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Pajaros en La Boca Samanta Schweblin

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Libro de cuentos de Samanta Schweblin titulado "Pajaros en la boca".

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Un hombre bajito, que atiende la barra de un barsabiendoqueeneltrasterolamuerteloestáesperando,unasmujeresvestidasdenoviaque confabulanenunacarretera de noche, un trabajador honesto y loco, quecava un pozo como queriendo hurgar las raíces de latierra,lamiradaextraviadadeunniñoquenorecuerdael sabor del azúcar, un anciano que se deleita conjuguetes y un perro que agoniza en elmaletero de uncochesinsaberquesusacrificioseráinútil.Este es elmundo de Samanta Schweblin, un territoriopeculiar,hechodeesperasypreguntas,dondeel lectortiene su parte en la resolución de los enigmas queplanteaelcuento;unmundoqueavecesnosrecuerdaaKafka y otras nos lleva hasta Flannery O’Connor,manteniendo siempre su propia identidad, y donde laescritura,sobriayeficaz,estáalserviciodelashistoriasquecuenta,sinunadjetivodemásounverbodemenos.Si, como decía Italo Calvino, la buena literatura esaquella que acecha la vida usando las palabrasadecuadas,aquítenemosaunajovenautoraqueconocemuy bien su oficio y conPájaros en la boca abre unanuevapuertaalaliteraturadenuestrotiempo.

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SamantaSchweblin

Pájarosenlaboca

ePubr1.0Titivillus26.08.15

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SamantaSchweblin,2009Diseñodecubierta:RandomHouseMondadori,S.A.

Editordigital:TitivillusePubbaser1.2

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Irman

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Oliver manejaba. Yo tenía tanta sed que empezaba asentirmemareado.Elparadorqueencontramosestabavacío.Eraunbar amplio, como todo en el campo, conlas mesas llenas de migas y botellas, como si hubieraalmorzado un batallón hace unmomento y todavía nohubieran hecho tiempo a limpiar. Elegimos un lugarjunto a la ventana. Sobre el mostrador había unventilador de pie del que no llegaban ni noticias.Necesitaba tomar algo con urgencia. Oliver sacó unmenúdeotramesayleyóenvozaltalasopcionesqueleparecieroninteresantes.Unhombreaparecióatrásdelacortina de plástico. Eramuy petiso. Tenía un delantalatadoa lacinturayuntraporejillaoscurodemugre lecolgaba del brazo. Aunque parecía el mozo, se lo veíadesorientado, como si alguien lo hubiese puesto ahírepentinamente y ahora él no supiera muy bien quédebía hacer. Caminó hasta nosotros. Saludamos; élapenasasintió.Oliverpidiólasbebidasehizounchistesobreelcalor,peronologróqueeltipoabrieralaboca.Mediolasensacióndequesielegíamosalgosencillolehacíamos un favor, así que le pregunté si había algúnplato del día, algo fresco y rápido y él dijo que sí y seretiró,comosialgofrescoyrápidofueseunaopcióndelmenú y no hubiese nada más que decir. Regresó a lacocinayvimossucabezaaparecerydesapareceren lasventanas que daban al mostrador. Miré a Oliver,sonreía; yo tenía demasiada sed para reírme. Pasó unrato,muchomástiempodelquellevaelegirdosbotellasfríasdecualquiercosaytraerlashasta lamesa,yal finotravezelhombreapareció.Notraíanada,niunvaso.Mesentípésimo;penséquesinotomabaalgoyamismo

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ibaavolvermeloco,¿yquélepasabaaltipo?¿Cuálerala duda? Se paró junto a la mesa. Tenía gotas en lafrenteyaureolasen la remera,bajo lasaxilas.Hizoungestoconlamano,confuso,comosifueraadaralgunaexplicación, pero se interrumpió. Le pregunté quépasaba, supongo que en un tono un poco violento.Entonces se volvió hacia la cocina, y después, esquivo,dijo:

—Esquenollegoalaheladera.MiréaOliver.Olivernopudocontener larisayeso

mepusodepeorhumor.—¿Cómoquenollegaalaheladera?¿Ycómomierda

atiendealagente?—Esque…—selimpiólafrenteconeltrapo.Eltipo

eraundesastre—mimujereslaqueagarralascosasdelaheladera—dijo.

—¿Y…?—Tuveganasdepegarle.—Queestáenelpiso.Secayóyestá…—¿Cómoqueenelpiso?—lointerrumpióOliver.—Y,no sé.No sé—repitió levantando loshombros,

laspalmasdelasmanoshaciaarriba.—¿Dóndeestá?—dijoOliver.Eltiposeñalólacocina.Yosóloqueríaalgofrescoy

ver a Oliver incorporarse acabó con todas misesperanzas.

—¿Dónde?—volvióapreguntarOliver.Eltiposeñalóotravez lacocinayOliversealejóen

esa dirección, volviéndose una que otra vez hacianosotros, como desconfiando. Fue extraño cuandodesapareciódetrásdelacortinaymedejósolo,frenteafrenteconsemejanteimbécil.

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TuvequeesquivarloparapoderpasarcuandoOlivermellamódesdelacocina.Caminédespacioporqueprevique algo estaba pasando.Corrí la cortina yme asomé.La cocina era chica y estaba repleta de cacerolas,sartenes, platos y cosas apiladas sobre estanterías ocolgadas.Tiradaenelsuelo,aunosmetrosdelapared,lamujerparecíaunabestiamarinadejadaporlamarea.Aferrabaconlamanoizquierdauncucharóndeplástico.La heladera colgaba más arriba, a la altura de lasalacenas. Era una de esas heladeras de quiosco, depuertas transparentesquevan sobre elpisoy se abrendesde arriba, solo que ésta había sido ridiculamenteamuradaalaparedconménsulas,siguiendolalíneadelasalacenasyconlaspuertashaciaelfrente.Olivermemiraba.

—Bueno—ledije—,yavinistehastaacá,ahorahacéalgo.

Escuché que la cortina de plástico se movía y elhombreseparójuntoamí.Eramuchomáspetisodeloque parecía. Creo que yo casi le llevaba tres cabezas.Oliver se había agachado junto al cuerpo pero no seanimabaatocarlo.Penséquelagordapodíadespertarseencualquiermomentoyponerseagritar.Lecorrió lospelosdelacara.Teníalosojoscerrados.

—Ayúdenmeadarlavuelta—dijoOliver.Eltiponisemovió.Meacerquéymeagachédelotro

lado,peroapenaspudimosmoverla.—¿Novaaayudar?—lepregunté.—Me da impresión —dijo el desgraciado—, está

muerta.Soltamos inmediatamente a la gorda y nos

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quedamosmirándola.—¿Cómo quemuerta? ¿Por qué no dijo que estaba

muerta?—Noestoyseguro,medalaimpresión.—Dijoque«ledaimpresión»—dijoOliver—,noque

«ledalaimpresión».—Medaimpresiónquemedélaimpresión.Olivermemiró; su cara decía algo así como «yo a

estelocagoatrompadas».Me agaché, y busqué el pulso en la mano del

cucharón. Cuando Oliver se cansó de esperarme pusosusdedosfrentealanarizylabocadelamujerydijo:

—Éstaestámuertísma,vámonos.Yentoncessí,eldesgraciadosedesesperó.—¿Cómoirse?No,porfavor.Nopuedosoloconella.Oliver abrió la heladera, sacó dos gaseosas,medio

una y salió de la cocina puteando. Lo seguí. Abrí mibotellaycreíqueelpiconoibaallegarnuncaamiboca.Mehabíaolvidadodelasedquetenía.

—¿Y?¿Quéteparece?—dijoOliver.Respiréaliviado.De pronto me sentí con diez años menos y de mejorhumor—.¿Secayóolabajó?—dijo.TodavíaestábamoscercadelacocinayOlivernobajabalavoz.

—No creo que haya sido él —dije en voz baja—, lanecesitaparallegaralaheladera,¿ono?

—Llegasolo…—¿Realmentecreésquelamató?—Puede usar una escalera, subirse a lamesa, tiene

cincuentasillasdebar…—dijoseñalandoalrededor.Meparecióquehablabaaltoapropósitoasíqueyobajémáslavoz:

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—Quizá sí es un pobre tipo. Quizá realmente esestúpidoyahorasequedasoloconlagordamuertaenlacocina.

—¿Querésqueloadoptemos?Locargamosatrásylosoltamoscuandollegamos.

Tomé unos tragos más y me quedé mirando lacocina. El infeliz estaba parado frente a la gorda ysosteníaenelaireunbanco,sinsabermuybiendóndeponerlo.Olivermehizounaseñaparaquevolviéramosaacercarnos.Lovimosdejarelbancoaunlado,tomarunbrazodelagordayempezaratirar.Nopudomoverlaniun centímetro. Descansó unos segundos y volvió aintentarlo. Probó apoyar el banco sobre una de laspiernas,unadelaspatastocandolarodilla.Sesubióyseestiró lomásquepudohacia laheladera.Ahoraque ledaba la altura, el banco quedaba demasiado lejos.Cuandogiróhacianosotrosparabajar,nosescondimosy nos quedamos sentados en el suelo, contra la pared.Mesorprendióquenohubieranadadebajodelamesadadelmostrador. Sí arriba en la repisa, ymás arriba lascoperas y las alacenas también estaban repletas, peronada anuestra altura.Lo escuchamosmover el banco.Suspirar. Hubo silencio y esperamos. De pronto seasomó tras la cortina. Sostenía un cuchillo con gestoamenazador, pero cuando nos vio pareció aliviarse, yvolvióasuspirar.

—Noalcanzoalaheladera—dijo.Nisiquieranosparamos.—Noalcanzaaningúnlado—dijoOliver.El tipo se quedó mirándolo como si el mismísimo

Diossehubieraparadofrenteaélparahacerlesaberla

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razón por la que estamos en estemundo.Dejó caer elcuchillo y recorrió con lamirada el bajo de lamesadavacío.Oliverestabasatisfecho:eltipoparecíatraspasarloshorizontesdelaestupidez.

—Aver,prepárenosunomelet—dijoOliver.Elhombresevolvióhacialacocina.Surostroimbécil

de estupor reflejaba los utensilios, las cacerolas, casitoda la cocina colgando de las paredes o sobre lasestanterías.

—Ok, mejor no —dijo Oliver—, haga unos simplessándwiches,seguroqueesosípuedehacerlo.

—No—dijoeltipo—,noalcanzoalasandwichera.—Nolotueste,veoquenopuedopedirletanto.Solo

traigaeljamón,elqueso,yunpedazodepan.—No—dijo—, no—volvió a repetir negando con la

cabeza;parecíaavergonzado.—Ok.Traigaunvasodeaguaentonces.Negó.—¿Y cómo mierda sirvió a este regimiento? —dijo

Oliverseñalandolasmesas.—Necesitopensar.—No necesita pensar, lo que necesita es un metro

másdealtura.—Nopuedosinella…Penséenbajarlealgofresco,penséquetomaralgole

vendríabien,perocuandointentélevantarmeOlivermedetuvo.

—Tiene que hacerlo solo —dijo—, tiene queaprender.

—Oliver…—Decimealgoquesípuedashacer,unacosa,algo.

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—Llevo y traigo la comida que me dan, limpio lasmesas…

—Noparece—dijoOliver.—…Puedomezclarlasensaladasycondimentarlassi

ellamedejatodolistosobrelamesada.Lavolosplatos,limpioelpiso,sacudolos…

—Ok,ok.Yaentendí.Entonces el tipo se queda mirando a Oliver, como

sorprendido:—Usted…—dijo—,ustedsíllegaalaheladera.Usted

podríacocinar,alcanzarmelascosas…—¿Quédice?Nadievaaalcanzarlelascosas.—Peroustedpodríatrabajar,tienelaaltura—dioun

paso tímido hacia Oliver, que a mí no me parecióprudente—,yolepagaría—dijo.

Oliversevolvióhaciamí:—Este imbécil me está tomando el pelo, me está

tomandoelpelo.—Tengo plata. ¿Cuatrocientos la semana? Puedo

pagarle.¿Quinientos?—¿Pagaquinientoslasemana?¿Porquénotieneun

palacioenelfondo?Esteimbécil…MelevantéymeparédetrásdeOliver:ibaapegarle

encualquiermomento,creoqueloúnicoquelodeteníaeralaalturadeltipo.

Lo vimos cerrar los pequeños puños comocompactando una masa invisible que poco a poco sereducía entre sus dedos. Los brazos comenzaron atemblarle,sepusomorado.

—Miplatanoleincumbe—dijo.Olivervolvióahaceresodemirarmecadavezqueel

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otro le hablaba, como sin poder creer lo que estabaviendo.Parecíadisfrutarlo,peronadie lo conocemejorqueyo:nadielediceaOliverloquedebehacer.

—Yporlacamionetaquetiene—dijoeltipomirandohacia laruta—,por lacamionetaque tienesediríaquemanejolaplatamejorqueusted.

—Hijodeputa—dijoOliver,yseabalanzósobreél.Alcancé a sostenerlo. El tipo dio un paso atrás, sinmiedo,conunadignidadque ledabaunmetromásdealtura,yesperóaqueOliversecalmara.Losolté.

—Ok—dijoOliver—.Ok.Sequedómirándolo;estabafurioso,perohabíaalgo

másensucalmacontenida,yentoncesledijo:—¿Dóndeestálaplata?MiréaOliversinentender.—¿Vaarobarme?—Voyahacer loquesemecanteelorto,pedazode

mierda.—¿Quéhacés?—dije.Oliver dio un paso, tomó al tipo de la camisa y lo

levantóenelaire.—¿Dóndeestátuplata,aver?LafuerzaconqueOliverlohabíalevantadolohacía

oscilar un poco hacia los lados. Pero él lo mirabadirectamentealosojos,ynoabríalaboca.

Oliverlosoltó.Eltipocayó,seacomodólacamisa.—Ok—dijoOliver—.O traes laplata,o te rompo la

cara.Levantó el puño bien cerrado y lo dejó a un

centímetrodelanarizdeltipo.—Está bien—dijo el otro; dio un paso hacia atrás,

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despacio, cruzó la barra en sentido contrario al de lacocinaydesaparecióporunapuerta.

—Pedazodeimbécil—dijoOliver.Meacerquéaélparaquenonosescuchara:—¿Quéestáshaciendo?Tienea lamujermuertaen

lacocina,vámonos.—¿Viste lo que dijo de mi camioneta? El imbécil

quierecontratarme,sermijefe,¿entendés?Oliverempezóarevisarlasestanteríasdelabarra,a

correrbotellas,cajas,papeles.—Esteimbécildebedetenersuplataporacá.—Oliver,vámonos.Yatedesquitaste.Encontróunacajademadera;eraunacajaviejacon

ungrabadoamanoquedecía«Habanos».—Éstaeslacaja—dijoOliver.—Yaváyanse—escuchamos.El tipo estaba parado en el medio de la sala, y

sostenía una escopeta de doble caño que apuntabadirectamentealacabezadeOliver.Oliverescondiótrasdesílacaja.Eltiposacóelsegurodelarmaydijo:

—Uno.—Nos vamos —dije, tomé a Oliver del brazo y

empecé a caminar—. Lo siento, realmente lo siento. Ysientolodesumujertambién,yo…

TeníaquehacerfuerzaparaqueOlivermesiguiera,comolasmadrestirandeloschicoscaprichosos.

—Dos.Pasamos cerca de él, la escopeta a unmetro de la

cabezadeOliver.—Losiento—volvíadecir.Yaestábamoscercadelapuerta.Hicesalirprimeroa

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Oliverparaqueeltiponovieraquesellevabalacaja.—Tres.SoltéaOliverycorríhacialacamioneta.Nosesiél

tuvomiedoono,peronocorrió.Subióa lacamioneta,dejó la caja sobre el asiento, encendió el motor, ysalimosenladirecciónporlaqueveníamos.

—Abrila—dijo.—Oliver…—Abrila,maricón.Tomé la caja. Era liviana y demasiado chica para

contenerunafortuna.Teníaunallavedefantasía,comodecofre.Laabrí.

—¿Quéhay?¿Cuánto?¿Cuánto?—Vosmanejá—dije—,creoquesolosonpapeles.Oliver se volvía cada tanto para espiar lo que yo

revisaba.Habíaunnombregrabadoenlacontratapademadera,decía«Irman»,ydebajohabíaunafotodeltipomuyjoven,sentadosobreunasvalijasenunaterminal;parecíafeliz.Mepreguntéquiénlehabríasacadolafoto.También había cartas encabezadas con su nombre:«QueridoIrman»,«Irman,miamor»,poesíasfirmadasporél,uncaramelodementahechopolvoyunamedalladeplásticoalmejorpoetadelaño,conellogodeunclubsocial.

—¿Hayplatasíono?—Soncartas—dije.Deunmanotazo,Olivermequitólacajaylatirópor

laventanilla.—¿Qué hacés? —me volví un segundo para ver las

cosas ya desparramadas sobre el asfalto, algunospapelestodavíavolandoporelaire.

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—Soncartas—dijo.Yunratodespués:—Mirá…Tendríamosquehaberparadoacá.«Lechón

libre»,¿leiste?¿Quécostaba?—ysesacudióinquietoenelasiento,comosirealmentelolamentara.

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Mujeresdesesperadas

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Alasomarsea laruta,Felicidadcomprendesudestino.Élnolahaesperadoy,comosielpasadofuesetangible,ellacreeverenelhorizonteeldébilreflejorojizodelaslucestraserasdelauto.Enlaoscuridadllanadelcamposólohaydesilusiónyunvestidodenovia.

Sentadasobreunapiedrajuntoalapuertadelbañoconcluyequenodebióhaberdemoradotanto,quequizálas cosas debieron haber sucedido más rápido. Leresulta extraño encontrarse allí, quitando del bordadodel vestido granitos de arroz, sin nada más que elcampo,larutay,juntoalaruta,unbañodemujeres.

Pasa un tiempo en el que Felicidad logradesprenderse de todos los granitos de arroz. No lloratodavía, sino que, absorta en un shock de abandono,corrige los pliegues del vestido, analiza sus uñas, ycontempla,comoquienesperaelregreso,larutaporlaqueélsehaalejado.

—No vuelven —dice Nené, y Felicidad gritaespantadaporel susto comosi esamujerqueahora lamirafueseunespectromaligno.

—La ruta es una mierda —dice Nené, queacostumbradaalahisteriafemeninanohacecasoa losgritos de Felicidad y con movimientos relajadosenciendeuncigarrillo—.Unamierda,delopeor.

Felicidad logra controlarse y entre los restos deltemblorsereacomodalosbreteles.

—¿Elprimero?—preguntaNenéyesperasinaprecioque el coraje de Felicidad le permita dejar de temblarparamirarlacon interrogación—, tepreguntosiel tipoestuprimermarido.

Felicidad logra una sonrisa forzada. Descubre en

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Nené el rostro viejo y amargo de una mujer que desegurohasidomuchomáshermosaqueella.Entre lasmarcas de una vejez prematura se conservan los ojosclarosyunoslabiosdeperfectasdimensiones.

—Sí,elprimero—diceFelicidadconesatimidezquellevaelsonidohaciaadentro.

Una luz blanca aparece en la ruta, las ilumina alpasar,yseesfumaconsutonorojizo.

—¿Yqué?¿Vasaesperarlo?—preguntaNené.Felicidadmiralaruta,elladoporelque,devolversu

marido, vería aparecer el auto, y no se anima aresponder.

—Mirá—diceNené—,telahagocortaporqueestonoda para más. —Pisa el cigarrillo como enfatizando lasfrases—: Se cansan de esperar y te dejan, parece queesperarlosagota.

Felicidadsigueconcuidadoelmovimientorepetitivodeunnuevocigarrilloquelamujerseacercaalaboca,del humo que semezcla en la oscuridad, de los labiosqueotravezaprietanelcigarrillo.

—Entonces ellas lloran y los esperan… —continúaNené—,ylosesperan…Ysobretodolodemás,ydurantetodoeltiempo:lloran,lloranylloran.

Felicidad deja de seguir el recorrido del cigarrillo.Cuandomás necesita del apoyo fraternal, cuando sólootramujerpodríaentenderloqueellasientejuntoaunbañodedamas,enlaruta,trashabersidoabandonadaporsurecienteesposo,sólotieneaesamujerarrogantequeanteslehablabayahoralegrita.

—¡Y siguen llorando y llorando a cada hora, cadaminutodetodaslasmalditasnoches!

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Felicidadrespiraprofundamente, susojosse llenandelágrimas.

—Ymetalloraryllorar…Ylevoyadeciralgo.Estoseacaba. Estamos cansadas, agotadas, de escuchar susestúpidas desgracias. Nosotras, señorita… ¿Cómo dijoquesellamaba?

Felicidad quiere decir Felicidad, pero sabe que siabre la boca sólo saldrá el sonido de un llanto ahoraincontenible.

—Hola…¿sellamaba…?Entonceselllantoesincontenible.—Fe, li…—Felicidad trata de controlarse, y aunque

nololograresuelvelafrase—:…cidad.—Bueno Feli-cidad, le decía que nosotras no

podemos seguir soportando esta situación, esto seacaba,yaesinsostenible.¡Felicidad!

Tras una gran aspiración también ruidosa el llantovuelve a expandirse y humedece todo el rostro deFelicidadquetiemblaalrespiraryniegaconlacabeza.

—Nolopuedocreer,que…—Felicidadrespira—,quequemehaya…

Nenéseincorpora.Estampaenlapared,confuerza,el cigarrillo que aún no ha terminado, mira condesprecioaFelicidadysealeja.

—¡Desconsiderada! —le grita, y unos segundosdespués se incorpora ella también y la alcanza campoadentro.

—Espere…Nosevaya,entienda…Nenésedetieneylamira.—Cállese —dice Nené y enciende otro cigarrillo—.

Cállese,ledigo,yescuche.

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Felicidaddejadellorarytragaloquepodríanserloscomienzosdenuevosbrotesdepenaqueseavecinanyaguardanimpacientes.

Entonces hay un momento de silencio en el queNené no siente alivio sino que, aún más afligida ynerviosaqueantes,dice:

—Bueno, ahora escuche. ¿Lo siente? —Nené mirahaciaelcampo.

Ahora Felicidad hace verdadero silencio y seconcentra.

—Lloródemasiado,ahoratienequeesperarqueseleacostumbreeloído.Y…¿Oye?

Felicidadmira hacia el campo y tuerce un poco lacabeza. Como los perros, piensa Nené, y esperaimpacientequeFelicidadporfincomprenda.

—Lloran… —dice Felicidad, en voz baja y casi convergüenza.

—Sí. Lloran. ¡Sí, lloran! ¡Lloran toda la malditanoche!—Nené señala su rostro—: ¿Nome ves la cara?¿Cuándo dormimos? ¡Nunca!, nun-ca. Lo único quehacemos es oírlas todas las malditas noches. Y no lovamosasoportarmás,¿seentiende?

Felicidad la mira asustada. En el campo voces yllantosdemujeresquejumbrosasrepitenlosnombresdesusmaridosunayotravez.

—¿Atodaslasdejan?—¡Ytodaslloran!—diceNené.Entoncesgritan:—Psicótica.—Desgraciada,insensible.Yotrasvocessesuman:

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—Déjanosllorar,histérica.Nenémirafuriosahaciatodoslados.Nerviosaymás

enojadaqueantes,gritaalcampo:—¿Yquéhaydenosotras,mariconas…?¿Quéhayde

las que hace más de cuarenta años que estamos acá,tambiénabandonadas,ytenemosqueoírsusestúpidaspenitastodaslasmalditasnoches?,¿eh?,¿quéhay?

HayunsilencioenelqueFelicidadmiraconespantoaNené.

—¡Tomateuncalmante!¡Loca!Aunqueestáncampoadentrovenqueenlaruta,asu

altura,unaluzblancasedetienefrentealbaño.—Otra—diceNené,ycomosiesteepisodiofueseel

último que puede soportar, su cuerpo se relaja. Nené,agotada,sesientaenelpiso.

—¿Otra? —pregunta Felicidad—. ¿Otra mujer?Pero…¿Lavaaabandonar?Porallílaespera…

Nenésemuerde los labiosyniega.Enelcampo losgritossoncadavezmenosamistosos.

—¡Vení,turrita!Avercómovenísydaslacara…—Vení ahora que no estás con tus amiguitas

rebeldes…—¡Insípida!Felicidad toma la mano de Nené y trata de

levantarla.—¡Hayquehaceralgo!¡Hayqueavisarleaesapobre

chica!—diceFelicidad.Pero después se detiene y permanece en silencio,

porque Felicidad ha visto, como quien ve sin estarpreparado, la imagen exacta de su penoso pasadoreciente, el auto que se aleja sin que la mujer que ha

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bajadohaya tenidooportunidaddevolverasubir,ydequé forma las luces, antes blancas y brillantes, ahorarojizas,sealejan.

—Sefue—diceFelicidad—,sefuesinella.—YcomoanteslohizoNené,dejaquesucuerposedesplomeenelpiso.NenéapoyasumanosobrelamanodeFelicidad.

—Siempreesasí,querida.Esinevitable.Enlarutaalmenos…Siempre.

—Pero…—diceFelicidad.—Siempre—diceNené.—¿Dóndeestás,turra?,¡hablá!Felicidad mira a Nené y comprende cuánto más

grandeeslatristezadeaquellamujercomparadaconlasuya.

—¡Infeliz!—¡Viejafea!—¡Cuando vos ya estabas acá llorando nosotras

todavíasalíamosconellos,desgraciada!Algunasvocesdejandegritarparareírse.—¡Déjenlaenpaz!—diceFelicidad.SeacercaaNené

ylaabrazacomoseabrazaaunaniña.—Ay…Quémiedo—diceunadelasvoces—,asíque

ahoratenéscompañerita…—Yonosoycompañeritadenadie—diceFelicidad—,

sólotratodeayudar…—Ay…Sólotratadeayudar…—¡Cállense!—diceNené,yalhacerloseaferraa los

brazos de Felicidad, como si necesitara demás fuerzaquelapropiaparaenfrentaraaquellasmujeres.

—¿Sabenporquéladejaronenlaruta?—¡Porqueesunamorsaflaca!

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—No, la dejaron porque… —se ríen—, porquemientrasellaseprobabasuvestiditodenovia,nosotrasyanosacostábamosconsumaridito…

Todasseríen.—Miren,ahívieneotra…Lasvocescadavezseoyenmáscerca.Sehacedifícil

separaralasquellorandelasqueríen.Desde el baño de la ruta la figura de una mujer

pequeñaavanzahaciaNenéyFelicidadapasolento.—¡Turra!Amedidaquelamujerseacercadescubrenlacarade

horror de una vieja que poco comprende. Vestida entonos dorados, deja ver en su escote el sensual encajenegrodeunaprenda interior.Cada tanto, se detiene ycontempla la ruta. Ya cerca, antes de que puedapreguntar algo, Felicidad se adelanta con la vozentrecortadaporlaangustia.

—Siempre.Enlarutasiempre,abuela.Laviejaenderezasuposturaymiraindignadahacia

laruta.—¿Perocómo…?Felicidadlainterrumpe:—Nollore,porfavor…—Pero no puede ser… —dice la vieja, y en la

desilusión cae de su mano al piso la libreta dematrimonio.Miracondespreciolarutaporlaquesehaidoelcocheydicesinvergüenza,viejoimpotente…

—¡Vení,turra!—¡Porquénosecallan,cotorras!—gritaNené.Laviejamiraconespanto.—¡Urracas! —Nené insiste y se incorpora con

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violencia.—¡Tevamosaagarrar,culebra!Enbuscadecomprensión, laviejamiraaFelicidad,

queal igualqueNené seha incorporadoy estudia conangustialaoscuridaddelcampo.

—Poné la cara, vení —las voces de las mujeres seoyencadavezmáscerca.

Felicidad yNené semiran. Bajo los pies sienten eltemblor de un campo por el que avanzan cientos demujeresdesesperadas.

—¿Quépasa?—dice la vieja—, ¿qué sonesasvoces,qué quieren? —se agacha, recoge la libreta y comoFelicidad yNené, retrocede hacia la ruta sin voltearse,sin perder de vista la masa negra de la oscuridad delcampoquepareceacercarseaellascadavezmás.

—¿Cuántasson…?—diceFelicidad.—Muchas—diceNené—,demasiadas.Los comentarios y los insultos son tantos y tan

cercanosquees inútilresponderotratarde llegaraunacuerdo.

—¿Quéhacemos?—diceFelicidad.Enel tonodesuvozlossignosdelllantocontenido.Retrocedencadavezmásrápido.

—Noseteocurrallorar—diceNené.Laviejase tomadelbrazodeFelicidad,seaferraal

vestidodenoviayloarrugaensusmanosnerviosas.—No se asuste, abuela, todo está bien —dice

Felicidad,perolasburlassonyatanfuertesquelaviejanoalcanzaaentender.

Sobrelaruta,alolejos,unpuntoblancocrececomouna nueva luz de esperanza. Quizá Felicidad piense

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ahora,porúltimavez,enelamor.Quizápienseparasímisma:quenoladeje,quenolaabandone.

—Siparanossubimos—gritaNené.—¿Quédice?—preguntalavieja.Yaestáncercadelbaño.—Quesielautopara…—diceFelicidad.—¿Cómo?—insistelavieja.El murmullo avanza sobre ellas. No las ven, pero

saben que las mujeres están ahí, a pocos metros.Felicidad grita. Algo como manos, piensa, le roza laspiernas,elcuello,lapuntadelosdedos.FelicidadgritaynoentiendelasórdenesdeNenéquesehaalejadoy leindicaqueagarrea laviejaycorra.Elcochesedetienefrente al baño. Nené se vuelve hacia Felicidad y leordena que avance, que arrastre a la vieja. Pero es laviejaquienreaccionayarrastraaFelicidadhaciaNené,que espera que la mujer se baje para sentarse ella yobligaralhombreaconducir.

—Nomesueltan—gritaFelicidad—,nomesueltan—mientrasespantadesesperadalasúltimasmanosquelaretienen.

Laviejaempuja.Otravezhadejadocaerlalibretadematrimonio y ahora tira de Felicidad con todas susfuerzasporqueyanoimportanada,piensa,nilalibreta,ni el encaje, ni el poco amor que creyó haberconseguido.

Nené espera ansiosa que se abra la puerta, que lamujer baje. Ella sabe, piensaNené, sabe y no se baja.Pero el que se baja es él. Con las luces recortando elcamino, aún no ha visto a lasmujeres y baja apuradobuscandoensupantalónlahebilladelabraguetaconla

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que bajará el cierre. Entonces el barullo aumenta. LasrisasylasburlasseolvidandeNenéysedirigenpurayexclusivamenteaél.Lleganasusoídos.Enlosojosdelhombre, el espantodeun conejo frente a las fieras. Sedetieneperoyaestarde.Nenéhasubidoalauto.Abrelapuerta trasera, por la que ahora suben Felicidad y lavieja, y a la vez sostiene a la mujer que la mira conespantoeintentazafarse.

—Sosténganla —dice Nené, suelta a la mujer paradejarlaenmanosdelaviejaquesinpreguntarobedecelaorden.

—Sisequierebajardejala—diceFelicidad—,porahíellos sí se quieren y nosotros no tenemos por quémeternos.

Lamujerlograzafardelaviejaperonosebaja,dicequé quieren, de dónde vienen, una pregunta tras otra,hastaqueNenéleabrelapuertayconungestoledalaopcióndebajar.

—Bajá,rápido—ledice.Desdeelautoseescuchanlosgritosdelasmujeresy

frenteaellaspermanece,despegadadelaoscuridadporlas luces del auto, la figura inmóvil y aterrada de unhombrequeyanopiensaenlomismoquepensabahaceunrato.

—Nomebajonada—dicelamujer.Miraalhombresin aprecio y después a Nené—: Arrancá antes de quevuelva—dice,ytrabalapuertadesulado.

Nenéenciendeelmotor.Elhombreoyeelautomóvilysevuelveparamirar.

—¡Arranca!—gritalamujer.Laviejaaplaudenerviosa,dicedelemujer,yaprieta

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confirmezalamanodeFelicidadqueconespantomiraalhombrequeseacerca.Condosruedaslateralesfueradelaruta,elautopatinasobreelbarro.Nenémueveelvolantesincontrolyporunmomentolosfarosdelcocheiluminan el campo. Pero lo que se ve entonces no esjustamente el campo: la luz del auto se pierde en lainmensidaddelanocheperoalcanzaparadiferenciarenla oscuridad la masa descomunal de centenares ycentenaresdemujeresquecorrenhaciaelauto,omejordicho hacia el hombre que, entre ellas y la multitud,aguardainmóvilsullegadacomoseesperalamuerte.

UnapatadadelamujersobreelpiedeNenéactivaelacelerador y, con la imagen de lasmujeres ya sobre elhombre,Nenélograregresarelautoalaruta.Elmotorescondelosgritosylasburlasyprontotodoessilencioyoscuridad.

Lamujerseacomodaenelasiento.—Nunca lo quise—dice lamujer—, cuando se bajó

penséen tomarelvolanteydejarloen la ruta,peronosé,elinstintomaternal…

Ninguna de las mujeres le presta atención. Todas,inclusoellaahora,prefierenverelpequeñoespaciodelarutaquedibujan las lucesypermanecerensilencio.Esentoncescuandosucede.

—Nopuedeser—diceNené.Frente a ellas, a lo lejos, el horizonte comienza a

iluminarsedepequeñosparesdelucesblancas.—¿Qué?—dicelavieja—.¿Quépasa?Lamujerpermaneceensilencioycadatantomiraa

Nené,comoesperandodeellalarespuesta.Los pares de luces crecen, avanzan rápido hacia

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ellas.Felicidadseasomaentrelosasientosdelanteros.—Vuelven—dice,sonríeymiraaNené.En la ruta Nené contempla los primeros pares de

lucesqueyacomoautospasan juntoaellasy losotrostantos que se van acercando. Enciende un cigarrillo yadvierte tras su asiento los movimientos alegres deFelicidad.

