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Pablo VI y la autodemolición de la Iglesia Por Pedro Rizo para Minuto Digital Desde octubre de 2002 ha aumentado notablemente el afán de maquillar la memoria de los papas conciliares Juan XXIII y Pablo VI, particularmente el último. Es también cruzada de algunos círculos del Opus Dei que desean a Pablo VI intachable para que la canonización de su Fundador no caiga en sospecha de “error arbitral”, como la de San Jorge y de otros santos desantificados. Pero todavía muchos católicos se preguntan cómo fue que Pablo VI denunciara la autodemolición de la Iglesia o, peor, nos advirtiera de su invasión por entes preternaturales, según Ricardo de la Cierva, o el humo de Satanás. Pienso que la respuesta no es tan difícil. Sólo hay que hacer memoria de algunos de sus hechos y dichos de los que en este artículo seleccionaremos los más destacados. La llegada a la Sede de San Pedro del ex-Pro-Secretario de Estado, Juan Bautista Montini, determinó una auténtica revolución. Ya saben ustedes lo que eso es: que lo que antes era ahora no sea, que lo que estaba arriba pase a estar debajo. Pablo VI impulsó un cúmulo de audaces cambios, transformaciones y errores no superado en la historia de la Iglesia. Piénsese que lo que todos los heresiarcas juntos no pudieron destruir, en su pontificado lo obtuvieron gratis. Sus lamentos jeremíacos suenan a hueco precisamente porque fue por su gobierno que se justificaron, de modo que no sabemos si interpretarlos más como muestra de la hipocresía farisea recibida en sus genes que como patológica inconsciencia. Examinemos algunos. 1.- El 20 de marzo de 1965 Pablo VI recibía en audiencia privada a un grupo de dirigentes del Rotary Club, oportunidad que aprovechó para elogiar sus métodos asociativos y de captación. Y los objetivos. No importó al Papa que al Rotary Club en todo el mundo se le conoce como filial de la Masonería. 2.- El 7 de agosto de 1965 Pablo VI levantaba al Patriarca Atenágoras la excomunión que en 1054 lanzara León IX a los cismáticos orientales. A esta generosidad con la pólvora del rey, es decir con la fe católica, el Patriarca en nada correspondía de sus viejos motivos segregadores. El caso es que, desgraciadamente, al levantar el Papa la excomunión, la Iglesia Católica aceptaba por primera vez la falsa doctrina de ‘las iglesias hermanas’. Falsa porque Jesucristo fundó una única Iglesia.

Pablo VI y la autodemolición de la iglesia

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Pablo VI y la autodemolición de la iglesia.

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Pablo VI y la autodemolición de la Iglesia

Por Pedro Rizo para Minuto Digital

Desde octubre de 2002 ha aumentado notablemente el afán de maquillar la memoria de los

papas conciliares Juan XXIII y Pablo VI, particularmente el último. Es también cruzada de

algunos círculos del Opus Dei que desean a Pablo VI intachable para que la canonización de

su Fundador no caiga en sospecha de “error arbitral”, como la de San Jorge y de otros santos

desantificados. Pero todavía muchos católicos se preguntan cómo fue que Pablo VI

denunciara la autodemolición de la Iglesia o, peor, nos advirtiera de su invasión por entes

preternaturales, según Ricardo de la Cierva, o el humo de Satanás. Pienso que la respuesta no

es tan difícil. Sólo hay que hacer memoria de algunos de sus hechos y dichos de los que en

este artículo seleccionaremos los más destacados.

La llegada a la Sede de San Pedro del ex-Pro-Secretario de Estado, Juan Bautista Montini,

determinó una auténtica revolución.

Ya saben ustedes lo que eso es: que lo que antes era ahora no sea, que lo que estaba arriba

pase a estar debajo. Pablo VI impulsó un cúmulo de audaces cambios, transformaciones y

errores no superado en la historia de la Iglesia. Piénsese que lo que todos los heresiarcas

juntos no pudieron destruir, en su pontificado lo obtuvieron gratis. Sus lamentos jeremíacos

suenan a hueco precisamente porque fue por su gobierno que se justificaron, de modo que no

sabemos si interpretarlos más como muestra de la hipocresía farisea recibida en sus genes que

como patológica inconsciencia. Examinemos algunos.

1.- El 20 de marzo de 1965 Pablo VI recibía en audiencia privada a un grupo de dirigentes del

Rotary Club, oportunidad que aprovechó para elogiar sus métodos asociativos y de captación.

