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P RACTICANDO LAS CUALIDADES DEL LIDERAZGO DE D ios

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P RACTICANDO LAS CUALIDADES DEL LIDERAZGO DE D ios

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(_/ / .../i desea ser un líder ex

celente, ¿quién mejor que Dios mismo para que sea su mentor?

T anto si usted es un líder en los negocios, la educación o el minis­terio, siempre querrá serlo del mejor modo posible. Y no puede haber un modelo más grandioso del liderazgo de calidad qu.e el del Creador del universo. En El líder petfecto, el exitoso autor Kenneth Boa lo lleva en un viaje a través de las Escrituras, presentándole un estilo de dirección basado en el carácter, las acciones y los atributos de Dios. Mientras otros libros cristianos sobre liderazgo tienden a agregar una capa de barniz bíblico al consejo del mundo, este libro presenta las mejores estrategias que empiezan y terminan con Dios. A través de aplicaciones prácticas, pasajes de las Escrituras y relevantes puntos de vistas dados por expertos, entenderá que Dios es el líder supre­mo .. . y que usted puede ser su poderoso aprendiz .

••• El Dr. Kenneth Boa es el presidente de Refiections Ministries, una organización que anima, enseña y equipa a la gente para segui r a Cristo. Es el autor de 20 evidencias irrefwab/es de que Dios existe~ Conformados a s11 imagen; Cara a cara: Crecimiento espiritual a través de la Palabra y Cara a cara: Adoración íntima con Dios a tral·és de s11 Palabra.

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Ken Boa nunca escribe un libro predecible. Todo lo que leí me sorpren­de, me toma desprevenido, y ayuda a tener conciencia sobre nuevas cosas. El liderazgo es un tema casi agotado pero cuando el Dr. Boa lo trata, vuelve a la vida.

Dr. Larry Crabb Consejero cristiano, New Way Ministries and Soul Care Ministries

Tuve el privilegio de conocer a Ken Boa durante bastante tiempo. Es uno de los seguidores de Jesucristo más consistentes que conozco. Tanto es así que es una de las pocas personas capaces de escribir sobre El líder perfecto, Dios. Este libro desafiará a cualquier líder a que examine su vida para ver si está o no esforzándose para alcanzar el carácter de Dios. Será de alien­to a cualquiera que quiera convertirse en un líder más efectivo. Lo reco­miendo sin reservas, con entusiasmo y de todo corazón.

Ron Blue CPA, Fundador de Ron Blue and Co., LLC

En este libro hay una profunda sabiduría ya sea para nuevos como para viejos líderes. Ken Boa define los rasgos del liderazgo desde la base de todas las cosas buenas y verdaderas: la naturaleza y el carácter de Dios. Desde ese punto de partida llama al arrepentimiento y a la fe del lector y a la gran aventura de guiar a otros.

Chuck Colson Fundador y presidente, Prison Fellowship

Muchos de los libros en el mercado cristiano tratan de tomar los prin­cipios de negocios reconocidos para encontrar sus correlaciones con las Escrituras. El líder perfecto comienza con el mismísimo Dios como el modelo del líder supremo. La premisa subyacente aquí es que a través de la Biblia Dios ha demostrado los principios de liderazgo que pueden ser usados de manera provechosa por cualquiera que esté en posición de liderar a otro u otros, ya sea en los negocios o ministerios, en la escue­la o en el hogar.

Howard Hendricks Dallas Theological Seminary/ Biblical Discernment Ministries

Amo los libros de Ken Boa, y este no es la excepción. El líder perfec­to maximiza la gran potencia y conocimiento bíblico de Ken, aclara la

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mente, refresca el humor, y especifica la aplicación. En un paisaje repleto de material para el liderazgo, ¡cuán refrescante e inspiradora es la idea de utilizar a Dios como modelo de liderazgo! Le recomiendo de corazón que lea este libro y luego utilice las preguntas ofrecidas al final de cada capítulo para desarrollar líderes a su alrededor.

Chip Ingram Presidente de Walk Thru the Bible

Pastor de enseñanza, Living on the Edge

El carácter es realmente definitorio en la espera del liderazgo; no se tra­

ta solo de ser obediente a lo que Dios proclame en su vida, sino de exa­

minar cuáles son sus motivos y cuál es su estímulo para servir y actuar.

Haciéndose eco de este tema, Ken Boa examina el corazón de Dios, su

pasión y propósitos, y revela cómo Dios mismo es el mejor modelo de

liderazgo. Cual habilidoso guía, Ken Boa también presenta casos de estu­

dio de fieles líderes humanos bíblicos y sus variadas respuestas hacia Dios

para que podamos nosotros mismos integrar estas críticas lecciones a

nuestras vidas. Ravi Zacharias

Ravi Zacharias Ministries

Conozco al Dr. Boa hace ya algunos años como hombre profundamente comprometido con las cosas de Cristo. Combina una mente de prime­ra clase con un firme conocimiento de las Escrituras, filtrados a través de un corazón receptivo y entregado a Dios. Lo recomiendo con toda con­vicción.

Walter A. Henrichsen Presidente, Leadership Foundation

Kenneth D. Boa es fiel en su exposición de la Palabra y habilidoso en su defensa de la fe entregada a los santos. Su ministerio demostrará ser luminoso y alentador. Es completamente fiel manejando las Escrituras y encontrando su aplicación a la vida.

J. Dwight Pentecost Profesor emérito, Dallas Theological Seminary

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Las sólidas y estimulantes representaciones de las verdades espirituales del Dr. Boa beneficiarán a todo aquel que se siente bajo su ministerio.

Charles C. Ryrie Profesor emérito, Dallas Theological Seminary

Editor del éxito de librería Ryrie Study Bible

Conozco a Ken Boa desde 1968. Durante todo este tiempo ha exhibi­do un carácter cristiano constante y una excelencia en servir a Dios. Su excepcional habilidad al explicar la Palabra de Dios es evidente en sus enseñanzas y escrituras.

Harold W. Hoehner Presidente, Nuevo Testamento, Dallas Theological Seminary

Ken Boa tiene mucho para decir. Su conversión personal a Cristo es notable, un testimonio de la gracia de Dios, y su mensaje es tanto bíbli­co como relevante. Ken es un erudito y a la vez un hombre que habla a la gente de una manera muy práctica y personal, la cual se refleja en su literatura. Sus obras ayudarán a cualquier cristiano a desarrollar una rela­ción más íntima con Jesucristo.

Gene A. Getz Fundador de la Fellowship Bible Church North,

Autor y presentador de radio

El Señor le ha obsequiado a Ken Boa una mezcla única de intelecto y dones relacionales para llevar la Palabra de Dios a la gente con hambre espiritual. El profundo deseo de Ken de conocer al Señor y darlo a cono­cer es evidente a través de sus escritos y enseñanzas. Recomiendo a todos que conozcan a Ken y su ministerio, porque sé que serán bendecidos y alentados.

Joseph M. Stowell Actual presidente de Moody Bible Institute

Pastor de la Harvest Bible Chapel, en Illinois

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EL LÍDER PERFECTO EDICIÓN EN ESPAÑOL PUBLICADA POR EDITORIAL VIDA - 2007 © 2007 Editorial Vida Miami, Florida

Publicado originalmente en inglés con el título: The Perfect Leader Publicado por Cook Communications Ministries Copyright © 2006 por Kenneth Boa

Traducción: Grupo Nivel Uno, Inc. Edición: Grupo Nivel Uno, Inc. Diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc. Diseño de cubierta: Cathy Spee

Reservados todos los derechos. A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico se tomó de la Santa Biblia Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

ISBN 10: 0-8297-5037-1 ISBN 13: 978-0-8297-5037-9

Categoría: RELIGIÓN / Iglesia cristiana / Liderazgo

Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United States of America

07 08 09 10 • 6 5 4 3 2 1

La misión de Editorial Vida es proporcionar los recursos

necesarios a fin de alcanzar a las personas para Jesucristo

y ayudarlas a crecer en su fe.

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Dedicatoria

Para Steve y Elyse Harvey Lawson, amados amigos de Karen y míos durante muchos años.

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Reconocimiento

Con gran gratitud a John y jill Turner por su importante aporte a este proyecto, y a Sid Buzzell y Bill Perkins por su contribución y

compañía para crear The Leadership Bible.

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Contenido

Introducción 13

PARTE 1:

LOS ATRIBUTOS DEL LÍDER PERFECTO

1. Integridad 17

2. Carácter 29

3. Valores 43

4. Propósito y pasión 55

5. Humildad 67

6. Compromiso 79

PARTE 2:

LAS HABILIDADES OBSERVABLES EN EL LÍDER PERFECTO

7. Visión compartida 95

8. Innovación 111

9. La toma de decisiones 127

10. La resolución de problemas 143

11. La formación de un equipo 157

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PARTE 3:

LAS RELACIONES DEL LÍDER PERFECTO

12. Comunicación 173

13. Aliento 185

14. Exhortación 199

15. Edificación de relaciones 211

16. Liderazgo de servicio 223

Guía del lector 241

Notas 255

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Introducción

Hablando en términos generales, los lectores son líderes. La mayoría de los líderes han leído bastante sobre el tema del liderazgo efectivo. Los libros escritos por los líderes efectivos no son pocos. La verdad es que el mercado editorial está bien abastecido de libros, revistas y otros mate­riales de incontables expertos que ofrecen sus propias filosofías y prin­cipios sobre cómo tratar con los retos y oportunidades que enfrentará cualquiera que se atreva a apartarse del montón para asumir una posi­ción de liderazgo.

Muchos de los libros en el mercado cristiano tratan de tomar prin­cipios ya aceptados en el mundo de los negocios, encontrando su corre­latividad con las Escrituras. El líder perfecto comienza con Dios mismo como el más grande modelo de liderazgo. La premisa subyacente es que a través de la Biblia, Dios ha demostrado principios de liderazgo que pue­den ser usados de manera provechosa por todo aquel que se encuentre en una posición de liderar a otros... ya sea en los negocios o ministerios, en la escuela o en el hogar.

En resumen, este libro lo ayudará a desarrollar un corazón para un liderazgo efectivo al desarrollar un corazón para Dios. Lo alentará a desa­rrollar un estilo de liderazgo que está basado en el carácter y la naturale­za de Dios y la eterna y atemporal verdad encontrada en su Palabra, todo esto mientras su amor y admiración por él sigue creciendo.

Cada capítulo del libro hace cuatro cosas: (1) presenta el principio a ser discutido, proveyéndole una nueva mirada interior a un bien conoci­do principio; (2) se concentra en un atributo de Dios en particular como base para el principio de liderazgo; (3) provoca el autoanálisis al ir guián-donos a explorar nuestra propia posición en relación con los principios

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EL LÍDER PERFECTO

del liderazgo que trata; y (4) provee una mirada profunda al interior sobre cómo funciona el principio de liderazgo cuando es ejecutado en una dirección bíblica. Cada capítulo se nutre de los puntos de vista de numerosos líderes expertos y, por supuesto, de las enseñanzas bíblicas.

El líder perfecto usa algunas de las categorías que Sid Buzzell, Bill Perkins y yo mismo desarrollamos cuando creamos The Leadership Bible [La Biblia de Liderazgo] (Zondervan, 1998). Estamos convencidos de que estos principios y categorías lo ayudarán a aprender a ser un líder a la imagen de Dios.

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Parte 1:

LOS ATRIBUTOS DEL LÍDER PERFECTO

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CAPÍTULO 1

Integridad

SOY EL QUE SOY

Luego de encuestar a miles de personas de todo el mundo, y de pre­parar más de cuatrocientos casos de estudio, James Kouzes y Barry

Posner identificaron las características más deseadas en un líder. En casi todas las encuestas, la honestidad o la integridad fueron identificadas más veces que cualquier otro rasgo.1

Tiene sentido. Si las personas seguirán a alguien, ya sea en batallas, negocios o ministerios, quieren tener la seguridad de que su líder es con­fiable. Quieren saber que esa persona mantendrá sus promesas y cumpli­rá sus compromisos.

Las promesas y los compromisos son significativos, a pesar de que en nuestros días de éticas maquiavélicas parezcan ser opcionales. A menu­do parecemos más preocupados por la convivencia y el rendimiento. De palabra le damos importancia al carácter, pero tenemos la idea de que cuando las cosas se ponen difíciles, las reglas se pueden cambiar y los compromisos y pactos pueden ser descartados como nos plazca.

Sin embargo, la Biblia aclara lo importantes que son los pactos. A través de las Escrituras, Dios se centra en el hecho de que él es un Dios que hace y mantiene sus pactos, que podemos confiar en él (1 Crónicas 16:15; Salmo 105:8). Se puede confiar en Dios porque es digno de ser confiable. Ese es el punto: el asunto siempre recae en el problema del carácter, no solo en las palabras. La integridad bíblica no es solo cuestión de hacer lo correcto; es cuestión de tener el corazón correcto y permitir

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EL LÍDER PERFECTO

a la persona en nuestro interior que armonice con la persona en el exte­

rior. Así es Dios. Así es como su pueblo debería ser.

«Consistencia» sería tal vez una buena palabra para describir este ras­

go de integridad. Debe haber consistencia entre lo que está en el interior

y lo que está en el exterior. Dios es totalmente consistente. Sus acciones

y comportamiento siempre armonizan con su carácter y naturaleza. Su

meta para sus hijos e hijas es siempre la misma. El deseo de Cristo para

sus discípulos es que sean gente disciplinada. En las palabras de John

Ortberg: «La gente disciplinada puede hacer lo correcto en el momento

correcto de la forma correcta por la razón correcta».2 Al igual que Dios.

EL DIOS QUE NUNCA CAMBIA

Hay alguien en quien podamos confiar? La gente nos decepcio­

na una y otra vez porque hay una discrepancia entre lo que pro­

claman vivir y la forma en que realmente viven. Pero Dios nunca nos

decepcionará, porque él nunca cambia. Sus promesas son idénticas a su

inmutable carácter: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos»

(Hebreos 13:8).

Jesús no cambia. El Dios viviente no cambia. Tampoco lo hace su

amor, ni su fe, ni tampoco su bondad está gobernada por circunstancias

o condiciones externas, estas cosas nunca vacilan. Asimismo, el carácter

de Dios y las promesas que él hace son supremamente dignos de con­

fianza y compromiso. Él hace lo que dice, y siempre se puede depender

de su amor de pacto.

Esta consistencia y confiabilidad es fundamental. ¿Sobre qué más

podemos apoyarnos? ¿En qué más podemos confiar? ¿Qué más pode­

mos perseguir con abandonado frenesí? Muchos hemos sido lastimados,

por relaciones, por gente que se retracta de sus palabras alegando haber

dicho algo cuando no lo dijeron, o que no han dicho algo cuando sí lo

dijeron. Esto nos puede convertir en cínicos si no tenemos cuidado. Pero

cuando acudimos al carácter de Dios, nos damos cuenta de que él es el

inmutable estándar.

Porque es imposible para Dios mentir (Hebreos 6:18; Tito 1:2), él es

la fuente de esperanza más confiable. Su carácter inmutable es el cimien­

to de todas las promesas. Lo que sea que él diga que hará es como si

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INTEGRIDAD

ya estuviera hecho, y cuando tenemos esperanzas en sus promesas, esta

esperanza se convierte en un ancla para el alma, tan firme como segu­

ra (Hebreos 6:19). A diferencia de muchos ejecutivos, el sí de Dios sig­

nifica sí, y se mantiene siendo sí; cuando dice no, seguirá siendo no. Esta

confiabilidad tiene ramificaciones positivas y negativas. En cuanto a la

negativa, no hay forma de cambiar el pensamiento de Dios a través de

sobornos o quejidos. En cuanto a lo positivo, cuando Dios hace una pro­

mesa se puede contar con su palabra y confiar ciegamente en él.

Las heridas de las promesas incumplidas por parte de nuestros jefes

permanecen: los aumentos que nunca nos dieron, los ascensos que

jamás se concretaron, los beneficios que nunca llegaron. El escritor de

Proverbios diagnostica con certeza muchos de nuestros malestares actua­

les cuando dice: «La esperanza frustrada aflige al corazón» (Proverbios

13:12). Muchas de las aflicciones en nuestros corazones están directa­

mente relacionadas con la falta de confiabilidad de las personas.

Pero las acciones de Dios fluyen perfectamente desde su carácter:

«En verdad, el que es la Gloria de Israel no miente ni cambia de pare­

cer, pues no es hombre para que se arrepienta» (1 Samuel 15:29). No hay

posibilidad de manipular a Dios o regatear con él, porque jamás com­

prometerá su perfecta integridad. Dios mismo ha dado testimonio de

esto: «Yo, el SEÑOR, no cambio» (Malaquías 3:6). El carácter perfecto y

constante de Dios nos permite confiar en sus promesas y tiempos.

Dios es integridad. Y no es que solo actúe con integridad; la inte­

gridad es su carácter. Pero, ¿qué hay de nosotros? La virtud bíblica de la

integridad apunta a una consistencia entre lo que está adentro y lo que

está afuera, entre creencia y comportamiento, entre nuestras palabras y

nuestros modos, nuestras actitudes y acciones, nuestros valores y nues­

tras prácticas.

EL PROCESO DE INTEGRACIÓN

Es algo evidente ya de por sí que un hipócrita no está calificado para

guiar a otros a lograr un carácter más elevado. Nadie respeta a una

persona que habla de buena manera pero no juega siguiendo las reglas.

Lo que un líder haga será de mayor impacto que lo que diga, en aquellos

que desea liderar. Una persona puede olvidar el noventa por ciento de lo

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EL LÍDER PERFECTO

que un líder diga, pero jamás olvidará cómo vive el líder. Esto es lo que le dijo Pablo a Timoteo:

Sé diligente en estos asuntos; entrégate de lleno a ellos, de modo que todos puedan ver que estás progresando. Ten cuidado de tu conducta y de tu enseñanza. Persevera en todo ello, porque así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen.

(1 Timoteo 4:15-16)

En esta vida jamás lograremos la perfección. Sin embargo, debería­mos seguir avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamado en Cristo Jesús (Filipenses 3:14). Jamás lo lograre­mos de este lado de la eternidad, pero debería de haber progresos visibles, evidentes para otras personas. Note las dos cosas que Pablo con énfasis le recomendó a Timoteo que observara: su vida y su doctrina. En otras palabras, Pablo le estaba diciendo a Timoteo: «Presta atención y cuida­do a tu comportamiento y a tus creencias. Asegúrate de que combinen. Examínate a ti mismo todo el tiempo, para asegurarte de que tu hablar combine con tu caminar».

Bill Hendricks se encontró con una ilustración de este principio en los días de apogeo del mercado inmobiliario en la década de 1980. Conoció a un promotor que clamaba haber entretejido lo que daba en llamar «principios bíblicos de negocios» en sus tratos. Pero cuando el mercado comenzó a caer, dejó la ciudad y a sus inversores para que jun­taran los pedazos... y pagaran sus deudas.

Otro de los amigos de Bill mostró un claro contraste con el primero. Él también era un desarrollista inmobiliario. Él también hablaba de inte­grar los principios bíblicos en los negocios. Y cuando el mercado cayó, también lo hizo su imperio. Pero a diferencia del hombre que escapó, este desarrollista por cuestión de conciencia se esforzó en formar un plan para pagarles a sus inversores.3

El dinero tiende a traer a la luz lo que hay dentro en realidad. Cuando se trata de cuestiones financieras, descubrimos de qué está hecha la per­sona. ¿A cuál de estos dos hombres seguiría? ¿Cuál de ellos demostró integridad? David escribió sobre el hombre «que cumple lo prometido

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INTEGRIDAD

aunque salga perjudicado» (Salmo 15:4). Este es el hombre que «no cae­rá jamás» (v. 5). Simplemente no hay sustituto para una persona con un carácter consistente con el de Cristo.

Eso no significa que ninguno de nosotros será libre de pecado en esta vida. En realidad, el Nuevo Testamento no clama por líderes perfec­tos; clama por aquellos que son modelos de progreso en su fe. ¿Entonces por qué en el Sermón del Monte llamó Jesús a sus seguidores dicien­do: «Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48)? Es claro que en esta existencia física no podemos aspirar a no tener pecados (ver Juan 1:8).

Lo que Jesús nos está pidiendo es el proceso de perfeccionarnos, y no el de completar nuestra perfección (de este lado de la eternidad). Es la obra de santificación del Espíritu Santo de Dios en la vida del líder creyente lo que da lugar al proceso por el que vamos perfeccionándonos. Continuaremos tropezando, cayéndonos de muchas maneras, pero nues­tro deseo debería ser el de cooperar con Dios para ver un progreso hacia la integración de nuestras palabras y nuestras prácticas. Porque solo el proceso de perfección de Dios (el verdadero y perfecto líder) obrando en nosotros puede lograr cualquier progreso.

Secretos y cosas pequeñas La mejor manera de discernir si estamos o no progresando es pregun­tándonos: «¿Cómo vivo cuando nadie me está mirando?» Es fácil verse como una persona íntegra cuando la gente nos está mirando, pero ¿vivi­mos nuestras vidas privadas con el mismo nivel de consistencia con el que vivimos nuestras vidas públicas? Gran parte de nuestra vida se consu­me en lo que podríamos llamar «mantenimiento de imagen». Gastamos enormes cantidades de energía tratando de hacer que la gente piense de nosotros de la manera en que queremos que piensen. John Ortberg comenta: «La conversación humana es una larga e interminable inten­ción de convencer a otros de que somos mas enérgicos, inteligentes, gen­tiles o exitosos de lo que creerían si no los educáramos».4 Es difícil dejarse persuadir por las palabras de Jesús en Mateo 6:1: «Cuídense de no hacer sus obras de justicia delante de la gente para llamar la atención. Si actúan así, su Padre que está en el cielo no les dará ninguna recompensa».

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Es posible vivir una vida pública y otra vida privada. Eso no es ser íntegro; es invitar a la disciplina de Dios. Debemos vivir de manera con­sistente tanto en público como en privado, porque nuestro Padre «ve lo que se hace en secreto» (Mateo 6:4). Siendo este el caso, ser fiel en lo secreto y en lo pequeño es muy importante. A Dios le interesa menos nuestra persona pública que nuestro carácter privado. Le importa más cómo manejamos nuestras cuentas personales que cómo administra­mos los libros de un gran negocio. Es en las cosas y lugares pequeños y secretos que la gracia de Dios nos cambia y forma a la imagen de su Hijo (2 Corintios 3:18).

Al final nos convertimos en lo que nuestros deseos nos convierten. Aquello en lo que nos convertimos revela lo que deseamos en verdad. Si deseamos el elogio de otros, entonces nos convertiremos en una cierta clase de persona. Pero si lo que deseamos son los elogios de Dios, enton­ces necesitamos hacer de la integridad una prioridad en nuestras vidas. Al sentir la sobrecogedora santidad de nuestro Creador, entenderemos cuán imperfectos somos. Pero al concentrarnos en la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, reconoceremos que a pesar de que nos poda­mos sentir incompletos no lo estamos, porque él nos ha hecho plenos. Su gracia es suficiente, pues su poder se perfecciona en nuestra debilidad (2 Corintios 12:9).

La des-integración de Isaías Cuando el profeta Isaías tuvo una visión del glorioso y grandioso Creador del universo, se sintió abrumado por la santidad de Dios:

El año de la muerte del rey Uzías, vi al SEÑOR excelso y subli­me, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el tem­plo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro:

«Santo, santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria».

Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo.

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I N T E G R I D A D

Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al SEÑOR Todopoderoso!».

En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha toca­do tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdo­nado». (Isaías 6:1-7)

R. C. Sproul comenta sobre el encuentro de Isaías con el santísimo

Dios:

El estar perdido es como estar desarmado, descosido, al descubierto. Lo que Isaías estaba expresando es lo que los psi­cólogos modernos describen como la experiencia de la desin­tegración personal. El desintegrar significa exactamente lo que la palabra sugiere, «des-integrar». El integrar algo es poner las piezas juntas en un todo unificado ... La palabra integridad ... (indica) una persona cuya vida es entera, plena y sana. En la conversación de todos los días lo decimos así: «Un tipo com­pleto».5

Isaías dijo: «Estoy incompleto. Estoy destrozado», lo cual es exacta­mente lo contrario a la integridad. El tener integridad es ser íntegro, es estar entero, en un sentido es entender todo con claridad, ser consisten­te. Isaías se encontró despojado, desarmado, deshecho, y esta condición lo forzó a ver su propia deficiencia. Cuando se encontró con la sublime santidad de Dios, Isaías se dio cuenta de su propia bajeza.

Cuando vivimos nuestras vidas enteras delante del rostro de Dios (coren deo) y practicamos una constante permanencia en su presencia, nos damos cuenta de que el no manifestar integridad es inconsistente con la dignidad y el destino al cual se nos ha llamado. Como creyentes debemos «vivir de una manera digna del llamamiento que hemos recibi­do» (Efesios 4:1), porque ahora Cristo está en nosotros. Él quiere vivir su

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vida a través de nosotros (Gálatas 2:20); no solo somos sus representan­tes (2 Corintios 5:20) sino que como miembros de su iglesia formamos, de alguna forma misteriosa, su propio cuerpo (Efesios 1:23, Colosenses 1:24).

Ahora, eso es imposible a menos que él habite en nosotros, pero dentro de esto yace la solución. En realidad, esta es la idea de la vida cris­tiana. El ser cristiano no es una religión; es una relación. El cristianismo no es una lista de reglas y regulaciones. En cambio, es la presencia y el poder de una persona que nos habita, que prometió que nunca nos deja­rá o abandonará (Hebreos 13:5).

Como hombres o mujeres caídos, nos damos cuenta de cuán des­integrados estamos cuando nos encontramos cara a cara con la perfecta integridad de Dios. Y, como Isaías, esa confrontación nos fuerza a reco­nocer nuestra profunda necesidad personal de reconstruirnos. Isaías se dio cuenta de la profundidad de su pecado en el proceso de vislumbrar apenas la perfecta santidad de Dios, y vio las áreas en las cuales se había apartado de sus compromisos como sacerdote y profeta. Pero sus com­promisos y su vida como profeta fiel nos demuestran la posibilidad de formar y vivir una vida de integridad con la ayuda de Dios.

La hipocresía de los fariseos Si no vemos lo imperfectos que somos, caeremos en la trampa de los fariseos: la hipocresía. La hipocresía es lo contrario a la integridad. En Mateo 23, Jesús acusó varias veces a los fariseos y a los maestros de la ley de ser hipócritas. Seis veces en este capítulo usó el flagelante término «hipócritas» (vv. 13, 15, 23, 25, 27, 29). En sus orígenes, el hipócrita era el actor que se ponía una máscara para asumir una identidad falsa mien­tras actuaba frente al público. Esta acusación habrá ofendido sobremane­ra a los fariseos, que detestaban toda forma de helenización (la influencia y cultura griega), la cual incluía el teatro griego. En esencia Jesús estaba llamándolos por un nombre que identificaba aquello que detestaban.

Todo el que haya tenido la falsa idea de que Jesús era un hombre callado y simpático, encontrará que estos versículos le impactan:

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INTEGRIDAD

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Recorren tierra y mar para ganar un solo adepto, y cuando lo han logrado lo hacen dos veces más merecedor del infierno que ustedes ...

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermo­sos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad...

¡Serpientes! ¡Carnada de víboras! ¿Cómo escaparán ustedes de la condenación del infierno? (Mateo 23:15, 27-28, 33).

Este Jesús no es, como dice Philip Yancey: «Mr. Rogers con barba». El lenguaje de Jesús revela la profundidad de su justa ira. Observe que cada uno de los versículos que incluyen la palabra «hipócritas» comien­zan con «¡Ay de ustedes!» Esta palabra, «Ay» (en griego ouai), puede con­tener ira, tono de advertencia, tragedia y burla al mismo tiempo. En este pasaje Jesús defenestró a los fariseos porque decían una cosa y hacían otra. No solo fallaban por su falta de integridad como potenciales segui­dores de Cristo, sino que como líderes religiosos eran culpables de dar una mala imagen de Dios Padre.

Ya hemos visto que la integridad, lo contrario a la hipocresía, es la cualidad que más buscan las personas en un líder. Es claro que los fari­seos y maestros de la ley en los tiempos de Jesús no vivían de mane­ra íntegra. Cuando hoy hablamos de la integridad también utilizamos por lo general otros términos que tienen relación estrecha con esta: ética

y moral. Sin embargo, un claro entendimiento del concepto de la inte­gridad requiere que pensemos en las tres palabras con mucha claridad. Porque cada una tiene un significado que le es propio. Al utilizarlas de manera adecuada nos señalan de modo pertinente algo esencial del lide-razgo que sin embargo no siempre se entiende como debiera:

La ética se refiere al parámetro de lo que está bien y lo que está mal.

Al bien y al mal. Es lo que los fariseos decían que creían correcto. La moral es un parámetro práctico de lo que está bien y lo que está

mal. Lo bueno y lo malo. Es lo que, en efecto, hacían los fariseos.

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EL LÍDER PERFECTO

Tener integridad significa estar sano, completo, integrado. En la

medida en que se integren la ética y la moral de una persona, podemos

decir que es íntegra. Y si estas dos cosas, la ética y la moral, no están inte­

gradas, diremos que la persona carece de integridad.

Veámoslo de otro modo. Si uno de nuestros amigos nos dice que

mentirá, engañará y robará, tiene poca ética. Y si en sus negocios se con­

duce de esa manera, su moral es baja. No es ético y es inmoral, pero tie­

ne integridad —por retorcida que sea— porque su moral es consistente

con su ética. Si dice que robará y engañará pero no lo hace, será moral en

la práctica pero carece de integridad porque su moral no está de acuer­

do con su ética.

La Biblia enseña una ética elevada y santa. Si afirmamos ser cristianos

y vivir según los estándares de la Biblia, estamos efectuando una decla­

ración de ética. Nos estamos comprometiendo con determinada moral.

Para que tengamos integridad, por lo tanto, tenemos que vivir según la

ética bíblica. Jesús deja bien en claro y de manera inequívoca que la peor

decisión es la de ser hipócritas. Es un asunto serio. Cuando encontramos

que nuestro andar no está de acuerdo con nuestro hablar, la pregunta

esencial de Jesús debe resonar en nuestros corazones: «¿Por qué me lla­

man ustedes "Señor, Señor", y no hacen lo que les digo?» (Lucas 6:46).

Si imaginamos los ojos de Jesucristo, Señor del universo, en el

momento en que formula esta pregunta, debemos sentir al menos un

poco de temor.

LA INTEGRIDAD DE SAMUEL

Ala luz de esta definición de lo que es la integridad, no debiera sor­

prendernos la alta estima que Israel tenía hacia el profeta Samuel.

Samuel era un hombre que exudaba integridad. En ningún otro lugar se

ilustra tan acabadamente este hecho como en 1 Samuel 12:1-4:

Samuel le habló a todo Israel: «¡Préstenme atención! Yo les he

hecho caso en todo lo que me han pedido, y les he dado un rey

que los gobierne. Ya tienen al rey que va a dirigirlos. En cuan­

to a mí, ya estoy viejo y lleno de canas, y mis hijos son parte

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INTEGRIDAD

del pueblo. Yo los he guiado a ustedes desde mi juventud has­

ta la fecha. Aquí me tienen. Pueden acusarme en la presen­

cia del SEÑOR y de su ungido. ¿A quién le he robado un buey

o un asno? ¿A quién he defraudado? ¿A quién he oprimido?

¿Por quién me he dejado sobornar? Acúsenme, y pagaré lo que

corresponda». «No nos has defraudado», respondieron; «tam­

poco nos has oprimido ni le has robado nada a nadie».

Durante su discurso de despedida después de haber liderado a Israel

durante décadas, Samuel estaba prometiendo pagar a quien le hubie­

se quitado algo de manera injusta. ¡Qué promesa! Y más impresionante

aun fue la respuesta del pueblo. No hubo ni una sola persona que pudie­

ra acusar a Samuel de nada.

La honestidad e integridad de Samuel eran características en cada

una de las áreas de su vida. Estas dos cualidades gobernaban el modo en

que administraba sus posesiones, hacía sus negocios y trataba a los que

eran más débiles que él. Samuel se presentó para rendir cuentas ante el

pueblo que lideraba. Se expuso al escrutinio de todo aquel al que hubie­

ra tratado. Como resultado de esta práctica el liderazgo de Samuel se ha

convertido en legendario, y su historia se ha relatado una y otra vez a lo

largo de los siglos.

ELIJA ESTE DÍA

Nuestra ética puede ser mucha o poca. Nuestra moral también.

Podemos elegir. Decidir. Aunque si elegimos ser íntegros, tenemos

que decidir que nuestra ética y nuestra conducta coincidan. Si quere­

mos liderar a otros al menos tenemos hacia ellos la obligación de hacerles

saber en qué se estarán metiendo cuando nos elijan como líderes.

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CAPÍTULO 2

Carácter

SABIDURÍA PARA TONTOS

Anadie le gusta que le llamen «tonto». Sin embargo, ¿cómo explicar

la cantidad de libros que se venden con tanto éxito, escritos según

indican sus títulos «para tontos»? Comenzando con la publicación de

DOS para tontos, en noviembre de 1991, la serie tiene hoy más de cien

millones de copias impresas sobre temas que abarcan desde el ejercicio

físico hasta la nutrición y desde la administración de las finanzas hasta la

organización de las vacaciones en Europa.

Desde el comienzo el concepto fue sencillo pero potente: relacio­

nar la ansiedad y la frustración que siente la gente frente a la tecnología,

presentándola de manera divertida en libros que buscan enseñar y entre­

tener, mostrando el material difícil como algo fácil, que cualquiera pue­

de aprender. Esto, junto al ingrediente de la personalidad y algunas tiras

cómicas, dan como resultado un exitoso libro, ¡escrito para tontos!

El libro de Proverbios, en el Antiguo Testamento, hace algo simi­

lar (aunque no incluye tiras cómicas). Toma la eterna sabiduría de Dios

y la presenta de manera fácil de entender a la gente común, sin entrena­

miento teológico. Entonces podríamos llamarle a Proverbios: Sabiduría

para tontos.

Los proverbios del Antiguo Testamento se recopilaron y escribieron

para ayudarnos a tomar una de las decisiones más básicas y vitales en la

vida: elegir entre la sabiduría y la necedad, entre andar con Dios y andar

sin él. En el libro de Proverbios se describe, la sabiduría y la necedad

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EL LÍDER PERFECTO

como personas que caminan por las calles de la ciudad pregonando sus mercaderías y dándonos a probar lo que ofrecen (Proverbios 1:10-33).

Salomón, a quien se le atribuye la autoría del libro de Proverbios, nos brinda un excelente punto de partida para desarrollar las cualidades de carácter que son esenciales para el buen liderazgo:

Hijo mío, si haces tuyas mis palabras y atesoras mis manda­mientos; si tu oído inclinas hacia la sabiduría y de corazón te entregas a la inteligencia; si llamas a la inteligencia y pides dis­cernimiento; si la buscas como a la plata, como a un tesoro escondido, entonces comprenderás el temor del SEÑOR y halla­rás el conocimiento de Dios. Porque el SEÑOR da la sabiduría; conocimiento y ciencia brotan de sus labios. Él reserva su ayu­da para la gente íntegra y protege a los de conducta intacha­ble. Él cuida el sendero de los justos y protege el camino de sus fieles. Entonces comprenderás la justicia y el derecho, la equi­dad y todo buen camino; la sabiduría vendrá a tu corazón, y el conocimiento te endulzará la vida. La discreción te cuidará, la inteligencia te protegerá. (Proverbios 2:1-11)

Los líderes cultivan su carácter adquiriendo sabiduría y entendi­miento. Por supuesto, estas cualidades no se consiguen sin pagar un pre­cio. Requieren del tipo de esfuerzo dedicado y paciente, como el que se ejerce en la minería al buscar oro y plata. Los líderes tienen que «buscar» con diligencia la sabiduría enterrada dentro de la Palabra de Dios, como buscarían un tesoro cubierto por capas de tierra y roca. Esto significa que hay que usar las herramientas adecuadas y ejercer la paciencia y la dili­gencia, pasando tiempo sumergidos en este libro transformador de vida. Como escribió Marjorie Thompson: «Sería bueno que pudiéramos solo "poner en práctica la presencia de Dios" en todas las áreas de la vida sin gastar energías en algunos ejercicios en particular. Pero la capacidad de recordar y permanecer en la presencia de Dios solamente se consigue a través del entrenamiento constante».1 No podemos pagarle a alguien para que desarrolle la fuerza de nuestro carácter, como no podemos pagarle a

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CARÁCTER

otro para que desarrolle nuestros músculos físicos. Si queremos ser más

fuertes, somos nosotros los que tenemos que levantar pesas. Tampoco podemos esperar que de la noche a la mañana nos vea­

mos musculosos. Todo toma tiempo y esfuerzo. Douglas J. Rumford dice: «El carácter es como el ejercicio físico, o como cualquier proceso de aprendizaje. Uno no puede "atiborrarse" para lograr un progreso en días en lugar de pasar por el período de meses o años de práctica constante».2

Por eso el escritor de Proverbios usa palabras que convocan al lector a la acción enérgica y apasionada.

A medida que cavamos tenemos que pedirle a Dios que nos brinde comprensión y entendimiento. En última instancia es solo Dios quien puede abrir nuestros ojos para ver la verdad espiritual y luego darnos la capacidad de aplicar esa verdad en nuestra vida (Efesios 1:18). A medi­da que Dios llena nuestra mente con sabiduría, nuestro carácter se desa­rrollará para que poseamos la capacidad de tomar las decisiones correctas siempre, decisiones justas y morales. Como observan Henry Blackaby y Claude King en su libro Mi experiencia con Dios:

Cuando uno cree en Dios demuestra su fe por las cosas que hace. Se requiere cierta acción ... Uno no puede seguir vivien­do como siempre, o quedarse en el mismo lugar y al mismo tiempo caminar con Dios ... Apartarnos de nuestros caminos, ideas y propósitos para vivir según los de Dios siempre requiere de un gran ajuste. Dios puede requerir ajustes en nuestras cir­cunstancias, relaciones, pensamiento, compromisos, acciones y creencias. Una vez que hacemos los ajustes necesarios, podemos seguir a Dios en obediencia. Mantenga en mente esto: que el Dios que nos llama es también aquel que nos dará la capacidad de hacer su voluntad.3

Cuando buscamos poseer la sabiduría de Dios, podremos avanzar expresando sencillamente la visión y los valores de los líderes. Poseeremos el tipo de carácter desde el cual fluyen las visiones y valores elevados, el tipo de carácter que no se deja llevar por la opinión pública o por el mie­do sino que busca la verdadera grandeza y sabe quién es la verdadera

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EL LÍDER PERFECTO

audiencia. Nuestro carácter será cristiano de verdad, y otras personas se deleitarán al seguirnos.

¡Dios, UN CARÁCTER DE VERDAD!

Piense en las personas que conoce y admira. ¿Conoce padres y madres sabios que demuestran tener un criterio sano para conducir sus vidas

y criar a sus hijos? ¿Conoce abuelos o abuelas que saben cuándo alentar, cuándo reprender, cuándo ser tiernos y cuándo usar la fuerza? ¿Ha teni­do algún maestro o maestra que sabían cuándo dar consejos y cuándo solo escuchar, cuándo instruir y cuándo dejar que las consecuencias de la vida le enseñaran? Ahora intente darle un valor a esa sabiduría. ¿Cuán­to vale?

Todos estimamos a las personas que en su carácter exhiben la sabi­duría. Y si admiramos a estas personas de tan alta calidad, ¿cuánto más hemos de valorar la perfección del Dios vivo, de quien se deriva la sabi­duría, la paciencia y el discernimiento?

Cuando Moisés le pidió a Dios que le revelara su gloria, el Señor dijo: «Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti» (Éxodo 33:18-19, RVR 1960). Dios tuvo que escudar a Moisés para protegerlo de su gloria, ocultándole en la grieta de una roca. Al pasar frente a Moisés, Dios acompañó este des­pliegue de grandeza con la proclamación de la perfección de su propio carácter:

Pasando delante de él, proclamó: El SEÑOR, el SEÑOR, Dios cle­mente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fide­lidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación. (Éxodo 34:6-7)

Cuando Dios se reveló como un Dios compasivo y lleno de gracia, lento para la ira, abundante en amor y fidelidad, el cual brinda su amor

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CARÁCTER

a miles y perdona la maldad, la rebelión y el pecado, dejó bien en claro

que su carácter personal es el estándar absoluto mediante el cual se defi­

nen todas esas cualidades. Dios no rinde cuentas ante nadie, y no hay

estándar más elevado al cual deba conformar su accionar. C o m o dijo en

el siglo once el gran pensador Anselmo: «Dios es aquello con respecto a

quien no podemos comparar nada que le sea superior».

Anselmo efectuó esta declaración originalmente en un intento por

probar la existencia de Dios. Pero como señala Michael Witmer:

El verdadero legado del argumento de Anselmo no es su intento

de probar la existencia de Dios sino cómo nos enseña a hablar

de Dios. Si Dios es «aquello Con respecto a quien no podemos

comparar nada que le sea superior», entonces sabemos que hay

ciertas cosas que debemos decir de él. Para empezar solamente

podemos usar nuestras mejores palabras para describirle. Dios

tiene que ser justo, poderoso, amoroso y bueno; todas las cosas

que son mejor ser que no ser. Podemos estar en desacuerdo con

respecto a qué cosas debieran ir en la lista ... pero todos concor­

damos en que la lista debe incluir todas las cualidades de gran­

deza que podamos imaginar...

Dios es en lo cualitativo superior a cualquier cosa en su

creación. No hay nada que pueda compararse con el ser más

grandioso posible. Él pertenece a una clase que le es única, en

términos literales de ese adjetivo.4

El carácter de Dios, eterno e intransigente, es el estándar inmuta­

ble que le da significado al amor, la gracia, la fidelidad y la paciencia. Sin

embargo, el increíble llamado del evangelio es para que las criaturas per­

didas como nosotros podamos empezar a reflejar el carácter de nuestro

Padre celestial en nuestra propia vida. Aquel que es la bondad en su esen­

cia, que define la virtud por su propia existencia, promete dar poder a

quienes confiemos en él lo suficiente como para vivir según su voluntad.

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EL LÍDER PERFECTO

EL CARÁCTER DE ADENTRO HACIA FUERA

Alas personas no les causa impresión alguna la manipulación o las

fachadas, sino la autenticidad y el desinterés sincero, despojado de

egocentrismo. El carácter no es cuestión de técnicas externas, sino de rea­

lidades internas. A Dios le importa más lo que somos en realidad cuando

nadie nos está mirando. Douglas Rumford, al hablar de la triste situa­

ción de un líder cristiano que perdió su ministerio debido a un escánda­

lo sexual, explica que este tipo de cosas sucede siempre que permitimos

que se forme un «hueco de carácter» en nuestras vidas. Él:

El hueco de carácter es una debilidad que en algún momento se

hace visible, cuando las circunstancias o tensiones de la vida se

conjugan y llegan a un punto de quiebre. Podemos quizá ocul­

tarlo durante un tiempo y hasta sentirnos bastante a salvo. Pero

el talento, la personalidad y las circunstancias favorables no son

sustitutos de la santidad interior, la persistencia en esta y las

convicciones que conforman la integridad de carácter.5

En 2 Pedro 1:5-8 el apóstol enumera las cualidades de vida y del cris­

tianismo que Dios quiere para cada uno de sus hijos:

Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud;

a su virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio pro­

pio; al dominio propio, constancia; a la constancia, devoción a

Dios; a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal,

amor. Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, les harán

crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evita­

rán que sean inútiles e improductivos.

Las cualidades de carácter enumeradas en estos versículos son admi­

rables, pero también abrumadoras. Podríamos aspirar a alcanzarlas, pero,

¿es realmente posible lograrlo? La respuesta, tanto de las Escrituras como a

partir de la experiencia humana es un rotundo: «¡No!» Por nuestras propias

fuerzas este tipo de carácter no solo es difícil de formar. Es imposible.

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CARÁCTER

Si fuera solo cuestión de esfuerzo humano, el intento sería inútil.

¿Qué hemos de hacer, entonces? ¿Tenemos que bajar los brazos y apar­

tarnos del texto, sintiendo que exige lo imposible? Eso sería tonto. Lo

que tenemos que hacer es prestarle atención al contexto en el que Pedro

escribió esas palabras.

Las frases que preceden a este pasaje (2 Pedro 1:3-4) nos brindan

la clave que precisamos: En Cristo se nos ha permitido acceso al divi­

no poder de Dios, y se nos ha otorgado el incomprensible privilegio

de participar «en la naturaleza divina» (v. 4). Hay una sola persona que

puede vivir la vida cristiana: Jesucristo mismo. Sin él no podemos vivir

la vida que se nos llama a vivir (Juan 15:5). Solo cuando mantenemos

nuestra conexión con él puede Jesús vivir esta vida a través de nosotros.

Como dijo Martín Lutero: «No es la imitación lo que da como resulta­

do que seamos hijos de Dios, sino nuestra condición de hijos de Dios lo

que hace posible la imitación».6 Es que no solo hemos recibido una nue­

va naturaleza en Cristo (Romanos 6:6-13), sino que también ahora nos

habla el Espíritu Santo, cuyo poder dentro de nosotros hace que nos sea

posible manifestar estas cualidades del carácter de Cristo.

La verdadera transformación espiritual y de carácter se da desde

adentro hacia fuera, y no al revés. Los atributos de la fe, la bondad, el

conocimiento, el dominio propio, la perseverancia, la vida cristiana, el

amor fraternal y el amor fluyen de la vida de Cristo que ha sido implan­

tada dentro de nosotros.

PEDRO: UN CASO DE ESTUDIO SOBRE EL CARÁCTER

Es fácil leer las palabras de inspiración de Pedro y preguntarse: «¿Quién

piensa todo esto? ¿De dónde toma alguien estos ideales, esta com­

prensión?» Bueno, es que el hombre que escribió esas palabras tan ins­

piradoras, el hombre que nos exhorta a alcanzar esa fuerza en nuestro

carácter, no siempre vivió según esos ideales.

El hombre que se llamó a sí mismo «testigo de los sufrimientos de

Cristo» (1 Pedro 5:1) no estaba allí cuando Jesús moría colgado en la

cruz. Junto con la mayoría de los demás discípulos, estaba escondido a

causa del miedo (Mateo 26:69-75). El hombre que nos llama al «afán

de servir» (1 Pedro 5:2), permaneció sentado mientras Jesús les lavaba

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EL LÍDER PERFECTO

los pies a los discípulos, entre los que se contaba él (Juan 13:1-10). El hombre que nos dice: «Para orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada» (1 Pedro 4:7), se durmió mientras Jesús oraba con tal intensidad que su sudor era como gotas de sangre (Lucas 22:39-46). El hombre que nos dice con tal coraje: «Sométanse por causa del Señor a toda autoridad humana» (1 Pedro 2:13), tomó una espada y le cortó la oreja a uno de los oficiales de los sumos sacerdotes y los fariseos (Juan 18:10-11).

No hay en este examen de las contrastantes diferencias entre las pala­bras y las acciones de Pedro ánimo alguno de disminuirlo, sino todo lo contrario. Es para que tengamos esperanzas. Este hombre, Pedro, tan impulsivo e inmaduro, llegó a ser un gran líder de la iglesia. El Pedro de quien leemos en los cuatro Evangelios fue luego el Pedro de quien lee­mos en el libro de los Hechos, el Pedro que escribió dos epístolas. Llevó tiempo y esfuerzo, pero Dios lo transformó. Y el mismo Espíritu Santo que obró esta transformación en la vida de Pedro está obrando de mane­ra activa para transfórmanos a aquellos que hemos puesto nuestra fe en el Hijo, Jesucristo.

Los Evangelios nos dejan cuatro impresiones acerca de Pedro. La pri­mera es que a veces era un personaje impulsivo, casi cómico. Dos veces saltó vestido al agua. Desafió a Jesús, hablaba cuando no era su turno y a veces parecía demostrar más energía y creatividad de la que merecía el momento en cuestión. Aunque es esta energía y creatividad las que sub-yacen a la segunda impresión que deja Pedro.

Pedro era el líder no oficial de los discípulos. Muchas veces fue su vocero. Junto con Santiago y Juan, era uno de los tres discípulos del «cír­culo íntimo» de Jesús. Por cierto, después de la partida de Jesús los discí­pulos buscaron a Pedro para que les diera dirección. El registro de Lucas de los primeros años de la iglesia (el libro de los Hechos), no deja dudas acerca del liderazgo de Pedro.

Esta combinación de cualidades en aparente conflicto existe en muchos líderes jóvenes y puede identificarse como «alta energía mental». Pedro siempre estaba pensando, y siempre pensaba con vistas a la acción. Cuando oía la palabra «pregunta», de inmediato pensaba en «respues­ta». Cuando observaba un «problema», enseguida pensaba en «solución». Cuando encontraba «opciones», pensaba en «decisión». Pero también

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CARÁCTER

demostró el lado menos afortunado de esa misma característica, porque al oír «silencio» pensaba en «hablar». Cuando encontraba «desacuerdo» pensaba en «desafío». El «error» (al menos en la concepción de Pedro) instaba a la «corrección». Sea cual fuere la situación, al menos lo bueno es que pensaba, y que sus pensamientos le llevaban a la acción de mane­ra ineludible.

En sus años de juventud Pedro no tenía mucho dominio de sí mis­mo y sus respuestas, soluciones, decisiones y discursos a veces parecían fuera de lugar, casi motivo de risa. A veces su conducta se percibía como falta de sensibilidad, carente de consideración y madurez. Pero a diferen­cia de muchos grandes líderes, Pedro sobrevivió a sí mismo. Con la guía de Jesús, la mente fértil y activa de Pedro maduró. A través de todas sus experiencias desarrolló un carácter más conforme a la voluntad de Dios, al carácter de Cristo. Esta madurez guió su proceso de pensamiento por canales más productivos. Recopiló, tomó y conectó datos e información. Afinó su capacidad de razonamiento. Pedro se convirtió en líder porque no temía tomar decisiones. Y su carácter conforme al de Cristo le mos­traba qué decisiones tomar.

Cualquiera que esté sirviendo bajo un líder aquejado por «la paráli­sis del análisis», podrá apreciar la rapidez de Pedro para responder. Quien trabaje en una organización donde se toman «decisiones basadas en la indecisión», entenderá por qué la gente se sentía atraída hacia Pedro. Al seguir la vida de Pedro en los Evangelios y escuchar luego su voz madura resonando en sus dos epístolas, podemos apreciar a este hombre optimista, lleno de energía, inteligente, de profundo carácter, un hombre de acción. De hecho, el Evangelio de Marcos, que muchos creen le fue­ra dictado a este autor por Pedro, es el evangelio que retrata a Jesús como hombre de acción, que ofrece una respuesta ante la urgencia. La palabra griega para inmediatamente aparece cuarenta y dos veces a lo largo de los dieciséis capítulos de Marcos.

Cuando la iglesia avanzaba, cuando tanto los líderes romanos como los judíos se oponían a ella, cuando los cristianos eran martirizados por su fe, alguien tenía que tomar decisiones guiadas por el Espíritu en for­ma rápida. Y solo podemos imaginar los tipos de problemas que han de haber astillado a esta frágil organización cuando la iglesia pasó por encima de sus fronteras culturales para incluir a los judíos que hablaban griego,

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EL LÍDER PERFECTO

luego a los samaritanos, a los gentiles locales, y más tarde a los asiáticos, griegos y romanos. Como Pedro era un líder cuyo ego podía soportar la amenaza del desacuerdo, los retos y hasta una mala decisión, no temía actuar. No era falto de cautela, y tampoco trataba asuntos importantes con frivolidad. Su carácter cristiano no se lo permitiría, por supuesto. Sin embargo, no temía avanzar, y bajo su liderazgo la iglesia lograba mucho. Pedro era un líder que tomaba decisiones importantes.

El camino hacia el buen carácter por medio del amor Es asombroso lo que Dios puede hacer con las personas que quieren cre­cer en lo personal y desarrollar su carácter. La buena noticia es que Dios quiere esto igual que nosotros. Nos redimió para eso. Para descubrir has­ta dónde extenderá su mano para forjar nuestro carácter en acero, cami­nemos junto con Pedro hasta el horno de fundición.

Este hombre había negado a Jesús en un momento crítico, y aun así años después sufrió azotes, la prisión y hasta la muerte con tal de no vol­ver a negarlo. Todos sabemos que un carácter como ese no se forma de un momento a otro, ni a partir de una única experiencia. Sabemos que la resurrección de Jesús tuvo una profunda influencia en la transformación del carácter de Pedro. La forma en que Jesús ayudó a Pedro a recuperar­se del peor fracaso de su vida debiera darnos gran aliento para pedirle al mismo Señor Jesús que nos ayude a desarrollar fuerza de carácter tam­bién a nosotros.

Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio, y una

criada se le acercó. —Tú también estabas con Jesús de Galilea —le dijo. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: —No sé de qué estás hablando.

Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí:

—Éste estaba con Jesús de Nazaret. Él lo volvió a negar, jurándoles: —¡A ese hombre ni lo conozco! Poco después se acercaron

a Pedro los que estaban allí y le dijeron:

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CARÁCTER

—Seguro que eres uno de ellos; se te nota por tu acento. Y

comenzó a echarse maldiciones, y les juró:

—¡A ese hombre ni lo conozco!

En ese instante cantó un gallo. Entonces Pedro se acordó

de lo que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me nega­

rás tres veces». Y saliendo de allí, lloró amargamente. (Mateo

26:69-75)

Para poder descubrir qué representó este suceso en la vida de Pedro,

quizá debemos ir más atrás, a un pasaje anterior en el mismo capítulo:

—Esta misma noche —les dijo Jesús— todos ustedes me aban­

donarán, porque está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán

las ovejas del rebaño» ...

—Aunque todos te abandonen —declaró Pedro—, yo

jamás lo haré.

—Te aseguro —le contestó Jesús— que esta misma noche,

antes que cante el gallo, me negarás tres veces.

—Aunque tenga que morir contigo —insistió Pedro—,

jamás te negaré. Y los demás discípulos dijeron lo mismo.

(Mateo 26:31, 33-35)

En este momento la fuerza de carácter de Pedro casi no puede cues­

tionarse. Dijo que estaría dispuesto a morir con Jesús si era necesario.

Pero el Hijo de Dios era quien tenía razón. Esa misma noche Pedro negó

conocerlo siquiera.

Luego de todos estos sucesos Jesús fue crucificado y sepultado. Tres

días más tarde resucitó de entre los muertos y los discípulos le vieron por

unos momentos (Juan 20). Pero la primera conversación entre Jesús y

Pedro, registrada en Juan 21 muestra de qué modo Jesús se ocupó de la

debilidad de Pedro:

Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón

Pedro:

—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

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EL LÍDER PERFECTO

—Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro. —Apacienta mis corderos —le dijo Jesús. Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

—Cuida de mis ovejas. Por tercera vez Jesús le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera pre­guntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo:

—Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. —Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús—. De veras te ase­

guro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras ir. (Juan 21:15-18)

Observe la sólida afirmación teológica de Pedro en el versículo 17: «Señor, tú sabes que te quiero». Pedro tenía razón. Jesús no le estaba pre­guntando esto a Pedro porque necesitaba conocer esa respuesta, sino por­que Pedro necesitaba conocerla. ¿Por qué era tan importante que Pedro pudiera entender su propia respuesta a esa pregunta? Es importante para nosotros también decidir si nuestro amor por Jesucristo es tan fuerte como para permitirnos desarrollar las cualidades de carácter que su pala­bra alienta y exige que tengamos. Estas son las cualidades que Pedro enu­mera en 2 Pedro 1:5-8.

En los primeros doce capítulos del libro de los Hechos vemos a Pedro como líder prominente de la incipiente iglesia. Su fuerza de carácter y su convicción son fuente de inspiración, desafío y ánimo para muchos. Nuestro Señor sigue buscando hombres y mujeres que respondan: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero», y que entonces desarrollen las cualidades de carácter necesarias para ser líderes cristianos.

