, protectora de parturientas. Crec an losaullidos y yo sab a que los dolores la estaban revolcando y le escuchaba mezclar rezos conmaldiciones segn las cuales todos los hombres del mundo hed amos por culpa de mildefectos, promet a usarnos como letrinas y todos ramos hijos de madres excesivamenteputas.

    Y ah estbamos, cuatro hombres, impotentes, escuchando el dolor, humillados tambinporque sent amos que tras las paredes estaba creciendo un misterio, el primero de la vida,que brotar a manchado de sangre y mierda, para irse acercando, tal vez durante aos, al otro

  • 12

    misterio, el final. Y nosotros no ramos ms que hombres y nuestra pobre colaboracin slohab a sido una corta y enorme felicidad olvidada, perdida en el tiempo.

    El ruido del llanto y de las quejas de Eufrasia se escuchaba desde fuera de la casillasubiendo y bajando porque era seguro que la mujer mord a algn trapo sucio para aminorardolores y sonidos. Tambi n a veces se interrump a para rezar gangosa y era posible escucharsu plegaria.

    Ay, Santa Carolina, tan fcil que fue entrar y tan dif cil de que salga.

    Los dems se hab an apartado hasta el galpn en busca de carne para preparar el asadoque comer an con una curiosa ensalada de legumbres y algunas hojas de plantas de perfumefuerte y nombre desconocido.

    A cada gemido yo me sent a m s nervioso. Cuando sent que para m aquello erademasiado, me levant y les dije:

    sto no lo aguanto. Voy a Santamar a Vieja que conserva hospital. Busco partera,comadrona o mdico. Si la dejamos, la Eufrasia se nos muere.

    El cielo estaba nublado y el calor hmedo hac a brotar el sudor. Mientras iba hasta eljeep o decir a alguno de mis amigos Wasp:

    Parir s con dolor.

    Finalmente sub al jeep y lo puse en marcha, resuelto a ir hasta el pueblo en busca deuna comadrona para la parturienta. Hund el acelerador y me alej de la casona. Ten a querecorrer kilmetros y el tanque estaba lleno. Aunque hice despus muchas veces el viaje aSantamar a Vieja, ida y vuelta, nunca me enter de cu ntas leguas nos separaban. Me alejhundindome en el polvo y en el calor que continuaba creciendo lentamente.

    Mientras corr a el jeep en aquella tarde que fue bautizada como el d a del gran parto, eraconsciente de que a mi derecha estaba el r o. Las casitas de los Pescadores siempre blancas,cuidadas y limpias, la fila de lanchas y el esc ndalo de los nios, tan sucios y Felices, ajenosa la reiterada prohibicin materna: no te me ahogues o te mato. Yo avanzaba siempreparalelo a todo esto. Meses atr s hab a visitado aquella parte de la costa por curiosidad, casitur stica, con el pretexto de comprar algunas corvinas frescas para cocinarlas a las brasas. S ,usted quiere decir a la vasca, recuerdo que me aleccion desde su barca un hombresemidesnudo que hablaba libre de la simp tica tonadita de los sanmarianos. Sospech queme iban a estafar, pero ellos superaron mis c lculos. Tambin escuche vocesincomprensibles tra das de pa ses muy lejanos. En uno de mis viajes quincenales, D az meaclaro la confusin.

  • 13

    Ms all , cerca de la ciudad, se amansaba el r o y los Pescadores domingueros seagrupaban junto a las caletas. Segu adelante siempre tratando de conservar una hipot tical nea recta, moviendo tierra seca, levantando una polvareda que ondulaba para cubrirme aldescender. Y de pronto, sin aviso, un agujero enorme, metros de ancho y atravesando de uncostado a otro el camino no trazado que llevaba, hasta que lo cortara el zanjn, a Santamar aVieja.

    El monstruo frente a mi jeep. Ya me hab an prevenido sobre su existencia pero, claro,nadie pudo decirme en que lugar de la distancia se abr a para tragar viajeros. Entre dbilesputeadas, las puteadas siempre se debilitan cuando no tienen destino humano concreto,descubr que a la izquierda alguien hab a colocado dos largos tablones que se ofrec an paraevitar la ca da. Pens si aquel puente primitivo aguantar a el peso del jeep y el m o. Tal veztrabaj un tiempo. Luego enfil el veh culo y cruc lento sobre los estertores de las maderas.Supe otro d a que a ese agujero maldito le llamaban Barranca Yaco pero jam s supo nadiedecirme por qu .

    Y luego entre en callecitas, calles, avenidas, plazoleta de inveros mil h roe desmontado.All estaba alto y gris, enfundado en un levitn de plomo, sosteniendo paciente con ambasmanos un racimo de uvas muy gruesas, acunadas en una hoja de parra. Era como unamaqueta grande de una proyectada ciudad desierta con muchos eucaliptos jvenes, concortinas de hierro tapando y prohibiendo negocios variados.

    Entonces me puse a distribuir destinos y pasados.

    Ninguna cortina, ninguna puerta cerrada pudieron sugerirme presencia o temporalausencia de m dico. Una bata blanca, una sonrisa de bienvenida, lustrosa, inmutable porortodoncia. Y la Eufrasia segu a murindoseme. Hasta que lo vi, surgido de ninguna parte,de ninguna puerta clausurada, de ningn estr pito de metales arrollados. Estaba junto alportal que yo, creo, hubiera tenido que atribuir a Art culos navales. l miraba desconcertadola intrusin en la soledad de un jeep y su chofer.

    Nos separaban unos cincuenta metros. Vest a un overol, era alto, robusto y recinafeitado.

    Estuvimos mirndonos hasta que l sonri y se fue acercando, balance ndose paramantener el equilibrio sobre una cubierta embravecida. No, no se trataba de ningn pensablemar. La prudencia de los pasos era fruto de la libre fiesta alcohlica de su noche.

    Sonre a bondadoso.

    Antonio, para servirlo dijo. Le di mi nombre y nos estrechamos las manos sinhacer fuerza.

    Desde dnde viene, amigo pregunt algo incrdulo.

  • 14

    No s por qu me invent para responderle un simp tico cantito que de alguna provinciaser a.

    Yo vengo de all abajo, del r o, y ando en busca de m dico o partera para una doaque la dej forcejeando pero no acaba de salir de cuidado.

    Del r o fue comprendiendo el hombre y apart con un pie la gran valija que hab aarrastrado y que yo cre a no haberle visto. Conozco, conoc y gracias a Dios dej deconocer y pude olvidar cuando las cosas mejoraron.

    Usted estuvo? pregunt. Cundo, en qu tiempo.

    Hace mucho, era un tiempo de desgracia. Y usted sabe, la mala suerte, dijera unamigo, es como una costra que le cubriera el cuerpo, sin pecado, y si a veces cae es porqueDios o Destino quisieron.

    Se lo comprendo muy bien. Pero quisiera saber por qu Santamar a se ha vaciado degente.

    Bueno dijo con risa, estoy quedando yo. Pero tambin yo me estoy yendo.Cmo no le avisaron? Si andaba buscando ayuda para esa desgracia...

    No me avisaron o no sab an. Mis compaeros de trabajo son gringos. Qu van a saberde fiestas locales.

    Pero se me ocurre que usted, con respeto, es ms o menos tan gringo. Le digo misospecha: usted es un che.

    Cierto. Pero soy un che oriental.

    Ah, perdone. Lo estaba confundiendo con porteo, que tanto dao nos hicieron. Unabrazo.

    Y Eufrasia sangrando.

    Cuando me libr del apretn insist en mi urgencia. El hombre repuso:

    Le explico todo en dos palabras. Estamos a jueves y cae en San Cono, que es el santopatrono de la ciudad. Todas las ciudades tienen. Aqu le llamamos puente. No s si usted meentiende. Compruebe. Jueves San Cono, viernes salteado, s bado, domingo no se trabaja.Los ricos empiezan a volver con sus coches de sus excursiones los d as lunes. Los que no semataron en la carretera, ida o vuelta. Cada ao, aunque no haya puente, San Cono mata mscristianos. Y no le importa que sean mujeres o nios. Est en las estad sticas, que nomienten. En cambio nuestro San Cono, le hablo de nosotros, los pobres, tenemos que

  • 15

    recibirlo como una esperanza de algn dinero. Casi siempre en monedas. Nosotros, miseora y yo, vamos a vender cosas de la fecha, alimentos, refrescos aunque sin hielo.Tambin otra gente amiga se distribuye por el mercado de las pulgas, la feria de Yaro o elRastro. A cada uno su suerte.