Y los objetivos. No importó al Papa que al Rotary Club en todo el mundo se le conoce como

filial de la Masonería.

2.- El 7 de agosto de 1965 Pablo VI levantaba al Patriarca Atenágoras la excomunión que en

1054 lanzara León IX a los cismáticos orientales. A esta generosidad con la pólvora del rey,

es decir con la fe católica, el Patriarca en nada correspondía de sus viejos motivos

segregadores. El caso es que, desgraciadamente, al levantar el Papa la excomunión, la Iglesia

Católica aceptaba por primera vez la falsa doctrina de ‘las iglesias hermanas’. Falsa porque

Jesucristo fundó una única Iglesia.

3.- Con el Motu proprio “Apostólica sollicitudo”, del 15 de septiembre de 1965, Pablo VI

instituyó las conferencias episcopales, algo que nunca antes existiera en la Iglesia de

jurisdicción apostólica. Un grave peligro aparecía claro para las cabezas más avisadas: que el

Primado del Papa se redujera a condición honorífica en una confederación de iglesias

autónomas.

4.- El 23 de marzo de 1966, acompañado por el cismático “Arzobispo” (laico) Dr. Ramsey, el

Papa Montini visitó la Basílica romana de San Pablo Extramuros y en aquel acto público

cedió al anglicano la bendición a los fieles, incluidos obispos y cardenales. Sin embargo, lo

peor no era ese obsequio sino que al abrazar al hereje se contradecía la Bula “Apostolicae

curae”, de septiembre de 1896, en la que León XIII anuló todas las órdenes anglicanas. Otro

asunto es la contradicción de hablar con quien no existe, el anulado Ramsey, o hacer de León

XIII el papa que no existió.

5.- Por el Motu proprio “Sacrum diaconatus ordinem”, de 18 de junio de 1967, se admitía al

diaconado a hombres de edad madura, tanto si eran solteros como si estaban casados. Un

gesto paternal en apariencia, que al suponer una nueva clasificación de sacerdotes casados

determinó que, tres años después, el mismo Pablo VI no supiera cómo frenar la sangría de

secularizaciones y solicitudes de liberación del celibato.

6.- Con la Constitución Missale Romanum y, más tarde, en el Nuevo Misal, Pablo VI sustituía

el antiguo rito romano de la Misa, que se originaba en los tiempos apostólicos, con otra

nueva, pervertida de inicio. Con el supuesto buen propósito de “aggiornamento” el Papa

Pablo VI buscó más imitar a los protestantes pero sin obtener la contrapartida de que

aceptaran los dogmas esenciales de nuestra fe. Contrariamente, la innovación pastoral

consistió en suprimir o disimular los dogmas católicos que molestaban. Tanto con ellos

como con los judíos.

7.- Con el Motu proprio “Matrimonia mixta”, de 31 de marzo de 1970, pretendía hacer más

fáciles los matrimonios entre un fiel católico y un cónyuge no católico. La fórmula no pudo

ser más onerosa para la Iglesia ni más rumbosa con el infiel pues que eximió al cónyuge no

católico de comprometerse a que sus hijos se bautizaran y educaran en la fe católica. Para

compensar el desequilibrio impuso a los párrocos el deber de informar a la parte no creyente

de los compromisos que asumía… ¡la parte católica! (Código de Derecho Canónico, de 1983.

c. 1125).

8.- Con el Motu proprio “Ingravescente aetatem”, de 22 de noviembre de 1970, Pablo VI

reglamentaba que los cardenales con más de ochenta años de edad no participaran en el

Cónclave. Una medida, como tantas, en que tras la apariencia de practicismo, o si se quiere de

piedad, se despreciaba la sabiduría de la edad, consuetudinariamente respetada en la Iglesia, y

se apartaba de la Curia, del Cónclave y de las diócesis a los elementos tradicionales que

pudieran obstaculizar el desarrollo de la nueva religión.

9.- El 14 de junio de 1966, abolió el Índice de libros prohibidos con la nota “Post Littera

apostolicas”. Esta decisión se justificaba “en la libre responsabilidad de los cristianos

adultos”. Aparte de ser una penosa dejación del deber de la Iglesia para con sus hijos, a los

que dejaba como ovejas sin pastor en un mundo de lobos, la permisión indiscriminada de

lecturas trajo toda clase de herejías, muchas de ellas firmadas por autores eclesiásticos y, para

mayor anarquía, incluso vendidas en librerías católicas.