—Son ellos —dice Felicidad—, se arrepintieron yvuelvenabuscarlas.

—No—dice Nené, suelta una bocanada de humo yagrega—:vuelvenporél.

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Enlaestepa

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No es fácil la vida en la estepa; cualquier sitio seencuentraahorasdedistancia,ynohayotracosamásparaverqueestagranmatadearbustossecos.Nuestracasaestáavarioskilómetrosdelpueblo,peroestábien:es cómoda y tiene todo lo que necesitamos. Pol va alpueblo tres veces por semana, envía a las revistas deagro sus notas sobre insectos e insecticidas y hace lascomprassiguiendolaslistasquepreparo.Enesashorasen las que él no está, llevo adelante una serie deactividadesqueprefierohacersola.CreoqueaPolnolegustaría saber sobre eso, pero cuando uno estádesesperado, cuando se ha llegado al límite, comonosotros,entonceslassolucionesmássimples,comolasvelas, los inciensos y cualquier consejo de revistaparecenopcionesrazonables.Comohaymuchasrecetasparalafertilidad,ynotodasparecenfiables,yoapuestopor las más verosímiles y sigo rigurosamente susmétodos. Anoto en el cuaderno cualquier detallepertinente,pequeñoscambiosenPoloenmí.

Oscurece tarde en la estepa, lo que no nos dejademasiado tiempo. Hay que tener todo preparado: laslinternas,lasredes.Pollimpialascosasmientrasesperaa que se haga la hora. Eso de sacarles el polvo paraensuciarlasunsegundodespuésledaciertaritualidadalasunto, como si antes de empezar uno ya estuvierapensando en la forma de hacerlo cada vez mejor,revisandoatentamentelarutinadelosúltimosdíasparaencontrar cualquier detalle que pueda corregirse, quenoslleveaellos,oalmenosauno:elnuestro.

Cuandoestamos listosPolmepasa la camperay labufanda,yoloayudoaponerselosguantesycadaunose

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cuelga su mochila al hombro. Salimos por la puertatrasera y caminamos campo adentro. La noche es fría,peroelvientosecalma.Polvaadelante,iluminaelsueloconlalinterna.Másadentroelcamposehundeunpocoenlargaslomas;avanzamoshaciaellas.Enesazonalosarbustos son pequeños, apenas alcanzan a ocultarnuestros cuerpos y Pol cree que esa es una de lasrazones por las que el plan fracasa cada noche. Peroinsistimos porque ya van varias veces que nos parecióveralgunos,alamanecer,cuandoyaestamoscansados.Para esas horas yo casi siempreme escondo detrás dealgúnarbusto,aferradaamired,ycabeceoysueñoconcosas que me parecen fértiles. Pol en cambio seconvierte en una especie de animal de caza. Lo veoalejarse, agazapado entre las plantas, y puedepermanecer de cuclillas, inmóvil, durante muchotiempo.

Siempre me pregunté cómo serán realmente.Conversamos sobre esto varias veces. Creo que sonigualesa losde la ciudad, sóloquequizámás rústicos,mássalvajes.ParaPol, encambio, sondefinitivamentediferentes,yaunqueestá tanentusiasmadocomoyo,yno pasa una noche en la que el frío o el cansancio lopersuadan de dejar la búsqueda para el día siguiente,cuando estamos entre los arbustos, él se mueve concierto recelo, como si de un momento a otro algúnanimalsalvajepudieraatacarlo.

Ahoraestoysola,mirandolarutadesde lacocina.Estamañana, como siempre, nos levantamos tarde y

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almorzamos.Después Pol fue al pueblo con la lista delascomprasylosartículosparalarevista.Peroestarde,hace tiempo que debió de haber vuelto, y todavía noaparece. Entonces veo la camioneta. Ya llegando a lacasamehaceseñasporlaventanillaparaquesalga.Loayudoconlascosas,élmesaludaydice:

—Nolovasacreer.—¿Qué?Sonríe y me indica que entremos. Cargamos las

bolsasperono las llevamoshasta lacocina,nounavezque algo sucede, que al fin hay algo para contar.Dejamos todo a la entrada y nos sentamos en lossillones.

—Bueno —dice Pol; se frota las manos—, conocí aunapareja;songeniales.

—¿Dónde?Pregunto sólo para que siga hablando y entonces

dice algo maravilloso, algo que nunca se me hubieraocurridoysinembargoentiendoquelocambiarátodo.

—Vinieronporlomismo—dice.Lebrillanlosojosysabequeestoydesesperadaporquecontinúe—ytienenuno,desdeharáunmes.

—¿Tienenuno?¡Tienenuno!Nolopuedocreer…Polnodejadeasentiryfrotarselasmanos.—Estamosinvitadosacenar.Hoymismo.Mealegraverlofelizyyotambiénestoytanfelizque

escomosinosotrostambiénlohubiéramoslogrado.Nosabrazamos y nos besamos, y enseguida empezamos aprepararnos.

Cocino un postre y Pol elige un vino y susmejorespuros.Mientrasnosbañamosynosvestimosmecuenta

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todo lo que sabe. Arnol y Nabel viven a unos veintekilómetros de acá, en una casa muy parecida a lanuestra. Pol la vio porque regresaron juntos, encaravana,hastaqueArnoltocólabocinaparaavisarquedoblabanyentoncesvioqueNabel le señalaba la casa.Son geniales, dice Pol a cada rato, y yo siento ciertaenvidiadequeyasepatantosobreellos.

—¿Ycómoes?¿Loviste?—Lodejanenlacasa.—¿Cómoquelodejanenlacasa?¿Solo?Pol levanta los hombros.Me extraña que el asunto

no le llame la atención, pero le pido más detallesmientrassigoadelanteconlospreparativos.

Cerramos la casa como si no fuéramos a volverduranteuntiempo.Nosabrigamosysalimos.Duranteelviajellevoelpasteldemanzanasobrelafalda,cuidandoquenoseincline,ypiensoenlascosasquevoyadecir,en todo lo que quiero preguntarle aNabel. Puede quecuandoPol inviteaArnolconunpuronosdejensolas.Entonces quizá pueda hablar con ella sobre cosasmásprivadas; quizá Nabel también haya usado velas ysoñado con cosas fértiles a cada rato y ahora que loconsiguieronpuedandecirnosexactamentequéhacer.

Al llegar tocamos bocina y enseguida salen arecibirnos.Arnolesuntipograndoteyllevajeansyunacamisarojaacuadros;saludaaPolconunfuerteabrazo,comounviejoamigoalquenovehacetiempo.Nabelseasoma tras Arnol y me sonríe. Creo que vamos allevarnos bien. También es grandota, a la medida deArnol aunque delgada, y viste casi como él; meincomodahaber venido tanbien vestida.Pordentro la

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casa parece una vieja hostería de montaña. Paredes ytechodemadera,unagranchimeneaenellivingypielessobre el piso y los sillones. Está bien iluminada ycalefaccionada. Realmente no es el modo en quedecoraríamicasa,peropiensoenqueseestábieny ledevuelvo a Nabel su sonrisa. Hay un exquisito olor asalsaycarneasada.ParecequeArnoleselcocinero;semueveporlacocinaacomodandoalgunasfuentessuciasylediceaNabelquenosinvitealliving.Nossentamosen el sillón. Ella sirve vino, trae una bandeja con unapicadayenseguidaArnolsesuma.Yoquieropreguntarcosas,yamismo:cómo loagarraron,cómoes,cómosellama, si come bien, si ya lo vio un médico, si es tanbonito como los de la ciudad. Pero la conversación sealargaenpuntos tontos.ArnolconsultaaPolsobre losinsecticidas, Pol se interesa en los negocios de Arnol,después hablan de las camionetas, los sitios dondehacen las compras, descubren que discutieron con elmismo hombre, uno que atiende en la estación deservicio,ycoincidenenqueesunpésimotipo.EntoncesArnolsedisculpaporquedeberevisarlacomida,Polseofrece a ayudarlo y se alejan.Me acomodo en el sillónfrenteaNabel.Séquedebodeciralgoamableantesdepreguntar lo que quiero. La felicito por la casa, yenseguidapregunto:

—¿Eslindo?Ellasesonrojaysonríe.Memiracomoavergonzada

y yo siento unnudo en el estómago ymemuerode lafelicidadypienso«lotienen»,«lotienenyeshermoso».

—Quiero verlo—digo. «Quiero verlo ya», pienso, yme incorporo. Miro hacia el pasillo esperando a que

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Nabeldiga«poracá»,alfinvoyapoderverlo,alzarlo.EntoncesArnolregresaconlacomidaynosinvitaa

lamesa.—¿Esqueduermetodoeldía?—preguntoymerío,

comosifueraunchiste.—Ana está ansiosa por conocerlo —dice Pol, y me

acariciaelpelo.Arnolseríe,peroenvezdecontestarubicalafuente

enlamesaypreguntaaquiénlegustalacarnerojayaquiénmáscocida,yenseguidaestamoscomiendo.Enlacena Nabel es más comunicativa. Mientras ellosconversan nosotras descubrimos que tenemos vidassimilares. Nabel me pide consejos sobre las plantas yentonces yo me animo y hablo de las recetas para lafertilidad. Lo traigo a cuenta como algo gracioso, unaocurrencia,peroNabelenseguidaseinteresaydescubroqueellatambiénlaspracticó.

—¿Y las salidas? ¿Las cacerías nocturnas? —digoriéndome—. ¿Los guantes, las mochilas? —Nabel sequedaunsegundoensilencio,sorprendida,ydespuésseechaareírconmigo.

—¡Y las linternas!—dice ella y se agarra lapanza—¡esasmalditaspilasquenodurannada!

Yyo,casillorando:—¡Ylasredes!¡LareddePol!—¡YladeArnol!—diceella—.¡Nopuedoexplicarte!Entoncesellosdejandehablar.ArnolmiraaNabel,

parecesorprendido.Ellanosehadadocuentatodavía:sedoblaenunataquederisa,golpealamesadosvecesconlapalmadelamano;parecequetratadedeciralgomás, pero apenaspuede respirar.Lamirodivertida, lo

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miro a Pol, quiero comprobar que también la estápasandobien,yentoncesNabeltomaaireyllorandoderisadice:

—Y la escopeta.—Vuelve a golpear lamesa—. ¡PorDios,Arnol!¡Sisólodejarasdedisparar!Lohubiéramosencontradomuchomásrápido…

ArnolmiraaNabelcomosiquisieramatarlayalfinlargaunarisaexagerada.VuelvoamiraraPol,queyanose ríe. Arnol levanta los hombros resignado, buscandoen Pol una mirada de complicidad. Después hace elgesto de apuntar con una escopeta y dispara.Nabel loimita.Lohacenunavezmásapuntándoseunoal otro,yaunpocomáscalmados,hastaquedejandereír.

—Ay… Por favor… —dice Arnol, y acerca la fuentepara ofrecer más carne—, por fin gente con quiencompartirtodaestacosa…¿Alguienquieremás?

—Bueno,¿ydóndeestá?Queremosverlo—dicealfinPol.

—Yavanaverlo—diceArnol.—Duermemuchísimo—diceNabel.—Todoeldía.—¡Entonceslovemosdormido!—dicePol.—Ah, no, no—dice Arnol—, primero el postre que

cocinó Ana, después un buen café, y acá mi Nabelpreparóalgunos juegosdemesa. ¿Tegustan los juegosdeestrategia,Pol?

—Peronosencantaríaverlodormido.—No—dice Arnol—.Digo, no tiene ningún sentido

verloasí.Paraesopuedenverlocualquierotrodía.Polmemiraunsegundo,despuésdice:—Bueno,elpostreentonces.

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AyudoaNabelalevantarlascosas.SacoelpastelqueArnolhabíaacomodadoenlaheladera,lollevoalamesaylopreparoparaservir.Mientras,enlacocina,Nabelseocupadelcafé.

—¿Elbaño?—dicePol.—Ah,elbaño…—diceArnolymirahacia la cocina,

quizábuscandoaNabel—,esquenofuncionabieny…Pol hace un gesto para restarle importancia al

asunto.—¿Dóndeestá?Quizá sin quererlo, Arnol mira hacia el pasillo.

Entonces Pol se levanta y empieza a caminar, Arnoltambiénselevanta.

—Teacompaño.—Estábien,nohace falta—dicePol ya entrandoal

pasillo.Arnollosiguealgunospasos.—Atuderecha—dice—,elbañoeseldeladerecha.SigoaPolconlamiradahastaquefinalmenteentra

albaño.Arnolsequedaunossegundosdeespaldasamí,mirahaciaelpasillo.

—Arnol—digo,eslaprimeravezquelollamoporsunombre—,¿tesirvo?

—Claro—dice él—,memira y seda vueltaotra vezhaciaelpasillo.

—Servido—digo,yempujoelprimerplatohastasusitio—;notepreocupes,vaatardar.

Sonríoparaél,peronoresponde.Regresaalamesa.Se sienta en su lugar, de espaldas al pasillo. Pareceincómodo,peroal fincortaconel tenedorunaporciónenorme de su postre y se la lleva a la boca. Lo miro

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sorprendida y sigo sirviendo. Desde la cocina Nabelpregunta cómo nos gusta el café. Estoy por contestar,peroveoaPolsalirsilenciosamentedelbañoycruzarsea la otra habitación. Arnol me mira esperando unarespuesta.Digoquenos encanta el café,quenosgustadecualquierforma.Laluzdelcuartoseenciendeyoigounruidosordo,comoalgopesadosobreunaalfombra.Arnolvaavolversehaciaelpasilloasíquelollamo:

—Arnol.—Memira,peroempiezaaincorporarse.Oigo otro ruido; enseguida Pol grita y algo cae al

piso,unasillaquizá,unmueblepesadoquesemueveydespués cosas que se rompen. Arnol corre hacia elpasilloy tomaelriflequeestácolgadoen lapared.Melevanto para correr tras él, Pol sale del cuarto deespaldas, sin dejar de mirar hacia adentro. Arnol vadirecto hacia él pero Pol reacciona, lo golpea paraquitarle el rifle, lo empuja hacia un lado y corre haciamí.Noalcanzoaentenderquépasa,perodejoquemetomedel brazo y salimos.Oigo la puerta ir cerrándoselentamentedetrásnuestroydespuéselgolpequevuelvea abrirla. Nabel grita. Pol sube a la camioneta y laenciende,yosubopormi lado.SalimosmarchaatrásyporunossegundoslaslucesiluminanaArnolquecorrehacianosotros.

Yaenlarutaandamosunratoensilencio,tratandode calmarnos.Pol tiene la camisa rota, casiperdióporcompleto la manga derecha y en el brazo le sangranalgunos rasguños profundos. Nos acercamos a nuestracasa a toda velocidad y a toda velocidadnos alejamos.Lo miro para detenerlo pero él respira agitado; lasmanos tensas aferradas al volante. Examina hacia los

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lados el campo negro, y hacia atrás por el espejoretrovisor. Deberíamos bajar la velocidad. Podríamosmatarnos si un animal llegara a cruzarse. Entoncespienso que también podría cruzarse uno de ellos: elnuestro. Pero Pol acelera aún más, como si desde elterrordesusojosperdidoscontaraconesaposibilidad.

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Pájarosenlaboca

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ElautodeSilviaestabaestacionadofrentealacasa,conlas balizas puestas. Me quedé parado, pensando en sihabía alguna posibilidad real de no atender el timbre,pero el partido se escuchaba en toda la casa, así queapaguéeltelevisoryfuiaabrir.

—Silvia—dije.—Hola —dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a

decirnada—.Tenemosquehablar,Martín.—Señalómipropio sillón y yo obedecí, porque a veces, cuando elpasado toca a la puerta y me trata como hace cuatroaños atrás, sigo siendo un imbécil. Ella se sentótambién.

—Novaagustarte.Es…Esfuerte—mirósureloj—.EssobreSara.

—SiempreessobreSara—dije.—Tu hija tiene serios problemas. Vas a decir que

exagero,quesoyunaloca,todoeseasunto,peronohaytiempoparaeso.Tevenís a casaahoramismoy lovescontuspropiosojos.Ledijequeirías.Sarateespera.

—¿Quépasa?—No va a tomarte ni veinte minutos. No quiero

escuchartedecirdespuésqueellanoteintegraasuvidaytodaesamierda.

Nos quedamos en silencio un momento. Pensé encuál sería el próximo paso, hasta que ella frunció elceño,selevantóyfuehastalapuerta.Yotomémiabrigoysalítrasella.

Por fuera la casa se veía como siempre, con el céspedreciéncortadoylasazaleasdeSilviacolgandodelbalcón

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matrimonial.Cadaunobajóde suautoyentramossinhablar. Sara estaba sentada en el sillón. Aunque yahabía terminado las clases ese año, llevaba puesto eljumper de la secundaria, que le quedaba como a esascolegialaspornodelasrevistas.Estabaerguida,conlaspiernas juntas y las manos sobre las rodillas,concentradaenalgúnpuntode laventanaodel jardín,como si estuviera haciendo uno de esos ejercicios deyogadelamadre.Medicuentadeque,aunquesiemprehabía sido más bien pálida y flaca, ahora se la veíarebosante de salud. Sus piernas y sus brazos parecíanmás fuertes, como sihubiera estadohaciendo ejercicioduranteunoscuantosmeses.Elpelo lebrillabay teníaunleverosadoenloscachetes,comopintadoperoreal.Cuandomevioentrarsonrióydijo:

—Holapapá.Mi nena era realmente una dulzura, pero dos

palabrasalcanzabanparaentenderquealgoestabamuymal en esa chica, algo seguramente relacionado con lamadre. A veces pienso que quizá debí de habérmelallevado conmigo, pero casi siempre pienso que no. Aunosmetrosdeltelevisor,juntoalaventana,habíaunajaula. Era una jaula para pájaros —de unos setenta,ochentacentímetros—,quecolgabadeltecho,vacía.

—¿Quéeseso?—Unajaula—dijoSara,ysonrió.Silvia me hizo una seña para que la siguiera a la

cocina. Fuimos hasta el ventanal y ella se volvió paraverificarqueSaranonosescuchara.Seguíaerguidaenelsillón,mirandohacialacalle,comosinuncahubiéramosllegado.Silviamehablóenvozbaja.

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—Martín. Mirá, vas a tener que tomarte esto concalma.

—Ya,Silvia,dejamedejoder.¿Quépasa?—Latengosincomerdesdeayer.—¿Meestáscargando?—Paraqueloveascontuspropiosojos.—Aha…¿estásloca?Mehizounaseñaparaquevolviéramosallivingyme

señalóelsillón.MesentéfrenteaSara.Silviasaliódelacasaylavimoscruzarelventanalyentraralgaraje.

—¿Quélepasaatumadre?Saralevantóloshombros,dandoaentenderqueno

losabía.Teníaelpelonegroylacio,atadoenunacoladecaballo,yunflequilloprolijoquelellegabacasihastalosojos.

Silvia volvió con una caja de zapatos. La traíaderecha, con ambasmanos, como si se tratara de algodelicado.Fuehastalajaula, laabrió,sacódelacajaungorriónmuypequeño,deltamañodeunapelotadegolf,lometiódentrodelajaulaylacerró.Tirólacajaalpisoylahizoaunladodeunapatada,juntoaotrasnueveodiez cajas similares que se iban sumando bajo elescritorio.EntoncesSara se levantó, su colade caballobrilló a un lado y otro de la nuca, y fue hasta la jauladando un brinco de pormedio, como hacen las chicasque tienen cinco años menos que ella. De espaldas anosotros,poniéndoseenpuntasdepie,abrió la jaulaysacóelpájaro.Nopudeverquéhizo.Elpájarochillóyella forcejeó un momento, quizá porque el pájarointentó escaparse. Silvia se tapó la boca con la mano.Cuando Sara se volvió hacia nosotros el pájaro ya no

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estaba. Tenía la boca, la nariz, el mentón y las dosmanos llenas de sangre. Sonrió avergonzada, su bocagigante se arqueó y se abrió, y sus dientes rojos meobligaronalevantarmedeunsalto.Corríhastaelbaño,meencerréyvomitéenelinodoro.PenséqueSilviameseguiríaysepondríaaecharculpasydirectivasdesdeelotroladodelapuerta,peronolohizo.Melavélabocaylacara,ymequedéescuchandofrentealespejo.Bajaronalgo pesado del piso de arriba. Abrieron y cerraron lapuertadeentradaalgunasveces.Sarapreguntósipodíallevarconellalafotodelarepisa.CuandoSilviadijoquesísuvozyaestabalejos.Abrí lapuertacuidandodenohacerruido,ymeasoméalpasillo.LapuertaprincipalestabaabiertadeparenparySilviacargabalajaulaenel asiento trasero de mi coche. Di unos pasos, con laintención de salir de la casa gritándoles unas cuantascosas, pero Sara salió de la cocina hacia la calle ymedetuve en seco para que no me viera. Se dieron unabrazo. Silvia la besó y la metió en el asiento deacompañante.Esperéaquevolvieraycerraralapuerta.

—¿Quémierda…?—Te la llevás.—Fue hasta el escritorio y empezó a

aplastarydoblarlascajasvacías.—¡Diossanto,Silvia,tuhijacomepájaros!—Nopuedomás.—¡Come pájaros! ¿La ha visto un médico? ¿Qué

mierdahaceconloshuesos?Silviasequedómirándome,desconcertada.—Supongo que los traga también. No sé si los

pájaros…—dijoysequedópensando.—Nopuedollevármela.

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—Undíamásconellaymemato.Mematoyoyanteslamatoaella.

—¡Comepájaros!Fuehastaelbañoyseencerró.Miréhaciaafuera,a

travésdelventanal.Saramesaludóalegrementedesdeel auto. Traté de serenarme. Pensé en cosas que meayudaran a dar algunos pasos torpes hacia la puerta,rezandoporqueesetiempoalcanzaraparavolveraserun hombre común y corriente, un tipo pulcro yorganizadocapazdequedarsediezminutosdepieenelsupermercado, frente a la góndola de enlatados,corroborando que las arbejas que se está llevando sonlasmásadecuadas.Penséencosascomoquesisesabede personas que comen personas, entonces comerpájarosvivosnoestabatanmal.Tambiénquedesdeunpunto de vista naturista eramás sano que la droga, ydesdeelsocial,másfácildeocultarqueunembarazoalostrece.Perocreoquehastalamanijadelcocheseguírepitiéndome come pájaros, come pájaros, comepájaros,yasí.

LlevéaSaraacasa.Nodijonadaenelviajeycuandollegamos bajó sola sus cosas. Su jaula, su valija —quehabíanguardadoenelbaúl—,ycuatrocajasdezapatoscomo la que Silvia había traído del garaje. No pudeayudarlaconnada.Abrílapuertayahíesperéaqueellafuerayvinieracon todo.Cuandoentramos le señaléelcuartodearriba.Despuésdequeseinstaló,lahicebajarysentarse frenteamí,a lamesadelcomedor.PreparédoscafésperoSarahizoaunladosutazaydijoquenotomabainfusiones.

—Coméspájaros,Sara—dije.

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—Sípapá.Semordióloslabios,avergonzada,ydijo:—Vostambién.—Coméspájarosvivos,Sara.—Sípapá.Penséenquésesentiríaal tragaralgocalienteyen

movimiento,algo llenodeplumasypatasen laboca,ymetapéconlamano,comohacíaSilvia.

Pasaron tres días. Sara se quedaba todo el tiemposentada,erguidaenelsillónconlaspiernasjuntasylasmanossobrelasrodillas.Yosalíatempranoaltrabajoyme la pasaba consultando en Internet infinitascombinaciones de las palabras «pájaro», «crudo»,«cura», «adopción», sabiendo que ella seguía sentadaahí, mirando hacia el jardín durante horas. Cuandoentrabaalacasa,alrededordelassiete,ylaveíatalcuallahabíaimaginadodurantetodoeldía,semeerizabanlospelosdelanucaymedabanganasdesalirydejarlaencerradadentrocon llave,herméticamenteencerrada,comoesos insectosquesecazandechicoyseguardanen frascos de vidrio hasta que el aire se acaba. ¿Podíahacerlo? Cuando era chico vi en el circo a una mujerbarbuda que se llevaba ratones a la boca. Los sosteníaasí un rato, con la cola moviéndosele entre los labioscerrados,mientras caminaba frente al público, con losojos bien abiertos. Ahora pensaba en esa mujer casitodas las noches, revoleándome en la cama sin poderdormir, considerando la posibilidadde internar a Saraenun centro psiquiátrico.Quizá podría visitarla una o

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dosvecesporsemana.PodríamosturnarnosconSilvia.Penséenesoscasosenque losmédicossugierenciertoaislamientodelpaciente,alejarlodelafamiliaporunosmeses.Quizá sería una buena opción para todos, peronoestaba segurodequeSarapudiera sobrevivir enunlugar así. O sí. En cualquier caso, su madre no lopermitiría.Osí.Nopodíadecidirme.

El cuartodíaSilviavinoavernos.Trajocincocajasde zapatos que dejó junto a la puerta de entrada, dellado de adentro. Ninguno de los dos dijo nada alrespecto. Preguntó por Sara y le señalé el cuarto dearriba. Cuando bajó le ofrecí café. Lo tomamos en elliving, en silencio. Estaba pálida y las manos letemblaban tanto que hacía tintinear la vajilla cada vezque volvía a apoyar la taza sobre el plato. Los dossabíamos qué pensaba el otro. Yo podía decir «esto esculpa tuya, esto es lo que lograste», y ella podía deciralgoabsurdocomo«estopasaporquenuncaleprestasteatención». Pero la verdad es que ya estábamos muycansados.

—Yomeencargodeesto—dijoSilviaantesdesalir,señalandolascajasdezapatos.Nodijenada,peroseloagradecíprofundamente.

En el supermercado la gente cargaba sus changos decereales, dulces, verduras y lácteos. Yo me limitaba amis enlatados y hacía la cola en silencio. Iba alsupermercado dos o tres veces por semana. A veces,aunque no tuviera nada que comprar, pasaba por élantesdevolveracasa.Tomabaunchangoyrecorríalas

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góndolas pensando en qué es lo que podía estarolvidándome.Alanochemirábamosjuntoslatelevisión.Saraerguida,sentadaensuesquinadelsillón,yoen laotrapunta, espiándola cada tantopara ver si seguía laprogramaciónoestabaotravezconlosojosclavadosenel jardín.Yopreparabacomidaparadosy la llevabaallivingendosbandejas.DejabaladeSarafrenteaella,yahí quedaba. Ella esperaba a que yo empezara yentoncesdecía:

—Permisopapá.Se levantaba, subía a su cuarto y cerraba la puerta

con delicadeza. La primera vez bajé el volumen deltelevisor y esperé en silencio. Se escuchó un chillidoagudo y corto. Unos segundos después las canillas delbaño,yelaguacorriendo.Avecesbajabaunosminutosdespués,perfectamentepeinadayserena.Otrasvecesseduchabaybajabadirectamenteenpijama.

Saranoqueríasalir.Estudiandosucomportamientopenséquequizásufríaalgúnprincipiodeagorafobia.Avecessacabaunasillaal jardíne intentabaconvencerladesalirunrato.Peroerainútil.Conservabasinembargouna piel radiante de energía y se la veía cada vezmáshermosa,comosisepasaraeldíaejercitandobajoelsol.Cadatanto,haciendomiscosas,encontrabaunapluma.En el piso junto a la puerta, detrás de la lata de café,entre los cubiertos, todavía húmeda en la pileta de lacocina. La recogía, cuidando de que ella no me vierahaciéndolo, y la tiraba por el inodoro. A veces mequedabamirando cómo se iba con el agua. A veces elinodorovolvíaallenarse,elaguaseaquietaba,comounespejo otra vez, y yo todavía seguía ahí mirando,

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pensandoensi seríanecesariovolveral supermercado,ensirealmentesejustificaballenarloschangosdetantabasura,pensandoenSara,enquéesloquehabríaeneljardín.

UnatardeSilvia llamóparaavisarqueestabaencama,conuna gripe feroz.Dijoquenopodía visitarnos.Quenopodíavisitarnossignificabaquenopodríatraermáscajas. Me preguntó si me arreglaría sin ella. Yo lepregunté si tenía fiebre, si estaba comiendo bien, si lahabía visto un médico, y cuando la tuve losuficientemente ocupada en sus respuestas dije queteníaquecortarycorté.Elteléfonovolvióasonar,peronoatendí.

Miramostelevisión.CuandotrajemicomidaSaranose levantópara irasucuarto.Miróel jardínhastaqueterminédecomer,despuésvolvióalaprogramación.

Al día siguiente, antes de volver a casa pasé por elsupermercado.Pusealgunascosasenmichango, lodesiempre. Paseé entre las góndolas como si hiciera unreconocimientodelsuperporprimeravez.Medetuveenlaseccióndemascotas,dondehabíacomidaparaperros,gatos, conejos, pájaros y peces. Levanté algunosalimentos para ver de qué se trataba. Leí con quéestabanhechos,lascaloríasqueaportabanylasmedidasque se recomendaban para cada raza, peso y edad.Despuésfuialaseccióndejardinería,dondesólohabíaplantasconosinflor,macetasytierra,asíquevolvíotraveza la seccióndemascotasymequedéahípensandoen qué haría a continuación. La gente llenaba sus

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changos y semovía esquivándome. Anunciaron en losalto parlantes la promoción de lácteos por el día de lamadre y pasaron un temamelódico sobre un tipo queestaba lleno de mujeres pero extrañaba a su primeramor,hastaquefinalmenteempujéelchangoyvolvíalaseccióndeenlatados.

EsanocheSaratardóendormirse.Micuartoestababajoelsuyo,y laescuchéeneltechocaminarnerviosa,acostarse, volver a levantarse. Me pregunté en quécondicionesestaríaelcuarto;nohabíasubidodesdequeella había llegado, quizá el sitio era un verdaderodesastre,uncorralllenodemugreyplumas.

LaterceranochedespuésdelllamadodeSilvia,antesde volver a casa,medetuve a ver las jaulasdepájarosquecolgabandelostoldosdeunaveterinaria.NingunoseparecíaalgorriónquehabíavistoenlacasadeSilvia.Eran de colores, y en general un poco más grandes.Estuveahíun rato,hastaqueunvendedor se acercóapreguntarmesi estaba interesadoenalgúnpájaro.Dijeque no, que de ninguna manera, que sólo estabamirando. Se quedó cerca, moviendo cajas, mirandohacia la calle, después entendió que realmente nocompraríanadayregresóalmostrador.

En casa Sara esperaba en el sillón, erguida en suejerciciodeyoga.Nossaludamos.

—HolaSara.—Holapapá.Estabaperdiendosuscachetesrosadosyyanosela

veíatanbiencomoenlosdíasanteriores.—Papi…—dijoSara.Tragué loqueestabamasticandoybajé el volumen

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del televisor, dudando de que realmente me hubierahablado, pero ahí estaba, con las piernas juntas y lasmanossobrelasrodillas,mirándome.

—¿Qué?—dije.—¿Mequerés?Hice un gesto con la mano, acompañado de un

asentimiento. Todo en su conjunto significaba que sí,que por supuesto. ¿Erami hija, no?Y aun así, por lasdudas, pensando sobre todo en lo que mi ex mujerhubieraconsiderado«locorrecto»,dije:

—Símiamor.Claro.YentoncesSarasonrió,unavezmás,ymiróeljardín

duranteelrestodelaprogramación.Volvimosadormirmal,ellapaseandodeunladoal

otrodelahabitación,yodandovueltasenmicamahastaquemequedédormido.Aldíasiguiente llaméaSilvia.Era sábado, pero no atendía el teléfono. Llamé mástarde, y cercadelmediodía también.Dejéunmensaje,pero no contestó. Sara estuvo toda lamañana sentadaen el sillón, mirando hacia el jardín. Tenía el pelo unpoco desarreglado y ya no se sentaba tan erguida;parecíamuycansada.Lepreguntésiestababienydijo:

—Sí,papá.—¿Porquénosalísunpocoaljardín?—Nopapá.Pensandoenlaconversacióndelanocheanteriorse

me ocurrió que podría preguntarle si me quería, peroenseguida me pareció una estupidez. Volví a llamar aSilvia.Dejéotromensaje.Envozbaja,cuidandodequeSaranomeescucharadijeenelcontestador:

—Esurgente,porfavor.

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Esperamos sentados cada uno en su sillón, con eltelevisorencendido.UnashorasmástardeSaradijo:

—Permisopapá.Se encerró en su cuarto. Apagué el televisor y fui

hastaelteléfono.Levantéeltubounavezmás,escuchéel tono y corté. Fui con el auto hasta la veterinaria,busqué al vendedor y le dije que necesitaba un pájarochico, el más chico que tuviera. El vendedor abrió uncatálogo de fotografías y dijo que los precios y laalimentaciónvariabandeunaespeciea laotra.Golpeéla mesada con la palma de la mano. Algunas cosassaltaron sobre elmostradory el vendedor sequedóensilencio, mirándome. Señalé un pájaro chico, oscuro,quesemovíanerviosodeunladoaotrodesujaula.Mecobraroncientoveintepesosymeloentregaronenunacaja cuadrada de cartón verde, con pequeños orificioscalados alrededor y, en la tapa, un folleto del criaderoconla fotodelpájaroenel frenteyunabolsagratisdealpistequenoacepté.