    Est claro. Pero yo vine por esa mujer que...

    S , seor. Y yo slo distraigo y lo demoro. Pero lo demoro de qu? Si usted no latrajo ser que no se puede. Para el hospital tambin es San Cono.

    Slo conservan urgencias pero de ah nadie se le va a correr hasta la obra del r o.Comadrona no conozco. Y menos partera. Se me ocurre una pista pero no le doy garant a.Nos queda el doctor D az Grey pero ni me imagino que puede resultar. Para m , esa casatiene algo de misterio. Bueno. Llegar le va a ser fcil.

    D az, dice?

    S , el mdico del braguetazo. Mire: toma derecho a la izquierda y cuando ve lagasolinera, una cuadra antes de llegar, dobla a la izquierda hasta el monte de eucaliptos y ahmismo mira para el r o y ah est la bruta casa con zancos que hizo el viejo loco, millonariodespus de muerto. No tiene p rdida. Golpee hasta que abran porque esa gente tiene servicioun mes s y otro no. Buenas personas, sin despreciar; pero algo raras, seor.

    Le dije gracias varias veces y obedec . Fui marcando con las pesadas botas el laberintoque me hab a dictado y finalmente qued enfrentado a la extraa casa que habitaba D azGrey, m dico, con su familia y sus servidores.

    Unos metros nos separaban. Empec a caminar cuando me distrajo y desvi un ruido degente a mi izquierda, un pataleo arrastrado por msica y cantos.

    La o comenzar como un murmullo, cantinela que se acercaba hacia la plaza y desde laiglesia. Ms tarde vi sombras y de inmediato el resplandor de los cirios. La procesin laencabezaba un cura tal vez ms gordo que los integrantes del desfile sonoro, enjaezado conblancuras y oros y precedindose con una cruz que no soportaba ni sufr a porque casiseguramente la hab a claveteado el sacristn con dos listones de pino. As que no hac a otracosa que alzarla, con su gruesa vela incrustada en la juntura de los palos, de llamaestremecida por el iscrono andar del cura que preced a marcha y c ntico:

    Se or Brausen por tu amor pon la lluvia y quita el sol.

    Otras veces cre o r:

    Por mi amor

  • 16

    Ms tarde y coreando la magnificencia del poema, colocaban sobre el polvo zapatoscharolados los representantes del cinismo cruel, los ricos, los terratenientes, los exprimidoresde peones que se llamaban y se hac an llamar las fuerzas vivas de la nacin. Ignoraban estos,como ignoraban todo porque hab an nacido en cunas de codicia; todo aparte del precio decereales, vacas y lanas. Ignoraban que quien naci para veintn nunca llega a medio real.Ignoraban que la que naci para provincia nunca llega a ser pa s. Y desconoc an a los seresanimalizados por ellos, sobras sucias, el viejo sudor, las alpargatas arrastradas sobre la tierra,nica amiga en renovadas y mezquinas promesas, siempre ajena y expectante para acoger enagujeros el final de sufrimientos y esperanzas. Estos eran los portadores de cirios de llamaspalpitantes, ayudando en la noche, sin necesidad, al calor creciente.

    Luego la imbecilidad se concentr e hizo temible explosin dentro de la iglesia. Slopude distinguir, para burlarme sin palabras ni sonrisas, los gastados nombres de Sodoma yGomorra. No fueron mencionados los deseables ngeles efebos que, en ejercicio de lademocracia, reclamo el pueblo de Sodoma. Pero s el cura engalanado record una lluvia defuego que ya insinuaba el repugnante calor que agobiaba la ciudad, comarca, provincia, pa so reino llamado Santamar a. Y aull a los sucios desarrapados de cosechas perdidas que laculpa era de ellos, que la seca o sequ a hab a sido impuesta por Nuestro Seor, el de lainfinita misericordia, en castigo por los terribles y sucios pecados de los temerosos oyentes.La gleba, hombres que nunca hab an deseado hombres, hambrientas mujeres hambrientasque nunca hab an deseado mujeres, que slo sab an cumplir el mandato divino dereproduccin despatarr ndose y pariendo nios que ten an casi siempre la curiosa costumbrede morir antes de llegar a la incubadora del Hospital Mariano-Suizo, donde a veces losadmit an.

    Tal vez los espantosos pecados hab an sido cometidos por boticarios, maestros, alcaldes,terratenientes, caciques. Acaso por la chusma bien vestida y comida que pod a permitirsereuniones secretas en las numerosas piezas del burdel y traer desde la capital putas bienvestidas, bien pintadas y tenidas para reunirse all provistos de buenas bebidas y organizar loque ellos llamaban una farra.

    Pero la verdad es que luego de la procesin y de la falsa indignacin prof tica del cura,el cielo comenz a nublarse y se escuch la aproximacin de los truenos. Al fondo delcallejn donde mor a, incomprensible en la lluvia, un ltimo resplandor de sol, naranja, ocre,cruz buscando guarida en la iglesia una pareja de masturbadores ensotanados

    Casi enseguida comenz la rudeza de una tormenta de verano, grandilocuente, degruesas gotas, instalada para siempre en el cielo, ruidosa, inagotable.

    Ahora ten a casi enfrentada la casa. Un cuadrilongo blanco y sin gracia semejante a unacaja de zapatos, sostenido por catorce pilares. En ese momento empez una llovizna de hilosde plata muy separados entre s . Sent que el agua me resbalaba por la nuca mientras fui yalcanc la casa del mdico. Me hab an dicho que en un tiempo hubo estatuas de m rmol en

  • 17

    el jard n pero estaba raso y descuidado. Empuj el gran portn negro de hierro con letrasentrelazadas: J.P.

    Aplastado y azul contra la puerta hostil dentro del overol ya hmedo, algo protegido delagua por una marquesina que sobresal a como un pueril desaf o, apret el timbre con furia ygroser a. Estaba solo y temblando y el paisaje anochecido tambin se ve a solitario y ensuave temblor detrs de los espesos hilos de la lluvia.

    Por fin abri, impetuosa, una mano que hizo golpear la puerta contra la pared. Me quitla gorra con la desteida inscripcin de una empresa petrolera y qued enfrentado a unamujer muy alta y flaca, muy rubia, que mantuvo descubierta una hermosa dentadura, ensilencio, mientras miraba la sombra del paisaje ms all , por encima de mi hombro. Lequedaban restos de infancia en los ojos claros que entornaba para mirar una luz rabiosa,desafiante, que se arrepent a enseguida, un poco en el pecho liso, en la camisa de hombrey el pequeo lazo de terciopelo al cuello; un convincente remedo en las piernas largas, en elsobrio trasero de muchacho, libre dentro del pantaln de montar. Ten a los dientes superioresgrandes y salientes, la cara asombrada y atenta.

    Siempre sonriendo dijo con frases inconexas que no aceptaban matices:

    Estas malas noches la cosa es que estamos solos y cada lluvia que nunca llueve en elcampo nos mata los fusibles y el doctor mi padre se enoja y hay que andar de un lado a otrocon el olor asqueroso de las lmparas y ahora tiene que entrar y secarse mientras yo voy apreguntar.

    Una carcajada infantil y se fue hacia el calor de la casa dejando la puerta abierta contrala pared.

    Abandonado y dudoso, persegu al rato el ruido de los pasos de la mujer. Camin por uncorredor con suave olor a cuero y me detuve en una arcada donde colgaban cortinas oscurasen los costados. Ms all , adentro, hab a una gran habitacin iluminada y c lida. La mujer sehab a sosegado sentada junto a la gran mesa con carpeta verde y manten a con voluntad, msestrecha ahora, la sonrisa sin destino visible.

    De pie frente al vidrio combado de un ventanal que daba al r o, quieto y de espaldas, unhombre vestido con tnica blanca miraba hacia afuera.

    Nervioso por el silencio y la inmovilidad tos dos veces y el hombre de la tnica sevolvi. Era flaco, con escaso pelo rubio, las curvas de la boca trabajadas por el tiempo y elhast o. Me salud con una cabezada y enseguida dijo, como si hablara a solas:

    La puerta. Nos vamos a helar.

