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CAPÍTULO 3 Cognición social e irracionalidad humana 1. INTRODUCCIÓN Somos tan poco racionales que ni siquiera somos conscientes de nuestra irracio- nalidad, a pesar de la formidable frecuencia con que actuamos irracionalmente: pre- ferimos seguir creyendo que somos esencialmente racionales, y que es precisamente la racionalidad la que nos distingue de las demás especies animales. Craso error, pues lo que nos distingue de los demás animales, además del lenguaje o la mayor capaci- dad de cooperación, es precisamente la irracionalidad: somos la especie animal más irracional. Dos son las principales causas de la irracionalidad humana. La primera es- triba en la descomunal dificultad que existe para procesar la excesiva cantidad de in- formación proveniente de nuestro entorno, tanto del físico como sobre todo del so- cial. Aunque no me guste la llamada metáfora computacional, diré que nuestros cerebros no tienen la suficiente potencia para procesar adecuadamente tanta infor- mación y especialmente no tienen la capacidad de procesarla en tan breve tiempo como a menudo requieren las situaciones y urgencias sociales. En consecuencia, ha- cemos muchos atajos mentales, tanto de percepción como de atribución. La segunda causa de nuestra irracionalidad es nuestro inmenso egocentrismo (evidentemente, unos más que otros), lo que nos lleva a no percibir objetivamente la realidad, sino a construirla, perceptivamente, a medida de nuestros intereses personales y grupales. Incluso nuestros recuerdos los modificamos según nos convenga. Pero tal vez lo más grave es que, por una parte, sobrestimamos tanto nuestra objetividad perceptiva, como la exactitud de nuestros recuerdos, y, por otra parte, enseguida se nos olvida —si es que alguna vez fuimos conscientes de ello— que hemos sido nosotros mismos quienes hemos construido nuestra realidad y creemos firmemente que ella era así ya y que lo es independientemente de nosotros (por ejemplo, que los gitanos son vagos o los andaluces juerguistas).

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Una introducción sobre la cognición social

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  • CAPTULO 3

    Cognicin social e irracionalidad humana

    1. INTRODUCCIN

    Somos tan poco racionales que ni siquiera somos conscientes de nuestra irracio-nalidad, a pesar de la formidable frecuencia con que actuamos irracionalmente: pre-ferimos seguir creyendo que somos esencialmente racionales, y que es precisamentela racionalidad la que nos distingue de las dems especies animales. Craso error, pueslo que nos distingue de los dems animales, adems del lenguaje o la mayor capaci-dad de cooperacin, es precisamente la irracionalidad: somos la especie animal msirracional. Dos son las principales causas de la irracionalidad humana. La primera es-triba en la descomunal dificultad que existe para procesar la excesiva cantidad de in-formacin proveniente de nuestro entorno, tanto del fsico como sobre todo del so-cial. Aunque no me guste la llamada metfora computacional, dir que nuestroscerebros no tienen la suficiente potencia para procesar adecuadamente tanta infor-macin y especialmente no tienen la capacidad de procesarla en tan breve tiempocomo a menudo requieren las situaciones y urgencias sociales. En consecuencia, ha-cemos muchos atajos mentales, tanto de percepcin como de atribucin. La segundacausa de nuestra irracionalidad es nuestro inmenso egocentrismo (evidentemente,unos ms que otros), lo que nos lleva a no percibir objetivamente la realidad, sino aconstruirla, perceptivamente, a medida de nuestros intereses personales y grupales.Incluso nuestros recuerdos los modificamos segn nos convenga. Pero tal vez lo msgrave es que, por una parte, sobrestimamos tanto nuestra objetividad perceptiva,como la exactitud de nuestros recuerdos, y, por otra parte, enseguida se nos olvidasi es que alguna vez fuimos conscientes de ello que hemos sido nosotros mismosquienes hemos construido nuestra realidad y creemos firmemente que ella era as yay que lo es independientemente de nosotros (por ejemplo, que los gitanos son vagoso los andaluces juerguistas).

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  • Qu entendemos por irracionalidad? Hacerse ilusiones y engaarse a s mismospuede contribuir a que seamos felices y, en este sentido, seran medios racionales paraobtener un fin. En sentido estricto, suele definirse la irracionalidad como el hecho dellegar a conclusiones que no se pueden justificar por el conocimiento que se tiene (Su-therland, 1996, pg. 23). En la medida en que distorsionamos nuestra visin del mundoo de nosotros mismos estamos pensando de forma irracional. Resumiendo, vamos aconsiderar irracional todo proceso de pensamiento que lleve a una conclusin o deci-sin que no sea la mejor a la luz de las pruebas de que se dispone y teniendo en cuentalas limitaciones de tiempo (Sutherland, 1996, pg. 23).