10.- En 1969, con la Instrucción “Fidei custos” permitió que los laicos distribuyeran la

Sagrada Comunión bajo el pretexto de “especial circunstancia o nuevas necesidades”.

11.- Al comienzo de la Instrucción “Memoriale Domini”, redactada en aquel entonces por el

masón Mons. Bugnini, Pablo VI prefiere que la Iglesia no distribuya la Eucaristía en la mano,

«por el peligro de profanarla» [y] «por el reverente respeto que los fieles deben a la

Eucaristía». Pero unas pocas líneas adelante la Instrucción nos sorprende autorizando su

práctica allí «donde tal costumbre hubiera sido objeto de abusos».

En 10 y 11 se confirman nuevas contradicciones de quienes prefieren legalizar el mal antes

que erradicarlo, dando una falsa idea de autoridad para un acto en que ésta ya fue violada.

Idas y venidas que superaron la razón de circunstancias extremas, tales que guerras o

catástrofes, para la distribución de la comunión por laicos. Se quiso imponer como cotidiano,

con violencia y desprecio a las protestas de los fieles, la comunión distribuida por cualquiera,

con especial preferencia por mujeres, en la mano y de pie, contrariamente a las normas de

«reverente respeto que los fieles deben a la Eucaristía». Obvio es que esta irreverencia no se

produce en los protestantes pues que no creen en este “misterio de fe” igual que los católicos.

12.- Encíclica Populorum progressio (El Progreso de los pueblos). Según esta encíclica, la

Iglesia ya no debe centrar sus energías en ganar almas para Cristo y llevarlas a la vida eterna,

sino que todos nuestros esfuerzos han de aplicarse a la acción social para promover un

humanismo integral. El Papa se despachó a gusto contra el sistema capitalista cuando ya se

había rodeado de asesores como Sindona y Marcinkus, entre otros, mezclando a la Iglesia en

inversiones poco recomendables. Por ejemplo, en una gran empresa italiana fabricante de

preservativos.

13.- Al aprobar el nuevo “Rito de las exequias” Pablo VI aceptaba la cremación de los

cadáveres bajo el supuesto de que no se eligiese «por motivaciones anticristianas». Como si

fuera fácil saberlo. Esas intenciones anticristianas fueron siempre negar la resurrección de los

muertos como postulan los doctrinarios masónicos. Este nuevo rito, contrario a la tradición

apostólica fue ni más ni menos que favor de Pablo VI a las Logias cuyos socios por ocultar su

condición solían pedir tierra sagrada para sus deudos. Según el Papa, este gesto fue «a modo

de camino de reconciliación».

14.- Puede suponerse que incluso el más débil creyente desea morir asistido por un sacerdote,

expirar con un crucifijo en las manos, ser enterrado con su escapulario o su hábito de

cofrade… En cambio, qué extraña cosa que en las exequias de Pablo VI su ataúd carecía del

mínimo símbolo cristiano. Y no solo esto, que al cadáver se le colocó en el suelo según las

normas judías de duelo. (Cfr. ‘Regole hebraiche di lutto’, Carucci ed. Roma 1980, p. 17.)

Novedad repetida en otros casos notables, como fue con el prelado del Opus Dei, Mons.

Álvaro del Portillo y el papa Juan Pablo II.

Terminaré incluyendo un comentario que pudiera ser oportuno. Con todo el respeto a la

jerarquía apostólica pero con todo el derecho, y deber, de bautizado afirmo que en la Iglesia

actual se evidencia una pérdida muy grave del sentido sobrenatural, de despiste sobre su

fundación objetivada en nuestro rescate del pecado y en la perdurabilidad de nuestras vidas.

Obviando esta fundamental promesa nos hemos girado hacia sólo la añadidura del “ciento por

uno en este mundo”, disimulando como bien social o falso humanitarismo este sucio fraude al

Evangelio.

Por esta pérdida de lo fundamental, y por inconsciente compensación, muchos católicos

necesitan hacer del papa un ídolo mediático, idealizarlo como si fuera el Aga khan al que

pesar en oro. Y olvidarnos de su identidad de representante de Cristo (cuya divinidad debe

proclamar frente a sus seculares enemigos); no viendo en él al administrador que gerencia

para su señor – ata y desata – la hacienda que le fue confiada (redimirnos del pecado por su

inmolación); y tampoco al mayordomo que usa para su amo las llaves con que guarda de

ladrones la casa (la vida eterna). A tal absurdo llega esta idolatría que sus enfermos se

violentan a sólo ver bienes donde la historia los niega, y a no ver los males que se evidencian

en sus escombros.