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CARÁCTER

FORJEMOS EL CARÁCTER

El carácter se forja en las pequeñas cosas de la vida. Los grandes acon­

tecimientos de la vida pueden verse como exámenes finales que reve­

lan la verdadera naturaleza de nuestro ser interior. Es en las decisiones

que parecen no tener importancia que nuestro carácter se fortalece poco

a poco. C. S. Lewis utilizó la imagen del «centro del ser» en cada uno de

nosotros, que se forma y moldea según nuestras decisiones:

La gente muchas veces piensa en la moral cristiana como una

transacción en la que Dios dice: «Si cumples con un montón de

reglas te recompensaré, y si no lo haces haré lo contrario». No

pienso que sea la mejor forma de verlo. Preferiría decir que cada

vez que uno toma una decisión está convirtiendo su centro, la

parte de nosotros que decide, en algo un poco distinto de lo

que era antes. Y tomando tu vida como un todo, con todas tus

incontables decisiones, durante toda la vida vamos convirtien­

do este centro en una criatura celestial o en una infernal: una

criatura que está en armonía con Dios y otras criaturas y con­

sigo misma, o una que prevalece en estado de combate y odio

hacia Dios y sus congéneres, incluyéndose a sí misma. Ser de

este primer tipo de criatura es un placer celestial, es decir, repre­

senta gozo, paz, conocimiento y poder. Ser del otro tipo de

criatura implica locura, horror, idiotez, ira, impotencia y eterna

soledad. Cada uno de nosotros, en todo momento, va progre­

sando hacia uno u otro de estos estados.7

Las decisiones que tomamos hoy definen nuestro carácter. Y nues­

tro carácter irá con nosotros a la eternidad. ¡Por eso, tenemos que deci­

dir con sabiduría!

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CAPÍTULO 3

Valores

LA IMPORTANCIA DE LOS VALORES CONSISTENTES

Los valores son esenciales para el liderazgo efectivo. Son verdades que

no se negocian ni se debaten, y que motivan y dirigen nuestra con­

ducta. Nos explican por qué hacemos las cosas y son elementos que eri­

gen límites alrededor de nuestra conducta. Los valores son aquellas cosas

que consideramos importantes y que nos dan guía y dirección a pesar de

nuestras emociones.

Los autores que escriben sobre liderazgo prestan cada vez más aten­

ción a la importancia de los valores consistentes en la efectividad a largo

plazo que pueda tener un líder.1 Las empresas, las organizaciones políti­

cas y educativas, las iglesias, familias y personas se benefician al conocer y

vivir según sus valores centrales. En los negocios los valores centrales son

«los principios esenciales y perdurables de la organización, como conjun­

to una guía conductora que no ha de confundirse con prácticas cultura­

les u operativas específicas; y no han de negociarse o comprometerse en

pos de la ganancia económica o el provecho a corto plazo».2

Jim Colins y Jerry Porras observan que todas las compañías visiona­

rias que perduran en el tiempo tienen un conjunto de valores centrales

que determinan la conducta del grupo.3

El rey David describió la conducta motivada por los valores en el

Salmo 15:1-5:

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EL LÍDER PERFECTO

¿Quién, SEÑOR, puede habitar en tu santuario? ¿Quién puede vivir en tu santo monte? Sólo el de conducta intachable, que practica la justicia y de corazón dice la verdad; que no calum­nia con la lengua, que no le hace mal a su prójimo ni le acarrea desgracias a su vecino; que desprecia al que Dios reprueba, pero honra al que teme al SEÑOR; que cumple lo prometido aun­que salga perjudicado; que presta dinero sin ánimo de lucro, y no acepta sobornos que afecten al inocente. El que así actúa no caerá jamás.

Observe que David dijo que quien disfruta de la presencia de Dios y vive una vida limpia es el que «de corazón dice la verdad» (v. 2). Como esta persona valora la verdad en su corazón, sus palabras expresan verdad. Porque valora la bondad «no le hace mal a su prójimo» (v. 3). Porque valora la sinceridad y la honestidad, «cumple lo prometido aunque salga perjudicado» (v. 4). Y porque valora la justicia «no acepta sobornos que afecten al inocente» (v. 5).

Los líderes motivados por los valores cosechan un gran beneficio de parte del Señor. David dijo que «no caerá jamás» (v. 5) quien viva de este modo. No importa qué suceda alrededor de ellos, pueden vivir con ple­na confianza de que los principios correctos han dado forma a sus valo­res y guían sus decisiones. Esa confianza les dará estabilidad emocional y espiritual. Les dará la capacidad de ser líderes a los que Dios puede uti­lizar para su gloria.

Piense qué valores motivan la conducta de la persona que descri­be el salmista. Al examinar su propia vida, ¿qué valores ve que motivan su conducta? Muchos sostenemos determinados valores pero nuestras acciones no se ven gobernadas por aquello que decimos tener en alta estima. Quizá debemos empezar a preguntarnos qué valores queremos

que motiven nuestra conducta. A menos que tengamos la intención de hacerlo, nos conformaremos a los valores de los demás. No podemos tener un conjunto de valores para la oficina, otro para el hogar y otro dis­tinto para las actividades de la iglesia. Nuestro objetivo tiene que ser el de integrar por completo los valores cristianos a todas las esferas de nues­tra vida cotidiana.

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VALORES

DIOS, FUENTE DE TODOS LOS VALORES

Dios no rinde cuentas ante nadie y no hay autoridad superior a quien

deba conformar su obrar. Él mismo es el absoluto de toda verdad,

belleza, bondad, amor y justicia. Su perfecto carácter es la esencia de lo

que la Biblia llama «justicia». En un universo sin Dios, lo que llamamos

«bueno» no tendría referente supremo.

Las estructuras y valores morales de Dios son parte del orden crea­

do. La Biblia afirma que incluso quienes no han sido expuestos a la ley de

Dios tienen dentro de sí una conciencia, una ley moral (Romanos 2:14-

16). Dios se revela no solo en la naturaleza sino también en el corazón

humano. Nuestros corazones y conciencias revelan las huellas digitales

de un Dios moral. C. S. Lewis utilizó la idea de una ley omnipresente y

auto evidente como punto de partida para su clásico Mero cristianismo,

algo que dio en llamar la Ley de la naturaleza o la Ley moral. Años más

tarde, en La abolición del hombre, lo llamó simplemente el Tao que exis­

te en todas las culturas y sociedades. Hay una moral sorprendentemente

absoluta en la mayoría de las culturas: la babilonia, la egipcia, la persa y

la china. Ninguna de ellas, por ejemplo, honra la traición o el egoísmo,

la cobardía o el engaño. Estos estándares están allí porque Dios ha ubica­

do su ley natural, su ley moral, en los corazones humanos. Y por mucho

que lo intentemos, sencillamente no podemos negarlo.

Lewis también dijo: «A menos que permitamos que la realidad

suprema sea moral, no podemos condenarla en lo moral».4 Con esto

quiso decir que a menos que haya un parámetro pre acordado para lo

verdadero, lo bello y lo bueno, no puede haber un parámetro absoluto

para que pueda condenarse la «mala» conducta. Es decir, quienes utilizan

la presencia del mal y el sufrimiento para denunciar a Dios en realidad

apelan a Dios para condenar a Dios. De hecho, cuando la gente habla

del mal en este mundo, está afirmando de manera implícita la existen­

cia del Dios de la Biblia, porque si no hay Dios entonces la idea del mal

es arbitraria. Lo que para una persona es comida, para otra sería vene­

no, de modo figurativo. Aun nuestra idea del bien y el mal existe porque

tenemos en mente la imagen de aquel que desde el principio determinó

cada categoría.

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EL LÍDER PERFECTO

Si nuestro mundo sigue rechazando la idea de los absolutos mora­les, no puede al mismo tiempo seguir denunciando la mala apropiación del poder y la mala conducta de las personas ricas y poderosas. En un mundo que no reconoce a Dios como absoluto supremo, reinará el prag­matismo del propio provecho. El hecho de que la gente se sienta seduci­da por el poder y la riqueza no debiera sorprendernos. Lo que sí debiera causar sorpresa en nosotros es que tal seducción no sea más generalizada de lo que vemos ya. El consejero cristiano Larry Hall dice:

Mientras nuestra moral siga basada en nuestro orgullo huma­nístico, nos eludirá la consistencia moral. Seguiremos siendo enredados ovillos de auto contradicción, juzgando a otros de manera salvaje mientras exigimos con vehemencia que nadie nos juzgue. Olvidemos ese asunto de llegar a un consenso éti­co. No hay, prácticamente, consenso en una sociedad tan plura­lista como la nuestra. Quizá lo máximo que podamos alcanzar sea cierto sentido de lo políticamente correcto, pero, ¿quién en su sano juicio podría querer algo así? Porque aun si el verdade­ro consenso fuera posible, la historia ha demostrado reiteradas veces que tal consenso puede ser muy inmoral. Cuando la ética se basa en el propio yo y en el orgullo, se pierde toda objetivi­dad. Las cosas ya no estarán bien o mal. En cambio, serán fac­tibles o poco prácticas, deseables o poco atractivas, posibles de llegar a un acuerdo o no negociables ... De hecho, los conceptos mismos de la virtud y el vicio pierden todo su significado.5

Valores cristianos para personas cristianas Como seres humanos, corona de la creación de Dios, debemos saber que Dios «puso en la mente humana el sentido del tiempo» (Eclesiastés 3:11). Como líderes cristianos hemos de buscar vivir según los eternos valores de Dios de la verdad, la belleza, la bondad, el amor y la jus­ticia según los presentan los registros bíblicos. Si miramos al mundo para encontrar nuestros valores morales, nos confundirán los intereses del egocentrismo, el condicionamiento social y la ética que depende de

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VALORES

las situaciones. Los valores de nuestra cultura son chatos y subjetivos,

pero los estándares morales de las Escrituras reflejan el carácter absoluto

e inmutable de Dios. Éxodo 20:1-17 nos brinda el más claro resumen de

los valores de Dios para su pueblo:

Dios habló, y dio a conocer todos estos mandamientos:

«Yo soy el SEÑOR tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país

donde eras esclavo».

«No tengas otros dioses además de mí».

«No te hagas ningún ídolo, ni nada que guarde semejanza

con lo que hay arriba en el cielo, ni con lo que hay abajo en la

tierra, ni con lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te

inclines delante de ellos ni los adores. Yo, el SEÑOR tu Dios, soy

un Dios celoso. Cuando los padres son malvados y me odian,

yo castigo a sus hijos hasta la tercera y cuarta generación. Por el

contrario, cuando me aman y cumplen mis mandamientos, les

muestro mi amor por mil generaciones».

«No pronuncies el nombre del SEÑOR tu Dios a la ligera.

Yo, el SEÑOR, no tendré por inocente a quien se atreva a pro­

nunciar mi nombre a la ligera».

«Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días,

y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo

será un día de reposo para honrar al SEÑOR tu Dios. No hagas

en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu

esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extran­

jeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días

hizo el SEÑOR los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en

ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el SEÑOR bendijo

y consagró el día de reposo».

«Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una

larga vida en la tierra que te da el SEÑOR tu Dios».

«No mates».

«No cometas adulterio».

«No robes».

«No des falso testimonio en contra de tu prójimo».

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EL LÍDER PERFECTO

«No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su espo­

sa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada

que le pertenezca».

La ley moral de Dios para su pueblo es una expresión de su propia

perfección inmutable. En los Diez Mandamientos, Dios en realidad lla­

ma al pueblo de su pacto a ser como él. «Yo soy el SEÑOR, que los sacó

de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos, porque yo soy

santo» (Levítico 11:45).

Los Diez Mandamientos comienzan con una demostrada relación

con Dios y terminan refiriéndose a las relaciones entre las personas. En

las Escrituras la justicia siempre se cumple dentro del contexto de las

relaciones. De manera consistente se relaciona con la conducta de amor

hacia Dios y el prójimo: «El amor no perjudica al prójimo» (Romanos

13:10). «En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: "Ama

a tu prójimo como a ti mismo"» (Gálatas 5:14).

DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA

Saber lo que hay que hacer es una cosa. Hacerlo de manera consistente

es otra. Jesús nos llamó a ser perfectos así como nuestro Padre celes­

tial es perfecto (Mateo 5:48), pero esto no puede lograrse separados del

poder del Espíritu Santo que nos habita. Larry Hall afirma: «De hecho,

lograr la virtud trascendental en tanto se niegue la trascendencia es tan

absurdo e imposible como ahorcarse uno mismo tirando del cuello de la

camisa que se lleva puesta».6 Solamente cuando vivimos por el Espíritu

tenemos poder para encarnar los valores bíblicos y hacerlos realidad en

nuestra propia vida. Los valores son algo interesante para discutir en el

plano abstracto, pero muchas veces se presentan como obstáculos cuan­

do tenemos que tomar decisiones valiosas. Mantener los valores puede

significar para un líder un precio muy alto que pagar. Entonces, ¿cómo

decidimos qué es lo que más importa cuando sopesamos el costo y nues­

tras convicciones en uno y otro plato de la balanza?

El primer paso en el liderazgo efectivo implica la definición de los

valores centrales. Solo cuando se ha logrado esto tendrá timón el barco

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V A L O R E S

que hemos de dirigir. La visión, la misión, la estrategia y el resultado son difíciles (si no imposibles) de definir si no están claros los valores. Jesús conocía esa verdad. En los inicios del proceso de formación de su equipo de discípulos los obligó a confrontar este tema fundamental.

Los preparó como lo registra Mateo 6:1-34. Jesús concentró su lec­ción en los versículos 19-21:

No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

Jesús urgía a sus discípulos a concentrar sus valores en cosas que tuvieran beneficios eternos. Pero, ¿cómo hacerlo mientras hay que ganar­se la vida, o dirigir una empresa con responsabilidad, dando empleo, ofreciendo productos, servicios y ganancias aquí en la tierra? ¿Cómo acu­mular tesoros en el cielo al tiempo de hacer todo esto? Este pasaje pre­senta la esencia de la cuestión de los valores. Jesús comienza esta porción del Sermón del Monte diciendo: «Cuídense de no hacer sus obras de jus­ticia delante de la gente para llamar la atención. Si actúan así, su Padre que está en el cielo no les dará ninguna recompensa» (Mateo 6:1). Esa es la idea, ¿para quién trabajamos en realidad? ¿De quién valoramos más esa palmadita de aprobación en la espalda? ¿Quién define lo que de veras importa en nuestras vidas?

En esencia, Jesús les estaba diciendo a sus discípulos (y a nosotros) que el valor central, el valor primordial y eterno, se resume en una úni­ca pregunta: «¿Agrada a Dios esto que estoy haciendo?»Todos los demás valores estarán supeditados a este valor primordial. Cuando este valor es el que rige, los demás se alinearán con él. Mateo 6 se cuenta entre los capítulos de la Biblia que más obran para definir y dar forma a nuestra filosofía de vida y liderazgo. La meditación y el tiempo dedicado al estu­dio de las palabras de Jesús en este capítulo tendrán un valor incalculable para nuestro rol de líderes.

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EL LÍDER PERFECTO

PABLO, LUCHA ENTRE DOS ALTERNATIVAS

Muchas veces sentimos la tentación de racionalizar nuestras vidas de

modo que sin importar qué hagamos, podamos convencernos de

que todo está bien. Es como la historia de cuando se convocó al FBI a un

pequeño pueblo para que investigaran el accionar de lo que parecía ser

un francotirador. Se asombraron al encontrar que en diversos lugares del

pueblo había discos de tiro al blanco, con balas que habían impactado en

el centro. Cuando por fin encontraron al que había estado practicando

su puntería le preguntaron cómo había logrado tal precisión. La respues­

ta fue sencilla: primero disparaba su bala y luego dibujaba alrededor los

círculos concéntricos para que quedara en el centro.7 Aunque fue bueno

que este «francotirador» no hubiese causado daño real al disparar al azar

no se honra a Dios con una perspectiva de vida tan al descuido. Dios nos

ha llamado a vivir nuestras vidas con precisión y claridad de enfoque.

El apóstol Pablo se enfrentaba con dos deseos. Al buscar los valores

centrales de lo que anhelaba, encontró una resolución:

Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Ahora

bien, si seguir viviendo en este mundo representa para mí un

trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No lo sé! Me siento presiona­

do por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es

muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que

yo permanezca en este mundo. (Filipenses 1:21-24)

Es interesante ver que Pablo tiene una visión y filosofía correcta de la

muerte, que da lugar a una filosofía correcta sobre la vida. Como Jesús,

él sabía hacia dónde iba (ver Juan 13:1). Al conocer su destino ulterior

era libre de comprender para quién y para qué vivía. Y es que nuestras

vidas son valiosas solo a la luz de nuestro destino ulterior. Estos años bre­

ves, efímeros, pueden ser aprovechados en pos de la eternidad. Así que

Pablo, escribiendo desde la prisión, entendía que no podía perder en la

situación en que estaba. Tanto si era ejecutado como si lo absolvían, sal­

dría ganando.

Fue con esto en mente que escribió: «Convencido de esto, sé que

permaneceré y continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso

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VALORES

avance en la fe. Así, cuando yo vuelva, su satisfacción en Cristo Jesús abundará por causa mía» (Filipenses 1:25-26). Al poder vincular sus deseos con sus valores, consiguió tremenda fuerza de resolución.

La mayoría de los líderes hoy también se enfrentan con la tensión creada por sistemas de valores y estructuras que compiten entre sí. Ante la dificultad de las decisiones diarias, puede ser frustrante la tarea de dis­cernir entre los valores primarios y los secundarios. Hackman y Johnson, en su libro Leadership [Liderazgo], nos dan algunos detalles más que pueden ayudarnos en este dilema.

Ante todo hablan sobre lo que son los valores:

Los valores están en el centro de la identidad de una perso­na, grupo u organización. Los valores son conceptos o criterios relativamente perdurables sobre lo que consideramos impor­tante. [Muchos estudios de investigación sugieren] que una cantidad de efectos positivos se derivan del acuerdo entre los valores personales y los valores más preciados de la organización para la que trabajamos. El acuerdo entre los valores personales y los pertenecientes a la organización dan como resultado mayor identificación personal con la organización, niveles superiores de satisfacción en el empleo, mayor efectividad del equipo y tasas más bajas de rotación de empleados.8

Luego los autores identifican dos tipos de valores: los «terminales», aquellos que tratan con las metas de toda nuestra vida; y los «instrumen­tales», aquellos que gobiernan las conductas que parten de los valores ter­minales. Entre su lista de dieciocho valores terminales figuran la libertad, el respeto por uno mismo, el amor maduro, la seguridad de la familia, la verdadera amistad, la sabiduría, la igualdad y la salvación. Algunos de los dieciocho valores instrumentales que enumeran incluyen amar a los demás, ser independiente, capaz, de mente abierta, sincero, responsable, ambicioso, dispuesto a perdonar, con dominio propio y coraje.

Pablo inicia el pasaje de Filipenses 1 que mencionamos antes con una breve declaración de visión: «Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia» (v. 21). Todos podríamos beneficiarnos al escribir

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EL LÍDER PERFECTO

una breve declaración de visión para nuestras vidas. Esto puede hacerse

sin dificultad. Sencillamente, añada sus valores personales a las listas que

figuran aquí y luego ordene los valores en orden de importancia, según

sus prioridades. Los autores luego sugieren que «examinemos con cui­

dado la lista de nuestros valores terminales e instrumentales más impor­

tantes, buscando semejanzas, patrones y temas».9 Para concluir, declare

su breve declaración de visión a partir de lo que sus valores le presenten

con claridad.

Pablo luchó con sus deseos hasta que logró clarificar qué era lo que

valoraba. Hackman y Johnson respaldan el proceso de toma de decisión

de Pablo al decirnos que las personas trabajamos mejor cuando enten­

demos los valores acabadamente. Los líderes que quieren ser efectivos

descubrirán que es esencial poder aclarar y comunicar los valores. Al

organizar los valores terminales e instrumentales por orden de importan­

cia y formar una breve declaración de visión se puede evitar la perspecti­

va de vida basada en el azar, similar a la técnica de puntería que utilizaba

el francotirador del ejemplo.

VIVAMOS EN LA TIERRA DE NUESTRO PERIPLO

Somos mortales. Todos lo somos. Nadie sabe cuántos días vivirá en

esta tierra. De hecho, este es uno de los temas más comunes en las

Escrituras: el peregrino, el forastero, el que está de viaje. El fallecido can­

tante y compositor Rich Mullins entendía estas imágenes. Las letras de

sus canciones mencionan con frecuencia «el anhelo por el hogar», que

tantas veces le movía a las lágrimas. En la canción «Tierra de mi peri­

plo», escribió:

Nadie te dice cuando naces aquí

cuánto llegarás a amar este lugar,

y cómo nunca pertenecerás aquí.

Te llamo entonces mi país,

y sentiré soledad, anhelando mi hogar.

Desearía poder llevarte allí conmigo.10

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VALORES

La tierra es un lugar al que no pertenecemos. Es meramente un lugar por el que viajamos, de camino a nuestro destino final. Nuestra ciudada­nía es la del cielo. Por eso, nuestras aspiraciones más altas deberán tras­cender a cualquier cosa que pueda brindarnos este mundo. Claro que hay momentos agradables, pero también los hay dolorosos. Debemos cambiar nuestra forma de pensar para que, como el apóstol Pablo, poda­mos afirmar que nuestros placeres temporales y nuestro sufrimiento pre­sente «en nada se comparan ... con la gloria que habrá de revelarse en nosotros» (Romanos 8:18). Estas cosas solamente nos preparan para lo que ha de venir.

Mientras crecemos y maduramos en las cosas de Dios podemos llegar al lugar en que nuestro anhelo por nuestro verdadero hogar gobierne la forma en que vivimos aquí, en nuestro hogar temporal. Es posible sopor­tar grandes pruebas y sufrimientos, cuando sabemos que son solo tem­porarios y que nos están llevando a algo mucho más grande. También, es de este modo que llegamos a ver lo precioso que es nuestro tiempo aquí, ¡y lo tonto que es desperdiciarlo matándonos trabajando o pasán­donos el día cambiando canales de televisión! ¡Qué terrible sería llegar al final de la vida y darnos cuenta de que estuvimos demasiado ocupados o preocupados como para vivir de verdad! Mientras estamos aquí tenemos oportunidad de cultivar relaciones y catalogar experiencias y compar­tir el evangelio y servir a las personas necesitadas. Nuestro aburrimiento seguro revela más de nosotros que del Dios que pone tantas y tan mara­villosas oportunidades en nuestro camino.

El tema central de los valores se resume en lo que Jesús llamó el pri­mer y más grande mandamiento: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mateo 22:37). Este es el valor de valores. Es el prisma a través del cual han de brillar todos los demás valores, el filtro para todas las decisiones de la vida, de donde pro­vienen las soluciones a los problemas. Hasta tanto aprendamos a amar a Dios como debemos, todo lo que hayamos aprendido será solo un ejer­cicio académico.

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CAPÍTULO 4

Propósito y pasión

¡NO PUEDE DEJAR DE VERLO!

Doble a la derecha después de las vías del ferrocarril. No puede dejar de verlo».

Los habitantes de cada localidad suelen dar instrucciones un tan­to extrañas a los conductores perdidos. Es porque suponen muchas cosas de antemano. «Pase por la granja de Johnson donde antes había un alma­cén». Olvidan que hay un cruce en la ruta, o que hay un cartel con seña­les de tránsito. «No podrá dejar de verlo», insisten. El problema es que aunque ellos no puedan dejar de verlo, nosotros muchas veces pasamos por alto los hitos que les son tan familiares. Y después de desviarnos unos treinta o cuarenta kilómetros, tenemos que volver atrás, llegar de nuevo a la intersección, y preguntarle a alguien más.

A veces vamos por la vida pensando que no podremos pasar por alto las cosas. Será muy obvio el lugar donde tengamos que girar. No habrá duda de hacia dónde ir en el próximo cruce. Pero, ¿cuántas veces descu­brimos, con desazón, que nos perdimos y que debiéramos haber girado hace ya unos treinta kilómetros?

Hay una vieja historia sobre un piloto comercial que se dirigió por altavoz a los pasajeros, diciendo: «Señores y señoras, tengo noticias bue­nas y noticias malas. La noticia buena es que tenemos viento de cola y llegaremos antes de lo previsto. La noticia mala es que se ha descompues­to nuestro sistema de navegación, por lo cual no tenemos idea de dón­de estamos ahora». Quizá esta sea una analogía adecuada para muchos.

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EL LÍDER PERFECTO

Porque vamos rápido, a buena velocidad, por un camino que no nos lleva a ninguna parte. Vamos por el carril rápido pero no sabemos bien a dónde nos llevará. Cuando por fin llegamos al lugar al que durante tantos años veníamos dirigiéndonos, vemos que no es en realidad don­de queríamos estar. Entonces saltamos de allí, y nos ubicamos en otra de esas cintas caminadoras, que también con el tiempo nos llevará a la des­ilusión. ¿Hasta dónde tendremos que avanzar antes de dar la vuelta, vol­ver a la intersección y pedir instrucciones otra vez?

Un conocido poema de Thomas S. Jones Jr. lo dice así:

Cruzando los campos del ayer, a veces él viene a mí, un niño que vuelve de jugar. El niño que solía ser.

Que sonríe con tristeza, al entrar de cuclillas en mi interior. Me pregunto si espera poder ver,

al hombre que podría haber llegado ser.1

Es interesante volver a los días de la juventud idealista, recordando aquellas cosas que esperábamos con ansias, como el tipo de persona que queríamos llegar a ser. Aunque también estos recuerdos pueden causar depresión. Porque nos preguntamos adónde se han ido los años, y qué pasó con todos nuestros sueños y metas. ¿Habremos tomado el camino equivocado al llegar a alguna de las intersecciones? ¿Es demasiado tarde como para rectificar un error de criterio?

Como seguidores de Jesús, decimos que la respuesta es: «¡No! Nunca es demasiado tarde». Siempre tenemos la oportunidad de dar la vuelta y tomar el camino correcto. Nuestra fuente de dirección es mucho más grande que la de las personas que dicen: «No puede dejar de verlo». Hay una fuente que sí puede decirnos de qué trata la vida en realidad. Está en las páginas de las Escrituras, en particular en la literatura sapiencial, don­de encontramos instrucciones, no para que «vivamos y aprendamos», sino para que «aprendamos y vivamos».

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PROPÓSITO Y PASIÓN

La promesa de la vida vivida con plena capacidad se presenta a todo quien «atiende al consejo y acepta la corrección» (Proverbios 19:20). En su «Manual del Propietario», Dios ha revelado verdades acerca de la vida. La Biblia es un manual, un plano de vida, el cimiento para una vida bien construida, el mapa para transitar el laberinto de confusiones que a veces parecemos encontrar día a día ante nuestros ojos. Hay propósito y significado, claridad y plenitud en esta vida. Pero solamente podremos encontrar esto si navegamos según la sabiduría que contiene la palabra de Dios.

EL GRAN PROPÓSITO DE UN GRAN DIOS

Revelan las Escrituras la intención de Dios cuando creó a los seres humanos a su imagen y semejanza? Si es así, ¿cómo podemos des­

cubrir la profunda pasión de Dios y ser partícipes de ella? Antes de pro­fundizar, reconozcamos que aunque Dios expresara de manera explícita por qué hace lo que hace, no podríamos entenderlo de todos modos.

En El libro de las coincidencias su autor John Martineau, especialis­ta en geometría, revela los exquisitos patrones de las órbitas de los plane­tas y la relación matemática que los rige. A través del movimiento de la luna, Venus, Marte y Mercurio, se evidencia que la Tierra es especial en mucho más que su distancia correcta del sol.2 Al observar los cielos nos damos cuenta de que ni siquiera tenemos idea de lo complejo que ha de ser el diseñador de todo esto. No hay nada en el universo que esté libra­do al azar.

Entonces, no ha de extrañarnos que este magnífico diseñador nos diga: «Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos ... Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!» (Isaías 55:8-9). Otro de los pasajes de las Escrituras que debemos tener presente siempre es 1 Corintios 13:12: «Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido».

Estos pasajes destacan la inmensa brecha de conocimiento que hay entre las intenciones de Dios y lo que nosotros conocemos acerca de

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EL LÍDER PERFECTO

ellas. La diferencia básica entre Dios y los seres humanos es mucho más

grande que aquella que hay entre los ángeles y los insectos.

No tenemos, sencillamente, capacidad para comprender los propó­

sitos de Dios al crear y sostener el cosmos. Las Escrituras, sin embargo,

nos revelan fragmentos de los propósitos de Dios que tienen relación

con nuestras vidas en este mundo . Uno de esos fragmentos se halla en las

palabras del apóstol Pablo en Efesios 3:2-11. Aquí obtenemos una pers­

pectiva del propósito y la pasión del Dios de la creación:

Sin duda se han enterado del plan de la gracia de Dios que

él me encomendó para ustedes, es decir, el misterio que me

dio a conocer por revelación, como ya les escribí brevemente.

Al leer esto, podrán darse cuenta de que comprendo el miste­

rio de Cristo. Ese misterio, que en otras generaciones no se les

dio a conocer a los seres humanos, ahora se les ha revelado por

el Espíritu a los santos apóstoles y profetas de Dios; es decir,

que los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma

herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igual­

mente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio. De

este evangelio llegué a ser servidor como regalo que Dios, por

su gracia, me dio conforme a su poder eficaz. Aunque soy el

más insignificante de todos los santos, recibí esta gracia de pre­

dicar a las naciones las incalculables riquezas de Cristo, y de

hacer entender a todos la realización del plan de Dios, el miste­

rio que desde los tiempos eternos se mantuvo oculto en Dios,

Creador de todas las cosas. El fin de todo esto es que la sabidu­

ría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por

medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones

celestiales, conforme a su eterno propósito realizado en Cristo

Jesús nuestro Señor.

Los eternos propósitos de Dios reflejan su perfecta y eterna sabidu­

ría, y él ha diseñado el m u n d o de modo que estemos más felices cuando

él es glorificado en nuestras vidas. Por razones que nos son incompren­

sibles, Dios tiene pasión por la intimidad con su pueblo y participamos

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PROPÓSITO Y PASIÓN

en sus eternos propósitos cuando le buscamos con todo el corazón. A veces leemos apenas una afirmación como esta que acabo de mencio­nar, y no llegamos a sentir el impacto, la fuerza: Dios tiene pasión por la intimidad con su pueblo. Michael Card, cantante y compositor, lo dijo en términos fundamentales al cantar: «¿Puede ser que prefirieras morir en lugar de vivir sin nosotros?3 Hasta ese punto llegará Dios en su bús­queda de la comunión con nosotros. Su deseo va más allá de las palabras: es tan potente que le movió a entrar en la historia humana. El apóstol Juan escribió: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fue­ra ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4:10). Dios creyó que por la comunión íntima con nosotros valía la pena la muerte de su propio Hijo. ¿Quién podría siquiera comenzar a com­prender tal amor?

Tu belleza es indescriptible, eres demasiado maravilloso como para expresarlo con palabras, demasiado como para comprenderlo,

no hay nada que veamos o podamos oír que se compare contigo.

¿Quién podrá entender tu infinita sabiduría? ¿Quién podrá medir la profundidad de tu amor? Tu belleza es indescriptible, Majestad, entronado en amor estás.4

Este es el Dios que quiere conocernos. Este es el Dios que entregó a su Hijo como pago de nuestro rescate. El Dios que creó miles de millo­nes y billones de estrellas, el Dios que diseñó los cielos con la facilidad con que un diseñador de interiores cuelga cortinas, un Dios que desea intimidad con nosotros al punto de estar dispuesto a entrar en nuestro mundo con todas sus limitaciones, permitiéndonos que le crucificára­mos. Si esto es así, la existencia puede tener verdadero sentido solamente cuando encontramos a ese Dios glorificado en nuestra vida.

Las preguntas de rigor serán entonces: «Si un Dios pudo crear y sos­

tener un universo tan asombroso y complejo como el nuestro, y si ese

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EL LÍDER PERFECTO

mismo Dios diseñó un plan para redimir a la humanidad perdida, si ese Dios llegó al punto de rescatar a las personas que ni siquiera se daban cuenta del peligro que corrían, ¿se puede confiar en ese Dios? ¿Puede ser que su propósito para nuestras vidas sea mejor que el que podamos con­cebir nosotros?» La respuesta es: «¡Por supuesto!» Pero antes de felicitar­nos por haber contestado bien, aparece otra pregunta: «¿Qué, entonces? ¿Qué implica esta creencia? ¿Y cómo ha de reflejarla nuestra vida?»

La práctica revela cuáles son nuestras prioridades y creencias. Podemos afirmar en lo cognitivo que Dios tiene un propósito mejor que cualquiera de los que podamos tener nosotros, pero, ¿se ve esto en nuestras acciones? En oposición a lo que se cree por lo general, al entre­garnos a los propósitos de Dios y darnos por entero y sin reservas a él, no estamos sacrificando nada más que la ilusión de la auto suficiencia. Y estamos abrazando algo por demás maravilloso.

Tres dimensiones del propósito de Dios para nosotros Aunque las Escrituras nos brindan breves vistazos de los propósitos supre­

mos de Dios para la creación del cosmos, la palabra sí revela el propósi­to universal de Dios para los creyentes. En pocas palabras este propósito es el de conocer a Cristo y darle a conocer. Dios no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen al arrepentimiento y entren en una rela­ción con él a través del nuevo nacimiento en Cristo (2 Pedro 3:9). Una vez que nacemos de nuevo como hijos de Dios, el quiere que crezca­mos en Cristo y que seamos «transformados según la imagen de su Hijo» (Romanos 8.29). Por eso el propósito de Dios para cada uno de noso­tros es la edificación (crecimiento espiritual) y la evangelización (repro­ducción espiritual).

Dios también tiene un propósito único para cada uno de nosotros, que tiene relación con el temperamento, las capacidades, las experien­cias, los dones espirituales, la educación y las esferas de influencia de cada persona en particular. ¿Por qué nos levantamos por la mañana? ¿Cuál es nuestro propósito en la vida? Pocas personas pueden afirmar una declara­ción clara de propósito para sus vidas. Es irónico que muchos dediquen más tiempo y esfuerzo a planificar unas vacaciones de quince días que al plan del destino final de su viaje, su vida en esta tierra. En la segunda

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PROPÓSITO Y PASIÓN

carta de Pablo a la iglesia de Corinto encontramos más de una perspec­

tiva eterna sobre este viaje temporal:

Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fue­

ra nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando

día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que aho­

ra padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo

más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible

sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que

lo que no se ve es eterno. (2 Corintios 4:16-18)

Este pasaje nos brinda el contexto de los propósitos únicos de Dios

para nuestras vidas y nos recuerda que hemos de desarrollar una perspec­

tiva eterna para poder sentir pasión al entregar nuestras vidas a cambio

de las cosas que Dios nos dice que perdurarán.

LAS PROMESAS DE DIOS PRODUCEN PASIÓN

Qué es lo que tienen algunos líderes? Parece que tuvieran un entu­

siasmo extra. Sus seguidores son notablemente productivos, y en

sus áreas no parece haber demasiadas quejas en tanto la calidad de su

trabajo es alta. La gente de las demás áreas quiere ser transferida a sus

departamentos. ¿Cuál es su secreto? ¡La pasión! ¡El entusiasmo! Estos

líderes tienen un propósito claramente definido que trasciende el mero

hecho de sacar productos por la puerta de la fábrica y nada más.

Como líderes cristianos nuestro propósito en la vida debe dirigir­

se hacia Dios y su reino. ¿Significa esto que vamos a sentarnos de brazos

cruzados, esperando que Cristo regrese? No. En 2 Corintios 5:9 el após­

tol Pablo deja bien en claro que tenemos que agradar a Dios tanto en esta

vida como en la próxima. «Por eso nos empeñamos en agradarle, ya sea

que vivamos en nuestro cuerpo o que lo hayamos dejado».

Pablo sabía que un día el Señor reemplazaría su cuerpo terrenal por

un cuerpo de resurrección. Aunque Pablo no quería ser separado de su

cuerpo en ese momento, anhelaba vestirse con su cuerpo nuevo. Tal

anhelo no hizo que el apóstol intentara escapar a la vida o la considerara

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EL LÍDER PERFECTO

como algo sin sentido. Por el contrario, esto hacía que quisiera agradar a Cristo.

Como seguidores de Cristo nuestra pasión por el Salvador define y da impulso a nuestro propósito para vivir. Brennan Manning, en su libro The Lion and the Lamb [El león y el cordero], escribe sobre dos for­mas en que podemos discernir nuestra pasión y propósito. Ante todo nos aconseja recordar algo que nos haya entristecido hace poco tiempo. Pregunta:

¿Fue porque vio que no ama a Jesús lo suficiente, que no bus­ca su rostro en oración con suficiente frecuencia, que no puede decir con franqueza qué lo más grande que le ha sucedido en la vida es que él se acercara y usted pudiera oír su voz? ¿O ha esta­do triste y deprimido por la falta de respeto de otros, las críticas de parte de una autoridad, los problemas financieros, la falta de amigos o su aumento de peso?5

Luego pregunta:

¿Qué le ha alegrado recientemente? ¿Fue el reflexionar sobre su decisión de formar parte de la comunidad cristiana, y sobre el gozo de orar: «Abba, te pertenezco»? ¿Fue la tarde en que se escabulló con el evangelio como única compañía, sabiendo con certeza que Dios le ama de manera incondicional, tal como es y no como debería ser usted? ¿Fue alguna pequeña victoria sobre el egocentrismo? ¿O fue el motivo de su alegría un auto nuevo, un traje, una película y una pizza, o un viaje a París?28

Al formularnos estas preguntas nos enfrentamos cara a cara con aquello que nos motiva como personas. ¿Cuáles son las motivacio­nes principales en nuestra vida? Una vez que nos enfrentamos a estas preguntas y respuestas en términos espirituales, podemos comenzar a apropiarnos de nuestra pasión y propósito personales para aplicarlos a la acción en la organización.

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PROPÓSITO Y PASIÓN

En su libro Una iglesia con propósito, Rick Warren articula la impor­tancia de traducir nuestro propósito al lenguaje de las estrategias prácti­cas. Entre otras cosas, sugiere lo siguiente:

• Programe sus propósitos. Diseñe un programa para cumplir cada uno de sus propósitos.

• Eduque a su gente en cuanto a lo que es el propósito. Los cam­bios no se producen al azar. Ocurren cuando cultivamos pro­cedimientos y los establecemos para facilitar la educación de aquellos a quienes servimos.

• Inicie pequeños grupos con propósito. En lugar de obligar a todos a conformarse a una mentalidad «igual para todos», urja a su gente a elegir el tipo de grupo pequeño que mejor responda a sus necesidades.

• Añada personal con propósito. En lugar de contratar personas con carácter y competencia solamente, busque personas con pasión por el propósito de la iglesia. Las personas se sienten automotivadas cuando trabajan en un área por la que sienten pasión.

• Estructure el propósito. Desarrolle estructuras o equipos que trabajen juntos para cumplir sistemáticamente el propósito de la iglesia.

• Evalúe los propósitos. La efectividad consistente en un mundo siempre cambiante requiere de continua evaluación. Recuerde que «en una iglesia con propósito sus propósitos son el estándar que le permitirá evaluar la efectividad».

• En los círculos del liderazgo de hoy se habla mucho de la visión, y eso está bien. Sin embargo, gran parte de los males que hay en las compañías, iglesias y familias no está causado por la falta de visión sino por la falta de estrategia. Si no logramos desarrollar una estrategia que esté de acuerdo con el propósito primordial, jamás conseguiremos ni lograremos las cosas que Dios quiere para nosotros.7

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EL LÍDER PERFECTO

El propósito más alto de nuestras vidas ha de estar en línea con los

propósitos de Dios. De otro modo, viviremos sintiendo frustración, una

sensación de que todo es fútil. Dios ha estructurado la realidad para que

cuando él sea honrado ante todo y por sobre todo lo demás, la satisfac­

ción sea el resultado. Que él nos dé el coraje y la gracia de honrarle en

todos nuestros caminos.

EL SECRETO DE LA PRODUCTIVIDAD DE PABLO

El apóstol Pablo demostró asombrosos logros a lo largo de sus dos

décadas en el ministerio. ¿Qué lo motivaba? ¿Qué le impulsaba a lle­

var a cabo la tarea que realizaba? Encontramos el secreto en sus propias

palabras, en Filipenses 3:7-9:

Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo

considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo consi­

dero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a

Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo

por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él.

No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que

se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de

Dios, basada en la fe.

Este pasaje muestra la potencia de la pasión de Pablo por su llama­

do. Los líderes efectivos, como Pablo, son quienes han descubierto aque­

llo para lo que han sido llamados. H a n identificado su propósito, y lo

persiguen con pasión.

Antes de su dramática conversión (Hechos 9), Pablo perseguía un

propósito diferente en su vida. C o m o fariseo había alcanzado los más

altos niveles del estatus. En esta instancia podría haber hecho alarde de

su entrenamiento, legado y práctica religiosa. Había sido, en todo senti­

do, un «hebreo de pura cepa» (Filipenses 3:5), y sus credenciales habrían

impresionado al judío más devoto. Era un hombre apasionado, pero su

pasión estaba centrada en las cosas equivocadas. Después de su encuen­

tro con el Señor resucitado, Pablo consideró que era basura todo lo que

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PROPÓSITO Y PASIÓN

había logrado a través de sus esfuerzos religiosos al compararlo con el valor de conocer a Cristo. Pablo estaba más que feliz de echar por tierra todo lo conseguido, con tal de conocer a Cristo.

Los más grandes logros de este mundo están muy bien. No hay nada intrínsecamente malo en ellos. Pero en el esquema eterno Pablo dice que son basura. Como observó en Filipenses 3:8, en comparación con el valor de conocer a Cristo, nada valen. En realidad la palabra griega es skubala, que es difícil de traducir e incomoda a mucha gente de la iglesia. La Nueva Versión Internacional la traduce como «estiércol», pero esto ni siquiera llega a acercarse a la dureza de la calificación que da Pablo. ¡Pablo utilizaba la jerga del momento! Skubala... así describía el valor eterno de nuestros logros terrenales. En última instancia nuestro propó­sito y valía sobrepasan en mucho a las cosas temporales que consigamos en esta vida.

Pablo predicó que en Cristo él y todos los creyentes poseemos toda la justicia de Dios. A causa de nuestra fe en Jesús y nuestra identifica­ción con él podemos tener paz con aquel que nos creó, aquel para quien fuimos creados. Por el infinito valor del conocimiento de Cristo, Pablo dedicó su vida a conocer al Salvador. Ese era su propósito. Esa era su pasión. Y el propósito y la pasión daban forma a todo lo que hacía, influ­yendo en todos aquellos a quienes guiaba hacia el Señor.

Esto no significa que nuestro propósito elimine todo otro interés. Hay que pagar los gastos de todos modos porque el techo y la comida no caerán por milagro sobre nuestras cabezas. Es legítimo también que deseemos el éxito en los negocios, y que tengamos aspiraciones profesio­nales. Sin embargo, Benjamin Hunnicutt, una autoridad en materia de historia del trabajo de la Universidad de Iowa, observa que el trabajo se ha convertido en nuestra nueva religión, donde adoramos y damos de nuestro tiempo y energía. A medida que se encoge nuestro compromi­so hacia la familia, la comunidad y la fe, comenzamos a mirar nuestras carreras como un medio que nos brinda significado, identidad y estima.8

Tenemos que mantener la atención sobre el riesgo de evitar que nuestro llamado (algo que hacemos para Dios) se convierta en una carrera (algo que amenaza con convertirse en un dios).

En comparación con conocer a Cristo nuestras actividades de ocho a cinco, de lunes a viernes, no importan mucho. Al final lo que sí importará

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EL LÍDER PERFECTO

es si le conocemos o no, a pesar de las muchas cosas buenas que haya en nuestro historial de trabajo. Cuando estemos ante Dios y le oigamos pre­guntar: «¿Por qué habría de dejarte entrar al cielo?», ¿qué diremos? «¿Fui vicepresidente de mi compañía?» «¿Me fue bien en el mercado de valo­res?» ¿«Fui miembro directivo de mi club de campo?» «¿Fui activo en mi iglesia?» Ninguna de estas respuestas es satisfactoria. Solo una bastará: «Jesús perdonó mis pecados y me dio su justicia». Al efectuar esta sen­cilla declaración nuestro propósito más alto puede empezar a verse con mayor claridad.

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CAPÍTULO 5

Humildad

Es DIFÍCIL SER HUMILDE

Se atribuye a Woody Allen el siguiente dicho: «Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes». Podríamos añadir: «Si quieres oírlo reír

todavía más fuerte, dile cuánto sabes». Solo porque estas afirmaciones sean ciertas, sin embargo, no significa que sean fáciles de aceptar. Es difí­cil admitir que no sabemos tanto como creemos saber. Y por cierto no tenemos tanto control como nos gustaría creer que tenemos. Hacemos nuestros planes, pero es Dios quien controla el resultado (Proverbios 16:9). Hacemos nuestros planes pero entendemos que «si el Señor quie­re, viviremos y haremos esto o aquello» (Santiago 4:15).

John Ruskin dijo: «Creo que la primera prueba de un hombre real­mente grande es su humildad. No me refiero por humildad a que dude de su poder. Es que los hombres grandes de verdad tienen la extraña sen­sación de que la grandeza no es de ellos, sino que son canales de la gran­deza. Y ven algo divino en todo otro ser humano, y son increíblemente, interminablemente, hasta ridiculamente misericordiosos».1

La idea moderna de la persona «que se hace a sí misma» equiva­le a la del hombre que se eleva tirando de los cordones de sus zapatos, escalando a la cima del éxito con el sudor de su frente. Esta idea está muy arraigada en la conciencia de la sociedad, al punto de que cual­quier otra posibilidad parece extraña. Es motivo de humillación recono­cer que Dios es más responsable que nosotros por nuestros logros en la vida, que somos personas a quienes se nos dieron capacidades, tiempo y

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EL LÍDER PERFECTO

oportunidades. Estas cosas no son nuestras. Son dones de Dios y en últi­ma instancia rendiremos cuentas por lo que hacemos con lo que se nos dio (ver Mateo 25:14-30). Todo en nosotros se opone a esta idea, porque el aceptarla como hecho significa humillarse.

La humildad es una virtud elusiva. Tan pronto creemos tenerla ya no la tenemos. Eso es parte del problema: cuando por fin logramos la humildad, nos sentimos orgullosos de nosotros mismos. Nuestra humil­dad clama pidiendo reconocimiento. La humildad es terriblemente frá-

gil. La humildad nos elude en parte porque es difícil que coexista con una

mirada puesta en nosotros mismos. La verdadera humildad llega cuan­do nos consume la mirada puesta en el Otro. Según el libro de Thomas Alexander, Fyfe Who's Who in Dickens [Quién es quién en Dickens], Uriah Heep, uno de los personajes de Dickens en David Copperfield, era «un maquinador hipócrita que fingía humildad: un estafador que al final quedó expuesto». Le gustaba citar a su padre: «"Uriah, sé humilde para avanzar en la vida", me dice mi padre». Sin embargo, en un momento del libro él le dice al Sr. Copperfield: «¡Ah! Pero sabe usted que somos muy humildes ...Y sabiendo que somos humildes, tenemos que cuidar que no nos empujen contra la pared los que no lo son».2

Decir que somos humildes, o creer que somos modestos, es en rea­lidad una forma pervertida de orgullo. La clave a la humildad es quitar la mirada de nosotros mismos y ponerla en aquel por quien y para quien y a través de quien existen todas las cosas (1 Corintios 8:6; Colosenses 1:16-20).

La iglesia en Filipos pasaba por momentos de tensión, y en su carta dirigida a ellos Pablo afirmaba que una de las claves para la unidad en la iglesia está en concentrarse todos en la misma cosa.

Por tanto, si sienten algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su amor, algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo un mis­mo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humil­dad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.

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HUMILDAD

Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses sino tam­

bién por los intereses de los demás. (Filipenses 2:1-4)

Para evitar la falta de armonía en el cuerpo de Cristo, todos tene­

mos que tener «un mismo amor»: Jesucristo. Cuanto más amemos a

Jesús tanto más podremos amarnos los unos a los otros. Entonces, y

solo entonces, podrá existir un sentido de propósito compartido, unido.

Entonces podremos dejar de manipular a los demás, o de actuar en pos

de nuestros propios intereses. Solo así podremos verdaderamente servir

sin egoísmos.

LA HUMILDAD DE DIOS

Examinemos primero el ejemplo bíblico supremo de la humildad: el

Dios hecho carne que se dio a conocer en nuestro mundo. En Fili­

penses 2 se nos da a conocer la naturaleza de Cristo como siervo que se

humilla a sí mismo. Encontramos aquí un principio importante de las

Escrituras: antes del honor y la honra viene la humildad. La cruz, antes

de la corona. La persona que busca honra al final será humillada, pero

aquel que se humilla luego recibirá honores (Mateo 23:12).

Estas cosas no son fáciles de hacer. Porque no surge de nosotros con

naturalidad el pensar primero en las necesidades de los demás antes que

en las nuestras. La única forma en que somos capaces de hacerlo es si

seguimos el modelo de Cristo. Jesús era capaz de servir a los demás sin

pensar en recibir servicio a cambio porque estaba completamente seguro

de su identidad. Lo vemos con claridad en Juan 13 donde Jesús ejerce la

parábola visual de lavarles los pies a los discípulos.

Las Escrituras nos dicen que Jesús tenía entendimiento de tres cosas

antes de asumir el rol de humilde sirviente y lavar los pies de sus discí­

pulos: entendía de dónde venía, entendía que todas las cosas le habían

sido dadas y entendía dónde le llevaría su destino final (Juan 13:3). Es

decir que comprendía cuál era su verdadera identidad, su verdadera dig­

nidad y su verdadero significado. Sabía quién era, por qué había venido

y hacia dónde iba.

Es por eso que Pablo les escribió a los creyentes de Filipos diciendo:

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EL LÍDER PERFECTO

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó volunta­riamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose seme­jante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! (Filipenses 2:5-8)

Hasta este punto, el texto no brinda demasiada inspiración. Pero esta es solo la primera parte. Después de la humildad, llega la exaltación:

Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9-11)

A partir de este bellísimo pasaje aprendemos tres cosas de nuestro Señor que son modelo para nosotros de la esencia de la verdadera humil­dad. Primero, que Jesús no se aferraba egoístamente a la expresión exte­rior de su divinidad. En cambio, adoptó la forma del siervo. Segundo, que Jesús demostraba su humildad a través de la obediencia al Padre. En lugar de tratar de imponer su voluntad por sobre la de Dios, se sometía a la voluntad de Dios para él. Y tercero, que Jesús esperaba por su Padre, para que él le exaltara. No buscaba el poder sino que con paciencia espe­raba que Dios le otorgara la honra a su tiempo. Y ahora, sentado a la diestra de Dios, Jesús intercede por nosotros (Hechos 5:29-32). Como perfecto modelo de liderazgo cristiano, Jesús es el ejemplo perfecto de la humildad. La honra proviene de Dios y llega —aunque parezca opuesto a lo que podamos intuir— como resultado de estar dispuesto a humillar­se. Jesús eligió humillarse, descendiendo desde las alturas del cielo para nacer del vientre de una adolescente en un pesebre de un hogar campe­sino, para recorrer los caminos polvorientos hasta la cruz y el sepulcro. Jesús no entregó poca cosa. Lo entregó todo, con plena confianza de que su Padre se ocuparía del resultado. La persona más poderosa que haya

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HUMILDAD

caminado sobre este planeta nos llama y dice: «Yo les serví y ahora les

pido que sirvan a otros. El sirviente no es más que su amo. Yo hice esto

por ustedes, ustedes deben hacerlo por los demás. Yo me ocuparé de su

dignidad. No tienen por qué tomarse tan en serio, porque yo les tomo

en serio».

Cualquiera puede reclamar ser un sirviente, pero Jesucristo, el

Hijo del Dios vivo, fue tratado como siervo y jamás se quejó por ello.

Jesucristo, el hombre más poderoso que haya pisado la tierra, también

fue el hombre más humilde en toda la historia de la humanidad. Jamás

buscó la honra. Siempre buscó agradar a su Padre, amando y sirviendo a

los demás. Somos llamados a imitar esa humildad.

HUMILDAD Y HONRA

Richard Foster escribe en su libro Celebration of discipline: «Más que

ningún otro camino, la gracia de la humildad obra en nuestras vidas

a través de la disciplina del servicio».3 Foster recuerda cómo su amigo,

el fallecido Jamie Buckingham, llevaba este sentimiento aun más allá al

insistir que uno sabe de veras que es un sirviente cuando tiene una reac­

ción positiva hacia las personas que lo tratan como si lo fuera.

Es decir, la verdadera prueba de la humildad viene cuando nos tra­

tan como sirvientes. Una cosa es decidir que serviremos a los demás, pero

otra cosa es elegir ser sirvientes únicamente. El sirviente muchas veces

ni siquiera es reconocido, es como si fuera invisible, nadie lo toma en

cuenta. El sirviente renuncia al derecho de estar a cargo de a quién ser­

vir, cuándo servir y durante cuánto tiempo. Nuestro ser entero grita en

contra de este tipo de servicio, en especial si servimos en secreto. Nuestra

sociedad nos ha entrenado bien en el arte de la auto afirmación y le teme­

mos a cualquier cosa que se parezca a la pasividad o la servidumbre. La

idea de que se aprovechen de nosotros es aborrecible, y lo que más teme­

mos es parecernos en algo al personaje de la vieja tira cómica, Casper

Milquetoast, un felpudo viviente sin fuerza ni seguridad.

Por el contrario, la humildad en términos bíblicos proviene de la

fuerza disciplinada, del poder centrado en el servicio del otro. De hecho,

es la fuerza y el entendimiento de nuestra gran dignidad e identidad

en Cristo. Solo a través de nuestra voluntad de servir podemos evitar

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EL LÍDER PERFECTO

manipular a la gente para satisfacer nuestras propias necesidades. Porque a través de nuestra nueva identidad en Cristo podemos servir sin nece­sidad de que se nos reconozca o recompense aquí en la tierra. Podemos hacerlo porque entendemos que servimos a aquel que todo lo ve y que ha prometido recompensarnos en la eternidad (Efesios 6:8).

Cuando confiamos en Dios lo suficiente como para tomar en serio su palabra, esto es evidencia de que sabemos que los planes de Dios para nosotros son «planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles [a nosotros] un futuro y una esperanza» (Jeremías 29:11).

Dios anhela bendecir y recompensar a su pueblo, pero es esencial que como pueblo suyo estemos dispuestos a volvernos a él y a arrepen­tirnos de nuestra infidelidad y desobediencia, como nos dice él en su palabra: «Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» (Jeremías 29:13). Servimos a un Dios que «recompensa a quie­nes lo buscan» (Hebreos 11:6). Dios disfruta de veras al otorgar bene­ficios a quienes se vuelven a él con dependencia y confianza (ver Salmo 35:27; Lucas 12:32).

Humildad ante el éxito El liderazgo exitoso suele estar acompañado de prerrogativas y privile­gios. Muchos líderes disfrutan de estar al mando, tomando decisiones que afectan a la organización y delegando la implementación de tales decisiones en otras personas mientras ellos «llevan la batuta» en tanto los demás tienen deferencia hacia ellos cuando hay reuniones o eventos similares. A medida que uno va avanzando, ¡no es inusual que se le suban los humos a la cabeza!

Siendo líder el rey Salomón disfrutaba de todas estas prerrogativas y de otras cosas más. Pocos líderes hubo o habrá como él, que era rico, poderoso, famoso, sabio y tenía cientos de sirvientes. Había gobernantes de tierras distantes que viajaban para escuchar hablar a este sabio hom­bre, y otros emprendedores se maravillaban ante su riqueza. Sin embar­go, desde su posición aventajada Salomón advertía: «No hace bien ... buscar la propia gloria» (Proverbios 25:27). El hacerlo, dijo Salomón, es como comer demasiada miel. Aunque es dulce y saludable en la cantidad adecuada, si uno come demasiada miel se sentirá mal... y harto de ella.

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HUMILDAD

La honra acompaña al trabajo bien realizado. Si un líder es efectivo, obtendrá toda la honra que pueda recibir. Pero quien necesita buscar la gloria y la honra es alguien que ha metido la mano en la colmena equi­vocada. Salomón aprendió que concentrarse en la tarea bien realizada es la forma de ganar honra. Concentrarse en la honra mina la energía y el tiempo necesarios para cumplir bien con el trabajo.

Muchas veces en la vida nuestro impacto está oculto. Ni siquiera nos damos cuenta del impacto que causamos. Pero cada tanto, Dios nos mostrará nuestro impacto a través de una palabra de aliento o una nota de aprecio cuando estamos cabizbajos. Y cada tanto podremos recibir comentarios positivos, en la medida suficiente como para saber que vamos por el camino correcto. Pero si Dios nos diera esto demasiado a menu­do, comenzaríamos a vivir por ello y este es un camino peligroso. En Juan 5:44 Jesús pregunta con agudeza algo que nos vendrá bien tener siempre en mente: «¿Cómo va a ser posible que ustedes crean, si unos a otros se rinden gloria pero no buscan la gloria que viene del único Dios?»