    Sorprendentemente, y dado que la irracionalidad depende tanto de una generaliza-da holgazanera mental como de profundos intereses egocntricos, suele afectar tanto apersonas inteligentes como a personas menos inteligentes, tanto a las ms cultas como alas menos cultas. Por ejemplo, en una investigacin del psiclogo y premio Nobel deEconoma Daniel Kahneman, al personal y a los estudiantes de la Facultad de Medicinade la Universidad de Harvard, probablemente la institucin mdica ms prestigiosa delmundo, se les pregunt qu porcentaje de pacientes que dieran positivo en la prueba deuna enfermedad la tendran realmente, teniendo en cuenta que se presentaba en una decada mil personas y que el 5 por 100 de las que no la tenan daba positivo en la prueba.Aproximadamente la mitad de los 60 sujetos respondi que el 95 por 100 y slo oncedieron la repuesta correcta: un 2 por 100. Es evidente que una elevada inteligencia noimpide cometer importantes errores de probabilidad. Adems, existen tambin graveserrores de muestreo que nos hace emitir juicios irracionales. As, prestamos ms aten-cin a la informacin de una persona que tenemos delante o que conocemos que a losdatos estadsticos. Si, por ejemplo, nos dicen que estadsticamente el 90 por 100 de losfuncionarios estn satisfechos con su trabajo, pero conocemos a dos que no lo estn, da-remos probablemente ms verosimilitud a estos dos casos que al 90 por 100 de la esta-dstica. Pero es que a veces los datos de muestras no representativas nos influyen inclu-so despus de saber que no son representativas. Por ejemplo, en un experimento, lossujetos vieron un vdeo de una entrevista con una persona que finga ser funcionario deprisiones. A la mitad de los sujetos se les mostr un carcelero totalmente inhumano quecalificaba a los presos de animales, sin posibilidad de redencin. A la otra mitad se lesmostr un carcelero humanitario que crea en la rehabilitacin de los presos. Dentro decada grupo de sujetos, a unos se les dijo que el funcionario que haban visto era tpico,a otros que no lo era en absoluto y a otros no se les dio ninguna informacin al respec-to. Pues bien, la informacin sobre su grado de representatividad no influy prctica-mente en la opinin de los sujetos con respecto al sistema de prisiones. La mayora delos que vieron al carcelero agradable crea que, en su conjunto, los carceleros trataban alos presos con justicia y se preocupaban de su bienestar, mientras que los que haban vis-to al desagradable crean exactamente lo contrario. O sea, que incluso cuando se ad-vierte que un nico caso llamativo no es representativo, se tiende a creer que lo es y ajuzgar a toda la poblacin, en este caso a los funcionarios de prisiones, de la misma ma-nera.

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  • 2. LA PERCEPCIN DE PERSONASY LOS PRINCIPALES SESGOS PERCEPTIVOS1

    Todos nos hacemos impresiones de los dems: unos nos caen bien y otros nos caenmenos bien. Una persona que a mi me cae bien, sin embargo a mi amigo Miguel le caemal. Cmo nos hacemos una impresin de las dems personas? Digamos en primer lu-gar que la investigacin sobre la formacin de impresiones es la parte de la psicologasocial que estudia cmo las personas utilizan la diferente informacin que reciben deuna persona estmulo determinada para formarse una impresin relativamente coheren-te y unitaria de ella. La formacin de impresiones no es sino una parte de la llamada cog-nicin social, que es el proceso de recoger informacin sobre las otras personas, organi-zarla e interpretarla. La cognicin social implica, entre otras cosas, formarse impresionesde los otros y buscar las causas de su conducta.

    Solomon Asch, psiclogo alemn de origen judo que se haba exilado en EstadosUnidos huyendo del nazismo, fue el primero en intentar entender cmo nos hacemosuna impresin de los dems (Asch, 1946), y para ello propuso un modelo, gestaltista, se-gn el cual los diferentes datos estmulos que recibe el individuo son organizados for-mando un todo, de forma que cualquier informacin que le llega es asimilada en fun-cin de la informacin que ya tiene. Este modelo propone que el sujeto organiza todoslos rasgos, influyendo cada uno de ellos en todos los dems, de tal forma que la impre-sin final ser una dinmica no fcilmente predecible. La ventaja de este modelo sobreel meramente aditivo qued demostrada en un experimento del propio Asch en el queun grupo de sujetos reciba una descripcin de una persona, desconocida para ellos, quecontena los siguientes rasgos: inteligente, habilidosa, trabajadora, afectuosa, decidida,prctica y cauta. Otro grupo similar recibi una descripcin que contena estos rasgos:inteligente, habilidosa, trabajadora, fra, decidida, prctica y cauta. Como vemos, las dosdescripciones eran similares, con una sola diferencia: mientras a unos se les deca que talpersona era afectuosa, a los otros se les deca que era fra. Pues bien, como supona Aschy como se deduca de su modelo gestaltista, esta sola diferencia origin un cambio esen-cial en la impresin que de esa persona se hicieron sus sujetos.