CuandovolvíSaraseguíaencerrada.Porprimeravezdesde que ella estaba en casa, subí y entré al cuarto.Estaba sentada en la cama frente a la ventana abierta.Memiró,peroningunode losdosdijonada.Se laveíatanpálidaqueparecíaenferma.Elcuartoestabalimpioy ordenado, la puerta del baño entornada.Había unastreinta cajas de zapatos sobre el escritorio, perodesarmadas—demodoquenoocuparantantoespacio—y apiladas prolijamente unas sobre otras. La jaulacolgaba vacía cercade la ventana.En lamesita de luz,juntoalvelador,elportarretratoquesehabíallevadodela casade sumadre.Elpájaro semovió y suspatas se

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oyeron sobre el cartón, pero Sara permaneció inmóvil.Dejélacajasobreelescritorio,salídelcuartoycerrélapuerta.Entoncesmedicuentadequenomesentíabien.Meapoyéenlaparedparadescansarunmomento.Miréel folletodel criadero, que todavía llevaba en lamano.Enelreversohabía informaciónacercadelcuidadodelpájaro y sus ciclos de procreación. Resaltaban lanecesidad de la especie de estar en pareja en losperíodoscálidosylascosasquepodíanhacerseparaquelosañosdecautiveriofueranlomásamenosposible.Oíun chillido breve, y después la canilla de la pileta delbaño.Cuandoelaguaempezóacorrermesentíunpocomejor y supe que, de alguna forma, me las ingeniaríaparabajarlasescaleras.

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Perdiendovelocidad

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Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuandofinalmentesesentóalamesaymiróelplato,descubrióqueeraincapazdecomérselos.

—¿Quépasa?—lepregunté.Tardóensacarlavistadeloshuevos.—Estoy preocupado —dijo—; creo que estoy

perdiendovelocidad.Movió el brazo a un lado y al otro, de una forma

lenta y exasperante, supongo que a propósito, y sequedómirándome,comoesperandomiveredicto.

—No tengo lamenor ideadequéestáshablando—dije—,todavíaestoydemasiadodormido.

—¿Novisteloquetardoenatenderelteléfono?Enirhastalapuerta,entomarunvasodeagua,encepillarmelosdientes…Esuncalvario.

Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarentakilómetrosporhora.Elcircoeraelcielo;yoarrastrabaelcañónhastaelcentrodelapista.Laslucesocultabanal público, pero oíamos el clamor. Las cortinasaterciopeladas se abrían y Tego aparecía con su cascoplateado.Levantabalosbrazospararecibirlosaplausos.Sutrajerojobrillabasobrelaarena.Yomeencargabadelapólvoramientraséltrepabaymetíasucuerpodelgadoenelcañón.Lostamboresdelaorquestapedíansilencioy todo quedaba en mis manos. Lo único que se oíaentonces eran los paquetes de pochoclo y alguna tosnerviosa. Yo sacaba de los bolsillos los fósforos. Losllevabaenunacajadeplata,quetodavíaconservo.Unacajapequeñaperotanbrillantequepodíaversedesdeelúltimoescalóndelasgradas.Laabría,sacabaunfósforoy lo apoyaba en la lija de la base de la caja. En ese

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momento todas las miradas estaban en mí. Con unmovimientorápidosurgíael fuego.Encendía lamecha.Elsonidode laschispasseexpandíahacia todos lados.Yo daba algunos pasos actorales hacia atrás, dando aentenderquealgoterriblepasaría—elpúblicoatentoalamechaqueseconsumía—,ydepronto:Bum.YTego,una flecha roja y brillante, salía disparado a todavelocidad.

Tego hizo a un lado los huevos y se levantó conesfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo.Respirabaconunronquidopesado,porque la columnaleapretabanoséquécosadelospulmones,ysemovíapor la cocina usando las sillas y la mesada paraayudarse, parando a cada rato para pensar, o paradescansar. A veces simplemente suspiraba y seguía.Caminó en silencio hasta la puerta de la cocina y sedetuvo.

—Yosícreoqueestoyperdiendovelocidad—dijo.Miróloshuevos.—Creoquemeestoypormorir.Arrimé el plato a mi lado de la mesa, nomás para

hacerlorabiar.—Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que

mejor sabe hacer —continuó—. Eso estuve pensando,queunosemuere.

Probéloshuevosperoyaestabanfríos.Fuelaúltimaconversaciónquetuvimos;despuésdeesodiotrespasostorpeshaciaelliving,ycayómuertoenelpiso.

Unaperiodistadeundiario localvieneaentrevistarme

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unosdíasdespués.Lefirmounafotografíaparalanota,en la que estamos Tego y yo junto al cañón, él con elcascoysutrajerojo,yodeazul,conlacajadefósforosenlamano.Lachicaquedaencantada.Quieresabermássobre Tego, me pregunta si hay algo especial que yoquieradecirsobresumuerte,peroyanotengoganasdeseguirhablandodeeso,ynosemeocurrenada.Comonoseva,leofrezcoalgodetomar.

—¿Café?—pregunto.—¡Claro! —dice ella. Parece estar dispuesta a

escucharmeunaeternidad.Peroraspounfósforocontramicajadeplata,paraencenderelfuego,variasveces,ynopasanada.

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Cabezascontraelasfalto

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Sigolpeásmucho lacabezadealguiencontraelasfalto—aunque sea para hacerlo entrar en razón—, esprobablequetermineslastimándolo.Estoesalgoquemimadremeexplicódesdeelprincipio,eldíaquegolpeélacabezadeFredocontraelpisodelpatiodelcolegio.Yonoeraviolento,quieroaclararesto.Sólohablabasieraestrictamentenecesario,noteníaamigosnienemigos,yloúnicoquehacíaen losrecreoseraesperarsoloenelaula, alejado del ruido del patio, hasta que la clasevolvieraaempezar.Esperabadibujando.Esoapurabaeltiempo y me apartaba del mundo. Dibujaba cajascerradas y peces con forma de rompecabezas queencastrabanentresí.Fredoeraelcapitándelequipodefútbolyhacíaconlosdemásloquequería.ComoesavezqueaCeciliaselehabíamuertoeltíoylehizocreerquehabíasidoél.Esonoestábien,peroyonomemetoenproblemas ajenos. Un día, durante un recreo, Fredoentró en el aula, me sacó el dibujo en el que estabatrabajandoysefuecorriendo.Locorríhastaelpatio.Eldibujo eran dos peces rompecabezas, cada uno en unacaja, y ambas cajas dentro de otra caja. Saqué eso decajas dentro de cajas de un pintor que le gustaba amamá,ytodaslasmaestrasestabanencantadasydecíanque era un recurso muy poético. En el patio Fredocortabaeldibujoporlamitad,ylasmitadesenmitades,yasí,mientrassugrupolorodeabaysereía.Cuandoyanopudocortarpedazosmáschicostirótodoporelaire.Lo primero que sentí fue tristeza. No es un decir,siemprepiensoencómosientolascosasenelmomentoenquemepasan, y quizá sea eso loquemehagamáslento,omásdistraídoqueel resto.Despuésmicuerpo

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se endureció, cerré los puños y sentí cómo latemperaturasubía.MetirésobreFredoalpiso,loagarrédelospelosyempecéadarle lacabezacontraelsuelo.Lamaestragritóyunprofesorvinoasepararnos.Peronopasógrancosadespuésdeeso.MimamámedijoesatardequepodríahaberlehechomuchodañoaFredo,yesofuetodo.

En el secundario volví a hacerlo. Yo seguíadibujando, y nadie tocaba mis dibujos porque sabíanqueyocreíaenelbienyelmal,ymemolestabatodolorelacionadoconlosegundo.Alfinyalcabo,lapeleaconFredomehabíadadoenelgrupounairederespeto,yyanosemetíanconmigo.Peroeseañounchiconuevoquese creía muy vivo se enteró de que Cecilia se habíaindispuesto por primera vez el día anterior. Yaprovechandoque yo yano siempremequedaba en elaula, le llenó la cartuchera de témpera roja. CuandoCecilia buscó un lápiz se le mancharon los dedos y laropa.Yelchico,paradosobresubanco,empezóagritarque Cecilia ya era una puta, que Cecilia era una putacomo todas. Ella nome gustaba, pero al chico le di lacabezacontraelpisohastaqueleempezóasangrar.Elprofesor tuvo que pedir ayuda para separarnos.Mientras nos sostenían para que no volviéramos aagarrarnoslepreguntésiahoraelcerebronoledrenabamejor.Me pareció una frase genial, pero nadie se rio.Me llenaron el boletín de amonestaciones y mesuspendieron por dos días. Mamá también estabaenojada conmigo, pero la oí decir por teléfono que suhijo no estaba acostumbrado a la intolerancia, y quetodoloqueyohabíaqueridohacereraprotegeraesa

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pobrechica.DesdeentoncesCeciliahacíatodoloposibleporser

mi amiga. Me fastidiaba terriblemente. Se sentaba lomáscercaquepodía,ysedabavueltaacadaratoparamirarme.A veces sonreía ome saludaba con lamano.Me escribía cartas sobre la amistad y el amor y lasescondía entre mis cosas. Yo seguía dibujando. Mimamámehabíaanotadoeneltallerdedibujoypinturadelcolegio,queera todos losviernes.Laprofesoranosmandaba comprar hojas A3, casi el cuádruple degrandes que las que yo usaba. También témperas ypinceles.Laprofesoramostrabaa la clasemis trabajosparaexplicarporquéyoeragenial,cómololograba,yquéesloquequeríacomunicarconcadapincelada.Enel taller aprendí a hacer todas las extremidades derompecabezasen3D,apintarfondosesfuminadosque,contra el realismo de un horizonte, dan idea deabstracción, y a pasarle spray a los mejores trabajospara que se conservaran bien y no perdieran laintensidaddeloscolores.

Lomás importanteparamí erapintar.Había otrascosasquemegustaban,comomirartelevisión,nohacernadaydormir.Peropintareralomejor.Entercerañoseorganizóunconcursodepinturaparaexponerenelhall.El juradoeran laprofesoradedibujo, ladirectoray susecretaria. Las tres eligieronpor unanimidadmi obramás representativa y colgaron el cuadro en el hall deentradadelcolegio.EntoncesCeciliaempezóadecirqueyo estaba enamorado de ella, desde siempre. Que ellaera el pez rojo y yo el azul. Que las fichas derompecabezasdeunpezencastrabanenelotroporque

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éramos así, el uno para el otro. Durante un recreodescubrí que en el cuadro, colgado en el hall, alguienhabíaescritonuestrosnombressobrecadapez.Volvíalaula y encontré en el pizarrón un corazón giganteatravesado por una flecha con nuestros dos nombres.Eralamismaletraqueladelcuadro.Nadieseanimóareírse,perotodoslohabíanvistoysemirabanentresí.Cecilia me sonrió, colorada, y siguió dibujando algúnotro estúpido corazón en su cuaderno. Sentí que teníaganasdegolpearla,losentíotravez,comocuandopasólodeFredoy lodelchicodesegundo.Medicuentadeque antes de la furia podía ver la imagen de la cabezagolpeándose, el cuero cabelludo estrellarse una y otravez contra las irregularidades del piso, la cabezaperforada, la sangre espesando los pelos. Sentí micuerpo abalanzarse sobre ella, y un segundo después,contenerse.Fuecomounailuminación,yentoncessupeexactamentequéhacer.Corríhastaeltallerdedibujoypintura que estaba en el segundo piso, algunos chicosme siguieron —Cecilia entre ellos—, abrí la puerta,saqué de los armarios las hojas y las témperas, y lodibujé. Un primerísimo primer plano. Apenas el ojoespantadodeCecilia,sufrentecongranostranspirados,el piso áspero debajo, los dedos fuertes de mi manoenredados en sus pelos, y después, puro, el rojo,manchándolotodo.

Simepreguntanquéaprendí en el colegio, sólopuedoresponder que a pintar. Todo lo demás, vino como sefue, no queda nada. Tampoco estudié después del

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secundario.Pintocuadrosdecabezasgolpeandocontraelpiso,ylagentemepagafortunas.Vivoenunloftenelmicrocentro.Arribatengoelcuartoyelbaño,abajo lacocinaytodoelrestoesestudio.Algunosricosmepidenretratos de sus propias cabezas. Les gustan los lienzosgigantesycuadrados,loshagodehastadosmetrospordos metros. Me pagan lo que pida. Veo después loscuadros colgados en sus livings enormes y meimpresiona lo buenos que son. Creo que esos tipos semerecen verse a sí mismos estampados contra el pisopormimano,yellosparecenmuyconformescuandoseparanfrentealoscuadrosyasientenensilencio.

No me gusta tener novias. Salí con algunas chicaspero nunca funcionó. Tarde o temprano empiezan areclamarmemástiempooapedirmequedigacosasqueenrealidadnosiento.Unavezprobédecirloquesentíay fuepeor.Otravez,unacon laquehabía salidocomoseis veces y ya decía que era mi novia, se volviócompletamentelocasinqueyodijeranada.Decidióqueyo no la amaba, que nunca iba a amarla,me obligó aagarrarla de los pelos y empezó a darse sola la cabezacontralapared,mientrasgritabacomounafieraenceloquieroquememates,quieroquememates.Piensoquerelacionesasínosonsanas.Mirepresentante,queeseltipoqueseencargadeponermiscuadrosenlasgaleríasydecidirquépreciotienecadacosaquehago,dicequeel tema de las mujeres no me conviene. Dice que laenergíamasculinaessuperior,porquenosedispersayesmonotemática.Monotemática esque sólopiensa enunacosa,peronuncadiceencuál.Dicequelasmujeresson buenas al principio, cuando están bien buenas, y

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buenasal final,queviomorirasupadreenbrazosdesumadre, y quieremorirse de lamismamanera.Perotodo lo que está en el medio es un infierno. Dice queahoratengoqueconcentrarmeenloqueyoséhacer.Escalvo y gordo, y no importa lo que pase, siempre estáaspirando con la nariz. Se llama Aníbal y antes fuepintor, pero nunca quiere hablar de eso. Como vivoencerrado, y élmismopersuadeamimamádequenomemoleste,suelepasaralmediodíaadejarmecomidaydarleunvistazoaloqueestoytrabajando.Separafrentealoscuadros,conlospulgarescolgandodelosbolsillosdelanterosdelosjeans,ydicesiemprelasmismascosas:másrojo,necesitamásrojo.O:másgrande,tengoqueverlo desde la otra esquina. Y casi siempre, antes deirse:Sos un genio.Un-ge-nio. Esa es una de las cosasquerepitedosveces.Cuandonomesientobien,porqueestoy triste o cansado,memiro en el espejo del baño,cuelgolospulgaresdemisjeansymedigo:sosungenio,un-ge-nio.Avecesfunciona.

Siempre tuve un terrible agujero entre las dosúltimasmuelasderechas,enelmaxilarsuperior,yhaceuntiempoempezóametérsemeahícualquiercosaquecomiera.Meagarréunacariesinsoportable.Aníbaldijoquenopodíairacualquierdentista,porquedespuésdelasmujeres,losdentistaseranlopeor.Trajounatarjetaydijo:escoreano,peroesbueno.Mepidióunacitaparaesamisma tarde. John Sohn parecía joven, pensé quepodría tener mi edad, aunque calcularle la edad a loscoreanos es algo difícil. Me puso algo de anestesia,perforó dos dientes y tapó con pasta los agujeros quehabíahecho.Todoconunasonrisaysinhacermedoler

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enningúnmomento.Mecayóbien,asíquelecontéquepintaba cabezas contra el asfalto. John Sohn hizo unmomentodesilencio,queresultósercomounmomentodeiluminaciónydijoesjustoloqueestoybuscando.Meinvitó a cenar a uno de esos restaurantes coreanos deverdad.Quierodecir,nodelosturísticos,sinodeesosenlos que se entra por una pequeña puerta en la queaparentementenohaynada,ydentrohayuntremendomundocoreano.Mesasgrandesyredondas,aunquesólosesientendospersonas,elmenúencoreano, todos losmozos coreanos y todos los clientes coreanos. JohnSohneligióparamíunplatotradicionalyledioalmozoinstruccionesprecisasacercadecómoprepararlo.JohnSohnnecesitabaaalguienquepintarauncuadrogiganteen su sala de espera. Dijo que lo importante era eldiente,ymeparecióunapropuesta interesante.Queríahacer un trato: yo pintaba el cuadro y élme arreglabatodos losdientes.Meexplicóporquéqueríaelcuadro,cómo repercutiría eso sobre los clientes y el valorpublicitarioensucultura.Leencantabahablar,hablabatodoeltiempo,yamímeencantabaescucharlo.Cuandoterminamos de comer, JohnSohnmepresentó a unoscoreanos de lamesa de al lado y tomamos el café conellos. No pude entender nada de lo que se conversó,peroeseratodedescansomeayudóadarmecuentadequeyoeramuyfeliz,porqueeraamigodemidentista,yteneramigosestámuybien.

TrabajésobreelcuadrodeJohnmuchosdías,hastaqueunamañanadespertéenelsillóndelestudio,miréla telaysentíunprofundoagradecimiento.Suamistadmehabíadadomimejorcuadro.Lollaméalconsultorio

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y John se pusomuy feliz, lo sé porque cuando algo loentusiasmabahablabamuyrápido,yavecesencoreano.Dijoquevendríaaalmorzar.Eralaprimeravezquemiamigo venía a visitarme. Ordené un poco los cuadros,cuidandodedejaralavistalosmejores.Subíalcuartolaropa tirada y llevé a la cocina los vasos y los platossucios.Saquécomidadelaheladeraylapreparéenunabandeja. Cuando John llegó, miró hacia todos lados,buscandoelcuadro,perotodavíanoeraelmomento,yél lo respetó porque los coreanos saben mucho delrespeto,oalmenosesoesloqueélsiempredecía.Nossentamos a almorzar. Le pregunté si quería sal, sipreferíaalgocaliente,sileservíamásgaseosa.Perotodoestababienparaél.Penséquepodríaveniralgunanocheparaverpelículasocharlardecualquiercosa,podíamossacaruna fotoparaponerenalgúnsitio, comohace lagente con sus familiares. Pero no dije nada todavía.Johncomíayhablaba.Lohacíatodoalavez,yamínomemolestabaporqueesoestenerintimidad,escosadeamigos.Nosécómoempezóesetema,perohablabadelosniñoscoreanosylaeducaciónensupaís.Loschicosentranalaescuelaalasseisdelamañanaysalenalasdocedeldíasiguiente,esdecirquepasancasiundíaymedioenlaescuelaysólolesquedanlibrescincohoras,queutilizanpararegresarasuscasas,dormirunpoco,yvolver.Dijoquecosascomoesassonlasquediferencianaloscoreanosdelrestodelmundo,lasquelosdistinguede los demás. No me gustó, pero a uno no puedegustarletododeunamigo,piensoyo.Ypiensoqueasíytodo, a pesar de su comentario, estábamos bien. Ledevolví la sonrisa.Quiero que veas el cuadro, le dije.

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Caminamos hasta el centro de la sala. Dio unos pasoshaciaatrás,calculandoladistancianecesaria,ycuandosentíqueeraelmomentoquité lasábanaquecubríaelcuadro. John tenía manos finas y pequeñas, como demujer, y siempre estaba moviéndolas para explicar loque pensaba. Pero sus manos quedaron quietas,colgandodelosbrazoscomomuertas.Lepreguntéquépasaba.Dijoqueelcuadroteníaquetratarsedeldiente.Queloquequeríaerauncuadrogiganteparasusaladeespera,elcuadrodeundiente.Repitióesovariasveces.Miramos juntos el cuadro: la cara de un coreanoestrellándose contra los azulejos negros y blancos deunasaladeesperamuyparecidaa ladeJohn.Noestámimano estrellando la cabeza, sino que cae sola, y loprimeroquedacontraelesmaltedelosazulejos,loquerecibetodoelpesodelacaída,esunodelosdientesdelcoreano, con una rajadura vertical que, un instantedespués, terminará por abrirlo al medio. No pudeentender qué era lo que no funcionaba para John, elcuadroeraperfecto.Ymedicuentadequeyonoestabadispuesto a cambiarnada.Entonces Johndijoque esoeraloquepasabaalfinyalcabo,yempezóotravezconeltemadelaeducacióncoreana.Dijoquelosargentinoséramosvagos.Quenonosgustabatrabajaryasíestabanuestropaís.Queesonuncacambiaría,porqueéramoscomoéramos,ysefue.

Me molestó mucho todo lo que dijo John. Porqueargentinos son también mi mamá y Aníbal, y ellostrabajanmuchísimo, y memolesta la gente que hablasin saber. Pero John era mi amigo. Y yo aprendí acontenermi furia, ymesentímuyorgullosodeeso.Al

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día siguiente le escribí un mail explicándole que yopodríacambiar loquefueraqueélquisieradelcuadro.Le aclaré que no estaba muy de acuerdo«estéticamente»,peroentendíaquequizáélnecesitabaalgomáspublicitario.Esperéunpardedías,peroJohnnocontestó.Entoncesvolvíaescribirle,penséquequizáestabaofendidoporalgo,yleexpliquéquesieraasíyonecesitabasaberexactamenteporqué,porquesino,nopodía disculparme. Pero John tampoco contestó esemail.Mamá llamó a Aníbal y le explicó que todo estopasabaporqueyoeramuysensible,ytodavíanoestabapreparadoparaelfracaso.Peroestonoteníanadaqueverconeso.El séptimodíasinnoticiasdecidí llamaraJohn al consultorio. Me atendió su secretaria.Buenosdías, señor; no, señor, el doctor no se encuentra; noseñor, el doctor no puede responder su llamado.Preguntéporqué,quéestabapasando,porquéJohnmehacíaeso,porquéJohnnoqueríaverme.Lasecretariase quedó unos segundos en silencio y después dijo eldoctorsetomóalgunosdías,señor,ymecortó.Esefinde semana pinté seis cuadros más de cabezas decoreanos partiéndose contra el asfalto, Aníbal estabamuy entusiasmado con los trabajos, pero yo hervía debronca y de a ratos también seguía muy triste. Llaméunosdíasmás tarde.Atendióunavozdemujer, enunidioma inentendible que seguramente sería coreano.Dije que quería hablar con John, repetí el nombre deJohnalgunasveces.Lamujerdijoalgoquenoentendí,algocortoyrápido.Lovolvióarepetir.Despuésatendióunhombre,algúnotrocoreanoquetampocoeraJohnytambiéndijocosasquenoentendí.

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Así que decidí algo, algo importante. Envolví elcuadroconlasábana,salíalacallearrastrándolocomopude, esperé una eternidad hasta dar con uno de esostaxis de aeropuerto conmucho espacio detrás, para elcuadro,yledialtaxistaladireccióndeJohn.Johnvivíaenunmundocoreanoacincuentacuadrasdemibarrio,llenodecartelesencoreanoydecoreanos.Eltaxistamepreguntósiestabasegurodeladirección,siqueríaquemeesperaraen lapuerta.Ledijequenohacía falta, lepaguéymeayudóabajarelcuadro.LacasadeJohneraantigua y grande. Apoyé el cuadro en las rejas deentrada,toquéeltimbre,esperé.Haymuchascosasqueme ponen nervioso. No entender algo es una de laspeores, laotraesesperar.Peroesperé.Piensoqueesasson las cosas que uno hace por los amigos. Habíahablado conmamá unos días antes y ella había dichoque mi amistad con John tenía, además, brechasculturales,yqueesohacíatodomáscomplicado.LedijequelasbrechasculturaleseranalgocontraloqueJohnyyopodíamosluchar.Sólonecesitabaexplicárselo,saberpor qué estaba tan enojado, aunque de todas formaspensé mucho en eso de las brechas culturales y lasagreguéalalistadelascosasquemeponennervioso.

La cortina del living se movió. Alguien espió unmomentopordetrás.Lavoz femeninadel teléfonodijoholaenelportero.Dijesoyyo,eldelteléfono,dijequequeríaveraJohn.Johnno,dijolamujer,no.Dijootrascosasencoreano,elaparatohizoalgunosruidosytodoquedó en silencio. Volví a tocar. A esperar. A tocar.Escuchélospasadoresdelapuertayuncoreanomayorque John se asomó,memiró, y dijoJohn, no. Lo dijo

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enojado,frunciendoelceño,perosinmirarmealosojos,yvolvióaencerrarseenlacasa.Medicuentaquenomesentía bien. Que algo estaba mal en mí, como en losviejos tiempos.Volví a tocar el timbre.GritéJohn unavez, otra. Un coreano que pasaba por la vereda deenfrente se paró a mirar. Volví a gritar al portero. YosóloqueríahablarconJohn.Gritésunombreotravez.Porque John era mi amigo. Porque las brechas notenían nada que ver con nosotros. Porque nosotroséramos dos, John y yo, y eso es tener un amigo. Eltimbre otra vez, interminable. Elmetal que se clavabaenmidedo,muyadentrodetantoapretar.Elcoreanodeenfrente dijo algo en su idioma. No sé qué, como siquisiera explicarme alguna cosa. Y yo otra vez John,John muy fuerte, como si algo terrible estuvierapasándole. El coreano se acercó, hizo un gesto con lamano, para que me calmara. Solté el timbre paracambiardededoyseguígritando.Seoyóunapersianacaerenotracasa.Sentíqueme faltabaelaire.Quemefaltabaalgo.Entonces,elcoreanometocóelhombro.Supulgarenmicamisa.Y fueundolorenorme: labrechacultural.Micuerpoempezóahervir,sentíqueperdíaelcontrol,queyanoentendíalascosas,comootrastantasveces, pero que esa vez de nada serviría mirar conatenciónunrato.Medivueltabruscamenteygolpeéelcuadro que cayó boca abajo sobre la vereda. Agarré alcoreano de los pelos. Un coreano pequeño, flaco ymetido.Uncoreanodemierdaquesehabíalevantadoalas cinco de la mañana durante quince años paraafianzarlabrechadieciochohoraspordía.Losostuvedelospelostanfuertequemeclavélasuñasenlapalmade

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lamano.Yesafuelaterceravezqueestrellélacabezadealguiencontraelasfalto.

Cuandome preguntan si abrirle la cabeza al coreanosobre el reverso de mi tela esconde una intenciónestéticamirohaciaarribayhagocomoquepienso.Esoesalgoqueaprendídeveraotrosartistasquehablanentelevisión. No es que no entienda bien la pregunta, esquerealmenteyanomeinteresanada.Tengoproblemaslegales, porque no sé diferenciar a los coreanos de losjaponeses,nideloschinos,ycadavezqueveounoasíloagarrodelospelosyempiezoadarlelacabezacontraelasfalto. Aníbal consiguió un buen abogado, que alegainsania,queesqueestáslocoyesoesmuchomejorantela ley. La gente dice que soy un racista, un hombredescomunalmente malo, pero mis cuadros se vendenpormillonesyyoempiezoapensarenesoquesiempredecíamimamá,esodequeelmundoloquetieneesunagran crisis de amor, y de que, al fin y al cabo, no sonbuenostiemposparalagentemuysensible.

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Hacialaalegrecivilización

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Ha perdido su pasaje y tras las rejas blancas de laboleteríaselehanegadolacompradeotroporfaltadecambio. Desde un banquito de la estación, mira elinmensocamposecoqueseabrehacialosladoseintuyeque pronto sucederá algo terrible. Cruza las piernas yextiende las páginas del periódico para encontrarartículosqueapurenelpasodeltiempo.Lanochecubreel cielo y a lo lejos, sobre la línea negra en la que sepierden los rieles de la estación, una luz amarillaanuncia próximo el último tren de la tarde. Gruner seincorpora. El diario cuelga de sumano como un armaqueyano tieneutilidad.Adivina en la ventanillade laboletería una sonrisa que, oculta tras las rejas, estáexclusivamente dirigida a él. Un perro flaco que antesdormía se incorpora atento. Gruner avanza hacia laventanilla, confía en la hospitalidad de la gente decampo, en la camaradería masculina, en la buenavoluntad que nace en los hombres que son bienencarados. Va a decir por favor, qué le cuesta, ustedsabequeyanohaytiempodeencontrarcambio.

Y si el hombre se niega va a preguntar por otrasopciones,ustedsabe,comprarelboletoenel treno,alllegar,pedirloenlaboleteríadelaterminal.Hágameunvalealmenos,facilítemeunpapelqueindiquequedeboabonarlodespués.Peroal llegara laventanilla,cuandolas lucesdel trenprolongan las sombrasy labocinaesfuerteymolesta,Grunerdescubrequetras lasrejasnohaynadie,sólounbancoaltoyunamesaatiborradadeinscripciones sin sellar, futuros boletos hacia distintosdestinos.Coneltrenqueentraalaestaciónavelocidadconsiderable, losojosdeGrunerencuentran,aun lado

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de las vías y en el campo, al hombre que aún sonríe ymediante señas indica al conductor que no debedetenerse.Después,alalejarseelsonidodelamáquina,elperro vuelve a echarse yuna lámparade la estaciónparpadeahastaapagarsepor completo.EldiarioahoraenroscadovuelveaapoyarseenelregazodeGrunersinque ninguna conclusión logre incorporarlo para ir enbusca del miserable que le ha negado la civilizaciónalegredelaCapital.

Todo permanece quieto y en silencio. InclusoGruner, sentadoen lapuntadeunbancocon lanochefresca pasando entre su ropa, permanece inmóvil yrespira con tranquilidad. Una sombra que él no ve semueve entre farosde luz ybancosdeplaza y se revelacomoelhombrede laboletería cuando,ya sin sonreír,sesientaenlaotrapuntadelbancoyapoyajuntoaéluntazón con un líquido humeante. Después lo arrastrahastadejarloaunospocoscentímetrosdeGruner,quenota en el hombre una falsa indiferencia y comprendequeesperasupetición.Pero, impaciente,elhombrenopuede contenerse y habla. Se aclara la garganta paraasegurarqueunonosabeelbienquetienehastaquelopierdey,comoquienbuscaalgoquenoencuentra,mirael gran campo negro que se extiende frente a ellos.Gruner,conelhumodeltazóndespertándoleelapetito,se concentra en la resistencia. Piensa que después detodo, de alguna forma llegará a la Capital y podrádenunciar lo ocurrido. Pero pronto descubre que sinquererhaacercadosumanoaltazón,yelcalorentrelosdedos lo distrae. Si quiere haymás, dice el hombre, yentoncesGruner,no,élnolohubiesehecho,lasmanos

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de Gruner, toman el cálido recipiente y lo llevan a laboca, donde como un remedio milagroso reanima elcuerpo que deja de temblar. Con el último sorbocomprendeque,detratarsedeunaguerra,elmiserablecontaríayacondosbatallasganadas.Porqueahora,traslacálidasaciedad,sigueunacóleradedifícilcontenciónque obliga a Gruner a cerrar los puños mientras elhombre,victorioso, se incorpora, tomael tazónvacíoysealeja.

El perro permanece enroscado, el hocico escondidoentreelestómagoylaspatastraseras,yaunqueGrunerlohallamadovariasvecesnohacecaso.Seleocurrequeloquehabíaenel tazónera la comidadelperroyestápreocupadoporsabercuántotiempohacequeeseperroestáallí.Sabersienalgúnmomentoeseperrotambiénhabrá querido viajar de un sitio a otro, como él esamisma tarde.Tiene laocurrenciadeque losperrosdelmundosonelresultadodehombrescuyosobjetivosdedesplazamientohan fracasado.Hombresalimentadosyretenidosapurocaldohumeante,alosquelospeloslescreceny lasorejasse lescaeny lacolase lesestira,unsentimientodeterroryfríoqueincitaatodosalsilencio,apermaneceracurrucadosbajoalgúnbancodeestación,contemplandoalosnuevosfracasadosque,comoél,aúncon esperanza, aguardan impávidos la oportunidad desuviaje.

Una sombra se mueve en la boletería. Gruner seincorpora y camina con decisión. Desde el enrejadoblancoescapanvaporesde calefacción impregnadosdearomashogareños.Elhombre sonríe conamabilidad yofrecemás caldo. Gruner pregunta a qué hora pasa el

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próximo tren y es informado: todavía falta, dice elhombre, y su mano ofendida cierra la ventana de laboleteríaparadejarlootravezsolo.

Todo se repite como en un ciclo natural, piensaGrunerunahoramás tardemientrasobservadesoladola nueva línea de vagones que otra vez se alejareproduciendo la imagen del tren anterior. De todosmodos amanecerá y los trabajadores se acercarán a laestación para comprar boletos, muchos de ellosprobablementeconcambio.SihaytrenesalaCapitalesgraciasalospasajerosquecadamañanadebenvolveraviajar en tren. Sí, en cuanto llegue denunciará a esehombre y en algúndía libre regresará con cambio a laestacióndelmiserablesóloparacomprobarqueélyanotrabaja allí. Con el alivio de esa certeza se sienta en elbancoyaguarda.Pasaun tiempoenelque losojosdeGruner seacostumbrana lanochey leen formashastaenlossitiosmásoscuros.

Asíescomodescubrea lamujer, su figuraapoyadaenelmarcodelapuertadelsalóndeespera,yelgestodesumanoqueloinvitaapasar.Gruner,segurodequeelgestohasidoparaél,seincorporaycaminahaciaella,quesonríeyenefectoloinvitaapasar.

En la mesa hay tres platos, los tres servidos, y lacomida humeante no es sopa, caldo, o comida paraperros, sino presas sustanciosas bañadas en unaaromáticacremablanca.Hueleapollo,aquesoyapapa,ydespués,cuando lamujersumaa lamesa lacacerolarepletadeverduras,Grunerrecuerdalascenastípicasdela alegre civilización de la Capital. Aquel hombremiserable, inaccesible a la hora de comprar un boleto,

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entrayofreceaGrunerunasiento.—Siéntese,porfavor.Comoensucasa.El hombre y la mujer comen satisfechos. Junto a

ellos está Gruner, con su plato también servido. Sabequeafueraelfríoeshúmedoeinhóspitoysabetambiénque ha perdido otra batalla, puesto que no tarda enllevarse a la boca el primer bocado de una exquisitapresadepollo.

Perolacomidanoaseguraunaprontasalida.—Ustednome vende el boleto por alguna razón—

diceGruner.Elhombremiraalamujeryreclamaunpostre.Del

hornosurgeunatartademanzanaqueprontosereparteequitativamente.Lamujer y el hombre se abrazan conternuraalvercómoGrunerdevorasuporción.

—Pe,llévaloalcuartoquedebeestarcansado—dicelamujer, y entonces el primerbocadodeuna segundaporción de tarta que se dirigía a la boca deGruner sedetieneyespera.