  • 18

    La mujer se levant y recorri ap tica, de regreso, los metros necesarios para llegar a lapuerta y cerrarla con otro golpe violento. Despu s ech cerrojos y cadenas.

    Exactamente dentro del sonido rabioso volvi a hablar el hombre:

    No lo esperaba ten a un gran cansancio en la voz grave. En realidad no esperabaa nadie. Es cierto que a veces vienen, algn mono de la polic a. Pero siempre sin que yo lopresienta. Hgame el favor, si ntese ah en el silln. Cerca de la estufa que voy a enchufar.Y pensar que por la maana nos faltaba el aire. Tanto calor hac a, el ventanal abierto.

    La mujer estaba de vuelta, silenciosa y perdida la sonrisa; miraba la noche que seconsumaba afuera separada de ella por los vidrios y las cortinas ahora intiles. De prontoadvert que hab a desaparecido sin que yo lo notara.

    Una visita imprevista pero previsora, la suya dijo el mdico. Cuntas veces habrescuchado a algn idiota que afirma novedoso ms vale prevenir que curar. Y lo dice comosi acabara de trasmitirle el secreto en el monte Sina . Es mi mujer, mi enferma. La cuido,quiero protegerla desde que era una nia. Tal vez vuelva al tema. Ahora le pido que mecuente por que vino a esta casa. Ya ni soy mdico de verdad. Tengo mucho dinero que enrigor no puedo llamar m o. Juego al forense por curiosidad. Maligna, perversa acaso.Aunque por las maanas voy con frecuencia al hospital. Mi sucesor, Rius, me consulta sobreenfermos y enfermedades. Cree que yo s mucho. La verdad es que lo que ambos sabemoses muy poco. La medicina no es ms que un medio para ir postergando la muerte. Ah,perdone.

    Se levant, rodeando el escritorio y dijo, casi gritando, junto a la puerta por donde hab asalido la mujer:

    Nia. Del de doce y vasos. Paciencia y buena porque ya falta poco.

    Volvi a su silla o butaca, destapo una caja llena de cigarrillos y la hizo resbalar haciami furia dominada, expectante.

    Otra vez perdn dijo sonriendo. Ahora fumamos y usted habla y yo escucho, queese es mi destino; y no se trata de escuchar solo palabras.

    Todo muy interesante. Y agradezco me burl. Pero yo vine con la esperanza desalvar a una mujer. Con tantos raros tropiezos, la infeliz ya debe estar muerta arriba de lamugre del catre.

    Conozco. Bolsas de arpillera rellenas de pasto. Tengo un recuerdo. Despu s le digo.Enfermedad?

    Muy simple. Estaba pariendo y no pod a parir. Slo mierda y sangre.

  • 19

    S , es la poes a de todos los nacimientos. Es blanca, india, mestiza?

    Mestiza, dir a yo. La piel casi negra pero no la forma de la cara, los huesos. Y f jese,doctor: tiene una hija blanca y rubia.

    Curioso. Algn suizo alemn que no pens en el racismo. Una urgencia. Se perdona.

    Puede ser. No me interesan las leyes de herencia ni el pasado amoroso de la mujer. Yle pregunt qu hacemos, qu piensa hacer usted.

    El mdico encendi un cigarrillo y ofreci fuego.

    Gracias, no fumo le ment sin saber por qu .

    Lo felicito. Lo que har yo se llama nada. Escuche. No a m sino al ruido del aguacon piedras en el ventanal. Piense en el zanjn de Genser inundado. Por all no cruza ni unjeep ni un tanque. Eso, en primer lugar. Despus tenemos que estas indias son mejores quevacas o yeguas. Para ellas no hay fiebre puerperal porque no saben como se pronuncia. Sioyen esa amenaza de muerte piensan que tal vez ser el nombre del nuevo alcalde. El milicoGot los nombra anualmente. Y en el ao que les toca tienen que robar lo bastante paradespedirse y vivir de rentas. Ya ve: aqu hay costa y hay fronteras, contrabando como paraelegir.

    S , para m no es nuevo. Me han dicho que la mayor a de este pueblo vive delcontrabando. De manera directa, quiero decir, o por consecuencia.

    Es casi cierto y a m me divierte mucho. Pero, please, no diga pueblo. Y muchomenos pueblucho, como dijo otro. Con Santamar a basta y yo dije please porque lo supongogringo. Yanqui.

    Oh, no. La empresa, puede ser. Ser hija de alguna multinacional. Los compaeros,s . De esos lugares con nombres graciosos. A m siempre me hicieron gracia y a veces repitolos nombres burlndome pero ellos no se molestan y me devuelven la pelota: OklahomaCity, Idaho.

    Comprendo y estoy de acuerdo. Pero me callo. Adems, no tengo con quien hablar.No olvide que Santamar a es hoy casi una colonia de la colonia de suizos alemanes.Llegaron con el G nesis.

    Entonces irrumpi la mujer otra vez, flaca y alta, retorcida por carcajadas de origensecreto, manejando una bandeja con una botella virgen y dos vasos. Dej la bandeja sobre elescritorio sin esc ndalo, con un deslizamiento, una suavidad deliberada e insolente. Seausent una vez ms. El mdico destap la botella y sirvi, abundante, los dos vasos y dijo:

  • 20

    Ya s que usted lo prefiere as . Seco, como dicen por ac . Lo he visto en elCh mame. Usted cae por all con frecuencia cada mes para cobrar el cheque de la ruina quellaman correos a la otra que llaman banco. Es como una menstruacin regular, sin susto, sinatrasos. Y en el Ch mame, puntualmente levanta una puta. Una vez cada veintiocho d as.Usted es joven y fuerte. Con perdn, me parece poco.

    No slo el giro, no slo putas. Llegan diarios, revistas, discos.

    Vio que mi vaso estaba vac o y manote la botella para llenarlo y ofrecer. Luego memir curioso y contenido, calculando cuantas medidas serian necesarias para que yo cruzarael l mite feliz o repugnante de mi borrachera personal y exclusiva.

    S rvase usted mismo. Es tan gratis para m como para usted.

    Gracias.

    Ahora no esper invitacin para llenar mi vaso. El sabor se confirm cuando espi laetiqueta; s , Escocia y doce aos. Este trago me hizo m s triste, ms vulnerable al asalto derecuerdos confusos y aosos.

    Y ustedes arriba, no almorzando un asado, que ser a grosero. Ustedes comenbarbacoa.

    No, doctor, no es as . Comemos lo que a la negra Eufrasia se le ocurra. Muchos d asnos toc locro, y no por ahorrar; cobramos en dlares no s si ya le dije. En el fondo, laverdad es que tenemos miedo de que se nos vaya. La parturienta, digo.

    Ang lica In s dijo el mdico como si el nombre fuera una orden. Y ella se apartcomo un perro temeroso.

    Es de nochecita, pap . Ya es tarde, es hora. Es la hora de que abras la vitrina para m .No es cierto? Amor, mi bueno.

    Esperaba quieta, ped a con los ojos, las manos unidas y sosegadas contra el pubis.

    Hay que esperar y, mientras, conseguir una buena comida. Yo tengo mucho quehablar con este seor que se sigue llamando Carr y es nuestro invitado.

    Sin llanto y resignada, con lgrimas que llegaban serpenteando hasta las esquinas de laboca, la mujer me seal con una mano, dijo Pero usted no y se fue saliendo del despachocon lentitud rebuscada, alta la mand bula de nia enfadada, en desaf o al mundo y suspesares.

    Estbamos solos cuando el mdico me dijo muy suavemente, sin mirarme:

  • 21

    Bien. As que usted es Carr. Me avis de su llegada el profesor. Pero hab amosquedado en que no har amos contacto antes de que la costa estuviera libre de ingenieros.

    Tome un trago y me atrev a preguntar, tal vez por culpa del whisky:

    Quin est detr s del profesor? Acaso se trate de jud os alemanes, franceses,yanquis. Pienso que sern hijos de los que pudieron escapar de la bestia parda. Ahora pocome importa el mundo. Pero de vez en cuando leo los diarios que me llegan. Y le aseguro,doctor, que no puedo separar malos de buenos.

    Usted no puede juzgar calibrando la bestialidad humana. Habr visto, tal vez, osabido de sucesos que van haciendo la historia sin querer. Pero yo, simplemente, no lo hago.Toda la gente no pasa de mierda. Es una categor a respetable si se reflexiona. En un mundode diferencias, a veces atroces, esa condicin nos une un poco. Ustedes, los t cnicos y lapeonada india. Sometida y alivindose el hambre con hojas de coca.