Si buscamos la honra de las personas, en lugar de la de Dios, vivi­remos en constante inseguridad. Todos sabemos cómo son las perso­nas inseguras. Siempre buscan aprobación y jamás logran relajarse. Les impulsa una interminable sed de perfección que atormenta y tortura a quienes les rodean. Muchas veces su autoestima está ligada a sus pose­siones materiales: para ellos es muy importante tener siempre algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco más grande de lo que tienen los demás. Como la inseguridad y la envidia suelen ir de la mano, siem­pre e implacablemente encontrarán defectos en los demás. Su orgullo les hace buscar siempre un lugar más alto y su envidia hace que resien­tan constantemente la buena fortuna ajena. Las personas inseguras se concentran mucho más en la imagen que en la sustancia, las cuales son fácilmente identificables. En su mente y su corazón tienen una imagen que creen tener que sostener, y nuestra cultura respalda este sentimien­to. Aunque parezca sorprendente, los inseguros suelen ser orgullosos, y los orgullosos están siempre a la defensiva. No soportan la crítica ni el reproche. No pueden recibir instrucción ni corrección y por eso es difí­cil que estén dispuestos a aprender, porque siempre tienen que defender la imagen de sí mismos, su orgullo por lo que son, por su posición y por el lugar que ocupan.

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EL LÍDER PERFECTO

Humildad ante la prosperidad Uno de los grandes peligros del éxito material es que nos engañamos con la arrogante creencia de que lo hemos conseguido nosotros. Somos como Bart Simpson, que ora en el momento de la cena: «Querido Dios, paga­mos por esta comida, así que gracias por nada».

Dios puede dar prosperidad y puede dar pobreza. Puede exaltarnos y puede humillarnos (Salmo 75:6-7). A veces es la severa misericordia de Dios empobrecernos porque nos estamos exaltando demasiado. Quizá tenga que quitarnos algunos juguetes para que entendamos el mensaje.

Todo nacemos con los puños cerrados. Los bebés nacen con las manos hechas un ovillo. Y al crecer aprendemos a aferramos a las cosas: a las manos de otras personas, a las barandas, a la fiambrera, al bate y la bola, a los novios y novias, a los juguetes y aparatos novedosos, a los tro­feos y medallas, al puntaje y el puesto en la lista, al dinero y la membre-sía. Cuando salimos al mundo de los negocios nos aferramos al escalón más bajo de la escalera corporativa y allí nos esforzamos apretando los dientes para no soltar ese escalón y lograr ascender hasta el siguiente. Casi con un manotazo buscamos aferrarnos a la posición o el prestigio que podamos conseguir. Quizá un día nos encontremos aferrados al bas­tón o al andador, o a la baranda de una cama de hospital. Y nos aferra­mos a la vida misma hasta el momento de morir. Entonces quizá ya no nos concentremos tanto en nosotros mismos y en el plano terrenal, y podamos finalmente dejar de aferramos a algo, abriendo las manos.

¡Qué contraste entre nuestras manos y las manos de Dios! A lo largo de la historia de la Biblia, Dios abre sus manos para brindarnos alimen­to, protección, bendición, amor y respaldo. El salmista escribió: «Abres la mano y sacias con tus favores a todo ser viviente» (Salmo 145:16) en referencia a la generosidad de Dios. Cuando Dios vino a esta tierra en la persona de Jesús de Nazaret, enseñó, amó y bendijo. Pero más que nada, abrió sus manos y tocó a las personas. Se negó a aferrarse a sus derechos y privilegios. En cambio, abrió sus manos y en el ejemplo de humildad más excelso que haya conocido el mundo, extendió sus brazos sobre la cruz para pagar por nuestros pecados.

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HUMILDAD

LA HUMILDAD DE MOISÉS

Si Jesús fue el ejemplo perfecto de la humildad en el Nuevo Testa­

mento, Moisés personificó la humildad en el Antiguo Testamento.

En Números 12:3 hay una declaración entre paréntesis, insertada en el

texto: «(A propósito, Moisés era muy humilde, más humilde que cual­

quier otro sobre la tierra)». Moisés era un hombre con autoridad, poder y

carisma, pero manifestó su fuerza disciplinada a través de su plena volun­

tad de agradar al Padre.

En Isaías 57:15 Dios dice: «Yo habito en un lugar santo y sublime,

pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el

espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados». Más

adelante, en Isaías 66:2, declara: «Yo estimo a los pobres y contritos de

espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra». La Biblia repite varias veces

y con énfasis que «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los

humildes» (ver Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5; Salmo 138:6; Proverbios 3:34;

Mateo 23:12). Quienes son orgullosos tienen una visión inflada de sí

mismos, una visión errónea. Atribuyen sus logros a sus propios esfuerzos

y no reconocen que todo lo que son y todo lo que tienen viene directa­

mente de la mano de Dios.

Una de las formas en que se resume el mensaje de la Biblia es afir­

mando que en ella Dios nos dice: «Yo soy Dios, y tú no». La humildad

es una cualidad que fluye de la adecuada percepción de nosotros mismos

ante Dios. Moisés era un hombre poderoso pero también humilde, por­

que se veía a sí mismo a la luz de Dios y buscaba la honra y la reputación

de Dios y no la propia.

Moisés obviamente había llegado a comprender su desesperada nece­

sidad de la gracia y, la misericordia de Dios, como lo demuestran cuatro

características: Primero, tenía un espíritu dispuesto a aprender. Las perso­

nas humildes entienden que están en continuo proceso de edificación.

Segundo, estaba dispuesto a buscar el consejo de los sabios. Los

humildes nunca son tan orgullosos como para no aceptar el consejo y

la sabiduría de otras personas antes de tomar decisiones importantes. La

Biblia aconseja: «Cuando falta el consejo, fracasan los planes; cuando

abunda el consejo, prosperan» (Proverbios 15:22).

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EL LÍDER PERFECTO

Tercero, estaba dispuesto a someterse a la autoridad. En última ins­

tancia todos debemos someternos a la autoridad de Dios, pero también

tenemos que ceder ante la autoridad de aquellos que Dios ha puesto por

encima de nosotros: los pastores, los ancianos, los líderes del gobierno.

Cuarto, no sentía que tenía derecho propio a nada. El orgullo de

Israel hizo que el pueblo desobedeciera los mandamientos de Dios, por

lo que Dios invirtió cuarenta años en el desarrollo de la humildad y

obediencia de su pueblo, como lo evidencian las palabras de Moisés al

hablarles antes de que entraran en la tierra prometida:

Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al SEÑOR tu

Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado

de no olvidar al SEÑOR tu Dios. No dejes de cumplir sus man­

damientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. Y cuando

hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas

cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus gana­

dos y tus rebaños, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean

abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al

SEÑOR tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde vivis­

te como esclavo ... No se te ocurra pensar: Esta riqueza es fruto

de mi poder y de la fuerza de mis manos. Recuerda al Señor tu

Dios, porque es él quien te da el poder para producir esa rique­

za; así ha confirmado hoy el pacto que bajo juramento hizo con

tus antepasados. (Deuteronomio 8:10-14, 17-18)

Moisés exhortaba al pueblo a recordar, después de que hubieran

tomado la tierra y prosperado, que todo lo que tenían les era dado como

regalo por el Señor. Las personas humildes caminan con gratitud ante

su Dios y no piensan que han logrado nada por sus propios medios (ver

Miqueas 6:8).

c LA HUMILDAD PRECEDE A LA EXALTACIÓN

uando ya era mayor, Pedro, siendo más maduro y un sabio líder

de la iglesia, escribió: «Humíllense, pues, bajo la poderosa mano

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HUMILDAD

de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo. Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes» (1 Pedro 5:6-7). La ansiedad va acumulándose con el tiempo de diversas formas. Cuando esto sucede es señal de que cargamos con un peso que jamás debimos poner sobre nues­tras espaldas. Podemos entregárselo de vuelta a Dios y ponernos bajo su potente mano, sabiendo que él cuida de nosotros y que a su debido tiem­po nos brindará el reconocimiento que merecemos. Nada de lo que hace­mos para agradarle quedará sin ser reconocido.

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CAPÍTULO 6

Compromiso

PLENO COMPROMISO

Una gallina y un cerdo caminaban juntos cuando pasaron frente a un

lugar de comidas donde había un cartel que anunciaba el plato del

día: «Desayuno especial: ¡Jamón con huevos a $ 3.95!». La gallina dijo:

«Esa es toda nuestra contribución a la sociedad: ¡el desayuno!» El cerdo

respondió: «Para ti puede ser una contribución. Pero a mí me compro­

mete por completo».

La vida en el mundo moderno nos ha programado para que espere­

mos la comodidad, el logro fácil. No es que solo deseemos que todo nos

sea fácil, porque después de todo, ¿a quién no le gustaría eso? Lo pertur­

bador es que ahora esperamos recibir abundantes recompensas con un

mínimo esfuerzo. Si algo requiere de tiempo o esfuerzo, es que no ha de

ser y nos sentimos justificados al evitarlo o abandonarlo. Lo peor es que

hay quienes creen que los fines legítimos pueden conseguirse a través de

medios ilegítimos, siempre y cuando estos medios les ofrezcan un atajo

para llegar al objetivo que tienen en mente.

Por ejemplo, tomemos el caso de un atleta profesional que decide

mejorar su rendimiento de manera ilegal usando esteroides. No solo está

rebajándose sino que también le roba a sus competidores toda posibili­

dad de un juego justo. Lo hace solo porque no quiere dedicar el tiempo y

esfuerzo necesarios para mejorar su rendimiento de manera honesta.

Es peligroso desarrollar este tipo de egoísmo como característica de

la personalidad. El sentido común demuestra que algunas de las mejores

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EL LÍDER PERFECTO

cosas en la vida exigen esfuerzo y revelan que vale la pena el tiempo y el trabajo que requirieron. Las mejores empresas se edifican sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de sus líderes. Hasta el crecimiento espiritual refle­jará la fiel inversión. G. K. Chesterton comentó una vez: «El ideal cristia­no no ha sido puesto a prueba y hallado deficiente. Es que se le encontró difícil, y por eso no se ha sometido a la experiencia».1

Por supuesto, esta situación no es nueva. Hace miles de años Dios preguntó: «¿Quién arriesgaría su vida por acercarse a mí?» (Jeremías 30:21). No queremos oír de esto, pero el punto aquí es que seguir a Dios implica sacrificio, esfuerzo y devoción. ¡Preferimos en cambio los pla­nes de crecimiento espiritual que garantizan la madurez completa en «15 minutos al día»!

Mark Oppenheimer ha escrito sobre la proliferación de estas ideas erróneas en cuanto a lo que en realidad implica un cambio en la vida per­sonal. Estos conceptos deficientes se encuentran en todo tipo de cosas, desde los libros Sopa de pollo para el alma hasta las pulseras WWJD [¿Qué haría Jesús?] y las visitaciones de ángeles que se mencionan ante especta­dores asombrados en programas de televisión, relatados por protagonis­tas célebres. Todo esto suena bien pero no hay en todo ello exigencia ni llamado al compromiso, ni un cambio radical en la vida de la persona. «Solo hazlo», no significa: «Corre doscientos kilómetros todas las sema­nas como lo hacen los maratonistas». «Solo hazlo» significa: «Compra estas zapatillas. Seguro que correrás más rápido».2 Como si alguien pudiera mágicamente convertirse en un atleta veloz con solo comprar el calzado deportivo adecuado.

Los líderes saben que esto no funciona así. Los líderes saben que tal conducta tiene un nombre: «pereza». En The other six deadly sins, [Los otros seis pecados capitales] Dorothy Sayers escribió:

En el mundo se le llama tolerancia, pero en el infierno se le conoce como desesperanza. Es el cómplice de los otros peca­dos, y su peor castigo. Es el pecado que no cree en nada, a quien nada le importa, el que no busca conocer nada, el que no encuentra propósito en nada y el que vive para nada, y sola­mente sobrevive porque no hay nada por lo que estuviera dis­puesto a morir. Lo conocemos demasiado bien, desde hace ya

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COMPROMISO

muchos años. Lo único que todavía quizá no sepamos es que es un pecado mortal.3

Los líderes reconocen la verdad en las palabras de Theodore Roosevelt: «Es mucho mejor atreverse a hacer cosas grandes, ganar gloriosos triun­fos aunque el fracaso acose cada tanto, que contarse entre los pobres espí­ritus que no disfrutan ni sufren demasiado porque viven en el gris ocaso que nada sabe de la victoria, ni de la derrota».4 Hay un enorme peligro en nuestros tiempos. Es el de sucumbir a la mediocridad no por causa de la incompetencia ni por falta de integridad, sino por mera carencia de compromiso genuino. Vivir sin tal compromiso es vivir en ese «gris oca­so que nada sabe de la victoria, ni de la derrota».

Los hombres y mujeres cristianos entienden que el liderazgo efec­tivo fluye de un profundo compromiso con las cosas correctas y justas. Como seguidores de Cristo, el compromiso más importante de nues­tras vidas es, por supuesto, hacia Dios. Todo éxito perdurable que expe­rimentemos como líderes surgirá de ese compromiso. Por eso el apóstol Pablo escribió:

Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiri­tual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transforma­dos mediante la renovación de su mente. Así podrán compro­bar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. (Romanos 12:1-2)

En este pasaje, «Por lo tanto» señala todo aquello que el apóstol ha escrito en los once capítulos anteriores. A la luz de la misericordia de Dios, que nos justifica, santifica y algún día nos glorificará, hemos de ofrecernos como sacrificios vivos a él. Es decir que deberíamos permitir que la misericordia de Dios completara esta obra adicional en nuestras vidas. Deberíamos permitir que nos guíe hacia el compromiso absoluto.

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EL LÍDER PERFECTO

Quienes han sido cautivados por el amor de Dios afirmarán el seño­río de Jesucristo en sus vidas, obedeciendo este llamado a «ofrecer sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (12:1).

La palabra «ofrecer» implica que esta acción, al igual que los votos matrimoniales, sucede una sola vez. Puede renovarse, pero en algún pun­to debiéramos estar motivados por la misericordia de Dios a dedicar­nos a él. Cuando damos este paso estamos reconociendo el liderazgo de Cristo en nuestras vidas. Sacrificamos nuestros deseos egoístas y nuestras ambiciones mal dirigidas al hacer el esfuerzo por ponernos en línea con la voluntad de Dios. Ocurrido esto, nuestros talentos y sueños estarán entregados a su propósito. Y cuanto más nos demos a él, tanto más nos bendecirá y usará.

La secuencia aquí es de vital importancia. En el Antiguo Testamento había dos amplias categorías de sacrificio que podrían ofrecerse a Dios en distintas circunstancias: sacrificios de propiciación y sacrificios de cele­bración. Los sacrificios de propiciación eran para cubrir con sangre el pecado, y para la reconciliación del pueblo con Dios y entre quienes lo conformaban. Estos sacrificios se ofrecían como respuesta al pecado y la culpa.

Por otra parte, la ley mosaica también preveía los sacrificios de gozo. Cuando llegaba el momento de la cosecha, cuando nacía un hijo, ante un evento de gran liberación, el pueblo se presentaba ante Dios ofrecien­do sacrificios de gratitud y celebración.

Los cristianos reconocemos solamente un sacrificio de propiciación: a Jesucristo. Sin embargo, nos entregamos a sacrificios continuos de cele­bración y gratitud al Dios que nos ha salvado. Y si bien es cierto que le ofrecemos a Dios nuestro tiempo, talentos, capacidades y dinero, el sacrificio más fundamental es nuestro propio cuerpo. Pablo, que escri­bió este texto, no soportaba la religión abstracta o etérea. Nuestros cuer­pos son instrumentos para todas nuestras acciones en este mundo. Por lo tanto son nuestros cuerpos los que hemos de entregar a Dios en todas las áreas.

Es natural que esperemos que la gente se conforme a su entorno. La frase popular dice: «Adonde fueres haz como vieres». Quienes hemos sido justificados, santificados y consagrados a Dios, sin embargo, tene­mos otro tipo de expectativas. Los que hemos recibido la gracia de Dios

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COMPROMISO

siendo transportados desde la oscuridad hacia su reino de maravillosa

luz (Colosenses 1:13) seremos moldeados por nuestra nueva experiencia.

Esta sobrecogedora experiencia tendrá sin duda un impacto en nuestras

vidas. Es lógico que así sea.

De hecho, la palabra que se traduce como «espiritual» en griego

corresponde al término logikos, cuyo significado fundamental es «racio­

nal» o «razonable». En vista de la misericordia de Dios hacia nosotros, es

solo racional o razonable que entreguemos nuestros corazones, mentes y

cuerpos para que sean moldeados por su control y gracia. En vista de la

relación personal que Dios ha comprado y establecido con nosotros no

hay ceremonia ni ritual que baste como ofrenda. Dios merece la entrega

racional e inteligente de cada una de las fibras de nuestro ser.

EL DIOS QUE SE COMPROMETE

Douglas Rumford efectúa una declaración profunda en su libro Soul

Shaping. Él escribe: «Nos comprometemos y nuestros compromi­

sos nos forman. Una vez decididos a comprometernos, nuestras decisio­

nes posteriores surgirán con toda naturalidad».5 Esto quiere decir que

cuando nos comprometemos a seguir a Jesús, muchas otras decisiones en

la vida habrán de alinearse con este compromiso, porque de otro modo

no estaríamos actuando según lo que decidimos.

¿Cómo saber que honraremos nuestro compromiso hacia Dios?

Todos nuestros compromisos han de surgir del compromiso de Dios

hacia nosotros, que viene primero. Cuando Dios se comprometió a

obrar para nuestro bien, su voluntad con respecto a nosotros quedó sella­

da. Dios nos dice que está comprometido hacia todos los que estamos en

Cristo y que nuestra relación con él durará para siempre. Jeremías 31:31-

36 revela el pacto de compromiso que el Señor hizo con su pueblo:

«Vienen días -afirma el SEÑOR- en que haré un nuevo pacto

con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un pac­

to como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé

de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron

a pesar de que yo era su esposo -afirma el SEÑOR-. Éste es el

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EL LÍDER PERFECTO

pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel -afirma el SEÑOR- Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya no ten­drá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: ¡Conoce al SEÑOR!, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán -afirma el SEÑOR-. Yo les perdo­naré su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados». Así dice el SEÑOR, cuyo nombre es el SEÑOR Todopoderoso, quien estableció el sol para alumbrar el día, y la luna y las estrellas para alumbrar la noche, y agita el mar para que rujan sus olas: «Si alguna vez fallaran estas leyes -afirma el SEÑOR-

, entonces la descendencia de Israel ya nunca más sería mi nación especial».

Esta base suprema de la seguridad y el significado en la vida se rela­ciona con el compromiso (seguridad) y con la duración en el tiempo (significado). En estos seis versículos Dios le da a su pueblo tanto segu­ridad como significado, una palabra segura de que su compromiso hacia el pueblo jamás fallará.

A pesar de la rebeldía del pueblo de Judá, el Señor les aseguró a tra­vés del profeta Jeremías que él se comprometía a obrar para su bien. Era inevitable el juicio porque el pueblo había violado de manera evidente y brutal los mandamientos de Dios, y sin embargo el profeta mira más allá de esta condenación inminente a un tiempo de consolación. Habría un remanente fiel y el pueblo de Dios disfrutaría con el tiempo de las ben­diciones del perdón y la renovación total.

En este pacto Dios se comprometió con el bienestar de la casa de Israel y Judá y predijo un tiempo en que todos le conocerían, un tiem­po en que su ley estaría escrita en sus corazones: «Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes -afirma el SEÑOR-, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza» (Jeremías 29:11).

La gracia de Dios siempre precede a nuestra respuesta y demuestra su inmutable compromiso hacia nosotros. «Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros

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COMPROMISO

hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4:9-10). Cuando amamos a Dios es «porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19).

Lewis Thomas, científico y filósofo, da una excelente descripción de los seres humanos: «Somos, quizá como particularidad más evidente entre las criaturas de la tierra, el animal de la preocupación. Nos preocupamos durante toda la vida, le tememos al futuro, estamos descontentos con el presente, somos incapaces de comprender la idea de la muerte, e incapa­ces de estar en quietud». La promesa de Dios de amor permanente y com­promiso hacia nuestro bienestar nos da la capacidad de vivir por encima de la preocupación y del miedo. Su compromiso hacia nosotros nos per­mite entonces vivir nuestro compromiso hacia él. Como dijo Martín Lutero: «No es la imitación lo que hace que seamos hijos de Dios, sino el ser hijos de Dios lo que hace que sea posible la imitación».6

Las recompensas del compromiso Como líderes, ¿de qué modo demostraremos y pondremos en práctica el compromiso? Jesús revela su estándar de profundo compromiso en el Evangelio de Mateo:

Luego dijo Jesús a sus discípulos: -Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mis­mo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pier­de la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? (Mateo 16:24-26)

Estas palabras se las dijo Jesús a sus discípulos, pero aun así nos lla­man a la acción hoy día. A través de estas palabras de vida Jesús dejó en claro que requiere compromiso pleno de parte de sus seguidores. Dijo que a menos que uno lo comprometa todo, lo perderá todo. Como líderes cristianos ese compromiso debe permanecer fuerte hasta el final de nuestro camino en la tierra.

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EL LÍDER PERFECTO

El disertante motivacional e inspiracional Og Mandino se expla­

ya sobre la necesidad del compromiso sólido y a largo plazo. Una de las

diez causas comunes del fracaso, dice Mandino, es «claudicar demasia­

do pronto». Mandino relata la historia de Raphael Solano y sus compa­

ñeros, que buscaban diamantes en el lecho de un río seco en Venezuela.

Desalentado y ante la idea de volver a casa con las manos vacías sin nada

que llevar a su empobrecida familia, Solano dijo que había levantado

unas 999.999 rocas y que abandonaba la búsqueda. Sus compañeros le

sugirieron que tomara una piedra más para llegar al millón. Esa millo­

nésima piedra fue el diamante «libertador» de 155 quilates». Mandino

escribe:

Creo que [Solano] tiene que haber conocido una felicidad que

iba más allá de lo económico. Tenía un rumbo marcado y todas

las posibilidades le eran contrarias. Perseveró y ganó. No sola­

mente había hecho lo que se había propuesto -lo cual es una

recompensa en sí mismo- sino que lo había hecho aun enfren­

tando la oscuridad y la posibilidad del fracaso».7

Jesús urgió a sus seguidores: «Tomen su cruz y síganme». Sabía mejor

que nadie lo elusivo que es el gran premio. Pero también sabía que cual­

quier cosa que no llegue a ser un compromiso total para la consecución

del premio no bastará. En la vida cristiana, así como en la vida de la orga­

nización del líder, el compromiso total con la causa facilitará el éxito.

COMPROMETIDO CON DIOS

Las relaciones de alta calidad se fundan en la sólida roca del compro­

miso, y no en las arenas movedizas de los sentimientos o emociones.

Dios nos llama a ser personas comprometidas, ante todo con él y luego

con los demás. Como gran líder de Israel, la vida entera de Josué estuvo

marcada por el compromiso. Hasta oímos su compromiso en sus pala­

bras finales hacia el pueblo que estaba bajo su liderazgo:

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COMPROMISO

«Por lo tanto, ahora ustedes entréguense al SEÑOR y sírvanle

fielmente. Desháganse de los dioses que sus antepasados ado­

raron al otro lado del río Eufrates y en Egipto, y sirvan sólo al

SEÑOR. Pero si a ustedes les parece mal servir al SEÑOR, elijan

ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron

sus antepasados al otro lado del río Eufrates, o a los dioses de

los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi par­

te, mi familia y yo serviremos al SEÑOR.» El pueblo respondió:

«¡Eso no pasará jamás! ¡Nosotros no abandonaremos al SEÑOR

por servir a otros dioses! El SEÑOR nuestro Dios es quien nos

sacó a nosotros y a nuestros antepasados del país de Egipto,

aquella tierra de servidumbre. Él fue quien hizo aquellas gran­

des señales ante nuestros ojos. Nos protegió durante todo nues­

tro peregrinaje por el desierto y cuando pasamos entre tantas

naciones. El SEÑOR expulsó a todas las que vivían en este país,

incluso a los amorreos. Por esa razón, nosotros también servi­

remos al SEÑOR, porque él es nuestro Dios.» Entonces Josué

les dijo: «Ustedes son incapaces de servir al SEÑOR, porque él

es Dios santo y Dios celoso. No les tolerará sus rebeliones y

pecados. Si ustedes lo abandonan y sirven a dioses ajenos, él

se les echará encima y les traerá desastre; los destruirá com­

pletamente, a pesar de haber sido bueno con ustedes.» Pero

el pueblo insistió: «¡Eso no pasará jamás! Nosotros sólo servi­

remos al SEÑOR.» Y Josué les dijo una vez más: «Ustedes son

testigos contra ustedes mismos de que han decidido servir al

SEÑOR». «SÍ, SÍ lo somos», respondió toda la asamblea. Josué

replicó: «Desháganse de los dioses ajenos que todavía conser­

van. ¡Vuélvanse de todo corazón al SEÑOR, Dios de Israel!» El

pueblo respondió: «Sólo al SEÑOR nuestro Dios serviremos, y

sólo a él obedeceremos.» Aquel mismo día Josué renovó el pac­

to con el pueblo de Israel. Allí mismo, en Siquén, les dio pre­

ceptos y normas, y los registró en el libro de la ley de Dios.

Luego tomó una enorme piedra y la colocó bajo la encina que

está cerca del santuario del SEÑOR. Entonces le dijo a todo el

pueblo: «Esta piedra servirá de testigo contra ustedes. Ella ha

escuchado todas las palabras que el SEÑOR nos ha dicho hoy.

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EL LÍDER PERFECTO

Testificará contra ustedes en caso de que ustedes digan falseda­

des contra su Dios.» (Josué 24:14-27)

Josué le dijo al pueblo que aunque decidieran no servir al Señor, esto

no significaba que estarían exentos de servirle.

UN ÚNICO PROPÓSITO

Si no servimos al Creador, inevitablemente serviremos a alguna parte

de la creación. Pero los dioses del éxito, la posición y los bienes mate­

riales son amos crueles y jamás nos brindan la profunda satisfacción que

prometen. Solamente Dios es digno de nuestro compromiso total, y si

dirigimos nuestro compromiso prioritario a cualquier otra cosa, estare­

mos cometiendo idolatría. Fuimos diseñados para servir a Dios y para

encontrar nuestra más profunda satisfacción en él, pero lo haremos a

medias en el mejor de los casos si jugamos con dos conjuntos de reglas y

servimos a dos amos (Lucas 16:13).

En la película de 1991, Cowboys de ciudad, Billy Crystal interpreta a

Mitch. Es un hombre confundido, insatisfecho, que tiene la vaga sensa­

ción de que la vida está pasando de largo para él. Jack Palance interpreta

al viejo y sabio Curly, «una alforja con ojos». En un momento crítico de

la película Curly le pregunta a Mitch si quiere conocer cuál es el secre­

to de la vida.

—Es este —dice Curly, levantando el dedo índice.

—¿El secreto de la vida es tu dedo índice? —pregunta Mitch.

— Una sola cosa —responde Curly—. El secreto de la vida es una

única cosa. Una sola.

Algo en esta afirmación toca la fibra más íntima de Mitch. Su vida es

un embrollo. Se siente presionado por sus obligaciones hacia su familia

y su deseo de lograr algo en su carrera laboral. Tironeado entre la nece­

sidad de sentir seguridad y el anhelo de vivir con excitación. Mitch está

dividido, como les sucede a muchos. Su vida gira en torno a demasiadas

cosas, todas distintas. Por eso siente que le falta algo.

Le pide a Curly que le diga cuál es esa única cosa, pero el viejo solo

le dice:

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COMPROMISO

—Tienes que descubrirlo tú mismo. Créase o no, el sabio y viejo cowboy está repitiendo las palabras del

filósofo danés Soren Kierkegaard, quien vio que la aflicción más grande del hombre moderno era esta multiplicidad de afanes y propósitos. Su libro La pureza del corazón es querer una sola cosa es una meditación sobre la exhortación bíblica: «¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su cora­zón!» (Santiago 4:8). La enfermedad, según Kierkegaard, es en realidad el no llegar a lograr una vida integrada, una vida que se concentra en una sola cosa. Es no comprometerse de manera definitiva con «el bien» y no «buscar primeramente el reino de Dios».8

Muchos de los que seguían a Jesús lo hacían por mera curiosidad. Otros estaban convencidos de que sus enseñanzas eran la verdad, pero había solamente unos pocos que estaban personal y plenamente com­prometidos con él. Cuando los no comprometidos comenzaron a aban­donarle ante sus enseñanzas difíciles de aplicar, Jesús se volvió a los doce discípulos y les preguntó si también querrían dejarle. Aunque es dudoso que entendieran al Señor mejor que quienes se alejaban, se dieron cuen­ta de que una vez que se comprometieron con él ya no podían volver atrás (Juan 6:60-69). Como discípulos de Cristo somos llamados a per­manecer comprometidos con él aunque no entendamos por completo todos sus planes para nosotros. Si no lo hacemos, sentiremos que nues­tro ministerio carece de efectividad, lo cual será cierto y nos llevará al fra­caso. Francois Fénelon escribió:

¡Desdichadas serán las almas débiles y tímidas que no llegan a decidirse y están atrapadas entre el compromiso con Dios y con su mundo! Quieren, pero no quieren. Se debaten entre el deseo y el remordimiento que sienten al mismo tiempo ... Tienen terror ante el mal, pero les avergüenza el bien. Sufren los dolo­res de la virtud sin saborear su dulce consuelo. ¡Oh, qué desdi­chadas son!9

Como líderes cristianos, somos testigos contra nosotros mismos de que hemos decidido servir al Señor (ver Josué 24:22). ¿Hemos evaluado de qué manera ponemos en práctica ese compromiso? ¿En qué aspectos

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EL LÍDER PERFECTO

se ha visto condicionado nuestro nivel de compromiso con el Señor, según nuestro entendimiento de lo que él está haciendo en nuestras vidas? El llamado al compromiso es un llamado a la constante vigilancia del mantenimiento y la comprensión de los estándares de dicho compro­miso. No importa cuáles sean las distracciones que pudieran surgir, tene­mos que mantener nuestra atención centrada en el servicio al Señor.

Compromiso versus negociación ¿Cómo puede un líder establecer y mantener a un grupo de seguidores comprometidos? ¿Cómo nos comprometemos al grado necesario para pagar el alto precio del éxito en ciertos casos? Dios sabe cómo, y el pro­feta Habacuc presenta una verdad esencial con respecto al compromiso centrado en Dios:

Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado algu­no en los establos; aun así, yo me regocijaré en el SEÑOR, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! (Habacuc 3:17-18)

¡Esta es una afirmación refrescante! Muchos líderes querrían tener seguidores comprometidos según este modelo. De hecho, a muchos líde­res les gustaría estar así de comprometidos con su propia causa. El ingre­diente clave en esta afirmación de Habacuc es que el compromiso es unidireccional: promete mantener su actitud, no importa cuáles sean los resultados visibles.

Eso es compromiso de verdad. Afirmar: «Me comprometo siem­pre y cuando....», no es compromiso. Es negociar. En Habacuc 2:2-20 Dios explica su justicia y majestad al profeta. El pasaje que acabamos de mencionar es la respuesta del profeta ante dicha revelación del carácter de Dios.

En ausencia de un ideal de compromiso único para la vida, es absur­do pedir un nivel de compromiso como el que expresa Habacuc. Como líderes tenemos que identificar qué hay dentro de nuestras organizacio­nes que sea digno de compromiso. Hasta tanto definamos esto, siempre

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COMPROMISO

sonaremos superficiales aunque hablemos mucho de ello. No hay nadie cuerdo que se comprometa con las cosas que no importan de veras. Pero cuando las metas y los resultados de una organización se relacionan ade­cuadamente con el Dios vivo y sus actividades le honran, entonces el compromiso sí tiene sentido. En lugar de preguntar: «¿Cómo logramos el compromiso?», tenemos que comenzar preguntando: «¿Con qué (o quién) nos comprometemos?»

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Parte 2

LAS HABILIDADES OBSERVABLES EN EL

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CAPITULO 7

Visión compartida

LA IMPORTANCIA DE LA COMUNICACIÓN

Un hombre intentaba hacer pasar una máquina de lavar ropa por la

puerta de su casa. En ese momento su vecino pasó por allí, y como

era buen vecino se detuvo y se ofreció a ayudarle. El hombre suspiró ali­

viado y dijo: «Sería excelente. Yo iré del lado de adentro y tú podrás ayu­

darme desde afuera. Así podremos resolver esto de forma rápida».

Pero después de intentarlo durante cinco minutos, ambos quedaron

exhaustos. Secándose el sudor de la frente el vecino dijo:

—Esta cosa es más grande de lo que parece. No sé si lograremos

entrarla en tu casa.

—¿Entrarla? ¡Estoy tratando de sacarla!

Pocas cosas son tan vitales como la comunicación clara, en especial

para los líderes. El gran director de orquesta Arturo Toscanini era un ita­

liano conocido porque no sabía comunicar a sus músicos lo que busca­

ba. Su ira ante la frustración de no saber transmitir directivas era famosa.

Luego de intentar varias veces indicarle a un trompetista cómo quería

que sonara el instrumento sin lograrlo, levantó las manos y gritó: «Dios

me dice cómo tendría que sonar la música, ¡pero ustedes se interponen

en el camino!».

En otra ocasión, durante un ensayo de La Mer de Debussy, volvió a

sentir perplejidad porque no encontraba las palabras adecuadas para des­

cribir el efecto que deseaba en un pasaje en particular. Pensó durante un

momento, y luego tomó un pañuelo de seda que llevaba en el bolsillo.

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EL LÍDER PERFECTO

Lo tiró hacia arriba y mientras los músicos veían como caía, lentamente

y con toda gracia, el director dijo: «Eso es. Así quiero que lo toquen».1

Una cosa es tener visión, pero si no hay comunicación clara la visión

jamás podrá hacerse realidad. Sí los demás entienden la visión lo sufi­

ciente como para articularla, solo entonces podemos esperar que la persi­

gan con pasión. Leonard Sweet da un sabio consejo: «No son las personas

que tienen razón quienes cambian el mundo . Son las personas que pue­

den comunicar su definición sobre lo que está bien quienes lo logran».2

ASEGURÉMONOS DE QUE LOS DEMÁS

ENTIENDAN NUESTRA VISIÓN

Es obvio que cuando no se logra la comunicación surgen los pro­

blemas. El problema puede estar en la transmisión. Como vimos

recién, si intentamos comunicar algo antes de que verdaderamente lo

entendamos, habrá una interferencia en la comunicación. Sin embar­

go, a veces el problema está en la recepción. Por ejemplo, Dios tenía una

gran visión y quería que Moisés la «entendiera». Pero encontró resisten­

cia cuando le comunicó a su reticente siervo cuál era esta visión. A lo lar­

go de esta historia aprendemos mucho sobre cómo ayudar a quienes no

logran «captar» la visión en el primer intento. Aunque Moisés al princi­

pio se resistió mucho, Dios finalmente logró «venderle» su visión.

Todo líder encuentra, en ocasiones, desafíos que parecen imposi­

bles. La oposición puede parecer enorme, tozuda y demasiado bien orga­

nizada. Los recursos del líder pueden parecer menores en comparación.

Así debe haberse sentido Moisés cuando Dios se le apareció en la zarza

ardiente:

Pero el SEÑOR siguió diciendo: «Ciertamente he visto la opre­

sión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse

de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he des­

cendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese

país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde

abundan la leche y la miel. Me refiero al país de los cananeos,

hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos.Han llegado a mis

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VISIÓN COMPARTIDA

oídos los gritos desesperados de los israelitas, y he visto también cómo los oprimen los egipcios. Así que disponte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a los israelitas, que son mi pueblo.» (Éxodo 3:7-10)

Moisés respondió al llamado de Dios con tres preguntas y dos obje­ciones que expresaban falta de credulidad y confianza.

Ante todo, preguntó: «¿Quién soy yo?» (Éxodo 3:11). Esa pregunta revelaba un cambio radical en Moisés. Porque cuarenta años antes había decidido reivindicar a un compatriota hebreo que había sido azotado por un egipcio (Éxodo 2:11-12). Y ahora sentía que no era digno de la tarea que Dios mismo le encomendaba. La respuesta de Dios fue justamen­te la que Moisés necesitaba: «Yo estaré contigo -le respondió Dios—. Y te voy a dar una señal de que soy yo quien te envía: Cuando hayas saca­do de Egipto a mi pueblo, todos ustedes me rendirán culto en esta mon­taña» (3:12). Moisés pronto descubriría que uno más Dios es igual a la mayoría.

La segunda pregunta de Moisés hacía referencia a la identidad de aquel que le enviaba a hacerse cargo de esta tarea tan difícil: «¿Qué les respondo si me preguntan: "¿Y cómo se llama?"» (v. 13). Convencer a más de dos millones de esclavos de que había sido enviado para sacarlos de la esclavitud era algo difícil. Moisés tendría que demostrar que una autoridad superior le había encomendado esta tarea. Así podría conven­cerlos. Dios volvió a darle la respuesta indicada, la justa y necesaria: «Yo soy el que soy -respondió Dios a Moisés-. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: "Yo soy me ha enviado a ustedes"» (v. 14). Al lla­marse a sí mismo «Yo soy», Dios revelaba su identidad como el Dios eter­no que siempre está allí para su pueblo. Le dijo a Moisés que les dijera a los israelitas que él era el Dios de Abraham y el Dios de Isaac (v. 15), una descripción que para los esclavos hebreos de Egipto significaría mucho.

Moisés todavía no se convencía y preguntó algo más: «¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso?» (4:1). Sin duda, recordaba lo sucedi­do cuarenta años antes. Mientras intentaba moderar una disputa surgi­da entre dos hebreos, uno de ellos había preguntado con desprecio: «¿Y quién te nombró a ti gobernante y juez sobre nosotros?» (2:14). Estas palabras todavía resonaban en su mente, por lo cual Moisés le temía al

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EL LÍDER PERFECTO

rechazo. Pero Dios le dijo que validaría su liderazgo a través de una serie de milagros que convencería aun al más escéptico habitante de Egipto. Mientras Moisés se mantuviera al lado de Dios, no tendría por qué preo­cuparse.

Con sus dos primeras objeciones Moisés estaba mostrando que no se sentía calificado para liderar al pueblo hacia la libertad porque no habla­ba con elocuencia (4:10) y que por eso Dios debía elegir a alguien más (4:13). En ese momento, su miedo al fracaso era más potente que su memoria. Habían pasado tantos años desde que utilizara alguna de las capacidades de liderazgo que ya no creía tenerlas. Una vez más Dios res­pondió con compasión. Prometió darle las palabras que debería pronun­ciar y luego le asignó a Aarón como ayudante:

«¿Y quién le puso la boca al hombre?», le respondió el Señor. ¿Acaso no soy yo, el SEÑOR, quien lo hace sordo o mudo, quien le da la vista o se la quita?Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir ...» Entonces el SEÑOR ardió en ira contra Moisés y le dijo: «¿Y qué hay de tu hermano Aarón, el levita? Yo sé que él es muy elocuente. Además, ya ha salido a tu encuentro, y cuando te vea se le ale­grará el corazón. Tú hablarás con él y le pondrás las palabras en la boca; yo los ayudaré a hablar, a ti y a él, y les enseñaré lo que tienen que hacer. Él hablará por ti al pueblo, como si tú mismo le hablaras, y tú le hablarás a él por mí, como si le hablara yo mismo.» (Éxodo 4:11-12, 14-16)

Moisés estaba a punto de convertirse en uno de los líderes más gran­des de la historia mundial. Cuando Dios le indicó que liderara en una situación difícil, Moisés dudó antes de obedecer... pero obedeció. Dios mostró que comprendía los miedos y temores de Moisés acerca de lo que quería que hiciese como contribución a esta visión tan abrumado­ra. Dios respondió a cada una de las preguntas y dudas de Moisés y ase­guró que le daría fuerzas y la victoria. A medida que la preocupación de Moisés cedía, también se esfumaba su resistencia a la visión. Como Moisés, incluso los mejores entre quienes han de liderar dudarán cuando

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VISIÓN COMPARTIDA

enfrenten situaciones que parezcan imposibles. En esos momentos nece­sitan saber que su líder comprende sus miedos y que aun así cree que lograrán el éxito en la tarea que se les presenta.

¿Exactamente cómo guió Dios a Moisés desde la resistencia a la con­secución de la visión? Veamos los cinco puntos de resistencia a la visión y la respuesta de Dios a cada uno de ellos.

«¿Quién soy yo?» (3:11). Esta sensación de sentirse abrumado acom­pañará a cualquier declaración de visión debidamente formada. Porque si la declaración no presenta el sentido del ridículo y si quienes la oyen no sienten al menos al principio que les sobrepasa la visión, no habrá desafío, no habrá chispa que los convoque a la acción. Sin embargo, la fuerza de la declaración de visión estimulará y podrá vencer la resisten­cia. Cuando Moisés preguntó: «¿Quién soy yo?», Dios dijo en efecto: «Tú eres la persona que elegí para cumplir esta misión. Pero lo importan­te no es quién eres tú, sino quién soy Yo, y qué es lo que Yo quiero que hagas» (3:1-12).

«¿Qué les respondo...?» (3:13). Esta pregunta refleja preocupación por el costo y el valor. Moisés estaba preguntándole a Dios: «¿Quién está detrás de todo esto? ¿Quién aceptará la responsabilidad final por una visión tan abrumadora y enorme?» Moisés buscaba el respaldo de la autoridad. Lo mismo buscarán las personas a quienes somos llamados a liderar. Cuando Moisés preguntó quién sería el máximo responsable, Dios respondió: «Diles que Yo estoy contigo en esto porque estás cum­pliendo con lo que Yo quiero que hagas» (3:14-22).

«¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso?» (4:1). La mayoría de las reacciones de las personas ante la declaración de visión van des­de sentirse abrumadas (punto 1) al escepticismo legítimo (punto 2), has­ta llegar a la investigación seria de la legitimidad. Si la visión se formula adecuadamente, la gente exigirá evidencia: «¿Qué hago si no me creen?», preguntó Moisés. Dios respondió: «Es esperable que haya dudas cuando se presenta una gran visión. Dales suficiente lógica y evidencia para que puedan resolver sus dudas» (4:2-9).

«SEÑOR, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra» (4:10). Esto que dice Moisés refleja el doloroso hecho de que se han intentado gloriosos y grandes proyectos en el pasado pero terminaron en la desilusión o la vergüenza. Sin embargo, la gente querrá invertir de su

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EL LÍDER PERFECTO

tiempo y esfuerzo en emprendimientos exitosos, y se verán motivados a dar lo mejor de sí si se les ofrece apoyo consistente. «SEÑOR, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra», objetó Moisés, a lo que Dios respondió: «Confía en mí y deja que te muestre lo que puedo hacer a través de ti» (4:11).

«Te ruego que envíes a alguna otra persona» (4:13). La resisten­cia final de Moisés fue: «Por favor, Señor, no a mí. Me siento abruma­do. Es más fácil quedarme donde estoy». El líder que con efectividad logra resolver esta situación y entusiasma a las personas con la perspecti­va de nuevas posibilidades hará mucho para formar un equipo efectivo. «Por favor, envía a otra persona», dijo Moisés. Pero Dios lo convenció urgiendo a este reticente mensajero a proseguir con la misión y confiar en su fidelidad. Hay un momento para persuadir y vender la visión y un momento para dar el empujón de modo que pueda concretarse.

HECHOS 29

El líder más influyente que haya conocido el mundo, Jesús de Naza-ret, presenta un modelo de cómo transmitir la visión. De hecho,

podría decirse que la Biblia entera transmite una visión, invitándonos no solo a esperar las promesas de Dios para el futuro sino también a partici­par en su cumplimiento. Dios nos ha otorgado el inconmensurable pri­vilegio de participar en su obra, y nos ofrece una «tajada de la acción» que tendrá consecuencias perdurables. James Emery White lo explica diciendo:

Se nos dio la vida porque Dios nos soñó. A cada uno, indivi­dual y específicamente por nombre. No eres un accidente. Dios quiso que existieras y no solo te dio la vida sino que también te invistió con promesas y potencial. Dentro de ti está la oportu­nidad de unirte a Dios en el cumplimiento de la gran aventura concebida en su mente para ti desde la eternidad.3

El libro de los Hechos es la gloriosa historia del cumplimiento de la visión de Cristo, pero si intentamos abrir nuestra Biblia en Hechos 29

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VISIÓN COMPARTIDA

encontraremos que no existe. La razón por la que no existe Hechos 29 en la Biblia es porque cada uno de nosotros estamos escribiendo este capí­tulo justamente ahora, a medida que las buenas nuevas de Jesucristo se proclaman y se viven en todo el mundo. En Hechos 1:8, Lucas (autor del libro de los Hechos) nos da un vistazo de este volumen a través de algo que Jesús les dijo a sus seguidores justo antes de su ascensión: «Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra». Somos partícipes activos de esta última frase. Somos testigos encargados de llevar la vida de Cristo «hasta los confines de la tierra».

Al final del libro de los Hechos, Pablo estaba en arresto domiciliario. Había llegado a Roma, centro de la cultura y la civilización en el siglo uno. Por lo tanto Pablo sabía que si el evangelio lograba echar raíces en Roma se esparciría al resto del mundo conocido. Lucas entonces escri­be: «Durante dos años completos permaneció Pablo en la casa que tenía alquilada, y recibía a todos los que iban a verlo. Y predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo sin impedimento y sin temor alguno» (Hechos 28:30-31). Así termina la narración.

Hoy, como lectores actuales del libro de los Hechos, cuando llega­mos a esta declaración nos preguntamos qué pasó después. ¿Logró Pablo llegar al César con su mensaje? ¿Vivió o fue ejecutado? Lucas, sin embar­go, nunca contó el resto de la historia... Lo que importa es que Pablo invirtió toda su vida en ayudar a que la gloriosa visión de Dios se hiciera realidad. Y pasó la batuta a hombres como Timoteo y Tito, quienes a su vez la pasaron a hombres y mujeres fieles que también en su momento la entregaron a otros. A lo largo de los siglos la batuta fue pasándose de generación en generación, hasta que alguien la puso en nuestras manos y dijo: «Ve, sé testigo de Cristo hasta los confines de la tierra».

En el cuarto capítulo de su evangelio el apóstol Juan registra un momento en el que Jesús impartía su visión a sus discípulos. Cuando regresaron de comprar comida Jesús los sorprendió diciéndoles: «Yo tengo un alimento que ustedes no conocen» (Juan 4:32). Al principio pensaron que hablaba de comida física, pero él se refería a otro tipo de nutrición, la de participar en la voluntad de Dios: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra ... ¿No dicen ustedes:

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EL LÍDER PERFECTO

"Todavía faltan cuatro meses para la cosecha"? Yo les digo: ¡Abran los

ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura» (v. 34-

35). Antes de que llegaran a escena los discípulos, la mujer samarita-

na con quien Jesús había estado hablando fue a contarles a los de su aldea que este hombre sabía todo lo que ella había hecho en su vida. Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que miraran los campos que esta­ban listos para la cosecha, es posible que se refiriera a los samaritanos que estaban en camino para hablar con él. Este pasaje ilustra cómo Jesús bus­caba siempre comunicar a sus seguidores la visión más amplia, la de la voluntad del Padre. El Dr. Hans Finzel, director ejecutivo de una gran organización que establece iglesias, escribe:

Aunque gran parte de mi trabajo como director consiste en comunicar nuestra visión y vender nuestro sueño a la gente en general, quienes están dentro necesitan oír tanto o más de lo que tengo para decir. De hecho, dedico la misma cantidad de energía a la comunicación interna, que a la externa. Jamás supongo que alguien, ni siquiera mis colaboradores más cerca­nos, saben leerme la mente. Es que aprendí mucho a partir de ver cómo se difunde la información falsa.4

Una vez comunicada la visión, quizá haya que volver a comunicarla varias veces. Como la visión de Dios siempre sobrepasa la comprensión humana, requiere persistencia de parte de los líderes, que ha de asegurar­se de que todos la entiendan y recuerden.

En última instancia la visión de Dios ha de transmitirse por medio del Espíritu de Dios. Este principio fue demostrado en el Antiguo Testamento. Cuando los arameos intentaron capturar al profeta Eliseo, su sirviente se desesperó diciendo: «¡Ay, mi señor! ¿Qué vamos a hacer?» (2 Reyes 6:15). La respuesta de Eliseo comunicó la visión de que Dios tenía control de la situación:

—No tengas miedo —respondió Eliseo—. Los que están con

nosotros son más que ellos.

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VISIÓN COMPARTIDA

Entonces Elíseo oró: «SEÑOR, ábrele a Guiezi los ojos para que

vea». El SEÑOR así lo hizo, y el criado vio que la colina estaba

llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Elíseo. (2

Reyes 6:16-17)

Pablo se explayó en torno a este principio en sus escritos a la igle­sia de Corinto: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, por­que hay que discernirlo espiritualmente» (1 Corintios 2:14). «El dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4:4). Las implicancias de la vida de Cristo no son evidentes para los no creyentes, apartados de la obra de convicción del Espíritu Santo.

Pero quienes tenemos al Espíritu Santo habitando en nosotros, somos llamados a ser constructores del reino, los cuales juegan un rol activo en la realización de la visión de Dios. A través de las relaciones de consejería y guía, enlistamos a otros en este gran plan de redención de Dios, cuyo designio es anterior aun a los cimientos del mundo en el que fuimos puestos. Reclutamos a hombres y mujeres para que participen de una visión que tendrá ramificaciones eternas, consecuencias eternas. Es el anhelo de todo corazón humano participar de algo que perdurará en el tiempo, aun después de que ya no estemos.

Comunicación de la visión en casa Una cosa es tener la visión. Y otra es comunicar esta visión a otras per­sonas para que puedan abrazarla e interiorizarla. Quienes seguimos a Cristo tenemos la comisión de comunicar la visión de la nueva vida a otros dentro de nuestras esferas de influencia. Obviamente, el lugar para comenzar con esta comunicación es en el hogar, con nuestros propios hijos. En su libro Visioingenieria, Andy Stanley escribe:

Las visiones más significativas no son las que declaran los gran­des oradores desde un podio. Son las que comunicamos jun­to a la cama de nuestros hijos. Las oportunidades más grandes

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EL LÍDER PERFECTO

para comunicar la visión se dan entre las 7:30 y las 9:30 PM, de lunes a domingo. En las horas de cierre del día tenemos una oportunidad única para plantar las semillas de lo que puede y debe ser. Aproveche cada una de estas oportunidades.5

El pasaje bíblico central en cuanto a la responsabilidad de los padres

de crear un ambiente en el que los hijos oigan y abracen las enseñanzas

y principios de las Escrituras es la gran shema hebrea de Deuteronomio

6:4-9:

Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el único SEÑOR. Ama al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.

Como no podemos dar aquello que no poseemos, primero es nece­sario que los padres conozcan y amen al Señor para luego tener la espe­ranza de instilar la verdad espiritual en los corazones de la siguiente generación. Solamente quienes aman al Señor serán efectivos al pasar este amor a otros.

Muchas personas crecieron en un hogar donde los padres no ama­ban a Dios de manera integral. Había gran disparidad entre su expre­sión verbal de lo que querían como conducta en sus hijos y la forma en que vivían sus propias vidas. Estos padres utilizan el proverbial: «Haz lo que te digo más no lo que hago». En esa situación hay algo que está mal por naturaleza. La falta de integridad socava la capacidad de la gen­te para comunicar su visión de manera que contagie a otros. La comu­nicación implica más que palabras. Implica logos (palabras y conceptos), ethos (conducta y carácter) y pathos (pasión y empatia o compasión). La comunicación clara surge de lo que decimos, lo que hacemos y lo que

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VISIÓN COMPARTIDA

somos. Tiene que haber integridad y alineación para que nuestra comu­nicación sea creíble y persuasiva.

Muchos padres han descubierto que de nada sirve tratar de criar a sus hijos con estándares morales si ellos mismos no los poseen. No tiene sentido tratar de que los hijos obedezcan a Dios sin amarlo, y es imposi­ble que los padres enseñen a sus hijos a amar a Dios si ellos no lo aman.

Este pasaje también subraya el hecho de que la visión se imparte de manera formal e informal a la vez. En estos versículos se les dice a los padres que impartan a sus hijos los mandamientos de Dios no solo en un entorno estructurado («cuando estés en tu casa» v. 7) sino también de manera espontánea y no estructurada («cuando vayas por el camino» v. 7). Cuando las personas consideran en serio el conocer a Dios, comien­zan a encarnar y exhibir aquello de lo que hablan. Los principios morales y espirituales se transmiten mejor en el laboratorio de la vida; se trans­miten tanto a través del carácter como por medio de las palabras. La ver­dad se proclama de manera más efectiva cuando uno es consistente entre lo dicho y lo hecho.

El mensaje de Proverbios 2 dice que la sabiduría se encuentra solo si se busca con intención:

Hijo mío, si haces tuyas mis palabras y atesoras mis manda­mientos; si tu oído inclinas hacia la sabiduría y de corazón te entregas a la inteligencia; si llamas a la inteligencia y pides dis­cernimiento; si la buscas como a la plata, como a un tesoro escondido, entonces comprenderás el temor del SEÑOR y halla­rás el conocimiento de Dios. (Proverbios 2:1-5)

La razón por la que este padre puede implorarle a su hijo que busque la sabiduría es porque el hijo había visto hacer esto mismo a su padre. Los padres que instruyen a sus hijos en el temor reverencial al Señor, cuando ellos mismos no le temen, son como quienes intentan describir algo que no han visto. Larry Crabb se explaya en cuanto al poder y la importancia de transmitir una visión a otra persona:

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EL LÍDER PERFECTO

¿Qué pasaría si tuviéramos una visión los unos para los otros, si

pudiéramos ver la gloria perdida en nosotros mismos, en nues­

tra familia y amigos? ¿Cuál sería el efecto en sus hijos e hijas si

ellos supieran que le embargan las posibilidades de la gloria res­

taurada, de lo que podrían llegar a ser; no en términos de éxito,

talento o aspecto externo, o de riqueza material sino en cuan­

to a su bondad, su fuerza, su seguridad en sí mismos y una vida

plena?

Cuando las personas se conectan sobre la base de una visión

de lo que son y lo que pueden llegar a ser; cuando vemos en

otros lo poquito de Jesús que ya se ha comenzado a formar por

debajo de la inseguridad, el miedo y el orgullo; cuando anhe­

lamos más que nada ver ese poquito de Jesús madurar y desa­

rrollarse; entonces se libera algo de nuestro interior que logra

formar más de Jesús en ellos. Ese poder es la vida de Cristo, lle­

vada a otras almas a través del puente de nuestra visión para

ellos, una vida que toca la vida de otros con un poder de nutri­

ción. La visión para los demás cubre las distancias entre dos

almas y provoca la liberación del poder que tenemos dentro.6

TRANSMITAMOS LA VISIÓN DE DIOS

Cuando Dios le dio a David una visión del templo de Jerusalén, el

rey quiso tener parte instrumental y personal en la concreción de

ese sueño. Pero el Señor le dijo a David que la tarea de la construcción

del templo le sería dada a Salomón, su hijo y sucesor. David decidió no

verse excluido de la acción. En cambio, con toda energía se dedicó a su

nueva tarea: la de instilar su visión y pasión por el templo en Salomón y

reclutar la ayuda de otros:

Puesto de pie, el rey David dijo: «Hermanos de mi pueblo,

escúchenme. Yo tenía el propósito de construir un templo para

que en él reposara el arca del pacto del SEÑOR nuestro Dios

y sirviera como estrado de sus pies. Ya tenía todo listo para

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VISIÓN COMPARTIDA

construirlo cuando Dios me dijo: Tú no me construirás nin­

gún templo, porque eres hombre de guerra y has derramado

sangre ... Dios me dijo: "Será tu hijo Salomón el que cons­

truya mi templo y mis atrios, pues lo he escogido como hijo,

y seré para él como un padre. Y si persevera en cumplir mis

leyes y mis normas, como lo hace hoy, entonces afirmaré su rei­

no para siempre". En presencia de Dios que nos escucha, y de

todo Israel, que es la congregación del SEÑOR, hoy les encarez­

co que obedezcan cumplidamente todos los mandamientos del

SEÑOR SU Dios. Así poseerán esta hermosa tierra y se la dejarán

en herencia perpetua a sus hijos. Y tú, Salomón, hijo mío, reco­

noce al Dios de tu padre, y sírvele de todo corazón y con buena

disposición, pues el SEÑOR escudriña todo corazón y discierne

todo pensamiento. Si lo buscas, te permitirá que lo encuentres;

si lo abandonas, te rechazará para siempre. Ten presente que el

SEÑOR te ha escogido para que le edifiques un templo como

santuario suyo. Así que ¡anímate y pon manos a la obra!» Luego

David le entregó a Salomón el diseño del pórtico del templo, de

sus edificios, de los almacenes, de las habitaciones superiores,

de los cuartos interiores y del lugar del propiciatorio. También

le entregó el diseño de todo lo que había planeado para los

atrios del templo del SEÑOR, para los cuartos de alrededor, para

los tesoros del templo de Dios y para los depósitos de las ofren­

das sagradas ... Para el altar del incienso le entregó una canti­

dad suficiente de oro refinado. También le dio el diseño de la

carroza y de los querubines que cubren con sus alas extendidas

el arca del pacto del SEÑOR. «Todo esto -dijo David- ha sido

escrito por revelación del SEÑOR, para darme a conocer el dise­

ño de las obras.» Además, David le dijo a su hijo Salomón: «¡Sé

fuerte y valiente, y pon manos a la obra! No tengas miedo ni

te desanimes, porque Dios el SEÑOR, mi Dios, estará contigo.