PeseincorporaypideaGrunerqueloacompañe.—Puede dormir adentro. Afuera hace frío. No hay

mástreneshastalamañana.Nohayopción,piensaGruner,ydejaelrestodetarta

paraseguiralhombrehastaelcuartodehuéspedes.—Sucuarto—diceelhombre.Grunernopagaráporesto,piensaGruner,mientras

compruebaquelasdosfrazadasdelacamasonnuevasyabrigadas. Hará la denuncia de todos modos, lahospitalidadnocompensa loocurrido.Delcuartodeallado llegandébiles los comentarios de la pareja.Antesdequedarsedormido,Grunerescuchaalamujerdecirle

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aPequedebesermáscariñoso,queelhombreestásoloy debe extrañar, y la voz de unPe ofendido, contandocómoloúnicoqueleimportaaesemiserableescomprarsu boleto de regreso. Desagradecido es lo último quellega a sus oídos, el sonido de la palabra se pierdegradualmenteyrenaceporlamañanacuandoelsilbatodeuntrenqueyasealejadelaestaciónlodespiertaenunnuevodíaenelcampo.

—No lo despertamos porque dormíamuy tranquilo—dicelamujer—;esperoquenolemoleste.

Café con leche caliente y tostadas de canela conmantecaymiel.MientrasGrunerdesayunaensilencio,sigueconlamiradalospasosdelamujerquecocinaloque al parecer será el almuerzo. Entonces algo ocurre.Unoficinista,unhombredefaccionesorientalesvestidocomoél,unoqueposiblementetomeelpróximotrenylleveconsigosuficientecambioparadosboletos,entraalacocinaysaludaalamujer.

—HolaFi—dice,yconelcariñodeunhijobesaalamujerenlamejilla—,yaterminéafuera,¿ayudoaPeenelcampo?

Una vezmás, la comidaque se dirigía a la bocadeGruner,enestecasounatostada,sedetieneamitaddecaminoypermaneceenelaire.

—No,Cho,gracias—diceFi—,GongyGillyafueron,tres alcanzan para eso, ¿podrías conseguir un conejoparalacena?

—Seguro—respondeChoque,ganandoentusiasmo,tomaelriflequecuelgajuntoalachimeneayseretira.

La tostada de Gruner regresa al plato y queda allí.Gruner va a preguntar algo pero entonces la puerta

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vuelve a abrirse y otra vez entra Cho, que primero lomiraaél,ydespués,concuriosidad,sedirigealamujer.

—¿Esnuevo?—pregunta.FisonríeymiraaGrunerconcariño.—Llegóayer.La tostada ya no vuelve a dirigirse a la boca de

Gruner.Cuandoél se retira lamujer levanta el plato ydejacaersucontenidoenungrantacho, juntoalrestodelabasura.

LasaccionesdeGrunerenelprimerdíasonigualesalasde todas laspersonasquealgunavez estuvieronenesa situación. Recluirse ofendido y pasar la mañanajunto a la boletería de un tren que no llega. Después,negarse a almorzar y, por la tarde, estudiar en secretolas actividades del grupo. Bajo el mando de Pe, losoficinistas trabajan la tierra. Descalzos, los pantalonesarremangadoshasta los tobillos, sonríen y festejan suspropias ocurrencias sin perder el ritmo de sus tareas.DespuésFi trae tépara todosy todos,Pe,Cho,GongyGill, lehacenseñasaGruner,quesecreíaoculto,parainvitarloaunirsealgrupo.

PeroGruner, lo sabemos, seniega.Nadamás tercoqueunoficinistacomoél.Deescritoriossindivisiones,pero con línea telefónica particular, en el campo aúnconservasuorgulloysentadoenunbancodemaderaseesfuerzaporpermanecerinmóvildurantetodalatarde.Aunquenopaseningúntren,piensa.Aunquemepudraenesteasiento.

Lanochelosreúneatodosenlapreparacióndeunacálida cena familiar, donde las luces de la casa seenciendenpocoapocoylosprimerosaromasdeloque

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será una gran comida escapan hacia el frío por lasrendijas de las puertas. Gruner, con la paciencia y elorgullo atenuados con el correr del día, se rinde sinculpaysepreparaparaaceptarlainvitación,unapuertaqueseabreylamujerque,comoenlanocheanterior,loinvitaapasar.Dentro,elmurmullofamiliaryunPequecon fraternales palmadas felicita a sus hombrecitos deoficina mientras ellos, agradecidos por todo, preparanunamesa que aGruner le recuerda a aquellas íntimasfestividadesnavideñasdesuinfanciay,porquéno,alaalegre civilización de la Capital. Ante el complacidorostrodecazadorexitoso,elrostrodeunChotriunfal,sesirveunconejoquenoahora,perosíenotrostiempos,ha corrido alegremente por el campo que rodea lasinstalaciones.Enlamesarectangular,PeyFiseubicanalascabeceras.Aunladoseencuentranlosoficinistasy,solofrenteaellos,Gruner,queapedidodeGongyGillpasa a uno y a otro lado de lamesa un salero que sesolicita constantemente pero nunca alcanza a serutilizado, hasta que Pe descubre que en las carasinfantiles de Gong y Gill crecen sonrisas ansiosas einfectadas de malicia, y con un llamado de atenciónconcede a Gruner la posibilidad de abstenerse de esepase agotador y de probar, por fin y ya de noche, suprimerbocadodeldía.

En los días siguientes Gruner ensaya diversasestrategias. Sobornar a Pe, o incluso a Fi, en busca decambio es lo primero que se le ocurre. Después, conlágrimas en los ojos, ofrecer el boleto a la ciudad acambio de todo su dinero, nada de vuelto, suplica,quédesecontodo,suplicaunayotravez,yescuchacon

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desesperación una respuesta que habla de cierta éticaferroviariaqueimplicalaimposibilidaddequedarsecondinero ajeno. ProponeGruner en esos días comprarlesalgo.Lasumadelpreciodesuboletomáscualquiercosaque ellos deseen venderle será el total de sudinero, eltrato seríaperfecto.Pero tampoco.Ydebe soportar lasrisasescondidasdelosoficinistas,yotracenaenfamilia.LasprimerastareasdeGrunerquecomienzanahacersehabitualessonellavadodelosplatosdespuésdelacenay,enlamañana,lapreparacióndelacomidadelperro.Después suplica otra vez.Ofrecepagar a cambiode sutrabajo. Pagar por cualquier cosa, pagar por lamerienda.Arrimarsepocoapocoalastareasdecampo.Charlarunaqueotravezconloshombrecitosdeoficina.Descubrir en Gong facultades increíbles en lo que serefiereateoríasdeeficienciaytrabajogrupal.EnGill,aun abogado de alto prestigio. En Cho, a un contadorcapaz.Volverallorarfrentealaboleteríayporlanocheofrecerse para preparar el almuerzo del día siguiente.Cazar con Cho conejos de campo, sugerir pagar enagradecimientoalabuenavoluntaddelafamilia,pagaralmenoslosserviciosdecocina.Procurarsabercómosehaceestoycómo lootroyprocurar tambiénpagarporaquella información tan importante, que la cosecha selevantapor lamañanacuandoaúnelsolnomolesta,ylas horas del mediodía se destinan a las tareas de lacasa.Ycadatanto,conlaesperanzaquesólorenaceenalgunos días, la de conseguir cambio para pagar supasaje,sentarseenelbancodelaestaciónycontemplarunnuevotrenque,antelasinevitablesseñasdePe,pasasindetenerse.

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Después,pocoapoco,considerarlaalegríaoficinistacomouna falsa alegría. Sospechar de todo aquello, delingenuo agradecimiento de Cho, de la animosahospitalidaddeGongydelaconstanteactitudservicialdeGill, e intuir en todos ellos las acciones de un plansecretocontrarioalamorquePeyFi lesprofesan.Yalescuchar a Cho proponer armar la cama de Papá yMamá, confirma su teoría cuando juntos, los cuatro,Gruner también, entran a la habitaciónmatrimonial yenequipoextiendenlassábanasycontrolanlosplieguesquemaldobladospodríandibujardiagonales.EntoncesGong sonríe y mira a Gill, y juntos, enfrentados a loslados de la cama, levantan cada uno una almohada y,ante lamirada sorprendida de Gruner y Cho, escupenlassábanasantesdevolveraapoyarlas.

EselmomentoenqueestánrebelándoseyGrunerlosabe, tantoamornopodía ser real.Asíqueseanimayconvoztemblorosa,quesinembargoseafianzahaciaelfinal,pregunta:

—¿Tienencambio?Los tres parecen sorprendidos. Quizá la pregunta

aúnesprecipitada,perotambiénloeslarespuesta:—¿Yusted?Grunerdice:—¿Creenqueestaríaacá?Yellos:—¿Ynosotros?En un largo silencio las conclusiones de todos

parecen encontrarse y formular un plan que, aún nodefinido, los une ahora en un reciente pero sincerosentimientodehermandad.Comosiesaacciónpudiese

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ocultar las palabras pronunciadas, Gill acomoda contimidez las sábanas de una cama que aún no se hadesarreglado.Esasíqueen lanoche, cuando renace eleufóricoamorfamiliar,Grunercomprendequetodoesyha sido siempre parte de una farsa que ha comenzadomuchos años antes de su llegada. Nada le impideentoncesdisfrutarde losconsejos instructivosdePenide los besos tiernos que Fi reparte en la frente de sushombrecitoscuandoéstossedespidenparairadormir.Por la mañana se somete con gusto a las actividadescotidianas, y en la noche, cuando la duda lo invade yreconsidera el plan como una táctica audaz de suautoengaño, descubre que los ruidos que ahora lomolestan en su cuarto son en realidad pequeñosgolpecitosdealguienque llamaasupuerta.Golpecitosque, comoclavesadescifrar, lo invitana incorporarse,abrir, ydescubriraunChoansiosoquebajoelmandoorganizativodeGongha idoabuscarloparaparticipardesuprimerareunión.

El encuentro es en los baños públicos, junto a laboletería. Gill, eficiente, ha tapado con cartón lasventanasrotasparaquenopaseelfríoyhaconseguidovelasycomida.Encendidaslasprimerasypresentadalasegunda,todosedisponesobreunmantelprolijamenteextendidoenelpisodelcentrodelbaño.Sentadoscomoindios pero con la profesionalidad atenta de losverdaderosoficinistas,loscuatroseubicanalrededordelmantelyreúnensudineroenlamanodeGong.Cuatrobilletesgrandesynuevos.EsraroparaGrunerdescubrirenlascarasinfantilesdesuscompañerosunaexpresiónparaéldesconocidahastaentonces,mezcladeangustia

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y recelo. Quizá hacemeses, hace años que están aquí,quizásospechanqueenlaCapitalyahanperdidotodo.Mujeres,hijos,trabajo,unhogar,esascosasquepodríantenerse antes de quedar varado en una estación comoésta. Los ojos de Gill se humedecen y pronto sobre elmantelcaeunalágrima.CholedaaGillunaspalmadasen laespalday lehaceapoyar lacabezaensuhombro.EntoncesGongmiraaGruner;sabenqueGillyChosondébiles, que están agotados y que ya no creen en laposibilidaddeunescapesinosóloenelpenosoconsuelodemásdíasdecampo.GongyGruner,quesonfuertes,deberán luchar por los cuatro. Un plan implacable,piensaGruner, y en lamirada deGong descubre a uncompañero que sigue con atención todos suspensamientos.Gillcontinúallorando,yselamenta:

—Contodoestedineropodemoscomprarlespartedelahuerta,yalmenosvivirdeformaindependiente…

—Hay que detener el tren —propone Gong, conseriedaddesconocida.

—¿Quépretende?—diceGruner—.¿Cómosedetieneun tren? Acá hay que ser realista, la objetividad es labasedetodobuenplan.

—Díganos,Gruner, ¿por qué cree usted que el trennopara?—diceGong.

YlarespuestaansiosadeChoes:—Por las señales de Pe, que avisa que no hay

pasajerosyporesolostrenesnoparan.—Cho,dejequeGrunerdeduzcasolo…—diceGong,

y aclara—: Como verá, Gruner, detener el tren sí esposible.SóloescuestióndereemplazaraPeporunodenosotrosycuandoel trenseacerquenohacerninguna

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señal.—Habrá que rezar para que la ausencia de señal

signifique para el conductor que debe detenerse—diceGruner—;de tantasvecesquepasóde largodebeestaracostumbrado.

—Habráquerezar—repiteGill,limpiándoselosojosconunaservilletadepapel.

Todo sucede como debe suceder, como el plan loindica. Antes que nada, amanece. Fi se asoma por lapuertadelacocinaeinvitaalafamiliaadesayunar.Lospequeños oficinistas, cada uno en su cuarto, colocancalcetines en sus pies, sacos sobre los piyamas,alpargatasenlospiesconcalcetines.Peeselprimeroenutilizar el baño y el resto sigue por orden de llegada:Gong, Gill, Cho, y al fin Gruner, que como se sabeúltimoaprovechaeltiempoparaalimentaralperro,queaesahoraaguardaenlapuerta.Fisaludaatodosylosapuraparaqueeldesayunonoseenfríe.EntoncesChodistrae a Fi llevándola hasta la ventana y señalándolealgoenelcampo,quizáunposibleanimalparaalmorzarocenaresedía.Mientrastanto,GongvigilaelbañoparaquePenosalga,despuésdetodoelturnosiguienteeselsuyoynoesraroqueaguardejuntoalapuerta.YesahíqueGruneryGilldiluyenenlagrantazadecafédePelaspastillassedantesquehanrobadodelamesitadeluzdeFi.Cuando todos están sentados y la ceremoniadeldesayunopuedecomenzar,losoficinistasnohacenotracosaquemirar la tazadePe.Pero en la concentraciónqueimplicaesaprimeracomida,niPeniFipercibenlasmiradas y con las delicias que se sirven a lamesa losmismos oficinistas olvidan el tema. Al concluir, Gill

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levanta la mesa y Cho lava la vajilla. Gong y Grunerdeclaran que irán a ordenar los cuartos y a tender lascamasyantelapermisivasonrisadeFi,seretiran.

En el cuarto de Gruner, lugar acordado para elencuentro posterior al triunfo de la primera parte delplan,losoficinistas,omejordicho,GillyCho,ynoGongyGruner,encuentranlanostalgia.PorqueGillcreequedespuésdetodoFihasidocomosumadreyChoaceptaquehaaprendidomuchosobreelcampodelamanodeunhombrecomoPe.Lashorasdetrabajoconjuntoylosdesayunos en familia no podrán ser olvidados confacilidad.GongyGrunerrealizanactividadesparalelasaestas conclusiones: empacar en bolsitas unos pocosrecuerdos, como piedritas y otras cosas que hanrecolectado Gill y Cho, y algunas manzanas paradegustarenelviajederegreso.

EntoncessuenalaalarmadelrelojdeGong,ysuenaporqueeslahora.Prontopasaráeltren,porqueesteesel preciso momento en que todos los días Pe seincorporadelmatinalsillóndelecturaycaminahaciaelcampoparacolocarsejuntoalasvíasyefectuarlaseñal.Gruner se incorpora, se incorpora también Gong, yahora todo está en manos de ellos. Gill y Choaguardarán sentados en el banco de la estación. En ellivingencuentranaPedormidoensusofá.Pruebanconpalabrasfuertesyruidosas:roer,estrepitaryescudriñarson las propuestas por Gong, rapataplan es la elegidaporGrunerylarepitetresveces,peroPe,sumidoenelprofundo sueño que provocan los sedantes, nodespierta.GilllobesaenlafrenteyCholoimita,ensusojoshaylágrimasdedespedida.Gongseaseguradeque

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Fiseencuentreeneljardíntrasero,regandosusplantascomocadamañana,yallíestá.Perfecto, sedicenentresí,yalfinsalendelacasa.GillyChohacialaestación,GongyGrunerhaciaelcampo,bordeandolasvías.Enelhorizonte,elhumodeuntrenqueaúnnoseveperoyaseoye.

Después de dar varios pasos, Gong se detiene.Grunerdeberáseguir, senecesitasólounhombreparahacer la no señal. Tras aceptar las palmadas deGong,Gruner continúa andando. Va a ser difícil ver el trenacercarse y desear que se detenga, y sin embargo sólocontarcon lanoseñal.Permanecer juntoa lasvíassinhacernada,sólorezar,comodijoGill,porquequizáesasealaseñaldeDiosparaqueeltrensedetenga.

El tren se acerca, avanza sobre las dos líneas quecruzanelcampodehorizonteahorizonte.Yprontoestásobre la estación.Gruner se concentra. Permanece tanquietocomoleesposible,ycuandoeltrenpasajuntoaél le esdifícildeducir si esees el ruidodeun trenqueaceleraodeunoquevaadetenerse.Entoncesmuevelosojoshaciaabajo,hacialasruedasquesiguenlosrielesynotaquelosbrazosdehierroqueloempujancomienzanadisminuir el énfasisde sumarcha.NoveaGong,nosabedónde está, pero escucha sus gritosde alegría.EltrensealejadeélyGrunerpuedecomprobarcómo,enlaestación,sedetienedeltodo.Victorioso,contempladequéformalaestacióncomienzaapoblarsedepasajerosy,distraídoporlosruidosdeltumulto,dejadeescucharlos gritos desesperados de Gong que lo llaman. Sólodespuésdeunrato,cuandoelsilbatodeltrensuenadosveces,comprendequelosgritosleadviertenlolejosque

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se encuentra él de la estación y al descubrir la grandistancia que lo separa del tren comienza a correr tanrápidocomopuede.

En laestación,GillyCho,parasubiral tren,debenempujar a decenas y decenas de pasajeros que aúndescienden. La estación repleta de gente, valijas ypaquetes.Comentariosdesorpresayllanto.Lágrimasdeemoción.Gentequeseabrazayexclama:

—Penséquenuncapodríamosbajar—yllora.—Haceañosqueviajoenestetren,perohoyalfinhe

logradollegar—dicen,yseabrazan.—Ya no recuerdo el pueblo, y en cambio ahora, de

pronto, llegar… —dicen y, agotados, se sientan en losbancosdelaestación.

Gentequefestejaygrita,gentequeyanocabeenlaestación.Entoncesunnuevosilbatoyel ruidodel trenque comienza a arrancar. Gruner, con la asistencia deGong que lo ayuda a treparse, sube a la estación sinperder tiempo en ir hasta las escaleras. Un grupo dehombreshadesempacadosusinstrumentosytocanunamelodíaalegreparacelebrarlaocasión.GongyGruneravanzan entre niños, hombres, mujeres, globos yserpentinas, y antesdequepuedan llegar a la primerapuerta el tren ya avanza junto a ellos. Es entoncescuando Gruner ve, entre los colores alegres de lospasajeros jubilosos que lograron descender, la figuradelgadaygrisdeunperroalqueélconoce,ysedetiene.

—¡Gruner! —grita Gong, que ya ha alcanzado laprimerapuerta.

—Sinelperronomevoy—declaraGruner,ycomosiesas palabras le diesen la fuerza que necesitaba para

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hacerlo,retrocedehastaelanimalyloalzaenbrazos.Elperrosedejallevar,sucaradeespantoavanzagraciasaGrunerentrecuerposeufóricosquenolleganaadvertirel peligro y la desesperación que viven ellos cuatro.Gruner alcanza la coladel tren y se empareja con ella.IntuyequedesdealgunaventanaGillyCholoobservanconlágrimasen losojos,ysabequenopuedefallarles.Unamanofuerte,queesladeGruner,seaferraaunodeloscañosqueformanlasrejasdelaescaleratraseradeltrenyelmismoimpulsode lavelocidadde lamáquinadesprendeaGruneryalperrodelaestacióncomodeunrecuerdo que se ha pisado hasta hace poco pero queahorasealejaysepierdecomounamanchaenelcampoverde.

LapuertatraseradelvagónseabreyGongayudaaGruner a subir. Dentro Gill y Cho toman al perro yfelicitanaGruner.Estánloscuatro,loscinco,yestánasalvo.Pero,ysiemprehayunpero,enlapuertatraserahayunaventana,ydesdeesaventanaaúnpuedenversevestigiosdeesamanchaquesealejaenel campo.Unamancha que, ellos lo saben, es una estación llena degente alegre, repleta de artículos de oficina yprobablemente repletadecambio.Unamanchaquehasidoparaellosunsitiodeamarguraymiedoyquesinembargo ahora, imaginan, se asemeja a la civilizaciónalegre de la Capital. Una última sensación, común atodos,esdeespanto:intuirque,alllegaradestino,yanohabránada.

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Elcavador

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Necesitabadescansar,asíquealquiléunacasonaenunpueblodelacosta,lejosdelaciudad.Quedabaaquincekilómetros del pueblo, siguiendo el camino de ripio,hacia el mar. Cuando iba llegando, los pastizales meimpidieronseguirenauto.Eltechodelacasaseveíaalolejos.Meaniméabajar.Toméloimprescindibleyseguía pie. Oscurecía y, aunque no se veía el mar, podíaescuchar las olas alcanzar la orilla. Ya estaba a pocosmetroscuandotropecéconalgo.

—¿Esusted?Retrocedíasustado.—¿Es usted, don? —Un hombre se incorporó con

dificultad—. No desperdicié ni un solo día, eh… Se lojuropormimismísimamadre…

Hablabaapurado; estiró las arrugasde la ropay seacomodóelpelo.

—Pasa que justo anoche… Imagínese, don, queestando tan cerca no iba a dejar las cosas para el otrodía. Venga, venga —dijo, y se metió en un pozo quehabía entre los yuyales, a sólo un paso de donde nosencontrábamos.

Meagachéyasomélacabeza.Elagujeromedíamásdeunmetrodediámetroyadentronosealcanzabaavernada.¿Paraquiéntrabajaríaunobreroquenoreconocíani a su propio capataz? ¿Qué andaría buscando paracavartanprofundo?

—Don,¿baja?—Creoqueseequivoca—dije.—¿Qué?Le dije que no bajaría y, como no contestó,me fui

para la casa. Recién cuando llegué a las escaleras de

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entradaoíunlejanomuybien,don,comousteddiga.A lamañanasiguiente salíabuscarel equipajeque

habíadejadoenelauto.Sentadoenlagaleríadelacasa,el hombre cabeceaba vencido por el sueño y sujetabaentrelasrodillasunapalaoxidada.Alvermeladejóyseapresuró a alcanzarme. Cargó lo más pesado y,señalando unos paquetes, preguntó si eran parte delplan.

—Primeronecesitoorganizarme—dijey,alllegaralapuerta,lequitéloquecargabaparaevitarqueentraraalacasa.

—Sí,sí,don.Comousteddiga.Entré. Desde las ventanas de la cocina vi la playa.

Apenas había algunas olas, el mar estaba ideal paranadar.Crucélacocinayespiéporlaventanadelfrente:elhombreseguíaahí.Dearatosmirabahaciaelpozoyde a ratos estudiaba el cielo. Cuando salí, corrigió laposturaymesaludórespetuoso.

—¿Quéhacemos,don?Medi cuentadequeun gestomíohubierabastado

paraqueelhombreseecharaacorrerhaciaelpozoysepusieraacavar.Miréhacialospastizales,endirecciónalpozo.

—¿Cuántocreeustedquefalta?—Poco,don,muypoco…—¿Cuántoespocoparausted?—Poco…nosabríadecirle.—¿Creequeesposibleterminarestanoche?—No puedo asegurarle nada… usted sabe: esto no

dependesólodemí.—Bueno,sitantoquierehacerlo,hágalo.

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—Déloporhecho,don.Vialhombretomarlapala,bajarlosescalonesdela

casahastaelpastizalyperderseenelpozo.Más tarde fui al pueblo. Era una mañana de sol y

quería comprar un short de baño para aprovechar elmar;afindecuentas,noteníaporquépreocuparmeporunhombrequecavabaunpozoenunacasaquenomepertenecía.Entréalaúnicatiendaqueencontréabierta.Cuando el empleado estaba envolviendo mi compra,preguntó:

—¿Ycómovasucavador?Me quedé unos segundos en silencio, esperando

quizáquealgúnotrocontestara.—¿Micavador?Mealcanzólabolsa.—Sí,sucavador…Le extendí el dinero y miré al hombre, extrañado;

antesdeirmenopudeevitarpreguntarle:—¿Cómosabedelcavador?—¿Quecómosédelcavador?—dijo,comosinome

comprendiese.Volvíalacasayelcavador,queesperabadormidoen

lagalería,sedespertóencuantoabrílapuerta.—Don —dijo, poniéndose de pie—, hubo grandes

avances,puedequeestemoscadavezmáscerca…—Piensobajaralaplayaantesdequeoscurezca.No recuerdoporquémehabíaparecidounabuena

ideadecírselo.Peroahíestabaél,felizporelcomentarioy dispuesto a acompañarme. Esperó afuera a que mecambiara y un poco más tarde caminábamos hacia elmar.

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—¿Nohayproblemaenquedejeelpozo?—pregunté.Elcavadorsedetuvo.—¿Prefierequevuelva?—No,no,lepregunto.—Es que cualquier cosa que pase… —amagó con

volver—,seríaterrible,don.—¿Terrible?¿Quépuedepasar?—Hayqueseguircavando.—¿Porqué?Miróelcieloynocontestó.—Bueno, no se preocupe —continué caminando—,

vengaconmigo.—Elcavadormesiguió,indeciso.Ya en la playa, a pocos metros del mar, me senté

para sacarme los zapatos y las medias. El hombre sesentó junto amí, dejó a un lado la pala y se quitó lasbotas.

—¿Sabe nadar? —pregunté—. ¿Por qué no meacompaña?

—No,don.Yolomiro,sileparece.Ytrajelapala,porsiseleocurreunnuevoplan.

Meincorporéycaminéhaciaelmar.Elaguaestabafría, pero sabía que el hombrememiraba y no queríaecharmeatrás.

Cuandoregresé,elcavadoryanoestaba.Con un sentimiento de fatalidad busqué posibles

huellas hacia el agua, por si acaso había seguido misugerencia, pero no encontré nada y entonces decidívolver. Revisé el pozo y los alrededores. En la casa,recorrílashabitacionescondesconfianza.Medetuveenlosdescansosde laescalera, lo llaméenvozaltadesdelos pasillos, algo avergonzado.Más tarde salí. Caminé

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hastaelpozo,measoméylollaméotravez.Noseveíanada.Meacostébocaabajoenelsuelo,metí lamanoytanteé las paredes: se trataba de un trabajo prolijo, deaproximadamenteunmetrodediámetro,quesehundíahacia el centro de la tierra. Pensé en la posibilidad demeterme,peroenseguidaladeseché.Cuandoapoyéunamano para levantarme, los bordes se quebraron. Meaferré a los pastizales y, paralizado, oí el ruido de latierra cayendo en la oscuridad.Mis rodillas resbalaronenelbordeyvicómolabocadelpozosedesmoronabayse perdía en su interior. Me puse de pie y observé eldesastre. Miré con miedo a mi alrededor, pero elcavador no se veía por ningún lado. Entonces se meocurrió que podría arreglar los bordes con un poco detierra húmeda, aunque necesitaría una pala y algo deagua.

Volvía lacasa.Abrí losplacares,revisédoscuartostraserosalosqueentrabaporprimeravez,busquéenellavadero.Alfin,enunacajajuntoaotrasherramientasviejas, encontré una pala de jardinería. Era pequeña,peroserviríaparaempezar.Cuandosalíde la casa,meencontréfrenteafrenteconelcavador.Escondílapaladetrásdemicuerpo.

—Loestababuscando,don.Tenemosunproblema.Por primera vez, el cavador me miraba con

desconfianza.—Diga—dije.—Alguienmáshaestadocavando.—¿Alguienmás?¿Estáseguro?—Conozcoeltrabajo.Alguienhaestadocavando.—¿Yusteddóndeestaba?

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—Afilabalapala.—Bueno—dije, tratandode ser terminante—,usted

cave cuantopueda yno vuelva adispersarse.Yo vigilolosalrededores.

Vaciló.Sealejóalgunospasosperoalfinsedetuvoyse volvió hacia mí. Distraído, yo había dejado caer elbrazoylapalacolgabajuntoamispiernas.

—¿Vaacavar,don?—memiró.Instintivamente oculté la pala. Él parecía no

reconocer en mí al hombre que yo había sido para élhastaunmomentoantes.

—¿Vaacavar?—insistió.—Loayudo.Ustedcavaunratoyyosigocuandose

canse.—Elpozoessuyo—dijo—,ustednopuedecavar.El cavador levantó lapala y,mirándomea losojos,

volvióaclavarlaenlatierra.

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Lafuriadelaspestes

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Gismondi se extrañó de que los chicos y los perros nocorrieranhaciaélpararecibirlo.Intranquilo,miróhaciael llano donde, ya mínimo, se alejaba el coche queregresaría por él al otro día. Llevaba años visitandositios de frontera, comunidades pobres que sumaba alregistropoblacionalyalasqueretribuíaconalimentos.Peroporprimeravez, frenteaesepequeñopuebloquese hundía en el valle, Gismondi percibió una quietudabsoluta. Vio las casas, pocas. Tres o cuatro figurasinmóviles y algunos perros echados sobre la tierra.Avanzóbajoelsoldemediodía.Cargabaensushombrosdosgrandesbolsosque,alresbalarse, le lastimabanlosbrazos y lo obligaban a detenerse. Un perro alzó lacabeza para verlo llegar, sin levantarse del piso. Lasconstrucciones, una extrañamezcla de barro, piedra ychapa, se sucedían sin orden alguno, dejando hacia elcentrounacallevacía.Parecíadeshabitada,peropodíaadivinar a los pobladores detrás de las ventanas y laspuertas.Nosemovían,noloespiaban,peroestabanahíy Gismondi vio, junto a una puerta, a un hombresentado; apoyada en una columna, la espalda de unniño; la cola de un perro saliendo del interior de unacasa. Mareado por el calor, dejó caer los bolsos y selimpió con la mano el sudor de la frente. Contemplóconstrucciones. No había nadie con quien hablar, asíqueeligióunacasasinpuertaypidiópermisoantesdeasomarse. Adentro, un hombre viejomiraba el cielo atravésdeunagujeroeneltechodechapa.

—Disculpe—dijoGismondi.Al otro lado de la habitación, dosmujeres estaban

enfrentadas ante una mesa y, más atrás, en un catre

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viejo,doschicosyunperrodormitabanapoyadosunosenotros.

—Disculpe…—repitió.El hombre no se movió. Cuando Gismondi se

acostumbró a la oscuridad, descubrió que una de lasmujeres,lamásjoven,lomiraba.

—Buenos días —dijo, recuperando el ánimo—,trabajo para el gobierno y… ¿Con quién tengo quehablar?—Gismondiseinclinólevementehaciadelante.

Lamujerno contestó, su expresión era indiferente.Gismondisesujetóalaparedqueenmarcabalapuerta;sesentíamareado.

—Debe de haber alguien…Un referente. ¿Sabe conquiéntengoquehablar?

—¿Hablar? —dijo la mujer con una voz seca,cansada.

Gismondi no contestó; temía descubrir que ellanuncahabíapronunciadounapalabrayqueelcalordelmediodíaloafectaba.Lamujerparecióperderelinterésydejódemirarlo.Gismondipensóquepodíaestimarlapoblación y completar el registro a su criterio, ningúnagentesetomaríalamolestiadecorroborarlosdatosenun sitio como ese, pero, de cualquiermanera, el cocheque pasaría por él no iba a regresar hasta el díasiguiente. Se acercó a los chicos, al menos podríahacerlos hablar a ellos. El perro, que descansaba elmorro sobre la pierna de uno de ellos, ni siquiera semovió.Gismondi saludó.Sólounode los chicos, lento,lomiróalosojosehizoungestomínimoconloslabios,casi una sonrisa. Sus pies colgabandel catre descalzospero limpios, como si nunca hubiesen tocado el suelo.

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Gismondiseagachóyrozóconsumanounodelospies.Nosupoqué lo llevóahacereso,quizásólonecesitabasaber que el chico era capaz de moverse, que estabavivo.Elchicolomiróasustado.Gismondiseincorporó.También él, de pie enmedio de la habitación,miró alchicoconmiedo.Peronoeraeserostroloquetemía,nielsilencio,nilaquietud.Recorrióconlamiradaelpolvodelasrepisasylasmesadasvacíashastadetenerseenelúnicorecipientequehabíaalavista.Lotomóyvacióelcontenido sobre la mesa. Permaneció absorto unossegundos.Después,acaricióelpolvodesparramadosinentender loqueestabaviendo.Revisó loscajonesy losestantes. Abrió latas, cajas, botellas. No había nada.Nada para comer ni para beber. Ni mantas, niherramientas, ni ropa. Sólo algún utensilio inútil.Vestigios de jarros que alguna vez habrían contenidoalgo.Sinmiraraloschicos,comosihablarasóloparaél,preguntósiteníanhambre.Nadiecontestó.

—¿Sed?—Unescalofríolehizotemblarlavoz.Lo miraban extrañados, como si no alcanzaran a

entender el significado de esas palabras. Gismondiabandonólahabitación,salióalacalle,corrióhastalosbolsos y cargó con ellos de regreso. Sedetuvo frente aloschicos,agitado.Vació lacargasobre lamesa.Tomóunabolsaalazar,laabrióconlosdientesydejócaerunpuñadodeazúcarensupalma.Loschicosmiraroncómoseagachabajuntoaellosylesofrecíaalgodesumano.Pero ninguno pareció entender. Fue entonces cuandoGismondi sintió una presencia, percibió, quizá porprimera vez en el valle, la brisa de unmovimiento. Seincorporóymiróhacialoslados.Algodeazúcarcayóal

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piso. La mujer estaba de pie y lo observaba desde elumbral de la puerta. No era la mirada que habíamantenidohastaentonces,nomirabaunaescenaniunpaisaje,lomirabaaél.

