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OSCAR Y LA DAMA ROSA de Éric-Emmanuel Schmitt Traducción: Lorena Braia Querido Dios, Me llamo Oscar, tengo diez años, le prendí fuego al gato, al perro, a la casa (creo que incluso he asado los peces rojos) y es la primera carta que te mando porque hasta ahora, por mis estudios, no he tenido tiempo. Te advierto enseguida: detesto escribir. Es realmente necesario que sea obligado a hacerlo. Porque escribir es sólo una mentira que embellece la realidad. Una cosa de adultos. ¿La prueba? Por ejemplo, toma el inicio de mi carta: “Me llamo Oscar, tengo diez años, le prendí fuego al gato, al perro, a la casa (creo que incluso he asado los peces rojos) y es la primera carta que te mando porque hasta ahora, por mis estudios, no he tenido tiempo”. Habría podido comenzar diciendo: “Me llamo Cabeza de Huevo, demuestro siete años, vivo en el Hospital a raíz del cáncer y no te he dirigido la palabra porque no creo que ni siquiera existas”. Pero si te escribo una cosa así, genera un feo efecto y no te interesarías tanto en mí. Y yo necesito que te intereses. Además me sería útil que tengas tiempo de hacerme dos o tres favores. Te explico. El Hospital es un lugar súper simpático, con un montón de adultos de buen humor que hablan fuerte, con un montón de juguetes y de señoras de rosa que quieren divertirse con los chicos, con

Oscar y La Dama Rosa

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OSCAR Y LA DAMA ROSAde Éric-Emmanuel SchmittTraducción: Lorena BraiaQuerido Dios,Me llamo Oscar, tengo diez años, le prendí fuego al gato, al perro, a la casa (creo que incluso he asado los peces rojos) y es la primera carta que te mando porque hasta ahora, por mis estudios, no he tenido tiempo.Te advierto enseguida: detesto escribir. Es realmente necesario que sea obligado a hacerlo. Porque escribir es sólo una mentira que embellece la realidad. Una cosa de adultos.¿La prueba? Por ejemplo, toma el inicio de mi carta: “Me llamo Oscar, tengo diez años, le prendí fuego al gato, al perro, a la casa (creo que incluso he asado los peces rojos) y es la primera carta que te mando porque hasta ahora, por mis estudios, no he tenido tiempo”.Habría podido comenzar diciendo: “Me llamo Cabeza de Huevo, demuestro siete años, vivo en el Hospital a raíz del cáncer y no te he dirigido la palabra porque no creo que ni siquiera existas”.Pero si te escribo una cosa así, genera un feo efecto y no te interesarías tanto en mí. Y yo necesito que te intereses.Además me sería útil que tengas tiempo de hacerme dos o tres favores.Te explico.El Hospital es un lugar súper simpático, con un montón de adultos de buen humor que hablan fuerte, con un montón de juguetes y de señoras de rosa que quieren divertirse con los chicos, con amiguitos siempre disponibles como Bacon, Einstein o Pop Corn, en fin. El Hospital es muy agradable si sos un enfermo aceptado.Yo no agrado más aquí. Desde que he sido sometido al trasplante de médula ósea, siento que realmente no les agrado más.Cuando el doctor Dusseldorf me visita, a la mañana, lo hace de mala gana, lo desilusiono. Me mira sin decir nada, como si hubiera cometido un error. Sin embargo, he afrontado con compromiso la operación; he sido valiente, me he dejado adormecer, me he sentido mal sin gritar, he tomado toda la medicación. Hay días que tengo ganas de insultarlo, de decirle que quizás fue él, el doctor Dusseldorf, con sus cejas negras, a equivocarse en la operación. Pero tiene un aspecto de tan infeliz que los insultos me quedan en la garganta. Más el doctor Dusseldorf se calla con su mirada desconsolada, más me siento culpable. Entendí que me convertí en un enfermo malo, un enfermo que impide creer que la medicina sea extraordinaria.El pensamiento de un médico es contagioso. Ahora todo el piso, las enfermeras, los internados y las mujeres que limpian me miran de la misma manera. Tienen la apariencia triste cuando estoy de buen humor; se esfuerzan por reír cuando cuento un chiste. Es verdad, no se ríen más como antes.Sólo la Abuela Rosa no cambió. Para mí, es demasiado vieja para cambiar. Y después es demasiado la Abuela Rosa. A la abuela Rosa no te la presento, Dios, es una buena amiga tuya, ya que ella fue quien me dijo que te escribiera. El problema es que soy el único en llamarla la Abuela Rosa. Por lo tanto, tienes que hacer un esfuerzo para entender de quien hablo: entre las señoras con batas rosas que vienen de afuera a pasar tiempos con los chicos enfermos, es la más vieja de todas.-¿Cuántos años tienes, Abuela Rosa?-¿Logras tener en mente los números con trece cifras, Oscar?-Ohh, ¡Usted exagera!-No. Acá no deben saber mi edad, de lo contrario me echan y no nos veremos más.-¿Por qué?-Estoy acá de contrabando. Hay una edad límite para ser una señora de rosa. Y yo lo he superado abundantemente.-¿Está vencida?-Sí.-¿Como un yogurt?-¡Shhh!-O.K. No diré nadaHa sido realmente valiente en confesarme su secreto. Pero conmigo tuvo suerte. Seré mudo, aunque si lo encuentro extraño, visto a todas las arrugas semejantes a los rayos de sol que tiene entorno a los ojos, que nadie lo sospeche.Otra vez me enteré de otro secreto de ella y así estoy seguro, Dios, que podrás identificarla.Paseábamos por el parque del Hospital y ella pisó caca.-¡Mierda!-¡Abuela Rosa, pero que feas palabras que decís!- Oh, chiquito, dejame en paz. Hablo como quiero.-¡

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OSCAR Y LA DAMA ROSA

de Éric-Emmanuel Schmitt

Traducción: Lorena Braia

Querido Dios,

Me llamo Oscar, tengo diez años, le prendí fuego al gato, al perro, a la casa (creo que incluso he asado los peces rojos) y es la primera carta que te mando porque hasta ahora, por mis estudios, no he tenido tiempo.

Te advierto enseguida: detesto escribir. Es realmente necesario que sea obligado a hacerlo. Porque escribir es sólo una mentira que embellece la realidad. Una cosa de adultos.

¿La prueba? Por ejemplo, toma el inicio de mi carta: “Me llamo Oscar, tengo diez años, le prendí fuego al gato, al perro, a la casa (creo que incluso he asado los peces rojos) y es la primera carta que te mando porque hasta ahora, por mis estudios, no he tenido tiempo”.

Habría podido comenzar diciendo: “Me llamo Cabeza de Huevo, demuestro siete años, vivo en el Hospital a raíz del cáncer y no te he dirigido la palabra porque no creo que ni siquiera existas”.

Pero si te escribo una cosa así, genera un feo efecto y no te interesarías tanto en mí. Y yo necesito que te intereses.

Además me sería útil que tengas tiempo de hacerme dos o tres favores.

Te explico.

El Hospital es un lugar súper simpático, con un montón de adultos de buen humor que hablan fuerte, con un montón de juguetes y de señoras de rosa que quieren divertirse con los chicos, con amiguitos siempre disponibles como Bacon, Einstein o Pop Corn, en fin. El Hospital es muy agradable si sos un enfermo aceptado.

Yo no agrado más aquí. Desde que he sido sometido al trasplante de médula ósea, siento que realmente no les agrado más.

Cuando el doctor Dusseldorf me visita, a la mañana, lo hace de mala gana, lo desilusiono. Me mira sin decir nada, como si hubiera cometido un error. Sin embargo, he afrontado con compromiso la operación; he sido valiente, me he dejado adormecer, me he sentido mal sin gritar, he tomado toda la medicación. Hay días que tengo ganas de insultarlo, de decirle que quizás fue él, el doctor Dusseldorf, con sus cejas negras, a equivocarse en la operación. Pero tiene un aspecto de tan infeliz que los insultos me quedan en la garganta. Más el doctor Dusseldorf se calla con su mirada

desconsolada, más me siento culpable. Entendí que me convertí en un enfermo malo, un enfermo que impide creer que la medicina sea extraordinaria.

El pensamiento de un médico es contagioso. Ahora todo el piso, las enfermeras, los internados y las mujeres que limpian me miran de la misma manera. Tienen la apariencia triste cuando estoy de buen humor; se esfuerzan por reír cuando cuento un chiste. Es verdad, no se ríen más como antes.

Sólo la Abuela Rosa no cambió. Para mí, es demasiado vieja para cambiar. Y después es demasiado la Abuela Rosa. A la abuela Rosa no te la presento, Dios, es una buena amiga tuya, ya que ella fue quien me dijo que te escribiera. El problema es que soy el único en llamarla la Abuela Rosa. Por lo tanto, tienes que hacer un esfuerzo para entender de quien hablo: entre las señoras con batas rosas que vienen de afuera a pasar tiempos con los chicos enfermos, es la más vieja de todas.

-¿Cuántos años tienes, Abuela Rosa?

-¿Logras tener en mente los números con trece cifras, Oscar?

-Ohh, ¡Usted exagera!

-No. Acá no deben saber mi edad, de lo contrario me echan y no nos veremos más.

-¿Por qué?

-Estoy acá de contrabando. Hay una edad límite para ser una señora de rosa. Y yo lo he superado abundantemente.

-¿Está vencida?

-Sí.

-¿Como un yogurt?

-¡Shhh!

-O.K. No diré nada

Ha sido realmente valiente en confesarme su secreto. Pero conmigo tuvo suerte. Seré mudo, aunque si lo encuentro extraño, visto a todas las arrugas semejantes a los rayos de sol que tiene entorno a los ojos, que nadie lo sospeche.

Otra vez me enteré de otro secreto de ella y así estoy seguro, Dios, que podrás identificarla.