No te dejará ni te abandonará hasta que hayas terminado toda

la obra del templo. Aquí tienes la organización de los sacerdo­

tes y de los levitas para el servicio del templo de Dios. Además,

contarás con la ayuda voluntaria de expertos en toda clase de

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EL LÍDER PERFECTO

trabajos. Los jefes y todo el pueblo estarán a tu disposición». (1

Crónicas 28:2-3, 6-12, 18-21)

Observe de qué modo procedió David. Ante todo dejó en claro

que la visión provenía de Dios (vv. 2-3). En segundo lugar, informó a

Salomón que su rol sería el de liderar la construcción del templo (vv. 6-

7). Esta tarea requeriría de total devoción al Señor y al trabajo, ya que

un esfuerzo a medias no lograría concretar la obra (vv. 8-10). En tercer

lugar, David le aseguró al pueblo que esta enorme tarea se lograría por­

que Dios le daría a Salomón la capacidad de concretarla (v. 6). En cuar­

to lugar, David le dio a su hijo la cantidad suficiente de detalles respecto

al templo para que Salomón pudiera visualizar cómo se vería una vez ter­

minado (vv. 11-19). Y por último, después de transmitir la visión el rey

le dio a su hijo otra dosis de aliento (vv. 20-21).

David participó de manera activa, preparando a su sucesor. Le pasó

a su hijo el bastón de mando en público y también en privado al legarle

la visión del templo. Una de las tareas más importantes del líder es la de

transmitir a los demás la visión de la organización.

¡GRANDES LOGROS!

Steve siempre había soñado con un negocio propio, pero mayor toda­

vía que su deseo era su firme creencia en que podría lograr que en

cada hogar y oficina hubiera computadoras a precios accesibles. Creía que

con esto se revolucionaría el mundo. Por lo tanto dio el salto y formó su

propia compañía de computación. El único problema era que sabía de

computadoras, pero no de negocios. Necesitaba al mejor director ejecu­

tivo que pudiera conseguir, es decir a John Sculley, director de PepsiCo,

Inc. De alguna manera Steve tendría que convencer a Sculley para que

dejara su importante posición en una de las compañías más prestigiosas

y rentables del mundo para ocuparse de su joven e incipiente compañía.

Steve se las arregló para conseguir una cita con John Sculley. Sculley escu­

chó al joven con paciencia y hasta permitió que programara una segun­

da cita. Por fin, y luego de varias reuniones, Sculley le presentó la realidad

a Steve:

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VISIÓN COMPARTIDA

—Tendrías que darme un salario de un millón de dólares, un bono de un millón de dólares y un paquete de indemnización de un millón de dólares.

Steve no podía creerlo. Claro que no podía siquiera acercarse a esas sumas. Pero aun así su pasión y coraje le hicieron espetar:

—Los tienes. Aunque te los tuviera que pagar de mi propio bolsi­llo.

Sculley no había llegado a ser director ejecutivo de una multinacio­nal porque fuera tonto. Conocía el olor del fraude.

—Steve, podría con todo gusto ser asesor, pero no creo que pudie­ra ser director.

Steve bajó la cabeza, respiró hondo y le presentó un desafío que lle­gó a lo más profundo de Sculley. Mirándolo a los ojos le preguntó sim­plemente:

—¿Quieres pasar el resto de tu vida vendiendo agua azucarada o pre­fieres tratar de cambiar al mundo?

John Sculley renunció a PepsiCo y aceptó la oferta de Steve Jobs para liderar una nueva y joven compañía de computadoras llamada Apple. Y de hecho, entre los dos cambiaron al mundo.7

Dios ha puesto en cada uno de nosotros el anhelo de tener signifi­cado. Pero muy pocos en realidad dedican sus vidas a grandes empren-dimientos. El mensaje del cristianismo nos dice que podemos participar en algo que va más allá de la duración de nuestra breve vida en la tierra. Al pasar la visión de Dios a la siguiente generación de su pueblo, pode­mos tener una participación en lo que es la eternidad.

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CAPÍTULO 8

Innovación

LOS CAMBIOS SON ALGO NORMAL

En el periódico The New Yorker vi una tira cómica que mostraba a un director ejecutivo que daba su discurso durante una reunión de la

junta del directorio. La frase de cierre era: «Así que, aunque el escenario del fin del mundo esté repleto de horrores inimaginables, creemos que el período previo al final estará lleno de inauditas oportunidades para poder ganar dinero, y mucho».1 En ciertos aspectos, la imagen captura el espíritu de nuestros tiempos.

Muchos vivimos con la misma perspectiva que tenía el rey Ezequías en 2 Reyes 20:19. Cuando el profeta Isaías le dijo que debido a su orgu­llo y arrogancia su riqueza y posteridad caerían en manos de los babilo­nios, el rey dijo: «El mensaje del Señor que tú me has traído es bueno». Es que pensaba: «¿No habrá paz y seguridad mientras yo viva?» Ezequías solamente se preocupaba por cómo saldrían las cosas mientras él estuvie­ra en la tierra. No pensaba en las tribulaciones que sufrirían otras perso­nas después que él muriese. Muchas de nuestras decisiones ambientales y económicas parecen demostrar también este punto de vista. Y sin embar­go, nuestro tiempo aquí en la tierra es apenas una mota de polvo, en tér­minos del cosmos. A. W. Tozer fue atinado al decir:

Son contados los días de los años de nuestra vida, y giran más rápido que el huso del que hila. La vida es un corto y febril

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EL LÍDER PERFECTO

ensayo para un concierto que jamás daremos. Cuando parece

que hemos conseguido pericia en algo, se nos obliga a dejar

nuestros instrumentos. No hay, sencillamente, tiempo suficiente

para pensar, convertirse, actuar aquello que la constitución de

nuestras naturalezas indica que somos capaces de hacer.2

Si lo único que existe es la vida en esta tierra, entonces nuestra mor­

talidad es desesperanzadora. Sin embargo, la Biblia nos invita a ver que

hay más en la vida que el constante vaivén del péndulo que oscila entre

la felicidad y el lamento. No nos define nuestro pasado. Nos define nues­

tro futuro. Tenemos un destino, una esperanza y un futuro. El pasado es

finito, pero el futuro no tiene límites. El pasado es algo fijo, pero el cam­

bio perdurable es posible para quienes estamos unidos al Dios que hace

nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21:5). De hecho, el cambio no sola­

mente es posible sino representa una normativa para quienes vivimos

nuestras vidas con un sentido de llamado santo, con la determinación de

seguir a Jesús dondequiera que él nos lleve.

JESÚS, AGENTE DE CAMBIO

Una vieja historia cuenta que el marido le pregunta a su mujer:

—Querida, ¿por qué cortas las puntas del trozo de carne antes de

asarla?

—Porque así lo hacía mi madre —respondió su esposa con una son­

risa.

Curioso, el hombre llama a su suegra y le pregunta lo mismo. Cuando

la mujer le da la misma respuesta, llama a la abuela de su esposa. Apenas

oyó la pregunta, la anciana rió de buena gana y dijo:

—No sé por qué le cortan las puntas al trozo de carne, pero yo lo

hacía porque el trozo entero no cabía en mi asadera.

La historia ilustra el hecho de que muchas veces ciertas prácticas

se inician con un propósito determinado. Pero con el tiempo hasta las

mejores prácticas pueden dejar de ser útiles. Hace falta un líder sabio

para poder definir cuándo se debe cambiar algo. Hace falta visión y

entendimiento para reconocer cuándo es momento de innovar. Jesús,

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INNOVACIÓN

por cierto, entendía el rol del cambio y reprendió a quines se oponían a la innovación:

Al ver que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, algu­nos se acercaron a Jesús y le preguntaron: —¿Cómo es que los discípulos de Juan y de los fariseos ayunan, pero los tuyos no?

Jesús les contestó: —¿Acaso pueden ayunar los invitados del novio mientras

él está con ellos? No pueden hacerlo mientras lo tienen con ellos. Pero llegará el día en que se les quitará el novio, y ese día sí ayunarán.

Nadie remienda un vestido viejo con un retazo de tela nue­va. De hacerlo así, el remiendo fruncirá el vestido y la rotura se hará peor. Ni echa nadie vino nuevo en odres viejos. De hacerlo así, el vino hará reventar los odres y se arruinarán tanto el vino como los odres. Más bien, el vino nuevo se echa en odres nue­vos». (Marcos 2:18-22)

Los fariseos criticaban a Jesús porque él no obligaba a sus discípu­los a ayunar. Jesús les informó que no había venido a agregar unas pocas reglas nuevas al judaismo. Tenía algo completamente nuevo para impar­tir. El Señor dejó en claro ante esos líderes religiosos que no había venido a ponerle parches a un sistema viejo. Tal esfuerzo habría sido tan tonto como remendar un vestido viejo con género nuevo, o poner vino nuevo en odres viejos. Cuando el remiendo se encogiera, el vestido viejo se ras­garía y cuando el vino fermentara, el odre reventaría. Las viejas formas del judaismo jamás podrían contener el espíritu del mensaje de Jesús.

Los cambios presentan desafíos para nuestras categorías existentes. Para poder cambiar tenemos que reordenar nuestros procesos de pen­samiento y ver las mismas cosas de maneras nuevas. La idea de que el Mesías sufriera y sirviera y viviera en pobreza y humildad era algo impen­sable para el pueblo judío antes de la encarnación. Jamás habrían ima­ginado que el Mesías nacería en un lugar ignoto, ni que moriría con la misma muerte que un criminal. Este concepto estaba muy alejado del

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EL LÍDER PERFECTO

alcance de su lógica y pensamiento. Jesús fue un innovador, un agente de

cambio. C o m o lo es todo líder efectivo también.

Cambios a escala cósmica De un modo u otro todos sentimos aversión al cambio, en especial cuan­

do las cosas parecen ir razonablemente bien. Sin embargo, servimos

a un Dios que hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21:5). A Dios

no le interesa preservar el estatus quo. Su compromiso es nada menos

que hacia la inauguración de un orden completamente nuevo para la

creación. La encarnación de Dios Hijo produjo un cambio radical que

rompió con el estatus quo para toda la eternidad. El evangelio de Juan

comienza diciendo:

En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios,

y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por

medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo

creado llegó a existir. En él estaba la vida, y la vida era la luz de

la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinie­

blas no han podido extinguirla. Vino un hombre llamado Juan.

Dios lo envió como testigo para dar testimonio de la luz, a fin

de que por medio de él todos creyeran. Juan no era la luz, sino

que vino para dar testimonio de la luz. Esa luz verdadera, la que

alumbra a todo ser humano, venía a este mundo. El que era la

luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio

de él, pero el mundo no lo reconoció. Vino a lo que era suyo,

pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a

los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de

Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni

por voluntad humana, sino que nacen de Dios. Y el Verbo se

hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su

gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre,

lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y a voz

en cuello proclamó: «Éste es aquel de quien yo decía: "El que

viene después de mí es superior a mí, porque existía antes que

yo"». De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia,

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INNOVACIÓN

pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gra-cia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer. (Juan 1:1-18)

Con toda intención Juan inicia su Evangelio haciendo alusión a las palabras de apertura del relato de la creación en Génesis 1. En realidad, Juan retrocede a lo anterior a Génesis 1, que se refiere al comienzo de la creación. Aun antes de la creación el Verbo ya existía. En el momento del comienzo el Verbo ya era. A través del misterio de la encarnación el Verbo que creó el mundo entró en su propia creación y se hizo uno mis­mo con nosotros. Aquel que existió desde siempre como espíritu, ahora y para toda la eternidad se convirtió en el Dios-hombre. Hay un hombre en el cielo: Cristo, que hoy está en su cuerpo glorificado de resurrección. Y a causa de este cambio, ha hecho que sea posible para nosotros entrar en la intimidad de la comunión con Dios mismo: «Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo» (Juan 17:24).

Es significativo que el mundo que él creó sea complejo y elegan­te, lleno de claves acerca del carácter y la naturaleza de su Creador. Mientras más aprendemos sobre este orden creado, tanto más sofisticado se revela el diseñador. El magnífico diseño del sistema solar y las muchas galaxias que hoy podemos observar dejan en claro cuán creativo ha de ser el Creador. Pero no hemos de limitar nuestras observaciones al uso del telescopio. Al mirar por un microscopio también podemos ver la misma variedad e imaginación. Desde lo más enorme a lo diminuto el intrin­cado diseño de Dios le revela como un Creador de asombrosa innova­ción y diversidad.

No debiera sorprendernos entonces que aquel que infundió el cam­bio y la innovación en la creación fuera innovador también en su trato con los seres humanos. El diluvio, el llamado a Abraham, el pacto mosai­co, la nueva alianza, la encarnación, la crucifixión, la resurrección, el día de Pentecostés, la segunda venida, los nuevos cielos y la nueva tierra:

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EL LÍDER PERFECTO

todas estas cosas ilustran las innovaciones dramáticas y sin precedentes producidas por Dios.

El apóstol Pablo se refirió este tema cuando escribió:

El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así. Por lo tanto, si alguno está en

Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo

nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les roga­mos que se reconcilien con Dios». Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios. (2 Corintios 5:14-21)

Aquí tenemos a la mente más genial de todas adoptando las limi­taciones y la carne de un cuerpo humano. Lo hizo para que usted y yo podamos disfrutar de la intimidad con él. Al crecer en él nos converti­mos verdaderamente en humanos. Por medio de su poder transforma­dor nos convertimos en las personas que Dios quiso que fuéramos. James S. Steward, conocido predicador escocés y amigo del famoso William Barclay, nos dice que había en la ciudad de Florencia un enorme e infor­me bloque de mármol que parecía adecuado como materia prima para hacer alguna estatua colosal. Varios escultores intentaron por turnos lograr una obra de arte, pero ninguno lo logró. Golpearon, cincelaron y martillaron, uno tras otro, hasta que el bloque quedó desfigurado sin perspectivas de convertirse en algo bello.

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INNOVACIÓN

Luego alguien sugirió que dejaran intentar a Miguel Ángel. Lo pri­mero que hizo el artista fue mandar a construir una casa alrededor del bloque, y pasó meses allí encerrado. Nadie sabía qué estaría haciendo. Un buen día Miguel Ángel abrió la puerta e invitó a entrar a todos a la casa. Cuando ingresaron, delante de sus ojos se erigía la majestuosa y magnífica estatua del David, una de las glorias del mundo... lograda a partir de un bloque de mármol en bruto y sin significado alguno. Así es como Cristo toma las vidas derrotadas y desfiguradas y les da nueva for­ma, cambiándolas para conformarlas a la imagen de Dios.3

No existe otra religión que presente un concepto como este. En todos los demás sistemas religiosos los hombres y mujeres deben salvarse a sí mismos. Parafraseando a Larry Hall, se les deja a las personas la tarea de elevarse tirando de los cuellos de sus camisas.4 Solamente la Biblia nos muestra una evaluación verdadera de la condición humana. Solo aquí vemos nuestra gran dignidad y nuestra gran depravación. Porque pode­mos vernos con exactitud y sin tapujos, entendemos que Dios debió humillarse, bajar a nuestro nivel para poder elevarnos. Luder Whitlock, ex presidente del Seminario Teológico Reformado, escribe:

El evangelio ofrece una vía de escape de la fatal influencia del pecado que asfixia la vida quitándole el gozo y aplastándo­la en el suelo, con el resultado de un desastre desagradable y quebrantado. Dios convierte al creyente en nueva persona en Cristo. Cuando el Señor rehace a esa persona a su imagen, le da al creyente una nueva capacidad para transformar su vida y el mundo en algo que refleje la belleza de la propia naturaleza de Dios. Las innovadoras dimensiones estéticas de la vida encuen­tran estímulo redentor y la tendencia corrosiva y destructiva de la influencia del pecado disminuye a medida que aumenta la madurez espiritual. Así como dice la Biblia: «Dios hizo todo hermoso en su momento» (Eclesiastés 3:11). Esto también se aplica a la influencia transformadora de Dios sobre los cristia­nos. La perfección de Dios está ligada a su belleza, por lo cual a medida que el pecado y su influencia disminuyen, va mani­festándose su belleza en nosotros, aunque de manera imper­fecta. La creatividad de Dios dio como resultado no solo cosas

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EL líder PERFECTO

nuevas, sino bellas. De manera similar, cuanto más buscamos

parecemos a Dios, más innovadores y creativos seremos tam­

bién, y desarrollaremos amor por la belleza y el deseo de mul­

tiplicarla.5

La doctrina bíblica de la gracia eleva sin inflar. Humilla sin degradar.

Podemos reparar y renovar y hacer que las cosas parezcan nuevas, pero

solamente Dios puede hacer nuevas todas las cosas.

LA NECESIDAD DEL CAMBIO

El cambio y la innovación son componentes integrales del crecimien­

to biológico y espiritual. Las Escrituras se enfocan más en el proce­

so que en el producto porque todos los creyentes estamos en un proceso

(nos resistamos o no) de convertirnos en las personas que Dios quiere

que seamos. Sin cambio es imposible el crecimiento. Abram aprendió

que es imposible de veras quedarse donde uno está y al mismo tiempo

ir con Dios:

El SEÑOR le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa

de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una

nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás

una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a

los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las

familias de la tierra!» (Génesis 12:1-3)

Abram se había establecido ya en Ur de los caldeos cuando Dios le

llamó a dejar su tierra. Después de estar durante un tiempo en Jarán su

padre Téraj murió y el Señor volvió a indicarle a Abram que se desarrai­

gara de su tierra, pero esta vez tenía ya setenta y cinco años. Desde el

diluvio Dios había estado obrando con las naciones en general, pero aho­

ra estaba eligiendo a un hombre cuyos descendientes conformarían un

nuevo pueblo que él apartaría para sí. El pacto abrahámico se convirtió

en el vehículo mediante el cual Dios bendeciría a «todas las familias de la

tierra», porque el Mesías provendría de la semilla de Abram.

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INNOVACIÓN

Abraham experimentó un cambio inmenso a través de sus encuen­tros con Dios. Ya no se trataba de variaciones superficiales en elemen­tos externos de su vida, ni de un ajuste de su actividad o programa de trabajo. Dios pidió de Abraham una entrega total de su carrera, sus sue­ños y su destino. Hasta le cambió el nombre, de Abram a Abraham, para demostrar la profundidad de este cambio. Hubo, sin embargo, un lar­go período entre el momento en que Dios hizo la promesa y el momen­to en que se cumplió. Pasaban las semanas, que se convirtieron en meses y luego en años, y los años en décadas... pero Abraham y Sara seguían sin tener un hijo.

¿Cómo respondió Abraham? Con toda sencillez. «Abram creyó al SEÑOR» (Génesis 15:6). Abraham confió en Dios a pesar de la evidencia que señalaba lo contrario. Siguió caminando en obediencia y fe. Y luego, cuando parecía totalmente imposible y Abraham reconoció su incapaci­dad de tener un heredero por sus propios medios, Dios proveyó.

Cuando Dios llama, su llamado requiere de confianza y obediencia para seguirle. No se trata de un simple llamado a una nueva forma de vida. Es un llamado a una vida de otro tipo, diferente. Este nivel de cam­bio total, de desarraigo, puede generar mucho estrés. Porque asusta, es difícil y parece amenazador. Un cambio de tal magnitud debe estar pro­fundamente cimentado en un sólido conjunto de valores.

Cuando como líderes consideramos el cambio, lo primero en que debemos pensar es en las anclas que brindan estabilidad en un entor­no cambiante. Abraham creyó en el Señor y esa seguridad le permitió ir tras el cambio revolucionario. De manera similar, la vida cristiana es un continuo proceso de cambio y revolución interna, basado en la creencia de que dicho proceso está reformando a quienes participamos en él de modo que nos volvamos más parecidos a Cristo.

Este proceso no debe verse como «indoloro». Dios nos invita a hacer algo que se opone a nuestra intuición: pasar por el dolor sin buscar ata­jos. Muchas veces Dios utiliza las experiencias dolorosas de la vida para moldearnos y contribuir al proceso de transformación. Jim McGuiggan escribe:

Cuando decimos que el sufrimiento y la muerte pueden redi­mir no estamos diciendo que no nos causen angustia ni que no

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EL LÍDER PERFECTO

nos sean detestables. No estamos diciendo que quien sufre no pasa por la agonía. ¡Claro que no! Estamos hablando de que nuestra fe en Dios no nos permitirá enfrentar nada sin el privi­legio de que él obre para bien a través de ello, siempre y cuando estemos dispuestos a aceptar su ofrecimiento. Él no permitirá que el sufrimiento no tenga sentido, sino que con nuestro per­miso, le obligará a ser suelo fértil del cual surjan cosas como la compasión, la empatia, el coraje y el servicio.6

Para tomar aquello que Shakespeare llama «las piedras y flechas de la caprichosa fortuna»7 y formar con ello un bello tapiz hace falta imagina­ción, creatividad e innovación del más alto nivel. Nuestro Dios-Creador promete redimir nuestro dolor y refinarnos durante este proceso.

Imagine la gran oportunidad que tenemos: ¡pasar la eternidad ente­ra en comunión ininterrumpida con este nivel de innovación! El cielo no será algo estático. No hay nada que permanezca igual en su presencia. Dios siempre está lleno de maravillosas sorpresas. La variedad que obser­vamos en la tierra y en el cosmos es solo una sombra de cómo serán las cosas en el cielo. Las aventuras que esta vida nos permite, las alegrías y la excitación que sentimos aquí, empalidecerán en comparación con todo lo que experimentaremos en el cielo.

Dios, entonces, nos invita a pasar por este proceso de refinado y nos promete que estará en el extremo opuesto, al final. Nos recibirá y nos dará la bienvenida a un lugar que ni siquiera en nuestros sueños podría­mos imaginar. El apóstol Pablo conocía bien esta verdad, y escribió: «De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros» (Romanos 8:18).

Cómo manejarse en los cambios Los cambios forman parte del plan de Dios para nosotros, pero aun así son difíciles. Y más todavía cuando somos los únicos partícipes de deter­minado cambio. Sin embargo, el rol del líder es el de producir cambios en los demás y/o en las organizaciones. ¡Ahora, eso sí es difícil! Dios nos dio modelos de algunos potentes principios del cambio en las organizaciones

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I N N O V A C I Ó N

cuando urgió a la iglesia exclusivamente judía de Jerusalén a que acepta­

ra a los gentiles. En Hechos 10, Lucas relata la historia:

Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban

a la ciudad, Pedro subió a la azotea a orar. Era casi el mediodía.

Tuvo hambre y quiso algo de comer. Mientras se lo prepara­

ban, le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto y algo parecido

a una gran sábana que, suspendida por las cuatro puntas, des­

cendía hacia la tierra. En ella había toda clase de cuadrúpedos,

como también reptiles y aves.

—Levántate, Pedro; mata y come —le dijo una voz.

—¡De ninguna manera, Señor! —replicó Pedro—. Jamás

he comido nada impuro o inmundo.

Por segunda vez le insistió la voz:

—Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro.

Esto sucedió tres veces, y en seguida la sábana fue reco­

gida al cielo. Pedro no atinaba a explicarse cuál podría ser el

significado de la visión. Mientras tanto, los hombres enviados

por Cornelio, que estaban preguntado por la casa de Simón, se

presentaron a la puerta. Llamando, averiguaron si allí se hos­

pedaba Simón, apodado Pedro. Mientras Pedro seguía reflexio­

nando sobre el significado de la visión, el Espíritu le dijo: «Mira,

Simón, tres hombres te buscan. Date prisa, baja y no dudes en

ir con ellos, porque yo los he enviado». Pedro bajó y les dijo a

los hombres:

—Aquí estoy; yo soy el que ustedes buscan. ¿Qué asunto

los ha traído por acá?

Ellos le contestaron:

—Venimos de parte del centurión Cornelio, un hombre

justo y temeroso de Dios, respetado por todo el pueblo judío.

Un ángel de Dios le dio instrucciones de invitarlo a usted a su

casa para escuchar lo que usted tiene que decirle.

Entonces Pedro los invitó a pasar y los hospedó. Al día

siguiente, Pedro se fue con ellos acompañado de algunos

creyentes de Jope. Un día después llegó a Cesarea. Cornelio

estaba esperándolo con los parientes y amigos íntimos que

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EL LÍDER PERFECTO

había reunido. Al llegar Pedro a la casa, Cornelio salió a recibir­lo y, postrándose delante de él, le rindió homenaje. Pero Pedro hizo que se levantara, y le dijo:

—Ponte de pie, que sólo soy un hombre como tú. Pedro entró en la casa conversando con él, y encontró a

muchos reunidos. Entonces les habló así:

—Ustedes saben muy bien que nuestra ley prohibe que un judío se junte con un extranjero o lo visite. Pero Dios me ha hecho ver que a nadie debo llamar impuro o inmundo ...

Pedro tomó la palabra, y dijo: —Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay

favoritismos, sino que en toda nación él ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia. (Hechos 10:9-28, 34-35)

El cambio es algo inherente al liderazgo. El enorme cambio que se describe en este pasaje muestra cómo Dios guió a Pedro para que de ser un oponente al cambio se convirtiera en su adalid. Observe en este pasa­je los siguientes siete principios:

• Dios comenzó por el lugar donde se encontraba Pedro. Hizo referencia a los valores y convicciones de Pedro (vv. 9-16). El sabio innovador se toma el tiempo para entender a las personas que han de adaptarse al cambio y demuestra que el cambio no violará sus valores y convicciones (v. 15).

• Dios permitió que Pedro cuestionara la idea (vv. 14-15). Si las objeciones de las personas no se tratan de manera directa y sin­cera, el líder podrá comenzar a percibirlas como antagonismo.

• Dios le dio a Pedro tiempo para que elaborara y meditara en su resistencia (vv. 16-17). La adaptación al cambio toma tiempo y el líder sabio les permite a las personas el tiempo que necesitan para poder meditar en sus reservas.

• Dios permitió que Pedro observara el cambio en una situación limitada antes de sugerir un cambio mayor. Permitió que Pedro «probara» el cambio bajo circunstancias controladas (vv. 18-23). Los líderes efectivos permiten que su gente experimente con el

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INNOVACIÓN

proceso del cambio para que puedan empezar a anticipar sus

efectos.

Dios se ocupó de que la propuesta de cambio estuviera bien pre­

parada (vv. 1-7, 19-23, 30-33). Dios anticipó las preguntas de

Pedro y tenía preparada evidencia que respaldaría sus respues­

tas. Al introducir el cambio, los líderes sabios estarán preparados

para responder a las preguntas que pudieran surgir.

Dios no le pidió a Pedro «que cambiara». Le invitó a participar

en el mejoramiento de aquello que Pedro amaba. Pedro ense­

guida vio la ventaja de lo nuevo en comparación con lo viejo

(v. 34). En el inicio del proceso, Dios demostró los beneficios

que produciría lo «nuevo» (vv. 44-46). Puede dar temor dejar

atrás aquello con lo que nos sentimos cómodos, pero el líder

comprensivo ayudará a sus seguidores a reconocer las mejoras

que el cambio producirá.

Dios convenció a un líder clave y luego permitió que este líder

fuera el adalid del cambio (Hechos 11:1-18). Es más fácil tra­

bajar con las personas de a una que con grupos de personas.

Algunos cambios requerirán del apoyo de unos pocos líderes

claves que luego ayudarán a otros a reconciliarse con las nuevas

circunstancias.

¿CAMBIAR Y SEGUIR IGUAL QUE ANTES AL MISMO TIEMPO?

El cambio es importante. Pero también es importante aferrarse a los

valores centrales. Pedro experimentó esa tensión y Dios le ayudó a

facilitar el cambio sin abandonar sus valores centrales. James C. Collins

y Jerry I. Porras nos ayudan a entender la importancia del cambio y los

valores centrales para un líder. En su excelente libro Empresas que perdu­

ran observan que cuando una compañía visionaria identifica cuál es su

ideología central, la presentará casi como una religión, y serán pocas las

ocasiones, si hay alguna siquiera, en que la modifiquen. Su conclusión

es la siguiente:

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EL LÍDER PERFECTO

Los valores centrales en una compañía visionaria forman un

cimiento sólido como la roca y no cambian con las tenden­

cias o modas del día a día. En algunos casos los valores centra­

les han permanecido intactos durante más de un siglo ... Sin

embargo, mientras mantienen sus ideologías centrales inamo­

vibles, las compañías visionarias demuestran un potente deseo

de progreso que les permite cambiar y adaptarse sin negociar ni

renunciar a sus ideales principales.8

Collins y Porras muestran de manera efectiva que los líderes capaces

que reconocen sus valores centrales pueden cambiar las prácticas y proce­

dimientos para que sus organizaciones puedan avanzar y progresar.

Hechos 16 es un registro de una parte de los viajes de misión de

Pablo. El apóstol no era una persona desordenada con sus planes, pero se

mantenía abierto al liderazgo de su Señor:

[Pablo y sus compañeros] atravesaron la región de Frigia y

Galacia, ya que el Espíritu Santo les había impedido que predi­

caran la palabra en la provincia de Asia. Cuando llegaron cer­

ca de Misia, intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús

no se lo permitió. Entonces, pasando de largo por Misia, baja­

ron a Troas. Durante la noche Pablo tuvo una visión en la que

un hombre de Macedonia, puesto de pie, le rogaba: «Pasa a

Macedonia y ayúdanos». Después de que Pablo tuvo la visión,

en seguida nos preparamos para partir hacia Macedonia, con­

vencidos de que Dios nos había llamado a anunciar el evange­

lio a los macedonios. (Hechos 16:6-10)

Pablo tenía su itinerario y sus mapas. En términos modernos podría­

mos decir que en el costado de su carro se leía un cartel: «Bitinia o nada».

Pero Dios cambió este eslogan imaginario a «Macedonia o nada». Un

cambio. Una nueva dirección. Sin embargo, el valor central de Pablo no

era Bitinia sino el cumplir con el deseo de Dios de expandir su reino.

C o m o no confundió su deseo (ir a Bitinia) con su valor central (seguir

el llamado de Dios), Pablo con entusiasmo navegó «directamente a

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INNOVACIÓN

Samotracia [en la provincia griega de Macedonia]» (v. 11). Al igual que Pablo todos los líderes cristianos necesitan ser capaces de sostener sus valores centrales aun cuando efectúen los cambios que sean necesarios para el avance de su causa.

Leonard Sweet es decano de la escuela de teología y vicepresidente de la Universidad Drew de Madison, Nueva Jersey. Ha escrito muchas obras dirigidas a los líderes de las iglesias en cuanto a la necesidad de dis­tinguir entre el contenido y el contenedor. En su libro Aqua Church,

escribe:

El agua es un líquido que se conforma a la forma del receptáculo que lo contenga. Siempre que confiemos en el agua y no metamos mano en la receta —diluyéndola, haciéndola más densa o separando sus ingredientes— el contenido podrá seguir siendo siempre el mismo aunque cambiemos el contenedor ... Soy un virtual fundamen-talista del contenido. Soy un virtual libertario en cuanto a contenedores. Solamente en Jesucristo se hicieron una misma cosa el contenido y el contenedor. Los comen­tarios de Jesús sobre el vino nuevo en odres viejos nos recuerdan que no podemos idolatrar a ninguna de las for­mas o contenedores. No debemos elevar unan forma ecle-sial al nivel de autoridad o supremacía que solamente le corresponde al contenido ... El misterio del evangelio es el siguiente: siempre es el mismo (contenido) y siempre está cambiando (contenedores). De hecho, para que el evan­gelio siga siendo siempre el mismo, tiene que cambiar ... En realidad, una de las formas en que conocemos que las antiguas verdades son verdaderas es por su capacidad de adoptar formas asombrosas y poco familiares para noso­tros, pero manteniéndose siempre iguales y sin negociar su integridad.9

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EL LÍDER PERFECTO

Uno de los himnos más grandes de la iglesia dice: «Dios es la fuente de donde fluyen diez mil bendiciones». Dios es una fuente. San Gregorio de Nisa utilizó esta imagen cuando escribió:

Si alguien estuviera cerca de la fuente que las Escrituras dicen

que surgió de la tierra al comienzo de la creación... se acercaría

a ella maravillado ante el interminable chorro de agua que

brota y borbotea continuamente de ella. Jamás podría decir que

hubiera visto ya toda el agua... Del mismo modo, la persona

que mira la belleza divina e invisible siempre descubrirá algo

nuevo porque la verá siempre más maravillosa y diferente a lo

que ya había comprendido.10

Una fuente permanece en un mismo lugar, y sin embargo se mueve de manera constante, siempre cambiante, salvaje y callada a la vez. Da la bienvenida y advierte. El agua sube y baja, entra y sale. Es agua, pero no se presenta de la forma en que estamos habituados a verla. Es innovadora y fiel, como Dios, y como los líderes que actúan según su modelo.

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C A P Í T U L O 9

La toma de decisiones

LA T O M A DE DECISIONES REQUIERE

DEL PENSAMIENTO CORRECTO

En el clásico cuento de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravi­

llas, hay una escena que nos invita a pensar. La pequeña Alicia llega a una encrucijada en el camino y le pregunta al Gato Cheshire cuál de

los dos senderos debería tomar. El gato responde:

—Eso depende en gran medida del lugar al que quieras llegar. —No tengo nada definido. Cualquier lugar me vendrá bien.

—Entonces, tampoco importa qué camino tomes —le contesta el gato.1

La vida está llena de decisiones, de las cuales muchas ni siquiera lle­

gan a nuestro nivel conciente. ¿Qué medias usar? ¿Cómo abotonar la

camisa? ¿De arriba hacia abajo, o al revés? ¿Por qué carril conducir el

auto? Casi todas estas decisiones se toman por hábito.

Por otra parte, hay decisiones que tenemos que meditar un poco.

¿Qué comer durante el almuerzo? ¿Qué correo de voz contestar prime­

ro? ¿Cuándo cortarse el cabello? Parecen decisiones pequeñas e insigni­

ficantes, aunque en su conjunto forman parte del tapiz que es la vida en

sí misma.

Y luego están esas decisiones que nos cambian la vida, que nos pre­

sentan problemas a resolver. ¿Qué carrera tiene más afinidad con nuestro

talento o vocación? ¿Casarse o permanecer solteros? ¿Qué iglesia nos dará

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EL LÍDER PERFECTO

la mejor oportunidad para el crecimiento y el servicio al prójimo? Estas

decisiones nos cuestan y muchas veces merecen gran cantidad de tiempo

y meditación de nuestra parte.

En ocasiones el mismo proceso de toma de decisiones que usamos

para las cosas menores es el que utilizamos para lo importante. La pre­

gunta entonces es: ¿Cómo decidir con sabiduría? ¿Qué criterios usar para

evaluar y discernir cuál será el mejor curso de acción? Es claro que nos

hace falta reunir información y analizar las opciones. Pero más allá de

ello tenemos que tener claridad y sabiduría para poder tomar una deci­

sión prudente basada en los hechos que conocemos y nuestro entendi­

miento de la voluntad de Dios.

Muchas veces tomamos la decisión equivocada porque nos apresu­

ramos, basándonos en nuestras emociones, en información errónea o

en impulsos. Es cierto que las «corazonadas» pueden ser buenas, pero si

basáramos todas nuestras compras, por ejemplo, en lo que sentimos, ter­

minaríamos de seguro en la bancarrota. El extremo opuesto sería el de

descartar de manera automática todo factor emocional en nuestro méto­

do para tomar decisiones. Tenemos que permitir que el sentido interno

de la convicción sirva de «bandera roja» sin permitirnos caer en la «pará­

lisis del análisis» al tener que decidir cuál será nuestro próximo movi­

miento.

La complejidad de este tema demuestra lo importante que es no

tomar decisiones al azar. En particular cuando se trata de asuntos impor­

tantes buscar el consejo de los que más saben, de los cristianos más

maduros, será una opción sabia. La única base para tomar decisiones ver­

daderamente buenas es pensar de manera correcta. Este tipo de sabiduría

proviene de lo alto y nos es otorgada a través de cuatro avenidas princi­

pales: la Palabra de Dios, el Espíritu de Dios, la providencia de Dios y las

personas de Dios. En otras palabras, para asegurar la formación de hábi­

tos buenos en la toma de decisiones tenemos que permitir que la Palabra

de Dios renueve siempre nuestra mente. También tenemos que cami­

nar junto al Espíritu de Dios, prestando atención a su guía e indicios.

Tenemos que observar con cuidado y entendimiento la forma providen­

cial en que Dios obra en nuestras circunstancias, y además nos hace fal­

ta vivir en comunidad con otros creyentes fieles.

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LA TOMA DE DECISIONES

EL PODER DE LA ORACIÓN

Dios es soberano. A veces, es soberano de maneras inescrutables.

Dicho esto, ¿en qué sentido podemos decir que toma sus deci­

siones el Señor soberano, aquel que trasciende todo límite imaginable,

aquel que conoce todas las cosas? En su plan eterno y atemporal Dios ha

concebido ya todos los escenarios posibles, ha pensado en todas las con­

tingencias. Jamás ha habido un suceso que tomara a Dios por sorpresa,

y nunca lo habrá.

En esto hay gran consuelo para nosotros porque podemos ver que

como criaturas imperfectas que vivimos en un mundo imperfecto, nun­

ca podríamos desilusionar a Dios. Podemos apenarlo, pero no frustrar­

lo. A pesar de lo que nos parezca nuestro mundo, a causa de la suprema

soberanía y sabiduría de Dios el mundo es tal cual él supo que sería, y

nosotros estamos aquí y ahora justamente en el momento y lugar en que

su plan nos ubicó de manera de obrar para bien y hacer de este mundo el

mejor que sea posible. Dios hasta incorpora las decisiones necias y peca­

minosas de las personas en su divino plan. Las cosas pergeñadas con mal­

dad y propósitos dañinos son entretejidas por Dios en su divina voluntad

para cumplir su programa en nuestro mundo (Génesis 50:20). Como

Dios es omnisciente su plan se basa no en las apariencias sino en las

consecuencias. Y porque es omnipotente es plenamente capaz de cum­

plir sus propósitos. Porque es omnipresente su dominio abarca siempre

el orden creado. Y como no está limitado por el espacio y el tiempo ve

todas las cosas desde la perspectiva de un eterno ahora. Un momento en

particular para nosotros puede ser una eternidad para Dios, y aun así la

vida entera del cosmos desde su creación puede ser apenas un instante

para él (2 Pedro 3:8).

Aunque el Señor nuestro Dios está sentado en su trono en lo alto,

«se digna contemplar los cielos y la tierra» (Salmo 113:6). Dios es tras­

cendente y majestuoso, pero también inmanente, atento y compa­

sivo. Aunque Dios es todopoderoso, omnisciente y omnipresente, las

Escrituras muestran su interacción muy real con su pueblo en tiempo y

espacio terrenal, y afirman que nuestras oraciones marcan una diferen­

cia en el cumplimiento de los propósitos de Dios. Como dicen las pági­

nas escritas por Philip Yancey:

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EL LÍDER PERFECTO

Dios no es una fuerza borrosa que vive en algún lugar del cielo,

ni una abstracción como proponían los griegos, ni un sobrehu­

mano sensual como los que adoraban los romanos, y definitiva­

mente no es el relojero ausente de los deístas. Dios es personal.

Él entra en la vida de las personas, se involucra con las fami­

lias, se aparece en lugares imprevistos, elige líderes poco pro­

bables, le pide a las personas que justifiquen su conducta. Más

que todo, Dios ama.2

Dios no es un hombre, y tampoco cambia de idea (1 Samuel

15:29). Sin embargo, la Biblia no disputa que sienta emociones. Nadie

lo ha expresado con mayor elocuencia que el teólogo judío Abraham

Heschel:

Ante el profeta Dios no se revela a sí mismo como abstracto

absoluto, sino en una relación personal e íntima con el mun­

do. No se limita a emitir órdenes esperando obediencia. Dios se

siente conmovido y afectado por lo que sucede en el mundo, y

reacciona en respuesta a ello. Los sucesos y las acciones huma­

nas le causan gozo o pena, placer o ira ... Las acciones del hom­

bre pueden conmoverle, afectarle, apenarle o por el contrario,

agradarle y alegrarle.

El Dios de Israel es un Dios que ama, un Dios que se da a cono­

cer y que se interesa por el hombre. No solo gobierna el mun­

do en la majestad de su poder y sabiduría, sino que reacciona

de manera íntima ante los eventos de la historia.3

Por supuesto que antes de ser el Dios de Israel, Dios era el Dios de

Abraham. La historia de las oraciones de Abraham por las pocas personas

justas de Sodoma ilustra la verdad bíblica de que Dios de manera miste­

riosa incorpora nuestras oraciones a su plan eterno. Abraham fundó su

intercesión en la invariable justicia del Amo y Rey del mundo:

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LA TOMA DE DECISIONES

Entonces el SEÑOR le dijo a Abraham:

—El clamor contra Sodoma y Gomorra resulta ya inso­

portable, y su pecado es gravísimo. Por eso bajaré, a ver si real­

mente sus acciones son tan malas como el clamor contra ellas

me lo indica; y si no, he de saberlo.

Dos de los visitantes partieron de allí y se encaminaron

a Sodoma, pero Abraham se quedó de pie frente al SEÑOR.

Entonces se acercó al SEÑOR y le dijo:

—¿De veras vas a exterminar al justo junto con el malva­

do? Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Exterminarás

a todos, y no perdonarás a ese lugar por amor a los cincuenta

justos que allí hay? ¡Lejos de ti el hacer tal cosa! ¿Matar al jus­

to junto con el malvado, y que ambos sean tratados de la mis­

ma manera? ¡Jamás hagas tal cosa! Tú, que eres el Juez de toda

la tierra, ¿no harás justicia?

El SEÑOR le respondió:

—Si encuentro cincuenta justos en Sodoma, por ellos per­

donaré a toda la ciudad.

Abraham le dijo:

—Reconozco que he sido muy atrevido al dirigirme a mi

SEÑOR, yo, que apenas soy polvo y ceniza. Pero tal vez falten

cinco justos para completar los cincuenta. ¿Destruirás a toda la

ciudad si faltan esos cinco?

—Si encuentro cuarenta y cinco justos no la destruiré

—contestó el SEÑOR.

Pero Abraham insistió:

—Tal vez se encuentren sólo cuarenta.

—Por esos cuarenta justos, no destruiré la ciudad —res­

pondió el SEÑOR.

Abraham volvió a insistir:

—No se enoje mi SEÑOR, pero permítame seguir hablan­

do. Tal vez se encuentren sólo treinta.

—No lo haré si encuentro allí a esos treinta —contestó el

SEÑOR.

Abraham siguió insistiendo:

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EL LÍDER PERFECTO

—Sé que he sido muy atrevido en hablarle así a mi SEÑOR,

pero tal vez se encuentren sólo veinte.

—Por esos veinte no la destruiré.

Abraham volvió a decir:

—No se enoje mi SEÑOR, pero permítame hablar una vez

más. Tal vez se encuentren sólo diez...

—Aun por esos diez no la destruiré —respondió el SEÑOR

por última vez.

Cuando el SEÑOR terminó de hablar con Abraham, se fue

de allí, y Abraham regresó a su carpa. (Génesis 18:20-33)

Los teólogos de diversos trasfondos hallan terreno común en la

importancia que tiene la oración. Se le atribuyen las siguientes palabras a

John Wesley: «Dios no hará nada en los asuntos de los hombres excepto

contestar a la oración hecha con fe». Juan Calvino afirmó que la provi­

dencia de Dios no excluye el ejercicio de la fe humana. Dios no duerme

ni dormita, dijo Calvino: «Dios permanece inactivo, como si nos olvida­

ra, cuando ve que estamos mudos y ociosos».4 Jack Hayford dice: «Tú y

yo podemos contribuir a la decisión de cuál de estas dos cosas —bendi­

ción o maldición— ocurrirá sobre la tierra. Determinaremos si la bon­

dad de Dios se liberará en situaciones específicas, o si se le permitirá

vencer al poder del pecado y de Satanás. La oración será el factor deter-

minante».5 Y como le gusta decir a Walter Wink: «La historia es de los

intercesores».6

La Biblia utiliza con frecuencia un lenguaje que atribuye forma y

cualidades humanas a Dios, y como resultado pareciera que Dios cam­

biara de idea a la luz de la información que va recibiendo. Si esto fuera

cierto en sentido absoluto, significaría que al menos algunas de las deci­

siones de Dios son en su inicio inadecuadas, basadas en información

errónea, y por ello necesitan revisión. Pero basándonos en el carácter per­

fecto de Dios sabemos que esto no es verdad. Así que parece que estos

pasajes nos brindan una perspectiva relativa —en oposición a lo absolu­

to— que pone énfasis en la dignidad de la decisión humana y la interac­

ción de los hombres con Dios.

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LA TOMA DE DECISIONES

LOS HOMBRES DE ISACAR

Todo ser humano ha tomado al menos una mala decisión. La mayo­

ría tenemos un largo catálogo de decisiones menos que buenas, y

las recordamos o revivimos cada tanto, imaginando lo diferentes que

podrían haber sido las cosas si hubiéramos tomado una buena decisión.

Dante Gabriel Rossetti, un pintor y poeta inglés del siglo diecinueve

cuyas obras se centraron casi exclusivamente en su bella esposa Elizabeth,

se sintió sobrecogido por el dolor cuando la joven se suicidó apenas a dos

años de haberse casado con él. Rossetti tomó sus poemas, los puso den­

tro del ataúd y los enterró con ella. Años más tarde, pasado ya su duelo,

Rossetti se preguntó si estaría bien que algunos de sus mejores poemas

quedaran enterrados para siempre. Con mucho esfuerzo logró persua­

dir a las autoridades para que se exhumara el ataúd y pudiera entonces

recuperar sus escritos. En 1870 publicó sus poemas. Recibió honores y

fue aclamado por lo que resultó ser sus mejores obras.

A diferencia de Rossetti, sin embargo, rara vez tenemos la oportu­

nidad de deshacer algo una vez que tomamos la decisión equivocada.

Tomamos decisiones todos los días y los patrones que establecen las deci­

siones menores dan forma al curso de las más importantes.

En 1 Crónicas 12:32 encontramos dos prerequisitos claves para

poder tomar buenas decisiones:

«De Isacar ... Eran hombres expertos en el conocimiento de los

tiempos, que sabían lo que Israel tenía que hacer». Este pequeño boca­

do de sabiduría aparece en medio de una larga lista de hombres que se

presentaron como voluntarios para servir a David, y que apoyaban su

unción como rey de todo Israel. La descripción de estos hombres subra­

ya dos componentes esenciales de una buena decisión: el conocimiento

y la determinación. Las buenas decisiones requieren de información ade­

cuada y del cuidadoso análisis de todos los datos pertinentes. Aunque

hay lugar para la espontaneidad, las decisiones importantes por lo gene­

ral no deberán ser apresuradas porque requieren de un tiempo adecua­

do para su gestación. Sin embargo, una vez tomadas dichas decisiones

han de comunicarse e implantarse con determinación. Al igual que los

hombres de Isacar, como líderes necesitamos comprender los tiempos y

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EL LÍDER PERFECTO

conocer el clima cultural en el que vivimos y trabajamos para poder con­

vertirnos en transformadores y no en conformistas.

En 1982 el Papa Juan Pablo II estableció el Consejo Pontificio para la

Cultura a causa de su convicción de que «el destino del mundo» depen­

de del «diálogo de la iglesia con las culturas de nuestro tiempo». Admitía

que la teología debía ponerse en contexto, y por ello el Papa Juan Pablo

insistió en que «la síntesis entre la cultura y la fe no es solo una exigencia

de la cultura, sino también de la fe. Una fe que no se convierte en cultu­

ra es una fe que no ha sido recibida en su plenitud, que no ha sido pensa­

da en profundidad, que no se ha vivido».7 No es que tengamos que estar

atados a la cultura. Tenemos que trascenderla y transformarla.

Es cierto el viejo adagio: La moneda tiene dos caras. Pero en oca­

siones, al echar la moneda al aire importa mucho cuál es la cara que nos

toque y lo que hayamos decidido hacer dependiendo del lado que deci­

dimos elegir. Al fin y al cabo, todos tenemos que tomar decisiones. Y una

vez tomadas, tendremos que convivir con ellas. Este fue el problema de

Hamlet: el de decidir un curso de acción, como lo evidencia su famoso

discurso de «Ser o no ser»:

... así la natural tintura del valor se debilita con los barnices

pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia

por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se

reducen a designios vanos.

-Hamlet, Tercer Acto, Escena 1

Lo que decía aquí el joven Príncipe de Dinamarca es que se debatía

entre dos opciones. No podía decidir qué curso de acción tomar. Y al no

decidir, de hecho su elección fue mala. Esto se aplica a cualquier otra área:

la no decisión implica la decisión de permanecer en el estatus quo, des­

perdiciar la oportunidad para el crecimiento, y hacer que nuestra imagen

de Dios y nuestra identidad en él sean cada vez más pequeñas.

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LA TOMA DE DECISIONES

Decidamos con sabiduría Las buenas decisiones requieren de información procesada con exactitud.

La tecnología hace que nos sea mucho más fácil recabar información. Las

computadoras «mastican» los datos y nos los ofrecen en bocados digeri­

bles, aunque la mente humana de todos modos sigue siendo la que está a

cargo de analizar estos datos y luego basarse en ellos para tomar decisio­

nes. Salomón sabía que un líder necesita tomar buenas decisiones y por

eso urge a quienes ocupan esta posición a adquirir sabiduría y disciplina

mental y a discernir palabras de inteligencia:

Proverbios de Salomón hijo de David, rey de Israel: para adqui­

rir sabiduría y disciplina; para discernir palabras de inteligen­

cia; para recibir la corrección que dan la prudencia, la rectitud,

la justicia y la equidad; para infundir sagacidad en los inexper­

tos, conocimiento y discreción en los jóvenes. Escuche esto el

sabio, y aumente su saber; reciba dirección el entendido, para

discernir el proverbio y la parábola, los dichos de los sabios y

sus enigmas. (Proverbios 1:1-6)

En nuestros días en que la tecnología de las computadoras nos ayu­

da a recabar y analizar increíbles cantidades de datos, estos bocados de

sabiduría que da el antiguo libro de Proverbios adquieren más importan­

cia que nunca. Como tenemos que tomar decisiones, hemos de enten­

der asuntos complicados pero también nos hace falta la perspectiva de

Dios para decidir cómo actuar. El libro de Proverbios nos ayuda a hacer

precisamente eso.

Como líderes necesitamos desarrollar un carácter disciplinado y pru­

dente para poder hacer lo correcto y lo justo. El problema surge cuan­

do no sabemos qué es lo correcto y lo justo, o cuando cualquier decisión

concebible se nos aparece como injusta, equivocada o incorrecta. Por

eso Salomón advierte que el que no es entendido necesitará pruden­

cia. El joven necesitará conocimiento y capacidad de discernimiento. De

hecho, todos necesitamos promover el aprendizaje y buscar la guía en

todo momento, día tras día.

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EL LÍDER PERFECTO

Proverbios no es un libro de texto con recetas para tomar decisiones,

sino un compendio de la sabiduría de Dios, que se nos regala como don

para ayudarnos a tomar las mejores decisiones posibles en cada situación.

Los versículos de la introducción nos dicen que los proverbios que hay a

continuación nos ayudan a desarrollar la agudeza mental que hace falta

para procesar la información compleja. Y aunque la tecnología sirva para

recabar y manipular la información, es evidente que de todos modos

necesitaremos una mente aguda y la aplicación de una lógica sólida y un

afinado entendimiento de manera que podamos analizar la información

y tomar una buena decisión. Sobre este tema escribe Bill Hybels:

El criterio humano siempre será limitado y a veces errado.

En ocasiones nuestra mejor concepción de lo que habría que

decir o hacer puede ser errónea, peligrosa y hasta destructiva.

Cuando se trata de las decisiones más importantes de nuestra

vida casi siempre nos hará falta un entendimiento más profun­

do, una perspectiva más amplia de la que puede ofrecernos la

sabiduría meramente humana.

Lo que necesitamos con desesperación es la mente de Dios

en lo que se refiere a los temas serios e importantes de la vida.

Él nos la ofrece a través de las enseñanzas de su palabra y la guía

interna de su Espíritu. Nuestra tarea no es la de cuestionarla o

asumir que lo sabemos todo y mejor ... sino la de confiar en que

Dios sí sabe cómo lograr que nuestras vidas funcionen como es

debido. Una regla de oro en cuanto a lo espiritual podría ser:

«Cuando tengas duda, siempre, siempre, siempre, confía en la

sabiduría de Dios».8

Los proverbios nos ayudan a conseguir este objetivo de acuerdo a

los caminos y la voluntad de Dios. Porque agudizan nuestra mente y nos

revelan el entendimiento de Dios, asegurando que nuestras decisiones

estén en sintonía con su eterna perspectiva.

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LA TOMA DE DECISIONES

EL PELIGRO DE EXCLUIR A DIOS

Ninguna decisión será sabia si se toma excluyendo a Dios. En Josué

9 el pueblo de Israel tomó una decisión terrible porque excluyeron

a Dios de sus planes y como resultado debieron vivir con las consecuen­

cias de una decisión que Dios no aprobaba:

Había reyes que vivían en el lado occidental del Jordán, en la

montaña, en la llanura y a lo largo de la costa del Mediterráneo,

hasta el Líbano: hititas, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y

jebuseos. Cuando estos monarcas se enteraron de lo sucedido,

se aliaron bajo un solo mando para hacer frente a Josué y a los

israelitas. Los gabaonitas, al darse cuenta de cómo Josué había

tratado a las ciudades de Jericó y de Hai, maquinaron un plan.

Enviaron unos mensajeros, cuyos asnos llevaban costales vie­

jos y odres para el vino, rotos y remendados. Iban vestidos con

ropa vieja y tenían sandalias gastadas y remendadas. El pan que

llevaban para comer estaba duro y hecho migas. Fueron al cam­

pamento de Guilgal, donde estaba Josué, y les dijeron a él y a

los israelitas:

—Venimos de un país muy lejano. Queremos hacer un

tratado con ustedes.

Los israelitas replicaron:

—Tal vez ustedes son de por acá y, en ese caso, no pode­

mos hacer ningún tratado con ustedes.

Ellos le dijeron a Josué:

—Nosotros estamos dispuestos a servirles.

Y Josué les preguntó:

—¿Quiénes son ustedes y de dónde vienen?

Ellos respondieron:

—Nosotros somos sus siervos, y hemos venido de un país

muy distante, hasta donde ha llegado la fama del SEÑOR SU

Dios. Nos hemos enterado de todo lo que él hizo en Egipto y

de lo que les hizo a los dos reyes amorreos al este del Jordán:

Sijón, rey de Hesbón, y Og, rey de Basán, el que residía en

Astarot. Por eso los habitantes de nuestro país, junto con

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EL LÍDER PERFECTO

nuestros dirigentes, nos pidieron que nos preparáramos para

el largo viaje y que les diéramos a ustedes el siguiente men­

saje: “Deseamos ser siervos de ustedes; hagamos un tratado”.

Cuando salimos para acá, nuestro pan estaba fresco y calien­

te, pero ahora, ¡mírenlo! Está duro y hecho migas. Estos odres

estaban nuevecitos y repletos de vino, y ahora, tal como pue­

den ver, están todos rotos. Y nuestra ropa y sandalias están gas­

tadas por el largo viaje.

Los hombres de Israel participaron de las provisiones de

los gabaonitas, pero no consultaron al SEÑOR Entonces Josué

hizo con ellos un tratado de ayuda mutua y se comprometió

a perdonarles la vida. Y los jefes israelitas ratificaron el trata­

do. (Josué 9:1-15)

Los israelitas recabaron datos (vv. 7-14), pero omitieron un paso cru­

cial en este proceso: «Los hombres de Israel... no consultaron al SEÑOR»

(v. 14). Muchos años más tarde Santiago se refirió a este tema justamen­

te cuando escribió: «Más bien, debieran decir: “Si el Señor quiere, vivire­

mos y haremos esto o aquello”» (Santiago 4:15).