    Entonces volvi la mujer alta y flaca, con un delantal de payaso o mago. Tra a enequilibrio dudoso dos cilindros de latas de conservas y se inclin para que cayeran ruidosassobre la mesa. Luego, la cara impasible y silbando un blues viej simo, extrajo de losinesperados bolsillos del gran delantal platos, servilletas y abrelatas.

    Casi servidos, seores machos. Una de las latas es puro botulismo. Ruleta rusa.Adivinen.

    Retrocedi dos pasos, hizo una reverencia que casi le dobl el cuerpo y fueretrocediendo de espaldas hasta no estar.

    El m dico agradeci con una sonrisa burlona que correspond a exacta a la comedia de lamujer. Mir el gran reloj marinero sujeto a una pared y la hora que marcaba su reloj pulsera.Sin incorporarse grito a la puerta vac a:

    Todav a falta un poco, preciosa.

    Parsimonioso, cumpliendo un deber aceptado sin protesta, fue abriendo las latas. Aveces se lastimaba y lam a las dos o tres gotas de sangre del dedo herido.

    Pedazos de alimentos separados de las latas con golpes de dedos cayeron en los platos.Mientras com a trataba de apartar o mezclar sabores del mar y otros terrestres. Hambriento,me frenaba para no devorar recordando platos deliciosos que hab a comido tiempo atr s, tanlejos de Santamar a.

    Entonces se abri el ojo amarillo y redondo del tel fono. El mdico levant el tubo yslo dijo: Bueno, ya.

  • 22

    Con una sonrisa traviesa fue hasta los grandes vidrios y tirone de una cuerda paracubrir con la negrura de una gruesa cortina la noche que tal vez estuviera convaleciendo dela tormenta.

    El doctor D az regres al escritorio y dijo sin explicar:

    Es as , pero no todas las noches. Piden luz para guiarse, despus oscuridad para losdesembarcos, siempre silenciosos. Y siempre pagan. Siempre descubrimos una botella oseis, o cajas de dulces tambin ingleses escondidas entre tablas del muelle. (No me gusta quea algo duro e inhspito se le designe con una palabra que tambi n significa blandura y alivio.Prefiero embarcadero y mejor an, si traduzco al Franc s, debarcadere; as se llama el mejorlibro de poemas de Superviele.

    Y la polic a...

    Tranquilo, amigo. Ellos son los primeros en cobrar.

    Desde hac a rato, molesta como una abeja, la cancin infantil se interpon a entrenosotros. Montona y tenaz, trepaba sin pausa apoyndose en su propia estupidez parareiterarse y subir.

    Una cosa me encontr cinco veces lo dir y si nadie la reclama con ella me quedar .

    ?Es mentira dijo el mdico mostrando una sonrisa de cario

    No puede haber encontrado nada. Se trata de un viejo juego y yo s como termina. Ocomo ella quiere que termine.

    Se puso de pie para agregar:

    Le voy a pedir un favor, si no es abusar.

    ?Yo, si puedo...

    Gracias.

    Fue hasta la vitrina casi junto a la negrura del balcn o ventana. Sac un puado dellaves que surgieron del bolsillo trasero del pantaln. Mir desconcertado la cantidad dellaves exhibidas y su desparejo tamao. Las hab a diminutas y otras enormes cuyo uso erainsospechable.

    Una vez m s, desde muy abajo y como apenas cubierta por una leve capa de tierra,subi y se fue repitiendo tanto, que de infantil se volv a estpida:

  • 23

    Una cosa me encontr cinco veces lo dir y si nadie la reclama con ella me quedar .

    D az Grey movi la cabeza, negando y sonriendo.

    Es un viejo juego repiti. No encontr nada porque todo est aqu en la vitrina.Pero ahora le pido ese favor. Que termine su whisky y baje a preguntarle qu encontr. Nohay peligro.

    Levant el vaso sin beber y vacil entre callarme o decir una groser a a la cara flaca yc nica que manten a su sonrisa paternal.

    No dijo D az Grey, ni alcahuete ni cornudo. Hace aos que mande al mundo,hombres, mujeres, a la put sima madre que los pari. Hace mucho tiempo que nos casamos,que luch para conseguir que fuera mi mujer en la cama. Ella, la gringa, ten a terror. Esposible que haya tenido que violarla y luego meses de mimos y abstinencia. De pronto, und a de verano vino a ofrecerse. La tom con dulzura, sin agresin, lento, paciente. Laconveniencia de que ramos padre severo e hija traviesa. No me importa decirle que vivimosen pleno incesto. Y muy felices. Sospecho que ella sigue masturbndose porque hay sueosque ignoro, hay defensa contra un posible macho poseedor. Slo yo, tan como distra do, sindar importancia a lo que hacemos. Tan pap con su hijita querida perniabierta y tranquila, enpaz, sin sombras de miedo, con una sonrisa de bondad y picard a.

    Vaya; por favor. Es asunto de terapia. Hace dos aos o tres que quiero cuidarla de ellamisma. La voy a curar antes de morirme.

    Pero que puedo...

    Curarla de ese terror a la gente. La quiero sana aunque gaste y pierda tiempo. Algo deanimalito salvaje. Baje y hblele. Como desinteresado, sin hacerle mucho caso.

    Antes de que yo bajara la mujer hab a subido y estaba ahora sentada en la esquina de lamesa m s prxima a la puerta y respiraba silenciosa abriendo la boca, los ojos parec anciegos. El mdico sonri mientras retroced a; en la zona de penumbra su bata hab aendurecido y semejaba mrmol.

    Perdneme dijo. No quer a molestarlo. Me pareci prudente.

    El coche murmur la mujer sin moverse. Tiene que haber venido en coche.

    No nos asusta el agua porfi casi insolente. Vine porque una pobre mujer se estmuriendo. O ya est muerta, con tanto perder el tiempo. Vine en un jeep tan acostumbradocomo yo.

    El mdico volvi a su silln, a la mesa excesiva, y dijo con voz suave:

  • 24

    No me gustan los gritos. Aunque alle como un perro extraviado no podr resucitarla.

    Permanec erguido, aceptando el fatalismo, dejando que se me evaporara la indignaciny el sostenido impulso que lo hab a alimentado durante el viaje, el contemplar la procesin amedias entendida, la entrevista con el dueo de la extraa casa lacustre, altiva desde suscatorce pilares. Desvi la mirada, buscando un posible apoyo, hacia la mujer sentada en elngulo del escritorio: no hab a ojos que me correspondieran; la cara flaca, aplastada entredos manchas de pelo amarillo, estaba llena y estremecida por muecas que le retorc an laboca y le agitaban la piel que rodeaba los ojos dilatados.

    El m dico la mir y de pronto fue como si estuvieran solos, ella y l, sin la presencia delintruso, sin lluvia o tormenta, sin el vibrato de angustia que agregaban a su clamor ronco losremolcadores en el pequeo puerto. Luego, sin dejar de mirarla, el hombre de la tnicamanote sobre la mesa buscando algo que no pudo encontrar y bruscamente volvi la carahacia m para recitar nervioso y rpido:

    Usted no puede volverse all , ni yo puedo. En su camino est inundado el zanjn deGenser, que los gringos nos dejaron para marcar diferencias. No hay esta noche ningn autoque pueda cruzarlo sin quedar ahogado. Vayan por favor a meter el jeep en el garaje yvuelvan para abrigarse y comer algo.

    El rostro de la mujer se fue sosegando hasta la calma.

    Dame implor con voz de nia.

    S dijo el mdico, pero no todav a. La mujer se dej caer hasta pisar el suelo y seacerc para besarlo en las dos mejillas. Luego se colg de los hombros un impermeable azuloscuro, chasque los dedos para ordenarme que la siguiera y corrimos afuera, mojndonos,hacia la boca del garaje, abierta en la sombra, paciente en su espera.

    Traiga su coche dijo la mujer mientras entraba en la sombra del garaje y palpabauna pared hasta encontrar la llave de la luz que brot amarilla y pobre, colgada de un cabledesde mitad del techo.