Paseábamos por el parque del Hospital y ella pisó caca.

-¡Mierda!

-¡Abuela Rosa, pero que feas palabras que decís!

- Oh, chiquito, dejame en paz. Hablo como quiero.

-¡Oh, Abuela Rosa!

- Y mové el culo. Estamos paseando, no haciendo una caminata de babosas.

Cuando nos sentamos en un banco para comer un caramelo, le pregunté:

• ¿Por qué habla tan mal?

• Deformación profesional, mi pequeño. En mi profesión era tremendo si tenía un vocabulario demasiado delicado.

• ¿Y qué profesión tenías?

• No me vas a creer…

• Le juro que sí.

• Luchadora de catch.

• ¡No lo creo!

• ¡Luchadora de catch! Me llamaba la Estranguladora de Languedoc.

Desde ese momento, cuando tengo mucha tristeza y la Abuela Rosa está segura que ninguno nos puede oír, me cuenta sobre sus grandes torneos: La Estranguladora de Languedoc contra la Carnicera del Limousin, sobre su lucha por veinte años contra la Diabólica Sinclaire, una holandesa que tenia granadas en lugar de tetas; y sobre todo la victoria de la copa del mundo contra Ulla-Ulla, conocida como la “perra” di Buchenwald, quien nunca antes había perdido, ni siquiera contra Pata de Acero, la gran modelo de la Abuela Rosa cuando era luchadora. Sus peleas me hacen soñar, porque imagino a mi amiga en el ring como está ahora, una viejita en bata rosa un poco tambaleante que intenta dar un montón de golpes y las “ogros” en malla. Me da la sensación de ser yo. Me hago más fuerte. Me “vengo”.

Dios, si con todos estos indicios no adivinas quien es la Abuela Rosa, o la Estranguladora de Languedoc, entonces tenés que dejar de ser Dios y jubilarte ¿ Fui claro?

Vuelvo a mis asuntos.

En fin, mi trasplante desilusionó bastante. También la quimio desilusionó pero era menos grave hasta que existía la esperanza del trasplante. Ahora tengo la impresión que los médicos no saben qué más proponer y que me consideran un caso piadoso. El Dr. Dusseldorf, que mi mamá lo encuentra tan bello, aunque para mí es un poco fuerte de cejas, tiene la apariencia desconsolada de un Papá Noel que no tiene más regalos en su bolso.

La atmosfera se deteriora. No he hablado con mi amigo Bacon. En realidad, no se llama Bacon pero le combina mucho más porque está muy quemado.

• Bacon, tengo la sensación que los médicos no me quieren más, los deprimo.

• Pero…Cabeza de Huevo! Los médicos son duros. Proyectan siempre un montón de operaciones para hacerte. Yo calculé que me prometieron al menos seis.

• Quizás los inspiras.

• Probablemente.

• ¿Pero por qué no me dicen simplemente que me voy a morir?

Entonces Bacon hizo como todos en el Hospital, se puso sordo. Si decís “morir” en un Hospital, nadie escucha. Podes estar seguro que se hace un vacío en el aire y que después se hablará de otra cosa. Hice la prueba con todos. Menos con la Abuela Rosa. Entonces esta mañana quise ver si también ella en ese momento se convertía en sorda.

• Abuela Rosa, tengo la sensación que nadie me dice que me voy a morir.

Me miró. Reaccionaría como es resto? Por favor, Estranguladora del Languedoc, resisti y conserva tu escucha.

• ¿Por qué querés que te lo digan si ya lo sabés, Oscar?

• Uffa, escuchó.

• Tengo la sensación, Abuela Rosa, que han inventado de un Hospital distinto a aquel que realmente existe. Hacen como si se viniera al Hospital sólo para curarse. En cambio, se viene también para morir.

• Tenés razón, Oscar. Y creo que se comete el mismo error con la vida. Nos olvidamos que la vida es frágil, disoluble, efímera. Hacemos todos de cuenta que somos inmortales.

• Falló. La operación salió mal, Abuela Rosa.

Callamos por un momento para reflexionar un poco.

• Y si le escribís a Dios, Oscar?

• Ah.., no. Usted no, Abuela Rosa.

• ¿Qué cosa? ¿Yo no qué?

• No usted, Creía que no era mentirosa.

• Pero no te digo mentiras.

• Entonces por qué me habla de Dios? Ya me contaron la mentirita de Papá Noel. Una vez basta!

• Oscar, no hay ninguna relación entre Dios y Papá Noel.

• Si, es lo mismo. Te llenan la cabeza con los dos.

• ¿Imaginás que yo, una ex luchadora de catch con ciento sesenta torneos ganados sobre ciento sesenta y cinco, de los cuales cuarenta y tres por K.O. , la Estranguladora de Languedoc pueda creer por un minuto en Papá Noel?

• No.

• Mira, yo no creo en Papá Noel, pero sí creo en Dios.

• Obviamente dicho así, cambia todo.

• ¿Y por qué debería escribirle a Dios?

• Te sentirás menos solo.

• ¿Menos solo que con alguien que no existe?

• Hacelo existir.

Se inclinó hacia mí.

• Cada vez que creas en él, existirá un poco más. Si persistís, existirá completamente. Entonces te hará bien.

• ¿Qué le puedo escribir?

• Confensale tus pensamientos. Los pensamientos que no decís son pensamientos que pesan, que se incrustan, que te oprimen, que te inmovilizan, que toman el lugar de las ideas nuevas y te infectan. Te convertirás en un basurero de viejos pensamientos que huelen mal, si no hablas.

• O.K.

• Y después, a Dios le podés preguntar una cosa en el día. Atención! Una sola.

• No es nada tu Dios, Abuela Rosa. Aladin tenía derecho a tres deseos con el genio de la lámpara.

• Un deseo por día es mejor que tres en una vida, ¿no?

• O.K.¿ Entonces puedo pedirle todo?¿ Juguetes, caramelos, un auto..?

• No, Oscar. Dios no es Papá Noel. Podes pedirle cosas del espíritu.

• ¿Ejemplo?

• Ejemplo: coraje, paciencia, claridad.

• O.K. Entiendo.

• Y podés también sugerirle que cumpla los deseos de otros.

• ¡No exageremos, Abuela Rosa! Un deseo por día me lo quedo para mí.

Esto es, entonces Dios, en ocasión de mi primera carta, te mostré un poco qué tipo de vida tengo en el Hospital, dónde ahora me consideran como obstáculo de la medicina, y me gustaría pedirte que me contestes una pregunta: me voy a curar?

Respondeme si o no, No es muy complicado Si o no, alcanza. Cancelá menciones inútiels. Hasta mañana, Besos.

Oscar

P.S. No tengo tu dirección,¿ cómo hago?

Querido Dios:

¡Sos genial! Hasta antes que haya arreglado la carta, me mandaste la respuesta. ¿Cómo haces?

Esta mañana jugaba al ajedrez con Einstein en la sala de recreación, cuando Pop Corn vino a decirme:

• Están tus papás

• ¿Mis papás? No es posible. Vienen sólo el domingo.

• Vi el auto, la camioneta roja con el techito blanco.

• No es posible.

Levanté los hombros y seguí jugando con Einstein. Pero como estaba preocupado, Einstein me sacaba todas mis piezas y esto me puso más nervioso. Si lo llamamos Einstein no es porque sea más inteligente que el resto sino porque tiene la cabeza mucho más grande. Parece que adentro tenga agua. Una lástima, si habría cerebro, podría haber hecho grandes cosas.

Cuando vi que estaba por perder, dejé de jugar y seguí a Pop Corn, dado que su habitación da al estacionamiento. Tenía razón: mis padres habían llegado.

Tengo que decirte Dios, que vivimos lejos, mis padres y yo. No me daba cuenta cuando yo también vivía con ellos, pero ahora que no vivo más con allá, me parece que es realmente lejos. Por eso mis padres pueden venir a visitarme sólo una vez a la semana, el domingo, porque ese día no trabajan y yo menos.

• Ves que tenía razón. ¿Qué me das por haberte dicho?- dijo Pop Corn.

• Tengo chocolatines con avellanas.

• ¿No tenés más las frutillas “Tagada”?

• No

• O.K. Anda por los chocolatines.

Obviamente no se puede dar de comer a Pop Corn, ya que se encuentra aquí para adelgazar. Noventa y ocho kilos a nueve años, un metro y diez de altura por un metro y diez de ancho. En la única ropa que puede entrar completamente es un jogging, en el que las rayas que tienen, marean. Sinceramente, estamos todos convencidos que nunca podrá dejar de ser gordo y nos da lástima cuanto lo atormenta el hambre., entonces le damos siempre lo que nos sobra. Un cholatín es mínimo al lado de un montón de panceta! Si nos equivocamos que entonces también las enfermeras dejen de meterle supositorios.

Volví a mi cuarto a esperar a mis padres. Al principio no me daba cuenta del tiempo porque era agitado, después me di cuenta que habían tenido el tiempo de llegar a mi bastantes veces.

En un momento, me di cuenta dónde estaban. Me metí en el pasillo y, a escondidas, bajé las escaleras, después caminé por la oscuridad hasta llegar al consultorio del Dr. Dusseldorf.

¡Bingo! Ahí estaban. Las voces me llegaban detrás de la puerta. Como estaba muy cansado por la corrida, paré unos segundos para descansar entonces todo se arruinó. Escuché lo que no tenía que escuchar. Mi mamá lloraba, el Dr. Dusseldorf repetía:

• Probamos de todo, créanme, hemos intentado todo.

Y mi padre respondía con voz angustiada:

• Estoy seguro que lo han hecho, doctor, estoy seguro.

Me quedé con la oreja pegada a la puerta de hierro. No sabía qué estaba más frio, si el metal o yo.