    Ahora bien, por qu se producan estos resultados? Para explicarlos, Asch distin-gui entre rasgos centrales y rasgos perifricos. Son rasgos centrales aquellos que tienenun alto peso especfico sobre la impresin final, mientras que sern perifricos los quetengan un bajo peso en esa impresin final. El que un rasgo sea central o perifrico de-penden del contexto, o sea, de los dems rasgos estmulo. Por ejemplo, el rasgo inteli-gente adquiere diferente significado y valor segn el contexto (acompaando al trmi-no perverso se hace negativo y acompaando al trmino altruista y desinteresado sehace positivo). Dado que la centralidad de un rasgo depende de los otros rasgos, enton-ces un mismo rasgo ser central en un contexto y perifrico en otro, como de hecho de-mostr Asch. De esta manera, poseer una deficiente fluidez verbal ser un rasgo perif-rico en el caso de un deportista, y sin embargo ser central en el caso de un profesor,

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    1 Entendemos por sesgo un error sistemtico y, por tanto, un sesgo perceptivo ser un error sistemtico

    de percepcin, que, por consiguiente, est muy generalizado y lo cometemos la mayora de las personas: sue-le ser algo habitual en nuestra forma de pensar.

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  • puesto que la fluidez verbal es algo importante para ser un buen profesor, pero total-mente irrelevante para, por ejemplo, correr los cien metros. Pero si esto es as, cmointegramos la informacin contradictoria en una nica y consistente impresin de unapersona? De hecho, a veces recibimos informaciones contradictorias de un mismo in-dividuo (por ejemplo, tenemos una impresin de l como de una persona muy pun-tual y un da llega con mucho retraso). Cmo integramos esta informacin que con-tradice la impresin previa que tenamos de l? La teora de Asch predice queadaptaremos la informacin contradictoria a la impresin previa (efecto de primaca)(si fuera la nueva y contradictoria informacin la que obliga a cambiar la impresinprevia, estaramos ante un efecto de recencia o de recienticidad). Ahora bien, si Aschtiene razn y el efecto de primaca es realmene ms influyente que el de recencia, en-tonces tambin sern importantsimas en el comportamiento interpersonal las prime-ras impresiones que nos hacemos de los dems. De ah los intentos de la gente por ma-nejar las primeras impresiones. Es lo que se llama presentacin de uno mismo o manejode impresiones.

    Por otra parte, para entender cabalmente cmo nos hacemos una impresin de otrapersona es necesario tener muy presente la influencia de estas dos variables:

    1) Los determinantes sociales y culturales: la cultura contribuye en gran medida a laformacin de las impresiones y contribuye de varias formas: a) poniendo su acento se-lectivo en ciertos rasgos (por ejemplo, en nuestra cultura, a la hora de hacernos una im-presin de alguien, tiene ms importancia la corbata que el color de los calcetines); y b)proporcionando categoras ya hechas como las de gnero, edad, etnia, etc. Los estudiosque tratan de mostrar la influencia de los factores sociales sobre la percepcin, inclusofsica, fueron llevados a cabo sobre todo en las dcadas de los 40 y 50 por autores per-tenecientes a la llamada New Look (Bruner, Postman, etc.). As, Goddman (1947) en-contr que los nios pobres perciban la misma moneda como de mayor tamao que losnios ricos.

    2) Las caractersticas o atributos del perceptor: si dijimos que a la hora de hacernosuna impresin de otra persona va a tener importancia, en nuestra cultura, el llevar o nocorbata as como su color, ello no ser ajeno a las caractersticas del perceptor. De he-cho, por no poner sino otro ejemplo, a unos les caer mejor su profesor si es serio y exi-gente a otros les caer mejor que si es bromista y poco exigente (aunque evidentemen-te, un profesor puede ser, a la vez, bromista, serio y exigente). A la hora de hacernos unaimpresin, tendemos a prestar atencin principalmente a estos tipos de informacin: a)informacin sobre la pertenencia a grupos o categoras sociales (sexo, clase social, etc.);b) informacin sobre los rasgos de personalidad (en nuestra cultura, la inteligencia, laamabilidad y el ser trabajador, servicial, honesto y bondadoso son los ms utilizados) yotras caractersticas como las fsicas, principalmente el atractivo fsico, que es absoluta-mente central en la formacin de impresiones de los occidentales, pues como han mos-trado los psiclogos sociales, parece que seguimos el supuesto de que lo bello es bue-no; c) informacin sobre la conducta: naturalmente, tambin van a desempear unpapel central en nuestras impresiones los comportamientos concretos de las personas;d) comunicacin no verbal: generalmente los indicadores no verbales tienen un mayorimpacto que los verbales a la hora de hacernos una impresin de los dems, destacandola mirada, las seales faciales, la postura, la distancia interpersonal y el contacto fsico; y