    Logr vencer rezongos y toses del veh culo y lo manej lentamente hasta introducirlo enel garaje. Apagu el motor junto a un automvil, largo y oscuro, al que le faltaba una ruedadelantera y se apoyaba, embarrado y polvoriento, sobre un caballete.

    Cuando baj del jeep recib el llamado, la voz engrosada de la mujer. La distingu , msflaca y alta, empujando la pared con su espalda. Dej caer el impermeable, fue alzando condesmayo el vestido y, levantando los brazos, se crucifico contra la spera pared del garaje.

    Venga ronco. Venga y tqueme por Dios, por lo que ms quiera. Tqueme. Nopuedo ms lo dijo como pidiendo perdn.

  • 25

    Sin deseo y son mbulo me acerque a la mujer y apoy dos dedos en el pelo. No hab aropa que apartar. Luego, por instinto, los baj hasta la humedad y estuve subiendo, bajando,hundiendo sin saber si era eso lo que suplicaba la mujer. S , era eso. Prosegu moviendo lamano, rid culo, avergonzado, sin conocer con nitidez aquello que estaba pasando, los dedosen su lento pasar torpes e incansables bajo suspiros y un llanto de gatito recin nacido hastaque sent que la mujer se derramaba y dejaba caer los brazos, el cuerpo ahora con los musloscruzados, siempre apoyado a la pared, sin llegar a las manchas aceitosas del piso.

    La mujer se fue irguiendo lentamente con temblores y suspiros, los ojos dormidos hastaque me reconoci. Yo hab a retrocedido hacia los coches, la mano fatigada escondida en unbolsillo. La mujer pareci saludarme con una sonrisa t mida que se ensanch de pronto hastaconvertirse en impdica; propon a complicidad y olvido.

    Vamos dijo, que nos est esperando y ya no se cuanto tardamos. Al apagar la luzse detuvo un instante para agregar querido, afirmando con la cabeza, y volvi a correr enla noche bajo la lluvia rabiosa, tropical.

    El mdico estaba ahora sin bata y mostraba un traje azul y caro, camisa blanca y unacorbata de color vinoso. Acaso sujetara los puos con gemelos. Y parec a que all arriba eltiempo hubiera demorado ms que en el garaje porque el doctor parec a reci n baado yafeitado, puesto en el silln frente al escritorio como un ser flamante, desterrado decualquier ayer imaginable. Estaba jugando, jugueteando, con un sabor de madera lustrosa ycon algunos naipes que sal an. La mujer no estaba. Pude estar mirando los preparativos deun tahr, suavemente perfumado, para una gran noche de estafa o desengao. Muchas horas,un sueo de imposible cumplimiento en aquella Santamar a, desierto montono queinterrump an a veces presencias que no llegaban a ser tales, que no significaban... La mujerentr, se acerc a la noche del ventanal y restreg la nariz en el vidrio. Luego se acerc almdico con una sonrisa infantil doblando su largo cuerpo en una curiosa actitud,sumergindolo en la infancia y el desamparo. Bes muchas veces, con labios silenciosos ypicoteo de p jaro, la mejilla del hombre, acarici con la lengua la oreja hasta que la detuvoun rechazo que no aparentaba violencia ni repulsa y se fue.

    Cre llegado el momento de despedirme y me puse de pie.

    Bien dijo el mdico. Creo que los gringos se irn dentro de pocos meses.Entonces comenzar su tarea. Entretanto disfrute del clima y no se mate trabajando. Yaavisare.

    Una sonrisa burlona y nos dimos la mano.

    Baj la escalera y la encontr junto a una mujer de pelo muy negro. Estaba molesto ymis ropas segu an hmedas.

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    Ella abri grande la boca pero sin que saliera el grito, fue retrocediendo hasta oprimirlas espaldas contra la otra mujer, un brazo alzado como para protegerse de un golpe, unaamenaza, una mala palabra. Despus aull:

    Vyase, no me toque. No quiero verlo nunca ms. Si no se va enseguida subo y lecuento a mi padre la cochinada que me hizo en el garaje.

    Por un momento qued inmvil, algo aterrado ante el charco incomprensible de lademencia. Los ojos de la mujer, endurecidos, brillaban de furia y miedo. Despu s slopens : Yunta de locos, y camin cauteloso hasta la puerta de salida.

    No hab a lluvia, un enano vapor estaba subiendo desde los pastes de las calles y nubesnegras y remotas dejaban filtrar, calmas, la amenaza de un nuevo d a.

    Supe que durante mi ausencia Tom, Dick y Harry hab an vuelto a vigilar el trabajo delpeonaje negruzco, flaco y semidesnudo que iba regresando al r o. Una barra de hierrogolpeada contra un trozo de v a de tren fantasma con la energ a rabiosa del capataz. ste eraun mulato sonriente, engre do, aduln de los gringos, despiadado con sus esclavosfamlicos.

    Nadie pudo ver a Eufrasia en aquella ardiente soledad. Slo imaginarla desprendi ndoseprimero de la confusa humedad de la arpillera del catre, manoteando y rompiendo una ramade un rbol que adornaba la entrada de la casa y caminar luego, apoyada sin arriesgarse en elimprovisado bastn. Debe haber caminado pisando pastes que se ergu an esperando latormenta que baladronaba en los cielos. Lenta, paso a paso sobre asperezas que sub an ybajaban, moviendo las piernas con ritmo de mueco, piernas de madera.

    Y as hab a llegado al borde del agua que llamaban arroyo. Cargaba en la espalda unabolsa de trapos. All busc entre los yuyos que alimentaba el agua, estuvo eligiendo yapartando hojas y, cuando logro dos puados de las infalibles, las fue amasando mientrasmurmuraba plegarias en un idioma que hab a muerto para los gringos siglos atr s. Con esapasta vegetal se frot el vientre hinchado sin dejar de hablar con los dioses de la selva.Luego se arrastro hasta la orilla del arroyo y esper sufriendo, despatarrada, segura de sutriunfo.

    Hab a olvidado traerse un cuchillo o una navaja que hubiera olvidado cualquiera de loshombres de la casa. Pero ten a all , junto al arroyo y en abundancia, rboles de yaba con sushojas ovales y tiesas de bordes filosos como los de un cuchillo gastado.

    As que los tres muchachos rubios, cuando regresaron malhumorados de la obra, noencontraron a Eufrasia ni comida. Recurrieron a restos de lechn asado y a las latas deconservas y estuvieron mascando, bebiendo agua mineral, mientras la noche se apuraba.Rabiosos, aplastaban insectos alrededor de la l mpara maldiciendo a Eufrasia y a su

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    ausencia, puteando a los peones que hab an exigido doble salario, doble miseria, por trabajaren el d a de San Cono.

    Y al final de la cena de penitencia, luego de cambiar recuerdos y nostalgias, sepreguntaban en voz alta y sin respuesta qu hab a sido de m . Mientras fumaban suscigarrillos importados, el ms pecoso dijo en ingles: I heard some of the darkies talkingabout going on strike. Yes I'm sure. Someone said strike. There must be a communistinfiltration. I think we'd better advise the Enterprise1.

    Y a la CIA.

    Y, segn el capataz, el San Cono ese slo hace milagros para los ricos. Porque hizollover en la ciudad y aqu , en los campos, ni una gota.

    Eufrasia volvi a la casa antes que yo regresara. Ya no se apoyaba en su falso bastn, elrevoltijo de trapos colgando en la espalda delataba manchas oscuras. Iba muy lenta, siemprecon las piernas r gidas y al pasar cerca de la mesa y los hombres, slo dijo perdn y sehundi en la oscuridad para tirarse en su catre. Hubo que esperar al almuerzo del d asiguiente, presidido ahora por m , para que ella explicara lagrimeando mientras vigilaba lacarne en el asador:

    Era un machito y se lo llev el agua. Yo trat de manotear pero el arroyo me pudo.No lloro porque los angelitos van al cielo hasta sin bautizar. Me lo dijo el padre.

    20 de septiembre

    El trabajo ya concluido y el calor, excesivo para estas fechas, me hab an impuesto elhbito de madrugar. Cruzaba los cientos de metros que me separaban del extremo de laloma, pisoteando con las botas embarradas el nunca nada ms que recin nacido pastoamarillo.