Después el doctor Dusseldorf dijo:

• ¿Lo quieren abrazar?

• No tengo el coraje de hacerlo- dijo mi mamá

• No nos tiene que ver en este estado – agregó mi padre.

Y ahí entendí que mis padres eran dos malvados. Peor ¡dos malvados que creían que yo era malo!

Desde el consultorio se escuchaban ruidos de sillas que se movían, intuí que estaban por salir y abrí la primera puerta que encontré.

Y así me encontré en el cuartito de las escobas donde pasé el resto de la mañana porque, quizás no lo sabes Dios, pero el cuartito de las escobas se abren desde afuera, no desde adentro…¡como si tendrían miedo que a la noche, las escobas, los baldes y los trapos de piso corten la soga!

De todos modos, no me molestaba estar encerrado en la oscuridad, porque no tenía ganas de ver a nadie y porque las piernas y los brazos no me respondían más, después del golpe que había recibido escuchando lo que escuché.

Hacia el mediodía, escuché un gran lío en el piso de arriba. Escuchaba los pasos, las corridas. Después empezaron a gritar mi nombre por todos lados:

• ¡Oscar! ¡Oscar!

Me hacía bien escuchar que me llamaban y no responder. Tenía ganas de hacer enojar al mundo entero.

Más tarde, creo que dormí un poco, y después percibí el chancleteo de la señora N’da, la mujer de la limpieza. Abrió la puerta y nos asustamos juntos y gritamos fuertísimo: ella porque no esperaba encontrarme ahí, y yo porque no me acordaba que era tan negra. Ni que gritaba tan fuerte.

Después hubo otra linda confusión. Vinieron todos: el doctor Dusseldorf, la jefa de las enfermeras, la enfermera de turno, otras mujeres de la limpieza. En vez de gritarme, como habría creído, parecía que todos sentían culpa y entendí que tenía que aprovechar rápido de la situación:

• Quiero ver a la Abuela Rosa.

• ¿Pero dónde te habías metido, Oscar? ¿Cómo te sentís?

• Quiero ver a la Abuela Rosa.

• ¿Cómo es que terminaste en ese cuartito? ¿Seguiste a alguien? ¿Escuchaste algo?

• Quiero ver a la Abuela Rosa.

• Toma un vaso de agua.

• No. Quiero ver a la Abuela Rosa.

• Toma un sorbo…

• No. Quiero ver a la Abuela Rosa.

Un pedazo de piedra, una roca, una placa de cemento. Nada que hacer. No escuchaba ni lo que me decían. Quería ver a la Abuela Rosa.

Delante de sus colegas, el Doctor Dusseldorf parecía más bien fastidiado de tener ninguna autoridad sobre mí. Terminó cediendo.

• Llamen a esa señora.

Entonces accedí a descansar y dormí un poco en mi habitación.

Cuando me desperté, la Abuela Rosa estaba ahí. Sonreía.

• Bien, Oscar, lo lograste. Fue un buen cachetazo para ellos. Pero el resultado es que ahora me envidian.

• No nos importa.

• Son buena gente, Oscar. Buenísimos.

• Me resbala.

• ¿Qué es lo que está mal?

• El doctor Dusseldorf dijo a mis padres que me voy a morir y ellos se escaparon. Los odio.

Le conté todo con cada detalle, como a vos, Dios.

• Mmmm..me recuerda a mi torneo en Béthune contra Sarah Youp La Boum, la luchadora con el cuerpo untado con aceite, la anguila del ring, una acróbata que peleaba casi desnuda y que te resbalaba entre las manos cuando intentabas agarrarla. Luchaba sólo en Béthune, dónde ganaba todos los años la copa de ese lugar. Bueno, yo quería la copa de Béthune ese año!

• ¿Qué hiciste, Abuela Rosa?

• Unos amigos míos le tiraron harina cuando estaba subiendo al ring. Aceite más harina, estaba lista para freír. En tres cruces y dos movimientos, la mandé a la alfombra, Sarah Youp Le Boun. Después de nuestra pelea, no la llamaban más la anguila del ring, la llamaban la milanesa de merluza.

• Disculpame, Abuela Rosa, pero no logro entender la comparación.

• Pero es brillante! Hay siempre una solución, Oscar, hay siempre una bolsa de harina en alguna parte. Tendrías que escribirle a Dios. Es más fuerte que yo.

• También en el catch.

• Si, también en el catch, Dios sabe de sus cosas. Probá, Oscar, ¿Qué es lo que te hace peor?

• Detesto a mis padres.

• Entonces detestalos muchísimo.

• ¿Usted me lo dice, Abuela Rosa?

• Si, detestalos. Cuando te desahogues te darás cuenta que no valía pena. Contale todo a Dios, y en tu carta, pedile que te venga a visitar.

• Él viaja?

• A su modo. No mucho. Raramente.

• Por qué? Está enfermo también él?

Entonces entendí el suspiro de la Abuela Rosa que no quería confesarme que también vos, Dios, andas medio mal.

• Tus padres no te hablaron nunca de Dios?

• Dejalo ahí. Mis padres son tontos.

• Claro, ¿pero nunca te hablaron de Dios?

• Si, sólo una vez, para decir que no creían. Ellos creen que existe Papá Noel.

• ¿Son tan tontos, Oscar?

• No se lo imagina. El día que volví de la escuela diciéndoles que tenían que terminarla de contarme estupideces, que sabía, como el restos de mis compañeros, que Papa Noel no existía, parecían que caían de las nubes. Como estaba bastante enojado de haber quedado en el patio del recreo, me juraron que nunca me quisieron engañar y que creían realmente que Papá Noel existía, y que estaban muy desilusionados, pero muy desilusionados de saber no era cierto! Dos auténticos idiotas, Abuela Rosa!

• Por lo tanto, ¿no creen en Dios?

• No

• ¿Y esto no te llamó la atención?

• Si me importaría lo que piensan esos tontos, no tendría tiempo para lo que piensa la gente inteligente.

• Tenés razón. Pero el hecho de que tus padres, para mí, sean medios tontos…

• ¡Si, son verdaderos tontos, Abuela Rosa!

• Por lo tanto, si tus padres que se equivocan no creen, ¿por qué no deberías creer vos y pedirle que te visite?

• De acuerdo. ¿Pero no me dijiste que estaba enfermo?

• No. Tiene un modo bastante particular de visitar. Te visita en pensamientos. En tu espíritu.

Esto que me dijo me gustó. Me parece estupendo. La Abuela Rosa agregó:

• Verás, sus visitas hacen bien.

• O.K. le voy a hablar. Por ahora, las visitas que me hacen mejor son las suyas.

La Abuela Rosa sonrío y, casi tímidamente, se agachó para darme un beso en la cachete. Me pedía permiso con la mirada.

-Dale, dame un beso. No se lo voy a decir a nadie. No quiero arruinarle la reputación a una ex luchadora.

Sus labios se apoyaron en mi cachete y me gustó, sentí un calor, una cosquilla, un perfume de talco y de jabón.

• ¿Cuándo volvés Abuela Rosa?

• Tengo permitido venir sólo dos veces a la semana.

• No puede ser, Abuela Rosa! No voy a esperar tres días!

• Es el reglamento.

• ¿Quién hace el reglamento?

• El doctor Dusseldorf.

• El doctor Dusseldorf, en este momento se hace encima cuando me ve. Vaya a pedirle permiso, Abuela Rosa. No la estoy cargando.

Me miró titubeante.

• No la estoy cargando. Si no viene a visitarme todos los días, yo no le escribo a Dios.

• Lo voy a intentar.

La Abuela Rosa salió y me puse a llorar.

Antes no me daba cuenta de la ayuda que necesitaba. No me había dado cuenta antes, de cuan enfermo estaba. Con sólo pensar que vería más a la Abuela Rosa, entendí todo y me desarmé en lágrimas que me quemaban los cachetes.

Por suerte, tuve un poco de tiempo para recuperarme antes que volviera a entrar.

• Ya está todo arreglado, Oscar. Doce días.

Entonces no sé que me agarró que empecé a lloriquear. Sin embargo sé que los chicos no tienen que llorar, sobretodo yo, con mi cabeza de huevo, que no me parezco ni a un chico ni a una chica, más bien a un marciano. Nada que hacer. No podía parar.

• ¿Doce días? ¿Estoy tan mal, Abuela Rosa?

También ella tenía ganas de llorar. Le costaba contenerse. La ex luchadora le impedía a la chica de antes de soltarse. Era lindo de ver y me distrajo un poco.

• ¿Qué día es hoy, Oscar?

• ¿No ve mi calendario? Hoy es veinte de Diciembre.

• En mi pueblo, Oscar, hay una leyenda que dice que, durante los últimos doce días del año, se puede adivinar cómo va a estar el tiempo en los doce meses del próximo año. Sólo con observar cada día para tener, en miniatura, el cuadro del mes. El 20 diciembre representa Enero, el 21Diciembre, Febrero y así todos los siguientes, hasta el 31 Diciembre que te cuenta sobre el próximo Diciembre.

• ¿Es verdad?

• Es una leyenda. La leyenda de los doce días adivinadores. Quisiera que juguemos, vos y yo. Sobre todo vos. A partir de hoy, a partir de hoy vivirás cada día como si cada uno contara por diez años

• ¿Diez años?

• Si. Un día: diez años.

• Entonces, dentro de doce días, ¡tendré ciento noventa años!

• Si, ¿te das cuenta?

La Abuela Rosa me dio un beso, lo siento, y después se fue.

Entonces acá estoy, Dios: esta mañana nací y me di cuenta bien; me fue más claro llegando al mediodía, cuando tenía cinco años, cuando tenía cinco años, gané en conciencia pero no fue para aprender las buenas noticias; esta noche tengo diez años y es la edad de la razón. Aprovecho esta oportunidad para pedirte algo: cuando tengas algo para decirme, como al mediodía para mis cinco años, que seas menos brutal. Gracias. Hasta mañana, Besos,

Oscar.