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  • e) la informacin suministrada por los estereotipos. Sin embargo, el modelo de Asch tie-ne un importante problema: es demasiado racional, cuando realmente, como ya se hadicho, los seres humanos somos ms irracionales de lo que l crea y utilizamos con fre-cuencia una serie de sesgos entre los que los ms frecuentes son los siguientes:

    1) Sesgo confirmatorio: consiste en la tendencia a buscar informacin que confirmenuestras preconcepciones y creencias. Es en este sentido que tenemos que decir quenuestras preconcepciones controlan nuestras percepciones y nuestras interpretaciones. Porejemplo, son muchos los varones que estn convencidos de que las mujeres conducenmal. Pero tal afirmacin, en contra de lo que suele creerse, no la han extrado de su ex-periencia, sino que es ya un prejuicio previo y la experiencia en carretera la utilizanexclusivamente para confirmar tal prejuicio, para lo que slo se fijarn en los casos queconfirmen tal creencia mientras que no se fijarn en los casos que no la confirmen. Ve-mos lo que nos interesa, lo que queremos ver, y luego recordamos slo parte de lo quevimos, en funcin tambin de nuestros intereses y de nuestras creencias y preconcep-ciones. De esta manera, quien est convencido de que las mujeres conducen mal, dediez infracciones de conduccin en mujeres, vern todas y las recordarn, aunque tam-bin distorsionadas, durante mucho tiempo. En cambio, de otras diez infracciones rea-lizadas por varones, slo vern algunas, restarn gravedad a otras y, finalmente, con eltiempo tendern a olvidar muchas de ellas. Por tanto, un tiempo despus no tendrndudas: su experiencia en carretera les dice, sin ningn gnero de dudas, que las mujeresconducen mucho peor que los hombres. Nos encanta comprobar que tenemos razn yque nuestras creencias son las acertadas, y para ello tergiversamos la realidad haciendoque coincida con nuestras creencias y con nuestras teoras.

    2) Sesgo de perseverancia en la creencia: consiste en la persistencia de nuestras cre-encias y concepciones iniciales, incluso cuando los fundamentos en que se basaban hanquedado desacreditados. Por eso resulta sorprendentemente difcil demoler una creen-cia falsa una vez que la persona ha elaborado una razn fundamental en que apoyarla.Pero lo grave es que tendemos siempre a buscar razones en las que apoyar nuestrascreencias. Por ejemplo, Anderson, Lepper y Ross (1980), despus de darles a sus suje-tos dos casos concretos para que los examinaran, les pidieron que decidieran si las per-sonas que asumen riesgos seran buenos o malos bomberos. A unos se les daba un casoen el que se observaba que era bueno asumir riesgos mientras que a los otros se les dabael caso opuesto en el que se mostraba claramente que era muy peligroso para un bom-bero asumir riesgos. Despus se les pidi que escribieran las razones por las que elloscrean que era as, con lo que cada grupo se form una teora opuesta respecto a estetema, de tal forma que incluso cuando la informacin fue desacreditada al explicarlesque los datos del caso haban sido inventados por el experimentador con el simple pro-psito de la investigacin, los sujetos continuaron creyendo que su teora era cierta.Una implicacin de esto es que cuanto ms examinamos nuestras propias teoras y explica-mos cmo podran ser ciertas, ms nos vamos cerrando a la informacin que desafe nues-tras creencias. Por ejemplo, una vez que consideramos por qu un acusado podra serculpable, incluso desafiando toda evidencia contraria (por ejemplo, despus de una sen-tencia absolutoria), seguiremos pensando que tal persona bien podra haber realizado eldelito del que ha sido absuelto. As, si nos dicen que se ha descubierto que fue un com-paero nuestro quien vena robando desde hace dos aos en la Facultad, enseguida