    Miraba distra do el cumplimiento del amanecer, la claridad de la maana, la vaga,siempre mentirosa insinuacin de brisa que simulaba tocarme la cara. Encend a el primerardiente Gitane de la jornada y miraba el riacho, la lejana mancha negra y tuerta, parecida aun insecto y totalmente intil. Evoqu , laxo, figuras y rostros que hab a abandonado sinremordimiento. Aquellos ingenieros jvenes a los que fing haber ayudado ya estaban de

    1 O a algunos de los negros hablar de ir a la huelga. Si, estoy seguro. Alguien dijo huelga. Tiene que haber infiltracincomunista. Creo que mejor avisamos a la Compa a.

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    regreso en ciudades remotas a las que llamaban patria y hogar. La represa, construida porindios y mestizos de costillares casi visibles, hambrientos, nunca del todo borrachos,repugnantemente dciles bajo sus gritos, sus insultos obscenos de acento cmico. Ten a queser as y as hab a sido.

    Desde la casona blanca lleg la voz de la Eufrasia:

    Comida, don Chon.

    A veces me llamaba don Chon, otras patroncito.

    Tambin, a veces, la nia rubia se acercaba para embarullarme los recuerdos. Ped acuentos y yo le daba algunas monedas y enormes mentiras.

    Ella me escuchaba con ojos desconfiados y una sonrisa inquieta que se asomaba y seiba.

    Tenaz, nunca del todo satisfecha, la nia interrump a las invenciones con preguntas queprovocaban mentiras mayores, respuestas que no convenc an.

    Cuando, meses despu s de la primera reunin, Elvira, la nia, comenz su turno dementiras propias, qued asustado y desde entonces la pens de manera distinta. Porque lariqueza de las fantas as infantiles me desbordaba e iba convirtiendo en persona a la niamugrienta y descalza que parloteaba a mi lado.

    28 de septiembre

    Era inevitable que los mejores amigos del hombre se acercaran desde ignotos rancher ospara intentar ser alimentados a cambio de lamer manos y mover la cola.

    El primero se asom con miedo y curiosidad por una esquina de la casa. Ten a colorcanela y por lo tanto, en exceso de originalidad, los otros tres hombres lo bautizaron Canelao El Canela.

    ste primero record su infancia, la poca en que era cachorro y todos sus destrozosprovocaban gracia, simpat a y a veces hasta cario, dependiendo de la idiosincrasia de losdistintos amos. De modo que al principio, una vez admitido con indiferencia, comenz acorretear persiguiendo mariposas que no hab a, ladrando a p jaros que hu an y regresaban.Luego, cansado por aos y penurias, miraba con ojos de perro a la mal hecha mesa detablones donde lo sab amos desde el principio de sus acrobacias hab a comida, cuatrohombres comiendo algo. Su olfato no descubr a nada especialmente tentador; pero acept un

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    hueso descarnado que le tiraron con desgano y desprecio, como se da limosna a un mendigomolesto, casi insolente.

    Este perro desapareci como los dems y nunca volv a verlo.

    30 de septiembre

    La primavera se insinuaba, para retroceder con vergenza luego de dos o tres noches sinestrellas y abundantes truenos que buscaban ser temibles antes de su previsible renuncia. Eld bil sol del invierno se manten a entibiado, soportable. El r o, siempre manso, continuabaatesorando temblores y brisas.

    En la casona prxima al agua habitbamos solamente Eufrasia, yo y la chiquilina,Elvira, a la que su madre llamaba Vira, Virita o criatura de mierda segn los humores quetra a al regresar de sus visitas a la ciudad. Segn le hubiera ido porque ella, incre blemente,conservaba clientes y era f rtil en variaciones.

    Como consecuencia de la fallida imposicin del verano, nos qued una llovizna de hilosmuy delgados, permanente en noches y d as y que parec a impregnada por los olores de laselva nunca invadida.

    A veces dedicaba mis d as, trax desnudo, a recitar viejos cuentos a Elvirita que, sentadaen mis rodillas o medio dormida en la pequea cama, correg a con puetazos amistosos todamodificacin a la leyenda ya escuchada, ya sabida.

    Despus de la siesta, costumbre ineludible y feliz ignorada hasta mis veinticinco aos deedad y descubierta con placer en el bochorno sanmariano, aceptaba los mates con hierba yyuyos que me cebaba la Eufrasia.

    Y, en uno de mis viajes a Santamar a, el doctor D az Grey me dijo: Amigo, ya slo leest faltando un pingo rosillo o tubiano o pangare o como sea que los llamen, paraconvertirse en el gringo que se salv de la selva pero se trag el folclore. A todo yo sonre asin dar respuesta. La represa aguantaba as como yo soportaba la vida inmvil a la que unaentrevista y luego una carta me ten an condenado.

    Ms de una noche, bajo el mosquitero sospech que mi destino estaba unido al de larepresa, embalse o presa.

    La llovizna persist a para todos y era fcil imaginar un vasto mundo lloviznando sinpausas. Y, atravesando la terca cortina de agua, lleg una tarde a la casona el cartero. Hab a

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    venido pedaleando la bicicleta. Habib era gordo y calvo, renuente a la jubilacin. Sloofrec a un papelito estrujado, sucio de firmas y sellos.

    Ante las ofertas y simpat a, Habib mostr los largos dientes amarillos bajo el bigotetriste y repiti su vieja broma.

    Yo tengo dos dioses y los dos son nicos y verdaderos. As que se anulan. Denme, sitienen, achuritas de chancho y un buen trago de caa.

    Com a cerdo, saboreaba caa y aquella tarde aconsej:

    Vaya pronto, don, que es un cajn muy grande y pesado. Verdadera tentacin,crame. Usted ya debe saber, a esta altura, con qu bueyes aramos.

    La gran caja era la respuesta a mis pedidos. Pero Eufrasia y la nia quedaronboquiabiertas y como paralizadas por esperanzas distintas, la curiosidad y la avidez. Tandistintas, porque Virita slo esperaba sorpresas y la medio india valores.

    La caja no era tan grande como la hab an soado. Con cuerdas y alambres pudo sertra da desde la ciudad hasta la casona en mi jeep y tuve que atravesar la espesura mental deun terceto de burcratas vidos de pesos y explicando que todas las demoras y las imbciles,reiteradas preguntas, se hac an por obediencia debida. Pague dcil, pasivo, esquivandocuriosidades, hasta que pude aduearme del tesoro ignorado que conten a la caja de maderay que sospech inferior a los sueos y ansiedades de la triple espera. Tal vez tambin elcartero y su bicicleta quisieran enterarse.

    Aunque reducida en la esperanza, la caja hab a atravesado medio mundo cargada desorpresas e incomprensiones. El cartero de los bigotes tristes ayud con un fierro y unmartillo a destaparla. Adentro hab a un tocadiscos ltimo modelo, una caja ms pequeacargada de discos que llegaron sin quebrarse. Adems, y sobre todo para m , dos docenas delibros editados en Franc s y con las muy conocidas cubiertas amarillas y un lbum conreproducciones de cuadros famosos.

    A la luz de la lmpara de Aladino la noche se prolongo en alegr as, desdenes yexplicaciones elementales.

    Por que no habr mandado alimentos dijo Eufrasia o tan siquiera una radio, quetodo el mundo tiene.

    La nia repet a una pregunta que variaba entre por qu y para qu . Finalmente, luego dedarle una buena propina al cartero, me anul llevndome un libro a mi camastro de hojas yacomodando a mi lado la lmpara que me permitir a lastimarme los ojos hasta el amanecer.Rele a viejos libros como si estuviera logrando unirme de verdad a los autores y el placer semezclaba con la tristeza de sentirme ausente, tal vez para siempre, del mundo de verdad, del

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    mundo que yo hab a conocido y donde en la adolescencia fui formando con d as y noches mipersonalidad. Tal vez cuando se insinuaba el amanecer ardiente, llegu hasta apretarme lamand bula para no llorar. Pensaba que cada ciudad, cada etapa de la vida hacen un mundo yme era impuesto comparar este mundo del r o de Santamar a, de los hombres analfabetos yel ambiente del Ch mame, antro donde cada tanto iba a elegir a mi puta. Siempre que eltiempo lo permitiera. Mi cerebro ten a un recurso llamado D az Grey pero al cual ahora meera imposible recurrir. Me iba angustiando la atenuada sospecha de que el resto de mi vidapudiera transcurrir frente al r o y la represa, junto a dos hembras de edades muy distintas ysemianimales. Pero la autocompasin y la nostalgia, exageradas sin quererlo, no eran tilespara el consuelo.