P.S. Tengo algo para pedirte. Sé que tengo permitido sólo un deseo, pero mi deseo de antes más que un deseo era un consejo. Me vendría bien una visita, una en espíritu. Me parece que sería genial. Me gustaría mucho que me hagas una. Estoy disponible desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche. El resto del tiempo duermo. A veces hago siestas chiquitas durante el día, por la medicación. Sería tonto perderme el encuentro por tan poco, ¿ no?

******

Querido Dios,

Hoy viví mi adolescencia y fue todo bien. Que cosa! Tengo un montón de fastidios con mis amigos, con mis padres y todo por culpa de las chicas. Esta noche no estoy descontento de tener veinte años porque me digo lo peor lo dejé atrás. La pubertad, muchas gracias! Una vez es suficiente!

En primer lugar, Dios, te recuerdo que no viniste. Hoy dormí muy poco, por los problemas de la pubertad que tuve. Por lo tanto, me hubiese dado cuenta si venías. Y después, te repito: si me quedo dormido, sacudime.

Al despertar, la Abuela Rosa, ya estaba. Durante el desayuno me contó sobre las luchas contra Teta Real, una luchadora belga, que comía tres kilos de carne cruda por día, rociada de cientos de litros de cerveza, parecía que el arma más potente de Teta Real sea el aliento, por el efecto de la fermentación carne-cerveza, y que solo eso bastaba para mandar al adversario a la alfombra.

Para ganarle, la Abuela Rosa tuvo que improvisar una nueva táctica, ponerse un pasamontaña, empaparlo de lavanda y hacerse llamar la Justiciera de Carpentras. El catch, dice que siempre, requiere también los músculos del cerebro.

• ¿Que te gusta más, Oscar?

• ¿Acá? ¿En el Hospital?

• Si.

• Bacon, Einstein, Pop Corn.

• ¿Y de las chicas?

Su pregunta me bloqueó. No tenía ganas de responder. Pero la Abuela Rosa esperaba y delante de una luchadora a nivel internacional, no se puede tergiversar demasiado.

-Peggy Blue

Peggy Blue es la chica azul. Está en la penúltima habitación en el fondo del pasillo. Sonríe con simpatía pero no habla casi nunca. Sería como un hada que reposa un poco en el hospital. Tiene una enfermedad rara, la del niño azul, un problema de la sangre que tendría que ir a los pulmones y no va, haciendo que la piel se convierte en

Azulado. Está a la espera de una operación que le va a devolver rosa. A mí me parece una lástima. Me parece bellísima en azul, Peggy Blue. Hay un montón de luz y de silencio alrededor de ella, pareciera entrar en una capilla cuando te acercas.

• Se lo has dicho?

• No me voy a parar delante de ella para decirle Peggy Blue, me gustás mucho.

• Si, ¿por qué no lo haces?

• No se tampoco si sabe que existo.

• Con más razón.

• ¿Vio la cabeza que tengo? Tendría que apreciar a los extraterrestres, y de esto no estoy seguro.

• A mí me pareces muy lindo, Oscar

Y ahí la Abuela Rosa frenó un poco la conversación. Es agradable sentir este tipo de cosas, pero no se sabe qué responder exactamente.

• No quiero seducir sólo con mi cuerpo, Abuela Rosa.

• ¿Qué sentís por ella?

• Tengo ganas de protegerla de los fantasmas.

• ¿Qué? ¿Hay fantasmas acá?

• Si. Todas las noches. Nos despiertan y no se sabe por qué. Hacen daño porque pellizcan. Tenemos miedo porque no se ven. Después cuesta volverse a dormir.

• Los percibís seguido, los fantasmas?

• No. Yo tengo un sueño muy profundo. Pero a Peggy Blue la escucho seguido gritar a la noche. Me gustaría mucho protegerla.

• Anda a decirle.

• De todos modos, no podría hacerlo porque a la noche no tenemos el permiso de dejar nuestra habitación. Es el reglamento. Los fantasmas conocen el reglamento?

• No, seguramente no. Sé astuto: si te escuchan decirle a Peggy Bue que vas a montar una guardia para protegerla de ellos, no van a querer venir esta noche.

• Pero…pero…

• ¿Cuántos años tenés, Oscar?

• No lo sé. ¿Qué hora es?

• Las diez. Vas por los quince años. ¿No crees que es la hora de tener coraje de tus sentimientos?

A las diez y media lo decidí y fui hasta el final, a la puerta de su cuarto, que está abierta.

-Hola, Peggy, soy Oscar.

Estaba acostada en la cama, parecía Blancanieves cuando espera al príncipe, cuando esos tontos de los enanos creen que haya muerto, Blancanieves como las fotos de nieve en la cual la nieve es azul y no blanca.

Se giró hacia a mí y entonces me pregunté si me veía como un príncipe o como uno de los enanos. Yo habría dicho “enano” por mi cabeza de huevo, pero no abrió la boca y es esto lo lindo de Peggy Blue, que no dice nunca nada y que todo queda misterioso.

• Vine a avisarte que esta noche y todas las noches que vengan, si querés, voy a hacer una guardia delante de tu habitación para protegerte de los fantasmas.

Me miró, pestañó y tuve la impresión que todo estaba en cámara lenta, que el aire estaba raro, el silencio más silencioso, que caminaba como en el agua y que todo cambiaba acercándome a su cama, iluminado de una luz que bajaba de andá dónde a saber.

• Eii, anda despacio, Cabeza de huevo: ¡seré yo quien le va a hacer la guardia a Peggy Blue!

Pop Corn estaba en la puerta. Temblé. Cierto que, si él haría la guardia, ningún fantasme podría pasar.

Pop Corn le guiñó el ojo a Peggy.

• ¿Peggy? Vos y yo somos amigos,¿ no?

Peggy miró el techo. Pop corn lo tomó como una confirmación y me sacó afuera.

• Si querés una chica, andá con Sandrine. Peggy es zona prohibida.

• Con qué derecho?

• Con el derecho que yo estaba acá antes que vos. Si estás conforme, podemos hacer una pelea.

• En realidad, estoy supercontento.

Estaba un poco cansado y me fui a sentar en la sala de juegos, donde, justamente estaba Sandrina. Tiene leucemia, como yo, pero su tratamiento parece que da resultados. La llamo la china porque se pone una peluca negra, brillante, con los pelos derechos, con un flequillo, que parece una china. Me mira y hace explotar un globo de chicle.

• Podés besarme si querés

• ¿Por qué? ¿El chicle no te alcanza?

• Ni siquiera sos capaz, tonto. Estoy segura que nunca lo hiciste.

• ¡Esto me hace reir! A quince años ya lo hice varias veces, te lo puedo asegurar.

• ¿A los quince años? – me dice ella sorprendida.

Controlo mi reloj.

• Si, quince años pasados.

• Siempre soñé con que me besara un chico grande de quince años.

• Claro, es atractivo.

Y entonces me hace una mueca imposible con los labios que tira para adelante, y entiendo que espera un beso.

Cuando me doy vuelta, veo a todos mi compañeros que me miraban. No tengo forma de tirarme para atrás. Tengo que ser un hombre. Es el momento.

Me acerco y la beso. Me abraza y no me deja separarme, y de una, sin avisarme me mete su chicle en mi boca. Por la sorpresa, me lo tragué. Estaba furioso..

En ese momento una mano me toco la espalda. Las desgracias no llegan nunca solas: mis padres. Era domingo y me lo había olvidado!

• ¿Nos presentas tu amiga, Oscar?

• No es mi amiga

• No importa, presentanos igual tu amiga.

• Sandrine. Mis padres. Sandrine.

• Estoy encantada de conocerlos- dice la China, con un aire zalamero.

La hubiese matado.

• Queres que Sandrita venga con nosotros a tu habitación?

• No, Sandrita se queda acá.

Cuando volví a la cama, me di cuenta que estaba cansado y que había dormido poco. De todos modos, no quería hablar con ellos.

Cuando me desperté, vi que obviamente me había traido regalos. Desde que estoy en el Hospital, mis padres tienen alguna dificultad con la conversación; entonces me traen regalos y pasan las asquerosas tardes leyéndo las reglas de juego y las instrucciones para el uso. Mi papá se ensaña en estudiar los folletos ilustrativos, aunque estén en turco o en japonés, no se rinde. Es el campion del mundo de las tardes del domingo perdiendo el tiempo.

Hoy me trajo un lector de cd. No lo pude criticar aunque tenía ganas de hacerlo.

• ¿No vinieron ayer?

• ¿Ayer? Por qué? Podemos sólo los domingos. ¿Qué te lo hace pensar?

• Alguien vió el auto de ustedes en el estacionamiento

• No hay una sola camioneta roja en el mundo. Los autos son intercambiables.

• Si. No son como los padres. Lástima..

Se quedaron atónitos. Entonces agarré el mp3 y escuche dos veces la misma canción, sin parar, delante de ellos. Dos horas sin que puedan decir nada. Arreglado.

-Te gusta?

-Si. Tengo sueño.

Entendí que se tenían que ir. Era evidente que estaban incómodos. No podían decidirse. Sentía que me quería decir algo y no podían. Me gustaba verlos sufrir una alguna vez.

Después mi mamá se precipitó sobre mí, me abrazó muy fuerte, demasiado fuerte, y me dijo con voz tambaleante:

• Te quiero mucho, me chiquito Oscar, te quiero mucho mucho.

Hubiese querido resistirme, pero en el último momento la dejé, me hice recordar el pasado, el tiempo de las caricias puras y simples, cuando no tenía un tono angustiado para decirme que me quería mucho.

Después creo que me quedé dormido.