No es serio responsabilizar de esto al Espíritu Santo, como si por privilegio de la FIFA los

goles que le metan al Real Madrid jamás suban al marcador. Con esta falsificación de la fe se

traspasan al Espíritu Santo compromisos impropios de su asistencia, y se otorga al papa una

infalibilidad imposible… aunque instrumentable. En la definición dogmática, la asistencia

prometida señala limitaciones como, por ejemplo, en la advertencia de que «[…] no fue

prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya

manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y

fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, o depósito de la fe.» (cfr. Dz

1836.)

Porque para el fiel más párvulo es claro como el agua que cuando Pedro negó a Jesús, fue

Pedro quien le negaba y no el Espíritu Santo. Que cuando Judas le vendió al Sanedrín, no fue

inspirado por el Espíritu Santo sino por su personal frustración política. Que en el incidente

de Antioquía, no fue el Espíritu Santo el que exigió la circuncisión sino los judíos, y que

tampoco en él se inspiró Simón Pedro para complacerles, sino en su personal debilidad. Así

fue, sin secuestro de teologías, las cuales muchas veces sólo son encajes intelectuales que

respaldan el corporativismo de un clero sin Gracia. Lo seguro es que del Espíritu Santo

procedieron las lágrimas de contrición en San Pedro; o que por él le llegaría a Judas el

remordimiento que luego malogró suicidándose. Y, sin discusión, sí que fue el Espíritu Santo

el que inspiró a la Iglesia, en la persona de San Pablo, la reprensión a San Pedro afeándole

que sometiera el conocimiento de Cristo a las exigencias judías de la previa circuncisión.

(Hch 15, 1; Ga 2, 11-14) Un acto aquél muy importante pues que fijó en los cristianos su total

independencia de supuestos hermanos mayores y desmontó la primacía del Antiguo

Testamento. Por tanto, salvo mejor opinión, este episodio de la Historia de la Iglesia patenta

prioridades doctrinales y coloca en sus justos límites la infalibilidad pontificia, como arriba

subraya la referencia magisterial.

Parece que la beatificación de Pablo VI ha de lograrse contra viento y marea. Ya beatificado

Juan XXIII, nada más queda él para laurear al Concilio Vaticano II. Al santificar a los papas

conciliares se canonizará también esas cabezas de dragón que son las mentiras nominadas

liberalismo (masónico), democratismo (modernista), antropocentrismo (revolucionario), más

el materialismo histórico, el progresismo y el comunismo impulsados ya desde su

convocatoria. Faltos de razones más consistentes, se acude al sentimentalista argumento de

que “realmente Pablo VI sufrió mucho”, en chocante tesis que reivindicaría méritos para el

mismo Belcebú, criatura en eterno tormento. Pero lo que de la biografía de Pablo VI nos

queda es que, aun si dijéramos que quiso hacer el bien pese a que “por humana debilidad

involuntariamente hizo algún mal”, lo paradójico de su reinado, quizás lo preternatural es que

el bien lo hizo muy mal y el mal lo hizo bastante bien.

Jurar y no jurar

Hace unos dias la cadena de Tv Digital Plus pasó la película “Las sandalias del pescador”. No

es una obra de arte, su ritmo es lento, la interpretación de oficio, sin pasión, el tema muy

sujeto a la pompa eclesial… Pero el acierto de mezclar documentales con ficción acaban por

atrapar el interés. Era ya la madrugada cuando Anthony Quin, el papa de la película, iba a ser

coronado…

El juramento de un pontífice en su coronación excita alguna consideración. Acabo de leer que

éste se registra ya en la elección del papa San Agatón, del año 678, aunque su origen se

supone más antiguo, muy probablemente en el comienzo de la era constantiniana. Parece que

todos los papas lo hicieron, inclusive S. S. Pablo VI. ¿Qué intención tenía este juramento que,

según me han dicho, Juan Pablo II fue el primero que no lo hizo?

Su texto en latín me lo han traducido así:

«Yo prometo:

No cambiar nada de la Tradición recibida, y en nada de ella, tal como la he hallado,

guardada por mis predecesores gratos a Dios, y no inmiscuirme ni alterarla ni permitir

innovación alguna.