En Decision Making by the Book, Haddon Robinson comenta esta

afirmación de Santiago y dice: «Santiago no se opone a los planes... y no

busca la decisión por azar, ni se muestra contrario al compromiso ... Lo

que Santiago advierte es que nuestra libertad para planificar no es una

licencia para vivir excluyendo a Dios de nuestras vidas. Porque el llegar a

esa conclusión sería arrogante». De hecho, afirma Robinson, «la frase “Si

el Señor quiere” debiera infectar nuestro pensamiento. Tiene que formar

parte de nuestro vocabulario, de manera pre establecida».9

En esta ocasión Josué no consultó a Dios y por esto tomó una mala

decisión. Al fin se vio obligado a mantener a su pueblo comprometido

con los gabaonitas, y esto le impidió a Israel conquistar del todo la tie­

rra de Canaán. Aunque luego Josué pudo sacar el mejor provecho de

esta mala situación, los resultados finales no fueron óptimos en abso­

luto. Santiago urge a todo quien cree en el Dios soberano a consultar

primero con él antes de tomar cualquier decisión. Robinson vuelve a

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L A T O M A D E D E C I S I O N E S

recordárnoslo: «Usted y yo jamás nos libraremos de Dios. Hemos de

tomar nuestras decisiones en sumisión a su soberana voluntad».10

Ronald Reagan afirmó: «Estados Unidos es una nación fundada por

personas que creían que Dios era su roca de seguridad. Dios es nuestro.

Reconocemos que tenemos que ser cautelosos al afirmar que Dios está de

nuestro lado, pero creo que está bien preguntarnos siempre si nosotros

estamos de su lado»11. Si neciamente suponemos que Dios siempre está

de nuestro lado, caeremos de cabeza en el desastre del arrogante. Tenemos

que examinarnos con regularidad para asegurarnos de que nuestros pen­

samientos estén en línea con su voluntad. Tenemos que esforzarnos por

desarrollar el carácter y la convicción que nos lleven a tomar decisiones

que sean producto de nuestra relación con Dios.

EL PROCESO DE LA TOMA DE DECISIONES

La toma de decisiones es una de las cosas que más competen al líder.

De hecho, la capacidad para tomar decisiones es lo que diferencia a

los líderes entre mediocres y buenos, y entre buenos y geniales. Es que

las decisiones revelan los valores y la inteligencia. Requieren obediencia

y dependencia de Dios. Exigen sabiduría. Todo lo que hagan los líderes

se verá afectado por la forma en que tomen sus decisiones.

Examinemos a un líder que dependía de Dios y en consecuencia

tenía un historial probado de decisiones bien tomadas. De todos los líde­

res de la Biblia, Nehemías es el que nos brinda los mejores patrones para

la toma de decisiones sabias, siguiendo el camino correcto:

Éstas son las palabras de Nehemías hijo de Jacalías: En el mes

de quisleu del año veinte, estando yo en la ciudadela de Susa,

llegó Jananí, uno de mis hermanos, junto con algunos hombres

de Judá. Entonces les pregunté por el resto de los judíos que se

habían librado del destierro, y por Jerusalén.

Ellos me respondieron: «Los que se libraron del destierro

y se quedaron en la provincia están enfrentando una gran cala­

midad y humillación. La muralla de Jerusalén sigue derribada,

con sus puertas consumidas por el fuego».

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E L L Í D E R P E R F E C T O

Al escuchar esto, me senté a llorar; hice duelo por algunos

días, ayuné y oré al Dios del cielo. Le dije:

«SEÑOR, Dios del cielo, grande y temible, que cumples el pac­

to y eres fiel con los que te aman y obedecen tus mandamien­

tos, te suplico que me prestes atención, que fijes tus ojos en este

siervo tuyo que día y noche ora en favor de tu pueblo Israel.

Confieso que los israelitas, entre los cuales estamos incluidos

mi familia y yo, hemos pecado contra ti. Te hemos ofendido y

nos hemos corrompido mucho; hemos desobedecido los man­

damientos, preceptos y decretos que tú mismo diste a tu sier­

vo Moisés. Recuerda, te suplico, lo que le dijiste a tu siervo

Moisés; “Si ustedes pecan, yo los dispersaré entre las naciones:

pero si se vuelven a mí, y obedecen y ponen en práctica mis

mandamientos, aunque hayan sido llevados al lugar más apar­

tado del mundo los recogeré y los haré volver al lugar donde he

decidido habitar”. Ellos son tus siervos y tu pueblo al cual redi­

miste con gran despliegue de fuerza y poder. SEÑOR, te supli­

co que escuches nuestra oración, pues somos tus siervos y nos

complacemos en honrar tu nombre. Y te pido que a este siervo

tuyo le concedas tener éxito y ganarse el favor del rey».

En aquel tiempo yo era copero del rey. (Nehemías 1:1-11)

Nehemías se enfrentaba a un desafío enorme. Las murallas de

Jerusalén estaban destruidas y los exiliados que habían regresado se

encontraban en estado de desazón y vulnerabilidad. Cuando Nehemías

se enteró de esto estando en el exilio, inició un proceso de cuatro eta­

pas para resolver el problema. Primero, estudió con cuidado la situación

(vv. 2-3). Segundo, sintió compasión por los que sufrían (v. 4). Luego se

humilló ante Dios (v. 4). Y en cuarto lugar oró (vv. 5-11). ¡Y cómo oró!

Nehemías adoró a Dios (v. 5), confesando ante el Señor el pecado de su

nación (vv. 6-7) y luego presentó su petición a Dios y rogó por su ayu­

da (vv. 8-11).

En última instancia, Nehemías sabía lo que sabe todo gran líder:

toda sabiduría proviene de Dios y él quiere ayudarnos a aprender a usar

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LA TOMA DE DECISIONES

su sabiduría para tomar decisiones acertadas. La oración, entonces, debe

ser una parte permanente de nuestro proceso de toma de decisiones, aun

en el área de los negocios. El hecho de que nos parezca poco adecuado

orar por las decisiones relativas a los negocios demuestra que hemos caí­

do en la trampa de la falsa idea de que hay una división entre lo sagrado

y lo secular. Como seguidores de Jesús en desarrollo, sin embargo, somos

llamados a hacerlo todo en el nombre del Señor (Colosenses 3:17), y esto

incluye la toma de decisiones.

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CAPITULO 1 0

La resolución de problemas

CONCENTRÉMONOS EN LA SOLUCIÓN Y NO EN EL PROBLEMA

Dios es la persona que mejor soluciona problemas, y nos brin­da recursos para que podamos resolver los que surjan en nues­

tro camino. El problema es que muchas veces no nos animamos a tomar nuestros problemas por las astas. Buscamos resolverlos sin apelar a la pro­visión divina, clamando a Dios recién en el momento en que estamos en una situación desesperada. Por alguna razón no se nos ocurre que el Dios de la Biblia sabe mucho sobre negocios, inversiones y problemas con el personal. Acudimos a Dios con nuestros problemas emocionales o las disputas familiares, y sin embargo; dudamos de que en otras áreas sea competente. A veces actuamos como si ni siquiera estuviésemos conven­cidos de que a Dios le importaran las áreas mundanas de nuestras vidas: la hipoteca, los planes de vacaciones. Es como si no tomáramos en cuen­ta que su sabiduría está allí, siempre y cuando acudamos a él en todo.

Tendemos a pensar que Dios solamente se interesa por los proble­mas medianos. Quizá pensemos que algunas cosas son demasiado trivia­les como para despertar su interés. Y por otra parte, también actuamos como si hubiera problemas demasiado grandes como para que él pue­da resolverlos y por eso no se los presentamos. Hay un grandioso ejem­plo bíblico de dos personas que respondieron a un problema que parecía insalvable. Este ejemplo está en Ester 3:1—5:8.

El libro de Ester relata una historia fascinante llena de intriga y sus­penso. Ester era una huérfana judía que había sido criada por su primo

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E L L Í D E R P E R F E C T O

mayor Mardoqueo (2:7). Cuando tuvo edad suficiente el rey de Persia, Jerjes, la eligió como reina suya (2:17). A causa de sus convicciones Mardoqueo se negó a arrodillarse en deferencia a Amán, un siniestro oficial de la corte de Jerjes (3:2-5). Furioso, Amán ingenió un complot que dio como resultado un decreto para ejecutar a todos los judíos en el imperio persa (3:6-15).

Todo parecía perdido. La línea mesiánica corría peligro de extinguir­se y el pueblo de Dios no tenía cómo defenderse. Mardoqueo al prin­cipio se sintió abrumado por la magnitud del problema, pero pronto comenzó a concentrar su atención en la solución, y no en la dificultad.

Aunque no se hace mención directa del nombre de Dios en este libro es evidente que Mardoqueo llegó a la conclusión de que Dios había ele­vado a Ester soberanamente a una posición de la realeza para que pudiese contrarrestar la autoridad que diera lugar a tan fatídico edicto. El desti­no de la historia estaba en manos de esta joven. Aunque su acción podría significar para ella la muerte (4:9-11). Era la reina del imperio más pode­roso de la tierra y disfrutaba de todos los privilegios que tal posición implicaba. ¿Por qué arriesgaría su vida para persuadir al rey de que cam­biara un decreto por mucho que este amenazara con destruir a su pro­pio pueblo?

La respuesta de Mardoqueo ante el temor de Ester fue clara y con­cisa:

«No te imagines que por estar en la casa del rey serás la única

que escape con vida de entre todos los judíos. Si ahora te que­

das absolutamente callada, de otra parte vendrán el alivio y la

liberación para los judíos, pero tú y la familia de tu padre pere­

cerán. ¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para

un momento como éste!». (Ester 4:13-14)

La solución de Ester lleva la marca de una dependencia radical en Dios (4:16), además de ser creativa y haber sido pensada con todo cui­dado. Viendo que su petición al rey tendría que hacerse en el momen­to justo, Ester planificó el modo más adecuado de efectuar su pedido (7:3-6). Después que Ester fuera una pieza instrumental en la caída de

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L A R E S O L U C I Ó N D E P R O B L E M A S

Aman (7:6-10) le pidió al rey Jerjes que les permitiera, a ella y a su primo Mardoqueo, escribir un decreto que anulara el efecto del edicto previo, permitiendo que los judíos se defendieran en las provincias del imperio (8:1-17).

Ester y Mardoqueo nos demuestran cuánta energía hay que inver­tir en sopesar un problema, en contraposición a lo que se invierte en planificar una solución. También nos recuerdan que la creatividad y el momento justo son elementos esenciales para la solución exitosa de las dificultades.

LA SOLUCIÓN AL PROBLEMA MÁS GRANDE DEL MUNDO

El ejemplo más potente del poder de solución en acción está en las páginas de la Biblia. Dios tomó el problema más grande —el caos y

la destrucción causados por el pecado humano— y lo transformó en la belleza de la santidad por medio de su poder creativo para resolver aun el peor de todos los problemas. En la mejor de todas las historias, Dios hizo que fuera posible que quienes se habían convertido en sus enemigos llegaran a ser sus amados hijos.

A continuación de la introducción de su epístola a los romanos, Pablo se lanza a describir el más grande problema de la historia de la humanidad: el juicio de Dios sobre el ser humano como consecuencia del egocentrismo, la conducta y el corazón apartados de Dios y la falta de justicia. La solución humana al problema de la culpa y el alejamien­to de Dios ha sido siempre una serie tediosa de variaciones sobre un mismo tema: el esfuerzo humano y las obras. Los sistemas religiosos crea­dos por el hombre siempre reducen a Dios a un nivel humano o supo­nen que el hombre puede salvar esa brecha por sus propios medios. Sin embargo, porque «tanto los judíos como los gentiles están bajo el peca­do» (Romanos 3:9) el problema es de proporciones tan vastas que sola­mente Dios puede resolverlo.

Es un problema interno, no externo en realidad. Jesús dijo que todo hábito y conducta de pecado tiene ineludible relación con lo que hay en el corazón. Podemos limpiar nuestra conducta pero nos hace falta ayuda externa para poder desterrar el mal de nuestros corazones. Todo intento

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E L L ÍDER P E R F E C T O

de auto ayuda para mejorar es como tratar de levantarnos en el aire tiran­

do nosotros mismos de los cordones de nuestros zapatos.

La solución de Dios es tan creativa e innovadora que nadie más que

él podría haberla pensado o imaginado. Por lo general en las instituciones

religiosas era costumbre que las personas sacrificaran algo en honor de

sus dioses o de Dios, pero la idea de que Dios mismo tomara la iniciati­

va y viniera a buscar a los perdidos solamente existe en el cristianismo.

Que Dios mismo ofreciera el sacrificio en beneficio de la humanidad es algo

inaudito en cualquier otra religión que no sea el cristianismo bíblico. «La

ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder;

por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra

condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el peca­

do» (Romanos 8:3). Al declararnos justos mediante este favor inmereci­

do por medio del precio que Cristo pagó en nuestro lugar, Dios venció

el alejamiento producido por el pecado y nos transformó de criminales

condenados en coherederos con Cristo (Romanos 8:17).

En la película El último emperador el niño ungido como líder de

China vive una vida de lujos con miles de sirvientes eunucos que atien­

den hasta su mínimo deseo. «¿Qué pasa si haces algo malo?», pregunta su

hermano. «Si yo hago algo malo, se castiga a otra persona», responde el

joven emperador. Para demostrarlo, rompe una vasija y quien recibe los

azotes de castigo es uno de los sirvientes.

En el cristianismo, Dios revierte esta situación. En la película el

emperador es quien hace mal y el castigo cae sobre un sirviente. ¡En el

cristianismo, son los siervos quienes hacen mal y el que sufre el castigo es

el Emperador! La gracia de Dios y su ofrecimiento de gracia para nues­

tra salvación en Cristo constituyen sin duda la perspectiva más creativa a

la resolución de problemas. Algo que jamás podríamos imaginar. Hacía

falta un Dios con una imaginación sin límites para idear esta solución.

Jamás podremos entender el costo de su plan innovador. Solo podemos

percibir la superficie de su gracia y su misericordiosa perspectiva de la

resolución de los problemas.

Para los líderes cristianos la vida y el liderazgo se transforman ante

tan asombrosa y maravillosa realidad. No ha habido problema mayor, ni

persona más grande en la historia de la humanidad que lo solucione. Si

hay problemas acuciantes que requieren de nuestra acción, ya sea en los

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L A R E S O L U C I Ó N D E P R O B L E M A S

negocios, nuestra familia o en la vida personal, hemos de saber que Dios está esperando para ayudarnos.

R E S O L V A M O S EL PROBLEMA CORRECTO

É xodo 32:1-35 nos brinda una enorme cantidad de información sobre la resolución de problemas y merece que lo estudiemos con

atención. Descubrimos aquí los dos principios sumarios más importan­tes de la resolución de problemas, de parte de un líder que resolvió algu­nos de los más grandes: Moisés mismo.

Al ver los israelitas que Moisés tardaba en bajar del monte, fue­

ron a reunirse con Aarón y le dijeron:

—Tienes que hacernos dioses que marchen al frente de

nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabe­

mos qué pudo haberle pasado!

Aarón les respondió:

—Quítenles a sus mujeres los aretes de oro, y también a

sus hijos e hijas, y tráiganmelos.

Todos los israelitas se quitaron los aretes de oro que lleva­

ban puestos, y se los llevaron a Aarón, quien los recibió y los

fundió; luego cinceló el oro fundido e hizo un ídolo en forma

de becerro. Entonces exclamó el pueblo: «Israel, ¡aquí tienes a

tu dios que te sacó de Egipto!» (Éxodo 32:1-4)

Aarón se enfrentaba ante un grave problema pero no supo resolverlo. Cuando vio que su «solución» creaba un problema todavía mayor, volvió a actuar: «Cuando Aarón vio esto, construyó un altar enfrente del bece­rro y anunció: “Mañana haremos fiesta en honor del SEÑOR”» (V. 5). Pero esta vez su acción provocó que la situación se saliera de control:

Cuando Moisés se acercó al campamento y vio el becerro y las

danzas, ardió en ira y arrojó de sus manos las tablas de la ley,

haciéndolas pedazos al pie del monte ...

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EL L ÍDER PERFECTO

Moisés [vió] que el pueblo estaba desenfrenado y que

Aarón les había permitido desmandarse y convertirse en el haz­

merreír de sus enemigos. (Éxodo 32:19, 25)

Moisés heredó el problema después de que empeorara para conver­

tirse en crisis, pero lo resolvió (vv. 20-35). Este breve estudio en con­

traste revela importantes principios en cuanto al modo en que un líder

cristiano ha de ver los problemas. Aarón intentó resolver el problema

equivocado, pero Moisés se ocupó del problema correcto. Aarón atacó

el problema funcional, pero Moisés confrontó al problema del carácter.

Aarón se concentró en la actividad y Moisés en la moral que impulsaba

tal actividad (vv. 21, 30).

Los detalles de este capítulo nos ofrecen rica información sobre la

resolución de problemas y merecen que los examinemos. Si damos un

paso atrás para ver la situación a la distancia veremos dos grandes prin­

cipios. Primero, que las soluciones perdurables resultan de preguntar­

se «por qué» —preguntas de carácter— y no «cómo». Segundo, que los

grandes líderes consiguen ser grandes porque resuelven problemas gran­

des. Los líderes menores limitan sus energías a la resolución de proble­

mas menores.

Se han escrito volúmenes enteros en torno a las técnicas para la reso­

lución de problemas. La Biblia no es uno de ellos. Sin embargo, nos

demuestra que los problemas que más daño causan no se resuelven corri­

giendo conductas. Los problemas que más nos urge resolver solo pueden

solucionarse mediante un cambio de carácter, un cambio de moral, un

cambio en el corazón. Los líderes sabios ayudan a sus seguidores a aplicar

la gracia y el poder de Dios para resolver el fundamental problema huma­

no del pecado. Observemos a Moisés en los versículos 30 al 32.

Al día siguiente, Moisés les dijo a los israelitas: «Ustedes han

cometido un gran pecado. Pero voy a subir ahora para reunir-

me con el SEÑOR, y tal vez logre yo que Dios les perdone su

pecado».

Volvió entonces Moisés para hablar con el SEÑOR, y le

dijo:

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L A R E S O L U C I Ó N D E P R O B L E M A S

—¡Qué pecado tan grande ha cometido este pueblo al

hacerse dioses de oro! Sin embargo, yo te ruego que les perdo­

nes su pecado. Pero si no vas a perdonarlos, ¡bórrame del libro

que has escrito!

Veamos cómo uno de los más grandes líderes de la historia definió

y resolvió los problemas. Siempre que leamos sobre el tema de la resolu­

ción de problemas debemos comenzar por donde empezó Moisés.

Ensuciémonos las manos Como líderes tenemos que enfrentar y resolver problemas. Daniel nos

brinda un ejemplo sobresaliente de lo que es la capacidad para resolver

problemas en Daniel 5. El rey Belsasar había ofrecido un banquete para

miles de invitados. Durante las festividades en las que se bebía hasta la

ebriedad, el rey profanó las copas de oro y plata que su padre había toma­

do del templo hebreo de Jerusalén.

En ese momento, en la sala del palacio apareció una mano que,

a la luz de las lámparas, escribía con el dedo sobre la parte blan­

ca de la pared. Mientras el rey observaba la mano que escribía,

el rostro le palideció del susto, las rodillas comenzaron a tem-

blarle, y apenas podía sostenerse. Mandó entonces que vinieran

los hechiceros, astrólogos y adivinos, y a estos sabios babilo­

nios les dijo:

—Al que lea lo que allí está escrito, y me diga lo que sig­

nifica, lo vestiré de púrpura, le pondré una cadena de oro en el

cuello, y lo nombraré tercer gobernante del reino.

Todos los sabios del reino se presentaron, pero no pudie­

ron descifrar lo escrito ni decirle al rey lo que significaba. Esto

hizo que el rey Belsasar se asustara y palideciera más todavía.

Los nobles, por su parte, se hallaban confundidos.

Ai oír el alboroto que hacían el rey y sus nobles, la reina

misma entró en la sala del banquete y exclamó:

—¡Que viva Su Majestad por siempre! ¡Y no se alarme ni

se ponga pálido! En el reino de Su Majestad hay un hombre

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EL L ÍDER PERFECTO

en quien reposa el espíritu de los santos dioses. Cuando vivía

el rey Nabucodonosor, padre de Su Majestad, se halló que ese

hombre poseía sabiduría, inteligencia y gran percepción, seme­

jantes a las de los dioses. El padre de Su Majestad llegó a nom­

brar a ese hombre jefe de los magos, hechiceros, astrólogos y

adivinos. Y es que ese hombre tiene una mente aguda, amplios

conocimientos, e inteligencia y capacidad para interpretar sue­

ños, explicar misterios y resolver problemas difíciles. Llame usted

a ese hombre, y él le dirá lo que significa ese escrito. Se llama

Daniel, aunque el padre de Su Majestad le puso por nombre

Beltsasar. (Daniel 5:5-12)

A Daniel se le promovió a una envidiable posición de liderazgo.

Influyó sobre los reyes persas y babilonios que reinaban sobre grandes

imperios. Belsasar promovió a Daniel porque podía «resolver problemas

difíciles» (v. 12, 16). Uno de los criterios que determinan la grandeza de

un líder es el grado de dificultad de los problemas que esta persona está

dispuesta y es capaz de enfrentar y resolver.

Donald Schon comienza su libro La formación de profesionales reflexi­

vos de la siguiente manera:

En la variada topografía de la práctica profesional hay un terre­

no alto y duro. Los problemas manejables se prestan a la solu­

ción a través de la aplicación de teorías y técnicas basadas en la

investigación. En las tierras bajas y pantanosas los problemas

confusos e intrincados desafían toda solución técnica. La iro­

nía de todo esto es que los problemas del terreno elevado suelen

carecer de importancia relativa para las personas y la sociedad

en general por muy avanzados que sean sus intereses técnicos,

mientras en el pantano están los problemas que más preocupan

a los seres humanos. El profesional deberá elegir. ¿Permanecerá

en el terreno elevado donde puede resolver problemas relati­

vamente menos importantes según los estándares de rigor en

vigencia? ¿O descenderá al pantano de los problemas importan­

tes y la filosofía sin rigor?1

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L A R E S O L U C I Ó N DE P R O B L E M A S

Nunca será más importante esta distinción que en el rol de quien practica el liderazgo. El liderazgo de envergadura tiene la disposición, y es capaz de arremangarse la camisa, bajar al pantano y enfrentar los temas más arduos y difíciles de la vida. Es lo que hizo Daniel. Y Daniel se cuen­ta entre los líderes más grandes de la historia.

En su libro sobre liderazgo bíblico, Lynn Anderson habla del nivel de compromiso que demostraban tener los pastores de ovejas del siglo primero:

Los pastores de ovejas de los tiempos bíblicos no eran jornale­

ros que iban a trabajar cada mañana a las pasturas de un extra­

ño, para trabajar ocho horas y luego regresar a casa. El pastor,

en cambio, vivía con las ovejas, de día y de noche, año tras año.

Ayudaban a las hembras a parir. Guiaban al rebaño a la pastu­

ra durante el día y lo protegían durante la noche. Las ovejas

conocían la mano de su pastor, reconocían su voz y no seguían

a nadie más. Había una relación genuina entre el pastor y las

ovejas. De hecho, a causa de esta convivencia y contacto coti­

diano, los pastores olían igual que las ovejas.2

Los líderes son pastores, mentores y personas que equipan a otros, y todas estas descripciones exigen relación. La autoridad de un líder no proviene de su título o posición sino del carácter, la competencia y la voluntad de invertir en la vida de otros. Como señala Greg Johnson: «No somos las personas de Dios, sino el pueblo de Dios».3 Nuestra nue­va vida en Cristo debe ser vivida en el contexto de la comunidad, bajo la autoridad de otros y con nuestro destino interconectado con el de los demás. Una cosa es la capacidad para resolver problemas propios, pero como hemos visto, los líderes bíblicos utilizan su capacidad de resolu­ción de problemas para ayudar a otros y hacer avanzar los propósitos del reino de Dios.

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EL L ÍDER P E R F E C T O

NEHEMÍAS: LA PERSONA QUE BUSCA SOLUCIONES PARA D I O S

Para la época de Nehemías las condiciones políticas, sociales y espiri­tuales de Jerusalén eran un desastre. En algún momento del año 587

a.C., Jerusalén fue destruida junto con el templo de Salomón. Era esta la tercera campaña de los babilonios en Judá, y cada vez los ejércitos babiló­nicos capturaban a más y más israelitas, a quienes llevaban como prisio­neros a Babilonia. Daniel, Sadrac, Mesac y Abdenego se contaban entre los capturados durante la primera invasión.

Unos setenta años después de la primera invasión, Ciro, rey de Persia (que había conquistado a los babilonios), les permitió a los judíos que regresaran a Jerusalén para reconstruir el templo. Bajo el liderazgo de Zorobabel, Israel parecía estar a punto de volver a convertirse en una nación bendecida. Pero el pueblo se negaba a apartarse de los mismos pecados por lo que Dios había juzgado a sus ancestros en los días de Nabucodonosor. No se mantenía el templo de manera adecuada. La gen­te no ofrecía sacrificios y había adoptado muchas de las prácticas religio­sas de las naciones vecinas.

No es de extrañar que cuando Nehemías se enteró de cómo esta­ban las cosas en su tierra se conmoviera al punto de llorar amargamente. Su preocupación por la condición de Jerusalén le consumía. Sin embar­go, en lugar de pergeñar un plan para salvar su ciudad, Nehemías espe­ró en Dios y confió en que él le revelaría cuál tendría que ser su próximo paso. Oró, planificó y se preparó. Cuando por fin Dios dijo: «Ahora ve y reconstruye la ciudad de Jerusalén», Nehemías estaba listo para demos­trar la capacidad de liderazgo que Dios había estado cultivando en su corazón.

La capacidad de Nehemías para resolver problemas Una forma en la que las personas demuestran su capacidad de liderazgo es por medio de la utilización de su destreza para resolver problemas. Por cierto, Nehemías se cuenta entre quienes supieron demostrarla. Cuando las murallas de Jerusalén comenzaron a tomar forma, los enemigos de Nehemías intentaron desviar su atención del proyecto con gran cantidad de distintas estrategias. Primero, probaron con invitarlo repetidas veces a una reunión cumbre, para alejarlo de Jerusalén.

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L A R E S O L U C I Ó N DE P R O B L E M A S

Sambalat, Tobías, Guesén el árabe y el resto de nuestros enemi­

gos se enteraron de que yo había reconstruido la muralla, y de

que se habían cerrado las brechas (aunque todavía no se habían

puesto las puertas en su sitio). Entonces Sambalat y Guesén

me enviaron este mensaje: «Tenemos que reunirnos contigo en

alguna de las poblaciones del valle de Ono». En realidad, lo que

planeaban era hacerme daño. Así que envié unos mensajeros a

decirles: «Estoy ocupado en una gran obra, y no puedo ir. Si

bajara yo a reunirme con ustedes, la obra se vería interrumpi­

da». Cuatro veces me enviaron este mensaje, y otras tantas les

respondí lo mismo. (Nehemías 6:1-4)

Los enemigos del pueblo de Dios sabían que si podían distraer al

líder impedirían el progreso de todo el proyecto. Buscar la paz con sus

vecinos no habría sido algo malo en caso de que Nehemías lo hiciera,

pero tampoco hubiera sido lo mejor. No habría sido el «gran proyec­

to» que Dios le había llamado a concretar. Por eso Nehemías rechazó sus

invitaciones y centró su atención en la tarea que tenía por delante.

Luego acusaron a Nehemías de liderar una revuelta contra el rey

Artajerjes. Era una mentira con potenciales efectos devastadores:

La quinta vez Sambalat me envió, por medio de uno de sus

siervos, el mismo mensaje en una carta abierta, que a la letra

decía:

«Corre el rumor entre la gente y Guesén lo asegura de que

tú y los judíos están construyendo la muralla porque tienen

planes de rebelarse. Según tal rumor, tú pretendes ser su rey, y

has nombrado profetas para que te proclamen rey en Jerusalén,

y se declare: ¡Tenemos rey en Judá! Por eso, ven y hablemos

de este asunto, antes de que todo esto llegue a oídos del rey».

(Nehemías 6:5-7)

En esa época se acostumbraba enrollar las cartas y atarlas con una

cinta para luego lacrarlas con arcilla. Pero esta carta estaba «abierta».

Sambalat con toda intención no la lacró para que su contenido se revelara

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EL L ÍDER P E R F E C T O

a todo el que la tuviera en sus manos. Su propósito, claro, era el de espar­cir el rumor de que Nehemías buscaba erigirse como rey de Judá.

Lo que decía la carta era mentira, pero ¿desde cuándo se interesa la gente en averiguar si un rumor es fidedigno o no? Este rumor repre­sentaba un peligro. Si la gente lo creía se opondrían sin prejuicio algu­no al liderazgo de Nehemías porque no tenían intención de cortar lazos con el gobierno persa. Y si el rumor de la supuesta revolución llegaba al rey, Nehemías estaría en problemas más graves todavía: en el patíbulo de Susa con la soga alrededor del cuello.

Podríamos pensar que Nehemías tenía justificados motivos para estar a la defensiva. Los obreros ya buscaban excusas para renunciar, y los reyes nunca habían sido blandos con quienes albergaban la idea de la traición y promovían revueltas populares. Sin embargo, Nehemías siguió concentrado en su tarea:

Yo envié a decirle: «Nada de lo que dices es cierto. Todo esto es

pura invención tuya». En realidad, lo que pretendían era asus­

tarnos. Pensaban desanimarnos, para que no termináramos la

obra.

«Y ahora, SEÑOR, ¡fortalece mis manos!». (Nehemías 6:8-9)

Nehemías no se permitió caer en la trampa. En lugar de distraer su atención de su deber y enfocar la mirada en quienes se proponían derrotarlo y destruirlo, confrontó enseguida a sus enemigos, oró a Dios pidiendo fuerzas y siguió trabajando.

Por fin los enemigos de Nehemías intentaron intimidarlo para que violara la ley de Dios, urgiéndole a que buscara refugio en el templo.

Fui entonces a la casa de Semaías, hijo de Delaías y nieto de

Mehitabel, que se había encerrado en su casa. Él me dijo:

«Reunámonos a puerta cerrada en la casa de Dios, en el

interior del templo, porque vendrán a matarte. ¡Sí, esta noche

te quitarán la vida!». (Nehemías 6:10)

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L A R E S O L U C I Ó N D E P R O B L E M A S

Solo se permitía a los sacerdotes ingresar a la parte del templo donde estaba el altar, y Nehemías no era sacerdote. Si violaba la ley de Dios bus­cando refugio allí, quedaría desacreditado frente al pueblo de Israel. No solo estaría violando la Ley, sino que socavaría su autoridad como líder. Cuando se supiera que el gobernador se ocultaba en el templo la gente perdería confianza en su capacidad de liderazgo.

Una vez más Nehemías se negó a permitir que le distrajeran de su tarea. Resolvió el problema obedeciendo a Dios y pidiéndole su fuerza:

Pero yo le respondí:

—¡Yo no soy de los que huyen! ¡Los hombres como yo no

corren a esconderse en el templo para salvar la vida! ¡No me

esconderé!

Y es que me di cuenta de que Dios no lo había enviado,

sino que se las daba de profeta porque Sambalat y Tobías lo

habían sobornado. En efecto, le habían pagado para intimi­

darme y hacerme pecar siguiendo su consejo. De este modo

podrían hablar mal de mí y desprestigiarme.

«¡Dios mío, recuerda las intrigas de Sambalat y Tobías!

¡Recuerda también a la profetisa Noadías y a los otros profetas

que quisieron intimidarme!» (Nehemías 6:11-14)

Si Nehemías hubiera estado liderando a partir de una postura ego­céntrica, seguro habría encontrado motivos para huir y salvarse. Pero Nehemías sabía que era mejor servir a Dios que preservar su propia vida. Comparado con el «gran proyecto» para el que Dios le había llamado, la amenaza de ser asesinado era algo trivial. Nehemías no abandonaría el gran proyecto para salvar su vida. Sabía que había en juego cosas mucho más grandes e importantes que su seguridad personal.

L A Ú N I C A F O R M A D E LLEGAR A L A SALIDA E S A T R A V E S Á N D O L A

Como líderes tendremos que enfrentar problemas. Es inevitable. De hecho, Dave Anderson —fundador y presidente de la cadena de

restaurantes Famous Dave’s— sugiere que «si quieres avanzar, ve a tu

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EL líder PERFECTO

[gente] y dile: “¿Tienen problemas? Denme algunos”. En lugar de escapar de los problemas como haría la mayoría de las personas, búsquenlos ... Es la forma de progresar. Hay que resolver los problemas».4

La existencia de los problemas es un asunto no negociable en un mundo caído debido al pecado. El único factor que podemos controlar es nuestra respuesta a los problemas. Si seguimos el modelo de Nehemías y con toda atención: (1) mantenemos la concentración, (2) confronta­mos toda falsa acusación contra nosotros de inmediato y con integridad, y (3) oramos pidiendo a Dios que nos dé fuerza y sabiduría, entonces encontraremos —como sucedió con Nehemías— que Dios está listo, dispuesto a ayudarnos y que tiene la capacidad para hacerlo.

Tendríamos que pensar en los Sambalats, Tobías y Gueséns de nues­tra vida y recordar que no importa cuán potente sea la oposición, Dios es un aliado invencible. ¡Es mucho más efectivo pedir ayuda de aquel que todo lo ve y todo lo sabe, que tratar de encontrar una fórmula propia!

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C A P Í T U L O I I

La formación de un equipo

QTRABAJO EN EQUIPO

uizá la mejor palabra para describir un solo de timbal sea «bre­ v ve». Hasta los mejores músicos del mundo tendrán dificultades

para lograr una variedad de sonidos con este instrumento de percusión. La flauta o la trompeta producen sonidos más melódicos y armoniosos. Aun así, hay pocos instrumentos que puedan por sí mismos captar nues­tra atención durante demasiado tiempo. Pensamos enseguida en la gui­tarra o el piano, que pueden producir diversas notas a la vez.

El atractivo de la orquesta no son los solos de flauta, violín o cual­quier otro instrumento, sino la sinfonía producida por el conjunto.

La música conmueve cuando mezcla y equilibra los sonidos de diver­sos instrumentos musicales. Mezcle el melodioso violín con la atronadora tuba, añada la melancolía del cello y la calidez de la flauta, y los minutos se convertirán en horas sin que nos demos cuenta siquiera. Estos instru­mentos tan diferentes entre sí se unen para producir un sonido iniguala­ble y nos transportan con ellos a un lugar distinto.

El mismo principio en el que se basa el éxito de un concierto vale también para la cocina. El buen chef mezclará ingredientes: huevos, hari­na, azúcar, etc. Son cosas que por sí mismas no dicen mucho, pero que al mezclarse con mano diestra se convierten en exquisitos platos.

De la misma manera el líder avezado sabrá cómo unir los diver­sos elementos para crear un grupo productivo. No hay muchas destre­zas que se equiparen en importancia a la capacidad de formar un buen

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EL LÍDER PERFECTO

equipo, Una de las marcas que distinguen al buen líder será la cantidad

y el calibre de las personas a las que pueda persuadir para que se unan a

su proyecto. El más grande de los reyes de Israel, David, tenía un equipo

formado por «hombres valientes»:

Éstos son los nombres de los soldados más valientes de David:

Joseb Basébet el tacmonita, que era el principal de los tres

más famosos, en una batalla mató con su lanza a ochocientos

hombres.

En segundo lugar estaba Eleazar hijo de Dodó el ajoji-

ta, que también era uno de los tres más famosos. Estuvo con

David cuando desafiaron a los filisteos que se habían concen­

trado en Pasdamín para la batalla. Los israelitas se retiraron,

pero Eleazar se mantuvo firme y derrotó a tantos filisteos que,

por la fatiga, la mano se le quedó pegada a la espada. Aquel día

el SEÑOR les dio una gran victoria. Las tropas regresaron adon­

de estaba Eleazar, pero sólo para tomar los despojos.

El tercer valiente era Sama hijo de Agué el ararita. En cier­

ta ocasión, los filisteos formaron sus tropas en un campo sem­

brado de lentejas. El ejército de Israel huyó ante ellos, pero

Sama se plantó en medio del campo y lo defendió, derrotan­

do a los filisteos. El SEÑOR les dio una gran victoria. (2 Samuel

23:8-12)

Como David tenía por intención hacer cosas grandes, solamente los

más fuertes y valientes podían mantenerse a su lado. Los que no logra­

ban seguirle el paso no podían unirse al equipo.

«Solo no puedes» Don Bennett se sentía en la cima del mundo. Tenía más riqueza de la

que podríamos imaginar siquiera. Sus propiedades incluían una casa de

campo, un chalet para esquiar y una gran casa de ocho dormitorios sobre

la orilla de la Isla Mercer en Seattle. Y luego todo cambió. Un bello día

soleado de agosto de 1972, Don iba con sus hijos en una lancha cuando

cayó por la borda y la hélice le cortó las piernas. Casi muere desangrado

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LA FORMACIÓN DE UN EQUIPO

pero logró sobrevivir. Hicieron falta 480 puntos para suturar los cortes de

su pierna izquierda. Perdió la pierna derecha desde encima de la rodilla.

Y lo peor fue que mientras estaba en el hospital recuperándose

de este accidente, su negocio quebró. Don sentía que lo había perdi­

do todo, excepto su determinación. Asombró a todos cuando logró vol­

ver a esquiar. Y con el tiempo les enseñó a hacerlo a otras personas que

también habían perdido una pierna. Inició un nuevo negocio, Video

Training Center, y entre sus clientes se contaban empresas como Boeing

y Weyerhaeuser. Se le despertó el gusto por andar en kayak y fue enton­

ces que empezó a soñar con volver a escalar montañas.

Había escalado el Monte Rainier en 1970 y quería hacerlo nueva­

mente. Pero sabía que solo no podría hacerlo. Se entrenó, recorriendo

ocho kilómetros al día con ayuda de sus muletas. Con un equipo de

cuatro personas más llegó a unos ciento veinte metros de la cima antes

de que las condiciones meteorológicas y un fuerte viento les obligaran

a bajar. Cuatro meses más tarde volvió a entrenar con el capitán de su

equipo. Durante un año se esforzaron, preparándose para volver a la

montaña. Escaló durante cinco días dedicando catorce horas cada vez a

saltar, arrastrarse y subir como podía, utilizando su pierna izquierda don­

de el lugar se lo permitía. El 15 de julio de 1982, Don Bennett tocó la

cima de la montaña. Fue el primer amputado en escalar los 4.393 metros

del Monte Rainier.

Cuando le preguntaron cuál era la lección más importante que había

aprendido de todo esto, su respuesta fue simple: «Solo no se puede».

Describió que una vez al cruzar un campo helado su hija le acompaña­

ba, y al ver que todo se le hacía tan difícil, la niña dijo: «Tú puedes, papá.

Eres el mejor papá del mundo. Tú puedes». Les dijo a quienes le entrevis­

taron que no podía dejar de saltar hasta la cima, con las dulces palabras

de su hijita resonando en sus oídos y dándole ánimo.1

«Solo no se puede». ¡Tiene mucho sentido! Porque muy pocos logros,

si acaso alguno de los que sobresalen entre tantas cosas pueden conse­

guirse cuando uno trabaja a solas. Este es un hecho que la mayoría de

las personas conoce. Pero lo que no es tan obvio es que no cualquiera

podrá ayudarnos. Don Bennnet no reclutó a sus ayudantes buscando en

la población de un hogar de ancianos. No. Formó un equipo de perso­

nas que querían escalar hasta la cima de ese monte de 4.400 metros, y lo

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EL LÍDER PERFECTO

que es quizá más importante, que podían hacerlo. Quien intenta realizar

grandes hazañas tendrá que ser capaz de reclutar a un equipo de perso­

nas dispuestas, capaces y valientes.

EL TRABAJO EN E Q U I P O Y LA T R I N I D A D

Los equipos fuertes que funcionan a toda máquina y haciendo uso de

su pleno potencial reflejan semejanzas con la relación que hay den­

tro de la divina Trinidad. Las Escrituras registran la obra de la divina Tri­

nidad en la creación del cosmos (Génesis 1:1-2; Juan 1:1-3; Colosenses

1:15-17). Por eso, cuando un equipo trabaja en conjunto, concentrán­

dose en los demás, reflejará aunque sea de manera imperfecta la creativi­

dad y el interés mutuo que provienen de Dios mismo. Gilbert Bilezikian

escribió: «Toda comunidad que exista como resultado de la creación de

Dios es solo un reflejo de una realidad eterna, intrínseca e inherente al

ser de Dios».2

Las tres personas de la Trinidad divina jamás son independientes

sino que siempre obran juntas, en común acuerdo. No hace falta leer

demasiado en la Biblia para descubrir esta verdad. En el primer versícu­

lo (Génesis 1:1) se nos presenta ya a Dios como iniciador y diseñador de

toda la creación. El segundo versículo describe al Espíritu de Dios sobre­

volando el mundo creado. Observemos que el Espíritu no construye el

mundo creado sino que lo sobrevuela, y esto sugiere el rol de protector

o supervisor. Y luego el tercer versículo nos presenta la palabra de Dios

como ejecutora de la voluntad de Dios, el agente de la creación.3

Esta perfecta y armoniosa interacción, aunque es obvia desde el

comienzo de la Biblia, fue especialmente evidente en la forma que Dios

diseñó para que fuera posible que las personas que se habían alejado de él

pudieran ser transformadas en amados hijos suyos (Efesios 1:3-14). Este

pasaje, que en el idioma original de la Biblia es una larga y única oración,

exalta la obra de cada uno de los miembros de la Trinidad en el esquema

de Dios de la redención, una obra que se corresponde con lo que acaba­

mos de ver en los tres primeros versículos de Génesis 1.

Pablo escribió sobre la obra del Padre en el cumplimiento de nues­

tra salvación:

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LA FORMACIÓN DE UN EQUIPO

Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos

ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición

espiritual en Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación

del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él.

En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos

por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su volun­

tad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su

Amado. (Efesios 1:3-6)

El Padre nos eligió antes de la creación del mundo y envió a su Hijo

para que a través de él pudiéramos ser adoptados y formar parte de su fami­

lia. Lo planificó con todo cuidado y dio comienzo a su obra en el momento

justo. Dios Padre es el iniciador y diseñador de nuestra salvación.

Luego el apóstol se concentra en la obra del Hijo:

En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de

nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia que Dios

nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento. Él

nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen

propósito que de antemano estableció en Cristo, para llevar­

lo a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas

las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra. En Cristo

también fuimos hechos herederos, pues fuimos predestinados

según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme al

designio de su voluntad, a fin de que nosotros, que ya hemos

puesto nuestra esperanza en Cristo, seamos para alabanza de su

gloria. (vv. 7-12)

El Hijo hace realidad el plan del Padre. En su encarnación se con­

vierte en el Dios-hombre, el mediador entre Dios y los seres humanos.

Su sacrificio de sangre por nosotros pagó el precio de nuestros pecados

para que pudiéramos disfrutar del perdón y aferramos al propósito de

Dios para nuestras vidas. Dios Hijo es el agente de nuestra salvación.

En tercer lugar, Pablo describe la obra del Espíritu Santo que sella y

garantiza nuestra herencia espiritual:

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EL LÍDER PERFECTO

En él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la ver­

dad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fue­

ron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido.

Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención

final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su glo­

ria. (vv.13-14)

El Espíritu Santo aplica la justicia de Cristo a todos los que estamos

en Cristo. Él nos ha ungido, y nos sostiene en la promesa hasta que vea­

mos a Cristo cara a cara. El Espíritu de Dios es el protector de nuestra

salvación.

Así, el Padre inició la salvación, el Hijo la cumplió y el Espíritu

Santo la hace realidad en nuestras vidas. Al final de cada una de estas

tres secciones, aparece la frase «para alabanza de su gloria». Las tres per­

sonas de la Trinidad han de ser alabadas por su obra de salvación para

nosotros. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen roles distintos pero

obran juntos en perfecto acuerdo y armonía.

Mucho se dice sobre cómo construir la unión entre las personas,

dada la diversidad que existe. Pero si volvemos a la analogía de la orques­

ta, recordaremos que la orquesta necesita afinar los instrumentos antes

de cada función o concierto. Quien toca el oboe tocará en tono de con­

cierto (en el La que está sobre el Do central [440 Hz]), y luego el primer

violinista toca la nota y los demás instrumentos deben afinarse según ese

tono. Lo que sigue podrá calificarse como cacofonía en un principio, ya

que todos producirán un sonido extraño, el sonido único que solo pue­

de producir una orquesta en preparación. Sin embargo, una vez afina­

dos todos los instrumentos, tocarán en armonía produciendo sonidos

placenteros.

Jesucristo es el instrumento que nos guía. Su encarnación nos ha

dado la nota del concierto. Al entregarnos al poder transformador del

Espíritu Santo encontramos que nuestros instrumentos suenan cada vez

más y más parecidos a la clave que nos brinda Jesús. Como subproduc­

to de esta armonía con él, descubrimos que estamos en sintonía con los

demás también.

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LA FORMACIÓN DE UN EQUIPO

«LOS VALIENTES DE DAVID»

El rey David fue líder de uno de los equipos más célebres de todo el Antiguo Testamento. Este grupo era el equipo estrella, con sus gue­rreros inconmovibles y valientes, celebrados por sus esfuerzos y cora­

je. Eran hombres dispuestos, preparados y capaces de entrar en batalla y entregar sus vidas por el hombre que conocían como líder elegido por Dios.

Surgen varias cosas cuando pensamos en la forma en que David for­mó su equipo. Primero, David pasaba tiempo junto a su equipo en las batallas. Necesitamos estar con nuestro equipo «en las buenas y en las malas». Se forman vínculos sólidos cuando se comparten experiencias.

En segundo lugar, sabiendo que estaban dispuestos a hacer sacrifi­cios por él, David se aseguró de que supieran que él estaba dispuesto a hacer lo mismo por ellos. Cuando tres de sus valientes hombres arries­garon sus vidas para obtener agua potable para él durante una batalla, David se negó a bebería, demostrando su compromiso y voluntad de compartir los riesgos con ellos (2 Samuel 23:13-17). Tenemos que com­prometernos con nuestro equipo con toda sinceridad.

El tercer punto es que David celebraba la victoria con los miem­bros de su equipo. Una y otra vez David y sus hombres enfrentaron obstáculos que parecían insalvables, y vieron cómo Dios los liberaba. Tenemos que reconocer las victorias y tomarnos el tiempo de celebrar con los miembros de nuestro equipo.

Finalmente, David honraba a sus amigos. Estos hombres eran cono­cidos en esas tierras como «los valientes de David», una frase que servía como estandarte y los señalaba como extraordinarios (2 Samuel 23:8-17; 1 Crónicas 11:10-11). No eran hombres valientes cualesquiera. Eran los hombres valientes de David. Tenemos que formar el sentido de identi­dad de nuestro equipo para poder mantenernos firmes cuando lleguen los momentos de mayor presión.

Sinergia, ser mentores y formación de equipos Hoy la iglesia, el cuerpo de Cristo en la tierra, no es una organización sino un organismo que manifiesta tanto la unidad como la diversidad. Todos somos parte de algo. No puede haber solitarios espirituales en la

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EL LÍDER PERFECTO

familia de Dios. Somos personas que viajamos con otras, llamados todos a un pacto de relación. Cuando acudimos a Dios desesperanzados y gol­peados, sin nada en las manos, y recibimos su don de perdón y salva­ción, estamos «comprando un paquete». Al hacerlo Dios nos dice: «Si me amas, tienes que amar también a mi pueblo».

Vivimos en una cultura individualista pero somos llamados a la rela­ción. Greg Johnson observó, como mencionamos antes, que no somos llamados a ser personas de Dios sino pueblo de Dios.

Una frase que por lo general no se toma en cuenta en toda esta dis­cusión sobre las relaciones es la primera parte del versículo 14 del capítu­lo 3 de Marcos: Jesús apartó a sus discípulos «para que lo acompañaran». Antes de ser enviados a ministrar al mundo los discípulos fueron llama­dos a una experiencia personal con Jesús. En su sabiduría, Cristo jamás quiere que nadie hable del cristianismo como un vendedor, sino como un testigo, como alguien que de primera mano ha experimentado aque­llo de lo que habla. Hay algo en la persona que ha estado con Jesús que la distingue.

Y es bueno que veamos cómo podemos invertir de nosotros mismos en otros para que lo que hayamos aprendido, lo que valoramos, lo que es el pilar de nuestras vidas, perdure aun cuando ya no estemos. La men­te prudente siempre construye una sucesión. La mente prudente siem­pre busca ser mentora de otros que lleguen a posiciones de liderazgo en el futuro. Una vieja parábola popular dice que el sabio es el que planta árboles para dar sombra aunque sepa que él nunca llegará a disfrutarla. Los planta para sus hijos, y para los hijos de sus hijos.

Vemos un gran ejemplo de la relación entre la sinergia, el ser mento­res y la formación de equipos en el mundo de los deportes. Muchos de los entrenadores de nuestra era solían jugar para los entrenadores de épocas pasadas. En la Serie Mundial del 2002, los Anaheim Angels jugaron contra los San Francisco Giants. Ambos equipos eran dirigidos por sus respectivos ex jugadores Mike Scioscia y Dusty Baker. Los dos se cuentan entre los mejores entrenadores del béisbol profesional y dicen que fue una maravi­llosa experiencia jugar para el legendario Tommy Lasorda. Byron Scott fue entrenador de los New Jersey Nets en las finales de la NBA. Atribuye direc­tamente gran parte de su éxito al hecho de haber jugado bajo la tutela de Pat Riley. Como entrenador de los San Francisco Forty-Niners, Bill Walsh

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LA FORMACIÓN DE UN EQUIPO

revolucionó el juego del fútbol americano con su «Ofensa de la Costa Oeste». Al menos siete de los que fueron asistentes suyos son ahora entre­nadores titulares de la Liga Nacional de Fútbol Americano.

LA ELECCIÓN DE LOS APÓSTOLES

De entre la enorme cantidad de discípulos que le seguían, Jesús eligió a solamente doce hombres que serían sus apóstoles. Esta era una

decisión tan importante que el Señor oró toda la noche para prepararse: «Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que nombró apóstoles» (Lucas 6:12-13). En su relato de este incidente Marcos añade que Jesús nombró a estos doce apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar» (Marcos 3:14).

Jesús sabía que este sería el equipo que le acompañaría durante el resto de su ministerio y estaba dispuesto a invertir su persona en ellos sin reserva alguna. Seguiría enseñando a las multitudes, pero desde ese momento en adelante, comenzaría a derramar en sesiones privadas su carácter y a comunicar sus planes a estos doce hombres. Aun en medio de su mayor popularidad, Jesús sabía que la forma de dar vuelta al mun­do y revolucionarlo era invirtiendo mucho en unos pocos que continua­rían con la misión una vez que ya no estuviera con ellos su líder.

Más de dos mil años más tarde podemos dar testimonio de que esto funcionó. Once de estos doce hombres fueron el cimiento sobre el que se edificio la iglesia, construida sobre la piedra angular de Cristo (Efesios 2:19-20). Las acciones de Jesús, la irrefutable realidad de la resurrección y el poder del Espíritu Santo habitando en ellos convirtió a este grupo de hombres tan diferentes entre sí, caracterizados por la confusión, las peleas internas y el interés propio, en un equipo de genuina sinergia con (y este es quizá el milagro más grande de todos los tiempos) auténtico amor mutuo.

Un equipo de especialistas Los equipos están formados por especialistas posicionales. Estas perso­nas por lo general han sido reclutadas por su capacidad individual y la

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EL LÍDER PERFECTO

contribución que se espera de cada una de ellas. Sin embargo, no confor­

man un equipo sólido hasta que se combinan los puntos fuertes de cada

uno y se llega a un resultado que ninguno de los miembros por sí mismo

podría haber logrado. Es difícil formar un equipo de alto rendimiento.

Así que debemos acudir al Maestro de los maestros para que nos demues­

tre cómo reclutar y dar forma a un equipo de primera clase.

Jesús formó el equipo más importante que se haya logrado jamás.

Este equipo fue desarrollándose para poder continuar su obra en la tierra

(Hechos 1:8-9). Lucas registra la historia de los apóstoles en el libro de

los Hechos. La iglesia que lideraban creció primero en Jerusalén y desde

allí al resto del mundo, a lo largo de más de dos mil años de historia. En

su Evangelio Marcos relata un hecho que parece insignificante: el llama­

do de Mateo, conocido también como Leví:

Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa donde

cobraba impuestos.

—Sígueme —le dijo Jesús.

Y Leví se levantó y lo siguió.

Sucedió que, estando Jesús a la mesa en casa de Leví, muchos

recaudadores de impuestos y pecadores se sentaron con él y sus

discípulos, pues ya eran muchos los que lo seguían. Cuando los

maestros de la ley, que eran fariseos, vieron con quién comía,

les preguntaron a sus discípulos:

—¿Y éste come con recaudadores de impuestos y con pecado­

res?

Al oírlos, Jesús les contestó:

—No son los sanos los que necesitan médico sino los

enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos sino a pecadores.

(Marcos 2:14-17)

Quizá veamos a Leví como una elección arbitraria, pero como vimos

antes Jesús había pasado la noche entera orando antes de elegir a sus

discípulos. Es decir, que eligió a Mateo con toda intención. Al elegir a

un recaudador de impuestos Jesús demostró dos principios importantes

para la formación de un equipo.

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LA FORMACIÓN DE UN EQUIPO

Primero, reclutó a personas específicas por razones específicas. Los equipos están formados por jugadores. Y los jugadores ocupan posicio­nes. Se espera que contribuyan con aquello que saben hacer bien, mejor que cualquiera de los demás en el equipo.

En segundo lugar, Jesús reclutó a un jugador «raro». Él había comen­zado con un grupo de galileos, hombres de trabajo casi todos pescadores y con una historia y antepasados judíos. Pero entonces, sin explicación alguna, vemos que llama a Mateo, un publicano detestado, un recau­dador de impuestos. Para los apóstoles, Mateo sería el candidato más insólito. Como recaudador de impuestos debía haber sido un violen­to opositor del judaismo ortodoxo. De hecho, el término hebreo para recaudador de impuestos (mokhes) parece tener una raíz que significa de «opresión» o «injusticia». Los judíos odiaban este sistema opresivo de impuestos romanos. Odiaban los impuestos tan elevados. Y también detestaban la cantidad de impuestos que había: peajes, puentes, caminos, puertos, ingresos, impuestos a la ciudadanía, al grano, al vino, a la fru­ta, al pescado, etc. Odiaban ver cómo su dinero se gastaba en actividades inmorales e idólatras. Pero más que nada odiaban lo que representaban los impuestos romanos: la dominación romana sobre el pueblo de Dios.

En consecuencia, cualquier judío que trabajara para la «Agencia Impositiva Romana» era visto como el peor de los traidores. Mateo era por ello apartado de toda forma de vida judía, en especial de los servicios en la sinagoga. J. W. Shepard observa: «Su dinero era considerado sucio, impuro. Y ensuciaba a quien lo aceptara. No podía servir como testigo. Los rabinos no ayudaban al publicano porque esperaban que por la con­formidad externa a la ley sería justificado ante Dios».4

Es interesante ver que el escritor del primer evangelio, Mateo, nos enseña más sobre las profecías y tradiciones judías del Antiguo Testamento que cualquier otro escritor del Nuevo Testamento. Al leer su libro pensa­ríamos que era más judío que cualquier otro judío. ¿Qué podemos enten­der de esto? Quizá Mateo añoraba sus raíces judías y, sin embargo, su trabajo le imponía presiones. Es posible que estudiara las Escrituras en soledad, llegando a conclusiones independientes y albergando la esperanza de que llegara el Mesías. De Mateo podemos aprender que los que están a un lado y parecen tan antagonistas pueden ser precisamente los que lle­guen a ser grandes miembros de nuestro equipo.

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EL LÍDER PERFECTO

Cuando Jesús pasó por allí vio a Leví. La mayoría de las personas habrían tratado de ignorar al recaudador de impuestos, pasando a su lado sin mirarlo siquiera. Jesús era diferente. Miró a Leví a los ojos y lo llamó a un discipulado inmediato.