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  • construimos una teora que explique coherentemente tal hecho, y para ello nos iremosformando una impresin negativa de ese compaero, iremos recordando algunas de susconductas y de sus dichos que parecan explicar su personalidad ladrona, etc. Si unassemanas despus nos dicen que era un error, que el ladrn no era l, sino otra persona, aje-na a la Facultad, pero que se llamaba como l, ser ya difcil borrar la imagen negativa queme haba hecho de ese compaero. Sabr que no fue l quien rob, pero sigo convencidode que bien podra haber sido. En esto se basa la conocida frase de difama, que algo que-da. Pero es ms: no queda algo, queda muchsimo, casi todo. Y es que nuestras creenciasy expectativas afectan poderosamente la manera en que percibimos e interpretamos losacontecimientos. Somos prisioneros de nuestros propios patrones de pensamiento. Y todoello ocurre porque, y esto me parece una de las principales claves explicativas de la con-ducta humana, nuestras preconcepciones controlan nuestras percepciones, nuestras interpre-taciones y hasta nuestros recuerdos. La realidad la vemos siempre a travs de nuestra per-cepcin, de nuestras categoras, de nuestras creencias e interpretaciones previas. Comodeca Nietzsche, no existe la inmaculada percepcin. Nuestra percepcin est cargaday teida de teora. Algo similar se ha encontrado tambin en diferentes experimentos. As,Vallote, Ross y Lepper (1985) mostraron a sus sujetos, unos pro israeles y otros pro rabes,seis noticias de las cadenas de televisin en las que se describa el asesinato en 1982 de re-fugiados civiles en dos campos libaneses. Cada uno de los dos grupos percibi que las ca-denas de televisin eran hostiles a su postura. Pero es que este fenmeno es general: loscandidatos presidenciales y sus defensores casi siempre consideran que la cobertura me-ditica es contraria a su causa; los seguidores de los equipos de ftbol, o de otros depor-tes, perciben que los rbitros suelen estar a favor de sus contrincantes; las personas que es-tn pasando por algn conflicto (parejas, empresarios o direccin/trabajadores, etc.)consideran que los mediadores imparciales estn sesgados contra ellos. En otro interesan-te estudio, Rothbart y Birrell (1977) presentaron a sus sujetos la foto de un hombre paraque evaluaran su expresin facial. A la mitad se les dijo que se trataba de un lder de laGestapo y que era responsable de horribles experimentos mdicos en un campo de con-centracin. A la otra mitad se les dijo que se trataba de un lder antinazi clandestino y quehaba salvado a miles de judos. Pues bien, ante la misma fotografa de la misma persona,los sujetos del primer grupo juzgaron que su expresin facial era cruel, mientras que losdel segundo la juzgaron amable y simptica.

    Tambin se ha encontrado que los debates presidenciales estadounidenses refuer-zan en su mayor parte las opiniones que se tenan antes del debate. Es ms, con casi unmargen de 10 a 1, aquellos que ya estaban a favor de un candidato u otro percibieronque su candidato haba ganado el debate (Kinder y Sears, 1985). Por otra parte, los ci-neastas pueden controlar las percepciones de las emociones de los individuos slo concolocarle al actor una horrible cicatriz en la cara, pero tambin manipulando el contex-to en el que se ve una cara. Este fenmeno recibe el nombre de efecto Kulechov, cineas-ta ruso que le utiliz creando tres cortometrajes que presentaban la cara de un actor conuna expresin neutra despus de haber mostrado a los espectadores a una mujer muer-ta, un plato de sopa o una nia jugando, lo que haca que el actor pareciera, respectiva-mente, triste, pensativo o contento. Somos nosotros los que, activa e interesadamente,construimos nuestro mundo.

    Podemos evitar este sesgo y sus terribles consecuencias? Existen bsicamente dosvas: la primera, muy socorrida pero poco eficaz y totalmente insuficiente, consiste en in-

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  • tentar ser objetivos y no tener prejuicios; la segunda, mucho ms eficaz y menos utiliza-da, consiste en intentar explicar, buscando razones para ello, cmo podran no seracertadas mis creencias y s las contrarias. As, incluso experimentalmente encontrAnderson (1982) que intentar explicar por qu una teora opuesta a la nuestra puedeser cierta reduce e incluso elimina el sesgo de la perseverancia en la creencia. Por con-siguiente, sera un sano ejercicio contra la intolerancia en nosotros mismos el obligar-nos, al menos de vez en cuando, a explicar por qu la creencia opuesta a la nuestra po-dra ser cierta.

    Una implicacin de lo que acabamos de ver est en que uno de los grandes riesgosy peligros de la toma de decisiones es que quien las toma suele ser extremadamente re-acio a modificarlas, incluso en el caso de disponer de pruebas aplastantes de que se haequivocado, lo que lleva a los mdicos a no modificar un diagnstico claramente equi-vocado; produce graves injusticias, como en el caso del juez que se niega durante aos arevisar los casos de gente inocente que ha sido condenada; hace que los cientficos seaferren a teoras que han demostrado ser falsas, etc. Por razones esencialmente psicoso-ciales nos cuesta mucho tambin cambiar nuestras creencias y opiniones. Entre otras,dos razones influyen aqu poderosamente: a) cuando tenemos una creencia, la que sea,hacemos todo lo posible por ignorar las pruebas que la refutan (incluso cuando el pro-pio prestigio y autoestima no estn en juego); y b) incluso cuando hay pruebas en con-tra, nos negamos a creerlas. Veamos este ejemplo (Snyder y Swann, 1978): un grupo desujetos tena que entrevistar a un cmplice del experimentador para averiguar si era unapersona extrovertida, y el otro grupo para descubrir si era introvertida. Pues bien, am-bos grupos tendieron a hacerle preguntas en la lnea de la hiptesis propuesta. Por ejem-plo, los que tenan que demostrar la hiptesis de la extroversin preguntaban: Te gus-ta ir a fiestas?, mientras que los del otro grupo preguntaban: Te desagradan lasfiestas ruidosas? En ambos casos, una respuesta afirmativa confirmaba la hiptesis quese intentaba probar