—¿Quéquiere?—dijo.Era, como las demás, una voz somnolienta, pero

estabacargadadeunaautoridadquelosorprendió.Unode los chicos había abandonado la cama y ahoracontemplabalamanorepletadeazúcar.Lamujermirólospaquetesdesparramadosysevolvióconfuriahaciaél. El perro se incorporó y rodeó intranquilo la mesa.Por laspuertasy las ventanas comenzabanaasomarsehombres y mujeres, cabezas que se sumaban trascabezas, un tumulto que crecía. Otros perros seacercaron. Gismondimiró el azúcar en sumano. Estavez,alfin,todosconcentrabansuatenciónenél.Apenasvio al chico, su mano pequeña, los dedos húmedosacariciar el azúcar, los ojos fascinados, ciertomovimientodeloslabiosqueparecíanrecordarelsabordulce.Cuandoelchicosellevólosdedosalaboca,todosse paralizaron. Gismondi retrajo la mano. Vio enquienes lomirabanunaexpresiónque,alprincipio,noalcanzó a entender. Entonces sintió, profunda en elestómago, la herida tajante. Cayó de rodillas. Habíadejadoquesedesparramaraelazúcar,yelrecuerdodelhambrecrecíasobreelvalleconlafuriadelaspestes.

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Sueñoderevolución

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Laslucesdestellanunpardeveces,señaldequetodovaaterminar.Unaireespesoenvuelvealaclientelaenunhálitodefelizresaca.Pocossehanservidounasolavez,ycasitodoslevantanenelairelascopasahoravacías.Estiempo de una última vuelta. Se levantan de golpe,habráquereponereltragoenunabarraquecerraráencualquiermomento.Nohaytiempoparalahermandad,para la charla, para elegir un acompañamiento sólidoqueayudealacerveza.Miradasdepresuntosfiltradorescontienenlaeuforiayeltumulto.Estiempodereponerlo importante, lo imprescindible. Los cuerpos seacumulanapretados.Laspalabrasnosonamables.Losqueavanzanseabrencaminoalaposibilidad.Unnuevodestellointranquilizaalaclientela,losfuertesempujanendirecciónalabarra,losbajosaprovechanlasventajasdelavanceentrepiernas, losaltoscontemplan,evalúany rezan por la distancia que los separa del final feliz.Todosparecenencontrarlaventajaadecuadaylasumade todos compacta la masa en un solo cuerpodesesperadoque, frenético, copia la formade la barra.Copasafortunadas,enordensospechosamentelento,sellenan y retiran. No muchos parten llevando en susmanosel elixirdeunalivioquedurarápoco.Entoncessucede.Lasmanosamigasquellenabanlascopastrabanla caja, tapan las botellas, las juntan y las guardan.Dejan desnuda la barra que segundos atrás exponía elnéctar sagrado de cien modos distintos. La multitudpermanece absorta. Clientes insatisfechos persiguenmeserosqueaúnnologranocultarse.Cuandoeltumultosedesarma la vueltaa lasmesas es lentay triste.Peroalgoocurre:quienesenlasmesas,pocos,aúndemoran

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laúltimavuelta,venladecepcióndequienesvuelvensinnaday,sinolvidarla imagendelabebidaburbujeante,piensanencompartirysemiranentresíalaesperadealgunaseñal.Otrodestellosellevalaslucesdelabarra.Sonidoavajillaquesereúne,queseapila,se lava,quevuelveaapilarse,seenjuaga,seseca,seapilaotravezyalfinseordenaoseaparta.Ocultaperofirme,unavozanunciaqueelbarcerraráenunosminutos.Unescasoresto de bebidas repartidas entre todos incita risasburlonasycomentariosencontrados.Lasúltimasgotasde alcohol tienen su efecto en abrazos generosos,amistosaspalmadasquesetrasmitendemesaenmesa,felicitaciones y halagos sinceros que reconocen nuevosrostros y anudan relaciones de último momento. Unbrindis espontáneo se repite en un gesto general, elruido de cientos de copas que suenan a un mismotiempo concientiza a la masa de la importancia delevento. Los rostros sonríen y hay para todos buenosdeseos. Se sabe que afuera hace frío, que las esposasesperan en las casas, que habrá que salir, acostarse,levantarsesolosalamanecer.Conelúltimodestellodeluz, en el sonido de las copas han participado todos.Pero entonces las luces principales se encienden y losdejanaldescubierto.Elaireviciadoquelosprotegíadelviento seescapaal abrirse lapuertade salida.Seoyengolpes desde la cocina. La voz firme, pero aún oculta,reclama la retirada. «Habrá que levantarse», se oye.«Permaneceremossentados»,proponen,«conelcuerpoenlassillasnopodránacomodarlasmesas.»Serepitenlosruidosqueprovienendelacocina.Ruidodemaderacontra madera, de madera contra hierro, de hierro

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contrahierro.Ruidodearmasqueremitenaundisgustoancestralyhacequemantengan,ahoramásqueantes,elcuerporígidoenlassillas.Ensusmenteslascruzadasdelosguerreros,lasórdenesdesussuperiores,lasrisasdesusesposas.«Cuerpoensilla»,segritadesdeunamesa.«Cuerpoensilla»,serespondedesdelasotras.Yenunasolafrase,queserepitedebocaenboca,lavozdefinitivade una decisión conjunta. Pero algo sucede. Un actointeligente del bando opuesto desactiva de una vez elsueño colectivo. Los han golpeado con sus propiasarmas,puesdesde lacocina llega,gastadoydesprolijo,de seguro emitido desde un parlante improvisado, elhimnonacional.Elenemigohasidoaudazynoquedanalternativas. Guerreros, superiores y esposas hanenseñado durante años la lección de incorporarse deinmediato ante lasprimerasnotasdelhimnonacional.Noesobedienciasinodolorloqueincorporadeunoenuno a la clientela derrotada. Permanecen en el lugar,alertas pero ya sin esperanzas. Personal contrarioirrumpeconviolenciayapartalassillasque,invertidas,pronto son colocadas sobre las mesas en un acto quedespojaalpisodesuhospitalidad.Sebajanlascortinas.Aunque seguridad entra a escena, la multitud sealimenta de ilusiones. En un gesto que aclara ser elúltimo,laclientelaesinvitada,unavezmás,unaúltimavez, a retirarse. Marchar al compás del himno es lareacción gradual pero al fin la acción de todos. En laconciencia general otra vez esa idea milenaria, elrecuerdo ausente en cada uno, aunque presente en lamasa,dequeelhimnoes loqueseescuchaantesdelabatalla. Muchos conservan en sus manos las copas

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vacías.Losdedosdeesasmanos seaferranal vidrio, ylasmanoslibres,quetambiénsecierran,formanpuñosquequizánovuelvanaabrirse.Sabenqueelfinalpodríanoserbueno,sabenquesusesposaspodríanenterarsede todo, pero la causa es justa y en el grupo hayconfianza. Cuando los rociadores de agua contraincendiosseactivan,surge la incertidumbre.Pensarenqué sucederá mañana ya no es tan sencillo. Haydesilusión, muchos creen que todo ha terminado.Saldránmojadosalacalleymañana,conlacabezabaja,regresaránalbar,volveránapediralcoholyvolveránaluchar porque la salida se atrase lo más posible. Esentonces cuando se abren los pocos paraguas con losque cuenta la resistencia. Aumenta el calor. Respirarcuesta. El mal humor exaspera al grupo rebelde.Hombres uniformados empujan cuerpos hacia afuera.Movimientos bruscos golpean piernas que no quierenmoverse, hay impotencia, disgusto, y una terriblesensacióndederrota.Elhombrequedecidelasuertedellocal espera en la calle. Desde la vereda de enfrentememoriza sin esfuerzo los rostros que encabezan loscuerposarrojadoshaciaelexterior.Yenlacalle,dondeno hay música, ni alcohol, ni calefacción, todo pareceperdido. El grupo se dispersa. No hay remedio queincentive la alegría cuando todos se han rendido,cuandocadauno,borracho,recorreunacallediferente,sintiendoquedeloshombroscuelganbrazospesadosydelasmanosdedoscuyaspuntasparecieranarrastrarsesobreelcementoásperodeunaciudadqueningunodeelloshaelegido.Ensuscasasaguardanlasesposas,queenlapuntadelalenguacontienenviolentaslaspalabras

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quevanagritar.Lapalabraquequiereserescupida,loslabiosquelaretienenhastaquelaexpresiónseliberaylasbocasde esasmujeresdemasiadodelgadas, obesas,altas,bajas,jóvenesyviejas,perotodasellasesposasalfin, parecen quedar más relajadas. Ya no hay fuerzasparacambiareldestino.Alfinaldeldíaestálacamayenelsueñoellasnuncaaparecen.Perosucedenotrascosas.Nohacefaltatrabajartodoeldíapararegresaralbar.Sellega al cerrar los ojos. El hombre que abre y cierra elbarcontrola lasacciones, reconoce los rostrosdesde lamirilla ubicada en la pared de la barra. Otra vez elrecuerdo ancestral, el alcohol y la música antes decomenzarlaguerra.Laslucesnoparpadeanyaúnfaltanvarias horas para que todo comience a desvanecerse.Peroalgohacambiado.Labarraquedavacía.Lasmanosque en la barra administran la bebida se muevennerviosas, sospechan en la quietud aparente losprimeros pasos de una conspiración. La clientela seestudia los rostros. En susmentes la sospecha de queaquellonoesunsueño,dequesehanlevantado,hanidoa trabajar, y que por eso es real todo lo que ahoraocurre.Lacertezadequesusojosleenenlosojosdelosdemásunaintenciónclarayaviesa.Y,traslamirilla,elhombrelovetodo:manosquietasqueahorasemuevenal unísono, toman las copas y las arrojan al piso. Lapuertadeentradasecierra,secierrantodaslaspuertasysecierranlospuños.Alguienllamaalosguardias,peronadiemássesumaalconflicto.Lasmanos,apoyadasenel borde de las mesas, ayudan a los cuerpos aincorporarsecondecisión.Lamúsicamarcalospasosdela marcha. Las sillas han quedado vacías. En el

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ambiente,unasensaciónpegajosadealgoquecrece.Alhombreletiemblanlaspiernas,loscuerposqueavanzanhacia él se alimentan del alcohol que élmismo les haofrecido. Y hay una idea en la mente de todos. En elhombrelaesperanzadequeesoseaunsueño,yeldeseodepertenecer,algunavez,aesarevolucióndehombresvalientes. En los otros la extraña certeza, cargada deangustia, de que todo lo que ocurre es, en efecto, real.Lejos de ellos, la posible imagen demanos ásperas deesposasode jefesque losdespiertensinpiedaddesussueños para reincorporarlos al trabajo, que losdespierten sinpiedad, como cadamañana, paraque alfin dejen, sobre la almohada o sobre el escritorio, lababapegajosadeunsueñoderevolución.

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Mataraunperro

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El Topo dice: nombre, y yo contesto. Lo esperé en ellugar indicado y me pasó a buscar en el Peugeot queahoraconduzco.Acabamosdeconocernos.Nomemira,dicen que nunca mira a nadie a los ojos. Edad, dice,cuarentaydos,digo,ycuandodicequesoyviejopiensoqueél seguro tienemás.Llevaunospequeñosanteojosnegros y debe ser por eso que le dicen el Topo. Meordenaconducirhastalaplazamáscercana,seacomodaenelasientoyserelaja.Lapruebaesfácilperoesmuyimportante superarla y por eso estoy nervioso. Si nohagolascosasbiennoentro,ysinoentronohayplata,no hay otra razón para entrar. Matar a un perro apalazosenelpuertodeBuenosAireses lapruebaparasaber si uno es capaz de hacer algo peor. Ellos dicen:algopeor, ymiranhacia otro ladomediodisimulando,como si nosotros, la gente que todavía no entró, nosupiéramosquepeoresmataraunapersona,golpearaunapersona,golpearaunapersonahastamatarla.

Cuandolaavenidasedivideendoscallesoptoporlamás oscura. Una línea de semáforos rojos cambia averde,unotrasotro,ypermiteavanzarrápidohastaqueentre los edificios surge un espacio oscuro y verde.Piensoquequizáenesaplazanohayaperros,yelTopoordena detenerse. Usted no trae palo, dice. No, digo.Perono va amatar unperro a palazos si no tiene conqué. Lomiro pero no contesto, sé que va a decir algo,porque ahora lo conozco, es fácil conocerlo. Perodisfrutaelsilencio,disfrutapensarquecadapalabraquediga son puntos enmi contra. Entonces traga saliva yparecepensar:novasamataranadie.Yalfindice:hoytiene una pala en el baúl, puede usarla. Y seguro que

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debajodelosanteojoslosojoslebrillandeplacer.Alrededor de la fuente central duermen varios

perros.Lapala firme entremismanos, la oportunidadpuededarseencualquiermomento,mevoyacercando.Algunos comienzan a despertar. Bostezan, seincorporan, se miran entre sí, me miran, gruñen, y amedidaquemevoyacercandosehacenaunlado.Matara alguien en especial, alguien ya elegido, es fácil. Perotener que elegir quién deberámorir requiere tiempo yexperiencia. El perromás viejo o elmás lindo o el deaspectomás agresivo.Debo elegir. Seguroque elTopomiradesdeelautoysonríe.Debepensarquenadiequenoseacomoellosescapazdematar.

Me rodean yme huelen, algunos se alejan para nosermolestadosyvuelvenadormirse,seolvidandemí.Para el Topo, tras los vidrios oscuros del auto y lososcuros vidrios de sus anteojos, debo ser pequeño yridículo, aferrado a la pala y rodeado de perros queahora vuelven a dormir. Uno blanco, manchado, legruñeaotronegroycuandoelnegroledauntarascónun tercer perro se acerca, ladra ymuestra los dientes.Entonces el primero muerde al negro y el negro, losdientes afilados, lo toma por el cuello y lo sacude.Levanto la pala y el golpe cae sobre las costillas delmanchadoque,aullando,cae.Estáquieto,vaaserfáciltransportarlo, pero cuando lo tomo por las patasreacciona y me muerde el brazo, que enseguidacomienzaasangrar.Levantootravezlapalayledoyungolpe en la cabeza. El perro vuelve a caer y me miradesdeelpiso,conlarespiraciónagitada,peroquieto.

Lentamente al principio y después con más

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confianza junto las patas, lo cargo y lo llevo hacia elauto. Entre algunos árboles se mueve una sombra, elborracho que se asoma dice que eso no se hace, quedespuéslosperrossabenquiénfueyselocobran.Ellossaben,dice,saben,¿entiende?,yseacuestaenunbanco.Cuando voy llegando al auto veo al Topo sentado,esperándome en la misma posición en la que estabaantes,ysinembargoveoabiertoelbaúldelPeugeot.Elperrocaecomounpesomuertoycuandocierroelbaúlme mira. En el auto, el Topo sigue mirando haciadelante.Dice: si lo dejaba en el piso se levantaba y seiba. Sí, digo. No, dice, antes de irse tenía que abrir elbaúl.Sí,digo.No,teníaquehacerloynolohizo,dice.Sí,digo, yme arrepiento enseguida, pero el Topo no dicenada y me mira las manos. Miro las manos, miro elvolanteyveoquetodoestámanchado,haysangreenmipantalón y sobre la alfombra del auto. Tendría quehaber usado guantes, dice. La herida duele. Viene amatar a unperro y no trae guantes, dice. Sí, digo.No,dice.Yasé,digo,ymecallo.Prefieronodecirnadadeldolor.Enciendoelmotoryelcochesalesuavemente.

Trato de concentrarme, descubrir cuál de todas lascallesquevanapareciendopodríallevarmealpuertosinqueelTopotengaquedecirnada.Yanopuedodarmeellujodeotra equivocación,Quizá estaríabiendetenerseenunafarmaciaycomprarunpardeguantes,perolosguantes de farmacia no sirven y las ferreterías a estahoraestáncerradas.Unabolsadenylontampocosirve.Puedo quitarme la campera, enrollarla en la mano yusarla de guante. Sí, voy a trabajar así. Pienso lo quedije: trabajar, me gusta saber que puedo hablar como

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ellos. Tomo la calle Caseros, creo que baja hasta elpuerto.ElToponomemira,nomehabla,nosemueve,mantienelamiradahaciadelanteylarespiraciónsuave.CreoqueledicenelTopoporquedebajodelosanteojostieneojospequeños.

DespuésdevariascuadrasCaseroscruzaChacabuco.DespuésBrasil,quesalealpuerto.Volanteoyentroconel coche inclinándose hacia un lado. En el baúl, elcuerpo golpea contra algo y después se oyen ruidos,comosielperrotodavíatrataradelevantarse.ElTopo,creoquesorprendidoporlafuerzadelanimal,sonríeyseñalaa laderecha.EntroporBrasil frenandoyconelcochedecostadootravezhayruidoenelbaúl,elperrotratandodearreglárselasentre lapalay lasotrascosasquehayatrás.ElTopodice:frene.Freno.Dice:acelere.Sonríe, acelero. Más, dice, acelere más. Después dicefreneyfreno.Ahoraqueelperrosegolpeóvariasveces,el Topo se relaja y dice: siga. Y ya no dice nadamás.Sigo.Lacalleporlaqueconduzcoyanotienesemáforosnilíneasblancas,ylasconstruccionessoncadavezmásviejas.Encualquiermomentollegamosalpuerto.

El Topo señala a la derecha. Dice que avance trescuadras más y doble a la izquierda, hacia el río.Obedezco. Enseguida llegamos al puerto y detengo elauto en una playa de estacionamiento ocupada porgrandesgruposdecontainers.MiroalTopoperonomemira.Sinperdertiempo,bajodelautoyabroelbaúl.Nopreparé el abrigo alrededor del brazo pero ya nonecesitoguantes,yaestá todohecho,hayqueterminarpronto para irse. En el puerto vacío sólo se ven, a lolejos, luces débiles y amarillas que iluminan un poco

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unos cuantos barcos. Quizá el perro ya esté muerto,piensoqueseríalomejor,quelaprimeravezletendríaque haber pegado más fuerte y seguro ahora estaríamuerto.Menos trabajo,menos tiempoconelTopo.Yolohubieramatadodirectamente,peroelTopohace lascosasasí.Soncaprichos.Traerlomediomuertohastaelpuertonohacemásvalienteanadie.Matarlodelantedetodosesosotrosperroseramásdifícil.

Cuando lo toco,cuando junto laspatasparabajarlodelauto,abrelosojosymemira.Losueltoycaecontraelpisodelbaúl.Conlapatadelanteraraspalaalfombramanchada de sangre, trata de levantarse y la partetraseradel cuerpo le tiembla.Todavía respiray respiraagitado.ElTopodebeestarcontandoeltiempo.Vuelvoalevantarloyalgoledebedolerporqueaúllaaunqueyano se mueve. Lo apoyo en el piso y lo arrastro paraalejarlodelauto.Cuandovuelvoalbaúlabuscarlapalael Topo se baja. Ahora está junto al perro,mirándolo.Meacercoconlapala,veolaespaldadelTopoydetrás,enelpiso,elperro.Sinadieseenteradequematéaunperro nadie se entera de nada. El Topo no gira paradecirmeahora.Levantolapala.Ahora,pienso.Peronola bajo. Ahora, dice el Topo. No la bajo ni sobre laespalda del Topo ni sobre el perro. Ahora, dice, yentonces la pala baja cortando el aire y golpea en lacabeza del perro que, en el suelo, aúlla, tiembla unmomento,ydespuéstodoquedaensilencio.

Enciendoelmotor.AhoraelTopovaadecirmeparaquién voy a trabajar, cuál va a ser mi nombre, y porcuánta plata, que es lo que importa. Tomá Huergo ydespuésdobláenCarlosCalvo,dice.

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Haceratoqueconduzco.ElTopodice:enlapróximafrenesobreelladoderecho.Obedezcoyporprimeravezel Topomemira. Bájese, dice.Me bajo y él se pasa alasientodel conductor.Me asomopor la ventanilla y lepreguntoquévaapasarahora.Nada,dice:usteddudó.Enciende el motor y el Peugeot se aleja en silencio.Cuandomiroamialrededormedoycuentadequemedejó en la plaza. En la misma plaza. Desde el centro,cercadelafuente,ungrupodeperrosseincorporapocoapocoymemira.

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Lamedidadelascosas

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DeEnriqueDuvelsabíaqueeraricoporherenciayque,aunqueavecesse loveíaconalgunasmujeres, todavíavivíaconlamadre.Losdomingosdabavueltasalaplazaensuautodescapotable, sinmirarni saludaraningúnvecino, y así desaparecía hasta el fin de semanasiguiente.Yotenía la jugueteríaquehabíaheredadodemipadre,yundíalosorprendíenlacalle,mirandoconrecelolavidrierademinegocio.SelocomentéaMirta,mimujer,quedijoquequizáyolohabíaconfundidoconotrapersona.Perodespuésellamismalovio.Sedeteníaalgunastardesfrentealajugueteríaymirabalavidrieraunrato.Laprimeravezqueentró lohizosin lamenorconvicción, como avergonzado y no muy seguro de loque buscaba. Se acercó hasta el mostrador y revisódesdeahílasestanterías.Esperéaquehablara.Jugóunmomentoconelllaverodelautoyalfinpidióelmodelode un avión a escala para armar. Regresó varios díasdespuésporelmodeloqueleseguía.Envisitassucesivasincorporó a la colección coches, barcos y trenes.Comenzó a pasar todas las semanas, y cada vez sellevaba algo. Hasta que una noche, cuando yo cerrabalaspersianasdelnegocio,loencontréafuera,solofrentea la vidriera. Temblaba, tenía la cara roja y los ojoshúmedos, como si hubiera estado llorando, y parecíaalgo asustado.No vi su auto y por unmomento penséqueselohabíanrobado.

—¿Yelcoche,Duvel?Hizoungestoconfuso.—Esmejorsimequedoacá—dijo.—¿Acá? ¿Y su madre? —Me arrepentí de mi

pregunta,temíhaberloofendido,perodijo:

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—Noquierevolveraverme.Seencerróenlacasacontodas las llaves.Dicequenovaaabrirmenuncamásyqueelautotambiénesdeella.Mejorsimequedoacá—repitió.

Pensé queMirta no iba a estar de acuerdo, pero ledebía a ese hombre casi el veinte por ciento de misgananciasmensualesynopodíaecharlo.

—PeroacáDuvel…Acánohaydóndedormir.—Lepagolanoche—dijo.Revisósusbolsillos—.No

traigoplata…Peropuedotrabajar,segurohayalgoqueyopuedahacer.

Dejarlo que se quedara me parecía una maladecisión, pero lo hice pasar. Entramos a oscuras.Cuandoencendílasluces,lasvidrierasleiluminaronlosojos. Algome decía queDuvel no dormiría en toda lanochey temídejarlo solo.Se erguía entre las góndolasunagranpiladecajasquehabíanllegadoaúltimahoray no había podido ordenar, y aunque encargárselaspodía ser un problema, pensé que al menos lomantendríanocupado.

—¿Podríaordenarlascajas?Asintió.—Yoexpongotodomañana,sólohayquesepararlos

artículos por rubro.—Me acerqué a lamercadería y élme siguió—. Los rompecabezas con los rompecabezas,por ejemplo. Se fija dónde están y lo acomoda todojunto,ahí,detrásdelosestantes.Ysi…

—Entiendoperfectamente—meinterrumpióDuvel.

Al día siguiente llegué a la juguetería unos minutos

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antes.Laspersianasestabanlevantadas,ylaslucesqueya no hacían falta, apagadas. Sólo cuando estuveadentromedicuentadequeladecisióndedejaraDuvelsolohabíasidountremendoerror.Yanadaestabaensulugar. Si en ese mismo instante un cliente entraba ypedía el muñeco de un superhéroe determinado,encontrar el pedido podía llevarme toda la mañana.Había reordenado la juguetería cromáticamente:modeladores de plastilina, juegos de cartas, bebésgateadores,carritosconpedales, todoestabamezclado.Sobre las vidrieras, en las góndolas, en las repisas: losmaticesdecoloresseextendíandeunextremoaotrodelnegocio.Penséquesiemprerecordaríaesaimagencomoelprincipiodeldesastre.Yestabadecididoapedirlequese fuera, totalmente decidido, cuando noté que unamujer y sushijosmiraban el interior del local como sialgomaravilloso, que yo no alcanzaba a ver, estuvieramoviéndose entre las góndolas. Se fueron sumandootros padres y otros chicos que no pudieron evitardetenerse frente a la vidriera, y más tarde, clientes aquienes otros clientes habían comentado el asunto.Antesdelmediodíaellocalestaballeno:nuncasevendiótantocomoesamañana.Eradifícillocalizarlospedidos,pero Duvel resultó tener excelentememoria y bastabaque yo nombrara el artículo para que él asintiera ycorrieraensubúsqueda.

—Llámemeporminombre—medijoesedía—si leparece…

Loscoloresdestacabanlosartículosquenuncaanteshabían llamado la atención. Las patas de rana, verdes,seguían por ejemplo a los sapos con silbato que

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ocupaban las últimas filas del turquesa, mientras losrompecabezas de glaciares, que veníandelmarrónporla base de tierra de las fotografías, cerraban el círculouniendo sus picos de nieve con pelotas de vóley entrepeluchesdeleonesalbinos.

Niesedía,niningúnotroporeseentonces,secerróel local a la hora de la siesta, y elmomento del cierrecomenzó a retrasarse cada vez un poco más. Enriquedurmió en el local también esa noche y otras tantasnoches que le siguieron. Mirta estuvo de acuerdo enarmar para él un espacio en el depósito. Los primerosdías tuvoqueconformarseconuncolchón tiradoenelpiso. Al poco tiempo conseguimos una cama y, mástarde,compramosparaelcuartounamesacondossillasyunjuegodetoallasparaelbañoenlasqueMirtabordólaletraEencolororo.Unavezporsemana,durantelanoche,Enriquereorganizabaellocal.Armabaescenariosutilizando las formas de los ladrillos gigantes;modificaba, moviendo los juguetes apilados contra elvidrio,laluzdelinteriordellocal;construíacastillosquerecorríanlasgóndolas;inventabajuegos,competencias,concursos que seducían a los chicos y retenían a lospadresenlajuguetería.Fueinútilinsistirenunsueldo,noleinteresaba.

—Esmejor simequedoacá—decía—,mejorqueelsueldo.

Nosalíadelnegocio,paranada.ComíaloqueMirtale mandaba por las noches: viandas que empezaronsiendoalgunasrodajasdepanconfiambreyterminaronenelaboradosplatosparatodaslascomidasdeldía.

Enrique nunca tocó los modelos para armar.

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Ocupaban las estanterías más altas del local y ahípermanecieron siempre. Fue lo único que conservó sulugar.Prefirióencambiolosrompecabezasylosjuegosdemesa. En lasmañanas, si yo llegaba antes de hora,encontrabaaEnriquesentadoalamesaconsuvasodeleche,jugandoconlosdoscoloresdelasdamaschinasoencastrando las últimas piezas de un gran paisajeotoñal.Sehabíavueltosilencioso,perosindejardeseratento con los clientes, sobre todo con los chicos, conquienes tenía una comunicación especial. Se tomó lacostumbre de armar su cama por las mañanas, delimpiar lamesa y barrer el piso después de comer. Alterminar,seacercabahastamíohastaMirta,queporelexceso de trabajo había empezado a atender elmostrador, y decía «Ya armé la cama» o «Acabo determinardebarrer»osimplemente«Yaterminé»yeraese modo, obsecuente, decía Mirta, lo que de algunamaneraempezabaapreocuparnos.

Una mañana descubrí que ya no jugaba con lasmismas cosas. Había recreado sobre la mesa, conmuñecosarticulados,animalesdegranjayladrillosparaarmar, un pequeño zoológico y desayunaba su vaso delechemientrasabría laverjade loscaballosy loshacíagalopar,unoporuno,hastaunpulóveroscuroquehacíade montaña. Lo saludé y volví al mostrador paraempezar el trabajo. Cuando se acercó parecíaavergonzado.

—Yaterminéconlacama—dijo—,yordenétambiénelrestodelcuarto.

—Estábien—dije—,quierodecir…Noimportasisearmaonolacama.Estucuarto,Enrique.

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Pensé que estaba entendiendo, pero miró hacia elpiso,aúnmásavergonzadoydijo:

—Perdón,novolveráapasar.Gracias.Enrique dejó de reordenar también los juegos de

mesa.Colocólascajasenlosestantessuperiores,juntoalas réplicas para armar, y sólo subía por ellas si algúnclientereclamabaespecíficamenteeseartículo.

—Hayquehablarconél—decíaMirta—;lagentevaacreerqueyanotrabajamosrompecabezas…

Pero no le dije nada. Se vendía bien y no queríalastimarlo.

Con el tiempo empezó a rechazar algunas comidas.Le gustaba la carne, el puré, y las pastas con salsassimples. Si le llevábamos otra cosa, no comía, así queMirta empezó a cocinar sólo las cosas que a él legustaban.

Algunaqueotravezlosclientesledejabanmonedas,ycuandojuntólosuficientecompróenlajugueteríauntazón de plástico azul que traía en el frente un autodeportivo en relieve. Lo usaba para desayunar, y a lamañana, al reportar el estado de la cama y el cuarto,empezóaagregar:

—Tambiénlavémitaza.Mirtamecontóconpreocupaciónqueuna tardeen

queEnriquejugabaconunchico,seaferródeprontoaun superhéroe en miniatura y se negó a compartirlo.Cuandoelchicoseechóallorar,Enriquesealejófuriosoyseencerróeneldepósito.

—Sabés cuánto cariño le tengoaEnrique—dijoesanoche mi mujer—, pero esas son cosas que nodeberíamospermitirle.

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Aunquemanteníasuingenioalahoradereorganizarla mercadería, había dejado también de jugar con losmuñequitos articulados y los ladrillos y los habíaarchivado junto con los juegos de mesa y las réplicaspara armar, en las atiborradas estanterías superiores.Los juguetes que aún se reordenaban y estaban alalcance de clientes conformaban ya una franjademasiadopequeñaymonótonaqueapenasatraíaaloschicosdemenoredad.Pocoapoco,lasventasvolvieronabajaryellocalcomenzóotravezavaciarse.Yanohizofalta la ayuda de Mirta, que dejó de atender elmostradory,otravez,élyyoestábamossolos.

RecuerdolaúltimatardequeviaEnrique.Nohabíaqueridoalmorzarycaminabaentrelasgóndolasconsutazónvacío.Lovi tristeysolo.Sentía,apesarde todo,queMirta y yo le debíamosmucho, y quise animarlo:trepélaescaleracorrediza,quenousabadesdeelúltimodíaenquehabíaestadosoloenelnegocio,ysubíhastalas estanteríasmás altas.Elegí para él una locomotoraantigua, importada. Era la mejor réplica enminiaturaque tenía.Elpaquetedecíaque se armaba conmásdemil piezas y, si se le agregaban pilas, funcionaban lasluces.Bajéconelregaloy lo llamédesdeelmostrador.Caminabacabizbajoentre lasgóndolas.Cuandovolvíallamarlo se agachó de golpe, como asustado, y ahí sequedó.

—Enrique…Dejé la caja y me acerqué despacio. Lloraba en

cuclillas,abrazándoselaspiernas.—Enrique,quierodarte…—No quiero que nadie vuelva a pegarme —dijo.

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Tomóaireysiguióllorandoensilencio.—PeroEnrique,nadie…Me arrodillé cerca.Quería tener la caja ahímismo,

darle algo, algo especial, pero no podía dejarlo solo.Mirta hubiera sabido qué hacer, cómo calmarlo.Entonceslapuertaseabrióconviolencia.Desdeelsuelovimos, por debajo de las góndolas, dos tacones altosavanzarentrelospasillos.

—¡Enrique…!—eraunavozfuerte,autoritaria.Los tacones se detuvieron y Enrique me miró

asustado.Parecíaquererdecirmealgo.—¡Enrique!Lostaconesvolvieronamoverse,ahoradirectohacia

nosotros, y una mujer nos encontró a la vuelta de lagóndola.

—¡Enrique! —se acercó furiosa—. ¡Cómo te estuvebuscando,estúpido!—gritó,y lediounacachetadaquelehizoperderelequilibrio.Luegoloagarródelamanoylo levantó de un tirón. La mujer me insultó, pateó eltazónquehabíacaídoalpisoysellevóaEnriquecasiarastras. Lo vi tropezar y caerse frente a la puerta. Derodillas, se volvió para mirarme. Después hizo unamueca,comosifueraaecharseallorar.Alverloestirarlamanomeparecióquesusdedospequeñostratabandedesprenderse de los de la madre que, furiosa, seinclinabaparaalzarlo.

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Laverdadacercadelfuturo

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Hastaquealguiendescubrequelosproblemassontuyosyquedebuenamanerapodríanayudarteenladerrota.QuizáporesoValmontpudoserunmensaje,elpequeñoValmont,conlosenruladospelosfeosenpatasyorejasyla mujer de la veterinaria empujándolo, pobre perro,dentrodelajaula,diciendoquélindoelperritoitaliano,mirando a Madelaine para dejarla a ella tambiéntocarlo, halagarlo, dejarla decir qué lindo perrito, quélindoperritoitaliano.Hastaquealguiendescubre.

Ahora, varios años después, Madelaine mira elpaisaje por la ventana del Jaguar y no puedo tocarlaporqueyanomequiere.Esabril,esdenoche,elcaminoeslaautopistaquevaaEzeiza.AestaalturaValmont,elpequeño perro Valmont y yo, hemos establecido unaamistad inquebrantable y viajamos juntos en la partetrasera del coche. Mientras que el otro Valmont, elsegundo Valmont, viaja adelante, conduciendo miJaguar y Madelaine, en el asiento de acompañante,sonríe y le dice cosas dulces al oído.Yo, con el campooscurohacialosladosylamiradaconstantedeValmont,mepreguntosihabremostomadoelcaminocorrecto,siserá verdad que, como informó mamá, en ese pueblopequeño vive la mejor bruja de Buenos Aires y si esaseñoraestarádispuestaaarreglardeunavezportodasestos problemas que arrastramos desde hace tantotiempo.