La Abuela Rosa es la campeona del despertar. Llega siempre a la meta, en el momento en que abro los ojos. En ese momento sonríe siempre.

• Entonces, ¿cómo fue con tus padres?

• Nada, como siempre. M e regalaron “el Cascanueces”.

• ¿”El Cascanueces”? Esa está buena. Tenía una amiga que se llamaba así. Una campeona genial. Rompía el cuello de sus adversarias entre sus piernas. Y Peggy Blue, ¿fuiste a verla?

• No me hables de eso. Es la novia de Pop Corn.

• ¿Te lo dijo ella?

• No, él me lo dijo.

• ¡Fanfarrón!

• No creo. Estoy seguro que le gusta más que a mí. Es más fuerte, dá más seguridad.

• Un fanfarrón te digo! Yo, que parecía una rata en el ring, le gané a tantas luchadoras que parecían ballenas o hipopótamos. Por ejemplo, Plum Pudding, la irlandesa, ciento cincuenta kilos. Nada, era imbatible.

• ¿Cómo hizo?

• Cuanto no es posible una presa, quiere decir que es redondo y que rueda. La hice correr para cansarla y después la tiré al piso. Vos, Oscar, tenes los huesos chiquitos y poca grasa, esto es cierto, pero la seducción no depende sólo de los huesos y de la carne. Es de la calidad de tu corazón y vos tenés mucho.

• ¿Yo?

• Andá a buscar a Peggy Blue y decirle lo que sentís, lo que tenés en el estómago.

• Estoy un poco cansado.

• ¿Cansado? ¿Qué edad tenés a esta hora? ¿Diez y ocho? A los diez y ocho años no se está nunca cansado

La Abuela Rosa tiene una forma de hablar que da energía.

La noche llegó, los ruidos resonaban más fuerte en la penumbra, el parqué del pasillo reflejaba la luna.

Entré a la habitación de Peggy y le acerqué mi mp3.

• Tomá. Escuchá el vals de las flores de nieve. Es tan bello que me recuerda a vos.

Peggy escuchó el vals de las flores de nieve. Sonreía como si el vals fuera un viejo amigo que le contaba chistes al oído.

Me devolvió el aparato y me dijo:

• Es lindo.

Fue su primera palabra. Es lindo, ¿no? Como primera palabra…

• Peggy Blue, quería decirte: no quiero que te operen. Sos linda así. Sos linda en azul.

Vi que mis palabras le gustaban. No lo dije para eso, pero era claro que gustaban.

• Contá conmigo Peggy.

Estaba muy orgulloso. Al final, había ganado yo.

-Besame.

Es algo de chicas esto del beso, como si para ellas fuera una necesidad. Pero Peggy era diferente a la China, no es una viciosa, me puso el cachete y darle un beso también me gustó a mí, mucho.

-Buenas noches, Peggy.

- Buenas noches, Oscar.

Así es, Dios, este fue mi día.

Entiendo que la adolescencia sea definida como una edad ingrata. Es dura. Pero al final, a los veinte, las cosas se arreglan. Entonces te hago mi pedido del día: quisiera que Peggy y yo nos casemos. No estoy seguro que el casamiento pertenezca a las cosas espirituales, si esta es tu área.

¿Favoreces este tipo de deseo? El deseo de agencia matrimonial? Si no es tu competencia, avísame lo más rápido posible para que se lo pida a la persona correcta.

Sin apurarte, te recuerdo que no tengo mucho tiempo. Por lo tanto, casamiento de Oscar y Peggy Blue. Si o no. Fijate si podés, me gustaría.

Hasta mañana, besos.

Oscar.

P.S. A propósito,¿ cuál es al final tu dirección?

***

Querido Dios:

Ya hecho, me casé. Es el 22 Diciembre, me acerco a los treinta años y me casé. Para tener hijos, con Peggy Blue, decidimos de dejarlo para más adelante. En realidad, no creo que este lista. Todo pasó esta noche.

Hacia la una de la madrugada escuche los lamentos de Peggy Blue que me hicieron saltar de la cama. Los fantasmas! Peggy Blue estaba atormentada por los fantasmas cuando yo le había prometido de hacer la guardia. Se hubiere dado cuenta que era un incapaz, no hubiese hablado más y hubiera tenido razón.

Me levanté y caminé hasta los gritos. Cuando llegué a la habitación de Peggy Blue, la vi sentida en la cama que me veía venir, sorprendida.

Yo también, seguramente, parecía sorprendido, ya que Peggy estaba parada en frente y me miraba con la boca cerrada, pero seguía escuchando los gritos.

Entonces seguí hasta la siguiente puerta y vi que era Bacon que se torcía en la cama por el dolor que le causaban las quemaduras. Por un momento sentí la conciencia sucia, pensé en el día que le prendí fuego a mi casa, al gato, al perro, cuando había hasta asado los peces rojos (creo más bien que se hirvieron). Pensé en cómo debieron haber vivido y me dije que, después de todo, era mejor que se hayan ido antes de vivir con los recuerdos y las quemaduras, como Bacon, a pesar de los injertos y las cremas.

Bacon se encogió y paró de gemir. Volví con Peggy.

-Entonces no eras vos Peggy? Siempre creí que eras vos la que gritaba a la noche.

- Y yo creía que eras vos…

Intentábamos creer lo que nos sucedía y a los que decíamos: en realidad cada uno pensaba al otro desde hace bastante.

Peggy Blue se puso más azul, lo que significaba que tenía mucha vergüenza.

• ¿Qué vas a hacer ahora Oscar?

• ¿Y vos, Peggy?

Es maravilloso cuántos puntos en común tenemos, las mismas ideas, las mismas preguntas.

• ¿Querés dormir conmigo?

Las chicas son increíbles. Yo, algo así, hubiera estado horas para decirlo, semanas, meses, teniéndolo en mi cabeza antes de pronunciarlo. Ella, en cambio, me lo dijo como si nada, con naturalidad y simplicidad.

• O.K.

Y me subí a su cama. Estábamos un poco apretados pero pasamos una noche extraordinaria. Peggy Blue tiene perfume de avellana y su piel es suave como la mia, en parte interna de mis brazos, pero ella es toda suave. Dormimos mucho, soñamos mucho, nos mantuvimos juntos, nos contamos nuestras vidas.

Claro que a la mañana, cuando la señora Engomada, la Jefa de Enfermería, nos encontró juntos, fue todo un espectáculo. Se puso a gritar, también la enfermera de la noche gritaba, se gritaban entre ellas, después se la agarraron con Peggy y conmigo, golpeaban las puertas, agarraban a los demás como testimonio, nos trataban como los “pequeños malvados” mientras nosotros estábamos muy felices, hasta que por suerte llegó la Abuela Rosa para poner fin al concierto

• ¿Quieren dejar en paz a estos chicos? ¿Deben satisfacer a los pacientes o tenerlos bajo el reglamento? No me importa nada su reglamento, me lo meto bajo los pies. Ahora silencio. Vayan a pelearse a otro lugar. Acá no estamos en los vestuarios.

No era posible la réplica, como siempre con la Abuela Rosa. Me llevo a mi habitación y dormí un poco.

Cuando me desperté, pudimos hablar un poco.

• Entonces Oscar, va enserio con Peggy?

• Muy serio, Abuela Rosa. Soy muy feliz. Ayer a la noche nos casamos.

• Ah, ¿en serio?

• Si. Hicimos todo lo que hacen un hombre y una mujer cuando se casan.

• En serio?

• ¿Quién te pensas que soy? Tengo…¿qué hora es?..tengo veinte años pasados, hago de mi vida lo que quiero, ¿no?

• Por supuesto.

• Y además piense que todas las cosas que antes no me gustaban, cuando era joven, los besos, las caricias, bueno, al final me gustan. Es extraño como se cambia, no?

• Estoy muy contenta por vos, Oscar. Creces muy bien.

• Hay una sola cosa que no hicimos: el beso con la lengua. Peggy Blue tenia miedo de quedar embarazada. Usted que piensa?

• Pienso que tenga razón.

• En serio? Es posible tener hijos si se besa en la boca? Entonces voy a tener hijos con la China.

• Calmate, Oscar, hay muy pocas posibilidades. Poquísimas.

Parecía segura de lo que decía, la Abuela Rosa, y esto me calmó un poco porque, te lo digo sólo a vos, Dios, y solamente a vos , con Peggy Blue, una vez, hasta dos, o incluso más, nos besamos con la lengua.

Dormí un poco. Almorzamos juntos. La Abuela Rosa y yo, y así me empecé a sentir mejor.

• ¡Cómo estaba cansado esta mañana!

• Es normal, entre los veinte y los veinticinco años. Se sale a la noche, se va a divertir, se vive a la grande, no se ahorra nada. Y esto se paga. ¿Si vamos a buscar a Dios?

• Ah, ¿tiene su dirección?

• Creo que está en la capilla.

La Abuela Rosa me vistió como si partíamos al Polo Norte, me agarró entre sus brazos y me llevó a la Capilla que está en el fondo del parque del Hospital, pasando los campos helados. En fin, no estoy para explicarte dónde, ya que es tu casa.

Me impresionó cuando vi tu estatua. En fin, cuando vi en qué estado estabas, casi desnudo, flaco flaco en la cruz, con heridas por todas partes, la cabeza que te sangraba bajo las espinas y la cabeza que no se mantenía ni siquiera sobre el cuello. Me hizo pensar. Me repugnó. Si fuese vos, Dios, no hubiera dejado hacer lo que te hicieron.

• Abuela Rosa, en enserio: Usted que era luchadora de catch, usted fue una gran campeona, ¿va a confiar en él?

• ¿Por qué Oscar? Le darías más crédito a Dios si lo vieras un físico culturista con grandes músculos, la piel untada con aceite, el pelo corto y el slip que hace resaltar la virilidad?