Leví respondió enseguida, con todo su ser. Quizá ya conocía a Jesús. El Mar de Galilea, y en especial la orilla cercana a Capernaúm, era el «cuartel general» de Jesús. Sin duda Leví lo habría oído predicar. Habría sido testigo del llamado de Jesús a los cuatro pescadores. Claro que les había cobrado impuestos muchísimas veces, en especial después de la pesca milagrosa (Lucas 5:4-7). Aunque el texto es un poco confuso en torno a este punto, es probable que Leví cerrara su negocio y luego arre­glara las cuentas con las autoridades romanas a las que debía responder antes de abandonar su puesto para seguir a Jesús. Si no lo hubiera hecho se le consideraría irresponsable como mínimo, y también habría repre­sentado un peligro que pondría en riesgo el ministerio de Jesús.

Una cosa era que los cuatro pescadores (Pedro y Andrés, Santiago y Juan) dejaran sus negocios en manos de sus padres (Mateo 4:18-22). Siempre tendrían la opción de regresar. De hecho, después de la resurrec­ción los apóstoles volvieron a Galilea y pasaron algún tiempo pescando (Juan 21:1-14). Sin embargo, la situación de Leví era diferente. No tenía otras opciones. Era un miembro menor en una enorme estructura corpo­rativa. Había jóvenes publicanos ansiosos por ocupar su lucrativo puesto. Cuando se fue, sabía que se iba para siempre.

Además de Mateo, recaudador de impuestos, Jesús reclutó a Simón el Zelote (Lucas 6:15), que se hallaba en el extremo opuesto a Mateo del espectro político. Jesús le enseñó a este equipo de personas a entender­se, apreciarse y amarse los unos a los otros. Jesús dio forma a este equi­po, convirtiéndolo en una unidad íntimamente entretejida. Aun así los reclutó, a cada uno de ellos, basándose en sus puntos fuertes como indi­viduos. Reclutó personas que contribuirían con los demás miembros del equipo y con los objetivos del equipo como unidad.

Los equipos, por su naturaleza, requieren de especialistas. Y los espe­cialistas suelen tener personalidades y puntos de vista diferentes. Los miembros de un equipo combinan sus puntos fuertes para ayudarse a cre­cer y cambiar su mundo. Un equipo con tal diversidad puede ser más

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LA FORMACIÓN DE UN EQUIPO

difícil de liderar ... ¡pero domar leones es más excitante que alimentar gatitos!

Confianza en el equipo Todo líder competente conocerá la importancia de la formación del equipo. Pero, ¿cómo se logra formar un equipo? Una vez más Jesús nos da el ejemplo:

Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó

a sus discípulos:

—¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

Le respondieron:

—Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elias, y

otros que Jeremías o uno de los profetas.

—Y ustedes, ¿‘quién dicen que soy yo?

—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó

Simón Pedro.

—Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—,

porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que

está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra

edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no pre­

valecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos;

todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo

lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Luego

les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el

Cristo. (Mateo 16:13-20)

Hay un factor que para el liderazgo efectivo quizá sea más importan­te que las cualidades de liderazgo o la capacitación extensa. Según John R. Katzenbach y Douglas K. Smith, los líderes efectivos «simplemen­te necesitan creer en su propósito y en su gente».5 Katzenbach y Smith afirman que cuanto más firme sea esta creencia, tanto más permite a los líderes encontrar casi por instinto el equilibrio adecuado entre la acción y la paciencia mientras trabajan para formar equipos efectivos.

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EL LÍDER PERFECTO

Nadie ilustra este principio mejor que Jesús. Cuando Jesús le pre­guntó a Pedro «¿Quién dices que soy yo?», no estaba jugando a los acer­tijos con este pescador. Si Pedro iba a liderar la iglesia debía conocer muy bien la identidad de Cristo y su propósito. Pedro no pestañeó siquie­ra antes de responder. Con toda seguridad declaró que Jesús era «el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Cuando Pedro confesó que Jesús era el «Cristo», exhibió un entendimiento del propósito del Señor. Él era el Ungido, el Mesías, el Salvador. Había venido para salvar a todos los que quisieran confiar en él.

Jesús respondió no solo afirmando la revelación del Padre a Pedro, sino expresando también su confianza en el futuro rol del discípulo como líder de la iglesia. Aunque los teólogos debaten sobre el significado exac­to de las palabras de Jesús, hay una cosa que está muy en claro: Jesús le confió a Pedro un rol de liderazgo clave. Y ese paso fue crucial para el desarrollo futuro del equipo de hombres y mujeres que harían llover el evangelio sobre el imperio romano.

EL PODER DE LA SINERGIA

Un equipo puede lograr cosas que las personas no podrían conse­guir trabajando por separado, por muchos que fueran sus talentos.

Juguemos a los acertijos: Si dos caballos pueden mover cuatro mil kilo­gramos, ¿cuántos kilogramos pueden mover cuatro caballos?

Aquí va una pista: la respuesta no es cuatro mil kilogramos. De hecho, tampoco es ocho mil. ¡Créase o no, cuatro caballos pueden mover más de trece mil kilogramos! Si el cálculo no nos resulta lógico es porque no entendemos el concepto de la sinergia.

La sinergia es la energía o la fuerza que se genera al trabajar juntos varias partes o procesos. La sinergia puede definirse como la interacción de elementos que al combinarse producen un efecto mayor al de la suma de las partes individuales. La sinergia es una acción conjunta que aumen­ta la efectividad de cada uno de los miembros de un equipo. Para fun­cionar bien el equipo tiene que estar comprometido con una visión y un propósito comunes, y tiene que estar dispuesto a trabajar en unidad para el mejoramiento del todo en lugar de buscar el progreso de cualquiera de sus miembros en forma individual.

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Parte 3:

LAS RELACIONES DEL LÍDER PERFECTO

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CAPÍTULO 12

Comunicación

ENTENDAMOS PARA QUE NOS ENTIENDAN

A comienzos del siglo veinte un magnate petrolero de Texas, muy rico pero sin demasiada educación formal, viajó por primera vez en bar­co a Europa. La primera noche, encontró que junto él estaba sentado a la mesa de la cena un extraño. Era un francés que con buenos modales le dijo: «Bon appetit». Pensando que el hombre estaba presentándose ante él, le respondió: «Barnhouse».

Durante varias noches este ritual se repitió. El francés asentía y decía: «Bon appetit». El tejano sonreía y decía: «Barnhouse», un poco más fuer­te y claro que la noche anterior.

Una tarde Barnhouse se lo contó a otro pasajero, quien le explicó al petrolero: «Es que usted no ha entendido. No se estaba presentando. Decir “Bon appetit” es la forma en que los franceses le desean que dis­frute de la comida».

No hace falta decir que Barnhouse se sintió muy avergonzado y deci­dió enmendar las cosas. Esa noche a la hora de la cena el tejano entró, le sonrió a su nuevo amigo y dijo: «Bon appetit».

El francés se puso de pie y respondió: «Barnhouse». En la famosa oración atribuida a San Francisco de Asís, se rue­

ga a Dios por ayuda para buscar entender antes que ser comprendido. Este principio es la clave para la comunicación interpersonal efectiva. En realidad el libro de Proverbios ofrecía el mismo consejo desde hacía ya muchos años. En Proverbios 18:13 leemos: «Es necio y vergonzoso

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EL LÍDER PERFECTO

responder antes de escuchar». En el mismo capítulo, un poco antes Salomón ofrece una aguda evaluación de quien prefiere hablar en lugar de escuchar: «Al necio no le complace el discernimiento; tan sólo hace alarde de su propia opinión» (v. 2).

APRENDAMOS A ESCUCHAR

El líder que no sabe cómo comunicarse no podrá liderar bien, ni duran­te mucho tiempo. La mayoría de los líderes invierten muchísimo tiempo y energía en el desarrollo de otras destrezas, como la planificación a lar­go plazo, el manejo del tiempo y la oratoria. Pero, ¿qué hay del desarrollo de la capacidad para escuchar? Quien quiera ser un buen líder tendrá que desarrollar esta importante habilidad. Mi amigo Arthur Robertson, fun­dador y presidente de Effective Communication and Development, Inc., escribió su libro Saber escuchar basándose en la premisa de que «saber escuchar es el primer y más básico requisito en la comunicación exitosa para la vida profesional y personal».1

El Dr. James Lynch, codirector de la Clínica y Laboratorio Psicofisiológicos de la Universidad de Maryland, ha documentado que cuando la gente es capaz de escuchar se produce una sanación real en el sistema cardiovascular. La presión sanguínea aumenta cuando las per­sonas hablan, y desciende cuando escuchan. De hecho, sus estudios muestran que la presión sanguínea es más baja cuando escuchamos que cuando nos quedamos en silencio mirando una pared en blanco.2

Según el Dr. Lynch la capacidad de escuchar no es esencial solo para un liderazgo efectivo, ¡sino también para preservar la salud!

Un hombre va a ver al médico y le dice: —Doctor, mi esposa no oye tan bien como antes. ¿Qué puedo

hacer?

El médico le responde: —Haga lo siguiente para comprobarlo. La próxima vez que su espo­

sa esté preparando la comida en la cocina, aléjese de ella unos cinco metros y pregúntele algo. Si no responde, repita la pregunta a medida que vaya acercándose, hasta que le oiga.

El hombre va a casa y encuentra a la esposa en la cocina. Entonces se para a unos cinco metros de distancia y pregunta:

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COMUNICACIÓN

—Amor, ¿qué vamos a cenar?

No hay respuesta, por lo cual el marido se acerca un poco. —Amor, ¿qué vamos a cenar? Nada. Se acerca un poco más. —Amor, ¿qué vamos a cenar?

Silencio. Ahora, el hombre está casi pegado a la espalda de su mujer y repite:

—Amor, ¿qué vamos a cenar?

—Te lo repito por cuarta vez. ¡Dije que cenaremos pollo!

EL D I O S QUE HABLA

Después de escribir The God Who Is There, Francis Schaeffer escribió otros volúmenes, que incluyen He Is There and He Is Not Silent, el

cual trata sobre la pregunta más fundamental de todas: ¿Cómo sabemos que sabemos? La respuesta de Schaeffer es simple: El Dios que es infini­to y personal no solo existe, sino que existe como comunicador. La pre­sunción fundacional de las Escrituras no es simplemente que Dios existe, sino que se ha comunicado con su pueblo a través de profetas y após­toles y de manera más definitiva a través de la revelación personal de su Hijo encarnado. Como ser personal y relacional Dios es un comunica-dor. William Barry y William Connolly escriben: «Nuestra fe nos dice que Dios se comunica con nosotros lo sepamos o no ... Él comparte su persona con nosotros aun cuando no sabemos que lo está haciendo ... Continuamente “se nos habla”».3

El Salmo 19 contiene una descripción de dos formas en las que Dios se comunica con nosotros: la revelación general y la revelación especial.

Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama

la obra de sus manos. Un día comparte al otro la noticia, una

noche a la otra se lo hace saber. Sin palabras, sin lenguaje, sin

una voz perceptible, por toda la tierra resuena su eco, ¡sus pala­

bras llegan hasta los confines del mundo! Dios ha plantado en

los cielos un pabellón para el sol. Y éste, como novio que sale de

la cámara nupcial, se apresta, cual atleta, a recorrer el camino.

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EL LÍDER PERFECTO

Sale de un extremo de los cielos y, en su recorrido, llega al otro

extremo, sin que nada se libre de su calor. (Salmo 19:1-6)

Los primeros seis versículos de este salmo de sabiduría presentan la revelación general de Dios de sí mismo a través del poder, el orden y la belleza de la naturaleza. Esta revelación es general porque está dispo­nible para todos. Sin palabras ni lenguaje, las estrellas señalan con elo­cuencia más allá de sí mismas a aquel que las creó y las sostiene. Por eso nadie ignora en realidad la existencia de Dios. Las «cualidades invisi­bles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa» (Romanos 1:20).

En los versículos 7 al 11 el salmista pasa de la revelación general a la personal, de la naturaleza a la palabra escrita:

La ley del SEÑOR es perfecta: infunde nuevo aliento. El man­

dato del SEÑOR es digno de confianza: da sabiduría al sencillo.

Los preceptos del SEÑOR son rectos: traen alegría al corazón. El

mandamiento del SEÑOR es claro: da luz a los ojos. El temor

del SEÑOR es puro: permanece para siempre. Las sentencias del

SEÑOR son verdaderas: todas ellas son justas. Son más deseables

que el oro, más que mucho oro refinado; son más dulces que la

miel, la miel que destila del panal. Por ellas queda advertido tu

siervo; quien las obedece recibe una gran recompensa.

La Palabra de Dios bendice ricamente y da poder a quienes apren­den de ella y la siguen. Dios se comunica con nosotros a través de las Escrituras no con el mero fin de informarnos, sino también para trans­

formarnos. Los autores de los libros del Nuevo Testamento estaban por completo de acuerdo con este sentimiento:

Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para

reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de

que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda

buena obra. (2 Timoteo 3:16-17)

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COMUNICACIÓN

Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más

cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más

profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los hue­

sos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.

Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al des­

cubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir

cuentas. (Hebreos 4:12-13)

Hay beneficios en la exposición consistente a la Palabra inspirada por Dios. El Espíritu Santo nos hablará a través de las páginas de las Escrituras si tan solo entramos en su presencia con corazones dispues­tos y nuestras Biblias abiertas. Es que la Biblia no es un libro y nada más. Es una carta que Dios nos escribe donde nos comunica quién es él, qué quiere para nosotros, cómo podemos responder al deseo que él expresa y cuál es la mejor forma de ordenar nuestra vida según nuestro inherente designio. La Biblia es un mapa de la abundante vida que Dios nos ofre­ce como hijos suyos.

Llegué a la fe a principios del verano de 1967, pero antes de esa noche ya había estado expuesto a la Biblia. De pequeño había aprendi­do algunos versículos pero jamás les había encontrado significado. Era como memorizar frases de Shakespeare o citas de Mark Twain. Me ser­vían para condimentar conversaciones, aquí y allá, pero estaban lejos de transformar mi vida. Después de convertirme en cristiano, sin embargo, empecé a ver con mayor claridad que estos versículos de la Biblia tenían una calidad muy diferente a las citas de Shakespeare o Mark Twain. Los conceptos que hallamos en la Biblia tienen el potencial de alterar el cur­so de la vida de una persona de manera radical. Supe casi de inmediato que necesitaba ir a algún lugar y dedicar una buena porción de mi vida a estudiar la Biblia. En seis meses pasé de ser un estudiante pelilargo de Berkeley, California, a ser un prolijo estudiante del seminario de Dallas, Texas. Quise cortarme el cabello y vestir saco y corbata para asistir a cla­se todos los días (un verdadero cambio cultural para un ex hippie) de modo que pudiera aprender todo lo posible sobre el plano de obra que Dios ofrecía para mi vida.

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E L L ÍDER P E R F E C T O

A pesar de lo grandiosa que es la Biblia, sin embargo, la forma de comunicación excelsa de Dios hacia nosotros es su revelación personal en Jesucristo:

Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros

antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos

días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo

designó heredero de todo, y por medio de él hizo el univer­

so. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen

de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra

poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los peca­

dos, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. (Hebreos

1:1-3)

Jesús dijo que vino para que nos fuera posible conocer al Padre: «Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo» (Mateo 11:27). Como Dios ha tomado la iniciativa, ha hecho que nos fuera posible conocerle y nos invita a comunicarnos con él per­sonalmente a través de las Escrituras y la oración.

EL MANDAMIENTO MÁS DESOBEDECIDO DE TODOS

Es importante practicar las técnicas para escuchar de manera activa: el contacto visual, repetir lo que oímos con otras palabras para estar

seguros de que entendimos bien, por ejemplo. George Bernard Shaw creía que el problema más grave en las comunicaciones es la ilusión de que se haya cumplido de manera adecuada el proceso.

La capacidad de expresarnos de manera afirmativa y no mordaz está muy ligada a la capacidad de escuchar. Después de todo: «El charla­tán hiere con la lengua como con una espada, pero la lengua del sabio brinda alivio» (Proverbios 12:18). Podemos enseñarles a nuestros hijos a decir: «A palabras necias oídos sordos», pero sabemos que no es ver­dad. Las palabras sí pueden lastimar. Pueden herir. De hecho, el término

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C O M U N I C A C I Ó N

«sarcasmo» tiene como raíz la idea de cortar carne. Todo aquel que haya oído un discurso sarcástico conoce el dolor del filo de las palabras.

Es posible que si nos guardamos las emociones, nuestra salud se vea afectada, pero esto no nos da la libertad de ventilar nuestra ira, irri­tación, desilusión, impaciencia, estrés, inseguridad, culpa o cualquier otra emoción negativa que sintamos al momento de hablar. Dietrich Bonhoeffer habló de la necesidad de poner en práctica «el ministerio de guardar la lengua». «Muchas veces combatimos mejor los pensamientos de maldad si nos negamos a expresarlos con palabras ... Tiene que ser una regla decisiva en todo cristiano que nos prohibamos decir muchas de las cosas que se nos ocurren».4

Los líderes que actúan con sabiduría piensan antes de hablar y al hacerlo seleccionan palabras que logren nutrir en lugar de destruir. Cuando se enfrentan con la hostilidad hablan con suavidad, como para calmar la ira en lugar de azuzarla (Proverbios 15:1). En la epístola del Nuevo Testamento, Santiago escribió: «Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere» (Santiago 1:19-20). Estos tres mandamientos (ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarnos) son los man­damientos bíblicos más desobedecidos por nosotros. Sin embargo, si se los observa con regularidad pueden cambiar la vida de una persona de manera radical y contribuir a que vivamos la vida justa que Dios quiere.

Nuestra capacidad para comunicarnos puede evocar confianza o desconfianza en las personas que están bajo nuestro liderazgo. Puede ins­pirarles seguridad o temor. Y determinará en gran medida las ganas que tengan de escucharnos, creer en lo que decimos y seguirnos.

La lengua tramposa Como hemos sido creados a imagen de Dios somos seres personales, relacionales y comunicativos. El tema no es entonces si nos comunica­mos o no, sino cuán efectiva y adecuada será nuestra comunicación. Lo que digamos puede bendecir o lastimar a otros, como lo señala Santiago en su epístola. Santiago es el libro de sabiduría del Nuevo Testamento, y al igual que el libro de Proverbios, nos dice mucho sobre las palabras que

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E L L ÍDER P E R F E C T O

pronunciamos. El capítulo tres subraya gran parte de lo que sabemos ya por propia experiencia: la lengua parece ser más difícil de controlar que cualquier otra parte de nuestro ser.

Todos fallamos mucho. Si alguien nunca falla en lo que dice, es

una persona perfecta, capaz también de controlar todo su cuer­

po. Cuando ponemos freno en la boca de los caballos para que

nos obedezcan, podemos controlar todo el animal. Fíjense tam­

bién en los barcos. A pesar de ser tan grandes y de ser impul­

sados por fuertes vientos, se gobiernan por un pequeño timón

a voluntad del piloto. Así también la lengua es un miembro

muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes haza­

ñas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña

chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad.

Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y,

encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el cur­

so de la vida. (Santiago 3:2-6)

Nuestro discurso no es un territorio neutral, porque está moldeado e informado por nuestro carácter. El arte de saber escuchar y hablar no se enseña en las aulas, aunque esta capacidad, sin embargo, es esencial para un liderazgo efectivo.

Observemos la conclusión de Santiago sobre nuestra incapacidad para controlar la lengua: «El ser humano sabe domar y, en efecto, ha domado toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de bestias marinas; pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de vene­no mortal» (vv. 7-8). Y observemos también que no nos deja sin solu­ción, a la deriva y siendo víctimas de nuestras irrefrenables lenguas:

¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre

con su buena conducta, mediante obras hechas con la humil­

dad que le da su sabiduría. Pero si ustedes tienen envidias amar­

gas y rivalidades en el corazón, dejen de presumir y de faltar a la

verdad. Ésa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que

es terrenal, puramente humana y diabólica. Porque donde hay

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C O M U N I C A C I Ó N

envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de

acciones malvadas. En cambio, la sabiduría que desciende del

cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil,

llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera. En

fin, el fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen

la paz (vv. 13-18).

Hay dos fuentes posibles para alimentar nuestro discurso: la sabidu­

ría terrenal y la sabiduría celestial. Jesús les dijo a sus seguidores:

Ningún árbol bueno da fruto malo; tampoco da buen fruto

el árbol malo. A cada árbol se le reconoce por su propio fru­

to. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de

las zarzas. El que es bueno, de la bondad que atesora en el cora­

zón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produ­

ce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca.

(Lucas 6:43-45)

La clave para domar la lengua no es la lengua misma, sino el cora­

zón. El apóstol Pablo concuerda al citar de los salmos:

Así está escrito: «No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay

nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han

extraviado; por igual se han corrompido. No hay nadie que

haga lo bueno; ¡no hay uno solo!». «Su garganta es un sepul­

cro abierto; con su lengua profieren el engaño». «¡Veneno de

vibora hay en sus labios!».«Llena está su boca de maldiciones y

de amargura». «Veloces son sus pies para ir a derramar sangre;

dejan ruina y miseria en su camino, y no conocen el camino de

paz». «No hay temor de Dios delante de sus ojos». (Romanos

3:10-18)

Según Pablo, de todas las formas en que nos permitimos ventilar

nuestra maldad interna, la principal es nuestro discurso. Nuestra lengua

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E L L ÍDER P E R F E C T O

es la manifestación inicial de nuestra indignidad interna y falta de justi­cia. Los corazones llenos de pecado producen palabras llenas de pecado.

Una de las formas en que los padres pueden saber si sus hijos están enfermos de verdad es por el olor que tiene su aliento. Los patrones de discurso llenos de maldad son el olor de la enfermedad del pecado en nuestro aliento. No es que tengamos que lavarnos la boca con jabón. Tenemos que lavar nuestros corazones con el agua de la Palabra de Dios. Nos hace falta mucho más que un enjuague bucal. Tenemos que ocupar­nos de la enfermedad y la maldad interior que motiva que el pecado sal­ga de nuestras bocas.

La Biblia dice con claridad que la comunicación es tanto una habi­lidad como una expresión del carácter. Nadie puede domar su lengua. La lengua hablará lo que haya en el corazón. Joseph Stowell ofrece una observación que puede sernos útil:

Santiago escribió que nadie puede domar su lengua (3:8). Esta

afirmación no tiene por intención causar desesperanza o jus­

tificar nuestras continuas fallas, sino hacernos saber que vale

la pena el esfuerzo iniciado por propia voluntad ... En nues­

tro deseo por transformar la lengua, de fuego infernal a instru­

mento de comunicación constructiva, nos encontramos frente

a una tarea de proporciones sobrenaturales ... Y por eso, para

transformar nuestra lengua hace falta una fuerza sobrenatural.5

No nos es posible domar la lengua, pero sí podemos entregar nues­tras lenguas al señorío de Cristo. Como líderes cristianos hemos de bus­car la sabiduría celestial y llenar nuestros corazones con el amor de Dios para que su sabiduría y su amor fluyan desde nosotros como incesante manantial de agua.

Entender, más allá de hablar y oír La comunicación efectiva implica más que solo hablar y oír. La comu­nicación real se da solo cuando ambas partes van más allá del hablar y el oír, hacia el entender. Hablar y oír son medios, no fines. Las personas que se sienten mejor porque «se desahogaron», o piensan que han cumplido

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COMUNICACIÓN

con su obligación porque «oyeron hasta el final», ¡comunican sin darse cuenta el mensaje de que en realidad no les interesa comunicarse!

Supongamos que Jack y Jane, un matrimonio, acaban de discutir. Si Jack le ofrece un consejo elocuente o le expresa su amor a Jane, y ella no lo escucha ni entiende, ¿por qué habría de sentirse mejor Jack? El propó­sito no era que Jack lo dijera, sino que Jane lo entendiera. Sin embargo, la misma rutina se repite día a día. También sucede que Jane toma cora­je y le explica a Jack por qué está tan enojada que podría estrangularlo, pero él responde con un comentario que nada tiene que ver, porque no la escuchó de veras. No cumplió su obligación hacia Jane como ser huma­no, y mucho menos como esposo. En cualquiera de las dos situaciones, ¿hay entendimiento mutuo en este matrimonio? No.

Dios le advirtió a Isaías cuando le dio su comisión que enfrenta­ría a lo largo de su ministerio problemas similares de comunicación: «Él dijo: —Ve y dile a este pueblo: “Oigan bien, pero no entiendan; miren bien, pero no perciban”» (Isaías 6:9). El pueblo oiría su mensaje pero no lo entendería. Es posible que permitieran que sus palabras pasaran de manera fugaz por sus mentes conscientes, pero que no dejaran que se afirmaran de manera significativa. El mensaje de Dios a través de Isaías entraría por un oído y saldría por el otro. Por el contrario, el pueblo debería oír y entender el mensaje de Isaías para «que vea con sus ojos, oiga con sus oídos, y entienda con su corazón» (v. 10).

Lo mismo sucedía con las parábolas de Jesús. Estaban diseñadas para revelar la verdad a quienes la recibieran y ocultarla de quienes la recha­zaran. Si los corazones de las personas están bien oirán las enseñanzas de Jesús, responderán y serán sanados. Pero si sus corazones no son rectos solo oirán una historia y nada más.

Comunicación de ida y vuelta Nadie disputará el hecho de que la comunicación es esencial para el lide­razgo efectivo. Sin embargo, nos sorprendería conocer hasta qué punto puede beneficiar a los líderes y a sus organizaciones una comunicación abierta, sincera, de ida y vuelta. Salomón advierte a sus lectores que estén alertas a la comunicación en un solo sentido: «Al necio no le complace el discernimiento; tan sólo hace alarde de su propia opinión» (Proverbios

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EL LÍDER PERFECTO

18.2). John Stott cuenta una bellísima historia sobre Joseph Parker, quien sirviera en el City Temple of London a fines del siglo diecinueve. Un domingo por la mañana cuando Parker subía al pulpito, una mujer le tiró un papel. Él lo levantó y leyó lo que decía: «¡Necio!» El Dr. Parker se dirigió a la gente y dijo: «He recibido muchas cartas anónimas en mi vida. Todas contenían un texto con una firma debajo. ¡Sin embargo, hoy por primera vez recibí una que solo contiene la firma y ningún texto!»6

L A C O M U N I C A C I Ó N REQUIERE D E L A INTERACCIÓN

La comunicación responsable exige interacción. Teg Engstrom obser­vó este tipo de comunicación en un único sentido justamente en el

lugar donde menos debía darse: un seminario sobre comunicación. Él escribe:

El líder del seminario, bien conocido como presidente del departamento de comunicaciones de una universidad estatal, no había logrado comunicarse. Conocía todas las teorías y pala­bras adecuadas. Proyectaba datos, pero no entendimiento.

La comunicación se bloquea cuando las emociones no coinciden con los sentimientos del otro o cuando hay de par­te de quien escucha una audición selectiva. La apreciación de estos factores les dará a los líderes la capacidad que hace falta para encontrar qué pasos seguir de modo que puedan garanti­zar la comunicación efectiva dentro de su grupo.

La cuestión puede expresarse de otra manera. ¿Se comuni­ca usted sin siquiera intentarlo, o lo intenta sin comunicarse?7

Proverbios 18:2 demuestra que la comunicación en un único senti­do termina siendo producto de la necedad. Pero veamos ahora el versí­culo 13: «Es necio y vergonzoso responder antes de escuchar». El líder también tiene que escuchar antes de responder. Esto es esencial. Pero para poder ser efectivo de veras ese líder tiene que escuchar y responder con una mente abierta, buscando un sentido más pleno. Solo entonces podrá comenzar a darse la comunicación efectiva, de ida y vuelta.

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CAPÍTULO 1 3

Aliento

L A IMPORTANCIA D E L A ESPERANZA

No se puede vivir sin esperanza. A lo largo de la historia los seres humanos han soportado muchas pérdidas. Hay gente que per­

dió su salud, su dinero, su reputación, su carrera, sus seres queridos... y sin embargo, lo soportaron. Las páginas de los libros de historia están repletas de relatos de quienes sufrieron dolor, rechazo, aislamiento, per­secución y abuso. Ha habido personas que sobrevivieron a campos de concentración con espíritu inquebrantable y sin bajar la cabeza, personas devastadas por tribulaciones como las de Job, y que no obstante encon­traron la fuerza de seguir adelante sin maldecir a Dios y morir (Job 1:1— 2:10).

Es que los seres humanos podemos sobrevivir a muchas pérdidas... menos a la pérdida de la esperanza.

La esperanza es aquello por lo que vivimos y en lo que vivimos. La esperanza es lo que nos lleva de un día al siguiente. Cuando somos jóve­nes vamos a la escuela con la esperanza de graduarnos algún día. Nos gra­duamos y tenemos esperanzas de iniciar una gran carrera. Para muchos, cuando éramos solteros estaba la esperanza de que quizá algún día cono­ceríamos a la persona correcta con quien casarnos. Y una vez casados, estaba la esperanza de tener hijos. Después de tener hijos está la espe­ranza de poder vivir lo suficiente como para verlos crecer, salir adelante, casarse y tener hijos que serán nuestros nietos.

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EL LÍDER PERFECTO

Vivimos por esperanza. Cuando la esperanza desaparece, la pacien­cia, el gozo, la energía y el coraje se evaporan. Cuando perdemos la espe­ranza comenzamos a morir. Uno de los proverbios más profundos de la Biblia nos dice: «La esperanza frustrada aflige al corazón; el deseo cum­plido es un árbol de vida» (Proverbios 13:12).

Podría decirse también que el problema no es que no tengamos espe­ranza —porque la tenemos— sino que la ponemos en donde no corres­ponde. Desde que somos pequeños comenzamos a mirar alrededor y a preguntarnos qué es lo que mejor nos convendrá. Quizá invirtamos nuestra esperanza en el deporte o en el conocimiento académico. Y a medida que vamos creciendo y nos hacemos más viejos (aunque no más sabios), tal vez pongamos nuestra esperanza en el dinero y la posición social, en los logros y el prestigio.

Cuando ponemos nuestra esperanza en el lugar equivocado pueden suceder dos cosas. O jamás llegamos al nivel esperado y nos volvemos amargos y envidiosos, o llegamos a ese nivel para descubrir que no nos llena el corazón. En ese caso, terminamos desilusionados, incompletos.

Con todo esto en mente es fácil ver que hay pocas funciones tan importantes para el líder como la de mantener viva la esperanza. Cuando otros se sienten perdidos en la oscuridad, atrapados en lo que parece un laberinto de desolación, los líderes efectivos dispersan la oscuridad con proyecciones positivas del futuro para su organización y para cada uno de sus miembros. Saben cómo acompañar a quien parece estar en peligro de perder la esperanza. Perciben cuándo uno de los miembros de su equi­po necesita una rápida amonestación, o un hombro donde llorar.

EL D I O S D E L ALIENTO Y EL Á N I M O

Son tantos los atributos de Dios que parece imposible tratar de con­templarlos todos. Pero hay un tema recurrente entre los escritos de

los profetas del Antiguo Testamento: Dios dando ánimo. Dios buscó con todo su amor inspirar a su pueblo para que depositara su confian­za y esperanza en él. Es decir, que el mensaje de Dios es alentar a su pue­blo porque lo ama. Por eso, aun cuando Dios advertía a su pueblo sobre el juicio inminente, siempre había cerca una nota de consuelo. Al hablar del juicio que vendría, sus profetas siempre miraron más allá del tiempo

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ALIENTO

El pueblo de Israel acababa de experimentar el trauma del cautive­rio en Babilonia, que duró setenta años. Luego de que un remanente vol­viera a Jerusalén para retomar la tierra y reconstruir su templo, muchos deben haberse preguntado si Dios todavía tenía un propósito para ellos.

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de tribulación al tiempo de bendición sin precedentes. Este consuelo era una forma de alentar al pueblo de Dios para que soportaran la disciplina y tuvieran esperanzas sabiendo que él sería misericordioso en su justicia. Isaías, por ejemplo, inicia su sección de consuelo diciendo: «¡Consue­len, consuelen a mi pueblo! —dice su Dios—» (Isaías 40:1). Después del cautiverio del pueblo en Babilonia, Jeremías les aseguró que Dios seguía con su plan de prosperarles y no de dañarles, para darles esperanza y un futuro (Jeremías 29:11).

El profeta Zacarías, de los tiempos posteriores al exilio, es un clási­co ejemplo del profeta a través de quien Dios habló palabras de tremen­do aliento:

«¡Salgan, salgan! ¡Huyan del país del norte! —afirma el SEÑOR—.

»¡Fui yo quien los dispersó a ustedes por los cuatro vientos del cielo! —afirma el SEÑOR—.

»Sión, tú que habitas en Babilonia, ¡sal de allí; escápate!» Porque así dice el SEÑOR Todopoderoso, cuya gloria me envió contra las naciones que los saquearon a ustedes: «La nación que toca a mi pueblo, me toca la niña de los ojos. Yo agitaré mi mano contra esa nación, y sus propios esclavos la saquearán.

»Así sabrán que me ha enviado el SEÑOR Todopoderoso. »¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Yo vengo a habitar en

medio de ti! —afirma el SEÑOR—.»

En aquel día, muchas naciones se unirán al SEÑOR. Ellas serán mi pueblo, y yo habitaré entre ellas.

»Así sabrán que el SEÑOR Todopoderoso es quien me ha enviado a ustedes. El SEÑOR tomará posesión de Judá, su por­ción en tierra santa, y de nuevo escogerá a Jerusalén. ¡Que todo el mundo guarde silencio ante el SEÑOR, que ya avanza desde su santa morada!» (Zacarías 2:6-13)

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EL LÍDER PERFECTO

Eran un remanente reducido y la tierra a la que regresaron estaba deso­lada. Jerusalén estaba derruida, el templo había sido destrozado y ya no había palacios ni murallas. Les habrá parecido que Dios había abando­nado a su pueblo a favor de otro, quizá.

Fue en este contexto que el Señor envió a su siervo Zacarías con un mensaje de consuelo y esperanza. Zacarías alentó al pueblo a completar el proyecto de reconstrucción dándoles una visión del Mesías que un día llegaría a este templo trayendo salvación para su pueblo. A través de su profeta Zacarías, Dios le reaseguró al remanente que lo había traído de regreso a esta tierra con un propósito y que sus promesas de pacto hacia ellos serían cumplidas en el glorioso reinado del Mesías sobre las nacio­nes de la tierra (vv. 11-12). ¡Dios no había abandonado a su pueblo, ni había olvidado su promesa! A pesar de la historia de infidelidad de su pueblo, el Señor afirmaba que permanecería fiel a las promesas que les había hecho.

Al igual que los hijos de Israel, los primeros discípulos tienen que haberse preguntado si Dios les abandonaría cuando Cristo les habló de su muerte y final regreso con su Padre. Después de todo, habían inver­tido años de sus vidas, dejando atrás carreras, negocios y familias para seguir a este rabino que obraba milagros. Y ahora él les hablaba de su pronta partida. Jesús consoló a sus amigos la noche en que fue traiciona­do con las siguientes palabras: «No se angustien. Confíen en Dios, y con­fíen también en mí» (Juan 14:1). Esa misma noche, más tarde dijo: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mun­do. No se angustien ni se acobarden» (14:27).

Dios es confiable. Cuando depositamos en él nuestra esperanza, jamás perdemos el coraje. No importa qué suceda en nuestro mundo, sus promesas son certeras. No hay nada que pueda evitar que se cumpla su Palabra, ni la adversidad, ni el dolor, ni la pena ni los obstáculos. Nada puede evitar que su promesa se cumpla. En última instancia estaremos con él en su morada eterna. Esta sencilla verdad nos da consuelo y espe­ranza en medio de las tribulaciones de esta tierra.

Andy Cook nos dice cómo podemos caminar durante los momentos difíciles sin perder nuestra confianza:

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ALIENTO

¿Cómo caminar con confianza hacia tu futuro? Concéntrate en las bendiciones, la paz y el gozo que ofrece Cristo. Concéntrate en el hecho de que Jesús caminó primero, invitándonos a seguirle. No tenemos que viajar a solas. Puede ser oscuro el camino que desciende al valle del infierno, pero al menos no estamos solos. Jesús prometió que nunca, nunca nos abando­naría. Como dijo Pablo en ese pequeño versículo de Filipenses [4:5], que tu disposición sea evidente a todos, una disposición de confianza que sabe, en fe, que «el Señor está cerca».

Que esta actitud sea tu manto, que sus sandalias guíen tus pasos. Y a medida que camines recuerda que más allá del dolor siempre habrá risa. Más allá de la cruz está la resurrección. Más allá de la tristeza está la más vivaz celebración. Concéntrate en la risa que ha de venir.1

Dios, Señor de todo el universo, se preocupa por nosotros y nos alienta. Se ocupa de brindarle a su pueblo un sentido de consuelo y paz aun en medio del temor y la incertidumbre. Sin embargo, la for­ma en que por lo general brinda este aliento a su pueblo es a través de su pueblo. No ha de extrañarnos entonces que nuestro enemigo use tan­tas veces a otras personas para sabotear y socavar los propósitos de Dios para nuestra vida. Joyce Heatherley escribió un maravilloso librito llama­do Balcony People, en el que habla del dolor que causan los que necesitan siempre estar evaluando nuestros defectos, y del gozo que nos brindan quienes afirman nuestro potencial. Ella escribe:

Estoy más convencida que nunca de que si nuestro quebran­to interno alguna vez ha de sanar para que seamos plenos, si hemos de cantar de nuevo, necesitaremos enfrentar el tema de los evaluadores y afirmadores en nuestras vidas. También creo con toda firmeza que la necesidad de afirmarnos los unos a los otros es vital en nuestro proceso de convertirnos en el pue­blo de Dios de manera real, no fingida ni hipócrita. La afirma­ción mutua produce en nuestra fe credibilidad y autenticidad al vivirla día a día.2

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EL LÍDER PERFECTO

SEAMOS MOTIVO DE ÁNIMO PARA LOS DEMÁS

Amedida que vamos conformándonos más y más a Jesús tenemos que ocuparnos de animar y alentar a quienes tenemos alrededor. De este

modo encontraremos que su promesa de paz y consuelo se hace una rea­lidad todavía más grande en nuestra propia vida.

Necesitamos la compañía de otros para que juntos caminemos por los picos y los valles de nuestra vida. Es increíble y necesario el poder que proviene de caminar juntos en paz y verdad, para que lleguemos a ser los líderes que Dios quiere. Todos necesitamos saber que hay otras personas comprometidas con nuestro bienestar, gente que busca formas de esti­mularnos y alentarnos hacia el amor y las buenas acciones.

A la vez tenemos que pensar también en cómo podemos animar y alentar a los demás. Una llamada telefónica, una nota, una palabra per­sonal de agradecimiento por lo que el otro significó para nosotros, son acciones que casi no toman tiempo pero que rinden beneficios positi­vos desproporcionados con el pequeño esfuerzo invertido. Tenemos que tomarnos el tiempo de agradecer a cada una de las personas que han invertido en nuestra vida. Cuando el Señor lleva a cabo algo bueno a tra­vés de nosotros, tenemos que dejarle saber a la persona que invirtió en nuestra vida que un dividendo más ha sido pagado a su favor, gracias a su inversión hecha en nosotros.

El ánimo y el valor humano El ánimo es al equipo lo que el viento a la vela de la nave: hace que avance. Como sucedía con los cristianos hebreos en la antigüedad, tam­bién nosotros necesitamos palabras de apoyo. Los receptores de la car­ta a los Hebreos necesitaban ánimo. Los fuegos de la persecución ardían con tal intensidad que los creyentes se sentían tentados a abandonar al Dios viviente. Y como el autor conocía esta situación urgió a los creyen­tes hebreos a darse ánimo día a día: «Más bien, mientras dure ese “hoy”, anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurez­ca por el engaño del pecado» (Hebreos 3:13).

Claro que el ánimo es algo que cada uno de nosotros como líder tie­ne que ofrecer a los miembros del equipo. En su capacidad como líder de Outreach of Hope, un ministerio dedicado a infundir esperanza en los

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ALIENTO

pacientes con cáncer, amputados o familiares de estos, el gran ex jugador de béisbol Dave Dravecky urge a sus lectores a ofrecer un ánimo que vali­de el valor de la persona a los ojos de Dios.

Dravecky señala: «Es fácil que confundamos nuestro valor real con nuestra percepción de cuánto valemos. Aunque la Biblia nos enseña que nuestro valor verdadero no cambia jamás porque está basado en Dios y no en nosotros, nuestra percepción de cuánto valemos puede variar de manera tremenda».3 El problema es que los sentimientos no siempre están en línea con la verdad. Así que, ¿qué hacer para animar a quienes están atrapados en una situación adversa? Ante todo tenemos que ayu­darles a reconocer sus sentimientos y ponerlos en línea con la verdad. Como personas creadas a imagen de Dios nuestro valor no está ligado a las cosas materiales que pueden comprarse en la tienda, y tampoco se basa en una posición de poder.

Luego Dravecky urge a sus lectores a ayudar a quienes se subesti­man para que encuentren un trabajo productivo y fortalezcan su relación con Dios y otras personas. Es importante que encuentren una tarea pro­ductiva porque es un medio dado por Dios para ayudar a los hombres y mujeres a ver su valor intrínseco como hijos e hijas de Dios. Cuando nos damos cuenta de por qué estamos aquí y qué es lo que se supone que hagamos con nuestra vida, Dios nos infunde un sentido de esperanza y ánimo. Podemos entonces traspasar ese mismo ánimo y esa misma espe­ranza a otras personas.

BERNABÉ NO ERA UN TIPO COMÚN

No hay en el Nuevo Testamento otro personaje que ilustre de mane­ra tan potente la capacidad para dar ánimo como Bernabé, cuyo

nombre significa «Hijo del Ánimo» o «Consolador» (Hechos 4:36). Pien­se en esto: allí estaba este hombre llamado José, un levita de Chipre. Era rico y generoso, y de alguna manera se había ganado un apodo maravi­lloso. ¿Qué habrá hecho para impresionar a los apóstoles de tal modo que dijeran: «José no es un nombre adecuado para ti. Tienes que llamar­te Bernabé, porque eres una persona que brinda mucho ánimo»?

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EL LÍDER PERFECTO

Lucas nos dice:

Cuando [Saulo] llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos tenían miedo de él, porque no creían que de veras fuera discípulo. Entonces Bernabé lo tomó a su cargo y lo llevó a los apóstoles. Saulo les describió en detalle cómo en el camino había visto al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había predicado con libertad en el nombre de Jesús. (Hechos 9:26-27)

Era lógico que los discípulos de Jerusalén tuvieran miedo de Saulo de Tarso. Porque antes de su conversión, Saulo había hecho todo lo que estaba a su alcance para destruir a la iglesia (vv. 1-2). No ha de extrañar­nos que cuestionaran la validez de su profesión de fe en Cristo. Como fariseo devoto, Saulo había perseguido y maltratado a los seguidores de Jesús, y por eso, para los discípulos desconfiados, esta fe que Saulo aca­baba de descubrir les parecía una más de sus tretas.

Debido a sus sospechas pareciera que el ministerio de Saulo naufra­garía aun antes de iniciarse. Y es lo que podría haber pasado si Bernabé no hubiera estado dispuesto a interponerse y sacar la cara por él (Ezequiel 22:30), acompañando a Saulo, llevándole ante los apóstoles y dando tes­timonio de su conversión y subsiguiente ministerio. Bernabé alentó a los apóstoles a bendecir el ministerio de Saulo y ellos respondieron de mane­ra favorable. Bernabé brindó el apoyo que Saulo necesitaba justo en ese momento para lanzar su ministerio.

Quizá esta sea una de las razones por las que Saulo (luego conoci­do como Pablo) hablara tan a menudo del perdón total y la alentadora esperanza que el perdón brinda. Había vivido esto de manera tangible a través del ministerio del «Consolador». Si Bernabé no le hubiese ofreci­do su mano a este hombre penitente cuya vida había sido transformada de adentro hacia fuera, Saulo quizá jamás podría haber experimentado la libertad que proclamaba tan abiertamente. Jim McGuiggan escribe:

El problema es, verán, que ellos [los arrepentidos y penitentes] no pueden disfrutar del perdón que Dios les ha dado libremente

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ALIENTO

porque usted, yo, todos nosotros, hacemos que duden de él. No tienen la fuerza ni la seguridad para vivir en el gozo y la libertad de la gracia de un Dios que la regala en misericordia.4

Los líderes efectivos como Bernabé sostienen la esperanza ofreciendo palabras de apoyo. Supongamos por un momento que Bernabé hubie­ra callado. ¿Qué podría haber pasado? ¿De qué manera demostró amor y coraje con sus acciones? Piense por un momento cómo podemos seguir su ejemplo, ya sea con un familiar, un compañero de trabajo o un ami­go. Un poco de aliento puede hacer mucho por motivar a quienes nos rodean.

El aliento de un amigo En las circunstancias y altibajos de la vida a veces recibimos golpes que nos dejan sangrando, boqueando por un poco de aire porque no pode­mos respirar. En esos momentos nos hace falta la reafirmación de Dios y de otros para que podamos permanecer fieles en «la buena batalla de la fe» (1 Timoteo 6:12), «fijando la mirada en Jesús» (Hebreos 12:2) para «terminar la carrera» (Hechos 20:24).

Jonatán y David formaron una relación profunda, de pacto, de apo­yo mutuo, que a ambos les vino bien y les dio consuelo y fortaleza en momentos de inestabilidad.

Una vez que David y Saúl terminaron de hablar, Saúl tomó a David a su servicio y, desde ese día, no lo dejó volver a la casa de su padre. Jonatán, por su parte, entabló con David una amistad entrañable y llegó a quererlo como a sí mismo. Tanto lo quería, que hizo un pacto con él: Se quitó el manto que llevaba puesto y se lo dio a David; también le dio su túnica, y aun su espada, su arco y su cinturón. (1 Samuel 18:1-4)

Estos hombres caminaban juntos, oraban el uno por el otro, y se alentaron mutuamente hasta que Jonatán murió. David diría luego de su amigo: «¡Cuánto sufro por ti, Jonatán, pues te quería como a un

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EL LÍDER PERFECTO

hermano! Más preciosa fue para mí tu amistad que el amor de las muje­res» (2 Samuel 1:26).

Jonatán alentó a David al demostrarle su lealtad en los buenos momentos, cuando David era el miembro favorito de la corte de Saúl. Pero luego, cuando su padre Saúl quería matar a David, el apoyo de Jonatán fue mucho más importante para su amigo. Muchos de los que habían apoyado a David en los buenos momentos le abandonaron cuan­do más apoyo necesitaba.

En esta situación tan difícil, de prueba, Jonatán fue modelo del carácter del consolador. Cuando David no podía darle nada a cambio, Jonatán lo sostuvo ofreciéndole toda su ayuda:

David huyó de Nayot de Ramá y fue adonde estaba Jonatán. —¿Qué he hecho yo? —le preguntó—. ¿Qué crimen o

delito he cometido contra tu padre, para que él quiera matar­me?

—¿Morir tú? ¡De ninguna manera! —respondió Jonatán—.

Mi padre no hace nada, por insignificante que sea, sin que me lo diga. ¿Por qué me lo habría de ocultar? ¡Eso no es posi­ble!

Pero David juró y perjuró: —Tu padre sabe muy bien que tú me estimas, así que segu­

ramente habrá pensado: “Jonatán no debe enterarse, para que no se disguste”. Pero tan cierto como que el SEÑOR y tú viven, te aseguro que estoy a un paso de la muerte.

—Dime qué quieres que haga, y lo haré —le respondió Jonatán. (1 Samuel 20:1-4)

Imagine cómo se habrá sentido David sabiendo que a pesar del gran riesgo personal, su querido amigo Jonatán seguiría a su lado haciendo todo lo posible por protegerlo. Jonatán le hizo a su amigo una promesa, sin condiciones, y demostró su voluntad de interponerse ante el peligro para proteger a David.

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ALIENTO

—¿Y por qué ha de morir? —le reclamó Jonatán—. ¿Qué mal ha hecho?

Por toda respuesta, Saúl le arrojó su lanza para herirlo. Así Jonatán se convenció de que su padre estaba decidido a matar a David. Enfurecido, Jonatán se levantó de la mesa y no qui­so tomar parte en la comida del segundo día de la fiesta. Estaba muy afligido porque su padre había insultado a David, (vv. 32-34)

A causa del carácter violento de Saúl, Jonatán y David tuvieron que separarse. Este momento dramático tuvo lugar en un campo abierto, donde David se inclinó tres veces ante Jonatán, de cara al suelo. Se besa­ron y lloraron abrazados (v. 41).

Jonatán alentaba a David con palabras de ánimo en sus frecuentes reuniones, y eso para David era importante. No obstante no hay palabras en el mundo que puedan igualar lo que se siente al saber que alguien cree en nosotros y nos ama al punto de permanecer a nuestro lado aun frente a la adversidad, las dificultades o el alto costo que pudiera implicar esta actitud. En los buenos momentos, el aliento demuestra interés y afecto. En los malos momentos refleja carácter y compromiso. Muchas veces, quienes nos animan en los momentos buenos nos abandonan cuando más los necesitamos. Jonatán, sin embargo, demostró tener un carácter según la voluntad de Dios al mantenerse junto a David en tiempos de dificultad y adversidad.

Aliento en los malos momentos La vida de Pablo en general, y su discurso de despedida a los ancianos de Éfeso en particular, nos dan una buena muestra de la mecánica del con­solador, del que apoya y alienta. Pablo sabía hacerlo no solo porque había recibido tan experto consuelo de parte de Bernabé, sino porque con toda diligencia se esforzaba por animar a otros. Después de plantar una igle­sia, la visitaba cada vez que le era posible, y enviaba cartas o a otras per­sonas para que ministraran en su ausencia. Siempre dejaba bien en claro que estaría accesible para quien le precisara, aunque estuviera físicamente a cientos de kilómetros de distancia, o encerrado en una celda de prisión.

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EL LÍDER PERFECTO

El encuentro de Pablo con los ancianos de Éfeso en Hechos 20 brinda una buena guía al líder cristiano que busca alentar a los demás.

Ante todo Pablo podía brindar apoyo porque quienes le escuchaban

respetaban su ejemplo:

Desde Mileto, Pablo mandó llamar a los ancianos de la igle­sia de Éfeso. Cuando llegaron, les dijo: «Ustedes saben cómo me porté todo el tiempo que estuve con ustedes, desde el pri­mer día que vine a la provincia de Asia. He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, a pesar de haber sido sometido a duras pruebas por las maquinaciones de los judíos. Ustedes saben que no he vacilado en predicarles nada que les fuera de provecho, sino que les he enseñado públicamente y en las casas. A judíos y a griegos les he instado a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesús». (vv. 17-21)

Si Pablo no hubiera podido decir esto con una conciencia limpia, la reunión habría terminado allí. Pero había invertido de su tiempo y demostrado por medio de su ejemplo que era un hombre de integridad. Su ejemplo era fuente de aliento para estas personas de Dios.

En segundo lugar, Pablo no disfrazaba ni distorsionaba la realidad:

Y ahora tengan en cuenta que voy a Jerusalén obligado por el Espíritu, sin saber lo que allí me espera. Lo único que sé es que en todas las ciudades el Espíritu Santo me asegura que me esperan prisiones y sufrimientos ... Escuchen, yo sé que ningu­no de ustedes, entre quienes he andado predicando el reino de Dios, volverá a verme ... Sé que después de mi partida entrarán en medio de ustedes lobos feroces que procurarán acabar con el rebaño. Aun de entre ustedes mismos se levantarán algunos que enseñarán falsedades para arrastrar a los discípulos que los sigan. Así que estén alerta. Recuerden que día y noche, durante tres años, no he dejado de amonestar con lágrimas a cada uno en particular. (vv. 22-23, 25, 29-31)

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ALIENTO

No es demostración de apoyo estar junto a alguien cuando todo va bien. Ni tampoco lo es disimular o disfrazar una mala noticia. Los psicólogos Stephen Arterburn y Jack Felton dicen que una de las seña­les de que la fe es saludable consiste justamente en que esta fe se base en la realidad:

Los cristianos en crecimiento se esfuerzan por ver el mundo y sus vidas como son en realidad, y no a través de anteojos color de rosa, ni usando una perspectiva del mundo que consista en un mito impuesto, pintando todo como fantasía. No se sienten obligados a «explicar» los eventos o dificultades que no com­prenden. Por el contrario, están dispuestos a vivir con cierta ambigüedad, confiando en que Dios gobierna el mundo en jus­ticia, aunque esto les represente dificultades.5

No importa qué tan difícil u oscura se vea la realidad, el líder que confía en Dios ha de combinar la soberana presencia de Dios con la motivación hacia el esfuerzo fiel (vv. 32-35). La voluntad de Pablo por enfrentar la realidad era fuente de ánimo y consuelo para estos ancia­nos.

En tercer lugar, Pablo oró con los ancianos antes de su partida, y demostró su sincero afecto por ellos:

Después de decir esto, Pablo se puso de rodillas con todos ellos y oró. Todos lloraban inconsolablemente mientras lo abrazaban y lo besaban. Lo que más los entristecía era su declaración de que ellos no volverían a verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco. (vv. 36-38)

La historia de Pablo en este pasaje demuestra que el aliento no siem­pre acompañará a las circunstancias favorables. Pablo enfrentaba difi­cultades, y la separación de sus amigos. La despedida fue difícil. Pero sus palabras de consuelo a pesar de las tribulaciones que vendrían nos demuestran que el don del consuelo y el aliento siempre tiene que estar relacionado tanto con el poder soberano de Dios como con el genuino

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EL L ÍDER PERFECTO

interés y afecto de parte del líder. Pablo confiaba en la bondad de Dios y esto era fuente de aliento para ellos, como lo es para nosotros.

En los últimos años de su vida, C. S. Lewis mantuvo una relación epistolar con una mujer anónima que vivía en Norteamérica.6 En sus cartas, Lewis le recomendaba a esta mujer enfrentar la vida con toda sin­ceridad emocional, reconociendo la pena, el miedo y el enojo abierta­mente. También le advertía sobre el peligro de permitir que la ira y el miedo la alejaran de Dios. Sus cartas solían hacer referencia al sufrimien­to y la dificultad de lidiar con las personas negativas y agresivas. También le escribía sobre la oración y su lugar en la vida espiritual. En todas las cartas hay tres temas que surgen todo el tiempo: la sinceridad al enfren­tar las emociones, la respuesta de gracia a las dificultades y las personas difíciles, y la diligencia en la vida de oración.

Son cartas fascinantes, pero lo que más sobresale es que Lewis se molestara siquiera en escribirlas. Confesaba haber sentido que su trabajo le abrumaba, y que a causa del reuma se le hacía casi imposible mover el brazo para escribir. Sin embargo, como observa Clyde S. Kilby, la razón por la que Lewis continuaba con las cartas era que «creía que tomarse el tiempo de aconsejar o alentar a otro cristiano era una forma de entre­gar en humildad los propios talentos ante el Señor, y también la obra del Espíritu Santo, equivalente a la creación de un libro».7 Ser fuente de aliento y apoyo para otro cristiano significaba para Lewis tanto como cualquier otra cosas que hiciera. El suyo es un ejemplo del enorme valor del aliento espiritual, de la presencia para animar a otros, de dar a quie­nes pueden tener poco o nada para devolvernos.

Todo esto nos recuerda que no estamos llamados a caminar solos por la vida. Dios nos da en su bondad la gracia de conocer su aceptación y aliento. Luego nos brinda el aliento y la aceptación de otras personas y por fin nos invita a participar con él en el otorgamiento de estos mismos dones a quienes nos seguirán.

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C A P Í T U L O 14

Exhortación

AMISTAD Y LIDERAZGO

ristóteles dijo: «Nadie querría vivir sin amigos, aunque poseyera todo lo que se puede poseer». Casi todos estaremos de acuerdo con y con alegría pensaremos en las amistades importantes de nuestra

vida. Sin embargo, lo que sorprende de esta cita de Aristóteles es su ori­gen y significado en contexto.

En su Etica Nicomaquea, escrita en el siglo cuarto antes del naci­miento de Jesús, Aristóteles (384-322 a.C.) produjo lo que muchos filó­sofos todavía hoy consideran el libro más completo que se haya escrito sobre el tema de la ética y el carácter. Dedicó gran parte de ese libro, casi un veinticinco por ciento, al tema de la amistad. ¿Por qué dedica­ría a este asunto una porción tan grande de su tratado sobre la conduc­ta humana?