    Los aos pasados en Francia, a pesar de hambres, fr os y lluvias, hab an sido un estar enel mundo. Aqu , a pocos kilmetros de un pueblo que aspiraba a ser ciudad, me sent a comotestigo del nacimiento de la vida terrestre. Los insectos de formas extraas y siempre voracesde sangre, los aullidos de animales todav a desconocidos que llegaban desde el bosque meconfirmaban que no estaba verdaderamente habitando un mundo real.

    Todav a puedo recordar, como si la hubiera visto alguna vez, aquella caja de cigarrillos.La hab an hecho de madera cara y delgada, de inexcusable color habano. La tapa, decermica coloreada, reproduc a fielmente la escena que adornaba la tabaquera de Pirrn quele fue hurtada en un convento donde le dieron amparo en una noche tempestuosa.

    22 de octubre.

    Aunque el lbum ten a como t tulo Pintura de Francia grabado en grandes letrasdoradas, casi insolentes, encontr la reproduccin de un cuadro de Picasso. Se llamaba Lacortesana con el collar de gemas y record de inmediato cu nto me hab a deleitado y hechosufrir aquella mujer durante unos meses que vague por Buenos Aires como marinero sinpatrn.

    Record aquellos d as, aquellas tardes menos los lunes en que el museo estabaabierto. All se expon a una coleccin de pinturas que mostraban el gusto exquisito y segurode quien hab a ido comprando los cuadros. Ahora los herederos la pon an a la venta y laCortesana amenazaba irse en el lote, como sucedi.

    Tuve l stima y simpat a por aquel muchacho, bien vestido con pobreza y malalimentado pero compensado por aquel amor absurdo, por la fijacin de sus ambiciones.Pero el ser perdido que una vez, en un tiempo, fue parte y principio de m mismo, hab a sidoms joven, con distancia de aos, as que todo buen sentimiento estaba manchado por laenvidia. Echado en el camastro, mirando la cara sensual y ordinaria de la mujer con su gran

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    sombrero emplumado, imaginaba estar a espaldas del muchacho extraviado, tolerado por losguardianes, los ojos clavados con reflexin y xtasis en la pintura tan ajena.

    La claridad, nunca el sol, apoyndose con alegr a en las piedras del collar. Un d aantip tico, fr o y ventoso, cuando los estudiantes festejaban la primavera ausente en calles yplazas, entr al museo y fui sorprendido por el caos. Los caballetes hab an cambiado de sitio,de las paredes colgaban otros cuadros y mi amor ya no estaba. La injuria al pie de la lminaen la que se le a Memorial Reagan Museum. Texas era aumentada por un cartel: Exposici nde pintores argentinos postmodernos.

    Dej el recuerdo y con un sentimiento de posesin y crueldad clav a la Cortesanacontra un simulacro de tabique hecho de tablas. Sab a que al poco tiempo el verano eterno ysus manchas de sol iban a amarillear a la mujer, la iban a torcer e hinchar como el cuerpo deuna embarazada.

    Elvirita arrastraba y torturaba los restos de un camioncito de juguete, sentada en elpolvo. Me espiaba y simulaba volver a su tarea. No consigui respuesta cuando pregunt:

    Esa es tu novia? y luego: Para ser seora hay que ponerse un sombrero as ?

    Y una tarde sin Eufrasia, llena de nubes blancas, con amago increado de tormenta,estaba leyendo un viaje que hizo mi amigo Brdame (era uno de mis amigos, nunca vistos,los que impon an talento con palabras, frases, a veces libros enteros) cuando Elviritapregunt:

    Qu haces?

    Leo respond sin mirarla.

    Qu cosa? Qu es leer?

    Palabras.

    Estn todas en el libro que lees?

    Todas.

    Las que dice la mama y yo tambi n pregunt la chica.

    Todas. Todas las palabras se hacen con letras.

    Qu son?

    Le mostr una p gina del libro y seal con el cigarrillo sin encender.

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    4 de noviembre.

    Llegaron las lluvias. Hace d as que llueve sin viento y las rayas brillantes parecen agujasde metal finas para siempre, impuestas con odio para aumentar depre, mufa, haina, cafard.

    Bien s que siempre se est rodeado de campo, siembras y cosechas, sobre todo vias, yhabr miles de personas alegr ndose con el agua bendita que puede salvar lo que plantaroncon fatiga, recogern con fatiga para esperar el fatigoso chalaneo con los compradores quese habrn descolgado desde las ciudades para estafar y mentir promesas. Claro que losenviados no son ms que eso. Atrs estn los empresarios, las multinacionales invisibles yseguras de que el chalaneo les resultar ventajoso.

    Pero mi mal humor no se contagia de las alegr as pasajeras de los destripaterrones. Algole pasa a mi vista y leer me resulta molesto. Lluvia y nada de libros y el olor grasiento de lascomidas que prepara Eufrasia (A que est muy rico, verd patroncito) y adem s apestan lasinevitables tortas fritas.

    Cuando le agradec con una sonrisa de buena digestin algo que no s que era y quepodr a llamarse, con iron a cruel, tournedos aux fines herbes, sonrisa que ella me devolvicon su perfecta dentadura postiza y unas llamitas esperanzadas en los ojos, tuve un pequeosusto por la situacin, por ella y por m mismo.

    La cara de la mujer segu a siendo inadmisible pero las nalgas pod an competirventajosamente con las de cualquier muchacha africana. Por lo menos, en aquella mediatarde entibiada y lluviosa, yo empezaba a sentirlo as . Y slo hab a tornado un buche deaquella caa que la mujer adobaba con hojas de coca que deb an agregarse al primer hervor,como me fue explicado.

    27 de noviembre

    No puedo saber por qu este recuerdo, esta imagen, que nada parec a anunciarme, semantiene imborrable despu s de tantos aos. Puedo pensarla hasta en sus detalles mstriviales.

    Estaba durmiendo mi siesta hasta que el calor y un mal sueo me despertaron. Melevant tratando en vano de sujetar la cola del sueo y sal a la resolana. Entonces lo vi.Estaba quieto como una estatua, toda la figura tostada. Tendr a unos ocho o nueve aos,desnudo el trax escu lido, el pantaloncito sujeto al hombro con una sola tira de trapo.Cuando me extra al descubrir que su brazo izquierdo sosten a contra la cadera un perrito

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    del mismo color bronce que l, me mostr una sonrisa que propon a amistad y erablanqu sima.

    Perdneme, seor, que le haya entrado a las casas sin permiso.

    Trat de devolverle la sonrisa y anduve unos pasos para ponerle una mano protectoraencima del pelo endurecido por la mugre y toqu al perro con un dedo.

    l dej en el suelo al animal que se apresur a olisquearme los pies descalzos. Entoncesel muchacho se puso a recitar:

    Aqu ando vendiendo perros de pura raza y su precio es a voluntad.

    Conozco esa raza le dije. No me acuerdo si se llama cinco o siete leches.

    Perdone, seor. Los hermanitos s pero este no. Lo que pasa es que la madre es unaperra muy paseandera. Le juro que este no, seor. Si no me cree t rele del cuero del cogote yva a ver.

    Lo hice y puse cara de satisfecho. Cuando mi voluntad se concret en un billete, elmuchacho se asombr.

    Todo?pregunt.

    Esperaba monedas; retrocedi unos metros sin darme la espalda, luego se volvi y sepuso a correr.

    Cuando Eufrasia hac a la comida al aire libre, y esto a travs de un nmero incontablede meses se hab a hecho frecuente, me sobraban perros vagabundos con los costillares casivisibles.

    Aquel perrito, perro perrazo, ten a un exceso de fidelidad. Me resultaba imposibleapartarlo de m . Dorm a en mi cama hasta en noches calurosas y me acompaaba en el jeepcuando iba de visita al pueblo. Todas mis negativas, mis falsos gritos y amenazas mor an ensu mirada cariosa.

    Nunca logr que Eufrasia lo tolerara. La mujer me auguraba pestes numerosas por misaproximaciones f sicas con la bestia que se portaba con la mujer mostrando una indiferenciatan insolente que parec a no verla ni escucharla. El perro caus muchas discusiones conEufrasia aplacadas con caa paraguaya, pero nunca en la cama. Tal vez la ms apasionadafue la provocada por la ceremonia oral del bautizo. En recuerdo de un perro muy querido ynunca visto decid llamarlo Trajano.