• Bueno…

• Reflexioná, Oscar. ¿A quién lo sentirías más cerca? ¿A un Dios que no siente nada o a un Dios que sufre?

• A uno que sufre, obviamente. Pero si fuera él, si fuera Dios, si como él. Tuviera los medios, habría evitado de sufrir.

• Nadie puede evitar de sufrir. Ni Dios ni vos. Ni tus papás ni yo.

• Bien. De acuerdo. Pero por qué sufrir?

• Justamente. Hay sufrimientos y sufrimiento. Mirá mejor su rostro. Obsérvalo. ¿Parece que sufra?

• No, es curioso. No parece que sienta dolor.

• Ahí está. Hay que distinguir dos dolores, Osca, el sufrimiento físico y el moral. El sufrimiento físico se siente. El sufrimiento moral se elige.

• No entiendo.

• Si te ponen clavos en los pulsos y en los pies, no podes hacer otra cosa que sentir dolor. Lo vives el dolor. Al contrario, con la sola idea de morir, no estás obligado a sentirte mal. No sabes que es. Por lo tanto, depende de vos.

• ¿Conoce, Usted, personas que se pongan contentas con pensar que se van a morir?

• Si, las conozco. Mi mamá era así. En el ataúd, sonreía de anhelo, estaba impaciente, quería descubrir que iba a suceder.

No podía discutir más. Como me interesaba lo que me estaba diciendo, dejé pasar un tiempo para reflexionar.

• Pero la mayoría de las personas no tienen curiosidad. Se aferran a lo que tienen, como el piojo en la oreja de un calvo. Tomá por ejemplo a Plum Pudding, mi rival irlandesa, ciento cinquenta kilos . Me decía siempre: “Lo siento, yo no me voy a morir, no estoy de acuerdo”. Se equivoca. Nadie le había dicho que la vida debe ser eterna, nadie!

Se obstinaba en creerlo, se revelaba, rechazaba la idea de morir, se enojaba, cayó en depresión, adelgazó, se retiró de la actividad deportiva, pesaba solo treinta y cinco kilos, parecía una espina de pescado, y terminó en pedazos. Ves, muerta igual, como todos, pero la idea de que se iba a morir le arruinó la vida.

• Era idiota, Plum Pudding, Abuela Rosa.

• Como tantos.

Asentí con la cabeza porque estaba bastante de acuerdo..

• Las personas le tienen miedo a la muerte porque le tienen miedo a lo desconocido. Pero, por ejemplo? Que es lo desconocido? Te propongo, Oscar, de no tener miedo y de confiar. Mira el rostro de Dios en la cruz: siente el dolor físico, pero no siente el dolor moral porque confía. Por eso, los clavos no lo hacen sufrir tanto. Se repite: me duele pero no puede hacerme daño. ¡Ahí está! Este es el beneficio de la fe. Quería mostrártelo.

• O.K., Abuela Rosa, cuando tenga miedo, me voy a esforzar en tener confianza.

Me besó. Al final se estaba bien en esa Iglesia desierta con vos, Dios, que transmitías tanta tranquilidad.

Cuando volvimos dormí mucho. Cada vez tengo más sueño. Como un deseo irresistible de dormir. Cuando me desperté, le dije a la Abuela Rosa:

• En realidad, no tengo miedo a lo desconocido. Es solo que me enoja perder lo que conozco.

• Soy como vos, Oscar. ¿Y si le proponemos a Peggy Blue que venga a tomar el té con nosotros?

Peggy Blue tomó el té con nosotros, se lleva muy bien con la Abuela Rosa y nos contó sobre la lucha que tuvo con las Hermanas Giclette, tres hermanas gemelas que se hacían pasar por una sola.

Después de cada captura, la Giclette que había ganado a la adversaria saltaba como un saltamontes saltaba fuera del ring con el pretexto de tener que ir a hacer pis, y volvía la hermana en forma para el nuevo round. Y así siempre. Todos creían que era una sola Giclette, una saltadora incansable. La Abuela Rosa descubrió el truco, encerró a las dos sostitutas en el baño, tirándola llave desde la ventana y luchó contra la que quedaba. Es un deporte astuto , el catch.

Después la Abuela Rosa se fue. Las enfermeras vigilan a Peggy Blue de mi, como si fuéramos petardos listos para explotar. Mierda, ¡tengo treinta años, pero!! Peggy Blue me juró que esta noche ella va a venir a mi habitación apenas pueda, como intercambio le juré que esta vez no le voy a poner la lengua en la boca.

Es verdad, tener hijos no es todo, hay que tener también tiempo de educarlos.

Bueno, Dios, no sé qué pedirte esta noche porque fue un día muy lindo. Si. Hacé que la operación de Peggy, de mañana, vaya todo bien. No como la mía, si entendes lo que te quiero decir.

Hasta mañana, besos.

Oscar.

P.S. Las operaciones no son cosas del espíritu, quizás no lo tenes en la almacena. Entonces hace que, más allá del resultado de la operación, Peggy no sufra. Cuento con vos.

***

Querido Dios:

Peggy fue operada hoy. Viví diez años terribles. Es difícil ser un treintañero, es la edad de las preocupaciones y de la responsabilidad. En realidad, Peggy no pudo venir la otra noche a mi habitación porque la señora Ducru, la enfermera de la noche, se quedó en su cuarto para prepararla para la anestesia. La camillera se la llevó cerca de las ocho de la mañana. Sentí una presión en el corazón cuando vi pasar a Peggy en la camilla, apenas se la veía bajo las sábanas verdes esmeralda, estaba tan chiquita y débil.

La Abuela Rosa me agarraba de la mano para que no me ponga nervioso.

• Abuela Rosa, ¿Por qué tu Dios permite que hayan personas como Peggy y yo?

• Es una suerte que así sea, Oscar, porque la vida sería mucho menos linda sin ustedes.

• No. No entiende. ¿Por qué Dios permite que estemos enfermos? O es malo, o no es demasiado fuerte.

• Oscar, la enfermedad es como la muerte. Es un hecho. No un castigo.

• ¡Se ve que Usted no está enferma!.

• ¿Qué sabes, Oscar?

Esto no me esperaba. Nunca pensé que la Abuela Rosa, que está siempre disponible para todos, tan atenta, pueda tener problemas personales.

• No tiene que esconderme cosas, Abuela Rosa, puede decirme todo. Tengo, por lo menos, treinta dos años, cáncer, una esposa que la están operando: la vida la conozco.

• Te quiero mucho, Oscar.

• Yo también. ¿Qué puedo hacer por Usted si tiene problemas? ¿Quiere que la adopte?

• ¿Adoptarme?

• Si, adopté también a Bernard cuando vi estaba muy triste.

• ¿Bernard?

• Mi osito de peluche. Está allá, en el armario. Es mi viejo osito, no tiene más ojos, ni boca, ni nariz, perdió la mitad del relleno y tiene cicatrices por todas partes. Se le parece un poco. Lo adopté la tarde en la que los idiotas de mis padres me trajeron un osito nuevo. ¡Como si hubiera podido aceptar tener un osito nuevo! Les voy a dejar todo lo que tengo, a Bernard. Quiero adoptarla a usted, si usted quiere.

• Si, realmente quiero. Creo que me haría muy bien, Oscar.

• Entonces deme la mano, Abuela Rosa.

Después nos fuimos a preparar la habitación de Peggy, le llevamos chocolatines y pusimos flores para su regreso.

Después dormí un poco. Es muy raro cuánto duermo últimamente.

Cerca del final de la tarde, la Abuela Rosa me despertó diciéndome que Peggy Blue había vuelto y que la operación salió bien. Fuimos juntos a visitarla. Los padres estaban junto a ella. Ignoro quién les advirtió, Peggy o la Abuela Rosa, pero parecían saber quien era, me trataron con mucho respeto, me hicieron sentar junto a ellos y pude estar un rato junto a mi mujer con mis suegros.

Estaba contento porque Peggy seguía azulada. El doctor Dusseldorf pasó, se fregó las cejas y dijo que en las próximas horas el color empezaría a cambiar. Miré a la madre de Peggy, que no era azul pero igual muy linda y me dije que después de todo Peggy, mi mujer, podía tener el color que quería que yo la iba a amar igualmente.

Peggy abrió los ojos, nos sonrió, a mi y a sus padres, después se volvió a dormir.

• Te encargamos a nuestra hija- me dijeron

• Sabemos que podemos contar con vos.

Con la Abuela Rosa resistí hasta que Peggy abrió los ojos por segunda vez, después me fui a reposar a mi cuarto.

Terminando mi carta, me doy cuenta que hoy, fue un buen día. Un día dedicado a la familia. Adopté a la Abuela Rosa, simpaticé con mis suegros y mi mujer está bien de salud, aunque si cerca de las doce, se empezó a poner rosa.

Hasta mañana, besos,

Oscar.

P.S. Ningún deseo hoy. Así descansas.

***

Querido Dios,

Hoy tengo cuarenta y cinco años e hice estupideces.

Te lo cuento rápido porque no lo merece tanto. Peggy Blue está bien pero la China, mandada por Pop Corn, que no me puede ver, fue a decirle que la besé en la boca.

Por eso, Peggy me dijo que entre nosotros se terminaba. Protesté, le dije que con la China fue en mi juventud, que pasó mucho antes que me ponga de novio con ella y que no me podía hacer pagar mi pasado toda la vida.

Pero ella no quiso ceder. Incluso se hizo amiga de la China, para hacerme enojar y las escuché que se reían juntas.