Por el contrario juro con afecto ardiente, como su sucesor fiel de verdad, salvaguardar

reverentemente el bien transmitido, con mi máximo esfuerzo.

Juro expurgar todo lo que está en contradicción con el orden canónico, si apareciere tal;

juro guardar los Sagrados Cánones y Decretos de nuestros Papas como si fueran la

ordenanza divina del Cielo, porque soy consciente de Ti, cuyo lugar tomo por la Gracia de

Dios, cuyo Vicariato poseo con Tu sostén, y sujeto me sé a severísima rendición de cuentas

ante Tu Divino Tribunal acerca de todo lo que confesare.

Juro a Dios Todopoderoso y a Jesucristo Salvador que mantendré todo lo que ha sido

revelado por Cristo y todo lo que los primeros concilios y mis predecesores han definido y

declarado.

Juro que mantendré, sin merma de la misma, la disciplina y el rito de la Iglesia.

Pondré fuera de la Iglesia a quienquiera que ose ir contra este juramento, ya sea algún

otro, o yo mismo.

Si yo emprendiere actuar en cosa alguna de sentido contrario, o permitiere que así se

ejecutare, Tú no serás misericordioso conmigo en el terrible Día de la Justicia Divina. En

consecuencia, sin exclusión, sometemos a severísima excomunión a quienquiera —ya sea

Nos, u otro— que osare emprender novedad alguna en contradicción con la constituida

Tradición evangélica y la pureza de la Fe Ortodoxa y Religión Cristiana, o procurare

cambiar cosa alguna con esfuerzos opuestos, o se conviniere con aquellos que

emprendiesen tal blasfema aventura.»

(LIBER DIURNUS ROMANORUM PONTIFICUM)

Primera reflexión.- Es su ley y principal mandato guardar la Tradición y la doctrina de los

papas predecesores.

Segunda reflexión.- La necesidad de este juramento supone que los papas pueden fallar. Más

aun, que pueden estar muy lejos de la fe católica o mediatizados por compromisos contrarios

al bien de la Iglesia. Por eso, ahora lo comprendemos, en las letanías menores de Pascua de

los antiguos misales se incluía esta rogativa:

«Que te dignes mantener en tu santa religión al Soberano Pontífice y a todas las órdenes de la

jerarquía eclesiástica, te rogamos nos oigas.»

(Misal completo para los fieles, Vicente Molina, S.J., Edit. Hispania S.A. Valencia, 1947) Sea

dicho sin oponernos al dogma de que por delegación divina, en materia de fe y costumbres, se

vuelven infalibles apoyados en la Tradición de los Apóstoles.

Tercera reflexión.- El juramento pivota sobre el orden sacerdotal. En estos días en que los

progresistas protestan al Papa por su acercamiento a la Fraternidad tradicionalista de Mons.

Lefebvre (casi innombrable en las conversaciones) hemos de recordar que los papas hacían

jura de mantener «sin merma de la misma, la disciplina y el rito de la Iglesia.» Y este detalle

nos muestra que la Iglesia toda, incluida la progresista, tiene una gran deuda con la FSSPX

cuya batalla contra los revolucionarios fue defender la Misa de siempre y, consecuentemente,

el sacerdocio católico.

En un alarde de poder el progresismo triunfante se ha atrevido a prescindir de juramento tan

antiguo. Y no solamente éste de la coronación de un pontífice sino el antimodernista con el

que San Pío X fortaleció las conciencias de todos los sacerdotes. Ambos todavía realizados

por los papas Juan XXIII y Pablo VI. Al convertirse, por la fuerza de otro papa, en libre o

electivo el primer efecto ha de ser, innegablemente, la vulneración de sus objetivos. Y

sancionar la nueva misa de los tres papas anteriores a Benedicto XVI, ese grosero remedo de

oficio protestante, supuesto memorial de banquete, asamblea del pueblo… de Dios. Cualquier

cosa menos Santo Sacrificio que la Iglesia siempre ofreció al Altísimo en sus altares. Y aquí

es donde nos encontramos con las secuelas más destructivas. Al desaparecer el sentido de

Sacrificio o, como menos, ocultarlo y reducirlo, ya no se confiesa ni se hace patente la

divinidad de Cristo. Lo cual, en proporción al agravio a su divinidad, nos trae la segura

destrucción del sacerdocio católico. He ahí por qué Lutero acertó al asegurar que si se destruía

la Misa se destruiría la Iglesia.