La respuesta de Aristóteles a esta pregunta no es ni arcaica ni obso­leta, y de hecho nos ofrece a quienes vivimos en este comienzo del siglo veintiuno una perspectiva refrescante y necesaria sobre las dimensiones éticas y profundas de la verdadera amistad. Para Aristóteles, la amistad más sincera es mucho más que la mera compañía, el compartir pasatiem­pos favoritos, o una red común de personas que se conocen entre sí. Los amigos, en el sentido más elevado del término, son quienes hacen un esfuerzo consciente por practicar en serio la ética y desarrollar el carác­ter personal, inspirándose unos a otros a ser mejores, en pensamiento, en acción, en la vida toda.1

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EL LÍDER PERFECTO

El liderazgo es un arte y como tal consiste de habilidades que pueden estudiarse, practicarse y dominarse. Los líderes efectivos pueden encon­trarse en la sala del directorio y también en la sala de calderas. Pueden ser maestros, entrenadores, banqueros, abogados, ayudantes en una estación de servicio o camareros. La exhortación es una de las habilidades relacio-nales que cultivan los líderes efectivos. Y quienes exhortan, motivan a los demás para alcanzar niveles más elevados. Al hacerlo, contribuyen a que los demás también puedan convertirse en líderes. Pensemos en esta pala­bra que acabo de usar: «motivar». Aunque la motivación es necesaria, no siempre será una actividad placentera.

L A E X H O R T A C I Ó N D E D I O S : « ¡ T Ú ELIGES!»

Dios siempre se ocupa de su pueblo y desea lo mejor para nosotros. Por eso enseñó y exhortó a los hijos de Israel a través de los muchos

profetas que les envió. Su futuro, para bien o para mal, dependió de su respuesta a las amorosas exhortaciones de Dios.

Al final de su vida, Moisés buscó preparar a la generación que había crecido en el desierto, para que entrara en la tierra prometida (Deuteronomio 28:1-19). Su bienestar dependía mucho más de su con­dición espiritual que de su capacidad militar, y Moisés les exhortó a cre­cer en su conocimiento del Señor, confiando siempre en él y expresando su amor y confianza en Dios al obedecer sus mandamientos.

Las bendiciones por la obediencia y las maldiciones por la desobe­diencia que aparecen enumeradas en este pasaje no son promesas vacías ni amenazas sin sentido. Las maldiciones son llamados urgentes de par­te de un amoroso Padre celestial que busca el bienestar de su pueblo pero que no les obligará a elegir el camino correcto. De este modo, Dios se nos muestra como el modelo perfecto de lo que es un padre. Por ejemplo, a través del profeta Jeremías Dios le dice a su pueblo elegido: «Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes afirma el SEÑOR, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperan­za» (Jeremías 29:11). Esta es, por cierto, una de las más grandes prome­sas de Dios que tenemos que recordar. Sin embargo, enseguida después de esto Dios dice: «Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» (v. 13).

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EXHORTACIÓN

Es decir, que Dios tiene planes maravillosos para su pueblo. Sus pla­nes son para que estemos llenos de gozo, para que seamos prósperos. Sin embargo, él no nos impondrá sus planes. Podemos tener lo mejor de Dios, y podemos tener gozo y prosperidad, pero solo si buscamos a Dios con toda diligencia.

Como padres nos sentimos frustrados cuando nuestros hijos eligen o deciden algo que sabemos les causará dolor y perjuicio. Aun así, tenemos que permitir que nuestros hijos tengan cierta libertad, porque de otro modo no podrán ser seres humanos plenos. A medida que crecen y les damos más y más soga, corren peligro de tomar más decisiones equivo­cadas. Pero es necesario que maduren y tenemos que permitirles mayor libertad, porque si no, estaremos todo el tiempo mimándolos y even-tualmente, les robaríamos su dignidad. El amor siempre implica correr riesgos.

Moisés urgía al pueblo de Dios a aferrarse a la vida confiando y obe­deciendo al Señor: «Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendi­ción y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descen­dientes» (Deuteronomio 30:19). ¡No hay nada oscuro ni escondido en esta exhortación!

«Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervo­roso y arrepiéntete» (Apocalipsis 3:19). Como a Dios le importamos en lo personal, y él tiene interés por nuestro bienestar, nos advierte y urge al arrepentimiento y a seguirle mientras todavía hay tiempo. Lo hace por tres medios principales. Ante todo utiliza el ministerio de convic­ción del Espíritu Santo. La convicción del Espíritu de Dios siempre será específica, no general. Satanás buscará acusar con generalidades, pero el Espíritu con todo amor señalará con su dedo las cosas específicas de las que hemos de ocuparnos.

Otro de los medios utilizados por Dios para corregirnos es la exhor­tación de otros creyentes. Tenemos que escuchar el ministerio de exhor­tación que Dios nos brinda a través de otras personas. Muchas veces, este ministerio vendrá de parte de quienes más nos aman. Pero es lamenta­ble que tantas veces sean justamente estas personas a las que no valora­mos, sin escucharlas demasiado. Aun así, Dios puede usar a las personas

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E L LÍDER PERFECTO

con las que tenemos relaciones de pacto para que nos hablen palabras de aliento y exhortación.

Por último, Dios también llama nuestra atención a través de su Palabra: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16-17). Al profundizar en las Escrituras con frecuencia encontrare­mos cosas en el texto que parecen hablarle directamente a nuestros cora­zones. Puede ser una palabra de consuelo, y también puede tratarse de exhortación.

Tenemos que recordar que la revelación siempre requiere de una res­puesta. Dios nunca nos revela algo solo para informarnos. Su deseo es transformarnos, pero para eso hace falta que respondamos a su invitación.

Aunque es triste, es posible que rechacemos las exhortaciones de Dios. A lo largo del tiempo, tal rechazo puede llevar a una concien­cia dormida y a la incapacidad de dejarnos convencer por el Señor (1 Timoteo 4:2). Recordemos que Dios suele hablar en «un suave murmu­llo» (1 Reyes 19:12). Es posible que nos volvamos insensibles a su voz y que Dios se vea obligado a usar métodos más severos para llamar nues­tra atención. Y él puede ser increíblemente creativo en los métodos que utiliza para nuestra convicción. C. S. Lewis dijo: «Dios nos susurra en nuestros placeres. Nos habla en nuestra conciencia y nos grita en nues­tro dolor. El dolor es el megáfono de Dios para despertar a un mundo de oídos sordos».2

Tarde o temprano cada uno de nosotros siente la exhortación de Dios a través de una convicción interna, una porción de las Escrituras, o la participación de otro creyente. La pregunta es: ¿Cómo responde­mos? «Hijo mío, no desprecies la disciplina del SEÑOR, ni te ofendas por sus reprensiones. Porque el SEÑOR disciplina a los que ama, como corri­ge un padre a su hijo querido» (Proverbios 3:11-12; Hebreos 12:4-13). Tampoco en esta exhortación hay nada oscuro ni difícil de entender.

LA CONFRONTACIÓN: UN DON QUE NADIE QUIERE

lgunos nos sentimos incómodos con la confrontación. En ocasio­nes, y por diversas razones, preferimos evitar el conflicto y crear lo

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EXHORTACIÓN

que M. Scott Peck llama pseudo comunidad: un lugar sin conflictos. En ese lugar, todos se sienten a salvo, hablan de generalidades y solo dicen lo que saben que estará de acuerdo con lo que sienten y piensan los demás. En la pseudo comunidad todos están dispuestos a decir pequeñas menti­ras con tal de preservar el estatus quo. La pseudo comunidad es placente­ra, educada, calma y estancada ... y en última instancia, es letal.3

No importa cómo nos sintamos ante la confrontación, habrá momentos en los que demostrará de la mejor manera nuestro amor por otra persona. Dietrich Bonhoeffer escribió: «Nada puede ser más cruel que la permisividad que abandona a otros en sus pecados. Nada puede ser más compasivo que la severa reprimenda que llama a otro cristiano para que se aparte del camino de pecado».4

De manera similar, aunque puede ser incómodo que nos reprenda otra persona, nuestra sinceridad y disposición para responder a la correc­ción sin defensivas ni contraataques pueden ser componentes esenciales de nuestro carácter.

Cuando Juan el Bautista exhortó a Herodes Antipas, diciéndole: «La ley te prohíbe tener a la esposa de tu hermano» (Marcos 6:18), Herodes respondió mandando a apresar a Juan (v. 17). Herodías, la esposa en cuestión, con toda astucia manipuló a su marido para ponerlo en una vergonzosa posición social en la que se vio obligado a ordenar que se decapitara al profeta (vv. 19-28). Fue evidente que Herodes sentía culpa por haberlo hecho (vv. 14-16).

En las Escrituras vemos que la mayoría de los gobernantes respon­dieron de manera desfavorable a las exhortaciones y reprimendas de los profetas, y que esta respuesta negativa constituía quizá el riesgo ocupa-cional más grande para los llamados a profetizar. Algunos profetas fueron apresados, torturados, privados de la comida y hasta asesinados como resultado de sus exhortaciones. La respuesta del rey David en arrepen­timiento ante la reprimenda de Natán (2 Samuel 12:13) no es típica en la Biblia, y este tipo de convicción siempre ha sido poco frecuente entre quienes han sido elevados a posiciones de liderazgo de importancia. Sin embargo, es esencial que los líderes brinden y reciban exhortación de tanto en tanto.

Jesús dijo: «Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, per­dónalo» (Lucas 17:3). Pablo urgió a su asistente Timoteo: «Predica la

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E L L Í D E R P E R F E C T O

Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar» (2 Timoteo 4:2). De manera similar, el apóstol instruyó a Tito; «Repréndelos con severidad a fin de que sean sanos en la fe» (Tito 1:13). El equilibrio necesario en la exhortación se consigue diciendo «la verdad con amor» (Efesios 4:15). Sí, tenemos que darles a los demás el regalo de la verdad, pero hacién­dolo de manera sensible, con amor. John Ortberg lo dice así: «Hay una distinción teológica muy importante entre el profeta y el estúpido pom-poso».5

En el frente de su Biblia para predicación, Warren Wiersbe escri­bió lo siguiente: «Sé amable, porque todas las personas a las que conoces están peleando una batalla».6 Al escribir esta frase en un lugar tan estraté­gico, se recordaba a sí mismo que mientras se preparaba para presentarle la verdad a la gente, tenía que presentarla con amor, bondad y sensibili­dad, porque de otro modo el mensaje no tendría el impacto deseado.

«El que atiende a la crítica edificante habitará entre los sabios. Rechazar la corrección es despreciarse a sí mismo; atender a la repren­sión es ganar entendimiento» (Proverbios 15:31-32). ¿Cómo reaccionar cuando alguien nos reprende o exhorta? «Más confiable es el amigo que hiere que el enemigo que besa» (Proverbios 27:6). ¿Nos sentimos con temor a «herir» a un amigo con palabras de exhortación? Si es así, nos convendrá seguir el consejo de Bonhoeffer:

Quien a causa de la sensibilidad y la vanidad rechaza la palabra

sincera de otro cristiano, no podrá hablar la verdad en humil­

dad. Esa persona teme ser rechazada o herida por las palabras

que otros le digan. La gente sensible e irritable siempre llega a

ser lisonjera, y pronto despreciará y criticará a otros cristianos

en su comunidad ... Cuando otro cristiano cae en pecado obvio

la amonestación es un imperativo porque así lo exige la Palabra

de Dios. La práctica de la disciplina en la comunidad de la fe

comienza por los amigos que más cerca están. Las palabras de

amonestación y reproche son un riesgo que hay que correr.7

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EXHORTACIÓN

Procedamos con cuidado Cuándo las personas cometen errores por descuido, o sin advertirlo, la responsabilidad del líder consiste en exhortarles, y la tarea no es agrada­ble. Cuando las personas pecan y necesitan la exhortación, la tarea es más difícil todavía. Puede ser confuso equilibrar la justicia y la gracia, las con­secuencias y el perdón, la restitución y la restauración. Si el líder se enoja o siente desilusión a causa de quien cometió la ofensa, la situación es más dura aun. Como estos casos pueden complicarse tanto, Dios nos brinda ayuda a través de las palabras de Pablo en Gálatas 6:1-5:

Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que

son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde.

Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado.

Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la

ley de Cristo. Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es

nada, se engaña a sí mismo. Cada cual examine su propia con­

ducta; y si tiene algo de qué presumir, que no se compare con

nadie. Que cada uno cargue con su propia responsabilidad.

Primero, Pablo define el propósito de la exhortación. La misma es, simplemente, para restaurar. Dallas Willard señala que no obstante muchas veces confrontamos a los demás para «enderezarlos». Y esta for­ma de exhortación es nada más que un medio para manipular e impo-ner.8

Una vez aclarado el propósito de la exhortación, se puede iniciar el proceso. Sin embargo, advierte Pablo, el proceso ha de continuar con «bondad y amabilidad», con actitud de servicio hacia el ofensor. Tiene que hacerse en obediencia a Cristo. El que es «espiritual» debe actuar en humildad, buscando consejo y aceptando la responsabilidad por el modo en que maneja la exhortación.

Como la exhortación es importante y muchas veces difícil, Pablo destaca la importancia de quien exhorta. La frase «ustedes que son espi­rituales» es el lineamiento básico en este pasaje. A. W. Tozer escribió:

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EL LÍDER PERFECTO

En todo grupo de diez personas hay al menos nueve que están

seguras de ser las indicadas para ofrecer consejos a los demás. Y

en ningún otro campo de interés humano estarán tan dispues­

tas a ofrecer consejo como en el área de la religión y la moral.

Sin embargo, es justamente en este campo que la persona pro­

medio es la menos calificada para hablar con sabiduría y la más

capaz de dañar en mayor medida con solo abrir la boca.9

Es evidente entonces que quienes han de exhortar a los demás se cuenten entre «los que son espirituales». ¿Qué quiso decir Pablo con esto? Debemos comparar y contrastar a quienes se dejan guiar por la car­ne (Gálatas 5:19-21) con los que se guían por el espíritu (5:22-23) en esta cuestión de tratar con un hermano o hermana atrapados en el peca­do. ¿Quién quisiéramos que nos «exhortara»? No es por accidente que después de Gálatas 5, tengamos a Gálatas 6. Tozer continúa:

Nadie tiene derecho a ofrecer consejo si no ha oído hablar a

Dios primero. Nadie tiene derecho a aconsejar a otros si no está

dispuesto a escuchar y seguir el consejo del Señor. La verdade­

ra sabiduría moral siempre tiene que ser eco de la voz de Dios.

La única luz segura para nuestro camino es la luz que refleja a

Cristo, luz del mundo.10

Antes de exhortar a alguien el líder tiene que examinarse a sí mismo. Las personas fallan y los líderes muchas veces sienten el impulso de inter­venir y lidiar con las consecuencias. Pero Pablo le recuerda a Timoteo que la restauración en amor, de parte de personas espirituales, es lo que define la perspectiva bíblica de esta parte tan difícil de la tarea de lide­razgo.

Una buena reprimenda a la antigua En ocasiones la exhortación puede tomar la forma de un cincel para dar un golpe que elimine aristas que necesitan pulirse. Aunque puede resul­tar doloroso, es posible que sea también necesario. De hecho, el apóstol Pablo urgió a Timoteo no solo a «corregir» y «animar», sino a «reprender»

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EXHORTACIÓN

(2 Timoteo 4:2). En ocasiones la reprimenda será la ayuda más amorosa que pueda ofrecer un líder.

En su libro The Management Methods of Jesús, Bob Briner observa que la palabra «reprimenda» es un término arcaico que hoy ya no se oye. Claro que hay ocasiones en las que la reprimenda ha de ser el método más adecuado, pero necesitamos ejercer la sabiduría para que nuestras palabras logren edificar en lugar de destruir.

Briner observa que ni uno de los discípulos a los que Jesús repren­dió decidió abandonarle. Hasta Pedro, a quien Jesús le dijo: «¡Aléjate de mí, Satanás!» (Mateo 16:23), permaneció a su lado. De hecho, los discí­pulos a los que Jesús reprendió con dureza llegaron a ser sus seguidores más fieles. Sin embargo, Jesús no andaba con una ametralladora verbal al hombro, dispuesto a disparar reprimendas a todo el que demostrara arrogancia. Por el contrario, primero edificó con sus discípulos el tipo de relación que le permitiría prepararlos para que la reprimenda severa les resultara beneficiosa.

También tenemos que asegurarnos de invertir lo suficiente en una relación profesional o personal, de manera de garantizar que la repri­menda sea beneficiosa, aun cuando cause dolor. De hecho, nuestras reprimendas más filosas debemos reservarlas para las personas que más amamos. Recordemos que las exhortaciones pueden venir envueltas en paquetes diferentes. A veces, como lo demostró Jesús, pueden presentar­se bajo la forma de una reprimenda.

No podemos decir que decidimos un curso de acción con el fin de que fracase. Nadie se casa porque quiere divorciarse. Un hombre de negocios no ordena un segundo Martini a la hora del almuerzo porque quiere convertirse en alcohólico. Nadie consume postres enormes por­que quiere arruinar su físico. Y a pesar de ello, todos los días nos suce­den cosas como estas porque no tenemos en nuestra vida alguien que con amor nos exhorte y reprenda por nuestro bien.

Como líderes con el deseo de ser cada vez más parecidos al Dios que nos guía e inspira, necesitamos tener personas que nos exhorten y del mismo modo tenemos que estar dispuestos a exhortar a otros para que puedan desarrollar todo su potencial.

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EL líder PERFECTO

PABLO Y EL ARTE DE LA EXHORTACIÓN

Los líderes efectivos logran cosas extraordinarias al motivar a los demás en la dirección adecuada. Al poner en práctica el arte de la exhorta­

ción con toda cautela, les dan a otros la capacidad de actuar. El apóstol Pablo demostró esta capacidad en 2 Timoteo 2:15-21:

Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que

no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la

palabra de verdad. Evita las palabrerías profanas, porque los

que se dan a ellas se alejan cada vez más de la vida piadosa, y

sus enseñanzas se extienden como gangrena. Entre ellos están

Himeneo y Fileto, que se han desviado de la verdad. Andan

diciendo que la resurrección ya tuvo lugar, y así trastornan la

fe de algunos. A pesar de todo, el fundamento de Dios es sóli­

do y se mantiene firme, pues está sellado con esta inscripción:

«El Señor conoce a los suyos», y esta otra: «Que se aparte de la

maldad todo el que invoca el nombre del Señor». En una casa

grande no sólo hay vasos de oro y de plata sino también de

madera y de barro, unos para los usos más nobles y otros para

los usos más bajos. Si alguien se mantiene limpio, llegará a ser

un vaso noble, santificado, útil para el Señor y preparado para

toda obra buena.

Pablo comenzó con una exhortación general a que Timoteo se «pre­sente a Dios aprobado» (v. 15). Luego ofrece lineamientos específicos de cómo podría Timoteo cumplir este objetivo por medio del estudio y la enseñanza de la Palabra de Dios y también formando un carácter recto, con buenos hábitos personales. Para finalizar Pablo le ofrece a Timoteo una ilustración negativa, seguida de otra, positiva: Timoteo no debía ser como Himeneo y Fileto, que se habían apartado de la verdad. En cam­bio, debía ser como un vaso de oro o de plata en una casa grande. Ese vaso, si se mantenía limpio y pulido, sería usado por el Señor para un noble propósito.

Como Timoteo era un joven un tanto temeroso e inseguro, carecía del nivel de seguridad en sí mismo como cristiano, necesario para lograr

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E X H O R T A C I Ó N

lo que tenía que hacer en Éfeso. Pablo, demostrando cualidades de buen mentor, alentó y motivó a Timoteo hacia niveles de compromiso más altos de los que habría buscado sin la guía de este líder. Un buen men­tor verá el potencial de las personas y deseará que pueda desarrollarse en toda su plenitud.

Algunos nos conformamos con la mediocridad. Todos tenemos momentos en que elegimos lo bueno, pero no lo mejor, cuando hacemos las cosas bien aunque no de manera excelente. Esta tendencia natural se complica todavía más a causa de la notable capacidad que tenemos para vivir engañándonos a nosotros mismos. Neil Plantinga dice que este es un misterioso y extraño proceso que comprende nuestra disposición a poner un velo delante de nuestros ojos:

Negamos, suprimimos o minimizamos lo que sabemos que es

verdad. Afirmamos, adornamos y elevamos lo que conocemos

como falso. Embellecemos las realidades feas y nos vendemos

a nosotros mismos la versión embellecida. El mentiroso enton­

ces puede transformar la frase «Digo mentiras para proteger mi

orgullo» en «A veces adorno un poco la verdad para proteger los

sentimientos ajenos».11

Todos necesitamos a alguien que sepa y pueda decirnos la verdad respecto a nosotros mismos. Solo cuando estamos dispuestos a recibir sus exhortaciones seremos competentes y estaremos calificados para hacer lo mismo por los demás.

Los líderes efectivos como Pablo utilizan diversas técnicas de comu­nicación para exhortar a quienes les rodean hacia niveles de rendimiento más elevados. Y al hacerlo, les dan la capacidad para poder estar mejor preparados como líderes, llegado su momento. Lo mismo vale para noso­tros como líderes elegidos del pueblo de Dios.

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C A P Í T U L O 15

Edificación de relaciones

EL LIDERAZGO Y LAS RELACIONES

El valor del talento y la capacidad de las personas en su lugar de tra­bajo es algo que todos conocemos. Zig Ziglar, por ejemplo, dijo que según Cavett Robert:

En un 15% la razón por la cual [la gente] obtiene un empleo,

lo mantiene y avanza en ese empleo, es su capacidad y conoci­

miento técnico, sea cual sea su profesión. ¿Y qué hay del otro

85%? Cavett cita al Instituto de Investigación de Stanford,

a la Universidad de Harvard y a la Fundación Carnegie, que

demostraron que en un 85% la razón por la cual las personas

obtienen un empleo, lo mantienen y avanzan en ese empleo

será la capacidad que tienen para formar relaciones y relacio­

narse con otras personas.1

Esta información nos impresiona, claro. Porque subraya la impor­tancia que tienen las relaciones humanas en nuestro trabajo. Y si las rela­ciones humanas tienen un papel tan importante en el mundo laboral, son esenciales en nuestro rol como líderes. Después de todo, el liderazgo tiene que ver con las relaciones personales.

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EL L ÍDER PERFECTO

EL D I O S DE LAS RELACIONES

La Biblia tiene que ver con las relaciones entre las personas. Todos los más grandes teólogos de la historia de la iglesia han acordado que es

así. Y claro está que el ejemplo más grande es el de Jesús. Cuando se le pidió que resumiera la vida centrada en Dios, dijo que era muy sencillo: Amar a Dios y amar al prójimo (Marcos 12:28-31). Mucho después, San Agustín, gran teólogo de la primera iglesia, observaría que todo lo escri­to en la Biblia tiene como objetivo enseñarnos a amar a Dios y al próji-mo.2 Más de mil años pasaron y un monje agustino convertido, llamado Martín Lutero, se hizo eco de esta misma idea cuando declaró que la vida cristiana consiste en relacionarnos con quienes nos rodean, y en particu­lar, con el servicio al prójimo.3 Michael Wittmer dice: «La única verdad en la que todos parecen estar de acuerdo, desde Moisés a Jesús y luego de San Agustín a los reformadores, es que es prácticamente imposible agra­dar a Dios sin amar al prójimo».4

Por supuesto, esta verdad no nos sorprende si consideramos que el Dios trino es un ser personal que existe como gozosa comunidad de humildad, servicio y mutua sumisión. La Trinidad es «una comunidad autosuficiente de inefables y magníficos seres personales llenos de amor, conocimiento y poder sin límites», dice Dallas Willard.5

Este gran Dios no solo existe en perfecta comunidad en sí mismo sino que también ha pagado un altísimo precio para que nos fuera posi­ble entrar en una relación con él por medio de los méritos de Jesucristo y del Espíritu Santo habitando en nuestra vida. Todo esto es, claro está, historia muy, muy antigua. Pero lamentablemente en nuestros días esta historia tan conocida ha perdido parte de su poder e impacto, se ha des­gastado gran parte de esta maravilla y misterio. Sin embargo, es la his­toria más magnífica del mundo. No hay otra como ella. Dios, en su misericordia y sabiduría y entendiendo que no podíamos salvarnos a nosotros mismos, inicia nuestra salvación. Ofrece libremente el perdón a todo quien acepte su simple invitación. El perdón y la reconciliación están allí, a nuestro alcance.

Él quiere que esta relación, a su vez, se haga visible en nuestras rela­ciones con los demás. Dios sabe que no solo somos incapaces de salvar­nos, sino que además somos incapaces de amar de veras a los demás. Por

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E D I F I C A C I Ó N DE RELACIONES

eso, va más allá de un mero ofrecimiento de salvación: cuando acepta­mos su invitación, por milagro infunde en nosotros la capacidad de amar al prójimo como debemos amarlo.

El apóstol Juan afirma que el amor de Dios por nosotros precede a nuestro amor por él y a nuestro amor por el prójimo. Dios demostró su amor por la humanidad de maneras muy tangibles a lo largo de la histo­ria de Israel, pero de la forma más clara y plena en la obra de redención de Jesucristo. Este amor se expresa no solo en palabras sino en acciones. Juan dice:

Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su

Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos ama­

do a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que

fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros peca­

dos. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, tam­

bién nosotros debemos amarnos los unos a los otros. (1 Juan

4:9-11)

Dios nunca dice nada más que nos ama. Lo demuestra. Para mostrar su amor, da. El amor genuino siempre será amor generoso. El amor de Dios por nosotros, el amor ágape, es la firme intención de su voluntad en pos de nuestro más alto bien. Es este amor ágape el que Dios infunde en nosotros, y con el que nos llama a amar a los demás.

Este sentimiento es tan potente en la mente del Espíritu Santo que más adelante en el mismo capítulo Juan nos dice que quienes no aman a los miembros de la familia de Dios deberán cuestionarse en serio si de veras aman a Dios (vv. 20-21). Es decir, que lo que comienza con el amor de Dios terminará inevitablemente en una demostración práctica del amor al prójimo.

Hay una relación recíproca entre amar a Dios y amar al prójimo. «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios, y todo el que ama al padre, ama también a sus hijos. Así, cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, sabemos que amamos a los hijos de Dios» (1 Juan 5:1-2).

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EL L ÍDER PERFECTO

¿Y cuáles son los mandamientos de Dios? Recordemos cómo respon­dió Jesús a esta pregunta: amar a Dios y amar al prójimo.

Los líderes religiosos de la época de Jesús tenían 613 leyes que ser­vían como comentario de la Ley de Moisés. Gran parte de la ley codifi­cada de Moisés era un comentario de los Diez Mandamientos. A su vez, los Diez Mandamientos pueden dividirse en los que tienen que ver con nuestra relación con Dios y los que se refieren a nuestra relación con el prójimo. Por eso, Jesús toma todos los comentarios y los resume, con el resultado de dos principios únicos: amar a Dios y amar al prójimo. En el análisis final, quien ama es quien cumple la Ley. Dios es amor, y nos invi­ta a amar, no solo en palabras sino de maneras prácticas y tangibles.

De hecho, la importancia de las relaciones adecuadas es tan cen­tral que en las Escrituras la justicia no es solamente un tema legal. Es, en cambio, un concepto relacional porque se refiere a la asociación buena, justa y amorosa con Dios y el prójimo. La justicia es «la justa relación» en el sentido de relacionarnos con Dios y los demás según sus parámetros.

Hay una línea del musical Los Miserables que pareciera reflejar lo que Juan trata de decir: «Amar a otra persona es ver el rostro de Dios». Debemos pensar durante un momento en la calidad de nuestras relacio­nes. ¿Estamos yendo tras aspiraciones, ambiciones o logros que amena­zan la calidad de las relaciones que hay en nuestra vida? Al final de sus vidas, las cosas que por lo general lamentan las personas tienen que ver más con lo incompleto de sus relaciones que con algún trabajo o tarea que no han podido concretar. ¿Qué tenemos que hacer hoy para garanti­zar que podamos mirar hacia atrás sin lamentar esto al final de camino?

DOS FORMAS DE VIVIR

El perdón y la reconciliación suelen ir contra la corriente del mundo y la de nuestros corazones. Dios nos creó a su imagen, con la capaci­dad para conectarnos de manera profunda y significativa con los demás.

Sin embargo, no nos llevó demasiado tiempo aprender cómo desco­nectarnos y vivir como enemigos. Dios creó seres relacionales, bellos y buenos. Poco después los seres humanos añadieron su propia creación: la venganza (Génesis 4:1-8).

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E D I F I C A C I Ó N DE RELACIONES

El dolor, la traición y la pérdida son inevitables en un mundo caí­do. Pero hay dos formas de vivir en un mundo así: con venganza o con reconciliación. Un camino lleva a la muerte, en tanto el otro nos lleva a la vida. Sobre este tema Anne Lamott escribió:

Durante mucho tiempo viví diciendo que no soy de esos cris­

tianos que viven apoyándose siempre en el perdón. Que soy del

otro tipo de cristianos. Pero aunque pareciera raro y de hecho

fuera cierto, empezó a resultarme muy doloroso vivir de ese

modo ... Porque no perdonar es como beber veneno para ratas

y esperar que la rata muera.6

Los grandes líderes conocen bien lo que es el perdón. Cuanto más entendemos el nivel del perdón que recibimos, más fácil nos resulta per­donar a los demás.

Más valen dos que uno Ese día, el 26 de abril de 2003, comenzó como un sábado normal para Aron Ralston, un ávido deportista y escalador de veintisiete años. Aron pensaba pasar el día andando en su bicicleta de montaña y escalando las rocas que están justo fuera del Parque Nacional Canyonlands, en el sudeste de Utah. Como era costumbre, Ralston pensaba escalar a solas.

Después de pedalear su bicicleta unos veinticinco kilómetros, has­ta el sendero de Bluejohn Canyon, la ató con la cadena al tronco de un enebro y vestido con pantalones cortos y camiseta, y llevando su mochi­la a la espalda, comenzó a trepar hacia el Horseshoe Canyon. Su mochila contenía dos burritos, menos de un litro de agua, una navaja económi­ca, un pequeño equipo de primeros auxilios, una cámara de video, una cámara digital y algo de su equipo de alpinismo.

Unos 137 metros por sobre el último descenso con cuerda, Ralston se hallaba maniobrando para pasar por una hendija de un metro de ancho, tratando de llegar a la parte superior de una roca enorme, encaja­da entre las angostas paredes del cañón. Escaló por el lado de la roca y se paró encima. Le pareció estable pero cuando empezó a bajar por el lado opuesto, la roca, de unos cuatrocientos kilogramos, se movió y su brazo

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EL LÍDER PERFECTO

derecho quedó atrapado. Con la navaja pasó diez horas intentando rom­per la piedra, pero lo único que logró fue raspar apenas un puñado de polvo. El brazo todavía estaba atrapado.

Pasó el domingo. Y el lunes. Y Aron seguía allí sin poder salir. Se le acabó la comida y el agua el día martes. Y el miércoles grabó un mensaje de video para sus padres. Sobre la roca esculpió como pudo su nombre, junto con su fecha de nacimiento y la fecha que parecía con toda segu­ridad ser el día de su muerte. Terminó la esculpida con las iniciales de la frase: Descansa en paz.

En algún momento de la mañana del jueves, Ralston comenzó a tener alucinaciones. Se le apareció la visión de un niño que corría por un lugar soleado y a quien un hombre con un solo brazo levantaba. En su mente, algo hizo un clic y se le ocurrió amputarse el brazo derecho por debajo del codo utilizando su navaja. Lo primero que hizo fue romper­se los huesos del brazo. Luego se aplicó un torniquete y con la hoja de la navaja inició el procedimiento.

Utilizó parte del contenido de su botiquín de primeros auxilios y luego bajó el último descenso por cuerda, de unos veintiún metros, hasta llegar al pie del Bluejohn Canyon. Desde allí caminó unos ocho kilóme­tros corriente abajo hasta el Horseshoe Canyon, donde se topó con una familia de holandeses que estaban de vacaciones.

Mientras tanto, en Aspen, Colorado, sus amigos estaban preocupa­dos al ver que no había ido a trabajar. No solo se había ausentado sino que no le había avisado a nadie cuál sería su itinerario.

Finalmente, Aron Ralston fue llevado en helicóptero al Hospital Alien Memorial de Moab, Utah, donde debieron tratarlo primero por el shock. No había manera de reimplantarle el brazo. Fue un suceso trági­co con un final más o menos feliz. Aron Ralston sobrevivió, pero pagó un precio tremendo.

Quizá la parte más trágica es que todo esto podría haberse evita­do si Aron hubiese ido acompañado. Es difícil imaginar una ilustración más vivida para la sabiduría bíblica que nos da Eclesiastés 4:9-10: «Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!» Este pasaje nos recuerda por qué en las organizaciones siempre se unen las

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E D I F I C A C I Ó N DE RELACIONES

personas. No solo se podrá trabajar mejor, sino que en los momentos difíciles siempre habrá quien nos ayude.

Al explicar este concepto el autor de Eclesiastés nos brinda una potente imagen visual: «Uno solo puede ser vencido, pero dos pueden resistir. ¡La cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente!» (4:12). Tome un hilo y vea cuánta fuerza hace falta para romperlo. Casi nada. Pero tome tres hebras del mismo hilo y retuérzalas para formar una hebra úni­ca. Verá que le cuesta mucho más romperla. No obstante, lo que es tan sencillo con un hilo puede resultar difícil en la situación de liderazgo. Los líderes tienen que relacionarse con sus seguidores de manera que se aliente el entretejido de ideas, compromisos y valores.

Tres personas por separado son igual de vulnerables que una sola persona. La palabra «relación» implica el intento de formar una unidad, una hebra única. ¿Cuál será el resultado? Mejor trabajo, menos vulnera­bilidad.

Se deben evitar los extremos de la codependencia y la independen­cia, buscando el equilibrio de la interdependencia. En verdad, no debe­mos basar nuestra identidad en otra persona, ni pensar que podemos vencer las dificultades de la vida sin ayuda. John Donne dijo: «Ningún hombre es una isla». No tenemos que vivir solos esta vida. En cambio, se nos llama a formar relaciones de pacto, caminando junto a otros en paz, verdad y apoyo mutuo.

OSEAS Y SU ESPOSA INFIEL

Aveces hace falta, además de la gracia de Dios, un enorme reservo-rio de amor para poder fortalecer las relaciones. Ese fue el caso de

Oseas, que vivió en Israel en una época de prosperidad en lo económi­co pero de gran pobreza en lo espiritual. A través de Oseas, Dios llamó a rendición de cuentas a los fallidos líderes de Israel. Eran malos, engaño­sos y arrogantes. Como no reconocían a Dios, ellos y su pueblo tendrían un mal destino. Como profeta de Israel, Oseas tenía una tarea poco envi­diable: la de predecir el exilio y la posterior restauración de su pueblo.

Dios es justo y amorosamente celoso, y aun así nunca disciplina a partir de la ira. Su disciplina siempre se ve atemperada por su misericor­dia. Por eso, para ilustrar el amor de Dios por la nación de Israel, mandó

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EL LÍDER PERFECTO

a Oseas a casarse con una prostituta. Oseas lo hizo, y eligió a una mujer llamada Gómer por esposa. El resultado no se hizo esperar, y no sorpren­dió que la mujer le rompiera el corazón siéndole infiel y abandonándo­le (Oseas 1:2). Más tarde, por mandato de Dios, Oseas buscó a Gómer, que a la sazón estaba emocionalmente destrozada y económicamente en la ruina. Oseas la perdonó y renovaron su relación matrimonial (3:1-2).

A través de estos problemas maritales, Oseas experimentó parte del dolor de Dios ante la infidelidad de su pueblo. El amor de Oseas por Gómer es una imagen del amor de Dios hacia nosotros: un amor incondicional, pero también marcado por su santidad. Aquí, para nues­tros propósitos específicos, sin embargo, Oseas sirve como un ejemplo a seguir. A veces somos llamados por Dios a buscar, perdonar y restaurar a quienes nos han ofendido. Esto ni siquiera nos acerca a una similitud con nuestro Padre celestial. Dios perdona, pero el perdón nunca signi­fica que no debamos pagar un precio. Estas acciones requieren de nues­tro crecimiento en la capacidad de mostrar la gracia y el amor de Dios a quienes nos ofenden, renunciando al derecho de ofenderles y pagarles con la misma moneda.

Las relaciones y la verdadera riqueza «No tengo mucho dinero, pero soy rico en relaciones». Quien afirma esto tiene sus prioridades en orden porque entiende el verdadero valor de las cosas en esta tierra. Hay una enorme diferencia entre amar a las cosas y usar a las personas, y amar a las personas, usando las cosas.

En 1 Reyes 19:19-21 se marca una transición permanente en las vidas de dos hombres: Elías y Eliseo:

Elias salió de allí y encontró a Eliseo hijo de Safat, que esta­

ba arando. Había doce yuntas de bueyes en fila, y él mismo

conducía la última. Elías pasó junto a Eliseo y arrojó su man­

to sobre él. Entonces Eliseo dejó sus bueyes y corrió tras Elias.

—Permítame usted despedirme de mi padre y de mi madre con

un beso —dijo él—, y luego lo seguiré.

—Anda, ve —respondió Elías. Yo no te lo voy a impe­

dir.

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E D I F I C A C I Ó N DE RELACIONES

Eliseo lo dejó y regresó. Tomó su yunta de bueyes y los

sacrificó. Quemando la madera de la yunta, asó la carne y se la

dio al pueblo, y ellos comieron. Luego partió para seguir a Elías

y se puso a su servicio.

Cuando el anciano profeta Elías se acercó al joven Eliseo y le echó su manto encima, ambos supieron que sus vidas no volverían a ser las mis­mas de antes. Elías se había convertido en mentor y Eliseo en su discípu­lo. David Roper destaca el peso de este encuentro: «Es significativo que los bueyes, el yugo y el arado de madera que usaba Eliseo —implemen­tos todos relacionados con su vida pasada— fueran consumidos en una fiesta de despedida con su familia. ¡En una extraña mezcla de metáforas quemó todos sus puentes y se los comió!7

Como observamos con Oseas, servir como profeta no era tarea sen­cilla en la antigua Israel. El profeta viajaba todo el tiempo y servía incan­sablemente, sin paga o a cambio de muy poco. ¡El paquete de beneficios recién podría disfrutarlo después de su muerte! A pesar de esto, muchos hombres y mujeres respondían al llamado de proclamar la Palabra del Señor al pueblo, que por lo general no mostraba gran interés en escu­charla. Finalmente, luego de años de servicio profético, Dios le dijo a Elías que había llegado el momento de pasarle la antorcha a su sucesor, el joven Eliseo.

Eliseo, cuyo nombre significa «mi Dios es la salvación», demostró ser un buen estudiante y fiel amigo, más que capaz de cumplir con la tarea. Cuando Elías intentó convencer a Eliseo para que se quedara en el momento del viaje final de Elías, el joven se negó y dijo: «Tan cier­to como que el SEÑOR y tú viven, te juro que no te dejaré solo» (2 Reyes 2:1-6).

Pronto fue evidente que la voluntad de Dios era que Elías dejara a Eliseo, por lo que el mentor le preguntó a su aprendiz. «¿Qué quieres que haga por ti antes de que me separen de tu lado?» Eliseo puede haberse subestimado en comparación con el anciano profeta, porque pidió «tu espíritu por partida doble», para poder cumplir con la obra iniciada por Elías (v. 9).

La ley del Antiguo Testamento estipulaba que el hermano mayor debía recibir doble porción de la herencia de su padre (Deuteronomio

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EL LÍDER PERFECTO

21:17). Eliseo era el «hijo favorecido» con respecto al ministerio de Elías, y cuando pidió doble porción del espíritu de Elías, su inusual pedido fue concedido (2 Reyes 2:9-15).

Al igual que Elías, Eliseo era obediente a Dios, sintiéndose ansio­so por seguir los pasos de su mentor. Dios le otorgó su pedido y Elías dejó su manto al partir como símbolo de autoridad para el joven profe­ta (2 Reyes 2:11-13). Eliseo ministró durante el reinado de cinco dife­rentes reyes de Israel y las Escrituras registran veinte milagros diferentes obrados por él, incluyendo el que obró después de su muerte estando ya sepultado (2 Reyes 13:20-21).

Siglos después, a orillas del mismo río, habría otro significativo acto de «traspaso del manto» cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, como señal del inicio del ministerio público de Jesús (Mateo 3:13-17). Como Hijo de Dios, Jesús por supuesto cumplía con creces con los requisitos para la tarea. Era, y es, fiel y jamás se apartó ni se aparta de su misión en el cumplimiento de la voluntad del Padre, realizándola perfec­tamente hasta en el más mínimo detalle (Juan 17:4).

La asociación entre Elías y Eliseo era también similar a la relación como mentor de Jesús con sus discípulos. Como Elíseo, ellos también debieron dejarlo todo y estar dispuestos a seguir a Jesús dondequiera que fuese. Pronto descubrieron que al amar a Jesús más que a otros obtenían no solo mayor capacidad para obrar milagros sino también mayor capa­cidad para amar a los demás.

Eliseo y los discípulos aprendieron que seguir la voluntad de Dios vale infinitamente más que el dinero. Jesús destacó esta verdad al decir­les a los fariseos, los cuales amaban el dinero, que «aquello que la gen­te tiene en gran estima es detestable delante de Dios» (Lucas 16:15). El dinero y los logros desaparecerán al fin, pero las relaciones durarán por siempre. Debido a esto nuestro Señor dijo: «Por eso les digo que se val­gan de las riquezas mundanas para ganar amigos, a fin de que cuando éstas se acaben haya quienes los reciban a ustedes en las viviendas eter­nas» (Lucas 16:9).

Las relaciones son la moneda del reino de Dios. Quien gana en la vida no es el que más juguetes tiene, sino quien mejores relaciones haya formado.

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E D I F I C A C I Ó N DE RELACIONES

¿ES REAL?

Hace muchos años, en mayo de 1986, aunque parece que hubiera sido ayer, estaba ministrando en un retiro para hombres y un amigo

mío llamado Paul pasaba por momentos difíciles. Su padre había muerto poco tiempo atrás, y como nuevo creyentes Paul necesitaba aliento. Iba-mos en el auto hacia el aeropuerto, cuando me preguntó: «¿Es real?» Es decir: «¿Es cierto todo esto? ¿Hay vida más allá de lo que podemos ver, sentir, tocar y saborear? ¿Vale la pena aferrarse a esto?» Supongo que Paul me preguntó esto porque me respetaba y sabía que le diría la verdad.

Lo recuerdo todo de ese momento: dónde estaba, qué llevaba pues­to, cómo escudriñaba mi rostro para encontrar seguridad. Lo miré a los ojos y respondí: «Paul, es cierto».

Años después recibí una llamada de Paul. Le iba bien en lo económi­co, en lo espiritual y en sus relaciones. Pero le costaba encontrar el rum­bo porque no veía qué era aquello a lo que Dios le llamaba. Dijo: «Sabes, supongo que necesito que me lo repitas de nuevo, eso de que es cierto todo esto».

Es un honor para mí que Dios me haya llamado a ayudar a las perso­nas en momentos tan santos. De esto se trata la mentoría, de dar y reci­bir ánimo, de saber que hay alguien que cree en nosotros, alguien que nos ama y que nos dirá: «Sí, es cierto».

No podemos pasar por la vida a solas, porque tarde o temprano todos caemos. Por lo general, tenemos suficiente fuerza interior como para levantarnos otra vez. Pero llega un momento en la vida de todos cuando caemos y nos damos cuenta de que ya no podemos seguir. Es entonces que descubrimos que necesitamos de los demás, que de veras necesitamos de las relaciones.

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C A P Í T U L O 1 6

Liderazgo de servicio

E L SACRIFICIO P R O P I O E N P O S D E L É X I T O DEL E Q U I P O

Uno de los entrenadores más legendarios en el mundo del deporte

profesional, Pat Riley, ha motivado, enseñado e inspirado a muchos

durante su carrera hasta los rangos más altos de la NBA. Él ejemplifica lo

que significa ser líder, y los atletas y empresarios por igual podrán apren­

der algo de este cerebro del basquetbol. La fuerza que impulsó la memo­

rable era del «Showtime» de Los Angeles Lakers fue Riley, que llevó a

Magic Johnson, Kareen Abdul-Jabbar y al resto del equipo de alto vuelo

a ocho títulos de la NBA en nueve años. Es el segundo entrenador con

más premios en la historia de la NBA, y el más rápido en cualquiera de

los deportes profesionales en alcanzar mil victorias. En su libro, The Win­

ner Within, el sobresaliente entrenador de la NBA escribió sobre «el peli­

gro que soy»:

Lo más difícil de hacer para los que forman parte de un equipo

es sacrificarse. Es fácil volverse egocéntrico. Jugar para uno mis­

mo. Al bajar la guardia, uno se hace vulnerable y dice: «Este soy

yo y me voy a abrir para entregarme a ustedes». Aun así, es exac­

tamente eso lo que hay que hacer. La voluntad de sacrificarse es

la gran paradoja. Hay que dejar atrás algo en el presente inme­

diato: la comodidad, lo fácil, el reconocimiento, las recompen­

sas inmediatas, para atraer algo todavía mejor en el futuro.1

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E L L Í D E R P E R F E C T O

Lo que dijo Riley sobre la cancha de basquetbol vale también en la

vida. Servir a los demás puede ser difícil. Invertir energías y recursos en

pos del bien ajeno puede ser agotador. Sin embargo, los líderes más efec­

tivos son los que sirven a los demás.

EL LÍDER Q U E SIRVE

unque se dice mucho hoy sobre el concepto del líder que sirve, no es

un concepto nuevo. De hecho, podemos encontrar sus raíces arrai­

gadas en la Biblia. De Génesis a Apocalipsis vemos una corriente conti­

nua de líderes que usaron su posición y poder en beneficio de quienes les

rodeaban. Es claro que nadie demostró este principio mejor que Jesús de

Nazaret, y no hay momento en que expresara con mayor claridad la vir­

tud del liderazgo del servicio que en la noche previa a su crucifixión.

Cuando los discípulos entraron en el aposento alto, discutieron un

poco sobre sus expectativas de posición. Es posible que el entredicho se

iniciara en torno a quién se sentaría al lado de Jesús durante la cena. Sin

duda, estaban olvidando lo que Jesús les había dicho seis meses antes a

los fariseos en cuanto a que los últimos serían primeros, advirtiendo en

contra de quien se abre paso a los codazos hasta el mejor lugar (Lucas

14:7-11).

Jesús acababa de responder al debate de los discípulos en cuanto a

quién era el mayor entre ellos (Lucas 22:24-30). Luego, les dio una res­

puesta visual. Dijo que había venido como quien sirve, y no como quien

se sienta a la mesa para que le sirvan (v. 27). Los asombrados discípulos

entonces conocieron la verdad de esas palabras. Porque a solas, con sus

discípulos en un cuarto de la ciudad de Jerusalén, Jesús hizo lo impen­

sable. Mientras cada uno se acomodaba en su almohadón, y se servía la

cena de la Pascua, Jesús se levantó y se envolvió en una toalla.

Llegó la hora de la cena. El diablo ya había incitado a Judas

Iscariote, hijo de Simón, para que traicionara a Jesús. Sabía

Jesús que el Padre había puesto todas las cosas bajo su domi­

nio, y que había salido de Dios y a él volvía; así que se levan­

tó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura.

224

A

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L I D E R A Z G O DE SERVICIO

Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies

a sus discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cin­

tura. (Juan 13:2-5)

Como no había sirviente que cumpliera con el tradicional lavado de

pies, Jesús se hizo cargo. El Amo y Maestro se convirtió en sirviente. El

más grande, el primero, se convirtió en el más pequeño, el último. En un

acto de impacto enorme Jesús demostró que en el reino de Dios el servi­

cio no es el camino a la grandeza, sino la grandeza misma. Aquí la divi­

na perspectiva se destaca y se revela ante nuestras mentes desorientadas,

demostrándonos que las cosas son al revés de lo que pensamos.

El autor M. Scott Peck quedó tan impactado por esta escena que la

cuenta como uno de los sucesos más significativos en la vida de Jesús:

Hasta ese momento, las cosas siempre se habían referido a lo

que había que hacer para llegar a la cima, para permanecer

allí y ganarles a los demás en el intento por subir todavía más.

Pero aquí, este hombre que ya estaba en la cima, el Rabino, el

Maestro, el Supremo, de repente desciende y comienza a lavar

los pies de sus seguidores. En un único acto Jesús simbólica­

mente desestimó el orden social. Casi sin entender qué estaba

sucediendo, hasta sus propios discípulos quedaron horroriza­

dos ante su conducta.2

Jesús fue capaz de asumir la posición de sirviente porque tenía segu­

ridad en sí mismo. Sabía quién era, de dónde había venido y hacia dón­

de iba. Pero Jesús también servía a sus discípulos porque los amaba. El

primer versículo del capítulo dice: «Y habiendo amado a los suyos que

estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Y aunque estas dos razones,

en y por sí mismas serían suficientes, el Señor tenía otra más para actuar

como lo hizo.

Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió

a su lugar. Entonces les dijo:

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EL LÍDER PERFECTO

—¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me lla­

man Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo,

el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes

deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejem­

plo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.

Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo,

y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entienden

esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica. (Juan 13:12-17)

El Señor no les dijo que hicieran «tal cual» había hecho él, sino más

bien «como» él había hecho. No debían convertirse en lavadores de pies

de tiempo completo, sino en servidores de hombres y mujeres, dedica­

dos todo el tiempo a servir. Debían ser líderes que sirven. Juan Calvino

tenía razón cuando dijo: «Aquí Cristo no impone una ceremonia anual

sino que nos manda a estar dispuestos durante toda la vida a lavarles los

pies a nuestros hermanos».3 Lejos de querer decir que tenemos que lavar

pies, en términos literales, lo que Cristo quiere es que vivamos una vida

de amor, de servicio humilde y en sacrificio.

La acción de lavarles los pies a otros no tiene para nosotros el mis­

mo significado cultural que tenía para los que vivían en el siglo uno. Así

que aunque puede verse como gesto de humildad, como bello acto reli­

gioso, hoy podríamos pasar por alto el significado pragmático que tenía

para los apóstoles. Jesús nos llama no a una acción determinada sino a

una actitud que puede manifestarse de diferentes maneras. Hoy puede

significar ayudar a alguien sacando la basura, limpiando baños, cambian­

do los pañales del bebé. «Lavar los pies» se traduce en una gran cantidad

de tareas humildes, que muchos evitan a causa de su orgullo.

Observemos que Jesús jamás nos llama a hacer algo que él no haya

hecho primero por nosotros. Así como no nos llama a amarnos los unos a

los otros sin habernos amado primero, o a perdonar sin habernos perdo­

nado, tampoco nos invita a servir sin primero haberlo hecho él mismo.

Como nos amó, nos perdonó y nos sirvió, ahora nos invita a participar

con él del ministerio de la toalla.

En su libro The Cod of the Towel, Jim McGuiggan define el secreto

del poder de Jesús y su capacidad para la entrega:

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LIDERAZGO DE SERVICIO

Las Escrituras nos dicen que [Jesús] tenía varias cosas en men­

te. Al decirnos una y otra vez lo que «Jesús sabía», Juan quiere

que el lector entienda que Cristo hace lo que hace a la luz de su

conocimiento y amor.

Jesús sabía que la hora para la que había venido al mundo

había llegado por fin: la hora de la traición, la hora de la increí­

ble confusión interior, la hora del rechazo nacional, de cargar

con los pecados.

Jesús sabía que el Padre había decidido darle toda autori­

dad y control: una decisión inmutable de darle autoridad más

allá del sueño más loco del más grande megalomaníaco.

Jesús sabía que había venido de Dios, y conocía muy bien

su origen divino. Lo entendía ya siendo un niño de doce años,

y su corta, aunque plena vida, no le habían quitado esta convic­

ción, sino que la habían fortalecido.

Jesús sabía que regresaría al Padre, este era su destino divi­

no. Sabía que se enfrentaría a la traición, la humillación, el

abandono y la cruz, pero también sabía que regresaría a la glo­

ria con su Padre.4

Dios ha hecho mucho por brindarnos una base que nos permita

conocer cuál es nuestra identidad, seguridad y destino. En la Biblia lee­

mos que nada puede separarnos a los que estamos en Cristo del amor

de Dios (Romanos 8:38-39). También leemos que quienes nos hemos

entregado a este gran amor de Dios somos ahora hijos de Dios (1 Juan

3:1). Y finalmente la Biblia nos asegura que como hijos de Dios un día

seremos llevados para estar con Jesús, para estar en la casa del Padre por

toda la eternidad (Juan 14:2-3).

El líder sufriente Muy a menudo se utiliza la capacidad de liderar con el fin de obtener

ganancia personal o progreso en la propia carrera, en lugar de hacerlo

en beneficio de otros. Sin embargo, Dios mismo demostró a través de la

vida y ministerio de su Hijo que el liderazgo tiene como propósito el uso

de estas capacidades con un enfoque en el beneficio del prójimo.

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EL LÍDER PERFECTO

En las religiones de la antigüedad era común que el pueblo ofrecie­

ra sacrificios a los dioses, pero la idea de que un Dios ofreciera algo en

sacrificio por la humanidad era algo descabellado. Los judíos tampoco

tenían tal concepto a pesar de que sus Escrituras lo predecían. Esta es la

razón por la que Jesús después de su resurrección reprendió a dos de sus

discípulos en el camino a Emaús: «¡Qué torpes son ustedes —les dijo—,

y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas!

¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su glo­

ria?» (Lucas 24:25-26). Como los judíos esperaban un Mesías podero­

so que los librara de la opresión de Roma, pasaron por alto las profecías

del Siervo sufriente que les liberaría de la opresión mayor del pecado y

la culpa.

Miren, mi siervo triunfará; será exaltado, levantado y muy

enaltecido. Muchos se asombraron de él, pues tenía desfigura­

do el semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto! Del mis­

mo modo, muchas naciones se asombrarán, y en su presencia

enmudecerán los reyes, porque verán lo que no se les había

anunciado, y entenderán lo que no habían oído. (Isaías 52:13-

15)

Este pasaje, escrito setecientos años antes de que naciera Jesús, es

en realidad la primera estrofa de un poema que revela el camino poco

común que Jesús, el Siervo sufriente, recorrería. En la parte inicial encon­

tramos la descripción del programa del Siervo de Dios. El poema luego

pasa a describir la persona del Siervo de Dios;

¿Quién ha creído a nuestro mensaje y a quién se le ha revelado

el poder del SEÑOR? Creció en su presencia como vástago tier­

no, como raíz de tierra seca. No había en él belleza ni majes­

tad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia

lo hacía deseable. Despreciado y rechazado por los hombres,

varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban

mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. (Isaías 53:1-3)

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LIDERAZGO DE SERVICIO

Aquí vemos con toda claridad una imagen de rechazo. Jesús era la

raíz, plantada por Dios, que creció en el árido suelo del rechazo de Israel,

el aislamiento y el legalismo religioso. Lejos de ser enviado a una audien­

cia receptiva, Jesús llegó a los suyos, pero fue rechazado por ellos (Juan

1:11). Naturalmente este rechazo lleva a la siguiente estrofa del poema,

que trata sobre la pasión del Siervo:

Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó

nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, gol­

peado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras

rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó

el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos

sanados. Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno

seguía su propio camino, pero el SEÑOR hizo recaer sobre él la

iniquidad de todos nosotros. (vv. 4-6)

Este Varón, que sufrió tan injustamente a manos de hombres malos

y perversos, podría haber exigido con toda justicia lo que era su derecho.

Casi esperamos que lo hiciera. Pero a la profundidad del amor de nues­

tro Salvador se añade lo que leemos luego ... la paciencia del Siervo de

Dios:

Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca; como cor­

dero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante

su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca. Después de apre­

henderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó de su

descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes, y gol­

peado por la trasgresión de mi pueblo. Se le asignó un sepul­

cro con los malvados, y murió entre los malhechores, aunque

nunca cometió violencia alguna, ni hubo engaño en su boca.

(vv. 7-9)

Así que resuena en el pensamiento y el corazón de todos una pregun­

ta: ¿Por qué? La sección concluye con una descripción de la provisión del

Siervo sufriente de Dios:

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EL LÍDER PERFECTO

Pero el SEÑOR quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir, y como él

ofreció su vida en expiación, verá su descendencia y prolonga­

rá sus días, y llevará a cabo la voluntad del SEÑOR. Después de

su sufrimiento, verá la luz y quedará satisfecho; por su conoci­

miento mi siervo justo justificará a muchos, y cargará con las

iniquidades de ellos. Por lo tanto, le daré un puesto entre los

grandes, y repartirá el botín con los fuertes, porque derramó

su vida hasta la muerte, y fue contado entre los transgresores.

Cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecado­

res. (vv. 10-12)

El corazón de la profecía está en la tercera sección que describe la

«pasión» o sufrimiento del Siervo. Isaías nos dijo (utilizando verbos con­

jugados en tiempo pasado) que el Siervo sufriente «cargó con nuestras

enfermedades y soportó nuestros dolores» (v. 4). La palabra hebrea para

«cargó» connota levantar algo y llevárselo. Jesús cargó con nuestros peca­

dos y con el castigo necesario, llevándoselos (1 Pedro 2:24). Al reconocer

la muerte de nuestro Salvador como lo que es, viéndola como su acto de

amor al cargar sobre sí mismo el juicio de Dios por nosotros (Romanos

5:6-11), Isaías se refiere al Mesías como «golpeado» por Dios por nues­

tros pecados (Isaías 53:4).