Por eso cuando Brigitte, la chica con Sindrome de Down, que se pega siempre a todos porque en los chicos Down la afectuosidad es normal, vino a saludarme a mi habitación, la dejé que me diera besos por todas partes. Estaba loca de alegría que se lo permitiera. Parecía un perro que le hacía la fiesta a su amo. El problema fue que Einstein estaba en el pasillo. Quizás tiene agua en la cabeza pero no tiene fetas de jamón sobre los ojos. Vió todo y fue a contárselo a Peggy y a la China. Todo el piso me trata ahora como si fuera uno que va con todas las chicas, mientras yo no me moví de mi cuarto.

• No sé qué me agarró con Brigitte, Abuela Rosa…

• El demonio meridiano, Oscar. Los hombres son así, entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años, se quieren sentir seguros, verificando de poder gustar a otras mujeres, además de la que aman.

• De acuerdo, soy normal pero también todo un idiota. ¿No?

• Si. Sos muy normal.

• ¿Qué tengo que hacer?

• ¿A quién amas?

• Peggy. Sólo Peggy.

• Entonces andá a decírselo. Una pareja joven es frágil, siempre sujeta a temblores, pero hay que luchar para conservarla.

Mañana, Dios, es Navidad. Nunca antes me había dado cuenta que era tu cumpleaños. Hacé algo para que me reconcilie con Peggy porque no sé si es esto, pero estoy muy triste esta noche y ya no tengo más coraje.

Hasta mañana, besos,

Oscar.

P.S. Ahora que somos amigos,¿ qué querés que te regale para tu cumpleaños?

***

Querido Dios,

Esta mañana, a las ocho, le dije a Peggy que la amo, que amo sólo a ella y que no podía concebir mi vida sin ella. Se puso a llorar, me confensó que la había liberado de un gran disgusto, porque también ella me amaba sólo a mi y nunca hubiera podido encontrar a otro, sobre todo ahora que estaba rosa.

Y paso algo muy curioso, estábamos los dos llorando, fue muy tierno. La vida de pareja es muy linda. Sobre todo después de los cincuenta, cuando se atraviesan pruebas.

A las diez en punto me di cuenta que era Navidad, que no iba a poder quedarme con Peggy porque su familia (hermanos, tíos, sobrinos, cuñados) estaba por caer en su cuarto y que estaba obligado a soportar a mis padres.

¿Qué me iban a regalar esta vez? ¿Un rompecabezas de diez y ocho piezas? ¿Algún libro en curdo? ¿Una caja de instrucciones para el uso? ¿Una foto mía cuando estaba saludable? Con dos tontos así, que tienen la misma inteligencia de una bolsa de basura, el horizonte era amenazador, podía temer cualquier cosa. Había una única certeza, que iba a pasar un día muy aburrido.

Me decidí rápido y organicé mi fuga. Un poco de trueque: mis juguetes a Einstein, mi acolchado a Bacon y mis caramelos a Pop Corn. Un poco de observaciones: la Abuela Rosa pasaba siempre al vestuario antes de irse.. Un poco de previsiones: mis padres no llegarían antes del mediodía. Todo fue bien: a las once y media la Abuela Rosa me besó deseándome un buen día di Navidad junto a mis padres y después se fue al piso de los vestuarios. Silbé. Pop Corn, Einstein y Bacon me vistieron rápido, me llevaron abajo sosteniéndome y me arrastraron hasta el cachivache de la Abuela Rosa, un auto que es de la época anterior al motor de combustión. Pop Corn, que es bueno en abrir las cerraduras porque tuvo la suerte de haber crecido en un barrio pobre, forzó la puerta posterior; los otros me tiraron entre el asiento anterior y el posterior. Después volvieron dentro a escondidas.

La Abuela Rosa, después de un poco, subió a su auto, la hizo chasquear diez, quince veces antes de hacerlo arrancar, después partió a una velocidad descabellada. Es fantástico este tipo de coche tan antiguo, hace tanto alboroto que pareciera ir muy rápido y que se baila como en la calesita. El problema es que la Abuela Rosa tendría que haber aprendido a manejar con algún amigo especialista en el tema: no respetaba ni los semáforos ni las veredas ni los giros, asi que, de vez en cuando, el auto tenía que volver a arrancar. El auto parecía un estruendo del infierno, la Abuela Rosa se desahogaba tocando la bocina y también enriqueció mi vocabulario gritando todo tipo de maldición para insultar a los enemigos que impedían el paso y me dije, otra vez, que el catch es una buena escuela de vida.

Había previsto, que cuando llegáramos, iba a saltar y decirle:

• Cucú Abuela Rosa-

Pero la corrida con obstáculos para llegar a su casa duró tanto que me quedé dormido.

De hecho, cuando me desperté, estaba todo oscuro, hacía frío, había silencio y me encontré solo acostado en una alfombra húmeda. Y sólo ahí pensé por primera vez que hice una estupidez.

Cuando salí del auto, empezó a nevar. Pero era mucho menos agradable que el Vals de las flores de nieve en “El Cascanueces”. Me temblaran los dientes del frío.

Vi una casa grande, iluminada. Caminé con cansancio. Para llegar al timbre, tuve que hacer un salto que movió la alfombra de la entrada. Y ahí fue que me encontró la Abuela Rosa.

-Pero…pero…- empezó a decir.

Después se agacho y murmuró:

• Tesoro

Entonces pensé que no había hecho una estupidez.

Me llevó a su living, donde había preparado un gran árbol de Navidad ….

Estaba maravillado de ver qué linda era la casa de la Abuela Rosa. Me calenté un poco al lado de la chimenea y tomamos una tazona de chocolatada. Sospechaba que quería asegurarse que estaba bien antes de retarme. Por eso, mejoraba… lentamente, y el resto me salía bien porque estaba realmente cansado.

• Todos te buscan en el Hospital, Oscar. Sono in assentto di combattimento. Tus padres están desesperados. Llamaron a la policía.

• No me sorprende de ellos. Si son tan estúpidos para creer que los voy a amar cuando tenga puestas las esposas…

• ¿De que los acusas?

• Me tienen miedo. No pueden hablarme. Y menos me hablan, más tengo la sensación que soy un monstruo. ¿Por qué les doy miedo? ¿Soy tan feo? ¿Tengo mal olor? Me convertí en un idiota sin darme cuenta.

• No te tienen miedo, Oscar. Tienen miedo a la enfermedad.

• Mi enfermedad es una parte mía. No se tienen que comportar de una manera distinta porque estoy enfermo. ¿O pueden amar a un solo Oscar con buena salud?

• Te aman, Oscar. Me lo dijeron.

• Habla con ellos?

• Si. Están muy celosos que nos llevamos tan bien. No, no celosos, tristes. Tristes de no poder lograrlo también ellos.

Levanté los hombros pero ya se me había pasado un poco la bronca. La Abuela Rosa me preparó una segunda chocolatada caliente.

-Sabés, Oscar. Morirás, un día. Pero también tus padres se van a morir.

Estaba asombrado de escuchar lo que me decía. Nunca antes lo había pensado.

• Si. Morirán también ellos. Todos solos. Y con el arrepentimiento terrible de no haberse reconciliado con su único hijo, un Oscar que adoraban.

• No diga esas cosas, Abuela Rosa, mi fa venire il magone.

• Pensá en ellos, Oscar. Entendiste que te estas por morir porque sos un chico inteligente. Pero no entendiste que no sos vos solo que se va a morir. Todos mueren. Tus padres, algún día. Yo.

• Sí, pero yo voy primero.

• Es verdad. Vos vas primero. Pero con la excusa que vas primero , tenes todos los derechos? Y el derecho de olvidarte de los otros?

• Entendi, Abuela Rosa. Los puede llamar.

Así es, Dios, lo que sigue en pocas palabras porque tengo la mano cansada. La Abuela Rosa avisó al Hospital, quienes avisaron a mis padres, que después vinieron a la casa de la Abuela Rosa, donde festejamos todos juntos Navidad.

Cuando mis padres llegaron, les dije

• Perdonenme, me había olvidado que ustedes también, algún día, morirán.

No sé que parte de lo que les dije los hizo desbloquear, pero después me rerencontré con ellos, como eran antes, y pasamos una noche estupenda.

A la hora del dulce, la Abuela Rosa, nos propuso mirar en la televisión la misa de medianoche y también una pelea de catch que había grabado. Nos contó que hace años que mira alguna película antes de la misa, para alegrarse un poco, y que es una tradición que le gusta mucho. Mèphisa contra Juana de Arco! Trajes de baño y botas hasta la mitad de las piernas. ¡Qué pedazos de mujeres! Como decía papá, que estaba todo rojo y parecía

apreciar mucho el catch. Inimaginable la cantidad de golpes que se dieron en la cara. Yo habría muerto cien veces en semejante lucha. Es una cuestión de entrenamiento, me decía la Abuela Rosa, más golpes en la cara recibís, más podés recibir. Apropósito, ganó Juana de Arco, pero para decir la verdad, al principio no se podría haber imaginado.: te habría gustado.

Ah, me estaba por olvidar, Feliz cumpleaños, Dios. La Abuela Rosa, quien recién me puso en la cama de su hijo mayor, que fue veterinario en el Congo con los elefantes, me sugirió que como regalo de cumpleaños, te iba a gustar mi reconciliación con mis padres. Yo, sinceramente, lo encuentro un poco tirado de los pelos. Pero si lo dice la Abuela Rosa, que es tu vieja amiga.

Hasta mañana, Dios.

Oscar

P.S. Me estaba olvidando mi deseo: que mis padres sean siempre como fueron esta noche. Y yo también. Fue una hermosa Navidad, sobretodo Mèphisa contra Juana de Arco. Lo siento por tu misa, me quedé dormido.

***

Querido Dios:

Tengo setenta años pasados y pago el precio de todos los excesos de ayer a la noche. No me siento muy bien. Me gustó haber vuelto a mi casa, el hospital. Cuando uno es viejo, se pone así, no tiene más ganas de viajar. Es verdad que no tengo ganas de irme.