    3) Sesgo de la visin retrospectiva: es la tendencia a exagerar, despus de conocer el re-sultado, la capacidad que tenemos para prever la forma en que algo sucedi. Por ellotambin se le suele conocer con el nombre de ya lo deca yo. As, Leary (1982) en-contr que sus sujetos crean en 1980, pocos das antes de las elecciones presidencialesnorteamericanas, que la disputa entre los dos candidatos estaba muy reida como parahacer previsiones y que, si acaso, se producira una ajustadsima victoria de Reagan so-bre Carter. Tras las elecciones, despus de la aplastante victoria de Reagan, los mismossujetos de Leary sealaron que ellos ya haban dicho que ganara Reagan por mucha di-ferencia. Al mismo resultado lleg Powell (1988) tras el nuevo triunfo de Reagan, estavez ante Mondale, en 1984. Y es que, como subraya Myers (1995, pg. 26), descubrirque algo ha pasado lo hace parecer ms inevitable. Este fenmeno puede demostrarsede varias formas. Veamos dos: Primera, pdale a la mitad de un grupo que prediga el re-sultado de algn acontecimiento actual, por ejemplo, cul ser el resultado de un prxi-mo y competido partido de ftbol entre el Real Madrid y el Barcelona. Pdale a la otramitad, una semana despus de que se conozca el resultado, que diga qu previsin hu-bieran hecho ellos antes del partido. Segunda, proporcione a la mitad de un grupo undescubrimiento psicolgico y a la otra mitad el opuesto. Por ejemplo, dgale a la mitaddel grupo: Los psiclogos sociales han encontrado que, a la hora de elegir nuestrosamigos o de enamorarnos, somos atrados ms por personas cuyos rasgos son diferentes

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  • a los nuestros. Parece ser cierto aquel viejo dicho de que los opuestos se atraen.Pero a la otra mitad dgale lo contrario: Los psiclogos sociales han encontrado que,a la hora de elegir amigos o de enamorarnos, somos atrados ms por personas cuyosrasgos son similares a los nuestros. Parece ser cierto aquel viejo dicho de que Pjarosde un mismo plumaje vuelan juntos. Despus, pdales a todos ellos que digan si,para ellos, tales resultados son los que esperaban o si, por el contrario, les resultansorprendentes. Muy probablemente todos afirmarn que eso es lo que ellos espera-ban: Eso ya lo deca yo.

    4) Sesgo de la confianza excesiva: es la tendencia a sobreestimar la precisin de nues-tros juicios y de nuestras creencias. Tendemos a creer que tenemos razn y que acerta-mos ms de lo que realmente tenemos razn y acertamos. La evidente vanidad de nues-tros juicios (ya lo saba yo desde el principio) se extiende tambin a las estimacionesde nuestro conocimiento actual. Kahneman y Tversky lo han demostrado repetidamen-te. Este sesgo es particularmente peligroso cuando afecta a la toma de decisiones, prin-cipalmente en el caso de ciertas decisiones delicadas, como la de una guerra.