Variosañosatrás,enunarutaparecidaperocaminoal entierro de un amigo común, yo había tomado lamanodeMadelaineyella,porprimeravez,habíadejadodemirarelpaisajeparamirarme.Mástardeleofrecíuncafé frente a la casa de San Fernando y días después

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veraneábamos juntos en una playa cerca de Atlántida,enUruguay.Noscasamoscuandocomenzóelinviernoyen la luna de miel ella eligió recorrer la costamediterránea de Europa, empezar por Portugal yterminar en Grecia. Pero no llegamos a Grecia: unapredicciónnosdetuvoenSicilia.

Nunca suceden acontecimientos inútiles, pero síacontecimientos que no debieran suceder, y quizá losúltimos años de mi vida sean fiel ejemplo de estaobservación.EnlaferiadeunaplazadeCatania,enundomingonubladodepocaactividad,Madelainehermosase acercó a las carpas de visiones y profecías.Me dijoque entráramos, que era sólo por curiosidad, que nosdivertiríamos un rato y después comeríamos algo enalgúncafé.Luego,enunacarpadorada,unamujertomósusmanosylasapoyósobreunalmohadóncubiertoporunpañuelo.Cerrólosojosyfruncióelceño.Madelainela imitó. Las conclusiones a las que llegó la gitana nopodíanserpeores:lamíaeraunamujersensibleyyounhombre racional quenada entendíadel amor.EsdecirqueyoeraelhombreequivocadoyMadelaineconoceríaalcorrectodeunmomentoaotro.Altoyatractivo,buencompañero,cuidaríadeellaparasiempre.Unextranjeroleal, lo más probable un italiano de Sicilia que ellareconoceríasinesfuerzo.Yyo,compañerodesulunademiel,paguéporlapredicciónymeesforcéendivertidostemas de actualidad para que el café con tostadasayudaraaolvidartodoynostrajeraelrestodeldía.

EnlamañanasiguientebusquéaMadelaine.Recorríelhotel,losbaresdelosalrededores,ypreguntéporellaalospocosconocidoslocales.Laencontréporlatarde,

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con el pelo cambiado a rubio y la falda nueva y corta,todavestidaendoradoyverde,yenfrentésusojosqueyadejabandemirarmepara investigarhacia los lados,buscando a aquel hombre que pronto llegaría. Acentoextranjero, italiano de Sicilia, sensible y compañero.Según ella, la ciudad era hermosa y la gente amable yalegre.Variosfueronmisintentos,missúplicasyahaciaelfinal,deseguirelviajeovolveraBuenosAires,peroMadelainesenegaba;ellugarlegustabamuchoyhabíaque disfrutarlo en profundidad, eso decía, decía que aesa altura del viaje eramejor si cada uno salía por sucuentayvisitabalaislacomoleparecieramejor.

Afuerzadepresencia,depasearsoloysinrumboporlospasillosdelhotel,misconocidos localesterminaronporinvitarmealasreunionesdelrestaurantequedaalacalleyqueseextendíansiempredesdeelfindelatardehasta lamadrugada.Notuvequeexplicarmucho,ellosmismosvieronaMadelainesonreírsinmirarme,cantarsola al llegar por la noche y cantar otra vez por lamañanaantesdeirse.Ovidio,queseuníaalgrupotardeperosequedabahastael final—cuando,alver llegaraMadelaine, todosnos levantábamosansiosos—medijoun día que en Italia hay tantas penas de amor comoconchas en la playa, rascó su nariz inmensa y pidiómariscosparatodos.Minutosmástardevicómosubocaterminabade abrirunpequeñomejillónpara comerlo.Ovidiomemiróydijoquémirás.Porunmomentosentípena, compasión porMadelaine, encontrar un italianoatractivoycompañerono leseríademasiadofácil.Mástarde,cuando llegó llorandocon lapinturacorridayelánimoheridoporeldisgusto,comprobélofácilqueera

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paramísentirmeculpableporlasdesgraciasajenas.MesentéenlacamayviaMadelainecaminardeunladoaotro de la habitación, hablar sola, asegurar ser unatonta,unadesgraciada,rogaralamujerdelaferiaqueperdonara su torpeza. Como siempre, como siempreaquellas últimas semanas, se había equivocado dehombre:enotraalmaestaríasusuerte.Alfinllegóaunaconclusiónque explicó al espejo: volvería a evaluar losconsejosdelagitanayestavezseríantomadosalpiedela letra. No me costó entender que «el hombreequivocado»nohacíareferenciaamí,ycegadoporunanuevaesperanzaayudéaarmarlasvalijasparavolveraBuenosAires.

Peroeldestinonoesciego,nosedejaengañarporeltiempo,ni por laspersonas,ni siquierapor eventualesamantes italianos,ymepreparabaunasorpresa.Quizáaúnantesdesalirdelhotelyaestabatodoarmado,quizáinclusoantesdeminacimientomimadreeligióparamíundestinodebondad,desinceridad,quehizoquetodoen el aeropuerto de Roma desembocara en miinfelicidadyenlafelicidadajena.

Unamonedabrillanteyextranjerarodóporelpiso.Sinverenellaelsignodelamalasuerte,nomeresistíallamar la atención del dueño. No evité tocarle elhombro, explicarle que se le había caído unamoneda.Grazie,grazie,dijoelhombreyunasonrisaenorme,deimpecables dientes blancos, nació en su rostro. Ladentadura perfecta y un par de ojos claros que memiraroncomoatravesándome,ojosquepodíanver,aunantes de que apareciera, la imagen de Madelainehermosaqueavanzabahacianosotros.Surostrofresco,

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sus ojos claros mirando otros ojos claros. EntoncesescuchéunCiaoragazza,unPrincipessa,ylarisasuavede Madelaine confirmó un destino rigurosamentepredeterminado.Palabrasdulcesseimpregnaronenmiabrigo,yyomismolleguéarepetirlasabrumadoduranteunlargoviajederisasyencuentrosfortuitosprimerodemanosyluegodebocasconsaborachampagne.Cometichiami, bambina?, y la voz dulce de la hermosaMadelaine contestando todas las preguntas.Bel nome,iosonoValmont.

Mi corazón guardaba la esperanza de saber queValmont era unnombre de vino, unnombre de perro,un nombre francés, y de ninguna forma un nombreitaliano.PerohoraahoralassonrisasdecretaronfuertesdecisionesyenelaeropuertodeBuenosAiresValmontyyo, el pequeño perro Valmont y yo, quiero decir,debimos ocuparnos de las valijas y volver a casa paravivir solos bastante tiempo. Solos festejamos nuestroscumpleañosysolos invitamosamamáacenaralgunasveces. Por supuesto que en todos aquellos encuentrosmamá preguntó por la dulce Madelaine, y aunquesiemprerespondimosconobjetividad,ellasiempresalióensudefensa.Segúnmamá,mimujercitaerasensibleyhermosa, y yo, que era como era, decía mamáseñalándome,noteníaderechoareclamarnada.

Hasta que una tarde de lluvia sonó el timbre, eraMadelaine hermosa. Más hermosa que nunca,empapada y temblando de frío, me enseñó que eninviernodebía encender el hogar y pude ver que cercadel hogar la piel de las mujeres siempre es másanaranjada, más cálida que de costumbre, y cuando

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pensé que otra vez me quería dijo que ese amor, elnuestro,eradiferentedeloqueyopensaba,eraunamorcomoloeseldemamáhaciamí,ocomoeldeellahaciael pequeño Valmont. Era un amor para ayudarnos yprotegernos como hermanos, y eso era justamente loque ella necesitaba ahora, que la aceptara otra vez encasa, que la aceptara con todas sus cosas. Y al díasiguiente, porque a las princesas hermosas no se lespuededecirqueno,Madelainehabíaregresado.

Muchas cosas cambiaron entonces. El pequeñoValmont y yo tuvimos que ir cediendo espacios.Huboque hacermás lugar en los placares, tirar cosas viejaspara que entraran sus nuevos adornos, vaciar miescritorio para que ella y el otro Valmont tuviesen unlugarapropiadodondedormiryestartranquilos.

En una cena que organizamos en casa, mamáconocióaValmontyfelicitóaMadelaine,laabrazóyledijoqueella seguía siendosudulceniña,quecadadíaestaba más hermosa y que su nuevo novio eraguapísimo;Valmont,quelasmirabaconcariño,sonrióyofreciómásheladoa lasmujeres.Élno trabajabaperoayudaba en la casa y siempre cocinabapor lasnoches.Según mamá y la hermosa Madelaine sus platos eranexquisitosyyoteníamuchoqueaprenderdeél.

Perolafelicidadesbreveynuncafaltanrazonesparadesaprovecharla.MihermosaMadelaine,durmiendosinmí en el cuarto de al lado, me quitaba el sueño yperturbaba cualquiermomento del día en que pensaraen ella, es decir todos. Ymamá, que cuando tiene queserlo es sincera y dura, pero también comprensiva yconocedora de su hijo, advirtió un día que yo estaba

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triste, yo sentado en un banco y triste, y me dijo quehabíaquesolucionarelproblema.Preparótéehizoquele contara lo que estaba pasando. Yo obedecí y ellaescuchó; después permanecimos en silencio hasta queellatomóladecisióndequeconfiarenlaprediccióndeunagitanadeferianoeracorrecto,oqueentodocasoloqueestabamaleraconfiarenunasolapredicción.Habíaque consultar otra vez y quitarse las dudas. La brujadebíaserlamejordeBuenosAires.Mamáseabrigó,labufanda bien ajustada al cuello, y salió de casa. Treshoras después llamabapor teléfonopara dictarmeunadirecciónqueanotéconansiedad.

ElJaguarsaledelaautopistaJorgeNewberyytomala ruta cincuenta y ocho. Poco a poco la ciudad vaquedandoatrásysóloseveloquemuestranlaslucesdelcoche: un tramode la ruta y, hacia los lados, una finalíneadetierraquedejaadivinarelcampooscuro.Cadatanto, a lo lejos, un pequeño cartel iluminado hacevariarelpaisaje,cartelesquepasanparaperdersedetrásy que anticipan grupos de casas y luces, grupospequeños y lujosos. «St. Thomas», «El Solar delBosque», «Campo Azul», «El Lauquen». Miro aValmont,alpequeñoValmontsentadojuntoamí,ynospreguntamos,elperroyyo,siseráncountries,clubesocementerios, y si en todo caso no será lo mismo; nospreguntamos si ahora vamos camino a la solución denuestros problemas, o si eso, justamente, es lo queestamosdejandoatrás.

Valmontdisminuyelavelocidadydoblaparatomarun sendero de tierra. Parece conocer el camino y nopuedo evitar pensar en mamá indicando roles y

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funciones para que la trampa que me tienden salgaperfecta. Sentirse solo entristece incluso al hombremejorpredispuesto.Peroprontoelmiedopasa,porqueentrando por detrás al pueblo de San Vicente, con lascalles de barro y como única luz la luz amarilla de lascasas,enunranchopequeñodondeelsonidodelarutaya no se oye, autos de la alta burguesía esperan elmomento de la predicción. Apenas el otro Valmontestaciona, el pequeño y yo corremos hacia la casa yreservamosturno.Madelainehermosasonríeyningunode nosotros semuestra nervioso, todos creemos sabercuál será nuestro destino y sólo hemos venido paraconfirmarlo.

Prontonoshacenpasar.ElotroValmont,elpequeñoValmontyyo,ocupamosunmismosillón.Madelainesearrodilla frente a unamesa, muy cerca de nosotros, ydejaque lamujer le tome lasmanosy lasapoyeenunpañueloanaranjado,sobreunalmohadón.Unafiebredenervios trepapormispiernas y en la tranquilamiradadel pequeño Valmont me parece descubrir la verdadacerca del futuro. La mujer pregunta el nombre deMadelaine y la hermosa Madelaine dice su nombre.Después,durante toda lapredicción,sóloseescucha lavozdelamujer.Lasmismaspalabrasylamismavozdemeses atrás repite, pobre de mí, el mismo vaticiniocomo un dictamen del cielo: italiano de Sicilia,extranjero leal, sensible y buen compañero. El otroValmontapoyasumanosobreelhombrodeMadelainey juntos semiran con ternura.No es difícil ver en susojosquehacetiempoyaqueValmonthadescubiertolapielanaranjadaycálidadeMadelainehermosa.Cuando

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un fríocruelmecala loshuesosnomequedamásqueaceptarmidestino.

Despiertoenelasiento trasero.Elauto recorrea lainversa la ruta oscuraquehaceunashorasme llenabadeesperanzayeuforia.Comounapesadilla,MadelaineyValmont hablan con alegría. Pensar en quién habrápagado la predicción, o ver a mi lado al pequeñoValmontbostezando,medistraendel gran cambioqueseavecina.Miroalpequeñoydescubroque,sibienenunprimermomento pudo ser portador de unmensajeterrible, ahora es el único ser en el quepuedo confiar.Volveraempezarnoesmalaidea,yquizáamítambiénme esperen buenas predicciones, futuros tangibles yfelices buscando dueño en cualquier carpa dorada yverde.

Measomoporentreelasientodelconductoryeldelacompañante, losmiro con firmeza y explico que ellosnomequieren,quelascosasestánclarasparamíyquepor eso de ahora en más todo debe cambiar. El otroValmont, que nunca opina demasiado, dice estar deacuerdoycuando,conunextrañobrilloenlosojos,miraa mi Madelaine, ella sonríe y me besa en la mejilla.Despuéssólopuedoconcentrarmeenelsonidodelautoquedisminuyelavelocidadhastadetenerse.

Enlarutaelvientoesfríoyhacedifícilescuchar loquediceMadelaine,quedesde la ventanillamemiraymueveloslabios.Podríaestardiciendoteamo,onovoyaolvidarte,oquizádigaque todoesuna trampayqueme ha hecho bajar del auto obligada por el otroValmont. Pero deja de hablar y cierra el vidrio de laventanilla.Sus labiosrojosempañanunamarcaquees

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unbesoyqueesparamí,peroqueahora,lentamente,sealeja con el auto, con todo lo que antesme rodeaba yque, a la distancia, se oscurece de a poco. El pequeñoValmontmemiradesdeelasiento trasero,una imagenborrosayoscura,comounmalaugurioenelhorizontedelaruta.

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LapesadavalijadeBenavides

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Regresaalcuartoconunavalija.Resistente, forradaencueromarrón,seapoyasobrecuatroruedasyofrececonelegancia su manija a la altura de las rodillas. No searrepientedesusacciones.Creequelaspuñaladassobresu mujer son justas y de quedar algo de vida en esecuerpo terminaría el trabajo sin culpa. Lo que sabeBenavides, porque así es la vida, es que pocoscomprenderíanlasrazonesdelasesinato.Entoncesoptapor el siguiente plan: evitar que la sangre chorreeenvolviendo el cuerpo en bolsas de residuos. Abrir lavalija junto a la cama y, con el trabajo que implicadoblarel cuerpodeunamujermuerta trasveintinueveañosdevidamatrimonial,empujarlohaciaelpisoparaquecaigasobrelavalijay,oprimiendosincariñodentrode los espacios libres la masa sobrante, acabar deencastrarelcuerpo.Alterminar,másporprolijidadquepor precaución, recoger las sábanas ensangrentadas yguardarlas en el lavarropas. Envuelta en cuero sobrecuatro ruedas ahora vencidas, el peso de la mujer nodisminuyeenabsoluto,yaunqueBenavidesespequeñodebeagacharseunpocoparaalcanzarlamanija,posturaque no ayuda en gracia ni en practicidad, y pococolaboraen laaceleracióndel trámite.Peroél,hombreorganizado,enpocashorasestáenlacalle,enlanoche,avanzando,pasoscortosyvalijaatrás,hacialacasadeldoctorCorrales.

El doctor Corrales no vive lejos de allí. Benavidestoca el timbre de un gran portón cubierto por plantassobre el cual pueden verse los pisos más altos de laresidencia.UnavozfemeninaenelporterodiceDiga.YBenavidesdiceBenavides,necesitohablarconelseñor

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Corrales.Elaparatohacealgunosruidospropiosdeunportero eléctrico que lleva allí varios años, y luegopermanece en silencio. Mientras espera, Benavides secoloca inútilmente enpuntasdepie y cada tanto espíaentrelastupidasplantasdelanaturalezaqueseasomatraselmurodeladrillos,peronologravernada.Al finvuelveatocareltimbre.LavozenelporterodiceDigayBenavides dice otra vezBenavides, que quiere hablarcon el doctor Corrales. El aparato repite los mismosruidos y luego vuelve a permanecer en silencio.Benavides espera unos cuantos minutos y después,quizácansadoporlastensionesdeldía,acuestalavalijaenelpisoysesientasobreella.Esperar,piensa,yquizáese pensamiento lo relaje, puesto que despierta mástarde, cuando el portón se abre y algunos hombres sedespiden.EntoncesBenavidesseincorporaymiraaloshombressinidentificar,entreellos,aldoctorCorrales.

—Necesito hablar con el doctor Corrales —diceBenavides.

Unodeloshombrespreguntasunombre.—Benavides.—El hombre le indica con amabilidad

queaguardeunmomentoyvuelveaentraralacasa.Elresto de los hombres conversan frente al portón.Cuando Benavides se aleja un poco los hombres lomiranconcuriosidad.

Minutosmás tarde,elhombrequesehabíaalejadoregresa:

—Eldoctorloespera—diceaBenavides,yBenavidesvuelveporsuvalijayentraalacasaacompañadoporelhombre.

NoesextrañoencontraraldoctorCorralesenpleno

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ejerciciodesusvirtudesfrenteasusdiscípulos.Erguidosobre el piano, rodeado de hermosos y jóvenesadmiradores, se deja llevar por el tiempo que ledemandaunasonataqueloobligaaduplicarsuesfuerzosegundo a segundo. Benavides aguarda entre lascolumnasquerecorrenelcentrodelasalahastaquelainterpretación culmina y los hombres que antesrodeaban al doctor Corrales festejan y abren elsemicírculo que formaban. El doctor Corrales recibeagradecido la copa de champagne que se le ofrece.UnhombreseacercaaldoctorylecomentaalgoaloídoaltiempoquemiraaBenavides.Corrales sonríe yhaceaBenavides una seña. Benavides toma su valija y seacerca.

—Cómoleva,Benavides…—Doctor,tengoquehablarconustedenprivado.—Dígame,Benavides,acáestamosenconfianza…—Decirle no es problema, Doctor. Lo que pasa es

que…—Benavidesmirasuvalija—,pasaquetengoquemostrarlealgo.

El doctor Corrales enciende un cigarro y estudia lavalija.

—Bueno, qué más da. Le doy cinco minutos,Benavides.Venga,sígameamiconsultorio.

Las escalerasque, seguidoporBenavides, el doctorCorrales sube, conducen a las habitaciones del primerpiso.Escaloneslargosybajos,delisomármolblanco,nodificultan demasiado el lento paso de Benavides, quecargaconla inoportunidaddeaquellavalijademasiadogrande.Perolaescaleraquenaceenelprimerpisoyqueel doctor Corrales toma es diferente. Demasiado

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angosta, de altos escalones cortos y enmarcada por uncorredoroscurodeparedesempapeladasconarabescosmarrones, negros y bordó, hace del esfuerzo deBenavidesunaluchadesmesurada.Pasoapaso,lacargade la valija va empapándolo de sudor a la vez que elcuerpoágilylibredeldoctorCorralessealejaysepierdeescalones arriba. Y quizá sea esta soledad húmeda yoscuraen laqueBenavidesseencuentra laque lohacereflexionar y dudar del presente. No del presenteinmediato, es decir, de la escalera, del esfuerzo y delsudor,perosí sobreelasesinato.Quizáesaquícuandose dice que todo podría ser un sueño, que otra vez haestado fantaseando sobre la posibilidad dematar a suesposa y ahora sube las escaleras que lo llevan alconsultoriodelmédico,aquienhamolestadoalasdosymedia de la mañana, arrancándolo de sus célebres yprestigiosos invitados, para decirle mire doctor, losiento,perotodohasidounaequivocación.¿Quéhacerentonces?Mentirseríaunainsensatezycorrerescalerasabajo sería inútil, puesto que en la próxima sesióndebería decir la verdad de cualquier forma, y a estohabríaque sumarleunaexcusaque justificaraelhaberescapado de su casa a las dos de la mañana con unapesada valija en la mano. Tras el último escalón,Benavides encuentra que el doctor Corrales lo esperajuntoalapequeñapuertadesuconsultorioyloinvitaapasar.Dentro,eldoctorenciendeunapequeñalámparacuya luz tenueapenasalcanzapara iluminarelespacioque los rodea e invita a Benavides a sentarse del otroladodel escritorio.Sin soltar lamanijade su equipaje,Benavidesaccede.Eldoctorsecolocaunpardeanteojos

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ybuscaensuficheroelapellidoBenavides.—Muy bien, ¿qué nos apura a adelantar treinta y

ochohorassupróximasesión?Benavidessereacomodaenelasiento.—Doctor,todoestoesungranmalentendido,ledebo

disculpas,verá…EldoctorCorralesloobservaporsobresusanteojos.—Esunsueño,quierodecir…Estoyconfundido,por

unmomentopenséquehabíamatadoamimujeryquelahabíaenroscadoenlavalijayahoraentiendoqueenrealidad…

EldoctorCorraleslointerrumpe:—A ver si entiendo, Benavides…Usted irrumpe en

micasa, enmi reunión íntima,a lasdosymediade lamañana,conunavalijaenlaquedicellevarasuesposa,asesinadayenroscada,yencimapretendeconvencermedequetodoesunsueñoparairseasínomás,sinmásnimenos…

Benavidesseaferraalamanijayconespantomiraaldoctorqueledice:

—Ustedcreequeyosoyestúpido,Benavides.—No,doctor.—¡Levántese!—Sí,doctor.Benavides se incorpora sin soltar la manija,

obstáculoqueloinclinalevementehaciasuderecha.—Mire, Benavides, es evidente que usted está

sumamenteexaltadoyfatigadoporesteasunto.Vamosatratardecalmarnos,¿deacuerdo?

—Sí,doctor.—Dejeasumujeracáysígame.

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Corralesseincorporayavanzahacialapuerta,peroBenavidesesincapazdesoltarlamanija.

—Relájese, Benavides. Usted necesita descanso. Ledoyunahabitación, duermaunpoco, ymientras tantoyopiensoquéhacemosconsumujer,¿leparece?

—No,doctor,yopreferiría…CorralestomaaBenavidesdelbrazoyloinstaasalir

del consultorio sin la valija. Avanzan por un pasilloalfombrado en el cual cada tantos metros hay dospuertasenfrentadashastaquealfinCorralessedetieneanteeltercerparyabrelapuertadeladerecha.

—Su cuarto —anuncia—, descanse que mañanasolucionaremossuproblema.

DespiertaBenavidesenlaluzdeunnuevodíayporunmomento cree encontrarse en su cama, junto a sumujer, en una infeliz mañana cualquiera. Prontocomprende la situaciónyse incorpora.¿Quéhacerconsudesdicha?Quénostalgia,pensarqueapocoscuartosdedistanciasumujerloesperaenroscadaenunavalija.Piensa que prever la manera en que terminarán lascosas le evitaría tomar decisiones equivocadas, pero lavida, y en especial la suya, se adecúa a la repeticiónmonótona de estúpidos hechos espontáneos, como losqueahora lohacenpermaneceren la camaa la esperaatentadelllamadodeldoctorCorrales.Confíaescuchartraslapuertalavozdeldoctor,despierteBenavides,suproblema ya está resuelto, o buenos días Benavides,aquí estoy con su mujer que ya se siente mejor, osimplemente despierte Benavides, todo fue un mal

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sueño, desayunemos juntos unas tostaditas con miel,porque al fin, concluye Benavides, el modo importamenosquelaprontaresolucióndelproblema.

Peroeltiempotranscurreynadasucede.Todoobjetosecomponedemillonesdepartículasquesedesplazanyaun así Benavides no logra percibir en el cuarto nadaque pueda ser considerado movimiento. Al fin seincorpora. Qué tema éste el del sueño en la mañana,piensaBenavides,cómocuesta.Sehaacostadovestido,demodo que ahora se limita a colocarse y anudar suszapatos.Abrelapuerta, laluzdelosventanalesalfinaldel pasillo le molesta en los ojos, pero aun así decideavanzarhastaelconsultorio.

Lo que hay allí, o mejor aún, lo que no hay, esangustiante.Dentro de la habitación abierta, nada quese parezca a una valija. Así, la desdicha encuentra aBenavides inclusoen casaajena,puestoquealguien sehallevadoasumujer.Apasorápido,corriendoporloslargospasillosconbrevesdescansosalaminorarelpasoenlasesquinas,recorreelfinaldelprimerpiso,bajalasescaleras, cruza el hall central hacia otros pasillos yrecorre partes de la casa para él desconocidas: máspasillos, nuevas habitaciones, jardines de inviernorepartidos caprichosamente por toda la casa, una grancocina en la que irrumpe exhausto para que trescocineras uniformadas con pulcritud lo miren sinsorpresa unos pocos segundos. Pero enningún sitio eldoctor Corrales, en ningún rincón la valija o cualquierotra valija, y de ninguna manera su mujer de pie yhablando. En la cocina las mujeres regresan a losquehaceresculinarios.

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—BuscoaldoctorCorrales.—Desayuna—diceunadelasmujeres.Benavides vuelve un momento su mirada a los

pasillosvacíosyluegoregresaalumbral.—¿Dónde?—Desayuna—repitelamujer—,nosesabedónde.—Podría ser en cualquier parte de la casa—agrega

otradelasmujeres—.¿Noesasí,Carmen?—agregaotradelasmujeresyenseguidatodasvuelvenasulabor.

Benavidescomprendequenohabrámáspalabras,demodoquevuelvealpasillopara,detrásdesí,encontraral doctor Corrales, que en sumano derecha lleva unahumeantetazadecaféyenlaizquierdaunpandequesoamedio terminar.Benavides va a preguntar qué hacíausted, dónde estaba, pero ya imagina a Corralescontestardesayunaba,aquímismo.

DiceCorrales:—Usted anoche llegó en muy malas condiciones,

Benavides,muchoalcohol.Lopuseadormiryleguardélavalijaenelgaraje,¿lepidouncoche?

—No,ustednoentiende;anochehubounincidente,unproblema,enmicasa,verá…

—Yo entiendo, Benavides, usted sabe que acá notiene que explicar nada, vaya tranquilo nomás —diceCorralesalavezquedivideelrestodepandequesoendosporcionesparaofrecerleaBenavideslamáschica.

—No, gracias —dice Benavides refiriéndose a laoferta, y pronto vuelve sobre el tema—, se trata demimujer.

—Sí, ya sé, casi todo se trata de eso, pero qué va ahacer…

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—No,noentiende,mimujerestámuerta.—¿Por qué insiste, Benavides? Si yo le digo que lo

entiendo…Lamíaestámuertadesdequenoscasamos.Cada tanto habla: se empeña en la idea de que estoygordo,peronohayquedarlesimportancia…

—No,mire,dememivalijaylemuestro.—Enelgaraje,yaledije.Yoahoralodejoquetengo

pacientes,¿leparecebien?Vayaasucasa,Benavides:seduchayantesdeacostarsemetomaestaspastillitas,yavaavercómoduerme.

BenavidesrechazalaspastillasqueleofreceCorralesparadecir:

—Venga, se lo ruego, tengo que mostrarle lo quetraigoenlavalija.

CorralesestudiaunmomentoelimploranterostrodeBenavidesyalfin,decepcionado,asiente.Noesmédicode andar acompañando pero cada paciente tiene susmaníasyalfinyalcaboparaesoestá.

Durante el recorrido la cruda verdad trepa por laspiernasdeBenavides conun cosquilleoque intensificasus nervios. Salen por la puerta principal, cruzan eljardín e ingresan al garaje por el frente. Adentro estáoscuro. Corrales enciende la luz y las mesadas deherramientas,lascajasdeviejosarchivos,losordenadosgruposdeutensiliosyartefactos,ysupropiavalija,solaydepieenmediodetodoaquello,permanecenestáticosbajounanuevaluzazulyescasa.

—Aver,muéstremeBenavides.Benavides se acerca a la valija, que rodea a paso

lento. Al acostarla para sacar las trabas tiene laesperanza de encontrarse con el liviano peso de los

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equipajesvacíos.Entoncestodoseríaunaequivocación,como el mismo Corrales le había explicado anoche,cuando él había llegado, como Corrales asegura,borracho.Disculpe,Corrales,lejuroqueestonovuelvea pasar, deberá decir en caso de que eso suceda. Oquizá,alabrir lavalijayencontrarlavacía,descubra lamirada cómplice de Corrales, quizá Corrales diga yaestá, Benavides, no me debe nada. Pero al tomar lamanija,elpesodeunamujercomo lasuya le recuerdaque las acciones tienen consecuencias. Su rostroempalidece, se sientedébil y lavalija cae sobreunodesus lados conungolpe secoquemancha el pisodeunoscuroliquidoyaespeso.

—¿Sesientebien,Benavides?Benavides responde sí, claro. No puede pensar en

nadamásqueenesecuerpoenroscadoyenque,traslacaída, aun antes de quitar las trabas y abrir la partesuperior,lavalijayadespideunolorputrefacto.

—¿Quétrae,Benavides?EntoncesBenavidesdescubreel error: confiarenel

doctorCorrales,tenerlaesperanzadequeaquelmédico,un hombre que dedica su vida a la salud mental, lorescatarádesemejantesproblemas.Asíquedicenadaysealejadelavalija.

—¿Cómoquenada?—No, mire Corrales, otro día lo hablamos, ahora

vayaaatenderqueyomearreglo.—No,no,cómoquesearregla;venga,déjemever.Corralesseacerca.Benavidesseagachaysostienelas

trabas para que Corrales no pueda abrirlas, pero elmédicoseagachajuntoaélydicedéjeme,aver,córrase

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yconunsimpleempujónBenavidescaealpiso.Corralesfuerzalastrabasperonolograabrirlas:exigidasporuncontenido cuya masa es superior a la capacidad delequipaje,semuestrandurasyresistentes.

—Ayúdeme—ordenaCorrales.—No,mire…—Le digo que me ayude, Benavides, déjese de

huevadas —dice Corrales indicándole que se sientesobre la valija. En la superficie de cuero irregularBenavideseligeelsitiomáspropicioyasí,conelpesodesucuerposobreelde sumujery la fuerzaejercidaporlasmanosdeCorrales,logranalfinliberarlastrabas.

Benavides se incorpora y se aleja de la valija que,aunque destrabada, aún no ha sido abierta. No quierever.Aceleradoslatidoscomprimensucorazón.Corralesestudialaescena.Yasabe,piensaBenavidesalverqueelmédico se incorpora y camina hacia él. Corrales sedetiene y desde allí mira la valija. En voz baja, casihipnotizado,leordenaaBenavides:

—Ábrala.Benavides permanece en su sitio.Quizá piense que

éste es el final, o quizá no piense en nada, pero al finobedeceycaminahastalavalija.AlabrirlaolvidaporunmomentoaCorrales:sumujerdobladacomounfeto,lacabeza torcida hacia adentro, las rodillas y los codosencastradosconesfuerzodentrode larígidaestructuraforrada en cuero, y la grasa que ocupa los espaciosvacíos.Quécosa lanostalgia, sediceBenavides, tantosañosparaverteasí.

Hilosdesangrequeavanzandesdelavalijahacialosladoscomienzanamancharelpiso.LavozdeCorrales

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lodevuelvealarealidad:—Benavides…—Yenlavozquebradasevislumbrala

angustia del médico—. Benavides… —Corrales, a pasolento, se acerca a la valija sin dejar de mirar sucontenido.LosojosllenosdelágrimasvuelvenalfinsumiradaaBenavides—,maravilloso—concluye.

Benavides revisa la valija con la mirada, como siverificara su contenido, y en la duda permanece ensilencio, con la cabeza torcida y lamiradadequiennoentiende las palabras y ha perdido el valor para exigirque sean repetidas.De todosmodos,Corrales vuelve adecir:

—Maravilloso.—Y niega con la cabeza, como si noalcanzara a comprender cómo Benavides ha podidohaceralgosemejante,paraagregar—:Esustedungenio,pensarqueyolomenospreciaba,Benavides.Ungenio.

Benavides vuelve amirar el contenido de su valija,pero lo que encuentra allí es lo que hay: su mujer,morada,enroscadacomoungusanoensalsadetomate.

—Ungenio—insisteCorrales.TrasdarleaBenavidescariñosas palmadas en el hombro, deja descansar conamigable entusiasmo su brazo sobre la espalda deBenavides—. Déjeme despabilarme, no es poco lo queplanteaustedconesto—lomiraconcariño—,bueno,leinvito a una copa. Aunque no lo crea, yo conozco a lapersonaqueustednecesita.

Corrales suelta a Benavides y se dirige hacia lasalida.

Un genio, realmente hermoso, repite en voz bajacuandosealeja.Benavidestardaenreaccionar,peroencuanto entiendequeCorralesdejará el garaje, y que si

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nohacealgoquedaráallísolo,contemplaporúltimavezsuvalijaycorretraslospasosdelmédico.

Aceitunas, trocitos de queso y de salame, papassaladas,galletaspequeñassaborqueso,cebollayjamón.Todoprolijamentedispuestosobreunagranbandejademadera,enlamesaratoneradellivingprincipal,juntoatrescopasfinasenlascualesCorralessirvevinoblanco.

—Donorio llegará pronto y estará encantado enconocerlo.