En otra imagen gráfica Isaías declara que el Hijo de Dios fue «traspa­

sado por nuestras rebeliones» (Isaías 53:5). La palabra hebrea aquí signi­

fica «perforado», con la connotación de tortura violenta y cruel. También

podemos reconocer la referencia a la crucifixión porque las manos y los

pies de Jesús fueron «perforados» con clavos para colgarlo en la cruz

(Juan 20:25; Hechos 2:23; Juan 19:34).

Isaías también utilizó un término agrícola, al decir que Jesús fue (o

sería) «molido» por nuestras iniquidades (Isaías 53:5), así como se aplas­

tan las uvas cosechadas para que estallen y pueda recogerse su jugo. En

el «lagar» de la ira de Dios (Apocalipsis 14:19), Jesús fue molido hasta

que su espíritu se quebrantó (Salmo 34:18) y su sangre fue derramada en

propiciación por nuestro pecado (Romanos 3:25).

Jesús cargó con el castigo de Dios por nuestros pecados para que

pudiéramos tener paz con el Padre (Romanos 5:1; Efesios 2:14-18;

Colosenses 1:19-20). El castigo y la paz se nos presentan como una

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combinación extraña. Y sin embargo, es solo porque Jesús fue castigado por nuestros pecados que somos restaurados a la comunión con el santo Dios y se nos otorga shalom, una palabra hebrea que significa la paz que el pueblo de Dios había esperado durante siglos.

Por fin en el versículo 5 vemos que somos sanados porque Jesús fue herido. Este bello pasaje de Isaías 53 incluye un recordatorio de la deses­perada condición humana, que requirió de este sufrimiento de Jesús: somos como ovejas, perdidas y en rebelión contra Dios. El versículo 6 comienza y termina con una referencia colectiva a todas las personas. «Todos» estábamos perdidos, pero Dios puso sobre los hombros de Jesús el peso del pecado de «todos». No obstante, el sufrimiento de Jesús no sería el final de esta historia. Isaías señaló, esta vez conjugando los ver­bos en tiempo futuro, más allá de la angustia de la cruz: «Después de su sufrimiento, verá la luz y quedará satisfecho; por su conocimiento mi siervo justo justificará a muchos, y cargará con las iniquidades de ellos» (v. 11).

Jesús es el cumplimiento perfecto de la profecía del Antiguo Testamento. Como Siervo sufriente profetizado por Isaías, Jesús comu­nicó con toda claridad su propósito para venir a esta tierra: «Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45). En su sacrificio en la cruz Jesús nos brinda la ilustración suprema del liderazgo de servicio. Jesús no sufrió por nosotros a pesar de su identidad, sino precisamente a causa de su identidad. El servicio y el sacrificio formaban parte de su naturaleza misma. Así, al llamarnos a ser como él, nos llama a unirnos a él en un estilo de vida de servicio y sacrificio. Tal servicio y tal sacrificio no han de cumplirse a pesar de nuestra posición de líderes, sino precisa­mente a causa de nuestra responsabilidad de liderazgo.

Su ejemplo de servicio trasciende cualquier otro que se haya visto, antes o después: «A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por noso­tros» (Romanos 5:6-8).

Liderazgo de servicio

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El l íder perfecto

El líder seguro

l igual que Jesús podemos sentirnos seguros de nuestra identidad y destino. De hecho, será solo en la medida en que comprendamos

estos conceptos que podremos ser capaces de servir a otros como lo hizo Cristo. Por otra parte, cuanto más inseguros estemos de nuestra verda­dera identidad y destino eterno, más posible será que manipulemos a las personas en un desesperado intento por satisfacer nuestras propias nece­sidades.

El liderazgo que se centra en el prójimo, con el modelo claro de la vida de Jesús, es ahora nuestro llamado más importante. Somos llama­dos ahora, no a que nos sirvan en este mundo, sino a servir y a entregar nuestras vidas. Así, al perder nuestras vidas, las descubriremos en su sen­tido más verdadero.

Al asumir el rol de quien sirve al prójimo enseguida se esfuma todo espíritu de competencia. La mentalidad del que sirve implica que habrá que involucrarse en las tareas mundanas y desagradables de la vida coti­diana. Muchas veces nos gusta poner la mirada en las tareas más gran­des e impresionantes, que nos gustaría desarrollar. Pero la vida como la vivió Jesús significa servir a los demás aun en las áreas más insignifican­tes también. Esto puede significar detenernos junto a la ruta para ayudar a alguien a cambiar un neumático pinchado, comprar un vaso de limo­nada a unos niños que esperan en un puesto armado por ellos, permitir que la madre con niños y cargada con bolsas pase por la caja del super­mercado antes que nosotros, y muchos otros «actos de bondad al azar». Jesús aconsejó a sus discípulos que el pensar primero en la necesidad del prójimo, aun en cosas que parecen triviales, demuestra respeto por Dios, y que recibirá recompensa quien lo haga (Marcos 9:41). Las recompen­sas de gracia de nuestro Señor son para quienes le sirven al ofrecerse a los demás de modo simple pero profundo.

El líder contra-cultural

En algún momento del futuro toda rodilla se doblará ante el nom­bre de Jesús (Filipenses 2:9-11). En sentido verdadero, entonces, la

pregunta no es «¿Reconoceremos a Jesús como Señor?» sino «¿Cuándo

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A

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Liderazgo de servicio

reconoceremos a Jesús como Señor?». Sin embargo, Jesús vino a la tie­rra bajo la forma del que sirve, y espera que quienes le servimos en este mundo expresemos nuestro servicio a él a través de nuestro ministerio, sirviendo a los demás. Al seguir el modelo de nuestro Salvador somos lla­mados a estar dispuestos a renunciar a nuestra posición y nuestros dere­chos para vivir de manera que permita que otros experimenten el amor de Dios.

La visión bíblica del liderazgo de servicio pone en evidencia el hecho de que el servicio que brindamos a otros en realidad es una medida del servicio que brindamos a Dios. Cristo mismo es el modelo de esta men­talidad de servicio y nos manda a imitarlo. Por eso, al ponernos en la posición de quien sirve a otros, avanzamos hacia nuestro objetivo de parecemos cada vez más a Cristo. Es claro que Jesús tenía todo el dere­cho de exigir que la creación entera le sirviera, y sin embargo, decidió vivir en la tierra sirviendo a los demás y muriendo por nuestros pecados. Él nos pide entonces, a cada uno de nosotros, que sigamos este modelo de siervo: «El que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su ser­vidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos» (Marcos 10:43-44).

En más de una ocasión los discípulos de Jesús discutieron en cuanto a «cuál de ellos sería el más importante» (Lucas 22:24; Mateo 20:20-28). Mientras competían por la posición más alta en el reino, Jesús tenía que animarles a cambiar su manera de pensar. Les informó que los caminos de los hijos de Dios han de ser completamente distintos a los caminos de este mundo. Pocas afirmaciones de Jesús pueden considerarse tan contra­culturales como esta. Los gobernantes del mundo buscan poder, control. Pero para los seguidores de Cristo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Marcos 9:35).

El líder influyenteComo hemos visto, en tanto el concepto del líder que sirve va haciéndo­se más popular, esto no significa que sea nuevo. Jesús lo requirió como rasgo fundamental para todo el que quisiera seguirle. El Dr. Frank Davey escribió:

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El líder perfecto

Jesús invirtió las prioridades sociales de su época al demostrar y enseñar un interés especial por los pobres, los inválidos, los marginados y los menos privilegiados. Estas personas no habían tenido quién les prestara atención hasta que Jesús llegó para ser su adalid ... Uno no puede imaginarse a Hipócrates interesán­dose demasiado por una prostituta en problemas, por un men­digo ciego, por el esclavo de un soldado del poder dominante, por un forastero psicótico que claramente no tenía dinero, por una anciana con una enfermedad crónica en la columna verte­bral. Jesús no solo lo hizo, sino que su expectativa fue y es que sus seguidores le imitaran.5

Jesús, sin embargo, no se limitó a hablar de servir al prójimo sino que fue y es el modelo supremo de quien sirve. Ahora, así como cuando caminó sobre esta tierra, Jesús sirve a aquellos que lidera.

Jesús merece nuestra completa y más desinhibida adoración porque es Dios Hijo. En Apocalipsis 5:11-12 el apóstol Juan oyó en su visión el increíble sonido de miles de voces angelicales, elevadas al unísono en un cántico. La melodía crecía en volumen e intensidad, resonando en los cielos: «¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!» (v. 12). A las huestes angelicales pronto se unieron las voces de todas las criaturas vivientes, en el cielo y en la tierra, gritando a viva voz: «¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la glo­ria y el poder, por los siglos de los siglos!» (v. 13).

¿Qué había hecho exactamente Jesús para merecer esta adulación?La escena se inicia con Juan profundamente apenado porque parecía

que nadie podría enfrentar la ira de Dios contra el pecado de la humani­dad, para así romper los sellos y revelar el misterio de la consumación de toda la historia, y abrir el rollo del juicio de Dios: «Y lloraba yo mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido» (v. 4), escribió Juan. Uno de los ancianos presentes consoló al angustiado apóstol, diciendo: «¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos» (v. 5)

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L iderazgo de serv ic io

En este punto Juan levantó la mirada y percibió al Cordero de Dios (v. 6, Juan 1:29), Jesucristo, de pie en el centro mismo de la sala del trono, rodeado por los ciudadanos del cielo. Jesús extendió la mano y aceptó el rollo que le entregaba su Padre. Entonces las cuatro criatu­ras vivientes y los veinticuatro ancianos que estaban con él irrumpieron en un nuevo cántico: «Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación» (v. 9).

Jesús es la Raíz de David, el Mesías que Dios había prometido enviar al mundo. Estuvo dispuesto a renunciar a su privilegio celestial duran­te un tiempo para venir a la tierra (Filipenses 2:6-8) y ofrecerse como sacrificio de propiciación por nuestros pecados (1 Juan 2:2). El libro del Apocalipsis nos brinda un vistazo único del futuro, cuando Jesucristo reinará por siempre como Rey justo y eterno sobre una creación renova­da. Jesús de hecho merece nuestra más exultante adoración y devoción. Es a quien también hemos de cantar «un nuevo cántico» (Apocalipsis 5:9) cada día de nuestras vidas, y jamás se nos acabarán las razones para alabarle.

Las páginas de la historia humana están manchadas con las conse­cuencias desastrosas que han experimentado las personas que hicieron mal uso de sus privilegios de poder, riqueza, excepcional inteligencia, fuerza u honor. Desde Sansón a Salomón, nuestra raza caída ha sido incapaz de utilizar estos dones de manera que podamos honrar a Dios y beneficiar a los demás. Pero Jesús es diferente. No solo es digno de todos estos dones maravillosos sino que los utiliza para expresar su amor por su Padre (1 Corintios 15:24) y sus amados hijos (2 Tesalonicenses 2:14).

La descripción del Jesús exaltado en Apocalipsis 15 inspira temor reverencial en el lector que medita en esta lectura. ¡Qué imagen magnífi­ca de la posición suprema del Cristo resucitado! Referirnos a él solamen­te como «líder» podría sonar a menosprecio. Pero, ¿llamarle sirviente? Suena casi a blasfemia, si no fuera por el hecho de que hizo mucho para lograr justamente ocupar esa posición.

Isaías profetizó que Jesús, el Hijo de Dios, sería el Siervo sufriente (Isaías 53). Y Jesús vivió como una afirmación definitiva y real del servi­cio como camino a la grandeza (Mateo 20:26-28). Más aun, Pablo iden­tificó a Jesús como ejemplo supremo del liderazgo de servicio. Le dijo

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El líder perfecto

a la iglesia de Filipo que «Cristo Jesús ... siendo por naturaleza Dios ... se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo» (Filipenses 2:5-7).

Es absolutamente correcto afirmar que nadie más ha tenido la influencia que tuvo Jesús, que tiene y tendrá en este mundo. El obispo Stephen Nelly formuló una pregunta que nos hace pensar: «¿Qué tipo de piedra, una vez echada en el estanque de la existencia humana, podría causar ondas expansivas que seguirían esparciéndose hasta que alcanza­ran hasta el confín más alejado del mundo?»6 John Stott ofrece una ati­nada respuesta:

Solamente el incomparable Cristo. Y si estamos preparados para correr el riesgo de familiarizarnos con su historia y expo­nernos a su personalidad, ejemplo y enseñanza, no quedaremos inmutables. No. Porque sentiremos el poder de su influencia y diremos con Pablo que el amor de Cristo nos sobrecoge cada vez con más fuerza hasta que no nos queda otra alternativa más que vivir —y morir— por él.7

Los primeros seguidores de Jesús daban testimonio de esto. Juan lo exaltó como Señor de señores y Rey de reyes (Apocalipsis 17:14). Pablo testificó que «Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (Filipenses 2:9).

Jesús lideró de tal modo que nadie que entrara en contacto con él pudiera quedar igual que antes. A su vez, insistió en que sus seguidores lideraran como lo hizo él: sirviendo. Nadie podría —y nadie puede— disputar este mandamiento, porque Jesús fue modelo del tipo de servi­cio por el que abogaba. Y por cierto, es también modelo de grandeza. Jesucristo es el líder sirviente por supremacía.

El líder comprensivo

En su exaltada posición celestial, así como en su humilde rol terre­nal, Jesús lidera sirviendo. Está sentado a la diestra del Padre, exalta­do a lo sumo por sobre todos los demás seres. Y sin embargo, su pasión e

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LIDERAZGO DE SERVICIO

interés se centran en el bien de sus seguidores. Puede comprender nues­tras debilidades porque estuvo dispuesto a someterse a pruebas como las que pasamos nosotros. Pagó un terrible precio para poder decir: «Ven­gan con confianza ante mi trono de gracia. Yo los comprendo. He estado donde ustedes están». En Hebreos el escritor vuelve a explayarse sobre la tenaz búsqueda de Jesús por nuestro bien. Este pasaje debiera ser de lec­tura obligatoria para todo líder:

En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, per­feccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. Tanto el que santifica como los que son santificados tie­nen un mismo origen, por lo cual Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos ... Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anu­lar, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muer­te —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida. Pues, ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes de Abraham. Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los peca­dos del pueblo. Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados ... Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atra­vesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos. (Hebreos 2:10-11, 14-18; 4:14-16)

Este pasaje tiene que empapar la raíz de nuestro ser. Es una verdad esencial.

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LÍDER PERFECTO

Todos los que queremos ser grandes líderes tenemos que estar dis­puestos a servir a los demás dando nuestro máximo esfuerzo. La medi­tación prolongada y concentrada en el pasaje de Hebreos que acabamos de leer nos brindará un excelente punto de partida para dar forma a los valores necesarios para un servicio sincero, genuino. Cada uno de noso­tros ha de permitir que el más grande líder sirviente que haya conocido o pueda conocer el mundo nos sirva al enseñarnos cómo liderar a tra­vés del servicio.

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GUÍA DEL LECTOR Para la reflexión personal o la discusión en grupo

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Guía del lector

Es un emprendimiento maravilloso, y a la vez intimidante, el de obe­decer el llamado de Dios para liderar a otros. Todo líder disfruta, en

ocasiones, del entusiasmo y la excitación de ver que sus seguidores alcan­zan una madurez más profunda, y de ver que las tareas que juntos realizan pueden concretarse. Sin embargo, todo líder sentirá también el dolor del fracaso y la frustración cuando las cosas no resultan según lo planeado.

La tarea del liderazgo no es para tomar con liviandad. Las Escrituras dicen que «a todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho» (Lucas 12:48). A los líderes se nos dan no solo las oportunidades y la capacidad, no solo una causa y un llamado (que ya son de por sí cosas importantes), sino también vidas para guiar y modelar. Es una respon­sabilidad enorme. Y gracias a Dios no es un emprendimiento que tenga­mos que afrontar a solas.

En El Príncipe Caspian, de C. S. Lewis, la pequeña Lucy se encuen­tra con Asían, la figura que representa a Cristo en las crónicas de Narnia. No lo ha visto en mucho tiempo y le dice:

—Asían, has crecido. —Eso es porque tú también estás más grande, Lucy —respon­de él.

—¿No es porque creciste tú? —No. Cada año, a medida que vayas creciendo, me verás más grande.1

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LÍDER PERFECTO

A medida que maduramos en la fe veremos a Dios cada vez más grande. A medida que nuestra visión de Dios se hace más clara y enten­demos su enormidad, aprendemos a reposar en él. Crecemos en nuestra capacidad para depender de él por completo, sabiendo que con un Dios tan competente como el que encontramos en las páginas de la Biblia, el universo en el que nos encontramos es de veras un lugar seguro para nosotros.

Para crecer en su capacidad como líder cristiano encuentre un com­pañero o un grupo reducido de personas con quienes estudiar este libro (recuerden no pelear por quién será el que lidere este grupo de estudio). Utilicen las preguntas que siguen como trampolines para la conversa­ción y la discusión.

CAPÍTULO 1

¿Consideraría que la integridad es una de las características más impor­tantes que se requieren de un líder? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿De qué manera ha visto que un líder demuestra (o no) esta característica al lide-rarle? ¿De qué manera le afectó esta integridad (o falta de ella) en su líder?

Malaquías 3:6 dice: «Yo, el SEÑOR, no cambio». ¿Puede nombrar otros pasajes de las Escrituras o pensar en historias bíblicas que respaldan la verdad de esta afirmación? ¿Cree que la constancia de Dios le convier­te en verdadero ejemplo de integridad? ¿Por qué? ¿Por qué no?

¿Ha descubierto en su propia vida que Dios es un líder en quien se puede confiar? ¿Qué experiencias ha vivido que le llevan a un nivel de confianza en su relación con Dios?

¿Está de acuerdo con la definición de integridad que da el autor: «La integración de las creencias con la práctica»? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Qué éxitos y fracasos ha vivido en esta área? ¿Qué pasos podrá dar para seguir creciendo en integridad?

Cuando Jesús confrontó a los líderes de su época (los fariseos), no fue amable con ellos. ¿Qué le diría Jesús a usted si estuviera en la tierra hoy? ¿Cómo respondería usted?

¿Puede apreciar la belleza de la integridad de Samuel? Ni una sola persona se levantó para reclamarle nada o denunciarlo por algo cuando

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G U Í A DEL LECTOR

públicamente ofreció enmendar cualquier injusticia que hubiera come­tido. ¿Qué podemos aprender de él al esforzarnos y trabajar para llegar a ser el tipo de líder que Dios nos ha llamado a ser?

CAPÍTULO 2

Si es cierto que a las personas les gusta seguir a los líderes que tienen un carácter conforme a la voluntad de Dios, y si este carácter se forma al buscar la sabiduría, ¿por qué hay tantos líderes que se dejan llevar por la opinión pública? Nombre a algunos líderes importantes cuya sabiduría hizo que la gente se dejara llevar por ellos, y no al revés.

Dios no deja librado a nuestro entendimiento la comprensión de su carácter, lo afirma con toda claridad: «El SEÑOR, el SEÑOR, Dios cle­mente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la ini­quidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación» (Éxodo 34:6-7). ¿Es el Dios de la Biblia una persona de carácter a quien usted respeta?

Una cosa es respetar a nuestros líderes, pero amarlos es la prueba más difícil. El carácter de Dios, según lo revela en su Palabra, en su mundo y en la relación que tiene usted con él, ¿ha hecho que le ame? ¿Por qué? ¿Por qué no?

Los líderes por lo general saben que suelen servir como modelo para los demás. ¿De qué manera ha logrado usted el equilibrio entre ser autén­tico ante sus fracasos y asumir la responsabilidad de ser modelo de una conducta como la de Cristo?

¿Le resulta fácil formar el hábito de intentar la perfección por sus propios medios? ¿Le consuela o le molesta saber que nunca lo logra­rá? ¿Por qué? ¿Cree que el carácter que demuestra fluye de la obra del Espíritu de Dios que habita en su interior? ¿De qué manera le ayuda o le impide esto para ser una persona de carácter?

¿Le consuela saber que Pedro, que tanto se equivocó al inicio de su andar con Cristo, fue luego uno de los principales líderes de la iglesia? ¿Qué puede aprender usted de los errores de Pedro?

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EL L ÍDER P E R F E C T O

CAPÍTULO 3

Aun antes de la época en que adquirió popularidad la práctica de expre­sar por escrito la declaración de visión, los valores centrales eran ya lo que impulsaba a los grandes líderes. Si piensa usted en un líder a quien res­peta, ¿podría mencionar el valor o los valores centrales que sostiene? Es decir, ¿qué impulsa a esa persona a la acción, se dé cuenta o no?

Los Diez Mandamientos revelan los valores de Dios. Lea Éxodo 20:1-17 y vea si puede nombrar algunos de los valores centrales de Dios. ¿Cómo se revela Dios en su rol de líder por supremacía?

¿Está usted de acuerdo con lo que dice el autor respecto a que «nues­tra concepción del bien y del mal resultan de que somos hechos a imagen de aquel que determinó estas categorías en su origen»? ¿Conoce usted personas (o ha sido usted una de ellas) que viven los valores centrales que Dios designó para su pueblo aun antes de llegar a conocer a Dios? ¿Qué le enseña esto acerca de Dios?

¿Se ha tomado el tiempo de escribir una lista de sus valores centrales? Si es así, asegúrese de revisarla con regularidad para poder presentarse a sí mismo el desafío de vivirlos. Si no, pase tiempo en oración y reflexión al iniciar este proceso.

¿Ha elegido sus valores basándose en lo que cree que aprobarán los demás, o basa sus valores en lo que Dios le llama a hacer? ¿Cómo puede discernir cuál es su propia motivación y qué pasos puede dar para cam­biar aquello que resulta de una motivación inadecuada?

El apóstol Pablo sabía cómo establecer prioridades. Estaba dispues­to a abandonar todo aquello que contradijera sus valores. ¿Qué puede aprender usted de Pablo en cuanto a conocer qué importa y qué no?

CAPÍTULO 4

Los líderes a menudo sienten la presión de tener que mostrar mucha fuerza y resolución, y hay muchos que dudan en cambiar de rumbo aun­que sepan que han cometido un error. ¿Puede pensar en personas que le sirvan de modelo para su vida, que cambiaron de rumbo para mejorar? ¿De qué modo afectó a otras personas su disposición a la humildad?

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G U Í A DEL LECTOR

Una y otra vez las Escrituras dejan en claro que no podemos enten­der los caminos de Dios, y sin embargo es igual de claro que Dios tie­ne una pasión y un propósito para su pueblo. ¿Cree usted que Dios duda alguna vez de la decisión de amarnos? Respalde su respuesta con las Escrituras. ¿Qué le dice sobre Dios su paciente fidelidad hacia su propó­sito y pasión (¡la intimidad con nosotros!)? ¿Y qué le dice sobre el lide­razgo esta paciente fidelidad?

¿Tiene usted una relación con Cristo basada en el amor? Si es así, ¿qué piensa que representa para Dios su amor por Cristo? Si no es así, ¿cómo cree que hace sentir a Dios al rechazar a Cristo? ¿Por qué cree usted que Dios sigue buscando aun a quienes le rechazan?

Si la pasión implica que se ame algo con intensidad, también será lo que impulse a alguien a comportarse de determinada manera. ¿Sabe usted cuál es su pasión? ¿De qué modo determinan su propósito en la vida sus pasiones? ¿Y la forma en que lidera a los demás?

¿Importa aquello por lo que sienten pasión los líderes o les basta con tener entusiasmo? De la misma manera, ¿necesita el líder una estrategia para establecer un propósito, o le basta con presentar una visión? ¿Siente usted entusiasmo por su propósito? ¿Ha establecido estrategias?

Cuando Pablo conoció a Jesús, sintió pasión y determinación en su deseo de que otros pudieran conocer también a este Dios. ¿Admira usted su pasión o le intimida este tipo de energía? ¿Qué haría falta para que encontrara usted ese tipo de determinación en su forma de liderar?

CAPÍTULO 5

¿Conoce a algún gran líder (una figura pública o no) que no se haya dado cuenta del maravilloso efecto que tiene en los demás? ¿Por qué cree que estas personas no se dan cuenta de su propia grandeza?

Las Escrituras nos dicen que Jesús «al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!» (Filipenses 2:8). ¿Por qué piensa usted que Dios, el más grande líder de todos los tiempos, se humillaría al punto de hacerse siervo? ¿Qué le dice esto de Dios? ¿Y del liderazgo?

¿Ha obedecido alguna vez a Dios aunque no entendiera ni estuvie­ra de acuerdo con su plan? Si es así, ¿qué sucedió? Si desobedeció, ¿qué

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EL LÍDER PERFECTO

sucedió? ¿Por qué es tan difícil obedecer a Dios aun cuando sepamos que su plan siempre será mejor que el nuestro?

Todos queremos poder llamarnos humildes, pero, ¿se alegra de veras cuando otros le tratan como sirviente? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿De qué modo puede entrenarse para centrarse primero en los demás?

¿Qué significa para usted la verdadera humildad? ¿Cree que puede tener percepción de su propio valor y dignidad siendo humilde? ¿Puede buscar el éxito, aun siendo humilde? ¿Por qué? ¿Por qué no?

¿Por qué cree usted que Dios dijo que Moisés era el hombre más humilde sobre la faz de la tierra? ¿Le consuela saber que un gran líder puede ser temeroso y valiente a la vez? ¿Alguna vez dudó de ser el líder que Dios le llamó a ser? ¿Qué pasó?

CAPÍTULO 6

Muchas personas anhelan ser líderes sin ver que la tarea nos llama a un trabajo que es más duro y difícil que brillante y glamoroso. ¿Se le ocurre el nombre de algún líder que llegó a liderar a causa de su compromiso, no de su carisma? ¿Por qué seguía la gente a este líder?

Nombre las diversas formas en que Dios se compromete con noso­tros, como lo muestran las Escrituras. ¿En qué medida afecta su com­prensión de lo que es el liderazgo este compromiso pleno de Dios hacia su pueblo?

¿Ha vivido el compromiso de Dios en un nivel personal? Si es así, ¿cómo respondió usted? Si no es así, ¿qué puede hacer para que tan bella verdad pase de su mente a su corazón?

¿Cuál es su mayor compromiso? Si su respuesta es que se ha compro­metido con Dios por sobre todo lo demás, ¿de qué modo vive este com­promiso? Si su respuesta es otra cosa, y no Dios, ¿querría poder poner a Dios ante todo lo demás en su vida? ¿Por qué? ¿Por qué no?

¿Cree que si busca primero el reino de Dios todo lo demás vendrá por añadidura? ¿Por qué? ¿Por qué no?

¿Piensa que tiene la perseverancia de poner a Dios ante todo lo demás en su vida, durante toda su vida, como lo hizo Josué? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Cómo podría cambiar el paradigma en su interior para querer cum-

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G U Í A DEL LECTOR

plir la voluntad de Dios de modo que sea una respuesta natural y no un constante ejercicio de autodisciplina?

CAPÍTULO 7

Quizá la capacidad de poder transmitir una visión sea lo que la gente asocia primero con la idea del liderazgo fuerte y potente. ¿Por qué cree que es así? ¿Piensa que alguien puede llegar a ser un líder efectivo sin esta capacidad? ¿Por qué? ¿Por qué no?

Cuando lee la historia de la zarza ardiente desde la perspectiva de que Dios transmitía una visión, ¿qué aprende acerca del liderazgo?

¿Siente que ha captado la visión que Dios le transmitió para su vida? ¿Ha sentido que Dios le llamara a una tarea específica? Si es así, ¿cómo respondió? Si no es así, ¿sigue tomando en serio el llamado a obedecer su plan general para usted, es decir, amar a Dios y al prójimo?

Para transmitir la visión el líder tiene que saber qué visión ha de comunicar. ¿Cuál es su fuente de inspiración y qué proceso de autoeva-luación sigue para asegurarse de que está comunicando el mensaje de

Dios a sus seguidores?

Al esforzarse por transmitir una visión, el líder deberá reconocer que quizá no todos puedan captarla. ¿Prepara usted su corazón para la desilu­sión? ¿Cómo responde cuando los demás no quieren seguirle?

David quería transmitirle a su pueblo la visión de la construcción de un templo para el Señor, pero cuando habló con Dios sobre esto, Dios tenía un plan diferente. Por lo tanto, David pasó la batuta a otra persona. ¿Hasta qué punto puede usted confiar su visión a otras personas? ¿Hasta qué punto está bien que un buen líder delegue?

CAPÍTULO 8

¿Ve usted a líderes que pasan más tiempo aferrados a las viejas tradicio­nes? ¿O ve que efectúan cambios para ajustarse a las nuevas circunstan­cias? ¿Cuál de las dos posiciones le parece más efectiva?

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E L L ÍDER PERFECTO

Apocalipsis 21:5 nos dice que Dios hace todas las cosas nuevas. ¿Qué entiende usted de estas dos verdades que parecen contradictorias sobre Dios: su inmutabilidad y su pasión por hacer todas las cosas nuevas?

¿Le parece a veces que aunque se esfuerza mucho nada cambia? ¿O ha disfrutado de la excitación de ver cómo cambian las cosas? ¿Ha senti­do el obrar del Espíritu Santo en su organización, en su vida, o en la vida de alguien cercano, entendiendo que este cambio no podría haber suce­dido sin la obra del Espíritu? Explique.

¿De qué manera discierne usted a qué cosas aferrarse y qué cosas dejar abiertas al cambio? Cuente historias de éxito o fracaso que haya vivido en esta área.

Es difícil hacer cambios, y más difícil todavía es lograr cambios gran­des en la vida. ¿Ha vivido una experiencia como la de Abram, en la que debió hacer un cambio radical en su vida para obedecer a Dios? Si es así, ¿qué sucedió? Si no es así, ¿cómo cree que respondería?

CAPÍTULO 9

La mayoría de los líderes saben que tienen que tomar buenas decisiones. ¿De qué modo ha visto que llegan ellos a formar sus decisiones (por ej.: basándose en las emociones, escuchando consejos, orando, enumeran­do los pros y los contras)? Describa de qué modo el proceso de toma de decisiones afecta la capacidad para liderar.

¿Le sorprende descubrir en las Escrituras que hay ocasiones en que Dios cambió de parecer porque escuchó a su pueblo? ¿Qué le dice esto acerca del liderazgo?

Cuando ora, ¿encuentra que Dios le escucha? Si es así, ¿cómo se siente? Cuando las personas que usted lidera le piden que cambie de parecer, ¿toma en serio su pedido?

Las Escrituras dejan en claro que no debemos hacer nada sin depen­der de Dios. ¿Cómo puede discernir usted lo que Dios le está diciendo?

Una vez tomada su decisión, ¿cómo la comunica e implementa? ¿Cómo responden las personas? ¿De qué modo le afecta a usted esta res­puesta?

Nehemías demostró tener una notable perseverancia. ¿Cómo piensa usted que su proceso de toma de decisiones pudiera afectar su capacidad

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G U Í A DEL LECTOR

para seguir adelante con la tarea a pesar de los obstáculos? ¿Qué le ense­

ña esto en cuanto al liderazgo?

CAPÍTULO 1 0

La resolución de problemas suele significar que hay que confrontar una situación difícil. Pero a la mayoría de las personas no les gusta la confron­tación. ¿Puede nombrar algún líder que haya manejado esto de manera excelente? ¿Qué hizo este líder?

Las Escrituras nos hablan de la imposible situación que enfrentaban los humanos cuando el pecado entró en el mundo; también nos hablan de la increíble respuesta de Dios. ¿Se toma usted el tiempo para apreciar a Dios por su capacidad de liderazgo? ¿Por qué? ¿Por qué no?

¿Ha acudido a Dios para que le ayude a resolver problemas? Si es así, ¿qué sucedió? Si no es así, ¿qué le está impidiendo hacerlo? ¿Preferiría acudir a Dios solo para los problemas grandes? ¿O los pequeños? ¿Por qué?

¿Por qué piensa que hay gente que dedica tiempo y energía a resol­ver problemas que podrían dejarse tal cual están, o que podrían resolver otras personas? ¿De qué modo discierne usted qué problemas enfrentar?

Como líder, ¿se siente «por encima» de determinadas situaciones? ¿Cómo puede lograr ser más compasivo con los demás para que sus pro­blemas se conviertan en propios?

Nehemías conocía la diferencia entre los grandes proyectos y las preo­cupaciones menores. ¿Ha estado usted en alguna situación donde tuvo que renunciar a algo pequeño en pos de un objetivo más grande? ¿De qué modo suele manejar usted este tipo de presión?

CAPÍTULO 1 1

¿Conoce líderes que tienen éxito a causa de las personas que incluyen en sus equipos? ¿Por qué cree que esto les permite ser exitosos?

Las Escrituras dicen: «En él también ustedes ... fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido» (Efesios 1:13). ¿Qué es lo que Dios ve en los humanos para querer incluirlos en su eterno plan?

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EL LÍDER PERFECTO

¿Qué aspecto del liderazgo le muestra a usted su paciencia con las perso­nas imperfectas?

Cuando piensa en lo que se siente al estar incluido en el plan de Dios, ¿qué acción motiva esto en usted? ¿Por qué quiere la gente esfor­zarse más cuando sabe que otros creen en ellos?

Como líder, ¿se esfuerza de manera intencional para asegurarles a los de su equipo que usted es uno más? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿De qué modo podría mejorar usted en esto?

¿En qué se diferencia el liderazgo en los negocios del liderazgo en el ministerio? ¿En qué se parecen?

Jesús eligió su equipo con cuidado y aun así uno de sus seguidores lo traicionó. ¿Cómo manejó Jesús esta traición? ¿Qué podemos apren­der de él?

CAPÍTULO 1 2

Nombre algunos líderes en su vida que han sido reconocidos por su capa­cidad para comunicar. Reflexione en cómo se comunicaban para deter­minar si en realidad la diferencia estaba en su modo de hablar o su modo de escuchar.

Dios se comunica con nosotros principalmente a través de las Escri­turas. Nombre otras formas en las que Dios nos habla. ¿Qué nos muestra su estilo de comunicación sobre su persona? ¿Sobre el liderazgo?

¿Piensa que la Biblia es una carta que Dios nos escribió? Una carta solo puede provenir de alguien que nos conoce. ¿Hasta qué punto cono­ce usted a Dios? ¿Piensa que la Palabra podría ser algo más personal para usted si pasara más tiempo conociendo a Dios?

¿Cuánta atención le presta usted a las palabras que pronuncia? ¿Qué cree que pasaría si durante una semana grabara todo lo que dice? ¿Vería que anima a las personas? ¿O todo lo contrario?

Las palabras que pronuncian nuestros labios reflejan la actitud de nuestro corazón. ¿Qué reflejan sus palabras? ¿Por qué es tan importante que un líder tenga dominio sobre las actitudes de su corazón?

Jesús comunicaba su mensaje usando parábolas. ¿Cuáles eran los riesgos de utilizar esta forma de comunicación? ¿Y cuáles eran los bene­ficios?

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GUÍA DEL LECTOR

CAPÍTULO 1 3

¿De qué modo ha visto que otros alientan efectivamente a las personas aun en medio de la desesperanza? ¿Qué le enseña esto acerca del lideraz­go?

¿Por qué Dios seguía siempre buscando a su pueblo en las historias del Antiguo Testamento? Si ha pensado que edificar a otros es un obstá­culo que le impide su propia edificación, ¿le hace cambiar de parecer esta forma de actuar de Dios? ¿Por qué? ¿Por qué no?

¿Puede pensar en alguien que se tomó el tiempo de alentarle ante una situación difícil? ¿En qué aspectos mostró esta persona los atributos de Dios? ¿Y las cualidades del liderazgo?

¿Cree usted que cuanto más alentamos a otros más satisfacción encontramos en nuestra propia vida? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Tiene his­torias que respaldan lo que usted cree?

¿Se ha encontrado siendo el principal apoyo de alguien que necesi­taba aliento? ¿Cómo manejó la situación? ¿Cuál fue el resultado? ¿Qué cosas aprendió en cuanto al valor del apoyo para quien lo da y para quien lo recibe?

Si alguien puede decir que pasó por tribulaciones, ese es el apóstol Pablo. Y sin embargo, seguía poniendo intensa energía en alentar a los demás. ¿Le motiva esto a seguir adelante ante la adversidad y a alentar a otros aun cuando usted esté pasando por momentos difíciles? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Qué puede hacer usted para crecer en este aspecto?

CAPÍTULO 1 4

Aquellos que exhortan son personas que estimulan a otros para que alcancen niveles más altos de logro o éxito. ¿Piensa usted que los líderes pueden exhortar sin confrontación? ¿Por qué? ¿Por qué no?

Las personas muchas veces piensan en Dios como nuestro amoroso Padre (lo cual es cierto) pero olvidan su perfecta santidad. ¿Qué pasajes o historias de la Biblia le ayudan a aceptar, y hasta con agrado, la disci­plina de Dios?

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EL LÍDER PERFECTO

¿Ha experimentado alguna vez la exhortación de Dios? ¿Cómo la manejó en ese momento? ¿Qué le muestra sobre el liderazgo el estilo de exhortación de Dios?

¿Suele buscar siempre lugares donde no haya conflicto? Si es así, ¿es efectivo este proceder? ¿De qué modo puede mantener la paz aun en medio del conflicto? ¿Cómo puede transmitir esto a los demás?

Cuando está en una posición donde debe exhortar a otros, ¿cómo lo maneja? ¿Cómo logra equilibrar la compasión con la disciplina?

Pablo es un héroe bíblico a quien los que leen la Biblia conocen bien. ¿De qué modo le permite a usted la personalidad de Pablo exhortar con autoridad? ¿Qué le enseña esto a usted sobre su vida como líder?

CAPÍTULO 1 5

Cuando está eligiendo líderes a través de una votación, delegando o con­tratando, ¿encuentra que su lista de requerimientos incluye (en secreto o no) el grado en el que le agrada la persona? ¿Piensa que hay valor en esto? ¿Por qué? ¿Por qué no?

¿Está de acuerdo en que la Biblia trata principalmente sobre las rela­ciones? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Piensa en Dios como un Dios de reglas o un Dios de relaciones? ¿Qué experiencias le han hecho formar esta opi­nión?

¿Qué analogías usaría para describir su relación con Dios (por ej. Padre/ hijo, amigo/amigo, amo/sirviente, esposo/esposa, etc.)? Considerando que Dios es su líder, ¿qué niveles de la relación que vive con él le ense­ñan cosas sobre el liderazgo?

¿Encuentra que tema las personas a quienes lidera o que forma rela­ciones con ellas? ¿Cómo se logra la formación de relaciones de manera saludable?

¿Suele ser introvertido o extrovertido? ¿De qué modo afecta esto su capacidad para formar y edificar relaciones con los demás? ¿De qué manera puede aprender a depender de otros sin llegar a la codependen-cia?

Oseas fue llamado a una relación extremadamente difícil. ¿Qué pue­de aprender usted de su liderazgo y de cómo aceptó este liderazgo?

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GUÍA DEL LECTOR

CAPÍTULO 1 6

En estos tiempos el concepto del líder que sirve es algo que resuena, pero, ¿qué diría usted de cómo se ve un verdadero líder sirviente? ¿Conoce líderes sirvientes que sean famosos? ¿Por qué cree que sucede esto?

Las Escrituras describen de manera vivida la agonía de Cristo duran­te el cumplimiento de su llamado, y Cristo aceptó el dolor sin cuestio­narlo. ¿Consideraría usted esta acción un ejemplo supremo de lo que es el liderazgo de servicio? ¿Por qué? ¿Por qué no?

Jesús pudo ser sirviente porque entendía quién era él y hacia dónde iba. ¿En qué afecta esta disposición a servir su deseo de seguir a Cristo? ¿De qué modo afecta su disposición a servir a los demás?

¿Está usted de acuerdo con que «el servicio no es el camino a la gran­deza, sino la grandeza misma»? Si es así, ¿actúa de manera que refleje sus creencias? Si no es así, ¿qué connotaciones tiene para usted el servicio y por qué?

Es posible que al aceptar la condición de siervo haya sufrimiento. ¿Cree usted que la persecución puede interponerse en el llamado de un líder? ¿O cree que hay líderes que son llamados a servir más que otros? Explique.

Jesús lideró de tal manera que ninguno de los que le conocieron pudo seguir viviendo igual que antes. ¿Es esto algo que le gustaría que se dijera de usted? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Cómo podría lograr ser un líder que cambia vidas?

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Notas

C A P Í T U L O 1

1. James M. Kouzes y Barry Z. Posner, Credibility: How Leaders

Gain and Lose It, Why People Demand It (San Francisco: Jossey-Bass,

1993), p. 14.

2. John Ortberg, La vida que siempre has querido (Editorial Vida,

ISBN 0829738088).

3. Adaptado de Howard Hendricks y William Hendricks, As Iron

Sharpens Iron (Chicago: Moody Press, 1995), pp. 67-69.

4. John Ortberg, La Vida que siempre has querido (Editorial Vida,

ISBN 0829738088).

5. R. C. Sproul, One Holy Passion (Nashville: Thomas Nelson

Publishers, 1987).

C A P Í T U L O 2

1. Marjorie J. Thompson, Soul Feast: An Invitation to the Christian

Spiritual Life (Louisville, KY: Westminster John Knox, 1995), p. 1 1 .

2. Douglas J. Rumford, Soul Shaping: Taking Care of your Spiritual

Life (Wheaton, IL: Tyndale, 1996), p. 354.

3. Henry T. Blackaby y Claude V. King, Mi experiencia con

D ios (Mundo Hispano, Casa Bautista de Publicaciones, ISBN:

0311110533).

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El líder PERFECTO

4. Michael E. Witmer, Heaven is a place on Earth (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2004), p. 40.

5. Rumford, Soul Shaping, p. 354.6. Citado por Gordon S. Wakefield en The Westminster Dictionary

of Christian Spirituality (Philadelphia: Westminster Press, 1983), p. 209.

7. C. S. Lewis, Mero cristianismo (Ed. Andrés Bello).

Capítulo 3

1. Por ejemplo, se han publicado hasta hoy los siguientes libros: Executive Values: A Christian Approach to Organizational Leadership, de Kurt Senske (Augsburg Fortress Publishers); Transformational Leadership: Value Based Management for Indian Organizations, de Shivganesh Bhargava (Sage Publications); And Dignity for All: Unlocking Greatness with Values-Based Leadership, de James E. Despain, et al. (Financial Times Prentice Hall); Living Headship: Voices, Values and Vision, de Helen M. Gunter, et al. (Paul Chapman Publications).

2. James C. Collins y Jerry I. Porras, Empresas que perduran, Grupo Editorial Norma.

3. Ibid, p. 94.4. C. S. Lewis, «De Futilitate», en Christian Reflections (Grand

Rapids: MI: Eerdmans, 1967), p. 69.5. Larry E. Hall, No longer I (Abilene, TX: ACU Press, 1998),

p. 126.6. Ibid, p. 127.7. Adaptado de James Emery White, Rethinking the Church (Grand

Rapids, MI: Baker, 1997), p. 33.8. Michael Hadsman y Craig Johnson, Leadership: A Communication

Perspective , 2nd ed. (Prospect Heights, IL: Waveland Press, 1996), p. 89.

9. Ibid.10. Rich Mullins, «Land of My Sojourn», A Liturgy, a Legacy and a

Ragamuffin Band, 1993, Reunion Records.

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Notas

Capítulo 4

1. Thomas S. Jones, Jr, «Sometimes», en The Little Book of Modern Verse, ed. Jessie B. Rittenhouse (Whitefish, MT: Kessinger Publishing, 2005).

2. John Martineau, El libro de las coincidencias, Ed. Oniro, ISBN: 8497541707.

3. Michael Card, «Could it be», Present Reality, 1981. Sparrow Records.

4. Mark Altrogge, «I Stand in Awe», 1987, Worship Favorites from PDI Music, PDI Praise.

5. Brennan Manning, Lion and Lamb (Grand Rapids, MI: Revell, 1986), p. 43.

6. Ibid.7. Adaptado de Una iglesia con propósito, de Rick Warren (Editorial

Vida, ISBN 0829716831).8. Benjamin Kline Hunnicutt, Work without end: abandoning shor­

ter hours for the right to work (Philadelphia: Temple University Press, 1988).

Capítulo 5

1. John Ruskin, The Quotations page, http://www.quotationspa- ge.com/quote/8 560.html.

2. Thomas Alexander Fyle, Who’s who in Dickens (Ann Arbor, MI: Gryphon, 1971), p. 267.

3. Richard Foster, Celebration of Discipline (San Francisco: HarperSanFrancisco, 1971), p. 130.

Capítulo 6

1. G. K. Chesterton, The Collected Works of G.K. Chesterton, ed. George Marlin (San Francisco: Ignatius, 1987), 4:61.

2. Mark Oppenheimer «Salvation without sacrifice», Charlotte Observer, 30 de octubre de 2000, sec. 11a.

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El líder perfecto

3. Dorothy Sayers, The Other Six Deadly Sins: An Address given to the Public Morality Council at Claxton Hall, Westminster, discurso del 23 de octubre de 1941.

4. Theodore Roosevelt, «Speech before the Hamilton Club», en The Strenous Life, 5th ed. (Bedford, MA: Applewood Books, 1991).

5. Douglas Rumford, Soul Shaping (Wheaton, IL: Tyndale, 1996), p. 91.

6. Citado por Gordon S. Wakefield en The Westminster Dictionary of Christian Spirituality (Philadelphia: Westminster Press, 1983), p. 209.

7. Adaptado de Og Mandino, La universidad del éxito (ISBN 9681314409).

8. Soren Kierkegaard, La pureza del corazón es querer una sola cosa (Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1979).

9. François Fénelon, Perfección cristiana, citado por Richard Foster y J. S. Smith eds. en Devocionales clásicos (Ed. Mundo Hispano/Casa Bautista de Publicaciones, ISBN 0311400698).

Capítulo 7

1. Clifton Fadiman, ed, The Little, Brown Book of Anecdotes (Boston: Little Brown and Company, 1985), p. 548.

2. Leonard Sweet, Aqua church (Loveland, CO: Group Publishing, 1999), p. 167.

3. James Emery White, Life-Defining Moments (Colorado Springs. WaterBrook Press, 2001), p. 69.

4. Hans Finzel, Los líderes, sus 10 errores más comunes (Ed. Las Américas).

5. Andy Stanley, Vision ingeniería (Ed. Unilit, ISBN 0789908670).

6. Larry Crabb, Connecting (Nashville: Word, 1997), p. 65.7. Adaptado de John Sculley, Odyssey (New York: Harper & Row,

1987), pp. 56-91.

258

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Notas

Capítulo 8

1. Robert Mankoff, The New Yorker, septiembre 9 de 2002.2. A. W. Tozer, El conocimiento del Dios santo (Ed. Vida ISBN

0829704663).3. James S. Steward, The Gates of New Life (Edinburgh, T&T

Clark, 1937), pp. 245-246.4. Larry E. Hall, No longer I (Abilene, TX: ACU Press, 1998),

p. 127.5. Luder G. Whitlock, Jr., The Spiritual Quest (Grand Rapids, MI:

Baker Books, 2000), pp. 148-49.6. Jim McGuiggan, The God of the Towel (West Monroe, LA:

Howard Publishing Company, 1997), p. 178.7. Hamlet, III Acto, Escena 1.8. James Collins y Jerry Porras, Empresas que perduran (Grupo edi­

torial Norma).9. Leonard Sweet, Aqua Church (Loveland, CO: Group Publishing,

1999), pp. 28-30.10. San Gregorio de Nisa, Comentario al Cantar de Cantares (Ed.

Sígueme, ISBN 8430112243).

Capítulo 9

1. Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas.2. Philip Yancey, «¿Vale la pena el Antiguo Testamento?», en La

Biblia que leyó Jesús (Ed. Vida, ISBN 0829736905), pp. 34-35.3. Abraham J. Heschel, «The Divine Pathos», en Judaism, vol 11,

no. 1. (enero de 1963), p. 61.4. Juan Calvino, Sumario de la institución de la religión cristiana,

(Ed. Clie, ISBN 8476454910).5. Jack W. Hayford, Prayer is invading the impossible (New York:

Ballantine Books, 1983), p. 57.6. Esta frase apareció por primera vez en el artículo de Wink

«Prayer and the Powers» en Sojourners (octubre de 1990), p. 10.7. Carta del Papa Juan Pablo II a Agostino Cardenal Casaroli, secre­

tario de estado, el 20 de mayo de 1982, citada en el libro Inculturation: Its

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Meaning and Urgency, de J. M. Waliggo, A. Roest Crollius,T. Nkeramihigo y J. Mutiso-Mbinda (Kampala, Uganda: St. Paul Publications, 1986). 7. Citado de la carta a Agostino Cardinal Casaroli en ocasión de la creación del Consejo Pontificio para la Cultura, Osservatore Romano (edición en inglés), 29 de junio de 1982, p. 7.

8. Bill Hybels, Making Life Work (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998), p. 203.

9. Haddon Robinson, Decision Making by the Book (Grand Rapids, MI: Chariot Victor Publishing, 1991), pp. 64-66.

10. Ibid.11. Cita tomada del discurso al Estado de la Unión en 1984. Reagan

hacía una clara referencia a la famosa respuesta de Lincoln cuando se le preguntó de qué lado estaba Dios: «Mi mayor preocupación no es si Dios está de nuestro lado, sino preocuparme de que nosotros estemos de su lado».

Capítulo 10

1. Donald Schon, La formación de profesionales reflexivos (Ed. Paidós Ibérica, ISBN 8475097308).

2. Lynn Anderson, They Smell Like Sheep (West Monroe, LA: Howard Publishing Company, 1997), p. 126.

3. Greg Johnson, The World According to God (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2002), p. 189.

4. Citado por John C. Maxwell en Failing Forward (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 2000), pp. 202-203.

El líder perfecto

Capitulo 11

1. Adaptado del libro de James M. Kouzes y Barry Z. Posner: The Leadership Challenge: How to Keep Getting Extraordinary Things Done in Organizations (San Francisco: Jossey-Bass, 1995).

2. Gilbert Bilezikian, Community 101: Reclaiming the Local Church as Community of Oneness (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1997), p. 16.

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3. Adaptado de Bilezikian, Community 101 (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1997), pp. 16-17.

4. J. W. Shepard, The Christ of the gospels (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1939), p. 143.

5. John R. Katzenbach y Douglas K. Smith, The Wisdom of Teams: Creating the High-Performance Organization (Boston: Harvard Business School Press, 1993), pp. 138-39.

Notas

Capítulo 12

1. Arthur Robertson, Saber escuchar (Ed. Irwin).2. Adaptado de James J. Lynch, Language of the Heart (New York,

Basic Books, 1985), pp. 122-24.3. William Barry y William Connolly, The practice of Spiritual

Direction (San Francisco: HarperCollins, 1993), p. 33.4. Dietrich Bonhoeffer, Life Together (New York: Harper & Row,

1956), pp. 91-92.5. Joseph M. Stowell, The Weight of Your Words (Chicago: Moody

Press, 1998), p. 16.6. John Stott, El cristiano contemporáneo (Editorial Libros Desafío,

ISBN 1558834052).7. Ted W. Engstrom, Un líder no nace, se hace (Ed. Caribe Betania.

ISBN 0881133302).

Capítulo 13

1. Andy Cook, A Different Kind Of Laughter, Finding Joy And Peace In The Deep End Of Life (Grand Rapids, MI: Kregel Publications, 2002), p. 77.

2. Joyce Landorf Heatherley, Balcony People (Austin, TX: Balcony Publishing, 1984), p. 25.

3. Dave Dravecky con Connie Neal, Worth of a Man (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996).

4. Jim McGuiggan, The God of the Towel (West Monroe, LA: Howard Publishing Company, 1997), p. 100.

261

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El líder perfecto

5. Stephen Arterburn y Jack Felton, More Jesus, less religion: moving from rules to relationships (Colorado Springs: WaterBrook Press, 2000), p. 4.

6. C. S. Lewis, Letters to an American Lady, ed. Clyde S. Kilby (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1967).

7. Ibid., p. 7.

Capítulo 14

1. Aristóteles, Etica Nicomaquea, 8.1.2. Lewis, C. S., El problema del dolor (Ed. Rayo, ISBN

0061140031).3. M. Scott Peck, The Different Drum (New York: Simon &

Schuster, 1987), p. 87.4. Dietrich Bonhoeffer, Life Together, trad. de Daniel Bloesch y

James Burtness (Minneapolis: Fortress Press, 1996), p. 105.5. John Ortberg, Todos son normales hasta que los conoces (Ed. Vida,

ISBN 0829738584), p. 179.6. Warren Wiersbe, Caring people (Grand Rapids, MI: Baker

Books, 2002), p. 103.7. Bohoeffer, Life Together, p. 105.8. Dallas Willard, The Divine Conspiracy (San Francisco:

HarperCollins, 1998), pp. 218-21.9. A. W. Tozer, The Root of the Righteous (Camp Hill, PA: Christian

Publications, 1955), p. 17.10. Ibid, p. 18.11. Cornelius Platinga Jr., Not the Way it’s Supposed to Be: A Breviary

of Sin (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1995), p. 105.

Capítulo 15

1. Zig Ziglar, Top performance (New York: Berkeley Books, 1986),

p. 11.

262

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Notas

2. San Agustín, «Sermon 350: Sobre la caridad». Tomado de: http://www.sant-agostino.it/spagnolo/discorso_cesarea/index2.htm, acceso 4-12-06.

3. Martín Lutero, «La libertad cristiana» disponible en version digital en: http://www.luteranos.cl/documentos/la_libertad_cristiana. pdf, acceso 4-12-06.

4. Michael Wittmer, Así en la tierra como en el cielo (Ed. Vida ISBN 0829743650).

5. Dallas Willard, The Divine Conspiracy (San Francisco: HarperSanFrancisco, 1998), p. 318.

6. Anne Lamota, Traveling Mercies (New York: Doubleday/Anchor, 2000), pp. 128, 134.

7. David Roper, Seeing Through (Sisters, OR: Multnomah, 1995),p. 200.

Capítulo 161. Pat Riley, The Winner Within (New York: Putnam Publishing

Group, 1993), p. 53.2. M. Scott Peck, The different drum (New York: Simon & Schuster,

1987), p. 293.3. Juan Calvino, The gospel according to St. John 11-21 [El Evangelio

según San Juan] (Edinburgh: Oliver & Boyd, 1961), p. 60, comentario sobre Juan 13:14.

4. Jim McGuiggan, The God of the Towel (West Monroe, LA: Howard Publishing Company, 1997), pp. 135-36.

5. S. G. Browne, T. F. Davey y W. A. R. Thomson, eds, Heralds of Health: The Sage of Christian Medical Initiatives (London: Christian Medical Fellowship, 1985), p. 7.

6. S. C. Nelly y N. T. Wright, The Interpretation of the New Testament 1861-1986 (New York: Oxford University Press, 1988), p. 19.

7. John Stott, The Incomparable Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2001), p. 166.

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El líder perfecto

1. C. S. 0061199001).

Guía del lector

Lewis, El Príncipe Caspian (Editorial Rayo, ISBN

264

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Acerca del autor

Kenneth Boa está comprometido con un ministerio de evangeliza- ción y discipulado relacionales, enseñando, escribiendo e impar­

tiendo conferencias. Tiene un diploma del Instituto Case de Tecnología, una maestría en teología del Seminario Teológico de Dallas, un docto­rado de la Universidad de Nueva York y un doctorado en filosofía de la Universidad de Oxford en Inglaterra.

El Dr. Boa es presidente de Reflections Ministries, una organización que busca alentar, enseñar y equipar a las personas para que conozcan a Cristo, le sigan y vayan conformándose a su imagen, reproduciendo su vida en los demás. También preside Trinity House Publishers, una edi­torial dedicada a la creación de herramientas que ayudan a las personas a manifestar los valores eternos en un mundo temporal, acercándoles a la intimidad con Dios y a un mejor entendimiento de la cultura en la que viven.

El Dr. Boa ha publicado últimamente Conformados a su imagen, 20 evidencias irrefutables de que Dios existe, Cara a cara, Augustine to Freud y Faith Has Its Reasons. Colabora como editor en The Open Bible y The Leadership Bible, y es editor consultor de Zondervan NASB Study Bible.

Kenneth Boa también escribe una carta mensual de enseñanza, de distribución gratuita, llamada Reflections. Si desea suscribirse, visite www.reflectionsministries.org o llame al 800-DRAW NEAR (800-372- 9632).

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