    5) Sesgo de la ilusin de control: este sesgo, que est muy relacionado con el anterior,es la tendencia a sobreestimar el grado de controlabilidad que creemos tener. As, Langery Roth (1975) encontraron que las personas creen poder predecir y controlar el resultadodel lanzamiento de una moneda: estamos motivados para controlar nuestro ambiente, detal forma que a menudo creemos que muchas de las cosas que conseguimos se deben anuestra vala, cuando realmente ha sido el azar el responsable de ello. Ms en concreto,nuestra tendencia a percibir los acontecimientos aleatorios como relacionados alimentala ilusin de control, la idea de que los acontecimientos fortuitos estn sujetos a nuestra in-fluencia. Esto mantiene activos a los jugadores y hace que el resto de nosotros hagamostodo tipo de cosas inverosmiles (Myers, 2008, pg. 82). Por ejemplo, Langer (1977) de-mostr esta ilusin de control en una serie de experimentos sobre el juego. En efecto, encomparacin con las personas a las que se haba asignado determinado nmero de lotera,la persona que haba elegido su propio nmero exiga cuatro veces ms dinero cuando sele peda que vendiera su boleto. Cuando se participa en un juego de azar contra una per-sona extraa y nerviosa, la gente apuesta ms que cuando juega contra un oponente tran-quilo y confiado, como si el que nuestro contrincante sea nervioso o tranquilo fuera algoque influyera en el comportamiento del azar. El tirar el dado, o girar la ruleta, aumenta laconfianza de las personas (Wohl y Enzle, 2002). En todo caso, recordemos que entende-mos por ilusin de control la percepcin de que los sucesos incontrolables estn ms su-jetos al control personal o son ms controlables de lo que realmente son (Myers, 2008,pg. 87). Ms de 50 experimentos han concluido de forma consistente que la gente actacomo si pudiera predecir o controlar los sucesos aleatorios. Adems, la observacin de lavida real confirma los resultados de tales experimentos. De hecho, los que juegan a los da-dos suelen tirarlos con suavidad cuando desean obtener un nmero bajo y con fuerzacuando desean un nmero alto (Henslin, 1967). La industria de los juegos de azar florecegracias a las ilusiones de los jugadores, que atribuyen sus ganancias a su habilidad, mien-tras que las prdidas se convierten en casi aciertos o carambolas o se debe, para el queapuesta en acontecimientos deportivos, a una mala decisin del rbitro o a un bote en fal-so de la pelota (Gilovich y Douglas, 1986). Y en la bolsa, la ilusin de control desgracia-damente fomenta el exceso de confianza y, por tanto, tambin lleva a prdidas frecuentes(Barber y Odean, 2001).

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  • 6) Correlacin ilusoria: consiste en percibir una relacin de causa-efecto all dondeno existe. En un interesante experimento, Ward y Jenkins (1965) mostraron a sus suje-tos los datos de un hipottico estudio que durante 50 das analizaba la eficacia de unaprevia siembra de nubes. Obviamente, unos das llovi y otros, los ms, no llovi.Pues bien, los sujetos creyeron que realmente era eficaz la siembra de nubes percibien-do que exista una correlacin entre siembra de nubes y lluvia. Y es que si creemos enla existencia de una correlacin (por ejemplo, que los gitanos son ladrones, o que los po-lticos son corruptos), ser ms probable que percibamos y recordemos casos que laconfirmen. Como vemos, esto est muy relacionado con la llamada conducta supersti-ciosa, as como con el sesgo confirmatorio. De hecho, Thomas Gilovich (1991) lleva cabo un estudio sobre la creencia de que las parejas estriles que adoptan un nio tie-nen mayor probabilidad de concebir que parejas semejantes que no adoptan. La expli-cacin que vulgarmente suele darse es que las parejas que adoptan finalmente se relajany conciben. Sin embargo, esta explicacin es absolutamente falsa. Lo que ocurre es queen lugar de fijarnos en las parejas que conciben antes de adoptar o que no conciben des-pus de adoptar, slo nos fijamos en aquellas que confirman nuestras ideas previas, esdecir en aquellas parejas que han concebido despus de adoptar, de tal forma que, aun-que sean muy pocas, son suficientes para mantener nuestra falsa creencia.

    7) Sesgo o falacia de tasa base: es la tendencia a ignorar o a subemplear la informa-cin que describe a la mayora de los casos y en su lugar ser influidos por caractersticasdistintivas del caso concreto que se est juzgando. Supongamos que Juan desea comprarun coche. Sabe, por las ms fiables estadsticas, que el coche modelo X es el que menosprobabilidades tiene de ir al taller y que es el ms seguro de todos los modelos existen-tes en nuestro pas. El padre de Juan haba comprado ese modelo X hace un par de aosy, desafortunadamente, ha sido uno de los pocos casos de ese modelo que ha dado mu-chos problemas. Muy probablemente Juan no compre tal coche: se fiar ms de un casoconcreto, pero prximo, que de las estadsticas generales. Indudablemente, el compor-tamiento de Juan es poco racional. Ello est muy relacionado con el llamado heursticode disponibilidad, segn el cual hacemos ms caso al primer dato que nos viene a la ca-beza (el ms disponible) que a las estadsticas. En consecuencia, con frecuencia nos de-jamos influir ms por ancdotas que por hechos estadsticos (Green y otros, 2002), loque explica por qu el riesgo percibido est muy alejado del riesgo real (Allison y otros,1992). Dado que las imgenes de las noticias de los accidentes de aviones son un re-cuerdo muy disponible para la mayora de nosotros, solemos suponer que corremos unmayor riesgo en avin que en automvil, a pesar de que est demostrado que es al revs(Nacional Safety Council, 2001). Ms an, para la mayora de los pasajeros de los avio-nes, la parte ms peligrosa de su viaje es el recorrido en coche hasta el aeropuerto.