Benavides asiente. Aunque no comprende algunascosas, el buen aperitivo lo relaja. Cuando suena eltimbre,unade lasempleadasqueantesamasabaen lacocinaingresaallivingvestidademucamaysedirigeala puerta. Aunque desde allí no puede ver nada,BenavidesescuchalafrasebuenosdíasSeñorDonorio,yesperaoírunarespuestaquenoseproduce.Leinquietano saber si el hombre, tras el saludo, habrá o nosonreído,omiradoalamujer,uomitidoporcompletolapresenciafemeninaycolgadoporsímismosusombreroysuabrigo.Benavidescreequesonestasmenudenciaslasquedefinenalaspersonas.Poresomismo,latardíaaparicióndeDonoriolepreocupaenexceso,aligualquela silenciosa actitud distraída de Corrales, o la de lamucama,queal fin reapareceparaabandonarel livingacomodándose la ropa, para dejar asomar al hombrealtoyapuesto,yasinsombreroniabrigo.

—Donorio,lepresentoamiamigoBenavides.Donorioseacerca,estudiaconcuriosidadelcuerpo

pequeño de Benavides y al fin estrecha su mano.Corralessonríe,sirvemásvinoeinvitaaloshombresacomeralgo.

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—El señor no tiene idea de lo que está por ver —continúa Corrales, dirigiéndose a Benavides—; ojo, noquiero ser arrogante, eh: Donorio ya tiene experienciacon grandes artistas, pero aun así no creo que seimagine lo que le tenemos preparado, ¿no es cierto,Benavides?

Benavidesacabasuvinoconlaprisadequiendeseaconcluir un trámite obligatorio. Aún no comprende elplan de Corrales y la intromisión de desconocidos loincomoda.

—Quieroverlo—dicealfinDonorio.Corralessonríeansioso.—Vio,Benavides,noseaguanta.—YBenavides,que

yaadivinalasiguienteacción,asienteconsternado.Lostresseincorporan.Nerviosos,cadacualconsusrazonesy esperanzas, semiran entre sí y pronto abandonan lamesa.

Cruzandelacasaalgaraje.DelantevaCorrales,quedisfrutaapasolentoelcaminoquelosllevaráaléxito;losigue Donorio con prudente desconfianza, pero así ytodo con curiosidad.Detrás, retrasado, presintiendo laproximidaddelavalija,losfrágilesnerviosdeBenavidesseaglomeranengrandesyfibrososnudos.Corraleshacepasar a los hombres a oscuras, puesto que prefiere elimpacto de la imagen que surgirá repentina cuandoenciendalaluz.

—Benavides, guíe a Donorio hasta donde usted yasabeyavisecuandoestélisto.

¿CuáleraelplandeCorrales?¿Quépodíahacerunhombre tan alto por otro tan pequeño como él?Benavidessedetieneenelcentrodelgaraje.Atientasen

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laoscuridad,guiadoporlosruidos,Donoriocomenta:—Hayunolorextraño…comoa…—Ahí va la luz —dice Corrales y, en efecto, con la

punta de los zapatos de Benavides y Donorio casitocando el charco de sangre espesa, aparece frente aellos,horrorosa,desafiante,auténticamenteinnovadora,laobra.

Qué es la violencia sino esto mismo quepresenciamos ahora, piensa Donorio, y un escalofríotrepaporsuvellorubiodesdelaspiernashastalanuca,la violencia reproducida frente a sus ojos en su estadomás salvaje y primitivo. Puede tocarse, olerse, fresca eintactaalaesperadeunarespuestadesusespectadores.

Corralesseacercaaloshombres.—Estovaagustar—diceDonorio.Corralesasiente.Juntoaellos,elcuerpopequeñode

Benavides tiembla. Su vozdébil hablaporprimera vezenpresenciadeDonorio.

—Noentienden—alcanzaadecir.—Cómoqueno,Benavides—diceCorrales.—¡Es extraordinaria! —dice Donorio—, ¡horror y

belleza!,quecombinación…—Horrorsí,pero…—balbuceaBenavidesmirandoa

sumujer—,merefieroaque…—¡Va a hacerse rico, famoso! Frente a obras como

ésta la competenciaesnula, elpúblicocaerá rendidoasuspies.

—Usted confíe,Benavides, en este temaDonorio eselmejor.

—El mejor es Benavides —concluye Donorio—; yosoy sólo un curador, mi aporte es mínimo. Acá lo

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importanteeslaobra,«laviolencia»,¿entiende?—Mimujer.—No, Benavides, créame que yo sé demarketing y

esonofunciona,eltítuloes«laviolencia».Con angustia incontenible y llanto desesperado

Benavidesconfiesa:—Yolamaté,despuéssóloqueríaesconderla.Corrales da unas palmadas cariñosas en la espalda

de Benavides pero su atención se dirige pura yexclusivamentealasinstruccionesdeDonorio.

—Va a ser mejor conservarla en ambiente frío.¿Tieneaireacondicionadoenelgaraje?

—Sí,sí,porsupuesto.—¡Yolamaté!—Benavidescaederodillasalpiso.—Bien,entoncesempecemosporrefrigerarel lugar;

yo voy ahacerunparde llamados.—Donoriodaunospasos hacia la salida pero pronto se detiene y consinceridadsevuelvehaciaCorrales—:Leagradezcoquehayapensadoenmí;laoportunidadesgrande.

El llanto de Benavides obliga a los hombres alevantarlavoz.

—Yo,yolamaté,así…—Benavidesgolpeaelpisoconlospuñoscerrados—,asílamaté.

—Donorio,pidaelteléfonoyarregleloquetengaquearreglar —dice Corrales mientras lo acompaña a lasalida.

—Asílamaté,así—arrastrándoseporelpiso,conelcuerpo abatido de quien hubiera corrido cientos deinútiles kilómetros, Benavides avanza sin direcciónprecisa y golpea contra el piso los objetos que vaencontrando—.¡Así!,¡así!

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—Noseentretenga,Corrales—diceDonorioyaenlapuerta—, ya habrá tiempo para la contemplación y elregocijo.

—No, claro, comprendo perfectamente, vayatranquiloqueyaloalcanzamos.

Donorio asiente y sale al jardín. Cuando Corralesregresa, Benavides se encuentra golpeando, ya condesgano,elcuerpodesumujer.

—Yofui.Yo—musitaBenavides.Corraleslodetiene.—¡Déjela,Benavides!Asíestáperfecta,yanoinsista.—Esqueyolamaté…—Sí, Benavides, sí. Todos sabemos que fue usted,

nadie le va a quitar lo hecho—diceCorrales al tiempoqueayudaaBenavidesaincorporarse,yluegoagrega—:Confíe, Benavides, ya va a ver cómo se nos va alestrellato.

—Sí,sí—diceBenavides,ysucuerpo,apocosmetrosdeldesumujer,sedesplomaenelpiso.

En la luz de un nuevo día, Benavides abre los ojos ydespierta. Por un momento cree encontrarse en sucama, junto a su esposa, en una infeliz mañanacualquiera. Pero pronto recuerda la verdad y seincorpora. ¿Dónde estará ahora su mujer?, ¿en elgaraje?, ¿aún en la valija?, ¿se la habrá llevadoDonorio?, ¿Corrales? Al fin se calza y sale de lahabitación.Hacedosdíasquellevalamismaropayenlafuerteluzdelpasillocompruebaquegranpartedelasarrugas en saco y pantalón comienzan a adquirirtonalidades grisáceas. Aunque estima haber dormido

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una cantidad prudente de horas, aún no ha logradodescansar. Agotado y solo en el silencio de la casa,entiende que otra vez deberá recorrer las habitacionesen busca del doctor Corrales. Pasado un tiempo, trashaberrevisadoelconsultorio, losambientesdelprimerpiso,elhalldeentrada,elliving,lospasillosquerodeanlos jardines de invierno, Benavides, de modo fortuitocomo el día anterior, encuentra la cocina y pregunta alasmujeres:

—¿Corrales?Corrales desayuna y, como se sabe, eso puede

suceder en cualquier sitio de la casa. Pero esta vezBenavidesnoiráabuscarlo,resolveráelproblemasolo.Convalentía,desandacaminodesdeellivingalacocinay pronto se encuentra en el jardín delantero.Mientrasavanza hasta el garaje a paso firme piensa que en elmundoexistendosclasesdehombres:losqueaguardanimpávidos la llegada casual de alguien que les déindicaciones,yloshombrescomoélque,decididamentedistinto,resolverásuspropiosproblemassinlaayudadenadie. Pedirá un taxi y volverá a casa con sumujer. Amitaddecaminosedetiene:frentealgaraje,depuertasabiertas, se despliega activa una docena de hombresvestidosdeazul.Ensusespaldas,unapublicidadreluceimpresa sobre un rectángulo blanco: «Museo de ArteModerno.Instalacionesytraslados».AnteBenavideselgarajeesvaciadoporcompleto,esdecir,seretiradeallítodomueble, artículo u objeto que en algúnmomentoformópartedelpaisajehogareño,paradejarahora, enunespaciomásgrandeylimpio,sola,única,original,laobra.YallíestánCorralesyDonorio,atentos,cordiales,

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dispuestosaacompañarlossentimientosdelartista:—¿Cómodurmió,Benavides?Benavidestiemblaydice:—Ésaesmimujer.Corralesmira aDonorio y en su voz se lee la lenta

tonadadeladesilusiónprogresiva:—Ledije,Donorio,laexposiciónlocalnoesdelgusto

del artista; tendríamos que haber llevado la obra almuseo.

—Ésaesmimujer.—Señores. —Donorio acompaña sus palabras con

cortos gestos de manos—. Trabajo en esto desde haceaños,lesdigoqueelpúblicoloprefiereasí.

—Peroesmimujer.—PeroBenavides,ustednoesartistadelpueblo,no

esartistadelagentedetodoslosdías.Suobraapuntaaunpúblicoseleccionado,intelectuales,¿entiende?Seresque desprecian incluso las novedades de museo,hombresqueadmiranlootro,elmásalládelasimplezadeunaobra,esdecir…

Donorio abre un gesto hacia el garaje, Benavides yCorralesesperanlaconclusión:

—…elcontexto.—Hermoso,preciso, qué absurdoponer enduda su

táctica—diceCorrales.—Peroesmimujer.—Pero Benavides, por favor, ese tema ya está

hablado:noes«ésaesmimujer»sino«laviolencia»…El contexto, decía, de todos modos vamos a agregaralgunos elementos. Salimos del museo es una opciónnovedosa,perohayquemantenerelnivel,elambiente.

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—Sí,claro…—diceCorrales.Moradoporlaangustiaanudadaalcuello,Benavides

repite una vez más lo que ya ha dicho cuatro veces ytransformado por los nervios camina firme hacia lavalija. Con una seña, Donorio alerta a los hombres deazul,Benavidescorre.Corralesgrita¡quenolatoque!,ytodosdejanloquehacíanparairtrasloscortospasosdeBenavidesqueapenasalcanzaatocarlamanijacuandoladocenadepesados cuerposazules seabalanza sobreél.Quédesgraciasudesgracia,enlaoscuridaddelpesode otros hombres concluye que la muerte ha desemejarseasituacionescomoésta.Delejos,llegalavozde Donorio: instrucciones precisas a ejecutar sobre supersona,yéseeselfindeaquelcortotercerdía.

DespiertaBenavidesenlaluzdeunnuevodía,perolejosde su cama y de su mujer, y esta vez descalzo. Sinsiquieracuidarsucuerpodelfrío,seincorporaparasinmás salir de la habitación, recorrer a paso rápido elpasillo,bajarlaescaleraqueloconducealhall,salirdela casa y atravesar el jardínpara llegar al garaje cuyaspuertashoyencuentraabiertas.Loshombresdeazulyanoestán,eneltechohancolocadopotentesluces,yallí,en el centro, la valija abierta enmarca el cuerpoenroscadodesuabandonadamujer.Elgolpees fuerte,quizáenlanuca,yallíacabaelcuartodía.

Despierta Benavides en la noche del cuarto día y sindudarlo calza sus pies en los zapatos y sale de la

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habitación.Laluzdelanocheentraporlasventanasdelospasillosparaguiarloeneltenebrosorecorrido.¿Quélleva a un hombre como él a escapar de la casa de sumédicoaesashorasdelanoche?¿Puedeunprofesionalcomo Corrales, seguramente bajo órdenes estrictas deDonorio, negarle ver a su esposa? ¿Acaso lasrestricciones eran parte de un tratamiento de sumarigurosidad, una estrategia para curarlo de unaenfermedad que, seguramente venérea, lo llevabaincluso a alucinar extraños asesinatos o a dudar de supropiomédico?¿Orealmenteocurríaloqueocurríatalcual se iban sumando los hechos?Mientras con sumaprecaución baja las escaleras principales, Benavides sepreguntasiquerrándesumujeralgoenespecial,siporalguna razón habrán visto en ella cosas que noencuentran en otras mujeres. Las noches de veranosiempre le inspiran amor y romanticismoy losbuenosrecuerdos pronto le llegan como una ola de celos ydeseos, puesto que al fin sumujer es sumujer y la deningúnotro.

En la oscuridad le cuesta encontrar la salida aljardín, donde los carteles intermitentes iluminan porsegundoslosalrededores.ElavancecautelosomuestraaBenavides entre oscuridad y oscuridad bajo formasinsospechadas: Benavides tras un árbol de flores,Benavides bajo unamesa de jardín, Benavides junto aunarbustodisciplinado.Prontollegaráalgaraje,sacaráde allí a su mujer, y regresará a casa en taxi, piensaBenavides,antesdedescubrirquelagloriaserácorta,esdecir,antesdeabrirelportónyrecibir,porsegundavez,perounpocomásalaizquierda,elsegundogolpedeese

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día.

—Elhombreestámal,Corrales.—Es la presión, el éxito no se asimila fácil en los

cuerpospequeños,habráquedarletiempo.—Peromañanainauguramos.—¿Yesnecesario,Donorio?—Sí.Sielartistafaltaalactoinaugurallaobrapierde

sentimiento. Lo que le hablaba del contexto, ¿seacuerda,Corrales?

—Sí,claro.—Sielpúblicosereconoceenelartista,elefectode

la obra se magnifica. Haga usted mismo la prueba,piensequéhubierapasadosi lanochedeldomingo,enlugar de Benavides, la obra se la hubiera traído unatlético fisicoculturista de pelo largo y zapatos a lamoda…

—No,no, claro.Tampocome tomepor estúpido, ladiferenciaes…abismal.

—Violenta,Corrales,comolaobra.Desdelacama,alabrirlosojos,Benavidesencuentra

a los dos hombres sentados en los sillones de lahabitación.

—¿Cómosesiente,Benavides?Benavidescierralosojos.—Parecequeharecobradolaconciencia…Benavides abre los ojos. En el interín el doctor

Corralessehaincorporadoparasostenerlelospárpadosyestudiarsuojoizquierdo.

—Mmmm…¿Sesientebien,Benavides?

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Benavidesgrita:—¡Yomismopormicuentaysolomatéamimujer!

—Y sin apartar la vista de los hombres se aferra a lassábanastranspiradas.

Corrales ensaya un gesto admonitorio. En lospensamientosdeamboshaydudasdispersasyalgoquepodríaserdefinidocomounprincipiodedesilusión.

Lainstalaciónterminadainspiraalosmediosaanunciarel evento. La gente formula expectativas y reclamaentradasanticipadas.Elairesecontaminadelmurmullode un público ansioso y llega a las ventanas de lahabitacióndeBenavidesque,porquintavezenesacasa,despierta. ¿Qué hace un hombre como él en ese sitio,tanlejosdesuhogarydesumujer?¿Puedeunmédicocomo Corrales entrar con un traje de noche dobladosobreelbrazoderechoyunjuegoderopainteriorlimpiaen lamano izquierda, y decir los zoquetes le van a irholgados,pero el traje es justoparaunhombre comousted?Corralessesientaalospiesdelacama,daunaspalmadasen laspiernasdelpaciente,quizáennombrede un cariño que se ha formado hace tiempo pero delque Benavides no tiene memoria, y al fin sonríe yenuncia frases como qué buen aspecto tiene usted,Benavides o cómo lo envidio, Benavides, un artistacomousted,enundíacomohoy,conelpúblicoansiosoyelperiodismoenardecidootodopareceindicarquelainauguraciónseráunéxito.PeroBenavidesnoesfeliz:personalnocturno,quizáelmismoDonorio,controlalaentrada del garaje donde su esposa aguarda. La zona

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permanece iluminada, incluso en la penumbra de lanoche,condospotentes farosacada ladodelportónycarteles luminosos que, sin pudor, dan crédito delsecuestro. Tanto es así que no puede Benavidesdistinguirlamaldaddelabondadnievaluarconcertezalas actitudes de su médico. Aunque mira a Corralesestirar la planta de los zoquetes que le ha traído paracomprobarquesondetallaadecuada,suspensamientosno se esclarecen, sino que, turbios, merodean por sumentey ledanal restode su cuerpouna sensaciónderepentinomalestar.

Horasmástarde,médicoypacienteestudianfrentealespejosuscuerpostrajeados.

—¿Vio que era su talla, Benavides? Usted siemprepreocupándose…

Benavides permanece inmóvil mientras Corrales leajustalacorbata.

—Yaestá,perfecto—señalaenelespejosuscuerpos—;vaavercómoseponen lasmujerescuando loveanasí.

Trasrespetuososgolpesalapuertaseescuchalavozdeunadelasmujeres:

—El señorDonoriomandaadecirqueya está todolisto,peroquesielartistanecesita,élespera.

—Deningunamanera,avisequeelartistayabaja.La sala es grande, pero pequeña en relación con la

multitud que ha concurrido. Gran cantidad de genteaguarda en el jardín delantero, espiando por lasventanasdelsalónoenfilatraselportóncustodiadoporloshombresdeazul.Dentro,conlaobraaúnocultatrasla cortina de terciopelo rojo, el fervor del público se

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acrecienta.Donoriotomaelmicrófono.—Señoras,señores…Elpúblicoatiendealorador.—Hoy es un día muy especial, para mí, para

ustedes…Enlamultitudloscomentariosescapantímidosyse

pierdenenlaespesuradeunsilencioquecrece.—El arte es memorioso, querido público, y en las

moléculas menos esperadas de ésta, nuestra sociedad,surgen, majestuosos, los verdaderos artistas. Señoras,señores,intelectuales,quieropresentarlesaunsoñador,aunamigo,peroporsobretodolodemás,aunartistaaquienelmundonopodrádarle laespalda…Benavides,porfavor…

En medio de los estruendosos aplausos de lamultitud, Benavides se abre paso hacia el gesto debienvenida con que Donorio acompaña las últimaspalabras.Cuandoelartistasubea la tarimaydescubrealpúblico,elpúblicodescubreenélloscándidosrasgoshumildesdelacreaciónpuraysincera,dedicándoleasíuna enérgica ovación que se calma en cuantoDonorioretomaelmicrófono.

—Decía, señores, que el arte es memorioso. Sepreguntarán ustedes adónde se quiere llegar consemejanteafirmación…

AunqueelmonólogodeDonoriocontinúa,elpúbliconoabandonalavisióndelartista.

—Éstos, nuestros días, son tiempos de gloria, yestamosagradecidosporello.

Elartista,entanto,estudiaeltechoylasparedes.El

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público sigue expectante el recorrido creativo de esehombretanajenoaloselogios.

—Pero algo queda del pasado en la memoriacolectiva, en las brillantesmentes de nuestros artistas.El horror, el odio, la muerte, laten con fuerza en suspensamientoshostigados.

El artista descubre a un lado del escenario la grancortina de terciopelo rojo tras la cual, se supone,aguarda laobra.Pero¿quées loque inquietaalartistadetal forma?¿Porquéensurostrosencilloygenialsedibujandeprontolospálidosrasgosdelespanto?

—Ustedessepreguntaránentoncescómoseliberaelartista de ese horror cotidiano. Pues bien, señores, loque estánpor ver escapa a los sentimientos superfluosdel arte común. En la obra que verán a continuaciónencontrarán la respuesta. Benavides, lo escuchamos—diceDonorio,yalfinsealejadelmicrófonoparacederellugaralartista.

Benavidesmiraelmicrófonocomoquienestudiaelgrosordeunacondenahastaquealfinsuspropiospiespequeños, quizá arrastrados por su orgullo pero jamásporélmismo, loencaminanhaciaél.Donoriobusca lamirada cómplice deCorrales, que permanece atento alartista como se reconoce a un hijo que ha crecido. Elpúblico espera. Benavides, inquieto, estudia lasexpresionesenlosrostrosqueloobservan,volviéndosecadatantohacialacortina.Haynervios,ansiedad,peromásque eso loquehay esun silencio excitante.Al finBenavides,conlamiradaperdidayunsudorfríoquelerecorreelcuerpo,tomaelmicrófonoparadecir:

—Yolamaté.

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El público demora en recibir el mensaje, perocuando losmás entendidos comprenden el significadodeaquellaspalabrasycomienzanaaplaudir,elrestoseune a la euforia que pronto se desata.Dice que él lamató, comentan entre sí, El hombre es un poeta, einclusoentrelasexpresionesdeadmiraciónyencantosedesprenden emocionadas las primeras lágrimas de lanoche.Desdeuncostadodelescenario,Corralesasientecomplacido al murmullo general. Entonces llega elmomentoenqueDonoriohaceaunladoalartistapararetomar el uso del micrófono. Dos hombres de azulsuben al escenario para colocarse uno a cada lado deltelónrojo.YDonoriodice:

—Señores,laobra…Y como el sol nos trae la luz, o como el artista

descubre las verdades humanas, la cortina que antescubría la creación ahora, lenta ante la ansiedadcolectiva, cae al piso.Y allí está la obra: violenta, real,carnalmenteviva.LavozdeunDonorioquehaperdidotodalaatencióndeunpúblicoestupefactodice:

—«Laviolencia».La euforia es incontenible. El público empuja,

intenta subir al escenario. Más de una docena dehombres de azul forman una barrera que impide elavance. Pero el público quiere ver. Excitación,conmoción, nada se compara a los sentimientos quesurgendelasemanacionesdeaquellaobra,delaimagensoberana de la muerte a pocos metros. No pierdendetalle alguno: la carne humana, la piel humana, losmuslos gigantes de unamujer enroscada en una valijadecuero.Elmismoartista, impresionadoantesuobra,

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mira cómo el público se abalanza hacia ella. Pero surostroúnicosedistingueentrelagente:todossabenqueéleselartistayprontoesalzadoporlamultitud,pasadodemanoenmano,llevadoenandasdeunladoaotrodela sala. Cuando Corrales grita ¡El artista!, ¡el artista!,algunoshombresdeazulabandonanlabarrerahumanapararescataraBenavides.Elpúblico,trasoírlosgritosdeCorrales,sueltaaBenavidesparaquesepierdaentrela gente como una perla en el agua turbia. Para él,hombre acostumbrado a la soledad y la quietud de lavidamatrimonial, la experiencia es inédita. Escondidoen la multitud, y de esa forma oculto hasta de lamultitud misma, avanza entre los cuerpos eufóricoshacia el núcleo del disturbio. Hay gritos, empujones,gente que pelea por lograr una mejor perspectiva. Yentre cabezas y hombros ajenos, Benavides alcanza adistinguir, como un recuerdo que se esconde en elolvido,a laquealgunavez fuesumujer.Perocomohasucedidoyavariasveces,apocosmetrosde lavalija lasuerte priva a Benavides del encuentro. Cuatromanosgrandes lo toman de los hombros y lo apartan de lagente.LoshombresdevuelvenaBenavidesalescenario.Sumamente irritado, el artista trata de zafarse de loscustodios a la vez que grita ¡yo lamaté!, ¡yo lamaté!Entre la multitud, un par de personas estudian laextraña actitud del artista. No son las palabras delcreador las que los desconciertan, sino la actitudbruscamente violenta de un hombre que hasta hacepocosminutosparecía llevarensu interior lacalmadequien ha vivido en la desgracia desde siempre. ¡Yo lamaté!, grita Benavides con lágrimas en los ojos, y

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entonces ya son varios quienes se detienen a mirarlo.Pero Donorio actúa rápido, y sin dudarlo presenta almédico del artista. Entre los gritos de Benavides y elestrépito general, Corrales sube al escenario y toma elmicrófono.Granpartedelpúblicosonpacientessuyos,de modo que tras el primer pedido de silencio elalboroto disminuye sensiblemente. Los hombres deazul,bajoórdenesdeDonorio, intimanaunBenavidesyaporcompletodesquiciadoabajardelatarima,acallary mantenerse en un rincón, apartado de la vista delpúblico.

—Señores, señoras. En nombre de Benavides lesruego que nos disculpen. El artista es muy sensible aalgunos hechos, y ha sufrido una descompensación —anunciaCorrales.

Elpúblico,quizáporrespetoalartista,sedejaganarpor la calma y en silencio abre paso a los hombres deazul. Tras las anchas espaldas de los custodios, elpequeñocuerpodeBenavidestiemblamientrassusojoslogran enfocar, por algún resquicio de la masa que loaprisiona,lacuriosamiradadealgúnespectador.Sobreelescenario,DonorioseacercaaCorralesparadecirlealoído:

—¿Seacuerdadel«contexto»?—haceungestohaciaalpúblico—,¿vioqueyoteníarazón?

Por la puerta principal se retira un Benavidessujetado por la custodia y todos reciben con crecienteentusiasmo sonrientes mucamas con champagne. Lainauguraciónhasidounéxito.

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Conservas

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Asípasaunasemana,unmes,yvamoshaciéndonos laidea de que Teresita se adelantará a nuestros planes.Voyatenerquerenunciaralabecadeestudiosporquedentrodeunosmesesyanovaa ser fácil viajar.QuizánoporTeresita,sinoporpuraangustia,nopuedopararde comery empiezoa engordar.Manuelmealcanza lacomida al sillón, a la cama, al jardín.Todoorganizadoen la bandeja, limpio en la cocina, abastecido en laalacena, como si la culpa, o qué se yo qué cosa, loobligaraacumplirconloqueesperodeél.Peropierdeenergías, noparecemuy feliz.Unparde veces regresatardeacasa.Nomehacecompañía,nihabladeltema.

Pasa otro mes. Mamá también se resigna, noscompra algunos regalos y nos los entrega—la conozcobien—conalgodetristeza.Dice:

—Esteesuncambiadorlavableconcierredebelcro…Estossonescarpinesdepuroalgodón…Estaeslatoallaconcapuchaenpiqué…—Papálamirayasiente.

—Ay,nosé…—digoyo,ynosésimerefieroalregaloo a Teresita—. La verdad es que no sé —le digo mástardeamisuegracuandocaeconunjuegodesabanitasdecolores—nosé—digoyasinsaberquédecir,yabrazolassábanasymelargoallorar.

Eltercermesmesientomástristetodavía.Cadavezqueme levantomemiro al espejo y me quedo así unrato.Mi cara,mis brazos, todomi cuerpo, y por sobretodo la panza, están cada vezmás hinchados. A vecesllamo aManuel y le pido que se pare al lado. A él encambio lo veo más flaco. Además, cada vez me hablamenos.Llegadel trabajo, se sientaamirar televisiónyseagarra lacabeza.Noesqueyanomequiera,nique

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me quiera menos. Sé queManuel me adora y sé que,como yo, no tiene nada en contra de nuestra Teresita,quévaatener.Peroesquehabíatantoquehacerantesdesullegada.

Avecesmamápideacariciar lapanza.Mesientoenel sillón y ella habla con voz suave y cariñosa, le dicecosasaTeresita.AlamamádeManuel,encambio,seledaporllamaracadaratoparasabercómoestoy,dóndeestoy, qué estoy comiendo, cómome siento, y todo loqueselepuedaocurrirpreguntar.

Sufro insomnio. Paso las noches despierta, en lacama. Miro el techo con las manos sobre la pequeñaTeresita. No puedo pensar en nada más. No puedoentender como en unmundo en el que ocurren cosasquetodavíameparecenmaravillosas,comoalquilaruncoche en un país y devolverlo en otro, descongelar delfreezerunpescadofrescoquemurióhacetreintadías,opagar las cuentas sin moverse de casa, no puedasolucionarse un asunto tan trivial como un pequeñocambio en la organización de los hechos. Es quesimplementenomeresigno.

Entonces olvido la guía de la obra social y buscootrasalternativas.Habloconobstetras,concuranderosyhastaconunchamán.Alguienmedaelnúmerodeunacomadronayhabloconellaporteléfono.Perocadaunoa su manera presenta soluciones conformistas operversasquenadatienenqueverconloquebusco.Mecuesta hacerme a la idea de recibir a Teresita tantemprano, pero tampoco quiero lastimarla. Y entoncesdoyconeldoctorWeisman.

Elconsultorioquedaenelúltimopisodeunedificio

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antiguodelcentro.Notienesecretaria,nisaladeespera.Sólo un pequeño hall de entrada y dos habitaciones.Weisman esmuy amable, nos hace pasar y nos ofrececafé.Durantelaconversaciónseinteresaenespecialporel tipo de familia que formamos, por nuestros padres,pornuestromatrimonio,porlasrelacionesparticularesentrecadaunodenosotros.Contestamosatodoloquepregunta. Después entrecruza los dedos y apoya lasmanos sobre el escritorio. Weisman parece conformecon nuestro perfil. Nos cuenta algunas cosas sobre sutrayectoria,eléxitodesus investigacionesy loquenospuede ofrecer, pero parece intuir que no necesitaconvencernos, y pasa directamente a explicarnos eltratamiento.Cada tantomiro aManuel, que escucha aWeismanconatención,asiente,pareceentusiasmado.Elplan incluye cambios en la alimentación, en el sueño,ejerciciosderespiración,medicamentos.Vaahaberquehablarconmamáypapá,yconlamadredeManuel;elpapeldeellostambiénesimportante.Anototodoenmicuaderno,puntoporpunto.

—¿Yquéseguridadtenemosconestetratamiento?—pregunto.

—Tenemos lo que necesitamos para que todo salgabien—diceWeisman.

Al día siguiente Manuel no va a al trabajo. Nossentamos en la mesa del living, rodeados de grillas ypapeles, y empezamos a trabajar. Anotamos lo másfielmenteposiblecómosehanidodandolascosasdesdeelmomentoenquesospechamosqueTeresitasehabíaadelantado. Citamos a nuestros padres y somos claroscon ellos: el asunto está decidido, el tratamiento en

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marcha,ynohaynadaquediscutir.Papávaapreguntaralgo,peroManuellointerrumpe:

—Tienenquehacer loque lespedimos—dice, y losmira como rogando su compromiso—, en la hora y altiempoquecorresponda.

Estánpreocupadosy creoqueno llegana entenderde qué se trata, pero se comprometen a seguir lasinstruccionesycadaunovuelveasucasaconunalista.

Cuandoconcluyenlosprimerosdiezdíaslascosasyaestán un poco más aceitadas. Tomo mis tres pastillasdiariasenhorarioyrespetocadasesiónde«respiraciónconsciente». La respiración consciente es partefundamental del tratamiento y es un método derelajación y concentración innovador, descubierto yenseñadoporelmismoWeisman.Eneljardín,sobreelcésped,mecentroenelcontactocon«elvientrehúmedode la tierra».Comienzo inhalandounavezyexhalandodos veces.Prolongo los tiemposhasta inspirardurantecinco segundos, y exhalar en ocho. Tras varios días deejercicio inhalo en diez y exhalo en quince, y entoncespaso al segundo nivel de respiración consciente yempiezoasentirladireccióndemisenergías.Weismandice que eso va a tomarme algo más de tiempo, peroinsisteenqueelejercicioestáamialcanceytengoqueseguirtrabajando.Hayunmomentoenelqueesposiblevisualizar la velocidad a la que la energía circula en elcuerpo. Se siente como un cosquilleo suave, quecomienzaporlogeneralenloslabios,enlasmanosyenlos pies. Entonces uno empieza a controlarlo: hay queaminorarelritmo,lentamente.Lametaesdetenerloporcompleto para, poco a poco, retomar la circulación en

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sentidocontrario.Manuelnopuedesermuycariñosoconmigotodavía.

Tienequeserfielalaslistasquehicimosyporlotanto,hasta dentro de unmes ymedio, mantenerse alejado,hablar sólo lo necesario y volver tarde a casa algunasnoches. Cumple con su parte con esmero pero loconozco,yséqueyaestámejor,másoptimista,yquesemueredeganasdeabrazarmeydecirme lomuchoquemeextraña.Peroasíhayquehacerlascosasporahora;no podemos arriesgarnos a salir ni un segundo delguión.

Al mes sigo progresando en la respiraciónconsciente.Ya casi sientoque logrodetener la energía.Weismandicequenofaltamucho,queapenashayqueesforzarse un poco más. Me aumenta la dosis de laspastillas.Empiezoanotarque laansiedaddisminuyeycomounpocomenos.Siguiendoelprimerpuntodesulista,lamadredeManuelseesfuerzaalmáximoytratade, gradualmente —esto último es importante y se losubrayamos repetidas veces—, gradualmente, decía, irhaciendomenosllamadosacasaybajarlaansiedadporhablartodoeltiemposobreTeresita.

El segundo es quizá el mes de más cambios. Micuerpoyanoestátanhinchado,yparasorpresayalegríade ambos, la panza empieza a disminuir. Este cambiotannotable alertaunpocoanuestrospadres.Quizá esahora cuando entienden, o intuyen, en qué consiste eltratamiento. La madre de Manuel, sobre todo, parecetemer lopeor, y aunque se esfuerzapormantenersealmargenyseguirsu lista, sientoelmiedoysusdudasytemoqueestoafecteeltratamiento.

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Duermomejorporlasnoches,yyanomesientotandeprimida. Le cuento a Weisman mis progresos en larespiración consciente. Él se entusiasma, parece queestoyapuntodelograrmienergíainversa,tanperotancercaquesolounvelomeseparadelobjetivo.