Expliquemos esto. El sacerdote católico ante la Nueva Misa, al difuminarse el sacrificio nota

que “trabaja” en un marco seudo-protestante, ambigüedad que le desidentifica.

Insensiblemente se aficiona a ser un pastor. “­­-No, por Dios.” “-Haga una prueba. Dígale

usted a un cura progresista que su principal misión es ofrecer el Santo Sacrificio y le

responderá algo parecido a esto: ¡Hombre, no! Hay más sacramentos, y en el sacerdocio

muchos más cometidos. Por ejemplo, de orientación moral, humanitarios y de justicia

social…» Pues ahí lo tienen. Justo lo que diseñó Lutero para su reforma. Sigamos pensando.

La importancia del sacerdocio queda perfectamente distinguida en las diversas intensidades de

“virtud sacerdotal” de los sacramentos. Así, preguntémonos: ¿En cuál sacramento es el

sacerdote verdaderamente indispensable? ¿En el del Bautismo? No, puesto que basta el deseo

y creer los artículos del Credo para que el neófito sea bautizado por un fiel cualquiera. ¿El de

Confirmación? Tampoco. Puede alcanzarse la salvación sin recibirlo. ¿El del Matrimonio?

Aquí los contrayentes son los ministros del sacramento. ¿El de Penitencia o Confesión de los

pecados? Es una vía de perdón y gracia que administra el sacerdote pero, a diferencia del de

Eucaristía, su eventual dificultad se suple a través de una contrición sincera. ¿La Extrema

Unción? Es gran consuelo para el moribundo pero no indispensable para su salvación; basta

un verdadero arrepentimiento.

Solamente en la Eucaristía es imprescindible el sacerdocio. El sacramento del Orden es

intrínsecamente sacerdotal, esto es, de relación con Dios. El Orden se recibe directamente del

mismo Jesucristo, a través de la Iglesia. Por la imposición de manos de su obispo, diciendo la

oración ritual, esta consagración sobrenatural da al sacerdote un carácter celestial y eterno

superior al de los ángeles. (Una distinción que incomoda a muchos, muchísimos curas y

prelados.) Vemos, pues, que es el Orden Sacerdotal el que tiene condición completa de

necesidad para la Iglesia: así para hacer más sacerdotes, para consagrar el pan y el vino

eucarísticos… y para ofrecer el sacrificio incruento de la Víctima, Cristo Jesús, que se come y

se destruye.

En el diccionario de la RAE, y en su entrada ‘Sacerdote’, se dice:

« 1. Hombre dedicado y consagrado a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios. 2. En la ley de

gracia, hombre consagrado a Dios, ungido y ordenado para celebrar y ofrecer el sacrificio de

la misa.» Es más, en el ritual de la ordenación sacerdotal el obispo subraya al ordenando que

la consagración se le transmite «para ofrecer el sacrificio».

De modo que los que degeneraron la misa de su genuina condición de culto, sacrificio,

quitaron del mundo lo más preciado que la Iglesia le había dado: el sacerdote.

Pieza fundamental de la Iglesia pues que sólo él puede actuar en la misa, y ofrecer en nombre

nuestro el Sacrificio. Sacrificio que convierte en altar todo lugar donde se celebra la misa. El

olvido de esta condición sacerdotal, única y principal, por causa de lo deslavazadas que son

las “eucaristías” del Novus Ordo, deviene en esas parodias que afortunadamente no se atreven

a nombrar “misas”. Será porque esa palabra del latín tiene sentido de envío. Así, cuando el

sacerdote decía: “Ite missa est”, señalaba a los asistentes que su ofrenda, la de la Iglesia,

había sido enviada a Dios. Que el sacerdote había cumplido su misión. Los obispos siguen

con la misa montiniana aun a sabiendas de que se aleja impresionantemente del culto católico

tradicional. Y con ellos muchos fieles que se creen tradicionalistas. En la Misa Nueva tanto

el celebrantes como los asistentes ignoran la presencia de Cristo o actúan como si lo

ignorasen; asisten sin reverencia, sacerdote y todos con morcillas de fórmulas

espontáneas, palmadas y jaculatorias vulgares… Mejor no pensar en tantas ladinas

parodias de misa católica que guardan, aparente, una concha que saben vacía de la perla que

la singulariza.