    Tengamos muy en cuenta que el conocimiento general de la estadstica suele ser ru-dimentario o inexistente. E incluso tiene muy mala prensa la estadstica. Suele decirsecon frecuencia que la estadstica puede demostrar cualquier cosa o que hay menti-ras, grandes mentiras y... estadsticas. Y ello es cierto, pero slo cuando la estadstica esutilizada de forma incorrecta y poco racional. Veamos un par de ejemplos: en el prime-ro, Kahneman y Tversky (1972) dijeron a sus sujetos que haba dos hospitales en unaciudad, uno grande en el que se produca una media de 45 nacimientos diarios, y otroms pequeo en el que la media era de 15 nacimientos al da. Si a lo largo del ao naceigual nmero de nias que de nios, se pregunt a los sujetos en cul de los dos hospi-

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  • tales habr ms das en que el 60 por 100 de los bebs que nazcan sern varones. Puesbien, la mayora de los sujetos contestaron que no haba diferencia, cuando en realidaden el hospital pequeo hay el doble de das en que el 60 por 100 de los bebs sean va-rones. Obviamente, cuanto mayor sea el nmero de nacimientos mayor ser la probabi-lidad de que el porcentaje de nios y nias se acerque a la media. En el segundo ejem-plo los sujetos tenan que imaginar una urna con bolas rojas y blancas, de las que dostercios eran de un color y el tercio restante del otro (Tversky y Kahneman, 1982). El su-jeto A extrae cinco bolas, cuatro de las cuales son rojas, mientras que el sujeto B extraeveinte de las que doce son rojas, preguntndoseles cul de los dos sujetos, A o B, estarms seguro de que los dos tercios de las bolas sean rojas. La mayora dijo que es el suje-to A, porque extrae una proporcin mayor de bolas rojas. Pero es una respuesta equi-vocada.

    Como luego veremos, a menudo incluso distorsionamos las pruebas para hacerlascoincidir con nuestras propias creencias, con nuestras ideas preconcebidas. Pero es quehay ms: malinterpretamos sistemticamente las pruebas incluso cuando carecemos deideas preconcebidas. Veamos este ejemplo tomado de Kahneman y Tversky (1973): Mivecino de Londres es catedrtico. Le gusta escribir poesa, es bastante tmido y es bajo,y seguidamente se nos pregunta si es ms probable que sea catedrtico de chino o depsicologa. La mayora de las personas responde, equivocadamente, que de chino. Larespuesta correcta es que es ms probable que sea catedrtico de psicologa, por la sen-cilla razn de que en Londres hay muchos ms catedrticos de psicologa que de chino.

    Conocer la manera poco racional y a veces hasta abiertamente irracional enque pensamos, adems de hacernos ms humildes y, por tanto, ms cautos y prudentesrespecto a las conclusiones a que llegamos, nos ayuda tambin a mejorar nuestra formade pensar, mantenindonos ms en contacto con la realidad. Y es que no nos conoce-mos a nosotros mismos, ni siquiera sabemos interpretar adecuadamente nuestras pro-pias emociones. Por ejemplo, hace ya tiempo que Richard Nisbett y Stanley Schachter(1966) demostraron que las personas interpretamos mal nuestros propios pensamientos.En efecto, estos psiclogos sociales pidieron a sus sujetos, alumnos de la Universidad deColumbia, que soportaran una serie de descargas elctricas de una intensidad creciente.Poco antes del experimento, algunos sujetos haban tomado una pastilla que, segn se lesdijo, les provocara palpitaciones, irregularidades respiratorias y una sensacin de cosqui-lleo en el estmago: exactamente la misma reaccin que producen las descargas elctri-cas. Los autores anticiparon que la gente atribuira los sntomas de la descarga a la pas-tilla y, por consiguiente, toleraran descargas ms intensas que aqullos sujetos que nohaban recibido la pastilla, como as ocurri: las personas que haban tomado la pastillaaceptaron una intensidad de descarga elctrica cuatro veces ms fuerte. Y cuando se lespregunt por qu haban soportado una descarga tan grande no mencionaron la pasti-lla. Y al recordrseles los efectos previstos de la pastilla, respondieron que a otros tal vezles haba influido sta, pero no a ellos. Igualmente, y de forma similar a los resultados deeste experimento, tambin en la vida real la gente suele negar insistentemente que seainfluida por los medios de comunicacin de masas, aunque admiten que a otros s les in-fluye.

    Ms an, es que a menudo tampoco somos capaces de predecir nuestra conducta.As, cuando se pregunta a la gente si obedeceran la orden de dar una alta descarga elc-trica o si dudaran en ayudar a una vctima si hay ms personas presentes, la gran mayo-

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