Lo que no te conté en mi carta de ayer, es que en la casa de la Abuela Rosa, al pinal del pasillo, sobre una mesita, había una estatua de Peggy Blue. Te lo juro, exactamente igual! De yeso, con el mismo rostro dulce, el mismo color azulado en su vestido y en su piel. La Abuela Rosa dice que es la Virgen Maria, tu mamá por lo que entendí, una virgen que está en su casa por generaciones. Quiso dármela. La puse en mi mesita de luz. De todos modos, volverá algún día a la familia de la Abuela Rosa, porque la adopté.

Peggy Blue está mejor. Vino a visitarme en silla de ruedas. No se reconoció en su estatua pero pasamos un lindo momento juntos. Escuchamos “El Cascanueces”, teniéndonos de la mano y eso me hizo acordar los buenos tiempos.

No puedo escribirte más porque me está pesando la lapicera.

Todos están descompuestos, acá, hasta el doctor Dusseldorf, por indigestión de chocolates, marrons glacé y champagne que todos los padres de los pacientes regalaron al personal que nos cuidan y médicos. Me gustaría mucho que me vengas a visitar.

Hasta mañana, Besos.

Oscar.

***

Querido Dios:

Hoy tuve un día de setenta a ochenta años y reflexioné bastante.

Usé el regalo de Navidad que me dio la Abuela Rosa.

No sé si te lo conté. Es una planta que viene del Sahara, vive toda su vida en un solo día. Apenas la semilla recibe agua, germina, se forma el tallo, salen hojas, hace una flor, produce más semillas, se marchita, se aplana y puff, a la noche muere.Es un regalo extraordinario, te agradezco de haberla inventado. La regamos esta mañana a las siete, la Abuela Rosa, mis padres y yo ( a próposito, no sé si te lo dije , en este momento mis padres están en la casa de la Abuela Rosa porque es menos lejos el camino al hospital que desde mi casa) y pude seguir toda su existencia. Me conmovió. Es más bien débil y encogida, no tiene nada que ver con algún gran árbol pero hizo todo su trabajo de planta con gran valor, como una grande, delante de nosotros, todo en un día sin parar.

Con Peggy estuvimos leyendo el Diccionario médico. Es su libro preferido. Las enfermedades le apasionan y se pregunta cuáles podrá tener en el futuro. Yo busqué las palabras que me interesan: Vida, Muerte, Fe, Dios. Quizás no me creas, no estaban!

Fijate, esto prueba que ni la vida, ni la muerte, ni la fe, ni vos están en las enfermedades. Lo que significa una noticia bastante buena. Pero en un libro así de serio, deberían estar las respuestas a las preguntas más serias, no?

• Abuela Rosa, tengo la impresión que en el Diccionario Médico, haya sólo cosas particulares, problemas que le pueden suceder a uno o a otro tipo, pero no están las cosas que tienen que ver con todos : la Vida, la Muerte, la Fe, Dios.

• Quizás tendrías que consultar un Diccionario Filosófico,Oscar. Aunque si encontaras las respuestas que buscas, corres el riesgo de desiluscionarte. Propone bastantes respuestas muy distintas para cada palabra.

• ¿Por Qué?

• Las preguntas más interesantes quedan como preguntas. Envuelven un misterio. A cada respuesta, se debe asociar un “quizás”. Son sólo las preguntas sin interés las que tienen una respuesta definitiva.

• Quiere decir que para “Vida” no hay una solución?

• Quiero decir que para “Vida” hay muchísimas soluciones, por lo tanto ninguna.

• Lo que yo pienso, Abuela Rosa, es que la única solución para la vida sea vivirla.

El doctor Dusseldorf pasó a visitarnos con su aspecto de perro abandonado que lo convierte en muy expresivo y con sus grandes cejas negra.

• ¿Se peina las cejas, Dr. Dusseldorf?- le pregunté.

Miró alrededor muy sorprendido, con la expresión de preguntarle a la Abuela Rosa y a mis padres si había escuchado bien. Terminó diciendo que sí, con voz sofocada.

• No es necesario poner una cara así, Dr Dusseldorf. Escúcheme, le voy a hablar con franqueza porque yo siempre fui muy correcto sobre el tema de la medicina y usted estuvo impecable sobre el tema de la enfermedad. Termínela con esa expresión culposa. No es su culpa si está obligado a anunciar malas noticias a la gente, enfermedades con nombres en latín y tratamientos imposibles. Se tiene que relajar, distenderse. No es Dios Padre. Usted no manda a la Naturaleza. Usted es sólo un reparador. Tiene que aflojar, Dr. Dusseldorf, disminuir la presión y no darse demasiada importancia, de lo contrario no va a poder seguir mucho más con su profesión. Mire ahora la cara que tiene.

Mientras me escuchaba, el doctor Dusseldorf, tenía la boca como si estuviera bebiendo un huevo. Después sonrió, hizo una verdadera sonrisa y me abrazó.

• Tenés razón, Oscar. Gracias por haberlo recordado.

• De nada, Doctor, a su servicio. Vuelva cuando quiera.

Así es Dios. Mientras tanto, sigo esperando tu visita. Veni. No dudes. Veni, aunque si en este momento tengo mucha gente alrededor. Me gustaría realmente mucho.

Hasta mañana, besos,

Oscar.

***

Querido Dios:

Peggy Blue se fue. Volvió con sus padres. No soy estúpido, sé muy bien que no la voy a volver a ver.

No te voy a escribir porque estoy muy triste,

Pasamos nuestras vidas juntos, Peggy y yo, y ahora me encuentro solo, calvo, decrépito y cansado en mi cama. ¡Qué feo es envejecer! Hoy no te quiero más.

Oscar.

***

Querido Dios:

Gracias por haber venido a visitarme.

Elegiste realmente el momento justo porque no estaba bien. Quizás también porque te quedaste medio mal por mi carta anterior.

Cuando me desperté, pensé que tenía noventa años y giré la cabeza hacia la ventana para ver la nieve.

Y fue entonces cuando adiviné que venías. Era la mañana. Estaba solo en la Tierra. Era tan temprano que los pájaros estaban todavía durmiendo, hasta la enfermera de la noche, la señora Ducru, estaba haciendo una siestita y vos intentabas fabricar el amanecer. Te costaba, pero insistías. El cielo se aclaraba. Teñías el aire de blanco, de gris, de celeste, despejabas la noche, despertabas el mundo. No parabas. Fue entonces cuando entendí la diferencia entre vos y nosotros: vos sos un tipo incansable! Uno que nunca está cansado. Siempre trabajando. Y aquí el día! Y ahí la noche! Y entonces la primavera! Y aquí Peggy Blue! Y ahí Oscar! Y acá la Abuela Rosa! ¡ Qué salud de hierro! Entendí que estabas acá. Que me revelabas tu secreto: cada día mirá el mundo como si fuera la primera vez.

Entonces seguí tu consejo con compromiso. La primera vez. Contemplé la luz, los colores, los árboles, los pájaros, los animales. Sentí el aire que me pasaba por debajo de la nariz y me hacía respirar. Escuchaba las voces que subían del pasillo como si fuera una catedral. Estaba vivo. Temblaba de pura alegría. La felicidad de existir. Estaba encantado.

Gracias, Dios, por haber hecho eso por mí. Tenía la sensación que me tomabas de la mano y me conducías al corazón del misterio para contemplarlo. Gracias.

Hasta mañana, besos,

Oscar.

P.S. Mi deseo: podrías hacerle el “sacudón” de la primera vez a mis padres? La Abuela Rosa creo que ya lo conoce. Y también a Peggy, si tenes tiempo…

***

Querido Dios:

Hoy tengo cien años. Como la Abuela Rosa. Duermo mucho pero me siento bien. Intenté explicarles a mis padres que la vida es un regalo extraño.

Al principio se la sobrevalora, se cree de haber recibido la vida eterna. Después se la subestima, se la encuentra “vencida”, demasiado corta, casi como para tirarla. Al final, nos damos cuenta que no era un regalo, era sólo un préstamo. Entonces se busca de merecerlo. Yo, que tengo cien años, sé de qué estoy hablando. Más envejecemos, más en necesario apreciar la vida. Se debe convertir en un ser refinado, un artista. Cualquier idiota puede disfrutar de la vida desde los diez a los veinte años, pero a los cien, cuando no te podés mover más, es necesario valerse de la propia inteligencia.

No sé si los convencí del todo.

Andá a visitarlos. Terminá el trabajo. Yo estoy un poco cansado.

Hasta mañana, besos,

Oscar.

***

Querido Dios,

Ciento diez años. Son demasiados. Creo que empiezo a morir.

Oscar.

***

Querido Dios,

El chiquito murió.

Seré siempre una señora de rosa pero no seré más la Abuela Rosa. Lo fui solamente para Oscar. Se apagó esta mañana, durante la media hora en la que sus padres y yo fuimos a

tomar un café. Lo hizo sin nosotros. Pienso que esperó para ahorrarnos ese momento. Como si hubiese querido evitarnos la violencia de verlo morir. Fue él, en realidad, el que nos cuidó. Tengo el corazón grande, tengo el corazón pesado, Oscar nos habita y no puedo sacarlo. Necesito todavía tener mis lágrimas para mí, hasta esta noche, porque no quiero enfrentar mi pena con aquella, indescriptible, de sus padres. Gracias por haberme hecho conocer a Oscar. Gracias a él era divertida, inventaba historias, incluso entendía de catch. Gracias a él me reí y conocí la alegría. Me ayudó a creer en vos. Estoy llena de un amor que arde, me dio tanto que tengo para todos los años que vengan.

Hasta pronto,

Abuela Rosa.

P.S. En los últimos tres días, Oscar dejó una tarjeta sobre su mesita de luz. Creo que tenga que ver con vos. Escribió: “sólo Dios tiene el derecho de despertarme”.

FIN