Empiezaeltercermes,elanteúltimo.Eselmesenelque más protagonismo van a tener nuestros padres;estamosansiososporverquecumplanconsupalabrayque todo salga a la perfección, y lo hacen, y lo hacenbien,yestamosagradecidos.LamadredeManuelllegaa casa una tarde y reclama las sábanas de colores quehabíatraídoparaTeresita.Quizáporquehabíapensadoen este detalle durante mucho tiempo, me pide unabolsaparaenvolverelpaquete.Esqueasílotraje,dice,conbolsa,asíqueasíseva,ynosguiñaunojo.Despuésles tocaamispadres.Tambiénvienenpor sus regalos,losreclamanunoporuno:primerolatoallaconcapuchaen piqué, después los escarpines de puro algodón, porúltimo el cambiador lavable con cierre de belcro. Losenvuelvo.Mamápideacariciarporúltimavezlapanza.Mesientoenelsillón,ellasesientaalladomío,yhablaconvozsuaveycariñosa.Acaricialapanzaydice,estaesmiTeresita,comovoyaextrañaramiTeresita,yyonodigonada,peroséque,sihubierapodido,sinohubieratenidoquelimitarseasulista,habríallorado.

Los días del último mes pasan rápido. Manuel yapuedeacercarsemásylaverdadesquesucompañíamehacebien.Nosparamosfrentealespejoynosreímos.Lasensación es todo lo contrario a lo que se siente alemprenderunviaje.Noeslaalegríadepartir,sinoladequedarse. Es como si al mejor año de tu vida le

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agregarasunañomás,bajolasmismascondiciones.Eslaoportunidaddeseguircontinuando.

Estoy mucho menos hinchada. Eso alivia misactividadesymelevantaelánimo.HagomiúltimavisitaaWeisman.

—Seacercaelmomento—diceél,yempujasobreelescritorio, hacia mí, el frasco de conservación. Estáhelado, y así debemantenerse, por eso traje la viandatérmica,comoWeismanrecomendó.Deboguardarloenla heladera en cuanto llegue. Lo levanto: el agua estransparente pero espesa, como un frasco de almíbarincoloro.

Una mañana, durante una sesión de respiraciónconsciente, logro pasar al último nivel: respirolentamente,elcuerposientelahumedaddelatierraylaenergíaqueloenvuelve.Respirounavez,otravez,otravez, y entonces todo se detiene. La energía parecematerializarse a mi alrededor y podría precisar elmomento exacto en el que, poco a poco, comienza acircular en sentido inverso. Es una sensaciónpurifícadora, rejuvenecedora, como si el agua o el airevolviesen por sí mismos al sitio en el que alguna vezestuvieroncontenidos.

Entoncesllegaeldía.Estámarcadoenelalmanaquede la heladera; Manuel lo rodeó con un círculo rojocuando volvimos del consultorio de Weisman porprimeravez.Nosécuándosucederá,estoypreocupada.Manuel está en casa. Estoy recostada en la cama. Loescuchocaminardeunladoaotro,intranquilo.Metocola panza. Es una panza normal, una panza como la decualquiermujer, quiero decir que no es una panza de

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embarazada. Al contrario, Weisman dice que eltratamientofuemuyintenso:estoyunpocoanémica,ymuchomásflacaqueantesdequeelasuntodeTeresitaempezara.

Esperotodalamañanaytodalatardeencerradaenmicuarto.Noquierocomer,nisalir,nihablar.Manuelse asoma cada tanto y pregunta cómo estoy. Imaginoquemamádebeestar trepándosepor lasparedes,perosabenquenopuedenllamarnipasaraverme.

Ahorahaceratoquesientonáuseas.Elestómagomeardeylatecadavezmásfuerte,comosifueraaexplotar.Tengo que avisarle a Manuel, pero trato deincorporarmeynopuedo,nomehabíadadocuentadelo mareada que estaba. Tengo que avisarle a ManuelparaquellameaWeisman.Logrolevantarme,peromedejocaeralpisoyesperounsegundoderodillas.Piensoen la respiración consciente peromi cabeza ya está enotracosa.Tengomiedo.Temoquealgopuedasalirmaly lastimemos a Teresita. Quizá ella sepa lo que estápasando,quizátodoestoestémuymal.Manuelentraalahabitaciónycorrehastamí.

—Yo sólo quiero dejarlo para más adelante… —ledigo—,noquieroque…

Quiero decirle que me deje acá tirada, que noimporta,quecorraahablarconWeisman,quetodosaliómal. Pero no puedo hablar. Me tiembla el cuerpo, notengo control sobre él.Manuel se arrodilla junto amí,me toma de lasmanos,me habla pero no oigo lo quedice. Siento que voy a vomitar. Me tapo la boca. Elparecereaccionar,medejasolaycorrehacia lacocina.Nodemoramásqueunossegundos:regresaconelvaso

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desinfectado y el envase plástico que dice «Dr.Weisman». Rompe la faja de seguridad del envase,vierte el contenido translúcido en el vaso. Otra vezsiento ganasde vomitar, peronopuedo,noquiero, notodavía.Tengounaarcada,yotra, yotra,arcadascadavezmásviolentasqueempiezanadejarmesinaire.Porprimera vez pienso en la posibilidad de la muerte.Pienso en eso un instante y ya no puedo respirar.Manuel me mira, no sabe qué hacer. Las arcadas seinterrumpenyalgosemeatoraenlagarganta.Cierrolaboca y tomo aManuel de lamuñeca. Entonces sientoalgopequeño,deltamañodeunaalmendra.Loacomodosobrelalengua,esfrágil.Séloquetengoquehacerperonopuedohacerlo.Es una sensación inconfundible queguardaréhastadentrodealgunosaños.MiroaManuel:parece aceptar el tiempo que necesito. Después meacercaelvaso,yalfin,suavemente,laescupo.

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MihermanoWalter

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MihermanoWalterestádeprimido.Lovisitamosconmimujer todas las noches, cuando volvemos del trabajo.Compramos algo de comer —le gustan mucho laspapafritasconpollo—y le tocamosel timbrealrededordelasnueve.Atiendeenseguidaypregunta¿Quiénes…?Ymi mujer dice ¡Nosotros! Y él dice ah… y nos dejaentrar.

Unadecenadepersonas lo llamanpordíaparavercómo está. Él levanta el tubo con esfuerzo, como sipesaraunatonelada,ydice:

—¿Sí?Y lagentehablacomosimihermanosealimentara

deestupideces.Silepreguntoquiénes,oquéquieren,éles incapaz de responder. No le interesa en lo másmínimo.Está tandeprimidoqueni siquiera lemolestaqueestemosahí,porqueescomosinohubiesenadie.

AlgunossábadosmimadreytíaClarislollevanalasfiestas de adultos del salón, y Walter se mantienesentadoentrecumpleañerascuarentonas,despedidasdesolterosyreciéncasados.TíaClarisdicequecuantomásdeprimido estáWaltermás feliz se siente la gente queestá alrededor. Lo que hay que aceptar, es verdad, esque desde que Walter está deprimido las cosas en lafamilia están mejorando. Mi hermana finalmente secasaconGaldós,yen la fiestamimadreconoce,enungrupodegentequebebíachampagneyllorabadelarisaen la mesa de mi hermano, al señor Kito, con el queahora duerme todas las noches. El señor Kito tienecáncerperoesunhombreconmuchaenergía.Además,resultasereldueñodeunagrancompañíadecerealesyamigodelainfanciadetíaClaris.Galdósymihermana

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compran una granja lejos de la ciudad, y tomamos lacostumbredepasarahílosfinesdesemana.MimujeryyovamosabuscaraWalterelsábadoaprimerahoraypara el mediodía ya estamos todos en la granja,esperandoelasadoconunacopadevinoyesafelicidadinmensaquedan losdíasdesolalaire libre.UnúnicofindesemanafaltamosporqueWalterestáengripadoyseniegaasubiralcoche.Yosientoquetengoqueavisaralrestoqueélnovaair,asíqueempiezanacruzarselasllamadasenloscelularesyparalahoraenlaqueGaldósempieza a servir el asado ya todos renunciaron a lasalida.

Ahora tía Claris sale con el capataz de la granja ysomosparesenlafamilia,menosWalter,claro.Hayunasillacercadelaparrilla,queéleligióelprimerdíaquelollevamos,ydelaquenoselevanta.Tratamossiempredemantenernos alrededor, para animarlo o hacerlecompañía. Nos reímos mucho, y felicitamos a Kitoporque su cáncer ya está casi curado, a Galdós por larentabilidad de la granja, y a mi madre porque,simplemente,laadoramos.Escuchamossonrientesamihermanayamimujer,quesellevandemaravilla,ysuscomentarios sobre la actualidad nos hacen saltarlágrimasderisa.

Pero Walter sigue deprimido. Tiene una expresiónfatal, cada vezmás triste.Galdós trae a la granja a unmédico rural conocido que enseguida se interesa en elcasodeWalter.Esungrantipo,yempiezaavenirtodoslosfinesdesemana.Nonoscobranada;sumujervienetambién para charlar con mi mujer y mi hermana.Entonces resulta que el médico rural, Kito y Galdós,

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charlandoamenamentealrededordeWalter,fumandoycomentandotonteríasparaanimarlounpoco,terminanteniendo una gran charla de negocios, y emprendenjuntosunanuevalíneadecerealesbajolafirmadeKito,pero en la granja de Galdós, y con una receta mássaludable propuesta por el médico. Yo me sumo alproyecto y tengo que estar en la granja casi todos losdías, así que cuandomimujer queda embarazada nosmudamostambiéna lagranja,ynostraemosaWalter,que prácticamente no opina sobre los cambios. Nosalivia que esté acá con nosotros, verlo sentado en susilla,saberqueestácerca.

Losnuevoscerealessevendenmuybienylagranjase llena de empleados y compradores mayoristas. Lagente es amable. Parecen confiar ciegamente en elproyectoyhayunaenergíaoptimistaquesigueteniendosusmomentosdeesplendorlosfinesdesemana,cuandoelasadocadavezmásconcurridodeGaldósempiezaadorarseenlasparrillasytodosesperamosansiososconlascopasenlamano.YyasomostantosquecasinohayunsegundoenelqueWaltersequedesolo;siemprehayalguien disputándose la responsabilidad de estar cercadeél,hablarlealegremente,contarlelasbuenasnoticias,demostrarlelofelizquesepuedellegaraser.

Laempresacrece.ElcáncerdeKitodesapareceymihijo cumpledos años.Cuando lodejo aupadeWaltermihijosonríeyaplaude,ydicesoyfeliz,soymuyfeliz.TíaClarisviajaconelcapatazportodaEuropa;cuandovuelvenvanconmihermanayGaldósalcasino;coneldinero que ganan hacen una sociedad y compran laslíneasdecerealesdelacompetencia.Paraañonuevola

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empresainvitaacasitodoelpuebloquerodealagranja—porqueyaprácticamentetodostrabajanacá—,yalosmayoristas,losamigosylosvecinos.Elasadosehaceala noche.Una banda toca en vivo ese jazz de los añostreintaque tehacebailarcomosi fuerasunnegro.Loschicos juegan a enredar las sillas y las mesas con lasguirnaldas.

Yohacetiempoqueapartocadatantoamihermano,obuscounmomentoenelqueestemostranquilos,ylepregunto qué le pasa. Él semantiene en silencio, perodeja automáticamentedemirarmea los ojos.Esdifícilpreguntárseloahora,porqueyasonlasdoceenpuntoycon el brindis tiramos fuegos artificiales, de esos queiluminan todo el cielo, y la gente grita y aplaude concada explosión. Entonces siento algo: todo me parecemássuaveygris,ynopuedodejardepensarenquéesloquelepasa,esoqueparecetanterrible.

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PapáNoelduermeencasa

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LanavidadenquePapáNoelpasólanocheencasafuelaúltimavezqueestuvimostodosjuntos;despuésdeesanochepapáymamáterminarondepelearse,aunquenocreoquePapáNoelhaya tenidonadaque ver con eso.Papá había vendido su auto unos meses atrás porquehabíaperdidoel trabajo, yaunquemamánoestuvodeacuerdo, él dijo que un buen árbol de navidad eraimportante esa vez, y compró uno de todas formas.Veníaenuna cajade cartón, largayplana, y traíaunahojaqueexplicabacómoencajar las trespartesyabrirlas ramas de forma que se viera natural. Armado eramásaltoquepapá,era inmenso,yyocreoqueporesoese año Papá Noel durmió en nuestra casa. Yo habíapedidoderegalouncocheacontrolremoto.Cualquierameveníabien,noqueríaunoenparticular,pero todosloschicosteníanunoenesaépocaycuandojugábamosen el patio los autos a control remoto se dedicaban aestrellarse contra los autos comunes, como elmío.Asíquehabíaescritomicartaypapámehabíallevadohastaelcorreoparaenviarla.Yledijoaltipodelaventanilla:

—SelaenviamosaPapáNoel.—Ylepasóelsobre.El tipo de la ventanilla ni saludó, porque había

mucha gente y se ve que ya estaba cansado de tantotrabajo; la época navideña debe ser la peor para ellos.Tomólacarta,lamiróydijo:

—Faltaelcódigopostal.—PeroesparaPapáNoel—dijopapá,ylesonrióyle

guiñó un ojo, se ve que para hacerse amigo, y el tipodijo:

—Sincódigopostalnosale.—UstedsabequeladireccióndePapáNoelnotiene

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códigopostal—dijopapá.—Sincódigopostalnosale—dijoel tipo,y llamóal

siguiente.Y entonces papá trepó elmostrador, agarró al tipo

delcuellodelacamisa,ylacartasalió.Por eso yo estaba preocupado ese día, porque no

sabíasilacartalehabíallegadoonoaPapáNoel,ydelasuntodelcochedependíaquemeaceptaranloschicosquejugabanenelpatiodelcolegio.

Ademásnopodíamoscontarconmamádesdehacíacasidosmeses,yesotambiénmepreocupaba,porquelaquesiempreestabaentodoeramamá,ylascosassalíanbien entonces. Pero un día dejó de preocuparse, asínomás, de un día para el otro. La vieron algunosmédicos,papásiemprelaacompañabayyomequedabaenlacasadeMarcela,queesnuestravecina.Peromamánomejoró.Dejódehaberlecheycerealesalamañana,ropa limpia para vestirse; papá llegaba tarde a loslugaresalosquedebíallevarme,ydespuésllegabaotravez tarde para pasarme a buscar. Cuando pedíexplicaciones,papádijoquemamánoestabaenfermanitenía cáncer ni se iba amorir. Que bien podría haberpasado algo así pero él no era un hombre de tantasuerte. Marcela me explicó que mamá simplementehabía dejado de creer en las cosas, que eso era estar«deprimido»,y tequitaba lasganasde todo,y tardabaen irse.Mamáno ibamása trabajarni se juntaba conamigasnihablabaporteléfonoconlaabuela.Sesentabacon su bata frente al televisor, y hacía zapping toda lamañana, toda la tarde y toda la noche. Yo era elencargado de darle de comer. Marcela dejaba comida

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hecha en el freezer con las porcionesmarcadas.Habíaque combinarlas; no podía, por ejemplo, darle todo elpasteldepapasydespuéstodalatartadeverdura,habíaque combinar las porciones para que la alimentaciónfuera sana. La descongelaba en el microondas y se laalcanzaba en una bandeja, con el vaso de agua y loscubiertos.Mamádecía:

—Gracias mi amor, no tomes frío. —Lo decía sinmirarme, sin perder de vista lo que sucedía en eltelevisor.

Alasalidadelcolegiomeagarrabadelamanodelamamá de Augusto, que era hermosa. Eso funcionabacuando venía a buscarme papá, pero después, cuandoempezó a venirMarcela, a ninguna de las dos parecíagustarleeso,asíqueesperabasolodebajodelárboldelaesquina. Viniera quien viniera a buscarme, siemprellegabantarde.

Marcela y papá se hicieronmuy amigos, y algunasnochespapá sequedaba con ella en la casade al lado,jugando al póquer, y a mamá y a mí nos costabadormirnossinélenlacasa;noscruzábamosenelbañoyentoncesmamádecía:

—Cuidadomiamor,notomesfrío.—Yvolvíafrentealtelevisor.

Muchas tardes Marcela estaba en casa; eran lastardes en que cocinaba para nosotros y ordenaba unpoco. No sé por qué lo hacía. Supongo que papá lepediría ayuda y comoella era su amiga se sentía en laobligación, porque la verdad es que no se la veíamuycontenta.Unpardevecesleapagóeltelevisoramamá,sesentófrenteaellayledijo:

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—Julia, tenemos que hablar, esto no puede seguirasí…

Ledecíaqueteníaquecambiardeactitud,queasínollegaría a ningún lado, que ella ya no podía seguirocupándose de todo, que tenía que reaccionar y tomarunadecisiónoterminaríaporarruinarnoslavida.Peromamá nunca contestaba. Y al finalMarcela terminabayéndose con un portazo, y esa noche papá pedía pizzaporque no había nada para cenar, y a mí la pizza meencanta.

YolehabíadichoaAugustoquemamáhabíadejadode «creer en las cosas», y que entonces estaba«deprimida», y élquisovenir a ver cómoera.Hicimosalgo muy feo que a veces me avergüenza: saltamosfrenteaellaunrato,peromamáapenasnosesquivabacon la cabeza; después le hicimos un sombrero conpapeldediario, se loprobamosdedistintasmanerasyselodejamospuestotodalatarde,peroellanisemovió.Lequitéelsombreroantesdeque llegarapapá.Estabaseguro de que mamá no iba a decirle nada, pero mesentíamaldetodosmodos.

Después llegó navidad. Marcela hizo su pollo alhornoconverdurashorriblesperocomoeraunanocheespecialmepreparóademáspapasfritas.Papálepidióamamá que dejara el sillón y cenara con nosotros. Lamoviócuidadosamentehastalamesa—Marcelalahabíapreparadoconunmantelrojo,velasverdesylosplatosque usamos para las visitas—, la sentó en una de lascabecerasysealejóunospasoshaciaatrás,sindejardemirarla; supongo que pensó que podía funcionar, peroen cuanto él estuvo lo suficientemente lejos ella se

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levantóyvolvióasusillón.Asíquemudamoslascosasalamesa ratoneradel living y comimos ahí con ella. Latele estaba prendida, por supuesto, y el noticieromostraba una nota sobre un sitio de gente pobre quehabíarecibidounmontónderegalosycomidadegentedemásplata,yentoncesahoraestabanmuycontentos.Yoestabanerviosoymirabatodoel tiempoelárboldenavidadporqueyaibanaserlasdoceyqueríamiauto.Entonces mamá señaló el televisor. Fue como vermoverseunmueble.Papá yMarcela semiraron.En latelePapáNoelestabasentadoenel livingdeunacasa,con unamano abrazaba a un chico sentado sobre suspiernas,yconlaotraaunamujerparecidaalamamádeAugusto, y entonces la mujer se inclinaba y besaba aPapáNoelyPapáNoeltemirabaydecía:

—…ycuandovuelvodeltrabajosoloquieroestarconmifamilia.—Yunlogodecaféaparecíaenlapantalla.

Mamásepusoallorar.Marcelametomódelamanoy me dijo que subiera al cuarto, pero yo me negué.Volvióadecírmelo,estavezconeltonoimpacienteconel que le habla amamá, pero nada iba a alejarme esanochedelárbol.Papáquisoapagareltelevisorymamáempezóalucharconélcomounanena.Sonóeltimbreyyodije:

—EsPapáNoel.—YMarcelamediounacachetadayentonces papá empezó a pelear con Marcela y mamáencendió otra vez el televisor, pero Papá Noel ya noestabaenningúncanal.Eltimbrevolvióasonarypapádijo:

—¿Quiénmierdaes?Pensé que ojalá no fuese el del correo porque

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volveríanapelearypapáyaestabademalhumor.El timbre sonó otra vez muchas veces seguidas, y

entoncespapásecansó,fuehastalapuertaycuandolaabrióvioqueeraPapáNoel.Noeratangordocomoentelevisiónyseloveíacansado,nopodíamantenersedepiey seapoyabaunmomentodeun ladode lapuerta,otromomentodelotro.

—¿Quéquiere?—dijopapá.—SoyPapáNoel—dijoPapáNoel.—Y yo soy Blanca Nieves —dijo papá y le cerró la

puerta. Entonces mamá se levantó, corrió hasta lapuerta,laabrióyPapáNoeltodavíaestabaahí,tratandodesostenerse,yloabrazó.Apapáleagarróunataque:

—¿Ésteeseltipo,Julia?—legritóamamá,yempezóadecirmalaspalabrasyatratardesepararlos.YmamáledijoaPapáNoel:

—Bruno,nopuedovivirsinvos,meestoymuriendo.Papá logró separarlos y le dio a Papá Noel una

trompada y Papá Noel cayó para atrás y quedó secosobre laentrada.Mamáempezóagritar como loca.YoestabatristeporloqueleestabapasandoaPapáNoel,yporque todoestoatrasaba lodelauto,aunqueporotroladomealegrabaveramamáotravezenmovimiento.

Papá ledijoamamáque ibaamatarlosa losdosymamáledijoquesiéleratanfelizconsuamigaporquéellanopodíaseramigadePapáNoel,cosaqueamímepareciólógico.MarcelaseacercóaayudaraPapáNoel,queempezabaamoverseenelpiso,y lediounamanopara levantarse. Y entonces papá otra vez empezó adecirle de todo y mamá a gritar. Marcela decíacálmense,entremos,porfavor,peronadielaescuchaba.

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Papá Noel se llevó la mano a la nuca y vio que lesangraba.Escupióapapáypapáledijo:

—Maricóndemierda.Ymamáledijoapapá:—Maricón serás vos, hijo de puta. —Y también lo

escupió.LedioaPapáNoellamano,lohizoentraralacasa,selollevóasucuartoyseencerró.

Papá se quedó como congelado, y en cuantoreaccionósediocuentaqueyotodavíaseguíaahíymemandó furioso a la cama. Sabía que no estaba encondicionesdediscutir;me fui al cuarto sinnavidad ysin regalo. Esperé acostado a que todo quedara ensilencio,mirandonadaren lasparedesel reflejode lospeces de plástico demi velador. No tendríami auto acontrol remoto, eso estaba clarísimo, pero Papá Noeldormía en casa esa noche y esome aseguraba un añomejor.

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Bajotierra

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Había oscurecido y todavía tenía que manejar variashoras.Desconfíodelosparadoresderuta,tanapartadosde todo, pero necesitaba descansar y tomar algo paradespabilarme. Las luces interiores le daban ciertacalidezallugar,yhabíatrescochesestacionadosfrentealos ventanales, lo que me dio algo más de confianza.Dentro no había mucha gente: una pareja joven quecomía unas hamburguesas, un tipo de espaldas, alfondo, y otro hombremás viejo en la barra.Me sentéjuntoaél,cosasqueunohacecuandoviajademasiado,ocuando hace tanto que no habla con nadie. Pedí unacerveza.Elbarmaneragordoysemovíadespacio.

—Soncincopesos—dijo.Pagué yme sirvió.Hacía horas que soñaba conmi

cerveza y esa era bastante buena. El viejo parecíaabsortoensuvaso,oencualquierotracosaquepudieseverseenelvidrio.

—Por una cerveza le cuentan una historia—dijo elgordoseñalándomealviejo.

Elviejopareciódespertarysevolvióhaciamí.Teníalos ojos grises y claros, quizá tuviera un principio decataratasoalgoporelestilo;noparecíaverbien.Penséqueadelantaríaalgodelahistoria,oquesepresentaría.Pero se quedó quieto, como un perro ciego que creehabervistoalgoynotienemuchomásquehacer.

—Vamos,amigo—dijoelgordo,ymeguiñóelojo—,sóloesunacervezaparaelabuelo.

Dijequesí,queporsupuesto.Elviejosonrió.Saquécincopesospara el gordo y enmenosdeunminuto elviejo ya tenía lleno su vaso otra vez. Tomó un par detragosysevolvióautomáticamentehaciamí.Penséque

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yahabríacontadolahistoriauncentenardeveces,yporun momento me arrepentí de haberme sentado a sulado.

—Estopasaadentro—dijo,señalandoelsecacopaso,quizá,unhorizonteimaginarioqueyotodavíanopodíaver—,adentro,bienenelcampo.Habíaunpuebloahí,unpueblominero,¿entiende?Unpueblochico,laminareciénempezabaa funcionar.Pero teníaahíunaplaza,la iglesia, y la calle que iba hasta la mina estabaasfaltada. Losmineros eran jóvenes. Habían llevado asus mujeres y en pocos años ya había muchos chicos,¿entiende?

Asentí. Busqué con la mirada al gordo, queevidentemente ya conocía la historia y se distraíaacomodandobotellasaunladodelabarra.

—Bueno, estos chicos estaban todo el día por ahíporque eran muy chicos para trabajar. Se la pasabancorriendo, jugando en la calle. Un día uno de estoschicos descubre en un descampado algo extraño. Latierra estaba ahí como hinchada. Era poca cosa, no acualquiera lehubiese llamadolaatención,peropareciósuficiente para ellos. Los que estaban ahí, no eranmuchos los que lo encontraron, se fueron acercando,hicieron un círculo alrededor y estuvieron así un rato.Uno se arrodilló y empezó a escarbar la tierra con lasmanos, así que el resto empezó a hacer lo mismo.Enseguida encontraron algún balde de juguete ocualquierotracosaquesirvieradepala,yempezaronacavar. Fueron sumándose otros a lo largo de la tarde.Llegaban y se sumaban sin preguntar, como si yahubiesen sido avisados del hecho. Los primeros

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terminaban por cansarse e iban dejando lugar a losnuevos. Pero no se alejaban. Se quedaban cerca,mirandosiemprelaobra.Aldíasiguientevolvieronmáspreparados; traían baldes, cucharones de cocina, palasdemaceta, cosasque seguramente leshabíanpedidoasus padres. El agujero pasó a ser un pozo. Entrabancinco o seis adentro. Apenas si les asomaba la cabeza.Juntabanlatierraenlosbaldesyselospasabanalosdearribaque,asuvez,lallevabanhastaunmontículoqueibahaciéndosecadavezmásgrande,¿meentiende?

Asentí, y aproveché la interrupción para pedirle algordomáscerveza.Pedíotraparaelviejo.Élaceptó lacerveza, pero la interrupción no pareció gustarle. Sequedócallado,ysólosiguiócuandoelgordodejófrenteanosotros losnuevos vasos y se concentróotra vez ensuscosas.

—Loschicosempezaronainteresarsesóloenelpozo,nohabíaningunaotracosaquellamarasuatención.Sino podían estar ahí cavando, hablaban entre ellos deltema, y si estaban con adultos, prácticamente nohablaban.Obedecíansindiscutir,siempreconcentradosenotracosa,ycomorespuestanoseescuchabamásque«sí», «no», «da igual». Siguieron cavando.Trabajabancadavezmásorganizados,dea turnoscortos.Comoelpozoyaeramásprofundo,subíanlosbaldesconsogas.Alatarde,antesdequeoscureciera,seayudabanentreellos para salir y tapaban con tablas la boca. Algunospadres estaban entusiasmados con la idea del pozo,porquedecíanqueesolespermitíajugaratodosjuntos,yqueesoerabueno.Aotroslesdabaigual.Segurohabíapadresquenisabíandeltema.Yocreoquealgúnadulto,

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intrigadoportodoelasunto,debehaberseacercadounanoche, mientras los chicos dormían, y debe haberlevantadolastablas.¿Peroquépuedeverseenlanoche,enunpozovacíocavadoporchicos?Nocreoquehayanencontradonada.Debenhaberpensadoquesóloeraunjuego,esodebenhaberpensado,hastaelúltimodía.

Eltipovolvióaconcentrarsumiradaenelvasoynodijonadamás.Mequedéesperando.Nosabía sihabíaterminado. Se me ocurrieron un par de comentariospero ninguno me pareció oportuno. Busqué al gordo;atendíalamesadelaparejajoven,queyaseiba.Abrílabilletera, conté otros cinco pesos y los puse entre losdos.Elviejoagarróeldineroyloguardóensubolsillo.

—Esa noche perdieron a sus hijos. Empezaba aoscurecer. Era el momento del día en que los chicosvolvían a sus casas, pero no había señales de ellos.Salieronabuscarlosy seencontraronconotrospadrestambiénpreocupados,ycuandoempezaronasospecharquealgopodíahaberpasado,yacasitodosestabanenlacalle. Los buscarondesorganizadamente, cadaunoporsulado.Fueronalaescuela,aalgunascasasdondeantessolíanjugar.Algunossealejaronyfueronhastalamina,examinaron los alrededores, buscaron incluso en sitiosdonde los chicos no podrían llegar solos. Buscarondurantehorasynoencontraronaninguno.Supongoquecadapadreporsucuentahabíapensadoalgunavezquealgomalopodíapasarleasuhijo.Unchicotrepadoaunparedónpuedecaerseyabrirselacabezaenunsegundo.Puede ahogarse en el estanque jugando con otro ahundirse entre sí, puede atorársele en la garganta uncarozo,unapiedra,cualquiercosa,ymorirseahínomás.

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Pero¿quéfatalidadpodíaborrarlosatodosdelatierra?Discutieron. Pelearon. Quizá porque pensaron quepodríanencontraralgunapista, fueronconcentrándosealrededor del pozo, y levantaron las tablas. Debenhaberse mirado entre sí, confundidos, sin saber muybien qué pasaba: no había ningún pozo. Las tablastapabanunaprotuberancia, elmontículoquequedaenlatierracuandoselaremueve,ocuandoseentierraalosmuertos. Podría pensarse que el pozo se habíaderrumbado,oque los chicos lohabíanvueltoa tapar,perolatierraquehabíansacadoseguíaahí,podíanverladesdedonde estaban.Fueronporpalas y empezaronacavar donde antes lo habían hecho los chicos. Unamadregritabadesesperada.

»—Paren, por favor. Despacio, despacio…—gritaba—,vanadarlescon laspalasen lacabeza.—Huboquecalmarlaentrevarios.

»Alprincipiocavabanconcuidado,mástardeabríanlatierraapalazos.Perobajolatierranohabíamásquetierra, y algunos padres se rindieron y empezaron adejar el pozo, confundidos.Otros siguieron trabajandohasta la noche siguiente, ya sin ningún cuidado,agotados, y al final todos terminaron por volver a suscasas,mássolosquenunca.

»El gobernador viajó hasta el pueblo. Trajo genteaparentementeespecializadaparaexaminarelpozo.Leshicieronrepetirlahistoriavariasveces.

»—¿Pero dónde estaba exactamente el pozo? —preguntabaelcapataz.

»—Acá,exactamenteacá.»—¿Peronoesqueestepozolocavaronustedes?

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»Loshombresdelgobernadordieronvueltasporelpueblo, revisaron algunas casas, y no volvieron nuncamás.Entonces empezó la locura.Dicenqueunanocheunamujeroyóruidosenlacasa.Veníandelsuelo,comosiunarataountopoescarbarabajoelpiso.Elmaridolaencontró corriendo los muebles, levantando lasalfombras, gritando el nombre de su hijo mientrasgolpeabaelpisoconlospuños.Otrospadresempezarona oír los mismos ruidos. Arrinconaron contra lasparedes todos los muebles. Arrancaron con las manoslasmaderasdelpiso.Algunosabrieronamartillazoslasparedesdelossótanos,cavaronensuspatios,vaciaronlos aljibes. Llenaron de agujeros las calles de tierra.Tiraban cosas adentro, como comida, abrigo, juguetes;luegovolvíanataparlos.Dejarondeenterrarlabasura.Levantaron del cementerio los pocos muertos quetenían. Dicen que algunos padres siguieron cavandonocheydíaeneldescampado,yquesólosedetuvieroncuando el cansancio o la locura acabaron con suscuerpos.

El viejo volvió a mirar su vaso ya vacío, y yoinmediatamente le pasé otros cinco pesos. Pero habíaterminado;rechazóeldinero.

—¿Sale?—mepreguntó.Sentíqueeralaprimeravezque me hablaba. Como si toda la historia no hubierasidomásqueeso,unahistoriapagayaterminada,yporprimeravezlosojosgrisesyciegosdelviejomemiraran.

Dijequesí.Saludéconungestoalgordo,queasintiódesdelapileta,ysalimos.Afueravolvíasentirelfrío.Lepreguntésipodíaalcanzarloaalgúnlugar.

—No.Leagradezco—dijo.

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—¿Quiereuncigarrillo?Sedetuvo.Saquéuncigarrilloyselopasé.Busquéen

miabrigoelencendedor.Elfuegoleiluminólasmanos.Eran oscuras, gruesas y rígidas como garrotes. Penséque lasuñaspodríanhaber sido lasdeunserhumanoprehistórico.Medevolvióelencendedor,ycaminóhaciaelcampo.Lovialejarsesinentenderdeltodo.

—Pero¿adóndeva?—pregunté—,¿seguronoquierequeloalcance?

Sedetuvo.—¿Viveacá?—Trabajo—dijo—,másallá—señalócampoadentro.—¿Quéhace?Dudóunossegundos,miróelcampo,ydespuésdijo:—Somosmineros.Deprontoyanosentíafrío.Mequedéunosminutos

para verlo alejarse. Forcé la vista deseando encontraralgúndetallerevelador.Sólocuandosufiguraseperdiódeltodoenlanoche,regreséalauto,prendí laradio,ymealejéatodavelocidad.

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SAMANTA SCHEBLIN nació en Buenos Aires,Argentina, en 1978. Su primer libro, El núcleo deldisturbio (2002), obtuvo los premios Haroldo Conti yFondoNacionaldelasArtes.Elsegundo,Pájarosenlaboca (2009), fuedistinguidoconelpremioCasade lasAméricas y traducido a trece idiomas. Becada pordistintasinstituciones,viviótemporalmenteenMéxico,Italia, China y Alemania (Berlín), donde reside desdehace dos años. Fue seleccionada por la prestigiosarevistaGrantacomounodelos«mejoresnarradoresenespañol» y ha obtenido recientemente el premio JuanRulfo de Francia y el premio Ribera del Duero deNarrativa Breve por su último libroSiete casas vacías(2015).