    Cuando lo supo, Eufrasia comento entre risas:

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    El patroncito est de broma. Nombres de perros son Fido, Capitn, Lobo, Pelin.

    Recuerdo que aquella maana, al afeitarme hab a descubierto muchas canas en missienes y esto me puso malhumorado y triste. Le dije a Eufrasia con groser a:

    El perro es m o y lo nombro yo. Se llama Trajano.

    Pero d a tras d a mi resolucin se fue gastando y el perro acab por obedecer a la sonoras laba de Tra y se hizo tan amigo m o que a veces su cario era un estorbo, tal como mesucedi con alguna mujer de mi pasado.

    Y en este cuaderno de memorias el perro Tra es inexcusable: porque me acompahasta el final, porque jugaba conmigo cuando se produjo en mi vida una dicha muy grande,como tambi n una melancol a que conserv hasta hoy.

    3 de enero

    Cuando Eufrasia se llev a Elvirita El padrino la quiere estudiante me priv no slode la nia, sino de disfrutar de ese encanto que se llama infancia y que va desapareciendo,segn yo lo siento, a partir de los tres aos. Comienzan a escasear las sorpresas, tanabundantes cuando se avanza tanteando, palpando con dedos t midos y todav a inocentes elmundo, sus asperezas y sus blanduras acogedoras.

    Flotando ignorante en la dicha de la infancia, Elvirita derrochaba raros privilegios.Mucho tiempo pas y puedo ver la vieja carretilla sin rueda, gris de madera y polvo. Junto aella la nia invitando con la pregunta que ordenaba:

    Dale que esto es un tutu?

    Yo aceptaba sin palabras y sentado sobre el mueble en ruinas viajaba inmvil, confiadoen la pericia de ella, manejadora del gran automvil de lujo, dndome la espalda, gritandoincomprensibles voces de mando.

    Tambin puedo verla una noche de calor y luna llena sentada a mi lado en la vereda deladrillos frente a la casona. Algo le habr a dicho Eufrasia sobre el hombrecito que en la lunacargaba eternamente un haz de lea. Le dije que no era cierto, que a la luna slo iban lasnias buenas. Entonces no ella, sino la infancia apunt con un dedo sucio al enorme disco ydijo:

    Yo no voy. La luna est lejos y siempre, lejos hace mucho fr o.

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    Y adem s, infancia me estuvo dando un d a y otro las pequeas alegr as de las palabrasmal pronunciadas. Recuerdos desva dos por los aos y la lejan a. Tal vez enfriados, comodijo la nia.

    10 de octubre

    Estaba muy lejano el tiempo en que, padre y maestro carioso, la sentaba en mis rodillaspara ensearle el alfabeto.

    Con fingido desinter s hice a Eufrasia una pregunta distra da y ella me explic en sulenguaje personal que la chica est con sus padrinos, l es un militar retirado (aqu imaginal viejo baboso) y la tienen como a una hija, tiene amiguitas y est grande que no la va aconocer, no es que aqu gracias a Dios haya faltado nunca la comida pero los padrinos le dancomida compensada o no se bien como la llaman.

    Imagin a la muchacha gorda, obesa, perdiendo por los mofletes el encanto de lainocencia. Divid su recuerdo y mantuve la tarea auto impuesta de anotar los largos pasosque iba dando hacia la civilizacin mi franja de tierra sanmariana. Ante todo la desaparicinde la llamada barranca Yaco, progreso que me permiti reanudar mis visitas al Ch mame yaque mi jeep, misteriosamente intil, ahora funcionaba de manera perfecta, tambi nmisteriosamente.

    Ya no exist a el puentecito de madera y barandas de soga que cruzaba el no para unirambas Santamar as. Ahora yo ve a blanquear la superficie de una lengua de cemento hastase hac a sostener por tres arcos que soportaba el paso de grandes camiones siempre que lohicieran bien distanciados y en fila india. Y por sobre todo yo ten a, otra vez en mi vida, laprimavera con su inquietud, con la imposicin de hacer proyectos y con muchas nochescastas en las que Eufrasia me reiteraba la jarra de lata y yo beb a y fumaba sentado aruera enun silln hecho para un trasero mayor, contemplando el lento viaje de la luna sobre las copasrenegridas del bosque.

    Pero debajo de cada primavera estn acumuladas, inconcretas, otras, de recuerdo yaenvejecido que han depositado para siempre su gota de dulzor o amargura en la memoria.Gotas que reviven e impregnan sutiles la primavera reci n nacida. Y s , el pasado esinmodificable.

    Un atardecer me fui llenando de ganas de visitar Santamar a Vieja y el Ch mame con laesperanza de encontrar alguna puta no repugnante, no demasiado estragada y con el carnetde salud al d a. Adems pod a cumplir con el pedido de la loca mujer-hija y visitar al mdicoque siempre velaba hasta la madrugada.

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    No me atrever a a decir que el Ch mame fue descubrimiento m o. Hace muchos aosque un amigo muy querido me habl de ese local de baile, por entonces casi incre ble. Aquelamigo era hombre de pocas palabras, pero cuando andaba estimulado hablaba muy largo ycon una prosa que no puedo comparar, por su belleza, con ninguna otra que yo hayaescuchado. Aun forzando el intil recuerdo. Pero el querido amigo slo conoci al Ch mamecon luz de d a. Subsiste, sucio por el tiempo y el mosquer o, el cartel no siempre respetadoque proh be el porte y uso de armas. Estn tambin, carcomidas y an firmes, las gruesasvigas de madera que parecen, ahora, sostener o decorar el espectculo nocturno hecho conputas, matones, borrachos de cualquier origen, milicos y curiosos arriesgados. Faroles a gasalumbran desde las vigas y construyen sombras movedizas y grotescas para las parejas quebailan y sudan.

    La primera vez que baje por los tres escalones que llevaban a la sala del Ch mame, lagente escaseaba, era un lunes. Eleg una mesa, me sent y ped una caa al negrito Justinoque entonces hac a de mozo, como hizo de tantas cosas antes y despu s.

    El ambiente parec a vac o y yo en el centro. All por el fondo dos mesas con parejas quediscut an de amores o precios. Prxima a m una mesa con mujer sola. Tal vez esperando aun cliente fijo o a su macho. Fumaba como yo y de vez en cuando llenaba un vaso de unabotella ya mediada del espantoso vino de la casa.

    Al poco rato empec a sentir o apenas intuir que algo raro suced a en la mesa de lamujer prxima y solitaria. Supe que no estaba borracha por la firmeza con que sus manosusaban el encendedor plateado y los cigarrillos. Pero, sin dirigirse a nadie, mirando lamadera de su mesa, el cuerpo abandonado al desinter s, la mujer hablaba y respond a anadie. Lo hac a en voz alta, preguntaba y contestaba. Si no borracha, loca. Llegu a creerque mi vecina conversaba con esp ritus, ngeles o diablitos amigos.

    Guiado por algn movimiento de la cabeza de la mujer cre que el interlocutor invisibleestaba a su derecha. Me levant y anduve paseando frente a los escalones como si esperara.Luego me puse a recorrer la gran sala que, libre de gente, estaba triste y fr a.

    Entonces el misterio de la charla con esp ritus o almas en pena se me revel con sugolpe de asombro y asco.

    La mujer de la mesa prxima estaba conversando con otra, que la naturaleza hab aembutido en una de las tres letrinas sin puertas y, sentada en el inodoro, porfiaba su relato ysus respuestas.

    Tiempo despus uno de los patrones, tal vez haya sido el Chino, me explic que hab ansacado las puertas para evitar atos oscenos de maricas y para peor sin pagar. Tambin meilustr haciendo un paralelo entre mujeres y homos declarando victoriosas a las primeras

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    porque cuando quieren y no pueden se mojan y aguantan mientras que ellos se enfermandel sistema nervioso.

    Pero por la noche, s bados y v speras el Ch mame fortificaba su prestigio. Para minariz, a la barrera de los tres escalones, se aliaba una invisible cortina de mal olor. Elrecuerdo amoniacal de muy viejos orines ayudados por orines frescos. A medida que crec ala noche eran ayudados por los sobacos de las parejas que bailaban al comps de los tresmusicantes que tomaban sus tragos durante las pausas. Tambin ellos, forzando la sonr